alcantara ricardo - el aguijon del diablo

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Ricardo Alcntara El aguijn del diablo

Desde hace un tiempo, Gustavo no aparece por el instituto, se encierra en su habitacin mantiene una actitud hostil. Slo cuando su madre, una mujer de vida aparentemente tranquila, asuma la cruda realidad y la profunda crisis que atraviesa su familia -un matrimonio que se viene abajo, un hijo drogadicto...-, podr reunir fuerzas para luchar e intentar evitar el desastre. Ricardo Alcntara aborda en El aguijn del diablo el delicado tema de las drogas. Ricardo Alcntara naci en Montevideo, Uruguay, en 1946.# En su juventud fue actor de tele5# novelas y vivi en Brasil, desde donde dio el salto a Espaa. Cuando estaba a punto de acabar la carrera de Psicologa, se dio cuenta de que en realidad deseaba ser escritor. Este descubrimiento fue tan impactante que cambi el rumbo de su vida e inici as su andadura en el mundo de la literatura infantil y juvenil, en el que sigue actualmente. Ha recibido prestigiosos premios, como el Lazarillo. En cada uno de sus libros intenta condensar un momento especial, una bsqueda, un sentimiento, reflejar una ruptura con un aspecto de la realidad que no le gusta, y ofrecer una alternativa que, aunque imaginaria, sea ms esperanzadora.

Para Rosa Mara Curt, con mi amistad.

Uno Gustavo se march dando un portazo y Joaquina qued como clavada en medio de la sala. En su cabeza resonaban, con tal fuerza que le hacan dao, las palabras de su hijo: Vete a la mierda! Djame en paz!. Joaquina estaba desconcertada, incapaz de adivinar qu suceda. Todo aquello era demasiado incomprensible para ella. De repente su vida se haba complicado tanto que por momentos senta la necesidad de gritar de impotencia. Pero claro, no lo haca; qu diran los vecinos si la oyeran chillar como una loba rabiosa? Inmvil en medio de la sala, notaba que las piernas le temblaban. Cuando venga Ramn hablar con l. Esto no puede seguir as, se dijo, aunque en realidad le daba cierto reparo explicarle a su marido lo que suceda; l era tan drstico... No saba qu hacer. A pasos lentos se encamin a la cocina. Abri la nevera y, tras echar una ojeada, decidi que aunque no fuese domingo hara canelones. Eso la mantendra entretenida un buen rato y mientras estuviera guisando no pensara en otra cosa. Adems, los canelones eran el plato preferido de Gustavo. Claro que a Fernando tambin le gustaban. Pobre hijo, con los dolores de cabeza que me causa el otro, casi no me ocupo de l, se dijo. Mene la cabeza, resignada. Encendi la radio y se puso a la tarea. Cuando tena la fuente lista para meterla en el horno, llamaron a la puerta. Debe de ser Gustavo que con las prisas ha olvidado sus llaves!, pens esperanzada, y corri hacia la puerta. Pero no era Gustavo quien llamaba sino su vecina Martha, que viva en el mismo rellano, en el quinto tercera. Hola, querida, cada da estoy ms despistada -dijo al entrar-. Soy un caso perdido! Fjate que iba a hacer una tortilla y no tengo huevos. Me pods prestar un par?

Es para no tener que bajar a comprar con esta facha, entends? Pasa. Oh, qu bien huele! Qu ests haciendo? Canelones. Qu ingeniosa, che! Me parece muy ocurrente celebrar el domingo en medio de la semana. O festejar las navidades en mayo o en julio, siempre y cuando te hagan algn regalito, no te parece? Yo... Pero, qu te pasa? No s..., te noto muy desanimada! No, nada... El que nada no se ahoga, querida, y a vos te pasa algo. Desembuch que soy toda oreja. Joaquina aspir hondo. Dudaba. Pensaba que desahogndose con Martha quiz conseguira un poco de alivio, y que hablar del asunto tal vez la ayudase a ver las cosas ms claras. Pero... No, la ropa sucia se lava en casa, se dijo finalmente, desviando la mirada. Vamos, mujer, no te hagas de rogar -insisti Martha-. Acaso no sabs que con la boca cerrada no se llega a ninguna parte. En m pods confiar, soy una tumba. No ha pasado nada. Es lo de siempre, los problemas de cada da, las discusiones con los hijos... Los hijos, siempre los hijos. Te preocupas demasiado por ellos -dijo sentndose en una silla de la cocina. Cmo no voy a hacerlo, si son la cosa ms importante de mi vida?, se pregunt Joaquina azorada. Quers que te haga una confidencia? Creo que me alegro de no haberlos tenido. Y no es que me guste estar sola... Pero los hijos son un quebradero de cabeza. Te lo digo yo, que tambin fui hija! Siempre tienes una broma a punto. Sabs por qu? Porque cuando hablo demasiado en serio siento unas cosquillitas aqu, en el estmago. Y son de feas! Ms feas que un susto a medianoche. En aquel momento se abri la puerta. Joaquina se gir rpidamente. Confiaba en que fuera Gustavo que vena a comer. Pero no, era Fernando que volva del instituto. Hola -le dijo y, sin quererlo, en su rostro apareci un cierto desencanto. A Fernando no se le pas por alto y, aunque de buena gana hubiese preguntado qu suceda, no solt palabra. Era muy tmido y reservado, difcilmente se animaba a pronunciar el sinfn de preguntas que acudan a su cabeza. Dej la mochila sobre la mesa y respondi un tanto cohibido: Hola.

Martha se incorpor casi de un salto y, llevndose las manos a la cabeza, exclam: Es tardsimo! Hoy tengo que entregar un vestido y todava me falta coserle el ruedo. Querida, dame los huevos, quers? Maana, sin falta, te los devuelvo. Poco despus, cuando se dispona a marcharse toda apresurada, con los huevos en la mano, se encar con Fernando y le dijo: A ver si se portan bien ustedes dos y no hacen rezongar a la mam. La pobre no gana para disgustos. Adis! Fernando sinti un escalofro y se le puso la piel de gallina. Ya lo habrn descubierto?, se pregunt con el corazn en vilo. Menudo folln se organizar si saben algo! Pap es capaz de zurrar a Gustavo hasta dejarlo morado. Y en su afn de averiguar algo se dirigi a la cocina. Mam, puedo ayudarte? -le pregunt a media voz. Joaquina no lo haba odo acercarse y se sobresalt tanto que estuvo a punto de dejar caer la jarra que tena en las manos. Era evidente que estaba echa un saco de nervios. Haciendo lo imposible por serenarse, respondi: Pon la mesa. Apoyada contra el fregadero lo sigui con la mirada y, aunque no tena por costumbre compararlos, no pudo menos que reconocer: Son tan diferentes. Fernando, tan dcil, apocado, de pocas palabras... Es el que ms se parece a m. En cambio Gustavo es un calco de su padre. Vaya carcter. Y a medida que crece est cada vez peor. Ya no s qu voy a hacer con l. Mam, cuntos platos pongo? Tu padre no vendr. Fernando call, indeciso, aunque por fin se atrevi a preguntar: Y Gustavo? No lo s, fue a estudiar con unos compaeros -minti ella-. Pnselo por si acaso se presenta a comer. Pero Gustavo no apareci, ni siquiera llam para avisar que no ira. Una vez terminada la comida, Fernando regres al instituto. Y Joaquina, cosa que no era habitual en ella, sin nimos de meterse en la cocina a lavar los platos, se sent junto al telfono a hojear una revista. Trataba de concentrarse en la lectura, pero lo cierto es que no se enteraba de lo que lea. Hasta que a media tarde finalmente el telfono despert de su letargo con un estridente riiiing! Joaquina lo cogi con premura. S? Buenas tardes, familia Costa?

As es. Llamo del instituto Varela. Usted es la madre de Gustavo? Pues s... Quisiramos hablar con usted lo antes posible. Cundo podra pasar por aqu? Joaquina no saba qu responder. Hoy.. Maana... Nunca... No haba acabado de decidirse, cuando la voz la apremi: Sera preferible que viniera esta misma tarde. Le va bien a eso de las siete? Joaquina trat de buscar una excusa para convencerse a s misma de que aquella tarde no poda ir, que tendran que dejarlo para ms adelante. Pese a su empeo, no encontr ningn argumento vlido que le impidiera asistir a tan inesperada convocatoria, por lo que no tuvo ms remedio que aceptar. Bien, a las siete. Era evidente que las novedades no iban a ser precisamente buenas, y slo le quedaba por averiguar cun malas seran. Consult su reloj y vio que no le sobraba mucho tiempo. Se cambi, y cuando se dispona a salir, instintivamente se cal sus gafas de sol oscuras. Al cerrar la puerta tras de s, se sinti tan desamparada como aquella vez que, siendo una nia, se perdi en la playa en medio del gento. Claro que en esa ocasin pronto encontr una mano amiga que la acompa, pero ahora... En aquel preciso momento Martha abri la puerta de su casa. Joaquina oy cmo se despeda de la clienta y le deca: Ya vers, vos vas a ser la ms linda de la fiesta! Y si las otras, muertas de envidia, te preguntan quin te hizo el vestidito, les das mi direccin, eh? No te olvids. Chau, con esa pinta destrozars corazones, te lo juro! Adis -se despidi la otra, y se march escaleras abajo con el prometedor vestido entre los brazos. Slo entonces se percat Martha de la presencia de Joaquina, y mirndola de arriba a abajo, exclam: Qu elegancia, che! Te vas a ligar o qu? Ay, Martha, qu ocurrencias! Cualquiera dira que soy de sas. Entonces, Martha se ech la melena sobre la cara, entorn los prpados y, al tiempo que simulaba fumar, empez a canturrear con bastante sorna: Esa oscura clavelina que va de esquina en esquina volviendo atrs la... cabeza. Y, zas, otro golpe de melena! Eres increble -dijo Joaquina.

Cunta razn tens, querida. Si ni yo misma me creo! -y se ri de buena gana, pues le costaba muy poco festejar sus propias ocurrencias. Luego, acercndose a ella, le pregunt en tono cmplice-: Y... me pods decir entonces adnde vas? Al instituto de los chicos. Me han llamado, parece que quieren hablar conmigo -y, casi en seguida, sin pensrselo dos veces, le sugiri-: Podras acompaarme? No s, no s... Mir, a m eso de los institutos, de las escuelas y de los libros nunca se me dio muy bien. Pero, bueno, tratndose de vos har un esfuerzo. Entra, esperme un segundito que me pongo mona y salimos. Para ponerse mona se pint los labios, se alborot la melena y se perfum generosamente. Bomboncito! -exclam mirndose en el espejo y, mientras se diriga hacia donde estaba Joaquina, que la miraba atnita, explic-: Si yo no me digo algn piropo de vez en cuando, no me lo dice nadie. Hay que ver, qu sosos se han vuelto los hombres, ya no te sueltan una frase agradable ni aunque los mats! Y se fueron caminando del brazo. Durante el trayecto Martha no ces de hablar, mientras Joaquina la observaba admirada, pues en realidad ella era mujer de pocas palabras. Nunca haba sido una gran conversadora, y con el tiempo se haba vuelto an ms parca, quiz porque no dispona de muchas ocasiones para charlar a gusto. Con su marido casi no hablaba, no porque estuvieran enfadados, sino..., porque se haban acostumbrado a convivir en silencio, comentando lo indispensable. En cambio Martha era una fuente inagotable de palabras. No lo duds, en cuanto llegue a casa me tumbo en el sof con las piernas en alto y me aplico una buena mascarilla. Las hay que son casi milagrosas -explicaba Martha divertida, en el momento en que llegaron ante el instituto-. As esta noche estar como una rosa y podr ir al baile. Qu quers que te diga, no hay nada como mover el esqueleto al comps de la msica! Sobre todo si ests entre los brazos de un apuesto caballero. Mmmm... Ya hemos llegado... -le advirti Joaquina para que callara. Mir vos, qu escuela ms linda. Con una escuela as hasta a m me daran ganas de estudiar -pero se apresur a aclarar-: Es un decir, me entends, querida? Joaquina no respondi, limitndose a asentir con la cabeza. Se adelant un poco y se dirigi al conserje:

Buenas tardes, estoy citada con la tutora de Gustavo Costa. Como el hombre ya estaba avisado, las condujo sin demora hasta una pequea sala en el primer piso. En aquel momento Joaquina sinti deseos de pedirle a Martha que aguardara afuera. Mas luego consider que no sera demasiado amable de su parte, y permaneci quieta y en silencio. Martha, en cambio, no haca ms que husmear por todas partes. Al verla, cualquiera dira que estaba all con la intencin de comprar el instituto, dada su manera de examinar cada uno de los detalles. Pero cuando se present la tutora, corri a sentarse junto a Joaquina. La tutora tambin se sent y, aunque se esforzaba en sonrer, Joaquina presinti que las noticias seran ms alarmantes de lo que esperaba. Cruz las piernas y apret el bolso contra el pecho. Haca aos que no rezaba, pero mientras aguardaba las primeras palabras, a su manera le pidi a Dios que le echara una mano. La tutora rompi finalmente el silencio: Me decid a llamarla por telfono en vista de que usted no responda a mis notas. Qu notas? Gustavo no me ha entregado ninguna nota -se disculp rpidamente Joaquina toda azorada. Las ltimas se las hice llegar a travs de Fernando -explic la tutora. Joaquina tuvo la sensacin de que el suelo se mova bajo sus pies. Tampoco puedo confiar en Fernando..., se dijo. Permanecieron las dos calladas, evitando mirarse a los ojos. Y Martha, a quien este tipo de situaciones le daban tanto miedo como las pelculas de terror, sin saber qu hacer para estarse quieta, pregunt: Puedo fumar? S, claro. Aqu tiene un cenicero. Con bastante esfuerzo, Joaquina consigui reunir el coraje suficiente como para preguntar: Qu sucede, pues? Hace tiempo que Gustavo no aparece por la escuela. Tiene el curso perdido. Y por si esto fuera poco, sus compaeros me han comentado que ltimamente lo han visto con gente... poco recomendable. Dios mo! -exclam Joaquina con voz lastimera-, qu voy a hacer con este chico? La tutora no respondi, quiz consider que eso ya sera meterse demasiado en un terreno que no era de su incumbencia. Quien no dud en hacerlo fue Martha, que con el cuello erguido, sentenci:

Pero, ch, tens que hablar con l en seguida. No ves que maana puede ser demasiado tarde? Y tens que decrselo al padre. No se lo pods ocultar. S, eso har -murmur Joaquina mientras se incorporaba. Y, luego de despedirse, se marcharon. Durante el camino de regreso, Martha tampoco dej de hablar. Pero entonces Joaquina no la escuchaba, tal era su desconcierto y tan grande su desazn. Y al llegar al rellano, se apresur a despedirse: Gracias por acompaarme. Adis! No tens nada que agradecerme: hoy por vos y maana por m -aclar Martha; entonces cada una entr en su casa. Martha corri a prepararse la mascarilla y, cuando se la hubo aplicado, se tumb en el sof. Mientras tanto, Joaquina aguardaba con impaciencia a que llegara Gustavo. Estaba decidida a coger el toro por los cuernos antes de que fuera demasiado tarde. Hablara con su hijo cara a cara y le sacara la verdad. Pero Gustavo no apareca y ella senta que los nervios se la coman viva. Fernando apareci a la hora de costumbre. An luca las mejillas encendidas y una gran sonrisa le iluminaba la cara: es que ya no era suplente en el equipo de ftbol, acababan de nombrarlo titular! Y eso que an no haba cumplido los diecisis aos. Durante el camino haba planeado que, nada ms entrar en casa, soltara a los cuatro vientos la buena noticia. Pero, al verlo, sin darle tiempo a abrir la boca, Joaquina se abalanz sobre l. Incapaz de controlar sus palabras ni su tono de voz, empez a increparlo: Se puede saber por qu no me entregaste las notas que te dieron en el instituto? T sabas que Gustavo no iba a clase, por qu no me lo has dicho? Fernando baj la cabeza. Saba que tarde o temprano ese da llegara y se haba hecho firme propsito de mantener la boca cerrada. Jams delatara a su hermano. Se lo haba prometido y estaba decidido a cumplir su palabra. Haban estado siempre muy unidos y ahora no lo dejara en la estacada. Con lo mal que lo estaba pasando, slo le faltaba que tambin l le fallase. En vista de que de nada serva insistir, Joaquina le orden que se fuera a su habitacin. Como tena por costumbre, Fernando obedeci sin rechistar. Entonces, sentado sobre la cama con las piernas encogidas, esper, preguntndose cmo acabara todo aquello.

Pero esperar de brazos cruzados se le haca tan insufrible, que por fin se incorpor decidido a colocar en la pared el nuevo pster de Saviola: su dolo. Fernando confiaba en que con el tiempo sera tan buen jugador como l y eso le haca soar con los ojos abiertos. Estaba concentrado en la tarea cuando, al cabo de un rato, oy ruido de ollas y platos, por lo que adivin que su madre preparaba la cena. Poco despus oy entrar a su padre. Hola -dijo Ramn con voz cansada, y sin ms se dej caer en el sof. Casi en seguida Joaquina le acerc las zapatillas y un vaso de vino, y regres a la cocina. Ramn no repar en la expresin de su rostro, que a ojos vistas delataba su estado de nimo. Slo a la hora de la cena, al estar sentados los tres frente a frente, not que suceda algo raro, pues nadie deca ni po. Se puede saber qu pasa? -pregunt, aunque sin demostrar demasiado inters. Y de un tirn, pues de otra forma no hubiera sido capaz, Joaquina le explic toda la historia. Ramn dio tal puetazo sobre la mesa que hizo saltar los platos, y echando atrs la silla se incorpor furioso, al tiempo que exclamaba: Me rompo el alma trabajando para ellos y as me lo pagan. Pues si no le gustan los estudios, tendr que trabajar. En casa no quiero vagos. Tal vez deberamos darle otra oportunidad -intercedi Joaquina, a sabiendas de que cuando Ramn tomaba una decisin luego era ms duro que una piedra y difcilmente cambiaba de idea. Cllate. T eres ms blanda que el agua y slo has sabido malcriarlos. Pero mira lo que has conseguido con ello! Djalo de mi cuenta, me ocupar de l y si lo que necesita es mano dura, la tendr. Puedes estar segura de ello. Y como no quera seguir hablando del asunto, se encerr en su habitacin. Despus de recoger la mesa, Fernando hizo otro tanto. Joaquina se qued sola. Deseaba que Gustavo la encontrara levantada. Pero se hicieron las tantas sin que apareciera y, al final, no tuvo ms remedio que ir a acostarse. Ya en la cama, le era imposible conciliar el sueo. Daba vueltas para un lado y para el otro y... nada. Siempre suceda lo mismo, hasta que no lo oa regresar estaba con el corazn en vilo. Finalmente, a altas horas de la madrugada, lo oy llegar. Entonces respir con alivio y, casi sin darse cuenta, se durmi. Estaba francamente agotada.

Dos Joaquina durmi poco y mal; toda la noche tuvo pesadillas. Se despert sobresaltada, con el cuerpo dolorido, y aunque ya tena los ojos abiertos, segua escuchando gritos, como si los malos sueos continuaran. Sin alcanzar a comprender qu suceda, se incorpor ligeramente apoyndose en los codos. Entonces oy la voz de su marido. Al parecer estaba hablando con Gustavo, y lleno de clera le deca: Hablar con Evaristo y, si no tiene inconveniente, maana mismo irs a trabajar a su taller. Ya vers lo que es bueno. Y pobre de ti si me viene con alguna queja! No bromeaba; Joaquina lo saba muy bien. Poco despus oy que se acercaban los pasos de Ramn, y rpidamente volvi a deslizarse bajo las mantas para fingir que dorma. No quiso abrir los ojos hasta que oy que su marido se marchaba a su trabajo y que Fernando sala rumbo al instituto. Slo entonces se levant. Prepar caf, calent la leche y cuando tena todo a punto llam a Gustavo para que viniera a desayunar. Pero ste no respondi, ni siquiera asom la nariz para ir al lavabo. Estaba encerrado en su habitacin. No lo entiendo, de verdad que no lo entiendo, se deca Joaquina. Y al sentir que si continuaba entre aquellas cuatro paredes no tardara en ponerse a llorar; decidi bajar a hacer la compra. Fue al mercado, a la carnicera, a la panadera... y regres cargada como una burra! Mientras haca equilibrios con las bolsas y los paquetes para meter la llave en la cerradura, Martha, que la haba odo llegar, sali a su encuentro para devolverle los huevos. Tena tal cara de sueo que no haca falta mirarla dos veces para darse cuenta de que acababa de levantarse. An llevaba la bata y las zapatillas. Buenos das, querida -dijo entre sonrisas-, anoche bail desde las once hasta las tres. Cmo me duelen los pies! Si me ayudas a llevar esto, te invito a caf -le propuso Joaquina, sealando un par de bolsas que haba dejado en el suelo, y abri la puerta. Encantada! -acept Martha y, tras guardarse los huevos en el bolsillo para que no se rompieran, carg las bolsas y sigui a Joaquina hasta la cocina. Mientras sta preparaba el caf, Martha sigui contndole lo de la noche anterior.

Sabs quin estaba en el baile?; pues don Cayetano, el carnicero. Te invit a bailar? Qu va!, ni se me acerc. Se hace el distrado, sabs?, como si no me viera. Por m...! No tengo ningn inters en bailar con ese pelado gordinfln -y al recordar que el marido de Joaquina estaba bastante regordete y le quedaba muy poco cabello, se apresur en aclarar-: Perdonme, mir que no era ninguna indirecta en contra de Ramn! Ni se me pas por la cabeza... Bueno, mejor as -respir aliviada-. Te sigo con los chimentos. Volviendo a don Cayetano... Pero se interrumpi de nuevo, puesto que al parecer tocaban el timbre de su casa. Aunque a aquellas horas no esperaba a ninguna clienta, por si acaso se asom. En efecto, alguien llamaba a su puerta: era el cartero. Buenos das, simptico -lo salud ella. Buenos das -respondi l-. Le traigo una carta certificada. La carta era de la Jefatura Superior de Polica y en ella le comunicaban que le haban denegado el permiso de residencia que haba solicitado, instndola a presentarse en las dependencias con la mayor brevedad posible para regularizar su situacin. Pero, che, no hay derecho! -se quej Martha-. Les llev todos los papeles que me pidieron, un montn as, no te exagero, y otra vez me niegan el permiso. No es justo que nos basureen de esta manera. Mujer, no te lo tomes tan a la tremenda! Quiz hay algn modo de solucionarlo. Te juro que si mi pas no estuviera hundido en la miseria, hoy mismo haca las valijas y me volva, aunque fuera con la frente marchita, como deca Gardel. Qu asco! Cundo piensas presentarte? Y yo qu s! Si quieres, te acompao -se ofreci Joaquina. Qu buena sos. Vos s que sos una amiga. Nada de eso, hoy por ti y maana por m. Ya no te acuerdas? Qu memoria de elefante tens, te felicito! -y tras una pausa, agreg-: Si quers, vamos maana. Cuanto antes mejor. Tengo un julepe que hasta me tiemblan las piernas. Vale, quedemos para maana. Y despus nos vamos a tomar algo por el centro -propuso Joaquina ilusionada, como si se tratara de una gran salida.

Macanudo! -exclam Martha, y quedaron de acuerdo para las nueve. Martha termin el caf y regres a su casa. Entonces Joaquina empez a preparar la comida. Cuando Fernando lleg del instituto ya estaba a punto y la mesa puesta. Dile a tu hermano que venga a comer -le pidi Joaquina. Fernando sali como una flecha hacia la habitacin de Gustavo, pero regres poco despus. Con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha, como si acabaran de echarle un jarro de agua fra, dijo a su madre: No quiere venir. Tendra que dejarlo sin comer para ver si as aprende, se dijo Joaquina. Pero en vez de ello le prepar una bandeja y Fernando se la llev. Ellos dos comieron mirando la tele y luego Fernando regres al instituto. Joaquina no se movi de casa en toda la tarde, confiando en que en algn momento Gustavo abandonara la habitacin. Pero nada. Varias veces estuvo tentada de ir a llamar a su puerta para exigirle que le explicara lo que suceda y preguntarle por qu se comportaba como si fueran enemigos. Ella no le haba hecho nada. Por qu la trataba as? Despacito, se encaminaba hacia su habitacin, llegaba incluso a tocar el picaporte con la punta de los dedos, pero, en el ltimo momento, le faltaba coraje para dar el siguiente paso. As una y otra vez... Aquel da Ramn se present antes de lo acostumbrado. Tampoco su aspecto era el habitual, se le vea ms crispado, con el gesto adusto. Dnde est ese desvergonzado? -quiso saber. En su habitacin. No se ha movido de all en todo el da -le explic Joaquina, y tratando de defenderlo aadi-: Se nota que est arrepentido. He hablado con Evaristo y el lunes a las siete lo espera en su taller. Pero si all no se comporta como es debido, lo echar de casa con una buena patada en el trasero. Joaquina no se sinti con fuerzas ni para responder. Saba que si abra la boca l descargara toda su furia contra ella. En silencio le acerc la botella de vino y las zapatillas y luego regres a la cocina. Tema por lo que podra suceder si Ramn llamaba a Gustavo para que viniera a cenar y el chico se negaba. Por fortuna no sucedi as. En cuanto Fernando lleg, se sentaron a la mesa y nadie mencion el nombre de Gustavo, como si de comn acuerdo hubieran decidido silenciarlo. Luego, al acabar, se sentaron frente a la tele y all permanecieron, callados y bostezando de tanto en tanto, hasta

que el sueo fue ms fuerte que ellos. Entonces decidieron irse a la cama. Mientras con una mano se rascaba la cabeza, dirigindose a su mujer, Ramn dijo: Toma -y le tendi el dinero para la compra de la semana como si de una limosna se tratara. Joaquina iba a guardarlo en el armario, junto con el resto, pero luego pens que si al da siguiente iba al centro podra necesitarlo, y acab por meterlo en el monedero. Se senta tan cansada que crey que aquella noche no le costara demasiado dormir. Pero en cuanto puso la cabeza en la almohada el sueo se esfum como por encanto. Y eso no era lo peor; lo ms grave eran los terribles pensamientos que le venan sin que pudiera evitarlo. En medio de la noche escuchaba el reloj de la sala y los ronquidos de Ramn, pero de pronto tambin oy una puerta que se abra lentamente. Es Gustavo, seguro que ya no puede aguantar ms y va al lavabo, se dijo, y el hecho incluso le pareci divertido. En efecto, Gustavo se encamin hacia el lavabo, se ase un poco e instantes despus gan la puerta de la calle y se march. Virgen santa!, si Ramn se entera lo mata, exclam Joaquina para sus adentros. Ya no pudo pegar ojo y cada vez que el reloj marcaba las horas o las medias, su desasosiego aumentaba. Hasta que muy de madrugada lo oy regresar. Gustavo se encamin con tal rapidez a su habitacin que, seguramente a causa de las prisas, tropez con la mesa del comedor. Joaquina gir la cabeza hacia su marido, temiendo que se hubiera despertado con el ruido; mas no, continuaba profundamente dormido. Se despert poco despus, cuando el despertador son a la hora de siempre. Joaquina permaneci bajo las mantas, y no se movi hasta orlo marchar. Entonces se levant. Lo cierto es que no tena ganas de ver a nadie ni de hablar con nadie y hubiera preferido no salir de casa, pero ya le haba prometido a Martha que la acompaara y le pareca feo volverse atrs. A las nueve en punto, tal como haban quedado, Martha pas a recogerla y sin prdida de tiempo salieron a la calle en direccin al metro. ste las dej bastante cerca, slo tuvieron que andar un par de travesas hasta llegar a la jefatura. Ante la puerta haba una considerable cola de personas de los ms diversos pases.

Despus de pedir la vez, Martha se volvi hacia Joaquina y poniendo los ojos en blanco, indic: Te lo digo por experiencia, ahora armte de paciencia, pues tendremos que esperar. Vaya si tuvieron que esperar!, pero finalmente les lleg el turno. Entonces Martha, sin olvidarse de sonrer, present la carta que haba recibido a la mujer que atenda detrs del mostrador. La funcionaria consult unos papeles y luego, regresando junto a Martha, le pidi el pasaporte. Ante el desconcierto de sta, le estamp un sello con tinta roja. Y, al tiempo que le devolva el documento, le advirti: Tiene tres meses de plazo para regularizar su situacin; de lo contrario, deber abandonar el pas. Martha se qued sin poder articular palabra. Se llev una mano al estmago tratando de mitigar los espasmos que la torturaban y finalmente, con voz airada, consigui decir: Pero si yo solicit el permiso con todos los papeles en regla, un cacho as de papeles. Por qu me lo niegan, eh? Querra usted tener la gentileza de decrmelo? Con mucho gusto -respondi la otra-. Ya no se otorgan permisos para trabajadores por cuenta propia como modista, empleada domstica o modelo. Vaya gracia! Y al que se le ocurri una idea tan brillante, de tanto pensar no se le fundieron los plomos? No? Hay que ver lo inteligentes que son algunos. Ahora estar contento como un cascabel, no? Eso tendra que preguntrselo a l -replic la mujer, a punto ya de perder la paciencia. Si supiera dnde encontrarlo... -mascull Martha, y despus agreg-: Bueno, vamos al grano. Qu necesito para que me concedan el dichoso permiso de residencia? Que una empresa le haga un contrato de trabajo, tener dinero en el banco o estar casada con un espaol. Ah, y el espaol ha de ser rubio o moreno? -pregunt Martha con rabia. La otra hizo como si no la hubiera odo y se dispuso a atender al siguiente. Martha estaba tan furiosa y escandalizada que de buena gana hubiera soltado un saco de improperios all mismo, pero, a causa de los nervios, no se le ocurri ninguno que fuera lo suficientemente bueno para la ocasin. As es que dio media vuelta y se march a grandes zancadas. Joaquina corri tras ella.

Cuando la alcanz, la cogi del brazo y, andando ya como personas civilizadas, se metieron en un bar. Una vez sentadas, Martha se apresur a encender un cigarrillo, y Joaquina le pregunt con voz calma: Qu piensas hacer ahora? Rerme para no llorar! Ja, ja! -entonces desvi la mirada hacia la ventana y, casi en seguida, aadi-: Lo tengo negro, querida, muy negro! T crees? No habr alguna solucin? A vos te parece que a mi edad voy a conseguir trabajo?; pero si hay miles de jovencitos desocupados y yo soy ms vieja que Matusaln. Y lo de la plata, si te dijera lo que tengo, entonces la que s pondra a rer seras vos. Y casarme? Bueno, puedo dar voces en el barrio, igual as engancho a un soltern con ganas de llevarme ante el altar. Pero mejor dejme ser pesimista. Si no lo consegu en cuarenta y pico aos, a vos te parece que ahora podr hacerlo en menos de tres meses? Yo tengo unos ahorrillos, si con ellos puedes hacer algo... -ofreci Joaquina un tanto cohibida. Ah, me emocions! Sos oro en polvo, te lo juro con la mano en el corazn! Pero no me serviran de nada, en serio, che! Cuando hablan de dinero en el banco se refieren a millones. Millones!, me entends? Joaquina asinti con la cabeza y en aquel momento tuvieron que interrumpir la charla, pues se present el camarero para preguntarles qu deseaban. Joaquina pidi un caf largo, y Martha: Un caf con leche y una porcin de torta de manzana y... y otra de aqulla de chocolate -despus, acercndose a Joaquina, le explic-: Es que los nervios me abren el apetito, qu quers que le haga? Cada cual es como su madre lo hizo. Se lo comi todo en un santiamn y, cuando acab, pareca algo ms reconfortada. Joaquina estaba tentada de proponerle ir a dar un paseo por el centro. Haca aos que no paseaba por all. Pero luego consider que Martha no estara de humor y opt por no decirle nada. Quiz sera mejor regresar a casa. Entonces, echando mano a su monedero, dijo categrica: Hoy convido yo. Pero, che, me mims como si fuera una nena chica! -y, tras pensarlo un momento, agreg-: Sabs qu te digo?; me gusta que me mimen, pag! Pero ojito, eh?, el prximo da pago yo. De acuerdo, iba a contestar Joaquina, mas no fue capaz. Plida, rebuscaba en su monedero. Estaba segura de que haba

guardado all el dinero de la semana; sin embargo, no haba ni un cntimo. No lo entiendo... Qu te pasa? -pregunt Martha. Y Joaquina se apresur a responder: Qu distrada soy. Pens que haba cogido dinero y ahora veo que no. Tranquila, no te preocups por tan poco, pago yo. Eso s, la prxima vez te toca a vos, no te hags la viva! Ya sabs que conmigo las cuentas claras y el chocolate espeso -dijo en son de broma. Durante el trayecto de regreso Joaquina se esforz en hacer memoria, tratando de recordar si lo haba puesto en alguna otra parte, pero estaba casi segura de haberlo metido en el monedero. Al llegar a casa fue directamente hacia la habitacin y tras abrir el armario meti la mano bajo las sbanas dobladas, ya que all era donde esconda el dinero. Su turbacin fue an mayor, pues aparte de no estar el dinero de la semana, tampoco estaba el resto que tena guardado. Alguien lo haba cogido, y era evidente que se trataba de una persona de la casa, porque a la vista estaba que all no haban entrado ladrones. Aunque se negaba a admitirlo, todo haca sospechar de Gustavo. Sin fuerzas, se dej caer sobre la cama. No puede ser... No puede ser... -repeta, mientras meneaba la cabeza. En un arranque, se dirigi a la habitacin de Gustavo, abri sin siquiera llamar... Estaba vaca. Recost la cabeza contra el marco de la puerta y entorn los prpados. Luego, al cabo de un rato, se dirigi lentamente hacia la sala y se sent, cubrindose el rostro con las manos. Estuvo toda la tarde dndole vueltas y, tras pensrselo mucho, decidi hacer como si all no hubiera pasado nada y no hablar del asunto. Eso s, con todas sus fuerzas pidi que su hijo, gracias a su nuevo trabajo, se convirtiera en un hombre de provecho. Al menos eso es lo que suele decirse, no?

Tres Tal como estaba previsto, al lunes siguiente Gustavo comenz a trabajar. Ya me ocupar yo de que no falte y de que se presente a su hora, haba advertido Ramn la noche anterior, y desde luego que cumpli su palabra. Tena por costumbre hacer lo que deca, y de un tiempo a esta parte, se empeaba an ms en ello, como si de una cuestin de honor se tratara. Quiz para contrarrestar la falta de carcter de Joaquina, que con el paso de los aos le resultaba cada vez ms difcil de soportar. An estaba oscuro cuando son el despertador. Ramn salt de la cama como si tuviera un resorte y rpidamente fue a despertar a Gustavo. Lo oblig a desayunar y luego l mismo lo llev hasta el taller de Evaristo. Desde el coche, Ramn lo vio entrar, satisfecho de haberse salido con la suya. Y, mientras carraspeaba para aclararse la garganta, se dijo: Hay que tener mano dura con los muchachos, sobre todo ahora, que cada vez son ms rebeldes. Puso el motor en marcha y arranc, mientras pensaba: Y si no hace lo que le digo, peor para l. Al llegar ante la obra consult el reloj y, como an dispona de unos minutos, aprovech para entrar en el bar y tomarse un carajillo. All se encontr con la mayora de sus compaeros: Pedro y Manuel, que eran encofradores; Juan, que era alicatador como l; los cuatro peones, unos chicos jvenes. Tambin estaban el capataz y el aparejador, todos con una copa o un vaso en la mano, reuniendo fuerzas para enfrentarse a una nueva jornada de trabajo. Hoy en verdad lo necesito, se dijo Ramn e hizo una mueca, mientras se llevaba el vaso a los labios. En su casa, con una taza de caf ante ella, tambin Joaquina se preparaba para afrontar la jornada. An no se haba quitado el camisn y ni tan siquiera se haba lavado la cara. Tras apurar el caf de un sorbo, dej la taza en el fregadero y luego, a paso lento, fue hacia su habitacin para vestirse. Mientras se quitaba el camisn clav sus ojos en la cama. De buena gana se quedara acostada horas y horas, acurrucada, sin pensar en nada. Mas...

se es un privilegio que slo tienen los ricos -se dijo entre dientes, y cuando termin de arreglarse, como cada maana, baj a hacer la compra. Pero a diferencia de otros das, aqul le deparaba una grata sorpresa, y Joaquina no tard en conocerla. Resulta que slo poner un pie en la calle se top con Martha, ms exultante que nunca. Ven, ven! -le dijo Martha, y cogindola de la mano, casi la arrastr hasta su casa. Joaquina se dej llevar, en parte guiada por la curiosidad, y tambin porque estando con Martha de alguna forma se le contagiaba su desbordante vitalidad, y notaba que eso le haca bien. Martha, an jadeante, la sent en el sof y mientras lo haca, le indic: Sentte, querida, porque si ests parada te podes caer -entonces, al tiempo que se llenaba los pulmones de aire, sonri con picarda, y por fin exclam-: No te imaginas lo que pas! Joaquina mene la cabeza, pues no tena ni la menor idea. Y la otra, andando de un lado a otro, sin poder estarse quieta, le cont: Yo ya estaba con la cuerda en el cogote, viste?, aunque bien lo dice el dicho: Dios aprieta pero no ahoga. En mi caso fue tal cual, no te miento. Me salv en el anca de un piojo. Cuando menos lo esperaba, acate!, se present mi tabla de salvacin. Pero de qu se trata? -la interrumpi Joaquina, que no entenda nada. Te lo explico en un segundito, a eso iba, che. Resumiendo: resulta que don Cayetano, al enterarse de mi desesperada situacin, se ofreci a casarse conmigo. Conmigo!, me entends? Cunto me alegro! -exclam Joaquina, y el rostro se le ilumin. Claro que no es un casorio en serio, cas? -explic Martha-. Es..., este... de mentirita. Pero casamiento al fin y al cabo, para que una servidora tenga los papeles en regla y no puedan ponerme de patitas en la calle como si fuera una cualquiera. Esto hay que celebrarlo! -exclam Joaquina, y Martha, convencida de que era una excelente idea, se precipit hacia la nevera. All tena guardados un par de botellines de cava que le haban regalado en el supermercado. Qu mejor ocasin para descorcharlos?

Luego, entre sorbo y sorbo, Martha continu diciendo: La envidia que van a sentir algunas, porque don Cayetano no es mal partido. Y como nadie sabr que es un casamiento de mentirita, porque eso es un secreto entre vos y yo, ya las oigo rabiar -y sonrea encantada. Cundo ser la boda? Lo antes posible, querida, para que el novio no tenga tiempo de arrepentirse. Hoy mismo iremos a solicitarlo, en cuanto cierre la carnicera. Ah, che...!, es como un sueo, viste? Sin cesar de hablar, ni de hacer bromas, terminaron de beberse el cava. Slo entonces se dio cuenta Joaquina de que era muy tarde, y se fue disparada a hacer la compra. Al quedarse sola, canturreando uno de sus tangos preferidos, Martha se dirigi al armario y lo abri. Entonces, frunciendo el entrecejo, mientras paseaba la mirada entre los vestidos, se dijo: Aunque sea un casamiento de mentirita, no puedo presentarme como una pordiosera; eso jams!. ste me hace mayor, qu espanto!; ste, demasiado escotado, en vez de una novia formal parecera una casquivana; y este otro me queda muy ajustado, casi no puedo dar un paso, y adems me marca demasiado el pandero..., y as se estuvo un buen rato, pero lo cierto es que no encontr ningn vestido que le viniera bien para ponerse el da de la boda. As pues, tendra que hacerse uno, qu remedio! Como an dispona de un poco de tiempo antes de pasar a recoger a don Cayetano, se sent a ojear revistas de moda y, cada vez que vea un traje de novia, blanco y con volantes, se le llenaban los ojos de lgrimas y senta un cosquilleo por todo el cuerpo. Al darse cuenta de ello, se rega a s misma en tono enrgico: Pero qu tens en el mate, che, a ver si te acabars creyendo que lo del casorio va en serio. Disgustada dej las revistas, luego se arregl sin prisas, y sali tranquilamente rumbo a la carnicera. Don Cayetano estaba casi a punto, le faltaba tan slo acabar de fregar el suelo y cambiarse de ropa. Djeme echarle una manita -se ofreci Martha a ayudarle en tono zalamero, y l, quiz para ocultar su rubor, le tendi el mocho y sali disparado a cambiarse de ropa. Poco despus cerraron la carnicera y, antes de ponerse en marcha, aunque un tanto cortado, don Cayetano le dijo: Si no le parece mal, por aquello del qu dirn, puesto que vamos a casarnos, lo ms prudente sera comportarnos como autnticos enamorados. A qu se refiere? -quiso aclarar Martha, temerosa de las intenciones del supuesto novio. Si no tiene inconveniente, podra cogerla del brazo.

Por m, encantada! -acept radiante. Y se fueron cogiditos del brazo, bajo la atenta mirada y la expresin atnita de la gente del vecindario. Joaquina, que en aquel momento sala del colmado, los vio alejarse, y con los ojos clavados en ellos, reconoci para sus adentros: No hacen mala pareja. Permaneci all de pie, hasta perderlos de vista, y entonces encamin sus pasos de regreso a casa. A partir de entonces todo pareca indicar que las aguas haban vuelto a su cauce y la casa recuperaba poco a poco la calma. Bien es cierto que Gustavo no regresaba hasta altas horas, pero... Es joven, se deca Joaquina, si no aprovecha ahora, despus ya no podr hacerlo. Mientras cumpla con el trabajo..., se repeta, e intilmente trataba de conciliar el sueo. Por aquellos das, tampoco a Martha le resultaba fcil dormir. Estaba muy excitada con los preparativos y nada le apeteca ms que soar con los ojos abiertos. Tan slo una cosa la preocupaba: casarse de blanco o no? Una buena maana decidi que no poda esperar ms y que ira a comprar la tela para el vestido. Pero antes pas por casa de Joaquina para ver si no estaba demasiado atareada y quera acompaarla. Espera que quito la olla del fuego -le pidi, y en seguida salieron como dos criaturas en busca de un helado. Ya en la tienda, rodeada de telas rojas, azules, verdes y ocres, Martha se senta terriblemente confusa. No saba cul elegir, y el vendedor que la atenda iba perdiendo la paciencia. A su lado, Joaquina permaneca con la boca cerrada, cuidndose de no intervenir, pues consideraba que eso era algo muy personal y delicado y deba escogerlo ella a su gusto. Ah, che, pero qu dilema tan grande! No s..., me cuesta decidirme -se quej Martha, que de reojo miraba la estantera donde descansaban las telas blancas. Hasta que, dndole un puntapi a la lgica se dej guiar por sus deseos y le dijo al vendedor-: Por qu no me acerca aquella gasa blanca? El vendedor apret los labios y, puesto que el cliente siempre tiene razn, slo protestando de boca para adentro, fue a buscarla. Martha aprovech la ocasin para confesarle a Joaquina: Sabes qu te digo?, que no s si me volver a casar, y aunque la boda sea de mentirita, yo me doy el gustazo. Mir,

lo que se dice una novia, es con vestido blanco, lo dems son pavadas. Aunque no dijo nada, a Joaquina le pareci estupendo y hasta sinti un poco de envidia. Cuntas veces haba deseado ella darse un gustazo, aunque, claro, para eso es preciso tener coraje. Como era de esperar, Martha acab por comprar varios metros de gasa blanca, y a partir de entonces se desvanecieron todas las trabas que le impedan pensar con autntica ilusin en el da de su casamiento. Regresaron a pie, y al pasar frente a la carnicera, Martha decidi entrar para ensearle a don Cayetano lo que haba comprado. El hombre observ la tela con ojos vivarachos y, sin atreverse a mirar a Martha, le dijo a Joaquina: Cuando se ponga el vestido parecer un ngel. sta asinti con una discreta sonrisa, pero Martha exclam: Vaya! Nunca me hubiera imaginado que fuera usted tan piropeador. Con lo que a m me gustan los piropos! Don Cayetano no supo qu responder. Ni tan siquiera saba qu hacer, ni para dnde mirar. Y, puesto que tena el cuchillo en la mano, acab por cortar unos cuantos bistecs para Martha y otros tantos para Joaquina. Los envolvi y, con aire satisfecho, se los regal. Gracias -exclam Martha esbozando una generosa sonrisa, y luego agreg-: Ahora nos marchamos con la msica a otra parte, ya lo importunamos demasiado y pensar que somos unas pesadas. Chau! -y, una vez en la calle, dirigindose a Joaquina, coment jocosamente-: Si nos trata tan bien, iremos a verlo ms seguido; ano te parece, che? O se nos notara demasiado la hilacha? Andando a buen paso, pues el tiempo apremiaba, emprendieron el camino de regreso. Al llegar a su casa, Joaquina fue directamente a la cocina, encendi la radio y se puso a guisar. Por su parte, Martha se apresur a abrir el paquete y, plantndose frente al espejo, se ech la gasa sobre el cuerpo. Trataba de imaginar qu tal se vera y, tras observarse detenidamente, ya sin ninguna duda dijo: Estar regia. Al cabo de un rato, sentada en la sala ojeaba revista tras revista tratando de encontrar el modelo apropiado, cuando en sas llamaron a su puerta. Quin ser?, se pregunt mientras se dispona a abrir. Don Cayetano!, usted por aqu? -exclam y casi se queda sin aliento por la sorpresa.

Puedo pasar? -pidi l, apretando el sombrero con las dos manos. Faltaba ms! Adelante, caballero -respondi Martha con presteza. Al llegar a la sala se sentaron frente a frente. Don Cayetano apoyaba sus posaderas en el borde del silln, dando la impresin de que estaba a punto de marcharse. No dejaba en paz su sombrero. Miraba a Martha de soslayo, luego bajaba la vista y volva a mirarla. Al verlo tan inquieto, Martha temi lo peor. A ver si ahora me sale con un martes trece y me quedo sin novio, se dijo, comenzando a inquietarse tambin ella. Don Cayetano, tras abrir la boca varias veces y volverla a cerrar sin pronunciar palabra, por fin reuni el valor suficiente y comenz: Me he atrevido a venir para hablar con tranquilidad, pues en la carnicera no hay manera. Muy bien, muy bien, pero desembuche usted de una vez, o es que quiere matarme del susto? Los vecinos andan haciendo preguntas y no paran de comentar -explic l muy serio-. Ya sabe cmo es la gente..., les parece muy raro esto del casamiento. Y yo he pensado... Qu? Bueno, no me interprete mal, pero... Pero, qu? Si nos vieran salir juntos de paseo, como hacen los novios, pronto dejara de resultarles raro y cesaran las habladuras. Qu le parece? Yo no tengo inconveniente, al contrario!; para qu le voy a mentir? Y... otra cosa. Dgame. Creo que tendramos que tutearnos. Huy, no s si podr! Una es animal de costumbres, sabe?, y tanto tiempo tratndolo de usted... Bueno, har un esfuercito... Djeme probar para ver si me sale. Pero no me mire que me da risa. Este... mmm... Cayetano, quers que te prepare un mate? Quers? -Entonces hizo una pausa y le pregunt-: Qu tal lo hice? Muy bien! Como si toda la vida nos hubiramos tratado de t. Qu macaneador que sos! Mir las cosas que se te ocurren. Sos de lo ms zalamero, eh? Y l, envalentonado con el tono de ella, en un alarde de osada, se atrevi a decir:

Lo del mate, iba en serio? Era slo para probar, pero si quers ahora mismo te lo preparo. Bueno... s. Fue precisamente mientras tomaban mate cuando l coment: An hay algo ms. An ms? -replic ella, extraada. Claro. Lo estuve pensando, y una vez casados no podemos vivir cada uno por nuestro lado. Para mantener las apariencias, al menos hasta que te den los papeles, debemos vivir bajo el mismo techo. Cayetano, sos un rayo. Ests en todo. Y de mutuo acuerdo decidieron que se instalaran en casa de Martha, ya que de las dos era la ms grande. Puesto que tena tres habitaciones, Cayetano podra acomodarse en una y Martha conservara la suya. Porque dormiran bajo el mismo techo pero en habitaciones separadas, por supuesto. En cuanto Cayetano se march, Martha corri a casa de Joaquina para contarle las ltimas novedades. En el preciso momento en que iba a llamar, Fernando abri la puerta, pues se marchaba al instituto. Hola, pibe, cmo ests? -lo salud ella. Bien -respondi l y, en vez de seguir su camino, llevado tal vez por la euforia que senta, coment-: Sabe una cosa?, me han regalado un gato. En cuanto deje de mamar lo traigo. Qu suerte tens! Y es de raza? No... Mejor, si son medio mezclados es cuando salen ms lindos. Mir, a m los siameses me gustan, para qu te voy a mentir, pero son todos iguales, viste? Son como los japoneses, todos tienen la misma cara -entonces, mirando hacia dentro, pregunt-: Decme una cosa, est tu madre? S, en la cocina -indic y se fue. Permiso -dijo Martha en voz alta, y entr. Entonces, sin darle tiempo a Joaquina para que se secara las manos, comenz a contarle con pelos y seales la visita de Cayetano. Joaquina la observaba boquiabierta, pues todo aquello le pareca sacado de una novela de la tele; le costaba imaginar que la propia vida pudiera resultar tan alocada y divertida. Cuando Martha finaliz el relato, Joaquina lanz un suspiro y, refirindose a ambas, coment: Parece que las cosas se arreglan. Ya era hora de que tuviramos un poco de tranquilidad. Lo que ella no sospechaba era que el aparente sosiego que se respiraba en su casa era la tpica calma que precede a la tempestad.

Cuatro Poco antes del medioda, Ramn entr en casa como una tromba. Jadeaba, por la frente le corran gotas de sudor y traa las mejillas encendidas. Cerr la puerta de un puntapi, como siempre haca cuando lo dominaba la ira y, mientras con el puo se golpeaba la palma de la otra mano, exclam con voz ahogada: Dnde est? Dnde carajo se ha metido? Joaquina lo oy desde la cocina y empez a temblar de pies a cabeza. No tena la menor idea de lo que haba sucedido, pero sin duda deba de tratarse de algo muy gordo. Instintivamente hundi la cabeza entre los hombros. Ramn se le acerc dando zancadas y, al tiempo que la agarr de un brazo, repiti: Dnde est? Ella no despeg los labios. Ramn acerc su rostro al de Joaquina de forma tan amenazadora, que ella entrecerr los ojos y lade la cabeza, para no ver esa expresin que tanto la asustaba y para esquivar su terrible aliento, una mezcla de caf, alcohol y tabaco. Pero l la cogi del mentn, obligndola a girar nuevamente la cabeza. Entonces quedaron frente a frente. Y masticando las palabras, l volvi a decir: Es intil que intentes protegerlo. Sea como sea, dar con l. Dime dnde est. Pero... quin? Si no s nada. Apretando los dientes y con los ojos que echaban chispas, Ramn la observ fijamente, tratando de descubrir si menta. Indefensa entre sus brazos, Joaquina se esforzaba por no gritar para pedir auxilio, pues de sobra saba que eso empeorara la situacin. Por fin Ramn la solt y, dando media vuelta, se encamin a la sala. Joaquina permaneci un momento inmvil, y luego fue tras l. Cuidando de no irritarlo an ms para no empeorar las cosas, pues entonces la sangre s llegara al ro, le pregunt: Qu ha sucedido? Mientras se serva la ensima copa del da, Ramn se lo explic: aprovechando un descuido de Evaristo, Gustavo haba echado mano a la caja, llevndose todo el dinero que haba.

Est seguro de que ha sido l? -protest Joaquina rpidamente. Claro que s, a aquella hora no haba nadie ms en el taller. Ese hijo tuyo es un ladrn! No puede ser. Hemos de ir a hablar con Evaristo. Yo no ir, ve t si quieres. No pienso dar ni un paso ms por Gustavo. Slo espero echarle el guante; entonces se arrepentir de haber nacido. Joaquina sinti que un fro helado le recorra la espalda. Baj la cabeza y fue en busca de su bolso, mas no consegua encontrarlo pese a tenerlo frente a sus narices. Cuando por fin dio con l, sali a toda velocidad. Andando lo ms deprisa que poda se dirigi a la parada del autobs. El veintiuno era el que le serva, y por fortuna no tard en pasar. El trayecto no era especialmente largo, pero a ella se le hizo eterno. Se ape justo en la esquina del taller. Entonces not que las piernas le flaqueaban. Se senta morir de vergenza. No saba con qu cara presentarse ante Evaristo. Pero no le quedaba ms remedio que hacerlo. Apret los puos y con la vista baja avanz rumbo al taller. Nada ms entrar divis a Evaristo que, inclinado sobre un coche, revisaba el motor. El hombre pronto se percat de que tena visita, mas continu con su tarea. Joaquina se acerc lentamente, notando que las mejillas le quemaban, se detuvo casi junto a l, y slo entonces dijo: Hola. Buenas... -refunfu l, sin levantar la mirada. Lo siento. Esto me pasa por hacer favores. La culpa es ma, que soy un imbcil y no aprendo -se quej, mirndola al fin. Cunto dinero se ha llevado? Unos ochocientos euros... Por Dios... Y qu piensa hacer? Dar parte a la polica, claro est. Y si recupera su dinero? -le propuso Joaquina, pero l no contest. Mucho tuvo que insistir, hasta que finalmente logr convencerlo: si al da siguiente le devolvan lo que era suyo, l hara como si all no hubiera pasado nada. Claro que a Gustavo ya no quera verle ni la punta de la nariz. Me hago cargo -dijo Joaquina con tono compungido, y se march algo ms aliviada. Durante el camino de regreso comenz a albergar la idea de que al llegar a casa se encontrara a Gustavo, arrepentido y

asustado por lo que haba hecho. Ese pensamiento hizo que, al bajarse del autobs, se pusiera a caminar muy deprisa. Abri la puerta con manos temblorosas y desde el umbral exclam: Gustavo! Gustavo! Pero Gustavo no respondi. Corri hasta su habitacin, an con la esperanza de encontrarlo, pero... nada!, ni rastro del muchacho. Gir sobre sus talones y entonces vio que encima de la mesa del comedor haba una nota. Es suya!, se dijo, al tiempo que se apresuraba a cogerla, mas... Me he hecho un bocadillo de sobrasada y he tomado un vaso de leche. Dnde os habis metido? Esta tarde tengo entrenamiento. Fernando. Joaquina estruj el papel, lo tir al suelo y regres a la habitacin de Gustavo. Pase la mirada entre los incontables cachivaches que pendan de todas partes, los psters clavados en la pared, las zapatillas colocadas junto al armario... Luego se sent en la cama y se qued con los ojos cerrados. Ya se haba hecho de noche para cuando Ramn apareci por casa, y ella continuaba all, inmvil. Al orlo entrar, rpidamente fue a su encuentro, y sin ms prembulos le solt: Evaristo dice que si le devolvemos el dinero no pondr la denuncia. Eso dselo a Gustavo, es su problema, no el mo. Es que an no ha venido. Y crees que lo har? Claro, tiene que venir. Dame algo de beber, tengo la garganta seca. Mientras le serva el vaso de vino, Joaquina pens: Vaya cosas que dice, claro que vendr!. Pero las horas iban pasando y Gustavo no apareca. Tratando de no desesperarse ms de la cuenta, Joaquina aguardaba. Incluso cuando Ramn y Fernando se fueron a la cama, ella se sent en el sof, esperndolo. Pas la noche en vela, aunque de tanto en tanto el cansancio la venca y dormitaba unos segundos, mas cualquier ruido de la calle la sobresaltaba y volva a abrir los ojos. As, hasta que comenz a clarear, y con las primeras luces empez poco a poco a pensar que Gustavo ya no regresara. Entonces, temerosa de que Ramn la encontrara levantada y de que pudiera adivinar sus intenciones, opt por meterse rpidamente en la cama, antes de que sonara el despertador. No movi ni un dedo siquiera hasta que su marido se hubo marchado. Luego se incorpor y, aunque saba perfectamente en

qu lo se estaba metiendo, de la mesilla de noche de Ramn cogi la libreta y se fue al banco muy decidida. Sac ochocientos euros, que era justo lo que necesitaba, y prcticamente todo lo que haba en la cuenta. Despus, apretando el bolso contra el pecho, se dirigi al taller de Evaristo. Tome -le dijo, mientras le tenda el dinero. Antes de cogerlo, el hombre le pregunt: Ramn lo sabe? Claro que s -minti ella, y desvi la mirada, pues estaba casi segura de que Evaristo se haba dado cuenta de que no era verdad. A pesar de ello, l cogi el dinero y mientras se diriga a la caja fuerte para guardarlo, balbuce: Los hijos slo traen quebraderos de cabeza. Y a medida que se vuelven mayores, an peor. Ya no pondr la denuncia, verdad? -quiso cerciorarse Joaquina. No... Gracias. Adis... -y se march. Aunque casi enfrente del taller haba una parada de autobs, prefiri caminar un poco. Necesitaba reflexionar, y le dio la impresin de que andando le resultara ms fcil que si se encerraba en casa. Y as, pensando en una y mil cosas a la vez, paso a paso se encontr en la esquina de su casa casi sin darse cuenta. Fue Maruja, la duea de la lavandera, quien la hizo volver a la realidad al llamarla: Joaquina! Joaquina! Aguarda un momento. Buenos das -contest Joaquina, como si acabara de despertar. Es cierto lo que me han dicho? -quiso saber Maruja, que era la viva imagen de la curiosidad. Qu cosa? -pregunt Joaquina, temiendo lo peor. Chica, qu va a ser! Si es cierto que Martha y don Cayetano se casan. Claro que s -respondi aliviada. Es que no me lo crea. Pens que era una broma. Vaya par de pillines!; lo tenan bien escondido. Adis, Maruja -se despidi Joaquina, que no tena ganas de hablar, y sintiendo incluso que el alma le pesaba se meti en casa. Al entrar, ms bien por rutina, pues las esperanzas se le haban esfumado, grit: Gustavo!

Tal como supona, nadie respondi. Y, tal como haba planeado, decidi entonces que saldra a buscarlo. Claro que no tena ni la ms remota idea de dnde podra dar con l. No conoca a sus amigos, ni mucho menos los sitios que frecuentaba. Quiz Fernando s lo sepa, se dijo, llevndose un dedo a los labios. Ellos dos siempre han estado muy unidos y si bien ltimamente no salan juntos con demasiada frecuencia, acostumbraban a contarse sus cosas. Entonces, en vez de ir en busca de Gustavo a tontas y a locas, decidi aguardar a que Fernando regresara. En aquel momento, Fernando se enfrentaba a un examen de matemticas, que afortunadamente no result tan difcil como esperaba. Al menos para l, pero no toda la clase pensaba lo mismo. Alberto, por ejemplo, el muchacho que estaba en la fila del costado, daba muestras de estar desesperado. A las claras se vea que no tena idea de cmo resolver aquellos problemas. En sas clav sus ojos en los de Fernando, en una inconfundible peticin de auxilio. Fernando, al verlo as de perdido, aunque a sabiendas del riesgo que corra si el profesor lo pillaba, se las ingeni para pasarle algunas respuestas. El otro lo agradeci primero con una sonrisa de alivio y luego, al estar ya en la calle, invitndolo a jugar unas partidas al futboln. Hoy no puedo -se disculp Fernando. Y no era una excusa, tena otros planes. En efecto, poco despus apareci Juan, otro compaero de clase, y comentando qu tal les haba ido con el examen, se encaminaron a casa de ste. Hola -salud Juan en voz alta al entrar, y rpidamente se dirigieron a la terraza, donde estaba la gata con sus cras. Fernando los mir fascinado, pues los animales lo entusiasmaban. Si por l fuera tendra la casa convertida en un autntico zoolgico. Se acerc lentamente para no asustarlos y, cuanto ms observaba el gato que haba escogido, ms convencido se encontraba de que era aqul el que quera. An ests a tiempo, si quieres puedes cambiarlo por otro -le advirti Juan. No -respondi Fernando rpidamente, seguro de que aqul, el blanco y negro, ya era suyo y no estaba dispuesto a perderlo. Y el gato, como si de alguna forma lo presintiera, se le acercaba amistoso y juguetn, y le tironeaba de los cordones de los zapatos.

Fernando se qued all un buen rato, hasta que se le hizo tan tarde que no tuvo ms remedio que salir disparado hacia su casa. As que asom la nariz, Joaquina le pidi que se acercara y con voz cansada le cont lo que haba sucedido. Fernando la escuch sin abrir la boca, desviando la mirada. Se senta tan desconsolado que no fue capaz de hacer ningn comentario. Sentado junto a su madre, mir a travs de la ventana. Y as, con la mirada perdida entre los nubarrones que parsimoniosamente se deslizaban por el cielo, la oy decir: Tenemos que ir a buscarlo. Fernando gir la cabeza y la mir a los ojos. Luego, baj la mirada. No saba qu hacer. l jams delatara a Gustavo, a pesar de todo, estara siempre de su lado. Es por su bien, lo entiendes? -insisti Joaquina, tratando de convencerlo. Fernando continu mudo. Saba que su madre no lo engaaba, mas no estaba seguro de que a Gustavo le hiciera gracia que la llevara hasta l. Se rasc la cabeza y luego se pas la mano por la nariz como si estuviera constipado y no llevara pauelo. Incapaz de mirarla a la cara, observaba fijamente sus rodillas. Gustavo es demasiado joven para andar vagando por la calle. Qu ser de l si no lo ayudamos? -se lament Joaquina. Su madre lo presion de tal modo que al final consigui romper la resistencia de Fernando. Al cabo de un momento, aunque bastante reticente, el muchacho respondi: No s dnde puede estar. Pero seguramente conoces a sus amigos, o sabes si sale con alguna chica. S, con Maite. Dnde vive? No lo s -admiti Fernando, remiso. Estudia con Gustavo? Ya no. Trabaja de dependienta en una tienda del centro. Fernando no recordaba en qu calle quedaba la tienda, pero saba cmo llegar hasta all. Entonces, aunque sin estar completamente convencido de que aquello era lo correcto, acompa a su madre. Mas, al llegar a la esquina de la tienda, se par en seco. l no quera entrar. Se senta fatal slo de pensar que Gustavo podra acusarlo de chivato. Apunt con un dedo, y despus dijo: Es aqulla, la que est pintada de verde. Bien le hubiese gustado a Joaquina contar con la compaa de Fernando. Siempre se le haca una montaa tener que

enfrentarse sola con situaciones difciles o con personas que no conoca. Pero Fernando haba sido tan categrico en su negativa que ella no haba insistido; saba que de nada servira. Se dirigi a la tienda sin prisas. Entr. Qu desea? -le pregunt una muchacha. Busco a Maite. Est all -y le seal una chica, alta y delgada. Joaquina se le acerc y, apoyndose en el mostrador, le dijo casi con un hilo de voz: Hola, soy la madre de Gustavo. La chica intent sonrer y luego, deseosa quiz de mostrarse simptica, dijo: No me extraa, se le parece mucho. Ah, s? S, s, de verdad. No s, quiz los ojos y un poco la forma de la boca... Joaquina trag saliva, mir hacia uno y otro lado para cerciorarse de que nadie ms la oira, y a media voz, pregunt: Sabes dnde est Gustavo? Maite, al tiempo que meneaba la cabeza, indic: No, hace semanas que no nos vemos. Habis reido? Entonces fue la muchacha quien mir hacia uno y otro lado antes de decir: Dentro de cinco minutos salgo a comer. Espreme y podemos ir a un bar para charlar. Joaquina as lo hizo. Empez a curiosear por la tienda y poco despus salieron juntas. Fernando, que aguardaba en la esquina, al verlas aparecer pens que iban en su busca para hacerle quin sabe qu preguntas. Entonces, asustado, dio media vuelta y sali disparado. Pero lo cierto es que Joaquina no pensaba en l, ni siquiera se le pas por la cabeza que lo haba dejado esperando. Toda su preocupacin estaba centrada en lo que pudiera contarle Maite. Entraron en un bar y se sentaron a la mesa ms apartada que haba. Dime cmo encontrarlo -suplic Joaquina con voz lastimera-. Se ha marchado de casa y si no doy con l mucho me temo que ya no regresar. Afortunadamente para ella, Maite reconoci en sus temores los mismos que ella senta por la suerte de Gustavo, por lo que no tuvo que insistir demasiado para que la chica se decidiera a hablar. Le explic los lugares a los que l sola ir, y le dio el nombre de algunos de sus amigos.

Joaquina lo anot todo en una servilleta de papel, pues a causa de los nervios ya no confiaba en su memoria. Y an no haba acabado de escribir, cuando Maite, con los ojos clavados en la mesa, le confes: Gustavo y yo dejamos de vernos cuando me enter de que se pinchaba. Qu? -balbuce Joaquina, y el lpiz se le cay de la mano. S, hace tiempo que se droga. Mentirosa! Embustera! -exclam Joaquina incorporndose, con el rostro desencajado-. Mentirosa! -y sali del bar como alma que lleva el diablo. Mientras andaba, enceguecida de rabia, entre la muchedumbre que a aquellas horas abarrotaba las calles del centro, no cesaba de repetirse: Lo dice por despecho, para vengarse porque l la ha dejado! Mentirosa! Mentirosa!, aunque en el fondo saba que Maite le haba dicho la verdad.

Cinco Joaquina se lo pidi de todas las maneras posibles, incluso lleg a gritarle cuando perdi los estribos, pero fue en vano. Fernando se negaba en redondo a acompaarla. Est bien -dijo ella finalmente, y se march. Mas, sin embargo, al encontrarse sola en el rellano, no fue capaz de seguir adelante. Claro que tampoco pretenda quedarse en casa sin hacer nada, aguardando a que Gustavo se dignara regresar. Pero necesitaba que alguien la acompaara, para no sentirse tan perdida y desamparada. Y si le pido a Martha que venga?, se le ocurri. En seguida pens que si lo haca se vera obligada a explicarle lo que estaba pasando, y eso la hizo vacilar. Pero al cabo de un rato, reconociendo que Martha, en resumidas cuentas, era su amiga y que poda confiar en ella, se arm de valor y se decidi a llamar. Hola, che, qu sorpresa! -exclam sta al abrir la puerta. Llevaba el metro colgado del cuello, el alfiletero en forma de corazn sujeto en el lado izquierdo del pecho, y sostena en la mano un trozo de tela. Resultaba tan evidente que estaba atareada que Joaquina se sinti an ms apurada. Pasa! Pasa! -la convid Martha. Ella, indecisa, no saba si entrar o si explicarle all mismo el motivo de la visita, o si inventar una excusa cualquiera para marcharse cuanto antes. Querida, no te hagas de rogar! Pasa -insisti Martha sin perder la sonrisa, y Joaquina entr. La condujo hasta la habitacin donde tena instalado su taller de costura, y sentndose nuevamente frente a la mquina de coser, dijo: Acomodte, quers? Joaquina as lo hizo y sin darle ms vueltas, pues de lo contrario no hubiese soltado prenda, de un tirn la puso al corriente de todo. Martha estaba visiblemente azorada. Le costaba creer que aquello fuese posible, pero conoca a Joaquina sobradamente y saba que era incapaz de gastar bromas de ese tipo. As es que comprendi que todo cuanto le haba dicho era la pura verdad. Ah, che, te compadezco! Qu tragedia!

Tengo la direccin de algunos sitios a los que Gustavo suele ir. Podras acompaarme? Necesito ir a buscarlo. El rostro de Martha se alarm ms an. Consult su reloj, ech una ojeada al vestido que estaba haciendo y... No s si podr. Tengo que entregarlo sin falta maana a primera hora y mira todo lo que me falta -se lament. Cuando regresemos puedo ayudarte -le propuso Joaquina. Entonces, s, te acompao! Gracias. Gracias hacen los monos. No me digas eso, que me ofends -protest Martha haciendo una gran mueca que fue capaz de arrancar una fugaz sonrisa del rostro de Joaquina. Poco despus salieron y, al llegar a la calle, Martha le pidi que pasaran un momento por la carnicera de Cayetano. Buenas tardes, caballero! -lo salud desde la puerta, y l levant la cabeza, visiblemente sorprendido. Pero, ni corto ni perezoso, respondi. Buenas tardes, encanto, en qu puedo servirla? Mir vos, qu lanzado que ests! -exclam Martha. Slo contigo, no vayas a pensar -puntualiz l complacido. Eso espero -replic Martha hacindose la coqueta, y aadi-: Voy a acompaar a Joaquina a hacer un mandado. Chau. Adis -se despidi Cayetano, y la sigui con los ojos hasta que desaparecieron calle abajo. Entonces continu cortando la carne que le haban encargado. Joaquina y Martha cogieron el metro y despus de un largo trayecto se bajaron al final de las Ramblas, cerca del puerto. Ya haba oscurecido y para ellas, poco acostumbradas a frecuentar aquellos barrios, el ambiente les resultaba sorprendente y desagradable. Cogidas del brazo, con el bolso bien sujeto para evitar que algn desaprensivo les diera un tirn, se internaron por una callejuela oscura y maloliente. Hay que ver -coment Martha-, con lo lindo que es nuestro barrio, qu ganas tiene Gustavo de meterse por estos andurriales. Uf!, y qu peste, viste? S... De tanto en tanto, Martha se giraba, temerosa de que alguien viniera por detrs y les diera un susto. Y as, con el corazn en vilo, llegaron hasta los billares a los que acostumbraba a ir Gustavo. El local estaba bastante concurrido y haba tanto humo en el ambiente que poda cortarse con un cuchillo. La mayora de los que all se encontraban eran jvenes, y casi todos

ostentaban vistosos tatuajes en sus brazos. Al verlas entrar, clavaron sus ojos en ellas, un tanto recelosos. Nos miran como si fueran a comernos crudas, qu miedo! -musit Martha entre dientes. Disimula, comprtate con naturalidad -le recomend Joaquina, al tiempo que ella intentaba hacer lo mismo. Qu ms quisiera yo!, pero no me sale. Qu quers que te diga; yo me siento como sapo de otro pozo. Joaquina prefiri no decirle cmo se senta ella. Dio unos pasos y, detenindose junto a un muchacho, le pregunt en tono amistoso: Busco a Gustavo, lo conoces? Es un chico alto, moreno, tiene un lunar aqu, en el mentn, y lleva un pendiente en forma de cobra. El muchacho no respondi. Como si ni siquiera la hubiera odo, dio media vuelta y, con el taco en la mano, se recost sobre la mesa para afinar la puntera. Lo conoces? -insisti Joaquina. No -respondi l mirndola por encima del hombro, y con un golpe seco hizo rodar la bola, que sali disparada hacia la banda. Joaquina le pregunt a otro, y a otro, pero todos le dieron la misma respuesta. Idntica suerte corri en el resto de lugares que visitaron aquella noche. Hasta que, desanimadas y con los nervios a flor de piel, decidieron coger un taxi y regresaron a casa. Te lo juro -dijo Martha durante el camino, poniendo los ojos en blanco y dndose aire con las manos-, pens que no salamos vivas de esos antros! Llegaron a casa pasada la medianoche, y aunque Joaquina estaba rendida, le record a Martha que deban acabar el vestido. Es igual, querida, lo har yo. Vos andte a dormir. Se nota que ya no pods ni aguantarte en pie. Ni pensarlo; lo prometido es deuda -replic Joaquina con vehemencia, dando a entender que no conseguira convencerla de lo contrario. No insisto porque s que a cabeza dura nadie te gana. Cuando se te mete algo entre ceja y ceja sos peor que una mula. Eso s, antes de ponernos manos a la obra te preparar un cafecito. No me lo pods despreciar! El caf las reconfort un poco y se dispusieron a enfrentarse con la tarea. Tras conectar la radio, Martha busc una emisora donde pusieran msica romntica, pues era la que ms le gustaba a aquellas horas de la noche. Y as, con la msica de fondo, y haciendo do con el cantante en aquellas estrofas que se

saba de memoria, cosi el ruedo del vestido mientras Joaquina acababa las mangas y pona los botones. Para cuando consiguieron tenerlo listo ya era muy tarde y estaban realmente agotadas. Che, quers que te prepare otro cafecito? -ofreci Martha en medio de un bostezo. No, gracias, me voy derecha a la cama. Y sin prdida de tiempo se march a su casa. Abri lentamente evitando hacer ruido, y se encamin de puntillas a la habitacin. Estaba a medio camino cuando, un tanto sobresaltada, observ que haba luz por debajo de la puerta, y eso fue como un aviso de que suceda algo malo. Se acerc cautelosa y cuando asom la cabeza vio que Ramn se haba quedado dormido sentado en la cama y con la luz encendida. No pudo por menos de extraarse, pues eso no era normal en l. Preguntndose qu poda haber sucedido, avanz sin apoyar apenas los pies en el suelo. Entonces vio que Ramn haba dejado la libreta del banco sobre la mesilla de noche y ya no necesit ms explicaciones. Temerosa de la reaccin de Ramn, su primera idea fue dar media vuelta y salir disparada, pero... adnde ira? Y convencida de que si hua no arreglaba nada, con la misma actitud que solan adoptar las heronas de los seriales de la tele, dio unos cuantos pasos ms y apag sigilosamente la luz. Entonces rode la cama procurando no tropezar con nada y se acost. Permaneci un rato desvelada, pero al fin pudo conciliar el sueo. Y durmi, aunque tuvo pesadillas, hasta que son el despertador. Ramn se incorpor al instante y, sujetndola con firmeza por los hombros, la increp: Cmo te has atrevido a coger mi dinero? De tan asustada, a Joaquina no le salan las palabras, y a duras penas acert a balbucir: Yo... Yo... Te advert que no lo hicieras. No poda permitir que denunciaran a Gustavo. se no es mi problema. Que te crees t eso! Es nuestro problema porque es nuestro hijo. Si tanto te empeas en ayudarlo ser mejor que espabiles, porque de m ya no volvers a ver ni un cntimo -dijo l amenazndola. Y Joaquina, quiz porque pens en voz alta y sin querer se le escap, replic presa del nerviosismo: Muy bien, porque no me interesis ni t ni tu dinero.

Si eso es cierto, no te importar perderme de vista para siempre -chill Ramn, pues no poda soportar que Joaquina lo desobedeciera. Claro que no, ojal te marcharas y no volviera a verte nunca ms. Ramn clav sus ojos en ella como si fuera a devorarla. Y Joaquina, sin arrepentirse de lo que haba sido capaz de decir, por primera vez en su vida le sostuvo la mirada. En aquel momento, y de forma brutal, Ramn reconoci con espanto el profundo desprecio que le inspiraba Joaquina. El solo hecho de verla u orla le crispaba los nervios; era algo inevitable. Ya le resultaba insostenible permanecer a su lado por ms tiempo, pues se vea tentado a cometer una locura. Me voy porque sera capaz de cualquier cosa, y por ti no vale la pena jugrsela -declar l mientras sala de la cama como una exhalacin, decidido a poner tierra de por medio antes de que fuera demasiado tarde. Joaquina no respondi. Ya le daba igual lo que l pudiera pensar. Y si se marchaba de casa, como haba hecho en otras ocasiones, pues... tanto mejor!, reconoci con alivio, aunque tambin con amargura. Eso s, dese con todas sus fuerzas que en esta ocasin ya no regresara; era ms que evidente que juntos no podan continuar. Aquel da Ramn no apareci por casa, ni tampoco al siguiente, ni al otro. Slo al cuarto da se dej ver, pero fue una visita fugaz. Decidido a romper con Joaquina para siempre, consider que lo ms conveniente sera no darle oportunidad de que le pidiera perdn o se mostrara arrepentida. Entr sin siquiera saludar, de encima del armario cogi una maleta, la llen con parte de su ropa y se march con el mismo mutismo con que haba entrado. Mientras se alejaba, se prometa a s mismo que sta haba sido la ltima vez que pisaba aquella casa. Las desgracias nunca vienen solas, se dijo Joaquina, secndose las manos en el delantal. Ignoraba cmo conseguira salir airosa de aquel temible embrollo. Abri el monedero para contar el dinero que le quedaba y concluy que si haca autnticos malabares podra alcanzarle para tirar cuatro o cinco das. Era evidente que necesitaba encontrar un trabajo cuanto antes. Como la situacin en verdad apremiaba, sin demora baj a comprar el diario. Luego, sentada en la cocina, uno a uno revis los anuncios de empleo para ver si ofrecan alguno que ella pudiera desempear.

Seal unos cuantos y poco despus, con el peridico bajo el brazo enfil hacia la calle. Confiaba en encontrar un buen trabajo y en que eso la ayudara a plantarle cara al desnimo. Pero..., vanas esperanzas. En el primero no la aceptaron porque su aspecto no era lo bastante bueno para estar sentada en la recepcin y atender el telfono. En otro la rechazaron de entrada porque estaba casada y tena hijos. Tambin la rechazaron en una empresa de limpieza porque no tena experiencia. Y qu haba estado haciendo todos estos aos en su casa? Y as un da y otro. En todas partes le decan que era demasiado mayor o que no tena experiencia. Ya haba perdido la cuenta de la cantidad de sitios a los que se haba presentado cuando, mientras aguardaba su turno en la antesala del jefe de personal de una fbrica, hojeando el peridico se top con un anuncio que llam su atencin. Era la foto de una muchacha y, debajo de sta, un texto que deca: Susana falta de su domicilio desde el pasado da 17. En el momento de su desaparicin vesta blusa a cuadros y falda marrn. Cualquier informacin sobre su paradero llamar al telfono 93 2101651. Cmo no se me ha ocurrido antes?, pens Joaquina, al considerar que se podra ser un buen sistema para dar con su hijo. Necesitara una foto reciente y record que Gustavo tena algunas en su habitacin; las haba visto mientras ordenaba el armario. Se entretuvo dndole vueltas a la idea hasta que por fin la hicieron pasar al despacho. Entr con su mejor sonrisa, esforzndose en causar buena impresin, pero en menos de cinco minutos estaba fuera, pues segn el jefe de personal no era la persona idnea para la tarea. An tena una entrevista aquel da, pero se senta tan harta y agotada que decidi marcharse a casa. Al entrar vio a Fernando que haca los deberes en la mesa del comedor. Hola -le dijo, y sin dejar el bolso se encamin presurosa a la habitacin de Gustavo en busca de la foto, cuando Fernando le pregunt: Mam, quin descubri la penicilina? Yo qu s! -respondi Joaquina malhumorada, pero se detuvo al instante pues not que Fernando se haba quedado de lo ms sorprendido. Dej el bolso sobre una silla y tras quitarse el abrigo, tratando de demostrar una paciencia que ya no tena,

se sent junto a l y le dijo-: Busqumoslo en la enciclopedia, seguro que all estar. Claro que estaba. Y mientras Fernando copiaba unos datos, fue a la habitacin de Gustavo. Nada ms entrar not algo raro, aunque no pudo precisar de qu se trataba. Abri el armario, cogi las fotos y se qued mirando una en la que apareca de cuerpo entero, con las zapatillas que le haban comprado por su cumpleaos. Las mismas que ella haba colocado junto al armario y que ya no estaban. Ha venido, pens, y un sexto sentido la hizo correr hacia su dormitorio. Con manos temblorosas, encendi la luz y entonces vio que las sbanas planchadas que guardaba en el armario estaban en el suelo, revueltas y pisoteadas. Con un nudo en la garganta, no le fue difcil concluir: Ha estado buscando dinero. Pero si ya no tenemos ni un cntimo. Sin nimo para recoger la ropa, apag la luz y se march a la cocina. All, aunque no era su costumbre, se sirvi un coac y luego, con la copa en la mano, fue a sentarse a la sala. Mam -le dijo Fernando-, Martha ha venido a buscarte un par de veces. Qu quera? No me lo ha dicho, pero se ve que es urgente. Joaquina apur la copa de un trago, arrug la nariz porque la bebida le quemaba la garganta, y fue a ver qu le pasaba a su amiga. Querida, por fin! Pens que te haba tragado la tierra -exclam Martha al verla, y rpidamente agreg-: Pas, ven, tengo que hablar contigo -se la vea muy excitada. Joaquina fue tras ella. Martha estaba tan nerviosa que no saba por dnde comenzar para que la sorpresa le hiciera mayor efecto. Al final dijo: Te acords que hace unas semanas fui a pedir trabajo a un taller muy lindo? Te acords? S. Bueno, che, pues resulta que me llamaron hoy para decirme que las muestras estaban perfectas, modestia aparte!, y que el trabajo es mo. Qu bien! S, pero ah es donde entrs vos, por eso quera verte con tanta urgencia. Yo? -se extra Joaquina-. Por qu? Es que en esa casa te obligan a hacer, como mnimo y ojo al dato, una docena de vestidos a la semana. Es mucho y yo sola no podra! Y menos an ahora que estoy tan atareada con los preparativos de la boda. Ni soarlo,

che, te lo juro! Slo puedo comprometerme si vos me ayuds. Ncemela gauchada y dec que s! Las ganancias seran a medias, claro, y pagan muy bien! Y... dnde trabajaramos? Aqu en casa. Mira, este trabajo puede ser nuestra salvacin! -insisti Martha. Y tanto!, pens Joaquina, impresionada. Por primera vez la fortuna le brindaba una oportunidad, y en el momento que ms la necesitaba. Qu me decs, acepts? -inquiri Martha. Claro que s! -exclam Joaquina, y quedaron de acuerdo en comenzar al da siguiente. Por ello, por la maana temprano, Martha se encamin al taller para decirles que aceptaba la oferta y para que le dieran las telas, los modelos y las medidas. Mientras tanto, Joaquina se lleg un momento para poner el anuncio en un peridico. Anuncio que, por cierto, le sali carsimo, tanto que se qued sin dinero y tuvo que regresar a pie. Pero como se senta de mejor talante, no le import. Al llegar a la esquina de su casa, de lejos vio a Martha que bajaba de un taxi cargada con dos enormes fardos. Se acerc deprisa para echarle una mano. Entre las dos subieron los bultos. Martha prepar el cafecito de costumbre y se pusieron a trabajar. Estuvieron un buen rato en silencio, concentradas en la tarea, hasta que Martha coment: Sabs una cosa?, Cayetano quiere hacer una comida el da de la boda, para que todo parezca ms real. Yo pienso que no es mala idea, no crees? Es una idea estupenda. Slo invitaremos a los ms allegados, claro, porque el restaurante cuesta un ojo de la cara y la mitad del otro, y tampoco se trata de tirar la casa por la ventana, me entends? S. Y dime, luego os marcharis en viaje de luna de miel? Ah, no lo s! Qu cabeza tengo, ni siquiera se me ocurri! Podras comentrselo a don Cayetano. No te quepa la menor duda. Ponle la firma que esta misma noche lo hago. Me convid a comer una pizza y cuando est con la barriga llena aprovechar para proponrselo. As fueron pasando las horas y tambin los das, hasta que lleg el jueves. Y como se era el da que dijeron que saldra publicado el anuncio con la foto de Gustavo, Martha cogi sus brtulos y se fue a casa de Joaquina. Necesitaban estar junto al telfono por si alguien llamaba.

De buena gana Fernando hubiera faltado a clase para quedarse tambin l, pero aquel da tena que entregarle un trabajo al profesor de historia y, si no se presentaba, aquel viejo cascarrabias era capaz de suspenderlo. As es que, aunque a regaadientes, cogi sus libros y enfil hacia el instituto, mientras Martha y su madre, sentadas junto al telfono, no podan disimular su impaciencia. La primera llamada la recibieron poco antes del medioda. S...? -respondi Joaquina. Usted est buscando a Gustavo? -preguntaron del otro lado de la lnea. S -respondi Joaquina esperanzada-. Lo ha visto? Claro. Dnde est? Gustavo est en el lavabo, junto con Armando, y los dos estn cagando. Ja, ja, ja! -y colgaron. Tambin Joaquina colg. Sin poder salir de su asombro, se dijo: Cmo pueden bromear con algo tan serio?. Poco despus llamaron otras personas, no malintencionadas como la primera, pero que, cuando hacan una descripcin del supuesto Gustavo que haban visto, ninguna corresponda. Ya eran ms de las cinco de la tarde cuando llam alguien que hizo que Joaquina albergase nuevas esperanzas. Por su voz, supo que se trataba de un muchacho. Puedo decirte dnde est Gustavo. Dnde est? -y mir significativamente a Martha al tiempo que asenta con la cabeza. Esa informacin no se regala; se vende. Cunto? -pregunt Joaquina sin titubear. Pues..., con doscientos me conformo. De acuerdo -acept Joaquina, a sabiendas de que no dispona de esa cantidad-. Pero si quieres que te pague, antes tendrs que convencerme de que tu informacin es de fiar -le advirti. Por supuesto -respondi el muchacho, y le indic el sitio y la hora del encuentro. All estar -dijo Joaquina, y colg. Estuviste divina! Ah, che, y qu facilidad de palabra, pero si no parecas la misma! -exclam entonces Martha, que durante la conversacin se haba mordido las uas para reprimirse las ganas de chillar que tena. Y fue precisamente Martha quien le dej los doscientos euros, insistiendo en que de momento no los necesitaba. Juntas se encaminaron hacia el lugar de la cita, que era en una de aquellas callejuelas, cerca del puerto, por las que haban pasado cuando fueron en busca de Gustavo.

Puntuales se presentaron a la cita, pero por all no se vea a nadie. Che, cmo te reconocer ese desalmado? -pregunt Martha. No lo s -dijo Joaquina, y tambin le result extrao. Ya haba anochecido y ellas, mirando constantemente para uno y otro lado, aguardaban con autntica impaciencia, muertas de miedo, a que el muchacho se presentara. Al cabo de un buen rato, vieron acercarse a uno. Caminaba con parsimonia y traa un cigarrillo encendido entre los labios. Sin quitrselo de la boca, mirando por debajo de las cejas, se acerc a ellas y les tendi una mano abierta mientras preguntaba: Lo reconoces? Joaquina clav sus ojos en aquella mano y al ver el pendiente en forma de cobra que sola llevar Gustavo, respondi: S. Has trado la pasta? Dmela, rpido! Joaquina le entreg el dinero sin rechistar y, a su vez, l le tendi un papel en el que haba anotada una direccin. Pasa maana y all lo encontrars -dijo antes de darse la vuelta para marcharse. Joaquina observ cmo se alejaba y, cuando desapareci por la primera esquina, tuvo una corazonada. Procurando no hacer ruido con los tacones, fue tras l, seguida de Martha. Al llegar a la esquina asomaron discretamente la cabeza y entonces pudieron ver cmo de un portal sala otro joven, que seguramente haba estado aguardando, y se reuna con el muchacho. A pesar de la oscuridad, crey reconocerlo y, sin poder controlarse, grit a pleno pulmn: Gustavo! Gustavo! Los muchachos giraron la cabeza y emprendieron la huida, perdindose entre el laberinto de callejuelas, amparados en la oscuridad. T has podido verlo? -quiso saber Joaquina. Yo..., s. Era l? Si quers te miento, as vos te quedas ms tranquila, pero a m me parece que era Gustavo.

Seis Por ms que Martha insisti, no hubo manera; Joaquina estaba decidida a ir sola. Consideraba que ya estaba bien de comportarse como una nia asustada que siempre necesita a alguien a su lado para dar un paso. Haba llegado el momento de aparselas por su cuenta. Qudate y adelanta el trabajo -le dijo-, yo volver lo antes posible. Querida, ests irreconocible! Te ests volviendo tan audaz que ya no parecs la misma. S -admiti Joaquina para sus adentros-, ya no parezco la misma. Lo que no atinaba a descubrir era si deba alegrarse por ello o no. Poco despus, con el trozo de papel en el bolsillo -aunque de tanto mirarlo saba la direccin de memoria-, se despidi de Martha y se march. A decir verdad, lo haca sin demasiada ilusin, pues algo le adverta que deba ser falsa. Y no iba desencaminada. Al llegar a la calle Comte Borrell y buscar el nmero que llevaba anotado, descubri casi sin sorpresa que esa numeracin no exista. Pase un par de veces calle arriba y calle abajo, para cerciorarse de que en realidad era as. Y cuando ya no tuvo la menor duda, tal como haba decidido durante las largas horas de insomnio, se encamin directamente a la jefatura de Polica. No le resultaba nada fcil, pero estaba dispuesta a poner la denuncia de la desaparicin de Gustavo. Un polica la acompa hasta la sala de espera y le dijo que aguardara. Haba all otras personas, eran cinco en total. Buenos das -salud Joaquina, y fue a sentarse junto a una mujer que ojeaba con avidez un peridico. Buenos das -le respondi sta, mientras esbozaba una sonrisa nerviosa. Y quiz porque necesitaba hablar con alguien para ver si as lograba calmarse un poco, coment con voz blanda-: Cada da repaso el peridico tres o cuatro veces. Es una mana, pero si no lo hago las dudas me destrozan. Y sabe qu busco? No -respondi Joaquina, un tanto sorprendida. Notas como sta -indic la mujer, al tiempo que sealaba un recuadro que deca: Nuevo caso de muerte por sobredosis. Son ya ochenta y nueve las vctimas mortales en lo que va de ao. En la madrugada de ayer, el joven H.M.D., de diecisis aos, fue encontrado sin

vida en un portal de la calle Escudillers, con la jeringuilla an clavada en el brazo. Qu horror! -se estremeci Joaquina. Las leo para asegurarme de que no se trata de mi hija, aunque sufro slo de pensar que en cualquier momento ella puede correr la misma suerte. Ya -asinti Joaquina, y sinti que a partir de aquel momento tambin ella necesitara hacerlo. Poco despus, mirando a la mujer, le pregunt-: Cuntos aos tiene su hija? Quince solamente, y desde los trece que est metida en esto. Ya no s qu hacer. He probado... -continu diciendo, pero en sas apareci un polica y la hizo pasar. Buena suerte -le dese Joaquina. Gracias, la necesito -reconoci la otra, y fue tras el agente. Inmvil en su asiento, dando alguna cabezada cuando el sueo se le colaba por los ojos, Joaquina aguard. Hasta que por fin le dijeron que poda pasar. All dentro, le cont al oficial lo que haba sucedido y cuando ste se lo pidi, rpidamente le entreg una foto de Gustavo. Mas, cuando le pregunt si saba por qu su hijo haba desaparecido, su primera reaccin fue decir que no. Sin embargo, reconoci a tiempo que era absurdo mentir y que haba llegado el momento de enfrentarse con la verdad. Entonces explic: Segn tengo entendido, Gustavo se droga, y el da de su desaparicin rob ochocientos euros en el taller donde trabajaba. El oficial no mostr sorpresa alguna, se limit a anotar los datos y luego, dirigindose a Joaquina, le asegur: En cuanto tengamos alguna noticia nos pondremos en contacto con usted. Ojal sea pronto -dijo Joaquina antes de marcharse. Pero los das fueron pasando, y de Gustavo no se tenan noticias. Tambin Joaquina cogi la mana de salir a comprar el diario tan pronto se levantaba. Luego lo ojeaba con ansiedad y, si apareca alguna noticia de un nuevo muerto por sobredosis, al comprobar que las seas no se ajustaban con las caractersticas de Gustavo, egostamente, suspiraba aliviada. Despus, se encaminaba a casa de Martha para, entre las dos, darle duro a la costura. As, das tras da, hasta que la proximidad de la boda de su amiga en cierta forma anim el ambiente. Martha era la viva

imagen de la alegra y de alguna manera a su paso contagiaba a todos el incontrolable entusiasmo que senta. Si vea que Joaquina estaba ms cabizbaja de la cuenta, ensimismada en quin sabe qu desagradables pensamientos, no dudaba en decirle: Mujer, alegr esa cara. Cualquiera dira que ests de velorio. Y eso era suficiente para ayudarla a reaccionar y, no sin esfuerzo, ella consegua alegrar un poco el semblante. Sin embargo, la vspera de la boda, Joaquina confes: Creo que no ir, no me siento con nimos para ir a fiestas. Entonces Martha la observ con ojos muy redondos, y en tono enrgico no dud en contestarle: Si vos no vens, yo no me caso. Y ser culpa tuya si me quedo para vestir santos, pues sabs que no es mi vocacin. En vista de ello, Joaquina no tuvo ms opcin que claudicar: Est bien..., ir. Sos un ngel! -reconoci Martha agradecida, y casi en seguida agreg-: Tengo que pedirte otra cosa, querida, pero te aviso que me enojo si decs que no. De qu se trata? Quers ser mi madrina? En los matrimonios civiles no hace falta llevar padrinos -aclar Joaquina. Tanto me da!, yo quiero tener madrina, y me gustara que fueras vos. Bueno, pues si eso te hace ilusin, no tengo inconveniente, todo lo contrario. Y fue la propia Joaquina quien se encarg de ayudarla a vestirse el da de la boda. La ceremonia estaba fijada para las doce del medioda, pero a primera hora de la maana Martha comenz a prepararse. Quera lucir esplndida, la ocasin bien lo mereca, y no deseaba, por tanto, descuidar ni un solo detalle. Mas su afn por tener un aspecto inmejorable la llev a irse de la mano con el maquillaje, o al menos eso le pareci a Joaquina. Por ello, aunque con mucho tacto para que no se molestara, le advirti: Creo que te has puesto demasiado colorete. Te parece, che? -dud Martha, y sin pensrselo dos veces, se plant de nuevo frente al espejo. Tras observarse concienzudamente, al final reconoci-: Es verdad, pero si parezco una pepona! Es que los nervios me ciegan, qu quers que le haga? -se lament, al tiempo que se esforzaba en reducir el encendido color de las mejillas.

No te inquietes, todo ir bien -trat de tranquilizarla Joaquina. Eso espero -respondi, mientras iba de un lado a otro, pues le resultaba imposible permanecer un segundo quieta. Y, cuando don Cayetano pas a recogerla para ir al juzgado, ella an no estaba a punto. Es ms, al reconocer la voz del novio, fue disparada a esconderse a su habitacin y, sin asomar siquiera la punta de la nariz, grit: Que se marche l, ya nos encontraremos all! Trae mala suerte q