albet capitulo 9. dimensiÓn mundial de la urbanizaciÓn
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Abel Albet i Mas, Una geografía humana renovada: lugares y regiones en un mundo global, Barcelona: Vicens Vives, 2000.
9. LA DIMENSIÓN MUNDIAL DE LA URBANIZACIÓN
EL PAPEL DE LA CIUDAD CONTEMPORANEA
Los fundamentos de la ciudad
En la antigüedad la ciudad era, fundamentalmente, el nucleo aglutinador del
poder político y religioso en torno del cual se edificaban viviendas y prosperaba
el comercio. Durante la Edad Media en ocasiones la ciudad se llega a
identificar con un sitio de seguridad y de relativa libertad. Adam Smith y los
primeros teóricos del desarrollo industrial veian el hecho urbano como una
fuerza de cambio social capaz de transformar el mundo, en tanto que foco de
progreso tecnológico. La descripción de la Inglaterra industrial hecha por
Friedrich Engels en 1840 hace pensar en un lugar miserable donde la gente
irrumpe, un dormitorio inhumano provocado por la esclavitud de los salarios. La
metrópolis contemporanea es hecha de constrastes: lugar de producción y de
reproducción, de creatividad y de oportunidad, de vanguardia y de
supervivencia, de abundancia y de hacinamiento.
La ciudad, la gran ciudad de nuestros días refleja buena parte de estas
características citadas (entre muchas otras posibles) acumuladas a lo largo de
los siglos; el tramado de metrópolis hoy existente lo configuran
aglomeraciones urbanas con distintos orígenes y estructuras, si bien todas
ellas integradas en un único sistema cada vez más interdependiente.
Las infraestructuras sociales sobre las que descansan la vida y el trabajo bajo
el sistema capitalista no se establecen instantáneamente y, para conseguir que
sean eficaces, deben tener una cierta solidez y estabilidad; es quizá en la
ciudad donde, genericamente, esta eficacia alcanza los niveles más elevados
siempre, pero, de manera muy diversa según su situación geográfica y su
particular historia. Muchas de las funciones que hoy caracterizan la ciudad, lo
son por herencia de épocas anteriores; sin embargo, para desarrollar y
mantener la propia eficiencia y progresión, el sistema económico y social
capitalista se encarga de adecuar y actualizar constantemente el papel de la
ciudad, provocando múltiples transformaciones tanto en sus funciones como en
su morfología interna.
La ciudad y sus funciones
A pesar de ciertas etapas históricas en las que el hecho urbano entra en clara
decadencia y desprestigio, es posible afirmar que la ciudad siempre ha
cumplido una serie de funciones que le han sido características debido a su
posicionamiento central respecto el conjunto del territorio y de la sociedad (en
tanto que lugar de poder, centro de intercambios comerciales, etc.). No
obstante, quizá sea en la metrópolis contemporanea cuando, de esta
concentración de funciones, se hace la gran razón de ser de la ciudad, su
propia autodefinición: hoy la ciudad, la gran ciudad, es foco de poder y de
control (político, social, económico, financiero, etc.) no sólo por el hecho de ser
sede de las entidades que detentan este tipo de poderes sinó como nucleo
irradiador de este dominio.
En tanto que sitio que reune un alto porcentaje de la población de un región
determinada, la ciudad también ha potenciado su papel de lugar de
reproducción, tanto por lo que respecta a los aspectos estrictamente
poblacionales y sociales como de proyección y renovación de las formas y
cualidades de vida. Y es que, en todo caso, si por alguna cosa han de ser
definidas las urbes de nuestros días es por su caracter generador de actividad,
en el sentido más amplio: económicamente, las ciudades son los grandes e
indiscutibles centros de producción y de intercambio, si bien a unos niveles
y escalas que han alterado todas las estructuras de épocas precedentes. A
pesar de que las grandes posibilidades de las comunicaciones hayan permitido
expulsar los polígonos industriales y de producción fuera del casco urbano, su
funcionamiento sigue dependiendo de las decisiones que se toman en las
areas de negocios del centro de las ciudades. También como herencia de la
villa-mercado de la antigüedad, las urbes modernas son el baricentro de todo
intercambio y enclave decisivo para cualquier transacción comercial.
La ciudad, la gran ciudad, también es generadora de actividad por lo que
respecta a los aspectos sociales, culturales, humanos: en una sociedad
plenamente competitiva y en constante expansión, la concentración urbana
supone un foro de creatividad, de oportunidad, de promoción (social, laboral,
cultural, artística, humanística, etc.).
DIMENSIÓN MUNDIAL DEL HECHO URBANO
Con la expansión a escala planetaria del sistema de relaciones económicas y
sociales, la ciudad (como el resto del territorio) ha extendido por todas partes
su razón de ser y las funciones que antes la caracterizaban en reducidas
esferas de influencia. La tendencia a una jerarquización de estas funciones y a
la configuración de una estructura privilegiada de ciudades, también alcanza
todos los rincones del planeta que quedan así integrados en la dinámica del
sistema. A pesar de las disfuncionalidades crecientes, las ventajas
comparativas de todo tipo que suponen las ciudades y las mismas
prerrogativas que el sistema socioeconómico les otorga, hacen que el número
absoluto y relativo de ciudadanos (de personas vinculadas a la ciudad)
aumente constantemente.
La formación de un sistema mundial de ciudades
Una de las características intrínsecas del sistema capitalista es su inercia
expansionista que tiende a apropiarse (intensiva y extensivamente) del máximo
de espacio, circunstancias y actividades posibles. La difusión mundial del
capitalismo, mediante las opciones que ofrecen los nuevos métodes de
transporte y de las telecomunicaciones, también ha comportado la propagación
a escala planetaria del papel que las ciudades contemporaneas mantienen.
Evidentemente, no todas las metrópolis juegan el mismo rol en el sistema: lejos
de cooperar, se integran en un engranaje competitivo en el que unas
ciudades resultan privilegiadas y otras quedan subordinadas. Las causas
últimas de tal disparidad podran basarse en una diferente evolución histórica,
en la situación y localización física y relativa de cada localidad, en la
especialización socioeconómica que las ha caracterizado, en la influencia más
o menos decisiva de las políticas y planificaciones propias del estado donde se
integran, así como de las múltiples coyunturas particulares o estructuras
generales que pueden definir cada nucleo urbano. Sin embargo, es el sistema
económico el que se valdrá de este cúmulo de circunstancias para discriminar
la función de cada metrópolis dentro del tramado mundial de ciudades.
Así, la evolución de una ciudad del Middle West norteamericano o de una en el
sur de la India no puede ser entendida sólo en términos de sus funciones
locales o incluso nacionales; su desarrollo dependerá de la manera en que esté
ligada al sistema mundial más amplio. La fuerza de estos lazos entre las
diferentes ciudades y el sistema mundial varía enormemente y, en tanto que el
desarrollo de la economía mundial ha creado un sistema económico
interrelacionado, cada ciudad acaba jugando el papel que el sistema le ha
asignado.
La integración e internacionalidad del sistema así como el carácter
preponderante de las ciudades contemporaneas también se demuestra por el
hecho de que pueden llegar a extraer un plusvalías no sólo de su área de
influencia más inmediata (como era el caso de las ciudades antiguas) sinó de
todo el mundo. En el sistema mundial de ciudades, las localidades que,
teóricamente, estan mejor situadas son las que contienen un mayor número de
funciones, las que generan más actividad (en el sentido más amplio), las que
absorben más plusvalías en relación a otras ciudades y otras áreas. Son, de
hecho, las «grandes ciudades» de este planeta, que no necesariamente
coinciden con las «ciudades grandes», abundantemente pobladas.
LAS GRANDES CIUDADES: CENTRALIDADES DEL SISTEMA ESPACIAL
MUNDIAL
Capitales funcionales del mundo
Con la proyección a escala mundial de muchas de las funciones que hasta
hace poco podían tener un ámbito exclusivamente estatal, diversas ciudades
se han convertido en verdaderas «capitales» internacionales con respecto a
determinados factores que son decisivos para el buen funcionamiento del
sistema global y que necesitan de una estructura jerarquizada controlada en
ciertos lugares centrales.
En este sentido, y por lo que respecta a la sede de las múltiples instituciones
internacionales de carácter político-organizativo-administrativo que existen en
el mundo (desde la ONU hasta la UE), estas parecen concentrarse en unas
pocas ciudades que, a pesar de que a veces no son altamente pobladas, son
tacitamente reconocidas como «capitales administrativas» para los asuntos
colectivos de un conjunto de estados: Nueva York, París o Viena son ejemplos
indiscutibles juntamente con ciudades de dimensiones mucho menores como
Ginebra o Estrasburgo pero valoradas de forma similar a nivel universal.
A pesar de que las redes telemáticas han abierto la existencia de un mercado
continuo y virtual, que no necesita de un espacio físico para desarrollarse y
ejercer sus funciones, ciertas ciudades (y más concretamente, ciertas áreas de
dichas ciudades) se han ido convirtiendo en centros catalizadores de gran parte
de la actividad mundial de tipo comercial, financiero, de servicios o, en general,
de decisión económica. Así, mientras que las bolsas de Tokio, Nueva York,
Frankfurt o Londres se mueve un altísimo porcentaje de las finanzas
mundiales, metrópolis como París, Londres, Tokio, Zurich o Chicago
concentran igualmente una significativa parte de la actividad bancaria y son,
juntamente con Amsterdam, Toronto o Hong Kong, la sede de numerosas
compañías de ámbito internacional.
En el espectro de areas urbanas claramente orientadas a la
producción industrial masiva han irrumpido ciudades como
Singapur, Hong Kong, Taipei o Seul (entre muchas otras)
desplazando a los centros industriales «clásicos» de Europa o
Norteamérica. Otras aglomeraciones urbanas se caracterizan por el
hecho de contener empresas o centros de investigación con una
alta especialización tecnológica (el Silicon Valley californiano,
Houston, Yokohama, Osaka, etc.), con abundante mano de obra
cualificada y producción de vanguardia o diseño (Amsterdam, Milan,
Lille, etc.). Paralelamente, otras ciudades se han convertido en
puntos de obligada referencia en los intercambios por su caracter de
grandes nexos de las redes de transporte (aereo o marítimo): de
nuevo cabe mencionar Nueva York y Londres pero también Sant
Louis, Rotterdam o Frankfurt.
También existe un tramado de ciudades que aglutinan gran parte de la
actividad artística, cultural y, en general, de la creatividad humanística o la
investigación científica que se desarrolla en el mundo, convirtiéndose en
verdaderas capitales «socials» del planeta, puntos de referencia cultural
(Nueva York, París, Londres, etc.) además, claro está, de las ciudades que
suponen un atractivo por motivos religiosos (Roma, Jerusalén, La Meca, etc.),
históricos (Atenas, Roma), turísticos (Venecia, Miami, París), o por
acontecimientos eventuales de tipo deportivo o promocional (Sydney,
Barcelona, etc.).
Si bien el listado podría ser infinito y, en cualquier caso, la selección de las
funciones y ciudades a considerar es en extremo subjetiva, se confirma que
ciertas aglomeraciones urbanas aparecen reiteradamente como vanguardias
en el desarrollo de las diversas actividades y rasgos que la sociedad
contemporanea considera como exponentes de máximo dinamismo y progreso:
ciudades como Nueva York, París o Londres se convierten así en grandes
«capitales» a escala planetaria; como tales urbes cosmopolitas, internamente
reflejan la diversidad del mundo, que las observa con una mezcla de
admiración y de recelo.
LAS CIUDADES GRANDES: AGLOMERACIONES HUMANAS URBANAS
Las aglomeraciones de población en los paises periféricos
Desde la década de los años 50 del siglo XX uno de los rasgos demográficos
más característicos de buena parte de los más de 100 paises que pueden ser
considerados como periféricos ha sido el vertiginoso crecimiento de la
población en las areas urbanas. Este rápido proceso de urbanización ha
sido motivado por la combinación de dos elementos fundamentales: las altas
tasas de incremento natural de la población (que, evidentemente, también han
afectado al crecimiento de las areas rurales) y las migraciones masivas del
campo hacia la ciudad.
A pesar de que el incremento natural de la población acostumbra a ser el factor
decisivo, la contribución relativa de uno y del otro al crecimiento urbano
depende de diversos elementos y circunstancias si bien generalmente se
presentan interrelacionados ya que gran parte de las personas que abandonan
las zonas rurales son jóvenes en plena edad reproductiva. La mejora de las
condiciones sanitarias y la reducción de la mortalidad infantil sin una
disminución de la fecundidad, ha conducido a una situación de sobrepoblación
y al subsiguientr éxodo rural que, lejos de aminorar, hará duplicar la población
urbana en quince años. Las ciudades más grandes son las principales
receptoras y, si el ritmo de crecimiento se mantiene (a menudo con tasas de
incremento de la población urbana superiores al 5 % anual), São Paulo podría
tener 25’0 millones de habitantes en el año 2010, Mumbay 24’4, Shangai 21’7 y
Lagos 21’1.
La afluencia de población hacia las ciudades responde a la esperanza de
obtener trabajo o bien a la voluntad de disponer de más oportunidades y de
ventajas materiales, pero a menudo esta expectativa no se corresponde con la
necesidad real de la economía local; prueba de ello es que aproximadamente
la mitad de la población urbana en edad activa se encuentra sin ocupación o
subempleada lo que, de hecho, supone una excelente reserva de mano de
obra a bajo precio para muchos sectores productivos.
En conjunto, esta situación tiende a la aceleración de unas pautas de
urbanización que no se corresponden con los patrones socio-económicos
conocidos en los paises industrializados y sobre las que los respectivos
gobiernos son incapaces de mantener un control efectivo. En las
aglomeraciones más grandes esta crisis alcanza situaciones extremas ya que
las administraciones se ven impotentes para programar un desarrollo racional;
la burocracia, las empresas multinacionales y los grupos de presión interfieren
en toda actuación, y la falta de aplicación de la reglamentación o la ausencia de
una verdadera política de urbanismo favorecen la especulación y la
corrupción.
Cuando estas aglomeraciones tienen planes directores de ordenación, su
plasmación en la realidad se hace muy dificil: o bien el esfuerzo de financiación
sobrepasa las propias posibilidades o las operaciones de infrastructuras y de
construcción de viviendas tienen un impacto insignificante ante las dimensiones
de las necesidades existentes. Más allá de un cierto perímetro donde viven las
clases acomodadas y que sirve de escaparate turístico y de imagen exterior, la
ciudad resulta sub-administrada, no gestionada, sin autoridad.
Las consecuencias de la concentración humana urbana
Dado que este aumento de la población urbana es demasiado rápido como
para ser asimilado convenientemente, en la mayoría de ocasiones este tipo de
ciudades acostumbra a quedar socialmente dividido entre una minoría
acomodada y una inmensa mayoría depauperada subdividida, a su vez, entre
los que tienen una forma u otra de trabajo y los que no tienen. La diferenciación
tambien es patente en lo que se refiere a las pautas de consumo: uno de
masivo orientado al modelo occidental y otro tradicional de subsistencia. Esta
misma dualidad conflictiva reaparece en la morfología interna que distingue
entre la ciudad de los ricos y la de los pobres, los barrios centrales (con
viviendas y equipamientos modernos) y las zonas periféricas de
asentamientos espontáneos, crónicamente marginales y marginadas.
Tal concentración de población habitualmente sobrepasa la capacidad de la
mayoría de gobiernos (estatales y locales) para proveer incluso los servicios
más básicos: asentamientos sin las condiciones más imprescindibles de
salubridad o de comodidades se convierten en extensos y populosos barrios de
viviendas autoconstruidas con materiales de desecho y en los que la falta de
planificación urbanística e infraestructural es suplida por la autogestión.
Para evitar el pago por la propiedad de la tierra, en ocasiones estos barrios
(conocidos como favelas , bidonvilles , etc.) ocupan terrenos de titularidad
pública inicialmente fuera de los mercados inmobiliarios debido a la
precariedad de sus condiciones físicas y propicios a situaciones de riesgo
ambiental. Así, en ciudades como Rio de Janeiro, La Paz, Guatemala o
Caracas, estas zonas se situan en vertientes montañosas propicias a los
corrimientos de tierras en las épocas de lluvias; en otres ciudades los
asentamients se localizan en zonas inundables (Recife, Monrovia, Guayaquil,
Lagos, Mumbai, Port Moresby, Delhi o Bangkok) o de desierto arenoso (Lima,
Khartoum) o bien en las areas más contaminadas o en, el mejor de los casos,
en las zonas degradadas de la ciudad histórica interior.
Ante el caracter ilegal y/o marginal de estas zonas, generalmente existe una
muy reducida o nula provisión de servicios públicos (trazado de calles, agua
corriente, electricidad, cloacas, transportes públicos, escuelas, servicios
médicos, etc.); los pocos que existen a menudo son producto de la actuación
autogestionada de los mismos residentes, y no de las adminstraciones. No ha
de extrañar que en estas condiciones de vida puedan aparecer serios
problemas sanitarios que, sin embargo, podrían haber sido facilmente
prevenidos (enfermedades respiratorias e intestinales producto de las
deficientes condiciones higiénicas y de alimentación, etc.).
Las actitudes de los gobiernos respecto los asentamients ilegales pueden
variar desde la tolerancia hasta una activa oposición, pasando por una
aceptación y gradual provisión de algunos servicios. En ocasiones los
ocupantes de terrenos públicos han conseguido, mediante presión política,
garantías ante posibles deshaucios o incluso el reconocimiento de la
propiedad y de la provisión de servicios públicos. Algunas administraciones
incluso han animado las ocupaciones de terrenos y viviendas (como fue el caso
de Perú entre 1968 y 1971 o Turquía donde el gobierno aprobó en 1966 una
legislación de apoyo a este tipo de acción). Otras administraciones han tendido
a reconocer y legalizar el status de estos barrios cuando ha sido posible
proveer las infraestructuras básicas (Karachi, Lusaka, Lima, Dar es Salaam,
México DF, Santa Fe de Bogotá) y como una alternativa facil y barata a las
promociones públicas de viviendas. A pesar de que las políticas son muy
diversas y cambiantes, en ocasiones los regímenes con formas de gobierno
representativas adoptan actitudes más tolerantes por razones electorales.
En cualquier caso, el rápido crecimiento y la extensión de este tipo de asentamientos acentua la ya característica segregación social y económica que existe tradicionalmente a estos paises, perpetuando las disparidades heredadas de la época colonial. A pesar de su bajo status y de su marginación (social y espacial) los residentes en estas areas forman una parte fundamental de la economía de estas ciudades al convertirse en un gran mercado para productos y servicios a bajo precio a la vez que una gran reserva de mano de obra barata: esta es, de hecho, la función de estas «ciudades grandes», de estas aglomeraciones de población del mundo periférico subdesarrollado en el sistema mundial de ciudades.