39958564 historia mexicana volumen 8 numero 1

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HISTORIA MEXICANA Revista trimestral publicada por El Colegio de M?xico Historia Mexicana respeta de modo absoluto la responsabilidad de sus colaboradores. Redacci?n: Administraci?n: Apartado Postal ?123 El Colegio de M?xico M?xico 1, D. F. Durango 93. M?xico 7, D. F. Consejo de Redacci?n: Arturo Arn?iz y Freg, Alfonso Caso, Daniel Cos?o Villegas, Wigberto Jim?nez Moreno, Agust?n Y??ez y Silvio Zavala. VOL. VIII JULIO-SEPTIEMBRE, 1958 N?M. 1 SU MARIO Art?culos C?sar Sep?lveda, Historia y problemas de los limites de M?xico. I. Im frontera Norte. 1 Daniel Cos?o Villegas, La aventura de Mat?as. 35 E. S. Speratti Pinero, Valle-Incl?n y M?xico . 60 Testimonios Luis Weckmann, Un gran archivo hist?rico mexicano en Par?s . 81 Jorge Flores D., Carlos Pereyra y el embajador Wilson . 95 Jean-Pierre Berthe, Las minas de oro del Marqu?s del Valle en Tehuantepec, 1540-1547 . 122 Cr?tica Antonio Alatorre, Sobre nuestra realidad hist?rica.. 132 Joaqu?n Fern?ndez de C?rdoba, Pseudobibliogra f?as y pseudobibli?grafos . 135 Historia Mexicana aparece el i9 de julio, el 19 de octubre, el i9 de enero y el i<? de abril de cada a?o. El n?mero suelto vale en el interior del pa?s $6.00 y en el extranjero Dis. 1,00; la suscripci?n anual, respecti vamente, $ 20.00 y Dis. 4.0p.

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  • HISTORIA MEXICANA Revista trimestral publicada por El Colegio de M?xico Historia Mexicana respeta de modo absoluto la responsabilidad de sus

    colaboradores.

    Redacci?n: Administraci?n:

    Apartado Postal ?123 El Colegio de M?xico M?xico 1, D. F. Durango 93. M?xico 7, D. F.

    Consejo de Redacci?n: Arturo Arn?iz y Freg, Alfonso Caso, Daniel Cos?o Villegas, Wigberto Jim?nez Moreno, Agust?n Y??ez y Silvio Zavala.

    VOL. VIII JULIO-SEPTIEMBRE, 1958 N?M. 1

    SU MARIO

    Art?culos

    C?sar Sep?lveda, Historia y problemas de los limites de M?xico. I. Im frontera Norte. 1

    Daniel Cos?o Villegas, La aventura de Mat?as. 35

    E. S. Speratti Pinero, Valle-Incl?n y M?xico . 60

    Testimonios

    Luis Weckmann, Un gran archivo hist?rico mexicano en Par?s . 81

    Jorge Flores D., Carlos Pereyra y el embajador Wilson . 95

    Jean-Pierre Berthe, Las minas de oro del Marqu?s del Valle en Tehuantepec, 1540-1547 . 122

    Cr?tica Antonio Alatorre, Sobre nuestra realidad hist?rica.. 132

    Joaqu?n Fern?ndez de C?rdoba, Pseudobibliogra f?as y pseudobibli?grafos . 135

    Historia Mexicana aparece el i9 de julio, el 19 de octubre, el i9 de enero y el i

  • Printed and made in Mexico

    Impreso y hecho en M?xico

    Gr?fica Panamericana, S. de R. L.

    Parroquia 911, esquina con Nicol?s San Juan. M?xico 12, D. F.

  • HISTORIA Y PROBLEMAS DE LOS LIMITES DE M?XICO

    Al maestro Antonio Mart?nez B?ez,

    en testimonio de cordial reconocimiento.

    C?sar Sepulveda

    PREFACIO

    La historia sistem?tica de la formaci?n de las fronteras de

    M?xico, desde su Independencia, todav?a est? por hacerse. S?lo existen por ah? dispersas algunas porciones de esa histo ria ?escritas, adem?s, con demasiada vehemencia y con ex

    ceso de pasi?n?, que oscurecen sensiblemente la correcta vi

    si?n de los problemas. El tema ha sido tratado parcialmente en algunas tesis profesionales de la Facultad de Derecho en

    los ?ltimos tiempos, pero sigue ofreciendo grandes posibili dades para realizar un tratado completo sobre la materia, que

    venga a disolver muchas consejas e inexactitudes, numerosos

    desprop?sitos que respecto de nuestras fronteras se han dicho

    y se contin?an diciendo. El trabajo presente aspira s?lo a ser una contribuci?n

    modesta para el examen de ese cap?tulo tan importante de las relaciones exteriores de nuestro pa?s. Pretende ofrecer ?nica

    mente una visi?n m?s o menos ordenada de lo que ha signi ficado para la Rep?blica Mexicana la dolorosa lucha para la determinaci?n final de sus linderos territoriales, a trav?s de

    m?s de un siglo de constantes pugnas, as? como un panorama

    breve de los m?s sobresalientes problemas de sus fronteras meridional y septentrional. Se debe, por ello, disculpar los defectos inherentes a este peque?o ensayo.

    Tequesquitengo, Mor., Primavera de 1958.

  • 2 C?SAR SEP?LVEDA

    I. LA FRONTERA NORTE

    i. La Luisiana y sus implicaciones

    La historia de la frontera Norte de la Rep?blica Mexicana ha de remontarse a los primeros contactos entre las posesiones

    espa?olas de Am?rica y las colonias inglesas, pues de ah? arran ca la larga serie de conflictos que condujeron a la gradual e inexorable extensi?n de tal frontera hacia el Sur y que cul

    minaron en su posterior desmoronamiento, a costa nuestra.

    Cuando M?xico obtiene su independencia, hereda, sin que rerlo y en desventaja, la pugna de Espa?a con el vecino del

    Norte, y tiene que reconocer, contra su voluntad, el desenlace.

    De ah? que la explicaci?n de nuestras lamentables p?rdidas de territorio haya de encontrarse preponderantemente en las

    luchas territoriales de Espa?a en la parte Norte de nuestro Continente.

    En realidad, el problema puede centrarse alrededor de la Luisiana, porque fue esta vasta provincia constante causa de

    las discordias. Los l?mites de la Luisiana eran desconocidos a mediados del siglo xvin. En t?rminos generales, podr?a de cirse que abarcaba desde los Grandes Lagos, por el Este, y desde las fuentes del r?o Missouri, en la remota Dakota, hacia el Sur, formando un tri?ngulo irregular cuyo v?rtice era

    Nueva Orleans. Este gran territorio med?a aproximadamen te 2.500,000 kil?metros cuadrados y colindaba inciertamente

    con las trece colonias inglesas, con la Florida, y con las po sesiones espa?olas del Occidente de Norteam?rica.

    Tan enorme territorio se encontraba despoblado, y s?lo

    tribus errantes de indios recorr?an algunas de sus partes. Con

    taba con r?os numerosos, con bosques enormes y con m?ltiples

    lagos, y se sab?a de riquezas mineras. Era, pues, una presa

    apetitosa y f?cil; bastaba con que un pueblo en?rgico y codi cioso pusiera

    sus ojos sobre ella para que naciesen los desig

    nios de posesi?n. El drama se inicia al final de la Guerra de Siete A?os

    (1756-1763). Francia, humillada, hubo de ceder el Canad? a Inglaterra; y Espa?a, aliada de aqu?lla y tambi?n vencida,

  • LOS L?MITES DE M?XICO 3 transmiti? a la Gran Breta?a su preciada posesi?n de la Flo rida. Pero Espa?a no qued? del todo desprovista, pues recibi? la mayor parte de la Luisiana, en compensaci?n de haber ido a una guerra est?ril. En efecto, Su Muy Cat?lica Majestad, por virtud de un pacto secreto ?el Tratado de 13 de no

    viembre de 1762 que realiz? con Francia?, recibi? la Luisia na, que Francia le ced?a sin determinar sus l?mites, y de la cual quer?a deshacerse a toda costa, pues la hab?a ofrecido con insistencia a Inglaterra durante las negociaciones de paz.1

    El Tratado de Par?s de 1763, realizado para poner fin a la Guerra de Siete A?os entre Inglaterra, por una parte, y Fran

    cia y Espa?a, por la otra, ven?a a consolidar todos los territo

    rios espa?oles desde la Patagonia hasta el Mississippi y los Grandes Lagos, y tambi?n, por vez primera, establec?a un l?

    mite continuo y com?n con los sajones de Norteam?rica. El art?culo vu de ese pacto prove?a:

    ... se ha convenido que en lo venidero los confines entre los Es

    tados de Su Majestad Cristian?sima y los de Su Majestad Brit?nica en

    aquella parte del mundo, se fijar?n irrevocablemente con una l?nea tirada en medio del r?o Mississippi desde su nacimiento hasta el r?o Iberville, y desde ah? con otra l?nea tirada en medio de este r?o y de los lagos Maurepas y Pontchartrain hasta el mar...

    En ese mismo art?culo se conced?a la libre navegaci?n por

    el Mississippi a los ingleses.2 Entre el Mississippi y el r?o Apalachicola los ingleses crea

    ron ese a?o la provincia de Florida Occidental ?que m?s tarde hab?a de engendrar tantas controversias, por lo incierto

    de sus confines? para unirla a la Florida (Oriental), que Espa?a hab?a cedido a la Gran Breta?a en el art?culo xx del mismo Tratado de Par?s.

    Se termin? la entrega de la Luisiana a Espa?a en 1769. A?os m?s tarde, siendo gobernador de la provincia el eficaz don Bernardo de G?lvez, posteriormente virrey de la Nueva

    Espa?a, aprovech? la Guerra de Independencia de los Esta dos Unidos, y reconquist? entre 1779 y 1781, en una serie de brillantes campa?as, toda la Florida Occidental y tom? mu chas plazas de la Oriental. Signific? esto la ?ltima manifes

  • 4 C?SAR SEP?LVEDA taci?n hispana de poder?o y agresividad en la parte Norte del

    hemisferio americano.

    Una Inglaterra vencida y sumisa pact? en Versalles, el 20 de enero de 1783, una paz separada ventajosa para Espa?a.3 Esta naci?n readquir?a ambas Floridas (art?culo 50) y as?, por primera vez, colindaron Espa?a y la flamante naci?n norte

    americana, vecindad que no hab?a de producir sino sobresal

    tos a Espa?a. Este Tratado de Versalles marca, por otra par

    te, el l?mite m?ximo de la expansi?n espa?ola en Am?rica, pues en virtud de ?l las fronteras de Su Cat?lica Majestad quedaron constituidas, aunque de

    manera incierta, por los

    r?os Ohio y Tennessee en el Noroeste, por el Mississippi hacia el Este, y por una l?nea (al Norte de las Floridas) que iba por los r?os Catauche (Apalachicola) y St. Mary hasta el Atl?ntico, en tanto que por el Noroeste, el Oregon y las po sesiones rusas marcaban el extremo de la penetraci?n por ese

    lado. Empero, en cortos a?os, la marea empez? a retroceder.

    ?La corriente tom? el rumbo Norte-Sur! La Gran Breta?a, al reconocer la independencia de los

    Estados Unidos, por virtud del Tratado de Par?s de septiem bre 3 de 1783,4 hab?a se?alado a este pa?s unas fronteras rela

    tivamente favorables para Espa?a (art?culo 20), pero dej? la tente una

    agresiva cuesti?n. En efecto, ya sea por designio, ya

    porque pensaran sus diplom?ticos que ten?an un derecho (de rivado del art?culo vu del Tratado de Par?s de 1763) para na vegar libremente por el Mississippi, pactaron con los norte americanos en el art?culo 8o de esa Convenci?n:

    La navegaci?n por el r?o Mississippi, desde su fuente hasta el

    Oc?ano, estar? abierta y ser? siempre libre a los subditos de la Gran

    Breta?a y a los ciudadanos de los Estados Unidos.5

    La cuesti?n de la navegaci?n del Mississippi, junto con la disputa por la frontera entre la Florida Occidental y el Sur oeste de los Estados Unidos, matiza y colorea la lucha diplo

    m?tica con Espa?a en la siguiente docena de a?os. La joven rep?blica ten?a ya bien formado su designio y, por el contra

    rio, Espa?a se encontraba en su declive final. Los enviados

    yanquis, de quienes se supon?a inexperiencia, demostraron

  • LOS L?MITES DE M?XICO S decisi?n y audacia en las negociaciones y no cedieron en nada a sus rivales de ultramar, a pesar de la mejor preparaci?n y sutileza de estos ?ltimos.6

    Los Estados Unidos hab?an nacido comprimidos en medio de dos gigantes. La Gran Breta?a los encadenaba por el Nor oeste y Espa?a manten?a un firme ein tur?n, desde la ver tiente de los Apalaches hasta la confluencia del Ohio con el

    Mississippi, y de ah? por el r?o Tennessee hasta encontrar el l?mite occidental de Georgia, continuando por ?ste hasta la frontera de la Florida. Natural era que quisiesen ensanchar su ?mbito por el lado m?s d?bil. Por otro lado, deb?a con cluirse que el Mississippi era la ?nica ruta pr?ctica que ten?an los pobladores del Suroeste de los Estados Unidos para hacer

    negocios con el mundo externo. De todo ello no dejaron de percatarse los h?biles diplom?ticos espa?oles de esa ?poca, especialmente Floridablanca.

    La misi?n de don Diego Gardoqui, encargado de nego cios enviado a los Estados Unidos por la corte espa?ola en

    julio de 1784 era, pues, negociar una frontera, haciendo con cesiones a los norteamericanos, pero asegurando los dominios

    del Rey Cat?lico para lo venidero. Gardoqui habr?a de aseso rarse, para un mejor cometido, con don Bernardo de G?lvez,

    profundo conocedor de la situaci?n y gobernador general de Cuba y la Luisiana.7 G?lvez hab?a hecho incursiones en esa zona y era el mejor conocedor de ella.

    Las negociaciones entre Gardoqui y Jay, el representante norteamericano (1785-1789), se llevaron en una forma bien pintoresca, pero iluminan grandemente sobre lo que podr?a esperarse del Congreso de los Estados Unidos y de un pueblo rudo y correoso avezado a la lucha en los bosques, y que aca

    baba de emerger vencedor de una guerra con una potencia militar de primer orden.8

    Jay no cedi? un ?pice en las pretensiones del Mississippi navegable como frontera occidental de su pa?s, y la frontera de la Florida en el paralelo 31o Norte.9 Gardoqui no pudo llevar adelante la idea espa?ola de un estado colch?n entre las posesiones de Su Majestad Cat?lica y los Estados Unidos,

  • 6 C?SAR SEP?LVEDA ni tampoco prosper? la ingenua conjura hispana para sec cionar de los Estados Unidos a los pobladores del Sudoeste

    yanqui. El nuevo pa?s hab?a reforzado sus lazos internos con la Constituci?n federal de 1787, y exist?a ya casi cuajada una conciencia de nacionalidad.

    Todo ello, junto con la salida de Floridablanca y el in greso de Godoy en el ministerio real, hizo que se apresurara un tratado en el que Espa?a no obten?a una sola ventaja

    ?como no fuera dar fin a una disputa que podr?a costar le

    m?s?, y en el que los Estados Unidos saborearon un buen triunfo diplom?tico que los impuls? a ir m?s adelante.

    El pacto logrado fue el llamado de Pinckney o de San Lorenzo, y se firm? el 27 de octubre de 1795 en El Escorial. Los art?culos que se?alaban la nueva frontera son los si

    guientes:

    Art. 11. Para evitar toda disputa en punto a los l?mites que se

    paran los territorios de las dos Altas Partes Contratantes, se ha convenido y declarado en el siguiente art?culo lo siguiente, a saber:

    Que el l?mite meridional de los Estados Unidos que separa su te rritorio del de las Colonias Espa?olas de la Florida Occidental y de la Florida Oriental se demarcar? por una l?nea que empiece en el r?o Mississippi en la parte m?s septentrional del grado treinta y uno al Norte del Ecuador, y que desde all? siga en derechura al Este hasta el medio del r?o Apalachicola o Catohouche, desde all?

    por la mitad de ese r?o hasta su uni?n con el Flint, de all? en dere chura hasta el nacimiento del r?o Santa Mar?a, y de all?, bajando

    por el medio de este r?o, hasta el Oc?ano Atl?ntico... Art. iv. Se ha convenido igualmente que el l?mite occidental del

    territorio de los Estados Unidos, que los separa de la Colonia Espa ?ola de la Luisiana, est? en medio del canal o madre del r?o Mississip pi, desde el l?mite septentrional de dichos Estados hasta el comple

    mento de los treinta y un grados de latitud al Norte del Ecuador;

    y S. M. Cat?lica ha convenido igualmente en que la navegaci?n de dicho r?o, desde su fuente hasta el Oc?ano, ser? libre s?lo a sus

    subditos y a los ciudadanos de los Estados Unidos.. .10

    Bemis se?ala, como posible causa de las generosas conce

    siones espa?olas, el estado de la situaci?n europea, y un amago

    de guerra entre Inglaterra y Espa?a. Whitaker prefiere pre

  • LOS L?MITES DE M?XICO 7 sentar como

    argumento mejor la amenaza del Oeste ameri cano y el decidido car?cter d? sus pobladores.11

    La lucha, empero, que con tanta obstinaci?n hab?a soste

    nido Espa?a para apuntalar la frontera Norte en el Mississippi y salvar con ese repliegue el remanente de sus posesiones en

    este lado del r?o fue un esfuerzo sin premio, una preocupa ci?n est?ril.

    Porque el destino, que ya conspiraba para pulverizar a

    Espa?a, quizo jugarle una mala pasada. En efecto, Francia no hab?a renunciado del todo a la idea de recuperar la Lui siana ?por lo menos, lo que de ella hab?a quedado despu?s del Tratado Pinckney?, pues Luis XV, al cederla, hab?a pensa do que quedar?a en familia. Talleyrand acarici? el sue?o de hacerse de ella y de crear un nuevo "sistema colonial", seg?n lo expres? en 1797, y logr? inducir a Bonaparte a seguir su

    concepci?n. As? que ambos se propusieron obtener esa pro vincia.

    Aunque se ha dicho que Espa?a quer?a desprenderse de la Luisiana porque era gravosa,12 la verdad es que la Corona se

    encontraba inerme, y bien menguado el poder espa?ol. Tal

    leyrand no ten?a rival en maquinaciones. Ello y no lo otro fue lo que oblig? a Espa?a a aceptar. Ello, y adem?s la pro

    mesa de un m?sero reino ?la Toscana? hicieron que la Reina

    Madre aceptara el Tratado de San Ildefonso, de i? de octubre de 1800, que volv?a a poner en manos de Francia los jirones de otrora infinita provincia, y que, adem?s, ?todav?a obsequia ba al Primer C?nsul con seis navios de l?nea!

    Este pacto, tambi?n llamado de Retrocesi?n de la Luisiana, fue la causa eficiente de disputas por fronteras durante cin cuenta a?os m?s, por lo oscuro de sus t?rminos:

    Art. ni. Su Majestad Cat?lica promete y se obliga por su parte a devolver a la Rep?blica Francesa, seis meses despu?s de la plena y entera ejecuci?n de las condiciones y estipulaciones arriba men cionadas acerca de Su Alteza Real el Duque de Parma, la colonia o provincia de la Luisiana, con la misma extensi?n que tiene en la actualidad en poder de Espa?a y ten?a cuando la posey? la

  • 8 C?SAR SEP?LVEDA Francia, y tal cual debe de ser en virtud de los tratados hechos des

    pu?s entre Su Majestad Cat?lica y otros Estados.13

    ?Talleyrand afirm? entonces que Francia pondr?a una ba rrera de bronce entre los norteamericanos y los dominios del

    Rey de Espa?a! En uno de sus escasos respiros de paz ?despu?s de la de

    Amiens (1802)?, Napole?n se propuso crear un imperio en Am?rica, con la Luisiana y la isla de Santo Domingo. Plane?

    que Leclerc, su cu?ado, con cincuenta mil hombres, redujera la rebeli?n de los negros esclavos haitianos y, entre tanto, el

    general Victor se instalar?a con un buen contingente en Nueva Orleans. Pero el v?mito negro seg? la flor de las tropas napo le?nicas y los esclavos hicieron el resto; y Victor no lleg? a salir siquiera del Escalda. Un fracaso militar, han dicho los

    estrategas, comparable con la invasi?n de Espa?a o la de Rusia. Dolido el amor propio de Bonaparte, y previendo que en

    la pr?xima guerra con la Gran Beta?a perder?a de cualquier modo la Luisiana, se resolvi? bruscamente a venderla a los

    norteamericanos, quienes tambi?n tem?an a Inglaterra. Me

    diante quince millones de d?lares ?once en efectivo y cuatro en reclamaciones?, Monroe y Livingstone, los enviados ame

    ricanos, obtuvieron la provincia, con sus vagas fronteras. La

    operaci?n se hizo constar en el tratado de 30 de abril de 1803:

    ... El Primer C?nsul de la Rep?blica Francesa, deseando dar a

    los Estados Unidos una s?lida prueba de su amistad, cede a los mencionados Estados Unidos, en nombre de la Rep?blica Francesa,

    para siempre y en plena soberan?a, el mencionado territorio con to

    dos los derechos y pertenencias, tan completamente y en la misma

    forma en que se han adquirido por la Rep?blica Francesa.. M

    Napole?n, con este pacto, dejaba un embrollo de fronteras, a lo que era muy dado su extra?o car?cter. Con sarcasmo

    dijo a los diplom?ticos yanquis que "si en el Tratado no exis tiera ya una oscuridad, tal vez fuera bueno poner una".16

    Incomprensible y nebuloso prop?sito el de Bonaparte. No era ciertamente por dinero por lo que se desembarazaba de la Luisiana. Espa?a, indudablemente, le habr?a pagado m?s.

    Tal vez s?lo se propon?a humillar al le?n ingl?s, cre?ndole un

  • LOS L?MITES DE M?XICO 9 nuevo rival. Pero al hacerlo as? dio nacimiento a una fuente

    inagotable de conflictos y de problemas fronterizos. Los l?mites de la provincia eran absolutamente indetermi

    nados por el Norte, por el Oeste y por el Suroeste, y eso dar?a

    lugar a reclamaciones exageradas. Las congojas que Espa?a hab?a padecido diez a?os antes volvieron a surgir al tener

    junto a su puerta al rudo vecino. Otra vez hab?a una l?nea de contacto entre el Suroeste yanqui y las avanzadas de los domi nios de la Corona.

    Hubo nuevamente las pretensiones de correr la frontera a

    costa del Rey de Espa?a. La ponderaci?n habitual del presi dente Jefferson, por ejemplo, se dej? alterar por la codicia, y se lanz? a reclamar como l?mite Oeste de la Luisiana el r?o

    Bravo, cuando ning?n franc?s, con excepci?n quiz? de los pri sioneros, hab?a llegado a doscientas millas de ese r?o para fundar alguna pretensi?n de descubrimiento.16

    Los norteamericanos, perpetrada su complicidad con el

    despojo que Napole?n hizo a Espa?a, no se sentaron a digerir su presa. Con incansable actividad se dispusieron a ensanchar los l?mites de la

    adquirida provincia. Primeramente, y en una

    acci?n que habr?a de repetirse muchas veces en lo venidero, un

    grupo de pobladores de la Florida Occidental iz? la bandera azul con una estrella de plata (lone silver star), y pidi? con grandes voces la anexi?n a los Estados Unidos (1810). Madison orden? la extensi?n de la autoridad americana hasta el r?o Perdido,17 y tres a?os m?s tarde se hicieron de Mobila. Espa ?a, entre tanto, languidec?a sin que nada pudiera sacarla de su

    marasmo final. Sus ?ltimos esfuerzos tendieron a ceder el resto de las Floridas ?la Oriental? a Inglaterra, sin tener ?xito.18

    Andrew Jackson, con el pretexto de apaciguar a los semi n?las que hac?an incursiones desde la Florida, tom? en 1818 San Marcos y Panzacola, y nada se hizo por reprimirlo. Su acci?n apresur? las negociaciones para que Espa?a cediera la Florida y para fijar la frontera Oeste de la Luisiana.

    Don Luis de On?s, que vino a los Estados Unidos como enviado espa?ol en 1815, no podr?a pretender obtener mucho de su intercambio con los diplom?ticos yanquis. Su encomien da era dif?cil, y las circunstancias de la rebeli?n de las col?

  • 10 C?SAR SEP?LVEDA nias no pod?an ser favorables. Adem?s, ya hab?a el claro

    designio de apoderarse de cuantos territorios de Espa?a se

    pudiera, y s?lo un ciego no lo hubiera podido advertir. Por eso se justifican los esfuerzos de On?s por negociar un

    tratado que ced?a la Florida a los Estados Unidos, pero que temporalmente salvaba a Texas para Espa?a. El tratado que

    d? concluido el 22 de febrero de 1819 Y recibi? el nombre elocuente de Tratado de Amistad, Arreglo de Dificultades y de Fronteras. En ?l se estipulaba:

    Art. 11. Su Majestad Cat?lica cede a los Estados Unidos, en toda propiedad y soberan?a, todos los territorios que le pertenecen si

    tuados al Este del Mississippi, conocidos bajo el nombre de Florida Occidental y Florida Oriental...

    Art. m. La l?nea divisoria entre los dos pa?ses al Occidente del

    Mississippi arrancar? del Seno Mexicano en la embocadura del r?o

    Sabina en el mar, seguir? al Norte por la orilla occidental de ese

    r?o hasta el grado 32 de latitud, desde all? por una l?nea recta al

    Norte, hasta el grado de latitud en que entra en el r?o Rojo de Natchitoches, Red River, y continuar? por el curso del r?o Rojo al Oeste, hasta el grado 100 de latitud occidental de Londres y 23 de Washington, en que cortar? este r?o, y seguir? por una l?nea

    recta al Norte por el mismo grado hasta el r?o Arkansas, cuya ori

    lla meridional seguir? hasta su nacimiento en el grado 42 de lati tud septentrional, y desde dicho punto se tirar? una l?nea recta

    por el mismo paralelo de latitud hasta el Mar del Sur.. .10

    El tratado, empero, no fue ratificado de inmediato. Abri

    gaba Espa?a todav?a esperanzas de una

    ayuda inglesa, e in

    tent? interesarla con la Florida20 durante dos a?os, pero al fin acept? el estado de cosas y proclam? el pacto en 1821, cuando propiamente no ten?a ya sentido, pues sus colonias es

    taban para entonces irremediablemente perdidas. Con raz?n dijo Adams que el d?a de la firma del Tratado

    de On?s hab?a sido la fecha m?s importante de su vida. Por casi nada obten?an los Estados Unidos la Florida y la exten si?n de su territorio de oc?ano a oc?ano, am?n de oscuros

    t?tulos y pretensiones sobre el Oregon. Tan s?lo renunciaban ?moment?neamente? a sus aspiraciones sobre Texas. Es

    pa?a, por su parte, con el Tratado de 1819 compraba s?lo

    esperanzas y alargaba su agon?a.

  • LOS L?MITES DE M?XICO il

    2. La intriga de Texas

    S?lo un ciego no hubiera podido interpretar los signos de la pared. En 1821, cuando M?xico se hace independiente, el

    apetito territorial yanqui apenas se hab?a aguzado con la fla mante adquisici?n. Y si, en 1819, hab?an tenido frente a s? una Espa?a m?s o menos peligrosa, dos a?os m?s tarde s?lo se

    opon?a a su designio una rep?blica d?bil y enfermiza, repleta de politiquer?a y falta de unidad.

    La verdad, lo ?nico que asombra es que lo que ocurri? no hubiese acontecido antes, porque el prop?sito estaba ma

    nifiesto, y si se demor? su cumplimiento fue porque otros fac tores, inoportunos, aplazaron la realizaci?n.

    En efecto, los impulsos para adquirir Texas se iniciaron desde la temprana vida de la Rep?blica. Por ejemplo, To rrens, el encargado mexicano de Negocios en Washington, escrib?a a M?xico con frecuencia, en 1823, 4ue no ca??a duda

    en cuanto a las intenciones norteamericanas de ocupar Texas.21

    Cuando por primera vez aparece Joel R. Poinsett en M?xico ?como

    agente oficioso de los Estados Unidos?, se?ala a Az

    c?rate, un funcionario de Iturbide, sobre un mapa, el deseo

    norteamericano de absorber todo Texas, Nuevo M?xico, la

    Alta California y partes de Sonora, Baja California, Coahuila y Nuevo Le?n.22

    Meses m?s tarde, Henry Clay, secretario de Estado, argu mentaba

    sugestivamente al enviado mexicano, Pablo Obreg?n,

    que si M?xico se desprendiera de Texas, "la capital de la

    Rep?blica quedar?a entonces m?s en el centro del pa?s".23 Y al comunicar instrucciones a Poinsett, ya ministro en M?

    xico, el propio Clay manifest? en marzo de 1825 "que si el

    gobierno mexicano no se opon?a a una nueva l?nea, podr?a

    adoptarse la de ios r?os Brazos y Colorado", y recomendaba hacer valer el argumento que hab?a expuesto a Obreg?n, jun to con el de que los Estados Unidos reprimir?an a los belicosos romanches.24

    Y sin quitar el dedo del rengl?n, volvi? Clay a escribir a

    Poinsett, en 1827, para decirle que "la frontera que preferi mos es la que, empezando en el r?o Bravo del Norte, suba

  • 12 C?SAR SEP?LVEDA

    por ese r?o hasta el r?o Puerco (Pecos), siguiendo por ese r?o hasta el Arkansas..." 25

    Butler, que sustituy? a Poinsett en 1829, hizo abiertas ges tiones para la compra de Texas, a tono con un plan del

    secretario Van Buren, presentado al presidente Jackson y de nominado

    "Proyecto para la adquisici?n de la provincia de

    Texas", que consideraba a esa zona como una "frontera oc

    cidental m?s natural".26

    Pese a todos estos ominosos signos, nada se hizo por

    conjurar el desastre. Texas sigui? llen?ndose de norteame ricanos de todas clases, de tal suerte que para 1830 ya hab?a veinte mil pobladores anglosajones, casi todos resueltos y agresivos, muchos de ellos en deuda con la justicia.27 Resul

    taba, por otra parte, muy atractivo emigrar a Texas, pues como

    explicaba el Missouri Advocate en 1825, ^a emigra ci?n a Texas se

    explica por la diferencia que existe entre una

    rep?blica que da gratis tierras de primera calidad, y una re

    p?blica que no vende tierras de calidad inferior por lo que pudieran valer".28 Adem?s, los requisitos exigidos eran m?ni

    mos, pues el m?s dr?stico era el de pedir que el colono de Texas se volviera un buen cat?lico.

    El ?nico en ese mundo de ciegos que parec?a darse cuenta de los peligros que ven?an era Lucas Alam?n,

    a la saz?n mi

    nistro de Relaciones, quien, ya por cierto demasiado tarde,

    expuso un proyecto de ley de colonizaci?n, en febrero de

    1830, se?alando lo que pod?a esperarse:

    Comienzan [los Estados Unidos] por introducirse en el terreno

    que tienen a la mira, ya a pretexto de negociaciones mercantiles

    ya para establecer colonias por concesi?n o sin ella del gobierno a

    quien aqu?l reconoce; estas colonias crecen, se multiplican, llegan a ser la parte predominante de la poblaci?n, y cuando cuentan con

    un apoyo en ?sta, empiezan a fingir derechos imposibles de sosten?

    en una discusi?n seria, y aparentan pretensiones ridiculas fundadas

    en hechos hist?ricos que nadie admite.. .29

    Por todo esto no deja de extra?ar la persistencia norte americana para que M?xico aceptase el Tratado de On?s, de 1819. O bien, era s?lo una acci?n pol?tica destinada a

  • LOS L?MITES DE M?XICO 13

    suprimir cualquier reproche de presi?n o a disipar la descon fianza. O tal vez se pens? que, suscrito ese tratado de fron

    teras, se podr?an comenzar con mejor ?xito nuevas negocia ciones de compra territorial. O quiz? el Departamento de Estado reflexion? que, si se forzaba la discusi?n, habr?a el

    peligro de una guerra con M?xico, quien probablemente tendr?a ayuda europea. Es un tanto inescrutable este interlu

    dio diplom?tico, pero a lo mejor se deb?a s?lo a incompe tencia en el

    manejo de las relaciones exteriores, y la especu laci?n resulta entonces ociosa.

    El tratado que confirmaba el de On?s fue firmado por M?xico en enero de 1828,30 y con bastante optimismo se

    estipul? que deb?a ratificarse en un plazo de cuatro meses a

    partir de su firma. Pero la distancia y la desidia habitual de los diplom?ticos permitieron dejar pasar este t?rmino. El presidente Jackson mantuvo pendiente el pacto hasta que en

    1831 fue renovado, con el mismo texto original, efectu?ndose

    el intercambio de ratificaciones el 5 de abril de 1832.31 To dav?a en la primavera de 1835 amDOS pa?ses firmaron un art?culo adicional, que regulaba la labor de los comisionados de l?mites,32 intercambi?ndose las ratificaciones cuando ya

    Texas hab?a alcanzado pr?cticamente su separaci?n, y cuan

    do resultaba obviamente innecesario ajustar una frontera m?

    xico-norteamericana en el r?o Sabina.

    La revoluci?n que Texas realiz? para separarse de M? xico no fue sino el resultado de una retahila de torpezas ad

    ministrativas y pol?ticas por parte de las autoridades centrales mexicanas. Y peor torpeza a?n fue la represi?n que se in

    tent?. La ineptitud militar presidi? la mayor parte de las

    operaciones de aplacamiento, y la ingenua creencia de que el

    enemigo ajustar?a sus acciones a las costumbres de la gue rra hizo el resto. Santa-Anna qued? vergonzosamente humi

    llado en San Jacinto, el 21 de abril de 1836. Texas, que ya se consideraba independiente despu?s de su

    aparatoso triunfo, impuso a Santa-Anna los Tratados de Puer

    to Velasco (14 de mayo de 1836), el segundo de los cuales expresaba los nuevos l?mites de la Rep?blica Mexicana en

  • H C?SAR SEP?LVEDA

    esa parte. ?La marea incontenible continuaba implacable mente hacia el Sur!

    Art. v. Que se establecen por la presente como l?neas divisorias entre las dos Rep?blicas de M?xico y Tejas, las siguientes: La l?nea comenzar? en la boca del r?o Grande sobre la orilla occiden tal de dicho r?o y continuar? por la expresada orilla r?o arriba

    hasta el punto en donde el r?o toma el nombre de r?o Bravo del

    Norte, desde el cual continuar? por la banda occidental hasta el nacimiento de dicho r?o... Desde el nacimiento del expresado r?o,

    para lo cual deber? tomarse el brazo principal, se tirar? una l?nea al Norte hasta interceptar la l?nea establecida y descrita en el tratado negociado y ajustado entre los gobiernos de Espa?a y los

    Estados Unidos del Norte en 1819..., y desde este punto de inter

    cepci?n, la l?nea ser? la misma que se convino en los Tratados arri ba mencionados, continuando hasta la boca o desembocadura del Sabina.. .33

    ?Y hay todav?a quien diga que esos convenios son t?cnica mente inv?lidos, porque carecen de formalidades!

    Si torpe fue la acci?n para suprimir la rebeli?n texana, la d?cada subsiguiente mostr? de plano la incapacidad diplo

    m?tica y administrativa de las autoridades mexicanas, que nada hicieron para desviar en su provecho la incerticlumbre de la nueva Rep?blica de la Estrella Solitaria. En efecto, detenidos por inexplicables escr?pulos, los Estados Unidos titubearon en aceptar la anexi?n de Texas, propuesta desde

    1836, y a?n se vacil?, durante un a?o, en reconocer siquiera la independencia.34 M?s tarde, y aunque los Estados Unidos contaban con la casi seguridad de absorber Texas en cual

    quier momento en que se lo propusieran, la

    amenaza inglesa era de cuidado. Y la grave disputa interna norteamericana

    sobre el esclavismo imped?a en cierto modo la anexi?n. Pero M?xico se encontraba engolfado en su propia politiquer?a, y

    aquellas remotas

    regiones ni siquiera interesaban: estaban

    muy por fuera de la ?rbita pol?tica, jur?dica y social del cen tro del pa?s.

    Tras de indecisiones y coqueteos, se consum? al fin la ane

    xi?n de Texas a los Estados Unidos en diciembre de 1845. El destino manifiesto se iba cumpliendo rigurosamente.

  • LOS LIMITES DE M?XICO 15

    3. LOS DESPOJOS SON DEL VENCEDOR

    El desmedido amor de los norteamericanos por la tierra

    y la magia del nombre de M?xico ?asociado misteriosamente en

    aquel entonces con fant?sticas

    riquezas de oro y plata?,

    junto con la visible debilidad interna de nuestra rep?blica, espoleaban la codicia del vecino para adue?arse del fabuloso

    Oeste. S?lo era necesario un pretexto que diera apenas una

    sombra de justificaci?n a sus maniobras. Como fracasaron las gestiones que Polk encomend? a su

    agente Slidell en 1845 Para comprar la Alta California,35 hab?a que hacerse de esos territorios de alguna otra manera.

    La disputa sobre si el Nueces o el Bravo deber?an ser la fron tera Sur de Texas fue capitalizada con exceso de habilidad

    por los Estados Unidos, y el casus belli qued? configurado a sabor de ?stos cuando las tropas mexicanas dispararon sobre

    las fuerzas de Taylor en el r?o Grande.36 La guerra fue, para M?xico, s?lo de infortunios y reveses.

    Por dondequiera, la mejor organizaci?n t?cnica, la aptitud militar y el h?bito de triunfo de los norteamericanos aplas

    taron toda oposici?n. Ah? se pagaron con premio las impre visiones, los errores y las torpezas que aflig?an la vida pol?tica de la rep?blica desde la independencia, y ni siquiera puede hacerse la tard?a reflexi?n de que esa contienda haya servido

    para unirnos, para reforzar las ligas de nuestra nacionalidad.

    Extra?o episodio diplom?tico result? la negociaci?n del tratado que pon?a fin a esta desventurada guerra. Pues Trist,

    el comisionado norteamericano, actuaba ultra vires: hab?a

    sido llamado hac?a meses, y sus instrucciones, dadas un a?o

    antes,37 no eran ya muy oportunas, pues hab?a en los Estados

    Unidos un movimiento en marcha para absorber todo M?xi

    co.38 De suerte que entre el aniquilamiento total y la super vivencia como naci?n cab?a s?lo un peque?o margen, y tal

    parece que la Providencia, al fin, se apiadaba de un pueblo postrado, permiti?ndole conservar sus ya mermados bienes.

    En efecto, s?lo un milagro hizo que Polk se decidiese a

    presentar a sus conciudadanos el tratado que un agente sin

    facultades, y que actuaba en forma ininteligible, hab?a reali

  • i6 C?SAR SEP?LVEDA zado con notorio desd?n hacia la pasi?n norteamericana por el engrandecimiento territorial. Polk mismo afirma en su

    Diario que se vio obligado a dar tr?mite al tratado porque M?xico no habr?a consentido un cercenamiento mayor, y a

    lo mejor el ej?rcito ocupante, ya diezmado por las fiebres, se hubiese extinguido, perdi?ndose entonces lo ganado por el convenio,39 pero la raz?n no parece muy convincente. M?s

    bien su decisi?n para aceptarlo fue contrariar a los extremistas

    que se le opon?an pol?ticamente.40 El tratado fue recibido hostilmente por la opini?n p?blica, y su ratificaci?n por el Senado fue inesperada. Una reacci?n virulenta, por ejemplo, fue la del radical Hone: "la paz, negociada por un agente desautorizado, con un gobierno no reconocido, sometida por un presidente accidental a un Senado insatisfecho, ha sido confirmada a pesar de estas objeciones de forma".41

    El Tratado se llam? de Paz, Amistad y de L?mites; se firm? en la Villa de Guadalupe Hidalgo el 2 de febrero de

    1848, y fue ratificado por nuestro pa?s el 20 de mayo del

    propio a?o. Cualesquiera que fueran sus defectos, constitu

    y? la base sobre la cual se fincaron las relaciones m?xico-nor

    teamericanas por algunas d?cadas. En lo que se refiere a los

    l?mites, estipulaba:

    Art. v. La l?nea divisoria entre las dos Rep?blicas comenzar? en el Golfo de M?xico, tres leguas fuera de la tierra frente a la desembocadura del r?o Grande, llamado por otro nombre r?o Bravo del Norte, o del m?s profundo de sus brazos, si en la des embocadura tuviere varios brazos; correr? por mitad de dicho r?o,

    siguiendo el canal m?s profundo donde tenga m?s de un canal, hasta el punto en que dicho r?o corta el lindero meridional de Nuevo M?xico; continuar? luego hacia Occidente por todo este lindero meridional (que corre al Norte del pueblo llamado Paso) hasta su t?rmino por el lado de Occidente; desde ah? subir? la l?nea divisoria hacia el Norte por el lindero occidental de Nuevo

    M?xico, hasta donde este lindero est? cortado por el primer brazo

    del r?o Gila (y si no est? cortado por ning?n brazo del r?o Gila, entonces hasta el punto del mismo lindero occidental m?s cercano

    al tal brazo, y de ah? en una l?nea recta al mismo brazo); conti nuar? despu?s por mitad de este brazo, y del r?o Gila hasta su

    confluencia de ambos r?os la l?nea divisoria, cortando el Colorado,

  • L^^S. I

    Este mapa, editado por el Departamento del Interior de los Estados Indos en 1953. da una idea nun aproximada de

    independencia. Debe aclararse, empero, que la parte que ah? se se?ala ionio territorio de las primitivas 13 colonias no

    la frontera entre Espa?a v los Estados l nidos el a?o de 1783 empe/aha en los Appalaches. vertiente occidental, siguiendo

  • *3

    Estados In dos en 1953, da una idea niu\ aproximada del crecimiento territorial de los F.stados Unidos a partir de su se se?ala ionio territorio de las primitivas 13 colonias no corresponde a la realidad, pues como se menciona en el texto,

    empezaba en los Appalaches, vertiente occidental, siguiendo por el Ohio, despu?s por el Mississippi, continuaba por el r?o

  • LOS L?MITES DE M?XICO 17 seguir? el l?mite que separa la Alta de la Baja California hasta el

    Mar Pac?fico. Lon linderos meridional y occidental de Nuevo M?xico, de que

    habla este art?culo, son los que se marcan en la carta titulada:

    Mapa de los Estados Unidos de M?xico, seg?n lo organizado y de'

    finido por las varias actas del Congreso de dicha Rep?blica y construido por las mejores autoridades, edici?n revisada que pu blic? en Nueva York en 1847 J. Disturnell; de la cual se agrega un

    ejemplar al presente Tratado, firmado y sellado por los pleni potenciarios infrascritos. Y para evitar toda dificultad al trazar sobre la tierra el l?mite que separa la Alta de la Baja California, queda convenido que dicho l?mite consistir? en una l?nea recta, tirada desde la mitad del r?o Gila en el punto donde se une con

    el Colorado, hasta un punto eh la costa del Mar Pac?fico, distante una legua marina al Sur del punto m?s meridional del puerto de San Diego, seg?n este puesto est? dibujado en el pla?? que levant? en el a?o de 1782 el segundo piloto de la Armada espa?ola don

    Juan Pantoja.. .42

    Para quitar a ese tratado toda sombra de despojo, los Estados Unidos convinieron en pagar al gobierno de M?xico la suma de quince millones de pesos y en cubrir a los recla

    mantes norteamericanos todo cuanto se les debiese.

    Pero no se piense que con el Tratado de Guadalupe ter minaron las dificultades entre M?xico y los Estados Unidos. Por el contrario, la indecisi?n de los documentos y de los informes que sirvieron de base para establecer la l?nea divi soria provoc? roces y fricciones que condujeron a la postre a una nueva p?rdida de territorio mexicano.

    Tuvieron la culpa, sin duda, el fabuloso descubrimiento de oro en California, en 1848, y la necesidad de encontrar terreno de mejor perfil para la v?a f?rrea transcontinental, el cual yac?a precisamente en territorio que, de acuerdo con

    el Tratado de Guadalupe, ca?a en lado mexicano. Y jug? un papel importante tambi?n la cuesti?n de las depredaciones de los indios.

    El pretexto para demorar la fijaci?n de la l?nea divisoria de El Paso al r?o Colorado lo proporcionaron la inexactitud de los mapas y la tortuosa dial?ctica del comisionado norte americano Emory. ?ste arg??a, por ejemplo, que seguramente

  • i8 C?SAR SEP?LVEDA el brazo m?s meridional del r?o Gila corr?a debajo de la arena del desierto, muy al Sur de los afluentes visibles, y aconteci? tambi?n que la posici?n de El Paso, en el mapa de Disturnell,

    quedaba medio grado m?s al Norte y dos grados m?s hacia el Este de como deber?a estar astron?micamente.43 De manera

    que la situaci?n era favorable para realizar el anhelo de

    Emory de "torturar al Tratado de Guadalupe hasta obtener una ruta pr?ctica para la v?a propuesta".44

    Y, por otra parte, hab?a la intenci?n de liberarse de la

    responsabilidad que establec?a el art?culo xi del Tratado de

    1848 para contener las incursiones indias que perjudicaban a los habitantes mexicanos que permanecieron en los terri

    torios cedidos.

    Junto con lo anterior, la conducta de las autoridades y de los pobladores norteamericanos de Nuevo M?xico, que to

    maron posesi?n de tierras en esa zona al Sur, del Gila con la

    intenci?n de forzar su transmisi?n, o por lo menos de crear

    un problema, provocaron una situaci?n de conflicto durante

    todo el a?o de 1853. Tr?as, gobernador de Chihuahua, llam? en su auxilio a las milicias c?vicas del Estado y obtuvo del

    gobierno central el env?o de algunos contingentes, en tanto

    que los Estados Unidos reforzaban sus tropas en el ?rea.

    Para encender una nueva guerra no era preciso sino una chis

    pa sin importancia. Por fortuna, pudo prevalecer la calma, y mientras los posibles adversarios se ve?an frente a frente en

    La Mesilla, un enviado especial tentaba en M?xico el codi cioso esp?ritu de Su Alteza Seren?sima.

    Las caracter?sticas personales de James Gadsden, agente enviado por la administraci?n de Pierce para adquirir terri torio de M?xico, eran las m?s adecuadas para una operaci?n

    de regateo como la propuesta. Gadsden era un negociante de

    tierras y un h?bil especulador; carec?a, adem?s, del menor es

    cr?pulo y estaba pose?do de la fiebre ferrocarrilera.45 El fam? lico gobierno de Santa-Anna, por otro lado, le ofrec?a la

    maravillosa oportunidad de hacer un buen negocio.

    Las instrucciones proporcionadas por el gobierno de los Estados Unidos a Gadsden le daban un ancho campo para negociar. El enviado yanqui deber?a optar por el reconoc?

  • LOS L?MITES DE M?XICO 19

    miento de cualquiera de las siguientes l?neas divisorias: a) la m?s meridional implicaba la cesi?n de grandes partes de

    Tamaulipas, Nuevo Le?n, Coahuila, Chihuahua y Sonora y toda la Baja California, pues arrancaba de Soto La Marina, comenzaba a subir al Norte m?s all? de la Laguna de Parras,

    prosegu?a por Presidio, desembocaba en el Golfo de Califor nia y englobaba la Pen?nsula; la segunda proposici?n, m?s

    modesta, dejaba fuera de la l?nea a Monterrey; la tercera y cuarta l?neas propuestas inclu?an la Baja California y por ciones peque?as de Sonora y de Chihuahua; y la menos exi

    gente abarcaba s?lo el territorio de La Mesilla. Las cantida des que se deb?an ofrecer a Su Alteza Seren?sima oscilaban desde cincuenta millones de d?lares por la porci?n mayor, hasta quince por la m?s mesurada.

    Tras de varias juntas con los miembros del gobierno me xicano, obtuvo Gadsden s?lo la aceptaci?n de su propuesta

    m?nima, y as? qued? concluido el Tratado de 30 de diciem bre de 1853, llamado de La Mesilla, y tambi?n Compra

    Gadsden. Este pacto ven?a a establecer:

    Art. 1. La Rep?blica Mexicana conviene en se?alar para lo su

    cesivo como verdaderos l?mites con los Estados Unidos los siguien tes: subsistiendo la misma l?nea divisoria entre las dos Californias, tal cual est? ya definida y marcada conforme al art?culo v del Tra tado de Guadalupe Hidalgo, los l?mites entre las dos Rep?blicas ser?n los que siguen: comenzando en el Golfo de M?xico a tres

    leguas de distancia de la costa, frente a la desembocadura del r?o

    Grande, como se estipul? en el art. v del Tratado de Guadalupe Hidalgo; de all?, seg?n se fija en dicho art?culo, hasta la mitad de aquel r?o, al punto donde la paralela del 31 ?47' de latitud Norte

    atraviesa el mismo r?o; de all? cien millas en l?nea recta al Oeste; de all? al Sur a la paralela del 3i?2o' de latitud Norte; de all?

    siguiendo la dicha paralela del 3i?2o' hasta el 111o del meridiano

    de longitud Oeste de Greenwich; de all? en l?nea recta a un

    punto en el r?o Colorado, 20 millas inglesas abajo de la uni?n de los r?os Gila y Colorado; de all? por la mitad de dicho r?o

    Colorado, r?o arriba, hasta donde se encuentra la actual l?nea di visoria entre los Estados Unidos y M?xico.46

    Cuando se pone uno a meditar sobre las precarias circuns

    tancias que aflig?an a M?xico en esa ?poca, no puede menos

  • 20 C?SAR SEP?LVEDA

    que concluir que salimos muy bien librados de ese regateo de Mr. Gadsden, y que escapamos con relativamente poca

    p?rdida. Y la suerte, que ya comenzaba a sonre?r a nuestro pa?s,

    hizo tambi?n que la lucha en el Senado de los Estados Unidos

    por la ratificaci?n del Tratado de la Mesilla se decidiese en favor de M?xico. En medio de todo ese naufragio salvamos, adem?s, aunque de manera accidental y sin prop?sito, la cuesti?n de un puerto norteamericano en el Golfo de Cali fornia. La usual perspicacia yanqui fall? esta vez, pues en

    alg?n lugar de las negociaciones se dej? de lado, por fortuna, esta materia.47 Un puerto estadounidense en el Golfo de

    Cort?s hubiese significado, a corto plazo, la amputaci?n de la

    Baja California. Por fin el pacto qued? ratificado el 30 de junio de 1854.

    Se alej? el peligro de una guerra y qued? ad perpetuam establecida la frontera. El impulso expansionista norteame

    ricano, visible todav?a unos a?os m?s, qued? detenido por la Guerra de Secesi?n, y entre tanto pudimos reforzarnos y apretar los lazos de la nacionalidad, y ya no resultaba f?cil

    cualquier otro despojo. Despu?s, las cuestiones relativas a la frontera fueron o de naturaleza t?cnica, o violaciones causa

    das por agentes extra?os. Las disputas ya no fueron por te

    rritorio, sino por la integridad de la l?nea divisoria.

    4. Disturbios fronterizos y ajustes

    Las relaciones entre M?xico y los Estados Unidos despu?s de terminada la guerra de Secesi?n continuaron siendo insa tisfactorias por un cuarto de siglo m?s, y ello se debi?, en

    gran parte, a los conflictos derivados de que no exist?a un aut?ntico

    concepto de frontera entre las dos naciones.

    En efecto, no hab?a la noci?n de l?mite divisorio porque estaban presentes numerosos factores que se encargaban de

    destruirlo. Toda la zona fronteriza, desde el Nueces a la Sierra Madre y desde el Conchos al Pecos, constitu?a una sola unidad inculta y despoblada; la parte norteamericana estaba poblada en sus nueve d?cimas partes por gentes de

  • LOS L?MITES DE M?XICO 21

    origen mexicano; exist?a una notoria falta de autoridades y de ley en esa ?rea, y por otro lado hab?a caudillismo y fac ciones; la enorme copia de ganado en estado salvaje y semi

    salvaje tra?a consigo el abigeato. El bandolerismo formado por la escoria de la Guerra Civil y de nuestras revoluciones

    reg?a en la mayor parte de las bandas del r?o Bravo, pues, sin ir m?s lejos, el gobierno de Texas public? en 1877 una lista de cinco mil hombres buscados por la justicia.48 Hab?a tam bi?n motivos suplementarios: el inquieto deseo de aventura, que caracterizaba la ?poca; la facilidad del pillaje trasfronte rizo; la simple tentaci?n de cruzar al otro pa?s.

    Todos estos problemas pesaron gravemente sobre las rela

    ciones diplom?ticas de ambos pa?ses, de suerte que aunque la adquisici?n territorial no ten?a ya ning?n papel, el l?mite entre ambas

    rep?blicas volv?a a ser el tema discordante.

    Tres factores conspiraban para que existiese grave intran

    quilidad en la frontera: la Zona Libre, las incursiones de los bandidos y las depredaciones de los indios.40 Por lo que se refiere a la primera, el gobierno de Tamaulipas hab?a esta blecido, en marzo de 1858, una faja de 20 kil?metros a lo largo de todo el l?mite Norte de Tamaulipas, en la que po

    dr?an introducirse efectos sin pagar derechos de importaci?n, para contrarrestar la competencia de las ciudades fronterizas

    norteamericanas que ten?an tarifas aduanales muy bajas. En 1861 fue ratificada esa medida por el Congreso federal, y

    existi? pr?cticamente hasta 1887, constituyendo un factor de

    inquietud y de cr?tica por parte de los vecinos texanos, pues naturalmente se propiciaba el contrabando en perjuicio del comercio de Norteam?rica, y se alegaba que ten?a el efecto de desquiciar el comercio yanqui a lo largo del r?o, disminuir en forma grave los ingresos por derechos aduanales y contri buir grandemente al desorden en esa Zona, al atraer cantida

    des de rufianes contrabandistas.

    Las incursiones de bandoleros en la zona del bajo r?o Grande eran m?ltiples, sobre todo para el robo de ganado. Muchas veces, mezclados con los bandidos, se encontraban

    aventureros, revolucionarios, filibusteros y gentes rom?nticas,

    para quienes el penetrar il?citamente en el otro pa?s en plan

  • 22 C?SAR SEP?LVEDA de acci?n de armas significaba un atractivo sobremanera in

    teresante.

    Finalmente, los alzamientos de indios en los setentas y los ochentas, en particular los de aquella enigm?tica raza cuyo

    origen se pierde en el misterio, los apaches, crearon una in

    quietud y una irritaci?n que pusieron a prueba las relaciones entre ambos pa?ses, y a veces amenazaron conducir a una

    ruptura general.

    As?, la frontera, en lugar de constituir un obst?culo para el indiscriminado cruce de esos contingentes, era, por el con

    trario, el dintel de su salvaguardia, pues bastaba cruzarla para librarse de la autoridad. Exist?a, en suma, un aut?ntico te

    rrorismo fronterizo.

    Se pueden enumerar muchas violaciones de la l?nea divi soria desde ambos lados. Por parte de M?xico, podr?a men cionarse la actividad de Juan Nepomuceno Cortina, un poco antes de la Guerra Civil, y la expedici?n que se tradujo en el saqueo de Corpus Christi el 26 de marzo de 1875. En lo que se refiere a los norteamericanos, se podr?an exhibir la expedi ci?n de Mackenzie, y de aquella pareja de persistentes viola dores de la divisoria, Shafter y Bull?s, y de cu?ntos otros m?s. El presidente Carranza, en su informe anual de 1919, mencio

    n? veintitr?s casos de violaciones oficiales del l?mite interna cional, de 1873 a 1883, por tropas norteamericanas.

    Pero con el establecimiento de la autoridad en ambas m?r

    genes del r?o Bravo y en la parte de Nuevo M?xico, la fron tera principi? a tener un significado. Cuando Hayes expidi? en 1877 su desventurada orden, que tanto escozor caus? en

    el lado mexicano, ya exist?a por lo menos el intento de que el l?mite tuviese un valor. M?s tarde, cuando el establecimiento de los batidores de Texas (rangers), en 1874, hab?a ya el prop?sito manifiesto de reducir el bandidaje en la banda te xana del Bravo; cuando el general Jer?nimo Trevi?o comen z? a armar los puestos de la frontera y a perseguir a los indios, y cuando Terrazas y otros decidieron acabar con la amenaza

    apache, la frontera recobr? su significado legal, pol?tico, social

    y racial.50

    La cuesti?n del reconocimiento al gobierno de D?az, que

  • LOS L?MITES DE M?XICO 23 se debati? de 1876 a 1878,51 seguramente retard? cualquier entendimiento sobre la pugna fronteriza. Pero al restablecerse las relaciones oficiales y al terminar en mucho la persistente irritaci?n diplom?tica, empez? a percibirse una posibilidad

    de arreglo, sobre todo cuando Terrazas acab? con Victorio en

    Tres Castillos en 1880, y se tomaron medidas para perseguir a los indios, y cuando los militares de ambos lados se dedicaron

    a suprimir la rufianer?a fronteriza con af?n puramente pro

    fesional. Muchos criminales e indios bravios fueron captura dos, muertos en combate o ejecutados, al grado de que dej? de tener atractivo la profesi?n de bandolero.

    Comenz? a existir, de hecho, cierta cooperaci?n entre los destacamentos de tropas de los dos pa?ses, y hubo u?a mejor voluntad para entenderse en la cuesti?n de los cruces de la l?nea divisoria.

    D?az, cediendo en su orgullo, solicit? permiso del Senado, en

    septiembre de 1880, para dejar cruzar las fuerzas norte americanas que persegu?an a Victorio, y lo obtuvo por un

    plazo de tres meses, pero siempre que el paso se hiciera en forma rec?proca, y a trav?s de porciones desiertas de la fron tera.

    En julio 29 de 1882 se firm? un convenio, con duraci?n de dos a?os, para el cruce rec?proco de la l?nea divisoria por tropas regulares de los dos pa?ses, cuando estuviesen en perse cuci?n inmediata de partidas de indios bravos, con la adver tencia de que el cruce s?lo podr?a efectuarse en partes de la frontera desiertas o despobladas, y con la salvedad de que

    ning?n cruce se realizar?a desde un punto situado a veinte

    leguas arriba de Piedras Negras hasta la desembocadura del Bravo.52

    Este convenio no era un tratado en sentido formal, sino lo

    que se conoce con el nombre de executive agreement. No lo

    ratific? el Senado, pero no por eso dejaba de tener validez. Resultaba significativo que existiese la reciprocidad, pues hasta entonces s?lo se discut?a el paso unilateral.

    El tratado vino a aplacar en mucho a la opini?n oficial

    norteamericana, y fue un primer paso para ajustai" otras con troversias.53 Excepto un breve intervalo (del 18 de agosto al

  • 24 C?SAR SEP?LVEDA

    31 de octubre de 1884), el pacto, cuya vigencia se redujo luego a un a?o cada vez, se mantuvo hasta 1886, en que se hab?a

    alejado la amenaza india y reducido el bandolerismo. M?s tarde se

    aplic? espor?dicamente, en 1892 y 1896, cuando sur

    gi? peligrosamente el apache Cabrito. Pero hubo otros factores. La paz de la frontera se apre

    sur? con la llegada de los inversionistas yanquis y con la extensi?n de los ferrocarriles mexicanos hasta enlazar en la l? nea divisoria, atrayendo as? la migraci?n hacia esas zonas.

    De esa manera se aquietaron los conflictos que aquejaron

    durante un cuarto de siglo a la frontera entre los dos pa?ses y ?sta recuper? su aut?ntico significado jur?dico y pol?tico.

    En confirmaci?n del arreglo, ese mismo a?o de 1882, y tambi?n el 29 de julio, se realiz? entre ambos pa?ses una

    Convenci?n para reponer los monumentos que marcan la l?nea

    divisoria entre el Paso del Norte y el Oc?ano Pac?fico.54 La intenci?n de tener un l?mite internacional perdurable se ma

    nifest? desde ah?, irrevocablemente.

    5. LA DOMA DEL R?O BRAVO

    En lo sucesivo, la mayor parte de las dificultades m?xico norteamericanas en torno a la frontera tuvieron por origen los caprichos del r?o Grande, pues esta corriente, que viene desde muy lejos, desde la cara Este de las Monta?as Rocosas, en el Sur de Colorado, a trav?s de Nuevo M?xico, y que nu trido con los deshielos recoge tambi?n las lluvias de una cuenca enorme, sol?a, con su corriente precipitada, mudar su

    cauce, arrancar bordes y trasplantar pueblos de un lado de la divisoria al otro, y, en general, trastornar el l?mite. Y siendo como son de suyo delicadas las cuestiones de frontera,

    hab?a ah? causa bastante para controversias.

    Pero poco a poco, en lo jur?dico y en lo material, se fue logrando la domesticaci?n del r?o Grande, y fueron desvane ci?ndose as? los motivos de discordia.

    La domesticaci?n del r?o Bravo empez? en 1884 con la

    disputa por la isla de Morteritos, situada cerca de Ciudad Mier. El paisano Manuel Garza Pe?a se querell? ante el

  • LOS L?MITES DE M?XICO 25

    consulado mexicano de R?o Grande, Texas, de la presencia de guardias aduaneros en terrenos de su propiedad, conside

    rados como territorio nacional. Pero el Tratado de Guada

    lupe prove?a que el l?mite correr?a por la mitad del cauce del r?o (art?culo v), y al fijarse la l?nea en 1852, resultaba Mor teritos (o isla de Beaver, como tambi?n se llamaba) al Norte de dicha l?nea media y, por lo tanto, perteneciente a los Estados Unidos. El gobierno mexicano, tras un breve inter

    cambio de notas, reconoci? la pertenencia norteamericana

    de la isla. Pero parec?a obvio que un l?mite trazado por el centro d

    un r?o tan mudable como el Bravo ser?a fuente eterna de dispu

    tas, y ante esa evidencia, los dos pa?ses convinieron en segui da en fijar reglas razonables para resolver las situaciones creadas por la acci?n de las aguas. De esa manera se lleg? al

    tratado de 12 de noviembre de 1884, llamado "Convenci?n

    Respecto de la L?nea divisoria entre los dos Pa?ses", cuyos dos primeros art?culos dicen:

    Art. 1. La l?nea divisoria ser? siempre fijada en dicho Tratado y seguir? el centro del canal normal de los citados r?os, a pesar de las alteraciones en las riberas o en el curso de esos r?os, con tal

    que dichas alteraciones se efect?en por causas naturales, como la corrosi?n lenta y gradual y el dep?sito del aluvi?n, y no por el abandono del canal existente del r?o en la apertura de uno nuevo.

    Art. 11. Cualquier otro cambio ocasionado por la fuerza de la

    corriente, ya sea abriendo un nuevo canal, o, en donde haya m?s de uno, haciendo m?s profundo otro canal que no sea el que se

    marc? como parte de la l?nea divisoria al tiempo del reconoci

    miento hecho conforme a dicho Tratado, no producir? alteraci?n

    alguna en la l?nea divisoria tal como fue fijada por los reconoci mientos de la Comisi?n Internacional de L?mites en 1852, pero la

    l?nea fijada entonces seguir? siendo el centro del canal original, aun cuando ?ste llegare a secarse del todo o a obstruirse por el aluvi?n.55

    En esa Convenci?n se precisaba adem?s, con justeza, cu?l ser?a la l?nea en caso de construcci?n de un puente, y de

    qui?n ser?an las tierras afectadas por la mutaci?n de cauces.

    Naturalmente, las reglas de este tratado necesitaban un

  • 26 C?SAR SEP?LVEDA

    cuerpo de personas que llevaran a ejecuci?n sobre el terreno los principios consignados, y as? se cre?, por convenci?n del i? de marzo de 1889, una Comisi?n Internacional de L?mites, la cual funcionar?a por un per?odo de cinco a?os,50 pero cuyo

    plazo se ampli? en 1895, 1896, 1897, 1898 y 1899, Y ?lue> final mente, por pacto del 21 de noviembre de 1900, fue prorroga da en sus funciones por tiempo indefinido.57

    Exist?an empero alguna? situaciones indecisas, varias de las

    cu?les se ven?an arrastrando desde cincuenta a?os antes, y se

    realiz? un decidido avance para resolverlas, con reglas bastante

    acertadas, las cuales se contienen en la "Convenci?n para evi

    tar las dificultades originadas por los frecuentes cambios a

    que en su cauce est?n sujetos los r?os Bravo y Colorado", de 20 de marzo de 1905,58 llamada vulgarmente "Convenci?n para la eliminaci?n de bancos del r?o Bravo":

    Por cuanto en virtud de los trabajos topogr?ficos de la Comisi?n de L?mites creada por la Convenci?n de 1^ de marzo de 1889, se ha observado que hay una clase t?pica de cambios efectuados en el cauce del r?o Bravo, en los cuales, a causa de la corrosi?n lenta y gradual, combinada con la avulsi?n, dicho r?o abandona su antiguo canal y se separa de ?l peque?as porciones de terreno conocidas con el nombre de "bancos", limitadas por el referido antiguo cau

    ce, y que, seg?n los t?rminos del art?culo n de la expresada Con venci?n de 1884, quedan sujetas al dominio y jurisdicci?n del pa?s, de donde han sido separadas;

    por cuanto que dichos bancos quedan distantes del nuevo cauce

    del r?o y en raz?n de los dep?sitos sucesivos de aluvi?n se borra el

    antiguo canal, confundi?ndose el terreno de los mismos bancos con

    el de los colindantes y origin?ndose dificultades y controversias, unas de orden internacional y otras de orden privado...

    Art?culo 1. Los cincuenta y ocho (58) bancos medidos y descri tos en el informe de los ingenieros consultores, del 30 de mayo de

    1898, a que se refiere el Acta de la Comisi?n Internacional de L?

    mites del 14 de junio de 1898, dibujados en cincuenta y cuatro (54) planos en escala de uno a cinco mil (1 a 5,000), y tres planos ?ndices, firmados por los comisionados y por los plenipotenciarios nombrados para esta Convenci?n, quedan eliminados de los efec tos del art?culo 11 del Tratado del 12 de noviembre de 1884.

    La l?nea divisoria entre los dos pa?ses ser?: en el trayecto del

    r?o Bravo, comprendido entre su desembocadura y su confluencia con el r?o San Juan, la l?nea reja quebrada que consta en los ex

  • LOS L?MITES DE M?XICO 27

    presados planos; esto es, seguir? por el canal m?s profundo de la

    corriente, y el dominio y jurisdicci?n de aquellos de los citados cincuenta y ocho (58) bancos que quedan en la margen derecha del r?o, pasar?n a M?xico, y el dominio y jurisdicci?n de aquellos de los citados cincuenta y ocho (58) bancos que quedan a la margen izquierda, pasar?n a los Estados Unidos de Am?rica.

    Art?culo 11. En lo de adelante, para los trabajos relativos a la l?nea divisoria en toda la parte de los r?os Bravo y Colorado que sirve de l?mite entre las dos naciones, la Comisi?n Internacional se

    regir? por el principio de eliminaci?n de los bancos, establecida en el art?culo anterior. Quedan exceptuadas de tal principio las porciones de terrenos agregadas por el cambio de cauce de dichos r?os que tengan una extensi?n de m?s de doscientas cincuenta

    (250) hect?reas o una poblaci?n de m?s de doscientas (200) al mas y que no se considerar?n como bancos para los efectos de este Tratado ni ser?n eliminadas, quedando por lo mismo, como l?mite en esos casos, el antiguo cauce del r?o.

    Era una excelente y cordial manera de terminar con esos

    peque?os factores de irritaci?n, y represent? una forma no

    vedosa de ajustar l?mites entre dos pa?ses. Se "eliminaron" as? todos los "bancos" entre Roma (Texas) y el Golfo, y quedaron pendientes s?lo algunas porciones, como la Isla de San Elizario (5,000 hect?reas), 45 kil?metros al Este del Paso, un "banco" cerca de Presidio (Texas), y desde luego, la del Chamizal, que merece unas l?neas aparte.

    Se estaba gestando, entre tanto, una medida trascendental:

    la de lograr un reparto m?s adecuado de las aguas del Bravo entre ambos vecinos, para fines de riego. Desde 1890 se hab?a considerado la conveniencia de una presa internacional al

    Norte de El Paso. Durante algunos a?os el aprovechamiento

    de las aguas del alto r?o Bravo se hac?a unilateralmente por los norteamericanos. Pero la buena voluntad que caracteriz?

    las relaciones entre M?xico y los Estados Unidos en esa ?poca permiti? la realizaci?n de una "Convenci?n para la equita tiva distribuci?n de las aguas del r?o Grande", de 21 de

    mayo de 1906, con objeto de repartirlas desde el principio de la Acequia Madre hasta Fort Quitman (Texas),59 una vez construida la presa en Eagle (Nuevo M?xico). Por ese pacto

    M?xico recib?a setenta y cuatro millones de metros c?bicos

  • 28 C?SAR SEP?LVEDA de

    agua.00 Lentamente se iba logrando el amansamiento del

    desbocado r?o Grande, en lo material y en lo legal.

    La cuesti?n del Chamizal est? revestida de gran sentimiento nacionalista, y esto impide una serena resoluci?n. El a?o de

    1864 hubo, seg?n testimonios, una gran avenida que modi fic? sensiblemente el cauce del Bravo. A consecuencia de ella, entre el antiguo cauce tal como fue determinado por la Comi si?n (en 1852) y el que se cre? con motivo de la creciente indicada, qued? una porci?n de territorio, llamada Chamizal

    por la hierba de ese nombre que ah? crec?a abundantemente. Por otra parte, subsecuentes avenidas y la acci?n del aluvi?n fueron moviendo el cauce hacia el Sur, de suerte que al crearse la Comisi?n de L?mites en 1889 ya exist?a un problema bastante serio, pues a lo largo de todos esos a?os se hab?a venido discutiendo con mucho acaloramiento si el cambio se

    deb?a a la erosi?n lenta y continuada, seg?n los norteame

    ricanos, o si era un caso de mutaci?n s?bita, como sosten?an

    los funcionarios mexicanos. La Comisi?n se declar? incom

    petente, y se estim? que no era de aceptarse la inclusi?n de un tercer miembro neutral para resolver la controversia, sino

    que era menester un arbitraje en forma. El asunto qued? pendiente, pues, desde 1898.61

    El presidente D?az estaba deseoso de eliminar de las rela

    ciones con los Estados Unidos cualquier punto de fricci?n, y

    por ello pudo realizarse la convenci?n de junio 24 de 1910, encargada de arbitrar el caso del Chamizal:

    Los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de Am?

    rica, deseando terminar, de acuerdo con los varios tratados y con

    venciones vigentes entre los dos pa?ses y seg?n los principios del

    derecho internacional, las diferencias que han surgido entre los

    dos gobiernos respecto del dominio eminente sobre el territorio

    del Chamizal... Art. 11. La diferencia respecto del dominio eminente sobre el

    territorio del Chamizal se someter? de nuevo a la Comisi?n Inter

    nacional de L?mites, la cual, s?lo para estudiar y decidir la diferen

    cia antedicha, ser? aumentada por un tercer comisionado, que

    presidir? sus deliberaciones. Este comisionado ser? un jurista ca nadiense. ..

  • LOS L?MITES DE M?XICO 29 Art. ni. La comisi?n decidir? ?nica y exclusivamente si el do

    minio eminente sobre el territorio del Chamizal corresponde a

    M?xico o a los Estados Unidos de Am?rica.. .62

    Volvieron a aparecer los argumentos esgrimidos antes en el seno de la Comisi?n de L?mites. La sentencia, que es un fallo aceptable, se inspir? en la corriente m?s com?n de la

    ?poca, y se apoya en un c?lebre precedente (el caso de Ne braska vs Iowa), en una opini?n del attorney general, Caleb Cushing, y en la doctrina del jurista Vattel. Pero de tanto que quiso servir a los principios universales, se olvid? de los t?rminos del compromiso de arbitraje y de que los laudos de

    ben ser aplicables.63 Concluy? resolviendo salom?nicamente:

    El t?tulo internacional a la porci?n del Chamizal que queda comprendida entre la l?nea media del cauce del r?o Grande o

    Bravo, como fue levantado por Emory y Salazar en 1852, y la l?nea media del cauce del mismo r?o tal como exist?a en 1864, antes de

    las avenidas de ese a?o, pertenece a los Estados Unidos de Am?

    rica; y el t?tulo internacional al resto del mencionado territorio de El Chamizal pertenece a los Estados Unidos Mexicanos.

    El comisionado norteamericano, general Milis, no concu

    rri? con el criterio de la mayor?a, y extern? su voto disidente, abundando en los conceptos alegados desde 1890, de que el cambio en el cauce hab?a sido lento y gradual y no repen tino; adujo, adem?s, el argumento de que el tribunal arbitral carec?a de atribuciones para dividir el territorio controvertido.

    Aunque, como se dijo, sean irreprochablemente buenas las bases del laudo, ?ste contiene dos graves defectos: haber ido m?s all? de lo pactado en el compromiso, con lo que arm? la objeci?n de abuso de derecho, y evadir la cuesti?n de proporcionar una v?a para la fijaci?n de la divisoria. Nadie, en efecto, hubiera podido se?alar cu?l era el cauce del r?o

    Grande "tal como exist?a en 1864, antes de las avenidas".

    La buena intenci?n del arbitro presidente, el canadiense

    Lafleur, qued? s?lo como eso, y como un monumento de ineficacia.

    Con la puerta abierta para negociar un l?mite, pues la decisi?n rendida remit?a indefectiblemente a ese proced?

  • 30 C?SAR SEP?LVEDA

    miento, los Estados Unidos realizaron meritorios esfuerzos

    para llegar a un ajuste en esa min?scula porci?n de 230 hect?reas, proponiendo la discusi?n de un nuevo pacto de l?

    mites, en el mismo a?o de 1911, o bien, aceptando en princi

    pio el intercambio de El Chamizal por agua para riegos, en 1912, u ofreciendo el "banco" del Horc?n junto con una suma de dinero, a mediados de ese a?o. En enero de 1913, el

    embajador mexicano propon?a la permuta de El Chamizal por una o m?s zonas norteamericanas de ?rea equivalente en

    clavados en la banda meridional del r?o Grande, cubriendo a los leg?timos propietarios de El Chamizal su valor real. El

    gobierno espurio de Huerta lleg? casi a terminar la contro versia, con la intervenci?n del jurista Rabasa, pero en esos d?as (marzo de 1914) la pol?tica de Wilson imped?a cualquier arreglo.64

    Despu?s, un sentimiento de exacerbado nacionalismo, la

    consideraci?n pol?tica de los funcionarios y el recuerdo pe noso de otras negociaciones de l?mites han impedido un nue vo estudio de la cuesti?n.

    Pero no todo eran controversias dilatadas e infructuosas;

    tambi?n pod?a observarse cierta acci?n concertada para dirimir

    dificultades. El i? de febrero de 1933 se lleg? a la "Conven ci?n para la rectificaci?n del r?o Bravo del Norte en el Valle de Ju?rez-El Paso",65 que es un inteligente convenio para estabilizar la l?nea divisoria y para evitar las inundaciones de los Valles de Ju?rez y de El Paso, proveyendo un canal defi

    nitivo. Los terrenos segregados por el trazo nuevo quedar?an

    en beneficio del pa?s en cuyo lado quedasen, y se har?an com

    pensaciones en la forma prevista por la Convenci?n de Ban cos de 1905.

    Diez a?os m?s tarde se lograba, tras largas y muy t?cnicas

    negociaciones, el Tratado sobre Distribuci?n de Aguas Inter nacionales de 3 de febrero de 1944, que reparte con cierta

    equidad el uso de las aguas del Bravo y de sus afluentes, y los de los r?os Tijuana y Colorado. Por medio de diques y canales se procura reprimir las aguas broncas, y se dispone la

    construcci?n de presas internacionales comunes y de plantas de

    energ?a el?ctrica, tambi?n comunes.66

  • LOS L?MITES DE M?XICO 31 Ya se han empezado a percibir los beneficios de ese pacto.

    La Presa Falc?n, inaugurada no hace mucho, riega ahora

    extensiones de tierra mexicana, y el fluido el?ctrico que ah? se obtendr? ayudar? a aliviar la seria escasez de energ?a en el

    urea de Monterrey. Se han controlado en mucho, adem?s, las

    avenidas del r?o Bravo inferior. Se proyectan todav?a otras presas internacionales, como la

    de El Diablo, cercana a Villa Acu?a, que ser?n factor de

    progreso y de entendimiento. El r?o Grande, a la postre, fue dome?ado, y en lugar de constituir insuperable barrera

    y de ser agente de destrucci?n, sirve ahora de v?nculo entre los dos pa?ses colindantes, que han superado al fin sus con flictos de l?mites.

    NOTAS

    i S. F. Bemis, Pinckney's Treaty, Baltimore, 1926, p. 1. 2 Puede verse en Carlos Calvo, Colecci?n completa de los tratados,

    convenciones, capitulaciones, armisticios y otros actos diplom?ticos de todos los Estados de la Am?rica latina... desde el a?o de 1493, Par?s, 1862, tomo II, pp. 363-377.

    3 Calvo, op. cit., tomo IV, pp. 296-305. 4 Puede verse en R. J. Bartlett, The record of American diplomacy,

    Nueva York, 1947, p. 39. 5 Bartlett, op. cit., p. 42. 6 R. G. Adams, A history of the foreign relations of the United

    States, Nueva York, 1939, pp. 705s.; Th. A. Bailey, A diplomatic his

    tory of the American people, Nueva York, 1947, pp. 46-48; Bemis, op. cit.,

    passim; A. P. Whitaker, The Spanish-American frontier (1783-1795), Boston, 1927, pp. 63-77.

    7 Bemis, op. cit., pp. 73-75. s Bemis, pp. 83-87. 9 Bartlett, op. cit., p. 52.

    10 V?anse los Tratados y convenciones concluidos y ratificados por la

    Rep?blica Mexicana desde su independencia... Edici?n oficial, M?xico,

    1878, vol. I, pp. 122-131. 11 Bemis, p. 307; Whitaker, p. 209. 12 A. P. Whitaker, The Mississippi questions (1795-1803), Nueva

    York, 1934, pp. 176-182. 13 Tratados y convenciones, 1878, p. 132. 14 Bartlett, op. cit., pp. 116-117.

  • 32 C?SAR SEP?LVEDA is Marquis de Barb?-Marbois, Histoire de la Louisiane, Paris, 1829,

    pp. 312-313. 16 T. M. Marshall, Western boundary of "Louisiane Purchase",

    1819-41, Berkeley, 1914; J. L. Rives, The United States and Mexico, 1821

    1848, Nueva York, 1913, tomo I, p. 13. 17 I. J. Cox, The West Florida controversy, Baltimore, 1918, pp.

    415-421. is E. H. Tatum, The United States and Europe (1815-1823), Berkeley,

    !936> PP- 158-159 19 Tratados y convenciones, 1878, tomo I, pp. 138-144. 20 Tatum, op. cit., p. 160. 21 La diplomacia mexicana, Secretar?a de Relaciones Exteriores, M?

    xico, 1912, tomo II, pp. 22, 23, 50, 73, 74. 22 w. R. Manning, Early diplomatic relations between the United

    States and Mexico, Baltimore, 1916, pp. 289-290. 23 Manning, op. cit., pp. 287-288. 24 Rives, op. cit., tomo I, pp. 166-167; J. M. Callahan, American

    foreign policy in Mexican relations, Nueva York, 1932, pp. 33-34. 25 Manning, pp. 307-308; Rives, tomo I, p. 169. 26 Manning, p. 336; Callahan, pp. 63-65, 67; Rives, tomo I, pp.

    234-261. 27 Rives, tomo I, p. 882. 28 Citado en E. C. Barker, Mexico and Texas. 1821-1835, Dallas,

    1928, p. 15. 29 J. M. Roa Barcena, Recuerdos de la invasi?n americana, M?xico,

    1947, tomo I, p. 337. 30 Puede verse en Tratados y convenciones, 1878, tomo I, p. 115. 31 Callahan, p. 54. 32 Tratados y convenciones, 1878, tomo I, p. 178. 33 Tratados y convenciones, 1878, tomo II, pp. 146-150. 34 Bailey, p. 253. 35 Rives, tomo II, p. 118; Callahan, pp. 151-152. 36 J. H. Smith, War with Mexico, Nueva York, 1916, tomo I, pp.

    181-182; R. Alcaraz y otros, Apuntes para la historia de la guerra entre

    M?xico y los Estados Unidos, M?xico, 1948, p. 34. 37 Bartlett, pp. 209-212. 38 j. F. Rippy, The United States and Mexico, Nueva York, 1931,

    pp. 15-16. 39 Polk, Diary, tomo III, pp. 347-348. 40 j. D. P. Fuller, The movement for the acquisition of all Mexico,

    Baltimore, 1936, p. 159. 41 Citado por Bailey, p. 276. 42 Tratados y convenciones vigentes entre los Estados Unidos Mexi

    canos y otros pa?ses, Secretar?a de Relaciones Exteriores, M?xico, 1930, tomo I, p. 15.

  • LOS L?MITES DE M?XICO 33 43 Callahan, pp. 210-211; Rippy, pp. 109-110 y 114-115. 44 Rippy, p. 115. 4? p. N. Garber, The Gadsden Treaty, Filadelfia, 1923, pp. 75 ss. 46 Tratados y convenciones, 1930, tomo I, p. 161. 47 Rippy, p. 150; Callahan, p. 227. 48 P. Horgan, Great River, the Rio Grande in North American his

    tory, Nueva York, 1954, tomo II, p. 854. 49 V?ase al respecto R. D. Gregg, The influence of border troubles

    between the United States and Mexico, Baltimore, 1937, pp. 11-16. 50 Gregg, pp. 146-180. -51 V?ase el ilustrativo trabajo de D. Cos?o Villegas, Estados Unidos

    contra Porfirio D?az, M?xico, 1956. 52 Tratados y convenciones concluidos y ratificados por la Rep?blica

    Mexicana desde su Independencia hasta el a?o de 1896..., Segunda par te, edici?n oficial, M?xico, 1896, p. 117.

    53 Callahan, p. 417; Gregg, p. 153. 54 Tratados y convenciones, 1930, tomo I, pp. 165-167; Un siglo de

    relaciones internacionales..., Secretar?a de Relaciones Exteriores, M?xico,

    *935> P- 135 55 Tratados y convenciones, 1930, tomo I, pp. 169-171. 56 "Convenci?n para el establecimiento de una Comisi?n Internacional

    de L?mites", en Tratados y convenciones, 1930, tomo I, pp. 173-175. 57 Ibid., pp. 183-185. 58 Ibid., pp. 187-189. 59 Ibid., pp. 191-192. 60 El Tratado de Aguas Internacionales celebrado entre M?xico y los

    Estados Unidos el 3 de febrero de 1944, Secretar?a de Relaciones Exte

    riores, M?xico, 1947, pp. 18-19. 61 V?ase, para un detalle de la discusi?n, la Memoria documentada

    del juicio de arbitraje del Chamizal..., M?xico, 1911; 3 vols. 62 Puede verse en Manuel J. Sierra, Tratado de derecho internacio

    nal p?blico, M?xico, 1947, p. Li, y en A. J. I. L., 1911, p. 120. os V?ase en A.J.I.L., 1911, p. 785, y en M. O. Hudson, Cases and

    other materials on international law, 1936, pp. 457-462. 64 Callahan, pp. 459-461. 65 Tratados y convenciones, tomo V, pp. 79-102. 66 El Tratado de Aguas Internacionales* 1944, pp. 107-142.

    EFEM?RIDES

    I. Frontera Norte

    1762: Tratado secreto de cesi?n de la Luisiana, de Francia a Espa?a (13 de noviembre).

  • 34 C?SAR SEP?LVEDA

    1763: Tratado de Par?s (10 de febrero): fija la frontera en el Mississippi; Espa?a cede la Florida Oriental a Inglaterra.

    1783: Tratado de Versalles (20 de enero) entre Espa?a e Inglaterra: Espa?a recupera ambas Floridas; l?mite m?ximo de la expansi?n

    espa?ola. 1783: Tratado de Par?s (3 de septiembre): abre el Mississippi; reconoce

    Inglaterra la independencia de los Estados Unidos.

    1795: Tratado de San Lorenzo o Pinckney (27 de octubre): abre el Mis

    sissippi. 1800: Tratado de San Ildefonso (i? de octubre), o de retrocesi?n de la

    Luisiana.

    1803: Tratado de cesi?n de la Luisiana a los Estados Unidos (30 de abril).

    1819: Tratado de On?s (22 de febrero). 1828: Confirmaci?n, por M?xico, del Tratado de On?s (30 de enero). 1836: Tratados de Puerto Velasco (14 de mayo). 1848: Tratado de Guadalupe Hidalgo (2 de febrero). 1853: Tratado de la Mesilla, o Gadsden (30 de diciembre). 1882: Convenio para el cruce de la frontera (29 de julio); renovado en

    octubre 31 de 1884, en 1885, en 1886, y luego en 1892 y 1896. 1884: Convenci?n respecto a la l?nea divisoria (12 de noviembre). 1889: Convenci?n para el establecimiento de una Comisi?n Internacional

    de L?mites (19 de marzo); renovada en 1895, 96, 97, 98 y 99, y pro rrogada indefinidamente en 1900.

    1905: Convenci?n para evitar las dificultades originadas por los frecuen tes cambios a que en su cauce est?n sujetos los r?os Bravo y Colorado (20 de marzo), o Convenci?n para la eliminaci?n de bancos del r?o

    Bravo.

    1906: Convenci?n para la equitativa distribuci?n de las aguas del r?o

    Grande (21 de mayo). 1910: Convenci?n para arbitrar el caso del Chamizal (24 de junio). 1933: Convenci?n para la rectificaci?n del r?o Bravo del Norte en el

    Valle de Ju?rez, El Paso (i

  • LA AVENTURA DE MAT?AS Daniel Cos?o Villegas

    Mat?as Romero escrib?a a Keller Rigaud, vecino de Cacao

    huat?n, Chiapas, una carta fechada el 31 de mayo de 1878; en ella le agradec?a ciertos informes optimistas que comenta ba as?:

    ... no es posible hacerme ilusiones. Por espacio de ocho a?os me

    ocup? con entusiasmo de la suerte de Soconusco; le procur? cuan tos bienes me permiti? hacerle la posici?n que entonces guardaba en el gabinete del se?or Ju?rez; hice el sacrificio de irme a vivii all?, y no omit? esfuerzos para hacerle beneficios. Tengo la con

    ciencia de haberle hecho algunos, y el resultado de todo esto ha sido una verdadera cat?strofe para aquel lugar: el asesinato de todas las personas que estaban por el progreso del pa?s; el incen

    dio de sus bienes, el robo de sus propiedades y la indiferencia y el destierro de sus familias. Por lo que a m? toca, se me destruy? cuanto all? ten?a, y salv? la vida gracias a que por accidente no estuve all? al tiempo de la cat?strofe. Despu?s de estos lamentables sucesos, no me es posible seguir haciendo lo que antes hice por el Soconusco; no por rencor, porque no lo abrigo; no por miedo, por que no espero volver all? ni me queda nada que pueda destruirse; tampoco por ego?smo, porque no lo siento; sino porque temo, y no sin raz?n, que cualquier esfuerzo m?o en favor de esa tierra fuera

    contraproducente, y en vez de producirle un bien, no hiciera m?s

    que procurarle una reacci?n de la barbarie contra la civilizaci?n, que causar?a nuevas desgracias, ocasionar?a nuevas v?ctimas y har?a retroceder a ese Departamento muchos a?os en el camino del pro greso.i

    No todas sus cartas de esa ?poca alcanzan un acento apo

    cal?ptico tan desgarrador; pero en ninguna deja de brotar la irritaci?n o el escepticismo. A Francisco D?az Covarrubias, entonces ministro de M?xico en Guatemala, le sostiene que lo ha enga?ado el presidente Barrios al asegurarle que no se

    recarg? el impuesto de exportaci?n al caf? destinado a M? xico,2 o le expresa la opini?n irracional de que ganar?amos mucho si Guatemala se resolviera en verdad a no ratificar la

  • 36 DANIEL COS?O VILLEGAS

    convenci?n de l?mites del 7 de diciembre de 1877.3 Cuando Carlos Escobar, vecino de Tapachula, se queja de sufrir la hostilidad de las autoridades fronterizas de Guatemala por su amistad con ?l, Romero le escribe por la ?ltima vez, pues juzga imposible una relaci?n amistosa "con quien sufre tal

    perturbaci?n del sentido com?n".4 M?s destemplado todav?a fue su comentario al general

    Jos? Ceballos, quien le rogaba su solicitud para que el Con greso mexicano lo "rehabilitara", o sea que le devolviera su

    nacionalidad, perdida por haber servido a un gobierno ex

    tranjero. Ceballos, uno de los puntales militares y pol?ticos del presidente Lerdo de Tejada, crey? necesario abandonar el pa?s al caer ?ste; va a dar a Guatemala, donde busca un

    medio de ganarse la vida, y lo encuentra como director de la Academia militar. Romero le dice tajantemente que ha sa bido con "verdadera pena" que sirve al general Justo Rufino Barrios, presidente de Guatemala; le pronostica que se des encantar? de ?l como antes le ocurri? a otro nombrado gene ral mexicano, y concluye con el anuncio ominoso de que ser?

    dif?cil conseguir su rehabilitaci?n.5

    Jos? L?pez Uraga, en efecto, tambi?n fue a parar a Gua

    temala despu?s de la derrota del ej?rcito y del gobierno con servadores. All? escribi? un tratado en que se aconsejaba una

    adaptaci?n de los sistemas prusianos de reclutamiento. Des

    pu?s alcanz? tanta prominencia, que no s?lo lleg?, como ge

    neral de divisi?n y mayor general, a representar al ej?rcito y al gobierno de Guatemala en hechos tan importantes como el famoso convenio de paz de Chalchuapa de abril de 1876,6 sino

    que esa misma prominencia se interpret? como un designio de Barrios de ponerlo al frente del ej?rcito que har?a la gue rra a M?xico y aplicar as? lo de que no hay mejor cu?a que la del propio palo.7 L?pez Uraga sufri? a su tiempo el desenga ?o de Barrios: para noviembre de 1877 cambi? su destierro de la ciudad de Guatemala por el de San Francisco, California.*

    Y desde all? le escribe a Mat?as Romero asegur?ndole que la

    * V?ase Jos? L?pez Uraga, R?plica de... a D. Jos? Rufino Barrios.

    Imprenta "El Coyote", San Francisco (California), 1878; 34 pp.

  • LA AVENTURA DE MAT?AS 37 contestaci?n de ?ste a Barrios le parece insuficiente, y que debe "hacerse algo positivo"; por eso entiende crear en la frontera guatemalteca una fuerte guarnici?n mexicana, a cuyo frente est? un jefe inteligente y libre de rencillas locales.

    Tambi?n prev? que toda la Am?rica Central se aliar?a a M? xico para derrocar por las armas a Barrios. En esa empresa de profilaxis, L?pez Uraga se asociar?a gustoso al gobierno de

    M?xico.8

    Mat?as Romero lleg? a esa exaltaci?n extrema de afectos

    y pasiones muy a pesar suyo, y, puede decirse, defendi?ndose de s? mismo palmo a palmo. Seis meses antes de aquella carta

    apocal?ptica, ya desesperaba del porvenir de Soconusco, "pa?s desgraciado"; juzgaba que se hab?a perdido cuanto adquiri? en ?l, y que lo estaba "irremisiblemente". Sin embargo, de clara a su representante en Tapachula la intenci?n de no vender nada, y aun lo instruye para no recibir siquiera pro

    posiciones en tal sentido.9 Y esto a pesar de que ese mismo

    representante le dijo tres meses antes que la inquina de Ba rrios contra Romero convert?a en un verdadero desperdicio cuanto dinero se invirtiera en sus fincas, sobre todo en el

    Cafetal Ju?rez, ocupado ya por extra?os, quienes lo poblaban de ganado, lo desmontaban y sembraban como si fuera pro

    pio.10 De hecho, Mat?as Romero se hab?a anticipado en el temor de que Barrios, s?lo por ser su amigo y corresponsal,

    pod?a perjudicar los intereses y aun la vida de su represen tante; por eso le suplicaba que cesara de escribirle, abando

    nando "todo lo que me concierne".11

    El representante, por su parte, confirmaba en julio de 77 los temores que Romero hab?a expresado en mayo, cuando

    declaraba que, "con toda sinceridad", preferir?a no volver a

    escuchar en toda su vida la palabra Soconusco, adem?s de

    creer imprudente ir m?s all? de limpiar el Cafetal, y, a lo sumo, trasplantar del almacigo las matas todav?a ?tiles. Se fundaba en que a?n estaba pendiente la gran cuesti?n de

    fijar los l?mites internacionales entre Guatemala y M?xico; dentro o fuera del gabinete del presidente D?az, Barrios le achacar?a cualquier decisi?n del gobierno mexicano. Quiz? podr?a evitarlo desdici?ndose p?blicamente de los cargos que

  • 38 DANIEL COS?O VILLEGAS

    por la prensa hizo a Barrios en julio de 76; pero proceder as? era indecoroso, y no lo har?a de ninguna manera. Por eso,

    concluye que

    hay un peligro constante, no ya de la gente de Soconusco, cuyos instintos salvajes, por desgracia, conozco muy bien..., sino de Ba rrios y de la gente de Guatemala, de destruir cuanto fuere m?o.12

    No eran ?stos meros presentimientos o especulaciones,

    pues su socio, Jos? Mart?nez, le comunic? los resultados de una visita suya hecha a principios de 1877: el Cafetal Ju?rez, propiedad de ambos, estaba ocupado por guatemaltecos, y alguien hab?a construido en ?l un corral; un tal Gabriel Barberena levantaba un edificio en el rancho El Mango, de Mat?as Romero, y los indios de Tajumulco ocupaban el te rreno por ?rdenes de las autoridades de Guatemala. Y todo esto sin contar con que el ganado de Romero hab?a desapare cido ya.13 Una semana antes de recibir tan ingratas noticias, un alem?n optimista, due?o del cafetal La Noria, le asegu raba que aun cuando ciertamente la vida de Romero correr?a

    peligro si regresaba a Soconusco, no lo habr?a para sus bienes si los pon?a en sociedad con alguien.

    Mat?as Romero hab?a confinado durante varios a?os, pri mero su desconfianza y despu?s su resentimiento contra Ba

    rrios, al comentario privado hecho en una carta o en una

    conversaci?n; pero de mediados de julio de 76 a fines de febrero de 77, es decir, durante ocho meses, publica una larga serie de frecuentes art?culos que recoge despu?s en un volu

    men titulado sobriamente Refutaci?n a las increpaciones he chas al C. Mat?as Romero por el gobierno de Guatemala.1* En efecto, el ministro de Relaciones de Guatemala, Marco Aurelio Soto ?joven hondureno, agradable, desenvuelto, y cuya privanza con Barrios se atribu?a a su habilidad para "contar" los votos en las elecciones presidenciales15?, envi?

    el 5 de febrero de 1875 a su ministro en M?xico, Ram?n

    Uriarte, cinco gruesos expedientes, que para mayor seguridad

    condujo como correo diplom?tico Vicente Carrillo. El pri mero se refiere al incendio del Cafetal Ju?rez, y por ?l

  • LA AVENTURA DE MAT?AS 39

    ... se advierte que Mat?as Romero mand? incendiar casas y ran

    chos del pueblo de Tajumulco, con la mira de ahuyentar a los moradores y adue?arse de los terrenos; el segundo se refiere a

    los autores del incendio del paraje de Totan?, que proced?an de Soconusco, enviados por Mat?as Romero... El cuarto prueba que la invasi?n de Guatemala de junio anterior por fuerzas federales

    mexicanas y emigrados guatemaltecos, fue dirigida por Mat?as Ro mero. .. El quinto comprueba nuevos atentados de Mat?as Romero

    para apoderarse de terrenos de Sibinal.16

    Uriarte entrega en seguida los expedientes a Jos? Mar?a La

    fragua, ministro de Relaciones Exteriores de M?xico, y muy poco despu?s, en una nota formal?sima, reitera sus quejas contra Mat?as Romero, a quien su gobierno califica de ame

    naza para las buenas relaciones entre los dos pa?