abre libros - número 1 (julio 2013)

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Número 1, julio 2013 Abre Libros SU MAJESTAD, EL TÍTULO ¿Puede un título torpe torcer un destino de gloria? Para unos escritores es la piedra sobre la que construyen; otros llegan a él de manera tortuosa FESTEJO MUNDIAL POR MEDIO SIGLO DE “RAYUELASEMANA NEGRA DE GIJÓN LLAMA A LA RESISTENCIA ANTE LOS RECORTES POR LA CRISIS LIBROS RECHAZADOS José Ovejero presenta en México su novela 'La invención del amor' 'TIERRA DE LOBOS' Jambrina homenajea a la mujer y al periodismo de sucesos JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Moguer declara 2014 Año de Platero para celebrar centenario de su publicación ESTO ES UN POEMA: 'ORO NEGRO' (MARÍA DABÉN FLORIT) Oro negro baña Oriente, nombre egocéntrico, europeo donde los haya. Oro negro da riqueza a aquél que la arrebata. Oro negro roja sangre derrama, la misma que recorre tus venas. “Apaga la tele, después de comer sienta mal tanta miseria”.

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Número 1, julio 2013

Abre Libros SU MAJESTAD, EL TÍTULO

¿Puede un título torpe torcer un destino de gloria? Para unos escritores es la piedra sobre la que construyen; otros llegan a él de manera tortuosa

FESTEJO MUNDIAL POR MEDIO SIGLO DE “RAYUELA”

SEMANA NEGRA DE GIJÓN LLAMA A LA RESISTENCIA

ANTE LOS RECORTES POR LA CRISIS

LIBROS RECHAZADOS

José Ovejero presenta en México su novela

'La invención del amor'

'TIERRA DE LOBOS'

Jambrina homenajea a la mujer y al periodismo de

sucesos

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

Moguer declara 2014 Año de Platero para

celebrar centenario de su publicación

ESTO ES UN POEMA: 'ORO NEGRO' (MARÍA DABÉN FLORIT)

Oro negro baña Oriente,

nombre egocéntrico,

europeo donde los haya.

Oro negro da riqueza

a aquél que la arrebata.

Oro negro roja sangre derrama,

la misma que recorre tus venas.

“Apaga la tele, después de comer

sienta mal tanta miseria”.

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A veces está allí desde el principio y, entonces, funciona como una guía,

como un faro en la niebla, como un antídoto contra la oscuridad. Pero eso es a veces, sólo a veces.

A veces llega al final, como una epifanía o una calamidad, reclamando el derecho de bautismo, bajando al reino para decir he aquí el nombre con que mentarás tu obra: he aquí el nombre de lo que has escrito. Pero eso es a veces. Sólo a ve-ces. Porque en el camino de un libro hacia su título —perfecto o no— suelen intervenir la inspiración propia y las ocurrencias de los amigos, las sugeren-cias de los colegas y las frases oídas al pasar, la conversación con una novia y la contemplación extática de la biblio-teca, todo eso durante un periodo —más o menos agónico— en el que todo puede ser un título en potencia —una marca, el eslogan de una fábrica de si-llas— hasta que un día ese magma caó-tico se ordena y el escritor despierta a un mundo en el que, al fin, su obra comparte, con las demás criaturas de la tierra, eso que todas tienen: un nom-bre. Y siente, entonces, algo parecido a la felicidad, porque el título de un libro no es una sucesión de palabras ingenio-sas, sino un estambre soldado al co-razón de una historia de la que ya no podrá volver a separarse. En busca del tiempo perdido no puede leerse sin sen-tir, sobre cada una de sus páginas, el influjo triste, decadente y celeste, que emana de su título. Y Guerra y paz no es una frase, sino parte de la patria que ese libro —y ese título— fundaron y habitan.

—El título es un dibujo al carbón de lo que hay dentro —dice Juan Cruz Ruiz, escritor, periodista y editor español al frente de Alfaguara en los años

noventa—. Cuando chicos, rayábamos con lápiz sobre una moneda hasta que salía la efigie de la moneda en el papel en blanco. A la mitad ya podías intuir qué salía. Pues el título es como la mínima parte de un borrador. Por eso Crónica de una muerte anunciada es un gran título: dice de qué va la cosa, pero creando misterio.

—El título tiene que ser un espejo dimi-nuto de lo que es el libro —dice la es-critora mexicana Carmen Boullosa—. No tengo un código para encontrarlo, pero hay un flujo de placer casi corporal cuando es el título correcto. Casi como encontrarse a un posible enamorado en un elevador.

—Es importante porque define un uni-verso —dice el escritor argentino Eduardo Berti—. Es como ponerle nom-bre a un hijo. Salvo que, en el caso de los hijos, no suele ser el nombre lo pri-mero que se ve. La gente mira sus ojos, su sonrisa y, acto seguido, viene la pre-gunta: ¿cómo se llama? En el caso del libro, el título suele ser lo primero que se ve.

La editora y crítica colombiana Marga-rita Valencia dice que los títulos, tal como los conocemos, son cosa del pre-sente.

—En principio, eran una descripción del contenido (la Gramática de Nebrija, la Anatomía de Testut). Después fueron adornándose: El ingenioso hidalgo… Yo creo que los títulos tal como los cono-cemos nacieron con la necesidad de los periódicos del siglo XIX de atraer lecto-res con titulares escandalosos. En las últimas décadas el continente ha reem-plazado al contenido, y el título (el es-

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cote) es fundamental para atraer lecto-res hacia contenidos más bien insustan-ciales. Creería que un mal título es el que engaña al lector. Pero toda norma tiene su contra: Ulises es el título más reconocido de la literatura del siglo XX. La siguiente Ley de Murphy, entonces, es “todo buen libro tiene un buen título, aunque sea malo”.

—Es difícil saber si un mal título arruina un libro sin un experimento controlado —dice la escritora y editora chilena An-drea Palet, de la editorial independiente Los Libros Que Leo—. Aunque en algu-nos casos sí puede tener consecuencias económicas. Hay un asunto que los es-pañoles a veces olvidan y es el de la lengua. A los latinoamericanos el “habéis” y el “vosotros” nos suena como de siglos atrás. Por lo tanto si titulan una novela Habladles de batallas, ya nos dio sueño. Ese “habladles” nos pa-rece infinitamente lejano. Los libreros saben que no lo van a vender y no lo piden. Otro caso: Chesil Beach. Es difícil de pronunciar en nuestro idioma, y eso influye en las ventas.

En su despacho de la ciudad de Buenos Aires, Daniel Divinsky, de Ediciones de la Flor, dice:

—Un título no hace que un libro se venda, pero hace que el candidato a comprarlo lo levante de la mesa. Noso-tros tuvimos un libro de Bernard Tho-mas que se llamaba Jacob. Lo publica-mos con ese título y no pasó nada. Le pusimos Un anarquista de la belle epo-que, y se agotó. Y otro de Charles Plis-nier que se llamaba Falsos pasaportes y fue un desastre. Lo retitulamos como Recuerdos de un agitador, y se agotó.

Pero ¿puede un título torpe torcer un destino de gloria? Cuando el argentino Roberto Arlt le mostró su primera no-vela al escritor Ricardo Güiraldes, lle-

vaba por título La vida puerca. Güiraldes le sugirió que lo cambiara por El juguete rabioso, Artl le hizo caso y el libro de-vino un clásico, portador de uno de esos títulos que serán, por siempre, más jóvenes que ellos mismos. Tolstói había pensado en Bien está lo que bien acaba para Guerra y paz y Scott Fitzgerald en Trimalchio in West Egg para El gran Gatsby. Juan Carlos Onetti quería llamar La casona a una novela que, por suge-rencia de Carmen Balcells, terminó llamándose Cuando ya no importe; y Baudelaire quería llamar Las lesbianas a Las flores del mal. Si es difícil creer que La casona o Las lesbianas —o Trimalchio en West Egg, o etcétera— hubieran pa-sado desapercibidas sólo por no llevar el título que llevan, lo cierto es que, cuando un gran título se encuentra con una gran obra, algo, en algún rincón del universo, se regocija. Como si ese en-cuentro fuera un cañonazo de celebra-ción a los pies de lo que llaman la pos-teridad, o la historia.

En su artículo Con título, publicado en la revista chilena Dossier en agosto de 2007, el argentino Rodrigo Fresán es-cribía: “El título como lo primero que pienso de un libro (…). El título como ojo de cerradura en la puerta de una novela. El título como el viento que llena las velas y empuja a puerto a una colec-ción de relatos”. La escritora colombiana Laura Restrepo pertenece al grupo de los que sólo pueden escribir si saben cuál es el nombre que nombra lo que escriben.

—El título es al libro lo que el bautismo al cristiano: el nacimiento a la vida. No tener desde el principio el título de la novela es para mí señal de que en el fondo no sé de qué va. Suelo estar abierta a las sugerencias de mi agente y de mis editores, salvo cuando se trata del título. Cuando fueron a traducir mi

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novela La novia oscura, los editores de varios países se negaban a poner la pa-labra “oscura”, por considerarla ofen-siva. Yo prefería que no la publicaran. Mi protagonista, una prostituta, era os-cura en sentido más figurado que literal. Y ¿con qué derecho nos decían a noso-tros, las gentes de piel oscura, que era ofensivo hacer alusión al color de nues-tra piel? Eso era basura políticamente correcta, racismo encubierto.

El peruano Fernando Iwasaki, autor de la novela Libro de mal amor, los cuentos de Helarte de amar, tampoco escribe si no tiene un título, y dice que uno bueno debe contener “homenaje, humor, doble sentido y efectos secundarios”.

—El título es esencial, aunque no menos que la portada, los epígrafes, el tipo de letra y la textura del papel. No descarto que ciertos editores sugieran títulos que mejoren el original propuesto, pero yo sólo puedo hablar desde la perspectiva de alguien que piensa que el título es parte de la obra literaria, y no del mar-keting de la editorial.

—La relación con el título ha sido muy diferente con cada una de mis novelas —dice la española Marta Sanz—. Ani-males domésticos surge porque en una conferencia una señora me dijo que ella había dejado de leer porque, cuanto más leía, aumentaba su sensación de que su familia se iba transformando en una “absurda pandillita de animales domésticos”. Su lucidez me hizo ver un título y una historia.

Si para algunos el título es la piedra sobre la que construyen su obra, otros llegan a él después de una búsqueda tortuosa que quizás preferirían evitar.

—Me resulta cada vez más difícil poner títulos —dice el escritor boliviano Ro-drigo Hasbún— y lo hago mucho des-pués de haber terminado de escribir.

Suelen salir del texto mismo: una frase suelta o algo que dice un personaje. Luego termino borrando en el texto esas palabras, las evidencias del robo.

—Mis títulos aparecen en los sueños —dice la escritora puertorriqueña Mayra Santos-Febres—. Luego lo voy puliendo. Cuando ya el texto está completo, me doy unas semanas para leerlo y meditar acerca del título. Luego le doy el ma-nuscrito a cuatro o cinco lectores, junto a varias opciones de títulos. Escojo el más adecuado… y la editorial me lo cambia al final.

El combustible que llevó al escritor es-pañol Andrés Barba hacia el título de su última novela fue el combustible de la desesperación.

—Hay un momento muy angustioso, cuando estás buscando el título, donde vas viendo títulos por todas partes. Yo estaba viviendo en Buenos Aires, pasa-ban los meses y no encontraba el título. Hubo dos semanas durante las que llo-vió mucho y una mañana nos desper-tamos y mi mujer dijo: “Mira, ha dejado de llover”. Y yo me dije “Mira, por fin llegó el título: Ha dejado de llover”. Es una frase común, pero contiene un es-cenario y un ambiente, y las historias del libro hablan de un problema que se termina. Yo creo que el título tiene que generar un clima, una disposición apro-piada para leer ese libro.

Aunque algunos títulos podrían parecer antídotos contra lectores —Desgracia, La tentación del fracaso, La náusea—, los editores no los rehúyen, pero sí re-celan de los que podrían sonar hostiles. A Mayra Santos-Febres le sugirieron cambiar Nuestra Señora de las Putas por un título más “acogedor”, y quedó Nuestra Señora de la Noche. A Roberto Bolaño le sugirieron que La tormenta de

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mierda no era buena idea y lo cambió por Los detectives salvajes.

—Una sola vez accedí a cambiar un título —dice Carmen Boullosa—. Los editores de Sexto Piso me dijeron: “No puedes ponerle equis título porque no vamos a poder ponerlo en ninguna li-brería”. Era un libro de relatos que se llamó El fantasma y el poeta. Y pienso que el título que yo quería ponerle era un despropósito: El pedo del poeta.

A la hora de inspirar títulos, los textos religiosos, la poesía y los grandes clási-cos parecen haber sido fuentes nutri-cias. De allí han brotado Por quién do-blan las campanas, de Hemingway (que proviene de unos versos de John Donne); El sonido y la furia, de Faulkner (que proviene de Macbeth, de Shakes-peare); Suave es la noche, de Scott Fitzgerald (que proviene de Oda a un ruiseñor, de John Keats), o Plegarias atendidas, de Truman Capote (que pro-viene de una frase de santa Teresa). Pero cuando ni la inspiración ni la paro-dia ni los clásicos ni la mística ayudan, quedan los amigos.

—Me gusta mucho el arte de titular —dice el español Vicente Molina Foix—. En un momento dado se dijo que yo tenía un don para titular, y el novelista Juan García Hortelano inventó lo de la Agen-cia Molina de Títulos. Títulos de mi agencia que recuerdo: Antifaz, la se-gunda novela de José María Guelbenzu; Travesía del horizonte, de Javier Marías; Teatro de operaciones, de Martínez Sa-rrión, y Los restos del naufragio, libro de poemas de Ricardo Franco. En todos esos casos, excepto en el de Marías, no conocía los textos, y tan sólo me guiaba por unas indicaciones proporcionadas por los autores. La agencia la mantengo abierta, atendida por una sola persona, y sus precios son simbólicos, aunque estoy considerando ofrecer mis servicios

a los grandes grupos editoriales, pues creo que el departamento de rotulación literaria adolece de falta de inspiración.

En el año 2007, en la revista Dossier, Andrea Palet escribía una columna —acerca de los títulos— en la que decía: “De todas formas, el mejor título para un lector dedicado, insaciable, herido y agradecido será siempre uno solo: Obras completas”.

—Hay muchos discursos del fin de la novela, de la muerte del autor —dice la escritora española Mercedes Cebrián—. Y yo pienso, ¿el título no debería haber muerto, más que todo lo demás? En las artes visuales a menudo una obra dice “Sin título”. Los artistas plásticos se han liberado del título. Me llama la atención que en la literatura no haya habido más rebeldía con el tema. No me parece malo que haya títulos, pero me sor-prende esto de aferrarse tanto a ellos. A mí también me pasa. Cuando tengo un proyecto, lo tengo que nombrar. Inscri-bes a los recién nacidos en el registro, no esperas meses para ver cómo los nombras.

En una época en que la industria mide sus taquicardias minuto a minuto —aus-cultando cuáles son los libros que más venden, qué colores llaman mejor la atención en las portadas—, el título ha sobrevivido bien silvestre, librado al azar, a la ocurrencia del autor o de un editor con criterio.

—No creo que sea extraño que en las editoriales no haya gente dedicada es-pecíficamente a titular —dice Elena Ramírez, de Seix Barral España—. El editor es quien conoce el alma del libro, quien ha estado en contacto con el au-tor y sabe cómo hacer que esa alma sea visible. Puede ser que un departamento para poner títulos sirviera para el libro

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muy comercialote, pero no en libros de otro tipo.

A Rodrigo Hasbún no le gustan los títu-los que evidencian la historia que se va a contar (El coronel no tiene quién le escriba). A Eduardo Berti le gustan los que generan preguntas: “La tercera mentira, de Agota Kristof. ¿Cuál es la mentira? ¿Y por qué es la tercera? ¿Habrá más?”. A Laura Restrepo, los títulos que tienen ojos (Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Reflejos en un ojo dorado). Y a Juan Ignacio Boido, editor del suplemento cultural Radar, del periódico argentino Página/12, los que tienen cielos y jardines.

—El jardín de los Finzi-Contini. Voces en el jardín, El cielo protector… Me parecen increíbles. La primera prueba para saber si un título es bueno es ver si contiene su propia parodia. Los grandes títulos son como Atila, queman el camino para cualquiera que quiera seguir sus pasos. Un buen título es imitable. Un gran título no lo podés tocar. Después de Ulises, de Joyce, no podés escribir Aquiles. Ya se vuelve Woody Allen, una parodia. El siglo XX está repleto de títulos muy personales. Vos le ponés Ulises a un libro y estás hablando con Homero. Pero le ponés Colinas como elefantes blancos y no querés hablar con nadie: sos un cantautor, estás que-riendo decir lo tuyo. Y en esa línea de títulos de cantautores me parece que El corazón es un cazador solitario debe ser el mejor del siglo XX. Es de una belleza y una desolación impresionantes, tiene la palabra cazador y a su vez es con-temporáneo y urbano. Las vírgenes sui-cidas es precioso, uno de esos títulos que no sabés si es contemporáneo o de Eurípides. Y me parece un hallazgo el método que encontró Manuel Puig: San-gre de amor no correspondido, Boquitas pintadas. Todo tiene dramatismo de

diva, todo es una película de los gran-des estudios. Y después está El arpa de hierba, que es como tocarme la muela que me duele con la lengua. Me da morbo. Roza una belleza genial y no la atrapa porque su época no se lo per-mite. Es como si yo hoy sacara un libro que se llamara El ángel de las alas de oro. No va con la época. Un título dentro de la línea eslogan que me parece ge-nial es American Psycho: supera a Ma-donna en psicopatía cultural. Es como la ballena blanca de los títulos…

Y así, durante largo rato, con avidez de lector intoxicado, Boido se sumerge en un río en el que saltan, como peces prodigiosos, los títulos de todos los tiempos. Y es un río en el que siempre hay más, siempre hay mejores.

Leila Guerriero, El País

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En varias ciudades del mundo se festejaron los 50 años de la aparición de una de las novelas emblemáticas

del “boom” latinoamericano,

Rayuela, de Julio Cortázar, editada ori-ginalmente por Francisco Porrúa en Su-damericana de Buenos Aires.

La obra del narrador argentino, sin duda la de mayor envergadura experimental de aquel fenómeno literario que tras-cendió el ámbito de la lengua española, está emparentada con Cien años de so-ledad, del colombiano Gabriel García Márquez y La ciudad y los perros, del peruano Mario Vargas Llosa.

En la capital argentina se inauguró una exposición bibliográfica, y se bautiza la Plaza del Lector (donde se ubica la Bi-blioteca Nacional) como Plaza Rayuela, y se anunció que en 2014, cuando se conmemoren los 100 años de su natali-cio, se designará el Año Cortázar.

En París, donde el autor radicaba y mu-rió (sus restos se encuentran en el ce-menterio de Montparnasse), el Instituto Cervantes abrió una muestra de imáge-nes sobre la ruta parisina del escritor.

En la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima inició un ciclo de conferencias en torno a la célebre no-vela.

Y en Madrid hubo hoy un homenaje en el Centro de Arte Moderno y la editorial Alfaguara publica una nueva edición de Rayuela.

En la Ciudad de México, el Centro Cul-tural Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica (FCE) exhibe una serie de cinco representaciones enormes del juego de la “rayuela” (en México se le llama “avión”) y 55 pequeñas ma-quetas de la portada del libro, así como once textos escritos exprofeso por des-tacados prosistas nacionales.

Hoy se sabe que Cortázar influyó en su editor Francisco Porrúa para el diseño de esa portada. Le dijo que deseaba solicitar a un amigo pintor suyo, Aldo, para que le enviara alguna representa-ción gráfica o foto. El mismo le mandará

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más tarde una rayuela fotografiada. Cortázar le hace esta propuesta a Porrúa:

“Y ahora vamos a ponerle la tapa al li-bro. (…) Muy rápidamente explicado, imagináte que acabás de comprar, haciendo un loable sacrificio, un ejem-plar de Rayuela, y que sin perder un instante te has sumido en su lectura. Si sos un hombre normal, sostendrás el libro con la mano izquierda, mientras la derecha se ocupa de dar vuelta las páginas, ir y venir con la pipa, alternán-dola con los tragos de caña Mariposa que te habrá servido tu mujer, y de cuando en cuando hacer una ademán de admiración que agita el aire de la estan-cia. Bueno, quedamos en que tu mano izquierda sostiene el libro. Parte de la palma y la raíz de los dedos se apoyan en la carátula, es decir en la Tierra. Pero la parte más espiritual de tu mano, la punta de los dedos, la sed y la ansiedad que viven en la punta de tus dedos, buscan del otro lado el Cielo, tal vez alcanzan a rozarlo, a entrar por un mo-mento en él. ¿Sentís la cosa? Tu mano también lee el libro, con esa visión ex-trarretiniana de que hablan los hombres sabios, y que en realidad es otra tenta-tiva de aprehender lo que, dentro del libro, buscan tus ojos. ¿Simbología fácil? Puede ser. Pero yo he sido siempre sen-sible a las tapas de los libros, y a veces he descubierto en ellas cosas extraña-mente asociadas al texto, siempre que las ediciones no fueran de Santiago Rueda. Bromas aparte, creo que mis sinrazones se entienden bastante bien… O sea que, en la medida de lo posible, yo me planto en la idea de la rayuela acostada, y libramos los dos la batalla. Espero poder mandarte la maqueta lo antes posible: ahora mismo le rajo un úkase a Silva, que se me ha quedado de lo más silente en París.”

Cuando Silva le enviara luego el pro-yecto con una rayuela vertical. Se dice que su entonces esposa, Aurora Bernár-dez, lo convence de su eficacia: “Basta mirar la maqueta de Silva para com-prender que es mucho más eficaz que el lector vea la rayuela completa cuando agarra el libro, y no que el dibujo se deslice como un gusano alrededor del libro.”

Al escritor le gustó la portada de la pri-mera edición.

En 1960, cuando Francisco Porrúa le publicó Los premios, Cortázar le contó que estaba escribiendo un libro muy distinto “que sobre todo sorprenderá a los editores”.

Así, cuando concluyó Rayuela, Cortázar dijo a su editor que Sudamericana era “una editorial poco formal todavía para Rayuela”. En su intercambio epistolar Cortázar finalmente le consignó que aceptaba su publicación, ante lo cual Porrúa señaló que “la introducción de una obra que parece ajena al catálogo, cambia el carácter del catálogo”.

De acuerdo con una entrevista que le realizó C. Alvarez Garriga para el diario ABC de España en 2003, Paco Porrúa comentó sobre su relación con Cortázar:

“Tuve muy buena relación con él, siem-pre. Era una persona ¬muy argentina, también es eso¬ para quien la amistad era muy importante. Para muchos es-critores, después de tener un cierto éxito de público y de crítica, el editor se convierte en una figura casi molesta, un hombre sentado que está esperando un manuscrito. Por otra parte, es cierto que el editor tiene siempre una posición de medianía, no es mucho más que un in-termediario entre autores y público.”

Le inquirió:

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–Parece que usted fue algo más. Cortá-zar le tenía una gran confianza e incluso cuando iba a editar Rayuela le pre-guntó…

–¬Había entre nosotros algo que era bastante común entonces y que quizá aún no ha desaparecido del todo, la re-lación de amistad entre editor y autor. En otro tiempo el editor era un hombre que no tenía mucho que hacer, y la edi-ción era a gentleman’s occupation, una ocupación de caballeros. En apariencia, no hacía más que publicar a un autor pero casi siempre esa publicación es-taba acompañada por una amistad, por una relación privada. Eso está perdién-dose, evidentemente. Hoy las editoriales tienen una relación impersonal con los autores, que son un producto más, el fabricante de un producto.

“Con Julio hubo una relación de otro tipo. Para mí ¬porque fue casi cuando empecé a trabajar en Sudamericana¬, fue la primera relación con un autor que resultó una relación verdaderamente de editor-autor, de auténtica amistad, aun-que epistolar sobre todo, pues nos veíamos muy poco.

“Las cartas de Julio son espléndidas. Tienen una peculiaridad poco conocida y que era la facilidad misma de Julio. Se ponía a escribir y no paraba hasta el final, no se detenía en ningún momento a reflexionar o tachar una frase. En este sentido esas cartas son muestra de un escritor de raíz profunda.”

–¬José Blanco Amor escribió antes de 1969 que el editor de Cortázar –¬debía ser usted–¬ le mostró en su despacho un panel lleno de telegramas de todo el mundo pidiendo los derechos para tra-ducir la obra, y que era la primera vez que eso ocurría en la historia de la lite-ratura argentina.

–¬Recuerdo que hubo una entrevista con él; posiblemente tenga razón. No sé si la primera vez, porque en los sesenta Julio ya era bastante conocido en Fran-cia.

“Asistí entonces a lo que se llamó el boom, que nunca me lo he explicado muy bien: un fenómeno que requeriría un estudio político-social-literario de la entidad americana en ese momento. Lo que podemos decir francamente es que no fue obra de los editores. Los editores siguieron, continuaron ¬si quiere, apro-vecharon¬ ese momento, pero nada más. Como dije, publicamos Las armas secretas pensando que quizá vendería-mos mil o dos mil ejemplares. No había ninguna urgencia de presentarlo como un futuro gran escritor argentino.

“Se publicaban las cosas porque llega-ban a las manos de uno. En ese sentido, la labor de un editor, como el caso mío en la Argentina, es la de la persona que está en un sitio determinado en el mo-mento oportuno, y nada más. Se me ha citado en la Argentina no solamente como el padre del boom ¬–una cosa bastante excesiva–¬ sino también como descubridor de García Márquez y Cortá-zar, ¬lo cual también es muy relativo. Cortázar empezaba a escribir pero ya era muy estimado, para editarlo bas-taba una mirada; si esa atención no la pongo yo, la hubiera puesto otro editor tarde o temprano.”

Alguna vez el editor de Cien años de soledad y Rayuela apuntó:

“Rayuela era y es un buen libro y eso es todo lo que a mí me corresponde. Y me sigue correspondiendo como su editor. Ése es mi trabajo.”

Armando Ponce, Proceso

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La Semana Negra de Gijón ha hecho hoy un llamamiento a la "resistencia"

ante las políticas de recortes por la crisis económica,

en la presentación del programa de ac-tividades de la vigésimo sexta edición, que se celebrará del 5 al 14 de julio.

El director del comité organizador, José Luis Paraja, y el responsable de conte-nidos, Ángel de la Calle, han destacado el papel de la Cultura como un elemento transformador de la sociedad y han rei-vindicado la "resistencia" a las medidas que "impone a Europa una Alemania que no gusta".

El Festival celebrará el 25 aniversario de su creación con una programación que le rinde homenaje al movimiento obrero y a los escritores de la extinta República Democrática Alemana y recordará el golpe de estado que derrocó al Gobierno de Salvador Allende en Chile.

Un centenar y medio de escritores de distintos géneros participarán en la vigésimo sexta edición que, por se-gundo año, se celebrará en las instala-ciones de un antiguo astillero junto al mar Cantábrico, que hasta 2003, cuando cesó su producción, fue escena-rio de conflictos laborales.

Los secretarios generales de los sindi-catos UGT, Cándido Méndez, y de CCOO, Ignacio Fernández Toxo, partici-parán en presentaciones de libros y en mesas de debates.

Como todos los años, el viernes a pri-mera hora partirá de la Estación Cha-martín de Madrid el "Tren negro" que traslada a los invitados a la Semana Negra, y cuya llegada a Gijón marca el inicio de la "fiesta".

La Semana Negra es el marco donde se entregan los premios Dashiell Hammet de la Asociación Internacional de Escri-tores Policiacos a la mejor obra del

género publicada este año, el Rodolfo Walsh de relatos de no ficción, El Espartaco de novela histórica, y el Celsius de Ciencia Ficción, entre otros.

En el acto de presentación, la consejera de Cultura del Principado de Asturias, Ana González, ha valorado hoy el parti-cular estilo del festival literario que mezcla "cultura con fiesta" y le ha con-siderado "heredero" de los antiguos ateneos obreros de la Segunda Re-pública.

"La Cultura es algo demasiado serio para constreñirla en esquemas simplis-tas o reducirla a un mero escaparate de celebridades con el que ganar dos mi-nutos en el telediario de la sobremesa", ha dicho la consejera.

Los organizadores han declarado además que "en estos momentos en que la confusión y la banalidad parecen adueñarse del pensamiento, la Semana Negra deja constancia de que siempre estará del lado de los desposeídos y como es norma, mezclando el grito con la reflexión y la fiesta en la calle con la literatura".

El recinto también acogerá las exposi-ciones de cómic e ilustración de Enrique Breccia, de Fotoperiodismo, de la Aso-ciación española de Criminología y de los distintos oficios de la construcción de buques en los astilleros.

Por primera vez, un artista plástico, el español residente en Estados Unidos Félix de la Concha, realizará en Gijón retratos de escritores mientras les en-trevista en público.

EFE, Terra España

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Mi siguiente estación es Guatemala. Es sorprendente que después de tantos días de entrevistas haya periodistas

que aún encuentran algo original que preguntar.

Al final de la entrada anterior comen-taba que iría leyendo libros de escritores jóvenes de cada país que recorra. No pretendo hacer aquí una reseña de ellos, por falta de tiempo, y tampoco sería justo valorarlos en un par de fra-ses. Así que me limitaré a comentar algún aspecto que me llame la atención. En muchos casos dejaré su lectura para cuando esté de regreso en España.

“Una novela debe enganchar desde la primera página, más aún, desde la pri-mera línea”. Hace poco participaba en una discusión en la que se dijo esa frase, que he escuchado varias veces en distintas versiones en los últimos tiem-pos y que me parece más deudora de intereses comerciales que literarios. El mexicano Tryno Maldonado tiene el des-caro de iniciar su novela Teoría de las catástrofes, sin tener en cuenta ese mandamiento que tantos adeptos en-cuentra. La novela me está pareciendo notable por muchos motivos, pero tan solo comento ahora su no sometimiento a los dictados de la comercialidad, pri-vilegio de quien quiere escribir, no ser escritor. ¿Quién dijo aquello de que Fu-lano deseaba tanto ser escritor que es-taba dispuesto a todo, incluso a escri-bir? Maldonado se toma su tiempo, tar-damos en darnos cuenta de los distintos hilos argumentales, desarrolla su histo-ria con precisión y con mimo. No sé, por cierto, qué pensarán del inicio de El hombre sin atributos los defensores de la obligatoriedad de los principios que enganchan.

De la otra escritora joven que me llevo de México, Iliana Vargas, destacaría su cuento Melusina, cuento cruel, oscuro, perverso, poético, hermoso. Última-

mente encuentro sobre todo a mujeres que escriben historias que entrarían bajo el concepto de escritores crueles que desarrollaba en La Ética de la cruel-dad: la propia Iliana, Ariana Harwicz, Sara Mesa…

A un escritor que viaja continuamente le regalan libros. Los editores y, sobre todo, otros escritores. No me refiero a los libros que pides porque te interesan, sino a los que te ofrecen sin tú deman-darlo. Es muy frecuente que escritores que se inician en este duro mundo de la literatura te entreguen su libro, también otros que no han conseguido la difusión que consideran que merecen, los que publican en editoriales que poca gente conoce, incluso en sus propios países. Es siempre una situación incómoda, porque lo es decir “no, gracias” y lo es también aceptar un libro que probable-mente no vas a leer; porque en la ma-leta ya no te cabe nada más, o porque el tiempo es aún más limitado que el espacio en tu maleta; también porque hay decenas de libros que quisieras leer y no lo consigues, y no quieres verte obligado a pasar tu tiempo con libros de los que no sabes nada y a los que solo accedes por la mera casualidad de cru-zarte con su autor. Además, la mayoría de los libros son mediocres, también los publicados en grandes editoriales, no malos, sino sencillamente lugares en los que no necesitarías haberte detenido. No tienes ganas de leer todo lo que cae en tus manos, quieres seleccionar, deci-dir tú mismo…

Pero también sabes que tú estuviste ahí como escritor, es decir, en ningún sitio, en esa nada del autor al que nadie co-noce, con un nombre que nadie re-cuerda, y has visto cómo las miradas de escritores que “han llegado lejos” res-bala sobre ti sin percibirte, como si fue-

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ses una grieta o un accidente insignifi-cante que no les obliga a fijarse en tu presencia. Y por eso no sabes si te da más reparo llevarte ese libro que te ofrecen para luego, en general, no le-erlo –porque no, no hay tiempo para todo-, y quizá dejarlo algo avergonzado en el hotel, o decir “lo siento, pero no puedo llevármelo”. Un libro encierra trabajo, frustraciones, fantasías, el de-seo de ocupar un lugar, de significar algo, y probablemente es más correcto rechazarlo que olvidarlo a propósito o cargar con él como un peso muerto. Pero a veces no consigues esa fortaleza de rechazarlo, no te atreves a frustrar así a quien lo ha escrito.

Hoy un escritor me regala un libro suyo. Poesía. Me horroriza la mayoría de los libros de poesía que me regalan. No hay nada más fácil que escribir un libro de poesía, mucho más que escribir uno de cuentos o una novela –por supuesto, escribir un buen libro de poesía es tan difícil como escribir una buena novela-. Esta vez lo acepto, incómodo, una vez más en esa situación en la que no qui-siera estar. Lo dejo encima de la mesa. Lo imagino olvidado en el hotel cuando me vaya, y también, quizá para tranqui-lizar mi conciencia, que lo recoge la misma mujer de la limpieza que, hace poco, escuchaba un concierto para piano, creo que de Schubert, mientras hacía la habitación. E imagino que lee el primer poema y sonríe. Pero como el siguiente entrevistador tardará un rato en llegar, soy yo quien comienza a hojear el libro. Al menos me gustan los títulos de los poemas: Banca con pareja en un shopping mall; Prostituta mirando un asteroide; Travesti con tacones amarillos. El primer poema habla de la lluvia, y me hace gracia porque la lluvia también me persigue en Guatemala. La primera tarde, en Antigua, cae un cha-

parrón descomunal. De acuerdo, leeré este poema sobre la lluvia.

El poema es éste:

Ángel viendo caer la lluvia todo el mundo transcurre

en la duración de una gota de agua

el tiempo de las brisas leves en el gris silencio

los viajes de pronto abiertos a la sed y a la espuma

las bibliotecas flotando en el asombro

los paraísos sin luz en medio de la rabia

todo estalla en el asfalto

y vuelve a nacer en otra gota que cae

todo es un golpe seco en el rumor

todo es eco o reflejo

todo espasmo

y todo es posible verlo

a través

de su mirada

Me gusta. Me gusta mucho. Sigo le-yendo este hermoso libro de poemas todo el tiempo que puedo. Se titula Los demás, y el autor es Eduardo Villalobos.

A veces ese libro que no querías leer es mejor que ese otro cuya lectura sí con-siderabas necesaria. A veces un libro leído por casualidad es un descubri-miento. Pero no me malentiendan: no quiero que me regalen más libros. De verdad, no me caben en la maleta. No caben en una sola vida.

José Ovejero, El País

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Una mujer construida a imagen y semejanza de Margarita Landi, un periódico de sucesos y la España de la posguerra

son los tres ingredientes que el filólogo Luis García Jambrina, escritor y profesor de la Universidad de Salamanca, ha ali-ñado en su nueva novela, "Tierra de lobos" (Ediciones B).

Después de haber mezclado novela ne-gra e histórica en "El manuscrito de pie-dra" (2008) y "El manuscrito de nieve" (2010), García Jambrina (Zamora, 1960), sus últimas entregas, se ha cen-trado ahora en el primero de esos géneros porque, como lector, "es el que más aprecio", ha afirmado hoy en una entrevista con la Agencia Efe.

"Tierra de lobos" está basado "en una periodista de sucesos que se mueve en un mundo de crímenes", para lo cual ha partido de un personaje "con fuerza, inspirado en la realidad" y que le ha trasladado "a un mundo de lo negro y lo criminal".

La protagonista es Aurora Blanco, pe-riodista del ficticio Crónica de Sucesos e inspirada en Margarita Landi (1918-2004), aquella reportera española que popularizó la información de sucesos, a mediados del siglo XX, en el semanario El Caso.

Este homenaje tiene su origen en una historia familiar del autor, concreta-mente en su abuelo, una persona "fas-cinada con Landi". Todavía recuerda el escritor cuando iba a visitarlo a su casa de Zamora y le contaba noticias que aquella publicaba en El Caso, por lo que ahora ha visto a su propio personaje "con los ojos de mi abuelo".

Aurora Blanco es, por tanto, un "home-naje a las pioneras" como lo fue Marga-rita Landi, a la que García Jambrina ha definido como "una periodista intrépida, muy osada, muy atrevida y muy ágil", una mujer "independiente en un mundo

autoritario, machista, regulado", así como adelantada de "un cierto perio-dismo que vendría después y no el an-quilosado de aquel momento".

Así ha presentado a Aurora Blanco en "En tierra de lobos", una periodista de sucesos en un semanario en el que sólo hay otra mujer, la secretaria, en una redacción "machista"; es un personaje "lleno de contradicciones idealistas que se deja llevar por las emociones, que pone en peligro su vida, su trabajo y las vidas ajenas".

El título del nuevo libro de Luis García Jambrina ha nacido del poema de Clau-dio Rodríguez, "Por tierra de lobos", donde habla "de esta tierra, de esa época, de la miseria moral" de la Es-paña de la posguerra.

Al ser preguntado si la España que aparece en su libro, marzo de 1953, podría equipararse a la actual, Luis García Jambrina ha soltado una risa para asegurar que esas analogías ni las desmiente ni las confirma, "pero sí me parecen interesantes esas lecturas y me parece estupendo que el lector pueda sacarlas", ha matizado.

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"Escribimos sobre el pasado para en-tender mejor nuestro presente, y más cuando es un pasado muy inmediato. Ahora bien, para mí está muy claro que todavía vivimos en ese pasado o que nuestro presente todavía está impregnado de ese pasado", ha aña-dido.

Este escritor, cuando apenas ha co-menzado a recoger el eco inmediato

de su relato, se ha embarcado en nueva una novela histórica, un relato con un par de personajes, "uno real y otro más o menos inventado", aunque sueña con seguir el personaje de Au-rora Blanco enfrentándose "a varios crímenes o hechos trágicos que que-daron sin resolver en la época fran-quista, entre el 53 y el 60".

EFE, Terra España

El pleno del Ayuntamiento de Moguer (Huelva) ha aprobado una propuesta en la que se declara

el próximo 2014 como "Año de Platero",

al cumplirse el centenario de la publi-cación de la gran obra andaluza que elevó a este municipio a la categoría de universal.

A partir de esta declaración, el Ayun-tamiento impulsará fórmulas para el diseño y programación de actos con-memorativos, liderará un programa de actividades e involucrará en el pro-yecto al mayor número de institucio-nes posibles para celebrar el centena-rio de la primera edición de la obra cumbre del Nobel.

En el año 1914 vio la luz la primera edición de la obra del moguereño Juan Ramón Jiménez, 'Platero y yo'.

No es "Platero y yo", como tanto se ha dicho, un libro escrito, sino esco-gido para los niños, y a través de sus páginas, Juan Ramón muestra con gran sutileza las injusticias sociales de la época, en el que junto a la belleza del lenguaje, a los colores y matices de su gente y su paisaje, se añade una crítica precisa de la crisis de un pueblo andaluz de principios de siglo, explica la propuesta.

Traducida a 48 idiomas, además de al esperanto y al braille, la obra ha lle-vado el nombre de Moguer, de sus gentes, de sus calles y de su forma de

vida a todos los rincones del planeta convirtiéndose sin duda en la obra por excelencia de la comunidad local, de su patrimonio y de su identidad.

Por estos motivos, como se afirma en la declaración aprobada por el pleno, corresponde al Ayuntamiento de la localidad y por extensión a todos sus vecinos, rendir justo y merecido homenaje al andaluz más universal y a la leyenda del burrito, "pequeño, peludo y suave", en la conmemora-ción de los cien años de su primera edición.

EFE, Terra España