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Narrativa: HARALD RUMPLER § Fragmento de Ciudadela · MIGUEL MALDONADO § Gráfica: ORLANDO LARRONDO

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Narrativa: HARALD RUMPLER § Fragmento de Ciudadela · MIGUEL MALDONADO § Gráfica: ORLANDO LARRONDO

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Visor

DIRECTOR GENERAL:Gabriel Sánchez Andraca

DIRECTOR EDITORIAL:Mario Alberto Mejía

COORDINADOR EDITORIAL:Miguel Ángel Andrade

DISEÑO GRÁFICO:Óscar Cote Pérez

CONTACTO:[email protected]

CONSEJO EDITORIAL: AraceliLanche, Miguel Maldonado,Alejandro Meneses†, BeatrizMeyer, Efigenio Morales,Enrique de Jesús Pimentel,Gerardo Horacio Porcayo,Gabriela Puente, MarcoAntonio Puente, Miguel ÁngelRodríguez, Harald Rumpler,Gerardo Arturo Zepeda.

HaraldRumpler

DE LA CIUDADY SUS POETAS

En esta entrega publicamos uncuento de Harald Rumplerdonde la niebla tiene forma demujer. Quejas y protestas de larealidad y sus ficciones son lasimágenes de Orlando Larrondoque ilustran este número.

Incluimos también fragmen-tos de Ciudadela, de MiguelMaldonado, poeta poblano re-cientemente galardonado.

Cámara felicita a su colaboradory amigo Miguel Maldonado porhaber obtenido el Premio dePoesía Gutierre de Cetina 2006.

MEn portada“La misma sopa” (oleo,2005)de Orlando Larrondo.

·

anejo por la auto-pista de Veracruza Jalapa en el autonuevo que me dio

la compañía en la que trabajo, una edi-torial que publica libros para la ense-ñanza del inglés. Estudiar Letras In-glesas para acabar promoviendo li-bros de inglés. Deprimente. Del ladoderecho se me presenta el siguienteseñalamiento: 80 KM/HR VIDA SE-GURA 100 KM/hr SILLA DERUEDAS SEGURA 120 KM/HRMUERTE SEGURA. Conduzco a140 y acelero a 180. La velocidad meenvuelve, mi cabello es la hélice deun helicóptero, el aire tatúa espiralesen mi cuerpo.

A lo lejos, sobre el acotamien-to, una vaga figura se va convir-tiendo en una mujer, una mujerque pide aventón. Las caderasrampantes y los senos que se bam-bolean con el movimiento de subrazo hacen que detenga el auto,quedando a treinta metros delan-te de ella. La mujer corre hacia elcoche. ¿Será una asesina en serie,una traficante de órganos, una pros-tituta con SIDA? Aguardo. Cuan-

Vivianado está frente a la portezuela, abrola ventanilla.

—¿A dónde vas? —me pregun-ta sonriendo, sobresaltada por lacarrera.

—A Jalapa.—Yo también.—Entonces, ¿me llevas?—Claro, súbete.Es morena, con trencitas en toda

la cabellera, un calidoscopio demechones rubios y negros, visteuna ombliguera de tirantes quefustigan a dos brazos cubiertos devellitos decolorados y unos panta-lones tipo pescador: las pantorri-llas, a diferencia de los brazos, li-sas, lustrosas. Pongo en marcha elauto, que vuelve a engullir el pavi-mento con avidez.

La miro de reojo y me parece muyfamiliar, pero no se lo digo para nocaer en el cliché. Silencio, silencio has-ta que ella voltea a verme y me pide uncigarro. Le pido que encienda uno paramí. Al ver la manera cómo fuma denuevo siento la sensación de conocer-la tiempo atrás. Otra vez silencio, elmonótono zumbido del motor, el ru-mor del aire, hasta que ella me pre-

gunta si puede poner música. Cuandoescucho la canción enseguida sé a quiénme recuerda: Viviana. La canción queescuchábamos por horas mientras nosbesábamos, mientras nos descubría-mos, mientras cabalgábamos desdeamaneceres plomizos hasta noches demeteoros. Si es ella, me pregunto sime ha reconocido. He cambiado mu-cho en estos años, he subido más dediez kilos, uso barba y el cabello máslargo. Como un acto reflejo le pregun-to su nombre. Marcela. No, no co-nozco a ninguna mujer con ese nom-bre. Ella no me pregunta el mío.

Los mismos ojos, esos ojos depiélago insondable, la misma na-riz grandilocuente, los mismos la-bios voluptuosos y el mismo saté-lite que ejercía sobre ellos esamarea lunar. Viviana era deVeracruz, pero estudiaba en el DF,vivía con una prima. Fumabaentrecerrando los ojos a la horade inhalar e inflando los labios alsacar el humo.

Casi sin haber cruzado palabrallegamos a Jalapa. Me pregunta sivoy a pasar la noche ahí. Al escu-char mi respuesta afirmativa me

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pregunta si puede quedarse con-migo, porque casi no trae dinero yespera a una amiga hasta el díasiguiente. Acepto. En el hotel lepido al recepcionista que elaborela factura como habitación senci-lla aunque la cobre como doble.Los de la compañía son muy quis-quillosos con los gastos.

Seguimos al maletero. Ya en la habi-tación, entro a lavarme los dientes, arefrescarme la cara. Cuando salgo ellaestá recostada de lado sobre la camamatrimonial, viendo hacia mí, fuman-do. No sé que hacer y tomo una bote-lla de agua. Le ofrezco una. Ella seniega y con el dedo índice me pide queme acerque. El corazón me late confuerza, los nervios se crispan. Me sien-to a su lado. No aguanto más y quieropreguntarle si no se llama Viviana. Antesde que pueda hacerlo introduce sudedo índice en mi boca. Lo empiezo achupar, primero la punta, después has-ta la mitad. Tal como lo hacía conViviana. Tiene sabor a sal. El dedo aca-ricia la punta de mi lengua, escarba mipaladar. Jugueteo con sus trenzas, conel vello de sus brazos, con sus labios,con sus senos, con sus pantorrillas. Nos

besamos, primero suavemente, des-pués con fuerza pasmosa. Le subo lablusa, desabrocho el sostén. Los mis-mos senos que ella, los mismos pezo-nes. Los succiono. Froto su clítoris.Gime también como ella. Lo hace-mos en la posición favorita de Viviana.Ella frente a mí, yo sentado a la orillade la cama, mordiéndole los senos,agarrando sus caderas como si le dieraa un amasijo de barro la forma de unavasija cretense. Me vengo sobre su vien-tre de odalisca, ella se embarra mi se-men por las piernas, por los senos, selame los dedos. Igual que Viviana.

Fumamos viendo la niebla que habajado a la ciudad y convierte lasfarolas en luciérnagas espectrales. Yano puedo contenerme más y le pre-gunto. No lo sé, responde, tal vez sí,tal vez no, tal vez sea muchas muje-res. Alterado, le digo que se deje de

tonterías y que me diga la verdad.Ella sea voltea y me dice que estoyloco, que jamás me ha visto en suvida. Contemplo su cuello, su espal-da arqueada, las curvas desquiciantesde sus nalgas. Le paso un dedo por laespalda. Se voltea gimiente, me vuel-ve a besar, se posa encima de mí.

Después de una siesta, salimos acaminar por las callejuelas de la ciu-dad. Andamos en silencio, envueltospor la niebla que parece el humoexhaladas de sílfides opiómanas. Pa-recemos dos fantasmas, dos fantas-mas buscando algo que ignoran, peroa fin de cuentas buscando algo. Lanoche es un estanque de lodo, decasas lúgubres, de marionetas movi-das por un titiritero aletargado. Elúnico elemento que la diferencia deella es que Viviana era una avalanchade palabras y esta mujer apenas ha-

bla. Hace frío, por eso me sorpren-de ver a un anciano detrás de uncarrito de helados. Ella se detiene ypide un helado, el mismo sabor quesiempre pedía Viviana.

En el hotel otra vez hacemos elamor, esta vez más calmadamente.Dormimos entrelazados.

Madrugada. Ella no está, sólo laforma de su cuerpo hundida en la sá-bana. Una luz mortecina penetra porla ventana. La niebla comienza a disi-parse. Se escucha el sonido de algunoscoches, una señora que barre la acera,un hombre que vende tamales. Conuna última esperanza echo un ojo albaño. Sólo veo el retrete estatua, lamacilenta regadera, el tosco lavabo. Seha ido, sin dejar el menor rastro, nisiquiera una carta, un recado, nada, seha ido, igual como lo hizo Viviana hacecasi diez años.

FE DE ERRATAS

En el número 38 de CÁMARA hubo un error provocado por la tensión causada por las elecciones, atribuimoslas fotos que ilustraron el ensayo “La décima y el son” a Gabriela Puente, cuando pertenecen a Iván Cruzy Cruz. Una disculpa a nuestros colaboradores y lectores.

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entre la niebla

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OrlandoLarrondo

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a ni el uso cotidianode ir a la tienda puedehormar la cierta re-pugnancia que le ten-

go a los días. La plantilla no lograaligerar las raspaduras del asfalto.Es hora de comprar zarpazos nue-vos, cambiarse de garras, enjaguarseel rostro. Voy sacando mi dolor enabonos, en módicas cantidades degritos, en ligeros llantos quincena-les. A veces ahorro, me sobran treso cuatro puñetazos de mesa al mes;esos que guardas, que sabes que undía sacarás del monedero porqueahora son los dioses quienes te quie-ren tumbar. Así no siento que medesinflo, que ya para las once soy elglobo menos aventado de la fiesta,que ni en vitrina despierto el anhe-lo de los niños. He llegado al male-cón de las cosas, ahí espero la creci-da; sé que subirán las faldas y queno tendremos liquidez para salir ala alza en un olán, crisis de espermas.Me paso el semáforo y aun así nollego en punto a comprender porqué las prisas. Seguramente alguiendijo la verdad en el café pero nobrindamos, estábamos atentos enpedir la parada. No estoy listo paramorir, para enredarme corbata alcuello y salir a tocar puertas ofre-ciendo un producto hecho a basede diplomas y treinta años de sumi-sa garantía. Retardado, siempre fuiun niño retardado. Me ha dejado elelevador, el metro y el camión; mehas dejado tú. Retardado. Por dios,ya no puedo, necesito que alguienme acarree, un diablito que me lle-ve. Entusiasta y de antemano de-rrotado, como agente de ventas alumbral, así soy. Pero la tentaciónestá allí, tan maliciosamente a lamano, como bolígrafo de abogado.Yo no quiero morir de muerte arti-ficial. Basta llevar un portafolio yver la hora para ganarme la confian-

za de todos los que caminan ceñu-dos a mi lado. Riamos. Si tuvisteuna hora de break por qué no rom-piste un folio, si nunca se retrasó tuvuelo por qué no llegaste plumíferay sacudiendo nubes, si ibas muybien con la obra por qué diste ma-nos al teclado, por qué con com-putadora y todo te sigue oliendomal la boca, no programas una fies-ta. Sigo guardando deseos en la car-tera, sueños que anoté en un pape-lito y que nunca llamé. Sigo espe-rando el ring del milagro, quizá seamejor ir a su apartamento y buscarel timbre de voz para apurarlo.Debe existir ese botón que haceque aparezcan ganas, o que abra lagabardina donde se muestre quenunca llevábamos tal cinturón, queandábamos con pantalones flojos ynunca quisimos bajarnos los vidriospara invitar un raid a la peatona.Me resguardo de las inmundiciasen el baño, allí comulgo las contra-riedades del día, evacuo las callessaltando a la letrina, en el excusa-do todo se perdona. Yo ya no salgosi no hay baño a la redonda, unsitio para escabullirse por el des-agüe de la charla. Que me sientenen el retrete de los consejos púgilespara asaltar con un buen juego depiernas el siguiente instante. Por quéno ponen los señalamientos del WCmás cercano de la cuadra, es terri-ble no saber a cuántos pasos estásdel baño. Cuál es el www.com delos sanitarios, quiero estar bien in-formado de los horarios en que meabstengo porque están haciendo lalimpieza; la @ del día que estoycansado de verlo a los ojos y sóloquiero mandarle mensajes desde elbaño. No quiero ver a nadie, quie-ro comunicarme por recados, «dejémi corazón en el horno del escrito-rio, tráguenselo» Yo ya no puedodar el gran salto y salir de la regade-

ra, evacuar la taza, caerme de lacama. Mi cama es mi patria, islotedel cuarto con un hombre paradoen el deseo devorando su culebra,allí erijo Tenochtitlán y tiro la casa,tiro la casa por tu ventana. Día delgrito en el cuarto, celebramos la de-pendencia del hidalgo a su falsa cos-tilla, a la mácula del deseo: todossomos caballeros de la mancha. Elúltimo recurso que queda a una ban-queta replegada a sus dos metrosinnegociables, es sacar la lengua. Lascosas y yo sacamos la lengua al mun-do. Saca la lengua el lápiz, saca lalengua el cable, el seno izquierdo, lapata floja, la hacendosa, el ajolote,la jabalina, el silencio. Un lengüeteode culebra nos apremia. Ningúnhombre prevenido puede andar sinpaletas en la bolsa, pero no hay ca-ramelo que distraiga las lengüetadasde las cosas. Y cuando alguien ofreceun chicle a esa lengüeta que le hacrecido a todo, el rechazo es unaleve elevación del hombro. El paisa-je se resuelve en sacar la lengua ysubir los hombros. Niños por fin.

No ando de buena racha con lascosas. Las cosas se me acercan paravender algo, me llega recibo de luz,de aire y de todos los derivados deldía. Ustedes han encontrado la for-ma de tutearse con Don mundo, depedirle prestado. A ustedes nuncales falta insecto dispuesto a donarpanal, a romper la alcancía llena debellotas en invierno y dar feria parael pueblo. Yo me quedé con ganas. Amí siempre se me quedo el gusanito,ustedes lograron sacarlo con alas delcapullo; sigo teniendo esa espinitaen la mano que no me permite to-mar el vaso con soltura. El cepillode dientes bien calza los zapatos quellevo al revés, así alcanzo caries deltalón y logro el otro lado de la ban-

queta. Nos levantamos con el piederecho y todo se acomoda al de-recho. Necesitamos poner en apu-ros al día y bajarnos del otro lado,por esa escalera de emergencia quese usa en caso de que todo salga alrevés. Esa puerta trasera que da auna calleja, que no es la calle aun-que tenga casi las mismas letras,que es la otra acera de la banqueta.A la ciudad, ¿séver la alrev és? Conesdrújula en cama, nieve en rayo,dromedario en olla... Quizá lascosas están en espera de su nuevouso, su nueva conjugación. El ja-guar se inmoviliza en la cochera,camina sigiloso hacia la calle, pe-trolífero, devorando caballos defuerza; el corazón llega a su paradaen la siguiente cuadra, un jaguar loarrolla al camellón. Por fin podre-mos conjugar con la pelota en to-das las personas y en todo tiempo:corres a celebrar el parentesco decoche con jaguar, de dromedario ycamellón, de parada y corazón.Quizá el jaguar de ruedas es el otrojaguar felino que a la vez es otrojaguar del otro jaguar felino que ala vez... Quizá todos estamos en-lazados por una bonanza conejal,somos parientes; el triángulo es uncírculo generacionalmente altera-do. El monitor es un tío lejano.

Caer sólo porque tenemos peso,no sentir la gravedad del asunto.Que nos hundimos en los pasi-llos por añadidura, como popote;que somos alimento no comesti-ble, raja de limón que adorna elcóctel. Pies contagiados por loshongos de la escalera eléctrica,que sólo acarrean cuerpo porquehan creído demasiado su funciónmecánica y han marchitado en eltraslado su planta de cosquillas.La culpa de que nos sintamos he-

iudadelaCMiguelMaldonado

··

Y

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rramientas es de nuestros huesos,la rueda y la rodilla, el puño y elmartillo, las pinzas y el pulgar.Dónde se despoja uno de esa ideahuesuda. En qué deshuesaderoencuentro mi alma. Está bien, nosé de que se trata todo esto, no séa quién hace alusión la adivinan-za, me doy. Esos chicos que lo sa-ben todo, un peso alcanza paraesto y aquello, chicos del mundo,convencidos del siguiente paso.Los accidentes son raros, no losatropella una mirada, no los inun-da un llanto y nunca, nunca, lestiembla la voz. Aquellos chicos quede pronto no se echan unacascarita. Por la escalera del malldescenderá la serpiente. En el bar,sin orientación solar alguna, se ofi-cia el sacrificio del tiempo, todosa perderlo. Nuestros superhéroes,

aquellos que nos salvaron de to-mar la vida por asalto, han tiradomáscaras y pasamontañas, ahoratenemos por misión democráticaser todos Peter Parker. Me heocupado de aliñar nuestros en-cuentros, de poner escote a lossecretos y zapatilla a las bajezas,todo es fiesta, de mandar con lun-ch al corazón y cellular a la nos-talgia. He cuidado de darte lasporciones precisas de chile limóny sal. Renuncio. Tiro charola ymandil y nada sucede, nadie se hadado cuenta que ando culeco yviene a ofrecerme sal y techo. Todoporta mandil y charola, yo gritomi desnudez y prevalece el uni-forme. Esto ha sido un playback,se fingía mi lugar en el escenario;mi silencio no calla, sigue la gra-bación, ese ambiente de mandil y

charola tras mi renuncia. Mis ojosse han ido por las coladeras, es-cucharon que toda esa mierdapuede tener un desenlace de mar.Amenazo con meterme a la caja,con meterme en ella y acabar conla fiesta. Me cuentan que yo nosoy el chico de los chistes, elcejudo muñeco grandilocuente,me cuentan que si me voy a lacaja el que sufriría soy yo, afuerael espectáculo sigue. Yo lo sé, enun principio lamentaré la ausen-cia de mi ventrílocuo, pero tardeo temprano mi caja tendrá su pro-pia resonancia. Las costuras de lacalle permiten romper en zambu-llido; comer en las banquetas,banqueteando; estrellar en loscuartos, cuarteando. Vamos, nopasa nada, no pasa nada, tú tie-nes cara de cliente, te tratarán

* Miguel Maldonado (Puebla, 1975) es autor de la plaquette Poesía es magia corriente (Straza Ediciones 2004) y jefe de redacción de la revista Revuelta.

bien. No, no te refugies en la guar-dería; no, esa herida no necesitacurita. Sí, la ciudad se impone,pide un clic siempre. A su dubalíny a su semáforo no los cambia pornada. No va a limpiarse en el ta-pete y no cabe debajo del colchón,hay que tomarla en cuenta para lacena. Los huehues dejan la posi-bilidad de cambiarse de bando.

Una cama para dos, por favor.Área de coger o no coger, señor. Hoy

martes tenemos el paquete Misex, in-cluye cama condón y refresco.

Entonces qué, nos metemos auna bolsa.

Hay que hacernos los deshechosy alguien nos saque el martes cuan-do pase la basura, hay que hacernoslos deshechos…

Entonces qué, nos metemos a una caja,pero que escriban Frágil, por favor.

Orla

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Larr

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· (o

leo)

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Orlando Larrondo