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ACTUALIDAD DEL ANARQUISMO

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  • ACTUALIDAD DEL ANARQUISMO

  • TOMS IBNEZ

    ACTUALIDAD DELANARQUISMO

  • Terramar Ediciones Libros de AnarresPlaza Italia 187 Corrientes 47901900 La Plata Bs. As. / ArgentinaTel: (54-221) 482-0429 Tel: 4857-1248

    ISBN: 978-987-617-009-3

    La reproduccin de este libro, a travs de medios pti-cos, electrnicos, qumicos, fotogrficos o de fotoco-pias est permitida y alentada por los editores.

    Queda hecho el depsito que marca la ley 11.723

    Impreso en Argentina / Printed in Argentina

    Ibez, TomsActualidad del anarquismo - 1a. ed. - La Plata:

    Terramar, Buenos Aires: Libros de Anarres, 2007.164 p.; 20x12,5 cm. (Utopa Libertaria)

    ISBN 978-987-617-009-3

    1. Historia Poltica. 2. Anarquismo. I. TtuloCDD 320.570 1

  • PRLOGO / 7

    PRESENTACIN

    Al comienzo de uno de los textos de este libro puede leerse:Ensordecedor y embriagante, Mayo del 68 nos gritaba confuerza: Sous les pavs, la plage , pero nuestras uas se rom-pieron de tanto cavar bajo los adoquines y nunca encontramosla playa Acaso debemos renunciar a arrancar los adoqui-nes? No, por supuesto, pero sin albergar ilusiones sobre lo quenos ocultan. Estas breves lneas concentran una parte impor-tante del pensamiento de Toms Ibez. Desmitificador, insu-miso y rebelde, es un pensador que filosofa a martillazos y queinvoca la utopa como lugar tico del deseo libertario.

    El amor a lo que fue es, por oposicin, una pasin triste. Eneste sentido, Ibez alerta, tambin, contra los procesos de ins-titucionalizacin que acechan a cualquier movimiento. Frentea las costras de la quietud, el anarquismo toma las formas delagua; inventa su curso frente a los obstculos, se moviliza yembiste contra las manifestaciones de la dominacin. Contratoda trascendencia pero impregnando la forma en que lo hu-mano se despliega en el mundo; contra los falsos dolos quecreen medir un poco ms que nuestro espritu; con la solidari-dad, la autonoma; con la libertad como divisa; con furia con-tra el autoritarismo; el anarquismo vive y sigue viviendo.

    El presente libro es una recopilacin de textos publicadosen diversos medios europeos. Son, en todos los casos, una invi-tacin para el debate: lo que vamos a encontrar es vitalidad,no consuelo. Un saludo alegre a un anarquismo sin dogmas.

    Vanina Escales

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    POR QU HE ELEGIDO LA ANARQUA

    Si a travs del amplio abanico de ideas que se desplegabaante m, he optado en definitiva por el ideal libertario es por-que, a semejanza de todo ser humano, soy indefectiblementeegosta.

    Como detesto que se me obligue a seguir unas pautas deconducta y adoptar unos principios ajenos a mi sentir, hasta elpunto que estoy incluso dispuesto a sabotear una sociedadempeada en doblegar mis actos, pens que cualquier personaque se intente oprimir no poda sino compartir esos mismossentimientos, y que, por lo tanto, lo mejor para vivir en pazconsista en no pretender imponer a nadie unas condiciones devida contrarias a sus inclinaciones.

    Resulta que el ideal libertario es el nico que no pretendeobligar a nadie a aceptar sus presupuestos, es el nico que nopretende, para alcanzar tal o cual objetivo, incluir los indivi-duos en su seno, recurriendo a la fuerza si es necesario. Ningu-na de las facciones polticas: comunistas, socialistas, fascistasetc. fundamenta su sociedad en una libre agrupacin de comu-nistas, de socialistas, etc. En cuanto disponen de la suficientefuerza, y por lo tanto el derecho, imponen su credo a quienesdiscrepan de su rgimen, obligndolos a colaborar y a actuarde plena conformidad con sus modelos. Como asombrarse,entonces, de que se produzcan rebeliones y disturbios? Loslibertarios no queremos forzar la conversin de nadie a nues-tras ideas, ni obligar a nadie a vivir como nosotros si no es stasu voluntad explcita. Lo que queremos, pero eso s, con todasnuestras energas, es que se nos deje vivir nuestra vida tal ycomo la hemos elegido, expresando e intercambiando nuestrasopiniones con total libertad. No admitimos que se nos impon-ga una manera de actuar, un modo de pensar, y que se nossacrifique a entidades absurdas, a futuros improbables o a in-tereses inconfesables.

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    El hombre naci para vivir y no para prepararse a vivirdijo Pasternak; no queremos ningn paraso maravilloso en elque se nos fuerce a morar, y estamos de todo corazn con JeanRostand cuando escribe: No quisiera ningn paraso dondeno se tuviese el derecho de preferir el infierno.

    Pienso que, con independencia de las diferentes formas deplantear las estructuras de una sociedad libertaria, esto es loque une fundamentalmente a todos los anarquistas, y por esohe elegido la anarqua.

    De la misma forma que me no gusta que se quiera integrar-me por la fuerza en un medio que no es el mo, hacerme vivirde una manera que no se ajuste a mis aspiraciones, tampocoquisiera por nada del mundo hacer comulgar a los dems conmis conceptos y obligarlos a vivir segn mi ideal, por muchoque est convencido que de ello dependa su felicidad.

    No pudiendo acudir a ningn patrn donde medir la Ver-dad y los Valores, el supuesto libertario que, en pos de la efica-cia, intentase imponer sus ideas a las masas, caera ipso factoen la misma categora de aquellos que combate, ya que stospretenden tambin, a menudo de buena fe, aportarnos la Ver-dad y salvarnos a pesar de nosotros mismos; por supuesto, nadapermite afirmar que estn en el error y que la razn est denuestro lado. ste es el motivo por el que me cuesta concebirque se pueda pensar en llevar a cabo una revolucin socialviolenta con el objetivo de aportar un remedio anarquista a losmales que aquejan a los seres humanos.

    La nica va que me parece llena de promesas y cargada defrutos consiste en luchar incesantemente, en todos los lugares,contra la autoridad; y, si el estado de nuestras fuerzas nos lopermite, realizar una revolucin, violenta o no, que tenga porobjetivo, no el de propagar el comunismo libertario, sino el dehacer estallar en mil pedazos la tangible realidad de la autori-dad que nos aplasta, a fin de que cada uno pueda elegir su vasin imposiciones, ser marxista, ser libertario, etc. y vivir, consus compaeros de ideas, su vida a su manera.

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    LA VIDA ABSURDA

    O alma ma, no aspires a la vida inmortal, agota, ms bien,el campo del posible.

    Sobre este exergo de Pndaro que un libertario podrasuscribir sin reservas se abre la penetrante reflexin que AlbertCamus emprende en torno de la enigmtica condicinhumana.

    El sentido de la vida? Otra estril divagacin filosfica,pensarn algunos, hablemos en su lugar de los problemas con-cretos e inmediatos que nos acosan a diario.

    Sin embargo, si una persona pudiese pensar con estricta l-gica y elegir el orden cronolgico en el cual afrontar los pro-blemas de su existencia, no hay duda que comenzara por pre-guntarse sobre su propia situacin en el mundo, sobre el senti-do profundo de su vida, y de la vida. Antes de preocuparsepor modificar las condiciones materiales de su vida, no cabeduda que se preguntara en primer lugar si la vida vale real-mente la pena de ser vivida.

    La pregunta es importante, sin embargo resulta que antesde interrogarnos sobre la vida ya nos gusta la vida, y nuestrosubconsciente nos incita a no plantear de forma demasiadodirecta ciertas preguntas que podran arrastrarnos hacia un vr-tigo mortal.

    Pascal lo presenta cuando deca: Nuestra condicin dbily mortal (es) tan miserable que nada puede confortarnos cuan-do la pensamos de cerca.

    Sin embargo, Camus tendr el valor de adentrarse en esava rida y peligrosa y la seguir hasta el final, sean cuales seanlas consecuencias. Descubrir entonces que ese vrtigo, o cuantomenos ese malestar, que nos invade, sobre todo si somos ateos,

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    al detenernos sobre el problema de la vida surge el descubri-miento del absurdo.

    El ser humano vive en la contradiccin, las contradiccioneslo desgarran dolorosamente y desea superarlas con toda la fuer-za de su ser, pero sabe al mismo tiempo que son insuperables.

    Todo ser humano aspira a embriagarse de victorias y, sinembargo, toda vida es un fracaso, como muy bien lo sabe en elfondo de s mismo, pero prefiere aturdirse con palabras, dejar-se cegar por la accin, divertirse, cualquier cosa salvo mirarde frente el verdadero sentido de sus actos. Pero un da la ver-dad le estalla dolorosamente en plena cara, como una bomba:levantarse, tranva, las cuatro horas de oficina o de fbrica,almuerzo, tranva, otras cuatro horas de trabajo, cena, dor-mir, y lunes, martes, mircoles, jueves, viernes, sbado, todosobre el mismo ritmo... De repente, el por qu? y el paraqu? surgen con toda su brutalidad, y la imposibilidad devislumbrar un atisbo de respuesta abre las puertas a un senti-miento de nusea, de asco y de cansancio que se encuentra enlos inicios de la conciencia del absurdo.

    Para entender mejor lo que estamos aludiendo quiz no seaintil intentar definir el concepto y el sentimiento del absurdo.

    Cualquier diccionario dira, de manera lapidaria, que se tratadel sentimiento que invade una persona en presencia de he-chos desproporcionados, de hechos contradictorios con la ra-zn. Por ejemplo, si vemos un hombre retirar cubos de aguadel Mediterrneo con la intencin, y la conviccin, de vaciar-lo, pensaremos que su acto es absurdo, que es absurdo ya queexiste una contradiccin manifiesta entre el objetivo que persi-gue y los medios utilizados para alcanzar ese objetivo. Y losejemplos podran multiplicarse ad infinitum, y cada vez vera-mos que el sentimiento del absurdo nace de una contradiccin,de un divorcio.

    En el plano existencial, precisamente all donde ste ad-quiere sus tintes ms dramticos, el absurdo radica tambin

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    en la aguda conciencia de una contradiccin insuperable ydolorosa.

    Por una parte ardemos de un deseo salvaje y desenfrenadode vivir, por otra parte estamos absolutamente seguros de quevamos a morir. Frente a la certeza de su destruccin y a la fugainexorable del tiempo, la carne experimenta un escalofro dehorror y en su grito, en su rebelin estril e intil, se reconocenlas seas del absurdo.

    Estamos hechos de una voluntad, de una necesidadirreductible de claridad, de comprensin, pero nuestras inte-rrogaciones quedan petrificadas en su propio impulso y per-manecen sin respuesta. Ansiamos conocer el mundo pero con-templndolo de frente, una noche en el campo, sentimos brus-camente todo su indescifrable espesor, nos sentimos repentina-mente e irremediablemente extranjeros al mundo, a su inhu-manidad, a la tranquila impasibilidad de las piedras y de lasmontaas que nos ignoran. En este silencio obstinado del mundose reconoce de nuevo el absurdo.

    Precisemos, con todo, que el absurdo no radica en nuestracondicin mortal, o en el silencio del mundo, nace de una con-dicin mortal enfrentada violentamente con el rechazo de esacondicin, est en el silencio del mundo enfrentado al deseode entender el mundo, el absurdo nace siempre de un choqueviolento, y es, en s misma, una contradiccin: en cuanto acep-tamos la absurdidad sta se disuelve y desaparece, slo se man-tiene en la medida en que la rechazamos obstinadamente. Elabsurdo slo tiene sentido en la medida en que ste no seacepta. No radica pues en comprobar que algo no tiene sen-tido, es tambin y al mismo tiempo, la negativa a admitir queno tiene sentido, el violento deseo de encontrar una razn alo que no tiene ninguna. El absurdo es una tensin perpetuaentre dos trminos, un desgarramiento continuo. Tomar con-ciencia que la vida no tiene sentido no es nada, lo que resultadramtico es sentir al mismo tiempo la necesidad imperiosa,la necesidad lancinante, de darle un sentido y no poder hacer-lo. Frente a una ecuacin de Einstein lo absurdo no es que

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    carezca de sentido para mi, lo absurdo surge cuando no pu-diendo comprenderla, siento al mismo tiempo la necesidadimperiosa de descifrarla, de entender su significado a pesar detodo.

    Acotados los rasgos del absurdo, ahora que reconocemosbajo cada uno de nuestros actos el amargo sentimiento de supresencia, nos resulta imposible retroceder, es necesario mirar-lo fijamente con una lucidez desesperada e intentar sacar todaslas conclusiones que se imponen, sin que esas conclusiones elu-dan ninguno de los trminos del absurdo.

    La primera actitud que parece desprenderse del reconoci-miento del absurdo es la que formularon la mayora de losfilsofos de la existencia, desde Jaspers a Chestov y aKierkegaard: la esperanza.

    En efecto, puesto que, a pesar de nuestros deseos ms ar-dientes, no conseguimos comprender el mundo, puesto que noalcanzamos a encontrar el sentido de la vida, es porque el mundoy la vida no forman parte del mbito de nuestra razn, es por-que pertenecen a algo ms amplio e irracional que nos tras-ciende, que nos sobrepasa y que no puede ser sino Dios. Lavida es incomprensible, por lo tanto Dios existe, su grandezaes su inconsecuencia, su prueba es su inhumanidad. Estamossalvados: en su fracaso, el creyente encuentra su triunfo, y secomprende entonces el famoso creo porque es absurdo. Laesperanza est permitida, pero entonces el absurdo desapare-ce. Se toma apoyo sobre lo absurdo para fundar la esperanza,pero sta lo aniquila inmediatamente puesto que lo absurdoexige para permanecer que no se lo acepte. Esto representa unsuicidio filosfico: se limita a aadir una hiptesis: Dios,que no es constructiva y no aporta nada positivo, destruyendoal mismo tiempo la nica cosa que es evidente, es decir, el ab-surdo.

    Realmente, no s si el mundo tiene un sentido que lo supe-ra, lo que s es que es absurdo, y punto, y que debo manteneresta verdad; se trata nicamente de saber si quiero vivir conella..., y solamente con ella.

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    La segunda actitud que parece autorizar el absurdo es la dela desesperacin absoluta, con el suicidio como horizonte. Pues-to que nada tiene sentido, puesto que slo nos espera el fracasocomo seres vivos, entonces quiz sea preferible detener unacomedia que reconocemos como absurda, y adelantarnos conun gesto al resultado inevitable que llegar algn da, ahorrn-donos as una suma de dolores y sufrimientos que finalmenteno sirven de nada Ciertamente el suicidio resuelve el absurdo,puesto que con la muerte ste desaparece. Sin embargo, es unasolucin inaceptable al igual que la de la esperanza, ya que elabsurdo requiere que no se consienta a l: es, indisolublemente,rechazo y conciencia de la muerte. En el momento en que sesuicida, el hombre niega al mismo tiempo las razones por lascuales se suicida, es decir, el absurdo. La conciencia del carc-ter absurdo de la vida no se deriva de una tranquila constata-cin, es un desgarramiento, una tensin interminable y un re-chazo de la absurdidad misma de la vida y de la muerte. Setrata de morir irreconciliado y no de pleno acuerdo.

    Finalmente la tercera actitud es la de la rebelin, la del hom-bre absurdo.

    Tiene una conciencia aguda de la absurdidad de su situa-cin, de la inutilidad profunda de su vida, pero no lo acepta, serebela contra esta situacin ya que tiene el sentimiento de serinocente, y finalmente accede a una extraa libertad que per-manece inaccesible a los dems, ya que el hombre absurdo selibera del futuro, todo depende de l, su destino le pertenecepor fin.

    En efecto, hay una libertad absoluta, eterna y una libertada la medida del ser humano, concreta e inmediata; el absurdodestruye una y libera la otra.

    El hombre de la esperanza o de la inconsciencia vive comosi fuese libre, vive con unos objetivos, con una constante pre-ocupacin por el futuro, y conforma todos sus pensamientos ysus actos a esos objetivos y al sentido de la vida que cree haberdescubierto, se cree libre pero est en esclavitud. El hombre

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    absurdo no tiene futuro, sabe que es esclavo de una condicincontra la cual se rebela, por eso no hace nada con miras a loeterno, por eso no cree en el sentido profundo de las cosas,tiene hacia el futuro una sublime indiferencia que hace saltartodas las barreras y que permite agotar completamente lo dado,el presente. La indudable certeza de su esclavitud le otorga unamaravillosa libertad.

    Se trata para l de volcarse decididamente hacia alegras sinda despues, todo le est permitido. El presente y la sucesin delos presentes ante un alma sin cesar consciente: se es el idealdel hombre absurdo.

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    NACIDA EN PARS Y POTENCIADA EN MILN, MILES DEMANOS LA CREARON EN LAS CALLES DEL MUNDO

    Han trascurrido ya muchos aos desde que Michel Foucaultnos hiciera ver con cunta facilidad tendemos a creer que mu-cho de lo que configura, hoy, nuestra sensibilidad, es decir, losconceptos, las creencias, las vivencias, los smbolos, etc. quenos resultan ms familiares, vienen existiendo, prcticamente,desde siempre, y, es ms, no podan no haber llegado a exis-tir puesto que, sencillamente, existen. Sin embargo, pese alos esfuerzos de Foucault, seguimos cayendo en la misma trampacon incorregible asiduidad, y el caso de la A-en-un-crculoresulta, aqu, bastante ejemplar.

    En efecto, el vnculo mediante el cual la A-en-un-crculosimboliza, hoy, al anarquismo es tan intenso, y ha sedimenta-do tan hondamente en el imaginario poltico contemporneo,que ha llegado a adquirir, prcticamente, un carcter de natu-ralidad. El anarquismo y la A-en un-crculo se evocanmutuamente con tanta naturalidad, y de manera tan universa-lizada, que parecen haber nacido en el curso de un mismo pro-ceso, y haber caminado juntos desde entonces. Pero, bien sabe-mos que esto no es as, y que, como lo dijo Foucault a propsi-to del hombre, se trata de una invencin bien reciente, sloque, en el caso de la A-en-un-crculo, la invencin es tanreciente, que la memoria personal an alcanza fcilmente a re-cordar cmo aconteci.

    La verdad es que no estaba en mis intenciones hablar deeste tema, pero como ya se han publicado varios textos sobrela historia de la A-en-un-crculo, y como mi nombre ha sali-do a la palestra en algunos de ellos, he pensado que, ms tardeo ms temprano, algo me tocara decir, as que, porqu no de-cirlo precisamente en un mes de abril, ya que se fue el mes enel cual se cre la A-en-un-crculo

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    Pero entendmonos bien, nadie podra poner fecha a laprimera vez en que se traz un circulo alrededor de una A.Sin duda miles de nios lo hicieron, aprendiendo a jugar conlas letras, y puede que algn ranchero marcara su ganado conuna A-en-un-crculo porque esa era la inicial de su apelli-do. De lo que se trata, aqu, es, propiamente, de la construc-cin de un smbolo, no de la originalidad de un dibujo, y,para ser ms precisos, se trata de la construccin plenamentedeliberada de un smbolo que pudiera servir como signo deidentidad especficamente anarquista. Y esto s que tiene unafecha precisa, un lugar determinado y unas circunstancias bienconcretas.

    Tampoco fue una brillante idea surgida, de repente, y por-que s, desde las calenturas de una mente individual, fue el pro-ducto de unas circunstancias bien definidas, el fruto de un con-texto particular y el resultado de un determinado proceso. Porlo tanto, conviene relatar con suficiente detalle estoscondicionantes si queremos entender el cmo, el cundo y elporqu de lo que aqu nos ocupa.

    As que vaya por delante la historia, vivida, del nacimientode la A-en un-crculo, aunque esto nos obligue a lanzar lavista atrs y retroceder unas cuatro dcadas.

    Desde Marsella, donde militaba en el grupo de los JeunesLibertaires, me traslado a Pars en septiembre de 1963, paramatricularme en la Universidad de la Sorbonne. En cuanto lle-go a la capital gala, me integro en el grupo local de los JeunesLibertaires, as como en uno de los grupos de la FederationAnarchiste, y comienzo a colaborar, ms intensamente de loque lo haca en Marsella, con la Federacin Ibrica de Juven-tudes Libertarias (FIJL) que acababa de ser ilegalizada enFrancia.

    Una de las cosas que me impacta de inmediato es la ex-traordinaria fragmentacin del movimiento anarquista parisinoy el pronunciado sectarismo que existe en su seno. En efecto,aunque ese movimiento era, numricamente, bastante reduci-do, se encontraba dividido en un mosaico de organizaciones y

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    de grupos, aislados los unos de los otros, cuando no directa-mente enfrentados entre s, inmerso en lo que ms tarde deno-minaramos, irnicamente, la guerra entre las Capillas. Estapeculiaridad parisina resultaba tanto ms llamativa para unrecin llegado de provincias por cuanto, fuera de Pars, un mis-mo grupo libertario sola difundir, con toda naturalidad, laprensa y las revistas editadas por las distintas corrientesanarquistas. Frente a esa fragmentacin y a ese ostracismo, mireaccin fue, por una parte, la de afiliarme, y militar simult-neamente, en una pluralidad de grupos libertarios, y, por otraparte, la de impulsar la creacin de espacios de confluencia yde colaboracin entre los jvenes anarquistas ubicados en losdistintos grupos cratas.

    Como uno de mis proyectos, al llegar a Paris, consista endesarrollar una actividad libertaria en el seno de la universi-dad, empiezo a buscar estudiantes anarquistas, pero, para misorpresa, slo consigo ponerme en contacto con otro estu-diante, el otro estudiante anarquista, como decan, irnica-mente, nuestros amigos trotskistas. Ese compaero formabaparte del grupo que editaba la revista Noir et Rouge, y, con l,decidimos crear, en octubre de 1963, la Liaison des EtudiantsAnarchistes (LEA). Esa agrupacin, esqueltica en sus inicios,ira creciendo, paulatinamente, hasta llegar a desempear, po-cos aos ms tarde, un papel significativo en la emergencia delMayo del 68, va la constitucin del Movimiento del 22 deMarzo en la Universidad de Nanterre. Pero esa es otra historia,y lo nico que viene al caso recalcar aqu es que la LEA fueaglutinando, poco a poco, a jvenes pertenecientes a distintosgrupos, propiciando que se fuesen difuminando sus discrepan-cias, sobre la base de la labor conjunta que desarrollbamos enel mbito universitario.

    Ese mismo mes de octubre de 1963, con unos pocos com-paeros, lanzamos el Comit de Liaison des Jeunes Anarchistes(CLJA) cuya finalidad explcita consista en poner en contactoe impulsar actividades conjuntas de los jvenes anarquistas quemilitaban en los distintos grupos y organizaciones de la reginparisina.

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    El xito de esta iniciativa fue llamativo. A la asamblea dediciembre 1963 acuden unos 40 jvenes, representando prcti-camente todo el arco del movimiento anarquista parisino. Aun-que algunas asambleas fueron bastante menos concurridas, enotras se sobrepasaran los 60 participantes, lo cual, conside-rando los efectivos numricos del movimiento anarquistaparisino en esa poca, resultaba ms que esperanzador. La di-reccin de contacto del CLJA era: M.Marc. 24 rue Ste Marthe,el local de la FL de la CNT-E de Pars, exactamente la mismaque para la LEA, y exactamente la misma que para ActionLibertaire, el peridico elaborado conjuntamente por lailegalizada FIJL, que lo financiaba, y por el CLJA.

    En su corta vida (el CLJA se extinguir de facto en 1968),esta instancia de coordinacin de los jvenes anarquistas desa-rrollara una intensa actividad, ayudando a resquebrajar la in-comunicacin y el ostracismo que existan entre los gruposanarquistas. Tras el xito conseguido en Pars, el CLJA procu-rara extender su radio de accin a nivel de todo el territoriofrancs, y no tardara en volcarse, junto con la FIJL y con losjvenes libertarios de Miln, en la creacin de un espacio quepermitiese aglutinar la juventud anarquista a nivel europeo,asumiendo la organizacin del Primer Encuentro Europeo deJvenes Anarquistas que se celebr en Paris, los das 16 y 17 deabril de 1966, y que cont con la participacin de jvenes pro-venientes de siete pases.

    La fuerte dinmica iniciada en octubre de 1963 para agluti-nar a los distintos componentes del arco anarquista parisino, atravs de la creacin de espacios de confluencia tales como laLEA y el CLJA, pretenda hacer aflorar lo que compartan y loque tenan en comn las distintas variantes del movimientoanarquista, por encima de unas diferencias, que eran a vecessustanciales, pero que en muchos casos no obedecan sino apersonalismos, o bien a remotos conflictos que, con el paso deltiempo, se haban enquistado.

    Fue esa misma dinmica la que abri directamente las puer-tas a una sugerencia que plante en el seno del grupo de los

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    Jeunes Libertaires de Pars, a finales de 1963 o principios de1964.

    La idea era simple, se trataba de encontrar un signo distin-tivo, un logotipo si se quiere, que todos los grupos anarquistaspudieran utilizar en sus manifestaciones propagandsticas, demanera que, sin alterar la identidad y la especificidad de cadagrupo, constara una referencia comn, susceptible de multipli-car, aunque slo fuera por simple repeticin de un mismo est-mulo visual, el impacto de la propaganda anarquista. Las exi-gencias eran que ese smbolo comn fuese sencillo y rpido depintar en las paredes, y que no estuviese asociado con ningunaorganizacin o grupo en concreto.

    La sugerencia fue bien acogida, y tras dedicarle bastanteshoras de discusin, en el exiguo piso de Clignancourt dondenos reunamos habitualmente, se nos ocurri la idea de unaA-en-un-crculo. Ren Darras, un compaero del grupo, versa-do en el diseo grfico, se encarg del dibujo, yo redact buenaparte del texto en el que se explicaban los objetivos que perse-gua nuestra propuesta, y lo publicamos en la primera pginadel numero 48 (abril de 1964), del Buletn des JeunesLibertaires, bajo el ttulo: Pourquoi A?, donde el dibujo de laA-en-un-crculo ocupaba toda la primera plana.

    El texto de presentacin deca, literalmente, lo siguiente:

    Por qu esta sigla que proponemos al conjunto del movi-miento anarquista? Dos motivaciones principales nos hanguiado: primero, facilitar y hacer ms eficaces las actividadesprcticas de inscripcin en las paredes y en segundo lugar ase-gurar una mayor presencia del movimiento anarquista me-diante un elemento comn que acompae a todas las expresio-nes del anarquismo en sus manifestaciones pblicas Se tratapara nosotros de elegir un smbolo suficientemente general parapoder ser adoptado por todos los anarquista Asociando cons-tantemente (este smbolo...) a la palabra anarquista termina-r, mediante un mecanismo mental bien conocido, por evocar,por s solo, la idea del anarquismo en la mente de las personas.

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    Esto fue exactamente lo que ocurrira, pero an hubo queesperar algunos aos para que el efecto perseguido consiguieraconcretarse.

    En efecto, durante las semanas siguientes llevamos nuestrapropuesta a los distintos foros del movimiento juvenil liberta-rio, especialmente al CLJA. La sugerencia no fue rechazada,pero tampoco consigui despertar ningn entusiasmo especial,probablemente porque la propuesta provena de un grupo enconcreto, y no haba surgido desde la propia asamblea del CLJA.As que durante un tiempo, el pequeo grupo parisino de losJeunes Libertaires, fue prcticamente el nico que utiliz la A-en-un-crculo, lo cual, todo sea dicho, no le confera una granvisibilidad.

    Pocos meses ms tarde, Salvador Gurrucharri tom la ini-ciativa de hacer figurar en el ttulo de uno de mis artculos(Perspectives Anarchistes), publicado en Action Libertaire (n-mero 4, diciembre de1964), el logotipo que habamos lanzado,pero sin reproducir, esta vez, ni su significado ni los objetivosque se perseguan. El hecho de que la FIJL y el CLJA difundie-ran masivamente Action Libertaire hubiera podido propiciarla difusin del smbolo, pero esto no fue lo que sucedi, proba-blemente porque desconectada de su contexto argumentativo,la A-en-un-crculo quedaba, para los lectores, como una sim-ple originalidad tipogrfica.

    No fue sino a raz del Primer Encuentro Europeo de Jve-nes Anarquistas en abril de 1966, cuando los jvenesanarquistas del grupo de Miln retomaron, por su cuenta, lapropuesta y empezaron a utilizar sistemticamente la A en uncrculo en toda su propaganda, dndole, esta vez s, el impul-so que necesitaba para generalizarse.

    El resto lo haran las miles de manos annimas que se apro-piaron literalmente, y felizmente, la autora de la A-en-un-crculoy fueron transformando en una realidad lo que nues-tro texto de abril de 1964 slo se planteaba como un objetivo.Desde luego, la A-en-un-crculonunca hubiera conseguidoadquirir el significado que tiene hoy si hubiese quedado aso-

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    ciada con un grupo particular. Pero, sobre todo, queda claro, opor lo menos as lo espero, que, por su propio origen, la histo-ria de la A-en-un-crculo se inscribe, muy directamente, enla voluntad de poner coto a los sectarismos y a los dogmatismos,que aquejan, endmicamente, al movimiento anarquista. Es,muy precisamente, esta vertiente de la A-en-un-crculo la queme pareca importante rescatar mediante estas lneas.

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    ESAS COSAS NO SE DICEN...

    Sera ridculo afirmar que el trabajo en un campo de con-centracin viene a ser prcticamente lo mismo que el trabajoen una oficina o en un taller. La diferencia es sencillamenteabismal. Tambin nos parecera ridculo sostener que el ofici-nista de Iberia o el trabajador de la SEAT realizan sus activida-des en un contexto exento de dimensiones coercitivas. Es pro-bable que soltramos una carcajada si alguien insinuara queestos trabajadores gozan de total libertad y que son libres in-cluso de trabajar o de no trabajar. Parece que no estamos losuficientemente alienados como para no tener clara concienciade que la coaccin tiene un carcter polimorfo y que puedeestar plenamente presente en una situacin aunque no se vis-lumbren alambradas ni fusiles.

    Es curioso, sin embargo, que esta conciencia de la variedadde formas que puede adoptar la coaccin tienda a desvanecer-se cuando del discurso se trata.

    Existen formas de controlar los discursos que son a todasluces brutales. Algunos padres abofetean al nio que dice pa-labras feas o que olvida dar las gracias. Ciertos gobiernosencarcelan o matan a quienes dicen lo que no deben, o nodicen lo que debieran decir. Padres represivos, gobiernos dic-tatoriales..., las cosas estn claras para todo el mundo. Escomo si la censura pusiese al descubierto la potencialidad sub-versiva del discurso mostrando cul es la fuerza de la palabraque irrumpe en la calle, se imprime en panfletos o se pinta enlas paredes.

    Sin embargo, las cosas ya no se ven tan claras cuando elpadre se limita a regatear su afecto hacia el hijo mal hablado, ocuando el gobierno se cie a dictaminar normas jurdicas paraevitar o castigar ciertos excesos tales como calumniar pblica-mente, incitar al terrorismo o agraviar los smbolos de la na-cin. Quitar la censura poltica es como limar los dientes de laspalabras. Si nadie nos prohbe decir lo que queremos decir,debe ser porque nuestras palabras carecen de peligrosidad...Por supuesto, an nos queda el recurso de protestar de cuando

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    en cuando, como por ejemplo, cuando se condena a JuanjoFernndez por publicar su opinin sobre la monarqua.

    Tambin existen formas aun ms dulces, o ms blandas, decontrolar lo que decimos. Padres que se limitan a dar ejemplo,controlando su propio discurso ante los hijos, gobiernos quedejan decirlo todo pero que reservan el xito social y otrasrecompensas para quienes dicen lo que se tiene que decir recu-rriendo adems a las formas adecuadas del decir.

    Pocos son los que, en estas situaciones sumamente libera-les, siguen considerando que el discurso merece una atencinespecfica. La importancia del lenguaje se desvanece del esce-nario poltico y tan slo permanece una inquietud por eviden-ciar las estrategias persuasivas y los contenidos ideolgicos delos discursos del Poder. La preocupacin poltica por el lengua-je como tal se restringe a unos pocos individuos que escribencomplicados discursos sobre el discurso dejando el campo li-bre para los tratamientos academicistas del tema.

    Sin embargo, por ms democrtico que sea el sistema y porms amplia que sea la libertad de expresin, sera tan ridculopensar que no se ejercen efectos de poder a partir del lenguaje,y sobre el lenguaje, como absurdo resultara creer que no exis-te coaccin en la fbrica porque no se ven guardias armados enlos talleres. Es cierto que las dictaduras necesitan imperativa-mente controlar el habla de los sujetos y que la polica consti-tuye uno de los instrumentos ms eficaces para ese menester.Pero esto tiene un precio: aparece entonces un delicioso efectoperverso que sita claramente en el mundo de la ms pura fic-cin la posibilidad de un lenguaje totalmente disciplinado alestilo de la lengua nueva de Orwell.

    En efecto, a medida que se intensifica el control coercitivosobre el lenguaje tambin se multiplica la superficie que ofreceel lenguaje para su propia subversin. Las infinitas tcticascotidianas que la gente inventa, sin tener la intencin explcitade hacerlo, para ensanchar las mallas del poder, encuentran enel lenguaje un terreno privilegiado. Los chistes brotan de for-ma incontenible y se expanden con la velocidad del viento,desmitificando los prohombres del sistema, desacralizando susvalores, ridiculizando las figuras del orden y de la autoridad.Se tuerce el sentido mismo del discurso oficial, se designan las

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    cosas con nombres distintos de los acuados, se invierte enciertas palabras una fuerza demoledora que est en propor-cin a la misma persecucin a la que estn sometidas. En suma,la intervencin brutal sobre el lenguaje fragiliza en cierta for-ma su capacidad coercitiva.

    La gran ventaja de la libertad de expresin radica en que almismo tiempo que se desplazan los efectos de poder desde lacontundencia de las porras y de las balas hacia las suaves in-fluencias del habla, tambin se consigue reducir la superficieque el lenguaje ofrece para su subversin, hacindola desapa-recer casi por completo.

    No es que el paso de las formas dictatoriales a las formasdemocrticas exija un menor control del lenguaje sino todo locontrario. Se hace tanto ms imprescindible disciplinar el dis-curso cuanto que los efectos de orden se tornan menos depen-dientes de los aparatos directamente coercitivos. Es por estoque no deja de ser curioso que cuanto mayor importancia re-viste el lenguaje para mantener el orden establecido, ms sedifumina la conciencia poltica de la funcin que desempea eldiscurso en la perpetuacin de las relaciones de dominacin.Basta sin embargo con detenerse sobre algunas caractersticasde lo social, y sobre algunas peculiaridades de ese animal sim-blico que es el ser humano para que salte a la vista la funcinpoltica del lenguaje. Nos limitaremos aqu a subrayar dos te-mas:

    LA CONSTRUCCIN SOCIAL DE LA REALIDAD

    El reconocimiento de que la realidad social est constituidapor un complejo entramado simblico, o que presenta por lomenos importantes dimensiones simblicas, ha propiciado cier-tas conclusiones de dudosa fundamentacin. Se ha dicho, porejemplo, que la nica realidad que tiene una existencia efecti-va, es decir, que produce efectos concretos sobre nosotros, es larealidad tal y como la vemos o la interpretamos. La realidadsocial no sera sino lo que creemos que es. As, por ejemplo,basta con que alguien perciba una situacin o un objeto socialcomo peligrosos para que acte hacia ellos como si lo fuesenobjetivamente. Es esta atribucin subjetiva de ciertas caracte-

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    rsticas a la realidad la que tendr efectos reales sobre nuestrasreacciones. Es difcil no estar de acuerdo con las crticas que sehan dirigido a este punto de vista, aunque slo sea porque des-conoce la tremenda fuerza con la cual la realidad social incidesobre nuestra situacin, independientemente del color del cris-tal con el que la contemplamos. Pero la crtica a la unilaterali-dad del enfoque fenomenolgico no debera hacernos menos-preciar la parte de acierto que encierra.

    No cabe la menor duda de que la realidad social producealgunos, e incluso muchos, de sus efectos a travs de la formaen que la definimos; sin embargo lo que se podra reprochar,paradjicamente, al enfoque fenomenologista es precisamenteel haber contribuido a debilitar el sentido en que lo simblicoes constitutivo de lo social. Se trata, si se quiere, de una versindbil del carcter simblico de la realidad social, en la medidaen que la importancia de lo simblico se restringe a la lecturaque hacemos de la realidad. Parece como si existiera una reali-dad objetiva a la cual se pudiese aplicar distintas lecturas. Pormucho que se diga que lo que realmente incide sobre nosotroses el resultado de la lectura que hemos efectuado, no deja deser cierto que si aceptamos el planteamiento fenomenologista,la fuerza de lo simblico no est en la realidad sino en nuestrascabezas. Esto nos conduce lgicamente a privilegiar los com-ponentes ideolgicos y a situar en lo que est dentro de lascabezas de las personas, o en lo que se ha metido dentro de suscabezas, la fuente explicativa de sus conductas sociales. Sinembargo, la cuestin no estriba en que la realidad tal y comoresulta ser para nosotros ejerza unos efectos sobre nosotros.Esto es evidente, trivial, y forma parte de la versin dbil de losocio-simblico. La cuestin radica ms bien en que la reali-dad es, objetivamente, y por lo menos en parte, tal y comoresulta ser para nosotros.

    Dicho con otras palabras, las dimensiones simblicas noestn solamente en nuestras cabezas sino tambin en la propiarealidad social. No hay, por una parte, una realidad objetiva,y, por otra parte, diferentes lecturas subjetivas, y eficientes enltima instancia, de la misma, sino que nuestra lectura de la

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    realidad incorpora en la propia realidad algunas de sus carac-tersticas sustanciales o constitutivas. Cuando afirmamos quela realidad social es, en parte, simblica, estamos diciendo algoque va mucho ms all de la simple consideracin de los efec-tos que tiene sobre nosotros nuestra propia interpretacin dela realidad. Estamos diciendo, sencillamente, que la realidadsocial es, aunque slo sea en parte, sustantivamente simblica.

    Esta afirmacin se entiende mejor si pensamos en los efec-tos que se desprenden de la rotulacin, del etiquetado, o de ladenominacin, de los fenmenos sociales. Por ejemplo, cuan-do tipificamos la categora conceptual delincuencia y la utili-zamos para denominar ciertas conductas estamos inyectandoen un segmento de la realidad social una dimensin simblicaque pasa a ser constitutiva de esa realidad, o mejor dicho, esta-mos construyendo una realidad social que no es definible sinoa travs de las propiedades simblicas del concepto de delin-cuencia. Michel Foucault nos ha enseado la manera en que laproduccin de saberes doctos sobre la sexualidad, y sus corres-pondientes taxonomas, engendraban efectivamente las sexua-lidades polimorfas correspondientes a esos saberes. Las dimen-siones simblicas no se cien a nuestra interpretacin de larealidad sino que quedan incorporadas a la realidad a travsde nuestra interpretacin de la misma. En otras palabras, larealidad es, en parte, pero efectivamente, tal y como la cons-truimos simblicamente para nosotros.

    Si se acepta esta versin fuerte de la naturaleza simblica dela sociedad, la cuestin del lenguaje cobra una importanciafundamental. Su papel decisivo en las operaciones simblicaslo sita como elemento central en la constitucin de la realidadtal y como es. El hecho de que la realidad social tienda a ser deuna manera determinada en lugar de otra depende, en parte (yesta clusula restrictiva es por supuesto importante!), de queutilicemos un determinado lenguaje y no otro para hablar enella y para hablar de ella.

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    EL SER HUMANO COMO ANIMAL AUTODEFINITORIO

    La construccin de la propia identidad constituye sin dudauna cuestin compleja, aunque, slo sea porque no se trata deuna identidad sino de identidades mltiples, y porque estas iden-tidades se fraguan en el transcurso de las interacciones socia-les, situacionalmente definidas. Es obvio, sin embargo, que eltipo de persona que creemos ser incide fuertemente en la formaen que nos comportamos. No se trata simplemente de que to-dos tengamos cierta imagen de nosotros mismos y de que estaimagen afecte nuestras actuaciones. Se trata de que lo que so-mos efectivamente resulta en buena medida de la forma mismaen que nos definimos a nosotros mismos.

    Nuestra forma de ser no es independiente de los valores querealmente nos importan ni de las emociones que realmente nosafectan y sentimos como tales. Como lo dice, ms o menos,Charles Taylor, la imposibilidad en la que me encuentro de iden-tificarme con un samurai radica esencialmente en que no pue-do incorporar en mi forma de ser el significado de los valoresque ste tena por fundamentales ni el tipo de emociones querealmente experimentaba. La cuestin est en que las catego-ras lingsticas que utilizamos para definir los valores, o parapensar nuestras emociones, desempean un papel esencial enla definicin de los propios valores y en la naturaleza misma delas emociones. Por ejemplo, si la honestidad constituye un va-lor realmente importante para m, me definir, como persona,en trminos de mi mayor o menor proximidad al concepto depersona honesta, pero es obvio que la propia nocin de honesti-dad variar segn el instrumental lingstico del que dispongopara construirlo como concepto especfico y diferente o no deotro concepto, pongamos por caso el concepto de ecuanimidad.

    Asimismo, el registro lingstico que utilizo para acceder aconocer mis propias emociones extender o reducir la gamade emociones que soy susceptible de experimentar realmente.Lo que soy realmente no es independiente, por tanto, del len-guaje que utilizo para referirme a m mismo en pblico o enprivado, y para denotar las cosas que de verdad me importan ome afectan. No es de extraar por lo tanto que las tecnologas

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    del yo requieran determinados lenguajes en lugar de otros paraproducir el tipo de persona adecuada a ciertos modelos de so-ciedad. Es, entre otras cosas, disciplinando y controlando ellenguaje como se consiguen los tipos de seres humanos quepueden permitir el funcionamiento de un determinado sistemade dominacin sin que sea preciso recurrir a la coaccin directa.

    La importancia que reviste el control del discurso para ase-gurar el mantenimiento del orden social no parece dejar lugara dudas. Pero el hecho mismo de sealar esta importancia indi-ca, como contrapunto, cules son las potencialidades subversi-vas que ofrece el lenguaje.

    Algunas de las batallas socio-emancipadoras tienen preci-samente la dimensin simblica como escenario privilegiado.La produccin de discursos distintos puede contribuir a crearformas de ser distintas y realidades sociales diferentes. En estesentido es lamentable que se haya desvalorizado desde la pro-pia izquierda la autntica efectividad de las propuestas y de losdiscursos utpicos. Es preciso tomar nueva conciencia de laeficacia social de las utopas y de la necesidad de engendrarproducciones discursivas radicalmente utpicas. Claro que paraello sera preciso volver a encontrar el gusto por la retrica,por la argumentacin, por las largas polmicas abstractas queno parecen conectar con las exigencias prcticas de las luchassociales, pero que no dejan por ello de ser un fermento esencialde posibles emancipaciones sociales. Este texto no tiene otrapretensin que la de incitar a abrir espacios de discusin aun-que se haya montado todo un dispositivo para convencernosde que hablar no es hacer nada.

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    SSIFO Y EL CENTRO, O LA CONSTANTE CREACINDEL ORDEN Y DEL PODER POR PARTE DE

    QUIENES LO CUESTIONAMOS

    El caos es agobiante e inquietante. Pero tambin puede serseductor y excitante. Sin embargo, siempre se nos presenta comoinacabado, transitorio; algo que est a la espera de otra cosa.De qu? Pues sencillamente de que aparezca, por fin, un Or-den. La calma despus de la tormenta. El caos puede ser agra-dable durante unos instantes, puede ser til para romper rigi-deces y para abrir horizontes. Pero el caos permanente es unapesadilla. Frente al caos, el Orden. Cualquier Orden. Frente altumulto, la tranquila y precisa ordenacin de todas las cosasen torno de un claro punto de referencia, de un principio, deuna estabilidad... de un Centro.

    El discurso suele fluir con facilidad cuando se trata de ha-blar en contra de ciertas cosas. Basta con que esas cosas encie-rren dentro de s la negacin de los valores que nos seducen. Laopresin, la dominacin, el poder, la tortura y la guerra sonbuenos ejemplos de ello... Tambin lo es el Centro.

    El Centro, cualquier Centro, atenta ineludiblemente con-tra la autonoma de todo aquello que centra, y se convierteas en un blanco perfecto para la crtica. Pero el placer dehablar en contra del Centro no debera hacer que olvidsemos,apresuradamente, que tambin nosotros nos constituimos enCentros.

    No es casual que la figura del Centro impregne con tantafuerza el imaginario colectivo. El Centro est, efectivamente,por doquier. Tiende a cristalizar en cualquier sitio tan prontocomo las circunstancias lo permiten. Desde el campo de lo bio-lgico al terreno de lo social, pasando por el dominio de lofsico y por el mundo de las ideas, los Centros proliferan tanvertiginosamente como la corrupcin en poltica.

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    Basta con echar una mirada ingenua sobre nuestro entornopara percatarnos de la presencia de mltiples Centros. Sin em-bargo, la mirada debe perder su ingenuidad para poder ver unCentro que siempre se le escapa no porque sea invisible sinoporque se confunde con la mirada misma.

    Es la propia mirada quien contiene ya el principio de Cen-tro. Aquello que es visto es siempre relativo al ojo que lo ve, allugar que ste ocupa, al campo que la mirada define en tornode s.

    No cabe duda que es en el terreno de lo social donde lainterrogacin sobre el Centro es la ms acuciante. No obstan-te, puede ser til rondar primero por otros dominios. La Tierraha dejado de ser el Centro del Universo pero sigue desempe-ando un papel de Centro para todo aquello que se encuentraen sus inmediaciones (la gravedad manda!). El Sol ya no es elrey de los astros, pero sigue ordenando la danza de los plane-tas. El tomo se ha dividido pese a su nombre, pero los electro-nes siguen girando en torno de su ncleo. Las aldeas tienen unCentro, las ciudades disponen, a veces de varios, pero siemprehay uno que es ms Centro que los dems. Para qu proseguir.Toda figura trazada en el espacio tiene un Centro aun cuandono sea tan fcil de situar como pueda serlo el de la circunferen-cia. Sin duda, la imagen de la circunferencia y de sus radios esla que configura en el imaginario colectivo la idea ms depura-da de lo que es propiamente un Centro.

    La circunferencia no sera una mala metfora para pensarel problema general del Centro si no fuese porque tiene un as-pecto fro y esttico. Tan pronto como el Centro ha sido utili-zado para trazarla parece que su papel finaliza, ya no es sinoun punto inerme entre los dems puntos. Pasividad que con-trasta con la incesante actividad desplegada por los Centrosque de verdad nos preocupan. Pero aun as, el Centro de lacircunferencia ilustra con bastante claridad algunos de los efec-tos que produce cualquier Centro y algunas de las funcionesque desempea.

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    En la circunferencia, el Centro jerarquiza el espacio para elcual sirve de referencia. La distancia al Centro estructura elespacio en crculos concntricos, y cuando nos trasladamosdesde lo geomtrico a lo social, esa distancia al Centro indicalas diferencias de poder.

    Sin embargo, el Centro no slo jerarquiza, sino que, simul-tneamente, tambin homogeneza y diferencia el espacio quecontrola. Parece una perogrullada, pero no hay Centro posibleen ausencia de un No-Centro, y aqu tenemos un primer crite-rio de homogeneizacin/diferenciacin. Diferenciacin en dosconjuntos irreductibles, pero homogeneizacin tambin, ya quetodos los puntos de la circunferencia son estrictamente equiva-lentes en cuanto a su relacin con el Centro.

    Pero dejemos ya la geometra porque podemos reencontrartodos estos principios en el mbito de lo social. El Centro tor-na equivalentes entre s a conjuntos de individuos en funcinde los criterios de utilidad que les aplica: trabajadores, consu-midores, usuarios de la Seguridad Social, electores, reclutas...El Centro constituye conjuntos en cuyo seno reina una estrictaequivalencia formal entre los sujetos que los integran, al mis-mo tiempo que procede a una diferenciacin entre los diversosconjuntos constituidos: homogeneizacin sectorial y diferen-ciacin entre sectores. Sin embargo, esto no debe hacernos pen-sar en el Estado como el nico Centro. En cada sector (econo-ma, educacin, sanidad, etc.) el principio de Centro se repro-duce y estructura el espacio segn los mismos mecanismos dejerarquizacin/homogeneizacin/diferenciacin.

    El Centro constituye un principio organizador que ordenatodo aquello que est a su alcance, y el mbito de lo socialaade a las operaciones que ya hemos visto un conjunto deoperaciones de control, en los dos sentidos de la palabra. Vi-gilancia, por una parte, como cuando decimos que hay quecontrolar la temperatura de un enfermo, y dominio, por otraparte, como cuando decimos que tenemos controlada una si-tuacin.

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    Jerarquizacin, homogeneizacin, diferenciacin, control...,pero tambin vampirizacin. El Centro no slo se limita a atraerhacia l los recursos que necesita para alimentar sus operacio-nes sino que tambin extrae de su entorno las energas indis-pensables para su propia consolidacin, su fortalecimiento y,sobre todo, su expansin. Todo lo que est en la rbita delCentro tiene que rendirle tributo.

    Pero el Centro es cauto y la Historia le ha enseado muchascosas. Ha aprendido, por ejemplo, que no debe agotar aquelloque le da vida, que no debe secar las fuentes que lo nutren. Haaprendido, incluso, que cuanto ms ricas sean esas fuentesmayores beneficios pueden proporcionarle. El Centro se pre-ocupa, por lo tanto, en fomentar el enriquecimiento de lo quecontrola.

    Quiz sea por esto por lo que las poblaciones rechazanlos discursos maniqueos contra el Centro, y quiz sea poresto por lo cual encontramos una parte de libre aceptacinen los sometimientos al Centro. Servidumbre voluntaria quetanto sorprenda a Etienne de La Botie hace ya unos cuantossiglos.

    El Centro ha aprendido ms cosas an. Por ejemplo, se hapercatado de que la descentralizacin presenta indudables ven-tajas. El control realizado directamente sobre todos los puntosde territorio reviste un enorme costo y conlleva manifiestasdificultades, sobre todo cuando el sistema que se trata de ges-tionar es un sistema complejo. El mecanismo de control ame-naza entonces con girar en el vaco y con encasquillarse, comoha ocurrido en la difunta URSS. Resulta mucho ms conve-niente permitir un margen suficiente de autonoma y dejar queuna serie de Centros subsidiarios, en sintona con las circuns-tancias locales, reintroduzcan ciertas dosis de iniciativa y demotivacin en el tejido social. Siempre y cuando, claro est, seimpida que esas zonas, ms o menos autnomas, introduzcanmecanismos que las tornen incompatibles con el conjunto delsistema, se independicen del Centro, o adquieran la fuerza su-ficiente para competir con l.

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    Queda claro que la proliferacin de Centros subsidiariosno atenta, en absoluto, contra el principio mismo de Centro.No tan slo porque se limitan a multiplicar ese principio conuna simple diferencia de escala, sino tambin porque constitu-yen una de las ayudas que necesita el Centro para desenvolver-se mejor. Pero volvamos a la geometra. Cualquier punto de lacircunferencia puede convertirse en el Centro de una nuevacircunferencia. No obstante, esto no les confiere el poder degenerar unos efectos distintos a los que engendraba el Centroanterior. Desplazamiento del Centro, s, pero conservacin desus efectos y reproduccin interminable de lo mismo.

    Sin embargo, no slo el Centro ha aprendido cosas. Noso-tros tambin. Sabemos, por ejemplo, que como ocurre con elncleo del tomo, el Centro no constituye un todo homogneoy compacto. Est formado por elementos diversos, cuya cohe-sin, ms o menos frgil, debe ser constantemente alimentada,y se encuentra constantemente amenazada por riesgos de desin-tegracin de imprevisibles consecuencias. Cuntos cambios, le-jos de provenir de una sublevacin de la periferia, no han surgi-do desde las tensiones internas del Centro. Sabemos hoy quepara agudizar esas tensiones no es bueno caer en el simplismode tratar al Centro como un todo compacto e indiferenciado.

    Hemos aprendido tambin que el Centro no es insensible niimpermeable a las propiedades de aquello que controla. Noresulta fcil controlar lo que es radicalmente otro. Convienetrabajarlo para que se torne suficientemente isomrfico conuno mismo. Pero en el transcurso de esa actividad asimiladoratambin nos acomodamos al otro, l tambin nos asimila.Michel Foucault ha explicado magistralmente cmo las carac-tersticas locales de los poderes conforman a su vez la formadel Poder que pretende dominarlos.

    El Centro no es, por lo tanto, totalmente ajeno a la perife-ria; diferente sin duda, pero tambin semejante.

    De la misma forma que ya no se puede aceptar hoy en da laidea de que existe un corte radical entre la ideologa elaborada

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    por los dominantes y la ideologa que proviene de abajo, tam-poco se puede afirmar que no existen elementos compartidosentre el Centro y la periferia. Si la periferia no se encuentra enperpetua rebelin contra el Centro es, sin duda, porque se re-conoce ella misma en la figura del Centro, por lo menos enparte. La ausencia de un rechazo generalizado hacia el Centropuede causar cierta perplejidad e irritacin en quienes anhelanuna Revolucin, pero es un hecho slidamente anclado en lacotidiana realidad.

    Sabemos, porque tambin lo hemos aprendido que cuandoel sistema que debe gestionar el Centro es de naturaleza com-plejo, al igual que lo son nuestras sociedades contemporneas,entonces el Centro necesita imperiosamente ruido. Es decir,errores y disfuncionamientos para conseguir subsistir y paracontinuar dominando la creciente complejidad de lo que estbajo su control. Sin embargo, los infinitos errores que lo nu-tren y le dan vida pueden tambin desestabilizarlo, modificarprofundamente el rgimen de funcionamiento del sistema yempujarlo hacia una nueva configuracin en la cual el antiguoCentro puede desaparecer como tal.

    Encontramos aqu una paradoja que parece abrir, por fin,las puertas de la esperanza.

    Si el control llevado a cabo por el Centro fuese perfecto, sindefectos y sin errores, entonces el Orden que regenta tardaramuy poco tiempo en hundirse. En el seno de los sistemas com-plejos la imperfeccin del control es imprescindible para supropio mantenimiento, como muy bien ha argumentado HenriAtlan. Pero esta necesaria imperfeccin conlleva simultnea-mente un peligro mortal. Si el error no se corrige a tiempo, siocurre cerca de uno de los puntos de bifurcacin del sistema,entonces sus consecuencias pueden ser autnticamente revolu-cionarias. Lo ms sorprendente y lo ms interesante es que puedetratarse de un error infinitesimal, de un nico granito de arenaen el lugar oportuno del engranaje, de una contestacin pura-mente local... Unas voces solitarias que dicen NO, unos pocosinconformistas que rompen las reglas, unos iluminados que se

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    ponen a vivir de formas distintas, unos exaltados que levan-tan una frgil barricada... Todo esto, que puede parecer in-significante y anecdtico, puede amplificarse sin que nadiesepa cmo, y como si de un Chernobil se tratase alcanzar esepunto crtico en el cual el sistema se pone irreversiblementefuera de control.

    Pero apresurmonos en poner freno a la esperanza.

    El nuevo sistema reproducir, l tambin, el principio deCentro. Ya no se tratar, por supuesto, del mismo Centro, peroineludiblemente el sistema se estabilizar en torno de un nuevopunto atractor.

    Y es que el Centro constituye, desgraciadamente, un princi-pio organizador de alcance extraordinariamente general. Setrata de un principio estructurante que introduce un Ordendeterminado en el mbito donde acta.

    En el campo de lo social quien dice Orden est diciendotambin Poder. Todo principio de orden es al mismo tiempo unprincipio de poder por el hecho mismo de que todo Ordenconlleva una coercin ejercitada en contra de la entropa quelo amenaza. Existen, por supuesto, distintas formas de coer-cin, y la que recurre a la polica difiere notablemente de la queresulta de una negociacin y de un acuerdo. Sin embargo, ellono excluye el que no existe Orden sin coercin, y por lo tanto,que no existe Orden sin ejercicio del Poder.

    Dicho sea de paso, quienes gustan de repetir que la anar-qua es la ms alta expresin del orden no se percatan del ca-rcter autocontradictorio de su afirmacin. Curiosamente, suspalabras no estn diciendo sino que la anarqua es la ms altaexpresin del poder! Si es cierto que toda vida social requiereun cierto Orden, y si es cierto que toda vida social esestructurante, a la vez que est estructurada, entonces pareceque las concepciones libertarias sobre el poder debern ser re-visadas algn da para que sean coherentes con esos hechos sinabandonar, por ello, sus presupuestos bsicos.

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    Disolver el Centro en una mirada de pequeos Centros ycreer que con ello se potencia la autonoma puede resultar se-ductor. Pero est claro que as no se cuestiona, en absoluto, elprincipio mismo de Centro, sino que ste se multiplica al infi-nito. Desmultiplicar el Centro no atenta, en lo ms mnimo,contra el principio mismo de Centro.

    Qu hacer, pues?

    Por supuesto: luchar contra el Centro.

    Pero sabiendo de antemano que esta lucha produce necesa-riamente dos efectos perversos:

    En primer lugar, esta contestacin pretende introducir gra-nos de arena en los engranajes del sistema..., y eso es precisa-mente lo que necesita el sistema para poder funcionar y paraperfeccionarse. Atacndolo lo estamos ayudando.

    En segundo lugar, esa lucha proclama otro principio deOrden. Un principio que pretende ser diferente, antittico in-cluso, del actualmente existente, pero que no puede evitar re-producir su estructura profunda: ser un principio organizador,un proyecto de coercin... Un Centro, en definitiva.

    Sin duda, hay que luchar contra el Centro, pero a la manerade Ssifo. De un Ssifo consciente, que sabe que su recompensaradica en su lucha misma y nunca en la imposible satisfaccindel objetivo que la impulsa. Un Ssifo que sabe, adems, que sila roca rueda inevitablemente hasta el pie de la montaa es,precisamente, porque su esfuerzo consigui empujarla hasta lacima.

    Es cierto que la lucha contra el Centro lo ayuda a subsistir,pero no luchar contra l es resignarse a abandonar la vida y ano ser ms que otro punto inerme en la perfecta circunferenciaque el Centro dibuja. Ya dijo Albert Camus que era precisoimaginar a Ssifo feliz. Cada da que pasa sabemos mejorpor qu.

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    POR UN PODER POLTICO LIBERTARIO.CONSIDERACIONES EPISTEMOLGICAS Y

    ESTRATGICAS EN TORNO DE UN CONCEPTO

    El anarquismo se encuentra desde hace dcadas en una cla-ra fase de estancamiento, que se manifiesta tanto en el planode la teora como en el plano de la prctica.

    En el plano terico raras son las innovaciones que se hanproducido en un pensamiento que se puede calificar, sin duda,como radical pero en el sentido bien particular de que se pegaliteralmente a sus races como si stas estuviesen embadurna-das con pez, y que encuentra enormes dificultades para desa-rrollarse y evolucionar a partir de ellas. El anarquismo se haquedado anclado, en buena medida, sobre unos conceptos yunas propuestas que se forjaron en el transcurso de los siglosXVIII y XIX.

    En el plano de la prctica, se puede argumentar que el anar-quismo ha penetrado de forma difusa en amplios movimientossociales informales, implcitamente libertarios, y que por otraparte ha marcado con su sello numerosos cambios sociales.Desgraciadamente, para cada una de las transformaciones decarcter libertario en las que podamos pensar es fcil citar de-cenas de microevoluciones que van en un sentido explcita oimplcitamente totalitario. La sociedad parece desplazarse msbien en direccin a una reduccin que hacia un incremento delas libertades y de las autonomas bsicas.

    Obviamente, este doble estancamiento evidencia un serioproblema y parece cuestionar incluso la validez de las propiasposturas libertarias. Es posible esbozar algunos elementos paraemprender una nueva andadura? Pienso que s.

    En paralelo a consideraciones ms fundamentales, que de-beran intentar aclarar las condiciones sociales que presiden ala produccin de las ideologas y de los movimientos de eman-

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    cipacin social1, entiendo que una posible dinamizacin delpensamiento y de la accin libertaria pasa necesariamente poruna vigorosa operacin de exorcismo.

    Es absolutamente indispensable exorcizar un conjunto detemas tabes cuya carga ideolgico-emocional bloquea cual-quier posibilidad de reflexin. Y esta operacin de exorcismoes tanto ms necesaria cuanto que se trata precisamente de te-mas constitutivos del ncleo duro2 del pensamiento anarquista.

    El concepto poder y, ms concretamente, el concepto poderpoltico es uno de los primeros que convendra desacralizar sise quiere desbloquear las condiciones de posibilidades de unarenovacin de anarquismo. En efecto, se ha vuelto usual recu-rrir a los posicionamientos sobre la cuestin del poder comouno de los principales criterios que permiten discriminar entrelas posturas libertarias y las que no lo son. Coincido plena-mente en que la cuestin del poder constituye el principal ele-mento diferenciador entre los grados de libertarismo que pre-sentan los distintos pensamientos socio-ideolgicos, as comode las distintas actitudes sociopolticas, tanto individuales comocolectivas.

    Sin embargo, lo que no me parece en absoluto aceptable esconsiderar que la relacin del pensamiento libertario con elconcepto de poder slo se pueda formular en trminos de ne-gacin, de exclusin, de rechazo, de oposicin, o incluso deantinomia. Es cierto que existe una concepcin libertaria delpoder, es falso que sta consista en una negacin del poder.Mientras esto no sea asumido plenamente por el pensamientolibertario, ste permanecer incapaz de abordar los anlisis ylas prcticas que le permitiran hacer mella sobre la realidadsocial.

    EL CONCEPTO DE PODER

    La polisemia del termino poder y la amplitud de su espectrosemntico constituyen condiciones que favorecen los dilogosde sordos. En los debates se observa frecuentemente cmo los

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    diversos discursos tan slo alcanzan a yuxtaponerse en lugarde articularse los unos con los otros, porque tratan en realidadde objetos profundamente diferentes, confundidos por el re-curso a una misma palabra: el poder. Resulta, por lo tanto, tilacotar el trmino poder antes de abordar su discusin. Dandopor supuesto, claro est, que esto no implica que se pueda des-embocar en una definicin objetiva y asptica de la palabrapoder, ya que se trata de un trmino polticamente cargado,analizado desde un lugar poltico preciso, que no puede acep-tar una definicin neutra.

    En una de sus acepciones, probablemente la ms general ydiacrnicamente primera, el trmino poder funciona como equi-valente de la expresin capacidad..., es decir, como sinnimodel conjunto de efectos cuyo agente, animado o no, puede serla causa directa o indirecta. Es interesante observar que el po-der se define de entrada en trminos relacionales, ya que paraque un elemento pueda producir o inhibir un efecto es necesa-rio que se establezca una interaccin.

    Imagino que nadie, libertario o no, desea discutir este tipode poder y que nadie considera til cuestionarlo o incluso des-truirlo. Queda claro que no existe ningn ser desprovisto depoder y que el poder es, en este sentido, consustancial con lapropia vida.

    En una segunda acepcin la palabra poder se refiere a undeterminado tipo de relacin entre agentes sociales, y es habi-tual caracterizarlo entonces como una capacidad disimtrica,o desigual, que tienen esos agentes de causar efectos sobre elotro polo de la relacin establecida. No creo que sea conve-niente entrar aqu en niveles ms finos de anlisis y preguntar-se, por ejemplo, si para que sea legtimo hablar de una relacinde poder la produccin de estos efectos debe ser intencional ono, eficaz o no, deseable o no, etc. (Para un anlisis detalladovase mi Poder y Libertad. Barcelona, Ed. Hora. 1983.).

    En una tercera acepcin el trmino poder se refiere a lasestructuras macrosociales y a los mecanismos macrosociales

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    de regulacin social o de control social. Se habla en este senti-do de aparatos o de dispositivos de poder, de centros o de es-tructuras de poder, etctera.

    Mantengo que no tiene sentido abogar por la supresin delpoder en cualquiera de los niveles en el que ste se manifiesta,y que esto, que es vlido y evidente para el primer nivel (elpoder como capacidad) es tambin valido, aunque menos evi-dente para los otros niveles mencionados.

    En otros trminos, el discurso acerca de una sociedad sinpoder constituye una aberracin, tanto si nos situamos desdeel punto de vista del poder como capacidad (qu significarauna sociedad que no podra nada?), como si nos situamos en laperspectiva de las relaciones disimtricas (qu significaran unasinteracciones sociales sin efectos disimtricos?), o, finalmente,si contemplamos el poder desde el punto de vista de los meca-nismos y estructuras de regulacin macrosociales (qu signifi-cara un sistema, y la sociedad es obviamente un sistema, cu-yos elementos no se veran constreidos por el conjunto de lasrelaciones que definen precisamente el sistema?). Las relacio-nes de poder son consustanciales con el propio hecho social, leson inherentes, lo impregnan, lo constrien al mismo tiempoque emanan de el. A partir del momento en el que lo socialimplica necesariamente la existencia de un conjunto deinteracciones entre varios elementos, que, de resultas, formansistema, hay ineluctablemente efectos de poder del sistema so-bre sus elementos constitutivos, al igual que hay efectos de poderentre los elementos del sistema.

    Hablar de una sociedad sin poder poltico es hablar deuna sociedad sin relaciones sociales, sin regulaciones socia-les, sin procesos de decisin social, es decir, es hablar de unimpensable porque resulta reiterativamente contradictorioen trminos.

    Si introduzco aqu el calificativo poltico para especificar eltrmino poder, es porque lo poltico, tomado en su acepcinms general, remite simplemente a los procesos y a los meca-nismos de decisin que permiten que un conjunto social opte

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    entre las distintas alternativas a las cuales se enfrenta y, tam-bin, los procesos y los mecanismos que garantizan la aplica-cin efectiva de las decisiones tomadas. Queda claro que existe,en este sentido, una multiplicidad de modelos de poder poltico.

    Cuando los libertarios se declaran contra el poder, cuandoproclaman la necesidad de destruir el poder y cuando proyec-tan una sociedad sin poder, no pueden sostener una absurdidado un impensable3. Es probable que cometen simplemente unerror de tipo metonmico y que utilizan la palabra poder parareferirse en realidad, a un determinado tipo de relaciones depoder, a saber, y muy concretamente, al tipo de poder que en-contramos en las relaciones de dominacin, en las estructurasde dominacin, en los dispositivos de dominacin, o en losaparatos de dominacin, etc. (tanto si estas relaciones son detipo coercitivo, manipulador u otro).

    Aun as, no habra que englobar en las relaciones de domi-nacin el conjunto de las relaciones que doblegan la libertad4

    del individuo o de los grupos. No solamente porque eso volve-ra a trazar una relacin de equivalencia entre las relaciones dedominacin y las relaciones de poder (puesto que todo poderpoltico, o societal, es necesariamente constrictivo), sino tam-bin porque la libertad y el poder no estn en absoluto en unarelacin de oposicin simple. En efecto, es cierto que las rela-ciones de poder (que son inherentes a lo social, no lo olvide-mos) doblegan la libertad del individuo, pero tambin es ciertoque la hacen posible y que la incrementan. Es en este sentidoque deberamos interpretar la preciosa expresin segn la cualmi libertad no se detiene donde comienza la de los dems, sinoque se enriquece y se ampla con la libertad de stos.

    Es obvio que la libertad del otro me constrie (no soy libreen todo aquello que puede recortar la suya) pero tambin esobvio que mi libertad necesita la libertad del otro para poderser (en un mundo de autmatas mi libertad se encontrara con-siderablemente mermada). Poder y libertad se encuentran puesen una relacin inextricablemente compleja, hecha simultnea-mente de antagonismo y de mutua potenciacin.

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    Volviendo al centro del problema, sera ms exacto decirque los libertarios estn, en realidad, en contra de los sistemassociales basados en relaciones de dominacin (en sentido es-tricto): abajo el poder! debera desaparecer del lxico liberta-rio en favor de abajo las relaciones de dominacin!, quedan-do por definir entonces las condiciones de posibilidad de unasociedad carente de dominacin.

    Si los libertarios no estn en contra del poder, sino en con-tra de un determinado tipo de poder, deberan admitir lgica-mente que son por lo tanto partidarios de una determinadavariedad poder que es conveniente (y exacto) llamar: poderlibertario, o ms concretamente poder poltico libertario. Esdecir que son partidarios de un modo de funcionamiento liber-tario de los aparatos poder, de los dispositivos poder y de lasrelaciones de poder que conforman toda sociedad.

    Aceptar el principio de un poder poltico libertario puedegenerar dos tipos de efectos:

    El primero es ponernos en las condiciones, y en la obliga-cin, de pensar y analizar las condiciones concretas del ejerci-cio de un poder poltico libertario tanto en el seno de una so-ciedad con Estado como en el seno de una sociedad sin Estado.

    La solucin de facilidad consiste, obviamente, en declararque es necesario destruir el poder, lo cual evita la difcil tareade tener que delimitar cules son las condiciones de funciona-miento de un poder libertario y cules son los mtodos de reso-lucin de los conflictos en una sociedad no autoritaria5, asimismo la focalizacin sobre el Estado y la exigencia de su de-saparicin permite eludir el hecho de que incluso sin Estado lasrelaciones y los dispositivos de poder siguen presentes en lasociedad. Claro que si estamos convencidos de que con la de-saparicin del Estado tambin desaparece el poder, para qupreocuparnos entonces de este ltimo?6.

    El segundo tipo de efecto podra consistir en volver, final-mente, posible, la comunicacin entre los libertarios y su en-

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    torno social. En efecto, si la gente no comprende el discursolibertario, si se muestra insensible a sus argumentos, si no com-parte sus inquietudes, no es, ciertamente, culpa de la gente, esculpa de los libertarios. El sentido comn popular tiene razncuando sigue mostrndose impermeable a las argumentacio-nes libertarias contra el poder. Seguira haciendo odos sordosante propuestas que no hablaran de suprimir el poder, sinosimplemente de transformarlo?

    Soy consciente de que este tipo de planteamiento puede evo-car un reformismo libertario, y mucho me temo que esta im-presin crecer aun ms cuando sugiera ahora que para esta-blecer una comunicacin entre los libertarios y la sociedad nobasta con proponer un cambio en las relaciones de poder, sinoque es necesario, adems, volver crebles las posibilidades decambio y programar, aunque slo sea de manera difusa, su rea-lizacin efectiva. La primera condicin para que un cambiosea creble es que sea efectivamente posible y esto traza loslmites de un programa libertario eficaz.

    PARA UNA ESTRATEGIA LIBERTARIA MINIMAX7

    Por poco que el rumbo de la sociedad sea modificable8, aun-que slo sea parcialmente, est claro que una influencialibertaria slo puede impulsar cambios efectivos en direccin auna libertarizacin del poder poltico si una parte considerablede la poblacin es favorable a esos cambios y acta en esesentido.

    Una estrategia libertaria de tipo reformista supone necesa-riamente la existencia de un movimiento de masas que se pue-de calificar de considerable, en la medida en que debera agru-par millones de personas en un pas como Francia y decenas demillones en un pas como los Estados Unidos. Es esto imposi-ble? Completamente imposible, si estamos pensando en millo-nes de militantes libertarios, pero perfectamente posible si nosreferimos a una corriente de opinin que se manifieste de ma-nera ms o menos episdica y de manera ms o menos cohe-rente, digamos incluso con un perfil bajo de coherencia

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    libertaria. Aun as, sera necesario que los libertarios contribu-yesen a posibilitar esta amplia base libertaria popular abando-nando su habitual estrategia maximalista expresada en trmi-nos de todo o nada.

    Una extensa corriente de opinin libertaria, o si se prefiere,una masa crtica libertaria en el seno de la sociedad, no puedeconstituirse sino es a partir de una serie de propuestas que seana la vez:

    crebles para grandes cantidades de gente,

    eficaces, en el sentido de que los cambios propuestos pue-dan ser efectivamente alcanzados en unos plazos razonables yque sean suficientemente motivadoras.

    Estas propuestas deben estar en consonancia con el carc-ter necesariamente hbrido de estos movimientos popularesamplios, no del todo libertarios, no constantemente libertarios.Para eso resulta indispensable revisar una serie de principiostales como la no participacin sistemtica en cualquier tipo deproceso electoral, o la negativa a disponer de liberados retri-buidos siempre que su carcter rotativo sea escrupulosamen-te respetado, o el rechazo sistemtico de alianzas con los sec-tores no libertarios de los movimientos sociales etc. (sobretodo teniendo en cuenta que estos principios que convendrarevisar no son constitutivos del ncleo duro del pensamientolibertario).

    Dicho esto, apostar exclusivamente sobre una estrategiareformista sera del todo insostenible, por varias razones.

    La primera es que resulta absolutamente simplificador opo-ner tajantemente reformismo y radicalidad. Al igual que en elcaso del concepto complejo poder/libertad, existe en este casoun entrelazamiento inextricable entre las distintas partes de unconjunto (reformismo/radicalismo) que slo se puede escindiren apariencia, o en un determinado nivel de realidad pero noen otros.

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    En efecto, reformismo y radicalismo se alimentan el uno alotro, se oponen y, simultneamente, se complementan. El re-formismo puede producir efectos perversos que conlleven con-secuencias radicales, al igual que el radicalismo puede propi-ciar regresiones o reformas.

    La segunda razn se basa en el hecho de que la accin radi-cal suele incrementar su eventual eficacia, o incluso adquirirla,en la medida en que existe una esfera de influencia que fertilizapreviamente el terreno donde se ejerce.

    La tercera razn parte del supuesto que las posturas y lasacciones radicales pueden constituir el equivalente social de lasinteracciones aleatorias y de las fluctuaciones locales que ha-cen evolucionar espontneamente determinados sistemasfisicoqumicos hacia nuevos rdenes radicalmente distintos ynovedosos (analoga con la creacin de orden por el ruido, or-den por fluctuaciones, complejidad por el ruido, etc.). Resultaque la sociedad es un sistema abierto suficientemente complejo(en el sentido tcnico del trmino) y que se sita suficientemen-te lejos del equilibrio para que sea estrictamente imposible pre-ver las posibles consecuencias de tal o cual accin radical, ejer-cida en tal o cual punto del tejido social (vase, en particular,mayo del 68). En este sentido, parece que solamente la accinradical puede ampliar las fluctuaciones sociales locales hastaprovocar emergencias incompatibles con el orden social insti-tuido y que lo transformen de manera profunda.

    No hay que olvidar, sin embargo, que la accin radical pre-senta siempre un doble filo, ya que, como la sociedad es unsistema abierto, autoorganizador, resulta que las disfunciones(el ruido) introducidas por la accin radical permiten, parad-jicamente, una mayor adaptabilidad del sistema instituido, yuna mayor resistencia frente a lo que amenaza con desestabili-zarlo.

    La cuarta razn se basa en que el radicalismo permite man-tener conceptos, propuestas y cuestionamientos que, de otromodo, seran fcilmente digeridos y recuperados por los mode-

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    los sociales dominantes gracias al proceso de predigestin quese encargan de llevar a cabo los movimientos reformistas, unpoco como ocurre con las vacunas.

    La quinta razn se refiere a la experiencia histrica. staparece poner de manifiesto que es gracias a la coexistencia deamplios sectores blandos, ideolgicamente inseguros, de unacoherencia oscilante etc. con sectores radicales, duros, intran-sigentes, etc., que se produjeron las situaciones ms favorablespara propiciar cambios sociales profundos (vase Espaa 1936).

    Dicho esto, est claro que la indispensable dialctica entreradicalismo y reformismo reviste un carcter intensamente pro-blemtico.

    En efecto, es necesario impedir que el reformismo quiebrelas tentativas radicales creando en torno de ellas un colchnamortiguador que cancele sus efectos desestabilizadores. Aligual que es necesario impedir que las tentativas radicales sie-guen la hierba bajo los pies de los reformistas imposibilitandosu tarea.

    Asimismo es necesario impedir que las innovaciones con-ceptuales de los reformistas terminen por desdibujar el ncleoduro del cual han surgido y el fondo de crtica radical que yaceen los grupos doctrinarios, al igual que es necesario impedirque la intransigencia doctrinaria de los sectores radicales blo-quee las posibilidades de innovacin terica que aportan losreformistas.

    En cualquier caso, parece esencial, y eso es quizs lo msdifcil de todo, que radicales y reformistas se acepten mutua-mente como elementos a la vez antagnicos y complementa-rios, y como, irreduciblemente, enemigos y aliados en un pro-ceso en el que ambos se necesitan.

    Para concluir, quiero precisar que no he pretendido hacerun planteamiento de corte dialctico, sino expresar mi profun-da conviccin de que, mientras no sepamos concebir la com-

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    plejidad irreducible de las realidades, seremos incapaces deenfrentarlas con xito.

    NOTAS:

    1 Por que, y cmo, se produce el pensamiento libertario? Sera interesantetratar el anarquismo como un objeto social que obedece a ciertas condicio-nes de produccin (cules?), que asegura ciertas funciones sociales (cu-les?) y que produce a su vez ciertos efectos sociales e ideolgicos (cules?).El hecho de que el marxismo haya tratado estas cuestiones de maneralamentable no retira nada de su inters. En stas radica quiz la explicacinde por qu el anarquismo se caracteriza por una ausencia de efectosacumulativos tanto a nivel organizativo como ideolgico o social.

    2 Me parece urgente definir cul es el ncleo duro del pensamiento libertario ycules son los elementos negociables, que forman su cinturn protector. Laconfusin entre estos dos niveles implica a veces actitudes intilmentesectarias.

    3 Sin embargo, sera necesario ver si el propio grito contra el poder noconstituye, en el imaginario social, una manera de impugnar, por desplaza-miento, el propio nudo social, es decir, finalmente, de impugnarse a smismo en tanto que ese grito ya forma parte, necesariamente, de loinstituido.

    4 Seguramente sera necesario dedicar un seminario como ste al tema de lalibertad. Uno de los conceptos de mayor dificultad, puesto que plantea elproblema de los sistemas autorreferenciales, cerrados sobre ellos mismos enforma de bucle.

    5 Aprovecho la ocasin para hacer hincapi en la urgencia de abandonar la idea,profundamente totalitaria, de una sociedad armoniosa, desprovista deconflictos.

    6 Es probable que el funcionamiento libertario de un poder libertario pase porestablecer mecanismos oscilatorios que impidan la cristalizacin de unadireccionalidad fija en las relaciones de poder, o que impidan los efectos deautoconsolidacin del poder..., pero esto es otra cuestin.

    7 No utilizo este trmino en el sentido tcnico que reviste en economa o en lateora de los juegos, lo uso de manera puramente analgica.

    8 Que lo sea efectivamente es otra cuestin, pero si no es modificable, aunquesea mnimamente, entonces hay que decir adis a todas nuestras elucubra-ciones militantes...

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    MS ALL DE LA DEMOCRACIA

    Escribir la crnica de la Democracia viene a ser algo ascomo escribir la crnica de una muerte anunciada. Porque laDemocracia que disfrutamos y padecemos hoy, tiene, efectiva-mente, los aos contados. Digo disfrutamos por comparacin,claro est, con tiempos no tan lejanos en los que una reunincomo sta hubiera sido impensable, y digo padecemos porquetodos los que estamos aqu sabemos perfectamente que la de-mocracia constituye un sistema de dominacin, blando quiz,sutil sin duda alguna, pero tremendamente eficaz.

    La Democracia va a morir, va a dar paso, en un plazo quenadie puede predecir, a otro sistema de gestin poltica de lasociedad y decir esto, decir que la Democracia va a morir, no esdar rienda suelta a la fantasa ni a la especulacin, no es hacerfuturismo barato, es una certeza absoluta y yo dira inclusoque es una obviedad. La Democracia, la Democracia que tene-mos hoy, naci hace bien poco, apenas un par de siglos comoun sistema particular de regulacin poltica, que presentaba,no lo olvidemos, indudables ventajas en relacin con el sistemaque sustituy, pero la democracia es la expresin de una pocay de un tipo de sociedad, est irremediablemente fechada y estan perecedera y tan transitoria como cualquier otra produc-cin humana, como cualquier otro ingenio social en el que po-damos pensar. Las pocas y las sociedades cambian por esomismo de que son pocas y de que son sociedades. Aqu no hayvuelta de hoja.

    Esto quiere decir que hay, por supuesto, un ms all de laDemocracia que acontecer en tiempos venideros y que quiz,yo dira que seguramente, se est fraguando ya. Ahora bien,nadie, absolutamente nadie, puede saber cmo ser efectiva-mente ese ms all, lo nico que podemos hacer es especular,conjeturar pero a sabiendas que tenemos todos los nmerospara equivocarnos estrepitosamente. Y esto es as porque, porsuerte, la historia es un inagotable bal de sorpresas.

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    Pero hay algo que no deja de ser bastante curioso, y es queesta muerte anunciada acontecer antes de que aquello que vaa morir pudiera ni siquiera llegar a existir. Cmo es posibleque algo que nunca consigui existir deje de existir? No meestoy enredando en ninguna contradiccin, lo que s estoy ha-ciendo es un pequeo malabarismo que consiste en mezclar lasdos facetas de la Democracia.

    Veamos, tenemos por una parte la Democracia real, la De-mocracia que funciona efectivamente en nuestras sociedades,la democracia en la que vivimos todos y de la que tenemosexperiencia diaria. Democracia real como antes se deca socia-lismo real para denominar al tipo de rgimen en el que vivanlos pueblos de los pases del Este. Es esta Democracia real laque naci en el siglo XVIII y la que desaparecer un da quiz notan lejano.

    Tenemos, por otra parte, la Democracia normativa, la De-mocracia sobre el papel, la teora democrtica, los principios ylos valores democrticos, la idea de Democracia, y es esto loque nunca ha llegado, ni nunca llegar a nacer, a plasmarsecomo realidad social. Se ha quedado y se quedar en el mundode las ideas. Ahora bien, la idea de Democracia, la Democracianormativa, sirve, eso s, para legitimar la Democracia real aun-que la una no tenga nada que ver con la otra, pero absoluta-mente nada. La Democracia real no cumple, ni de lejos, ni unosolo de los principios de la Democracia normativa que al fin yal cabo es un modelo, si no totalmente asumible, por lo menosbastante razonable. Vase si no:

    reconocimiento de que los ciudadanos son la nica y lti-ma instancia de donde emana la legitimidad poltica;

    separacin tajante de los poderes como garanta contra laexpansividad natural del Poder;

    delegacin temporalmente limitada del poder, es decir, ins-tancias de representacin de los ciudadanos, porque biensabemos que la Democracia directa estricta no es viable

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    en cuanto el tamao de la colectividad supera un ciertoumbral. La delegacin, la representacin se torna en-tonces inevitable y ni siquiera escapan de ello la CNT olas organizaciones especficas.

    - pero, delegacin donde una persona es un voto sin quediferencia alguna, de cultura, de riqueza, o de lo quesea, pueda vulnerar esta igualdad.

    Estos principios definen, en parte, el Estado de Derecho y laDemocracia normativa. Hay otros puntos que parecen bastan-te razonables, pero no vale la pena seguir enumerndolos por-que claro, aqu ni siquiera se puede decir eso de que cualquierparecido con la realidad es fruto de la casualidad porque nohay parecido alguno, ni siquiera por casualidad. Se puede de-mostrar sin demasiado esfuerzo que la Democracia real vulne-ra todos y cada uno de los principios de la Democracia norma-tiva o de la idea de la Democracia.

    En palabras llanas, se nos hace tragar gato por liebre cuan-do se apela a la idea de Democracia, a la Democracia normati-va, para vendernos la Democracia real, pero quizs sa sea lafuncin de las ideas: dar gato por liebre!

    Por supuesto, la Democracia normativa tambin morir,tambin desaparecer en algn momento dando paso a otrosistema normativo de regulacin poltica, porque tambin ellaest fechada y porque tambin ella constituye un ingenio de loshombres. Al igual que ocurre con la Democracia real, existe,por lo tanto, un ms all de la Democracia normativa, esto esindudable, pero tampoco en este caso nadie puede aventurarsea decir cmo ser ese ms all...

    Tanto la Democracia real, como la Democracia normativa,llevan su propia muerte inscrita en su ser a partir del momentomismo en que nacieron, pero no nos podemos despedir tanfcilmente de la Democracia, porque nos tocar disfrutarla/padecerla bastante tiempo an.

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    Y, yo no s lo que pensaris, pero por mi parte estoy bas-tante harto de que siempre que arremetemos contra la Demo-cracia tengamos que hacerlo, sobre todo en este pas, con cier-ta precaucin, tengamos que justificarnos de manera casi ver-gonzante como si tuviramos que pedir perdn por no acatarel sistema democrtico. Pues bien, me gustara sugerir una es-trategia bastante simplona para invertir los papeles, para quesean los defensores de la Democracia quienes tengan que justi-ficarse. La estrategia es bien simple, cuando se nos pide queaceptemos el juego democrtico, cuando se nos dice que debe-mos contribuir constructivamente al mejoramiento, a laprofundizacin de la Democracia, tenemos que decir que s,que estamos totalmente abiertos a jugar el juego de la Demo-cracia, pero poniendo una nica condicin: que el juego al quese nos invita sea efectivamente el juego de la Democracia. Es lavieja astucia que consiste en poner una sola condicin, perouna condicin de imposible cumplimiento. Tranquilos, nuncatendremos que jugar al juego de la Democracia, sencillamenteporque la Democracia normativa es estrictamente incompati-ble con el sistema capitalista.

    Ahora bien, si se nos invita al juego del parchs, lo que todoel mundo entender es que pidamos un tablero de parchs yque no se nos d, en su lugar, una baraja de cartas, porque nose puede jugar al parchs con el material y las reglas del pquerPor supuesto, s que aceptamos jugar a la Democracia, al po-der del pueblo, pero que se nos diga dnde est esa Democra-cia y no que se nos presente en su lugar una demo acracia, esdecir, un sistema donde el pueblo no tiene ningn poder.

    Como es tan evidente y tan fcil demostrar que el sistemapoltico en el que vivimos no tiene absolutamente nada que vercon los principios normativos de la Democracia, los demcra-tas slo disponen de dos salidas:

    o bien nos dicen sencillamente que lo