apodos, palabrotas e insultos · evita los apodos. no hay que llamar al niño «mocoso» o...

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APODOS, PALABROTAS E INSULTOS Es raro el niño que no utiliza motes o que no utiliza palabras inapropiadas, al menos de manera ocasional. Algunos niños lo hacen para expresar su independencia, a veces porque están enfadados ya veces porque es divertido. Hacia los tres años de edad, las palabras asociadas a funciones corporales como pipí y caca pasan a formar parte de su conversación, y más tarde eligen aquellas que más llaman su atención. En la mayoría de casos, el hecho de ignorar estos comportamientos (y esto significa no reír, ni siquiera sonreír) logrará que se vayan extinguiendo progresivamente. Tacos y palabrotas también salen a veces de la boca de los adultos, pero éstos han aprendido a controlarse y esto es lo que deben hacer asimismo los niños. Existen maneras de no fomentar el uso de palabras malsonantes. De todas formas, no se recomienda la vieja práctica de enjabonar la boca del niño, ésta es peligrosa y en ocasiones puede dañar las paredes del esófago e incluso los pulmones. Además, el jabón no «lava» las palabras de la mente del niño. Constitúyase en un buen ejemplo Desde el principio, di al niño cuándo está utilizando una palabra incorrecta. Mientras tanto, los padres deben también vigilar lo que dicen. Sé un buen ejemplo. Los niños suelen imitar a los padres, así que es importante que éstos se comportan de la misma forma que quieren que lo hagan sus hijos. Si los padres dicen palabrotas, los niños no entenderán por qué no pueden decirlas. Si los padres tienen explosiones de cólera les será difícil pedir a sus hijos que controlen sus emociones. Evita los apodos. No hay que llamar al niño «mocoso» o «desastre» o algo parecido, pues así, no sólo aprenderá a poner apodos a los demás, sino que se le animará a comportarse de acuerdo con su calificación. Prestar excesiva atención a los motes o palabrotas Se puede fomentar este comportamiento incorrecto por prestarle demasiada atención. No reacciona desmesuradamente. Indica al niño con firmeza que no debe de utilizar estas palabras y que no es correcto que las diga, pero si se reacciona desmesuradamente, con horror o risa, se puede inducir al niño (especialmente al niño más pequeño) a utilizar como juego palabras cuyo sentido ni siquiera comprende.

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Page 1: APODOS, PALABROTAS E INSULTOS · Evita los apodos. No hay que llamar al niño «mocoso» o «desastre» o algo parecido, pues así, no sólo aprenderá a poner apodos a los demás,

APODOS, PALABROTAS E INSULTOS

Es raro el niño que no utiliza motes o que no utiliza palabras inapropiadas, al menos de manera ocasional. Algunos niños lo hacen para expresar su independencia, a veces porque están enfadados ya veces porque es divertido.

Hacia los tres años de edad, las palabras asociadas a funciones corporales como pipí y caca pasan a formar parte de su conversación, y más tarde eligen aquellas que más llaman su atención.

En la mayoría de casos, el hecho de ignorar estos comportamientos (y esto significa no reír, ni siquiera sonreír) logrará que se vayan extinguiendo progresivamente. Tacos y palabrotas también salen a veces de la boca de los adultos, pero éstos han aprendido a controlarse y esto es lo que deben hacer asimismo los niños. Existen maneras de no fomentar el uso de palabras malsonantes. De todas formas, no se recomienda la vieja práctica de enjabonar la boca del niño, ésta es peligrosa y en ocasiones puede dañar las paredes del esófago e incluso los pulmones. Además, el jabón no «lava» las palabras de la mente del niño.

Constitúyase en un buen ejemplo

Desde el principio, di al niño cuándo está utilizando una palabra incorrecta.

Mientras tanto, los padres deben también vigilar lo que dicen.

Sé un buen ejemplo. Los niños suelen imitar a los padres, así que es importante que éstos se comportan de la misma forma que quieren que lo hagan sus hijos. Si los padres dicen palabrotas, los niños no entenderán por qué no pueden decirlas. Si los padres tienen explosiones de cólera les será difícil pedir a sus hijos que controlen sus emociones. Evita los apodos. No hay que llamar al niño «mocoso» o «desastre» o algo parecido,

pues así, no sólo aprenderá a poner apodos a los demás, sino que se le animará a

comportarse de acuerdo con su calificación.

Prestar excesiva atención a los motes o palabrotas

Se puede fomentar este comportamiento incorrecto por prestarle demasiada

atención.

No reacciona desmesuradamente. Indica al niño con firmeza que no debe de utilizar estas palabras y que no es correcto que las diga, pero si se reacciona desmesuradamente, con horror o risa, se puede inducir al niño (especialmente al niño más pequeño) a utilizar como juego palabras cuyo sentido ni siquiera comprende.

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Ignora las palabras inofensivas. Algunas palabras se utilizan sólo como travesura y si se ignoran, se logra erradicar su uso. Las palabras más ofensivas, no deben desde luego ser ignoradas, ya que podrían causar problemas al niño fuera del entorno familiar.

Elimina su reacción de sorpresa. Cuando el niño utiliza una palabrota, no hay que

mostrarse sorprendido ni gritarle (es seguro que has escuchado la palabra con

anterioridad).Si se las trata como fruto prohibido el niño se sentirá todavía mas

atraído a utilizarlas.

Ofrezca alternativas

«Los palos y las piedras pueden dañarme, pero las palabras nunca me harán daño».

Este cliché ha logrado permanecer y ha ayudado a muchos niños en la cuestión de

los motes. Otra forma de ayudar al niño es prepararle para que tenga una estrategia

para actuar y una alternativa a utilizar.

Comenta la palabra. Di al niño lo que significa la expresión y por qué no debe usarla

para insultar ni herir los sentimientos de los demás. En algunas ocasiones, la palabra

no es más en sí misma, si no que en el contexto su utilización es inadmisible.

Sugiera estrategias alternativas. Enseña al niño a que exprese cómo se siente antes

de insultar a alguien. «En lugar de haber llamado a Jim cabezota, deberías haberle

dicho que estás enfadado porque te avergonzó delante de los otros niños».

Juegos de roles. Un niño de cinco o seis años es normalmente lo suficientemente

maduro como para desempeñar el papel del apodo que ha puesto, para fomentar

respuestas constructivas. Hay que enseñarle a ignorar los motes que le ponen los

otros niños y si no puede, enséñele a utilizar su vocabulario para decir que no le

gusta le pongan motes o apodos.

Fomenta la utilización de otras palabras y otras salidas. El niño precisa de una

válvula de escape para sus emociones. Anímale a que exprese sus sentimientos

mediante frases en lugar de usar tacos que sólo le ocasionarán problemas. Dígale

que sólo puede expresar las palabras adecuadas. Un pequeño paciente de los

autores inventó su propia palabra y la utilizaba cuando se enfadaba.

Elogia la conversación adecuada. Dígale al niño que le gusta mucho que utilice

palabras constructivas para manifestar sus sentimientos. Si Alyson está enfadada

con Mark y en lugar de insultarle le dice «Mark, estoy muy enfadada contigo.

Devuélveme mi juguete o se lo diré a los papás».

Aplicar consecuencias negativas

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Si las palabrotas o los insultos no pueden resolverse mediante las medidas

descritas, se pueden aplicar las siguientes consecuencias:

Pon al niño en el rincón. Si el niño utiliza continuamente palabras inaceptables,

después de que se le ha reprendido, entonces habrá que utilizar el tiempo en el

rincón. Asegurase de que entiende que deberá sentarse en el rincón cada vez que

insulte o diga palabrotas. Déjalo sin privilegios si el comportamiento continua y a

vuelve a ellos cuando mejore su actitud.

Consigue que el niño “pague” por las conductas inaceptables. Crea un sistema de

pago como consecuencia de la utilización de palabras incorrectas. Por ejemplo, se le

puede multar con tiempo, quizá el tiempo que tardará en escribir una página

completa de «Prometo no decir palabrotas nunca más».

MENTIR

Todos disfrazamos a veces las verdades, justificándonos a veces con mentiras

piadosas, pero todos nos preocupamos cuando un niño miente. La comprensión de

la diferencia que existe entre la realidad y la ficción es un concepto difícil de

adquirir y que se tarda tiempo en desarrollar.

El Dr. Jean Piaget, un famoso psicólogo estudioso de las etapas del desarrollo

infantil, demostró que hasta los cuatro años los niños pre-escolares actúan con el

principio de complacer a los padres. Lo que le gusta a papá o a mamá es bueno, lo

que les hace enfadar es malo. Si una niña pequeña le dice a su mamá que ha roto su

jarrón favorito, mamá se sentirá triste. Ya que no es bueno que mamá esté triste, la

solución obvia es decirle que no lo rompió ella. De forma similar, es muy normal

que un niño mire a su padre a la cara y le diga que no ha tocado la caja de las

galletas, aunque su cara y sus manos estén llenas de migas de galleta. Este tipo de

actuaciones enfurecen a los padres, pero un niño requiere tiempo para aprender la

diferencia entre realidad y ficción, e incluso los niños de primer grado pueden no

haber controlado este mecanismo. El Dr. Arthur Applebee, mediante entrevistas

con 88 niños de edades entre seis y nueve años, puso de manifiesto que sólo un

18,2 % de los niños de seis años hacían una clara distinción entre realidad y ficción,

pero que a la edad de 9 años todos los niños sabían que los cuentos no son verdad y

un 90 % estaban seguros de que ni Cenicienta ni los gigantes eran reales.

A medida que el niño empieza a distinguir entre realidad y fantasía, va aprendiendo

también que una mentira es siempre una mentira, incluso si nadie la descubre ni

disgusta a sus padres. A los 7 años, el niño se siente mal cuando miente, incluso si

no es descubierto, aunque todavía no sea totalmente capaz de razonar.

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Le inquietan las fechorías y el castigo ya veces también le preocupa que Dios pueda

castigarle, incluso si los padres no lo hacen. A los 11 o 12 años, empieza a ver la

verdad desde una nueva perspectiva que, de acuerdo con Piaget, refleja su madurez

y experiencia. A esta edad, el niño desarrolla la comprensión del hecho que la

sociedad está basada en la confianza.

Es aquí donde se inicia el acusado idealismo de la adolescencia.

La mentira tiene distintos significados a diferentes edades y la veracidad debe ser

tratada como un concepto en evolución. No hay que tomarse demasiado en serio el

hecho de que un niño mienta. En lugar de ello, se deben utilizar las soluciones que

se sugieren para enseñarle a ser honesto de acuerdo con su nivel de entendimiento.

Enseñar al niño el significado de la verdad

Se indican a continuación varias formas de ayudar al niño de dos, tres, e incluso cuatro

años a identificar lo que es «simulado» y lo que es real.

Juegos de roles. Existen muchas oportunidades mientras el niño juega, para diferenciar

la verdad de la fantasía. Uno de los padres puede hacer de monstruo y aunque no lleve

disfraz, el niño puede asustarse y tener dudas sobre lo que es real y lo que no lo es.

Utilice este tipo de ocasiones para hablar de lo que puede y no puede ocurrir en

realidad. ¿Es papá un monstruo? ¿Existen realmente los monstruos o son sólo

ficciones? Los acontecimientos reales y las conversaciones pueden comentarse. Habrá

que explicar al niño que decir «eres tan dulce que te comería», es hablar de una forma

figurada, ¡pero que si él muerde a su hermano, eso es real y duele! Utiliza los

programas de televisión, películas y libros para fomentar las conversaciones sobre

realidad y ficción. Cuando se esté viendo la televisión, especialmente dibujos animados

y películas de acción, comente si lo que se está presenciando podría en realidad

ocurrir. ¿Por qué? ¿Por qué no? ¿Es el héroe real o de ficción? ¿Pueden las personas

volar? ¿Puede un gato explotar y luego salir andando tan campante? ¿Qué ocurre

cuando un perro es atropellado por un coche?

Cuando se leen cuentos a los niños, se ofrece una buena ocasión para hablarles sobre

la realidad y la ficción. Pida a su librero que indique los títulos de lecturas apropiadas a

la edad del niño.

Ayuda al niño a distinguir entre deseos y realidad. Una madre oyó a su hijo contar a un

amigo que tenía un caballo, cuando en realidad no era así. Habló con el niño para

ayudarle a entender que aunque a veces montaba en ponis, no tenía ningún caballo de

su propiedad. Sugirió que le contara a su amigo que había exagerado. Todos los niños

se jactan y fanfarronean cuando son pequeños.

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Ser un buen ejemplo

Los niños son como cámaras de vídeo. Captan todo lo que ven y oyen y lo repiten

después, especialmente cuando el ejemplo lo da alguien a quien quieren. Así que

como a quien más imitan es a los padres, es importante que éstos modelen su

conducta de veracidad.

Si se lleva al niño al parque de atracciones y se miente sobre su edad para no pagar la

entrada, el niño se dará cuenta. Puede incluso decir, para bochorno de los padres «No

tengo tres años, tengo cuatro». Si un policía hace detener el coche por haberse saltado

un stop y se inventa una mentira para no pagar la multa, el niño se preguntará por qué

sus padres pueden mentir y él no.

En el caso de las mentiras piadosas que se dicen para guardar las formas o para no

herir los sentimientos de alguien, los límites son más difíciles de trazar. Con el tiempo,

el niño aprenderá a distinguir entre mentiras maliciosas y conveniencias sociales. Hay

que evitar el problema modelando la conducta adecuada. También se puede enseñar

buena educación.

No incitar a mentir

Los padres preguntan con frecuencia a los niños sobre su mal comportamiento de una

forma que les incita a mentir. El pequeño Ted está en la cocina con la caja de galletas

en el suelo y las galletas a su alrededor. Su madre se precipita en la cocina y le mira de

frente con enfado y le pregunta «Ted, ¿te has subido y has tirado la caja de las

galletas?» El niño la mira inocentemente y dice «No». El niño está actuando mal,

primero porque ha tirado la caja de las galletas y después porque ha mentido. Las

repeticiones constantes de este tipo de preguntas pueden transformar incluso al niño

más honesto en un mentiroso.

No hagas preguntas. En su lugar, hay que decir al niño qué es lo que hizo mal. Hubiera

sido más práctico que la madre de Ted le hubiera dicho «¡Estoy muy enfadada contigo,

te subiste y tiraste la caja de las galletas!»

Ignora que el niño niega lo obvio y preocúpese únicamente del comportamiento

inadecuado inicial. Si la situación no está totalmente clara, pero se tienen buenas

bases para suponer que el niño es responsable de la fechoría, no hay que hacerle

preguntas. Hay que decirle lo que se piensa acerca de lo que ha ocurrido. Si el jarrón

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está roto y no se puede creer que lo haya hecho el perro, indique al niño que piensa

que lo ha roto él.

Hacer una separación entre los castigos por mal comportamiento y los castigos por

mentir

Explica al niño que si cuenta la verdad, no habrá enfados, si miente dígale que ello le

ocasionará el doble de problemas y cúmplalo.

No castigues tan severamente que el niño prefiera mentir. Si los padres castigan al

niño demasiado a menudo o demasiado severamente, el niño puede caer en la

costumbre de mentir para evitar el castigo. Puede llegar a temer tanto el castigo que

prefiera probar suerte con la mentira. Recordamos que uno de nuestros pequeños

pacientes decía: «Las cosas no pueden ir mucho peor», así que mentía, consiguiendo a

menudo librarse del castigo.

Castiga la acción y luego penaliza la mentira. Consiga que las consecuencias de la

mentira sobre una fechoría sean un castigo distinto y no demasiado severo. Si el

castigo por haber estado husmeando en la caja de galletas sin permiso es la

prohibición de comer galletas al día siguiente, el castigo por mentir debe ser otro día

adicional sin galletas (no toda la semana). Si el niño dice que va a casa de un amigo y,

en realidad, va a otro sitio, una consecuencia adecuada sería quedarse en casa,

después del colegio, durante dos días. El castigo por haber mentido sobre el lugar a

donde iba, no debe ser mayor al de la restricción inicial. Si los padres se ciñen a esta

manera de actuar, el niño se dará cuenta de que tendrá la mitad de problemas si dice

la verdad.

Reforzar la veracidad

Más que el hecho de penalizar las mentiras los padres deben acordarse de reforzar que

un niño diga la verdad. En un niño se han de promover las tendencias que se valoran,

en este caso el comportamiento honesto y veraz.

Elogia los comportamientos veraces. Es la forma más simple de fomentar la honradez.

Es conveniente asegurarse de que se elogia de manera adecuada a la edad del niño.

Por ejemplo, se pone a un niño de dos años frente a un jarrón roto. El niño, después de

una pausa, en vez de negarlo, dice «lo siento». Los padres deben decirle,

inmediatamente, que está muy bien que haya admitido la verdad y luego, deben

castigarle por haber roto el jarrón.

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Confecciona «un libro de verdades». Centra la atención en los buenos

comportamientos del niño por medio de un libro en el que se anoten todas las

ocasiones en las que es honrado, revisándolo con él cada día. Explíquelo en presencia

del niño a otras personas. Para niños más mayores, deje que ellos mismos

confeccionen el libro, recompensándoles por los registros veraces.

Recompensa la veracidad con privilegios y/o sorpresas. Utiliza las consecuencias

lógicas cuando sea posible. Si el niño dice la verdad sobre el sitio donde ha estado, hay

que decirle que se confiará en él para que vaya a otros lugares. Continua otorgándole

el privilegio mientras vuelva a tiempo y vaya a lugares permitidos. Da un castigo menor

al niño que cuando se le atrapa en una mala acción lo admite voluntariamente. Desde

luego no hay que dejar que ello sea un motivo para que el niño manipule a sus padres.

Cuando el niño tiene un historial de mentiras, son útiles los gráficos y las recompensas

para fomentar la verdad. La primera vez que Scott admitió que había olvidado su libro

de matemáticas en la escuela fue oportuno recompensarle, ayudándole a buscar una

solución. Cuando el comportamiento de decir la verdad empieza a arraigar en el niño,

es conveniente elogiarle y recompensarle cada vez con menos regularidad.

Consultar con profesionales para niños que mienten de forma persistente y grave

Los niños de l0 u 11 años que siguen mintiendo persistentemente, pueden estar

sufriendo graves problemas emocionales. Algunos niños no pueden diferenciar la

realidad de la fantasía. Otros pueden ser conscientes de sus patrañas pero ni sienten

remordimientos ni ven el hecho como un error. Algunos cuentan mentiras maliciosas o

que parecen hechas para ser descubiertas. Necesitan la atención de un profesional.

EL NIÑO QUE EXIGE EXCESIVA

Todo el mundo requiere atención, ya todo el mundo le gusta pero algunos niños

requieren atención continua. Son como perritos pegados a los talones de los demás.

Sin que importe la atención que se les presta, quieren más y más. ¿De dónde proviene

este comportamiento? A menudo, el niño está enfadado porque no atrae

suficientemente la atención de sus padres. Es difícil discernir, saber la cantidad de

atención necesaria, pero el niño sabe que los padres estarán allí cuando los necesite, a

largo plazo y durante el día.

Otros niños reclaman excesiva atención porque son niños inseguros y muy

dependientes. La dependencia puede ser temporal, por ejemplo puede estar causada

por una muerte, enfermedad, divorcio o por el nacimiento de un hermano o, también,

por un problema escolar o con los amigos. Esta dependencia puede ser más

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permanente y, en este caso, se ha fomentado con la complicidad de los padres. Si los

padres responden a cada capricho del niño, éste aprenderá a esperar este tipo de

respuesta a todas horas. «Mamá, mira esto». «Papá, juega conmigo». «Papá, haz

esto». «Mamá, haz me aquello». Este niño espera una atención total ininterrumpida,

sin fin y esto, además de ser imposible, no resulta sano.

Las claves para hacer frente satisfactoriamente a este problema están en cuándo y

cómo se le presta atención.

Hága mucho caso cuando el niño no lo pida

Si al niño le gusta atraer la atención, los padres se la darán si controlan la situación

cuando el niño no la pida. Hay que elogiarle y reforzar los comportamientos

apropiados tanto como sea posible.

Da al niño un tiempo de atención concreto. Los padres deben proporcionar a cada uno

de sus hijos atención individual, cada día, aunque sólo sea durante algunos minutos. La

cena y la hora de acostarse son ocasiones apropiadas pero cualquier rato puede serlo

mientras el niño sepa que sus padres están disponibles de forma regular. Si la atención

de los padres es un hábito diario, esto dará a los niños seguridad y es un objetivo a

alcanzar.

Dale un vale. Cuando no se pueden llegar a cubrir las necesidades razonables del niño,

es conveniente darle un vale. Puede ser una hoja de papel en la que se escriba: «Este

tique vale por 15 minutos de atención de mamá». Diga al niño cuándo se está

disponible para que lo utilice.

Cuando un niño pequeño deba esperar para conseguir la atención de sus padres, es

útil un cronómetro. Cuando el timbre suena, el niño sabe que ha llegado su turno.

Mientras espera, anímele a que haga planes para el tiempo especial que va a pasar

junto a sus padres.

El niño que reclama atención constantemente

Si los padres piensan que cumplen con las necesidades del niño y que están haciendo

todo lo que pueden, pero el niño sigue reclamando excesiva atención, deben

considerar la situación y pueden utilizar tácticas para que las peticiones disminuyan.

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Ignora las peticiones. Si el padre de Sara ha ido a buscar a la niña a la escuela y

después de haberle prestado atención, habla con sus otros hijos y Sara interrumpe

pidiendo que sólo la escuche a ella, su padres deben ignorar la petición. Cuando cese

de quejarse o de lloriquear y se comporte bien, le volverá a prestar atención. «Eh,

Sara, me gusta lo que estás dibujando. ¿Lo has aprendido en la escuela?» Se le ha de

empezar a enseñar que debe esperar su turno pero que se tiene interés en lo que dice

o hace. Véase sección 8.9 sobre interrupciones para mayor información sobre esta

situación especial.

Utiliza la técnica del disco rayado. Si a los padres no les gusta la técnica de ignorar

existen otras salidas. Los padres han estado jugando con Sally todo el día y ahora

quieren leer el periódico antes de la cena. Le dicen a la niña que dibuje mientras ellos

leen, pero la niña quiere que la miren constantemente. A partir de este momento, hay

que sentarse cómodamente y seguir leyendo, sin mirarla para nada. Cada vez que la

niña pida que la miren, hay que repetir las mismas palabras: «Miraré cuando haya

terminado de leer». No hay que cambiar de actitud, no importan las veces que la niña

intente atraer la atención. Cuando los padres hayan terminado de leer, se pueden

volver hacia la niña diciéndole: «Ahora hemos terminado de leer, déjanos ver tus

dibujos.

Ayudar al niño para que desarrolle su independencia y seguridad en sí mismo

Si el niño es inseguro o bien necesita aprender: a actuar con independencia:

Dé forma y refuerce la independencia. Si el niño ha estado reclamando atención,

elógiele si ha dejado que usted terminara lo que hacía y ha esperado. Dígale que va

usted a leer durante cinco minutos y que puede guardar sus preguntas para más tarde.

Cuando los padres hayan terminado, deben recompensarle mostrando interés. Utilice

un cronómetro para indicar al niño cuánto debe esperar para que se le preste

atención. Empiece con unos minutos e incremente el tiempo paulatinamente para que

aprenda a esperar.

Haga un gráfico de recompensas. Elija una actividad o una hora del día durante la cual

el niño requiera normalmente atención, por ejemplo cuando se está preparando la

cena. El niño podrá elegir entre varias actividades, y podrá ganar puntos por jugar solo.

Los puntos pueden irse acumulando para comprar su juego favorito o unas zapatillas

de deporte.

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Construya una buena imagen. Los padres deben llevar un cuaderno con los buenos

comportamientos del niño. Hay que elogiarle y, más tarde, se explicará a toda la

familia.

Consiga que el niño se interese en actividades. El niño debe interesarse por cosas que

no requieran ayuda del resto de la familia. Busque una actividad en la que el niño

pueda destacar por sí mismo como ballet, deporte o arte.

Los padres deben tener una clara conciencia de los problemas subyacentes. A veces, el

niño necesita atención porque está preocupado o porque tiene miedo. Es conveniente

escuchar lo que está intentando decir. Véase sección (5.6 sobre niños dependientes y

capítulo 14 para miedos específicos.

Responder a las reacciones

Los padres deben orientar especialmente las peticiones de atención del niño si son el

resultado de un acontecimiento traumático.

No apliques sobrecorrecciones. Preste al niño la atención que precisa pero no intente

sobrerrecompensarle por los acontecimientos perturbadores. La ansiedad por una

mayor atención va pasando con el transcurso del tiempo.

Consiga que los sentimientos salgan a la luz. Si va a ocurrir algo inesperado o ha

ocurrido ya en la vida del niño, los padres deben informarle de lo que puede esperar.

Debeis prepararle para lo que vaya a ocurrir. La información mitiga la inseguridad.

Dadle la oportunidad de hablar de sus sentimientos, de sus preocupaciones, celos,

alegrías y aflicciones.

Utiliza técnicas de relajación. Ayúdale a estar de acuerdo consigo mismo, más que a

ser dependiente de sus padres.

EL NIÑO QUE NO ACEPTA UN «NO»

Poco importa que se haya dicho no diez veces. Si el niño sabe que eventualmente se

dirá sí, seguirá dando la lata, como una tortura china, haciendo pataletas, melindres y

lloriqueando sin fin, hasta que los padres se rindan y cedan. Ha aprendido por

experiencia que su insistencia dará resultados, probablemente posibilidades más

seguras que las de ganar en un casino.

La única solución al problema es que tanto padres como hijos aprendan que realmente

están hablando en serio. Si el hecho de rechazar un «no» como respuesta se ha

convertido en un patrón permanente, se sugiere que se estudien las influencias previas

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y que se haga un auténtico esfuerzo para cambiarlo lo antes posible. Este molesto

comportamiento puede transformarse en un serio problema en la adolescencia, pero a

cualquier edad en que aparezca, debe resolverse.

Pensar antes de hablar

No hay que responder automáticamente «no» a las peticiones del niño. ¿Cuántas

veces decimos «no» queriendo decir, quizás, más tarde? Es mejor reflexionar bien la

respuesta antes y dispensar un mínimo de noes. Los padres deben utilizar el no cuando

sea realmente lo que quieran decir. Ello no significa que se deba decir siempre que sí,

sino que se debe ser consciente de la frecuencia con la que se rechazan peticiones

legítimas. Cuando el niño haga una petición, hay que hacer una pausa, hay que pensar

y confirmar la respuesta mentalmente antes de verbalizarla. Si en un momento dado

no tiene la seguridad de que va a darle la mejor respuesta diga: «Déjame que lo piense

un minuto». Sin embargo, una vez que se ha decidido, haga lo que ha dicho y no

cambie de idea.

No dar al niño oportunidad de dudar

Las soluciones que se dan a continuación eliminarán los inventos del niño para que

usted cambie de actitud.

No responda con una pregunta: «Mamá, quiero un helado de cucurucho» «¿No ves

que es demasiado tarde y es casi hora de cenar?» Se está preguntando. Nunca se debe

preguntar, la respuesta tiene que ser sí o no.

No se justifiques. No es momento de un debate. Evita disputas y no favorezca la

discusión. Dé una respuesta simple y no intentes explicarla o, de lo contrario, el niño

puede intentar rebatir las razones de los padres una por una.

Mostrar al niño que se habla en serio

Si el niño sigue sin querer aceptar un no por respuesta:

Aplicar la ignorancia sistemática. Si ya has contestado al niño, no permitas discusiones,

debates, etc. Sólo silencio. Ignora respuestas, porqués, pataletas o lloriqueos o

cualquier otro elemento del repertorio del niño. Después de muchos meses o años de

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éxito por parte de los niños logrando que los padres cedan, esto puede parecer

mucho.

Aplica la técnica del disco rayado. Si no se es capaz de ignorar los intentos del niño,

debe realizar otra técnica. Si se ha dicho «No, Silvia, no te voy a comprar estos dulces

para el desayuno» y Silvia continúa pidiéndolos, simplemente se han de repetir las

mismas palabras en el mismo tono, cada vez. «Dulces no, Silvia, dulces no, Silvia».

Pérdida de privilegios. Para un niño mayor, la pérdida de privilegios puede ser una

herramienta muy eficaz. Por ejemplo, «Jeremy, te he dicho que no puedes ir a casa de

Carla ahora. Como me lo has discutido, no podrás ver la película de la televisión esta

noche». O bien aplique consecuencias naturales. «Tampoco podrás ir mañana a casa

de Carla porque estás discutiendo».

Reforzar la cooperación

Cuando el niño acepta un «no» por respuesta es conveniente reforzar sus esfuerzos.

Lleva un diario. Elógiale cuando haya sido cooperador y, además, anótelo en un diario

de «buena atención». Al final del día, revise el diario con el niño para que sepa lo bien

que lo hace.

Ofrézcale vales o puntos en un gráfico. Cada vez que el niño sepa encajar un «no»

como respuesta, podrá ganar un vale o un punto. Al principio, se le dará una sorpresa

por dos puntos, luego por tres, incrementando gradualmente el número de puntos

necesarios a ganar. Entretanto, sorpréndale cuando no lo espere.

Utiliza consecuencias naturales. José pide una galleta. Escucha y comprende que se le

ha dicho no. Algo más tarde recompénsele diciendo: «José, me ha gustado mucho

cómo me has escuchado, después de comer puedes coger una galleta». Si se le dice a

José que no puede jugar fuera porque usted se está arreglando para ir de compras, y el

niño responde agradablemente, «De acuerdo, mamá». Se le puede responder: «José,

intentaremos volver pronto para que tengas tiempo de jugar más tarde, eres ya un

chico mayor porque me escuchas con atención».

HACER TRAMPAS

«Cada uno a su examen, por favor». Palabras familiares dichas por prácticamente cada

profesor durante cada examen. Se estima que más de un tercio de todos los

estudiantes copian al menos una vez durante sus años escolares. Hay muchas razones

por las que los niños sienten la necesidad de hacer trampa en los exámenes. Los niños

pequeños son egocéntricos y quieren triunfar, no importa cómo. Incluso un niño de

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cinco años siente la necesidad de hacerlo bien y si para conseguir lo que quiere

necesita copiar, lo hará. Algunos niños a los que les cuesta aceptar la derrota harán

trampas para ganar en los juegos y se permitirán acusar a otros niños cuando a su vez

las hagan.

En el colegio, un niño puede tener miedo de las repercusiones de las malas notas. En la

imposibilidad de alcanzar la meta, un niño puede no ser capaz de resistirse a mirar el

examen de otro. Especialmente en una escuela competitiva, un niño que está mal

preparado o es incapaz de aprobar puede cubrir este déficit copiando. Otros no lo

hacen porque lo necesiten, sino porque lo hacen los demás. Incluso los buenos

estudiantes caen en este círculo vicioso dejando que los demás les copien.

El hecho de hacer trampas repetida y frecuentemente, que es un aspecto más del

patrón general de mentir, es un patrón de comportamiento que no debe considerarse

a la ligera. Puede indicar problemas emocionales más serios y muchas veces precisa

ayuda profesional.

A continuación se dan algunas soluciones que ayudarán a manejar la situación se

produzca cuando se produzca.

Afrontar el problema

Es útil determinar por qué el niño ha hecho trampas y discutirlo abiertamente.

Busca la razón. No le preguntes al niño si ha hecho trampa cuando está claro que lo ha

hecho. Enfréntele tranquilamente con la evidencia. Algunos niños negarán

vehementemente su culpabilidad y otros se desmoronarán, pero no se enfrente a él

como su enemigo. No hay que acusarle ni regañarle. Intente averiguar por qué ha

elegido la trampa. ¿Estaba poco preparado para el examen? ¿Se sentía empujado a

conseguir niveles imposibles?

Expresa su desaprobación. El niño debe saber, calmada y firmemente, que hacer

trampas no es aceptable. Explíquele por qué la trampa no es una opción aceptable y

sugiérale soluciones alternativas que podrían servirle como soluciones.

Fomenta la honestidad. Hay que imbuirle de la importancia que tiene hacer un

esfuerzo honesto. Para ello uno debe practicar lo que predica y dar buen ejemplo.

Consiga que el niño sepa que lo que cuenta es cómo se juega.

Obligar al niño a admitirlo ya corregirlo

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Puesto que es importante que un niño se dé cuenta de las consecuencias de su

comportamiento, hágale reconocer un comportamiento deshonesto y corregirlo.

Aunque sea la primera vez o (quizás especialmente porque es la primera vez), dadle

importancia. Discuta el comportamiento con el maestro y según la situación y su

gravedad, decida un seguimiento apropiado. Puede ser un suspenso en este examen o

una prueba oral para ver si ha aprendido la materia. O quizás se le pida un trabajo

extra sobre esta materia. A veces el tratamiento más eficaz para los que copian

repetidamente es la acción de pedir disculpas públicamente o pedírselas al niño de

quien se han apropiado las ideas. Debe comprender entonces que precisará tiempo

para demostrar que vale y para ganar de nuevo la confianza del resto de la clase.

Fijar niveles realistas

A continuación enfréntese a la razón que ha llevado al niño a la trampa. ¿Son sus

objetivos o los del niño poco razonables? De ser así, hay que modificar las

expectativas.

No hay que provocar que el niño haga trampas. A veces, la pauta fijada en casa y en la

escuela inintencionadamente provoca que el niño copie. Un entorno competitivo que

da excesiva importancia a las calificaciones ya los triunfos aumenta las posibilidades de

que el estudiante haga trampas.

Fija objetivos realistas. Cuando las expectativas son demasiado altas el niño copiará

con más probabilidad. Cuando las calificaciones se convierten en algo más importante

que aprender se encamina al niño acopiar. Cuando las puntuaciones y las calificaciones

de los exámenes no se mantienen en privado, o bien los compañeros del niño hacen

gala de ellas, se tienta al niño a copiar. Hable con el profesor para discutir el nivel del

niño y pídale que no se le etiquete o se le haga sentir inferior. El niño que saca malas

notas no es el único que querrá mantener su promedio por cualquier medio. Hay que

discutir los problemas del niño para intentar aliviar las presiones. Es conveniente pedir

ayuda suplementaria para compensar los déficits en aptitudes o de aprendizaje. Hay

que pedir que se dé importancia al aumento de la capacidad y del aprendizaje más que

a las calificaciones.

Explica el significado de la honestidad. Es bueno explicar al niño de una manera

tranquila y amable qué significa la honestidad y asegúrese de que sabe cómo hacer su

trabajo en el colegio de forma correcta. Por ejemplo, se le explicará la diferencia entre

copiar de un libro (plagiar) y parafrasear el material. Trabaje incluso con los

estudiantes más pequeños para que aprendan a utilizar el material de estudio de

forma adecuada.

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Aumentar el tiempo de estudio si es necesario

Cuando la fuente del problema es la falta de dedicación del niño a su trabajo escolar es

posible que requiera esta simple táctica. Si siempre está mal preparado se le debe

motivar para cambiar su comportamiento. Tanto las contingencias positivas como las

negativas pueden utilizarse para enderezar esta situación. Se mantendrán objetivos

semanales y después el niño deberá hacer un gráfico del número de minutos que

emplea en estudiar. Puede ganar puntos que se intercambiarán por tiempo libre.

Refuerce el estudio con tiempo para ver televisión o con actividades al aire libre. Para

sugerencias adicionales véase la sección 11.2.

Alentar el comportamiento honesto

Después de haber puesto en práctica estas soluciones es su labor reforzar los esfuerzos

del niño en el colegio. Se elogiará el trabajo bien hecho, no sólo las calificaciones.

Busque ocasiones para elogiar su honestidad, tales como aquellas en que otros niños

copian y él no, o como cuando otro niño le ofrece las respuestas y él las rechaza, o

como cuando en un examen escrito utiliza los datos sin copiar directamente el trabajo

de los demás.

ESCUPIR, PEGAR Y MORDER

Se trata de comportamientos inmaduros que practican algunos niños de dos, tres y

cuatro años de edad, e incluso en ocasiones, más tarde, como respuesta a las

frustraciones o a la excitación. Debe usted detectar estos comportamientos antes de

que se descontrolen. Si continúa con ellos, el niño no será muy popular o socialmente

aceptado.

Controlar las primeras veces

Expresa tu desaprobación en la primera ocasión en la que el pequeño utilice estos

tipos de respuestas.

Discute y etiquete. Si el niño no habla todavía, se deberá etiquetar su acción diciendo:

«No se escupe» o «No se pega». Se deberá decir con una voz severa para que el niño

sepa que lo que hizo es incorrecto, pero sin enfadarse. Si el niño es lo suficientemente

mayor para comprender, habrá que decirle con claridad que este tipo de

comportamiento no es aceptable.

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Define las consecuencias. Hay que asegurarse de que el niño sabe cuáles serán los

resultados si continúa pegando a su hermana. Tal vez puedan ser tiempo castigado en

el rincón o la pérdida de un privilegio.

Enseñar comportamientos alternativos

Prepare al niño con comportamientos alternativos para sustituir bofetones o

mordiscos.

Identifica en qué momento se produce este tipo de actuación. Se deberán detectar los

momentos y las situaciones en las que el niño recurre a pegar o a morder a fin de

evitarlo o cambiarlo. Si el niño tiende a morder cuando está cansado, evite llevarle al

parque si no ha hecho la siesta.

Enseña alternativas. Un pequeño mordía a los otros niños cuando le pedían los

juguetes con los que estaba jugando. Sus padres le mostraron otro tipo de respuesta.

Se le enseñó a decir «Es tu turno y luego me tocará a mí, ¿de acuerdo?» y a que pidiera

ayuda a los adultos en caso necesario. Cuando compartía, se le elogiaba para fomentar

este nuevo comportamiento. A otro niño se le convenció para que se retirara y dijera

que ya no jugaba en lugar de morder.

Utilizar medidas preventivas

Establezca los límites antes de que los niños pequeños jueguen juntos. Marque reglas

simples, como respetar los turnos y dejar que el acompañante comience, animando a

los niños a que sean buenos compañeros y que piensen en cómo se sienten los demás.

Se les deberá dirigir y vigilar durante los juegos, tal vez por medio de una preparación

de los períodos de juego a fin de atajar las oportunidades de que se presenten

problemas. Déles incentivos para que cooperen, tales como galletas y leche si han

jugado tranquilamente durante veinte minutos. Asegúrese siempre de haber definido

bien lo que significa «jugar tranquilamente».

Utilizar consecuencias negativas

Cuando las medidas positivas parecen no ser suficientes, se pueden intentar otras

medidas:

Limita las oportunidades. A menudo, la mejor táctica es la de eliminar las situaciones

que son susceptibles de incitar a pegar, morder o escupir. Si el niño muerde para

defenderse de los competidores del columpio, prohíbale el columpio hasta que

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entienda que podrá jugar tan sólo si sabe controlarse. Si tiene tendencia a pegar

cuando se encuentra en grupos numerosos, haga que juegue con un niño en cada

ocasión.

Utiliza la sobrecorrección. Haz que el niño remedie lo que ha hecho mal de un modo

que le impresione profundamente. A una niña que había escupido a alguien, se le pidió

que se lavara los dientes y que hiciera gargarismos con un elixir bucal (¡jamás con

jabón!) y que fregara el suelo donde había caído el escupitajo. Se le explicó que escupir

produce una expansión de microbios por lo que era necesario que se lavase la boca y

que limpiase el suelo. Con este método, se detuvo el comportamiento indeseable con

gran rapidez. El método para los mordiscos puede incluir la higiene oral, la limpieza de

la zona mordida y otras disposiciones, como por ejemplo, regalar al niño que ha sido

mordido un juguete para jugar.

Formación de autocontrol

Haz que el niño suponga que está apunto de pegar, morder o escupir y que se detiene

a sí mismo antes de hacerlo. Al mismo tiempo, pida que repita frases positivas como

«Sólo se muerde la comida, no se debe morder a la gente». Hay que elogiarle y

recompensarle cuando se detenga en las situaciones reales.

Reforzar al niño que sepa controlarse

Para que los comportamientos apropiados se mantengan, asegúrese de haberle dicho

al niño lo orgulloso que está de que sepa controlarse.

Elogia y recompense al niño por no pegar, morder o escupir.

Haz un gráfico de los progresos. Prepare un registro de las ocasiones en que el niño no

ha mordido, pegado o escupido. Se puede organizar que el profesor envíe una carta de

buena conducta, en caso de que los problemas se hayan presentado en el colegio, o

que envíe una nota cada día que el niño tenga éxito en su control.

Buscar ayuda profesional en caso de que el niño muerda fuerte y con persistencia

Cuando los esfuerzos concienzudos para controlar los mordiscos no hayan tenido éxito

y el niño cause daño a los demás, es el momento de recurrir a la ayuda de

profesionales.

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EL QUE NO SABE GANAR/EL MAL

PERDEDOR

Ganar y perder son hechos que ocurren en la vida diaria y ser un mal jugador no es una

característica apreciada. ¿Puede a usted gustarle el jugar a las damas con un niño que

acaba de tirar el tablero al suelo? ¿Votarán los compañeros de clase por José la

próxima vez que se presente como candidato si cuando pierde las elecciones les

regaña porque no le han votado? ¿Qué pasa si fanfarronea de su éxito? ¿Les gusta a

los otros niños jugar con Gloria, que siempre llora cuando pierde, o con Fred que pasea

su triunfo por las narices de todos cuando gana?

El aprendizaje de ser un buen perdedor no se logra de la noche a la mañana. La

mayoría de los niños pasan por la escuela elemental con problemas para saber perder.

Pero si los padres dan un buen ejemplo de ser buenos perdedores y no aceptan otro

tipo de comportamiento por parte de sus hijos, los pequeños aprenderán a serlo ya ser

un buen ganador también.

Explicar el espíritu deportivo

Cuando el tema salga a colación naturalmente explíquele al niño el significado de saber

perder y saber ganar con corrección. Deberá utilizar los términos buen perdedor y

buen ganador con frecuencia, describiendo situaciones en las que las personas no se

recrean, ni hacen mala cara, o pataletas, ni fanfarronean o se sobrevaloran.

Demostrar deportividad

Los niños aprenden de lo que ven, especialmente de lo que ven hacer a sus padres.

Se un buen ejemplo. Los padres deben saber perder deportivamente y ganar con buen

talante. El niño aprenderá a hacer lo mismo ya copiar los actos de sus padres cuando

se encuentre en una situación difícil.

Reaccione positivamente cuando el niño pierda o gane. También aquí es necesario

saber actuar con deportividad. Algunos padres se comportan peor que sus hijos en una

confrontación deportiva. Se trata de hacer verídico el viejo dicho: «Lo importante es

participar».

Practicar los buenos modales

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Proporciona al niño la oportunidad de practicar las respuestas calculadas. Para los

niños pequeños, lo más apropiado es que se les dé la oportunidad de practicar con

hechos como ganar y perder.

Juega con el niño. Si juega al parchís, o con monedas, no hay que desperdiciar la

oportunidad de reforzar las conductas deseables o de explicar por qué algunas

respuestas son apropiadas y otras no lo son. Mientras juega haga comentarios para

enseñar al niño cómo debe reaccionar: «Vaya, lo has hecho muy bien esta vez» o «De

acuerdo, he ganado esta partida, pero eres un buen contrincante. No sé si podré

ganarte la próxima vez».

Practica la deportividad en varias ocasiones, tanto naturales como privadas para que el

niño al que le tiemblan los labios, aprenda a sonreír. La mayoría de los niños lo capta

enseguida y aprende a controlar sus reacciones.

Efectúe representación de papeles respecto a lo que dice el ganador. Antes del juego,

hable sobre lo que puede decir en caso de que gane el juego venza el contrincante:

«Tu tiro fue fantástico. Fue muy difícil pararlo». «Organizaste un buen torneo. Espero

que trabajes conmigo en las reuniones de clase».

Haz juegos de roles de lo que debe decir un perdedor. Sugiera comentarios y

reacciones apropiadas como estrechar la mano y decir «Te felicito, lo hiciste muy bien»

0 «Estoy esperando la revancha».

Vigila a los profesionales. Cuando vea partidos televisados, habla del modo en que los

atletas reaccionan cuando ganan y cuando pierden. Elogia a los que actúen

deportivamente. Cuando se vea a otros adultos ganar o perder, comenta su reacción

con el niño. ¿Qué podían haber hecho o dicho los ganadores? ¿Qué es lo que

demostraba que estaban actuando deportivamente?

No aceptar el comportamiento antideportivo

Si el niño no sabe actuar deportivamente, se le deberá indicar que es inaceptable. Si

Janet tira las cartas al suelo cuando pierde, no hay que jugar la próxima partida con

ella o hay que excluirla del juego hasta que demuestre saber comportarse. Si el hecho

de no saber perder ocurre en un grupo, hable con el entrenador o avise al niño de que

se le excluirá del grupo si ocurre otra vez. Luego, hay que ser consecuente con lo que

se ha dicho.

Reforzar las conductas de deportividad

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Se debe reconocer y elogiar los esfuerzos del niño para actuar como un ganador, sin

que le importe la puntuación. Comenta también las buenas conductas que detectes en

los demás jugadores.

A LARDEAR Y FANFARRONEAR

«He sacado nueve en ciencias sociales y tú sólo has tenido un seis» «Mi papá es más

fuerte que el tuyo» «Puedo lograr cinco goles seguidos, soy el mejor jugador de fútbol

del colegio».

El niño puede estar a lardeando para ganar amigos o para influir a sus enemigos, pero,

en realidad, a nadie le gusta un fanfarrón. Esto es particularmente triste ya que el niño

que a lardea o fanfarronea con asiduidad lo hace debido a un sentimiento de

inseguridad. Utiliza estos comportamientos como compensación de la pobre imagen

que tiene de sí mismo.

La solución que sugieren los autores se centra primero en extinguir este tipo de

comportamientos y luego en cimentar la autoestima.

Ignorar los pequeños a lardes

Es normal y natural que se a lardee de vez en cuando. Si los hermanos y. amigos del

niño se cansan de ello, se lo demostrarán claramente y los padres no deberán

intervenir.

Etiquetar la fanfarronería

Cuando la fanfarronería se convierte en un problema, hay que etiquetarla con claridad.

No hay que confundirla con la mentira. «Bill, has estado hablando toda la tarde de lo

bien que has jugado. Ahora estás fanfarroneando. Estamos orgullosos de ti, pero ya es

suficiente».

Detectar las razones

Cuando observe que su hijo está desarrollando una pauta de fanfarronería, debe

hablar de ello con el niño. ¿Por qué fanfarronea?

Indica que la fanfarronería suele perjudicar. Si el niño trata de impresionar, pregúntele

qué piensa cuando oye a otros niños decir de sí mismos que son maravillosos. ¿Qué

dicen sus amigos cuando fanfarronea?

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Haz que el niño se escuche a sí mismo. Represente una situación reciente en la que

oyó al niño fanfarronear. Usted representa el papel del niño y luego se intercambian

los papeles y le comunica la impresión recibida.

Enseñar al niño otras formas de causar buena impresión

Asegura al niño que es bueno que quiera causar buena impresión a los demás, pero

que existen otras formas de lograrlo. Se mencionan a continuación algunas de estas

alternativas:

Enseña al niño a hacer cumplidos. A todos nos gusta destacar y que nos elogien. Haga

juegos de roles para que el niño aprenda a hacer cumplidos naturalmente.

Ayuda al niño a desarrollar aptitudes. Cuando se presume en exceso de algo se está

pidiendo implícitamente a los demás que reconozcan nuestra presencia. Si un niño se

siente bien consigo mismo, no necesitará demasiado reconocimiento ajeno.

Ayúdale a desarrollar aptitudes por las que obtendrá reconocimiento sin pedirlo.

Enséñale a ser un buen ganador o un buen perdedor. Véase la sección 13.9 para

sugerencias de cómo enseñar al niño a perder ya ganar elegantemente. A los demás

niños les gustan aquellos que tienen ideas divertidas o que saben admirarles cuando

ellos tienen ideas brillantes.

Ser un buen ejemplo

Revisa su propia conducta y observará si habla demasiado sobre sus cualidades y

éxitos. ¿ Quizás se está viendo reflejado en el niño? De ser así, intente cambiar su

comportamiento para convertirse en un buen ejemplo.

Elogiar el comportarse sin a lardear

Coméntelo positivamente cuando se dé cuenta de que el niño está a lardeando menos

de lo habitual 0 cuando está practicando otros comportamientos. «¿Sabes, hace días

que no te oigo a lardear. Es fantástico». O «Debo darte una palmadita en la espalda.

Eres tan modesto hablando de tu nueva bicicleta. Dejaste que tus amigos la elogiasen

sin fanfarronear».

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Fomentar la autoestima

Si el niño tiene ya una autoestima adecuada, no tendrá que pavonearse de sus

victorias y posesiones.

Proporciona al niño amor incondicional. El niño debe estar seguro del amor de sus

padres hacia él por sí mismo, no por lo que hace. Díga que le quieren. También que

está orgulloso de que sea su hijo.

Ayuda al niño a encontrar aptitudes, intereses y actividades. Un niño que tiene

habilidades e intereses tendrá más información y experiencias para compartir.

Además, se sentirá mejor.

Resuelva los problemas escolares. Si el niño tiene problemas de aprendizaje, para él

cada día es una tremenda lucha. Un niño que experimenta fracasos constantemente

no es capaz de sentirse listo o apto. Los padres deberán ayudarle para que se sienta

bien en la escuela.

Ayuda al niño a hacer amigos. La amistad es una de las más importantes vías para que

el niño aprenda sobre sí mismo y cimente su autoestima. Un niño al que le sea difícil

hacer amigos o que se vea excluido de los grupos sociales, puede desarrollar una

imagen negativa de sí mismo. El hecho de sentirse excluido no es divertido,

especialmente si los otros niños le indican que no es querido.

Efectúa listas positivas. Esta técnica es muy eficaz, aunque puede ser difícil para los

niños con baja autoestima. Los padres deben lograr que el niño haga una lista de todos

los aspectos de él que le gustan. Haga usted mismo su propia lista de sus puntos

fuertes. Pida que se anote todos los cumplidos que recibe o las cualidades que los

demás resaltan en él.

Haz un «libro de buenas acciones». Lleva un registro de las acciones del niño que usted

aprecia. Revise el libro junto con el niño periódicamente. Su hijo puede sorprenderse

por la cantidad de sus buenas cualidades.

Sea constante. La autoestima no se construye de la noche a la mañana, de forma que

asegúrese de aplicar el esfuerzo todos y cada uno de los días. Aumente los

comentarios positivos criticando lo menos posible.

Aplicar consecuencias negativas

Si el niño continúa fanfarroneando, aplique pautas negativas para cambiar el

comportamiento.

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Retira un privilegio. «Has estado pavoneándote sobre lo bien que buceas. Mañana no

irás a la piscina».

Retira un objeto. «Alardeaste tanto de la bici que te íbamos a comprar, que hemos

decidido retrasar su compra. Vamos a esperar unas semanas hasta que nos

demuestres que eres capaz de hablar con tus amigos sin fanfarronear».

Limita el número de compañeros de juego. «Cuando juegas con Guillermo, parece que

hagáis una competición de fanfarronerías, de manera que no podrás jugar con él

durante el resto de la semana».

MIEDO A LA OSCURIDAD

Casi todos los niños tienen miedo de la oscuridad alguna vez. El miedo aparece a los

dos o tres años. Los miedos específicos varían de un niño a otro y se modifican con el

tiempo. Un día, el niño puede preocuparse por monstruos del armario y otra noche le

puede preocupar un ladrón. Si lleva con tacto y cuidado, el miedo a la oscuridad no

crecerá hasta el. Pude afectar la vida del niño, pero a veces puede durar. Estas

sugestiones a darán a que lo supere.

Discutir el miedo

No se debe descartar nunca el miedo. Al contrario, es bueno reconocerlo, el puesto

que para el niño es muy real. Hay que asegurarle que usted cree que no hay nada de lo

cual asustarse, pero no ridiculice sus sentimientos como si fueran tontos o infantiles.

Averigüe qué cree el niño que sucede en la oscuridad. Utilice un libro de dibujos para

los más pequeños que no pueden expresarse con facilidad. Es conveniente sentarse

con el niño en una habitación a oscuras, animándole a que muestre lo que le da miedo.

Juegos para desensibilizar al niño del miedo

Existen una serie de juegos que pueden ayudar al niño a acostumbrarse a la oscuridad

para no tener miedo. Escoja los que necesite.

Juega a seguir al jefe. Tú haces de jefe y el niño le sigue por todas partes, a sitios tanto

oscuros como luminosos, efectuando movimientos con los brazos. Al principio entre y

sal de los sitios oscuros y después aumente lentamente el tiempo que tanto el jefe

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como el seguidor pasan en la oscuridad. Cuando el niño esté dispuesto, se pueden

intercambiar los papeles, dejando que el niño sea quien dirija.

Juega a contar. Entre en un sitio para contar hasta... Primero hasta tres, después hasta

cinco, etc., hasta que el niño pueda estar, acompañado, en la oscuridad durante

sesenta segundos. Elógiele calurosamente. Cuando ya se sienta cómodo mientras se ha

estado contando en voz alta, cuente en silencio durante un período de sesenta

segundos. Con un niño más mayor, alárguelo durante varios minutos.

Juega al juego de quién es quién en la oscuridad, cantando o haciendo ruidos

divertidos para mantener el buen humor del niño.

Haz una casa de juegos secreta. Convierta una mesa plegable en una casa de juegos

secreta, haciendo que el niño la decore. Será un nuevo espacio para que el niño haga

prácticas en la oscuridad.

Comparta sobresaltos. Siéntete con el niño en una habitación a oscuras mirando las

sombras y escuchando los ruidos que puedan sobresaltarle. Explíqueselo todo,

encendiendo la luz si es necesario. Hay que dejar que el niño intente asustarle

haciendo ruidos en la oscuridad, simule un sobresaltado para que tenga éxito.

Juega al detective. Esconda objetos en sitios oscuros como armarios y recompense al

niño con un punto por cada objeto que encuentre.

Tranquilizar al niño sobre la oscuridad

He aquí algunos puntos prácticos que ayudarán al niño a sentirse cómodo seguro.

Efectúa con el niño comprobaciones nocturnas de seguridad. Si el niño tiene miedo de

los intrusos, hay que decirle que le acompañe a revisar puertas y ventanas.

explicándole que los ladrones raramente entran en casas que no estén vacías, pero

explíquele también qué haría usted si tal cosa ocurriera. Se puede comprar un

interfono para la habitación del niño para que pueda llamar en cualquier momento. Se

pueden poner cerrojos en las ventanas o un sistema de alarma, que ayudará a

disminuir el miedo.

Añade un piloto luminoso nocturno para que el niño pueda utilizarlo cuando quiera.

Descienda el nivel de intensidad de manera que después de un tiempo el niño se

acostumbre a la casi total oscuridad para dormir.

Ofrézca un equipo de seguridad. Proporcione al niño una serie de herramientas que

puede utilizar cuando esté solo en la oscuridad. Pueden incluir una pequeña linterna,

unas galletas y una cantimplora con bebida. La primera noche, se le puede entregar al

niño envuelto primorosamente, siéntese en la oscuridad con él, y enséñele cómo hay

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que utilizar la linterna. Se puede jugar a «yo soy un espía» con la linterna, para que el

niño vaya iluminando distintos puntos de la habitación.

Enseña al niño a hablar de forma positiva. Se puede imaginar así mismo siendo valiente

en la oscuridad, utilizando estas valerosas palabras: «No estoy asustado, nada puede

hacerme daño».

Utilizar refuerzos

A medida que el niño parece menos asustado, hay que animar su éxito, no olvidándose

de elogiar sus esfuerzos.

Confecciona un gráfico de valentía. Cuando el niño pueda permanecer en la oscuridad

casi tan cómodamente como un adulto, se puede introducir un gráfico de valentía.

Explíquele al niño que el valor supone efectuar tareas o entrar en acción incluso

cuando se tiene miedo. Se debe utilizar el equipo de valor y el piloto de luz nocturna

para conseguir que se logre el objetivo. Es conveniente ajustar los criterios para ganar

triunfos en el gráfico, cuatro minutos la primera noche, cinco minutos la segunda y así

sucesivamente, hasta que el niño esté cómodo en la cama, antes de dormirse. Los

triunfos pueden intercambiarse por un premio especial.

Darle una recompensa especial

Cuando el niño haya demostrado que ha desarrollado tolerancia a permanecer en la

oscuridad, se le puede recompensar llevándolo al cine. Si es necesario, se puede dejar

que el niño sostenga un juguete o la mano de sus padres para tranquilizarse durante la

sesión.

MIEDO A LOS RUIDOS FUERTES

Alrededor de los dos o tres años es común que los niños reaccionen a los ruidos

fuertes como las sirenas, los truenos o las campanillas. Aunque muchos niños se

acostumbran a estos sonidos, cuando tienen cuatro o cinco años, algunos continúan

experimentando intensas respuestas de miedo hacia ellos. Cuando esto ocurre, se

debe comenzar a trabajar para ayudar al niño a superar el problema.

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En primer lugar, naturalmente, hay que examinar al niño médicamente, puesto que es

posible que presente una hipersensibilidad a ciertas frecuencias de sonido.

Enseñar relajación

Enseña al niño aptitudes de relajación, practicando hasta que pueda relajarse

completamente y se calme a sí mismo con una palabra clave o una frase.

Desensibilizarle al miedo

Es el momento de comenzar el proceso de desensibilización. Véase la introducción a

este capítulo que explica esta técnica.

Determina de qué sonidos tiene miedo. Discuta los sonidos con el niño, intentando

determinar por qué le dan miedo. Se deben aislar los sonidos, haciendo una lista de

ellos en orden del miedo que provocan.

Recrea los sonidos. Grabe casetes de los ruidos de los que el niño tiene miedo. Hay que

asegurarse de registrarlos tan clara y fuertemente como sea posible.

Prepara al niño. Hay que explicarle que se le va a ayudar a dejar de asustarse de los

ruidos utilizando grabaciones. Se le puede decir al niño que conecte y pare la

grabación y que controle el volumen como quiera.

Conecta las grabaciones. Con el niño muy relajado, conecte la grabación a un nivel muy

bajo pidiendo al niño que se repita a sí mismo las claves de la relajación para

permanecer tranquilo. Hay que pedirle que valore su ansiedad de 1 a 10. Después,

conecte la grabación a este nivel hasta que la ansiedad disminuya, incrementando

ligeramente el sonido o dejando que lo haga él mismo. Hay que mantenerlo así hasta

que le niño pueda escuchar la grabación a un nivel muy alto con pocas reacciones

durante períodos largos de tiempo. No hay que olvidarse de elogiar sus progresos.

Utiliza experiencias reales. Ahora hay que pasarlo a sonidos auténticos diciendo al niño

que se tape las orejas, si lo prefiere. Se puede hacer estallar un globo, o disparar un

pistola de juguete o dar un martillazo. Después, hay que intentarlo con el niño más

cerca y finalmente, dejando que sea él quien haga estallar el balón o dé un martillazo.

Cuando ya se sienta cómodo con estos sonidos, se le puede llevar a visitar un parque

de bomberos o un cuartel de policía. Si explica lo que intenta hacer, los oficiales,

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probablemente, colaborarán con usted. Un niño de cinco años que estaba aterrorizado

por las sirenas superó su miedo cuando se le permitió hacerlas sonar él mismo. La

recompensa por controlar sus sentimientos cuando oía una sirena fue una nueva visita

al parque de bomberos para ver a sus amigos.