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En este número: Itinerario biográfico de Sara Rolla / 2 “Honduras es mi otra patria: tengo el corazón dividido...” / Entrevista / 4 Sara Rolla y su casa fantástica / Jessica Isla / 7 Boletín informativo de la Editorial Universitaria Año III, No. 19 Mayo de 2014 Universidad Nacional Autónoma de Honduras Ciudad Universitaria, Edificio Juan Ramón Molina Tel. (504) 2232-4772 / 2232-2109 ext. 208 Correo: [email protected] editorialUNAH @editorialUNAH Diseño gráfico: Rony Amaya Hernández Mercadeo y publicidad: Tania Arbizú Apoyo logístico: Alejandra Vallejo, Maryori Chavarría Director: Rubén Darío Paz Edición: Suny del Carmen Arrazola Néstor Ulloa Sara Rolla y el lugar mágico de las palabras E l alcance que ha tenido nuestro proyecto de “Las figu- ras del mes” nos ha obligado a prestar más atención a esos personajes que conforman el universo académico, científico e intelectual de nuestro país. Por ello, para su número diecinueve, Página al viento rinde un homenaje a una mujer que ha logrado —tanto en el aula de clases como desde sus páginas— llevar de la mano y orientar a muchas y muchos de los que, como estudiosos o entu- siastas de las letras, participamos en el mundo fantástico que ofrece la literatura. Desde hace casi cuatro décadas, Sara Rolla —crítica y docente— forma parte de esa base sobre la cual se ha construido el corpus literario nacional. Y es que saber analizar con una lupa tan objetiva textos que reflejan las pasiones humanas más profun- das puede resultar un duro oficio. Porque, ¿qué reacciones nos asaltan al tomar entre las manos un libro? ¿De dónde partimos? Un texto litera- rio representa una cadena de artificios expresi- vos que se deben descifrar, pero, a la manera de Umberto Eco, ¿cuántos alcanzamos el nivel de “lector modelo”? Generalmente, pocas veces sabemos qué nos espera; nuestra única cer- teza es que al pasar la última página se nos vendrá un vaivén de preguntas y emociones, muchas veces contrarias. Sara Rolla ha sabido, como pocos, desarrollar una visión “didáctica y racional”, como ella explica, sin romper ese vínculo entre el arte y la exis- tencia, entre la pasión y la objetividad. En esta edición presentamos la entrevista que “Sarita” brindó a la Editorial Universitaria. En ella nos cuenta lo que fue su llegada al país y cómo ha logrado “echar raíces” en un suelo que considera su segunda patria, entre per- sonas que ya la ven como una compatriota; juicio que se constata con el texto que la escritora Jessica Isla —quien fuera su estudiante y hoy día es su colega y amiga— ha preparado especialmente para este boletín. Todavía hace falta un verdadero homenaje a esta mujer que con su labor tanto ha aportado a la literatura hondu- reña. La Editorial Universitaria, con esta pequeña mani- festación, deja la puerta abierta. Homenaje

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Page 1: Boletín Página al viento-N°19

En este número: Itinerario biográfico de Sara Rolla / 2

“Honduras es mi otra patria: tengo el corazón dividido...” / Entrevista / 4

Sara Rolla y su casa fantástica / Jessica Isla / 7

Boletín informativo de la Editorial UniversitariaAño III, No. 19 • Mayo de 2014

Universidad Nacional Autónoma de HondurasCiudad Universitaria, Edificio Juan Ramón MolinaTel. (504) 2232-4772 / 2232-2109 ext. 208 Correo: [email protected] editorialUNAH @editorialUNAH

Diseño gráfico: Rony Amaya Hernández Mercadeo y publicidad: Tania ArbizúApoyo logístico: Alejandra Vallejo, Maryori Chavarría

Director: Rubén Darío Paz Edición: Suny del Carmen Arrazola Néstor Ulloa

Sara Rolla y el lugar mágico de las palabras

El alcance que ha tenido nuestro proyecto de “Las figu-ras del mes” nos ha obligado a prestar más atención

a esos personajes que conforman el universo académico, científico e intelectual de nuestro país. Por ello, para su número diecinueve, Página al viento rinde un homenaje a una mujer que ha logrado —tanto en el aula de clases como desde sus páginas— llevar de la mano y orientar a muchas y muchos de los que, como estudiosos o entu-siastas de las letras, participamos en el mundo fantástico que ofrece la literatura.

Desde hace casi cuatro décadas, Sara Rolla —crítica y docente— forma parte de esa base sobre la cual se ha

construido el corpus literario nacional. Y es que saber analizar con una lupa tan objetiva textos que reflejan las pasiones humanas más profun-das puede resultar un duro oficio. Porque, ¿qué reacciones nos asaltan al tomar entre las manos

un libro? ¿De dónde partimos? Un texto litera-rio representa una cadena de artificios expresi-vos que se deben descifrar, pero, a la manera de

Umberto Eco, ¿cuántos alcanzamos el nivel de “lector modelo”? Generalmente, pocas veces sabemos qué nos espera; nuestra única cer-teza es que al pasar la última página se nos

vendrá un vaivén de preguntas y emociones, muchas veces contrarias. Sara Rolla ha sabido, como

pocos, desarrollar una visión “didáctica y racional”, como ella explica, sin romper ese vínculo entre el arte y la exis-tencia, entre la pasión y la objetividad.

En esta edición presentamos la entrevista que “Sarita” brindó a la Editorial Universitaria. En ella nos cuenta lo que fue su llegada al país y cómo ha logrado “echar raíces” en un suelo que considera su segunda patria, entre per-sonas que ya la ven como una compatriota; juicio que se constata con el texto que la escritora Jessica Isla —quien fuera su estudiante y hoy día es su colega y amiga— ha preparado especialmente para este boletín.

Todavía hace falta un verdadero homenaje a esta mujer que con su labor tanto ha aportado a la literatura hondu-reña. La Editorial Universitaria, con esta pequeña mani-festación, deja la puerta abierta.

Homenaje

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Itinerario biográfico de Sara Rolla De la provincia al país para todos dividido

Nació en San Carlos de Bolívar, provincia de Buenos Aires, el 10

de julio de 1947. Allí vivió su niñez y los primeros años de su adolescencia. Durante la secundaria comenzó su afición a las letras, y en los primeros años de la década de los sesenta ingre-só a la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Plata. Para ese entonces, conocería al que sería su es-

Nicaragua aún vivía la dictadura so-mocista y ya se vislumbraban la guerra civil salvadoreña, y la llamada “déca-da perdida” que vivió Honduras en los años ochenta con la Doctrina de Segu-ridad Nacional.

Apasionada inclaudicable de las letras

Desde su llegada a la ciudad de San Pe-dro Sula en 1978, se desempeñó como docente en la carrera de Letras de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH-VS), donde tam-

Sara Rolla y el poeta Roberto Sosa. Foto: Colección familiar

Portada de la más reciente edición de Itinerario poético de Roberto Sosa.

Sara Rolla ha cultivado no sólo un prestigio intelectual ganado a pulso, sino nuestro más profundo afecto y admiración, por lo que la sentimos tan nuestra e hilvanada

a las más sensibles fibras de nuestra vida.”

Jorge Martínez Mejía

poso, Héctor Alfredo Sánchez Muñoz, un hondureño que se encontraba en Buenos Aires. De ese amor nacieron Javier, Marina y Alberto.

Su llegada a Honduras se vio entre-mezclada con la fuerte crisis política que vivió Suramérica en los setenta, con Pinochet en Chile; Hugo Banzer en Bolivia; Alfredo Stroessner en Pa-raguay; y el llamado Proceso de Re-organización Nacional en Argentina: la sangrienta dictadura liderada—en diferentes periodos— por cuatro jun-tas militares, entre otros. Sin embargo, Centroamérica no era la excepción:

“El recorrido que he hecho por la producción lírica de Roberto Sosa no agota, indudablemente, sus ricas esencias. Sólo constituye una aproximación global, a modo de reseña, que hace hincapié en las

cualidades temáticas de dicha obra. Falta todavía un trabajo que apunte a desentrañar sus constantes estilísticas y deslindar posibles etapas.

Los estudiosos de la literatura hondureña deben asumir, con urgencia, esa labor, como parte del necesario proceso de rescate, sistematización,

crítica y difusión de las letras nacionales. Creemos que tal empeño representa una de las diversas maneras de acercarse a esa “cruz del alba”

soñada por nuestro poeta.”Sara Rolla

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3* Este es el único texto narrativo que se le conoce a Sara Rolla. Fue publicado en el blog Minitextos de Panamá.

En sus escritos hace ver que el arte literario tiene

que poseer un mundo propio para convencer

al lector, así como un estilo capaz de proveer la

unidad orgánica de una sola pieza. (…) Para ella,

la escritura y lectura de textos de ficción produce

un efecto bienhechor en la mente humana, al profundizar y refinar la percepción, además de

enriquecer(nos) tanto en el plano emocional como en

el intelectual.”Hernán Antonio Bermúdez

Foto: Otoniel Natarén.

Sara Rolla en su época de docente.Foto: Colección familiar.

“Umbrales”, un suplemento cultural de diario Tiempo. Además de numerosos estudios de autores universales como Rubén Darío, Kafka, Julio Cortázar, Rómulo Gallegos y Herta Muëller, Sara Rolla ha puesto su lupa en el produc-to nacional: ha escrito sobre Carlos F. Gutiérrez, José Antonio Funes, María Eugenia Ramos, Óscar Acosta y Gio-vanni Rodríguez, entre muchos otros. En 2007, junto a Manuel de Jesús Pi-neda, compiló la antología de cuentos hondureños infantiles País de luceros. Su libro Itinerario poético de Roberto Sosa (2002) es quizá el estudio más profundo y acertado que, hasta ahora, se ha realizado sobre la obra del poeta Sosa en su totalidad.

Hernán Antonio Bermúdez escribió que: “Su obstinada labor ha tenido una incidencia para nada desprecia-ble en la literatura hondureña”, y pese a que, actualmente, ya se encuentra jubilada de sus labores docentes, aun forma parte de los círculos académi-cos y culturales. Todas y todos sabe-mos y esperamos que haya Sara Rolla para rato.

Reencuentro*Sara Rolla

La puerta estaba abierta y entré. Pasé el zaguán, que no recordaba, y reconocí el gran living. Miré las paredes donde pegaba compul-sivamente aquellas estampas consagradas de Perón y Eva, las que podían salvar a mi papá. Pasé el comedor y en la cocina observé el sitio donde murió mi abuela. El patio me evocó los juegos. Subí al altillo, el lugar mágico. Y ahí estaba yo, sentada con esa expre-sión triste que siempre asumo en soledad.

bién fue coordinadora. Así comenzaría una incansable trayectoria que la em-parentó con la literatura hondureña. Formó parte del comité de redacción de la revista hondureña Tragaluz y de

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¿Cómo fue que Sara Rolla se introdujo al mundo de las letras? ¿Tuvo alguna influencia o alguien que traspasara la pasión por la literatura?

SR: Cuando estaba en secundaria, en la primera mitad de los sesenta, en mi ciudad natal, Bolívar —provincia de Buenos Aires—, me apasionó la mate-ria que entonces llamaban Castellano (en ciclo común) y Literatura (en ba-chillerato). Creo que tuvo mucho que ver la personalidad de los profesores, un hombre y una mujer, respectiva-mente. Me hice lectora “de biblioteca”, ya que las librerías brillaban por su ausencia en Bolívar: las que había sólo vendían útiles escolares y libros de tex-to. Conocí, como diría Borges, el pa-raíso en la forma de una biblioteca pú-blica llamada “Bernardino Rivadavia”, muy bien provista de literatura univer-sal que, afortunadamente, existe toda-vía. Así, fui conociendo autores y auto-ras apasionantes. Como consecuencia, surgió en mí el afán de estudiar Letras y, con ese fin, me trasladé a la ciudad de La Plata, en cuya universidad cursé esa carrera.

¿Conoció a Julio Cortázar u otros autores de renombre en Argentina? ¿Alguna anécdota en especial?

SR: A Cortázar no tuve la suerte de conocerlo personalmente, porque ya estaba viviendo en Europa cuando me trasladé a La Plata, pero sí me apasio-né muy temprano por su obra. Hay un detalle de su biografía que lo aproxima

particularmente a mí. Él, siendo muy joven, trabajó un tiempo como profesor en

el Colegio Nacional de Bolívar, donde yo estudié unos veinte años después. En sus Cartas, vol. 1 (1937-1954), pu-blicadas en 2012 por Alfaguara, pude corroborar la información que me ha-bía proporcionado mi madre. Julio fue amigo de algunos profesores que luego me dieron clase (Luis Gagliardi, Adol-fo Cancio y Marcela Duprat). Leyendo esa correspondencia, lamenté mucho haber nacido “a destiempo”.

A Borges, lo vi y escuché dos veces en La Plata, a fines de los sesenta. La pri-mera vez, en una conferencia sobre Al-mafuerte, un poeta platense con esca-sos méritos artísticos, pero muy de su agrado (como le gustaba Carriego, otro vate popular algo reñido con la estética convencional). Eran las “debilidades” de Borges, como cualquier humano las tiene… La segunda vez, habló sobre un autor de mucho mayor vuelo: Christo-pher Marlowe. Obviamente, ver y es-cuchar a ese “mito” marcó bastante mi existencia.

Finalmente, le contaré que, en octubre de 2012, estando de visita en La Plata, asistí a una conferencia de Ricardo Pi-glia, otro autor muy venerado por su servidora. Al finalizar el evento, hablé brevemente con él sobre su relación con la ciudad de Bolívar, ya que se refiere a ella con cierta recurrencia en sus no-velas y cuentos. Y me tomé la respecti-va foto, que luego “exhibí” con orgullo ante mis amistades librescas (el espíritu aldeano no se pierde tan fácilmente…).

Su llegada al país ocurrió en 1978. ¿Cómo vivió ese cambio? ¿De qué manera se ha transformado la visión que, en ese entonces, tenía del país? ¿Qué representa Honduras para usted?

SR: Viví esa etapa con cierto grado de traumatismo, ya que dejaba, por razo-nes familiares (mi esposo era hondu-reño), un país que se desangraba en la

“Honduras es mi otra patria: tengo el corazón dividido...”

Parque Lezama, Buenos Aires. Foto: Colección familiar.

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“guerra sucia”, en la cual perdí amigos muy queridos. Y entré a conocer una realidad culturalmente diversa, pero sólo en apariencia, ya que no tardé en ver en Honduras el mismo fenómeno de las desapariciones forzosas y los crí-menes políticos. Fui amiga de Moisés Landaverde, un ser puro como pocos, auténtica “alma de Dios”, que fue una de las tantas víctimas de esa nefasta po-lítica represiva de alcance continental. Mi visión de Honduras, como país, no se ha modificado. Siempre supe dis-tinguir entre la “gente del poder” y el pueblo. Este último me inspira un gran respeto, admiración y gratitud. Siem-pre fui excelentemente tratada por co-legas, estudiantes y amigos y amigas en general. En síntesis, considero a Hon-duras mi otra patria: tengo el corazón dividido, pero no lo siento como un conflicto, sino como un privilegio.

Roberto Sosa escribió que la literatura hondureña no existía como tal. ¿Qué opinión tiene de esto? ¿Cree que se puede hablar de un concepto consolidado para nuestra literatura?

SR: Respeto mucho ese juicio de Ro-berto Sosa, pero me parece un tanto radical. Es difícil encontrar una litera-tura con perfiles nacionales muy claros y distintos. Pero ahí están los estudios de Helen Umaña, que nos brindan un panorama rico y extenso de lo que se

ha escrito en Honduras en los diversos géneros. Quizás falte trazar una especie de “radiografía” que muestre los rasgos más resaltantes que configuran, en este país, esa categoría de “literatura nacio-nal”.

Usted está completamente establecida en Honduras, pero ¿se le ha cruzado por la mente volver a Argentina?

SR: Muchas veces, después de la muer-te de mi esposo, en 2005, y de mi jubi-lación en la UNAH, en 2008, he pensa-do en retornar a La Plata, donde viven mi única hermana y su familia; pero aquí han surgido “lazos” que me lo impiden (especialmente, mis nietitos). Así que viajo de vez en cuando y “fa-tigo” (como decía Borges) las calles de Buenos Aires, buscando especialmen-te libros y visitando lugares asociados con autores y autoras de mi predilec-ción (un vicio irrefrenable).

¿Cómo ha visto la evolución de la literatura hondureña, y específicamente de la poesía, en relación a lo que se hacía en la época de Sosa, Castelar y Óscar Acosta? ¿Se podría decir que existen nuevas tendencias?

SR: Todavía no se ha perfilado, con total nitidez, el panorama (en cuanto

a rasgos distintivos) de la nueva lírica hondureña, pero es indudable que este país cuenta con autores jóvenes muy talentosos (hombres y mujeres), cuya obra está a tono con lo que se produce en el resto de Latinoamérica (los blogs ilustran esa proximidad).

La literatura escrita por mujeres ha tenido un gran despliegue en los últimos años. ¿Cómo lo ve a futuro? ¿Cree que por fin se está rompiendo el mito de que “las mujeres temen escribir y publicar”?

SR: Las mujeres escritoras ocupan un lugar relevante en la literatura hon-dureña. Claro que, por un conflicto ancestral (recuerde Una habitación propia de Virginia Woolf), han tenido que luchar para desarrollarse e impo-nerse estéticamente. No creo en ese mito sobre el “temor” de las mujeres. Me parece que el fenómeno ha obede-cido a patrones culturales que, afortu-nadamente, ya están en crisis. Y, a medida que las escritoras sigan teniendo conciencia de

Junto al monumento a Alfonsina Storni, en Mar del Plata. Foto: Colección familiar.

Biblioteca “Bernardino Rivadavia”, donde Sara Rolla realizó sus primeras lecturas. Foto: Conabid, Buenos Aires.

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que están plenamente capacitadas para el oficio y continúen autoexigiéndose calidad, profundidad y diversidad en lo temático y estilístico, el panorama mejorará más aún.

¿Qué opina de la pugna cultural —para nada dañina— que muchos afirman existe entre San Pedro Sula y Tegucigalpa? En su opinión, ¿realmente hay una marcada diferencia entre los estilos y la producción de estas dos ciudades?

SR: No sé si existe en realidad una “pugna cultural”. Además, no encuen-tro esas grandes diferencias de estilo y temática. Y me consta que en San Pe-dro Sula son bien recibidos los autores y autoras de Tegucigalpa y viceversa. Por otra parte, el conflicto entre capital e interior es una tradición universal. Pero, si usted revisa las biografías de los autores “capitalinos” y “provincia-nos”, a menudo descubrirá que muchos de los primeros son, en realidad, “de tierra adentro”. Unos pocos ejemplos: Rigoberto Paredes es de Santa Bárbara; José Adán Castelar y José Luis Quesada son de Olanchito…

En muchos casos, los escritores y escritoras combinan su labor crítica con el oficio de poetas. Helen Umaña, por ejemplo, con Península del viento. ¿Escribe usted poesía o narrativa? ¿Ha pensado publicar algo que no sea ensayo?

SR: No. Desafortunadamente, lo mío es el análisis, no la creación. Y con un fuerte componente didáctico, dada mi formación. Quisiera ser más “lúdica”, menos racional, pero no está en mí, desgraciadamente.

Hablando de la crítica literaria y el oficio de poeta o de narrador, ¿se pueden amalgamar estos dos oficios de una manera objetiva?

SR: Claro que sí, es la situación ideal. Hablar sobre aquello que uno conoce por experiencia propia, ¿qué mejor?

Algunos años atrás se jubiló como profesora de la carrera de Letras. Háblenos de esta nueva etapa de su vida.

SR: Le cuento que extraño mucho la labor docente. Obviamente, no dejo de leer y, además, tengo más tiempo para los afectos familiares. Pero me alegro

mucho cuando hay ocasiones de parti-cipar en eventos literarios.

¿Hay algún proyecto futuro del que pueda hablarnos?

SR: Quisiera publicar otro libro con ensayos sobre diversos autores, nacio-nales y extranjeros, que están dispersos en revistas y en Internet. Veremos qué dice Dios. Y, como sé que aquí se acaba la entrevista, quiero agradecerle a usted y a todo el equipo que la acompaña, el enorme honor que me han hecho al distinguirme como “figura del mes” de una institución tan importante como la Editorial Universitaria (vital, sin duda, para la proyección de todo lo que la máxima casa de estudios produce en beneficio de la sociedad hondureña).

Sara Rolla en la calle Jorge Luis Borges en Buenos Aires.

Foto: Colección familiar.

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Sara Rolla y su casa fantásticaTodavía puedo verme como la chica

parada frente a un tablón de anun-cios donde aparecían las diferentes ofer-tas de carreras del entonces Centro Uni-versitario Regional del Norte (CURN), sintiendo en mi cuerpo la enorme res-ponsabilidad de decidir, lo que de allí en adelante, marcaría mi futuro profe-sional.

Huelga decir que no lo decidí allí mis-mo, si no que tuve que aventurarme en un sinfín de idas y venidas, consultas múltiples y peticiones de programas de las carreras, para decidirme finalmen-te estudiar Letras. La razón principal de esa decisión que me acompaña has-ta ahora, fue el cuerpo académico que daba clases en la carrera: Helen Umaña, Mario Gallardo con todo y sus defec-tos, Osmán Perdomo con su gramática tradicional y Sara Rolla, una argentina hondureña que tenía fama en el Valle de Sula tanto por su impecable crítica, como por ser una mujer que, sin afán de protagonismos, llevaba a cuestas un amor inconmensurable por la literatura.

A lo largo de los años, pude evidenciar, asombrada, cómo las clases de Letras, que nunca eran supernumerarias, se llenaban de estudiantes que no eran de la carrera, pero que asistían sólo por el gusto de escuchar a Sara Rolla o “Sa-rita”, como solíamos decirle sus estu-diantes, dibujando un mosaico desde el cual podíamos vislumbrar lo mismo a Vallejo atrapado en su aguacero que a Baudelaire, solo en un teatro, reali-zando una reverencia, amable ante el único aplauso que le supuso la lectu-ra de Las flores del mal. Georg Tralk susurraba crudamente los horrores de una guerra suicida, y un poco más adelante el Ulises moderno surgía de la

mente alucinada de Joyce. Este mundo, forjado concienzudamente por Sarita, también se llenó de vez en cuando de famas, cronopios y ciudades fantásticas.

Con ella aprendí a amar al Quijote, yo que jamás había podido hacerlo por considerarla una obra desfasada y su-pra valorada. Ella me enseñó a leerlo desde otro lugar, bajo una lupa crítica y burlona hasta poder verla como el texto transgresor y cuestionador que en realidad es. Me enseñó además, cuando entraba en conflictos existenciales so-bre la coherencia entre obra y autor/a, a separar una de la otra. “Trate de no leer biografías, se perderá la frescura y el asombro con que se puede asomar al libro recién descubierto”, me comentó.

Seguramente cuando lea esto, ella dirá que exagero, que hizo bien poco y que el mérito de aprender nos pertenece a nosotros, los y las estudiantes. Sin em-bargo, todas aquellas personas que re-cibimos clase o compartimos el afán literario con Sarita dirán que, al igual que Elena Poniatowska en su discurso

de entrega del Premio Cervantes, fue “nuestro escudero femenino”, una mu-jer donde podía verme a mí misma y pensar en que otras formas de ser eran posibles (parafraseando a Rosario Cas-tellanos), especialmente de y con la li-teratura. Que es posible ser no sólo una Sancho Panza, sino un Quijote feme-nino, en estas tierras tercermundistas, donde la literatura no sólo es un lujo, si no, muchas veces una prohibición. Y que es posible, además, hacer crítica literaria, que sin perder su calidad cues-tionadora, pueda ser edificante y trans-gresora.

Me gusta pensar en Sarita como una aventurera que se embarcó hacia estas honduras y pudo llegar a puerto, tan lejos de las costas argentinas, y que lo-gró no sólo construir un cuarto propio, sino una casa entera. Una casa fantásti-ca, cambiante con las estaciones, a ve-ces amorfa, no exenta de dolor y de la misma dosis de alegría, una casa viaje-ra. Gracias por permitirnos ser parte de esa casa.

Jessica Isla*

* Licenciada en Letras, con una maestría en Estudios de Género. Es miembro de la Red de escritoras latinoamericanas. Obra publicada: Antolo-gía de cuentistas hondureñas (compiladora, 2005) e Infinito cercano (Letra Negra, 2011). Ha sido incluida en Antología de poemas. Mujeres poetas en el país de las nubes. México D.F. (2001-2003) y Entre el parnaso y la maison. Muestra de la nueva narrativa sampedrana (2011).

Sara Rolla con Jessica Isla y otros compañeros de generación.

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La ciudad de Bolívar en la obra de Piglia*

Sara Rolla

La literatura tiene, entre sus muchos encantos, el poder de transformar

la realidad en un espacio mítico, lleno de resonancias psicológicas. Recorde-mos unos pocos ejemplos, un tanto clásicos en su mayoría: los molinos de la Mancha nos remiten a Cervantes; Dublín, a Joyce; New York, a Auster; el paisaje de Jalisco, a Rulfo; el Caribe co-lombiano a García Márquez; el campo argentino, a la gauchesca. En Francia, Illiers (la Combray de Proust, donde el autor, de niño, mojaba la “magdalena” en el té que le daba su tía) se convirtió en un sitio de peregrinación turística (esa virtud de la gran literatura genera dividendos que muchos autores hubie-ran deseado, en algún momento, para sustentarse).

La obra de Ricardo Piglia —cuya im-portancia en el panorama de la narra-tiva contemporánea, en la Argentina y mucho más allá, es incuestionable— nos remite, muy frecuentemente, a un escenario particular, asociado a la bio-grafía del autor: la provincia de Buenos Aires. La mención del campo bonae-rense y sus ciudades es permanente en sus ficciones. Está claro, sin embargo, que no debemos buscar una correspon-dencia fiel, especular, entre los espacios ficticios y sus referentes reales, ya que se trata siempre de una reelaboración mítica. El mismo Piglia se encarga de explicarnos esa diferencia sustancial entre la realidad y el texto, en una en-trevista incluida en su obra Crítica y ficción (Barcelona, Anagrama, 2006). Ante la pregunta “¿Hace falta conocer la Argentina para conocer a Piglia?”, responde:

“No hace falta, creo. La literatura se construye sobre las ruinas de la reali-dad. Las ciudades de la literatura exis-ten pero ya están destruidas. Todas son como la Ítaca de Odiseo, lugares reales que se han perdido (…). Todo es más nítido en la literatura, todo parece más amplio y más misterioso”. (p. 126)

En los cuentos y novelas de este autor, como ya señalamos, se mencionan (y adquieren, a veces, protagonismo es-pacial) numerosas localidades reales de la provincia de Buenos Aires. En la ambientación y el sentido último de las acciones, se percibe cierto parentesco con Onetti y, en definitiva, con Faulk-ner, esa gran fuente de ambos narrado-res rioplatenses.

Entre las ciudades nombradas reite-radamente por Piglia en sus relatos, ocupa un lugar preponderante Bolívar. Veamos algunos ejemplos, que no ago-tan el repertorio pero demuestran esa recurrencia. En la novela Respiración

artificial (Barcelona, Anagrama, 2001), encontramos las siguientes menciones:

“…y sacó el revólver que le habían dado para disparar una salva en homenaje a la presencia del embajador inglés que había viajado expresamente a Bolívar invitado por el viejo, que era dueño de casi todo el partido, y le metió un tiro.” (p. 21)

“En el año 1902 se había comprado me-dio partido de Bolívar a veinte pesos la hectárea en un remate judicial amaña-do por la gavilla de Ataliva Roca.” (p. 22)

Las citas anteriores nos remiten a la te-mática del caudillismo y el latifundio, dos constantes de la historia argentina que Piglia enfoca. Como él mismo ha dicho de su admirado Arlt, podríamos decir que sus novelas son, en gran me-dida, “el doble microscópico y deliran-te del Estado nacional.” (Crítica y fic-ción, p. 107).

Con el escritor Ricardo Piglia, en La Plata. Foto: Colección familiar.

* Este texto fue publicado en el blog La obsesión de Babel: http://obsesivababel.blogspot.com/2011/02/la-ciudad-de-bolivar-en-la-obra-de.html

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Continuando con los ejemplos textua-les del tema enfocado, leemos en el li-bro de cuentos La invasión (Barcelona, Anagrama, 2006):

“Tener amigos porteños, ir con ellos a mi pueblo, a Bolívar, algún fin de semana y presentárselos a Nilda….” (“Una luz que se iba”, p. 104)

“Como cuando te dije: ‘Yo soy de Bo-lívar y me vine a Buenos Aires porque quiero hacer algo y en Bolívar no hay ninguna posibilidad y si uno tiene las cosas claras no se puede baratear, por eso vine. Además si no estás en Buenos Aires no hay forma de hacer nada en este país.’ Te lo dije despacito, para ver si entendías. Y lo único que se te ocu-rrió decir fue: ‘Así que sos del interior.’ Y yo no soy del interior, nací en Bolí-var, provincia de Buenos Aires, a 330 km.” (Ibíd., p. 106)

“Explicarle que a Bolívar no puedo vol-ver (…) y entonces yo tengo que cami-nar (…) por esas calles angostas, pare-cidas a las de Bolívar….” (Ibíd., p. 109)

“….no quiero volver a Bolívar….” (Ibíd., p. 111)

Empleando un enfoque sociológico, se observa, en el cuento citado, el “con-traste entre el imaginario provinciano, para el cual todavía las megalópolis son horizontes de modernidad y progreso”, y la otra cara de esos espacios, signada por la “sobrepoblación, contaminación y violencia.” (Néstor García Canclini, La globalización imaginada, Bs. As., Paidós, 2001, p. 176)

En La ciudad ausente (Barcelona, Ana-grama, 2008) —obra que combina ad-mirablemente la metaficción, el relato fantástico y la alegoría política—, en medio de la atmósfera extraña y aluci-nante que se despliega, Bolívar ocupa un lugar importante. De Macedonio Fernández, personaje clave de la nove-la, se dice:

“La desesperación le había hecho aban-donar todo, incluso a sus hijitos que-ridos, y se vino al campo. Anduvo va-gando con los linyeras en los cargueros que iban al sur. Vivió un tiempo en la estancia de los Carril, en 25 de Mayo, y por fin bajó a Bolívar y se vino con un auto de alquiler hasta la casa. La má-

Foto: Otoniel Natarén.

quina se terminó de armar en ese lu-gar….” (p. 116)

La máquina a la que hace referencia este fragmento es el centro de la novela y está inspirada en una idea de Mace-donio: la de inmortalizar a su amada en un artefacto parlante.

También en Blanco nocturno (Barcelo-na, Anagrama, 2010) asoma Bolívar, en una mención un tanto irónica. Hablan-do del formidable sentido de intuición que posee el comisario Croce, quien lleva a cabo la investigación en esta auténtica “novela negra”, el narrador aporta la siguiente anécdota:

“…Otra vez descubrió a un cuatrero porque lo vio tomar el tren a la madru-gada para ir a Bolívar. Y si va a Bolívar es porque quiere vender la hacienda robada, dijo. Dicho y hecho.” (p. 27)

Es evidente, entonces, que Bolívar es un referente insoslayable en gran parte de la producción de Piglia. Podríamos, quizás, considerarlo —en el marco ge-neral de los ambientes en que se ubi-can sus relatos— como una especie de lugar alegórico, con sus componentes positivos de “espíritu provinciano”, tra-dición y belleza natural, pero no exento de las lacras que derivan de la injusta distribución de la riqueza.

Y hay, finalmente, un dato psicológi-co tal vez decisivo en esa predilección, que el propio autor señala en un repor-taje (y que, si se nos permite persona-lizar, comparte esta humilde analista, alejada de su querida ciudad natal, por circunstancias “de la vida”, desde hace más de treinta años):

“Mi experiencia en el campo refiere a la infancia, a los veranos que pasaba en Bolívar, donde vivía una hermana de mi padre. Era una experiencia mara-villosa, y evidentemente me han que-dado situaciones que luego, al tratar de reconstruirlas, me di cuenta de que estaban muy firmes y muy frescas….”1

1 Véase: http://www.lanacion.com.ar/1311877-policial-a-lo-piglia

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Actualmente, en la Universidad Nacional Autónoma de Hon-

duras, toda la población estudiantil está obligada a cursar la asignatu-ra de Filosofía dentro del marco de lo que entendemos como estudios generales. Pretendo en estas líneas hacer una valoración sobre este he-cho, aprovechando algunos aportes y orientaciones de interés brindadas por el doctor Enrique Dussel en el marco del último Congreso Centro-americano de Filosofía realizado en Ciudad de Guatemala en noviembre del pasado año.

Cursar esta asignatura de cuatro uni-dades valorativas es un desafío en to-dos los sentidos, ya que implica asis-tencia presencial a las clases, tiempo para desarrollar tareas o trabajos de investigación, coordinar actividades grupales, preparar exámenes parcia-les, etc. Súmese a ello la inversión económica en textos, fotocopias, im-

presiones de trabajos escri-

tos, alquiler de equipo de proyección para presentación de temas. La pre-gunta que emerge de tanta exigencia es: ¿valdrá la pena tanto esfuerzo? ¿No sería mejor invertir este tiempo y dinero en asignaturas de la propia carrera o especialidad profesional? ¿No será mejor sustituir esta asigna-tura por otra (u otras) que favorezcan competencias técnicas o científicas más urgentes para el desarrollo aca-démico del estudiante y futuro profe-sional?

La época cultural en que nos desen-volvemos, marcada por el paradigma de la modernidad, tiende a desvalori-zar todo el bagaje de conocimientos que no entran en su marco de refe-rencia fundamental: lo científico-tec-nológico. Es por ello que no resulta raro inclinarse a pensar que asignatu-ras como Filosofía, Sociología e His-toria son materias de “relleno” o de “segunda o tercera categoría”, que no aportan en lo esencial a la formación

que más necesita el país para su desa-rrollo. Los saberes aportados por es-tas especialidades deberían clasificar-se en la región de “materias optativas” o de “libre elección”, pero el pénsum universitario debería concentrarse en las asignaturas que aporten directa competencia técnico-científica a un profesional de carrera.

La respuesta a estas inquietudes pue-de manejarse de distintos modos, pero proponemos básicamente la dis-tinción entre ciencia y filosofía como telón de fondo para discernir cuál es la mejor opción. La ciencia por de-finición es la pretensión de verdad a través de teorías sustentadas en prue-bas empíricas, es decir, procedentes de la experiencia. Y ahí cabe la pre-gunta: ¿qué es la verdad? La misma ciencia responde diciendo algo evi-dente: las cosas reales se actualizan en el cerebro (que cuenta con 80,000 millones de neuronas, donde cada neurona establece 200,000 conexio-nes interneuronales para esta labor). Cada vez que el cerebro “piensa” un objeto lo actualiza, lo construye neu-ronalmente, y esa es la verdad, pues permite manejar lo real. Este es el ni-vel en que se mueve la ciencia: como una explicación de las cosas reales para la sobrevivencia ordinaria. Ello es de un valor inmenso, pero también tiene un límite inmenso.

En la actualidad vemos cómo la cien-cia y la técnica llevada a sus extremos son capaces de producir la extinción de la vida en la tierra; fue algo que no supieron ver los grandes precursores del conocimiento científico como Bacon, Galileo, Newton. Ahora bien, ¿qué es la verdad en filosofía? ¿Es lo mismo que en su forma científica? El filósofo alemán Gottlob Frege de-sarrolla dos conceptos que ayudan a clarificar esto: significación y sentido.

Filosofía… ¿para qué?José Manuel Fajardo Salinas *

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* Profesor de Filosofía en la UNAH. Tiene un máster en Ética social y desarrollo humano por la Universidad Alberto Hurtado de Chile y una especialidad en Docencia superior por la Universidad de Panamá.

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La ciencia se maneja a nivel de sig-nificado, para ella el significado es la verdad. En cambio el sentido es otra cosa. Martin Heidegger en su obra Ser y tiempo afirma que habitamos personalmente en “un mundo” (mi casa, mi familia, mi espacio de traba-jo, etc.), pero esta no es la totalidad de la realidad, es solo la totalidad de mi experiencia. Esta experiencia al-macenada en mi memoria me per-mite dar sentido a las cosas que veo o encuentro en cuanto las relaciono inteligentemente con lo demás, dife-renciando unas de las otras. Así, el significado es lo que semánticamente descubro para manejarme a nivel de experiencia próxima, pero el sentido indica el lugar adecuado que le doy a las cosas dentro de mi mundo, dentro de mi realidad personal. Aristóteles dice en la Metafísica que el filósofo es el filo-mitos, o sea el que ama el mito, y ello porque ama el sentido que

guarda el misterio de lo real (explica lo que no tiene explicación). Por tan-to, los mitos nos hablan del sentido, en tanto que la ciencia nos habla de la verdad relacional en el límite de lo empírico real. Así, la filosofía no es lo mismo que la ciencia. Y además la fi-losofía no es más ni es menos que la ciencia. La filosofía sencillamente es la que ordena los sentidos de las co-sas, en tanto que la ciencia es la que trabaja en descubrir para el mejor manejo de la realidad.

Por ello es lógico que un ingeniero nos ilustre sobre construir puentes o edificios, un médico sobre cómo ma-nejar el binomio salud-enfermedad, un astrónomo hablará sobre fenóme-nos espaciales... Pero será el filósofo quien dialogará con nosotros sobre el sentido de la existencia, de la muerte, de la felicidad, de la diferencia entre el bien y el mal.

Lévi-Strauss, antropólogo francés, estuvo en Brasil con los aborígenes tu-pinambás y redactó vo-lúmenes enteros con los mitos con los cuales ellos se explicaban los distin-tos momentos de la vida,

desde el nacimiento hasta la muerte, y los fenómenos humanos conexos como la pasión, el amor, el poder… Esta referencia es ilustrati-

va para afirmar que lo que ordena con sentido es la sa-

biduría. No es lo mismo conocer científicamente, que saber. Saber es “saber ordenar”. Un tupinambá es un sabio en compara-ción a un habitante de Nueva York, que usa su computadora sin saber el sentido de su exis-

tencia, de su ma-trimonio, de

su paternidad, de su vida en general, simplemente porque jamás se lo ha planteado. En definitiva, es un enano en cuanto al sentido del vivir huma-namente.

Si bien algunas civilizaciones huma-nas han tenido un corto desarrollo en la dimensión científico-tecnológica, sus avances en la dimensión cultural y filosófica son enormes (ello a través de sus narraciones mitológicas, que no por ser mitológicas eran irracio-nales, sino al contrario sólidamente racionales a través del lenguaje de los símbolos). En cambio, ha habido otras civilizaciones que desarrollan mucho en lo científico-tecnológico, pero se quedan cortas en lo demás. Un ejemplo simpático lo podemos imaginar pensando en un agente ubi-cado en el Pentágono, lugar donde “se piensa” y planifica un 21% del presu-puesto mundial con fines y objetivos bélicos. Si se le pregunta a este agente gubernamental estadounidense para qué se gasta tanto dinero en la guerra, él podrá responder diciendo: “Para llevar el estilo de vida americano a todo el mundo”. Y si luego le pregun-tamos al mismo agente: “¿Y usted le ha preguntado al resto del mundo si quieren llevar el estilo de vida ame-ricano?”, seguramente el supuesto agente nos dará un simple “No” por respuesta.

Más allá del mundo de las grandes re-ligiones o civilizaciones, piénsese en la India o la China, la más pequeña tribu que tenga un chamán o alguien que explique el sentido de la vida, puede considerar a este un sabio, pues es el sustento de las tradiciones de su pueblo y le da sentido a las experien-cias que ellos pueden desarrollar en su vida cotidiana. Y este hombre que ama la sabiduría, ama ordenar las cosas prácticas y teóricas, es un filósofo. Cada tradición filosófica puede aprender de

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otra con diferente grado de desarro-llo e incluso puede tener un aspecto mucho mejor desarrollado que aque-lla que podría parecer más deslum-brante por sus avances en lo científi-co tecnológico. Un ejemplo patente lo tenemos a nivel ecológico: la filoso-fía moderna fue ciega en cuanto a la fragilidad y vulnerabilidad de la vida en la Tierra. Se creyó que la Tierra era infinita, que se podía producir lo que se quisiera, usar los instrumen-tos que fueran necesarios para usu-fructuarla infinitamente, y que ella iba a dar para siempre. Y no, la Tie-rra es vulnerable, y es frágil. Esto sí

lo sabían las grandes filosofías de los pueblos ancestrales americanos, que fueron completamente armónicos con la naturaleza y que si destruían parte de una selva, cambiaban de lugar para que ella se repusiera, por ejemplo los tupí-guaraní de América del Sur, que en sus mitos sueñan con una “tierra sin mal”. Esta idea es una especie de sueño o utopía, una tierra que no se tuviera que renovar… Pero era un mito que guiaba su accionar y les hacía profundamente ecológi-cos, y procedían en consecuencia cuidando a la Madre Tierra y no la violentaban más allá de su capacidad.

Así pues, ¿tiene sentido y valor man-tener la asignatura de Filosofía en el pénsum universitario? Definitiva-mente, pues nos ayuda a darle su lu-gar a las cosas y apreciar nuestra vida de un modo más humano e integral. Quedarnos envueltos en el mito mo-derno de lo científico-tecnológico como la única respuesta a los desafíos del desarrollo personal y social, es un empobrecimiento. Tanto la ciencia como la filosofía tienen su origina-lidad y su aporte, caminando en una formación integral complementaria, la conjunción de ambos saberes de-berá dar frutos a su debido tiempo.

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Cultura políticaAntonio Murga Frassinetti“El objetivo es ofrecer una visión de algunas lí-neas de investigación que han sido desarrolladas a partir de los años ochenta. Varias interrogantes orientaron la exploración: ¿Qué es la cultura po-lítica? ¿Qué estudia la cultura política? (…) Para citar algunas temáticas que son actualmente obje-tos centrales en el examen de la cultura política, mencionamos la apatía política, el apoyo democrá-tico y/o apoyo político o apoyo popular, el binomio consenso democrático/disenso antidemocrático, la identificación ideológico o el continuum izquier-da-derecha, la (in)tolerancia social y política, etc.”

Tres décadas de transición política en HondurasAntonio Murga Frassinetti y Julieta Castellanos (coordinadores)

“En el curso de las tres últimas décadas de tran-sición política, sus diversas dimensiones, compo-nentes y aspectos se convirtieron en uno de los de-safíos intelectuales y políticos más sobresalientes de nuestros días. Esta obra reúne a catorce autores procedentes de muy diversos campos de las cien-cias sociales. (…) Desde esta perspectiva, el lector no encontrará una línea interpretativa exclusiva de la transición; más bien encontrará interpretaciones diversas e incluso, a veces, contradictorias. “

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