auge el antropologo y el mundo global

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  • coleccinantropolgicas

    Dirigida por Alejandro Grimson

  • Traduccin de Ariel Dilon

  • EL ANTROPLOGO Y EL MUNDO GLOBAL

    marc aug

  • Aug, Marc El antroplogo y el mundo global. - 1 ed. - Buenos Aires : Siglo Veintiuno Editores, 2014.160 p. ; 21x14 cm. - (Antropolgicas // dirigida por Alejandro Grimson)

    Traducido por Ariel Dilon // ISBN 978-987-629-369-3

    1. Antropologa. I. Ariel Dilon, trad.CDD 306

    Cet ouvrage, publi dans le cadre du Programme daide la publication Victoria Ocampo, a bnfici du soutien de lInstitut franais dArgentine.

    Esta obra, publicada en el marco del Programa de ayuda a la publicacin Victoria Ocampo, cuenta con el apoyo del Institut franais dArgentine.

    Ttulo original: Lanthropologue et le monde global

    2013, Armand Colin Publisher 2014, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

    Diseo de cubierta: Juan Pablo Cambariere

    ISBN 978-987-629-369-3

    Impreso en Altuna Impresores // Doblas 1968, Buenos Airesen el mes de abril de 2014

    Hecho el depsito que marca la ley 11.723Impreso en Argentina // Made in Argentina

    grupo editorialsiglo veintiuno

    siglo xxi editores, mxico siglo xxi editores, argentinaCERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS GUATEMALA 4824, C 1425 BUP04310 MXICO, D.F. BUENOS A RES, ARGENTINAwww.sigloxxieditores.com.mx www.sigloxxieditores.com.ar

    salto de pgina biblioteca nueva anthroposALMAGRO 38 ALMAGRO 38 C/LEPANT 24128010 MADRID, ESPAA 28010 MADRID, ESPAA 08013 BARCELONA, ESPAAwww.saltodepagina.com www.bibliotecanueva.es www.anthropos-editorial.com

  • ndice

    Prefacio 9

    etnologa, antropologa 11Retrospectiva 13El enigma de la cultura y del primer trabajo de campo 25Las tres etnologas 31Encuentro(s) del antroplogo 37

    espacio 43Del paisaje cultural al paisaje sobremoderno 45Sedentarismo y movilidad 65

    el planeta en movimiento 81Migraciones 83La crisis, las crisis 91

    tiempo 97No lugar y tiempos muertos 99Rito y comienzo 111Arte y contemporaneidad 121Los derechos del hombre 135

    vocacin de la antropologa 147

  • Prefacio

    Tradicionalmente, el etnlogo estudiaba las relaciones sociales dentro de un grupo restringido teniendo en cuenta su contexto geogrfico, histrico, poltico-histrico. Hoy, en cambio, el contexto es siempre planetario. En cuanto a las relaciones, cambian de naturaleza y de modalidad con el de-sarrollo de las tecnologas de la comunicacin, que intervie-nen de modo simultneo en la redefinicin del contexto y de las relaciones que tienen lugar dentro de l. Esto pone en entredicho la distincin entre etnologa, como observacin localizada, y antropologa, como punto de vista ms general y comparativo. Toda etnologa, en nuestros das, es necesa-riamente antropologa. De la misma manera, la dimensin reflexiva de la observacin antropolgica, que siempre ha sido importante, se torna mucho ms evidente dado que, en ciertos aspectos, todos pertenecemos al mismo mundo y que el observador, quienquiera que sea, forma parte de aquellos a quienes observa y se convierte por eso mismo en su propio aborigen.

    Lo que el antroplogo, ms o menos de sarraigado y obli-gado a tomar distancia respecto de sus orgenes, haca or a los informantes de quienes obtena todo su saber, era que aquello que consideraban como natural (y evidente) era cul-tural (y problemtico). De ahora en ms, tiene la inmensa tarea de asumir esa misin crtica no slo en su propia socie-dad (este recorte ya no se sostiene), sino en el conjunto, an proteico, al que llamamos mundo global, del cual forma par-te junto con los otros. Nunca como hoy ha sido necesaria una

  • 10 el antroplogo y el mundo global

    mirada antropolgica de carcter crtico; nunca, adems, ese derecho a la mirada ha sido tan difcil de ejercer, a tal punto han cambiado los criterios sobre lo natural y lo evidente.

    Comenc a trabajar en frica inmediatamente despus de los procesos de independencia, es decir, en una poca en que la antropologa ms clsica produca obras mayores, y en Fran-cia se de sarrollaban grandes aventuras intelectuales, como el estructuralismo o los estudios dinamistas de los fenmenos de contacto. Por ende he sido testigo, en el transcurso de me-dio siglo, del pasaje de la colonizacin a la globalizacin.

    Para volver a interrogarme sin preconceptos sobre la de-finicin de la disciplina, y sobre los cambios fundamentales que han sobrevenido en el establecimiento y en la gestin de las relaciones sociales que la antropologa contina toman-do como objeto, me veo llevado a evocar, antes que nada, mi itinerario personal, no para ofrecerlo como ejemplo, sino porque comparto con los antroplogos de mi generacin una experiencia histrica de la que todos nosotros, hoy, nos ve-mos empujados a extraer las consecuencias. En ese contexto, hablar un poco de uno mismo es la nica manera de atenerse a lo concreto.

    Este es el libro de un antroplogo que se interroga sobre su disciplina y sobre el mundo en el que vive. Y que propo-ne, aqu, una lectura del mundo global, con la esperanza de capturar la atencin de aquellos que se preocupan por este mundo y se interesan por la antropologa.

  • etnologa, antropologa

  • Retrospectiva

    Por qu quera uno convertirse en antroplogo en los aos sesenta? Las motivaciones podan variar segn los individuos, pero en parte se superponan. Todas ellas tenan una dimensin poltica. El marxismo se encontraba en el co-razn de los debates intelectuales, ya fuese que se adhiriera a l, que se pretendiera enmendarlo o que se lo rechazara. Para los antroplogos constituy una primera lnea divisoria. Haba una segunda lnea que era, de manera ms banal, geo-grfica, pero tambin histrica: algunos de nosotros trabaj-bamos en estados antiguamente colonizados por Francia que acababan de independizarse; otros trabajaban en Amrica La-tina o en Oceana, fuera del dominio colonial francs.

    En ocasiones, estas dos lneas divisorias coincidan. Los africanistas confrontaban directa o indirectamente con las iniciativas de las autoridades locales, ms o menos sostenidas por la antigua potencia colonial. Algunos trabajaban en el marco de sociedades de de sarrollo privadas o de instituciones estatales que se atribuan oficialmente tareas de asistencia. Esos estudios aplicados se situaban fuera de toda perspecti-va nostlgica, incluso cuando pretendan poner en evidencia los resortes tradicionales de aquellos grupos cuyas oportuni-dades de de sarrollo intentaban apreciar. Otros trabajaban de una manera menos comprometida, a primera vista, con la actualidad del momento; pero, debido tanto a que las so-ciedades africanas eran de larga data sociedades polticas je-rarquizadas, aun cuando no tenan la forma institucional de reinos, como a que los vientos intelectuales de la poca y los

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    de la historia reciente empujaban a ello, se interesaban prio-ritariamente en las estrategias de poder, en los fenmenos de contacto, en los sincretismos religiosos y en las evoluciones estructurales de las poblaciones que estudiaban.

    A diferencia de la inmensa mayora de los etnlogos suda-mericanos, algunos americanistas franceses se de sinteresaron por estas cuestiones para privilegiar la observacin de grupos aislados, tomados como paradigma de las sociedades primiti-vas. Los temas del etnocidio y de la sociedad contra el Estado comparten un rechazo hacia la cultura occidental, en la me-dida en que esta sera esencialmente negadora de las dife-rencias y estara polticamente marcada por una referencia dominante al Estado.

    No es mi propsito reabrir aqu viejos debates, sino subra-yar que, por muy diferentes y opuestos que fuesen, los etn-logos de mi generacin, marxistas o de vuelta del marxismo, tenan el sentimiento de que, por sus preocupaciones y por sus trabajos, participaban en una actualidad ms amplia si-multneamente en un plano estrictamente intelectual vali-dando, adaptando o invalidando la teora marxista y en un plano prctico pronuncindose sobre las condiciones del de sarrollo econmico o sobre la defensa de las sociedades en vas de de saparicin. Todos estbamos, en ese sentido, com-prometidos. Y lo que tenan de notable y en cierta medida de paradjico esas formas variadas y a veces opuestas de compro-miso era el hecho de que se afirmaban en un ambiente inte-lectual donde paralelamente se expresaba la conviccin de que las ciencias sociales eran ciencias de pleno derecho tanto como lo eran las ciencias naturales, y que podan aspirar a la misma objetividad.

    Yo era ni ms ni menos que el producto de un medio y de una poca, cuando de sembarqu en la ribera alladian, en Cos-ta de Marfil, en 1965. Me consagr con determinacin, pero no sin timidez, al estudio monogrfico de un pueblo situado entre mar y laguna, a un centenar de kilmetros de Abiyn, y en el curso de los meses siguientes me vi llevado a establecer

  • retrospectiva 15

    un cierto nmero de constataciones cuya importancia apre-ci progresivamente y sobre las cuales, todava hoy, me parece til reflexionar. El primer trabajo de campo, aquel sobre el cual no dejamos de retornar, parece siempre portador de lec-ciones, sin duda porque corresponde a la experiencia inicial de un encuentro con los otros que no se presentar nunca ms con la misma fuerza. La primera constatacin fue la de la resistencia de ese campo, no en el sentido de que me haya topado con rechazos, evasivas o silencios, sino en el sentido de que fueron mis interlocutores quienes, a pesar de mis re-ferencias librescas o tericas, me impusieron sus temas y a travs de sus respuestas hicieron evolucionar mis preguntas. La segunda constatacin, a la inversa, me mostr la calidad de mis grandes predecesores, cuyos anlisis demostraron ser muy esclarecedores a la hora de captar ciertos aspectos de una realidad emprica particular y local que sin embargo no haban estudiado directamente: su antropologa serva al et-nlogo que yo intentaba ser, y su alcance general se me apare-ci como incontestable. La tercera constatacin, igualmente alentadora para la disciplina, concerna a su capacidad de ha-cer visible, tras las apariencias de la regla oficial y a travs de ella, el juego real de las relaciones sociales.

    Estas tres constataciones merecen que uno se demore en ellas, pues su alcance sobrepasa, evidentemente, el caso par-ticular del estudio que yo realizaba por ese entonces. Puede que estn en la base de la pregunta que nos planteamos so-bre la utilidad de la antropologa y sobre su rol posible en la actualidad.

    El etnlogo comparte o debera compartir con el psicoa-nalista la prctica de la atencin flotante. Nada es o debe-ra ser ms ajeno a su prctica que el cuestionario. Cuando comienza a tener una idea de las preguntas que podra for-mular, significa que est ya muy avanzado. Su primera preo-cupacin, al de sembarcar en alguna parte, es la de explicar e intentar justificar su presencia. Esta, en efecto, no tiene nada de obvio. El etnlogo es un poco como un detective que se

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    presentara por casualidad en un lugar cualquiera, antes de que se haya cometido all crimen alguno; lejos, por lo dems, de querer prevenir o impedir lo que fuere, l espera, libreta en mano, que algo suceda. Su presencia a los ojos de los otros es un misterio o incluso una amenaza: es sospechoso, se lo presume un agente de las autoridades coloniales, nacionales, gubernamentales o patronales, segn el contexto. Si se atre-viera a decir claramente lo que tiene intenciones de hacer (investigar sobre los lazos de filiacin, sobre las reglas de resi-dencia, sobre las relaciones entre los unos y los otros, o, ms sinceramente, esperar y ver venir), no hara ms que agravar su caso. Entonces miente.

    Miente cindose lo ms posible a la verdad. En frica, la mencin de la historia era la aproximacin ms cmoda, pues entraba en consonancia con las preocupaciones y rela-tos de los ms ancianos o de los ms instruidos. En la zona de la laguna, donde yo trabajaba, ningn grupo se procla-maba autctono; la historia de las migraciones antiguas era evocada frecuentemente y con facilidad, as como la historia ms reciente que haba hecho la fortuna, en el siglo XIX, de los grandes traficantes, jefes de linaje especializados en el co-mercio del aceite de palma. Decir que uno estudiaba la histo-ria no era mentir, realmente; la historia era un componente esencial de la investigacin, pero esta no se reduca a ello. Evocar la historia permita abordar las relaciones entre los diferentes linajes y precisar muchsimas cosas sobre las rela-ciones de filiacin, la alianza matrimonial y las clases etarias; en una palabra, hacer etnologa.

    Pero, en primer lugar, eso permita hacerse aceptar: poder mirar y escuchar. En esa poca, yo me aplicaba ms bien a identificar modos de produccin susceptibles de combinarse en una formacin social; por otra parte, la conceptualizacin de Althusser se aplicaba con bastante facilidad a la realidad del grupo alladian, en el que visiblemente existan de sigualdades de toda clase y lugares diferentes en las actividades econmi-cas. Pero mis interlocutores me impusieron muy pronto otro

  • retrospectiva 17

    lenguaje y un desvo por aquello que yo insista en llamar las superestructuras. Lo que los apasionaba (y que adems es-taba lejos de corresponder exclusivamente a consideraciones sobre los conflictos de inters) era la enfermedad y la muerte. A decir verdad, todo acontecimiento tena una causa y toda causa era en definitiva social, humana. Pronto me tomaron como testigo de los incidentes, de las interpretaciones y de las acusaciones, lo que me empuj a tratar de comprender la l-gica de los razonamientos y la grilla simblica (concepciones del cuerpo, de sus estados de nimo y de las influencias de las que son portador, relaciones de filiacin y de alianza) que constituan su fundamento intelectual. Tres tipos de aconte-cimientos, a partir de ello, se volvieron prioritarios: los co-mentarios y las acusaciones que seguan a todo acontecimien-to desdichado, especialmente la muerte; los funerales, que a menudo tenan lugar mucho tiempo despus de la muerte, y siempre como mnimo algunos meses ms tarde, en el curso de los cuales se volva a actuar, en el sentido teatral del tr-mino, el guin al que haba conducido la investigacin post mrtem; y con frecuencia tambin el recurso a un profeta cu-rador, para que, tomando el lugar de la prctica de la ordala, se pronunciara sobre la culpabilidad de aquellos o aquellas que estaban acusados.

    Eran mis interlocutores los que me adiestraban sobre mi campo de estudio, y no a la inversa, porque tuve la sabidura de comprender que estaba all en primer lugar para seguir el movimiento, para ver y or. Dicho esto, muy pronto me en-contr en un terreno relativamente familiar. En antropologa terica, la perspectiva estructuralista se opona entonces a la de la tradicin britnica de Radcliffe-Brown, y luego Meyer Fortes, que haca del linaje, en tanto que corporate group, el centro de todo el anlisis social: todos aquellos que no se ins-criban directamente en la filiacin del linaje correspondan a la filiacin complementaria. Para Lvi-Strauss, Leach y Needham, por el contrario, los lazos de afinidad (de alianza) eran esenciales, y era a partir de las reglas de la alianza matri-

  • 18 el antroplogo y el mundo global

    monial como se definan los grupos de filiacin. Haba ciertas diferencias, por lo dems, entre Lvi-Strauss y sus colegas bri-tnicos, en cuanto a la naturaleza de las influencias ejercidas a travs de los diversos tipos de relaciones as definidos. A pesar de los problemas de traduccin que complicaban las cosas, pronto comprend que los alladian que yo intentaba es-tudiar eran virtuosos de la filiacin y de la alianza, y que, por esta misma razn, a su manera haban arbitrado las querellas de los etnlogos.

    Se me disculpar que me demore unos instantes sobre al-gunos detalles etnogrficos: en efecto, me parece que sirven de ejemplo, lo repito, tanto de la pertinencia emprica de los debates tericos de la antropologa como de su capacidad para develar los juegos de poder que se expresan y a la vez se esconden detrs del lenguaje del parentesco. Los alladian eran matrilineales y hablaban constantemente de los matrili-najes. Cuando se hablaba de los paternos de un individuo, para oponerlos a sus maternos, es decir a su matrilinaje, lo que se de signaba con este trmino era el parentesco ma-terno de su padre, vale decir su matrilinaje paterno. Parti-cularmente, era a travs de los canales de la filiacin uterina como, segn la versin ms extendida, se ejercan los poderes de agresin contenidos en (o identificados con) uno de los componentes de la persona: la relacin potencialmente ms tensa y ms agresiva era la que exista entre el to materno y el sobrino uterino. En oposicin a esta hostilidad virtual (ac-tualizada de cuando en cuando por fenmenos que la lengua francesa rene de manera aproximativa bajo el trmino bru-jera), la relacin entre el padre y el hijo se presentaba como distendida, y se esperaba de los aliados de un individuo (el linaje matriarcal de su padre) que le prestasen su fuerza si era acusado por alguien de su propio matrilinaje. No obstante, si un padre se vea llevado a maldecir a su hijo por la razn que fuese, el hijo, me aseguraron, no poda escapar a la muerte, pues esa maldicin, rara y extraordinariamente grave, era en cierto modo el instrumento de una forma de justicia inma-

  • retrospectiva 19

    nente. Una tercera dimensin, la patrilnea (padre, padre del padre, padre del padre del padre), por ende fuera de li-naje, tambin desempeaba su papel en la transmisin y la circulacin de las influencias y los poderes: el nombre, es-pecialmente, se transmita a lo largo de esta lnea y el hijo mayor del hijo mayor llevaba obligatoriamente el nombre de su abuelo paterno.

    Hay que aadir que, si la residencia era patri-virilocal (en-tindase que un hombre resida en la casa de su padre, y que la mujer que desposaba iba a unrsele all a partir del naci-miento del primer o del segundo hijo), el asiento del ma-trilinaje (a veces se traduca por trono para subrayar que ese asiento simbolizaba un poder fuerte) no se mova jams: cuando su detentor mora, su sucesor en el matrilinaje lo he-redaba y dejaba el coto de su propio padre para ir a asentarse all. En el lenguaje de la etnologa, se de signa como armni-cos a aquellos sistemas en los cuales hay una corresponden-cia entre reglas de filiacin y reglas de residencia (filiacin agntica y residencia patrilocal o filiacin uterina y residen-cia avunculocal), y como inarmnicos a aquellos donde un tipo de filiacin se combina con un tipo de residencia que no le corresponde (filiacin uterina y residencia patrilocal, por ejemplo). El sistema alladian, por lo tanto, no podra ubicarse claramente en ninguna de las dos categoras. Era ms bien hemi-armnico. Las relaciones entre afines (maternos del padre e hijos del padre) jugaban en l un papel tan estructu-rante como las relaciones de linaje. La pertinencia de los an-lisis y distinciones propuestos por mis ilustres predecesores segua siendo muy manifiesta a mis ojos, en el sentido de que no habra desconcertado (salvo por cuestiones de vocabula-rio) a los ms doctos exgetas locales de la vida social.

    Pero los exgetas siempre pueden verse tentados a adap-tar sus respuestas a la forma de las preguntas y finalmente a presentar una teora de conjunto que jams se les habra ocu-rrido sin estas; convena, pues, observar lo ms atentamente posible los procedimientos concretos de pesquisa. Pero estos

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    ponan en juego y en cuestin a individuos o a grupos de in-tereses a menudo opuestos; se emparentaban con una prueba de fuerza, dado que la palabra de unos no tena, a priori, el mismo peso que la de otros, aun si todos deban dar cuenta de hechos objetivos como la enfermedad y la muerte; por ejem-plo, si uno de los individuos implicados en un asunto llegaba a morir en el curso de la pesquisa, su muerte tena valor de indicador para explicar la primera. En conjunto, no obstante, las relaciones de fuerza del inicio pesaban muchas veces de manera decisiva sobre el de sarrollo de la pesquisa, el estable-cimiento del diagnstico y el contenido del veredicto (en esta materia, cuando se procura dar cuenta del detalle de las in-trigas en curso, lenguaje mdico, lenguaje policial y lenguaje judicial se mezclan estrechamente). A priori, todas las pistas eran posibles: agresin en el matrilinaje, maldicin paterna o bien (dado que las sociedades de brujos eran concebidas, sobre el modelo de las clases etarias, como asociaciones de camaradas solidarios susceptibles de intercambiar sus crme-nes) agresin por alguien que no pertenece a la filiacin ni a la alianza, e incluso (el caso no era infrecuente) responsabi-lidad de la vctima misma, identificada como un agresor que se top con alguien ms fuerte que l. La teora no dejaba de ser terica, en la medida en que autorizaba a priori las inter-pretaciones ms diversas y proporcionaba a quienes estaban mejor situados para imponer su punto de vista, para empezar, un lenguaje y argumentos: su verdad era de orden sintctico ms que semntico.

    Pero la atencin prestada por los etnlogos y por los je-fes de linaje a las sutilezas de las relaciones entre filiacin y alianza se revel, con el tiempo, portadora de otras ensean-zas an ms espectaculares. Se habr comprendido que, si nos atuviramos a la teora de las relaciones entre filiacin, alianza y residencia, deberamos encontrar en cada unidad territorial de la aldea (de signada en la traduccin francesa local con el trmino cour [corte, patio, pero en este caso, ms adecuadamente, coto]) a representantes de diversos

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    matrilinajes, cada uno viviendo en la casa de su padre o del heredero de su padre. Sin embargo, en la inmensa mayora de los casos, casi todos los habitantes de un mismo coto de-can pertenecer al mismo matrilinaje que el jefe del coto. Las genealogas que era posible remontar con bastante facilidad hasta tres o cuatro generaciones atrs aportaban una respues-ta clara a esta paradoja. Los ricos comerciantes de la costa, que se haban beneficiado a fines del siglo XIX con una acre-centada demanda de aceite de palma, haban provisto dotes a ciertas mujeres del norte, originarias de etnias patrilineales, y sobre todo comprado una gran cantidad de mujeres esclavas: los hijos nacidos de esas uniones pertenecan al matrilinaje de su padre y se integraban a l con un estatuto particular. Cortar las relaciones de alianza (se celebraba una ceremonia muy explcita, en este sentido, cada vez que se adquira un esclavo o esclava) equivala a procurarse un medio para au-nar frente a sus descendientes los poderes del padre y los del to materno. Las uniones entre hombres y mujeres esclavas, por su parte, producan hijos que estaban en la mano de su adquirente, quien acumulaba frente a ellos los poderes del padre y del to materno. En los mayores linajes alladian se ha-ba puesto cuidado en conservar una lnea directa o pura, de entre la cual se de signaba siempre al jefe de linaje, pero la gran mayora de los alladian eran mestizos, y se haca una dis-tincin, como con los franceses a los que hoy se de signa como descendientes de la diversidad, entre orgenes ms o menos recientes: primera, segunda, tercera generacin

    El sistema real de relaciones de filiacin y de alianza estaba muy lejos, por lo tanto, de lo que en apariencia implicaba la teora, pero esta proporcionaba un lenguaje y una lgica a las jerarquas efectivas. Y era la perspectiva etnogrfica la que permita sacar a la luz los mecanismos de una dominacin tanto ms eficaz cuanto se ejerca sin revolucin, ni de las palabras ni de la sintaxis. La necesidad de mano de obra an-tao para la fabricacin y el transporte de sal marina hacia el norte, ms recientemente para el transporte de barriles de

  • 22 el antroplogo y el mundo global

    aceite a travs de la laguna bri hasta la costa y los barcos eu-ropeos haba aumentado, pero las ganancias del comercio daban una ventaja decisiva a los grupos del sur y les permitan adquirir trabajadores esclavos y esclavas reproductoras. En las etnias vecinas, como los adioukrou, se haban construido aldeas de esclavos destinados a servir como fuerza de traba-jo. El gran etnlogo marfileo Harris Memel-Fot1 demostr que las sociedades costeras de frica eran sistemas esclavistas: desde este punto de vista, la trata transatlntica no fue sino la prolongacin de un sistema preexistente.

    La antropologa proporciona, como vemos, un instrumen-to de anlisis crtico de la sociedad que permite, ms all de las palabras y los prejuicios de toda clase, captar mejor el funcionamiento real de las relaciones sociales. Un poco ms tarde descubr en Togo, al estudiar el funcionamiento de los conventos consagrados al culto de ciertos dioses o vuds, ejemplos de esta capacidad de elucidacin. En los conventos, los pensionistas, sirvientes del vud, pasaban varios aos a su servicio; en los aos setenta, la duracin de la estada haba disminuido, pero segua siendo de algunos aos. El sistema de parentesco de las poblaciones guin o mina era patrilineal y patrilocal y cada jefe de linaje era responsable del culto de ciertos vuds. Una vez ms la religin funcionaba antes que nada como un vasto sistema de interpretacin del aconteci-miento, especialmente de acontecimientos como la enferme-dad o la muerte. Por lo dems, los sacerdotes, jefes de linaje o parientes de este, eran los maestros de la interpretacin, y el primer acontecimiento susceptible de ser interpretado era la posesin misma, la primera posesin, concebida como el lla-mado de un vud a servirlo. En ausencia del elegido, el jefe del patrilinaje poda interpretar otras manifestaciones como el equivalente a dicho llamado. As veamos a veces a una mu-

    1 Lesclavage dans les socits lignagres de la fort ivroirienne, XVIIe-XXe sicle, IRD, 2007.

  • retrospectiva 23

    jer del linaje casada con un hombre de otro linaje y que se haba trasladado a Lom, la capital, para vivir y trabajar all ser llamada a la aldea y al convento de la aldea por un vud del linaje. Se supona que la negativa a obedecer ese llamado acarreaba consecuencias temibles. En este contexto, es la ar-ticulacin del sistema religioso (vud, conventos) y del siste-ma de linajes (patrilinaje, patrilocalidad) la que consagra la preeminencia de la filiacin sobre la alianza y de los hombres sobre las mujeres.

    La primera utilidad que puede reivindicar el antroplogo reside por lo tanto en la exactitud con la que consigue dar cuenta de la organizacin simblica de un conjunto social; a veces se da el nombre de culturas a esas organizaciones, pero una cultura as entendida nunca es un simple conjun-to de representaciones; es ms bien una teora social cuyas diversas facetas pueden producir, al combinarse, una ideo-loga del poder susceptible de evolucin y eventualmente de manipulacin. Esa ideologa representa y funciona a la vez; ordena, en el doble sentido del trmino; teora de la natura-leza, cdigo civil y modo de empleo, todo al mismo tiempo, podra definirse como aquello que yo he llamado una ideo-lgica. Frente a toda cultura, la mirada antropolgica se pretende crtica. El antroplogo oye lo que se le dice, pero reclama ver. El antroplogo (el antroplogo tal como yo lo siento) no es ningn tonto: no sospecha de nadie en particu-lar, pero sabe por experiencia que no hay sociedad sin poder, ni texto divino, ni regla social igualitaria. En este sentido, su mirada es subversiva por naturaleza y su primera tarea en el terreno es ensear progresivamente a sus informantes, por su mera presencia pero tambin a travs de las observaciones que hace y de las preguntas que les formula, que aquello que hasta su llegada ellos consideraban natural es en realidad cul-tural y, en tanto tal, arbitrario. Por otra parte, a l se le inflige el mismo tratamiento y a su vez se lo interroga: Y all de don-de vienes, cmo es?. Lo que lo retiene, sin embargo, no es la diferencia relativa de las culturas, as postulada, sino ms

  • 24 el antroplogo y el mundo global

    bien la base comn de las diversas representaciones que ellas ponen en operacin.

    Porque la teora social nunca nace de la nada: cualquiera sea el grupo humano en el que se la pueda captar, siempre es fruto de la observacin y de la especulacin intelectual. Ms exactamente, corresponde al mismo tiempo a la dimensin arbitraria de lo simblico, relevada por Lvi-Strauss (A par-tir de la aparicin del lenguaje fue necesario que el universo significara), y a una observacin consciente y construida de la realidad. De all la siguiente paradoja: por muy diversas y diferentes que sean, las culturas tienen siempre, a ojos del etnlogo que las observa o que adquiere conocimientos sobre ellas a travs de las obras de sus colegas, un cierto aire familiar que permite cotejarlas y compararlas. Y en esa medida surge la posibilidad no solamente de una antropologa comparativa sino tambin de una antropologa especulativa. Entendiendo por ello que, en la medida en que los sistemas locales se inte-rrogan sobre los grandes temas problemticos de la humani-dad (la vida y la muerte, el nacimiento y la herencia, las rela-ciones hombres/mujeres), estos interesan a toda reflexin filosfica, independientemente del carcter social marcado por las respuestas aportadas por los mismos a las preguntas que plantean.

  • El enigma de la cultura y del primer trabajo de campo

    En efecto, las poblaciones estudiadas por los etn-logos se han planteado preguntas elementales, pero el etn-logo se ve obligado a inferirlas a partir de las respuestas que han dado a esas preguntas. Los mitos, las prescripciones ri-tuales, las estructuras de parentesco o las reglas de la alianza matrimonial no conocen la forma interrogativa. Ciertamen-te no son objeto de un discurso total y acabado, sino que, utilizados en determinado momento y situacin, siempre son entendidos como normativos y prescriptivos. Sin em-bargo, conversando con unos u otros, el etnlogo recopila, en la ocasin, comentarios personales que son antes bien especulaciones o variaciones individuales y no fragmentos de una doctrina colectiva inmutable; las declaraciones que registra estn a medio camino entre la exgesis oficial y el comentario personal. Si uno se detiene a pensar, admitir que es muy normal que hombres de una cierta edad, reuni-dos alrededor de un cuenco de vino de palma, disfruten de conversar sobre la vida y la muerte, la historia colectiva, las relaciones entre hombres y mujeres, la juventud y la vejez, la fatalidad y el azar y toda clase de temas generales que inte-resan a todos; la presencia de un interlocutor como el etn-logo, venido de otra parte y aparentemente interesado por este tipo de conversaciones, ofrece desde este punto de vista una oportunidad excepcional y estimula no slo el espritu especulativo, sino tambin la reflexin sobre la naturaleza y el sentido de lo que se vive habitualmente sin pensar dema-siado en ello. En este sentido, la etnologa puede emparen-

  • 26 el antroplogo y el mundo global

    tarse a veces con una suerte de etno-anlisis, tanto para aquellos que constituyen el objeto de la interrogacin etno-lgica como para aquel o aquella que formula las preguntas.

    Quienes constituyen el objeto de la interrogacin tienen alguna chance de recuperar as el carcter originalmente problemtico de los asertos que se ven invitados a analizar. As, por ejemplo, me comentaron la nocin de herencia ha-cindome notar que si el hijo se pareca al padre, era porque el esperma y la sangre eran de la misma condicin y porque la mujer no era ms que un lugar de trnsito, neutro, una piragua, que nada transmita por s misma; pero esta ltima afirmacin, que uno no habra escuchado en otros grupos tnicos o tal vez ni siquiera de otros informantes, tropeza-ba con objeciones sobre las cuales retornbamos juntos: por ejemplo, por qu una mujer puede ocupar interinamente el lugar de un jefe de linaje en caso de necesidad, pero a condicin de ser menopusica? O bien: por qu con ms frecuencia se atribuye el poder malfico particularmente a las mujeres? Fue a partir de preguntas de esta especie como algunos antroplogos, y en primer lugar Franoise Hritier, pusieron en evidencia el juego de invariantes materiales, como lo caliente y lo fro o lo seco y lo hmedo, que gobier-na en ltima instancia las prescripciones y las prohibicio-nes de diversa naturaleza. A la luz de tales constataciones es posible concebir la hiptesis de que las teoras fsicas sub-yacentes a la filosofa de Aristteles tienen su fundamento en ideologas populares y construcciones simblicas elucu-bradas a partir de observaciones empricas y razonadas. El tema de la relacin y de la identidad est en el corazn de esas elaboraciones. Pero resurgen hoy al amparo de las in-novaciones autorizadas por la inventiva tecnolgica, como el recurso a los vientres de alquiler, la clonacin o los trasplan-tes de rganos, innovaciones todas que tienen equivalentes en la imaginacin y en las representaciones inmanentes de los linajes africanos. As, se aconseja a las mujeres embara-zadas no ir a lavarse por la noche en una ducha para evitar

  • el enigma de la cultura y del primer trabajo de campo 27

    que un brujo sustituya al feto que llevan en su vientre, y se considera que ciertos hombres fuertes son capaces de transferir sus poderes a aquellos a quienes quieren proteger recurriendo a lo que podra llamarse, en un lenguaje que no es el suyo, un trasplante de alma.

    El inters del vncu lo, as percibido, entre lgica simbli-ca y observacin emprica por una parte, y entre represen-taciones culturales y reflexin filosfica por otra, es ml-tiple. En primer lugar, permite entrever la naturaleza del razonamiento que subyace, a menudo inconscientemente pero a veces de manera bastante explcita (la discusin hace aparecer los encadenamientos lgicos subyacentes), a la aparente arbitrariedad de ciertas reglas o de ciertas pro-hibiciones. A qu se debe, por ejemplo, la prohibicin de hacer el amor en la sabana? En su origen no se trata ni de pudor, ni de la consideracin moral que sea, sino de algo mecnico: se considera que el esperma del hombre es ca-liente; la tierra misma es caliente: ergo, la eventual acumu-lacin de calor por un contacto entre el esperma y el suelo podra acarrear una sequa. Se entiende que, en caso de sequa, el diagnstico podr culpar de ello a una transgre-sin de esta prohibicin. En segundo lugar, tambin per-mite explicar ciertos comportamientos o ciertos prejuicios imputables a la sabidura popular, como, en nuestros pa-ses, la recomendacin que se les da a las mujeres que estn menstruando de no batir una mayonesa. La lgica de los humores del cuerpo, en esas declinaciones variables pero siempre homlogas, no conoce fronteras. En tercer lugar, y en un sentido mucho ms amplio, nos confronta con los orgenes empricos de la reflexin filosfica. Evidentemen-te no me coloco aqu en una perspectiva evolucionista, que encontrara en sociedades que no son la nuestra unas for-mas elementales de filosofa llamadas a de sarrollarse y a complejizarse en el proceso de su individualizacin. Ms bien aludo a algo como una base, un sustrato al cual nos ve-mos obligados a regresar cuando la actualidad, en especial

  • 28 el antroplogo y el mundo global

    la tecnolgica, nos lo impone. Una vez ms, los aportes de Franoise Hritier son determinantes.

    Paulin Hountondji haba criticado, en su poca, la no-cin de filosofa bant propuesta por el padre Tempels. No existe una filosofa colectiva, ni una etnofilosofa, observaba en lo esencial y con toda razn. Siempre ha existido una tendencia, en el pensamiento occidental, a querer comparar lo incomparable (entindase por ello fe-nmenos de naturalezas diferentes) para asegurarse una victoria demasiado fcil, justificar una pretendida superio-ridad y eventualmente recuperar tradiciones locales, rein-terpretndolas. Una representacin del mundo no es un tratado filosfico firmado y reivindicado, sino que reposa sobre una serie de observaciones empricas y de puestas en relacin coherentes que, recapituladas por un obser-vador externo, tal vez aparenten formar parte de un siste-ma, mientras que en la vida cotidiana slo se las evoca en ocasin de acontecimientos puntuales y su sistematicidad no es sino virtual. Aadamos que este observador externo puede ser tanto el etnlogo que inquiere como el infor-mante invitado as a producir un discurso ordenado. Sin embargo, la base de informaciones acumuladas desde hace largo tiempo no deja de estar all, en una memoria colectiva cuyo capital algunos saben gestionar, mantener y reproducir mejor que otros.

    As, la nocin de cultura es muy difcil de definir y de dominar. Inseparable de las reglas sociales que ella misma instaura, puede tambin ser considerada, sin embargo y des-de otro punto de vista, como un conjunto de proposiciones y de representaciones comparables con otras. Evoco una vez ms la paradoja fundante de todo comparatismo, pero tam-bin de toda reflexin humanista (entindase por ello toda reflexin sobre el hombre singular en su relacin con los otros): un etnlogo jams se sorprender realmente, est donde est o lea lo que lea, ante aquello que aprenda o crea comprender de otra cultura. Por muy extrao o eventual-

  • el enigma de la cultura y del primer trabajo de campo 29

    mente poco amable que le parezca tal o cual rasgo cultural, siempre deducir de l la conclusin de un razonamiento que pone en juego los grandes parmetros antropolgicos, y de este modo podr remontarse a las preguntas no formu-ladas que slo le ser posible aprehender a travs de las res-puestas dogmticas y prescriptivas de esa cultura.

  • Las tres etnologas

    Aqu retomo una distincin, propuesta en La vida en doble, entre etnologa de estada, etnologa de recorrido y et-nologa de encuentro.

    frica, ms precisamente el pas alladian en Costa de Marfil, fue mi primer trabajo de campo, aquel de la lenta impregna-cin que corresponde a lo que llamo etnologa de estada. En Togo, en el pas mina, observ ms tarde instituciones que ha-ban de saparecido en el sur marfileo (el panten politesta y sus cultos, los fenmenos de posesin esencialmente). Es la utilidad de una etnologa de recorrido (que luego prosegu merced a algunos viajes por Amrica Latina y, desde luego, nu-merosas lecturas que, como todos mis colegas, hice para en-riquecer mi cultura antropolgica): ella permite comparar y profundizar en las diversas dimensiones del ordenamiento del mundo que todas las sociedades postulan. Ampla la etnolo-ga y la antropologa. Ahora bien, con modalidades diferentes, no dejamos de encontrar un equivalente de estas dimensiones dondequiera que nos hallemos y en cualquier poca. En mi caso, fue frica el lugar donde tuve la ocasin excepcional de interrogarme largamente al respecto, y no es sorprendente que saltaran a la vista, para m, tan pronto como llegu a otros lugares. Una vez ms, las culturas se parecen por las preguntas que plantean, no por las respuestas que brindan, aun si concre-tamente no nos vemos confrontados sino con las respuestas. El trasfondo de esas preguntas eran las relaciones espacio/iden-tidad, identidad/alteridad, tiempo/identidad, vida/muerte y tambin la pregunta sobre el poder de los unos sobre los otros.

  • 32 el antroplogo y el mundo global

    Se podra hablar de un giro en mis actividades de investiga-cin a partir de mediados de los aos ochenta; un giro que no equivale a una ruptura, sino ms bien a una prctica ms fre-cuente de la etnologa de encuentro, es decir de una obser-vacin atenta de los componentes antropolgicos de fenme-nos sociales encontrados en el curso de la existencia, sin que ese encuentro haya sido necesariamente buscado o progra-mado. Despus de 1985, segu trabajando en frica (especial-mente realizando, con Jean-Paul Colleyn, pelculas sobre los antiguos campos de estudio), pero el ejercicio de escritura de Travesa por los jardines de Luxemburgo es, de hecho, algo nuevo. No es un ejercicio de etnologa sino una reflexin so-bre la subjetividad de un etnlogo que, en el curso de una jornada particular, se interroga sobre el tiempo, el pasado, la enfermedad y la felicidad: una ficcin literaria que sugiere a la vez que el objeto de la etnologa no es extico y que la persona del etnlogo est comprometida en su investigacin. La ambigedad de esta experiencia reside en el hecho de que la realic cambiando de terreno emprico: podra pensarse, por lo tanto, que la reflexin sobre la subjetividad est ligada necesariamente a este desplazamiento. Cosa que yo no creo, incluso si es verdad que cuanto ms visiblemente el etnlogo forma parte de su objeto de observacin, ms evidente parece esa clase de reflexin.

    El giro, si es que lo hubo, me condujo a practicar, sin emplear inmediatamente esta definicin, lo que hoy llamo etnologa de encuentro: es decir, una observacin inspirada por el mtodo, la temtica y el objeto terico de la antropolo-ga (las relaciones sociales en un medio dado, captado en su contexto), pero libre de las constricciones de la etnologa de estada. De manera que no se trata plenamente de una etno-loga: cuando escrib Un etnlogo en el metro, no pretend hacer una etnologa del subterrneo. Esta sera posible, a condicin de delimitar un objeto emprico preciso en trminos de espa-cio y de tiempo, y de no extender sino con extrema prudencia aquello que se aprenda al hacerlo. Por mi parte, simplemen-

  • las tres etnologas 33

    te intent observar, en el subterrneo, ciertos hechos, ciertos detalles que tenan, a mi modo de ver, un alcance antropol-gico, y de analizar simultneamente mi posicin como obser-vador observado: por una vez, poda explorar directamente la subjetividad de individuos involucrados en un fenmeno colectivo

    He hablado una o dos veces de etno-anlisis, pero lo que yo entenda por eso no era una disciplina, por la simple razn de que no existe como tal. Un poco en broma, pensa-ba que, sobre la base de las cuatro dimensiones privilegiadas por la etnologa (la filiacin, la alianza, la residencia y la ge-neracin), y a condicin de entender estas dimensiones en sentido muy amplio, uno podra interesarse en los individuos y ya no en los grupos para ordenar y analizar las declaraciones que cada quien realiza sobre s mismo, eventualmente para liberarse, aliviarse o ubicarse con relacin al propio pasado. Tericamente hay, en el etnlogo, una capacidad de escu-cha que a veces lo confronta con declaraciones que quiz no tiene los medios intelectuales para interpretar. Por su posi-cin, se sita en el cruce de la simbologa social y del ima-ginario individual. l debe reconocerlo, tenerlo en cuenta y saber detenerse ante aquello que se esboza o se perfila en el horizonte de su encuesta: esta no llega realmente a un resul-tado a menos que el etnlogo logre contornear sus zonas de vaco, sus lneas de fuga y las huellas de su inconclusin. La etnopsiquiatra, me parece, ha producido sus trabajos fascinan-tes (pienso de manera ms particular en Georges Devereaux) cuando se ha mantenido del lado de la observacin. Quienes dieron un paso ms y se tomaron por los sanadores de quie-nes se supona deban estudiar, sucumbieron a la tentacin del charlatanismo.

    Para precisar las cosas, yo aadira tres observaciones. La primera es que hoy asistimos, con el auge de las tecnologas de la comunicacin, a una sobreabundancia de exposicio-nes, incluso de exhibiciones de nosotros mismos, de distinto tipo; se crea as un nuevo modo de relaciones por inter-

  • 34 el antroplogo y el mundo global

    psita pantalla que complica simultneamente la cuestin de la relacin consigo mismo y la de la relacin con el otro. Esta doble y problemtica aparicin constituye un nuevo ob-jeto de investigacin de esencia antropolgica. La segunda observacin es que una encuesta verdaderamente etnol-gicas a este respecto no puede reducirse a una etnologa de la web; se impone aqu la reutilizacin de la nocin de hecho social total; hay que redefinir la nocin de contex-to. La tercera observacin es que hay que cuidarse mucho de no confundir los gneros, de no confundir los estudios que corresponden a la necesaria etnologa de estada con las apreciaciones a la vez ms parciales y ms generales de la etnologa de encuentro; esta puede formular hiptesis, pro-poner intuiciones, pero slo a travs de estadas de trabajo de campo, y de comparaciones que correspondan a la etno-loga de recorrido, podr eventualmente validarlas. La et-nologa de encuentro no puede ser practicada por s misma sino despus de una larga prctica de las otras, y teniendo sistemticamente en cuenta grandes parmetros antropol-gicos. Sin ello, no se trata ms que de encuestas documenta-les o periodsticas que pueden ser de gran calidad, pero no pertenecen al mbito de la antropologa.

    En cuanto a la etnoficcin (trmino que tambin he utiliza-do a veces), es una ficcin a propsito y a partir de interroga-ciones etno o antropolgicas. No a la manera de esas novelas policiales en las que un contexto etnogrfico particular co-manda el resorte de la intriga (cabe mencionar que en algu-nos casos son novelas muy logradas), sino, a la inversa, para subrayar el alcance ms general de los datos banales de la vida cotidiana en el mundo contemporneo: un problema de sa-lud, el inicio de una jubilacin o un trayecto en el subte. Un poco a la manera en que las novelas de Sartre (se perdonar la inmodestia evidente de esta comparacin) expresaban su filosofa. No eran filosofa, pero tornaban ms sensibles para el lector algunos temas: apuntaban a otro tipo de percepcin y, a travs de ese sesgo, enriquecan la literatura.

  • las tres etnologas 35

    La importancia de la escritura para el antroplogo se com-prende en relacin con los lectores (los otros a quienes se dirige) y con su inters en asociarlos a su descubrimiento de los otros (aquellos de los que habla). No puede contentarse con un cuasi monlogo en el que no dialoga sino consigo mismo: o bien tiene conciencia de participar en la edificacin progresiva de un saber, aportando su piedra al edificio que se construye lentamente sin otra justificacin que la del saber, y es su deber exponer lo ms claramente posible el conjunto de sus datos, sobre todo si aventura hiptesis antropolgicas de alcance ms general; o bien quiere compartir su experiencia con un pblico eventualmente no especializado, y la finalidad de su escritura es la de toda empresa literaria. Se ha afirma-do a veces que, obedeciendo a esta doble obligacin, algunos etnlogos escriban siempre dos libros: uno ms tcnico, el otro ms personal y literario. Es relativamente reciente esta disociacin entre aquello que es literatura y aquello que no lo es: en los manuales de literatura francesa de mi juventud, la literatura abarcaba tanto a los filsofos e historiadores como a los poetas, dramaturgos y novelistas. La distincin que debe hacerse es tal vez de otro orden, y eso nos remite una vez ms a la cuestin del etno-anlisis. La posicin del etnlogo est, con relacin a la de un escritor no etnlogo, en cierto modo exacerbada. Aquel vive una forma particular de soledad en su bsqueda continua de los otros. Cabe recordar que el etn-logo ya no est en casa cuando est en su campo de estudio, pero no obstante no puede presumir que ha llegado a la casa de los otros. Sin duda faltara a su deber o a su ideal de exhaustividad si no intentara expresar este de sequilibrio fundador. Tampoco ha olvidado los consejos de los manua-les de etnografa clsica que, de manera un tanto hipcrita, lo invitan a practicar simultneamente la observacin partici-pante y la observacin distanciada. Y se hace necesario reivin-dicar y a la vez conjurar este recurso a la esquizofrenia como mtodo. De all la siguiente hiptesis: el etno-anlisis es antes que nada un autoanlisis a travs de la escritura. Este sera,

  • 36 el antroplogo y el mundo global

    por lo tanto, el nico medio honesto para develar las condi-ciones del ejercicio etnogrfico y dominarlas.

    No es menos cierto que, si bien no existe etnologa sin es-critura, reducir la etnologa a la escritura carecera de sen-tido. La dificultad y la ventaja del etnlogo es tener ante s una realidad que se le resiste y que es, en ltima instancia, su nico objeto de investigacin.

  • Encuentro(s) del antroplogo

    Esta rpida evocacin de mis recorridos personales nos lleva as al ncleo de nuestro asunto. Interrogarse sobre la utilidad de la antropologa o del antroplogo evidentemente es interrogarse, a la recproca, sobre la demanda o la nece-sidad de antropologa por parte de aquellos y aquellas que no son profesionalmente antroplogos; en otras palabras, es proponer una aproximacin antropolgica a la contempora-neidad, porque si esa demanda o esa necesidad existen, cons-tituyen por s mismas un rasgo cultural original, interesante y significativo de nuestra poca. Por lo dems, estoy convenci-do: efectivamente existen, y de una manera que se acrecienta cada da.

    Al respecto, de seara retornar un instante a aquello que llam etnologa de encuentro. Los encuentros del antrop-logo y el encuentro con el antroplogo: as se definen dos experiencias complementarias y asimtricas, pero distintas y de sentido inverso. El antroplogo tiene encuentros diversos en el curso de su existencia y muchos de ellos enriquecen no solamente su capital de conocimientos sino tambin su re-flexin, en la medida en que le permiten reconocer variantes o variaciones de las observaciones realizadas en otros lugares y en otra poca. Pero lo que cuenta an ms es la experiencia del encuentro con el antroplogo por parte de aquellos a los que l ha ido a ver. Qu les aporta? Qu le reclaman?

    En los aos noventa me encontr con jvenes colegas y con nuevos trabajos de campo, sus terrenos de investigacin, expe-riencia para m apasionante y enriquecedora. Tuvo aspectos

  • 38 el antroplogo y el mundo global

    tcnicos o, si se prefiere, profesionales, y permiti inter-cambios de informacin y de reflexin. Pero fue tambin la ocasin de captar situaciones locales que dependan de un contexto ms amplio y de hablar con individuos totalmente conscientes de esta dependencia y preocupados por expresar-se al respecto. Pude observar los encuentros entre dos jvenes etnlogas y sus interlocutores. En Brasil y en Venezuela, los in-terlocutores de mis jvenes colegas estaban felices de saberse comprendidos cuando les confiaban sus dudas y sus temores. En Venezuela, donde trabajaba Gemma Orobitg,2 los ms an-cianos entre los indios pum, empujados a lo profundo de la sabana por el avance de los criaderos criollos, constataban que los dioses se iban tornando escasos y respondan con cada vez menor frecuencia al llamado que cantaban sus chamanes en el curso del ritual nocturno tradicional. Expresaban, a su ma-nera, el fin de un mundo y de un grupo, su de saparicin pro-gramada. Algunos jvenes, ms politizados, otorgaban menos crdito al ritual e intentaban movilizarse. Ni unos ni otros, al parecer, consideraban desdeable la presencia del etnlogo, nico mediador posible entre las generaciones, nico intervi-niente externo susceptible de orlos juntos y separadamente y de traducir a los ms jvenes la angustia y la indignacin de sus mayores. En Brasil, donde trabajaba Vronique Boyer,3 encontr algo de esta connivencia en mujeres que llevaban una vida difcil, solas con sus hijos por lo general (los maridos o compaeros haban de saparecido), y a las que el culto de la umbanda daba una oportunidad de manifestar una forma de solidaridad femenina intensa y eficaz; la observadora exterior era tomada como testigo, justamente, tanto de la dureza de los tiempos como del consuelo aportado por un culto emi-nentemente festivo, donde a la posesin por los compaeros

    2 Les Pum et leurs rves, ditions des Archives Contemporaines, 1998.3 Femmes et cultes de possession au Bresil: les compagnons invisibles,

    LHarmattan, 1993.

  • encuentros(s) del antroplogo 39

    invisibles no le faltaba ninguno de los ingredientes de una performance teatral.

    Hoy se plantea la pregunta de si ese rol de portavoz o in-termediario no tiene tambin su lugar, aunque de manera ms general, en el mundo globalizado. Entindaseme bien: yo no aludo aqu al papel de asesor tcnico y, eventualmente, de sostn poltico que un intelectual puede desempear en una situacin particular. Seguramente tiene una razn para hacerlo, pero no necesita, en todo caso, ser antroplogo. Lo que puede hacer el antroplogo en tanto tal es proponer su lectura tcnica de las situaciones para ayudar a comprender-las en todos sus aspectos y en todas las dimensiones, espe-cialmente con respecto a los criterios de referencia que son la filiacin y, en un sentido ms general, la inscripcin en el tiempo; la alianza y, en un sentido ms general, la inscripcin en el cuerpo social; la generacin y, en un sentido ms gene-ral, las solidaridades ligadas a la edad; y por ltimo la residen-cia y, en un sentido ms general, la inscripcin en el espacio.

    El encuentro, para m, fue luego no ya de individuos en grupo, sino aquel, recurrente, insistente y sin embargo sor-prendente como si toda toma de conciencia exigiera tiempo antes de tornarse sbita revelacin, de los espacios de la cir-culacin, del consumo y de la comunicacin, aquellos que yo llam los no lugares de la sobremodernidad (trmino cal-cado de sobredeterminacin, que fuera utilizado por Freud y luego por Althusser para de signar la multiplicidad de causas que produjeron la complejidad de las situaciones estudia-das). El corolario de su multiplicacin son las preguntas que muchos individuos se plantean, muy explcitamente, sobre la prdida, la supresin o las modificaciones de los criterios antropolgicos que no siempre tenan conscientemente pre-sentes pero cuya de saparicin les revela paradjicamente su necesidad. Individualizacin de los recorridos, rupturas en la filiacin, de sempleo y prdida de las solidaridades generacio-nales, familias monoparentales, crisis habitacional y aparicin de los sin techo son algunos ejemplos de las situaciones

  • 40 el antroplogo y el mundo global

    actuales y de las formas nuevas de soledad que ellas acarrean; pero tambin es posible citar, en otro registro, las preguntas que se plantean los artistas plsticos sobre lo que deben re-presentar, o los performers sobre la finalidad y el sentido del espectcu lo que producen; o bien los urbanistas y arqui-tectos que deben dar forma a la ciudad que rompe sus fron-teras histricas y se extiende hacia todas partes. Toda nuestra actualidad est marcada por un cuestionamiento de aquello que ayer era evidente y por una incertidumbre fundamental sobre los principios que deberan gobernar toda tentativa de recomposicin.

    Dicho lo cual, no me propongo hacer aqu un inventario de los nuevos temas de investigacin antropolgica. Ese in-ventario es infinito. Y cuantas ms investigaciones haya en todos los dominios, ms chances tendremos de controlar los cambios en curso. Me gustara insistir sobre algo un poco di-ferente: el corpus y la reflexin antropolgicos tratan precisa-mente de los parmetros con respecto a los cuales se pueden captar o medir los cambios; y la antropologa en su conjunto, la antropologa comparada y cultural, puede hallar as una nueva vocacin, alimentando y prolongando las preguntas de quienes tienen la fuerza y la inteligencia de interrogarse.

    No la definir, no obstante, como una caja de herramientas que proporciona instrumentos para resolver las dificultades del da, sino ms bien como un corpus de datos y de anlisis que arman una reflexin crtica sobre las sociedades en gene-ral, como una disciplina humanista por vocacin y situada a medio camino entre la historia y la filosofa.

    En otras palabras, la vocacin de la antropologa hoy es doble.

    Es y debe seguir siendo una disciplina de campo, en el te-rreno, para estar preparada para nuevos encuentros. Meto-dolgicamente, la experiencia de un investigador o de una investigadora que observa en solitario a un grupo de un tama-o suficientemente reducido para prestarse a su observacin es fundamental. El objeto terico de esta experiencia, una

  • encuentros(s) del antroplogo 41

    vez ms, es el estudio de las relaciones sociales dentro de un grupo en su contexto geogrfico, histrico, cultural, poltico y econmico. La caracterstica nueva de una investigacin as, dondequiera que se realice, es que el contexto, dada la im-portancia creciente de los medios de comunicacin de toda clase y la circulacin de imgenes y mensajes, es siempre, a fin de cuentas, planetario. Por otra parte, estos medios posibilitan nuevas y mltiples formas de relaciones, lo que complica la observacin al relativizar la distincin entre relaciones socia-les y contexto.

    Pero la antropologa es tambin un corpus de conocimien-tos del que los profesionales disponen y que ilustra algunos grandes parmetros antropolgicos de los que todo ser hu-mano tiene una idea ms o menos precisa, justamente por-que esos parmetros ordenan y condicionan su existencia. La antropologa tiene, as, una vocacin de difusin, una voca-cin pedaggica, en tanto es depositaria de una experiencia histrica diversificada en el espacio y el tiempo. Vocacin que parece an ms natural y evidente cuando es un hombre o una mujer del terreno estudiado quien la toma a su cargo des-pus de haber visto de cerca las complejidades de la primera experiencia.

    De all el propsito de este libro, que es proponer al lec-tor un conjunto de reflexiones surgidas de mi prctica como antroplogo a partir de la constatacin que cada quien, hoy, puede establecer. Las aceleraciones tecnolgicas del mundo contemporneo modifican cotidiana e incesantemente nues-tra relacin con el espacio y el tiempo. Es esta constatacin la que nutre el pesimismo de un pensador como Paul Virilio4 ante la aparicin de un nuevo espacio-tiempo. En cuanto to-mamos conciencia de estar situados en un universo donde

    4 Ladministration de la peur, Textuel, 2010. [Ed. cast.: La administra-cin del miedo, traduccin de Salvador Pernas Riao, Madrid-Sevilla, Ediciones Barataria - Pasos perdidos, 2012.]

  • 42 el antroplogo y el mundo global

    las distancias se miden en aos luz, la ubicuidad y la instanta-neidad se convierten en el ideal declarado del sistema global sobre la Tierra. Pero el espacio y el tiempo son la materia pri-mera de toda construccin simblica, de todo armazn social y de toda elaboracin individual: el arreglo del espacio y el empleo del tiempo definen y resumen lo esencial de las ac-tividades humanas desde la noche de los tiempos. Tal vez, al volver sobre estos temas fundamentales, tenga yo la suerte de crear las condiciones necesarias para un encuentro con todos aquellos a quienes estas aceleraciones preocupan, inquietan o interrogan.