bajo las arenas del olvido - cuento

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Page 1: Bajo Las Arenas Del Olvido - Cuento

Bajo las arenas del olvido

Faltan más, no creo que todos entremos en este agujero, estamos muy apretados;

cuál será la intención de estos señores, jamás he visto sus rostros, no creo que

suceda algo malo, parece que se trata de un secuestro; pero no tengo nada que

ofrecer, ni la ropa que llevo puesta. No tengo dinero porque aún no me han

pagado por el trabajo que hice en el pequeño mercadito del barrio, excepto las dos

arrobas de papa que me dio el Ceberino por ayudarle a cosechar en su pequeña

chacrita, herencia de su tata.

Creo que mejor les digo que se han equivocado conmigo, no van a obtener

ninguna ganancia, apenas soy un campesino que me gano la vida haciendo

favores a los demás para poder vivir y dar de comer a mi gente. Les diré eso, solo

así, me dejarán en libertad, no importa donde lo hagan, yo me ubico rápidamente.

Pero, qué sucede, ya no conversan. Parece que ya se fueron.

Ayer, mientras nos llevaban en la camioneta grande, doble cabina, color verde,

don Mirlo, me contó que el estaba dirigiéndose a su casa, después de dar de

comer a sus animales, cuando se encontró por el camino, lleno de lodo por la

lluvia de la época, a un grupo de soldados. Tenían la cara pintada y vestían su

ropa de campaña, aquella que se parece a las ramas y hojas del bosque, eran

más o menos unos doce. Lo detuvieron y uno de ellos que parecía ser el jefe le

preguntó por su nombre. Con miedo, se paró en medio de la senda y antes de

pronunciar algo, sintió un fuerte golpe en la cabeza que le hizo divagar y perder la

razón; pero, en ese estado, pudo escuchar que discutían entre ellos. El jefe,

supuestamente le decía al soldado que acabara con él, que le partiera la cabeza

con el fusil y luego le disparara; pero este, no obedeció. Le subieron a la

camioneta y ya no recuerda más.

Don Mirlo debe tener unos sesenta años, y todos los que estamos acá, en este

hueco, no bajamos de cuarenta, solo el que arrojaron último, parece un

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muchacho de unos veinte años. Es calladito, no habla, acurrucado en un rincón y

cubierto con un reboso, parece que está meditando y pensando en cómo salir.

Estoy preocupado, ya es de noche, seguro que me están buscando por todo el

barrio y la quebrada, seguro que ya llamaron por teléfono a todos mis amigos y

conocidos y la policía local ya sabrá de lo ocurrido. Lo peor de esto que no sé

donde puse mi celular para poder comunicarme, por lo menos a través de un

mensaje y este sitio es un descampado. No tengo como comunicarme. Lo bueno

de este lugar es que no hace frío, será por lo que estamos juntos, uno pegado al

otro.

La noche se hace interminable, el silbido del viento se pronuncia en el paisaje y la

luz de cada estrella tirita cerca de nosotros. El silencio es el eco suave del

firmamento que se oculta en nuestras voces.

Miro a los que están a mi costado y trato de adivinar de dónde son, en qué

piensan y si traman algo para salir de aquí lo más antes posible, si tendrán padres,

esposa e hijos o algún otro familiar y que seguro, deben estar preocupados,

angustiados, perplejos, y posiblemente, llorando.

¿Quién eres tú? Mi nombre es Álex y me hago las mismas preguntas igual que tú:

¿Qué hago aquí?, ¿qué hice?, ¿cómo estará mi madre por mi ausencia? Ojalá

termine pronto todo esto porque tengo que ir a trabajar, mis amigos me ayudaron

a conseguir una chambita, por eso debo salir de aquí; sino, quedaré mal con ellos

y jamás me harán otro favor. No sé el porqué de esto, solo recuerdo que me

dirigía a casa de mi prometida llevándole unas galletas y un jugo en caja para

compartir y conversar sobre nuestros planes; pero, a dos cuadras de llegar a mi

destino, se atravesó una camioneta grande, doble cabina, color verde y con lunas

polarizadas. Bajaron dos hombres altos, fuertes, con lentes, vestidos con terno, se

dirigieron a mí sin pronunciar ninguna palabra y me cogieron a la fuerza, no puse

resistencia, pensé que si lo hacía, me iban a matar, me cubrieron la cabeza con

una capucha negra, me subieron al instante, y dentro de vehículo, escuché un

disparo muy cerca de mí. Cuando desperté, posiblemente me quedé dormido,

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estaba tirado en el arenal, bajo el radiante sol de verano, en un lugar donde no

había casas ni árboles. No recuerdo más.

¿Y tú? Yo cumplí dieciocho años hace una semana, me hicieron una fiesta

sorpresa, todos mis amigos y familiares estuvieron conmigo, ellos vinieron de

diferentes lugares. Bailamos toda la noche, la música era muy bien seleccionada

por mi primo. Durante la fiesta mis padres me prometieron que me mandarían a

estudiar a la costa, tenían un ahorro de cinco mil soles, producto de la venta de la

cosecha de maíz y de una res, herencia de uno de mis abuelos. Todo estaba listo

para mi viaje, ellos habían decidido mandarme a una universidad nacional, porque

según mi padre era mejor, no costaba mucho y la preparación era de calidad. Solo

tenía que ingresar, eso era la parte más difícil pero había decidido poner todo mi

empeño; además en el colegio había sido un buen alumno, según mis profesores

muy hábil e inteligente; sobre todo, para los cursos de letras, especialmente,

Filosofía. En aquella ciudad me hospedaría en la casa de una tía, a la cual

visitábamos cada año en época de vacaciones escolares. Mi padre quería que

estudiara agronomía, profesión, según él, acorde con lo que yo había podido

aprender empíricamente durante todo este lapso. Mi madre quería que fuera el

primer profesional de la familia, por eso se esforzaron mucho en ahorrar todo lo

que podían, claro, sin descuidar la alimentación.

Una tarde, mientras conducía el ganado hacia el corral, vi a lo lejos a una

muchedumbre que a paso firme se acercaba con rapidez, Todos ellos llevaban en

sus manos, unas escopetas largas y de doble cañón; sobre sus espaldas, una

mochila de porte militar de esas grandes y anchas en donde entra todo; su

vestimenta, con muchos bolsillos arriba y abajo, era de color del pasto; nunca

había visto tanta gente junta por aquel lugar. Tuve pánico, temor y miedo; corrí

hacia mi casa que estaba al pie de la colina, cuyos cercos son de medio metro

aproximadamente, para avisar a mis padres. Cuando llegué a la puerta, listo para

entrar, sentí una mano sobre mi cabeza, jaló mi cabello, arrastrándome hasta la

acequia, no pude reaccionar al instante pero el dolor fue tan intenso que cogí una

piedra filuda y la tiré con tal fuerza que le cayó en la cara, produciéndole una

Page 4: Bajo Las Arenas Del Olvido - Cuento

herida profunda que sangraba sin parar. Se acercaron unos cuatro, furiosos,

coléricos y me comenzaron a patear bruscamente hasta que perdí la razón,

después sentí algo extraño, violento que ingresó a mi cuerpo, uno de ellos había

sacado de su bolsillo un pequeño revólver y me disparó sin pensarlo dos veces.

Todo esto pasó en un instante. No pronunciaron ninguna palabra durante todo lo

ocurrido. No comprendo porque me pasó a mí.

Ha pasado mucho tiempo desde que se fueron, creo que ya no vendrán.

Lo raro que nadie tiene hambre ni sed, estoy consternado por esto. Tengo que

decirles para armar un plan, parece que a nadie le interesa lo que sucede. Todos

están en silencio. Está oscuro, no puedo ver a nadie. Alex y Mirlo ya se durmieron

o no lo sé. Bueno, mejor, no digo nada.

Hola amigo, ¿puedes moverte hacia la derecha?, claro no hay problema, pero

tengo una dificultad, ya no siento mi cuerpo y me siento en el aire como si volara

onduladamente por el espacio.

Ayer, durante mi clase de literatura hablé a los jóvenes sobre algunas teorías de

libertad. Sonó la alarma del colegio como si se tratara de una emergencia. Me

acerqué a la ventana para observar lo que pasaba. Me dispararon muchas veces

en todo el cuerpo. Caí estrepitosamente a la baldosa de la habitación que colinda

con la capilla de la institución y vi como mi cuerpo ensangrentado era arrastrado

por tres hombres de mediana estatura. Me llevaron a un camioncito, me sujetaron,

me llenaron en un costal y me colocaron encima de unos viejos sacos con abono.

Me bajaron del vehículo, empujándome hasta un pedregal a orillas de un río. Me

colocaron sobre una piedra grande y plana. Cogieron una roca de forma ovoide y

me la estrellaron contra la cabeza. Vi como se despedazaba mi cráneo y mis

sesos volaban en varias direcciones tornándose, el agua, por momentos, rojiza.

Destrozaron mi cuerpo y recogieron los restos con una palana, luego me

colocaron en bolsas negras y me subieron a una carretilla para conducirme a la

vía donde se encontraba estacionado el carro que me traería a este lugar. No

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pude imaginar lo que estaba pasando, quería intervenir pero yo era la víctima. Me

costó asimilar la idea que ya estaba muerto. Por eso estoy aquí, estamos aquí.

Todos somos cadáveres. Uno encima de otro, en este arenal donde nadie nos va

a buscar, donde nadie se imagina que estamos enterrados.

Creo que tiene razón somos ocho personas y estamos amontonados en esta fosa

de arena, oscura, lejos de la ciudad y de nuestros hogares y pueblos, por qué no

lo pensé antes, por eso no tenemos sensaciones de hambre, frío ni de calor.

Debo comunicar rápidamente para que nos vengan a buscar. Debo pensar la

forma de llegar a alguien.

Recuerdo muy bien que por medio de mis sueños yo podía saber lo que ocurría

con mis familiares cercanos y lejanos, me enteraba de alguna enfermedad o

desgracia y esto permitía, poderme comunicar y apoyarles en algo. Creo que debo

utilizar esta estrategia, tengo que elegir a esa persona, tiene que ser alguien que

calme su ansiedad y preocupación por lo que me ha pasado. Mi madre, sí, ella

tiene que ser.

Ahora duerme.

Mamá, mamá, soy tu hijo, anda al mercado y compra lo de siempre para que me

prepares lo que me gusta. Mamá, hoy vendré a visitarte; pero, no te sorprendas si

mis zapatos están llenos de arena y si mi piel está bronceada por el calor intenso

del desierto, es que he pasado mucho tiempo por esos lugares y no te preocupes

porque estoy acompañado de unos amigos que piensan y sienten como yo.

Mamá, sírveme en el plato hondo, como siempre y si no llego a tiempo para

almorzar, ven a buscarme en el arenal, que está cerca a la casa, es un lugar

donde no hay casas ni árboles, según mi amigo Álex. No tardes.

¿Escuchas? Parece que hay alguien cerca de aquí, las voces se confunden con el

ruido de los vehículos.

Veo mucha gente a nuestro alrededor, nos toman fotografías, algunas personas

están llorando; otras, murmuran; mientras, los de vestido blanco revisan a Mirlo.

Page 6: Bajo Las Arenas Del Olvido - Cuento

¿Qué le estarán haciendo? Le están raspando los restos que quedan de su

vestimenta para sacar pequeñas muestras. Algunos siguen llorando alrededor de

él, parecen sus familiares, sobre todo la señora de trenzas largas y pollera.

Mira como nos sacan de esta fosa, uno por uno, con tranquilidad y paciencia. El

sacerdote sigue rezando el Padre Nuestro mientras nos bendice con agua,

dibujando una cruz frente a nuestros cuerpos.

Ahí está mi madre, ha envejecido totalmente, parece que la tristeza y la

preocupación la consumen, está llorando junto a mi única hermana que ya es una

adolescente. Dicen que ha transcurrido más de quince años, que nos han buscado

por todas partes; pero nunca perdieron la fe de encontrarnos. El tiempo ha pasado

tan rápido. Felizmente iremos a casa.

Titulo de texto: BAJO LAS ARENAS DEL OLVIDOSeudónimo: MAXI

Nombre: Pablo Maximiliano Moreno Valverde.Primer Puesto del I Concurso de Narrativa Breve “El Quehacer de la Iglesia

Local y la defensa de los derechos humanos”