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12 Puebla, Puebla · VIERNES 12 DE JUNIO DE 2009

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12 Puebla, Puebla· Viernes 12 de junio de 2009

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13 Puebla, Puebla

· Viernes 12 de junio de 20092

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IEmilio nunca recibía más de un cliente por día. Pasabas sus tardes mirando a la plaza principal del pueblo, dejando que la luz lo ce-gara por ratos. Era como un juego, ver cuánto tiempo podía aguantar buscando, perdido, las siluetas de los niños corriendo por la pla-za. El contraluz creado por el sol hacía que los pequeños se convirtieran en sombras, en siluetas, casi tan absurdas y borrosas como él. Las palomas, alimentadas por ancianos, revoloteaban al pasar de los chamacos. Los domingos aparecía un vendedor de paletas que le recordaba a Polo. A decir verdad, no se parecían físicamente ni siquiera un poco, pero el paletero —que después supo se lla-maba Miguel, y no Polo como el destino de esta falsa pero verdadera historia hubiera querido— caminaba igual que Polo: con la cabeza agachada, como midiendo sus len-tos pasos. Encorvado, con un sombrero de paja, hacía tintinear las diminutas campa-nas que del manubrio de su carrito colga-ban. Como un experto pianista, articulaba los dedos para que las campanitas sonaran por toda la plaza, atrayendo a niños y adul-tos. Una de mamey, una de limón, ya no tengo de fresa.

Recargado en su mostrador, con la cinta de medir sobre el cuello, como una pesada yunta, Emilio miraba a una pareja besar-se en una banca de la plaza. Como todas las tardes la luz se colaba por su pequeña puerta y hacían que los dos muros que la enmarcaban hicieran un recto ventanal ilusorio por el que nada entraba. La silueta que se interpuso entre él y la plaza lo sor-prendió soñando con ser aquel joven que besaba y acariciaba sutilmente a la mucha-cha de la larga coleta. Sólo era un dobladi-llo de tres pantalones, diez pesos pieza.

Apenas salía la mujer que encargó los do-bladillos para lo pantalones de su esposo, y entró un hombre de traje y sombrero. Pri-mero pensó que era un político, después un maestro, al final, cuando le hubo tomando las medidas para un traje, apenas el segun-do que le encargaban desde que había lle-gado al pueblo, y sólo el tercero que hacía en su corta carrera como sastre, no tenía la menor idea de quién era ese hombre ni a qué se dedicaba, o si alguna vez iba a re-gresar y pagar lo que costaba el traje. La tela que el hombre llevó era de muy bue-na calidad, y lo que su poca experiencia le decía, era que hasta le iba a sobrar. Si no reclama, de aquí hasta unos pantaloncitos me hago —pensó Emilio.

Cuando el hombre volvió semanas des-pués, Emilio ya se había gastado los veinte pesos que siempre pedía de anticipo por

un trabajo de más de cincuenta y ni siquie-ra había sacado la tela de la bolsa en que el trajeado la había traído. Se disculpó, asegu-ró que el traje estaría listo en una semana. El hombre se fue convencido de que en una semana tendría su traje. En cuanto se mar-chó, Emilio encendió el televisor en blanco y negro y comenzó a ver un partido de béisbol con el volumen en cero.

IILos zapatos eran nuevos y apretaban. Calor. Polo sólo era menor por cuatro años, pero cuando intentaba pensar en alguna imagen de Emilio, regularmente lo observaba ca-minando, siempre sonriendo hacia el plato.

El calor que sube despacio de la tierra, eso es lo que más me gusta del beisbol. A mí la sensación de la piel de las pelotas, heri-das por las costuras rojas, secas, granulo-sas. Siempre jugaban en el mismo equipo. La verdad es que Emilio siempre fue mejor que Polo. Cuando algún equipo llamaba a uno, el otro ponía como condición llevarse a su hermano con él.

En la liga amateur, y después la profesional, todos los conocían, más que por ser grandes jugadores, aunque Emilio sí lo era, por risue-ños y buenos para la fiesta. Ese domingo en que los zapatos eran nuevos y apretaban, jugaban su primer partido con un equipo al que se acababan de incorporar.

SogemLa Escuela de Escritores SOGEM de Puebla invita al Diplomado en Creación Literaria que dará inicio el día 6 de julio de 2009.Informes e inscripciones: María del Rayo Loeza. IMACP (3 norte no. 3 centro), teléfono 409-74-26 ext. 108.

VersodestierrO Viernes 12 de junio7:00 PM Andrés Cisneros de la Cruz, No hay letras para escribir tu epitafio (Colección Muzgo Rojo, Ediciones Mezcalero Brothers) Casa del Escritor.

Sábado 13 de junio5:00 PM Ian Soriano, Explotó todo el aroma de la sangre (Colección Las cenizas del quemado, Editorial VersodestierrO) Casa del Escritor. 7:00 PM Estephani Granda Lamadrid, Casa de Navajas (Colección: Poesía sin permiso, Edito-rial VersodestierrO) Casa del Escritor.

Traje desastre a la medidaJuan Carlos Reyes

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Director General: Director eDitorial:Gabriel Sánchez Andraca Arturo Rueda

coorDinaDor eDitorial: Manejo Gráfico: Miguel Ángel Andrade Zulma Irineo

contacto: [email protected]

consejo eDitorial: Leopoldo García Castellanos, Araceli Lanche, Miguel Maldonado, Alejandro Meneses†, Beatriz Meyer, Efigenio Morales, Enrique de Jesús Pimentel, Gerardo Horacio Porcayo, Gabriela Puente, Marco Antonio Puente, Miguel Ángel Rodríguez, Harald Rumpler, Gerardo Arturo Zepeda.

Cámara es un suplemento quincenal del Diario Cambio editado en la ciudad de Puebla, México. El contenido de los textos es responsabilidad de sus autores.

Visita la versión web de cáMara en www.ciudadcultura.com

Miguel Ángel Andrade

Entre mirar y salvarse

Todas las miradas son provisorias.Eso nos demuestra que no existe salvación o que en último término es preciso elegir

entre mirar y salvarse. Roberto Juarroz

obra gráfiCa Portada:

Ángel TorresContraportada:

Miguel Ángel Andrade

Hemos descendido a una oscuridad ventajosa, a una cómoda penumbra. ¿Qué miramos y qué observa-mos? Nunca como ahora nuestra mirada había sido tan determinada por millones de imágenes que sólo buscan convencer. Convencer para comprar, para ele-gir, para dejar, para cambiar. No hay ya sitio en nues-tro imaginario para la contemplación de una belleza desinteresada, de un sentimiento permanente.

La excesiva saturación de imágenes predetermina-das limita nuestra imaginación. Hay que buscar con visor biónico los instantes inconscientes: una sonrisa equivocada, una sombra inaudita, un cielo milagroso, el polvo constante de la muerte, las grietas invisibles del agua en reposo.

¿Cómo emprender otra forma de mirar? ¿Cómo nos despojamos de tanta y tanta inútil luz, tanta enrare-cida sombra? Un ejercicio de respiración, un destello en los ojos, un rayo letal en la mirada y una conciencia que se mire a sí misma para comprender las aristas del mundo.

A veces basta abrir la respiración a nuevas visiones, abrir el oído lentamente para percibir cuanto revolo-tea entre nosotros. Hay que buscar los invisibles lazos de la temperatura, el abierto diálogo de las aves, los guiños del verano. No basta abrir los ojos, es necesa-rio cerrarlos para observar nítidamente el aliento de las cosas. ciudadcultura.com.mx

A decir verdad, nadie recuerda cómo empezó todo. Emilio estaba al bat y Polo lo miraba desde la banca. Una bola rápida golpeó el casco de Emilio. Aturdido, se levantó y corrió en busca del supuestamente accidental agre-sor. Polo se incorporó de inmediato, como el lugar común manda, como un bólido. Emilio estaba a punto de soltar el primer golpe al pitcher cuando Polo ya descontaba a un segunda base que se metía en la bronca. Después del pri-mer golpe que Emilio diera al pitcher, por la espalda sintió un golpe que de tan fuerte lo mandó al suelo. El sol se coló por unas diminutas rendijas que fueron sus ojos durante fracciones de segundo. El catcher lo había golpeado en la nuca con una careta, a traición. Perdió el conocimiento en el acto. No recuerda nada más. La siguiente sen-sación que recuerda es igual de inten-sa: un tremendo frío que vibraba en su nuca. Reconoció de inmediato la sala de su casa. Polo se limpiaba las manos con un trapo empapado de sangre.

Tal vez nada pasó así, porque a decir verdad, nadie recuerda como empezó todo. Ambos escaparon. Dos muertos a nombre de Polo eran viñetas que no se podían borrar fácilmente de la lis-ta. Emilio partió en un camión de ma-drugada hacia un pueblo perdido de Oaxaca. Polo corrió con menos suerte. Cuando salía de su casa, pocas horas después que su hermano, dos poli-cías judiciales lo aprehendieron. Na-die supo a dónde lo llevaron, ni qué le preguntaron, ni qué fue de él después de verlo partir esposado en una patru-lla sin placas. Lo único que quedó en la calle apenas iluminada por el alba fue una maleta de béisbol tirada cer-ca de la banqueta, como una bolsa de basura que espera triste su destino.

IIIFumaba como un autómata, sin im-portarle el terrible calor que hacía en la calle. Mujeres pasaban frente a su sastrería con niños en uniforme escolar. Nadie lo saludaba, aún tenía el estigma de una falta de pasado lo-cal. Miró el cielo y una mancha ama-rilla, blanca, ámbar, lo cegó por unos segundos. Antes de intentar bajar la mirada, un punto negro desdibujó la mancha brillante. Lo que era un pe-queño punto, comenzó a crecer has-ta acercarse de tal manera que Emi-lio pudo cacharlo: una pelota sucia de beisbol. Emilio la sostuvo con un cariño paternal. Recordó que lo que más le gustaba del deporte eran las bolas, sus costuras. Del otro lado de la calle, el hombre del sombrero ve-nía por su traje a la medida. Se sabe que Emilio sonrió al verlo, no se sabe si de alegría o de resignación.

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Entre mirar y salvarse

I No hay letras para escribir tu epitafio Ni aunque salgas de la tumba de tu nombre y reconstruyas el árbol que con hachazos convertiste en leña nunca las tendrás este odio a lo único que motiva es a tirarte debajo de la duela de la cama a meterte en un cajón forrado de raso clavado en la raíz que se infiltra en lo profundo de la tierra Éste odio cobarde no te expulsa Te esconde y no te deja diluir efervescente en el aire Sin embargo aún sin letras escribo el túnel para expulsarte para que desmembrado ruedes hasta el filo de los ojos y desciendas por cascada y te limpie de mí para evitar tragar esa sal que envilecida enferma Lo único que necesito es un fieltro para envolver el libro que me diste el día que abrí los ojos una pala para enterrarlo y del árbol su raíz para destruirlo

Andrés Cisneros de la Cruz

No hay letras para escribir tu epitafio

* El poema pertenece a No hay letras para escribir tu epitafio (Colección Muzgo Rojo, Ediciones Mezcalero Brothers , 2009) que será presentado hoy 12 de junio a las 19 hrs en la Casa del Escritor (5 oriente 201).