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España en los

destinos de México

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JOSÉ ELGUERO

Esp ana en los

destinos de México

Publicaciones del Consejo de la Hispanidad

MADRID

1942

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911-203

EUe, era

ES PROPIEDAD Madrid, 1942

Published in Spain

TALLERES ESPASA-CALPE, S. A. - Ríos ROSAS, 26 - MADRID

Cl$22 f

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PRÓLOGO

JOSÉ ELGUERO

Tuve la alegría de decirlo en su vida y hoy tengo el dolor de decirlo en su muerte: se nos va en José Elguero el primer periodista del Méjico actual.

Periodista nato. El periodismo era su vocación y su excelencia. Tenía el don de coger al vuelo el tópica vivo y mostrarlo, én breves líneas, con incisiva sencillez, inun­dado en luz de razón.

¿Cuál era su fuerza •privativa'? ¿Dónde estaba el se­creto de su difícil facilidad? Creo que en la armonía de dos clónicas desnudeces: la desnudez del pensamiento y la desnudez del estilo.

Ajeno a nieblas y cavilaciones, pensaba con» firmeza y claridad. No había intersticio en su convicción. Sabía lo que quería. Y lo decía sin repulgos, sin sordinas, sin fo­llaje retórico: a cuerpo limpio.

Todos, por eso, le entendían,. Todos, por eso, le leían. Periodista esencial, poníase al alcance y al gu^to de la inmensa mayoría, pero sin defraudar a ía "inmensa mino­ría". Nunca vulgar, nunca chabacano, era ai-istocracia su sencillez. Sin abajamiento, llegaba a todos. Deleitaba, aun­que no podían avalorarlo, cabalmente, a los muchos. Y de­leitaba, porque lo podían avalorar,, a los pocos. Estos so-

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.8 Prólogo

oían toda la superioridad que se esconde en la simplicidad, en la contención, en la elegancia sin afeites, en la agilidad sin pirueta, en el humorismo sin chistiosidad, en la ironía no visible, calladamente difundida por las venas de la frase como un licor vital.

* * *

Clásica fué —a la sombra de su ilustre pajare, don Francisco— la formación m,oral y filosófica, literaria y jurídica de Jasé Elguero. Clásica era su estructura mental. Tenía el gusto de las cosas claras, patentes, objetivas, con­cretas; el odia de las vaguedades nebtdosas y los devaneos inseguros.

Su orbe, exacto, firme, lúcido, mostraba la armoniosa limitación de su coherencia. El desorden romántico, la aventurera modernidad, el vuelco lírico, las oscuridades tan comsplejas y tan humanas de las potencias subconscien­tes, no le atraían. Quizá, a veces, descartaba estas cosas con algún movimiento de desdén. Prefería su terreno se­guro. Amaba lo vertebrado, no lo molusco. Cuanto fuera o pareciera extravagante, rebuscado, inconexo, le incomo­daba.

Una de sus fundamentales aversiones fué la pedantería. La pedantería, tan frecuente en las letras de nuestra hora, nunca logró contaminarlo. Aquello de "llaneza, muchacho, llaneza, que toda afectación es mala", sonó a menudo en su boca, siempre en su ejemplo.

Y, como en la obra, fué llano en la vida: ni padeció de vanidad literaria, ni adoptó posturas, ni quiso bombos.

Tuvo a Cervantes por familiar amigo. Qwevedo —con sus alegres "distraimientos", con su ortodoxia invulnera­ble— fué de los suyos. De Lope se prendó, y trabajaba con amor en un estudio sobre él. Anduvo en toda buena com­pañía hispana. De los modernas, dos dejaron huella deci-

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Prólogo 9

siva en su entraña y en su pluma: Menéndez y Pelayo y don Juan Valera. Maestros de que no puede prescindir nadie que quiera pensar y escribir en español verdadero.

* * *

Suena a paradoja que, en la celeridad y fiebre del pe­riodismo- contemporáneo, pueda prender y triunfar el cla­sicismo. José Elguero, no obstante, fué un clásico. Y lo más llamativo de la paradoja es que este clásico no sólo se insertó en el periodismo o se plegó por invidencia a él, sino que fué, sustancialmente, radicalmente, periodista. Y nú­mero uno.

Tan típicamente periodista — d e editorial y nota bre­ve—, que en el artículo largo y firmado, aunque excelente a toda hora, se acomodaba menos; en el libro no culmina­ba con tan recia excepción.

Quienes conozcan — y hay que conocerlo— su breve y magnífico volumen sobre España en los destinos de Méjico, beberán mucho jugo en pocas páginas, captarán esenciales orientaciones trazadas con gran soltura y limpieza. Pero no acabarán de conocer —si sólo eso conocen— al José Elguero más personal y mejor.

Lo específicamente periodístico — a que se entregó des­de la primera juventud junto- a aquel titán del diarismo que se llamó Sánchez Santos— se Je había connaturalizado; y el agobio de la apremiante, cotidiana tarea, no le dejó vagar para empeños más graves y anchurosos, en los que habría descollado por su fuerte cultura y su capacidad ex­traordinaria.

Pera no hay que llorarlo. Fué de tal modo excepcional y fructuoso lo que hizo, que bien empleada estuvo en ello su potencia. Lo que urge es recoger en volúmenes aquella-mies desparramada en el anonimato de la hoja efímera,

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10 Prólogo

para que el 'nombre y la. obra de Elguero tengan la difu­sión y supervivencia que exigen su propia calidad y el

ajeno provecho.

* * *

Fué José Elguero, en todo, un caballero a Ui española. Urbanidad perfecta, pero no melosa. Franqueza, señorío, cordialidad. Muy varón. Gran amigo. Generosidad hasta el exceso. Un poco de altivez, pero siempre hidalga; capaz de reconocer el yerro cometido y aun de pedir virilmente perdón: cosa imposible para las peinadas modestias al uso.

Y, llegada la hora de ha verdad, murió como quien era. Sufrió, estoicamente, dilatada, y crudelísima enfermedad, que le fué matando a trozos. Supo que- se iba, purificóse en el dolor aceptado, polarizó hacia arriba sus pensamien­tos. Y no sé por qué imagino- que, en las largas angustias y en el trance decisivo, ha de haber repasado en su corazón aquellos soberanos tercetos de Quevedo, que le encantaba citar:

Alma robusta en penas se examina,

y trabajos ansiosos y mortales cargan, mas no derriban, nobles cuellos.

A Dios quien más padece se avecina: Él está sólo fuera de los niales^

y el varón que los sufre, encima dellos.

"Encima dellos" avanzó nuestro amigo con cristianísi­ma entereza, y llegó a avecinarse tanto a Dios, que se que­dó, definitivamente fuera de los males, absorto en Él, hun­dido en síi regazo.

ALFONSO JUNCO.

Julio de 1939.

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Explicación preliminar

Bajo el título Los gobernantes de México, desde don Agustín de Iturbide liasta el general don Plutarco Elias Calles, apareció hace poco un folleto, de firma desconocida, m, que se lanza a España y a los españoles que han vivido y viven en México los cargos más peregrinos, disparata­dos y virulentos. Para el autor del libelo, todos los infor­tunios de México se deben a la educación española que re­cibimos, a la cultura colonial y al espíritu de explotación que, según él, anima a los peninsulares. Desde la esclavi­tud de los indios, iniciada por los conquistadores del si­glo XVI y el régimen despótico de los virreyes, hasta el bombardeo y la ocupación de Veracruz por los americanos en 1914; desde el malhadado Plan de Iguala y la "guerra de los pasteles", hasta la usurpación de Maximiliano y la rebeldía del general don Arnulfo R. Gómez contra el Go­bierno del presidente Calles, de todo eso y mucho más tie­nen la culpa los españoles, que han venido a este país a robarnos nuestras fabulosas riquezas y a sojuzgarnos ti­ránica y cruelmente.

Nada les debemos, en cambio. La obra de España en México (y no hablemos del resto de la América española, donde se repitió seguramente el fenómeno) fué nula, y, más que eso, grandemente perjudicial para estas tierras americanas, pues en ellas florecía, antes de la Conquista,

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12 España en los destinos de México

una civilización maravillosa, que Hernán Cortés y los que le sucedieron en el gobierno de Nueva España, destruye­

ron con mano salvaje e impía. Según el libelista, la dominación española no concluyó

el 27 de septiembre de 1821, sino que, hasta la fecha, sub­siste. Otras naciones, como los Estados Unidos, a pesar de su posición geográfica vecina a la nuestra, a pesar de sus tendencias imperialistas, de su desbordante riqueza y de haberse constituido, por sí y ante sí, en arbitros del Con­tinente, ejerciendo verdadera hegemonía política y econó­mica, ninguna participación tienen ni han tenido en nues­tros fracasos y reveses: sólo a España y a los españoles deben imputarse aquéllos, y para sacudir yugo tan pesado y librarnos de semejante ignominia es fuerza adoptar me­didas radicales, que de una vez por todas nos rehabiliten como hombres libres y señores de la tierra y de los bienes que hoy, todavía después de cien años de emancipación, de­tentan esos malhechores, con perjuicio evidente de los me­xicanos.

El implacable hispanófobo, aunque en mal castellano, pero castellano al fin, pide que se confisquen los intereses de todos los españoles que viven en México, y, después, ¡ su expulsión del país! De esa manera lograremos el bien­estar de que ahora carecemos, y el pueblo será rico y la patria grande y respetada.

Tal es, en sustancia, el folleto de que vengo hablando. En sí mismo, y sobre todo para las personas cultas o, cuando menos, sensatas, ninguna importancia tiene; pero es síntoma de que todavía en México (no entre la mayoría de los mexicanos, ciertamente) existe el viejo e inexpli­cable rencor contra España y los españoles, que, además de ser injusto, tiende a privarnos de la propia y auténtica

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Explicación preliminar 13

personalidad mexicana, que se formó al influjo de la cul­tura ibérica e hizo del Anáhuac semibárbaro un país de civilización europea.

El libelo ha circulado profusamente,, y se ha procurado, con la más refinada perfidia, que llegue a la niñez y a la juventud, lo mismo que a las agrupaciones de campesinos y obreros, y, a ese efecto, se le repartió en las escuelas, en los campos y en las fábricas, para envenenar, con las ab­surdas patrañas que contiene, el espíritu no cultivado e ingenuo de la niñez y del trabajador ignorante.

México antiespañol sería \xv. México yanqui. La única cultura digna de tal nombre que poseemos es la española, y si la perdiésemos, si renegásemos de ella, irremisible­mente adoptaríamos los usos, la mentalidad y la civiliza­ción de los Estados Unidos, que es la nación más robusta de América, la más próxima a nosotros y la que más in­fluye en nuestros destinos y economía. Ni siquiera ten­dríamos el recurso —si recurso puede llamarse— de vol­ver a los hábitos y "cultura" de los antiguos pobladores, porque ésta y aquéllos quedaron para siempre aniquilados el 13 de agosto de 1521, cuando Hernán Cortés se apode­ró de la metrópoli azteca y sobre sus ruinas fundó una nueva nación, en que,, por razones de superioridad indis­cutible, tenían que prevalecer los elementos culturales de la madre España. De las razas autóctonas, por lo que se refiere, a la ciencia, nada nos queda, porque la rudimenta­ria y confusa de los aztecas, mayas y otras tribus ningún principio, ningún sistema desconocido podía suministrar a la vigorosa y exuberante ciencia española; por lo que toca a las artes gráficas —pintura y escritura—, los es­pañoles y nosotros después aprovechamos lo que valía la pena de aprovecharse, y si algo de esto se perdió con la Conquista, fué poco y de escaso valor artístico; y, por lo que respecta a la religión, letras, costumbres y progresos materiales, sería ridículo afirmar (ridículo en que han in-

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14 España en los destinos de México

currido no pocos mexicanos) la supremacía de las divini­dades indígenas sobre, el verdadero y único Dios de los cristianos, de la imperfecta escritura jeroglífica sobre la fonética, del canibalismo y los sacrificios humanos ante el ara de Huichilobos sobre el espíritu de caridad inagotable de los misioneros y del atraso material de pueblos que no conocían el uso industrial y mecánico de la rueda, ni te­nían grandes cuadrúpedos, ni "habían pasado —dice un autor— de la piedra pulimentada", sobre los adelantos de Europa a principios del siglo xvi.

¿Qué sería, pues, de nuestra nacionalidad, de nuestro carácter, de nuestro "mexicanismo"; en una palabra, de cuanto forma el espíritu del pueblo mexicano y lo distin­gue de los demás, dándole atributos propios, si perdiése­mos lo que de España recibimos, que es lo más resistente y valioso de nuestra civilización, por no decir lo único que nos da derecho a un sitio en la Sociedad de las Naciones ?

N o llegaríamos a ser quizá una estrella más en el pa­bellón yanqui, pero sí nos "despersonalizaríamos"; la cul­tura del pueblo fuerte absorbería sin dificultades la del débil, y acabaríamos por convertirnos en una nación sin ideales y sin esperanzas, condenada eternamente a figurar en el mundo como arrendajo y satélite de la gran Repúbli­ca norteamericana.

¿Es eso lo que nos depara la fortuna? ¿Hasta ahí llegan las aspiraciones patrióticas de los que pretenden que re­nunciemos a nuestro pasado y reneguemos de la cultura española?

*

No me propongo escribir un libro erudito ni de gran­des alientos, que tal cosa sería superior a mis fuerzas e imposible de realizarse en el breve espacio de tiempo que me he señalado para componer esta pequeña obra. Refu-

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Exp/icaciá)i preliminar 15

tar tan sólo el folleto antiespañol a que m e referí antes sería fácil empresa, y la refutación, total y decisiva, re­sultará de las páginas que siguen a continuación. Quiero escribir un ensayo de crítica histórica que, demuestre una tesis trascendental para los mexicanos que de veras amen a su país y deseen encontrar la manera más adecuada de poner a cubierto la idea nacionalista contra el único peli­gro que la amenaza seriamente.

Diré con sencillez y brevedad algo de lo mucho que hizo España en beneficio de México. Recordaré, sin odio ni rencores, los males gravísimos que nos ha causado la di­plomacia imperialista de los Estados Unidos. Demostraré que el peligro para nuestra cultura (no m e refiero a la soberanía de México, que podrá subsistir indefinidamente) no está en el influjo de ningún país europeo o hispanoame­ricano, sino en las tendencias, cada día más ostensibles y sospechosas, de la política de los Estados Unidos, que si no encuentran un firme valladar en su expansión creciente, nos dominarán hasta absorbernos. Explicaré cómo la úni­ca resistencia que podemos oponer a los avances del im­perialismo norteamericano, en lo que se refiere a la men­talidad y a la cultura, es la cultura hispánica, que en Mé­xico echó profundas raíces, forma la medula de nuestro carácter y es el cimiento de la patria. Y de todo ello de­duciré, lógica e inflexiblemente,, que es injusta, torpe y antipatriótica la propaganda que se hace en México con­tra España y contra los españoles que entre nosotros vi­ven y son miembros útilísimos de la sociedad mexicana.

Aun cuando creo pertenecer exclusivamente a la raza blanca, soy mexicano por los cuatro costados. Mis abuelos lo fueron ya, y ellos y mis padres m e legaron, como he­rencia preciosa, el amor a España. Escribo, pues, sin es­fuerzo y movido por íntimas convicciones, seguro de cum­plir con un deber de mexicano que quiere honrar a su pa­tria y dar testimonio del nombre que lleva. No será ésta

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16 España en los destinos de México

una defensa de España —que ella no la necesita, ni ra­zonablemente puedo aspirar a tan alto honor—. Romperé una lanza, con brío y entusiasmo, en favor de México, de este infortunado México, al que, no satisfechos algunos de sus malos hijos con haberlo apuñalado miserablemen­te, quieren arrojarlo todavía, sangrante y exánime, a las fauces de sus tradicionales enemigos.