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CAP 7. DE LA IGUALDAD AL MULTICULTURALISMO En el mundo contemporáneo parece haber una destacada excepción al proceso aparentemente imparable de desintegración de las comunidades de tipo ortodoxo: las denominadas «m inorías étnicas». Estas parecen conservar de forma cabal el carácter adscriptivo de la pertenencia comunal, la condición para la reproducción continua de la comunidad. Por definición, sin embargo, la adscripción no es cuestión de elección; y, en efecto, elecciones tales como las que median la reproducción de las minorías étnicas como comunidades son el producto de la imposición más que de la libertad de elegir y tienen escasa semejanza con el tipo de libre toma de decisiones que se im puta al consumidor liberado de la sociedad liberal. Los «valores comunales», como ha señalado Geoff Dench ', giran en torno a la pertenencia a un grupo del que en principio no hay escapatoria [...]. Las colectividades poderosas son las que prescriben a otras más débiles la pertenencia a un grupo, sin tener muy en cuenta si esas identidades atribuidas tienen una base subjetiva. Se asigna a la gente a una «m inoría étnica» sin pedirle su consentimiento. Puede que esté satisfecha de esa asignación, que llegue a disfrutar de ella o incluso a luchar por su perpetuación bajo diversos eslóganes del tipo «lo negro es bello». Lo que im porta, sin embargo, es que esto no tiene una in fluencia tangible sobre el hecho del confinamiento [enclosure], que es adm inistrado por las «colectividades poderosas» dom inantes, y perpetuado por la circunstancia de su adm inistración. Por tanto, se cumplen las condiciones de separación cultural y de reducción de la com unicación intercultural que Robert Redfield consideraba indispensables para que se constituyera una com unidad, si bien no del modo que Redfield im aginaba al generalizar a partir de su experiencia antropológica: las «m inorías étnicas» son en prim er lugar y ante todo productos de un «confinam iento desde el exterior», y sólo en segundo térm ino, si acaso, resultado del autoconfinamiento. La de «m inoría étnica» es una rúbrica bajo la que se esconden u ocultan entidades sociales de tipos diferentes, y rara vez se hace explícito qué es lo que las hace diferentes. Esas diferencias no se derivan de los atributos de la minoría en cuestión, y mucho menos de cualquier estrategia que pueda seguir la conducta de los miembros de la minoría. Las diferencias se derivan del contexto social en el que fueron convertidas en lo que son: de la naturaleza de esa adscripción impuesta que condujo al confinamiento. La naturaleza de la «sociedad en sentido amplio» deja su sello indeleble en cada una de sus partes. Puede decirse que la más crucial de las diferencias que dividen los fenómenos recogidos bajo el nombre genérico de «m inoría étnica» está relacionada con el paso de la etapa de la modernidad en la que se construyeron las naciones a la fase posterior al estado-nación. «Construcción de naciones» significó la aplicación del principio de «un estado, una nación» y por tanto, en última instancia, la negación de la diversificación étnica entre los súbditos. Desde la perspectiva del «estado-nación» culturalmente unificado y homogéneo, las

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CAP 7. DE LA IGUALDAD AL MULTICULTURALISMO

En el mundo contemporneo parece haber una destacada excepcin al proceso aparentemente imparable de desintegracin de las comunidades de tipo ortodoxo: las denominadas m inoras tnicas. Estas parecen conservar de forma cabal el carcter adscriptivo de la pertenencia comunal, la condicin para la reproduccin continua de la comunidad. Por definicin, sin embargo, la adscripcin no es cuestin de eleccin; y, en efecto, elecciones tales como las que median la reproduccin de las minoras tnicas como comunidades son el producto de la imposicin ms que de la libertad de elegir y tienen escasa semejanza con el tipo de libre toma de decisiones que se im puta al consumidor liberado de la sociedad liberal. Los valores comunales, como ha sealado Geoff Dench ', giran en torno a la pertenencia a un grupo del que en principio no hay escapatoria [...]. Las colectividades poderosas son las que prescriben a otras ms dbiles la pertenencia a un grupo, sin tener muy en cuenta si esas identidades atribuidas tienen una base subjetiva. Se asigna a la gente a una m inora tnica sin pedirle su consentimiento. Puede que est satisfecha de esa asignacin, que llegue a disfrutar de ella o incluso a luchar por su perpetuacin bajo diversos eslganes del tipo lo negro es bello.Lo que im porta, sin embargo, es que esto no tiene una in fluencia tangible sobre el hecho del confinamiento [enclosure], que es adm inistrado por las colectividades poderosas dom inantes, y perpetuado por la circunstancia de su adm inistracin. Por tanto, se cumplen las condiciones de separacin cultural y de reduccin de la com unicacin intercultural que Robert Redfield consideraba indispensables para que se constituyera una com unidad, si bien no del modo que Redfield im aginaba al generalizar a partir de su experiencia antropolgica: las m inoras tnicas son en prim er lugar y ante todo productos de un confinam iento desde el exterior, y slo en segundo trm ino, si acaso, resultado del autoconfinamiento. La de m inora tnica es una rbrica bajo la que se esconden u ocultan entidades sociales de tipos diferentes, y rara vez se hace explcito qu es lo que las hace diferentes. Esas diferencias no se derivan de los atributos de la minora en cuestin, y mucho menos de cualquier estrategia que pueda seguir la conducta de los miembros de la minora. Las diferencias se derivan del contexto social en el que fueron convertidas en lo que son: de la naturaleza de esa adscripcin impuesta que condujo al confinamiento. La naturaleza de la sociedad en sentido amplio deja su sello indeleble en cada una de sus partes. Puede decirse que la ms crucial de las diferencias que dividen los fenmenos recogidos bajo el nombre genrico de m inora tnica est relacionada con el paso de la etapa de la modernidad en la que se construyeron las naciones a la fase posterioral estado-nacin. Construccin de naciones signific la aplicacin del principio de un estado, una nacin y por tanto, en ltima instancia, la negacin de la diversificacin tnica entre los sbditos. Desde la perspectiva del estado-nacin culturalmente unificado y homogneo, las diferencias de idioma o de costumbres que se encontraban en el territorio bajo jurisdiccin del estado no eran sino reliqias del pasado que an no se haban extinguido del todo. La ilustracin o los procesos de civilizacin que presidan y controlaban los poderes estatales ya unificados estaban concebidos para garantizar que tales vestigios residuales del pasado no sobrevivieran durante mucho tiempo. La nacionalidad compartida estaba destinada a desempear un papel legitim ador crucial en la unificacin poltica del estado, y la invocacin de las races comunes y de un carcter comn estaba llamada a ser el principal instrumento de movilizacin ideolgica: la produccin de la lealtad y la obediencia patriticas. Ese postulado chocaba con la realidad de los diversos idiomas (redefinidos ahora como dialectos locales y tribales destinados a ser sustituidos por un nico idioma nacional estndar), tradiciones y hbitos (redefinidos ahora como provincianismos y destinados a ser sustituidos por una narracin histrica estndar y por un calendario estndar de rituales de recuerdo). L ocal y tribal significaban atraso; ilustracin significaba progreso, y progreso significaba elevar el mosaico de las formas de vida a un nivel superior, comn a todos. En la prctica, significaba la homogeneidad nacional, y dentro de las fronteras del estado no haba lugar ms que para un idioma, una cultura, una memoria histrica y un sentimiento patritico.La praxis de la construccin nacional tena dos caras: una nacionalista y una liberal. Su cara nacionalista era lbrega, sombra, y severa; a veces cruel, raras veces benigna. La mayora de las veces el nacionalismo era belicoso y en ocasiones sangriento...siempre que encontraba una forma de vida reacia a abrazar el modelo de una nacin y deseosa de persistir en sus propios hbitos. El nacionalismo deseaba educar y convertir, pero si la persuasin y el adoctrinamiento fallaban, o si sus resultados tardaban en llegar, recurra debidamente a la coercin: la defensa de la autonoma local o tnica era criminalizada, los lderes de la resistencia tnica se declaraban rebeldes o terroristas y se les encarcelaba o decapitaba, hablar dialectos en lugares pblicos o en ocasiones pblicas se penalizaba. El plan nacionalista para asimilar la variedad de formas de vida tradicionales y disolverlas en un nico modelo nacional tena que ser apoyado por el poder. De igual modo que el estado moderno necesit del fanatismo nacionalista como principal legitimacin de su soberana, as el nacionalismo necesitaba un estado fuerte para cum plir su objetivo de unificacin. El poder estatal que demandaba el nacionalismo tena que estar libre de rivales. Todas las autoridades alternativas eran refugio de la sedicin. Las comunidadestnicas o locales eran las principales sospechosas y las principales enemigas. La cara liberal era completamente distinta a la nacionalista. Era amable y benevolente; sonrea la mayor parte del tiempo, y su sonrisa era acogedora. Mostraba repugnancia a la vista de la coercin y odio a la crueldad. Los liberales rechazaban el obligar a actuar a nadie en contra de su propia voluntad, y sobre todo se negaban a permitir que alguien hiciera lo que ellos aborrecan:imponer por la fuerza una conversin no deseada o evitar, tambin por la fuerza, la conversin, si era la conversin lo que se elega. Las comunidades tnicas y locales, cuyas fuerzas conservadoras repriman a los individuos vidos de autoafirmacin y autodeterminacin, tambin eran para los liberales las principales culpables y se convirtieron en los principales enemigos abatir. El liberalism o crea que si se negaba la libertad nicamentea los enemigos de la libertad y no se toleraba a los enemigosde la tolerancia, de los calabozos del provincianismo y latradicin surgira la esencia pura comn a todos los humanos.Nada im pedira entonces que ninguno de ellos eligiera libremi u l e i i i i i i lealtad y una identidad que se ofreca a todos.En lo que respecta al destino de las comunidades, la eleccinentre la cara nacionalista o liberal del estado-nacin emergentesupona escasa diferencia: puede que el nacionalismo y el liberalismoprefirieran estrategias diferentes, pero compartan elmismo objetivo. No haba lugar para la comunidad, y sin dudaalguna no haba lugar para una comunidad autnoma o autogobernada,ni en la nica nacin de los nacionalistas ni en larepblica liberal de los ciudadanos libres y sin ataduras. Conindependencia de cul de las dos caras mirara, lo que contemplabala desaparicin inminente de les pouvoirs intermdiaires.Las perspectivas que el proyecto de construccin de nacionesabra a las comunidades tnicas era una eleccin sombra:asimilarse o perecer. Ambas alternativas apuntaban en ltimainstancia al mismo resultado. La primera supona la aniquilacinde la diferencia, la segunda la aniquilacin del diferente, peroninguna de ellas admita la posibilidad de la supervivencia de lacomunidad. El objetivo de las presiones asimilatorias era privara los otros de su otredad; hacerlos indiscernibles delresto del cuerpo de la nacin, digerirles completamente y d isolversu idiosincrasia en el compuesto uniforme de la identidadnacional. La estratagema de exclusin y/o eliminacin de laspartes de la poblacin supuestamente indigeribles e insolublestena que desempear una doble funcin. Se utilizaba comoarma (para separar, fsica o culturalmente, los grupos o categorasque se consideraban demasiado extraos, demasiado profundamenteinmersos en sus propios hbitos o demasiado recalcitrantesal cambio para perder jams el estigma de su otredad)y como amenaza (para despertar mayor entusiasmo en pro de laasimilacin entre los laxos, entre quienes albergaban reservas ymostraban escasa entrega).La eleccin del destino no siempre se dejaba a las comunidades.La decisin respecto a quin y quin no era apto para laasim ilacin (y, a la inversa, quin estaba destinado a ser excluidopara evitar que contaminara el cuerpo nacional y m inarala soberana del estado-nacin) tena que tomarla la mayoradominante, no la minora dominada. Y dominar significa, msque ninguna otra cosa, tener la libertad de cambiar las propiasdecisiones cuando ya no resultaran satisfactorias; ser fuente deuna constante incertidum bre en las condiciones de vida de losdominados. Las decisiones de la mayora dominante eran notoriaspor su ambigedad y ms an por su volatilidad. En estascircunstancias, los miembros de las minoras dominadastomaban al azar la eleccin entre realizar un esfuerzo serio porasimilarse o rechazar la oferta y perseverar en los propios hbitoscomunales independientes, pasara lo que pasara; muchosde los factores de los que dependa la diferencia entre el xitoy el fracaso permanecan obstinadamente fuera de su control.En palabras de Geoff Dench, una vez suspendidos en el lim boentre la promesa de la plena integracin y el temor de la exclusincontinua, los individuos pertenecientes a las minorasnunca sabransi era realista verse a s mismos como agentes libres de la sociedad osi no era mejor mandar al infierno toda la ideologa oficial y congregarsecon otra gente que compartiera la misma experiencia de rechazo[...].Este problema del nfasis relativo que haba que poner en la accinpersonal en vez de en la accin colectiva [...] es an ms definitorio yperturbador para aquellos individuos pertenecientes a las minorasporque para ellos la eleccin conlleva una segunda dimensin.Cara, ganas; cruz, pierdo. La promesa de igualdad que espera.il cxirem o del camino tortuoso y lleno de revueltas que con- 111< i i l.i asimilacin puede ser retirada en cualquier momentosin que se ofrezca ninguna explicacin. Los que exigen el esfuerzoson tambin quienes estn encargados de juzgar sus resultados,y es sabido que son jueces no slo exigentes, sino tambin volubles.Adems, cualquier esfuerzo sincero por convertirse enuno de ellos acarrea indefectiblemente una paradoja. Ellosse enorgullecen de (de hecho, se definen por) haber sido desdesiempre lo que son, al menos de haberlo sido desde el antiguoacto de creacin milagrosa ejecutado por el Hroe Fundadorde la Nacin; convertirse en lo que uno ha sido gracias a una largacadena de ancestros que se remonta a tiempos inmemorialeses una contradiccin en los trminos cabal y verdadera. Es ciertoque la fe moderna permite que cualquiera llegue a ser cualquiercosa, pero algo que no permite es que uno se conviertaen alguien que nunca ha sido ningn otro. Incluso los ms fanticosy diligentes de quienes se asimilan voluntariamente llevanconsigo a la comunidad de destino el estigma de sus orgenesextraos, un estigma que jams har inexistente ningn juramentode lealtad ni ningn esfuerzo extremo por negarse a s mismospara probar su sinceridad. El pecado de los orgenes equivocadosel pecado original puede rescatarse del olvido encualquier momento y convertirse en un cargo contra los msconscientes y devotos de los asim ilados. El examen de admisinnunca es un examen final; no puede aprobarse de forma definitiva.El dilema al que se vieron enfrentados aquellos a los que lospromotores de la unidad nacional declararon minoras tnicas no tena ninguna solucin evidente y carente de riesgos.Adems, si quienes aceptaban la oferta de asimilacin cortabansus vnculos con su comunidad nativa y volvan la espalda a susantiguos hermanos con el fin de demostrar su lealtad inquebrantablea sus nuevos hermanos electivos, inmediatamente seconvertan en sospechosos del morboso vicio de chaqueteo deslealy por tanto de ser tipos en los que no se poda confiar. Si,por otro lado, se comprometan en el trabajo comunitario paraayudar a sus hermanos de nacimiento a levantarse colectivamentepor encima de su inferioridad colectiva y de la discrim inacinque sufran colectivamente, eran acusados de inm ediatode doble juego y duplicidad y se les preguntaba de qu parteestaban.Por tanto, en algn sentido perverso puede que fuera mejor,incluso ms humano, que uno fuera declarado inepto para laasimilacin desde el principio y por tanto se le denegara la eleccin.Es cierto, s, que tal declaracin conllevara enormes sufrimientos,pero tambin podra ahorrar sufrimientos enormes.El tormento del riesgo, el temor de embarcarse en un viaje quepoda resultar sin objeto pero tambin sin retorno, es el mayorde los sufrimientos a los que escapaba aquella m inora a laque se le negaba explcitamente una invitacin a unirse a la nacin,o, en el caso de que se le extendiera esa invitacin, le eradesvelado en una fase temprana que se trataba de una promesafalsa.A quienes se les niega sumariamente el derecho a la asim ilacinles adviene con la mayor naturalidad el comunitarismo.Se les ha negado la eleccin: buscar un refugio en la supuestafratern idad del grupo nativo es su nica opcin. El voluntarismo,la libertad individual, la autoafirmacin son sinnimosde la emancipacin de los lazos comunales, de la capacidadde pasar por alto la adscripcin heredada, y eso es precisamentede lo que han sido privados al no extendrseles o retirrselesla oferta de asimilacin. Los miembros de las minorastnicas no son com unitaristas naturales. Su com unitarismorealmente existente est im pulsado desde el poder, es eli < iili.ulo de la expropiacin. La propiedad de la que no se les|" i imh disponer o que se les retira es el derecho a elegir. Todo Todolo dems se sigue de ese acto prim ario de expropiacin; encualquier caso, no se producira si no hubiera ocurrido la expropiacin.La decisin de los dominadores de confinar a losdominados en la concha de una m inora tnica porque seresisten a rom per esa concha o son incapaces de hacerlotiene todos los signos de una profeca que se cum ple a smisma.Para citar a Dench una vez ms:Los valores fraternalistas son inevitablemente hostiles al voluntarismoy a la libertad individual. No tienen una concepcin vlida delhombre natural y universal [...]. Los nicos derechos humanos quepueden admitirse son aquellos que conllevan lgicamente los deberescon las colectividades que los otorgan.Los deberes individuales no pueden ser meramente contractuales;la situacin de no eleccin a la que el acto de exclusinsumaria ha arrojado a la m inora tnica redunda enuna situacin de no eleccin para sus miembros individualescuando se trata de sus deberes comunales. Una respuesta comnal rechazo es el espritu de fortaleza asediada, que niegaa todos quienes estn dentro cualquier opcin e impone lalealtad incondicional a la causa comn. Ser tachado de traicinno slo el rechazo explcito a asumir el deber comunal, sino ladedicacin menos que plena a la causa comunal. En cada gestoescptico y en cada cuestionamiento de la sabidura de los hbitoscomunales se intuir una siniestra conspiracin quin tacolumnista. Los poco entusiastas, los tibios, los indiferentesse convierten en los enemigos capitales de la comunidad; lasprincipales batallas se librarn en el frente interno ms que enlas murallas de la fortaleza. La sedicente fraternidad revela sucara fratricida.En el caso de la exclusin sumaria, nadie puede optar fcilmentepor quedarse al margen del confinamiento comunal; quienestienen riqueza y recursos no tienen, como todos los dems,a dnde ir. Esta circunstancia aumenta la resistencia de la m inoratnica y le da una ventaja de supervivientes sobre las comunidadesque no han sido aisladas por barricadas de la so ciedaden sentido am plio y que tienden a disipar y perder supeculiaridad mucho ms rpidamente, y que son prontamenteabandonadas por sus elites nativas. Pero tambin recorta ms anla libertad de los miembros de la comunidad.Se han combinado muchas causas para hacer poco realistala doble estrategia de construccin de naciones. Y son todavams las razones que se han aliado para hacer menos urgente laaplicacin de esa estrategia, para que se busque con menos avidezo para que sea indeseable sin ms. Puede sostenerse que laglobalizacin acelerada es la metarrazn, un proceso de transformacindel que se siguen todas las dems razones.Ms que ninguna otra cosa, globalizacin significa que lared de dependencias est adquiriendo rpidamente un alcancemundial, un proceso que no est siendo acompaado por unaextensin similar de instituciones viables de control poltico y porla aparicin de algo que se asemeje a una cultura autnticamenteglobal. La separacin entre el poder y la poltica est estrechamenteinterrelacionada con el desarrollo desigual de la economa,la poltica y la cultura (en otros tiempos coordinadas en elmarco del estado-nacin): el poder, tal como se encarna en la circulacinmundial de capital e informacin, se hace extraterritorial,en tanto que las instituciones polticas existentes siguen siendolocales, igual que antes. Esto conduce inevitablemente a la progresivaprdida de poder del estado-nacin; incapaces ya deexhibir los suficientes recursos como para cuadrar eficazmentelos libros y desarrollar una poltica social independiente, los gobiernosde los estados tienen pocas alternativas, salvo seguir unaestrategia de desregulacin: es decir, renunciar al control sobrelos procesos econmicos y culturales y cederlo a los poderes delmercado, es decir, a fuerzas esencialmente extraterritoriales.El abandono de esa regulacin normativa que fue la marcadistintiva del estado moderno hace redundantes la movilizacincultural/ideolgica de la poblacin sometida, que en tiemposfue la principal estrategia del estado moderno, y la evocacinde la nacionalidad y del deber patritico, en tiempos su legitimacinprincipal: han dejado de servir a un propsito visible. Elestado ya no preside los procesos formales de integracin socialo gestin del sistema que hacen indispensables la regulacinnormativa, la gestin de la cultura y la movilizacin patritica,dejando tales tareas (intencionadamente o por abandono)a fuerzas sobre las que no tiene una jurisdiccin efectiva. El controlpolicial del territorio administrado es la nica funcin quese deja enteramente en manos de los gobiernos estatales; el estadoy sus rganos han abdicado de otras funciones ortodoxas,o han llegado a compartirlas y por tanto slo las controlan parcialmente,sin autonoma.Esta transformacin, sin embargo, priva al estado de su estatuspasado como sede principal, quiz nica, del poder soberano.Las naciones, en tiempos slidamente amparadas por la corazade la soberana m ultidim ensional del estado-nacin, seencuentran en un vaco institucional. La seguridad institucionalha sufrido una conmocin; como ha indicado Jeffrey Weeks enotro contexto2, las antiguas historias que se repetan para volvera fortalecer la confianza en la pertenencia pierden progresivamentecredibilidad, y a medida que esas antiguas historias depertenencia grupal (comunal) pierden verosimilitud aumenta lademanda de historias de identidad en las que nos relatamosa nosotros mismos de dnde venimos, qu somos ahora y adndevamos; hay una necesidad urgente de tales historias pararestablecer la seguridad, construir confianza y hacer posibleuna interaccin con otros que tenga sentido. A medida quelas antiguas certidumbres y lealtades son barridas, la gente buscanuevas pertenencias. El problema de las nuevas historias deidentidad, en agudo contraste con las antiguas historias de p ertenencianatural verificadas diariamente por la solidez, aparentementeinvulnerable, de instituciones profundamente afianzadas,es que es preciso labrarse la confianza y el compromisoen relaciones que nadie determina que deban perdurar a no serque los individuos decidan lograr que perduren.El vaco normativo abierto por la retirada de la puntillosaregulacin estatal sin duda trae ms libertad. Ninguna h istoriade identidad es inmune a las correcciones; puede ser objetode una retractacin si se desvela insatisfactoria o no tanbuena como la prxima. En el vaco, la experimentacin es fcily encuentra escasos obstculos: el inconveniente es que,gratificantes o no, los productos experim entales nunca sonseguros; su expectativa de vida es reconocidamente breve y portanto la seguridad existencial que prometan volver a traer seresiste a llegar. Si las relaciones (incluida la convivencia comunal)no tienen ms garanta de perdurabilidad que la eleccinde hacerlas perdurar por la que han optado los in d ividuos,es preciso repetir diariamente esa eleccin, y es precisom anifestarla con un celo y dedicacin que la haga arraigar deverdad. Las relaciones elegidas no perdurarn a no ser que lavoluntad de que arraiguen se proteja frente al peligro de d isipacin.sta no es una gran tragedia (puede que incluso sea una buenanoticia) para los individuos con recursos y confianza en smismos que cuentan con su propia capacidad para remontarcorrientes adversas y evitar que sus elecciones sean arrastradaso, si falla eso, para hacer nuevas elecciones, diferentes, pero nomenos satisfactorias. Tales individuos no se sienten acuciados abuscar respaldo comunal a su seguridad, dado el elevado precioque conllevan todos los compromisos a largo plazo (y por tantola pertenencia a una comunidad que no permite la libre eleccinni en el momento de entrar ni en el de salir). Las cosas sondistintas en el caso de los individuos que ni tienen recursos niconfianza en s mismos. Para tales individuos, la sugerencia deque la colectividad en la que buscan refugio y de la que esperanproteccin tiene un fundamento ms slido que la eleccin individual,notoriamente caprichosa y voltil, es exactamente el tipode noticia que desean or. No parece en absoluto siniestro elprecio que conlleva una pertenencia involuntaria y vitalicia queno permite una rescisin a peticin, dado para los individuos dbilesy sin recursos lo que se deniega el derecho a una libreeleccin de identidad nunca dej de ser una ilusin y, para empeorarlas cosas, tambin motivo de autolamentacin perpetuay humillacin pblica.As que, como seala Jeffrey Weeks,De hecho, el sentimiento ms fuerte de comunidad probablementeprovendr de grupos que consideran amenazadas las premisas de suexistencia colectiva y que a partir de esto construyen una comunidadde identidad que proporciona un fuerte sentimiento de resistencia ypoder. Al sentirse incapaz de controlar las relaciones sociales en lasque se encuentra, la gente reduce el mundo al tamao de sus comunidadesy acta polticamente sobre esa base. Con demasiada frecuencia,el resultado es un particularismo obsesivo como forma deaceptar la contingencia o vrselas con ella.Refundir fragilidades y debilidades individuales muy realesen la potencia (im aginada) de la com unidad tiene como120 Zygmunt Baumanresultado una ideologa conservadora y una praxis exclusivista.El conservadurismo (la vuelta a las races) y el exclusivismo(ello s son, colectivam ente, una amenaza para n o sotros, colectivamente) son indispensables si el verbo ha dehacerse carne, si la comunidad im aginaria ha de tender la redde dependencias que la podra hacer real, y si ha de funcionarel clebre principio de W. I. Thomas segn el cual si lagente define una situacin como real, sus consecuencias tiendena hacerse reales.La triste verdad es que la abrumadora mayora de la poblacinque qued hurfana del estado-nacin cuando ste abandonuna por una sus funciones de generar seguridad y confianzapertenece a la categora de los frgiles y dbiles. A todosse nos exige, como observ Ulrich Beck, buscar solucionesbiogrficas a contradicciones sistmicas, pero slo una pequeaminora de la nueva elite extraterritorial puede jactarse de haberlasencontrado o, si todava no las ha encontrado, de ser plenamentecapaces de encontrarlas en el futuro ms inmediato.Buscar con la prctica certeza de encontrar es un pasatiempo placentero,y el todava-no-haber-encontrado o el hecho de que loque se ha encontrado esta vez aun no sea lo adecuado aade, sicabe, inters al largo viaje de descubrimiento. Buscar con laprctica certeza del fracaso es, sin embargo, una experiencia angustiosa,por lo que la promesa de exonerar de la obligacin deseguir buscando a quienes buscan tiene un grato sonido. Siguiendoel ejemplo de Odiseo, es preciso taparse cuidadosamentelos odos para no caer vctimas del canto de las sirenas.Vivimos en una poca de gran y creciente migracin global.Los gobiernos llevan al lmite su ingenio para congraciarsecon los electores endureciendo las leyes de inmigracin, restringiendolos derechos de asilo, ensombreciendo la imagen delos inm igrantes econmicos que, a diferencia de los electoresa los que se anima a salir en busca de la prosperidad econmica,da la casualidad de que tambin son extranjeros; pero hayescasas perspectivas de que vaya a detenerse la segunda versinde la gran migracin de naciones. Los gobiernos y los juristasa los que contratan hacen lo imposible por trazar un lmite entrela libre circulacin del capital, las finanzas, las inversiones ylos hombres de negocios que son sus agentes, dndoles la bienveniday deseando que se m ultipliquen, y las migraciones depersonas en busca de trabajo, migraciones que execran pblicamentepara no ser derribados por sus electores; sin embargo,no puede trazarse un lmite semejante, y, si se trazara, quedararpidamente invalidado. Existe un punto en el que ambas intencionesse contradicen: la libertad de comercio e inversinpronto alcanzara sus lmites si no se complementara con el derechode quienes buscan trabajo a ir a donde hay puestos detrabajo por cubrir.No puede negarse el hecho de que esas fuerzas del mercado en libre flotacin extraterritorial contribuyen a poner enmarcha las m igraciones econm icas. Sin embargo, los gobiernosterritoriales se ven obligados a cooperar una y otra vez,por muy reacios que sean. Conjuntamente, ambas fuerzas promuevenlos procesos que al menos una de ellas deseara ardientementedetener. Segn el estudio de Saskia Sassen3, lasacciones de los agentes extraterritoriales y de los gobiernos localesestimulan una migracin cada vez ms intensa, digan loque digan sus portavoces. La gente que carece de ingresos y ala que le quedan escasas esperanzas tras la devastacin de laseconomas locales tradicionales es presa fcil para organizacionessemioficiales o semicriminales especializadas en el trficode seres humanos. (En los aos noventa, se calcula que las organizacionescriminales ganaron 3,5 millardos de dlares anualescon la inmigracin ilegal, aunque no sin que los gobiernos lesofrecieran su apoyo tcito o miraran a otro lado. Si, por ejemplo,Filipinas intentaba cuadrar sus libros y pagar parte de ladeuda gubernamental mediante la exportacin oficial de su poblacinexcedentaria, las autoridades estadounidenses y japonesasaprobaban leyes que permitan la importacin de trabajadoresextranjeros en ramas que sufran una escasez aguda demano de obra.)El sedimento de las presiones combinadas es una extensinglobal de las disporas tnicas; la gente sigue siendo mucho menosvoltil que los ciclos econmicos de expansin y depresin,y la historia de los ciclos pasados deja tras de s una estela largay ancha de trabajadores inmigrantes que luchan por asentarse.Incluso aunque desearan embarcarse en otro viaje y marcharse,las mismas contradicciones polticas que introdujeron a losinmigrantes les impediran seguir sus deseos. Los inmigrantes notienen ms eleccin que la de convertirse en otra m inora tnica en el pas de acogida. Y los locales no tienen ms eleccinque prepararse para una larga vida entre disporas. Se espera deambos que encuentren su propio modo de abordar las realidadesa cuya creacin ha contribuido el poder.Como conclusin de su amplio estudio sobre una de esasdisporas en Gran Bretaa, Geoff Dench sugiere queMucha gente en Gran Bretaa [...] considera a las minoras tnicascomo personas ajenas cuyo destino y lealtades divergen obviamente delos de los britnicos, y cuya situacin de dependencia e inferioridad enGran Bretaa se da por supuesta. Siempre que surge un conflictode intereses, es un axioma que la simpata pblica estar en contra deellos4.Esto, evidentemente, no se aplica slo a Gran Bretaa, nislo a una m inora tnica (la maltesa), objeto del estudio deDench. Las actitudes que refiere se han registrado en todo pascon disporas de cierto tamao, lo que significa prcticamenteen todo el globo. La proximidad de extraos tnicos desencadenainstintos tnicos en los locales, y las estrategias que siguenesos instintos estn orientadas a la separacin y reclusin enguetos, lo que a su vez repercute en el impulso de autoextraamientoy autoconfinamiento del grupo recluido a la fuerza en ungueto. El proceso tiene todas las caractersticas de la cadena cismognica de Gregory Bateson, conocida por su propensin aautoperpetuarse y notoriamente difcil de detener, y no digamoscortar. As, la tendencia al confinamiento comunal se desencadenay alienta en ambas direcciones.Por mucho que los lderes de opinin de orientacin liberalpuedan lamentar este estado de cosas, parece que no hay en elhorizonte agentes polticos genuinamente interesados en quebrarel crculo vicioso de exclusividades que se refuerzan m utuamente,y no digamos por actuar en la prctica para eliminar susfuentes. Por otro lado, muchas de las fuerzas ms poderosasconspiran, o al menos actan al unsono, para perpetuar la tendenciaexclusivista y la construccin de barricadas.En primer lugar, est el viejo y bien ensayado principio de divideet impera, al que los poderes de todas las pocas han recurridode muy buen grado siempre que se han sentido amenazadospor la agregacin y condensacin de los agravios ydescontentos, por lo dems variados y dispersos. Si uno pudieraevitar que las angustias e iras de los que sufren confluyeranen un solo cauce, si las mltiples y diferentes opresiones pudieranser sufridas independientemente por cada categora deoprimidos, los tributarios se dispersaran y la energa de la protestase disipara y pronto se consumira en una pltora de enemistadesintertribales e intercomunales, mientras los poderessuperiores asumiran los papeles de jueces imparciales, promotoresde la igualdad entre las reivindicaciones en conflicto, paladinesde la paz y salvficos y benevolentes protectores de todasy cada una de las partes de la guerra intestina; su papel enla produccin de las condiciones que han hecho inevitable laguerra sera convenientemente pasado por alto u olvidado. R ichardRorty5 ofrece una ruda descripcin de los usos actualesde la antigua estrategia del divide et impera:La meta ser distraer a los proletarios con otras cosas y mantener al 65 %inferior de estadounidenses y al 95 % inferior de la poblacin mundialocupados con hostilidades tnicas y religiosas [...] si se evita que losproletarios piensen en su propia desesperacin a travs de la difusinde pseudoacontecimientos creados por los mass media incluyendoguerras ocasionales y sangrientas los superricos no tendrn nadaque temer.Cuando los pobres luchan contra los pobres, los ricos tienenlos mejores motivos para alegrarse. No se trata nicamente deque la perspectiva de que los que sufren firmen un pacto contralos culpables de su miseria se haga infinitamente remota,como ocurri en el pasado siempre que el principio divide etimpera se aplic con xito. Existen razones menos banales parala alegra: razones especficas del nuevo carcter de la jerarquaglobal de poder. Como ya se ha indicado, esa nueva jerarqua funcionamediante una estrategia de desvinculacin que a su vezdepende de la facilidad y velocidad con la que los nuevos poderesglobales sean capaces de moverse, desligndose de sus compromisoslocales a voluntad y sin previo aviso y dejando a los locales y a todos los que queden detrs la abrumadora tarea derecomponer los destrozos. La libertad de movimientos de la elitedepende en muy gran m edida de la incapacidad o falta dedisposicin de los locales a actuar conjuntamente. Cuanto mspulverizados estn, cuanto ms dbiles y exiguas las unidades enlas que estn divididos, tanto ms disiparn su ira en la lucha contrasus vecinos de al lado, parecidamente impotentes, y menorser la probabilidad de que acten conjuntamente alguna vez.Nadie ser nunca lo suficientemente fuerte como para evitarotro acto de escamoteo, para contener el flujo, para manteneren su sitio los voltiles recursos de la supervivencia. En contrade una opinin que se escucha muchas veces, la ausencia de organismospolticos con el mismo alcance que los poderes econmicosno se debe a un atraso en su desarrollo; no se trata deque las instituciones polticas existentes todava no hayan tenidoel tiempo suficiente para combinarse en un nuevo sistema globalde equilibrio entre poderes democrticamente controlado.Por el contrario, parece que la pulverizacin del espacio pblicoy su saturacin con disensiones intercomunales es precisamenteel tipo de superestructura poltica (o ahora deberamosllamarla infraestructura?) que requiere en estos momentosla nueva jerarqua de poder a cuyo servicio est la estrategia dedesvinculacin y que cultivara abierta o subrepticiamente si sele permitiera hacerlo. El orden global precisa mucho desordenlocal para no tener nada que temer.En la ltima cita de Rorty suprim una referencia a los d ebatessobre costumbres sexuales como otro factor, junto a lashostilidades tnicas y religiosas, responsable de que los superricos no tengan nada que temer. sta era una referenciaa la izquierda culturalista que, pese a todos sus mritos porcombatir una intolerancia sdica a la otredad cultural extendidaen la sociedad estadounidense, es, en opinin de Rorty, culpablede suprimir de la agenda pblica la cuestin de la privacinmaterial, la fuente ms profunda de toda desigualdad einjusticia. Es indudable que las costumbres sexuales han sidouno de los ms importantes bastiones de la intolerancia; pero loque importa es que si la atencin se centra en la cortesa y en lacorreccin poltica en los encuentros con diferentes costumbres,habr escasas posibilidades de ahondar en las races de lainhumanidad. Eso ser an ms daino; absolutizara la diferenciay suprimir cualquier debate sobre las virtudes y demritosrelativos de las formas de vida coexistentes. La letra pequeadice que todas las diferencias son buenas y dignas depreservarse por el mero hecho de ser diferencias; y todo el debate,por serio, honesto y corts que sea, debe desterrarse encaso de que su objeto sea reconciliar las diferencias existentespara que los estndares generales que vinculan la vida humanapuedan situarse en un nivel superior (y presumiblemente mejor).Jonathan Friedman tild a los intelectuales que sostienen talesopiniones de modernistas sin modernismo: es decir, pensadoresque se inclinan a la trascendencia siguiendo la sacrosantatradicin modernista, pero privados de cualquier idea deldestino al que la trascendencia podra (o debera) terminar conduciendoy que eluden adelantar cualquier consideracin de laforma que podra adoptar. El resultado es una inconsciente contribucina la perpetuacin, incluso a la aceleracin de la actualtendencia pulverizadora; lo que hace tanto ms difcil que tengalugar un autntico dilogo intercultural, la nica accin quepodra superar la actual fisiparidad incapacitante de los potencialesagentes polticos de cambio social.Las actitudes a las que Rorty y Friedman se refieren no sonen realidad sorprendentes. Podramos decir que es exactamenteeso lo que cabra esperar de una elite del conocimiento quedecidi eludir su moderno papel de ilustradora, gua y maestray sigui (o fue compelida a seguir) el ejemplo del otro sector dela elite global, el econmico, en la nueva estrategia de desvinculacin,distanciamiento y falta de compromiso. No es tanto quelas actuales clases del conocimiento hayan perdido su fe en el progresoy sospechen de todos los modelos de transformacin progresista;una razn ms importante para abrazar la estrategia dedesvinculacin fue, segn parece, la repugnancia frente al impactoinmovilizador de los compromisos a largo plazo y los engorrososy confusos lazos de dependencia que hubiera conllevadoinevitablemente la alternativa ahora abandonada. Como tantosde sus contemporneos, los descendientes de los intelectuales modernosdesean, y buscan, ms espacio. El compromiso conel otro recortara esa libertad en vez de aumentarla, a diferenciade lo que ocurre si se deja ser al otro.La nueva indiferencia respecto a la diferencia se teoriza comoreconocimiento del pluralismo cultural: la poltica informaday apoyada por esa teora es el m ulticulturalism o. Aparentemente,el multiculturalismo est guiado por el postulado de latolerancia liberal y por la atencin al derecho de las comunidadesa la autoafirmacin y al reconocimiento pblico de sus identidadeselegidas (o heredadas). Sin embargo, acta como unafuerza esencialmente conservadora: su efecto es una refundicinde desigualdades, que difcilmente obtendrn aprobacinpblica, como diferencias culturales: algo a cultivar y a obedecer.La fealdad moral de la privacin se reencarna m ilagrosamentecomo la belleza esttica de la variacin cultural. Lo quese ha perdido de vista a lo largo del proceso es que la demandade reconocimiento es impotente a no ser que la sostenga la praxisde la redistribucin, y que la afirmacin comunal de la distintividadcultural aporta poco consuelo a aquellos cuyas eleccionestoman otros, por cortesa de la divisin crecientementedesigual de recursos.Alain Touraine6 ha propuesto el multiculturalismo en tantoque un postulado de respeto a la libertad de las elecciones culturalesen el contexto de una variedad de ofertas culturales sedistinga de algo claramente diferente (si no expresamente, s almenos en sus consecuencias): de una visin que sera mejor denominarmulticomunitarismo. La primera exige respeto al derechode los individuos a elegir sus modos de vida y sus lealtades; lasegunda asume, por el contrario, que la lealtad del individuo esun caso cerrado, decidido por el hecho de la pertenencia comunaly que por tanto es mejor dejarla fuera de la negociacin.Sin embargo, confundir ambas variedades del credo multiculturalistaes tan comn como confundente y polticamente perjudicial.M ientras perdure esa confusin, el m ulticulturalism o sirvede coartada a la globalizacin sin limitaciones polticas; sepermite a las fuerzas globalizadoras que se salgan con la suyacon las devastadoras consecuencias que eso conlleva, entre lasque las rampantes desigualdades intersociales e intrasociales parecenmayores que ninguna otra. El antiguo hbito, descaradamentearrogante, de explicar la desigualdad por una inferioridadinnata de las razas ha sido sustituido por una representacinaparentemente humana de condiciones humanas rgidamentedesiguales como derecho inalienable de toda comunidad a su propiaforma elegida de vida. El nuevo culturalismo, igual que el antiguoracismo, se orienta a aplacar los escrpulos morales y reconciliarcon el hecho de la desigualdad humana, bien comouna condicin que desborda las capacidades de intervencinhumana (en el caso del racismo), bien como una situacin difcilpero en la que no se debera interferir para no violar sacrosantosvalores culturales. La obsoleta frmula racista de reconciliacincon la desigualdad est estrechamente asociada a lamoderna bsqueda del orden social perfecto: toda construccinde un orden determinado implica necesariamente seleccin,y era razonable que razas inferiores incapaces de ganarseun nivel humano decente no tuvieran lugar en ningn ordenque se aproximara a la perfeccin. La nueva frmula culturalistaest, para variar, ntimamente relacionada con el hecho de quese hayan abandonado los planes para construir una sociedadbuena. Si no es probable una revisin del orden social biensea dictada por la inevitabilidad histrica, bien sea sugerida porel deber tico entonces es razonable que cualquiera tenga derechoa buscar su propio lugar en el orden fluido de la realidady a arrostrar las consecuencias de su eleccin.Lo que no dice la visin culturalista del mundo es que ladesigualdad es su propia causa ms poderosa, y que representarlas divisiones que disemina como un aspecto inalienable dela libertad de eleccin, y no como uno de sus ms destacados obstculos,es uno de los principales factores que la autoperpetran.Sin embargo, hay que considerar algunos otros problemas antesde volver a examinar el m ulticulturalism o en el ltimo captulo.