anderson imbert, enrique - dos cuentos

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  • 7/25/2019 Anderson Imbert, Enrique - Dos Cuentos

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    Enrique Anderson Imbert

    AAlleelluuyyaaddeellmmoorriibbuunnddooEEllffaannttaassmmaa

    ALELUYA DEL MORIBUNDO

    Isaac Kornblit visit a Rodrigo Alvarez, que acababa de salir del hospital. Lo encontr demacradopero muy contento de vivir otra vez en su casa.-! No me diga! As que usted pudo verlo y orlo hasta el ltimo momento? -le pregunt-. ! Que

    privilegio, aunque triste, estar junto al insigne Jacobo Stein a la hora de su muerte! Qu deca, qudeca? Porque supongo que Stein conserv su lucidez hasta el ltimo momento.-S, claro -contest Alvarez-, pero no crea que comnigo fue muy profundo. Eso s, saba contar.- Contar qu? La historia de Israel?-No. Un cuento.- Cmo es eso?-Y bueno... Ya le dije. Cuando me internaron en el hospital me pusieron en la misma sala en queatendan a Stein. Una mesa de luz separaba nuestras camas. El estaba mucho peor que yo pero yoestaba mucho ms deprimido que l. Probablemente l saba que iba a morir y que yo no sufra denada grave. Si es as, su conducta fue de veras piadosa porque se sobrepuso a sus propias dolenciasy, para animarme, me daba conversacin. Yo no tena ganas de conversar y para que me dejaratranquilo... (perdneme, s que para ustedes Jacobo Stein es una gran figura del Sionismo pero param no era nadie; yo ni recordaba que Stein haba sido profesor de historia en Israel)... le avis que siquera hablar que hablase pero que yo no iba a contestarle porque me senta mal y adems porque,igualito que Azorn cuando tengo algo que decir lo escribo y no necesito hablar. Ah no ms Steinse pus a filosofar sobre o oral y lo escrito. Supongo que para un judo la Biblia ha de significaralgo no? Bueno, me extran que Stein, siendo judo, dijera que el Libro daa al hombre. Repetael argumento del egipcio Ammon en aquel cuentito que Platn, en el Fedro, puso en boca deScrates: la escritura, a diferencia de la palabra viva, debilita la memoria de los lectores y los hacementalmente perezoso. Me limit a contestarle, creo que de mal modo, que a mi los ojos me sirvenms que las orejas y que lo que me estaba afligiendo en ese hospital era que yo pudiera cerrar losojos pero no las orejas. No se dio por aludido y sigui provocndome para obligarme a conversar.Por ah se me escap que yo haba escrito uno que otro cuento. Stein me pregunt si yo estabaseguro de que esos cuentos escritos por m no seguan una tradicin oral. Porque, agreg, l haba

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    localizado la fuente folklrica de muchos cuentos de hoy que pasan por ser de escritura novsima. !Bah! Ganas de hacerme dudar de la originalidad de mis propios cuentos... Sobre la mesa de luzhaba un libro. Stein me lo mostr. Estaba escrito en caracteres hebreos. Lo hoje. Yo saba !tanignorante no soy! que el hebreo se lee al revs pero de todos modos se me anoj un poquito ridculoque un hombre tan viejo hiciera pasar las pginas de atrs para adelante como un chico que no sabe

    leer. "Es", me dijo con un retintn burln, "una antologa de cuentos israeles. Ya ve: estn escritos;as que, segn usted, deben ser buenos". Se sonri con picarda y me mir con ojitos irnicos."Por qu diablos se sonre y me mira as"?, pens. Agreg: "Si quiere le resumo uno". Sin esperarrespuesta empez a resumirme un cuento que desde entonces no puedo olvidar, por la vivacidadcon que lo cont6. Cuando al da siguiente me despert, la cama de Stein estaba vaca. Meexplicaron que Stein se haba descompuesto a medianoche y ya en la madrugada estaba muerto. Deveras lo sent. Pens en el cuento que me haba contado, el, el moribundo, para aliviarme a m, queno sufra de nada grave, y ech una mirada sobre la mesa de luz. S. All haba quedado el libro enhebreo. Como nadie lo reclam me lo traje. Esta ah. Komblit suspir:-! Pobre Stein! Y dgame cmo era ese cuento que tanto lo impresion?-Era un cuento sobre dos soldados en la guerra de 1967 entre Israel y Egipto.-A ver, cuntemelo.-En una sala del hospital militar hay dos camas: una al lado de la ventana y la otra en un rincn.Cuando traen al soldado David ya la cama de la ventana est ocupada por el soldado Samuel. Este,a pesar de la gravedad de sus heridas, es un optimista. Saluda a su nuevo compaero en desgracia y,vindolo decafdo, procura aniamarlo y aun divertirlo. Como desde su cama puede mirar por laventana, Samuel le describe a David todo lo que ve: un capitn que resbala en una cscara debanana y se cae, un perro que no quiere devolverle la pelota a un nio, enfermeras bonitas queatraviesan el jardn con las faldas levantadas por el viento... David oye la relacin del interminabledesfite de escenas. Pasan das. La salud de David mejora. Por lo contrario, Samuel empeora ymuere. Esa noche trasladan a David a la cama que ocupaba Samuel y en cambio la de David esocupada por un nuevo herido.David espera con impaciencia toda la noche para que, a la maana siguiente, corran la persiana y

    pueda asomarse por la ventana, ver las cosas interesantes que ocurren en el jardn y animar al nuevosoldado como Samuel lo anim a l. La enfermera abre la ventana. David, ansioso, mira y ve queno hay tal jardn: a dos metros de la ventana un gran muro oblitera toda la vista. Y cmo va aanimar ahora al nuevo herido si l, David, no tiene la imaginacin de Samuel?Hubo un largo silencio del que sali Komblit con un zumbido:-!Humm! !Qu casualidad! Los dos soldados del cuento, heridos en un hospital... Stein y usted,tambin en el hospital, enfermos... Bastante simtrico no te parece? Disclpeme que sea tansuspicaz pero me deja ver el libro del que Skin sac ese cuento?-S. All Lo tiene, sobre la cmoda. Komblit se levant, fue a buscarlo, lo examin y solt unacarcajada.-De qu se rie?-Este libro, querido Alvarez, no es una antologa de cuenteos, es un tratado arqueolgico tituladoEl Tercer Muro de Jerusaln.- Quiere decir que ese cuento que Stein me cont no estaba ah?-Sospecho que ni ah ni en ninguna parte. Posiblemente Stein quera entretenerlo a usted. Ysabiendo que usted respeta ms el libro que la conversacin fingi que el cuento que le contabaestaba escrito. Se ha fijado en la curiosa coincidencia? Samuel, el soldado que dice mirar por unaventana tapada y alivia con mentiras a David, su camerada, es el "doble" del Jacobo Stein que lodivirti a usted mintindole que narraba un cuento de un mamotreto arqueolgico. Improvis el

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    cuento de los dos soldados especialmente para que coincidiera con la situacin de ustedes dos,tendidos en una sala de hospital.!Vaya a saberse con qu propsito!Alvarez murmur:-Es posible...

    Y en seguida, en voz alta -no fuera que Komblit lo creyese molesto porque lo haban engaado-afirm:-Como quiera que sea, el cuento me gust. Sigo gozando del jardn tal como Samuel se lodescribi a David. Puedo ver a las lindas enfermeras con las piernas al viento como si me lasestuvieran mostrando en este mismo instante. Lstima que ese cuento oral no exista literalmente.-Por qu lamentarse de que no exista? Si usted lo goz, aunque sea una sola vez, ya es suficienteno? No existe como literatura... Bueno y qu? Razn de ms para que usted lo haga existir.Escrbalo. En el juego de paralelas que Stein estableci, l era Samuel y usted David. Escriba elcuento que le cont siquiera para probar que usted no se ha quedado inhibido como David, tan pocoimaginativo que fue incapaz de consolar al prjimo como Samuel lo haba consolado a l. El cuentopodra comenzar as: "Isaac Kormblit visit a Rodrigo Alvarez, que acababa de salir del hospital.Lo encontr demacrado pero muy contento de vivir otra vez en su casa".Komblit y Alvarez rompieron a re como chicos.

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    El fantasma

    Se dio cuenta de que acababa de morirse cuando vio que su propio cuerpo, como si no fuera elsuyo sino el de un doble, se desplomaba sobre la silla y la arrastraba en la cada. Cadver y silla

    quedaron tendidos sobre la alfombra, en medio de la habitacin.Con que eso era la muerte?Qu desengao! Haba querido averiguar cmo era el trnsito al otro mundo y resultaba que nohaba ningn otro mundo! La misma opacidad de los muros, la misma distancia entre mueble ymueble, el mismo repicar de la lluvia sobre el techo... Y sobre todo qu inmutables, quindiferentes a su muerte lo objetos que l siempre haba credo amigos!: la lmpara encendida, elsombrero en la percha...Todo, todo estaba igual. Slo la silla volteada y su propio cadver, cara alcielo raso.Se inclin y se mir en su cadver como antes sola mirarse en el espejo. Qu avejentado! Y esasenvolturas de carne gastada! - Si yo pudiera alzarle los prpados quiz la luz azul de mis ojosennobleciera otra vez el cuerpo - pens.Porque as, sin la mirada, esos mofletes y arrugas, las curvas velludas de la nariz y los dos dientesamarillos, mordindose el labio exange estaban revelndole su aborrecida condicin de mamfero.-Ahora que s que del otro lado no hay ngeles ni abismos me vuelvo a mi humilde morada.Y con buen humor se aproxim a su cadver - jaula vaca - y fue a entrar para animarlo otra vez.Tan fcil que hubiera sido! Pero no pudo. No pudo porque en ese mismo instante se abri la

    puerta y se entrometi su mujer, alarmada por el ruido de silla y cuerpo cados.- No entres! - grit l, pero sin voz.Era tarde. La mujer se arroj sobre su marido y al sentirlo exnime llor y llor.- Cllate! lo has echado todo a perder! - gritaba l, pero sin voz.Qu mala suerte! Por qu no se le habra ocurrido encerrarse con llave durante la experiencia.Ahora, con testigo, ya no poda resucitar; estaba muerto, definitivamente muerto. Qu mala suerte!Acech a su mujer, casi desvanecida sobre su cadver; y su propio cadver, con la nariz como una

    proa entre las ondas de pelo de su mujer. Sus tres nias irrumpieron a la carrera como si sedisputaran un dulce, frenaron de golpe, poco a poco se acercaron y al rato todas lloraban, unassobre otras. Tambin l lloraba vindose all en el suelo, porque comprendi que estar muerto escomo estar vivo, pero solo, muy solo.Sali de la habitacin, triste.Adnde ira?Ya no tuvo esperanzas de una vida sobrenatural. No, no haba ningn misterio.Y empez a descender, escaln por escaln, con gran pesadumbre. Se par en el rellano. Acababade advertir que, muerto y todo, haba seguido creyendo que se mova como si tuviera piernas ybrazos. Eligi como perspectiva la altura donde antes llevaba sus ojos fsicos! Puro hbito. Quisoprobar entonces las nuevas ventajas y se ech a volar por las curvas del aire. Lo nico que no pudohacer fue traspasar los cuerpos slidos, tan opacos, las insobornables como siempre. Chocabacontra ellos. No es que le doliera; simplemente no poda atravesarlos. Puertas, ventanas, pasadizos,todos los canales que abre el hombre a su actividad, seguan imponiendo direcciones a susrevoloteos. Pudo colarse por el ojo de una cerradura, pero a duras penas. l, muerto, no era unaespecie de virus filtrable para el que siempre hay pasos; slo poda penetrar por las hendijas que loshombres descubren a simple vista. Tendra ahora el tamao de una pupila de ojo? Sin embargo, sesenta como cuando vivo, invisible, s, pero no incorpreo. No quiso volar ms, y baj a retomarsobre el suelo su estatura de hombre. Conservaba la memoria de su cuerpo ausente, de las posturas

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