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COLECCIÓN INVESTIGACIONES SOCIOLOGÍA DEL DESARROLLO: UNA PERSPECTIVA CENTRADA EN EL ACTOR NORMAN LONG . presentación de Guillermo de la Peña Lji Cli:S.U

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COLECCIÓN INVESTIGACIONES

SOCIOLOGÍA DEL DESARROLLO: UNA PERSPECTIVA CENTRADA

EN EL ACTOR

NORMAN LONG .

presentación de Guillermo de la Peña

Lji Cli:S.U

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307.1412 L245s Long, Norman.

Sociología del desarrollo :una perspectiva centrada en el actor/ Norman Long; presentación de Guillermo de la Peña; traducción del inglés: Horada Fajardo, Magdalena Villarreal y Pastora Rodríguez. -México: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social :El Colegio de San Luis, 2007.

504 p.; 16 cm. -(Colección Investigaciones)

Título original: Develppment sociology : actor perspectives. Incluye bibliografía. lndice temático. ISBN 970-762-016-1 (COLSAN) ISBN 968-496-627-X (CIESAS)

l. Desarrollo rural. 2. Desarrollo de la comunidad. 3. Cambio social. 4. Desarrollo económico. 5. Sociología. 6. Glohalízación.l. t. 11 Peña, Guillermo de la, pres. Ill. Fajardo, Horacia, tr. IV. Villarreal, Magdalena, tr. V. Rodríguez, Pastora, tr. VI. Serie.

Título de la obra original: Development Sociology: Actor Perspectives, Routledge, 2001 Todos los derechos reservados: Traducción autorizada de la edición

en lengua inglesa publicada por Routledge, editorial dd Grupo Taylor & Francia. Londres/ Nueva York

Traducción del inglés: Horacia Fajardo, Magdalena Villarreal y Pastora Rodriguez

Diseño de portada: Pablo Lahastida

Primera edición en español: 2007 © N onnan Long © Por la traducción: Horacia Fajardo,

Magdalena Villarreal y Pastora Rodríguez © El Colegio de San Luis

Parque de Macull55 Colinas del Parque San Luis Potosí, S.L.P., 78299

© Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social Hidalgo y Matamoros s/n Col. Tlalpan México, D.F., 14000

ISBN 970-762-0ió-l (COLSAN) ISBN 968-496-627-X (CIESAS)

Impreso y hecho en México

ÍNDICE

Presentación/Guillermo de la Peña Prefacio y reconocimientos . Introducción .......... .

PARTE 1 TEMAS TEÓRICOS Y METODOLÓGICOS

Capítulo 1 Una sociología del desarrollo orientada al actor . Capítulo 2 La desmitificación de la intervención planeada

yelEstado .................. . Capítulo 3 La construcción de un marco conceptual

e interpretativo ............... . Capitulo 4 Encuentros en la interfaz. Discontinuidades sociales

y culturales en el desarrollo y el cambio ...... .

PARTE Il

MERCANTILIZACIÓN, VALORES SOCIALES Y MICROEMPRESAS

Capítulo 5 Mercantilización y cuestiones de valor social

Capítulo 6 Redes de deudas y compromisos: La trascendencia

del dinero y las divisas sociales en las cadenas mercantiles ........................ .

Capítulo 7 Redes, capital social y empresa familiar múltiple.

De lo local a lo global ................. .

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PARTE III

INTERFACES DE CONOCIMIENTO, PODER Y GLOBALIZACIÓN

Capítulo 8 Conocimiento, redes y poder. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 311 Capítulo 9 Dinámicas de las interfaces de conocimiento entre

burócratas y campesinos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 349 Capítulo 10 Globalización y localismo. Recontextualización

del cambio social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 391

APÉNDICE

PIEDRAS ANGULARES DE UNA PERSPECTIVA ORIENTADA

AL ACTOR . . . . . • . . . . . . . . • . . . . . • . . . • . . • . . . . . . . . • 441

BIBLIOGRAFÍA • . . • . . • • . . . . . . • . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . 447

ÍNDICE TEMÁTICO. . . • • • . . . . . . . . . . . . . . . . • • . • . . . . . . . 489

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PRESENTACIÓN

Conocí a Norman Long en 1968. Su primer libro, Social change and the individual [El cambio social y el individuo], acababa de ser publi­cado por la prestigiosa editorial de la Universidad de Manchester, cuya serie de estudios africanistas se situaba en la vanguardia de la antropología británica. Norman era uno de los profesores más jóvenes en el Departamento de Antropología de esa universidad. Ahí, bajo el liderazgo de Max Gluckman, había surgido una escuela de pensamien­to e investigación donde se forjaron algunos de los científicos sociales más brillantes de la época, como Clyde Mitchell, Victor Turner, Peter Worsley, Elizabeth Colson, Ahner Cohen y Arnold L. Epstein, por sólo mencionar algunos nombres. Y empezaba a destacar una nueva

generación, que incluía a Bryan Roberts, Bruce Kapferer, Anthony Cohen, Basil Sansom, Richard Werbner, John y Jean Comaroff y el propio Norman Long. Quienes en esa época fuimos sus estudiantes pudimos apreciar el profesionalismo y la generosidad de todos ellos. Norman era notable por su sencillez e inagotable buen humor. Estas virtudes nunca lo han abandonado.

Habiendo iniciado sus estudios universitarios en los campos de la música y la filosofía, N orman abrazó la disciplina antropológica como estudiante graduado en Manchester. Pronto, en 1963, iniciaría sus in­

vestigaciones en Zambia, con una beca de la Commonwealth británi­ca; asimismo, obtuvo un puesto en el Instituto Rhodes-Livingstone, que continuaba una corriente innovadora de estudios de cambio so­cial, iniciados por Godfrey y Monica Wilson, y llevados adelante por Max Gluckman. Esta corriente rompía con los planteamientos domi­nantes en la antropología estructural-funcionalista. En primer lugar, se interesaba en la historia como una clave de comprensión del presen­te, que a su vez era visto en una perspectiva dinánúca. En segundo lugar, rechazaba el postulado de que el estado normal de las colectivi-

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da des humanas era el equilibrio estable derivado de una estructura de instituciones armónicas. Por el contrario, descubría que el conflicto y

la incompatibilidad de las normas institucionales eran aspectos inhe­rentes a la vida social; por lo mismo, el estudio de los procesos socia­les era tan importante como el estudio de las estructuras. En tercer lugar, planteaba que la historia de los llamados pueblos tribales no podía entenderse más que en el contexto contradictorio de la expan­sión capitalista y el dominio colonial de Europa; en consecuencia, las "sociedades tradicionales" no eran mundos separados ni estancos. En cuarto lugar, estas sociedades, después de la Segunda Guerra Mun­dial, atravesaban procesos de descolonización y se incorporaban a incipientes estados nacionales, que creaban nuevos contextos de alian­

zas y oposiciones. En Zambia, N orman Long decidió sumergirse en una investigación

sobre una región donde el grupo étnico lala experimentaba un múlti­ple proceso de cambio: el gobierno postcolonial había introducido un programa de reparto agrario y tecnificación encaminado a facilitar el surgimiento de granjeros más productivos y mercantilizados; el mer­cado favorecía la aparición de nuevos cultivos, y la Iglesia de los Tes­tigos de Jehová suscitaba conversiones religiosas. Todo esto repercutía

en una transfonnación no sólo de la organización del trabajo sino asi­mismo de los sistemas de parentesco, autoridad y prestigio. En esta situación, Long se interesó en la capacidad de negociación de los indi­viduos~ entendidos como actores sociales: la innovación económica y

social podía justificarse al ser invocadas categorías y valores religiosos que remplazaban a los existentes. La "ética protestante", como lo ha­bía propuesto Weber, se vinculaba a las actitudes y prácticas económi­cas; pero éstas no eran resultado mecánico de aquélla: ocurrían y se condicionaban mutuamente en un complejo escenario de poderes e

ideologías en relación dialéctica. El libro mencionado al comienzo de esta presentación fue uno de

los resultados de los años de trabajo en Zambia, y su título anunció los temas que ocuparían al autor. En la década de 1970 concibió, junto con Bryan Roberts y el antropólogo peruano Carlos Samaniego, un vasto

programa de pesquisas regionales en el Valle de Mantaro~ en la Sierra Central del Perú. De este programa, fecundo en resultados -las tesis de estudiantes graduados de varias nacionalidades, así como numero­sos artículos y libros-, se derivarían dos volúmenes colectivos, coor-

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dinados por Long y Roberts, de influencia perdurable en la investiga­ción sobre el desarrollo en América Latina: Peasant cooperation and capitalist expansion in Central Peru [Cooperación campesina y expan­sión capitalista en el Perú Central] (1978) y Miners, peasants anden­trepreneurs [Mineros, campesinos y empresarios J (1984).

En estos libros se utilizarían ciertos conceptos y métodos caracte­rísticos de la antropología de Manchester: en particular, el concepto de campo social, que examina las interrelaciones entre lo rural y lo urbano, la agricultura y la industria, y la tradición y la modernidad, como aspectos de una misma totalidad analítica, y el método de las redes sociales, que sitúa a los actores sociales no simplemente en es­tructuras normativas sino en un entramado de relaciones interper­sonales que ellos contribuyen a crear y son fuente de recursos y con­dicionamientos. Se abordan otra vez los temas de la intervención estatal, la innovación económica e ideológica y la transformación de los sistemas locales, y además la migración laboral y las asociaciones gremiales. Pero además se introducen planteamientos neomarxistas, como la discusión sobre las oposiciones y alianzas de clase, la articula­ción de modos de producción y las relaciones centro-periferia. El tra­bajo peruano de Norman Long también exploró las implicaciones del

concepto de empresario, introducido por Joseph Schumpeter en las ciencias sociales y ~esarrollado con una perspectiva etnográfica y po­lítica por Fredrik Barth. En su investigación, centrada en la comuni­dad serrana de Matahuasi, el concepto de empresario se une al de campo social y al método de las redes sociales, y permite a Long enten­

der la diversidad de las respuestas personales y colectivas al cambio; el manejo de las normas, símbolos y rituales locales en el contexto de la innovación económica; la capacidad de participación de los produc­tores pueblerinos en los mercados urbanos, e incluso la naturaleza de

las asociaciones de paisanos en la periferia de la ciudad de Lima. Más allá de estas contribuciones -y con base firme en ellas- N orman co­menzó a bosquejar una· concepción propia del desarrollo, que se lan­zaba en contra del reduccionismo economicista que muchas veces ca­racterizaba las visiones tanto de las burocracias internacionales como de los propios académicos. Tal concepción se plasmó en el libro An introduction to the sociology of rural development [Una introducción a la sociología del desarrollo rural] (1977). En él se hacía una revisión crítica de las teorías de la modernización prevalecientes, en cuanto en

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ellas todavía campeaba una idea lineal de la historia unida a presu­

puestos dogmáticos sobre el equilibrio social y la "ideología del logro", basados en interpretaciones simplistas de las tesis weberianas.

En 1972 Norman había aceptado un puesto en la Universidad de Durham (Reino Unido), donde uno de sus interlocutores principales fue Pbilip Abrams -quien moriría prematuramente. Long y Abrams coincidieron en la tesis, sin duda polémica, sobre la inexistencia del Estado como una entidad organizada. Proponían que, en lugar de su­poner la cohesión y racionalidad de una misteriosa estructura norma­tiva guiada por una especie de Gran Hermano invisible, se debían exa­minar las diferentes lógicas de los actores estatales, tanto colectivos (las instituciones) como individuales, con sus inconsistencias y diver­gencias. Esto llevaría a Long a profundizar en una teoría del desarro­llo que no sólo criticaría al estructural-funcionali.smo y a la teoría de la modernización sino también al marxismo dogmático. A partir de 1981, fue nombrado director del Departamento de Sociología Rural de la Universidad de Wageningen, en Holanda, una institución especializa­da en problemas de desarrollo, abordados desde una perspectiva in­terdisciplinaria e internacional. De 1984 a 1990 se convirtió en el líder de un nuevo programa de investigación regional, esta vez en México,

en el sur de Jalisco. Desde la década de 1970, Norman había incursio­nado en temas mexicanistas, en calidad de asesor de proyectos y profe­

sor visitante en CIS-INAH 1 CIESAS. En este nuevo programa se forjaron investigadores como Alberto Arce, Humberto González Chávez, Elsa Guzmán, Monique Nuijten, Gerard Verschoor, Gabriel Torres, Mag­dalena V:tllarreal, Pieter de Vries. A la vez, nuestro personaje recibiría alumnos -literalmente- de los cinco continentes y dirigiría o aseso­raría pesquisas en África Central, China, México, los Andes y Europa. Entre la inmensa producción académica de todos estos proyectos, se

cuentan varios volúmenes que él coordinó; quizás los más conocidos son Encounters at the interface [Encuentros en la interfaz] (1989); Battkfields of knowkdge. The interwcking oftheory and practice in social research and development [Campos de batalla del conocimien­to. La interdependencia de la teoría y la práctica en la investigación

social y el desarrollo J (con Ann Long) (1992). 1

l Otros títulos: Family and work in rural societies. Perspectives in non-~age la­bour [Familia y trabajo en las sociedades rurales. Perspectivas sobre el trabajo no

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Norman Long se retiró oficialmente en 2001. En su discurso de despedida se refirió a la música, su nunca olvidada pasión, y analizó el contexto social donde florecieron los grandes compositores británi­cos del siglo XX. Pero en realidad su trabajo incansable de producción y asesoría de alumnos y proyectos ha continuado. La síntesis de los

esfuerzos y notables logros de su etapa de Wageningen se puede encon­trar en este libro, que hoy se publica en castellano. La obra muestra un nuevo estilo de investigación socio-antropológica en el campo del desarrollo. Sin desechar los conceptos que utilizara en sus trabajos anteriores, Norman acuña dos conceptos clave: orientación al actor, e interfaz. El primero se refiere a la necesidad de entender los procesos de desarrollo en términos de las acciones de los participantes, y no a partir de discursos oficiales o definiciones normativas. El concepto de actor -af'm a la agencia de Giddens y la acción social de Touraine­difiere radicalmente de la visión que el utilitarismo tiene del individuo (aunque no rehúsa examinar las acciones individuales), al incorporar el entorno sociocultural y la mediación de comunidades epistémicas

como comp~nentes esenciales en la definición de situaciones e intereses. La interfaz denota la contingencia de cualesquiera propuestas sobre "cómo debe ser el desarrollo", ya sean públicas (las agencias estatales)

o privadas (las empresas y las ONGs): siempre son mediadas por las percepciones y posibilidades de quienes pretenden aplicarlas, por un lado, y de quienes son objetos de su aplicación, por el otro.

No puedo terminar estas líneas sin hablar personalmente del sig­nificado que ha tenido en la trayectoria vital de muchos seres humanos --en la núa, ciertamente -la amistad y apoyo de Norman y su familia, y en particular de ~u esposa Ann, cuya inteligencia, talento y sensibi­lidad siempre lo han acompañado. Mortunadamente, una parte im­portante de sus vidas hoy transcurre en México. Pero quienes nos pre­

ciamos de conocerlos y estimarlos nos repartimos a lo largo y ancho del planeta.

GUILLERMO DE LA PEÑA CIESAS-Üccidente

asalariado] (1984); The commoditization debate: labour process, strategy and social network [El debate sobre la mercantilización: proceso de trabajo. estrategia y red social] (1986); Anthropology, development and modernities. Exploring discourses, counter-tendencies an.d violence [Antropología, desarrollo y modernidades. Explorar discursos, contra tendencias y violencias] (con Alberto Arce) (2000).

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para las tres A de mi vida, Ann, Alison y Andrew

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PREFACIO Y RECONOCIMIENTOS

Este libro tiene su origen en la idea de Ann Long por conformar una colección en español de mis publicaciones sobre el análisis orientado al actor. Ella ha sido testigo de los problemas que frecuentemente tienen algunos colegas y estudiantes de posgrado latinoamericanos para leer en inglés, y asimismo conoce mi dificultad para disertar en este idioma. En América Latina el interés por mi trabajo ha crecido en los últimos diez años, pero poco se ha traducido al español. Así, fraguó la idea, junto con Magdalena Villarreal, amiga y colega, quien también tenía interés en que se publicara una colección en español para compilar tal volumen. Una motivación adicional era su deseo de presentarme dicha versión como una sorpresa en ocasión de mi jubilación de profesor en Sociología del Desarrollo en Wageningen, al final de 2001.

Sin embargo, al preparar el texto en inglés para su traducción,

para ambas fue obvio que deberían hacer que yo tomara parte en el trabajo. Muchos de los capítulos individuales recomendados para el li­bro por colegas que conocen mi trabajo y por Magda, basada en su experiencia en la enseñanza a estudiantes de posgrado mexicanos, sin duda requerían una buena dosis de reescritura y actualización.

Ellas hahían determinado gran parte de los principales contenidos y la estructura del volumen, pero, claro, obtener una versión en espa­ñol atractiva e informada implicaha la elaboración de un nuevo texto en inglés. De esta manera, me vi involucrado y entusiasmado a traba­jar en la versión en inglés del presente libro. El resto, como se dice, debería haber sido historia. Pero la vida puede dar giros extraños. La empresa se vio interrumpida y casi no llega a ver la luz dado que requerí una ciru~ de corazón hace Wl año. "¡Yo siempre he tenido problemas del corazón!", decía a menudo cuando me preguntaban por mi salud. Pero esta saeta inesperada me impidió terminar la reformu­lación y escritura del libro. De nueva cuenta, debo agradecer a Ann

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no únicamente por sus cuidados hasta que recuperé la salud, durante

lo que fue un periodo emocionalmente extenuante, sino también por animarme a creer que podría terminar el trabajo. Al disfrutar de un periodo de reflexión y de lectura de cuestiones distintas a la sociología del desarrollo -volviendo a mi viejo interés en los compositores "pas­torales" de la primera mitad del siglo XX- podía eludir la terminación del libro. Al final, la realización del manuscrito, como siempre en mi vida y en mi trabajo, se debió en no poca medida al apoyo incondicio­

nal de mi esposa Ann. La tarea resultó mucho mayor de lo que cualquiera de nosotros

anticipó. La corrección de las versiones anteriores y la escritura de los capítulos nuevos requirieron de bastante tiempo y energía que ya no tenía en abundancia. Ann ayudaba y a veces me condujo a enfocarme adecuadamente en el trabajo, cortando partes elaboradas de los tex­tos -a los que me había vuelto aficionado e inevitablemente renuente a desechar-, así como enderezando y puliendo el argumento.

Este libro, sin embargo, representa más que esfuerzos con un fin común, ya que a lo largo de nuestras vidas hemos compartido y desa­rrollado muchos puntos de vista intelectuales y sociales. De hecho, mis ideas han sido moldeadas por las capacidades y experiencias de traba­jo de Ann como psicóloga educativa y editora y traductora de libros.

Y nada de esto es incidental al tipo de propuesta teórica y metodo­lógica que con esfuerzo he tratado de construir. Las perspectivas de orientación al actor, la interfaz y el construccionismo social marcan con claridad un terreno intelectual crítico en el que convergen las vi­siones de la sociología, la antropología y la psicología. Por ejemplo, empecé a trabajar hacia la comprensión de los encuentros de interfaz en momentos en que Ann también se esforzaba día tras día en inter­faces críticas con maestros, con los padres y sus hijos. Es decir, ella

ya había adquirido un entendimiento práctico y teórico de interfaces culturales e institucionales. De hecho, la íntima conexión y conver­gencia de nuestros mundos de vida profesional es, por sí mismo, un ejemplo de cómo operan las interfaces sociales. Al final, ambos he­mos aprendido, aunque no siempre sin tropiezos, muchas cosas sobre cómo construir vidas interconectadas y gratificantes, lo cual es muy importante para la existencia humana, en especial en un mundo don­de la catástrofe personal y social siempre parece estar alú, justo a la

vuelta de la esquina.

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Una serie de preguntas metodológicas y epistemológicas generales

han guiado mi trabajo dnrante los últimos qnince años. Por consi­guiente, este libro no puede verse como un recuento completamen­te redondeado del campo de la sociología de desarrollo. Aborda de manera específica problemas de naturaleza teórica que se vinculan fundamentalmente a preguntas sobre la agencia y la estructura. El libro debe leerse por su afán de obtener un análisis más ajustado a la realidad que nos ayude a entender mejor los tipos de intervenciones del desarrollo y las transformaciones sociales que han caracterizado la segunda mitad del siglo XX en adelante y la era del incremento de la globalización.

Por supuesto, en un libro de esta naturaleza hacen falta muchas áreas sustantivas; entre ellas, género, asuntos medioambientales, ma­nejo de recursos naturales (incluyendo la conservación de la vida sil­vestre) y ayuda humanitaria. Hay también un tratamiento insuficiente de las teorías sobre el Estado y de los modelos locales de gobernan­cia, así como de la ideología y la religión. Asimismo, aunque mencio­nadas, no se profundiza en las identidades culturales en un mundo globalizador donde las fronteras pueden no ser barrera a la circula­ción de capital, trabajo o ideas.

El libro intenta evitar un vocabulario y perspectiva tercermun­dista. Su enfoque abarca situaciones características de las sociedades

más pobres, menos industrializadas, pero no excluye discernimien­to retomado de Europa y Estados Unidos. El énfasis en los contex­tos rurales y el desarrollo rural tampoco excluye situaciones urbanas y más industriales o de alta tecnología. De hecho, sobre todo en la discusión del cambio global/local, resulta imposible esculpir al mun­do de manera polarizada entre los países más ricos y los más pobres, tratándolos como si fueran realidades diferentes. Aunque ciertamente hay desigualdades masivas en todo el planeta y éstas se acentúan cada vez más, para entender la naturaleza compleja y diversa del mundo cambiante debemos hacer lo posible por no pre-establecer fronteras ni contraponer artificialmente lo que se percibe como tipos ideales en extremo contrastantes. De hecho, lo más _sorprendente de la era en que vivimos es, por supuesto, que las fronteras se quebrantan todo el tiempo, y los límites políticos y económicos son constantemente trans­gredidos, como lo evidencia el problema creciente de la migración in­ternacional indocumentada.

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Como espero que este libro demuestre con claridad, nunca ha sido

mi intención promover el análisis orientado al actor como modelo teó­rico cabalmente elaborado o una "caja de herramientas" de métodos y técnicas. De hecho, hacerlo así iría en contra del espíritu de este emprendimiento. En cambio, mi interés ha sido asir conceptualmente las flexibilidades, ambigüedades y la naturaleza socialmente construi­da y autotransformadora de la vida social, y encontrar instrumentos conceptuales para hacerlo. Aunque el libro se enfoca hacia los proce­sos de desarrollo y el cambio social, puede ser útil en otros campos de investigación de la ciencia social y, sin duda, surgen preocupaciones

paralelas en los estudios culturales y las artes. Se ha agregado un apéndice breve para dar a los lectores una

apreciación global del cuerpo principal de conceptos usados en el li­bro y su conexión mutua. La idea es que, al igual que los capítulos, sea utilizado de manera flexible. El lector podrá notar alguna repetición de argumentos y ejemplos en los distintos capítulos. Esto facilitará la

lectura de capítulos de forma independiente al texto en su conjunto. La presente versión en español no hubiera visto la luz sin la ener­

gía que generosamente le invirtió Horacia Fajardo, quien dedicó gran cantidad de tiempo y esfuerzo en su traducción. La tarea no fue fácil, ya que algunos de los textos sufrieron modificaciones en el proceso, lo cual implicó revisiones constantes. Aunque Magdalena Villarreal

ya había traducido cuatro capítulos al español, Horacia se encargó de traducir e incorporar los cambios~ en ocasiones sustanciales, en tres de ellos.l El capítulo 9 fue traducido por Pastora Rodríguez y

Magdalena trabajó intensamente junto conmigo en el cotejo final de la

traducción de todo el libro. Aquí deseo también reconocer y agradecer a mis colegas de Wa­

geningen Alberto Arce, Dirk van Dusseldorp, Jan den Ouden, Paul

Hebinck, Sarah Southwold, Jos Michel, Pieter de Vries, Gerard Ver­schoor y Monique Nuijten, y a muchos de mis alumnos de posgrado pasados y presentes que han contribuido --cada uno a su manera- a poner la sociología de desarrollo rural de Wageningen y el análisis

orientado al actor en el mapa internacional.

1 Magdalena Villarreal tradujo versiones anteriores de los capítulos 5, 8 y 10, ad~más del capítulo 6, el cual permanece intacto.

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Quiero expresar especial gratitud a Jan por leer y comentar gran­

des secciones del libro. Aportó una mirada fresca y a veces crítica al texto y contribuyó con muchas observaciones útiles y desafiantes, así como con sugerencias para mejorar capítulos particulares. A lo largo de mi estancia de veinte años en Wageningen, Jan y yo llegamos a ser colegas cercanos y buenos amigos que tuvimos que arrostrar, hombro con hombro, las sucesivas ondas desestabilizadoras de las reformas administrativas que ·nos impusieron en el nombre del mejoramiento, de la eficacia, la racionalidad y la responsabilidad.

Tengo una deuda con muchos otros colegas y amigos cuyas ideas y trabajo han contribuido allihro. Entre ellos me gustaría hacer men­ción especial de Alberto Arce, quien ha llevado cuestiones del análisis orientado al actor a varios campos de investigación intelectual adya­centes (y algunas veces sorprendentes). En el eje de gran parte de su trabajo se encuentra la centralidad de los procesos de conocimiento en el desarrollo, una posición que comparto con él, como se evidencia en el capítulo 9, escrito por ambos.

Magdalena Villarreal es una amiga cercana y colega. Además de desempeñar un papel importante en la configuración de este libro, du­rante los últimos diez años ha trabajado estrechamente conmigo en los

temas de mercantilización y ~obalización, y en general ha hecho una valiosa contribución al mejoramiento de las perspectivas orientadas al actor. El capítulo 6 fue escrito en coautoría con ella, y el 8 se origina en una publicación conjunta.

Agradezco también a Niels RO:ling y a Cees Leeuwis del Departa­mento de Estudios de Comunicación e Innovación el dinámico interés que han mostrado en mi trabajo. Y finalmente, una palabra especial de agradecimiento dirigida a Jan Douwe van der Ploeg, quien fue miembro de mi grupo y ahora es profesor de Sociología Rural, por

la oportunidad de trabajar con él varios artículos clave y capítulos en libros vinculados con temas de heterogeneidad social, intervención planeada y perspectivas del actor. A lo largo de este libro hago pausas en varias ocasiones para reconocer las importantes y muy estimulan­tes contribuciones que él y su grupo han hecho a la línea de análisis sobre la que trabajo.

El advenimiento de esta edición en español de mi lihro me pro­porciona gran placer, puesto que me permite involucrarme más efec­tivamente con un corpus activo de académicos, estudiantes y agentes

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de cambio latinoamericanos afanados por dar cuenta de las comple­

jidades del desarrollo y la transformación social. Desde que pasé a ser profesor emérito en Wageningen, mi esposa y yo hemos podido permanecer largas temporadas cada año en México. Esto nos ha man­tenido en contacto cercano con nuestros amigos mexicanos y nos ha dado la oportunidad de trabajar cotidianamente con investigadores y estudiantes de posgrado mexicanos. En este sentido, quisiera agra­decer al CIESAS (y de manera particular al CIESAS-Üccidente) y a El Colegio de San Luis por invitarme en varias ocasiones a contribuir en sus seminarios y programas de posgrado. Además, agradezco profun­damente a estas instituciones hacer posible que mi libro sea publicado en español. Estoy también sumamente agradecido con quien ha sido mi amigo desde los días de la Escuela de Manchester, Guillermo de la Peña, porque, a pesar de sus múltiples ocupaciones, encontró tiempo

para bautizar esta nueva edición de mi libro. Adicionalmente, quiero expresar mi agradecimiento a Ernesto

lsunza del CIESAS, tanto por su apoyo entusiasta en la publicación de este libro como por su acertada recomendación sobre la mejor manera de traducir el concepto de interfaz, y a Elsa Guzmán por sus útiles y oportunas sugerencias con respecto a ciertas cuestiones específicas de

traducción. Mi mayor deuda debe ir a dos entusiastas e infatigables amigas

antropólogas -Horacia Fajardo (de El Colegio de San Luis) y Mag­dalena Villarreal (del CIESAS-Occidente )- quienes desde hace tiempo utilizan mi trabajo en sus investigaciones y docencia. Sus esfuerzos

han hecho posible este libro.

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NORMANLONG

Ajijic, México. Octubre 17 del2006

(

INTRODUCCIÓN

A diferencia de otros trabajos generales en el campo de estudío del desarrollo, este libro se enfoca en los fundamentos teóricos y metodoló­gicos de una forma de análisis orientado al actor y a la construcción social, en oposición a los análisis estructurales, institucionales y de economía política. También aspira a mostrar la utilidad de tal enfoque al proporcionar pistas nuevas en áreas decisivas de la investigación em­pírica, que abarcan una variedad de problemas clave del desarrollo: el mercantilismo y los valores de las mercancías, la pequeña empresa y el capital soCial, las interfaces de conocimiento,- redes y poder, las interrelaciones de la globalízación y el localismo, así como las dínámi­cas del díscurso de la política y la intervención planificada. Donde es posible, los argumentos se elaboran con referencia a estudios de casos y materiales empíricos recolectados durante varios periodos de campo en algunas partes de África y América Latina.

Después del llamado impasse en los estudíos del desarrollo en la mi­tad de la década de 1980, hubo gran interés en solucionar las limitacio­nes teóricas y metodológicas de las teorías del desarrollo -estructurales y genéricas- que se apoyaban en varias formas de determinismo, linea­

lidad y hegemonía institucional. Éstas tendían a excluir a las personas, estaban obsesionadas por las condiciones, contextos y "fuerzas impul­

soras" de la vida social, en lugar de estarlo por las prácticas autoorgani­zadoras de quienes habitan, experimentan y transforman los contornos y detalles del paisaje social. Una manera de salir de este callejón, ar­gumenté entonces, era adoptar una perspectiva orientada al actor que explorara cómo los actores sociales ("locales" y "externos" en arenas particulares) se enfrentaban en una serie de batallas entrelazadas, por los recursos, significados, y el control y legitimidad institucional.

Gran parte del fundamento de esto ya se había expuesto concep­tUalmente en varios estudios interaccionistas y fenomenológicos he-

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chura y rehechura de la sociedad mediante las acCiones y percepciones

que sin intermisión transforman un mundo de actores diversos y en­trelazados. Estos procesos emergentes son complejos, a menudo ambi­valentes, y son en extremo contingentes en las condiciones evolutivas de arenas sociales diferentes. Ellos también implican redes de relacio­

nes, recursos y significados en diferentes escalas de organización. Van desde contextos interactivos de pequeña escala, dominios institucio­nales en que las acciones, expectativas y valores se enmarcan y dispu­tan, a escenarios 'más globales que moldean a distancia opciones hu­manas y potencialidades, pero que ellos mismos son los productos de extensas cadenas y repercusiones de acción social y de sus impactos en componentes humanos y no humanos.

El construccionismo social tiene sus raíces en las perspectivas fe­nomenológicas y sociológicas de Manheinn (1963), Berger y Luckman (1967) y Schutz (1967); debe mucho a los estudios interaccionistas sim­bólicos de Goffman (1959, 1961) y a la etnometodologia de Garfinkel (1967). A pesar de las diferencias en los métodos de investigación y el significado teórico atribuido al sentido y a la práctica social, estas tradiciones tienen en común que ven los fenómenos sociales como he­chos de una multiplicidad de realidades emergentes y construidas. En

años recientes, los psicólogos han mostrado un interés creciente en esta perspectiva. Su interés en el lenguaje y la práctica discursiva en la vida cotidiana ha construido puentes con las tradiciones sociológicas y antropológicas (un recuento de ello lo proporciona Burr, 1995). 7 El trabajo de George Kelly, escrito en 1955, ha sido motivador. Él elabo­ró un concepto personal de teoría de la cognición desde la metáfora básica del '"hombre científico" que sin intermisión trata de construir, dar sentido y orden al mundo de la experiencia. Como comentan Sar­bin y Kitsuse (1994:5), si él hubiera usado el concepto de "actor" más

que el de "científico", su trabajo se hubiera conectado de un modo

7 El psicólogo Burr (1995:4) sintetiza así el punto de vista del construccionismo social: "Las continuidades entre personas en el curso de sus vidas diarias se ven como las prácticas durante las cuales se construyen nuestras versiones compartidas de cono­cimiento. Por lo tanto, lo que consideramos como verdad (que con seguridad tiene variaciones históricas y culturales), como por ejemplo nuestras maneras comunes de entender el mundo, no es un producto objetivo de la observación del mundo, sino de los procesos sociales e interacciones en los cuales las pet·sonas se enganchan sin intermisión con el otro".

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directo con las aportaciones de sus contemporáneos sociólogos y es probable que hubiera tenido más influencia en el camino seguido por la psicología. Más recientemente en la psicología, como sugerí antes, el construccionismo social ha llegado a ligarse -tal vez en demasía­con el análisis del papel del discurso y el lenguaje en la construcción de la representación de la vida cotidiana.

Esta afinidad de un enfoque orientado al actor con los principios del construccionismo social en su aplicación en los asuntos del desa­rrollo y el cambio social es reconocida por David Booth como distinti­vo en dos maneras. Él lo explica así: "Un foco de especial interés aquí son las múltiples formas de conocimiento social y sus relaciones con el poder. Otro es la diversidad de resultados de los procesos sociales que resultan visibles una vez que se hace justicia al carácter constructivis­ta y de interactividad de tales procesos" (Booth, 1994: 12).

Sin embargo, a pesar de la concurrencia de puntos de vista en el pensamiento constructivista, algunos prominentes antropólogos socia­les han expresado su rechazo a la noción de "construcción", sea social, sea cultural. Argumentan que esto implica la idea de "planes listos para hacerse" y ""cianotipos" que funcionan como partituras musica­les o guiones (Ingold, 1996:99-146). En contraposición, y basándome en una larga tradición de investigación y pensamiento construccionis­ta, tomo el punto de vista que considera que el construccionismo8 está

8 Por supuesto, el construccionismo social ha ocasionado muchos debates acalo­rados, en especial por asuntos relacionados con la construcción social de la ciencia y la naturaleza. Una postura radical sostiene que el término mismo es redundante, ya que cualquier cosa localizada en un escenario social por necesidad se construye socialmente; aunque los científicos podrían argumentar que pese a que la ciencia se conduce en escenarios sociales y técnicos, sus hallazgos o productos son resultado de la aplicación de principios científicos, no sociales. Se interpone otra dificultad, por­que por desgracia es muy fácil errar cuando se habla de la construcción social como una idea para hacer suposiciones acerca de los componentes sociales y las relaciones reales (por ejemplo, en relación con el género, la delincuencia o los kuarks). Hacking (1999) nota que quienes emplean con frecuencia el término, en especial en los títulos de sus libros, tienen intereses personales, o a cualquier costo están presionando para que se efectúen cambios en las actitudes culturales, arreglos legislativos o socioadmi­nistrativos (por ejemplo, en rt•lación con el abuso infantil o las plantas de generación de energía atómica). La exposición de Hacking es una explicación y una critica amplia y divertida de los argumentos construccionistas. Sin embargo, dice que su interés clave es en los ••reclamos locales" (por ejemplo, afirma que "una gran parte -o la totalidad- de nuestra experiencia vivida, y del mundo en que habitamos, se concibe como socialmente construida" [1999:6]). En otro lugar, también subraya la utilidad

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interesado antes que todo en entender los procesos por los cuales los

actores específicos y redes de actores se comprometen con y coprodu­cen así sus mundos sociales (inter)personales y colectivos. Esto no lo logran sólo retrabajando repertorios culturales existentes o por con­ducta aprendida, sino también mediante las muchas maneras en que

las personas improvisan y experimentan con viejos y nuevos elemen­tos y experiencias, y reaccionan según la situación y con imaginación, con conocimiento de ello o sin él, a las circunstancias que encuentran. Desde aquí, la idea de la construcción social no implica que la gente tenga una visión clara de cómo o sobre qué bases se forman sus per­cepciones de la realidad, o por qué hacen las cosas en primer lugar, o cómo hacer cosas afecta los resultados. Todos nosotros -sabemos que "la vida social siempre es provisional, 'trabajo en progreso'; nunca completada y por consiguiente no construida de cualquier manera fi­nal" (Ellen, 1996:103); aunque esto no significa que las relaciones so­ciales, las estructuras normativas y las prácticas discursivas no están de alguna manera "construidas" o retrospectivamente interpretadas como el resultado de modos coordinados de acción y creencia.

Otro asunto debatido son los papeles que desempeñan el idioma y el discurso en la estructuración de la práctica social cotidiana. El construccionismo social a menudo se ha asociado con estrechez con el uso del discurso o el análisis de la conversación para entender los pro­cesos de interacción y negociación social, la emergencia de relaciones de poder, y la coproducción de conocimiento (véase en Potter y Wetherall, 1987, la interacción de "repertorios interpretativos"; Gergen y Ger­

gen, 1986, en relatos; Fairclough, 1989, análisis de discurso crítico, y Parker, 1992, y Burr, 1995, recuentos del análisis de discurso en psico­logía social). Sin embargo, el discurso nunca depende sólo de la manera

de la noción cuando expone ''cómo se usan las categorías de conocimiento en las re­laciones de poder" (1999:58), y aplaude el libro de Danzinger {1990), Constructing the subject,-una historia construccionista de la psicología experimental que analiza la "construcción" histórica de los "sujetos" psicológicos, los métodos, las instituciones, y un cuerpo de conocimientos.

Después de este vistazo a tantas críticas que pueden atormentar a quienes usan el término construcción social o construccionismo social, quiero dejar claro que a lo largo de este libro uso el término por razohes teóricas y conceptuales, pero también de manera estratégica para retar a ciertas ortodoxias en la investigación y poüticas del desarrollo. Consciente del tedio que causa un uso excesivo del término, he tratado de utilizarlo con moderación.

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en que se despliega el lenguaje en textos, en la charla cotidiana o en la

retórica pública; éste es asimismo manifestado en el comportamiento no verbal, en las expresiones corporales y de los sentimientos, así como en las maneras como la gente relaciona bienes específicos, artefactos y tecnologías que ya vienen, por así decirlo, provistos de significados

sociales y valoraciones particulares. Un tipo de construccionismo so­cial orientado al actor requiere, entonces, que echemos nuestra red en amplitud. No sólo debemos abarcar la práctica social cotidiana y los juegos de lenguaje, sino también las estructuras institucionales en gran escala, recursos del campo, redes de comunicación y apoyos, ideolo­gías colectivas, arenas sociopolíticas de lucha, e incluso las creencias y cosmologías que pueden formar las improvisaciones de los actores, cubriendo comportamientos y acciones sociales planeadas.

De manera paralela a la interpretación equivocada del construc­cionismo, al que se acusa de privilegiar la representación cultural y el poder del lenguaje y el discurso, el análisis orientado al actor no debe ser reducido a la teoría de elección racional o ser criticado por ser "metodológicamente individualista" (por ejemplo, explicando la conducta social en términos de motivaciones, intenciones e intereses individuales). Las personas y sus ambientes (que incluyen a otra gente y marcos institucionales) están constituidos con igual corresponden­cia; más aún, no responden con simpleza a los imperativos de marcos y normas culturales, o a los dictados de discursos dominantes.

Como se inferirá con presteza de la lectura del libro, mi predi­lección descansa en un tipo de análisis del actor que explica cómo se entrecruzan los significados, propósitos y poderes asociados con modos diferenciales de agencia humana para constituir los resultados de formas sociales emergentes. Para seguir e ilustrar este argumento, necesitaré demostrar también que la agencia misma está enmarcada y cercada por varios discursos contracruzados, constricciones institu­cionales y procesos de "objetivación", aunque estos mismos procesos también permiten o promueven ciertos modos de agencia social. Una implicación posterior de ello es la necesidad de cuestionar o decOns­truir ciertas abstracciones convencionales como "estructura social", "intervención planeada", "mercantilismo", "valor de intercambio" y la "hegemonía del Estado", con el fin de reemplazarlas por concep­ciones definidas del actor más matizadas. Asimismo, debemos evitar todas las formas de esencialismo y determinismo que asumen aconte-

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cimientos de simple causa y efecto, o las que están construidas en la noción de leyes "lógicas" o "universales" o ' 4tendencias centrales".

Tales formulaciones corren opuestas a la premisa de la orientación al actor, de que el complejo eslabonamiento de "proyectos" y prácticas de los actores, y sus resultados intencionales e imprevistos,. compone los marcos de acción social habilitadores o constrictores.

El libro está dividido en tres partes. La primera parte aborda asuntos metodológicos y teóricos generales. El primer capítulo otorga los fundamentos teóricos para el enfoque hacia el actor, dando aten­ción especial a las cuestiones de experiencia vivida, agencia, asun­tos de conocimiento y poder, y a la necesidad de construir una teoría desde abajo. De esto sigue una evaluación crítica (capítulo 2) de mode­los y prácticas de las políticas y su implementación. Este capítulo de­safía concepciones ortodoxas respecto a la eficacia de la intervención planeada, y argumenta la necesidad de ver la intervención como un proceso continuo y construido socialmente, que va más allá de los

marcos de tiempo y espacio de los programas. Provee también una breve evaluación de las teorías sobre la intervención del Estado. El

capítulo 3 proporciona un recuento de los conceptos y metodología clave para llevar a cabo la investigación empírica desde una perspec­tiva constructivista del actor social. Una vez delineados los elementos principales para el análisis de la interfaz, el capítulo 4 examina la uti­lidad de éstos para entender tres situaciones de interfaz contrastantes en México.

La segunda parte se dedica a temas relacionados con los procesos mercantiles, valor social, empresarios y empresa en pequeña escala. Comienza con una discusión crítica (capítulo 5) sobre los méritos y de­fectos de los modelos del cambio social por la mercantilización, desta­cando la importancia de la construcción social del valor y el significado dentro de los procesos económicos. El capítulo siguiente (capítulo 6) se refiere a la importancia del dinero y las monedas sociales en las redes transfronterizas, ilustrada en un detallado caso de estudio en México y Estados Unidos. Se analiza un tercer elemento en la segunda parte del capítulo, la naturaleza y las dinámicas de la empresa económica. El capítulo 7 expone un estudio de caso de una empresa familiar múl­tiple de las regiones montañosas de Perú. Muestra cómo el desarrollo o posterior abandono de la empresa se moldean por las redes sociales, las fuentes de información y la organización familiar.

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La tercera parte se dedica a las interfaces de conocimiento, poder

y globalización. El capítulo 8 analiza la ímportancia de los temas de

conocimiento para el desarrollo de la investigación. Destaca la impor­tancia central de las redes sociales, las representaciones sociales y las relaciones de poder al examinar las interfaces de desarrollo. El capí­tulo 9 muestra las interfaces en acto. Analiza un caso de estudio en que se involucran encuentros entre empleados gubernamentales y actores rurales locales. El énfasis está puesto en las interacciones de diferentes mundos de vida y cuerpos de conocimiento, y los dilemas que enfrenta un empleado de campo que es atrapado entre las demandas de sus clientes campesinos y las de sus superiores administrativos. El capítu­lo final (lO) desarrolla una interpretación de los principales rasgos del cambio global al inicio del siglo XXI, enfocándose en los procesos de globalización y de localismos. También identifica las características de la naturaleza cambiante de las relaciones y del espacio global-local, y concluye identificando algunas áreas prioritarias para investigación

futura del desarrollo.

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PARTE! TEMAS TEÓRICOS Y METODOLÓGICOS

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CAPÍTULO l UNA SOCIOLOGÍA DEL DESARROLLO ORIENTADA

ALACTOR1

Este capítulo sienta las bases de' una perspectiva analítica centrada en el actor social sobre la intervención para el desarrollo y el cambio social. Comienza con una breve apreciación crítica del carácter para­digmático de los enfoques estructurales en contraste con los del actor, seguidos por una delineación de sus ventajas teóricas y epistemológi­cas. En la segunda parte del capítulo delineo el debate entre la teoría y

la práctica durante mi trabajo en el Perú y México. Y en la conclusión

vuelvo a los cambios de paradigma y las perspectivas futuras para una sociología de desarrollo revitalizada. 2

1 Este capítulo, revisado para este libro, fue escrito originalmente para la confe­rencia inaugural del congreso Pluraliteit in de Latijns Amerika Studies (Amsterdam, 21 de marzo de 1990), organizado por el Werkgemeenschap van Latijns Amerika en Het Caraihisch Gebied. Después fue publicado por CEDLA (Centre for Lati.n American Research and Documentation). Véase Long, 1990. David Slater (1990) hizo un comen­tario útil sobre el documento en el mismo número de esta revista.

2 Cuando a finales de los 80 escribí la primera versión de este texto, se debatía en vatios medios la crisis de las teorías sociológicas de desarrollo. Lo vivencié en febrero de 1989, cuando di una conferencia sobre "La Continua Interrogación para una So­ciología del Desarrollo Rural", en The Rural Studies Centre, University College, de la Universidad de Londres. Al final de la conferencia se suscitó un acalorado debate en el que varios participantes expresaron su preocupación por ir a la deriva de sus amarres teóricos, y sin posibilidad alguna de recibir ayuda. Uno de los asistentes llegó a sugerir que mi deseo de fundamentar el análisis en los conceptos del actor, en apariencia a costa de la econonúa política, podría con facilidad ser mal leído como un argumento en apoyo de los principios empresariales· del libre mercado. Me fue dificil de comprender todo esto porque para nú los años de la década de 1980 habían sido liberadores, en el mejor sentido del término: las ortodoxias teóricas de varios tipos fueron desafiadas, algunas incluso se desecharon, y se abrieron espitcios para formas más innovadoras e lúbridas de investigar y teorizar. Esto era excitante y no depri­mente o amenazante.

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El mundo paradigmático de la investigación

Al considerar los procesos de ascenso y ocaso de paradigmas no hay

mejor manera de empezar que con el interesante planteamiento de los paradigmas antropológicos en el México posrevolucionario realizado

por Cynthia Hewitt de Alcántara (1982), quien proporciona historias detalladas de escuelas antropológicas de pensamiento y práctica de la

investigación en la vida rural mexicana y los problemas agrarios. Ella

retoma el concepto de paradigma del original trabajo de Kuhn (1962) sobre el carácter y sucesión de paradigmas contrastantes o visiones del

mundo en el desarrollo de la ciencia. Hewitt modifica el escenario uní­

lineal y simple del desarrollo de paradigmas elaborado por Kuhn, Si­

guiendo a Masterman (1970:74) y a Mey (1982:223), ella sugiere que la

ciencia social siempre ha estado compuesta de múltiples paradigmas,

de los cuales ninguno ha conquistado el estatus de teoría central o pa­radigma universal. 3 Aunque durante ciertos periodos algunas teorías

particulares o imágenes de sociedad pueden ser juzgadas más creíbles

que otras, debido al apoyo que reciben de los estudiosos y de las ins­

tituciones académicas, los vientos de cambio están siempre a la vuelta

de la esquina. Esto surge sobre todo porque las teorías sociológicas

generales y las metáforas están enraizadas en epistemologías contras­

tantes o incompatibles; es decir, conciben de modo muy diferente la

naturaleza y la explicación de los fenómenos sociales. No obstante, como demuestra con belleza el estudio de Hewitt,

es posible trazar diacrónicamente el crecimiento y la mengua de los

paradigmas particulares e identificar periodos durante los cuales cier­tas imágenes y tipos de análisis han predominado sobre otros. Pocos

estudiosos desafiarían, por ejemplo, la aseveración de que desde la

3 Como Hewitt, uso el término paradigma de un modo amplio, y no implica fideli­dad a modelos, como en el caso ejemplar de la física y de las ciencias naturales. Ritzer (1975) está de acuerdo con la idea de que la sociología nunca ha sido un campo unifi­cado con un paradigma dominante o una teoría central. Él agrega que la sociología se conforma por paradigmas múltiples que .. están comprometidos con esfuerzos políticos para ganar hegemonía dentro de la disciplina como un todo, así como, a la larga, en cada rama de la sociología" (1975: 12). Distingue tres paradigmas principales: el de los "hechos sociales" que deriva de la teoría de Durkheim; el de la "definición social", construido en el enfoque de la acción social de Weber, y el del "comportamiento so­cial" que aplica a los principios de la sicología conductual y a los temas f!ociológicos.

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Segunda Guerra Mundial los debates e interpretaciones sobre el desa­

rrollo han versado sobre las perspectivas basadas en el concepto de mo­

dernización (en los años 50), el de dependencia (en los 60),. econonúa

política (en los 70) y en alguna clase de un mal definido posmodernis­mo (de los 80 en adelante). Esta fase posmooernista es definida por

muchos -aun por ciertos marxistas estructurales obstinados- como la deconstrucción de ortodoxias previas,4 o incluso quizá como una

forma de agnosticisino teórico que algunos estudiosos considerarían

que linda con el empirismo.5

Un vistazo a la extensa literatura de la posguerra sobre el desa­

rrollo y el cambio social deja ver de inmediato una nítida división en­

tre trabajos que utilizan agregados o estructuras y tendencias en gran escala (a menudo definidas como macro), y por otra parte estudios

que caracterizan la naturaleza de los cambios en unidades operantes

o actuantes (a menudo definidas como micro). 6 Por lo general, los pri­meros encuadran sus análisis en conceptos provenientes de la teoría

de la modernización, o adoptan una perspectiva estructural o institu­

cional basada en alguna variedad de análisis político económico. Los

últimos, en tanto que también pueden resaltar dimensiones relevantes

para estas mismas teorías generales,~ es más probable que proporcio­

nen recuentos detallados de respuestas diferenciales a las condiciones

estructurales y que exploren las estrategias de sustento y las disposi-

4 Varios documentos han revelado grandes debilidades conceptuales en la co­rriente principal de la sociología del desarrollo. Véase, por ejemplo, Booth (1985), Fo•ter-Carter (1987), Long (1984, 1986) y Mouzelis (1988).

s Bernstein (1986:19), por ejemplo, considera que es materia de "investigación concreta" el entendimiento de las variaciones en los patrones de mercantilización, y por consiguiente no es intrínseco al desarrollo de una teorla más adecuada de mer­cantilización. Esto parece errado, ya que tal teoría también debe dirigirse a tratar la variación estructural.

6 Esta distinción simple entre lo macro y lo micro a menudo nubla un número de dimensiones y temas importantes. Por ejemplo, la diferencia entre formas ''agre­gadas" basadas en números, tiempos y espacios, y estructuras "emergentes" que en parte derivan de consecuencias imprevistas de la acción social. También es necesario reconocer que los procesos y elementos llamados macro están enclavados en las mi­crosituaciones de la vida social cotidiana. Para entenderlo se necesita "desglosar" las metáforas macrosociológicas, tales como la noción de "centralización del Estado" o "mercantilización" para revelar con precisión cómo moldean las vidas de individuos y grupos sociales particulares. Para profundizar en estos puntos, véase Collins (1981), Knorr-Cetina (1981), Gidden• (1984,132-144) y Long (1989,226-231).

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ciones culturales de los actores sociales involucrados. En cierto nivel,

esta diferencia en el análisis coincide en términos generales con la di­visión entre la economía, las ciencias políticas y la macrosociología, frente a la antropología y la historia, o con más precisión, entre es­tudiosos interestados en comprobar nwdelos estructurales generales

y quienes buscan describir las maneras en que la gente maneja los dilemas de su vida cotidiana. Por supuesto, algunos estudios notables han logrado combinar estos niveles con éxito razonable, pero han sido relativamente pocos. 7 La razón principal de la dificultad para integrar las perspectivas estructurales y las del actor es que sus postulados teó­ricos y epistemológicos divergen, pero esto no significa que sea imposi­ble combinarlas dentro de un solo marco de análisis.

La convergencia de modelos estructurales de desarrollo

A pesar de diferencias obvias en ideología y vestimentas teóricas, has­ta hace poco, dos modelos estructuralistas han ocupado la escena cen­tral en la sociología del desarrollo: la teoría de la modernización y la economía política. Y las dos evidencian ciertas similitudes paradigmá­

ticas, al tiempo que comparten debilidades analíticas. La teoría de la modernización plantea el desarrollo de la socie­

dad "moderna" como un movimiento progresivo hacia formas más complejas e integradas desde el punto de vista tecnológico e institu­cional. Este proceso es activado y mantenido mediante la paulatina y

creciente inserción en los mercados de mercancías y en una serie de intervenciones que involucran la transferencia de tecnología, conoci­miento, recursos y formas de organización del mundo más "desarro­llado" o sector de un país hacia las partes menos "desarrolladas". De

esta manera, la sociedad ~'tradicional" es impulsada hacia el mundo moderno, y poco a poco sus patrones económicos y sociales adquieren los instrumentos de "la modernidad", aunque no sin sobresaltos insti-

7 Los siguientes estudios, por mencionar unos pocos de mis favoritos, se sostienen como particularmente buenos al respecto: Pahl (1984), Moore (1986). Larson (1988), and Smith (1989). Mi propio trabajo con Bryan Roberts (Long y Roberts 1978 y 1984) intenta hacer lo mismo.

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tucionales (es decir, lo que a menudo ha sido denominado "obstáculos

sociales y culturales al cambio"). Por otro lado, las teorías marxista y neomarxistas de la economía

política acentúan la naturaleza explotadora de estos procesos para au­me~tar el nivel de extracción de plusvalía y la acumulación de capital,

y los atribuyen a la tendencia expansionista inherente al capitalismo mundial y a su necesidad constante de abrir nuevos mercados. Aquí la imagen es la de intereses capitalistas, extranjeros y nacionales, que subordinan (y probablemente a la larga minan) los modos y relaciones de producción no capitalistas, y los integran en un tejido desigual de relaciones económicas y políticas. Aunque han variado las coyunturas y el grado de integrilción de los países a la economía política mundial, el resultado es estructuralmente similar. Son obligados a unirse a la ~'hermandad de naciones" en condiciones no determinadas por ellos,

sino por sus "socios" más adinerados y poderosos en el terreno políti­co. Pese a que este tipo de teoría involucra una variedad de escuelas de pensamiento, en esencia el mensaje central permanece inalterado; a saber, que los patrones de desarrollo y subdesarrollo son mejor ex­plicados por un modelo genérico de desarrollo capitalista de escala

mundial.8

Estas dos macroperspectivas representan posiciones ideológicas opuestas; la primera se adhiere al punto de vista llamado "liberal", creyendo en última instancia en los beneficios del gradualísmo y del efecto "goteo". La segunda toma una posición ~~radical". partiendo de una visión del desarrollo como un proceso inherentemente desigual que

8 Aquí estoy recorriendo rápidamente las complejidades involucradas en las di­ferenciaciones entre las distintas posiciones estructuralistas, de la dependencia y neo­marxistas. América Latina es un caso especialmente interesante, ya que a partir de los inicios de los cincuenta ha fertilizado una rica tradición "indígena" de teoría del desarrollo. Ésta incluye la escuela estructuralista de Prebisch y otros que desafiaron a los teóricos de la economía neoclásica, varios escritores de la dependencia (reformis­tas y marxistas), así como a los marxistas más ortodoxos. De hecho, como dice Kay (1989: 126), quien estudió y presentó la literatura de la dependencia -sin tocar el resto--, ""es como confrontarse con una Torre de Babel. Cualquier esfuerzo por hacer un relato justo está cargado de dificultades, como si uno se viera obligado a ser selec­tivo respecto tanto a los temas como a los autores". El libro de Kay, Latin American Theories of Development and Underdevelopment (1989), ofrece un relato completo de este trabajo "desde la periferia", y muestra cómo se interrelacionan la teoría y la política.

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involucra la explotación continua de las sociedades de la "periferia'~ y de las poblaciones "marginadas". Sin embargo, en otro nivel, los dos modelos son similares puesto que ambos ven el desarrollo y el cambio

social como emanación de los centros de poder externos mediante las intervenciones de los cuerpos estatales o internacionales. Se conside­ra que siguen un camino determinado de desarrollo, señalizado por etapas o por la sucesión de regímenes diferentes del capitalismo. Las llamadas fuerzas extemas encapsulan las vidas de las personas; así re­ducen su autonomía y al final minan formas locales o endógenas de co­operación y solidaridad, lo que da por resultado un incremento de la diferenciación socioeconómica y un mayor control centralizado por poderosos grupos económicos y políticos, instituciones y empresas. En este sentido no parece tener mucha importancia si la hegemonía del Estado está basada en una ideología capitalista o en una socialista, puesto que ambas implican tendencias hacia el incremento de la incor­poración y la centralización.

Por consiguiente, inscritos en ambos modelos encontramos posi­ciones deterministas, lineales y externalistas del cambio social.9 Mis recapitulaciones de sus puntos de vista qtúzá simplifican y caricaturi­zan sus argumentos, pero considero que una lectura cuidadosa de la literatura apoyarla la conclusión de que de hecho comparten un con­junto común de creencias paradigmáticas. Este argumento se sostiene también en la existencia de supuestos similares que apuntalan los en­foques del desarrollQ agrario sobre la hase de la comercialización (es decir, la modernización) y la mercantilización (véase Van der Geest, 1988, y Long y Van der Ploeg, 1988).

9 Sin duda, esto será visto por algunos como una declaración imprudente y ter­minante, ya que pueden dtarse algunos trabajos que evitan por lo menos alguna~ de estas limitaciones. Por ejemplo, los mejores estudios neomarxistas o de la dependen­cia acentúan la importancia de patrones internos de explotación y relaciones étnicas o de clase, prestan atención a procesos históricos reales (en lugar de idealizados), e intentan evitar formulaciones funcionalistas o deterministas. Sin embargo, hechas tales advertencias, creo que el cuadro general permanece como lo he descrito. Este punto de vista se apoya en la favorable valoración crítica del análisis de la teoría de la dependencia hecha por Kay (1989:194-6), quien enfatiza su ••sobredetenninación de lo externo", su ""distorsionado cuadro histórico de las condiciones del periodo de predependencia" y su tratamiento insuficiente de "las causas internas del subdesarro­llo". Véase Long (1977a:9-104) para una documentación detallada de las diferencias y similitudes del modelo de modernización y del analisis neomarxista.

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Breve revisión de análisis estructurales recientes

En tanto que las limitaciones de estos modelos estructurales iniciales

--sobre todo su incapacidad de explicar adecuadamente las causas y

dinámicas de la heterogeneidad social- son ahora reconocidas en ex­tenso tanto por sociólogos como por economistas políticos, gran parte de la teoría social actual permanece casada con el universalismo, la linealidad y las oposiciones binarias (Alexander, 1995:6-64). Esto no sólo se observa en el análisis de los procesos de desarrollo (véase en el capítulo 2 una crítica detallada de las nociones de intervención pla­neada), sino también, de modo más general, en las interpretaciones teóricas del cambio sociocultural contemporáneo (véase el capítulo 10). Por ejemplo, muchos autores en el posmodernismo sucumben a la teoría de "las etapas de la historia" cuando escriben sobre la tran­sición de formas de producción "fordistas" a "posfordistas" (es decir, de la producción e:h masa a la especialización flexible) como si fuera un proceso unidireccional simple en sintonía con otros cambios socio­culturales. Aquí está implícita una visión caracteristica ideal de lo que significa ser posmoderno. Un ejemplo de esta visión es la manera en que Don Slater (1997:174-209) usa una lente del posmodernismo para

mirar los "tiempos nuevos" que estamos viviendo. La interpretación de Slater gira en torno a la dudosa suposición de que el movimien­

to hacia los patrones posfordistas de organización es congruente con otras dimensiones y representaciones del cambio, como el cambio de modos organizados a desorganizados del capitalismo, del valor de in­tercambio mercantil a la importancia creciente del 4'valor del signo", y de identidades sociales basadas en el criterio de trabajo y ciudadanía a las basadas en los estilos de vida globales. 10 Nos preguntamos si en este nivel de abstracción las complejidades. empíricas y las diversidades de la vida contemporánea pueden ser abordadas de manera adecuada.

Lo que claramente se pierde aquí es el esfuerzo por analizar a fondo las maneras intrincadas y variadas en que las viejas y nuevas formas de producción, consumo, sustento e identidad se entrelazan y

generan modelos heterogéneos de cambio económico y cultural. Dos

10 Slater hace una sucinta revisión y presentación global de varios textos con­temporáneos importantes (por ejemplo, Baudrillard, 1981; Lash y Urry, 1987; Hall y Jacques, 1989).

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intentos diferentes, aunque a la·vez desafiantes, de ofrecer tal mar­

co analítico es la reconceptuación de los cambios rurales en el Reino Unido (Constructing the Countryside) de Marsden y colaboradores (1993), y el análisis de Smith (1999:131-191) de los procesos de rees­tructuración socioeconómica en las regiones de España e Italia, en su libro Confronting the Present.

Otros teóricos contemporáneos se han dedicado a reformular el análisis estructural para incluir acontecimientos más explícitos de la globalización. Por ejemplo, Preston (1996:273-293) distingne tres vías para teorizar el sistema global: l) un posmodernismo orientado al mercado~ basado en el conocimiento y en el punto de vista de consumo global/estilos de vida; 2) mediante la aplicación de la teoría marxista de la dependencia para explicar los cambios en los modelos globales de capitalismo y los cambios en el destino de bloques particulares de po­der económico y político (como el hundimiento del sistema soviético y el surgimiento de las vicisitudes posteriores en los países asiáticos

orientales), y 3) mediante un esfuerzo por hacer nuevas interpreta­ciones del cambio estructural por medio de la identificación de lo que Preston designa '~una lógica de interdependencia global siempre ma­

yor'' entre grupos que ocupan nichos específicos en la escena global y que intentan identificar problemas comunes (como los relacionados con el medio ambiente global y asuntos comerciales mundiales), y que ejercen presión para el establecimiento de acuerdos globales negocia­dos y estructuras reguladoras (Preston, 1996:292).

Por otro lado, otros estudiosos se han preocupado por la '~declina­

ción de la coherencia de lo nacional [ ... ] de las economías nacionales y de los Estados reguladores nacionales" (Buttel, 1994:14). Los defen­sores de esta postura analítica sostienen que los nuevos "regímenes de acumulación" y "modos de regulación" son generados cuando las con­

tradicciones internas, los desarrollos tecnológicos y la economía políti­ca global amenazan las estructuras institucionales locales y nacionales, así como la viabilidad del orden económico y politico que prevalece. En estas situaciones críticas -argumentan- se desarrollan nuevos modos de organizar la acumulación de capital y la reproducción social. 11

ll Véase en Janvry (1981) un análisis temprano de cómo el Estado (apuntalado por .. los intereses de la clase dominante") establece reformas en sus políticas de desa­rrollo para resolver la crisis de acumulación de capital.

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Como afirman varios autores (por ejemplo, Jessop, 1988:151, y Gouveria, 1997), estos procesos de reestructuración no deben ob­servarse como desligados de la acción social, ya que son producto de

luchas sociales pasadas y presentes. Cabe mencionar que los prota­gonistas identificados en estas luchas son aquellos que representan naciones-Estado individuales y organismos trasnacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial o la Organi­

zación Mundial del Comercio ( OMC). Estos últimos tipos de actores ins­titucionales buscan ordenar la economía global y manejar cualquier turbulencia que pueda presentarse. Al hacerlo intentan dirigir las po­líticas gubernamentales nacionales fuera del "proyecto desarrollista" del pasado hacia un régimen económico neoliberal más robusto (véase un recuento completo de este proceso en McMichael, 1994).12 Por su­puesto, tal perspectiva no presta suficiente atención a la multiplicidad de actores sociales e intereses que participan en la reestructuración de tales procesos. Ni aprecia hasta qué punto, en ciertas circunstancias,

los actores etiquetados como menos poderosos pueden hacer oír sus voces y cambiar de manera drástica el curso de eventos, como se evi­denció en el encuentro de la OMC en 1999, en Seattle, cuando cientos de personas tomaron las calles y con éxito obstaculizaron la acepta­

ción inequívoca de la asamblea del principio del libre comercio. La apreciación de Preston del análisis estructural lo lleva a una

conclusión sinúlar: lo que necesitamos es dejar atrás las explicaciones estructurales en favor de un análisis enfocado en el agente o actor. Aquí es donde su argnmento (Preston, 1996:301-303) coincide con mi insistente defensa de tal perspectiva (Long, 1977, 1984 y 1992). La pró­xima sección expone las implicaciones de tal cambio teórico.

Un enfoque orientado al actor

En la sociología del desarrollo siempre ha habido una especie de con­trapunto al análisis estructural, aunque no se hubiera explicitado cla-

l:l Véase también en Mouzelis (1993) un recuento teórico de la noción de actores institucionales macro; en Lockie (1996) una valoración crítica del estructurali.smo glo­bal; y en Goodman y Watts (1997) una reevaluación de los enfoques teóricos a las redes agroalimentarias globales.

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ramente en la literatura sobre el tema sino hasta relativamente tarde

en el siglo XX. Esto es lo que he llamado el enfoque orientado al actor. Este interés en los actores sociales se nutre (de modo explícito o implí­cito) en la convicción de que es poco satisfactorio basar el análisis en el concepto de determinación externa, aunque puede ser verdad que importantes cambios estructurales son resultado del efecto de fuerzas externas (debido a la invasión del mercado, Estado o cuerpos inter­nacionales). Todas las formas de intervención externa se introducen necesariamente en los modos de vida de los individuos y grupos so­ciales afectados, y de esta manera son mediadas y transformadas por estos mismos actores y sus estructuras. Asimismo, sólo es posible que fuerzas sociales "remotas" y en gran escala alteren las oportunida­

des de vida y la conducta de individuos porque toman forma, de un modo directo o indirecto, en las experiencias de la vida cotidiana y las percepciones de los individuos y grupos implicados. Así, como James Scott (1985:2) expresa:

Sólo al capturar la experiencia en su pl~nitud podremos decir algo

significativo acerca de cómo un sistema económico dado influye en aquellos que lo constituyen y mantienen o lo reemplazan. Y, claro, si esto es verdad para el campesinado o el proletariado, es verdad para la burguesía, la pequeña burguesía, e incluso para el lumpenproletariado.

Por lo tanto, para comprender el cambio social es necesaria una

propuesta más dinámica que enfatice Ia interacción y determinación mutua de los factores y relaciones "internos" y "externos", 13 y que re­conozca el papel central desempeñado por la acción humana y la con­ciencia. Una manera de hacerlo es mediante la utilización de análisis

orientados al actor, los cuales tuvieron popularidad en la sociología y antropología alrededor de finales de la década de los 60 y principios de los 70. Estas propuestas van desde los modelos transaccionales y

13 Aunque quizá se debería evitar la referencia a factores "externos" e ·~inter­nos", es difícil desechar por completo tal visión dicotómica de nuestra conceptuación cuando se discute la "intervención", dado que la misma intervención descansa eri este tipo de distinción. Para profundizar en este asunto, véase Long y Van der Ploeg (1989) y el capítulo 2 de este libro.

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toma de decisiones hasta el interaccionismo simbólico y análisis feno­

menológico. Una ventaja del enfoque centrado en el actor es que se empieza

con el interés de explicar las respuestas diferenciales a circunstancias estructurales similares, aun cuando las condiciones parezcan más o

menos homogéneas. Así se asume que los modelos diferenciales que aparecen son en parte creación colectiva de los actores mismos. Sin embargo, los actores sociales no deben figurar como simples catego­rías sociales incorpóreas (basadas en la clase o algún o,tro criterio clasificatorio), o destinatarios pasivos de la intervención, sino como participantes activos que reciben e interpretan información y diseñan estrategias en sus relaciones con los diversos actores locales, así como con las instituciones externas y su personal. Las sendas precisas del cambio y su importancia para los implicados no pueden imponerse desde fuera, ni pueden explicarse por los mecanismos de alguna lógica estructural inexorable, como está implícito en el modelo de '~periferia desarticulada"14 de De Janvry (1981). Los diferentes modelos de orga­nización social emergen como resultado de las interacciones, negocia­ciones y forcejeos sociales que tienen lugar entre varios tipos de actor, no sólo de los actores presentes en ciertos encuentros cara a cara, sino también de los ausentes que, no obstante, influyen en la situación, y

por ello afectan las acciones y los resultados. Habiendo dicho esto, sin embargo, es necesario subrayar las limi­

taciones de varios Planteamientos orientados al actor promovidos en los 60 y 70, en especial por antropólogos (véase Long, 1977: 105-43). En un esfuerzo por combatir puntos de vista culturalistas y estructuralis­tas simples sobre el cambio social, estos estudios se concentraron en la conducta innovadora de empresarios e intermediarios económicos, en los procesos de toma de decisiones individuales o en las maneras en

que los individuos movilizaban recursos mediante la construcción de redes sociales (véase el capítulo 7). Pero muchos de estos estudios no llegaron lejos debido a la tendencia a adoptar un punto de vista vo­luntarista de la toma de decisiones y a enfatizar la naturaleza transac-

14 Para un conocimiento más amplio de la postura crítica de la ~~lógica del capital" en el enfoque de De J anvry y su argumento de que el Estado actúa como un instru­mento para resolver las crisis de acumulación capitalista, véase Long (1988: 108-114) y el capítulo 2 de este libro.

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cional de las estrategias del actor, por lo que prestaban insuficiente atención al modo en que las opciones individuales están influidas por marcos más amplios de significado y acción (es decir, por las dispo­siciones culturales, o lo que Bourdieu [1981: 305]11ama el habitus o "historia encarnada", y por la distribución del poder y recursos en la

arena más amplia). Y algunos estudios tropezaron cuando adoptaron un extremado individualismo metodológico que buscaba explicar, en primer lugar, la conducta social con base en motivaciones, intenciones e intereses individuales.IS

Otro tipo de investigación orientada al actor (la cual tiende a pre­valecer entre científicos, políticos y economistas, pero que también

fue adoptada por algunos antropólogos económicos como Schneider (1974), es aquella que utiliza un modelo generalizado de elección ra­cional basado en un número limitado de axiomas, tales como la max:i­

mización de preferencias o de utilidad. En tanto que los tipos de análi­sis del actor mencionados anteriormente tendían a tratar la vida social y en especial el cambio social como reducible en esencia a las acciones constitutivas de los individuos, el enfoque de la elección racional pro­pone un modelo "universal" cuyos "rasgos centrales codifican las pro­

piedades fundamentales de la conducta humana" (Gudeman, 1986:31, critica este enfoque). 16 Por supuesto, la objeción principal a éste es que ofrece un modelo occidental etnocéntrico de conducta social ba­sado en el individualismo del "hombre utilitario" que sin ningún tacto ignora las especificidades de la cultura y el contexto.

La impcrtancia central de empezar desde la experiencia vivida

En contraste con estos tipos de perspectivas del actor, Unni Wikan

(1990) hace una interpretación fascinante de la práctica social cotidia­na balinesa. Su etnografia es notable por la manera en que desenmas­cara las convenciones y artilugios de despliegues culturales públicos y actuaciones rituales balineses -tan a menudo objeto de interés an-

lS Esta posición ha sido criticada con mordacidad, sobre todo por los escritores marxistas (véase Alavi, 1973; y Foster-Carter, 1978:244).

16 Véase Coleman, 1990 y 1994; Elster,1985, 1986 y 1989, para profundizar en dos de las aplicaciones más consistentes de la teoría de la elección racional en la sociología.

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tropológico-- para revelar un rico y versátil repertorio de maneras de enfrentar las crisis, penalidades y los sinsabores de la vida diaria. Ella dice que si "esta naturaleza compuesta y compleja del orden social no es también representada en nuestros relatos antropológicos, nos

arriesgamos a retratar a los balineses como absortos en espectáculos públicos, como personas sin corazones y sin preocupaciones persona­les obligativas" (Wikan, 1990:35).

La misma observación crítica es pertinente para teoría del desarro­

llo, donde también necesitamos ver detrás de los mitos, modelos y poses de la política del desarrollo e instituciones, así como de las valoracio­nes de la cultura local y el conocimiento para develar ''los detalles de lo vivido en los mundos de la gente". Es decir, necesitamos documen­tar las maneras en que las personas dirigen o enredan sus caminos en sucesivos escenarios difíciles, convirtiendo lo malo en circunstancias menos malas. Como Wright Milis (1953) comentó una vez en un contex­to ligeramente diferente, la explicación sociológica requiere dirigirse tanto a "preocupaciones públicas" como a "dilemas privados".

La ventaja de un enfoque centrado en el actor es que pretende asir con precisión estos temas mediante un entendimiento etnográfico

sistemático de la "vida social" de los proyectos de desarrollo -desde su concepción hasta su realización-, así como de las respuestas y ex­periencias vividas de los actores sociales localizados y afectados [con diversidad] (eJ. la formulación similar de Olivier de Sardan, 1995:50-54). Los elementos centrales de este esfuerzo etnográfico tienen el fin de dilucidar las estrategias generadas en lo interior y los procesos de cambio, los eslabones entre los pequeños mundos de los actores locales y los fenómenos globales y actores en gran escala, y el papel decisivo desempeñado por fOrmas diversas y a menudo contradictorias de ac­ción humana y conciencia social en la fabricación del desarrollo.

Preocupaciones personales apremiantes y el hombre de paja del individualismo metodológico

Mientras que la mayoría de los escritores se esfuerzan por respon­der preguntas de intervención en el desarrollo y los cambiantes modos de sustento, reconocen la importancia de lo descrito por Wikan como ~~preocupaciones personales apremiantes", éstas se traducen a menudo

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en declaraciones estructurales simples sobre las vulnerabilidades de las "clases bajas" y los pagos del "adinerado" o "favorecido~', o al­ternativamente se arrojan al modelo conductual de elección racional basado en axiomas universales, como la maximización de preferencias de utilidad y el principio de intencionalidad estratégica. Ninguna for­

mulación concuerda de modo satisfactorio con las amplias implicacio­nes de los conceptos de la experiencia vivida, los modos de sustento y las prácticas sociales cotidianas del análisis orientado al actor. Este asunto se agrava cuando varios comentaristas acusan a los investiga­dores orientados al actor de centrar demasiado sus explicaciones en la agencia y la racionalidad instrumental de los individuos (por ejemplo, véase Alavi, 1973; Harriss, 1982; V ancla y, 1994; y Gould, 1997).

Como un rechazo a estas críticas, Lockie (1996:45-46), quien sin­tetiza adecuadamente mi posición, defiende:

Aunque pienso que sería justo decir que los estudios nutridos por la perspectiva del actor tienden a enfatizar la racionalidad dis­cursiva de los actores a costa de la conciencia práctica, teórica­mente no pienso que esta aserción sea tma crítica justificable. La racionalidad no es, de acuerdo con Long (1992), una propiedad de individuos, sino que es seleccionada del ahnacén de discursos disponibles que forman parte del entorno cultural de la práctica social. Refiriéndose de nuevo a la construcción de agencia, se si­gue que las concepciones de racionalidad, el poder y conocimiento también son culturalmente variables, y no pueden ser separadas de las prácticas sociales de los actores.

Como esta cita subraya, los conceptos orientados al actor aspi­ran a encontrar espacio para una multiplicidad de racionalidades,

deseos, capacidades y prácticas~ incluyendo, claro, los asociados con varios modos de instrumentalismo. La importancia relativa de estas diversas ideas, sentimientos y maneras de actuar para dar forma a las componendas sociales y para provocar el cambio sólo puede evaluarse en un contexto único, y dependerá de una multitud de componentes interconectados de recursos sociales, culturales y técnicos. La comple­jidad y el dinamismo implicados en ello reclaman metodologías de la investigación (véase el capítulo 3) cuyo alcance vaya más allá del inte­raccionismo simple o modos individualistas de pregunta y respuesta.

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Entonces, por estas razones está desorientada la acusación de "in­dividualismo metodológico", que busca estudiar y explicar los fenóme­nos sociales mediante el entendimiento de las motivaciones de indivi­duos, intenciones e intereses. Es decir, su función no es sino la de un hombre de paja para todos esos teóricos que desean culpar al análisis

del actor por prestar demasiada atención a los predicamentos cotidia­nos, subjetividades y trayectorias sociales de los actores individuales que constituyen el tejido de la vida social en cooperación o conflicto con otras personas actuantes.

Agencia, conocimiento y poder

En 1977 publiqué An lntroduction to the Sociology of Rural Develop­ment. En ese momento la sociología de desarrollo estaba en un cruce de caminos teórico, y no se podía estar seguro de la dirección que tomaría el análisis y el debate. Un motivo importante para escribir el libro fue incitar una discusión más abierta entre los estudiosos de diferentes convicciones teóricas y argumentar a favor de la combinación de los enfoques en el actor y los histórico-estructurales. Desde entonces han pasado muchas cosas que han abierto el espacio a la consideración de los temas y perspectivas del actor, incluyendo el auge repentino de es­critos posmodernistas y la emergencia de formas posestructuralistas de economía política menos doctrinarias (ahora etiquetada a veces como "la nueva econonúa política"). 17 No obstante, es probable que estos esfuerzos fracasen, a menos que ciertos puntos conceptuales y

11 Una nueva revista llamada Nueva Economía Política empezó a circular en 1996. Su política editorial, publicada en el primer número, marca una línea clara entre lo que se podría llamar "el viejo estilo" de la economía política, cuyo interés cen­tral era el análisis de la relación entre las esferas de lo público (el Estado) y lo privado (el mercado), y el "el nuevo estilo" de la econonúa política que apunta a un análisis más integrado y global de las variaciones en la riqueza y pobreza de regiones, secto­res, clases y estados. También subraya la importancia de examinar "las respuestas de los individuos y grupos a las constricciones y oportunidades creadas por las nuevas es­tructuras económicas globales, y por las identidades y roles que cambian con rapidez; las redes estratégicas de producción regional y las regulaciones políticas y econóini­cas; así coino las nuevas divisiones sociales que atraviesan los territorios y fronteras nacionales". Esta declaración señala con claridad algunas conexiones significantes entre modos de análisis político-económico, institucional y orientado al actor.

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metodológicos clave se aborden sin reserva, entre los cuales la agencia

es central. En un esfuerzo por mejorar las formulaciones iniciales, muchos

escritores han retrocedido para reconsiderar la naturaleza esencial e importante de la "agencia humana". Esta noción metateórica yace

en el corazón de cualquier paradigma revitalizado del actor social, y forma el eje alrededor del cual giran los planteamientos que intentan

reconciliar las nociones de estructura y actor. Antes de relatar estos planteamientos, es importante enfatizar que el tema de la agencia no ha sido confinado en un círculo de ~eóricos sociológicos y antropológicos y sus audiencias, sino que también ha penetrado el trabajo empírico en las ciencias políticas (Scott, 1985), análisis de la política (Elwert y

Bierschenk, 1988), estudios de comunicación (Leeuwis, 1993; Engel, 1995 y 1997) e historia (Stern, 1987).

En general, la noción de agencia atribuye al actor individual la ca­pacidad de procesar la experiencia social y diseñar maneras de lidiar con la vida, aun bajo las formas más extremas de coerción. Dentro de los límites de información, incertidumbre y otras restricciones (por ejemplo, físicas, normativas o político-económicas); los actores socia­les poseen ''capacidad de saber" y "capacidad de actuar". Intentan

resolver problemas, aprenden cómo intervenir en el flujo de eventos sociales alrededor de ellos, y en cierta medida están al tanto de las acciones propias, observando cómo otros reaccionan a su conducta y tomando nota de las varias circunstancias contingentes ( Giddens,

1984: l-16). 18

Sin embargo, mientras la quintaesencia de la agencia humana pue­de parecer encarnada en la persona individual, los individuos no son

18 El intento de Giddens por desarrollar una teoría de estructuración (1979 y 1984) ofrece varias ideas importantes y perspicaces de la noción de agencia, pero al final tiende hacia una visión funcionalista al estilo de Durkheim. De acuerdo con Co­hen, Giddens "trata la sociedad (en lugar del self) como un ente, que de algún modo llega a ser independiente de sus propios miembros", y asume que el selfes requerido sin intennisión para ajustarse a ella. Y erra en la observación adecuada de la sociedad como informada, creada por egos, y por implicación; y erra, por lo tanto, en otorgar creatividad a los egos. La "agencia" que él permite a los individuos les da el poder de reflexión, pero no de motivación: ellos parecen condenados a ser los perpetradores, en lugar de arquitectos de la acción: ••¡a agencia se refiere no a las intenciones que la gente tiene, sino a su capacidad de hacer esas cosas en primer lugar" (Giddens, 1984,9; y Cohen, 1994,21).

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las únicas entidades que toman decisiones, actúan de común acuerdo y supervisan resultados. "Las empresas capitalistas, agencias estatales, partidos políticos y organizaciones eclesiales son ejemplos de actores sociales; todos ellos tienen medios para arribar a y formular decisio­nes y actuar por lo menos en alguna de ellas" (Hindess, 1986:115).

Pero, como Hindess enfatiza, el concepto de actor no debe usarse para referirse a colectividades, aglomeraciones o categorías sociales que no tienen manera de discernir para formular o llevar a cabo las decisio­nes. Sugerir, por ejemplo, que la sociedad, en el sentido global del término, o las clases y otras categorías sociales basadas en etnicidad o género toman decisiones e intentan implementarlas es asignarles equi­vocadamente la calidad de agencia. 19 Esto también es atribuible a la reificación de esquemas clasificatorios (basados en nociones generali­zadas de identidad social, papeles, estatus y jerarquías) que forman parte del aparato conceptual de un individuo u organización para or­denar o procesar y sistematizar el mundo social que los rodea y donde la acción tiene lugar. Así, debemos evitar los análisis que reducen las cuestiones de acción social al desempeño de papeles sociales predeter­minados o a las exigencias simbólico-normativas o jerarquías sociales

(Crespi, l992:48).20 Mientras las potencialidades para la acción social están sin duda formadas en parte por tales dimensiones, un compo­nente crítico consiste en todos esos pocesos por los cuales los arreglos

sociales o "estructuras" son construidos, reproducidos y cambiados. Esto implica la noción de procesos y prácticas organizadoras, y de­bates continuos sobre los significados y valores. También apunta a la

19 Compárelo con la llamada '"falacia ecológica", según la cual las declaraciones basadas en datos agregados que involucran áreas geográficas se extienden para hacer inferencias de las características de los individuos que viven en ellas. Véase en Bulmer (1982:64-66) una exposición de las maneras en que esto puede descaminar las decisio­nes de política del desarrollo.

20 Por estas razones, el análisis orientado al actor que se promueve aquí debe distanciarse de los análisis que equiparan la noción de actor con el sentido teatral de la representación de papeles en un escenario, tanto al frente, detrás o fuera del escenario (véase Goffman, 1961, 1983). Distanciarse del interaccionismo simbólico que se enfoca primariamente en cómo el sí mismo y el significado social se reproducen (Mead, 1934; Blumer, 1969) y distanciarse también de Touraine (1973, 1981), cuya "sociología de la acción'': se fundamenta en la idea de "sujetos históricos" que están enmarcados por y emergen en circunstancias sociohistóricas específicas, enganchán­dose en "proyectos colectivos" que aspiran a cambiar el orden social (por ejemplo, los grandes movimientos de la clase obrera del siglo XIX y principios del XX).

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variabilidad de la acción respecto a los significados, las nonnas y la atribución de intencionalidad, ya que los actores sociales pueden com­prometerse, distanciarse o adoptar una posición ambigua hacia cier­

tas reglas codificadas e interpretaciones (eJ. Crespi, 1992:60). La agencia --que podemos reconocer cuando acciones particula­

res producen una diferencia en un estado preexistente de asuntos o curso de eventos- está encarnada en las relaciones sociales, y sólo puede ser efectiva a través de ellas. No sólo es el resultado de poseer ciertos poderes persuasivos o formas de carisma; la habilidad de in­Huir en otros o dejar pasar una orden -por ejemplo, para conseguir que los otros acepten un mensaje particular- descansa sobre todo en "las acciones de una cadena de agentes, cada uno de los cuales "traduce" [el mensaje] de acuerdo con sus proyectos", y "el poder se forja aquí y ahora enrolando a muchos actores en un esquema polí­tico y social dado" (Latour, 1986:264). En otras palabras, la agencia (y el poder) dependen de modo crucial del surgimiento de una red de actores que llegan a ser parcialmente, aunque casi nunca por comple­to, enrolados en el "proyecto" de alguna otra persona o personas. La

agencia, entonces, implica la generación y uso o manipulación de redes de relaciones sociales y la canalización de elementos específicos (como

demandas, órdenes, bienes, instrumentos e información) a través de puntos nodales de interpretación e interacción. Así, es esencial tomar en cuenta las maneras en que los actores sociales se comprometen o son involucrados en debates acerca de la atribución de significados

sociales a los eventos particulares, acciones e ideas. Desde este punto de vista, los modelos de desarrollo intervencio­

nista (o las medidas políticas y la retórica) se convierten en armas estratégicas en manos de quienes están a cargo de promoverlos. Sin embargo, la batalla nunca acaba puesto que todos los actores ejer­

cen algún tipo de "poder", contrapeso o espacio de maniobra, incluso quienes están en posiciones muy subordinadas. Como escribe Giddens (1984:16), "todas las formas de dependencia ofrecen algnnos recursos por los cuales quienes están subordinados pueden influir en las activi­dades de sus superiores". Y de esta manera ellos se comprometen ac­tivamente (aunque no siempre en el terreno de la conciencia discursi­va) en la construcción de sus mundos sociales y experiencias de vidas, aunque, como advierte Marx (1852, 1962:252), las circunstancias que

ellos encuentran no son de su propia hechura.

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Considerando la relación del actor y la estructura, Giddens argn­menta que la constitución de estructuras sociales, que tienen tanto un efecto constrictor como habilitador en el comportamiento social, no puede ser comprendida sin apelar al concepto de agencia humana:

Al seguir las rutinas de mi vida diaria ayudo a reproducir insti­tuciones sociales que no contribuí a crear. Ellas son más que sólo el ambiente de mi acción puesto que ( ... ] intervienen constituti­vamente en lo que hago como agente. De modo similar, mis accio­nes constituyen y reconstituyen las condiciones institucionales de acción de otros, tal como sus acciones hacen a las mías [ ... ] Mis actividades, entonces, están incrustadas en, y son elementos cons­titutivos de, propiedades estructuradas de instituciones que se ex­tienden más allá de mi en tiempo y espacio (Giddens, 1987:11).

Mientras que acepto el punto general de Giddens, es claro que esta incrustación de la acción en las estructuras y procesos institucionales no debe implicar que la elección de comportamiento sea reemplazada por una rutina inmutable, o que un actor u siga un guión ideológico pre­establecido" (Dissanayake, 1996:8), o que sea "un portador de dispo­

siciones [ habitus o "sistema de esquemas generativos" a la Bourdieu] que son por sí mismos los conductos de intereses" (Turner, 1992:91). Ciertamente, como Turner y otros (por ejemplo, Wikan, 1990) han defendido persuasivamente. una interpretación teórica de la acción social debe ir más allá de una consideración de la habilidad de conocer la conciencia y las intenciones para también abarcar ""los sentimientos, emociones, percepciones, identidades y la continuidad de los agentes [personas J a través del espacio y tiempo" (Turner,1992:91).'1 Es más, "un rasgo necesario de la acción es que, en cualquier punto del tiem­

po, los actores "podrían haber actuado de otra manera": tanto posi­tivamente en términos de la interveÓ.ción intentada en el proceso de

21 Turner hace una adición muy perceptiva a las teorías de acción social demos­trando la necesidad de incorporar una sociología del cuerpo, la cual, él sostiene, sería "una corrección nada trivial a la corriente principal de la teoría sociológica" y de importancia crítica para la investigación actual en "la compenetración de los mundos tecnológicos, biológicos y sociales [que] han dado lugar a una nueva entidad (el cy­borg) que es una intersección de lo orgánico y lo inorgánico (Turner, 1992: 95).

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"eventos en el mundo'\ o negativamente en términos de resignación"

(Giddens, 1979:56). También debemos suponer que los actores son ca­paces (incluso en un espacio social y personal en extremo restringido) de procesar y sistematizar (de manera consciente o inconsciente) sus experiencias vividas y actuar en ellas.

Hindess (1986:117-119) lleva el argumento un paso más allá al se­ñalar que llegar a decisiones, o el posicionamiento social frente a otros actores, implica el uso explícito o implícito de "medios discursivos" en la formulación de metas, persecución de intereses y cumplimiento de deseos, y en la presentación de argumentos o racionalizaciones para las acciones emprendidas. Estos medios discursivos o tipos de discurso (es decir, las construcciones culturales implicadas en la expresión de los puntos de vista o perspectivas de valor, tanto verbal o a través de la práctica social)22 varían, y no son sólo rasgos inherentes a los actores mismos: forman parte de bagajes diferenciados de conocimiento y re­cursos disponibles de actores de diferentes tipos. Ya que la vida social

nunca es tan unitaria para ser construida en un solo tipo de discurso, se sigue que, aunque restringidos en sus opciones, los actores siempre

encuentran algunas maneras alternativas de formulación de sus obje­tivos, desplegando modos específicos de acción y dando razones de su

comportamiento. Aquí es importante señalar que el reconocimiento de discursos al­

ternativos usados o disponibles a los actores desafía, por una parte, la noción de que la racionalidad es una propiedad intrínseca del actor individual y, por otra, que refleja sólo la situación estructural del ac­tor en la sociedad. Todas las sociedades tienen dentro de sí un reper­torio de estilos de vida diferentes, formas culturales y racionalidades que los miembros utilizan en su búsqueda del orden y significado, y en los cuales ellos mismos contribuyen (intencionalmente o no) a afirmar

o reestructurar. Entonces, las estrategias y las construcciones cultu­rales empleadas por los individuos no son como caídas del cielo, sino

22 Estos términos se toman del trabajo de Foucault, véase en especial su Arqueo­logía del conocimiento (1972), donde escribe también de "fonnaciones discursivas" y "objetos discursivos". Como apunta Hirst (1985:173), ~~Foucault está interesado en remover los conceptos de 'declaración' y •discurso' del ghetto de las ideas, para demostrar que las formaciones discursivas pueden ser consideradas las estructuras complejas de discurso-práctica con que son definidos y construidos los objetos, las entidades y las actividades dentro del dominio de una formación discursiva".

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que son extraídas de un bagaje de discursos disponibles (verbales y no verbales) que hasta cierto punto es compartido con otros individuos, contemporáneos y quizá predecesores. A estas alturas, el individuo es, dicho por medio de una metáfora, transmutado en actor social, lo cual apunta al hecho de que el término es una construcción social en lugar de sólo un sinónimo para el individuo o miembro de la especie Horno Sapiens. También es necesario distinguir dos tipos diferentes de construcción social asociados con el concepto de actor social: primero, el tipo endógeno de lo cultural basado en representaciones caracte­rísticas de la cultura en que el individuo o red de individuos están incrustados; y segundo, el derivado de las propias predisposiciones y la orientación teórica del investigador o analista (también, claro, por esencia cultural en tanto que ellos están probablemente asociados con una escuela particular de pensamiento y comunidad de estudiosos).

Esta construcción social de los actores atañe de manera crucial al asunto de la agencia. Aunque podríamos pensar que sabemos a la perfección lo que. queremos decir con ~'habilidad para conocer" y ''habilidad para hacer" -los dos elementos principales de la agencia identificados por Giddens-, estos conceptos deben traducirse cultu­ralmente si van a ser del todo significantes. Por consiguiente, no debe

presuponerse una interpretación constante, universal de agencia en todas las culturas (aun cuando se pueda reunir evidencia de creciente occidentalización o globalización). Pues es seguro que ésta varía en su presentación cultural y razón. Debido a ello necesitamos revelar lo que Marilyn Strathern (1985:65) llama la "teoría indígena de la agencia". Utilizando ejemplos de África y Melanesia, Strathem muestra cómo las nociones de agencia se construyen de modo diferente en culturas diferentes. Ella argumenta que atributos como el conocimiento, poder y prestigio son adjudicados de modo diferente al concepto de persona.

En África la noción de personaje se vincula de modo predominante a la idea de hoficio", es decir, gente "ocupada", con cierto estatus, que "desempeña" ciertos papeles, pasa por ritos de iniciación e instalación para asumirlos, y se considera que influye en otros en virtud de supo­sición relacional respecto a ellos. En contraste, el estatus y otros atri­butos personales se ven en Melanesia como menos atados para siempre a individuos o definidos en relación con una matriz dada de posicio­nes; en cambio, sin intermisión son tratados, negociados o disputados. Se podría delinear contrastes similares entre las teorías culturales de

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poder e influencia existentes en diferentes segmentos de las sociedades

latinoamericanas, por ejemplo, entre los campesinos y las poblaciones urbanas, o dentro de la burocracia, la Iglesia y el Ejército.

Tales diferencias subrayan la importancia de examinar la manera en que las nociones de persona y de agencia ("habilidad para conocer"

y "habilidad para hacer") son constituidas de manera diferente de acuerdo con la cultura y cómo afectan el manejo de relaciones ínter­personales y los tipos de control que los actores pretenden frente al otro. 23 En el campo del desarrollo, esto significa analizar cómo las con­cepciones diferenciales de poder, influencia, conocimiento y eficacia pueden penetrar en las respuestas y estrategias de los diferentes ac­tores (por ejemplo, los campesinos, trabajadores del desarrollo, pro­pietarios y funcionarios del gobierno local). También debemos tomar en cuenta la pregunta de cómo podrían imponerse_nociones de agencia ajenas a los grupos locales que derivan de las políticas promovidas por las autoridades. Aquí tengo en mente, por ejemplo, la aplicación de conceptos como "stakeholder" {quien tiene intereses invertidos en un proyecto), ~~participación popular", "concentrándose en el pobre" o ~~teniendo como objetivo al pobre" o ~~el papel del agricultor progre­

sista" en el desarrollo planeado.24

Aun más si partimos de la premisa de que no sólo tratamos con una multiplicidad de actores sociales, sino también con "realidades múltiples" que en potencia implican intereses sociales y normativos conflictivos y configuraciones de conocimiento diversas y discontinuas~

2l Sin embargo, el sitio de la agencia cambia con frecuencia durante los continuos encuentros y diálogos sociales. Asimismo, en las actuaciones púbücas a menudo no es obvio de quién es la agencia que está en la contienda, ya que quien habla puede no ser .. el autor", y el autor puede no ser "la autoridad legítima". Véase un análisis etnográ­fico detallado de estos puntos en Keane (1997: 138-175).

24 Entonces, enfrentamos un problema epistemológico sumamente dificil, iden­tificado por Fardon (1985:129-130, 184), de imponer nuestro modelo ("universal") analítico de agencia en nuestros datos de investigación, aun cuando deseemos "abar­car la reflexividad despierta y la agencia de los sujetos mismos". Así, en la explicación o traducción de la acción social podemos trocar la agencia o las intencionalidades de aquellos que estudiamos por nuestras nociones tradicionales o ancestrales o conceptos teóricos. De hecho. es probable que el contraste plasmado por Strathe1·n en los casos de Áftica y Melanesia no refleje sólo una extremada distinción cultural entre estos dos tipos de sociedad, sino la diferencia teórica entre la aplicación inicial del funcionalis­mo estructural en África y el modelo posterior del intercambio aplicado a Melanesia.

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entonces debemos examinar detalladamente, cuáles y de quiénes son

las interpretaciones o modelos qne prevalecen sobre los de otros y en qué circunstancias lo hacen (por ejemplo, de los científicos agrícolas, políticos, campesinos o extensionistas). Además, los procesos de cono­cimiento están incrustados en procesos sociales que implican aspectos

de poder, autoridad y legitimación; y, así, es también probable que éstos reflejen y contribuyan al conflicto entre los grupos sociales, ya que son dirigidos hacia el establecimiento de percepciones, intereses e intencionalidades comunes.

Este tejido de procesos de conocimiento y poder constituye el enfo­que central de la tercera parte de este libro. Baste aquí resaltar ciertos procesos paralelos. Al igual que el poder, el conocimiento no es sólo algo que se posee y se aumenta (Foucault, en Gordon, 1980), ni pue­de medirse con precisión en términos de alguna noción de cantidad o calidad. Surge de procesos de interacción social y es en esencia un producto conjunto del encuentro y fusión de horizontes. Debe, por consiguiente, como el poder, ser visto en sus relaciones y no ser trata­do como si pudiera ser vaciado o usado. Si alguien tiene el poder o el conocimiento, no implica --como el modelo de suma cero-- que otros no lo tengan. No obstante, poder y conocimiento pueden reificarse en

la vida social: con frecuencia pensamos en ellos como cosas materiales reales poseídas por actores, y tendemos a considerarlas como realida­des dadas, no cuestionadas. Por supuesto, este proceso de reificación o de "encerrar en cajas negras" (Latour, 1993) es parte esencial de los continuos forcejeos acerca de los significados e imágenes y el control de relaciones y recursos estratégicos. Los encuentros de conocimiento involucran forcejeos entre actores que quieren inscribir a otros en sus "proyectos", y consiguen que acepten marcos particulares de significa­dos y lograr que adopten sus puntos de vista. Si son exitosos, otras

partes "delegan" poder en ellos. Estos forcejeos implican fijar puntos clave que tienen una influencia controladora sobre los intercambios y atribuciones de significado (incluyendo la aceptación de nociones rei­ficadas tales como la de autoridad).

Espero que la exposición anterior haya clarificado por qué el concepto de agencia es de importancia teórica central. Un enfoque orientado al actor empieza con la simple idea de que en las mismas o sirrúlares circunstancias estructurales se desarrollan formas socia­les diferentes. Tales diferencias reflejan variaciones en las maneras

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en que los actores intentan encarar o lidiar con las situaciones, cog­

noscitiva, organizacional y emocionalmente. Por consiguiente, una comprensión de modelos diferenciales de comportamiento social debe fundarse en '~sujetos activos que conocen y sienten" (cf. Knorr-Ceti­na, 1981:4, quien enfatiza el "conociendo" o la dimensión cognoscitiva social), y no ser visto sólo como consecuencia del efecto diferencial de amplias fuerzas sociales (como el cambio ecológico, presión demo­gráfica, o incorporación en el capitalismo mundial). Entonces, una tarea principal en el análisis es identificar y caracterizar las diferentes prácticas, estrategias y razonamientos del actor, las condiciones en que surgen, la manera en que se entrelazan, su viabilidad o efectivi­dad para resolver problemas específicos y sus amplias ramificaciones sociales. Este último aspecto 'implica dos problemas teóricos más, cuyo examen detallado reservo para el capítulo 3: la importancia de esce­

narios interactivos y prácticas organizadoras en pequeña escala para entender los llamados fenómenos macro; y segundo, la necesidad de alguna noción de las estructuras y contextos "emergentes" que surgen como resultado combinado de las consecuencias intencionales y no in­tencionales de la acción social.

El desafio teórico de investigación en la sierra peruana

En un esfuerzo por hacer más concreta esta exposición teórica, perm.í­taseme ahora ligarla con mis batallas previas con la teoría y la práctica en el contexto de América Latina. 25 Creo que esto proporciona un te­lón de fondo reflexivo y útil para ubicar mi argumento teórico.

El año de 1971 me encontró en el Valle del Mantaro, en Perú cen­tral, donde trabajaba con Bryan Roberts temas de desarrollo regional,

migración, empresa en pequeña escala y cambio social rural/urbano (Long y Roberts, 1978 y 1984). Viniendo de realizar trabajo de investi­gación en África, me sorprendieron las similitudes y las diferencias en

zs El siguiente relato de mi trabajo en América Latina deriva de una conferencia hasta ahora inédita, dictada en la Universidad de Harvard, en diciembre de 1986, titulada ••Reflections on a Lati.n American Journey: Actors, Structures and Interven­ti.on". Se han publicado versiones en holandés y alemán con ligeras diferencias res­pecto a la conferencia original.

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el proceso social. Como los lugareños zambianos, con quienes yo había

vivido y trabajado en los años 60, la fuerza de trabajo campesina en el Valle del Mantaro se integraba por medio de migración temporal a un sector minero, y algunos de sus ahorros se invertían en el pueblo, sobre todo en actividades empresariales en pequeña escala. Las espo­sas o viudas de mineros tenían algunas de las tiendas pequeñas en el pueblo en que nosotros vivimos. Sin embargo, la gran diferencia era que Perú central había sido mercantilizado durante siglos, desde la

llegada de los colonos españoles. Manifestaba, por consiguiente, una economía compleja, diversificada y orientada al mercado que abarca­ba la agricultura, el comercio, el transporte, la pequeña industria y la minería. La propiedad de la tierra estaba muy fragmentada y privati­zada en alto grado. Esta era una población imbuida por el espíritu del capitalismo. Muchos de los empresarios rurales que yo había conocido en Zambia eran "listos" (Long, 1968), pero la gente del Valle de Man­taro tenía las oportunidades para ser más lista.

También me impacté por la alta movilidad geográfica de la gente. Todos parecían estar en movimiento, cuidando de sus parcelas peque­ñas aquí y allá, de sus ovejas en alguna otra parte en los pastizales altos, y de sus inversiones pequeñas en alojamiento y educación fuera del pueblo. Había un flujo increíble de productos a través de los mer­cados locales, pero uno mayor se dirigía de manera más directa de las comunidades a Lima y a los pueblos mineros. Estos diversos modelos económicos y sociales estaban enlazados en una vida cultural rica que consistía en eventos familiares, fiestas del santo patrón, clubes regio­nales, y redes infor~ales de amigos y compadres.

Esta nueva situación de campo presentó- un desafío de análisis. Mis antecedentes como antropólogo social me dieron los medios para describir y analizar procesos micro, pero no me otorgaban un arma­

zón teórico adecuado para lidiar con las maneras en que estos proce­sos se encadenaban con sistemas económicos y políticos más grandes. Así que acudí a la literatura latinoamericana existente sobre el desa­rrollo. Este fue mi primer encuentro con la teoria de la dependencia. En lo que recorrí las variaciones de este tema, obtuve cierta ilumina­ción, pero, al final, los modelos de dependencia no parecían explicar algunos de los aspectos más interesantes de la situación en el Valle del Mantaro. El asunto más sustantivo para roer era que, a pesar de es­tar en extremo influenciado por la presencia de un enclave minero de

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propiedad extranjera, el interior de la región se caracterizaba por te­

ner campesinos dinámicos y un sector empresarial en pequeña escala, dentro de los cuales estaba ocurriendo una acumulación significativa de capital. Esto parecía oponerse a los supuestos de las teorías del en­clave. Otra dificultad teórica era que no había ninguna cadena obvia o jerarquía de dependencia que atara al pueblo al centro provincial, la capital regional a la metrópoli. Esta fue otra duda en relación con las

formulaciones de la dependencia. Los datos del Mantaro configuraron una montaña de complicacio­

nes. Una de éstas era cómo analizar una región teniendo en cuenta no sólo el criterio económico y administrativo, sino también las dimensio­nes culturales y sociopolíticas. Otra fue cómo hacer un análisis de las interrelaciones de procesos de trabajo y modelos de organización eco­nómica capitalista y no capitalista. Teníamos que encontrar la manera de analizar el efecto de la intervención gubernamental que confiriera el peso suficiente a los modos en que la organización y actividades de

los actores locales y provinciales conformaban los resultados del desa­rrollo en el ámbito regional, e incluso nacional.

En el esfuerzo por resolver estos y otros problemas similares, acu­dí al trabajo de los neomarxistas franceses que habían reformulado el

problema del subdesarrollo en términos de un análisis de la articula­ción de los modos de producción capitalistas y no capitalistas (véase

en Meillassoux, 1972; Terray, 1972; y Rey, 1975, casos de África Oc­cidental, y en Cotler 1967-1968, 1970; y Montoya, 1970, de la sierra peruana). Uno de los atractivos de esta reformulación es que no asume que las instituciones y las relaciones no capitalistas son eliminadas de modo automático por el capitalismo; más bien la ~·supervivencia" de ciertas formas no capitalistas es considerada funcional para la misma

expansión capitalista. De nueva cuenta, algunas de las pistas obtenidas eran útiles, pero

la propuesta era limitada en varios aspectos. En primer lugar, tendía a exagerar la autonomía y la coherencia interna de diferentes formas o modos de producción, atribuyéndoles lógicas económicas diferentes. Segundo, fallaba en la manera de abordar el asunto de las respuestas diferenciales en circunstancias estructurales similares; por ejemplo, ¿por qué algunos pueblos o grupos dentro de un pueblo se relaciona­ron estrechamente con el sector minero y otros no lo hicieron?, y ¿por qué algunos llegaron a ser diferenciados o diversificados en mayor me-

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dida que otros? También estaba el problema de la falta de atención a las estrategias, motivos, conocimientos e intereses de los actores.

Estas limitaciones del análisis del modo de producción sirvieron para reforzar mi convicción de que el principal desafío teórico al que nos enfrentábamos era explicar cómo se generaba y contenía la hete­

rogeneidad dentro de una estructura político-económica única, y aun más dentro de la misma unidad económica, como la unidad de susten­

to o granja familiar. Ante esta realidad, se consideró más prometedor un enfoque que enfatizara la importancia del análisis de las interrela­ciones y la compenetración de diferentes procesos de trabajo, inclu­yendo los basados en principios de organización no capitalista dentro de formaciones capitalistas. Así, intenté desarrollar tal enfoque por medio de una serie de estudios de caso que abordaron diferentes tipos de empresa en pequeña escala -ranchos comerciales, comercio y ne­gocios de transporte, así como empresas múltiples y confederaciones de unidades familiares de sustento que abarcaban varias ramas eco­

nómicas. Algunos de mis resultados se detallan en el capítulo 7.26

La variación y heterogeneidad dentro de los sistemas económicos y su manejo teórico ha permanecido como una de mis preocupaciones

centrales y está reflejada en dos debates que abordaré después; a saber, la relación de formas de trabajo asalariado y no asalariado dentro del bogar y/o la empresa campesina (Long, 1984a), así como la naturaleza y efecto diferencial de los procesos de mercantilización en las poblaciones agrarias (Long et al., 1986, y capítulos 5 y 6 del presente libro). En el primero enfaticé la importancia de tomar en cuenta las definiciones cul­turales y circunstanciales de "trabajo" en la estimación social (lo que los marxistas podrían llamar la ~'valoración") de la mano de obra (Long, 1984a: 16-7). Para el segundo, propuse con vehemencia que se analizara la mercantilización- y la institucionalización desde la perspectiva del ac­tor, ya que estos procesos "sólo llegan a ser reales en sus consecuencias cuando son introducidos y traducidos por actores específicos (incluyen­do aquí no sólo a los agricultores, sino también a otros como los comer­ciantes, burócratas y políticos)" (Long y Van der Ploeg, 1989:238).

Para los 80, la burbuja de la teoría de la dependencia y del neomarxismo se había desinflado. Los economistas políticos y otros

26 Para una exposición más amplia puede consultar la investigación completa en Long (1972, 1977, 1978, 1979); y Long y Roberts (1984: 176-197).

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interesados en los problemas del subdesarrollo estaban esforzándose

por retornar a un planteamiento de los problemas concretado de ma­nera empírica y genuinamente histórico. Como David Booth (1985) apunta, la ~~nueva" sociología del desarrollo inspirada en el marxismo

que surgió en los primeros años de los 70, al final de la década estaba en un callejón sin salida. La razón principal de ello era que se había casado con la demostración de la necesidad de modelos particulares de cambio, en lugar de explicar cómo ocurrieron realmente. La fuente de tal determinismo fue el compromiso a priori de mostrar cómo el modo capitalista de producción estructuraba el desarrollo, cuando a todas luces las complejidades y las variabilidades del cambio estruc­tural sujetas al capitalismo simplemente no podían ser reducidas al funcionamiento de los principios capitalistas de acumulación y explo­tación. La noción de modos de producción articulados, o argumentos acerca de la subsunción "formal" del trabajo versus la "real", tampo­co podían resolver este problema, ya que la primacía teórica todavía descansaba en las "leyes" del desarrollo capitalista.

Para desarroUar la teoría desde abajo

Mi libroAn lntroduction to the Sociology ofRural Development (1977)

nació de la investigación en Perú y de los debates que ésta generó. En retrospectiva, las principales contribuciones teóricas de nuestro tra­bajo en Perú central pueden resunúrse como sigue.

Primero, desafió a las teorías del enclave del desarrollo que sugie­ren que la integración en la economía internacional implica el estanca­miento rel3.tivo de la economía interna. Al contrario, el caso de Man­taro muestra que la expansión capitalista puede generar crecimiento

significativo y diversificación para el sector no enclave, lo que guía hacia un modelo intrincado de adaptaciones socioeconómicas que po­sibilitan a ciertos grupos locales alimentarse del enclave y poner sus ahorros al buen uso de la empresa regional o aldeana, aunque esto sucedía en mayor medida en el comercio y el transporte, no en la agri­cultura. Como escribió un revisor de nuestro trabajo, esto era "menos un asunto de dar un paso abajo en la escalera de crecimiento que un invento continuo de estrategias de ingreso que asegurara una cantidad económica modesta" (Walton, 1985:471). Y en algunas partes del in te-

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rior de la región, se desarrollaron procesos significativos de acumula­

ción de capital a pequeña escala. Segundo, trazamos los efectos de estas estrategias ~'desde ahajo"

en la evolución del sector del enclave mismo, y mostramos cómo se consolidó con el tiempo una red de interrelaciones entre la produc­ción minera, el comercio, el transporte, la agricultura campesina y la economía urbana provinciana. Designamos a esto ''el sistema regional de producción" centrado en la mina, una manera breve de nombrar el complejo sistema de capital, trabajo y uniones sociopolíticas que se desarrollaron históricamente entre varias actividades y sectores eco­nómicos y entre las. clases sociales y grupos que fueron engendrados por ellos. Este sistema de eslabones era dinámico y no estaba simple­mente determinado por las acciones del sector del enclave; también se veía que es diferente en las distintas partes del paisaje social y en coyunturas históricas diferentes. Estaba siendo continuamente remo­delado por los forcejeos sostenidos entre individuos y grupos sociales diversos y, por supuesto, estaba afectado por las formas en que los

intereses y arenas foráneas actuaban en él. Tercero, una dimensión importante de nuestro trabajo se refiere

a las relaciones regionales de poder. El estudio del Mantaro mostró

que los sistemas regionales de producción no produjeron un negocio rico consolidado o una clase agrícola que monopolizara el control de

los recursos regionales cruciales, o que reuniera el apoyo politico ne­cesario para concretar sus intereses en el ámbito nacional, como se ha supuesto a menudo de las regiones de este tipo. La ausencia de tal clase poderosa políticamente dio a los empresarios pequeños y a los políti­cos aldeanos espacio pleno para maniobrar frente a organizaciones interventoras del gobierno central. Por ejemplo, la Reforma Agraria de 1969-1975, como muchos programas previos de desarrollo rural, se

encontró con dificultades serias en algunas partes de la región cuando los campesinos y empresarios en pequeña escala burlaron con éxito a las agencias gubernamentales y a los oficiales responsables de su apli­cación (Long y Roberts, 1984:248-255}.

Cuarto, nuestros estudios de caso de pequeños comerciantes y

transportistas mostraron que los datos sobre la interacción de los tipos de redes sociales y los marcos normativos utilizados por estos individuos, junto con estudios basados en la observación de la coope­ración y del conflicto dentro de las aldeas y pueblos agricultores de la

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región, a menudo proporcionaban mejores pistas sobre las dinámicas

y la complejidad de las relaciones de poder y modos de subordinación que las que podría lograr cualquier otra forma de análisis estructural "agregado". Este último marco otorga poco espacio a los puntos de vis­ta de los actores locales sobre su situación o a la variación en términos

de organización y respuestas a las llamadas estructuras hegemónicas. Estas· observaciones sacan a relucir el señalamiento importante

de que gran parte de nuestra argumentación teórica se desarrolló a partir de la maner3: en que el estudio fue formulado y llevado a cabo en el campo. En lugar de definir la región que sería estudiada con cri­terios administrativos, ecológicos o culturales, empezamos por hacer un muestreo de vidas cotidianas en diferentes segmentos de la pobla­ción en la vecindad de las minas y del río del Mantaro que fluye cer­ca. Tampoco empezamos, como lo habían hecho otros investigadores, con las empresas mineras mismas o con los datos macroeconómicos de la inversión extranjera y flujos de capital y labor; nuestro trabajo comenzó por la selección de un número de localidades contrastantes (por ejemplo, ciertas aldeas agrícolas y ganaderas, la capital regional de Huancayo, y el pueblo de la fundición de La Oroya), dentro de los cuales estudiamos a fondo los mundos de vida de los diferentes

grupos sociales (por ejemplo, campesinos, tenderos, comerciantes del mercado, artesanos, mineros inexpertos, empleados de la mina, trans­portistas y profesionales). Esto implicó el desarrollo de una serie de etnografías detalladas usando métodos de investigación cualitativos, como el análisis situacional y de redes, historias de vida y estudios de

empresa. Estas observaciones y entrevistas nos proporcionaron una ventana a ciertos procesos estructurales importantes, y nos permitie­ron identificar los modelos significativos diferenciales de cambio, pero con frecuencia manejados de modo inadecuado. Después, una vez que

empezamos a comprender los diferentes campos de actividades y ex­periencias de vida de los protagonistas y de otros participantes en este dinámico escenario regional, buscamos recoger más datos cuantita­tivos y agregados (históricos y contemporáneos) para dar cuerpo a nuestro análisis del sistema dinámico de eslabones. De esta manera buscamos combinar el enfoque orientado al actor con un planteamien­to histórico-estructural, y así unimos la preocupación por los cambios históricos de gran aliento que tienen lugar en las arenas regionales y

nacionales con una documentación cuidadosa de las historias micro,

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estrategias y predicamentos personales de los jefes de familias campe­sinas, los mineros y empresarios (véase en el capítulo 3 un recuento de las implicaciones metodológicas de un acercanúento al actor).

Este planteamiento se centra en la noción de agencia humana, ya que localiza a los individuos en mundos de vida específicos donde manejan sus asuntos cotidianos. También significa reconocer que los individuos y grupos sociales son "capaces para conocer" y "hábiles para hacer", dentro de los límites de información y recursos que tienen y las incertidumbres que encaran; esto es, idean maneras de resolver o, si es posible, evitar •'situaciones problemáticas", y así se comprometen activamente en la construcción de sus mundos sociales propios, aun cuando esto pudiera significar ser "cómplices activos" de su propia subordinación (Burawoy, 1985:23). Por lo tanto, para ellos los mundos de vida de los individuos no están preordenados por la lógica del capital o por la intervención del Estado, como a veces está implícito en las teorías de desarrollo. Como explica Giddens, las estructuras sociales son '~constituidas por la agencia humana, y son al mismo tiempo, sin embargo, el mismísimo medio de esta constitu­ción" (Giddens, 1976: 121); en estas estructuras incluyo, por supuesto, los sistemas regionales. Cada acto de producción es al mismo tiempo un acto de reproducción: "las estructuras que hacen posible ejecutar una acción son reproducidas en la realización de esa acción. Incluso,

cuando la acción rompe el orden social [ ... ] se media por estructuras que se reconstituyen por la acción, aunque en una forma modificada" (Thompson, 1984:150-151).

Nuestra investigación en Perú deja muy claro la necesidad de dar el peso apropiado a la agencia humana y a las estructuras emergen­tes. Los datos muestran las maneras complejas en que las estrategias seguidas por los diferentes grupos de interés ~ampesinos, mineros, empresarios, gerentes de compañía y burócratas estatales- han con­tribuido de manera importante a la evolución del sistema regional. De esta manera cuestionamos los supuestos de muchos modelos .de desa­rrollo que interpretan la reestructuración de los sistemas económicos como resultantes del efecto --o de la ''lógica"- de fuerzas económicas y políticas externas y que continúan adhiriéndose a la teoría de las etapas de la historia.

Juntando todos los hilos, podemos decir que mi experiencia de la investigación en Perú reforzó mi creencia de que ningún estudio socio-

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lógico o histórico del cambio podria estar completo sin: 1) un interés en las maneras en que actores sociales diferentes manejan e interpre­tan nuevos elementos en sus mundos de vida; 2) un análisis del modo

en que grupos particulares o individuos intentan crear espacio para ellos mismos con el fin de realizar "proyectos" propios que pueden ser

paralelos, o quizá desafiar a los programas gubernamentales o a los intereses de otras partes que intervienen, y 3) un esfuerzo por mostrar

cómo estos procesos organizativos, estratégicos e interpretativos pue­

den influir -y ellos mismos ser influidos por- el contexto más amplio de poder y la acción social.

Deconstruyendo la "intervención planeada"

Las preocupaciones teóricas anteriores -reforzadas por mi llegada a Wageningen, donde la relación entre la teoría y la práctica siempre se

ha debatido con vehemencia- me llevaron, en los primeros años de los

80, a prolongar mi interés en los problemas de las políticas y del desa­rrollo planeado. Al igual que los paradigmas teóricos dominantes en los

60 y 70, gran parte del análisis de la política parecía aferrarse aún a

modelos o sistemas bastante mecánicos para dar cuenta de las relacio­

nes entre las políticas, su aplicación y resultados. La tendencia en mu­

chos estudios era conceptuar éstas como de naturaleza lineal, implican­do un tipo de proceso escalonado, ·según el cual el punto de partida es

la formulación de la política, luego se implementa, y después de ello ob­

tienen ciertos resultados~ tras lo cual se podría evaluar el proceso para establecer el grado de logro de los objetivos originales. Sin embargo,

como mi investigación de campo en el programa de la Reforma Agraria peruana había mostrado --cuestión que apreciarán con prontitud pro­

yectistas informados y trabajadores del desarrollo- esta separación

de la política, implementación y resultados es una simplificación bur­da de un juego mucho más complicado de procesos que involucran la

reinterpretación o transformación de la política durante el proceso de

aplicación, de tal manera que no hay ninguna línea recta de la política a los resultados. Además, es frecuente que los "resultados" se produzcan

por factores que no pueden enlazarse de un modo directo con la apli­cación de un programa de desarrollo particular. Es más, los temas de

aplicación de la política no deben restringirse a analizar, desde arriba

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hacia abajo, las intervenciones planeadas por los gobiernos, agencias

de desarrollo e instituciones privadas, ya que los grupos locales formu­lan y persiguen activamente sus propios "proyectos de desarrollo", los

cuales pueden chocar con los intereses de las autoridades centrales. Había ya un reconocimiento creciente de estas deficiencias entre

analistas de la política que buscaron nuevas maneras de conceptuar la fonnulación y aplicación de políticas. Por ejemplo, se sugirió que la

implementación debía verse como un proceso transaccional entre las

partes con intereses conflictivos o divergentes, que involucra la nego­ciación sobre metas y medios (Warwick, 1982). De manera paralela, nuevas formas de análisis organizacional se enfocaban a las dinámicas

de acción administrativa en la aplicación de la política (Batley, 1983). Había también algunos interesantes estudios antropológicos que exa­

minaron las interfaces sociales y culturales entre las agencias burocrá­

ticas y sus clientes (Handleman y Leyton, 1978). Estas nuevas direcciones coincidieron con mi interés creciente en

los temas de intervención. Mis experiencias en Zambia y Perú me ha­

bían enseñado que los agricultores y sus unidades de sustento se or­

ganizan de manera individual y colectiva de varias maneras cuando

enfrentan la intervención planeada por el gobierno y otros cuerpos

foráneos. Las estrategias discursivas y organizacionales que diseñan y

los tipos de interacción que desarrollan con las partes que intervienen

necesariamente dan forma a la naturaleza y los resultados dinámicos de tal intervención. Por consiguiente, el problema para el análisis es entender los procesos por los cuales las intervenciones externas entran

en los mundos de vida de los individuos y grupos afectados, y así llegan a formar parte de los recursos y las limitaciones de las estrategias so­ciales y los marcos interpretativos que desarrollan. De esta manera los llamados ~~factores externos" llegan a ser "interiorizados" y a menudo

significan cosas muy diferentes para los grupos de interés diferentes o para los actores individuales diferentes, sean éstos los trabajadores

del desarrollo, clientes o espectadores. El concepto de intervención necesita, entonces, ser deconstruido para que sea visto como lo que

es: un proceso en movimiento, socialmente construido, negociado, ex­periencia! y creador de significados, no simplemente la ejecución de un plan de acción ya especificado con resultados de comportamiento esperados. TampocQ se debe asumir un proceso de arriba a abajo im­

plícito, como se hace de manera usual, ya que las iniciativas pueden

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venir tanto de "abajo" como de ~~arriba". Entonces, es importante

enfocar las prácticas de intervención como moldeadas por la interac­ción entre los diversos participantes, en lugar de enfocarse sólo en los modelos de intervención, que entendemos como las representaciones ideales típicas que los proyectistas o sus clientes tienen sobre el proce­so. El uso de la noción de prácticas de intervención nos permite enfo.:. car en los contextos específicos las formas emergentes de interacción, procedimientos, estrategias prácticas, y tipos de discurso, categorías culturales y sentimientos presentes.

El análisis cuidadoso de estos temas me llevó a darme cuenta de que se requería un análisis más sofisticado de los procesos de interven­ción; con la esperanza de que también pudiera influir positivamente tanto a los profesionales a cargo de elaborar los programas de desa­rrollo como a los que los llevan a cabo y con los grupos locales que se guían por sus propios valores e intereses. De esta manera, repensar la intervención se volvió una urgente necesidad tanto para los involucra­dos de manera directa en el proceso como para el investigador.

Exploración de los procesos de intervención en el occidente de México

En 1986 inicié una nueva investigación de campo para explorar con más detalle estos asuntos de la intervención. La investigación se en­focó en la organización de la irrigación, las estrategias del actor y la intervención planeada en el occidente de México, en donde el acceso al a~a para la agricultura de riego y otros propósitos era central en los problemas económicos y de sustento de la población rural, y donde tanto el gobierno como las compañías privadas intentaban controlar

el agua y otros insumos para la producción de azúcar dirigida al mer­cado nacional y para hortalizas y frutas destinadas a Estados Unidos. Al realizar esta investigación queríamos contribuir en varios campos de interés práctico y teórico: el desarrollo de un enfoque de interfaz que analizara los encuentros entre los diferentes grupos e individuos involucrados en los procesos de intervención planeada; el estudio de iniciativas de desarrollo para los campesinos y las maneras en que los actores locales (incluyendo al personal en la línea de fuego del go­bierno) intentan crear espacio para maniobrar en la persecución de

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sus proyectos; y el desarrollo de un enfoque construccionista social orientado al actor para el estudio de la irrigación y los problemas del manejo del agua.

El proyecto fue un esfuerzo coordinado de equipo, que requirió investigaciones de campo detalladas en localidades y arenas de acción diferentes. 27 Para investigar estos temas de una manera integrada, adoptamos una metodología orientada al actor. Esto tuvo ciertas im­plicaciones en la manera en que conceptuamos los temas analíticos centrales. En primer lugar, empezamos con el interés en la organi­zación de la irrigación, no en el sistema de irrigación. Esto implicó un interés en cómo varios actores o partes se organizan en torno a problemas de manejo y distribución del agua. Esto va más allá del análisis de las propiedades físicas y técnicas de los diferentes sistemas de irrigación, para considerar el modo en que diferentes intereses, a

menudo en conflicto, intentan controlar el abastecimiento de agua o asegurar el acceso a ella y a otros insumos necesarios para la agricul­tura de riego. La organización de la irrigación surge, por consiguiente, como un conjunto de arreglos sociales entre las partes involucradas más que ser simplemente "dictados" por el diseño físico y el plan téc­

nico, o incluso por las autoridades "controladoras" que construyeron y ahora manejan el sistema. Entonces, la organización de la irrigación no debe representarse como un mapa organizacional u organigrama, sino como un conjunto complejo de prácticas sociales y modelos nor­mativos y conceptuales, tanto formales como informales.

27 Aparte de mí y de mi esposa, Ann, formaron parte del equipo de investigación: Alberto Arce, quien se especializó en el estudio de la burocracia agrícola; Dorien Brunt se enfocó en los hogares, género y organización del ejido en un área de produc­ción de azúcar; Humberto González investigó el papel de los empresarios agrleolas mexicanos y las compañías en la agricultura de exportación; Elsa Guzmán estudió la organización en la producción de azúcar y las luchas que tuvieron lugar entre los pro­ductores de azúcar, el ingenio y el gobierno; Gabriel Torres estudió la organización social y cultural de los jornaleros agrícolas; Magdalena Villarreal estudió tres tipos de grupos de mujeres y el asunto del .. contrapoder" en una comunidad del ejido, y Pieter van der Zaag se responsabilizó del análisis técnico y de organización del sistema de irrigación. Después de un periodo inicial de trabajo de campo, Lex Hoefsloot se nos unió para hacer estudios socioagronómicos detallados en un área central del principal sistema de irrigación. Además, varios estudiantes holandeses y mexicanos contribuye­ron al proyecto. El trabajo fue financiado por WOTRO (Fundación de los Países Bajos para el Avance de la Investigación Tropical) y por la Fundación Ford, con las que estamos muy agradecidos.

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La segunda dimensión era la cuestión de las estrategias de los ac­

tores. Este concepto era central en nuestra investigación porque el objetivo era interpretar el cambio agrícola y social como un resultado de los forcejeos y negociaciones que tienen lugar entre los individuos y grupos con intereses sociales y experiencias diferentes, y a menudo conflictivos. La noción de estrategia es importante para comprender cómo los productores y otros habitantes rurales tratan de resolver

sus problemas de sustento y organizar sus recursos. Ello implica que los productores y jefes o jefas de los hogares construyen activamente, dentro de los límites o constreñim.ientos que enfrentan, sus modelos de organización agrícola y del hogar, y sus maneras de lidiar con las agen­cias que intervienen. Lo mismo aplica para el caso de los burócratas gubernamentales o representates de las compañías: ellos también pro­curan asir, organizacional y cognitivamente, el mundo cambiante que los rodea, diseñando estrategias para alcanzar sus diversas metas per­sonales e institucionales al igual que los jornaleros, aun cuando sus

opciones son mucho más restringidas. Al enfocar de esta manera· las estrategias, podría parecer que se enfatizan demasiado los procesos de cálculo racional y toma de decisiones, pero a lo largo del trabajo de campo buscamos anclar nuestras preguntas de investigación, obser­vaciones y análisis a las experiencias vividas de los actores, a sus de­seos, entendimientos y autodefiniciones de situaciones problemáticas, intentando no imponer nuestras categorías de interpretación.

El tercer tema involucró la intervención planeada. Ésta abarcó tanto la intervención formalmente organizada del Estado como la de las compañías trasnacionales y nacionales y la de las empresas fami­liares que trataban de organizar y controlar la producción y comer­cialización de los productos clave. Como ya lo indiqué, el proyecto enfatizó la importancia de observar este problema en las interacciones

que evolucionaban entre los grupos locales y los actores que interve­nían. L:a intervención es un proceso continuo de transformación en constante reformulación, tanto por propia dinámica organizativa y

política interna como las condiciones específicas con las que se topa o que genera. Esto incluye las respuestas y estrategias de grupos locales y regionales que tal vez luchen por definir y defender sus espacios sociales, sus fronteras culturales y sus posiciones dentro de un más amplio campo de poder. Nuestra investigación se abocó de manera es­pecial a identificar los tipos de prácticas organizativas, las interfaces

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sociopolíticas y las configuraciones de conocimiento y poder que se desarrollaban en estos procesos complejos de negociación.

Este tipo de estudio de la intervención requería algún entendi­miento de los fenómenos estructurales más amplios, ya que muchas de las opciones percibidas y las estrategias seguidas por individuos o

grupos habrían sido influidas por procesos externos a las arenas in­mediatas de interacción. Sugerimos que una manera de lograr tal en­

tendimiento consistía en la adopción de una perspectiva de economía política modificada que nos ayudara a analizar cómo los procesos de trabajo y la organización de la producción y las actividades econó­micas relacionadas estaban estructuradas por arenas más amplias de relaciones económicas y políticas de poder, incluyendo las maneras en que el Estado trataba de controlar y manejar los resultados del desa­rrollo local (Bates, 1983:134-147). Tal propuesta también prestaría atención al análisis de los mecanismos sociales, culturales e ideológicos · por los cuales se reproducen sistemas económicos particulares y tipos de "regímenes" de producción (Burawoy, 1985:7-8). Sostuvimos que si se evitan las limitaciones de ciertos tipos de economía política (por ejemplo, la tendencia a otorgar primacía teórica al modo capitalista

de producción y a sus leyes de desarrollo, y las categorías de clase y jerarquías de dominación), tal perspectiva podría ofrecer un marco útil para examinar cómo se afectan factores como los mercados cam­biantes, las condiciones internacionales, los giros en la política de de­sarrollo gubernamental o el poder ejercido por grupos particulares en los ámbitos nacional o regional, la organización y estrategias del agri­cultor, incluso el compromiso a tipos específicos de producción como

la agrícola de riego de exportación. Así, un enfoque orientado al actor, con su énfasis en el análisis de­

tallado de los mundos de vida, luchas e intercambios dentro y entre los

grupos sociales específicos y redes de individuos no es, como algunos es­critores han sugerido (Alavi, 1973; y Harriss, 1982:27), antitético ata­les problemas estructurales, ya que es importante también dar cuenta cabal de las condiciones que limitan las opciones y estrategias. Sin em­bargo, al mismo tiempo debemos aceptar la implicación de que al com­binar las perspectivas y temas estructurales y del actor se hace nece­sario reflexionar con sentido crítico en ciertos conceptos clave de la econonúa política, como el mercantilismo, la hegemonía estatal, "la subsunción" del campesinado, la primacía de las leyes del desarrollo

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capitalista, y quizá aun el mismo concepto de mercado. Varios capítu­

los del presente libro se orientan hacia éstos y otros problemas teóricos relacionados. Por otro lado, el análisis orientado al actor tiene que aprender cómo manejar de mejor manera los problemas de la estructu­ra y las constricciones estructurales, al tiempo que continúa otorgando suficiente espacio al papel central desempeñado por formas diversas de acción humana y la conciencia social en el forjamiento del desarrollo.

Aunque representaba un desafío mayor, parecía posible tejer es­tos diferentes hilos en un solo marco de análisis. En gran parte, la investigación en México descrita arriba logró hacerlo al enfocarse en los procesos de intervención y en la heterogeneidad dentro de arenas sociales diferentes. Al cubrir los tipos de luchas complejas y sus re­sultados se incluyó, por ejemplo, la negociación de contratos con las compañías privadas para el alquiler de mano de obra campesina en la producción y comercialización de cultivos de exportación; los esfuer­zos de los técnicos agrícolas por aplicar, o en algunos casos subvertir, la política gubernamental de irrigación; las batallas en las interfaces entre diferentes grupos de productores de azúcar, sus líderes y el in­genio azucarero; la preservación de los espaciOs social y cultural por parte de jornaleros agrícolas ante regímenes de producción altamente regulados y en momentos hasta coercitivos, y las vicisitudes de grupos de mujeres que a veces invitan y otras resisten la intervención de au­toridades externas.

Reflexiones conclusivas sobre el cambio de paradigma

Ahora es tiempo de volver a los paradigmas teóricos expuestos al prin­cipio del capítulo, en los que argumenté que las ciencias sociales siem­pre se han caracterizado por una multiplicidad de paradigmas. Las razones de ello parecen relacionarse, primero, con la variedad y com­plejidad de los fenómenos sociales que exigen perspectivas y modos de análisis alternativos, y segundo, con la dificultad de establecer una epistemología común para cimentar los métodos y resultados de la in­vestigación. Según Giddens (1987:19), a esto se agrega el hecho de que "no hay manera de resguardar el aparato conceptual del observador [ ... ] de su apropiación por los actores legos", lo que hace cada vez más borrosa la distinción entre el ~~investigado" y el "'invc¡;;tigador".

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Como demuestra el estudio de Hewitt en el caso de la antropología mexicana,laexistenciadeparadigmasmúltiplesnoexcluyelaposihilidad de que uno de ellos llegue a sobresalir en coyunturas históricas parti­culares, y sea promovido por grupos de estudiosos e instituciones par­ticulares. Sería un error, sin embargo, suponer que el ascenso y des­censo de paradigmas se ajustará nítidamente a una teoría de "etapas" históricas de desarrollo intelectual, según la cual las nuevas concep­ciones y resultados conducirán a modos cada vez más refinados de comprensión teórica. Se podría incluso invertir el argumento y decir que los cambios drásticos en la teoría y en el paradigma a menudo in­dican la introducción de nuevas concepciones que simplifican, o ideas artificiosas que cierran ciertas áreas existentes de investigación en fa­vor de las nuevas. Aunque esto a veces produce nuevas y estimulan­tes percepciones, también puede fomentar investigaciones insulares, autocoi:ttemplativas y estériles, como es el caso de algunos trabajos asociados con el estructuralismo althuseriano y con algunas formas extremas de posmodernismo. Lo que es más, aunque podrían identi­ficarse periodos específicos en que ciertas ortodoxias o ~'escuelas de pensamiento" han ocupado el centro del escenario, es casi seguro que un análisis más fino revelaría que hay otros estudiosos (profesionales

y legos) que se desenvuelven fuera de la "corriente principal". Alguno de estos últimos podría ser posteriormente acreditado por sus contri­buciones seminales y por su partida de seguidores o devotos. Además, como en todos los campos intelectuales y profesionales, la sociología del desarrollo está llena de negociaciones políticas por el control de los recursos institucionales y por la formación de redes para consolidar el apoyo de un amplio grupo de colegas, así como la manipulación de fuentes de legitimidad del conocimiento y de la reputación.28

Estos comentarios sobre los paradigmas múltiples y las comunida­des de estudiosos me llevan a considerar brevemente la situación con­temporánea de la sociología del desarrollo y, por implicación, de otras áreas de las ciencias sociales. Si, como he argumentado, esta multipli­cidad está basada en grandes diferencias epistemológicas (entre, dig,a-

28 Véase el fascinante relato de Roderic Camp (1985}~ lriteUectuaU and the S tate in Twentieth-Century Mexico, que rastrea sus origenes, culturas~ carreras, bases insti­tucionales y relaciones con el Estado; también véase el estudio de Bourdieu sobre el sistema de educación superior francés (1988).

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mos, las visiones estructuralistas y las fenomenológicas), es muy poco

probable que desaparezcan. Más allá de esto, como el trabajo inicial de Kuhn lo subraya con claridad, mientras ciertos periodos históricos pueden ser caracterizados por el predominio de una visión' particular del mundo o por el estruendo creciente de la oposición de paradigmas

teóricos, otros pueden manifestar un caleidoscopio de posibilidades y combinaciones. Aunque para algunos esto último puede parecer des­concertante debido a la ausencia de una guía clara de la investigación y una falta de principios fijos para legitimar el trabajo de investiga­ción y las conclusiones, creo que este escenario es el más conducente al desarrollo de nuevos tipos de investigación exploradores e innovado­res. Esta es la situación en que nos encontramos al principio del siglo XXI. Estamos en un cruce de caminos crítico y estimulante, en donde las ortodoxias viejas han cedido lugar a (o cuando menos permitido espacio para) nuevos modos de conceptuar las complejidades y diná­micas de la vida social. La sociología del desarrollo está a punto de hacer adelantos teóricos mayores, entre los cuales resalta el desarrollo de un análisis más integrado de cómo la agencia, las instituciones, el conocimiento y el poder se interrelacionan en la nueva era global.

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CAPÍTULO 2 LA DESMITIFICACIÓN DE LA INTERVENCIÓN PLANEADA

YELESTAD01

Como se sugirió en el capítulo anterior, un análisis crítico de la política y de los procesos de la intervención2 requiere la desmitificación de no­ciones del desarrollo planeado. Es decir, es importante cuestionar las definiciones de tiempo-espacio, supuestos normativos y la praxeología implicada en los modelos ortodoxos de intervención, y exponer las limi­taciones de ciertas concepciones teóricas que las apuntalan, prestan­do atención particular en teorizar el mercantilismo, la incorporación institucional y las interrelaciones entre el Estado y la sociedad civil. Este capítulo ofrece tal crítica y propone la alter~ativa de ver la inter­

vención. como una realidad múltiple, compuesta por percepciones cul­turales e intereses sociales que difieren, así como por los continuos forcejeos sociales y políticos que tienen lugar entre los varios actores sociales involucrados.

De entrada, debemos distinguir entre modelos teóricos que apun­tan al entendimiento de los procesos de cambio social y desarrollo y modelos de la política que establecen las maneras en que el desa­rrollo3 debe promoverse. Esta distinción es importante, pero no ab­soluta, puesto que los modelos de la política están basados explícita

1 Este capítulo en parte está basado en un artículo escrito con Jan Dowe van der Ploeg (1989)'y en Long (1988).

2 A lo largo del texto tengo en mente sobre todo las fonnas institucionales de in­tervención que involucran la puesta en escena de proyectos de desarrollo o programas coordinados de desarrollo. No se consideran otras fonnas menos directas de inter­vención, como el uso de precio y mecanismos de impuestos u otras medidas fiscales o legales.

3 Por supuesto, el desarrollo puede ser definido de varias maneras: en térnúnos de aumentos en la productividad o niveles de producción, redistribución del ingreso, equidad aumentada o bienestar general, el ataque a la pobreza, o como un proceso politico en que los grupos "en desventaja" intentan mejorar sus oportunidades de vida.

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o implícitamente en los supuestos teóricos e interpretaciones que se supone explican cómo tiene lugar el cambio o cómo se lograrán los objetivos.4 Los modelos teóricos pueden enfocarse hacia dimensiones específicas (por ejemplo, desarrollo rural o urbano, o la transforma­ción del aparato estatal y estructuras macroeconómicas), y algunos pretenden caracterizar los elementos esenciales de la forma de hacer la política y de la aplicación misma. De aquí se desprenden modelos "racionales", basados en la creencia de que introduciendo más in­formación, pensamiento y análisis a la elaboración de las políticas, sus procesos resultarán más eficaces. Por una parte está el "incre­mentalismo desarticulado", que considera el hacer política como la ciencia de u arreglárselas", según la cual los diseñadores de la política toman en cuenta un rango estrecho de alternativas y responden a las contingencias políticas como y cuando éstas se presentan (Lindholm, 1980). Por otra parte, varios modelos abordan la elaboración de las políticas y su aplicación como procesos inherentemente políticos que involucran regateos y transacciones entre diferentes grupos de interés (Warwick, 1982; Palumbo, 1987). 5

Sin embargo, las interrelaciones de los modelos teóricos y los de la política a menudo quedan inexplicados y, por consiguiente, incier­

tos. Resulta importante, entonces, enfocarse en las prácticas de in­tervención, cómo evolucionan y se forman por los forcejeos entre los

varios participantes, en lugar de simplemente enfocar los modelos de intervención, es decir, las construcciones ideales que los proyectistas, implementadores o los clientes pueden tener sobre el proceso. Enfocar

4 La interacción de modelos (o normativas) teóricos y de las políticas es bien ilus­trado por la colección de documentos editados por Eicher y Staatz (1984), Asricultu­ral Development in the Third World, véase en especial su apreciación histórica global de las teorías y políticas de los años 50 a inicios de los 80.

s Al éxponer la aplicación de la política, Warwick diferencia entre modelos de ''planificación y control", "juegos evolutivos" y ~'transaccionales"; mientras que Pressman y Wildavsky (1983) conceptúan esto como una forma de conducta explo­ratoria. Una colección excelente de extractos de los textos mayores del hacer política y su aplicación es el de Hill (1993). Véase también a Marinetto (1999) en su aprecia­ción global introductoria de perspectivas, en que rastrea la importancia creciente de los problemas de la agencia humana y procesos organizativos en los estudios de la política. Sus estudios de caso en la segunda parte del libro ilustran el .. acoplamiento interdependiente" de las propiedades emergentes de los sistemas sociales y políticos, y

las cualidades dinámicas de la actividad humana (Marinetto, 1999:60).

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las prácticas de intervención permite tomar en cuenta las formas emer­

gentes de interacción, los procedimientos, las estrategias prácticas, los tipos de discurso, las categorías culturales y las ~~partes interesadas"

de los proyectos (Palumbo, 1987:32) involucrados en los contextos es­pecíficos, y reformular las preguntas de intervención del Estado y del desarrollo desde una exhaustiva perspectiva del actor.

La necesidad de deconstruir el concepto de intervención

Los para4igmas teóricos dominantes de la intervención planeada en los años 60 y 70 adoptaron un modelo mecáuíco de la relación entre la política, su aplicación y sus resultados. Una tendencia en muchos es­tudios (que todavía persiste en ciertos discursos de la política) era con­ceptuar el proceso como de naturaleza lineal, e implicaba alguna clase de progresión gradual desde la formulación de la política, la aplicación hasta los resultados, después de lo cual se podría hacer una evalua­ción para establecer la medida en que se habían logrado los objetivos originales. Sin embargo, como cualquier proyectista experimentado o trabajador del desarrollo apreciará con prontitud, esta separación de política, implementación y resultados es una burda sohresimplifica­

ción de un juego mucho más complicado de procesos en que interviene la reinterpretación o la transformación de la política durante el mismo proceso de aplicación, de tal modo que no hay de hecho ninguna línea recta entre la formulación de la política y los resultados. Además, los resultados pueden ser el producto de factores no uuídos de un modo directo a la aplicación de un programa de desarrollo particular. Es más, no deben restringirse los problemas en la aplicación de la política al caso de intervenciones planeadas de arriba abajo por los gobiernos, instancias de desarrollo e instituciones privadas, ya que los grupos locales formulan activamente y persiguen sus propios "proyectos de desarrollo", los cuales a menudo chocan con los intereses de la autori­dad central (Long, 1984a:177-9; Van der Ploeg, 1987).

A inicios de los 80 crecía el reconocimiento de tales deficiencias entre analistas políticos que buscaban nuevas maneras de conceptuar la formulación de la política y su aplicación (véase Grindle, 1980, y Clay y Schaffer,1984). Se argumentó, por ejemplo, que la implemen­tación debía verse como un proceso transaccional que involucra la

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negociación de las metas y los medios entre las 'partes con intereses

divergentes y en conflicto, y no sólo como la ejecución de una poütica particular (Warwick, 1982). Esto estuvo acompañado de nuevas for­mas de análisis de las organizaciones que estudiaban las dinámicas de acción administrativa en la aplicación de la política (Batley, 1983). Al­

gunos antropólogos se centraron en preguntas acerca de la naturaleza de la planificación como una ideología y actividad social (Robertson,

1984); otros se interesaron en cómo son asign~dos los servicios públi­cos mediante las interacciones entre el personal de la 441ínea frontal" de la institución y sus clientes (véase Schaffer y Lamb, 1976; Lipsky, 1980; Handleman y Leyton, 1978; y Rees, 1978, quienes se enfocaron en las percepciones culturales y las estrategias de la gerencia social de agentes y clientes).

Estas nuevas direcciones coincidieron con un reconocimiento cre­ciente de las diversas maneras en que los individuos y sus hogares se organizan de manera individual y colectiva ante la intervención pla­

neada por el gobierno u otros cuerpos. Las estrategias que inventan y los ·tipos de interacción que evolucionan entre ellos y las partes que intervienen influyen la naturaleza y resultados de tal intervención (véase Long, 1984a; Long y Long, 1992, y de Vries 1992, 1997). Un problema central en el análisis, por consiguiente, es entender los pro­cesos por los cuales las intervenciones entran en los mundos de vida de los individuos y grupos afectados y así llegan a formar parte de los recursos y las limitaciones de las estrategias sociales que desarrollan.

De esta manera, los llamados factores externos resultan ''internaliza­dos" y llegan a significar cosas diferentes para los diferentes grupos de interés o para los diferentes actores individuales involucrados, sean éstos implementadores, clientes o espectadores.

Estas consideraciones llevan a la conclusión de que el concepto de

intervención necesita ser deconstruido para que sea reconocido por lo que es; a saber, un proceso continuado, socialmente construido y ne­gociado, no sólo la ejecución de un plan de acción preespecificado con los resultados esperados. El supuesto común "es que quienes toman las decisiones, antes de actuar, identifican las metas, especifican ma­neras alternativas de llegar allí, evalúan las alternativas contra una norma -como costos y beneficios- y entonces seleccionan la mejor posibilidad". Sin embargo, como señalan Palumbo y Nachmias, quie­nes formulan las políticas a menudo "no están buscando la mejor ma-

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nera o la alternativa más eficaz para resolver un problema. En cam­

bio, están buscando apoyo para la acción ya tomada, y para apoyar lo que sirve a los intereses de los varios componentes de la política que forman la comunidad" (Palumbo y Nachmias, 1983:9-ll). No es suficiente, entonces, mod.i.fi.car o refinar puntos de vista ortodoxos en

la intervención· planeada. En cambio, se debe romper con los modelos convencionales, imágenes y razonamiento.6

La imagen de intervención conw un "proyecto" circunscrito en tiempo y espacio

A pesar de estas observaciones críticas, a menudo la intervención para el desarrollo aún se ve como un conjunto de actividades circunscritas

que tienen lugar en una escena definida en términos espaC?io-tempo­rales que involucra la interacción entre las llamadas partes interven­

toras y los grupos "blanco" o 44receptores". Tal imagen aísla la inter­vención del :flujo continuo de la vida social y las relaciones continuas que evolucionan entre los varios actores sociales, incluyendo, por su­

puesto, aunque no exclusivamente, las múltiples maneras en que los actores locales (tanto dentro como fuera de la escena) se interrelacio­nan con el Estado, las instituciones y sus oficiales. Así, conceptuar la intervención como una actividad circunscrita y claramente localizada 7

6 El argumento seguido aquí converge en aspectos importantes con el reciente trabajo antropológico sobre proyectos de desarrollo y los procesos de intervención en África (véase Oüvier de Sardan, 1985, 1988; Chauveau, 1985; Elwert y Bierschenk, 1988; y Geschiere, 1989). También coincide con algunos de los puntos críticos ela­borados por Schaífer (1984) en su ensayo "Towards responeibility: Public policy in concept and practice". El ensayo de Schaffer, junto con sus otros escritos sobre polí­ticas de administración y poütica, pennanecen como una fuente fecunda de ideas para hacer un análisis más sistemático y crítico de los procesos de la política.

7 Conyers (1982:80), ella misma investigadora y proyectista, deja esto bastante explícito en su exposición del significado de .. proyecto":

" ... un proyecto normalmente se planea y se lleva a cabo como una sola actividad identificable, o un conjunto de actividades relacionadas. Puede tener muchos elemen­tos o involucrar a muchas instancias diferentes o individuos; pero estos componentes están interrelacionados y por consiguiente es importante que el proyecto se planee y se lleve a cabo como un todo. En virtud de ello, un proyecto tiene a menudo su propio documento del plan, un gerente del proyecto especial o comité de administración, su propia asignación del presupuesto, y así sucesivamente. La otra característica impor-

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encubre el importante asunto teórico de que la intervención nunca es

un "proyecto" con límites claros en tiempo y espacio, como es definido por el aparato institucional del Estado o por la entidad implementado­ra. Las intervenciones siempre forman parte de una cadena o flujo de eventos localizados en una estructura más amplia de actividades de los

cuerpos estatales y/o internacionales y las acciones de diferentes gru­pos de interés que operan en la sociedad civil. Es más, las intervencio­

nes se enlazan a intervenciones previas (en modelos de la política por medio de "estudios de evaluación"), tienen consecuencias para otras intervenciones futuras y la mayoría de las veces son motivos de force­jeos interinstitucionales o representan arenas donde se libran batallas

sobre metas percibidas, competencias administrativas, asignación del recurso y límites institucionales.

Por consiguiente, un análisis crítico de la intervención visto como ideología y práctica debe ir más allá de las definiciones espacio-tempo­rales contenidas en los modelos convencionales de la política. La inter­

vención no se confina a un "espacio" específico, delimitado por la iden­tificación del grupo o población beneficiaria. Tampoco las personas en el extremo receptor de políticas, o los responsables de manejar su aplicación, reducen o limitan sus percepciones de la realidad y sus pro­blemas a aquellos definidos por la entidad interventora como constitu-

tan te de un proyecto es que normalmente se localiza en un área geográfica específica. El área puede variar en tamaño desde un proyecto como una fábrica que ocupa un área muy limitada a un proyecto de desarrollo regional que cubre toda una región administrativa; pero en cada caso el área cubierta por el proyecto puede ser definida específicamente. Esta característica [el tamaño] se usa a menudo para distinguir un "proyecto" de un .. programa"".

Cernea (1985:4-5) reconoce algunas de las limitaciones prácticas y de investi­gación en el enfoque del proyecto: "los proyectos son sólo unidades segmentadas de intervención; a menudo franquean las estructuras globales, se desarrollan atípica­mente, y están sujetos al síndrome del invernáculo. También se critica a los proyectos porque tienden a crear enclaves, a conducir los recursos a actividades paralelas al proyecto, y pueden no generar el desarrollo sustentable más allá de su marco tempo­ral limitado".

Pero, al final, su exposición sólo refuerza el pensamiento del proyectista de bus­car la identificación de "las variables sociológicas empotradas en los proyectos de desarrollo rural", y "aprender a hacer contribuciones operacionales al desarrollo planeado dentro de este enfoque". Para una valoración completa de los pros y contras del enfoque al desarrollo planificado consúltese el debate entre Rondinelli y Morgan, y una síntesis de los puntos centrales de Honadle y Rosengard, en Public Adm.inistra­tion and Development, volumen 3, 1983.

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yentes del "proyecto" o "programa". La personas procesan sus propias

experiencias de '~proyectos" e "intervención"; construyen su memo­ria de estas experiencias, y tienen en cuenta las experiencias de otros grupos dentro de sus redes socioespaciales; es decir, pueden aprender de las respuestas diferenciales, estrategias y experiencias de otros que están fuera de la población designada o del programa de acción espe­cífico. Así, la intervención no es un fenómeno limitado en el espacio y

tiempo. En la práctica no hay ningún principio claro demarcado por la definición de metas y medios, ni un último punto de corte, el ufinal" del proyecto como es definido por el escrito del informe de evaluación.

Este embalaje del espacio y tiempo (y por consiguiente de estra­tegias y opciones), característico del pensamiento del desarrollo, está apuntalado por varios tipos de discursos intervencionistas que son en esencia "diagnóstico y prescripción" (Apthorpe, 1984:128). Promue­ven la idea de que los problemas se atacan mejor si se divide la comple­jidad empírica en "una serie de realidades independientes" basándose en criterios "sectoriales" (es decir, diseñando políticas enfocadas de manera específica en la agricultura, salud, vivienda, etcétera). Según Schaffer (1984:143), tal discurso de la política también promueve la idea errónea de que la política comprende decisiones verbales e inten­cionales y documentos autoritarios, después de lo cual algo diferente, llamado implementación, tiene lugar.

Esta imagen de la política y de los procesos de intervención es re­forzada por la noción del ''ciclo del proyecto" que coloca varias activi­dades (como establecer la agenda de la política, definición del proble­ma, formulación de alternativas, diseño de la política, implementación y evaluación de resultados) en un orden secuencial, lineal y lógico (véa­se Clay y Schaffer, 1984:3-5; y Palumbo, 1987:38-41). Esto promueve la opinión de que la preparación de proyectos y su aplicación forman

parte de un proceso racional de resolución de problemas que involucra a los expertos (solos o en consulta con sus clientes) en la percepción de "los síntomas, en la formulación del problema, en la identificación de las causas (el diagnóstico), en la generación de soluciones alternativas y en la elección y realización de la apropiada [ ... y] finalmente, la ayu­da en la evaluación de los resultados" (Roling, 1988:57).8

8 Como esta cita muestra con claridad, y como es evidente en el libro en el que expone sus puntos de vista generales acerca de la intervención a través de la extensión

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Sin embargo, si tomamos distancia de estas concepciones espacio­

temporales idealizadas y, en cambio, nos concentramos en entender la intervención planeada como un juego complejo de prácticas y for­

cejeos sociales que evolucionan, el tiempo y el espacio pueden ser re­

introducidos como elementos de procesos históricos específicos que se

distorsionan cuando son confinados a la plantilla espacio-temporal del

modelo del proyecto. Por ejemplo, del lado del "intervenido", está el

conocimiento acumulado de experiencias anteriores de intervenciones

de varias clases, no sólo aquellas organizadas por el Estado o la enti­

dad en cuestión. Estas experiencias constituyen un tipo de impresión

y plantilla histórica que es colectiva, en cuanto es compartida como un

legado por un grupo particular de personas, y es individual, en cuanto las biografías de actores particulares contienen experiencias específi­

cas de intervención. Y lo mismo se sostiene en relación con los grupos

e instituciones definidos como las "partes interventoras", tales como las instancias de desarrollo gubernamentales o los burócratas indivi­

duales. Los procesos de intervención específicos deben ser vistos, por

consiguiente, en relación con las memorias colectivas e individuales

(lo que Bourdieu [1981:305-306] ha llamado la historia encarnada y

objetivada) de relaciones estatal-cívicas de la sociedad, iniciativas lo­

cales y forcejeos interinstitucionales. La intervención, entonces, implica la confrontación o interpene­

tración de mundos de vida diferentes y experiencias sociopolíticas que pueden ser significativas para generar nuevas formas de práctica so­

cial e ideología. Visto desde este punto de vista, las concepciones de

tiempo-espacio contenidas en modelos ortodoxos de intervención se vuelven un arma estratégica en las manos de las entidades que ínter-

(1988:39-42), la exposición de ROling usa una mezcla de lenguaje y analogía pseudo­técnica y médica. Así, su explicación de la naturaleza e importancia del trabajo de la extensión descansa en gran medida en la noción de que la sociedad manifiesta ciertos rasgos patológicos que deben curarse de algún modo por medio de intervención ex­terna '"premeditada'', .. planeada", "programada .. y por lo general .. profesional" o .. paraprofesional" (1988:39-41). Otra limitación de la exposición de ROling es lama­nera en que él resbala en una visión de la intervención de arriba a abajo, externalista y administrativa que describe como: .. Un esfuerzo sistemático para aplicar recursos estratégicamente para manipular los elementos en apariencia causales en un proceso social continuado, así como para reorientar de modo permanente ese proceso en las direcciones juzgadas deseables por la parte interventora".

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vienen. 9 Al adoptar la noción de que la intervención consiste en pro­

yectos limitados en ~1 espacio y en el tiempo, se remueve la historia,

por así decirlo, lo que implica que la memoria y el aprendizaje del pasado son de hecho superfluos. 10 Esta actitud se refuerza por el su­

puesto de que, cualesquiera hayan sido las dificultades del pasado e

independientemente de lo arraigado de los patrones de subdesarrollo, un programa de intervención bien diseñado y bien enfocado puede

romper con el peso muerto de los modos de existencia tradicionales, y así estimular o inaugurar el "desarrollo", cualesquiera sean sus rasgos específicos.

La intervención y su carga simbólica

La terminología específica usada en el discurso de la intervención,

incluyendo la descripción de los encuentros directos entre las partes interventoras y los beneficiarios, está teñida por la noción de que hay

un tráfico de regalos o donaciones procedentes del exterior y que tie­

nen calidades supremas que no pueden producirse dentro de la propia

situación local. Esto se ilustra en los casos de las semillas "milagro",

las variedades "mejoradas", "el mensaje de la extensión" y "los be­

neficios de receptores privilegiados". Estas metáforas reproducen la

imagen de un exterior todo poderoso y un interior inferior. Muchos de

estos términos también tienen una connotación mágico-religiosa com-

9 Si se acepta que los llamados grupos blanco también son estrategas activos, en­tonces lo contrario también es verdad; a saber, que los miembros de la población de­signada pueden usar las mismas armas conceptuales y administrativas para· bloquear las acciones de las partes que intervienen. Véase en Scott (1985) una exposición de las varias formas que puede tomar la resistencia cotidiana.

10 No excluyo, claro, la posibilidad de que las prácticas de la intervención pueden afectar de un modo significativo la organización social del tiempo y el espacio de los involucrados. Esto se ilustra en los proyectos de irrigación en los Andes, donde para enfrentar sus metas, introducen el trabajo asalariado para la construcción de canales y otra infraestructura, cuando tal trabajo normalmente es organizado por las comu­nidades mediante la movilización de faenas (grupos de trabajo cooperativos). Ya que con frecuencia el último modo de organización implica plazos más largos que el usual ciclo del proyecto de cinco años, la organización del tiempo, espacio~ trabajo y recur­sos materiales es forzada a un nuevo y mucho más corto marco temporal, con grandes implicaciones sociales. Una exposición general de este problema puede ser consultada en Van der Ploeg (1987:155-8).

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parable con la idea de carga que se encuentra en los cultos del "cargo" en Melanesia. Quienes se adhirieron a tales cultos creyeron que si se­guían los procedimientos morales y rituales debidos y honraban a los espíritus, serían premiados con la llegada súbita y milagrosa, en barco o avión, de una carga de artículos muy valiosos provenientes de ultra­mar. Cómo y dónde fueron producidos estos artículos (por ejemplo, latas de carne, fósforos y otros artículos manufacturados) era desco­

nocido para los melanesios, quienes asumieron que los blancos que los llevaron tenían acceso privilegiado a formas de conocimiento esotérico que los melanesios mismos habían perdido. Fue considerado un acto de redención guardar y cumplir con rigor el código ético del culto pre­

vio a la llegada de la carga." lguahnente estratégico en la ideología de la intervención es la tajan­

te separación de factores internos y externos, de lo interior y lo exte­rior. Aunque las intervenciones no poseen en realidad un "interior" y un ' 4exterior", ya que las prácticas de la intervención consisten (y sólo pueden consistir) en la entremezcla de diferentes flujos de eventos e intereses, desde los cuales surge la intervención como un proceso social­

mente negociado, esta separación del interior y el exterior es, no obs­tante, omnipresente y central en los modelos estándares de la política.

La separación de interior y exterior parece indispensable en la imagen relacionada de la intervención consistente en la entrega de al­guna clase de material o contribución organizacional o "paquete'' d~s­de el exterior (o "del mundo más allá") que se diseña para estimular la emergencia de ciertas actividades 4'internas" orientadas al logro de niveles superiores de producción, generación de ingresos, ''eficiencia" económica o la mejor utilización de los recursos existentes y del "fac­tor humano". Aun los programas (a menudo promovidos por ONG en lugar del Estado) que no tienen paquetes materiales tangibles para

ofrecer, pero manejan artículos menos tangibles, como organización o habilidades, siguen basados en la idea de transferir a los grupos be­neficiados esas capacidades o tipos de conocinúento que se supone que les hace falta. De este argumento se infiere que los grupos beneficiados necesitan habilidades de organización y la ayuda de personas ínter-

Il Un análisis completo del significado del ••cargo" y la naturaleza del conoci­miento esotérico buscado por los miembros del culto melanesio puede ser leído en

Lawrence (1964).

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medias, "facilitadores" o "corredores culturales" con el fin de obte­

ner acceso a las instituciones y recursos externos, puesto que sin tales contribuciones ellos, los beneficiarios son absolutamente incapaces de dirigir sus propias circunstancias de vida y resolver las situaciones problemáticas que enfrentan.

Vinculada a esta imagen de "carga" está la creencia subyacente de que si el desarrollo ha de tener lugar, las situaciones locales, los mun­

dos de vida o las maneras de organizar la vida social están de algún modo infundados, ya no son válidos, o son inapropiados, y por lo tanto necesitan ser reestructurados o quizá incluso eliminados por completo. La "carga" propuesta se diseña para resolver esto al establecer nuevas y más apropiadas maneras de hacer las cosas. Así, la intervención se vuelve una manera de reformar la práctica social y el conocimiento, y de introducir nuevos elementos (por ejemplo, semillas "milagrosas") que reemplazan u otorgan nuevos significados a las maneras ya estable­cidas de hacer las cosas (Van der Ploeg, 1989:154, 161). El apuntala­miento ideológico de esto es la creencia de que la inyección de contribu­ciones externas proporcionará una mejor solución a los problemas que los medios ya existentes, y de ese modo se abren nuevas oportunidades

y se mejoran las condiciones de vida y bienestar de la gente.

En síntesis, se podría decir que la intervención es percibida y le­gitimada como la producción continua de discontinuidades. Si se su­pone que el desarrollo ocurre mediante la intervención y la reestruc­turación de formas sociales existentes, entonces el desarrollo implica discontinuidad, no continuidad, con el pasado. La situación escogi­da para la intervención se juzga inadecuada o necesitada de cambio; así, los cuerpos locales de conocimiento, formas de organización y los recursos son implícitamente (y en ocasiones bastante explícitamente) deslegitimados, y por consecuencia las contribuciones externas se con­sideran condición necesaria e indispensable. De esta manera, el arma­zón normativo y los instrumentos técnicos del desarrollo planeado son validados por quienes intervienen. Esto sugiere que la intervención no debe verse como si consistiera fundamentalmente de contribuciones materiales y organizativas, sino que en ella toma parte un tipo de "co­mercio de imágenes"12 que busca redefinir la naturaleza de relaciones

12 Para Rñling (1988:40-41), los métodos y habilidades de comunicación son el "instrumento crítico" para promover el cambio conductual. Argumenta que la .. co-

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de la sociedad Estado-civil mediante la promoción de ciertas estánda­

res normativos de desarrollo y de lo que éste debe traer consigo. Aquí se debe reconocer el papel central desempeñado por la tecnología en la promoción de nuevos valores sociales y maneras de organizar la socie­dad (véase, por ejemplo, Galtung, 1982; y Latour, 1983).

La construcción de estas imágenes se sostiene por un proceso de '~etiquetamiento ,, que funciona para promover o imponer ciertos es­

quemas interpretativos en relación con el diagnóstico y la solución de "problemas del desarrollo". Como argumenta Wood (1985), el etique­tado es común a todas las formas de comunicación social y, por con­siguiente, es característico del discurso de la política del desarrollo. Esto último contiene los dispositivos de clasificación para identificar los problemas que tienen que ser solucionados, para describir la na­turaleza de la población que será afectada y el contexto, y para llegar

a "soluciones". Esto se ilustra en las maneras en que quienes hacen las políticas usan nociones simples: l) para enunciar los "obstáculos" del desarrollo (por ejemplo, el supuesto dualismo de grandes propie­dades y comunidades campesinas en América Latina, o la naturale­za "conservadora" o "tradicional" de los valores); 2) para identificar la población ~~blanco" (por ejemplo, el "sin tierra'\ "el pobre entre los pobres" o "la mujer campesina"), y 3) para impulsar los medios para resolver los problemas identificados (por ejemplo, la "reforma agraria", los programas para satisfacer "necesidades básicas", o la introducción de nuevos paquetes tecnológicos u organizacionales en­caminados a los agricultores con "potencial de desarrollo" o a quienes se considera ~'receptivos al cambio"). El etiquetado, por consiguiente, legitima las medidas de diagnóstico y terapia aplicadas por los cuerpos públicos. También intenta establecer los parámetros y la superiori­dad del discurso de intervención planeada en sí mismo, utilizando,

1 " fi . . " ~' 1 b' .. " " . por ejemp o, conceptos como e CienCia , e ten comun , equt-dad soCial" y racionalidad de "fines-medios" .13 Donde se introducen

municación requiere significados compartidos, de otra manera el mensaje codificado por el remitente y decodificado por el receptor no llevaría al efecto deseado en el

receptor". 13 Apthorpe (1984) lleva el argumento un paso más adelante al analizar tres tipos

contrastantes de discurso del desarrollo (fiscalista, institucionalista y distribuciona­lista) usados para hablar sobre los programas de intervención y análisis de la política. Apthorpe y Gasper (1996) han conformado una colección importante de documentos

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insumos materiales, éstos son estrictamente organizados de acuerdo

con las líneas del esquema inicial de clasificación (esto es, según cier­tos criterios de "etiquetado"). Así, por ejemplo, los agricultores con "potencial de desarrollo" o quienes son considerados "receptivos al cambio" recibirán la porción más grande en crédito, ganado o tecno­logía; y aun cuando muchos de ellos yerran al utilizar estos beneficios estrictamente de acuerdo con el método recomendado, el programa continuará reafirmando sus metas iniciales. Por ejemplo, en locali­dades donde los medios de transporte son escasos, podrían valorarse más los bueyes par~ el transporte de bienes y personas que para arar, la razón original dada para su introducción. Lo mismo se sostiene en lo relativo a paquetes tecnológicos que son '~desempacados" por los mismos agricultores con el fin de lidiar con problemas que el progra­ma original no había enfatizado o previsto. Al respecto, es interesante reiterar que los agricultores que desvían el crédito marcado para los propósitos específicos hacia cauces de inversión alternativos (aun en actividades generadoras de ingreso legítimas) de manera normal son designados "delincuentes" .14 Etiquetarlos de esta manera sirve, es

claro, para reforzar las metas originales y los valores normativos del programa. De aquí, en paradoja, cualquier déficit o fallas percibidas en el programa sólo llevarán a incrementar los esfuerzos o a renovar el proselitismo por el personal de la entidad para lograr sus objetivos en la siguiente vez. 15

consagrada al análisis de las representaciones y discursos de la política de desarrollo. Para ahondar en el discurso del desarrollo véase Cooper y Packard (1997), Grillo y Stirrat (1997) y Arce y Long (2000).

14 Véase en el capítulo 9 de este libro un caso que ilustra este proceso. 15 Esta situación puede compararse provechosamente con el creciente celo mos­

trado por los miembros de un culto al platillo volador en Estados Unidos cuando su profecía falló. En When Prophecy FaW, Festinger, Rieken y Schachter (1964) narran cómo, en el día y la hora fijados, los creyentes se juntaron en la cima de una coli­na donde esperaban ser recogidos por un platillo volador y transportados al Nuevo Mundo. Ya habían dejado sus trabajos y habían vendido la mayoría de sus posesiones materiales. Sin embargo, el vehículo espacial no llegó, y los miembros de la secta se quedaron con la tarea casi imposible de reconocer dónde habían dejado sus vidas pre­vias. Mientras algunos se desesperaron y dejaron el culto, al final la mayoría decidió seguir adelante y prepararse para la siguiente visita profetizada. Ellos racionalizaron la crisis sosteniendo que de algún modo leyeron mallas señales, y que quizá ésta fue una prueba de su fe y compromiso religiosos. Por lo tanto, decidieron intentar de nueva cuenta entregándose de lleno y con entusiasmo al proselitismo entre toda la

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Así, las actividades de las instancias de desarrollo y su personal no

pueden ser interpretados sólo en términos de sus contribuciones ma­teriales y organizacionales, ya que introducen conceptos nonnativos y evaluadores que definen problemas, soluciones y medios. Aunque las estrategias interpretativas desarrolladas por el personal de la instan­

cia para llevar a cabo sus tareas variará de acuerdo con sus intereses individuales y comprensiones culturales, sus repert?rios serán en gran medida similares, ya que las maneras en que asignan los recursos o ex­

plican y legitiman los planes reflejarán las imágenes y prioridades de desarrollo promovidas por la institución particular para la que ellos trabajan. Es más, dado su compromiso con las soluciones externas, las instancias que intervienen de manera normal tenderán a suplantar o subsumir las concepciones y estrategias de desarrollo locales. Esta falta de atención en el conocimiento local y en las capacidades de de­sarrollo locales será más tarde reforzada por el argumento de que se necesitan expertos de varios tipos para facilitar una comprensión de los problemas, para su solución y para diseñar y llevar a cabo una transferencia lisa y eficaz de habilidades, información, tecnología y

recursos. Como Edwards (1989:118-120) ha comentado en una crítica mordaz titulada "The irrelevance of development studies",

La consecuencia natural de un interés en las interpretaciones téc­nicas de la realidad es que el conocimiento, y el poder para con­trolarlo, se concentra en las manos de aquellos que tienen las ha­bilidades técnicas necesarias para entender el lenguaje y métodos que se usan [ ... ] El corolario lógico de una visión del mundo que ve el desarrollo como una serie de transferencias técnicas media­das por expertos es que, dado un número suficiente de situaciones o proyectos en que estas transferencias sean hechas, ocurrirá "el

desarrollo". Pero, como ha señalado Sithemhiso Nyoni [director zimbabwense de La organización de Asociaciones Rurales para el Progreso], ningún país en el mundo se ha desarrollado alguna vez por sí mismo mediante los proyectos; el desarrollo resulta de un largo proceso de experimentación e innovación por medio del cual las personas construyen las habilidades, el conocimiento y la con-

población. Esto condujo a una efervescencia de actividad renovada del culto, pero con el tiempo la desilusión empezó a llegar.

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fianza en sí mismas necesarios para formar su medio ambiente en maneras que promueven el avance hacia metas como el crecimien­to económico, equidad en la distribución del ingreso y la lihertad politica.

Incluso el evidente interés creciente en aprender acerca del conoci­miento y de las prácticas locales (ahora subvencionado en exceso por las instancias de desarrollo de la ONU y abanderado por científicos sociales aplicados como Chamhers [1983], Rhoades [1984] y Richards [1985]) a menudo se entrampa por las limitaciones que pone en sí mismo. Aqtú tengo en mente los varios métodos de investigación llamados "partici­pativos" enfocados en aprender acerca de la práctica y el conocimien­to del campesino. Aunque encaminados hacia el diseño de paquetes tecnológicos y mod~s de organización sostenibles, la mayoría de estos métodos permanecen en las manos de los "expertos". Consistente con esta situación está el enorme interés en los temas de "participación" y de investigación Hparticipativa" mostrado por instancias de desarro­

llo internacionales cuyo compromiso está sin duda inspirado por la creencia de que la participación ayudará a reducir los costos de in­fraestructura, la carga organizacional y la mejora en la precisión de la investigación que llevan a cabo.

Todo esto sugiere que inherente al proceso de intervención planea­da hay una contienda sobre la dominación y legitimidad de imágenes competitivas de desarrollo. Pero no debemos simplificar esto supo­niendo que la contienda involucra sólo el choque entre las instancias que intervienen y los intereses locales. También trae consigo forcejeos dentro de y entre las mismas instancias de desarrollo.

La evaluación como el momento de objetivación eúJl proyecto16

Al explorar las dimensiones normativas de la intervención planeada destaca un elemento cruciaL Éste involucra la idea de la exigencia de

u; El término ""objetivación" se usa aquí en esencia de la misma manera que Ber­ger (1967:4-15) lo hace. Este último lo une a ''externalización" o el proceso por el cual las personas constn.~yen los mundos a su alrededor mediante la acción física y mental. Un producto externalizado se vuelve distintivo de la persona que lo produce,

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la "evaluación" periódica de los proyectos o programas a lo largo de

su vida. Se argumenta que la justificación para la persistencia o di­solución de un proyecto particular o programa debe basarse en una apreciación global retrospectiva sistemática del proyecto, de sus obje­

tivos originales y de sus logros. Normalmen.te un proyecto no se juzga "exitoso" a menos que muestre haber alcanzado algunos de sus obje­tivos establecidos y haberlo hecho sin incurrir en un costo demasiado elevado para la organización responsable o para la propia población blanco. Incluso si se juzgó como un fracaso según estos criterios, una evaluación puede, sin embargo, proveer las razones para reformular el programa e intentar una vez más el logro de las mismas metas. 17 Ya que con escasa frecuencia se da el caso de que las evaluaciones cues­tionen la idea entera de la intervención planeada y la racionalidad de la planificación, de manera usual se culpan del fracaso a los agricul­tores, los factores medioambientales o los misterios de los distantes mercados de productos, no al paquete o a las actividades de la propia

instancia. Es así como la evaluación desempeña un papel útil al con­firmar la profecía autocumplida de que las políticas intervencionistas son en verdad viables e ideológicamente sólidas, aunque moderadas o contrarrestadas por las fuerzas ocultas del llamado mercado libre.

Un análisis crítico de las prácticas de la intervención hace nece­sario que vayamos más allá de la declaración simple de las funciones

y así "'lo confronta como una facticidad fuera de él núsmo" -algo "alú afuera"- que adquiere el carácter de una realidad "externa" y "objetiva" que es experimentada con otros. La actividad de evaluar un proyecto de desarrollo la establece como una parte objetiva, delimitada de la realidad social con su propia lógica. De ese modo, los procedimientos de la evaluación legitiman las actividades basadas en el proyecto y refuerzan las concepciones intervencionistas del desarrollo.

17 Guda y Lincoln (1987:207-208) proveen una revisión histórica de los estudios de evaluación. Distinguen entre: 1) una perspectiva técnica; 2) la perspectiva des­crita que caracteriza patrones, fortalezas y debilidades respecto a ciertos objetivos (por ejemplo, percibir al evaluador como quien describe); 3) una perspectiva que se orienta a evaluar las conclusiones como evaluador y juez al tiempo de retener sus an­teriores funciones técnicas y descriptivas, y 4) la perspectiva emergente desde la cual se observan no a los objetivos, decisiones, efectos organizadores, sino "las demandas, preocupaciones y asuntos" presentados por una variedad de audiencias que están involucradas de algún modo con la intervención (por ejemplo, los agentes del desarro­llo, los cuerpos financieros, los beneficiados y los grupos marginados). Guda y Lincoln concluyen que aun con esta nueva perspectiva el evaluador permanece atrapado en el

proceso político mismo.

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políticas de los estudios de evaluación. La eValuación debe analizarse,

en primer lugar, como un mecanismo que ~terconecta diferentes in­tervenciones en el transcurso del tiempo; y, en segundo lugar, como un factor importante en la producción sistemática de ideologías que

legitiman el papel de las instancias que interviénen y, por lo tanto, las relaciones de poder implicadas entre estas instancias y los grupos beneficiados. 18

Es más, un análisis crítico debe evitar la teÍltación de usar los es­tudios de evaluación sólo para denunciar las metas incumplidas de políticas particulares. Una crítica que de manera específica se enfoca en las ~~fallas" producidas está fuera de lugar. Con poca frecuencia la ~'falla" es una razón (quizá es uno de los pretextos) para detener una política de intervención particular. De manera normal las "fallas" son el punto de partida para la elaboración de la siguiente ronda de intervenciones. Incluso se podría defender que cierto grado de "falla" es estratégico en la reproducción de la intervención misma. Los esque­mas de irrigación, los programas de desarrollo rural integrado, o los programas de extensión pueden de hecho continuar por decenios, ya que cada cuatro a:ilos (o el lapso planeado para la evaluación perió­

dica) puede concluirse que las metas establecidas "todavía'' no se han

alcanzado, o que han surgido ''nuevos problemas", como la salinidad, o un descenso de la demanda de productos particulares (véase Bolhuis y Van der Ploeg, 1985:322).

Como los últimos ejemplos subrayan, la intervención es un gran ne­gocio, no sólo para las empresas y consultorías, sino también para las instancias gubernamentales o las ONG involucradas. Para todas éstas, el "desarrollo" es una mercancía con un valor de cambio calculable que reproduce y legitima prácticas e intereses de intervenciones parti­culares. Por consiguiente, las reglas del juego llamadas "evaluación"

son condicionadas más por los intereses sociales de los involucrados en la fabricación, promoción, venta y utilización de esta mercancía particular que por las funciones que se asume que cumplirían en el modelo de intervención.

111 Como argumenta Quarles van Ufford (1988), es crucial para asegurar la entra­da de dinero para las instancias de desarrollo; y puede (como en el caso de los dona­dores holandeses privados) volverse el foco de conflictos intraorganizacionales o entre los diferentes grupos de actores dentro de la organización, a saber, entre los evaluado­res y los trabajadores de escritorio encargados de tomar decisiones de asignación.

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Más allá de los modelos de la política: para teorizar la intervención planeada

Hasta ahora he defendido la deconstrucción de modelos lineales y cí­

clicos de la intervención planeada. Tales modelos y estrategias de in­

tervención, sin embargo, están sostenidas (explícita o implícitamente)

por suposiciones e interpretaciones teóricas generales. Es tiempo, por

lo tanto, de que exprese mis dudas con respecto a estos modelos so­ciológicos generales. No puedo, por cuestiones de espacio, hacer una

crítica completa a los marcos analíticos existentes, por lo que limito la

exposición a tres áreas cruciales de análisis: el problema del desarro­

llo agrario y de la agencia, los procesos de institucionalización, y la

concepción del Estado y de la acción estatal.

El desarrollo agrario, heterogeneidad y agencia

La planeación y la intervención tienen como fin el "desarrollo". Por

lo menos eso es lo que se afirma y lo que legitima las prácticas de la

intervención. Limitando la discusión, por cuestiones de brevedad,

al asunto del desarrollo agrario, hay tres elementos esenciales para

desarrollar un planteamiento metodológico y teórico que franquea la

miopía del análisis actual de la intervención. En primer lugar, debemos reconocer que el argumento de que la

intervención es la llave para el desarrollo agrario no sólo es falso, sino que también, si consideramos las posibles consecuencias de tal argu­

mento, es parte del problema del desarrollo mismo. La mayoría de las teorías dominantes establecen que el desarrollo debe ser ~~induci­

do" (véase, por ejemplo, Hayami y Ruttan [1985] para ahondar en

el "cambio técnico e institucional inducido"); es decir, las interven­

ciones externas son consideradas necesarias para activar el proceso

de desarrollo. Y, aunque es probable que nadie mantendría que no hay desarrollo fuera del dominio de la intervención, hay una opinión

generalizada de que el desarrollo "sustancial" o "adecuado" depende

críticamente de la intervención; en otros términos, de la introducción

de paquetes consistentes en varias mezclas de especialización, capital, tecnología y modos eficaces de organización. El opuesto lógico de esto, claro, es que fuera de este reino del "culto a la cargan hay '"ignoran-

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cia", "'incapacidad", "recursos escasos", formas "atrasadas" de tec­

nología y escasez de poder; es decir, los mismos rasgos reproducidos normalmente mediante las técnicas del etiquetamiento delineadas an­

tes, y que se deben combatir sobre todo durante las fases iniciales de la intervención.

Incluso un somero examen de los textos de historia agraria, econo­mía y sociología mostraría de manera resolutoria que la mayor parte

de la evidencia se contrapone a esta visión dicotómica. El desarrollo

agrario no se limita a las prácticas de la intervención. Está en potencia

en todas partes, y donde no se manifiesta a sí mismo como un proce­

so más o menos autónomo, diversificado y dinámico, es probable que

ello se deba a que se le ha impedido u obstruido de alguna manera; y

uno de los mecanismos por lo que esto ocurre (y aquí entramos en el problema real) es mediante la intervención misma. Así, detrás de la

afirmación de que la intervención es el gatillo o la fuerza impulsora del desarrollo está el hecho de que la mayoría de las veces las prácticas de

intervención aspiran a controlar el modelo de desarrollo económico y político local.

Las políticas de intervención aspiran a alinear las dinámicas de

la iniciativa local con los intereses y perspectivas de las autoridades

públicas, y reproducir la imagen del Estado (o sus instancias) como la

llave del desarrollo: Este intento de aumentar el control externo pue­

de afectar la efectividad y el significando otorgado a las actividades locales de desarrollo. Sobre todo cuando el establecimiento de nuevas

formas de control consisten en externalizar partes particulares del proceso de trabajo agropecuario a instancias externas (el mercado),

o cuando una cientificación masiva y abrupta de la agricultura está involucrada, el efecto global bien podría volverse un obstáculo mayor

al desarrollo localmente estimulado. De hecho hay muchas evidencias

históricas de que una reducción en el control de las autoridades cen­trales con frecuencia lleva a una súbita revitalización de las activida­

des locales de desarrollo. Por ejemplo, Samaniego (1978) documenta

cómo la emergencia del finquero independiente en la Sierra Central

del Perú a principios del siglo XX fue estimulada por el desarrollo de

nuevas formas de control político y jurisdicción locales vis a vis los centros dominantes de poder localizados en los pueblos de la región. Spahr van der Hoek y Postma (1952) ofrecen una documentación si­milar de la historia agraria de Friesland, en los Países Bajos, enfocán-

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dose en el impacto de las luchas de los agricultores por "la plenitud

del poder" dentro de sus organizaciones; y Hayami y Ruttan (1985) de igual modo ligan el desarrollo agrícola japonés a las varias iniciativas locales.

Esto se vincula al segundo punto. Como he argumentado en otra

parte, "el desarrollo agrícola tiene múltiples facetas, es complejo y a menudo contradictorio en su naturaleza. Involucra diferentes series de fuerzas sociales originadas en arenas internacionales, nacionales, regionales y locales. La interacción de estas fuerzas genera formas es­pecíficas, direcciones y ritmos del cambio agrícola" (Long y Van der Ploeg, 1988:37). La heterogeneidad es de hecho un rasgo estructural del desarrollo agrario. Esta heterogeneidad no surge por casualidad ni se puede fácilmente maquinar. Más bien es resultado de un desarrollo que se diseña y lleva a cabo desde "abajo" en el seno de una diversidad de escenarios locales (Van der Ploeg, 1986). Esta fabricación de cuer­pos de conocimiento local, que resultan de la traducción detallada y

mediada socialmente de recursos locales, limitaciones y condiciones en acción, es fundamental para esta producción y reproducción de la heterogeneidad. Las intervenciones planeadas en el exterior que fun­cionan con soluciones estandarizadas no pueden construir de un modo eficaz sobre el conocimiento y las experiencias locales. Así, al final, po­seen muy poco control sobre estas heterogéneas situaciones locales.

El tercer punto importante es que el estudio de la intervención debe estar inserto en una comprensión de los contextos más amplios y

crecientemente globales y al hacerlo, incluir tanto las tendencias domi­nantes de desarrollo como sus contratendencias (una exposición recien­te de la importancia de las contratendencias se encuentra en Arce y Long, 2000). Dependiendo de las circunstancias, actores específicos y organizaciones pueden estimularse con intervenciones particulares;

mientras que otros pueden encontrar sus intereses y estrategias im­pedidas o del todo bloqueadas. Es importante, por lo tanto, explo­rar los efectos de intervenciones de proyectos particulares, no sólo sobre los grupos "blanco" y otras partes interesadas, sino también, de manera más amplia, en los vecinos y actores localizados en regiones fronterizas a la zona del proyecto, en sus modos de sustento y sus ins­tituciones. Es decir, necesitamos identificar los patrones específicos de interacción y acomodación que tienen lugar entre los diferente actores (individual y colectivos) y analizar las maneras en que sus historias

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particulares, memorias colectivas y concepciones espacio-temporales forjan la recepción y los resultados de medidas políticas particulares. Tales estudios difieren de los procedimientos estandarizados de eva­luación de proyectos. En tanto que estos últimos abordan la engañosa pregunta de si se han alcanzado las metas originales, los estudios de

impacto social visualizan la dinámica de intervención como un con­junto de prácticas sociales que surgen del entrelazamiento de las es­trategias e intencionalidades de los actores (véase también O!ivier de Sardan, 1995:173-175). Necesitamos ampliar el alcance de los estudios para examinar las consecuencias que han tenido ciertas intervencio­nes en los modos de desarrollo y organización "autónomos" o '~endóge­nos" previamente existentes (véase Long, 1984b; Cernea, 1985; Long y Van der Ploeg, 1994).

Las estructuras agrarias y los procesos de institucionalización

Es necesario algún concepto de "estructura agraria" para identificar y clasificar los tipos de patrones de desarrollo agrícola, las formas de interacción entre diferentes actores sociales (agrarios y no agrarios),

así como la intersección de marcos institucionales y arenas económicas y políticas contrastantes. Al respecto es crucial examinar las unidades operativas o administrativas relevantes y los patrones de asignación, intercambio y comunicación de recursos que los entrelazan. No sólo tengo en mente aquí las unidades de producción (como el hogar cam­pesino, la cooperativa, la hacienda o la plantación), sino también las instituciones que s~ entrelazan con ellas por medio de las divisiones sociales del trabajo existentes (Benvenuti, 1987). De esta manera, las unidades de producción están articuladas a otras instituciones y mer­

cados mediante una red de comercialización, así como por relaciones técnico-administrativas que tienen gran influencia en la organización del proceso de trabajo del rancho o de la finca (Van der Ploeg, 1986, 1990). Con hase en tal planteamiento, la noción de estructura agraria puede ser operada como compuesta por un conjunto de agencias huma­nas entrelazadas involucradas en ''la negociación cotidiana sobre de­finición y ejecución de roles por parte de los agricultores" (Benvenuti, 1985:225) y formando parte de una constelación regional que, siguien­do a Long y Roberts (1984 ), se podría llamar "un sistema regionalizado

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de producción". Esto último es una forma abreviada de nombrar el

complicado sistema de capital, trabajo y lazos sociopolíticos que se desarrolla históricamente entre los varios sectores económicos y acti­

vidades y entre las clases sociales y grupos engendrados por ellos. Este sistema de lazos es dinámico y no sólo está determinado por las acciones

de un sector dominante. Está siendo remodelado constantemente por los forcejeos entre los diferentes individuos y grupos sociales, y, por su­puesto, es afectado por fuerzas foráneas (eJ. Long, 1984a:l75-177). Sólo de esta manera puede evitarse la reificación implícita en las defi­niciones convencionales de estructura agraria.

Si adoptamos este enfoque del actor para el análisis de los pro­cesos de intervención, identificando los tipos de arenas, forcejeos en las interfaces, negociaciones y transformaciones que tienen lugar, es evidente que los actores involucrados, sus identidades y sus intereses subjetivos y perspectivas deben ser considerados independientemente de la retórica de la intervención. Al hacer esto, es claro que diferi­mos de las teorías de la modernización y la marxista, ya que ambas se encaminan hacia el entendimiento de la "integración" o 44Sumisión" del mundo rural y sus actores dentro de la estructura global del capi­talismo. De hecho, hay una convergencia notable entre ambas escue­

las de pensamiento (véase Vandergeest,1988; y Long y Van der Ploeg, 1988). En ambos hay una reificación y prevalencia de las tendencias centralistas y deterministas, lo cual oscurece la naturaleza y potencial de las estrategias y respuestas individuales y colectivas (Long, 1984a

y 1988). El hecho de enfocar la estructura agraria desde una perspectiva

del actor permite el reconocimiento de la mercantilización y la incor­poración institucional (o burocratización) como tendencias básicas en la historia rural contemporánea, sin atribuirles efectos deterministas

(que, entre otras cosas, representan a los agricultores y otros actores en la arena local como cada vez con menor poder). Desde la perspec­tiva del actor, la mercantilización y la institucionalización sólo tienen consecuencias reales a través del significado atribuido por actores es­pecíficos (incluyendo no sólo a los agricultores, sino también a otros, tales como comerciantes, burócratas y políticos). La integración en nuevos mercados o la introducción de una nueva tecnología sólo pue­flen mediarse y traducirse por estrategias e interpretaciones específi­cas de los actores involucrados; no se trata de procesos incorpóreos.

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Una consecuencia adicional es el surgimiento de ciertas. formas de

heterogeneidad como acompañamiento de la mercantilización e insti­tucionalización, que requieren ser teorizadas. No es suficiente, como sugiere Bernstein (1986:19), abordar la heterogeneidad sólo como una materia de diversidad empírica.

Esto implica que tales tendencias no necesariamente minan las re­laciones de poder dentro de la situación local ni eliminan el papel ac­tivo de los agricultores involucrados. Lo que de ellas resulta es un giro en la base de las relaciones de poder y un cambio en las definiciones de los papeles de los agricultores y sus interrelaciones. Al mismo tiempo, la mercantilización y la institucionalización crecientes a menudo pro­ducen la emergencia de nuevas discontinuidades estructurales, y la creación de nuevos puntos de apalancamiento y espacio para manio­brar que pueden llegar a ser cruciales en la interacción con las varias instancias interventoras (Long, 1989).

Por supuesto, los asuntos anteriores se relacionan directamente con la intervención planeada. Las prácticas de la intervención a me­nudo producen aumentos repentinos y masivos de mercantilización e institucionalización, y estos procesos con frecuencia son vistos como los velúculos primarios del desarrollo. 19 Pero aun así, uno no puede

deducir que los actores locales sólo son "expropiados" y reducidos a una carencia de poder. Mientras las tendencias hacia tales formas de expropiación podrían ser fuertes, en la misma arena encontraremos ciertas contratendencias de las que emergerán nuevos puntos de con­trapeso y nuevas relaciones de poder. Ya he descrito las prácticas de la intervención como forcejeos políticos por el acceso y la distribución de ciertos recursos decisivos y, sobre todo, como forcejeos normativos por la definición de desarrollo y el papel de los diferentes actores. Todos estos procesos serían de lo más significativos, si la mercantiliza­

ción y la instituciof!alización constituyesen componentes importantes de las prácticas de intervención. Así, en lugar de eliminar los forcejeos sociales y normativos, es probable que las prácticas de la intervención

19 '"El desarrollo rural se interesa en la modernización y monetización de la so­ciedad rural, y con su transición del aislamiento tradicional a la integración con la econonúa nacional (Banco Mundial, 1975:3, las cursivas son mias). Con base en es­tas propuestas muchas instancias interventoras fueron designadas de hecho como las fuerzas impulsoras del mercantilismo (es decir,la monetización) y la institucionaliza­ción (es decir,la integración).

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los radicalicen, y así se introduzcan nuevas discontinuidades y lleven

a las confrontaciones entre intereses y valores discrepantes.

Las imágenes y las interpretaciones teóricas del Estado

Un asunto crítico final que sostiene mucho del pensamiento interven­cionista es la concepción del Estado. Aquí podemos distinguir varias i.;tterpretaciones.20 La primera es el llamado modelo de "la lógica del capital" basado en las teorías marxistas del desarrollo que interpretan las acciones del Estado capitalista en términos de los imperativos y la "lógica" intrínseca del desarrollo capitalista (De Janvry, 1981). Éste enfatiza la manera en que las instituciones estatales y quienes susten­

tan el poder estatal funcionan para asegurar la supervivencia a largo plazo de formas capitalistas de acumulación, salvaguardando así los intereses de la clase dominante o la alianza de clase. Este proceso se complica por el hecho de que la acumulación de capital en la escala global está sujeta a crisis periódicas que requieren medidas correc­tivas por el Estado. El Estado también puede instituir políticas que tienen consecuencias negativas para ciertos segmentos de la clase do­minante o la alianza de clase, y que ofrecen concesiones a grupos su­bordinados tales como productores campesinos u obreros. Es en tales

coyunturas históricas cuando se dice que el Estado adquiere en cierta medida acción independiente o "autonomía relativa" vis a vis la clase dominante, aunque al final el "poder objetivo del capital" y el apun­talamiento del sistema obren en beneficio de los intereses capitalistas,

nacionales y extranjeros. Un problema no resuelto en esta linea de razonamiento es la ~~au­

tonomía estatal" (véase Hamilton, 1982:8-13; y Skocpol, 1985). Dado que el análisis se dirige a revelar la estructura subyacente Y las leyes del capitalismo, se dificulta, en términos teóricos generales, el permi­tir espacio para la acción independiente del Estado (y sus instituciones y organizaciones asociadas), si por esto queremos decir acción contra los intereses de la clase capitalista dominante, que al final derivarían en cambios fundament~les en el modo capitalista de producción exis-

20 Hill (1993: 47-152) proporciona una revisión sucinta de las teorías del Estado

y la burocracia por medio de textos escogidos.

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tente. Para resolver esto, es necesario definir con mayor precisión los conjuntos de fuerzas sociales que afectan a los poseedores del poder del Estado e ínstituciones y determínar los medios y la magnitud del control político ejercido por grupos de ínterés poderosos, íncluyendo las clases dominantes nacionales y extranjeras (véase en Milliband, 1969, los mecanismos usados por la clase domínante; por ejemplo, la obtención de posiciones en las instituciones estatales, membresía en los comítés clave, cabildeando, haciendo campaña y controlando los medios de comunicación).

Se. llega a la conclusión, entonces, de que el enfoque de la lógica del capital para la intervención del Estado no diferencia de un modo suficiente entre lo que se podría llamar los "imperativos" y las "rea­lidades" del desarrollo capitalista como operan en contextos socia­les discrepantes. Hay también una tendencia a la reificación de las

instituciones y acciones estatales y, por consiguiente, a descuidar la importancia de procesos tales como las luchas entre instancias, entre ministerios, o entre grupos para la determinación y ejecución de pro­gramas de la política. De hecho, estas acciones y forcejeos forman y reproducen en gran medida el conjunto de colectividades relacionadas con la organización institucionalizada del poder político.

Un segundo planteamiento analítico se enfoca en el proceso de incorporación institucional según el cual los agricultores/campesinos

llegan a ser integrados en un medio ambiente técnico-administrativo más amplio consistente de varias organizaciones estatales y no estata­les (Benvenuti, 1975; Benvenuti y Mommaas, 1985). La incorporación se plasma en tres procesos interconectados: "externalización", que describe cómo las tareas de la producción son tomadas cada vez más por cuerpos externos; "cientificación", que identifica la importancia creciente de la tecnología moderna, y el aumento de "la centraliza­

ción" por el Estado. El último proceso funciona para coordinar las interrelaciones entre las varias instituciones y asiste en la resolución de conflictos entre los diferentes grupos de interés, como agricultores, campesinos, extensionistas, banqueros y las organizaciones de agri­

cultores o cooperatiyas. El modelo de incorporación institucional es weberiano en su énfa­

sis en la importancia de formas modernas de organización, tecnología y racionalidad. Sin embargo, a diferencia de Weber, se interesa más en la naturaleza del ambiente institucional que rodea a los produc-

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tores que en las características de las instituciones burocráticas per se. Pretende mostrar cómo la integración en una red externa de ins­tituciones, que desarrollan "racionalidad coordinada" propia, mina formas independientes de producción y toma de decisiones, y destaca, por ejemplo, el papel creciente desempeñado por instancias especiales

preparadas por el Estado para promover programas de desarrollo ru­ral integrado y para establecer producción controlada en su calidad para la exportación. Las trasnacionales y las agroempresas también asumen cada vez más un papel importante en la organización, proce­samiento e internacionalización de la producción agrícola, como San­derson documenta acerca de México a mediados de los ochenta. Este

patrón de desarrollo margina aún más al agricultor, ya que compañías privadas o empresas del Estado introducen cultivos por contrato y sis­temas de arriendo para ejercer un firme control sobre la planificación de la granja y la ejecución de las tareas de la producción. Con fre­cuencia, las cooperativas y las organizaciones de agricultores realizan funciones similares. Este complejo institucional, se ha argumentado, desarrolla un alto grado de consenso entre las organizaciones partici­pantes sobre el diagnóstico y solución de problemas enfrentados por el agricultor, y sobre el compromiso hacia la promoción de desarrollo

tecnológico y la producción comercial. El proceso se acompaña por el aumento de la centralización del Estado y es, por consiguiente, común

a las economías capitalistas y socialistas. Aunque el concepto de Estado permanece subdesarrollado, la im­

plicación parece ser que la modernización trae consigo formas cre­cientes de "corporativismo", según el cual el gobierno central hace un pacto con los varios grupos socioeconómicos de interés para con­ducirlos a los procesos de planeación de políticas, a veces incluso les permite un espacio amplio para determinar sus asuntos. El sistema

institucional que abarca al agricultor se vuelve parte del Hestado ex­tendido" que integra en el sistema gubernamental a grupos socioeco­nómicos productores mediante un sistema de representaciones orga­nizadas; ni más ni menos de la misma manera en que las uniones del trabajo y asociaciones patronales llegan a ser '~instituciones gobernan­

tes" (Winkler, 1976). La línea del argumento de Benvenuti, por consiguiente, parece

atribuir considerable poder coordinado a la burocracia estatal; sólo el Estado parece estar en posición para determinar las reglas del juego

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y establecer las relaciones activas entre las partes involucradas. Aun­

que el esquema de Benvenuti es interesante por el énfasis que pone en las dimensiones organizacionales, yerra de hecho en el examen, en cualquier profundidad, de la naturaleza de la organización y de las relaciones burocráticas, y así llega al supuesto injustificado de que las instituciones y las instancias de desarrollo involucradas en la cons­trucción del ambiente institucional y tecnológico de los agricultores encajan juntas con coherencia y presentan un ataque concertado a la autonomía de la empresa de la granja.

Ahí no hay apreciación de la importancia del conflicto entre las instancias o de los forcejeos que tienen lugar entre las organizaciones de agricultores y el gobierno o las instituciones privadas. Un problema relacionado es el fracaso en la localización de la discusión dentro de un análisis de estructuras de poder existentes en los ámbitos regional o nacional. A diferencia de los enfoques marxistas que interpretan las acciones y políticas estatales como derivadas sobre todo de relaciones

o de forcejeos de clase, o de la lógica del desarrollo capitalista, esta perspectiva define el Estado com.o en esencia compuesto por un con­junto complejo de organizaciones respaldadas por el poder político ejecutivo, que con eficacia controla el territorio y a la gente. Por lo

tanto, es el perdurable aparato ejecutivo y administrativo el que toma decisiones autoritarias que están en "la base del poder estatal como

tal" (Skocpol, 1979:29). Los dos modelos anteriores de desarrollo agrario y del Estado pre­

sentan alternativas de conceptuación del creciente encapsulamiento de las poblaciones agrícolas; la primera se enfoca en la expansión de mercados y en la penetración de capital; el segundo, en el efecto de va­rias instituciones rurales preparadas para servir al agricultor por medio de la organización de insumos y rendimientos. Aunque ambos planteamientos mencionan el importante papel desempeñado por las instancias estatales y otras organizaciones, ninguno intenta analizar los tipos de interacciones y negociaciones que ocurren entre los re­presentantes de las varias organizaciones y los agricultores mismos. Cuando se refieren a los encuentros entre el Estado y los grupos loca­les, no dan espacio a !as maneras en que los agricultores o campesinos mismos intentan estructurar las interfaces a que son arrastrados. Así, se recibe la imagen de un campesinado pasivo enfrentado a agobiantes fuerzas externas. E~ más, desde que ambas interpretaciones teóricas

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asignan poca importancia al papel de las formas locales de organiza­ción y conocimiento en el desarrollo, tienden a reforzar la imagen y la eficacia de la planeación convencional de arriba a abajo y las políticas

de intervención. Asimismo, no muestran interés o sensibilidad hacia las maneras

en que los representantes de las instituciones interventoras inter­pretan sus mandatos y definen sus tareas de trabajo vis a vis sus po­

blaciones cliente. Benvenuti tiende al supuesto de que se desarrolla una racionalidad común y una definición normativa entre los encar­

gados de aplicar el programa y los representantes de las organizacio­nes, sean técnicos o aJministradores. Bernstein escribe con bastante

simpleza sobre la política estatal, las acciones y las maneras en que facilitan la expansión capitalista; y De J anvry sigue una línea más estructuralista, defendiendo que el Estado -y, por consiguiente,

quienes lo representan- por lo general actuará en los intereses de acumulación de capital, aun cuando eso significara oponerse en el

corto plazo a los intereses de una clase dominante o alianza de clase.

De aquí, al burócrata o al político se les asigna un papel igualmente

pasivo. Los tres escritores acaso responderían que recurren a supuestos

simplificadores para desarrollar modelos coherentes. No obstante, argumento que para explicar las diferencias que pueden surgir, tan­

to dentro de una población definida como entre situaciones contras­tantes, es necesario mirar de cerca los conjuntos de relaciones que

evolucionan entre las instancias que intervienen y los grupos locales, y teorizar este punto. Sólo entonces podremos establecer con mayor

precisión los grados de subsunción al capital o el control institucional

ejercido por el Estado u otras instituciones externas vis a vis las di­ferentes categorías de actores, empresas y hogares. También ayudará

a dar cuerpo a las estructuras un tanto incorpóreas supuestas como

genéricas de los modos capitalistas de organización, así como, más ge­

nerahnente, a la incorporación institucional.

Las perspectivas del actor en la política estatal e intervención

Aplicar una propuesta orientada al actor al asunto de la intervención

del Estado implica una manera completamente diferente de formu-

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lar el problema con respecto a las dos posturas teóricas anteriores.

Todas las formas de intervención externa se insertan necesariamente en los mundos de vida de los individuos y grupos afectados, y de esta manera, terminan por formar parte de los recursos y constreñimien­

tos de las estrategias sociales que desarrollan. Así, los llamados facto­

res externos son interiorizados y pueden llegar a significar cosas muy

diferentes para grupos de interés o actores diferentes. Los factores

originados desde el exterior son, por consiguiente, incorporados, y

a menudo transformados sustancialmente por las organizaciones lo­

cales y las estructuras cognoscitivas. También son influidos por los

intercambios y negociaciones continuos que tienen lugar entre agri­

cultores u otros actores locales y agentes interventores. Por consi­guiente, debe prestarse atención a la comprensión de cómo las inter­

venciones particulares (por ejemplo, una nueva tecnología agrícola

o un programa de reforma agraria) son modificadas o incluso trans­

formadas por completo mediante la interacción de procesos locales y extralocales.

Ellihro de Grindle (1985) sobre el desarrollo agrario representa un esfuerzo interesante por asir asuntos de intervención del Estado

desde una perspectiva del actor bastante explícita. Sin embargo, se

centra en las elites estatales y burocráticas, en lugar de en los produc­

tores locales o grupos de campesinos. Un tema en que está interesada

es el papel y la autonomía variable de las elites estatales en la formu­lación y aplicación de la política pública. Muestra que el aparato eje­cutivo y burocrático puede tratar de conseguir el desarrollo nacional

en oposición a los intereses de grupos poderosos particulares, o a una

coalición o alianza de clase. Argumenta que un mayor énfasis en los "gerentes públicos" permitiría enfocarse en los sistemas de creencia

sobre el desarrollo e ideologías de quienes hacen las politicas y los

proyectos, en la formulación y aplicación de decisiones específicas, y en las destrezas e influencia de líderes políticos particulares.

Esto conduce al análisis del grado al que los tecnócratas y los ge­rentes públicos forman un "estado independiente" y asignan los recur­sos de tal modo que extienden el poder y la riqueza propios. El énfasis en estas dimensiones, subraya Grindle, ayuda a darse cuenta de la enorme dimensión del mismo aparato estatal. No asume ni que el Esta­rlo sea autónomo o monolítico; más bien está interesada en los grados relativos de autonomía en el tiempo, y con respecto a los diferentes

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sectores políticos y ministerios. Esto no deja de lado el hecho de que

las elites estatales están constreñidas por realidades poüticas y eco­nómicas más amplias. Las políticas estatales de desarrollo pueden en algún momento dado coincidir con los intereses de grupos dominantes, pero es difícil inferir la dominación del Estado sólo del contenido o repercusiones de la propia politica. Así, sus argumentos se oponen a los de J anvry al sugerir que las políticas que promueven el capitalismo agrario o la reforma agraria, por ejemplo, no resultan únicamente de la dominación del Estado por los intereses específicos de clase ( extran­jeros y nacionales). Esas políticas también son influidas por las ideo­logías del desarrollo adoptadas por las elites estatales, por liderazgos individuales, y por los acomodos políticos y los tratos entre las. elites estatales y otros grupos (en especial, el sector privado).

En su estudio anterior sobre CONASUPO, la comercializadora gu­

bernamental mexicana de alimentos básicos y agencia de servicio, Grindle (1977) usa un modelo de intercambio para analizar las mane­ras en que los burócratas desarrollan estrategias para concretar las metas públicas y las personales. Muestra que los intercambios infor­males tienden a evolucionar hacia compromisos de largo plazo entre individuos de nivel~s jerárquicos diferentes y en la pirámide de redes de intercambios de alianza, semejante al modelo del patrón-cliente descrito por antropólogos y científicos políticos en el caso de Améri­ca Latina (véase, por ejemplo, el estudio de Leeds [1964] del sistema político brasileño de patronos; véase un examen más refinado de las redes y procesos políticos mexicanos en Carlos y Anderson [ 1981] y en De la Peña [1986]). Grindle documenta los modelos de la movilidad de carrera y los problemas provocados por la inseguridad en la tenencia del trabajo a causa del sistema electoral sexenal mexicano. Observa los métodos usados para obtener empleo y las maneras en que los jefes

de oficina, las cabezas departamentales y otros reclutan subordina­dos locales, y usan sus posiciones públicas para reforzar el poder de la agencia y sus administradores en la cima de la pirámide. Examina entonces cómo las alianzas políticas personales afectan o se movilizan para provocar el cambio de la política.

Otro aspecto involucra la implementación de la política, primero, en el Estado provincial. En coincidencia con Martínez (1983), muestra cómo la política del gobierno central es diluida o redefinida en la esfe­ra f'Rtatal como resultado de la presión de los grupos locales poderosos

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y debido a la exigencia de dar respuesta a las situacic;mes inmediatas

de conflicto y competencia. Se aplicó con mayor efectividad la políti­ca central en los estados donde las oficinas de CONASUPO eran opera­das por individuos que dependían de un modo directo del líder de la dirección central para las continuas oportunidades de movilidad de carrera.

Finalmente, Grindle observa el funcionamiento del programa de desarrollo rural en el ámbito local. Funcionarios del sector público que trabajan de un modo directo con la gente se vuelven intermedia­rios entre los clientes de bajo ingreso de la agencia y la propia institu­ción para lograr una entrega más rápida y adecuada de los servicios. De nueva cuenta, las estructuras de alianza personales fueron decisi­vas en la efectividad de estos intermediarios en la esfera local, de la misma manera que los funcionarios de campo "exitosos" formaban parte de los seguidores de sus superiores, los clientes campesinos ser­vían a los intermediarios. Grindle dilucida los dilemas del funcionario de campo, pero presta menos atención al análisis de las respuestas y estrategias campesinas. El extremo inferior del proceso se toma en gran parte por supuesto, en lugar de ser descrito y analizado adecua­damente; no hay, por ejemplo, un análisis apropiado de las relaciones

de poder y los recursos de la organización, ni de las expectativas socia­les al nivel de los productores agrícolas. De hecho, el estudio se detiene en el punto de interfaz directa con ellos.

Un estudio posterior (Arce, 1986, y capítulo 9 del presente libro) de la interacción entre funcionarios de campo del gobierno (técnicos) y los campesinos en un área rural de México llena varios huecos. Por ejemplo, muestra cómo con frecuencia los técnicos están atrapados entre dos sistemas de conocimiento (el del administrador técnico y el del pueblo campesino), y les resulta imposible pontear estos mundos; en parte porque la unidad administrativa a que pertenecen los técni­cos efectúa sus propios acomodos (mediante la influencia del jefe y su red de apoyo) a la situación. El estudio de Arce proporciona un cua­dro más completo de las maneras en que operan, en el nivel más bajo, los funcionarios de la línea frontal. Muestra sus visiones del mundo y

perspectivas de desarrollo, sus redes de influencia y los mecanismos para 'retener el control, que incluye enviar a los alborotadores (grillos) a áreas remotas llamadas '~zonas de castigo" cuando no se avienen a las reglas del juego puestas por el jefe administrativo.

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A este tipo de estudios acerca del escalón más bajo de las institu­

ciones gubernamentales21 lo complementan los estudios de la vida coti­

diana y cultura de la formación estatal. Estos estudios se enfocan en la

exploración, como dice Nuijten (1998:10), de "las prácticas de repre­

sentación e interpretación que caracterizan la relación entre la gente

y la burocracia estatal y a través de la cual se construye la idea del Estado". Nuijten ilustra estas prácticas en la manera en que los líde­

res campesinos locales y lugareños comprenden e interpretan los actos

oficiales, proyectos, discursos y documentos publicados por los minis­terios gubernamentales, y al hacerlo desarrollan una representación

de la cultura de las instituciones estatales. Por otro lado, el gobierno

central se representa como una "máquina generadora de esperanzas", mientras por otro, se caracteriza por ~'la opacidad, desconfianza y conspiración que siempre rodea los conflictos, negociaciones y tratos

con la burocracia" (Nuijten,1998:10).22

Grindle tiene un punto de vista distintivo de la naturaleza de la

autoridad estatal. Primero argumenta contra las nociones simplistas

de una alianza entre capital doméstico y extranjero en que domina el

Estado y que prescribe la naturaleza y dirección de la política estatal.

Señala que las políticas reformistas de vez en cuando amenazan el in­

terés de la clase dominante, a veces incluso refrenando las operacio­

nes del capital extranjero, y en otros momentos podrían incorporar

grupos que no pertenecen a la elite. Un segundo punto importante es que las políticas del Estado no son del todo consistentes y a menudo no son identificables con facilidad. Mientras que una política dada

puede beneficiar a un grupo específico, otras pueden infringir de un modo directo los intereses del mismo grupo. También hay consecuen­cias imprevistas de la política, y muchas políticas son adoptadas pero de hecho nunca implementadas. Desde aquí, el hecho de vincular el

contenido de la política y los procesos de formulación de políticas por

21 Compare la etnografía que hace De Vries (1992, 1997) de las interfaces entre funcionarios gubernamentales y campesinos en la región atlántica de Costa Rica. De Vries distingue entre estilos de operación contrastantes entre implementadores: un estilo "autoritario" entre agraristas motivados políticamente que buscan control so­cial, una "actitud propositiva" de extensionistas orientados al establecimiento de re­laciones de confianza con sus "clientes" y un estilo ''negociador e intermediario" de trabajadores sociales (De Vries, 1997: 96-134).

22 Ver también Alonso, 1994; y Jm;~ph y Nugent, 1994.

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la elite estatal con el control ejercido por los intereses, domésticos o in­

ternacionales, de la clase capitalista presenta problemas conceptuales

difíciles. En muchos sentidos la política del Estado es un resultado de

intereses competitivos y conflictivos entre las entidades burocráticas

del propio Estado, aunque, como Grindle reconoce, este proceso tam­

bién está influido por fuerzas económicas y políticas más amplias. En este sentido, su trabajo combina un enfoque ~'pluralista" (véa­

se Dahl, 1961) que enfatiza el modo en que las instancias guberna­

mentales y sus oficiales actúan como un conjunto de grupos de presión entre muchos otros, con un interés en examinar la interacción entre

la elite burocrática y las elites de otros grupos en términos de su in­

fluencia sobre los recursos ee¡tatales y la política. Tal postura tiene la

ventaja de enfocar la atención en los procesos de regateo político que constituyen la formulación e implementación de la política.

Una perspectiva del actor más explícita que la de Grindle, expon­dría la importancia de, en el análisis, hacer una mejor apreciación de

la agencia humana. Esto trae consigo, como ya se sugirió en la expo­

sición del cambio agrario y desarrollo, la idea de cómo individuos o

grupos -no sólo influidos por la clase- desarrollan estrategias so­ciales con base en el conocimiento existente, recursos y capacidades,

y formas organizacionales emergentes que tanto habilitan como res­

tringen sus acciones. Así, la ejecución de poder político y la política se

vuelven un proceso de transformación activo y continuado (a menudo

con resultados imprevistos), que involucra la cooperación y el conflic­to entre las varias partes involucradas. Estos procesos tienen lugar en contextos históricos e institucionales específicos que se forjan y trans­

forman a través de las acciones de grupos e individuos. Debemos, entonces, ir más allá de la noción de partes intervento­

ras que "actúan en nombre del Estado" o de alguna otra "autoridad

superior" o "interés de clase". El personal individual y las instancias

de desarrollo interpretan de modo diferente y actúan en las políti­

cas en que se les exige realizar, y su conducta no sólo es influida por sus experiencias administrativas, sino también por sus experiencias

en otros dominios (por ejemplo, en la familia, en la arena política, en

la interacción con los compañeros profesionales, los ex estudiantes, etcétera). De esta manera, las biografías y experiencias obtenidas de contextos sociales diferentes alimentan y forman las acciones de los

oficiales estatales, así como de sus "clientes" (Arce, 1993). La agencia

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es, por consiguiente, tan crucial para ellos como para los llamados

grupos blanco. El hecho de aplicar esta perspectiva teórica a asuntos del Estado

y políticas estatales nos lleva a una apreciación más completa de las complejidades de las prácticas de intervención y los procesos. Acentúa la importancia teórica de considerar las diferentes respuestas y los resultados de la intervención, y expone así las limitaciones de modelos en extremo generalizados. Critica los modelos de planificación que presuponen un proceso lineal o cíclico simple de la formulación de la poütica, implementación y resultados, y apunta a la necesidad de exa­minar cómo se transforman los programas de la política durante el proceso de aplicación. Postula que la política del Estado no sólo es determinada por factores estructurales mayores, como las tendencias a la acumulación de capital en una escala global y nacional, mercados internacionales, y la supuesta importancia de la lucha de clases, sino también por los intereses sociales, ideologías y estilos administrativos de la elite política y burocrática del Estado. En suma, apunta al valor de emprender estudios cOmparativos de las repercusiones sociales y las dinámicas de formas particulares de intervención del Estado en los ámbitos regional y local, y de los procesos más autónomos que toman

lugar fuera de la escena o en los intersticios de las estructuras poüti­co-administrativas formales. Este enfoque permite un mejor entendi­miento de las prácticas de intervención y sus continuas transforma­ciones.

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CAPÍTULO 3 LA CONSTRUCCIÓN DE UN MARCO CONCEPTUAL

E INTERPRETATIV01

Como dejé claro en el capítulo uno, no es mi objetivo formular una teoría genérica de la sociedad o del cambio social basada en principios universales que dicten cómo se constituyen y transforman los órde­nes sociales. En cambio busco entender los procesos por los cuales las formas sociales o arreglos particulares surgen y se consolidan o re-trabajan en las vidas cotidianas de las personas. Esto es, me intere­sa analizar las heterogéneas prácticas sociales y discursivas2 que son ejecutadas e interpretadas por los actores sociales en el forjamiento de sus vidas y las de otros. Una perspectiva orientada al actor ofrece valiosas pistas en estos procesos de construcción y reconstrucción so­cial. También permite conceptuar la manera en que los escenarios de

interacción a pequeña escala (o locales como diria Giddens para ha­blar de sitios de interacción) se entrelazan con dominios más amplios, campos de recursos y redes de relaciones, facilitando de esta manera un nuevo proceso de revisión de conceptos importantes, tales como "constricciones", "estructura" y relaciones "micro-macro".

La intención de este capítulo, entonces, es poner en claro los fun­damentos conceptuales y metodológicos de una perspectiva orientada al actor mediante la dilucidación de ciertos conceptos y los procedi­mientos analíticos. Espero de esta manera trasmitir a los lectores la utilidad de tal metodología para examinar problemas de cambio y continuidad en general, y no sólo aquellos relacionados de un modo

1 Este capítulo retoma los problemas metodológicos que se exploraron en dos publicaciones anteriores (long, 1989 y 1997).

2 A lo largo del texto uso el término "'prácticas" para enfatizar la concreción de la acción social, más que la noción más abstracta de praxis q.e, como Bourdieu (1990:22) bien señala, .. tiende a crear la impresión de algo pomposamente teórico [ ... ] y hace pensar en el marxismo de moda, el Marx joven, la Escuela de Frankfort y el marxismo· yugoslavo".

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directo con los asuntos de ~~desarrollo". Pero, primero, permítaseme

sintetizar las piedras angulares de esta perspectiva.

Las piedras angulares de una perspectiva orientada al actor

Éstas pueden resumirse como sigue:

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l. La vida social es heterogénea. Comprende una amplia diversi­dad de formas sociales y repertorios culturales, aun en circuns­tancias aparentemente homogéneas.

2. Es necesario estudiar cómo se producen, reproducen, consoli­dan y transforman tales diferencias, e identificar los procesos sociales involucrados, no sólo los resultados estructurales.

3. Tal perspectiva requiere una teoría de agencia basada en la capacidad de los actores para ordenar y sistematizar sus ex­periencias y las de otros y actuar sobre ellas. La agencia im­

plica, por un lado, cierta capacidad de conocer en tanto que las experiencias y deseos son reflexionadamente interpretados e interiorizados (de modo inconsciente o consciente}, y por otro, la capacidad para manejar tanto habilidades relevantes, como

acceso a recursos materiales y no materiales, así como involu­crarse en prácticas organizativas particulares.

4. La acción social nunca es un afán únicamente individual cen­trado en el ego. Tiene lugar en redes de relaciones (en que in­tervienen componentes humanos y no humanos); se forma tanto por la rutina como por prácticas organizativas explorativas, y está constreñido por ciertas convenciones sociales, valores y re­

laciones de poder. 5. Sería engañoso suponer que tales constreñimientos sociales e

institucionales se pueden reducir a categorías sociológicas ge­nerales y jerarquías basadas en clase, género, estatus, etnia, etcétera. La acción social y la interpretación siempre están ubi­cadas en contextos específicos y se generan dentro de éstos. Los marcadores limítrofes son específicos en dominios particulares, arenas y campos de acción social y no deben prejuzgarse analí­

ticamente. 6. Los significados, los valores y las interpretaciones se construyen

culturalmente, pero se aplican de manera diferencial y se rein-

terpretan de acuerdo con posibilidades conductuales existentes o circunstancias cambiadas, lo que a veces genera "nuevos" es­tándares culturales.

7. Relacionada con estos procesos está la cuestión de escala. Me refiero a las maneras en que sitios de interacción a "micro-es­

cala" y arenas localizadas se conectan a fenómenos amplios de "macroescala" y viceversa. En lugar de ver lo "'local" como for­

mado por lo "global" o lo ''global" como un agregado de lo "lo­cal", una perspectiva del actor apunta a la dilucidación de los conjuntos precisos de relaciones entrelazadas, "proyectos" del actor y las prácticas sociales que penetran los varios espacios sociales, simbólicos y geográficos.

8. Con el fin de examinar estas interrelaciones es útil trabajar con el concepto de "interfaz social", el cual explora las maneras en las que discrepancias de interés social, interpretación cultural, conocimiento y poder son mediadas y perpetuadas o transfor­madas en puntos críticos de eslabonamiento o confrontación. Estas interfaces necesitan ser identificadas etnográficamente, no conjeturadas con base en categorías predeterminadas.

9. Así, el mayor desafío es delinear los contornos y contenidos de

formas sociales diversas, explicando su génesis y trazando sus implicaciones para la acción estratégica y modos de conciencia. Es decir, necesitamos entender cómo estas formas son perfila­das en condiciones específicas y en relación con configuraciones pasadas, contemplando su viabilidad, capacidades autogenera­tivas y ramificaciones más amplias.

Las percepciones, representaciones culturales y discursos de los actores

El planteamiento empieza con problemas definidos por el actor o si­tuaciones problemáticas, tanto si éstas son definidas por planificado­res o diseñadores de poüticas, investigadores, agentes interventores privados o públicos o los actores locales, y en cualquier dominio de poder, arena o campo, sea éste espacial, cultural o institucional. Tales asuntos o situaciones son, claro, a menudo percibidos, y sus implica­ciones son interpretadas de modos muy distintos por las varias partes

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o actores involucrados. Entonces, desde el principio nos enfrentamos al dilema de cómo representar las situaciones problemáticas al ser confrontado con múltiples voces y realidades contendidas. Claro, una arena social o campo se construye de un modo discursivo y se delimita en la práctica por el uso del lenguaje y las acciones estratégicas de los

varios actores. Se requiere evidencia empírica de hasta qué punto se logra consenso con respecto a la definición de situaciones. No se debe suponer una visión compartida. Los actores se afanan por encontrar interpretaciones comunes o acomodamientos entre los diversos puntos de vista, y siempre hay posibilidades de disentir de ellos.

Todos los actores operan -de modo más implícito que explícito­con creencias sobre la agencia; esto es, articulan nociones acerca de unidades actuantes relevantes y los tipos de "capacidad de conocer" y

"capacidad de hacer" que tienen vis U vis el mundo en que viven. Esto plantea la pregunta de cómo las percepciones de las acciones y agen­cia de otros delinean la conducta propia. Por ejemplo, los granjeros locales pueden tener perspectivas estereotipadas del ~'Estado" o del ~~mercado", como actores que, con independencia de sus relaciones con funcionarios del Estado individuales o comerciantes del mercado, pueden influir en sus expectativas de los resultados de intervenciones

particulares. Lo mismo es pertinente a la atribución de motivos a ac­tores locales autoritarios, como los jefes políticos y líderes del pueblo.

El problema central es cómo los actores se afanan en dar significado a sus experiencias mediante una serie de representaciones, imágenes, comprensiones cognoscitivas y respuestas emocionales. Aunque el re­pertorio de filtros y antenas cognitivas variará considerablemente, tales procesos están. hasta cierto grado enmarcados por percepciones culturales "compartidas", que están sujetas a reconstitución o trans­

formación. Las culturas situadas localmente se ponen a prueba constantemen­

te al encarar lo menos familiar o lo extraño. El análisis debe dirigirse, por consiguiente, a las complejidades y dinámicas de las relaciones entre mundos de vida diferenciados y a los procesos de construcción cultural. De esta manera, se pretende entender la producción de fe­nómenos culturales heterogéneos y los resultados de la interacción entre dominios de representación y discursivos, y así delinear lo que podríamos llamar una cartografía de diferencia cultural, poder y au­

toridad.

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Pero, dado que la vida social está compuesta de "realidades múl­tiples'', que son construidas y confirmadas sobre todo mediante la ex­periencia, este interés en la cultura debe fundamentarse metodológica­mente en el estudio detallado de la vida cotidiana en que los actores se esfuerzan por aprehender cognitiva, organizacional y emocionalmente las situaciones problemáticas que enfrentan. Por lo tanto, deben anali­zarse las percepciones sociales,·disposiciones culturales, valores y cla­sificaciones en relación con las experiencias entrelazadas y las prácticas sociales, no a nivel de esquemas culturales generales o abstracciones de valor. Por ejemplo, la producción de mercancías para los mercados globales implica un rango entero de transformaciones de valor, no sólo respecto a la propia cadena mercantil (es decir, el análisis del "valor agregado" en los sitios de transformación, comercialización y consumo

del producto), sino también en cuanto al efecto de tal mercantilización en los valores sociales atribuidos a otros bienes, relaciones y formas de sustento y de conocimiento. De esta manera, el involucramiento en cadenas mercantiles puede disparar -pero no determinar- una cantidad de transformaciones culturales significativas.

Con el fin de analizar estas dimensiones debemos rechazar un con­cepto homogéneo o unitario de "cultura" (a menudo implicado cuando se etiquetan ciertas conductas y sentimientos como "tradición" o "mo­dernidad") y abrazar de manera teórica los asuntos centrales de re­pertorios culturales, heterogeneidad e hibridismo. El concepto de repertorios culturales apunta a las maneras en que varios elementos culturales (nociones de valor, tipos y fragmentos de discursos, ideas de organización, símbolos y procedimientos rituales) se usan y reco~­binan en la práctica social, consciente o inconscientemente. La noción de heterogeneidad indica la coexistencia de múltiples formas sociales dentro del mismo contexto o del escenario, en el cual se ofrecen solu­ciones alternativas a problemas similares, subrayando así que las cul­turas son por necesidad múltiples en la manera que ellas se practican ( cf. el concepto de estructuras polimórficas en las ciencias biológicas). 3

3 En la biología, el polimorfismo denota situaciones en que coexisten dos o más variedades de una especie. Un ejemplo intrigante es el de la Papilio dardanw, mari­posa africana cuyas hembras imitan el color y el patrón del ala de muchas variedades. Esta heterogeneidad las protege de ciertos depredadores que las confunden con una variedad de mariposa de sabor detestable, lo cual les da una buena oportunidad de supervivencia.

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Y la noción de hibridismo se refiere a los productos mixtos que resul­

tan de combinar ingredientes y repertorios culturales diferentes. Por supuesto, hay ciertas dificultades inherentes al uso del término "hi­bridismo" para caracterizar modelos contemporáneos de cambio, ya que, como el bricolaje, sugiere la adhesión o combinación estratégica

de fragmentos culturales, más que la naturaleza activa autotransfor­madora de las prácticas socioculturales. En cambio, en un reciente

libro, provocativo de manera deliberada, Alberto Arce y yo hemos propuesto el término "mutación social" para designar tales procesos transformadores y generados internamente (Arce y Long, 2000:17-18, 159-183).

Una manera útil para explorar la trascendencia de repertorios cul­turales particulares y las formas en que interactúan e interpenetran según la situación es el análisis de discurso. Por discurso se entiende un juego de significados insertos en las metáforas, representaciones, imágenes, narraciones y declaraciones que fomentan una versión par­ticular de "la verdad" acerca de objetos, personas, eventos y las rela­ciones entre ellos. Los discursos producen textos escritos, hablados, e incluso no-verbales como los significados insertos en los estilos arqui­

tectónicos o modas del vestido. Los discursos encuadran nuestra comprensión de experiencias de

vida proporcionando representaciones de la '~realidad" -a menudo tomada por dada- y forma o constituye los que consideramos obje­tos, personas y eventos de nuestro mundo significativos o esenciales. Claro, es posible tener versiones diferentes o contradictorias del mis­mo discurso, o discursos incompatibles, en relación con los mismos fenómenos. Por ejemplo, el discurso del desarrollo varía en gran me­dida dependiendo de la posición politica o ideológica de la institución o actor involucrado. No obstante, como muestra Escobar (1995) en su

recuento del término, el "desarrollo" tiene sus raíces en la obsesión del periodo pos-llustración por el ''progreso", la "evolución social" el afán por la "modernidad". Después de la Segunda Guerra Mundial, la idea del desarrollo como una forma de ingeniería social, orientada a diseñar y transformar activamente a las llamadas sociedades "tradi­cionales" por medio de la inyección de capital, tecnología y formas de organización burocrática, se agregó al vocabulario del progreso. Esto marcó los principios del periodo de intervención estatal e internacio­nal masiva en los ''países en desarrollo". Así, la noción de desarrollo

112

se convirtió en sinónimo de ayuda para el desarrollo y la industria de la cooperación. Como Escobar (1995:213) puntualiza:

Desde esta perspectiva, puede describirse mejor el desarrollo

como un aparato que une formas de conocimiento sobre el Ter­cer Mundo con el despliegue de formas de poder e intervención, resultando en el mapeo y producción de las sociedades del Tercer Mundo. El desarrollo construye al Tercer Mundo contemporáneo, silenciosamente, sin que lo notemos. Por medio de este discurso, los individuos, gobiernos y comunidades se ven como "subdesa­rrollados" y son tratados como tales.

Es innecesario hacer notar que la gente de Asia, África y Amé­rica Latina no siempre se vio a sí misma en términos de "desarro­llo". Esta visión unificadora se extendió sólo hasta el periodo de la posguerra, cuando los aparatos de producción e intervención del conocimiento occidental (como el Banco Mundial, las Nacio­nes Unidas y las agencias de desarrollo bilaterales) fueron globa­lizados y establecieron su nueva economia politica de verdad [ ... ] Para examinar el desarrollo como discurso es necesario un análi­

sis del porqué llegaron a verse a sí mismas como subdesarrolladas, cómo el logro del "desarrollo" llegó a ser visto como un problema fundamental, y cómo fue hecho real a través del despliegne de una miríada de estrategias y programas.

Encarnadas en esta lústoria de intervención para el desarrollo había narrativas e imágenes poderosas que representaron el mundo de una manera particular, ofreciendo un diagnóstico de problemas y sus soluciones. Aunque el resultado general fue la gran diseminación

de los ideales y la tecnología "occidentales", que produjo modos de explotación poscoloniales, también plantó las semillas de contradis­cursos desde "abajo" que desafiaron los puntos de vista establecidos y promovieron "alternativas al desarrollo". Este texto de Escobar in­dica con claridad la existencia de tales discursos contestatarios entre los grupos subordinados, y así señala la relevancia de la interacción de discursos múltiples en cualquier contexto particular.

Es importante desenredar los discursos utilizados en las arenas específicas de contienda, en especial donde los actores rivalizan por el

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control de los recursos en la persecución de las preocupaciones pro­

pias de sustento. Aquí es esencial reconocer que los discursos no están separados de la práctica social-por esto Foucault (1972, 1981) uti­liza la frase "prácticas discursivas"-. Otro punto es que los discur­sos coexisten y se entrecruzan, pero casi nunca están completamente

elaborados como argumentos abstractos. Más a menudo se reúnen las piezas de un texto discursivo en maneras innovadoras o en combina­

ciones extrañas en una situación específica para impulsar un punto de vista específico o disputa. De hecho, la multiplicidad y fragmentación del discurso es más evidente que una visión coherente del mundo o sistema de creencias (abordo estos asuntos en los capítulos 9 y lO en relación con procesos de conocimiento).

Defiendo, por consiguiente, que la promoción de cualquier discur­so particular depende del uso circunstancial de otros discursos. Por ejemplo, la política neoliheral, con su énfasis por "dejar al mercado hacer su trabajo", se acompaña a menudo de discursos que enfatizan

la "equidad", la "participación" y los problemas de "marginación". De hecho, las medidas de ajuste estructural dan lugar a su vez a las políticas de "compensación social'' que aspiran a proteger a los sec­tores sociales más pobres y más débiles. El Banco Mundial y varios gobiernos nacionales se vieron obligados a introducir políticas de com­pensación social para contrarrestar la marginación y pobreza que re­

sultaron de tales medidas. Esto trae a colación el argumento de que los cambios en el discurso

no son sólo incitados por el desafio de discursos alternativos, sino que más a menudo lo son por eventos críticos que revelan las discrepancias entre la ortodoxia existente y las circunstancias sociales reales. Esco­bar da el ejemplo de los nuevos movimientos sociales que ahora actúan en lo global como una vanguardia por el cambio usando contradiscur­

sos elaborados contra las instituciones hegemónicas.

El discurso y el análisis orientado al actor

Una primera observación es que los discursos pueden "pertenecer" a instituciones como el Estado, el Banco Mundial o la comunidad local, pero son los actores (individuos o representantes institucionales) quie­nes los usan, los manipulan y los transforman. O quizá debemos decir

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que es el encuentro o la confrontación de actores y sus ideas y valores

(como los granjeros campesinos, extensionistas, científicos agrícolas, comerciantes, y los expertos internacionales en desarrollo) que per­petúan o transfor~an los discursos dominantes. La adopción de un enfoque del actor es, creo, una buena manera para entender estos

procesos, porque pone el énfasis en la práctica social situada y ofrece una metodología para analizar la práctica discursiva y el desarrollo

de las situaciones de interfaz (lo cual expondré en este capítulo y lo ilustraré en el4).

Según Escobar, el poder de las representaciones dominantes del desarrollo se afianza en la manera que "la realidad del tercer mundo es inscrita con precisión y persistencia por los discursos y prácticas de economistas, planificadores, nutricionistas, demógrafos y otros, lo cual hace difícil para }as personas definir sus intereses en sus térmi­nos, en muchos casos incluso imposibilitando que lo hagan" (Escobar, 1995:216). No obstante, hay evidencia amplia de que, respecto a te­mas específicos como la sustentabilidad, derechos humanos y conta­minación, muchos grupos (locales y globales) rechazan los puntos de vista de los expertos y al hacerlo crean un nuevo espacio discursivo y político. El análisis orientado al actor es en especial apropiado para

desenredar las complejidades de estos forcejeos.

Mundos de vida~ modos de sustento y prácticas organizadoras

La acción social situada implica, entonces, ambas cuestiones: la prác­tica social y el significado. Una manera de aprehender este problema es recurrir la postura fenomenológica de Schutz, quien dice que una comprensión de la vida social debe centrarse en la noción de mundos de vida. "Mundos de vida" (lifeworU.) es el término que usa Schutz (1962) para plasmar el 44Vivido" y "dado-por-sentado" del actor so­cial. Trae consigo la acción práctica influenciada por un trasfondo de intencionalidad y valores, y en consecuencia es en esencia definido por el actor (véase en Schutz y Luckmann, 1973, una explicación más completa).4 La vida cotidiana es experimentada como alguna clase de

-1. Al formular el concepto de "mundo de vida" (lifeworld) enfatizo los procesos por los cuales los individuos construyen activamente o reconfiguran sus mundos de

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realidad ordenada, compartida con otros (es decir, lo intersubjetiva).

Este ~ 4orden" aparece tanto en las maneras en que las personas mane­jan sus relaciones sociales como en sus formas de problematizar sus situaciones. Incluso una conversación breve con un individuo revela rápidamente algunos aspectos de su red significativa de relaciones so­ciales y al mismo tiempo se vislumbran las andamios personales con que categoriza, codifica, ordena, sistematiza y otorga significado a sus

experiencias (pasadas y presentes). La acción interindividual abarca tanto relaciones cara a cara como

otras más distantes. Los tipos de relaciones sociales van desde víncu­los interpersonales basados en lazos diádicos (como las relaciones patrón-cliente y el involucramiento en varios tipos de transacciones, tales como comprador-vendedor, prestamista-productor, cliente-espe­cialista en rituales, granjero-extensionista, etcétera), hasta redes de

intercambio y sociales, grupos formales y organizaciones (como las or­ganizaciones de granjeros, cooperativas, consejos del pueblo, iglesias,

etcétera) donde las prescripciones legales, la legitimidad burocrática y la autoridad, y los criterios de membresía cobran mayor importancia.

En el centro de la idea de redes interindividuales está el concepto de ''sustento" (livelihood). El concepto expresa la idea de individuos y

grupos que se esfuerzan por ganarse la vida, intentando satisfacer sus varias necesidades de consumo y económicas, enfrentando incertidum­bres, respondiendo a nuevas oportunidades y eligiendo entre diferentes posiciones de valor. S El estudio de "modos de sustento" también implica identificar las unidades sociales pertinentes y los campos de actividad. No se debe prejuzgar, como lo hacen tantos estudios, al partir de los puntos de anclaje más convencionales para analizar la vida económica

vida. Esto contrasta con el concepto formulado por Habermas, quien ve los mundos de vida como "'los telones de fondo culturales para la acción comunicativa''.

s DUrante los últimos años, el Departamento del Gobierno para el Desarrollo Internacional del Reino Unido {DFID) ha reorientado su programa de ayuda en tor­no al problema de la sustentabilidad. Una apreciación global útil de los orígenes, estructura conceptual e implicaciones de la política de este enfoque de sustento es proporcionado por Ashley y Carney {1999). La estructura desarrollada por DFlD le debe mucho a una red de investigadores del Reino Unido, pero sobre todo al trabajo de Ian Scoones (1998) y otros investigadores en el Instituto de Estudios del Desarrollo (IDS). Contribuciones recientes han combinado la discusión de "modos de vida sus­tentables" con la especificación de cinco tipos de activos de capital (humano, natural,

financiero, social y físico).

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como "el hogar", "comunidad local", "sector de la producción" o "las

cadenas mercantiles". De hecho, en muchas situaciones las confedera­ciones de hogares y las redes interpersonales de gran alcance abarcan una amplia variedad de actividades y contextos entrecruzados rurales y urbanos, así como fronteras nacionales, constituyen el tejido social en que los modos de sustento y los flujos mercantiles se entrelazan. Además, necesitamos tomar en cuenta las dimensiones normativas y culturales de modoS de sustento; es decir, necesitamos examinar los estilos de vida y los factores que los influencian.

Al respecto, Sandra Wallman (1982:5), en sus estudios de hogares en Wandsworth, Londres, hace una contribución interesante:

Livelihood (el sustento) nunca es sólo una cuestión de encontrar o hacer albergues, intercambiar dinero, poner comida en la mesa o in­

tercambiar en el mercado. Es igualmente una cuestión de propie­dad y circulación de información, manejo de habilidades y rela­ciones, y la afirmación de la importancia personal [que involucra asuntos de autoestima] e identidad de grupo. Las tareas de cum­plir con las obligaciones de seguridad, identidad y estatus y orga­nización del tiempo son tan cruciales en el modo de ganarse la vida

como el pan y el resguardo.

Wallman no se enfoca sólo en los recursos materiales o económi­cos, sino también en dimensiones menos tangibles que incluyen percep­ciones, habilidades, formas simbólicas y estrategias organizativas. Así, Wallman agrega a las tres categorías convencionales -recursos mate­riales, trabajo y capital- tres elementos críticos adicionales: "tiem­po", "información" e "identidad". El énfasis en el último resalta en un elemento importante, frecuentemente omitido: los procesos de cons­

trucción de identidad inherentes a la persecución de los modos de sus­tento. Esto en especial es relevante en virtud de que las estrategias de sustento traen consigo la construcción de relaciones con otros cuyos mundos de vida y estatus pueden diferir notablemente.

La noción de "sustento" implica, por consiguiente, más que ganar­se la vida (es decir, las estrategias económicas a nivel del hogar o entre los hogares). Abarca las maneras y estilos de vida/vivir y, por lo tanto, también involucra optar entre distintos valores, asumir un estatus y un sentido de identidad vis a vis otras personas. Implica tanto una

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pauta sincrónica de relaciones existentes entre un número delimitado

de personas para resolver problemas de sustento o proseguir ciertos ti­pos de sustentos, así como procesos diacrónicos. Estos últimos cubren las trayectorias de sustento de actores durante sus cursos de vida, los tipos de opciones que identifican y toman y los giros que hacen entre

las opciones de sustento (véase Pearce, 1970). Los modos de sustento se construyen tanto de manera individual

como colectiva, y representan pautas de interdependencias entre las necesidades, intereses y valores de individuos o grupos. El análisis de los tipos de interdependencia existentes ha llevado, por ejemplo, al re­conocimiento de lo que Gavin Smith (1984) llama "las confederaciones de hogares", que consiste en vínculos que conforman redes entre un número de hogares, generalmente dispersos geográficamente. Dichos vínculos se mantienen con hase en patrones de intercambios y comple­mentariedades de sustento. Estas confederaciones pueden evidenciar redes de relaciones sociales coordinadas o centralizadas (o ambas); y es probable que debido a la divergencia de intereses y actividades cambien con el tiempo. Algunas se descompondrán y reagruparán, y

nuevas memhresías y configuraciones surgirán (véase en el capítulo 7 de este libro un ejemplo de ello en Perú).

La configuración de las redes

Empezar a analizar las situaciones problemáticas de sustento de los actores conduce a considerar las maneras en que desarrollan estrate­gias sociales para enfrentarlas. Estas prácticas situadas involucran el manejo y la coordinación de conjuntos de relaciones sociales que lle­van consigo varias expectativas normativas y compromisos, así como

el despliegue de tecnologías, recursos, discursos y textos en forma de documentos que asimismo incluyen conjuntos más amplios de signifi­cados y relaciones sociales. 6

Las redes sociales están compuestas de conjuntos de intercambios y relaciones directos e indirectos. Los nodos en una red pueden ser

6 Así, como argumentan La tour (1987) y Appadurai (1986) -aunque desde dife­rentes puntos de vista teóricos- una sociología de la acción social, también necesita una sociología y una epistemología de las cosas (véase también Miller, 1987).

118

individuos o grupos organizados, por ejemplo, empresas familiares o

de negocio. Sus características morfológicas se relacionan con el con­tenido y la estructura; es decir, las relaciones individuales pueden perfilarse en términos de contenidos nonnativos y frecuencia de la in­teracción que influencian intercambios específicos, mientras que la configuración global de eslabones puede caracterizarse en términos de su alcance, densidad y agrupación. Las redes evolucionan y se trans­forman con el tiempo, y los diferentes tipos de redes son cruciales para concretar fines particulares y comprometerse en ciertas fonnas de ac­ción. Por ejemplo, las redes de información y movilización de recursos son más eficaces cuando están abiertas y abarcan un amplio universo de opciones; mientras que las redes requeridas para la realización de acciones colectivas específicas (como hacer huelgas, demostraciones, y

mantener las terrazas o el trabajo de irrigación) con frecuencia están muy vinculadas a altos niveles de intereses compartidos y nonnas de práctica convenidas. Otro punto importante es que, aunque muchos

textos que versan sobre las redes sociales plasman las redes como he­chas de conjuntos de relaciones relativamente equilibradas y densas basados en principios de reciprocidad; de hecho, la mayoría de las redes sociales están compuestas de conjuntos de relaciones desiguales

y parciales que tienden hacia modelos de centralización y jerarquía. El análisis de grupos constituidos formalmente o de organizacio­

nes reconocidas legalmente suscita cuestiones acerca de las estruc­turas institucionales, las jerarquías de autoridad y los mecanismos de control y regulación. Todos los escenarios sociales involucran un rango diverso de formas institucionales. Mientras que gran parte del análisis de las organizaciones se enfoca en las reglas formales y los procedimientos administrativos, resaltando, por ejemplo, las maneras en que las normas y las regulaciones del gobierno, compañías priva­das y agencias de desarrollo influencian los trabajos de las organiza­ciones, una perspectiva del actor se concentra en delinear las prác­ticas organizadoras y de simbolización cotidianas de los actores y el entrelazamiento de sus proyectos. Esto refleja un interés en las formas emergentes de interacción, estrategias prácticas y tipos de discurso y construcción cultural, más que en los modelos administrativos y las construcciones ideal-úpicas.

Al analizar diferentes tipos de arreglos sociales dentro de organi­zaciones es útil identificar ciertos principios ordenadores (véase Law,

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1994). De acuerdo con John Law, los principios ordenadores se cons­

truyen sobre los intereses estratégicos y representaciones de sí y del otro. Ellos no deben verse como marcos institucionales fijos o criterios

normativos, sino como modos interpretativos flexibles o desafiables que dan algún orden al flujo de la vida social. Tales principios ordena­

dores a menudo están encarnados en redes que entrecruzan diferentes dominios, tales como las borrosas fronteras administrativas cuasi-ge­

renciales de organizaciones fonnales. También pueden proveer una raison d'etre a las maneras en que empresas o asociaciones en compe­tencia se interrelacionan dentro de un campo organizativo dado.

La cuestión de los actores "colectivos"

En ciertos puntos de la exposición anterior he indicado la importancia de actores, recursos y símbolos colectivos. Ahora es tiempo de poner en claro el término ''colectivo" en tres connotaciones distintas, cada

una pertinente a la comprensión de la práctica social. La primera de ellas es la de una coalición de actores que, por lo

menos en un momento dado, comparten alguna definición de una si­

tuación, o metas similares, intereses o valores, y que acuerdan, tácita o explícitamente, perseguir ciertos cursos de acción social. Tal actor social o entidad (por ejemplo, las redes de actores o alguna empresa) puede ser atribuido de un modo significativo al poder de agencia; esto es la capacidad de ordenar y sistematizar la experiencia, tomar de­cisiones y actuar en consecuencia. Los actores colectivos de este tipo pueden ser constituidos de manera informal o formal y organizados de modo espontáneo o estratégico. Lo que es más, como Adams (1975) ha argüido, tales unidades operantes en general caen en una de dos formas contrastantes: las que se caracterizan por un patrón de rela­ciones coordinadas versus aquellas que son más bien centralizadas. En la primera no hay ninguna figura central de autoridad, ya que los individuos se conceden derechos recíprocos, mientras que mantiene la prerrogativa de retirarse de las relaciones de intercambio particulares cuando quieran. Aquí las redes son en general simétricas en su for­ma, pero a menudo tienen fronteras ambiguas y cambiantes. Por otra parte, en el caso centralizado hay desequilibrios en los intercambios, diferencias en el acceso a los recursos estratégicos y a cierto grado

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de control centralizado y toma de decisiones ejercida por un cuerpo

autoritario o personas (y a veces respaldado por "altas" autoridades), quienes dicen representar a la colectividad en sus tratos con actores externos.

El segundo sentido de actor colectivo (o más bien el coUectif) es de

un ensamble de elementos humanos, sociales, materiales, tecnológicos y textuales que constituyen lo que Latour (1994) y Callon y Law (1995) designan una "red-actor" heterogénea. Este uso pretende disolver la distinción de "sentido común" entre "cosas" y "gente", argumentando que la acción con un fin determinado y la intencionalidad no son pro­piedades de objetos, pero tampoco son propiedades de actores huma­nos. Más bien son propiedades de instituciones, de collectifs (Vers­choor, 1997:27). Es decir, son efectos emergentes, generados por la interacción de numerosos componentes humanos y no humanos, no por un grupo de individuos que deciden unirse para emprender algún esfuerzo común. Por ello, intentar definir la acción social colectiva sin

reconocer el papel constitutivo desempeñado por materiales, textos y tecnologías tiene corto alcance analítico porque se supone que los arreglos sociales colectivos son sólo el resultado agregado de las agen­cias eficaces y los intereses de los individuos participantes. El mérito de esta segunda interpretación del actor colectivo, entonces, es doble: enfatiza la heterogeneidad de la construcción de las prácticas organi­

zadoras fundada en las estrategias del enrolamiento, y advierte con­tra las interpretaciones individualistas y reduccionistas de las formas colectivas.

La tercera connotación de actor colectivo reconoce que la vida so­cial está repleta de imágenes, representaciones y categorizaciones de las cosas, la gente y las instituciones que son asumidas o perfiladas como si constituyeran de algún modo un todo uuitario. Por ejemplo, entidades como el Estado, el mercado y la comunidad a menudo son dotadas con modos generalizados (o colectivos) de agencia, y en este sentido, influyen en las orientaciones y acciones de los actores. Pero en el análisis sería equivocado adoptar las representaciones de actores particulares de estas entidades institucionales como el marco primario

para analizar sus interacciones con estos "otros" colectivos. La razón principal de ello es que las representaciones y las categorizaciones es­tán arraigadas en el pragmatismo y la semiótica de la vida cotidiana desde los cuales adquieren su significación social y, por consiguiente,

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no deben ser desconectadas de la práctica social. De hecho, una gran ventaja del análisis orientado al actor es que aspira a problematizar tales concepciones e interpretaciones por medio de un estudio etno­

gráfico de la forma en que los actores específicos lidian con las situa­ciones problemáticas que encuentran.

Los tres tipos de actores colectivos -a pesar de las probables ob­jeciones y reservas epistemológicas de La tour- tienen un lugar en un análisis orientado al actor social.

Campos sociales, dominios y arenas

Hasta aquí he tendido a centrar la discusión en los procesos autoorga­nizadores, enfatizando con ello las maneras en que se construyen los

arreglos sociales mediante el entrelazamiento de las estrategias e inter­pretaciones del actor. Pero ahora necesitamos cambiar la perspectiva para considerar los procesos por los cuales las acciones, deseos y deci­siones se enmarcan o contienen en campos más amplios de acción. Es decir, resulta necesario desarrollar conceptos para tratar los procesos constrictores y habilitadores de similitud y diferencia social.

En lugar de adoptar una postura que identifica ciertos órdenes institucionales que conforme la norma enmarcan áreas diferentes de la vida social y que pone demasiado énfasis en la consistencia normati­va y las relaciones hegemónicas entre estratos sociales diferentes, pro­pongo desplegar los conceptos de "campos", "dominios" y "arenas" sociales. Los tres conceptos enfatizan la cuestión de la ligadura de es­pacios sociales, y cómo ellos se constituyen o transforman.

La noción de "campo social" evoca un cuadro de espacio abierto: un paisaje irregular con límites mal definidos, compuesto de distribu­

ciones de elementos diferentes -recursos, información, capacidades tecnológicas, fragmentos de discurso, componentes institucionales, in­dividuos, grupos y estructuras físicas-y donde ningún principio indivi­dual enmarca la escena entera. Cualquiera que sea la configuración de elementos y relaciones que constituya el campo, éstos son producto de intervenciones humanas y no humanas, tanto locales como globa­les, así como el resultado de procesos tanto cooperativos como com­petitivos. Dependiendo del enfoque analítico, la composición de un campo social puede representar en términos de patrones distributivos

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de recursos naturales, tipos de producción y empresa económica, de­

mografia, instituciones político-administrativas, flujos de transporte y comunicación, mercados, rasgos infraestructurales y agrupaciones

culturales y étnicas, etcétera, y ser especificado en referencia a los conjuntos de intereses y actividades características del campo (por ejemplo, asuntos políticos, educativos, medioambientales o agrícolas). También se podría describir un campo social en términos de la cohe­rencia relativa o fragmentación de sus elementos.

La idea del campo social apareció primero en los textos iniciales de la Escuela de Manchester (véase Barnes, 1954; y Epstein, 1958), donde el énfasis fue puesto en los complejos conjuntos de relaciones sociales traslapadas entre las distintas áreas de la vida social; después, en mi estudio sobre Zambia (Long, 1968:9) sostengo que "la idea de un campo de actividad es mucho más amplia de lo que normalmente describimos como una estructura económica o política en tanto que no sólo se refiere a aquellos arreglos institucionales diseñados específi­camente para lograr ciertos fines económicos o políticos, sino también toma en cuenta otros tipos de relaciones y valores que pueden utilizar­se para el mismo propósito". En otras palabras, el concepto señala el carácter heterogéneo de la acción social que resulta de la intersección

de dominios sociales diferentes. El impresionante intento de Bourdieu (1977) y Bourdieu y Wac­

quant (1992:94-115) por establecer una teoría de la práctica social también se basa en la noción de campo social, pero su formulación adopta una perspectiva más estructural respecto a la que yo propon­go. A lo largo de su argumentación, él utiliza la analogía del "juego" (como una actividad deportiva que tiene lugar en un estadio, con co­bro de la entrada, etcétera, véase Bourdieu y Wacquant, 1992:98-100, 107-108) con su lógica, reglas y regularidades, y acentúa la importan­

cia de las posiciones sociales dentro del campo y la necesidad de cier­tas propiedades de "capital" (económico, social, cultural, simbólico)

para competir con éxito por los premios del campo. Desde aquí, para Bourdieu, la noción de campo es un concepto central organizador del análisis de poder y estatus, y para establecer la distribución de las formas de capital materiales y simbólicas.

En contraste, yo defiendo la elaboración de dos conceptos adicio­nales: "el dominio social'' y "la arena". Mientras el campo social fija el escenario en términos de la disponibilidad y distribución de recursos

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específicos, tecnologías, instituciones, discursos, valores y aliados o

enemigos sociales potenciales, las nociones de dominio y arena son las que permiten el análisis de los procesos de ordenamiento, regulación y disputa de valores sociales, relaciones, utilización de recursos, au­toridad y poder. La composición y descomposición de campos sociales

particulares depende del uso estratégico y las interconexiones entre los dominios sociales diferentes. También requiere un análisis cuidadoso de la dinámica de arenas sociales en que las pugnas por los recursos y significados se efectúan de un modo explícito.

Aquí uso el concepto de 4'dominio"7 para identificar áreas de la vida social que están organizadas por referencia a un núcleo central o racimo de valores que, aun cuando no son percibidos con exactitud de la misma manera por todos los involucrados, son sin embargo reco­nocidos como un sitio de ciertas reglas, normas y valores que implican un grado de compromiso social (Villarreal, 1994:58-65). Los ejemplos incluyen los dominios de familia, mercado, Estado, comunidad, pro­ducción y consumo, aunque, dependiendo de la situación, dominios particulares diferirán en su prominencia, penetración o significancia social. De esta manera, los dominios son centrales para entender cómo

operan los ordenamientos sociales, y para analizar cómo se crean y

defienden las fronteras sociales y simbólicas. Los valores e intereses asociados con dominios particulares son en especial visibles y definidos en los puntos donde los dominios chocan entre sí o entran en conflicto. En virtud de ello, los dominios junto con la noción de arena -y cómo ellos se delimitan- nos proporcionan un asidero analítico de los tipos

de elementos constrictivos y habilitadores que forman las opciones y el espacio de maniobra de los actores. No deben conceptuarse los do­minios a priori como algo dado culturalmente, sino como producidos y transformados mediante las experiencias compartidas y los forcejeos que tienen lugar entre actores de índoles o condiciones varias. Como la noción de ufronteras simbólicas" enunciada por Cohen (1987:16), para las personas los .dominios representan algunos valores compar-

1 El grado de abstracción con que uso el término ••dominio social" difiere nota­blemente del de Layder {1997:1-28), quien propuso una "'teoria de dominios sociales". Los dominios sociales identificados por él son psicobiogra.fías, actividades situadas, escenas sociales y recursos contextuales. En mi opinión, éstos son demasiado genera­les y carecen de la especificación necesaria para ser útil en los propósitos analíticos.

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tidos que "los absuelve de la necesidad de darse explicaciones entre sí

-los deja libres de asociar sus propios significados". "Arenas" son situaciones sociales en que tienen lugar las contien­

das sobre asuntos, recursos, valores y representaciones (eJ. Olivier de Sardan, 1995:178-179). Es decir, son sitios sociales y espaciales en que los actores se confrontan entre sí, movilizan relaciones sociales y des­pliegan medios culturales discursivos y otros medios culturales para el logro de fines específicos, incluyendo quizá sólo permanecer en el juego. En el proceso, los actores pueden recurrir a valores asociados a dominios particulares para apoyar sus intereses, objetivos y disposi­ciones. Las arenas son, por lo tanto, espacios en los cuales tienen lugar las contiendas entre diferentes prácticas y valores. Las arenas pueden involucrar uno o más dominios. En ellas se buscan resolver discre­pancias en las interpretaciones de valor e incompatibilidades entre los

intereses de los actores. El concepto de arena es especiahnente importante para identificar

a los actores y documentar los temas, recursos y discursos implicados en situaciones particulares de discordancia o disputa. Mientras que la idea de arena tiene una afinidad con la de "forum", la última aca­

rrea la implicación que las reglas del debate son, en cierto sentido, acordadas de antemano, en tanto que las contiendas en una arena con frecuencia denotan discontinuidades de valores, normas y prácticas. La arena es una noción en especial útil para analizar proyectos de de­sarrollo y programás, ya que los procesos de intervención consisten en un complicado conjunto de arenas de forcejeo entrelazadas, cada una

caracterizada por específicas constricciones y posibilidades de manio­bra (véase Elwert y Bierschenk, 1988).

En tanto que en el habla común la palabra arena evoca la ima­gen de una lucha o forcejeo que tienen lugar en alguna escena local

demarcada con claridad, nosotros no debemos asumir que las arenas necesariamente involucran confrontaciones cara a cara y sólo intere­ses, valores y competencias locales. Al contrario, actores, contextos y marcos institucionales externos y geográficamente distantes, confi­guran los procesos sociales, estrategias y acciones que tienen lugá.r en estos escenarios localizados. Además, las situaciones locales, forcejeos o redes a menudo se extienden o proyectan espacial y temporahnente para conectarse con otros mundos sociales distantes. De hecho, muy pocas arenas sociales están autocontenidas o separadas de otras are-

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nas y áreas de la vida social. El impacto de la comunicación moderna

y las tecnologías de información ha sido crucial aquí, ya que éstas per­miten interacciones más espontáneas, mediadas por la tecnología de proporciones globales, lo cual subraya la importancia de efectuar un análisis de arenas entrelazadas más allá de las concepciones de espacio social territorial basadas en dicotomías como lo rural-urbano, centro­periferia, y órdenes nacionales-internacionales.

Del drama social al análisis del evento crítico

En la década de los 50, Víctor Turner íntrodujo el concepto "dra­ma social" para describir situaciones sociales en que la ruptura de un conjunto existente .de relaciones sociales o brecha de normas ocasiona esfuerzos por reparar el daño y restaurar el orden social o instituir algunos arreglos sociales nuevos, negociados. Turner expone gráfi­camente cómo, al enfocarse en los dramas sociales, se intenta hacer transparentes "los principios cruciales de la estructura social en su funcionamiento, y su dominación relativa en puntos sucesivos de tiem­po'' (Turner 1957:93). Esto, dice, permite analizar las reordenaciones en las relaciones de poder que se producen tras los forcejeos que tie­nen lugar entre los índividuos y grupos específicos (Turner, 1957:131). Él documenta las relaciones continuadas y los intereses situacionales de quienes de manera directa fonnan parte del conflicto y su modo de resolución. De esta manera, su estudio se limita a asuntos localizados con respecto a las contiendas sobre liderazgo local, y poco examina las implicaciones políticas y culturales más amplias.

Los dramas sociales que son más complejos en escala y ramifica­ciones pueden ser vistos desde una perspectiva similar, aunque necesi­

taremos ir más allá del enfoque del análisis situacional. 8 Por ejemplo, esto es evidente cuando intentamos analizar dramas sociales como el levantamiento zapatista en Chiapas, al sur de México, en 1994, y sus consecuencias, cuando la tecnología de información como el correo

8 En justicia a Turner, debemos hacer notar que él aplica un planteamiento de alcance más amplio e hist6rico en el análisis de dramas sociales en sus estudios poste­riores de movimientos políticos y religiosos {véase Turner, 1974; también, Moore, 1986).

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electrónico y el skylink fueron usados para propagar los puntos de vista de los zapatistas para ganar amplio apoyo nacional e internacio­nal e influir en las negociaciones entre los líderes zapatistaa y los por­tavoces del gobierno. Este evento también generó una serie de dramas que involucraban forcejeos en otros sectores sociales de la población

mexicana en torno a una mejor representación política, o que preten­dían oponerse a los efectos perjudiciales de las políticas neoliherales. 9

El uso de la internet une a muchos actores espacialmente dispersos, quienes quizá nunca se encontrarán cara a cara, pero que constituyen "comunidades virtuales" que de forma bien distinguible ejercen in­fluencia sobre sus miembros y desempeñan un creciente papel crucial

en la definición, representación y simbolización de dramas complejos o eventos críticos. Los corresponsales de los noticieron internacionales que llegaron a Chiapas y su red de colegas, mediante conexiones de sa­

télite portátiles en todo el mundo, desempeñaron un papel importante en la manera en que se perfiló el conflicto, y desarrollaron tácticas para mantener la historia en las páginas frontales. Un caso intrigante de esto fue la moda que hizo erupción por la parafernalia zapatista: los periodistas escribieron sobre la aparición de los muñecos zapatis­tas, y los bolígrafos, canúsetas y otros recuerdos. Y se dice que fue el corresponsal del diario español La Vanguardia quien sugirió a una in­

dígena vendedora ambulante de muñecas vestidas al modo tradicional que produjera las muñecas vestidas como zapatistas. ¡Dos días des­pués la vendedora ambulante volvió con la nueva mercancía: muñecas con el atuendo completo, incluyendo los pasamonta~as negros de los guerrilleros zapatistas! (Oppenheimer, 1996:29-30). Después, pronto el uso del pasamontañas negro cobró una amplia importancia cómico­política en todo MéXico como un símbolo general y tácito de protesta contra el gobierno.

Otro evento crítico ilustrativo es la explosión de la planta química de la Union Carbide en Bhopal, India, en 1984, que afectó a muchos miles de personas que no tenían nada que ver de modo directo con la industria o con dicha compañía, y que no recibieron ninguno de los

9 El levantamiento fue cronometrado para coincidir con la inauguración del Acuerdo de Libre Comercio norteamericano (TLC) entre Estados Unidos y México, el cual fue pivote del nuevo paquete de medidas neoliherales introducidas por el go­bierno de Carlos Salinas de Gortari.

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beneficios de la industria. La explosión y lo que siguió en el corto y

el largo plazos movilizó a una gama de actores -abarcando las are­nas locales, nacionales e internacionales- en torno a varios asuntos

morales, humanitarios, legales y políticos. Así, se siguieron airados debates y negociaciones difíciles sobre los derechos de la fuerza de

trabajo local, los niveles de impacto medioambiental, las normas del control de calidad, la libertad de las trasnacionales para burlar los acuerdos nacionales e internacionales, la asignación de culpabilidad y responsabilidad, los derechos y niveles de compensación para los obreros afectados, pueblo y residentes del pueblo, y así sucesivamen­te. Las ramificaciones políticas y morales fueron enormes dado que, el Estado de India, gobierno regional, cuerpos internacionales, Union Carbide y la misma profesión legal fueron puestos "en el banquillo de los acusados,.

En un análisis perceptivo del desastre en Bhopal, Veena Das (1995) destaca la interacción dinámica de discursos e imágenes burocráticos, científicos y judiciales alrededor de la simbolización del dolor, victi­mización, curación y compensación. Argumenta que este tipo de dra­ma social puede ser considerado un "evento crítico" porque la gente

fue confrontada seriamente con las limitaciones de las instituciones existentes y las prácticas disponibles para hacer frente a los muchos problemas que surgieron en Bhopal. Tales eventos a menudo son el resultado de fallas institucionales, impotencia administrativa y una falta de voluntad poütica para manejar situaciones problemáticas o críticas, sean el hambre, degradación ecológica, riesgos de la tecnolo­gía moderna, o conflictos étnicos derivados de la descomposición del

orden estatal y civil.

Proyectos entrelazados y el concepto de ~'estructura"

Estos varios procesos sociales y organizacionales funcionan como un nexo de relaciones y representaciones micro y macro. Involucran a menudo el desarrollo de proyectos entrelazados, mundos de vida y

circunstancias que dan lugar a situaciones en que estrategias auto­rreflexivas se aglutinan para producir un grado de acomodamiento entre los actores involucrados. Los proyectos entrelazados son, por consiguiente, cruciales para entender la articulación y manejo de los

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intereses del actor y mundos de vida, así como para la resolución de conflictos. Es decir, constituyen un campo "nuevo" o ''reestablecido" de habilitación, constricciones y sanciones mutuas, dentro del cual nuevas encarnaciones de agencia y acción social toman forma (véase

una exposición amplia del concepto de proyectos entrelazados y prác­ticas en Long y Van der Ploeg, 1994 y 1995).

Los proyectos de los actores se llevan a cabo dentro de arenas específicas y campos de acción. Cada proyecto está articulado con los proyectos, intereses y perspectivas de otros actores. Esta articulación puede ser considerada estratégica --consciente o no-- en que los ac­tores involucrados intentarán anticipar las reacciones y las posibles movidas de los otros actores y organizaciones. El establecimiento de coaliciones y el distanciamiento de actores particulares vis a vis otros es una parte intrínseca de tal acción. Por ejemplo, las varias arenas en que se defienden los intereses de los agricultores contienen lo que Benvenuti (1991) llama "cuasiestructuras", como, por ejemplo, una cadena regulada desde un centro de relaciones de mercado o redes particulares de agencias estatales que es comandada con autoritaris­

mo y con poder de asignación. La cuestión es, sin embargo, que estas "estructuras", como a menudo se les llama, no son entidades incor­

póreas, ni tienen un efecto unilineal de estructuración uniforme en la práctica social o en las opciones de los actores. Éstas ligan, en torno a una racionalidad común o conjunto de intereses, a un número de actores sociales participantes.

En las ciencias sociales hay una fuerte tendencia a igualar la no­ción de estructura con la de explanans, de tal manera que las. estructu­ras son conceptuadas como conjuntos específicos de fuerzas impul­soras que, se postula, explican ciertos fenómenos. Tal procedimiento está justificado al proponer alguna noción genérica de cosas o con­

junto de ' 4condiciones normales" que se supone existen en algún lado. Por razones expuestas con claridad en el capítulo l, esta suposición es básicamente inadecuada, aún más en tiempos de tumulto y cambio. Lo que &e requiere es una deconstrucción completa de la noción de estructura. Esto implica construir en las nociones de agencia (es decir, actores y sus proyectos) y en la heterogeneidad social, y decirle adiós a la estructura entendida como explanans. Esto es urgente en especial donde la "estructura" se percibe como un conjunto de fuerzas exter­nas o condiciones que delinean y regulan modos específicos de acción,

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pensados como requisitos o como necesarios, mientras otros modos se

definen como imposibles en lugar de improbables (es aquí donde el de­terminismo está arraigado). Lo mismo se aplica a enfoques históricos que buscan simples explicaciones causales/estructurales situadas en el pasado. La historia nunca se relaciona de una manera unilineal o

uniforme con el presente y el futuro. Como Kosik (1976) ha dejado en claro, su relación es por esencia dialéctica, e involucra.elementos· de lo posible y de lo real. Esto es, la historia siempre contiene más de una posibilidad en que el presente es la realización de sólo una de éstas; y lo mismo se sostiene acerca de las interrelaciones entre el presente y el futuro. Lo que es decisivo para Kosik es la praxis o, en mis términos, el proceso por el cual los proyectos y prácticas de los actores se entrela­zan e interactúan para producir formas o propiedades emergentes. En el proceso se excluyen ciertas posibilidades y otras son concretadas o

realizadas. Un argumento contra la metodología orientada al actor es que ésta

enfatiza la agencia individual, por lo que descuida la importancia de la manera en que las acciones están incluidas en relaciones sociales más amplias y escenas estructurales. Es claro que ésta no es mi posición. Lo que objeto es la noción de estructura como explanans, que resulta una reificación de tendencias centrales normativas o estadísticas. En cuan­to se introduce la heterogeneidad en el análisis, este tipo de estructura­lismo no proporciona una explicación suficiente. Por otro lado, es ne­cesario enfatizar que esta crítica no intenta desechar del todo la noción de estructura, ya que la pregunta de cómo se construyen, se reprodu­cen y se transforman las relaciones sociales específicas permanece en el centro del análisis. En términos más sustantivos, la estructura puede caracterizarse como un conjunto en sumo grado fluido de propiedades emergentes que, por una parte, son un producto del enlace y/o el dis­

tanciamiento de los varios proyectos de los actores, mientras que, por la otra, constituyen un conjunto importante de puntos de referencia y posibilidades constrictoras/habilitadoras que abonan la elaboración, negociación y confrontación de los proyectos de los actores.

Entender la estructura de esta manera --como un producto de la continua interacción y transformación recíproca de los proyectos de los actores- no implica que la estructura deba conceptuarse con sim­pleza como la agregación de microepisodios, situaciones o proyectos. No tendría sentido defender, por ejemplo, que el funcionamiento de los

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mercados de un producto o las instituciones económicas capitalistas en

general pudieran describirse de un modo significativo o representadas sólo por la observación de la conducta de compradores y vendedores individuales, o tomar con individualidad a los capitalistas y financie­ros internacionales. Marx acentúa de un modo correcto la existencia

de ciertas condiciones estructurales que posibilitan los procesos de producción capitalista e intercambio. Sin embargo, también carecería de sentido afirmar que el funcionamiento de tales mercados mercanti­les e instituciones está basado en una lógica o conjunto de principios gobernantes independientes de las disposiciones y agencia de los acto­res involucrados. De hecho, sólo mediante el enlace de proyectos de actores específicos (por ejemplo, sus acuerdos simultáneos para com­prar y vender bienes específicos, capitales de reserva o servicios) los mercados mercantiles como tales pueden surgir y reproducirse. Por lo tanto, lo que a primera vista podrían parecer rasgos estructurales relativamente estables vinculados a las características de mercancías particulares y su mercado potencial, pueden ser mejor entendidos co­mo una configuración de proyectos y prácticas del actor en sumo gra­do específica y autotransformante.

Los proyectos y las prácticas de los actores no están simplemen­te enclavados dentro de marcos estructurales definidos por circuitos de mercancía, sino que es mediante las maneras en que se entrelazan como ellos crean, reproducen y transforman estructuras particula­res. Las relaciones del mercado son por lo menos mediadas, sino son con actividad buscadas y construidas por los actores mismos. Algu­nos granjeros distancian activamente su trabajo del mercado, otros se comprometen en lo que Ranger (1985) ha denominadO ~'automer­cantilismo", es decir, los llamados eslabones causales son construidos con actividad de tal manera que a la gente le permite enlazarlos en

sus estilos de vida preferidos o prioridades de sustento. Así la expli­cación de prácticas sociales específicas y estilos culturales inevitable­mente nos remite de nuevo a considerar cómo estas prácticas están en sí mismas ligadas o distanciadas de las de otros actores. La práctica social, entonces, no tiene un explanandum discernible con claridad, ni en sí mismo constituye un explanans simple. En agricultura, por lo menos, se funden lós dos: un estilo de cultivar es, al final, su propio explanans. Este es un modus operandi socialmente construido y, a la vez, el opus operatum. Y lo mismo se sostiene en el caso de los di-

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seños tecnológicos e institucionales. La tecnología introducida puede ser considerada y, por lo tanto, tratada como un cianotipo de una continua reorganización de la agricultura, de tal manera que lo último corresponde a los supuestos y a los requisitos incorporados en el plan tecnológico. Pero también puede ser deconstruida para ser combina­

da de modo selectivo con otros elementos más locales, de tal forma que encaje bien en un estilo dado de cultivar (en lugar de reorganizar la

agricultura para encajar bien en la nueva tecnología). Aquí se debe recalcar que la exposición anterior no debe servir

para suponer que los mercados, instituciones estatales, tecnología, ecología y otras "externalidades" son irrelevantes para la práctica so­cial y la heterogeneidad. El asunto es sólo que tales factores no deben considerarse determinantes que traen consigo límites evidenciados por sí mismos después de los cuales la acción se juzga inconcebible, sino como marcadores limítrofes que llegan a ser los blancos para la negociación, reconsideración, sabotaje y cambio, es decir, como las

barreras que serán quitadas o transformadas (Bourdieu, 1984:480). Una complicación mayor está en el hecho de que el desarrollo de la empresa campesina es cada vez más el objeto de intervenciones que

aspiran a representar estos parámetros externos como si de verdad fueran incuestionables. Es decir, ellos son objetivados y representa­dos como estructuras que guían, si no es que coercen, que forman parte del juego y que están ligadas (de manera directa o indirecta) a intereses y acciones específicos. En este contexto~ los llamados eslabo­nes causales son ellos mismos construidos con actividad por los actores mismos para constituir las configuraciones entrelazadas.

Los escenarios de interacción en pequeña escala y su importancia

para entender fenómenos macro

Pernútame ahora considerar de modo más expreso el problema de cómo integrar de manera teórica los escenarios interactivos de peque­ña escala con estructuras institucionales o sociales mayores. Como el problema de estructura y causalidad revisado antes, éste sigue siendo espinoso en la investigación; y se han propuesto varias soluciones {véa­se una apreciación global excelente de teoría y metodología de lo micro y lo macro en Knorr-Cetina y Cicourel, 1981). Una solución radical es

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propuesta por Randall Collins (1981), quien defiende la reconstitución de la macro-sociología con base en sus fundamentos a nivel micro. Se­gún él, lo que se necesita es un programa sistemático de '~micro traduc­ción" de los principales conceptos de la sociología de lo macro. Esto trae consigo el "desempaque" de las metáforas sociológicas macro; por

ejemplo, la noción de "centralización de la autoridad" puede redu­cirse a: a) una serie de afirmaciones sobre situaciones micro en que ciertos actores ejercen autoridad sobre otros, y h) una descripción de "los eslabones en la cadena de comando", es decir, un relato de quién pasa los órdenes a quién. Desde el punto de vista de Collins, las únicas variables genuinas de lo macro en cualquier "desempaquetamiento" de conceptos son aquellas acerca del tiempo, número y espacio. "Toda la realidad social, entonces, es la micro experiencia; pero hay agrega­ciones temporales, numéricas y espaciales de estas experiencias que constituyen un nivel macro de análisis" (Collins, 1981:99).

De este argumento se sigue que la sociología debe enfocar su aten­ción en el análisis sistemático de situaciones micro, y así evitar traba­jar con conceptos macro que no están fundamentados correcta o ade­

cuadamente en la vida social cotidiana. Por ejemplo, los conceptos de clase y relaciones de clase sólo llegan a ser significativos una vez que muestran ser característicos de mundos de vida particulares com­puestos de ciertas experiencias compartidas que involucran forcejeos

sobre las oportunidades de sustento diferenciales (centrándose fre­cuente -pero no exclusivamente- en el lugar de trabajo y el acceso a los medios básicos de producción). Foucault (en Gordon, 1980:102) adopta un punto de vista similar cuando perfila su planteamiento del estudio de relaciones de poder. Él argumenta que aunque el poder puede parecer remoto y sujeto a "la soberanía jurídica y las institucio­nes del Estado" y, por tanto, más allá de la arena de interacción social

cotidiana, en realidad Se manifiesta y se reproduce o se transforma en los lugares de trabajo, familias y otros escenarios organizacionales de la vida cotidiana (véase Foucault, 1981:94).

La importancia de las ''estructuras emergentes"

Estos argumentos sugieren que para evitar la reificación de conceptos macro debemos construir nuestra comprensión de la sociedad "des-

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de abajo", esto es, documentando situaciones cotidianas micro y la

práctica social situada. Sin embargo, esto puede fracasar, a menos que desafiemos el razonamiento de Collins en un aspecto importan­te. No deben conceptuarse con simpleza las estructuras macro como agregaciones de episodios o situaciones micro, ya que muchos de ellos entran en la existencia como resultado de las consecuencias imprevis­tas de acción social. Así, como Giddens ha insistido en sus escritos, las propiedades de las instituciones sociales 10 y de ciertas estructuras globales (como la noción de Wallerstein del "sistema mundial") son formas emergentes que no son explicables (ni del todo descriptibles) en términos de eventos micro. Aunque es verdad que las formas insti­tucionales no tienen, en términos estrictos, una ~'vida en sí mismas", y que están profundamente engranadas en la práctica social cotidiana, sin embargo poseen características que no pueden ser comprendidas del todo con sólo disecar la minucia de encuentros sociales.

Por ejemplo, no tendría sentido defender que la operación de los

mercados de mercancías y las instituciones económicas capitalistas pue­den describirse de un modo significativo o explicadas por la sola obser­vación de la conducta de capitalistas individuales, financieros interna­cionales, accionistas, etcétera, o por el estudio a fondo de los encuentros

sociales y forcejeos que tienen lugar entre los dueños o gerentes de capi­tal y los obreros. Marx tenía razón al enfatizar la existencia de ciertas

condiciones estructurales (como las que facilitan la formación de una fuerza de trabajo "libre" o la realización de intercambio de valor y ganancia) que posibilitan los procesos de producción capitalista e inter­cambio. Él también defendió que los varios actores involucrados en la producción capitalista tienen una comprensión limitada y hasta cierto grado distorsionada de la naturaleza del sistema como un todo.ll

Las estructuras macro son en parte el resultado de las consecuen­cias imprevistas de numerosos actos sociales e interacciones que, como Giddens (1984:8-14) explica, se vuelven las condiciones habilitadoras

10 Es decir, "prácticas sociales estructuradas que tienen una extensión espacial y temporal amplia; son estructuradas en lo que el historiador Braudelllama ellongue durée del tiempo, y son seguidas o reconocidas por la mayoría de los miembros de la sociedad" {Giddens, 1981: 164).

11 Marx enfatiza el punto sosteniendo que allí existe un .. fetichismo de mercancías" en que la "verdadera" naturaleza y el valor de intercambios mercantiles se disimula por medio de la ''mistificación".

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y constrictoras de la acción social misma. La presión sobre un banco

resultado del excesivo retiro de los acreedores (ocasionado por rumo­res de que el banco es incapaz de cumplir con sus obligaciones finan­cieras) genera el incremento de retiros debido a la creciente falta de confianza pública, que al final quizá lo lleve a su colapso. Las acciones

realizadas por los clientes individuales y por los oficiales del banco contribuirían, claro, a esta situación de deterioro, pero es muy poco probable que ellos hubieran buscado el resultado. Un ejemplo agrario pertinente es el programa de distribución o colonización de la tierra, que aspiraba a promover la independencia económica de familias cam­pesinas, el cual, después de varios años, produjo que estas familias se endeudaran con prestamistas al grado de que ya no pudieron tomar decisiones propias acerca de los futuros cultivos (Siriwardena, 1989). En este caso, ni los proyectistas gubernamentales ni los mismos cam­pesinos buscaron o previeron esta eventualidad. Ésta fue resultado, sobre todo, de los tipos de relaciones que poco a poco evolucionaron entre los actores clave (campesinos, prestamistas, comerciantes y fun­cionarios del Estado).

Estos ejemplos son relativamente simples para entender y trazar cadenas de efectos. La mayoría de los casos sociológicos son de hecho

mucho más complejos y a menudo es difícil desenredar las numerosas consecuencias de acciones sociales particulares y sus efectos de retroa­limentación. No obstante, la investigación bien enfocada puede docu­mentar las maneras en que las interacciones sociales particulares y de­cisiones tienen un efecto dominó en las arenas sociales más distantes, o que con el tiempo crean conjuntos emergentes de relaciones que forman sistemas de escala más grande o campos de acción. Es, por consiguien­te, importante que tengamos maneras de caracterizar y analizar estos ~~sistemas globales". Entonces, no debe interpretarse la insistencia de

Collins en el estudio de situaciones micro y traducción micro como la posibilidad de simplemente anular los conceptos que lidian con fenó­menos macro. Tampoco debemos conceptuar el nivel macro como sólo compuesto por la agregación de situaciones o procesos micro ya que también debemos prestar atención a las propiedades emergentes que se manifiestan en modos cualitativamente distintivos de organización. 12

12 Véase en Blau (1964, sobre todo las páginas 1-32 y 46-50) una exposición de la importancia de formas y p1·opiedades emergentes en escenarios de interacción, y en

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Aquí no puedo extenderme más en este importante asunto de las

estructuras emergentes y sus efectos de retroalimentación en la op­ción y conducta social. Baste con señalar que las formas emergentes van desde redes interpersonales de relativa pequeña escala, a arreglos institucionales para organizar gente y territorio (por ejemplo, como es mostrado por el patrón de actividades e interrelaciones de agencias estatales en escenarios locales particulares), hasta sistemas políticos y

económicos de gran escala. Estas diferentes escalas de fenómenos emergentes, por supuesto, a menudo están intrincadamente interre­lacionadas, como ilustra el ejemplo de la Sierra Central del Perú ex­puesto en el capítulo l.

La problemática de u la interfaz" para la investigación sobre políticas sociales

Es aquí donde la noción de interfaz social resulta relevante como una manera de examinar y entender problemas de heterogeneidad social, diversidad cultural y los conflictos inherentes a procesos que involu­cran intervenciones externas. Las interfaces típicamente ocurren en

los puntos donde se cruzan diferentes, y a menudo conflictivos, mun­dos de vida o campos sociales, o más concretamente, en situaciones

sociales o arenas en las cuales las interacciones giran en torno a los problemas de pontear, acomodar, segregar o disputar puntos de vis­ta sociales, evaluativos y cognoscitivos. El análisis de interfaz social pretende dilucidar los tipos y fuentes de discontinuidad y vinculación social presentes en tales situaciones e identificar los medios organiza­cionales y culturales para reproducirlos o transformarlos. También puede ayudar a desarrollar un análisis más adecuado de los procesos

de transformación de la política, ya que nos permite entender en ma­yor mCdida las respuestas diferenciales de los grupos locales (inclu­yendo la población objetivo o la población que no es el objetivo de las

Kapferer (1972) un examen empírico sistemático de las ideas de Blau usando métodos de redes sociales y caso extenso. Prigogine (1976: 112-114) ilustra la importancia de las estructuras emergentes analizando cómo la~ termitas construyen sus hormigueros, un proceso que empieza con conducta no coordinada y aleatoria, pero que llega a ser coordinada y estructurada.

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intervenciones planeadas. Asimismo puede ayudar a forjar un terreno

teórico medio entre las llamadas teorías del cambio social micro y ma­cro al mostrar cómo las interacciones entre las partes "interventoras" y los actores "locales" conforman los resultados de políticas de la in­tervención particulares, a menudo con repercusiones en los patrones

de cambio, regionales, nacionales e incluso internacionales. Aunque la palabra interfaz tiende a llevar consigo la imagen de

alguna clase de articulación de dos sitios o confrontación cara a cara, las situaciones sociales de interfaz son más complejas y múltiples en su naturaleza, pues contienen muchos intereses diferentes, relaciones y modos de racionalidad y poder. Mientras el análisis se enfoca en los puntos de confrontación y diferencia social, debe situar éstos dentro de dominios institucionales y de conocimiento y poder más amplios. Adicionalmente, requiere una metodología que contrapese las voces, experiencias y prácticas de todos los actores sociales relevantes, inclu­yendo las "curvas de aprendizaje" experiencia! de los practicantes de

la política e investigadores.

Los precursores del concepto de interfaz

Desde los cuarenta Gluckman, Mitcbell y Barnes (1949) habían reali­

zado análisis de los problemas asociados con la intersección de diferen­tes órdenes normativo y político-administrativo. Describen lo que ellos llaman "la posición intercalada" del jefe de una aldea africana creada por la administración del gobierno colonial británico. Ellos sostienen que el papel del jefe estaba potencialmente cargado de conflicto y am­bivalencia, ya que era arrastrado al mismo tiempo en dos direcciones opuestas: la lealtad a sus parientes y al pueblo, y la lealtad a su jefe

tribal y a la administración colonial. Aunque en su momento esto ofreció una perspectiva útil para la

resolución de algunos de los problemas inherentes a la política colonial británica del "gobierno indirecto", la formulación de Gluckman y de los otros autores, difiere de la mía por apoyarse excesivamente en un modelo estático que dicotomiza la imagen e implica que, a pesar del conflicto, las relaciones estructurales entre los dos órdenes sociales permanecían más o menos equilibrados e inalterados. Tampoco presta alguna atención a documentar las estrategias precisas adoptadas por

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el jefe de la aldea para dirigir un curso medio entre estas demandas contradictorias, ni explicación alguna de cómo los funcionarios colo­niales se acomodaron a la situación. Estas limitaciones son consisten­tes con el compromiso de Gluckman con un modelo del cambio social institucional y de equilibrio (Gluckman, 1958, 1968; Long, 1968:6-9).

Un esfuerzo por completo diferente y mucho más reciente para en­frentar teóricamente los temas de diScontinuidad social en escenarios locales es La construcción simbólica de la comunidad, de Cohen (1985), quien vincula el problema a la necesidad de una nueva perspectiva de la "comunidad" que él aplica tanto a grupos residenciales locales y étnicos. El planteamiento, él sugiere, se enfoca en el examen de la manera en que tales grupos construyen las fronteras a su alrededor para demarcarse de otros. Este proceso involucra simultáneamente elementos simbólicos compartidos que definen grosso modo los límites de la comunidad (es decir, marca las distinciones entre "nosotros" y "ellos"), que así crea un "sentido de pertenencia", además de formas de

interacción estratégica entre individuos particulares, en ocasiones lla­mados "intermediarios culturales" que, por así decirlo, establecen los parámetros y concepciones de "sí mismo" y "el otro" relevantes en con­textos interactivos particulares y confrontaciones con "forasteros".

Cohen expone su punto de vista al repasar críticamente los plantea­mientos existentes para el estudio de la "comunidad" y al presentar

una serie de viñetas etnográficas seleccionadas para defender el caso de una antropología simbólica de la comunidad. Concentrándose en los procesos por los cuales "las personas llegan a darse cuenta de su

cultura cuando están en sus límites", el análisis de Cohen (1985: 69) se acerca a algunos de los problemas conceptuales y teóricos que sobresa­len bajo el epígrafe de 4'interfaz". Sin embargo, una diferencia mayor descansa en el excesivo énfasis que pone en las construcciones cultura­

les y en la defensa simbólica de la "comunidad", a costa de la profun­dización en el despliegue estratégico de los recursos organizacionales y políticos. Una limitación posterior del estudio es que se concentra en las 4'comunidades" de grupos locales, y presta escasa atención a las estrategias y 44comunidades simbólicas" de las partes que intervienen, como los funcionarios gubernamentales, misioneros o comerciantes. 13

13 Existen varios estudios antropológicos interesantes sobre los actores guber­namentales de la línea frontaL Por ejemplo, véase en Worsley (1965) el caso de los

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De hecho, estas limitaciones habían sido en gran medida supe­

radas en el estudio interaccionista simbólico de Handelman (1978), quien argumenta que "se ha prestado atención insuficiente al choque entre las maneras en que las instituciones supralocales conciben los territorios administrativos y las maneras en que poblaciones basadas

territoriahnente se conciben a sí mismas como comunidades". Iden­tifica 44la interfaz funcionario/cliente como el punto de articulación donde es más probable que tales discrepancias de conexión y comu­nicación sean evidentes y, por lo tanto, un probable nodo mediante el cual exponer la coerción y fragilidad de las estructuras de poder" (Handelman, 1978:5-6).

Este punto metodológico, por supuesto, coincide por completo con la defensa que deseo hacer del análisis de interfaz. Handelman desa­rrolla su punto de vista teórico por medio de estudios detallados de se­guridad social en Israel (1976) y el cuidado del niño en Newfoundland, Canadá (1978). Demuestra que los funcionarios del Estado que tratan de un modo directo con el público no asignan mecánicamente los bene­ficios a los individuos siguiendo las reglas establecidas. En cambio, son contribuyentes activos en la producción de decisiones, usando su pro­pio arbitrio y desarrollando su modus operandi. Ciertamente, subra­

yando y proporcionando una razón para las prácticas administrativas y de asignación que ellos adoptan, están ciertas cosmovisiones que han cristalizado de las muchas interacciones y procesos de toma de decisio­nes en que han estado envueltos con antelación, con clientes y colegas (véase en Rees, 1978, una exposición similar de mundos de vida diferen­ciales entre trabajadores sociales en Gran Bretaña). También muestra cómo los casos de clientes son construidos por los funcionarios con ba­se en las maneras de tipificar a las personas y su conducta que son consistentes con el bagaje de conocimiento e ideología del mundo de

vida de la organización en que trabajan. Por lo tanto, las interfaces funcionario/cliente son similarmente influenciadas por los ' 4imperati­vos" organizacionales y por las experiencias particulares organizacio­nales del funcionario en cuestión. Como Arce (1989:48-49) señala, una laguna importante en el planteamiento de Handelman (véase también Handelman, 197 6) es su falta de atención a las maneras en que la cos-

funcionarios gubernamentales en Saskatchewan, Canadá; y en Raby (1978), el de los administradores de distrito en Sri Lanka.

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movisión del fnncionario oficial y sus estrategias son afectados por ex­

periencias pasadas y presentes fuera del contexto burocrático. Una propuesta diferente para el tema de la asignación de servi­

cios públicos o beneficios (o incluso las multas) está enunciada en el trabajo del finado Bernard Schaffer y sus colegas en el Instituto de Es­

tudios del Desarrollo, Sussex (Schaffer y Lamb, 1976), quienes escri­ben sobre "la teoría del acceso". Su objetivo principal es desarrollar

un mo ·co analítico para el análisis de las transacciones burocráticas con clientes que involucran la asignación administrativa de bienes y servicios en sistemas oo.-mercantiles de distribución, donde el ingreso no determina la asignación. Su trabajo empírico se concentra en docu­mentar los factores que afectan el acceso a los bienes y servicios públi­cos particulares, tales como el alojamiento, el seguro social y crédito agrícola, fundamentado en diferentes categorías de cliente.

Su enfoque del problema puede ilustrarse con un ejemplo agrícola. Un cultivador --colocado en la base de la pirámide de acceso- puede estar ávido y ser definido como elegible para nno o más servicios, como la extensión agrícola, el crédito y los insumos técnicos, pero ann así no puede conseguir lo que quiere o a lo que por ley tiene derecho. La razón de ello es que ahí opera una cantidad de reglas informales, habladas

o tácitas, que gobiernan su exclusión. Tal cultivador frecuentemente se encuentra en algún pnnto haciendo cola ante un mostrador donde espera que le sea entregado el servicio que busca. Sin embargo, el mos­trador es más que una barrera fisica o lugar donde las transacciones oficiales tienen lugar; funciona como nn medio para reconciliar los in­tereses de los solicitantes y los que asignan y para definir con precisión quién si y quién no tendrá acceso a los bienes o servicios ~~en oferta".

Detrás del mostrador está un administrador que, al mismo tiem­po, mantiene el servicio, sirve a sus intereses privados o de grupo y espera, él mismo, en una cola para que su superior administrativo apruebe el servicio. Él es, por consiguiente, parte de una jerarquía administrativa o burocracia. La distribución de bienes y servicios no sólo depende simplemente de eficacia de la asignación o de las caracte­rísticas conductuales individuales de los granjeros o los que asignan, sino también de las regulaciones que gobiernan la elegibilidad de los destinatarios, la disciplina en la cola y las características de los niveles administrativos superiores e inferiores en la jerarquía de asignación. También dependerá de la existencia de cauces alternativos para el ser-

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vicio (lo que Schaffer llama "salida") y de la susceptibilidad de los diferentes sistemas de acceso a la manipulación del cliente (lo que se llama "voz").

Esta imagen proporciona a Schaffer y a sus colegas las bases para desarrollar un modelo descriptivo para perfilar los varios factores y

procesos que afectan las decisiones de asignación y para definir el tipo y nivel de acceso otorgado a la diferente clientela. El planteamien­to se ha aplicado en varias situaciones del Tercer Mundo. Por ejem­plo, Bárbara Harris (1978) usa el idioma de acceso para analizar la organización cooperativa de múltiples propósitos en Sri Lanka. Ella concluye que los conceptos de acceso son en verdad una manera fruc­úfera de identificar los factores que dan cuenta de las variaciones en la organización y provisión de servicios entre las uniones cooperativas, entre éstas y sus ramas, entre las ramas y dentro de la jerarquía coo­

perativa. De hecho, muestra cómo la estructura organizacional anima el uso de estrategias tanto de salida como de voz, que van en contra del

logro de la equida4 entre los miembros o entre las ramas, y cómo los intereses empresariales externos de los gerentes también afectan esto.

Sin embargo, una dificultad mayor con este tipo de análisis es que no siempre se puede identificar con facilidad los mostradores y las

colas. La analogia de la obtención de bienes y servicios por medio de un mostrador va demasiado lejos, y sólo puede operar cuando exis­ten ítems tangibles y claramente definidos para asignar. En contraste, muchas situaciones de interfaz involucran una serie de encuentros en­tre los funcionarios del programa y los clientes que no pueden atarse en paquetes discretos de bienes y servicios. Los extensionistas pueden visitar con regularidad a los granjeros en sus áreas, pero sería dificil considerar que cada visita trae consigo algún beneficio definido con claridad para el granjero. La interacción entre el extensionista y el

granjero está compuesta por varios elementos diferentes, y a menudo difusos, de los cuales sólo algunos podrian considerarse implicados en cuestiones de acceso. Además, las interfaces del cliente no son asuntos de una ocasión; implican interacciones a lo largo del tiempo durante las cuales las percepciones de los actores pueden cambiar y sus metas pueden desviarse o pueden redefinirse.

También el cliente puede interesarse en adquirir nuevas clases de servicios, piezas de información, o contactos sociales (incluso al punto de romper la relación inicial). O los granjeros pueden decidir enfocar

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sus esfuerzos en la obtención de favores políticos para el futuro, acu­

mulando "buena voluntad" en lugar de buscar el acceso a nuevas for­mas de conocimiento agrícola y tecnología. Y esto se agravará al ~diar con formas grandes y complejas de intervención del Estado (por ejem­plo, programas de reforma agraria), ya que se enfrenta una plétora de tipos de mostradores e interfaces (formales e informales) relacionados con los procesos de asignación que resulta casi imposible saber cuáles estudiar a fondo. Agregue a esto la existencia de tantos trabajadores en situaciones de interfaz y las tantas fuentes potenciales de interpre­tación y manipulación con alta probabilidad de que los actores se mal informen o hagan fanfarronerías entre sí, y más -por lo que llega a

ser doblemente difícil aplicar los conceptos de acceso. Con el fin de asir estas complejidades, se necesitaría especificar

los tipos de arenas de interacción y situaciones con los que se desea li­diar y, como Handelman, coleccionar casos de estudio extendidos que documenten las transacciones que involucren no sólo los bienes ma­teriales, sino también significados sociales, negociados en encuentros particulares de interfaz. 14 La teoría del acceso, cuyo marco concep­tual deriva de la imagen de hacer tratos a través del mostrador, parece mal situada para explorar estas importantes dimensiones sociales y

cognoscitivas de la interfaz.

Los elementos clave de una perspectiva de interfaz

La interfaz como una entidad organizada de relaciones e intencionalidades entrelazadas

El análisis de interfaz se enfoca en los eslabonamientos y redes que se

desarrollan entre individuos o partes, más que en el individuo o las estrategias de grupo. La interacción continuada anima el desarrollo de fronteras y expectativas compartidas que forman la interacción de los participantes para que con el tiempo la propia interfaz se vuelya una entidad organizada de relaciones e intencionalidades entrelaza-

14 Véase un ejemplo interesante de esto en el estudio de González {1972) sobre las interacciones entre oficiales de USA ID y miembros de la elite industrial en la República Dominicana.

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das. Por ejemplo, la interfaz entre la gerencia y los obreros en una

fábrica o entre el propietario y los arrendatarios persiste en el tiempo de una manera organizada con reglas, sanciones, procedimientos y prácticas "probadas" para abordar intereses y percepciones conflicti­vas. Lo primero se enmarca mediante roles acordados por los oficiales

de los sindicatos, representantes de obreros, personal de dirección y árbitros independientes, y lo último mediante una jerarquía de lazos

personalizados basada en relaciones de patrón/cliente y de amistad. La misma capacidad organizadora se sostiene en el caso de interfaces que involucran a funcionarios del Estado y campesinos locales o líde­res de los agricultores, o entre grupos constituidos con menor formali­dad que difieren el uno del otro en terrenos religiosos, étnicos u otros. Como los estudios de grupos pequeños han mostrado, incluso las redes más informales de individuos y familias tenderán a desenvolver modos regularizados de relacionar a los no miembros y forasteros. El esta­blecimiento de tal normativa de medio terreno puede ser negociado de manera endógena o exógena, y puede involucrar competencias entre el Estado, organizaciones privadas y cívicas e intereses que aspiran a influir o controlar las reglas del convenio o pacto.

Interfaz como un sitio para el conflicto, la incompatibilidad y la negociación

Aunque las interacciones de interfaz presuponen algún grado de inte­rés común, también tienen una propensión hacia la generación de con­flicto debido a los intereses contradictorios y objetivos o a las relaciones de poder desiguales. Las negociaciones en la interfaz a veces se llevan a ~abo por individuos que representan distritos particulares, grupos u

organizaciones. La posición de ellos es inevitablemente ambivalente en virtud de que ellos deben responder a las demandas de sus grupos y a las expectativas de aquellos con quienes deben negociar. Claro, este es el dilema del líder del pueblo, capataz del taller o el representante del estudiante en los grupos universitarios; de hecho es el de cualquiera que ocupa una posición intercalada entre dominios sociales diferentes o niveles jerárquicos. Aquellos que llegan a ser hábiles para manejar tales posiciones ambivalentes pueden desplegar esta habilidad para su ventaja personal o política, y a veces actúan como intermediarios.

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Al analizar las fuentes y dinámicas de contradicción y ambiva­

lencia en las situaciones de interfaz es importante no prejuzgar el caso asumiendo que ciertas divisiones o lealtades (como las basadas en la clase, etnia o género} son más fundamentales que otras. Tam­poco se debe dar por supuesto que porque una persona particular

"representa" a un grupo específico o institución, por necesidad actúa por los intereses o en nombre de sus compañeros( as). El eslabón en­tre representantes y circunscripciones (con sus diferencias en mem­bresía) debe establecerse de manera empírica, no tomado como algo dado.

La interfaz y el choque ck paradigmas culturales

El concepto de interfaz nos ayuda a enfocarnos en la producción y

transformación de las diferencias en las maneras de ver la vida y los paradigmas culturales. Las situaciones de interfaz proporcionan a menudo los medios para que individuos o grupos lleguen a definir sus posiciones culturales o ideológicas frente a los que defienden o simbo­lizan puntos de vista contrarios. Por ejemplo, las opiniones sobre el desarrollo agrícola expresados por los expertos técnicos, trabajadores de la extensión y los granjeros rara vez coinciden por completo; y lo

mismo es verdad en el caso de quienes trabajan para un solo ministe­rio con un mandato definido de la política. Es decir, los agrónomos, trabajadores del desarrollo comunitario, funcionarios del crédito, ingenieros de irrigación y demás, a menudo discrepan acerca de los problemas y prioridades del desarrollo agrícola. Estas diferencias no pueden reducirse a idiosincrasias personales, sino que deben reflejar diferencias yacentes ocasionadas por modelos diferenciales de socia­lización y profesionalización que a menudo conducen a una mala co­municación o choque de racionalidades (Chamhers, 1983; Box, 1984). El proceso se complica aún más por la coexistencia de varios modelos culturales diferentes o principios organizativos dentro de una solapo­blación u organización administrativa (Law, 1994), lo que crea espa­cio para maniobrar en la interpretación y utilización de estos valores culturales o puntos de vista. ·

La interfaz identiftca la naturaleza de contiendas (explícitas o im­

plícitas) sobre la dominación y legitimidad de paradigmas sociocultu-

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rales particulares o representaciones de modernidad; aunque, al mis­

mo tiempo, es importante reconocer que los compromisos con marcos normativos o ideológicos específicos y tipos de discurso y retórica por lo regular son específicos de la situación. Es decir, para los actores involucrados, puesto que ellos no permanecen constantes en todos los contextos sociales. Por consiguiente, es necesario identificar las condi­ciones en las cuales se sostienen definiciones particulares de realidad y

visiones del futuro, analizar la interacción de oposiciones culturales e ideológicas, y exponer las maneras en que acciones e ideologías puente o distanciadoras hacen posible que ciertos tipos de interfaz se repro­duzcan o transformen.

La centralidad de los procesos de conocimiento

Unido al último punto está la importancia de los procesos de cono­

cimiento. El conocimiento es una construcción cognoscitiva y social que resulta y con frecuencia se forma de las experiencias, encuen­tros y discontinuidades que surgen en los puntos de intersección entre los mundos de vida de los diferentes actores. Varios tipos de conoci­

miento, incluso las ideas sobre uno mismo, otras personas, el con­texto y las instituciones sociales, son importantes para entender las

interfaces sociales. El conocimiento está presente en todas las situa­ciones sociales y a menudo se enlaza con las relaciones de poder y

la distribución de recursos. Pero en las situaciones de intervención adquiere especial importancia porque trae consigo la interacción o confrontación de formas de conocimiento, creencias y valores del ''experto" contra el "lego", y forcejeos por su legitimación, segrega­ción y comunicación.

Entonces, una propuesta de la interfaz describe el conocimiento como surgido de "un encuentro de horizontes". La incorporación de nueva información y de nuevos marcos discursivos o culturales puede tener lugar sólo dentro de los marcos de conocimiento y modos eva­luadores ya existentes, que son reformados por medio del proceso comunicativo. De aquí el conocimiento emerge como un producto de interacción, diálogo, reflexión y contiendas de significado, e involucra aspectos de control, autoridad y poder.

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El poder como resultado de luchas por los significados y relaciones estratégicas

Como el conocimiento, el poder no es sencillamente poseído, acumula­do y ejercido sin enfrentar problemas (Foucault, en Gordon, 1980:78-108). El poder implica mucho más de cómo las jerarquías y el control hegemónico demarcan posiciones sociales y oportunidades y restringe el acceso a los recursos. Es el resultado de luchas complejas y negocia­ciones sobre la autoridad, estatus, reputación y recursos, y necesita reclutar las redes de actores y sus distritos electorales o su grey (La­tour, 1994; Callon y Law, 1995). Tales luchas se fundan en el grado en que actores específicos se perciben a sí mismos capaces de manio­brar dentro de situaciones particulares y desarrollar estrategias efi­caces para hacerlo. Crear espacio para maniobrar implica un grado

de consentimiento, un grado de negociación y, así, un grado de poder, manifestado en la posibilidad de ejercer algún control, prerrogativa,

autoridad y capacidad para la acción, sea en el primer plano, o entre bastidores, en momentos fluctuantes o en periodos más sostenidos (Vi­llarreal1992: 256). Así, como Scott (1985) señala, sin poderse evit,.; el poder genera resistencia, acomodación y sumisión estratégica como

componentes regulares de las políticas de la vida cotidiana.

La interfaz como compuesta de discursos múltiples

El análisis de la interfaz nos permite comprender la manera en que los discursos "dominantes" son endosados, transformados o desafiados. Los discursos dominantes se caracterizan por estar repletos de reifica­ciones (a menudo de un tipo "naturalista") que suponen la existencia e

importancia de ciertos rasgos sociales y agrupaciones, por ejemplo, en relación con "comunidades", estructuras jerárquicas o "igualitarias" y construcciones culturales de etnia, género y clase. Tales discursos sirven para promover particulares puntos de vista políticos, cultura­les o morales, y a menudo son movilizados en las luchas por los signifi­cados sociales y recursos estratégicos. Sin embargo, mientras algunos actores "vernaculizan" los discursos dominantes para legitimar sus demandas ante el Estado y otros cuerpos autoritarios, otros escogen rechazarlos desplegando y defendiendo discursos compensatorios o

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"demóticos" (literalmente: "de la gente") que ofrecen puntos de vista

alternativos, más arraigados en lo local. 15

Una tarea mayor en el análisis de las interfaces es explicar con claridad las implicaciones de conocimiento y poder de esta interacción y la mezcla o segregación de discursos contrarios. Las prácticas dis­cursivas y capacidades se desenvuelven sobre todo en las circunstan­cias de la vida social cotidiana, y en especial resultan ser los puntos críticos sobresalientes de discontinuidad entre los mundos de vida de los actores. Es a través de la lente de la interfaz como estos procesos pueden ser mejor capturados conceptualmente.

La interfaz y la intervención planeada

Utilizando las pistas anteriores, es claro que el análisis de las interfa­ces puede ser una contribución útil para la comprensión de cómo en­tran los procesos de intervención planeada en los mundos de vida de

los individuos y grupos afectados, y llegan a formar parte de los recur­sos y constricciones de las estrategias sociales que desarrollan. Así, los llamados "factores externos" son "internalizados" y llegan a significar

cosas muy diferentes para los distintos grupos de interés o para los diversos actores individuales, sean quienes implementan el programa, los clientes, o los espectadores. De esta manera, el análisis de interfaz ayuda a deconstruir el concepto de intervención planeada para verla por lo que es; a saber, un proceso continuado, socialmente construido y negociado, no sólo la ejecución de un plan específico de acción ya hecho con resultados esperados. También muestra que la aplicación de la política no es con simpleza un proceso de arriba a abajo, como se explica a menudo, ya que las iniciativas pueden venir tanto de ahajo

como de arriba (Long, 1992: 19; también véase Long y Van der Ploeg, 1989).

Por lo tanto, es importante enfocar las prácticas de intervención como formadas por las interacciones entre los varios participantes, en lugar de sólo enfocarse en modelos de la intervención, con lo que

quiero decir en las construcciones ideal-úpicas que tienen del proceso

IS Véase en Baumann (1996) una perspectiva extensa de los procesos en un área multiétnica de Londres; también, Arce y Long, 2000.

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los proyectistas, funcionarios o sus clientes. El interés en las prác­ticas de intervención permite enfocarse en las formas emergentes de interacción, procedimientos, estrategias prácticas, y tipos de discur­so y categorías culturales presentes en contextos específicos. También permite tomar un relato completo de las "realidades múltiples" de los

proyectos de desarrollo (es decir, los diferentes significados e inter­pretaciones de medios y fines atribuidos por los diversos actores), así

como los forcejeos que surgen de estas percepciones y expectativas

diferenciales. Desde este punto de vista, entonces, la intervención planeada es

un proceso transformativo que a menudo es reformado por su propia dinámica interna organizacional, cultural y política, y por las condi­ciones específicas que encuentra o crea, incluyendo las respuestas y estrategias de los grupos locales que pueden luchar por definir y de­fender sus espacios sociales, fronteras culturales y posiciones dentro

del campo de poder más amplio. Las interacciones entre el gobierno o las agencias foráneas que

intervienen en la realización de programas de desarrollo particular y las llamadas poblaciones receptoras no pueden entenderse de modo adecuado mediante el uso de concepciones generalizadas como ~~rela­

ciones Estado-ciudadano" o apelando a conceptos normativos como '

4participación local". Estas interacciones deben ser analizadas como parte de procesos continuados de negociación, adaptación y transfor­mación de significado que tienen lugar entre actores específicos. El análisis de interfaz que concentra las coyunturas o arenas decisivas que involucran diferencias de valor normativo e interés social implica no sólo entender las luchas y diferencias de poder que tienen lugar entre las partes involucradas, sino también un esfuerzo por revelar la dinámica de acomodación cultural que hace posible la interacción de

varios mundos de vida. Este es un tema de investigación difícil, pero es cetitral para entender los resultados intencionales e imprevistos de la intervención planeada llevada a cabo por autoridades públicas o agencias de desarrollo o iniciativas desde ahajo por intereses locales diversos. El siguiente capítulo ilustra la aplicación del análisis de in­terfaz en tres casos mexicanos contrastantes.

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CAPÍTUL04 ENCUENTROS EN LA INTERFAZ.

DISCONTINUIDADES SOCIALES Y CULTURALES EN ~L DESARROLLO Y EL CAMBIO

En este capítulo me esforzaré por mostrar la utilidad de la idea de interfaz en el estudio de las prácticas organizadoras y los procesos de construcción de conocimiento/poder. Primero me concentro en la arena de la intervención para el desarrollo rural, usando datos reco­gidos en México a finales de los 80 y principios de los 90.' Después expongo los resultados de un estudio sobre los niños de la calle en la ciudad de México que utiliza una perspectiva de interfaz para explo­rar las dinámicas contradictorias de las intervenciones diseñadas para rescatarlos de la calle.

Los canaleros, intermediarios en la interfaz. Un distrito de riego en el occidente de México

El sistema de riego Autlán-El Grullo (con nueve mil hectáreas de exten­sión), que se localiza en el oeste de Jalisco, se construyó en los años 50 como parte del esfuerzo del gobierno mexicano por promover el crecimiento rápido de la producción agrícola, sobre todo de la caña de azúcar y los cultivos hortícolas para exportación. El funcionamien­to del sistema de irrigación involucraba la cooperación activa de una extensa gama de personas (agricultores, ingenieros, personal de mante­nimiento de los canales y hcanaleros") con intereses distintos y contra­dictorios. Al principio, la oficina local de la Secretaria de Agricultura y Recursos Hidráulicos (SARH) era la responsahle formal del funcio­namiento del sistema, incluyendo, por supuesto, el trabajo de los ca-

1 La exposición que sigue se enfoca en los estudios de Pieter van der Zaag (1992), Alberto Arce (1993), Magdalena Villarreal (1994) y Monique Nuijten (1998), y se apo­ya en gran medida en sus argumentos.

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