carlo ginzburg. el inquisidor como antropologo

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    probablemente" (ste es un vicio mu y difundido entre los historiadores;pero no slo entre ellos sino tambin entre los jueces).30 Cfr. Zemon Davis, "History's Two Bodies", cit., p. 22, que remite

    tambin a E. Power, "On Medieval Historyas a Social Study", Econmica,n. s.,1, 1934,pp.13-29,sobretodopp. 20-21 (donde se critica a MaxWeber).31 Cfr. R. Furet, "Pour un e dfmition des classes infrieures a 'poque

    moderne", Annales ESC, XVIII, 1963, pp. 459-74, especialmente p. 459[cit. de C. Ginzburg, I l formaggio e i vermi, Turn, 1976, pp. XIX (Edicinen espaol, El queso y los gusanos, Barcelona, Muchnik Editores, 1981)].32 Cfr. Zemon Davis, I l ritomo, cit., pp. 6-7.33 Id., History's Two Bodies, cit.34 Cfr. C. Ginzburg, "Prove e possibilit", cit., especialmente pp. 134 Y146-47.35 Sobre este ltimo punto insiste sobre todo Calamandrei, en el ensayo

    Il giudice e lostonco. El reconoce la .verdad de la tesis formuladapo r Croceen Filosofiadella practica, segn la cual la actividadjurdica, comparableen la fase de verificacin de los hechos a la actividad historiogrfica, sevuelve en su fase final (la sentencia) ligada al momento de la volicin, unacto poltico. Calamandrei observa que esta tesis, que declara verdaderaen el plano puramente terico, comporta el riesgo de tener consecuenciasprcticas, extremadamente peligrosas en una situacin en la cual, bajo elmodelo de la Rusia sovitica o de la Alemania nazi, tambin en Italia sepide desde varias partes al juez "expresar una voluntad poltica que nacey se afirma con su sentencia" (la referencia es con relacin a posicionessimilares a la s que expresa contemporneamente G. Maggiore en elensayo "Diritto penale totalitario nello stato totalitario", Rivista italianadi dirit to penale, XI, 1939, p. 159. Calamandreiconcluye prowniendo queel juez "se asuma nada ms que un modesto y fiel historigrafo de la ley,y no otra cosa, y acte como tal", cometiendo "un error filosfico, pero unerror prcticamente inocuo, que dejar intacta a la justiCia" (p. 25).Discutir la declarada debilidad terica de esta solucin no nos interesa.

    36 Cfr. Ferrajoli, Diritto e ragione, cit., p. 491.37 Cfr. Momigliano, Lo suiluppo, cit., p. 8, citado po r G. Levi, "Lesusages de la biographie", Annales ESC, n m . 44, 1989, pp. 1325-36.

    El inquisidor como antroplogoCarIo GinzburgTomadodeC. Ginzburg,Clues, MythsandtheHistoricalMethod, Baltimore,The Johns Hopkins Press, 1989. La editorial Gedisa (Barcelona) publicesta misma obra en 1989: Mitos, emblemas e indicios. Morfologa e his-toria; si n embargo, no tradujo este ensayo que s aparece en la edicin norteamericana. Traduccin Susana Quintanilla.

    L a analoga objeto de este breve ensayo e vino a la mente porvezprimera hace varios aos, en Boloma, mientras asista a uncoloquio sobre historia oral. Algunos historiadores de sociedadeseuropeas contemporneas y distinguidos africanistas y antro-

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    Los procedimientos judiciales delos tribunales civiles yeclesisticos pueden compararse

    con los diarios hechos porantroplogos durante trabajos decampo realizados siglos atrs.

    plogos, como Jean Vasina y Jack Goody, debatan sobre la s dife-rentes maneras de lidiar con la evidencia oral. De pronto se meocurri que tambin los historiadores que estudian los inicios de laEuropa Moderna (una sociedad no contempornea que ha dejadocantidades enormes de evidencia escrita) utiliz an a veces fuentesorales o, con mayor exactitud, registros escritos de discursos ora-les. As, por ejemplo, los procedimientos judiciales de los tribunalesciviles y eclesisticospueden compararse con los diarios hechos po rantroplogos durante trabajos de campo realizados siglos atrs. Elpropsito de este ensayo es poner a prueba esta comparacin entreinquisidores y antroplogos, as como aqulla existente entre losacusados y los "nativos". Intento discutir algunas de su s implica-ciones desde el punto de vista de un historiador que ha trabajadoregistros inquisitoriales, haciendo hincapi en la brujera europeade la poca moderna.El descubrimiento de los registros inquisitoriales como fuentehistrica de valorextremo es un fenmeno sorprendentemente mo-derno. Durante largo tiempo, los historiadores de la Inquisicin s.econcentraron en los mecanismos de esta peculiar institucin demanera ms bien descriptiva, aunque a menudo polmica. Pese aque en algunos casos eran accesibles a los investigadores, los do-cumentos permanecieron inexplorados durante muchos aos. Comoes sabido, los historiadores protestantes fueron los primeros enusarlos para mostrar las actitudes heroicas de su s antecesoresante la persecucin catlica. El libro intitulado 1 nostri protestanti(Nuestros protestantes, Venecia, 1897), escrito a fInales del sigloXIX po r el erudito italiano Emilio Comba, puede ser consideradocomo el ejemplo tpico de la continuidad, en trminos de archivos,alcanzado por aquella tradicin historiogrfica iniciada en el sigloXVI con la Histoire des Martyrs, de Crespin. Por otro lado, los his-toriadores catlicos eran renuentes a usar registros inquisitorialesen sus investigaciones. Hubo una tendencia consciente o incons-ciente a aminorar el impacto de la Reforma, as como cierta incer-tidumbre al tratar con una institucin que haba llegado a se rimpopular incluso entre los catlicos. El historiador.que amable-mente me introdujo en los archivos eclesisticos en Udine, elerudito sacerdote catlico Po Paschini, nacido en Friuli, nuncapens en explotar los juicios inquisitoriales que aparecen en su slibros sobre la hereja y la Contrarreforma en Friuli.2 Cuando fuiadmitido por primera vez en la enorme sala que albergaba enperfecto orden casi dos mil juicios inquisitoriales, sent la excita-cin sbita de descubrir una mina de oro sin explotar.

    Debo enfatizar que, en el caso de la brujera, la resistencia a usarregistros inquisitoriales ha sido compartida en el transcurso deltiempo tanto por 108 historiadores liberales como por los catlicosy protestantes, que basan sus obras en confesiones. Las razonesson obvias: no exista en ningn caso la identifIcacin religiosa,intelectual o emocional. La evidencia proporcionada en los juiciosde brujera era considerada, por lo general, como una mezcla derarezas teolgicas y supersticiones de campesinos. Estas ltimaseran por defInicin irrelevantes; las primeras podan se r estudia-das mejor y con mayor facilidad en los tratados demonolgicos

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    impresos. Para los estudiosos que consideraban la persecucin dela brujera como un tema "adecuado", adentrarse en la s largas ysupuestamenterepetitivas confesiones de hombres ymujeres acusados de brujera hubiera sido una tarea tediosa e incluso intil.Lo anterior puede parecer una historia hace tiempo superada,pero recurdese que hace slo veinte aos un a actitud simil8l' a laarriba descrita fue apoyada por Hugh Trevor Roper.3 Desde entonces, sin embargo, la situacincambidramticamente. La brujeraha dejado la periferia para convertirse en el centro de los tpicoshistricos adecuados; un tpico, adems, que est de moda. Esto esslo un sntoma de una tendencia historiogrfica no establecida,misma que fue percibida por Arnaldo Momigliano hace algunosaos: el estudio de grupos sexuales o sociales, como mujeres ocampesinos, por lo regular subrepresentados en lo que podramosllamar fuentes oficiales .. Los "archivos de represin" nos proporcionan una rica evidencia sobre estas personas. La importanciaque se le da a la brujera bajo esta nueva perspectiva est relacionada con un fenmeno ms especfico: el creciente influjo de laantropologa sobre la historia. No es mera coincidenciaqUe el libroclsico sobrebrujeraentre los Azande, escri to porEvans-Pritchardhace ms de medio siglo, haya servido de referencia a las obras deAlanMacfarlane y Keith Thomas sobre la brujeraen el siglo XVII.5Lavariedadde discernimientos proporcionadaporEvans-Pritchardes innegable, aun cuando la comparacinentre las brujas y hechiceros ingleses del siglo XVII y su s contrapartes Azande debe sercomplementada mediante un estudio comparativo, evitado demanera sistemtica en la literatura reciente, con las brujas continentales perseguidas durante el mismo periodo.Se ha sugeridoque las caractersticas peculiares de los juicios debrujera continentales, en particular la sospechosa falta de confesiones relacionadas con el sabbat de la s brujas, deben se r explicadas en trminos de aislamiento legal. No cabe,duda de que losjuicios continentales realizados por la Inquisicin proporcionanevidencias ms satisfactorias a aquellos historiadores que intentan reconstruir las creencias que el comn de la gente tiene sobrela brujera. Aqu la analoga entre inquisidores y antroplogos, ytambin historiadores, comienza a revelar sus implicaciones ambiguas. Despus de todo, la evidencia evasiva que los primeros intentaban obtener de los acusados no es tan diferente de nuestrosobjetivos.Lo que difiere son los medios y los fmes ltimos. Mientraslea los juicios inquisitoriales, con frecuencia me senta como siestuviera b s e r v a n ~ o por encima del hombro del juez, siguindoleslos pasos a los presuntos acusados, esperando, como supuestamente lo hacan, que hablaran, bajo su propio riesgo, sobre su s creencias. Esta proximidad con el inquisidor contradeca, de algunamanera, mi identificacin emocional con el acusado. Intelectualmente puede experimentarse un tipo diferente de contradiccin;La necesidad del inquisidorpor la verdad, su verdad, nos ha legadouna evidenciaextremadamente rica, aunque distorsionada por laspresiones psicolgicas y fsicas, mismas que desempeaban Unpapel importante en los juicios de brujera. Las preguntassugerentes surgan de forma e s p e c i ~ en los interrogatorios relacionados

    Los juicios C l n t i n e n t a l e ~realizados por la Inquisicinproporcionan evidencias mssatisfactorias a aquelloshistoriadores que intentanreconstruir las creencias que elcomn de la gente tiene sobre labrujera.

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    Los historicuiores poseensuficiente euidencia parareconstruir las creencias sobrebrujera en la Europa Medieual yprincipios de la Moderna, parasobrepasar los estereotipos de losjueces?

    con el sabbat de las brujas, la esencia misma de la brujera deacuerdo con los demonlog08. Cuando esto suceda, los acusadosrespondan haciendo eco de manera ms o menos espontnea a losestereotipos inquisitoriales que se difundieron en toda Europa po rmedio de sacerdotes, telogos y juristas.La naturaleza huidiza de la evidencia inquisitorial explicaprobablemente po r qu muchos historiadores decidieron concen-trarse en la persecucin de la brujera, analizando patrones re gionales, categoras inquisitoriales, etctera. Este es un terrenoms tradicional y ms seguro 'en comparacin con los intentos dereconstruir las creencias de la brujera. En lo qu e respecta a la sbrujas Azande, resulta difcil ocultar el hecho de qu e muy pocos delos estudios dedicados a la brujera en Europa producidos durante los ltimos veinte aos se hayan inspirado en la investigacinantropolgica. Hace algunos aos, el debate entre Keith Thomas yHildred Geertz demostr las dificultades para establecer el dilogoentre historiadores y antroplogos.6 El asunto de la evidenciaresulta crucial en este contexto. Los historiadores de sociedadesantiguas no pueden producir su s fuentes, como s lo hacen losantroplogos. Vistos desde esta perspectiva, los archivos no puede n ser sustitutos de las grabadoras. De lo dicho anterionnente sedesprende una pregunta esencial: los historiadores poseen sufi-ciente evidencia para reconstruir las creencias sobre brujera en laEuropa Medieval y principios de la Moderna, para sobrepasar losestereotipos de los jueces? Obviamente, ste es un problema decalidad, no de cantidad. Richard Kieckhefer, en un libro un tantoapartado de la corriente principal de la investigacin contempornea , ha rastreado una distincin entre los estereotipos aprendidosy la brujera popular, con base en el escrutinio detallado, aunquepoco convincente, de la s fuentes disponibles. En su estudio compara de manera poco favorable las confesiones de los acusados antela Inquisicin mediante quejas por escrito de personas que habansido dfamadas po r brujera, con los testimonios registrados de lostestigos en los juicios.7 De acuerdo con Kieckhefer, estos documentos proporcionan una imagen ms fiel de la s creencias popularessobre brujera. En fonna similar, la comparacin entre 108 juiciosinquisitoriales y los apuntes de campo antropolgicos puede tener, desde la mirada de l historiador, una implicacin negativa: lapresencia de personas que dej aron de se r antroplogos hace muchotiempo puede se r tan obstrusiva como para evitar qu e lleguemos aconocer las creencias e ideas de los infelicep nativos que eranllevados ante su presencia.

    No estoy de acuerdo con esta conclusin pesimista y me gustaraprofundizar en la analoga entre los juicios inquisitoriales y losapuntes antropolgicos. La s bases de ambos la s constituyenciertostextos que, a su vez, son intrnsecam ente dialgicos. La estructuradialgica puede se r explcita, por ejemplo en la serie de preguntasy respuestas que sealizan tanto un juicio inquisitorial como unatranscripcin de las conversaciones entre un antroplogo y suinfonnante. Tambin puede ser implcita, como en el caso de losapuntes etnogrficos de campo que describen un ritual, un mito ouna herramienta. La esencia de lo que llamamos actitud antro-

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    polgica, es decir la confrontacin entre diferentes culturas, descansa sobre el dilogo. Su base terica en el nivel lingstico, nopsicolgico, ha sido analizada por Roman Jakobson en un densopasaje que define "las dos caractersticas cardinales y complemen-tarias de la conducta verbal: que el discurso interno es en esenciaun dilogo y qu e la persona qu e cita se apropia del discurso indirecto y lo remodela, si n importar que sta se a una cita de la fasealter o cercana del ego (dije YO)"'.8 Otro gran erudito ruso, MikhailBakhtin, enfatiza en un nivel ms circunscrito la importancia delelementode l dilogo.9 Segn este autor, las novelas de Dostoyevskypresentan una estructura dialgica o polifnica, en la que losdiferentes caracteres son considerados fuerzas en conflicto, ningu-na de la s cuales habla a travs del autor desde el punto de vista delmismo. No me interesan aqu las reflexiones de Bakhtin sobre elgnero literario de las novelas de Dostoyevsky. Pienso, sin embar-go, qu e su nocin de textos en forma de dilogos puede iluminarciertas caractersticas que de vez en cuando salen a la superficie enlos juicios inquisitoriales de brujera.Es obvio qu e los caracteres en conflicto que hablan en estostextos no estaban en igualdad de condiciones. Lo mismo puededecirse, aunque de manera un tanto distinta, de los antroplogosy sus informantes. Esta desigualdad en trminos de poder, tantoreal como simblico, explica por qu la presin que ejercan losinquisidores sobre los acusados para obtener la verdad qu e busca-ban era normalmente fructfera. Estos juicios no slo parecenrepetitivos, sino, usando una palabra favorita de Bakhtin, mono-lgicos: las respuestas de los acusados eran, con frecuencia, un ecode las preguntas hechas por los inquisidores. No obstante, enalgunos casos excepcionales tenemos dilogos reales, escuchamosdistintas voces y podemos detectar un choque entre voces diferen-te s que se hayan en conflicto. En los juicios friulianos qu e estudihace muchos aos, el benandanti proporcionaba largas descripciones de las batallas que libraba en espritu contra las brujas paraobtener mayor fertilidad de las cosechas. A los inquisidores esto lespareca como una descripcin disfrazada delsabbat de las brujas.A pesar de los esfuerzos, tuvo que pasar medio siglo para cruzar lasbrechas entre la s expectativas de los inquisidores y las confesionesespontneas de l benandanti, La existencia de esta brecha y laresistencia del acusado indican que haba una profunda capacultural totalmente desconocida po r los inquisidores. La merapalabra benandanti le s era desconocida; su significado (sinnimode bruja o, por el contrario, de "enemigos de los brujos"?) fue lapauta en la larga lucha que dispuso a los inquisidores en contra delos benandanti en Friuli a fmes de l siglo XVI y principios del XVII.A largo plazo, el poder resolvi (como siempre lo hace, segn sabenlos lectores de Trough the Looking Glass) esta disputa semntica:los benandanti fueron transformados en brujas .1OEl valor etnogrfico de estos juicios friulianos es sorprendente.No slo fueron registradas las palabras, sino tambin las reacciones sbitas, como el ruborizarse, o los silencios. Todo esto, con laexactitud puntillosa de los notarios de l Santo Oficio. Para losinquisidores ms suspicaces, cualquier pequea clave poda pro-

    En algunos casos excepcionalestenemos dilogos reales,escuchamos distintas voces ypodemos detectar un choque entrevoces diferentes que se hayan enconflicto.

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    La realidad cultural en conflictopuede sobresalir incluso de textostan'controlados romo los juiciosinquisitoriales.

    porcionar un camino hacia la verdad. No se puede decir que estosdocumentos sean neutrales o que nos proporcionen informacin"objetiva". Deben se r ledos como producto de una interrelacinpeculiar altamente desequilibrada. Descifrarlos implica aprenderaleer entre lneas unjuego sutil de amenazas y miedos, de ataquesy retrocesos. Debemos aprender a desenredar los distintos hilosque forman la tela textual de estos dilogos.En aos recientes, la conciencia textual se ha convertido en lavanguardia entre los antroplogos, hasta cierto grado inspiradosen la obra de Clifford Geertz. ll Para los historiadores que normal-mente, aunque no de forma exclusiva, trabajan con textos, esto noconstituye una novedad en s. Pero el asunto no es tan sencillo. Elestar consciente del aspecto textual del trabajo etnogrfico ("quhace el etngrafo; escribe", remarc irnicamente Clifford Geertz)12implica ir ms all de la epistemologa positivista e ingenua ancompartida por muchos historiadores. No existen los textos neu-trales; incluso un inventario notarial conlleva un cdigo quedebemos descifrar. "Cualquier discurso indirecto, dijoJakobson, esapropiado y remodelado por la persona que cita". Esto puedesignificar (como recientemente han afIrmado, o al menos han su-gerido, algunos historiadores y antroplogos) que un texto es sloevidencia de s mismo, de su propia naturaleza? El refmado escep-ticismoque ha inspirado el rechazo de la llamadafalacia referencialparece se r un pozo lleno de peligros. 13Ante l , la comparacinentreinquisidores y antroplogos puede resultar satisfactoria: comohemos demostrado antes, la realidad cultural en conflicto puedesobresalir incluso de textos tan controlados como 10 8 juicios inqui-sitoriales. La s mismas conclusiones son aplicables a los reportesetnogrficos.Un escpticoextremista puede objetar que el trmino "realidad"(e incluso "realidad cultural") es falso. En el texto existen voces enconflicto, y no realidades. Responder a esta objecin puede parecerun a prdida de tiempo: despus de todo, la integracin de textosque se realiza al escribir la historia y la etnografa descansa en lareferencia comn de stos a algo que llamaremos "realidadeterna".Aun as, estas objeciones escpticas, un tanto distorsionadas,aluden a un a difIcultadreal, misma que analizaremos medianteunejemplo.En 1384 y 1390, dos mujeres, Sibillia y Pierina , fueron llevadasa juicio por la Inquisicin de Miln. Su s juicios se perdieron; slosobrevivieron dos detalladas oraciones, una de ellas citando inextenso a otra anterior. Dichos documentos seran descubiertos yanalizados por Ettore Vergaen un notable ensayo publicado a fmesdel siglo XIX;1. posteriormente han sido estudiados en variasocasionesdesde distintasperspectivas. En su Europeali WitchcraftTrials, arriba citado, Richard Kieclmefer interpret 10 8 juicioscomo evidencia de un a "festividad o ritual populares" 16 Estadeclaracin parece un homenaje inesperado a la notoria "tesis deMurray", misma que supona la realidad fsica delsabbat de lasbrujas.De hecho, las confesiones de la s dos mujeres estn llenas dedetalles rodeados de una aura mtica. Cada jueves asistan a unareunin presidida por una dama misteriosa, Madona Horiente.

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    Todos los animales acudan, salvo el asno y la zorra; tambin ibanlas personas decapitadas o ahorcadas: los bueyes muertos cobra-ba n vida, etctera. En 1390, una de la s mujeres, Sibillia, le dijo hlinquisidor Beltramino da Cernusculloque seis aos antes le habaconfesado a su predecesor, Roggero de Casale, que acostumbrabair "a d ludum Diane quam appellant Herodiadem" (a los juegos deDiana a quien ellos llamaban Herodiades), saludndola con la spalabras"Benestage (consrvese bien) Madona Honente". Esta se-ri e de nombres parece confusa, pero slo expresa una verdad mu ysimple: tanto Sibillia como Pierina se refIrieron siempre a Horien-te . La identificacin con Diana y Herpdiades fue sugerida por elinquisidor Ruggero de Casale, quien seguramente estuvo inspira-do por el famoso Canon episcopi, un texto escrito a comienzos delsiglo IX (o incluso antes) en el cual algunas de las mujeres recibanel nombre de seguidoras de Diana y Herodiades. Sobra decir queBeltramino da Cernuscullo tambin dio por hecho esta identifIca-cin y la adscribi de manera fcil a Pierina. Segn la oracin, elladijo: ad ludum Dianequam vos appelatis Herodiadem" (a los juegosde Diana, a quien ustedes llaman Herodiades).16 Aparentemente,lo que se dio aqu fue la proyeccin habitual de estereotipos in-quisitoriales sobre las creencias populares. La s cosas, sinembargo,son ms complicadas. Estos caracteres femeninos de la religinpopular apuntan hacia un a unidad innegable: Perchta, Holda,Dame Ahonde y Madona Horiente son las variantes locales de unasola diosa femenina, estrechamente relacionada con el mundo delos muertos. Es posible, entonces, que la interpretatio romana obiblica (Diana o Herodiades) sugerida por los inquisidores hayasido un intento por percibir esta unidad.Lo anterior no quiere sugerir que la mitologa comparada hayatenido su origen con los inquisidores. Lo que revela es un hecho anms vergonzoso: la existencia de una continuidad entre nuestramitologa comparativa y las interpretaciones de los inquisidores.Estos ltimos traducan o, mejor an, sobreponan creencias fun-damentalmente ajenas a ellos a un cdigo ms ambiguo. Lo queestamos haciendo aqu no difIere tanto de esta operacin, no sloen principio sino tambin en la prctica, ya que la evidenciadisponible est contaminada en este momento por su interpreta-cin. En cierto modo, nuestra tarea es ms fcil cuando los in-quisidores no entendan, como en el caso del benandanti. Cuandoeran ms perceptivos, el juicio perda, hasta cierto punto, loselementos dialgicos. En estos casos, debemos considerar a laevidencia como menos valiosa, menos pura.Decir "contaminada por su interpretacin" es injusto para coneldiscernimiento antropolgico de los inquisidores, de modo quedeberamos aadir "pero tambin esclarecida". Los retazos deinterpretacin sugeridos por los inquisidores, predicadores ycanonistas nos proporcionan valiosos elementos que rellenan loshuecos de nuestra evidencia. Veamos otro ejemplo: JohannesHerolt, un fraile dominico que predic activamente en la primeramitad del sigloXV, incluy dentro de su coleccin de sermones unalarga lista de nombres de personas supersticiosas. Entre ellasestaban "aquellos que creen que durante la noche Diana, llamada

    Hay una continuidad entrenuestra mitologa compamtivaylas i n t e r p ~ t a c i o n e 8 de losinquisidores. Estos ltimossobreponan creenciasfundamentalmente ajenas a ellosa un cdigo ms ambiguo.

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    Los inquisidores no eranestudiosos imparciales: estabantratando, frecuentemente conxito, de hacer-creer a la genteque lo que ellos pensaban era locorrecto.

    en el vernculo Unholde, o die selige fraw (lamujer bendita) recorrejunto con su ejrcito grandes distancias (cum exercitu suo de nocteambulet permulta spacia)". Esta cita fue tomada de una edicin delos Sermones de Herolt, impresos por primera vez en Colonia en1474. Las siguientes ediciones, aparecidas en Strasburgo en 1478y 1484, aadieron los sinnimos de Diana, Fraw Berthe y Fraw Heltcomo substitutos de Unholde.17 El texto de Herolt se haca eco delCanon episcopi: Hay mujeres que "Credunt se et profitentur noctumis horis cum Diana paganorum dea et innumera multitudinemulierum equitare super quasdam bestias, et multa terrarumspatia intempestae noctis silentio pertransire" ("creen y profesanque durante la noche cabalgan sobre ciertas bestias con Diana, ladiosa de los paganos, y una innumerable multitud de mujeres; enel silencio mortal de la noche, recorren grandes distancias de latierra").18 Herolt no cit el Canon literalmente: lo utiliz comomarco de referencia, suprimiendo o aadiendo detalles sobre lasbases de su experiencia personal, su trabajo de campo, se podradecir. La alusin a los animales sobre los que cabalgaban desapa-reci; los sinnimos de Diana, tomados del alemn local, fueronincluidos tanto por el autor como por sus editores. A Diana mismale dieron un ejrcito (cum exercitu suo) detalle ms intrigante quelos anteriores y sobre el cual no encuentro paralelo alguno en lostextos clsicos o medievales. Si n embargo, puede ser explicado confacilidad en el contexto del folklore europeo relacionado con lascreencias de la Hueste Salvaje o la Cacera Salvaje.19 En el texto deHerolt, Diana est representada como dirigente del ejrcito de al-mas muertas. Dicha evidencia comparativamente antigua pareceapoyar la hiptesis que propuse antes sobre la conexin entre estascreencias presabticas, ya registradas por el Canon episcopi, y elmundo de los muertos. 20 Habr quienes protesten porque miinterpretacin coincide,hasta ciertopunto, con la de los inquisidoreso predicadores tales como Johannes Herolt. Ellos no eran estudio-sos imparciales: estaban tratando, frecuentemente con xito, dehacer creer a la gente que lo que ellos pensaban era lo correcto.Esta continuidad entre la evidencia y la s primeras interpretacio-ne s implica que estamos atrapados de manera inevitable en lamaraa de categoras utilizadas por aquellos antroplogos remo-tos que eran los predicadores e inquisidores?En un nivel ms restringido, la pregunta anterior refleja laescptica objecin que record prrafos arriba, la crtica de la "fa-lacia referencial". En tanto las caractersticas de la evidencia conla que se trata son especficas de casos individuales, tales crticaspueden perder sus implicaciones epistemolgicas universales.Podemos probar nuestra interpretacin en un contexto comparati-vo ms amplio que el disponible para los inquisidores. Podemos,asimismo, aprovechar los invaluables casos en los que la falta decomunicacin en el nivel cultural entre los jueces y los acusadospermita, ms bien de forma paradjica, el surgimiento de undilogo real, en el sentido que le da Bakhtin: un choque de vocesen conflicto sin resolver. Anteriormente mencion el caso delbenandanti llamndolo "excepcional". No obstante, no es nico: laesplndida evidencia de las donne di fuori sicilianas ("mujeres de

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    fuera") que el folklorista dans Gustav Henningsen descubri hacealgunos aos en los archivos espaoles, demuestra que en laEuropa del siglo XVI haba otros ejemplos registrados de creenciastodava no alcanzadas por los estereotipos inquisitoriales.21 Encualquier caso, la ocurrencia de un fenmeno no puede ser tomadacomo ndice de su relevancia histrica. La lectura detallada de unnmero relativamente pequeo de textos relacionados con unacreencia probablemente circunscrita puede ser ms satisfactoriaque la acumulacin masiva de evidencia repetitiva. Para bien opara mal, los historiadores de sociedades antiguas no puedenproducir evidencia tangible, como s lo hacen los antroplogos y lohicieron los inquisidores. Sin embargo, tienen algo que aprender deambos sobre la interpretacin de esta evidencia.Este ensayo fue presentado en la conferencia "Faith, Law, and Dissent: The Inquisition in th e Early Modern World" ("Fe, Ley y disidencia: la Inquisicin a principios del Mundo Moderno"), NorthernIllinois University y Biblioteca New Berry, octubre de 1985. Unaversin un tanto diferente fue leda en la conferencia anual de laAsociacinAntropolgica Americana, Phoenix, noviembre de 1988,y en un evento intitulado "History, Event, Discourse" ("Historia,eventos, discurso) en la Universidad de California, Los Angeles, enenero de 1989.

    Notas1 Sobre un tema similar (pero desde un a perspectiva diferente) vase:

    R. Rosaldo, "From th e Door of His Tent: Th e Fieldworker and th e Inquisitor", Writing Culture: The Poetics and Politics of Ethnography, ed. J.Cliff ord y G. E. Marcus, Berkeley an d Los Angeles, 1986, pp. 77-97, el cualest sustentado en una comparacin entre el trabajo de Evans-Pritchardy el de Le Roy Ladurie.

    2 A. Del Col, "La Riforma cattolica nel Friuli vista da Paschini",Attidelconvegno di studio su Pio Paschini nel centenario della nascita, 1878-1978, n.p., n.d., pp. 123-140, especialmente p. 134.3 H. Trevor Roper, The European Witch-Craze of the Sixteenth andSeventeen th Centuries, Londres, 1969.4 A. Momigliano, "Linee per una valutazione della storiografia del

    quindicennio 1961-1976", Revista storica italiana, 89, 1977, pp . 596-608,especialmente p. 596.

    5 E. E. Evans-Pritchard, Witchcraft, Oraeles, and Magic among theAzande, Londres, 1937; A. Macfarlane, Witchcraft in Tudor and StuartEngland, Londres, 1970; K. Thomas, Religion and the Decline ofMagic,Londres, 1971.6 H. Geertz y K. Thomas, uAn Anthropology of Religion an d Magic",

    Joumal of Interdisciplinary History, 6,1975, pp. 71-109.7 R. Kieckhefer, European Witchcraft Trials, Londres, 1976, pp. 8,27 ss .BR. Jakobson, "Language in Operation", Mlanges Alexandre Koyr,L'aventure de L'esprit, Pars, 1964, p. 273.9M. Bakhtin, Problems ofDostoevsky's Poetics, AnnArbor, 1973. (Edi

    cin en espaol, Problemas de la potica de Dostoievski, Mxico, FCE,1986).

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    lO C. Ginzburg, TheNightBattles: WitchcraftandAgrarianCulta in theSixteenth and Seventeenth Centuries, Batimore, 1983.11 Vase, por ejemplo, G. E. Marcus y D. Cushman, "Etnographies asTexts",Annual ReviewofAnthropology, 11, 1982, pp. 23-69. Tambin losensayos de Geertz, Works and Lives: The Anthropologist as Author,Cambridge, 1988, (edicin en espaol, El antroplogo como autor,Paids,1989) son relevantes.12 C. Geertz, The Interpretation of Cultures, New York, 1973, p. 19.(Edicin en espaol, La interpretacin de las culturas, GEDISA, 1987).13 C. Ginzburg, v e e Possibilita" eplogo a N. Z. Davis, I l ritomo diMartin Guerre, Turn, 1984, pp. 131 ss.14 E. Verga, "In torno a du e inediti documenti di stregheria milanese delsecolo XIV, Rendiconti del R. Istituto lombardo di scienze e lettere, 32,1899, pp. 165 ss .16 Kieckhefer, European Witchcraft Trials, p. 22.16 Para la transcripcin, no siempre satisfactoria, de las dos sentencias

    milanesas, vase L. Murara, Lasignora delgioco, Miln, 1976,pp. 240-45.La aceptacin de que dominaLudi er a llamada "Herodiades" por la gentecomn (p. 148) parece mal fundamentada. Kieckhefer no hace comentarios sobre la identificacin que realiz el inquisidor de Madona Horientecon Diana-Herodiades.

    17 J. Herolt, Sermones de tempore, sermn 41. He examinado tambinlas siguientes ediciones: Nuremberg, 1480, 1481, 1496; Strasburgo, 1499,1503; Roven, 1513.

    18 Tomado de J. B. RusseU, Witchcraft in the Middle Ages, Ithaca. 1972,p.76.19 Vase, entre otros, A. Endter, DieSage vom wildenJagd, Frankforta. M., 1933 y K. Meisen, Die Sagen vom Wtenden Heerand Wilden figer,Mnster I. W., 1935.20 C. Ginzburg, "Prsomptions su r le sabbat", Annales, ESC, 39, 1984,pp. 341-54.21 G. Henningsen, Sicilien:Ett arkaisktmonsterrr sabbaten",(Sicilya:An Archaic Pattern of th e Sabbath), Hi:ixomas Europa, 1400-1700; Historiska och antropologiska studier, ed. B. Ankarloo y G. Henningsen,

    Lund, 1977, pp. 170-90. La versin en ingls de este volumen est enprensa: El enSayo fue originalmente presentado en un symposium sobreBrujera realizado en Estocolmo, septiembre de 1984.