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"Durante mi participación en diferentes conciertos, ya sea como violinista integrante de una orquesta o como público asistente, he notado un comportamiento repetido que ha motivado mi reflexión: casi todos los músicos, mientras están en el escenario durante los minutos previos al inicio de los conciertos, tocan sus instrumentos como si estuvieran practicando solos en un cubículo..." A través de este enlace puede escuchar el paisaje sonoro que acompaña este ensayo: http://goo.gl/BZ691Q

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Antes del concierto: ¿callar o tocar?

Durante mi participación en diferentes conciertos, ya sea como violinista integrante de una orquesta o como público asistente, he notado un comportamiento repetido que ha motivado mi reflexión: casi todos los músicos, mientras están en el escenario durante los minutos previos al inicio de los conciertos, tocan sus instrumentos como si estuvieran practicando solos en un cubículo. Dada la cantidad de músicos en una orquesta sinfónica, el pasaje musical distinto que cada uno toca y el volumen que puede alcanzar cada uno de sus instrumentos, se genera un ruido general que en ocasiones resulta bastante molesto.

Este simple hecho me ha llevado a preguntarme varias cosas: ¿es adecuado y oportuno ensayar pasajes justo a la hora de los conciertos?, ¿este ruido afectará al público de alguna manera?, ¿reconocemos la importancia del silencio como terreno en donde surge la música? Es así como en este texto quiero ahondar en diferentes aspectos relacionados con un comportamiento que, tal vez, se ha vuelto una costumbre sin sentido.

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La hora del concierto

Un concierto, según el Harvard Dictionary of Music (Randel, 2003, p. 191), es una ejecución pública de música ante una audiencia que se ha reunido con el propósito de escucharlo. En el caso específico de una orquesta sinfónica, estas ejecuciones públicas son el resultado de varios ensayos previos durante los cuales se preparan las obras, se realizan ajustes para que todos los músicos estén acoplados y se tenga un pleno conocimiento de las piezas musicales, antes de que éstas sean presentadas ante el público. Así mismo se hace necesario que, previo a los conciertos, cada miembro de la orquesta estudie y conozca muy bien la música que le corresponde ejecutar.

El concierto es entonces la última fase en la que, además, interviene un componente indispensable dentro de la experiencia musical: el público. Es el momento de exponer, de regalar un trabajo conjunto, de reunirse en torno a la música. El tiempo para ensayar ya ha pasado y el público acude al auditorio para escuchar el resultado de un proceso en donde, se supone, está todo listo. Practicar los pasajes justo antes del inicio del concierto hace que el público se entere de dicho proceso previo y, aunque esto no necesariamente se puede catalogar como malo, lo que la audiencia espera escuchar no es precisamente a

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los músicos ensayando. Ocurre que se expone la música de una manera desfigurada pues cada persona toca, en momentos distintos, diferentes fragmentos de las piezas que se ejecutarán.

Los conciertos son, además, un momento compartido porque no pertenece exclusivamente a los músicos ni al público. Pertenece a ambos, por lo cual cada parte debería tener en cuenta que su comportamiento influye de alguna manera en la otra parte que interviene. Una relación respetuosa, que reconozca la presencia del otro, propicia el disfrute de la ejecución musical. Resulta bastante incómodo e irrespetuoso, por ejemplo, que un celular suene o que las personas en el público hablen fuertemente durante las obras. De la misma manera, actos como afinar de manera ordenada y a un volumen bajo, o iniciar el concierto puntualmente, manifiestan una actitud respetuosa con el público.

Considerando que los conciertos son encuentros compartidos, me parece sumamente importante que la razón por la cual se decide salir o no a tocar durante los minutos previos a su inicio, no debería estar basada solamente en la necesidad de calentar, de acostumbrarse al escenario, o en el deseo particular de asegurar algún pasaje por parte de los músicos. Pienso que hay que tener en cuenta también al público, pues al fin y al cabo es para quien se toca. Quise entonces conocer la opinión de algunas personas asistentes a diferentes conciertos. Les pregunté si habían notado que los músicos de la orquesta entran al escenario y hacen sonar fuertemente sus instrumentos varios minutos antes del inicio del concierto. Luego pregunté cómo les parecía este hecho o si simplemente no les importaba. Esto fue lo que me respondieron:

• “Me parece un poco incómodo. No es algo melodioso, es ruido, no es música. Si

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estoy con alguien, no puedo conversar o si llego antes al concierto y quiero leer, tampoco puedo. Sin embargo, he aprendido a entenderlo como algo normal. Lo que noto es que a veces esto se hace por mucho tiempo.”

• “Me parece divertido. Me genera curiosidad escuchar lo que cada uno está tocando. Algunas orquestas lo hacen, otras no. A mi me gusta.”

• “He notado que uno llega y a veces hay un par de intérpretes ensayando y luego van llegando más y hacen mucho ruido hasta que el director llega. Nunca había pensado en ello. Lo veo en todas partes, así que asumo que es normal y que si es normal es porque está bien. Pero pensándolo, quizás sería mejor que no hicieran tanto ruido antes, que lleguen todos juntos y con todo ya listo.”

• “A mi la verdad no me parece. Yo no sé si es algo que técnicamente hay que hacer pero me parece que se oye demasiada congestión.”

• “Creo que es una cuestión de costumbre. Si no se hiciera, las cosas se verían un poco cuadriculadas, sería incluso incómodo llegar y que todo esté silencioso. El silencio genera presión. Sería interesante no hacerlo, se generaría un ambiente distinto, pero creo que no invitaría tanto a escuchar.”

Las opiniones recogidas son diversas y no podría decirse que este hecho gusta o resulta molesto para todos, pero por lo menos da una idea de que es un hábito de la orquesta que involucra también a los asistentes al concierto y, por tanto, podría pensarse en un procedimiento que tenga en cuenta a todas las partes involucradas. Por ejemplo, se podría intentar reducir el tiempo que se toca o el volumen al que se realiza esta práctica.

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El silencio: terreno donde nace la música

Cuando buscamos definiciones para la palabra música, es fácil encontrarse con la idea básica de que ésta es el arte de combinar los sonidos (RAE, 2012). Según Daniel Barenboim (2007), la música se expresa a través del sonido y es éste una realidad física que desaparece al detenerse, que es finita y se desvanece en el silencio. Del mismo modo, podría agregarse que el sonido no solo acaba en el silencio, sino que surge de él.

“Si la primera nota está relacionada con el silencio que la precede, la última nota tiene que estar relacionada con el silencio que la sigue. Por eso es tan perturbador cuando un público entusiasta aplaude antes de que se haya apagado el último sonido, porque hay un último momento de expresividad que consiste precisamente entre el final del sonido y el inicio del silencio que le sigue” (Barenboim, 2007, p. 17).

La música se da, entonces, a partir de la permanente relación entre el sonido y el silencio. Cada nota está relacionada con el silencio que está antes y con el que viene después, es el silencio el que finalmente determina la duración de lo que suena. Pero, a pesar de esta relación inseparable, es común ignorar su importancia. Estamos acostumbrados

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a reconocer el valor de la música solamente a partir de los sonidos que oímos, no de los espacios temporales en silencio.

La poca valoración del silencio puede deberse a que éste representa el aspecto más intangible de la música. En el discurso estético, la música funciona como representación de lo inefable, no podemos saber exactamente su significado, pero al menos los sonidos definen y limitan lo que se quiere decir. El silencio, en cambio, ofrece lo ilimitado, puede presentarse como el tipo más suave de música, como la representación del vacío o puede dar la sensación de ser un mar en el que flotan los sonidos (Losseff & Doctor, 2007). Si se trasciende su significado, puede asociarse con lo misterioso o comparársele incluso con la muerte, pues tiene el silencio una cualidad delimitadora: marca el inicio y final de los sonidos. En este sentido Barenboim expresa que “una única nota tiene un período de vida finito” (2007, p. 18), las notas mueren en el silencio. Así mismo, para Attali “la vida está llena de ruido, mientras que sólo la muerte es silenciosa” (1985, p. 3). Considero que evitamos el silencio así como evitamos la muerte, evitamos la tensión que en él ocurre, la sensación de estar en un terreno desconocido, la incertidumbre de lo que viene. Bajo esta perspectiva, el ruido resulta más cómodo.

Esta resistencia a quedarse en silencio es mayor estando con otros. Cuesta soportar la sensación de estar haciendo nada, teniendo la posibilidad de hacer algo. El silencio en comunidad, según José Alberto Conderana (2006), crea malestar, inseguridad, resulta aún más difícil que el silencio a solas porque “se convierte en una vergüenza, en una alevosa forma de negarse a la comunicación debida, casi en una nueva forma de maldad” (2006, p. 166). Hay una necesidad de hablar sin descanso, de cubrir el silencio para crear la ilusión de tener un momento bajo control. Tal vez el hecho de tocar antes de los conciertos

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sea más un impulso para evitar un momento de presión o incomodidad que una necesidad directamente relacionada con el desempeño de los músicos en la presentación.

Aunque el ruido genere cierta sensación de comodidad, imposibilita al mismo tiempo la vivencia de una experiencia individual interesante. En el silencio hay espacio para la reflexión, se concentra la atención, nace la expectativa personal por lo que viene, se genera una tensión que luego será resuelta, provocando un aumento en la carga emocional de lo que sonará después. Según Edward Cone (citado en Littlefield, 1996), el silencio inicial alerta, sirve como un llamado de atención, focaliza al oyente hacia lo que vendrá, enmarca una obra: aquí el mundo real termina y comienza la obra de arte, y provoca estados de ánimo por las expectativas sobre lo que va a seguir. En el caso de que el oyente conozca las obras también puede esperar, por ejemplo, escuchar una versión distinta de las que ha escuchado antes. Si las expectativas no se cumplen, ocurre una sorpresa; pero si se le muestra al público lo que aún no es el momento de oír, cosa que sucede al ensayar justo antes de que empiece el concierto, se pierde la posibilidad de generar esta sorpresa.

El silencio, al ser un elemento motivador de la reflexión y la expectativa en los oyentes, los hace partícipes de la creación artística. Según Sutton (2007), el silencio es, irónicamente, a menudo el punto en el que están más cerca el intérprete y el oyente. Mientras que los sonidos musicales son hechos por los músicos para ser recibidos por el público, los silencios musicales son compartidos entre el ejecutante y el oyente. Es por esto que el silencio tiene, además, una función comunicativa.

Considerando que el silencio funciona como delimitador de los sonidos y como elemento expresivo, que además posibilita la relación músico-público y genera un espacio

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reflexivo y expectante, pienso que valorar la música solamente a partir de lo que suena es una visión incompleta, y que el silencio debería ser siempre tenido en cuenta como componente esencial en la ejecución musical.

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Referencias

Attali, J., 1985. Noise: The political economy of music. Minneapolis: University of Minnesota Press.

Barenboim, D., 2007. El sonido es vida. El poder de la música. Bogotá: Grupo Editorial Norma.

Conderana, J. A., 2006. Capitulaciones de la estética contemporánea I: el silencio como anomalía. Trípodos, (19). Recuperado el 30 de noviembre de 2012, en http://www.raco.cat/index.php/tripodos/article/viewFile/41637/42424

Littlefield, R. C., 1996. The Silence of the Frames. The online journal of the society for music theory, 2.1. Recuperado el 6 de diciembre de 2012, en http://www.mtosmt.org/issues/mto.96.2.1/mto.96.2.1.littlefield.html#AUTHORNOTE

Losseff, N. & Doctor, J., 2007. Silence, music, silent music. Hampshire: Ashgate.

Randel, D. M., 2003. Concierto, en The Harvard dictionary of music (Cuarta edición). Cambridge, MA: Harvard University Press.

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Real Academia Española, RAE., 2012. Música, en Diccionario de la lengua española (Vigésima segunda edición). Consultado el 25 de noviembre de 2012, en http://lema.rae.es/drae/?val=m%C3%BAsica

Sutton, J. P., 2007. The air between two hands: silence, music and communication. En Losseff, N. & Doctor, J. (Eds.). Silence, music, silent music. Hampshire: Ashgate, pp.169-186.

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Autora del ensayo y creadora de artesanías en bambúSusana Valencia-Tobón

[email protected]

Diseño y fotografíaAlejandro Valencia-Tobón

DiagramaciónAlejandro Valencia-Tobón

Mario H. Valencia

Grabaciones y edición de sonidoAlejandro Valencia-Tobón

Susana Valencia-Tobón

Edición número 3 del proyecto Without labels. Without boundaries, el cual es una propuesta para comunicar ideas entre diferentes disciplinas del conocimiento. La intención es que ésta se convierta en una revista independiente divulgada a

través de Internet.

Entre Medellín (Colombia) y Manchester (UK)2014

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