25 domingo ii de cuaresma febrero (ciclo...

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1 25 febrero Domingo II de Cuaresma (Ciclo B) – 2018 1. TEXTOS LITÚRGICOS 1.a LECTURAS El sacrificio de Abraham, nuestro padre en la fe Lectura del libro del Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18 Dios puso a prueba a Abraham «¡Abraham!», le dijo. El respondió: «Aquí estoy.» Entonces Dios le siguió diciendo: «Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré.» Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso la leña, ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña. Luego extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. Pero el Ángel del Señor lo llamó desde el cielo: «¡Abraham, Abraham!» «Aquí estoy», respondió él. Y el Ángel le dijo: «No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único.» Al levantar la vista, Abraham vio un carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza. Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Luego el Ángel del Señor llamó por segunda vez a Abraham desde el cielo, y le dijo: «Juro por mí mismo - oráculo del Señor-: porque has obrado de esa manera y no me has negado a tu hijo único, yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos, y por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, ya que has obedecido mi voz.» Palabra de Dios.

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25 febrero

Domingo II de Cuaresma

(Ciclo B) – 2018

1. TEXTOS LITÚRGICOS

1.a LECTURAS

El sacrificio de Abraham,

nuestro padre en la fe

Lectura del libro del Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18

Dios puso a prueba a Abraham «¡Abraham!», le dijo.

El respondió: «Aquí estoy.»

Entonces Dios le siguió diciendo: «Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de

Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré.»

Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso la leña, ató a su hijo

Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña. Luego extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a

su hijo. Pero el Ángel del Señor lo llamó desde el cielo: «¡Abraham, Abraham!»

«Aquí estoy», respondió él.

Y el Ángel le dijo: «No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a

Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único.»

Al levantar la vista, Abraham vio un carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza. Entonces fue a

tomar el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.

Luego el Ángel del Señor llamó por segunda vez a Abraham desde el cielo, y le dijo: «Juro por mí mismo -

oráculo del Señor-: porque has obrado de esa manera y no me has negado a tu hijo único, yo te colmaré de

bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla

del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos, y por tu descendencia se

bendecirán todas las naciones de la tierra, ya que has obedecido mi voz.»

Palabra de Dios.

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SALMO 115, 10. 15-19

R. Caminaré en presencia del Señor.

Tenía confianza, incluso cuando dije:

«¡Qué grande es mi desgracia!»

¡Qué penosa es para el Señor

la muerte de sus amigos! R.

Yo, Señor, soy tu servidor,

tu servidor, lo mismo que mi madre:

por eso rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,

e invocaré el nombre del Señor. R.

Cumpliré mis votos al Señor,

en presencia de todo su pueblo,

en los atrios de la Casa del Señor,

en medio de ti, Jerusalén. R.

Dios no perdonó a su propio Hijo

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 8, 31b-34

Hermanos:

Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo

entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores?

¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a condenarlos?

¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por

nosotros?

Palabra de Dios.

VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO

Desde la nube resplandeciente se oyó la voz del Padre:

«Este es mi Hijo amado; escúchenlo»

EVANGELIO

Este es mi Hijo muy querido

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 9, 2-10

Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en

presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo

podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.

Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y

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otra para Elías.» Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.

Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Este es mi Hijo muy querido,

escúchenlo.»

De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.

Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre

resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría

«resucitar de entre los muertos.»

Palabra del Señor.

1.b GUION PARA LA MISA

II Domingo de Cuaresma (B)

Entrada:

Celebramos hoy el segundo domingo de Cuaresma. La liturgia nos invita a preparanos

convenientemente al Misterio Pascual que se verificará en la Semana Santa. Es un camino de cruz pero que

conduce hacia la gloria. La participación activa en esta Santa Misa es el mejor modo de realizar ese camino.

Primera Lectura: Gn 22,1-2.9-13.15-18

Abraham, en la prueba, obedece la voz de Dios, y por su fidelidad son bendecidos él y sus descendientes

para siempre.

Segunda Lectura: Rm 8, 31b-34

El Apóstol se llena de confianza cuando habla de la salvación obrada en Cristo para todos los elegidos.

Evangelio: Mc 9,2-10

Cristo se transfigura delante de sus apóstoles, para confirmarlos en la fe, para que no se desanimen cuando

más adelante vean el rostro de Cristo desfigurado, escupido y lleno de sangre en la Cruz por amor a los

hombres.

Preces:

En este domingo en que Cristo nos muestra su cercanía al Padre pidámosle confiadamente.

A cada intención respondemos cantando:

* Por la Iglesia que todos formamos, para que unida al Papa y a los obispos, crezca en su vocación misionera

y transmita a los hombres la verdad acerca del camino que conduce a la vida eterna. Oremos.

* Por el avance del diálogo ecuménico entre católicos y ortodoxos, que ambas partes sepan afrontar los

desafíos que amenazan la fe, reafirmar los valores cristianos, y promover la paz y el encuentro. Oremos.

* Por los lugares del mundo en conflicto, para que se encuentren caminos razonables y justos para el bien de

todos. Oremos.

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* Por los jóvenes, para que dóciles al Espíritu Santo, realicen obras concretas de caridad que alivien las

necesidades materiales y espirituales del prójimo necesitado. Oremos.

* Por las familias desunidas, para que en esta Cuaresma se busquen caminos profundos de reconciliación.

Oremos.

Recibe, Señor, con benevolencia, la oración de tus hijos y ayúdanos a todos a crecer en el amor. Por

Jesucristo nuestro Señor.

Procesión de ofrendas:

Queremos asociarnos al Sacrificio redentor de Cristo para que el Padre nos ame como lo amó a Él.

Presentamos:

* Cirios, y el deseo de que el conocimiento de Cristo sea llevado a todos los confines de la tierra.

* Pan y vino, junto a nuestras prácticas cuaresmales que unimos a la Pasión de Cristo en el Sacrificio

Eucarístico.

Comunión:

Desde el altar, al igual que en el Monte de la Transfiguración, Dios Padre dice al fiel que se dirige a comulgar:

“Éste es mi Hijo amado, escuchadle”.

Salida:

Después de haber gozado de la acción litúrgica en la que Cristo se hizo realmente presente, como en el Monte

Tabor, vayamos ahora a la llanura de nuestra vida cotidiana para proclamar con fe que Cristo es Dios y

Salvador.

(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)

1.c Ordenación de las lecturas para el Tiempo de Cuaresma

P. José A. Marcone, IVE

Tomando como punto de partida los nº 97 y 98 de los Prenotanda del Leccionario, donde se explica

la ordenación de las lecturas para el Tiempo de Cuaresma, presentamos una visión de conjunto de estas

lecturas.

El Primer Domingo de Cuaresma, en los tres ciclos, se lee el texto donde se narran las tentaciones de

Cristo: en el Ciclo A, según S. Mateo; en el Ciclo B (el actual), según San Marcos; en el Ciclo C, según San

Lucas. Por lo tanto, y teniendo en cuenta la intención de la Iglesia manifestada en esta ordenación, es

necesario predicar sobre las tentaciones de Cristo, aun cuando no tomemos estrictamente el texto de San

Marcos, sino que nos dejemos guiar por los textos de los otros dos evangelistas. El nexo entre la Primera

Lectura (el pacto de Dios con Noé después del diluvio) y el evangelio, está en el hecho de que se establece

una alianza entre Dios y el hombre: con Noé, que permanece fiel a la palabra de Dios, después de la prueba

del diluvio; con Jesucristo (y, en Él, con toda la humanidad), después de las pruebas de las tentaciones. Una

vez vencidas estas tentaciones, a través de la fidelidad a la palabra de Dios, su ligamen con Dios, su pacto

con Dios, sale fortalecido.

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El Segundo Domingo de Cuaresma, en los tres Ciclos, se lee el texto de la Transfiguración de Jesús,

según el evangelista correspondiente a cada ciclo. El sentido de este evangelio en este domingo de Cuaresma

es el mismo que tiene en el contexto de los evangelios sinópticos: preparar, mediante la manifestación de un

destello de su divinidad, a los que serán testigos de su máxima humillación. Es un domingo de aliento a

recorrer con valentía el camino de la cruz, vislumbrando ya el triunfo definitivo.

En los tres domingos de Cuaresma que siguen los evangelios a leer se diversifican. En el Ciclo A,

concentrado todo él en el camino de iniciación cristiana en función del Bautismo, se leen los evangelios de

la samaritana, del ciego de nacimiento y de la resurrección de Lázaro. De esta manera, en el Ciclo A, estos

tres domingos pueden recibir un título: el domingo III es el Domingo del Agua; el domingo IV es el Domingo

de la Luz; el domingo V es el Domingo de la Vida.

Pero es muy importante tener en cuenta que estos evangelios del Ciclo A pueden leerse también en

los otros dos Ciclos. Dicen textualmente los Prenotanda: “Pueden leerse también en los años B y C, sobre

todo cuando hay catecúmenos” (nº 97). Por lo tanto, queda a elección del celebrante el escogimiento de las

lecturas.

En el Ciclo B, los evangelios de los tres últimos domingos tienen como tema principal “la futura

glorificación de Cristo por su cruz y resurrección” (Prenotanda, nº 97). Para esto se usarán tres textos de San

Juan, cuyo evangelio entero tiene como tema central la glorificación de Cristo, es decir, la manifestación de

su divinidad, a través de su pasión, muerte, resurrección y ascensión a la derecha del Padre.

En el domingo III del Ciclo B, entonces, se lee Jn 2,13-25 donde se narra la expulsión de los

mercaderes del templo. Pero el texto central, el que debiera ser objeto de predicación, es la frase que

interpreta el hecho de la expulsión de los mercaderes: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré” (Jn

2,19). Jesucristo es el nuevo y verdadero templo de la divinidad, y será glorificado luego de su destrucción,

es decir, después de su pasión y muerte, en la resurrección y ascensión.

En el domingo IV del Ciclo B se lee Jn 3,14-21. Allí se dice: “Como Moisés levantó la serpiente en

el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna”

(Jn 3,14-15). Y luego se explica, en el estilo del evangelista San Juan, en qué consiste la Redención. La

serpiente levantada en lo alto es símbolo de la cruz de Cristo, que dará vida eterna a través de la glorificación

de la resurrección.

En domingo V del Ciclo B se lee Jn 12,20-33: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de

hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si

muere, da mucho fruto”. Otra vez presente, de una manera clara, el tema de la muerte y glorificación de

Cristo.

En el Ciclo C, en los tres últimos domingos, se leen “unos textos de san Lucas sobre la conversión”

(Prenotanda, nº 97).

Resumiendo lo dicho hasta aquí podríamos decir que, según el pensamiento de la Iglesia, la

Cuaresma, si atendemos a la ordenación de las lecturas, tiene dos fases bien determinadas: la primera,

constituida por los dos primeros domingos; la segunda, por los tres últimos domingos. La primera fase, para

los tres Ciclos, se identifica con la prueba y la gloria del cielo, las tentaciones de Cristo y la Transfiguración.

La segunda fase tiene una palabra clave para cada Ciclo: Ciclo A: catequesis bautismal; Ciclo B:

glorificación de Cristo; Ciclo C: conversión.

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Respecto a las primeras lecturas y a las lecturas del Apóstol en los domingos de Cuaresma, los

Prenotanda dicen estas interesantes palabras: “Las lecturas del Antiguo Testamento se refieren a la historia

de la salvación, que es uno de los temas propios de la catequesis cuaresmal. Cada año hay una serie de textos

que presentan los principales elementos de esta historia, desde el principio hasta la promesa de la nueva

alianza. Las lecturas del Apóstol se han escogido de manera que tengan relación con las lecturas del

Evangelio y del Antiguo Testamento y haya, en lo posible, una adecuada conexión entre las mismas” (nº

97). Estas palabras pueden ayudarnos mucho para entender el nexo entre las lecturas y, por tanto, para

encontrar el gozne central sobre el que gire cada una de nuestras predicaciones.

De esta manera tenemos una visión de conjunto de los evangelios de los domingos de toda la

Cuaresma. Según esta visión de conjunto podemos planear nuestras predicaciones, previendo desde ahora

las aplicaciones a la realidad concreta, subrayando o insistiendo sobre los aspectos teológicos o pastorales

que nos parezcan necesarios de acuerdo a los oyentes.

Respecto a los textos del leccionario para las ferias transcribimos textualmente lo que dicen los

Prenotanda: “Las lecturas del Evangelio y del Antiguo Testamento se han escogido de manera que tengan

una mutua relación, y tratan diversos temas propios de la catequesis cuaresmal, acomodados al significado

espiritual de este tiempo. Desde el lunes de la cuarta semana, se ofrece una lectura semi-continua del

Evangelio de san Juan, en la cual tienen cabida aquellos textos de este Evangelio que mejor responden a las

características de la Cuaresma. Como las lecturas de la samaritana, del ciego de nacimiento y de la

resurrección de Lázaro ahora se leen los domingos, pero sólo el año A (y los otros años sólo a voluntad), se

ha previsto que puedan leerse también en las ferias; por ello, al comienzo de las semanas tercera, cuarta y

quinta se han añadido unas “Misas opcionales” que contienen estos textos; estas Misas pueden emplearse en

cualquier feria de la semana correspondiente, en lugar de las lecturas del día. Los primeros días de la Semana

Santa, las lecturas consideran el misterio de la pasión. En la Misa crismal, las lecturas ponen de relieve la

función mesiánica de Cristo y su continuación en la Iglesia, por medio de los sacramentos” (nº 98).

Directorio Homilético

Segundo domingo de Cuaresma

CEC 554-556, 568: la Transfiguración

CEC 59, 145-146, 2570-2572: la obediencia de Abrahán

CEC 153-159: las características de la fe

CEC 2059: Dios manifiesta su Gloria para revelarnos su voluntad

CEC 603, 1373, 2634, 2852: Cristo es para todos nosotros

Una visión anticipada del Reino: La Transfiguración.

554 A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro "comenzó

a mostrar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, y sufrir ... y ser condenado a muerte y resucitar

al tercer día" (Mt 16, 21): Pedro rechazó este anuncio (cf. Mt 16, 22-23), los otros no lo comprendieron

mejor (cf. Mt 17, 23; Lc 9, 45). En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la Transfiguración

de Jesús (cf. Mt 17, 1-8 par.: 2 P 1, 16-18), sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por él: Pedro,

Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías

aparecieron y le "hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén" (Lc 9, 31). Una nube

les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía: "Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle" (Lc 9,

35).

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555 Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra

también que para "entrar en su gloria" (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés

y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los

sufrimientos del Mesías (cf. Lc 24, 27). La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el

Hijo actúa como siervo de Dios (cf. Is 42, 1). La nube indica la presencia del Espíritu Santo: "Tota

Trinitas apparuit: Pater in voce; Filius in homine, Spiritus in nube clara" ("Apareció toda la Trinidad:

el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa" (Santo Tomás, s.th. 3, 45, 4,

ad 2):

Tú te has transfigurado en la montaña, y, en la medida en que ellos eran capaces, tus discípulos han

contemplado Tu Gloria, oh Cristo Dios, a fin de que cuando te vieran crucificado comprendiesen que

Tu Pasión era voluntaria y anunciasen al mundo que Tú eres verdaderamente la irradiación del Padre

(Liturgia bizantina, Kontakion de la Fiesta de la Transfiguración,)

556 En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el

bautismo de Jesús "fue manifestado el misterio de la primera regeneración": nuestro bautismo; la

Transfiguración "es es sacramento de la segunda regeneración": nuestra propia resurrección (Santo

Tomás, s.th. 3, 45, 4, ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección del Señor por el

Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo. La Transfiguración nos concede una

visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo "el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro

en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3, 21). Pero ella nos recuerda también que "es necesario que

pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hch 14, 22):

Pedro no había comprendido eso cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña (cf. Lc 9, 33). Te ha

reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice: Desciende para penar en la

tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse

matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende

para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir? (S. Agustín, serm. 78, 6).

568 La Transfiguración de Cristo tiene por finalidad fortalecer la fe de los Apóstoles ante la proximidad

de la Pasión: la subida a un "monte alto" prepara la subida al Calvario. Cristo, Cabeza de la Iglesia, manifiesta

lo que su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos: "la esperanza de la gloria" (Col 1, 27) (cf. S. León

Magno, serm. 51, 3).

59 Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a Abraham llamándolo "fuera de su tierra, de su

patria y de su casa" (Gn 12,1), para hacer de él "Abraham", es decir, "el padre de una multitud de

naciones" (Gn 17,5): "En ti serán benditas todas las naciones de la tierra" (Gn 12,3 LXX; cf. Ga

3,8).

145 La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados insiste particularmente en la

fe de Abraham: "Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia,

y salió sin saber a dónde iba" (Hb 11,8; cf. Gn 12,1-4). Por la fe, vivió como extranjero y peregrino

en la Tierra prometida (cf. Gn 23,4). Por la fe, a Sara se otorgó el concebir al hijo de la promesa.

Por la fe, finalmente, Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio (cf. Hb 11,17).

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146 Abraham realiza así la definición de la fe dada por la carta a los Hebreos: "La fe es garantía de lo

que se espera; la prueba de las realidades que no se ven" (Hb 11,1). "Creyó Abraham en Dios y le

fue reputado como justicia" (Rom 4,3; cf. Gn 15,6). Gracias a esta "fe poderosa" (Rom 4,20),

Abraham vino a ser "el padre de todos los creyentes" (Rom 4,11.18; cf. Gn 15,15).

La Promesa y la oración de la fe

2570 Cuando Dios le llama, Abraham parte "como se lo había dicho el Señor" (Gn 12, 4): todo su corazón

se somete a la Palabra y obedece. La obediencia del corazón a Dios que llama es esencial a la oración,

las palabras tienen un valor relativo. Por eso, la oración de Abraham se expresa primeramente con

hechos: hombre de silencio, en cada etapa construye un altar al Señor. Solamente más tarde aparece

su primera oración con palabras: una queja velada recordando a Dios sus promesas que no parecen

cumplirse (cf Gn 15, 2-3). De este modo surge desde los comienzos uno de los aspectos de la tensión

dramática de la oración: la prueba de la fe en la fidelidad a Dios.

2571 Habiendo creído en Dios (cf Gn 15, 6), marchando en su presencia y en alianza con él (cf Gn 17, 2),

el patriarca está dispuesto a acoger en su tienda al Huésped misterioso: es la admirable hospitalidad de

Mambré, preludio a la anunciación del verdadero Hijo de la promesa (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38).

Desde entonces, habiéndole confiado Dios su Plan, el corazón de Abraham está en consonancia con la

compasión de su Señor hacia los hombres y se atreve a interceder por ellos con una audaz confianza

(cf Gn 18, 16-33).

III LAS CARACTERISTICAS DE LA FE

La fe es una gracia

153 Cuando San Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús le declara que esta

revelación no le ha venido "de la carne y de la sangre, sino de mi Padre que está en los cielos" (Mt

16,17; cf. Ga 1,15; Mt 11,25). La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por él,

"Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto

con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del

espíritu y concede `a todos gusto en aceptar y creer la verdad'" (DV 5).

La fe es un acto humano

154 Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos

cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia

del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por él reveladas. Ya en las

relaciones humanas no es contrario a nuestra propia dignidad creer lo que otras personas nos dicen

sobre ellas mismas y sobre sus intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo,

cuando un hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión mutua. Por ello, es todavía

menos contrario a nuestra dignidad "presentar por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y

de nuestra voluntad al Dios que revela" (Cc. Vaticano I: DS 3008) y entrar así en comunión íntima

con El.

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155 En la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia divina: "Creer es un acto del

entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la

gracia" (S. Tomás de A., s.th. 2-2, 2,9; cf. Cc. Vaticano I: DS 3010).

La fe y la inteligencia

156 El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e

inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos "a causa de la autoridad de Dios mismo que

revela y que no puede engañarse ni engañarnos". "Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe

fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan

acompañados de las pruebas exteriores de su revelación" (ibid., DS 3009). Los milagros de Cristo y

de los santos (cf. Mc 16,20; Hch 2,4), las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su

fecundidad y su estabilidad "son signos ciertos de la revelación, adaptados a la inteligencia de todos",

"motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno un

movimiento ciego del espíritu" (Cc. Vaticano I: DS 3008-10).

157 La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de

Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a

la experiencia humanas, pero "la certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón

natural" (S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 171,5, obj.3). "Diez mil dificultades no hacen una sola duda"

(J.H. Newman, apol.).

158 "La fe trata de comprender" (S. Anselmo, prosl. proem.): es inherente a la fe que el creyente desee

conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un

conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor. La

gracia de la fe abre "los ojos del corazón" (Ef 1,18) para una inteligencia viva de los contenidos de la

Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe, de su conexión entre

sí y con Cristo, centro del Misterio revelado. Ahora bien, "para que la inteligencia de la Revelación

sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones"

(DV 5). Así, según el adagio de S. Agustín (serm. 43,7,9), "creo para comprender y comprendo para

creer mejor".

159 Fe y ciencia. "A pesar de que la fe esté por encima de la razón, jamás puede haber desacuerdo entre

ellas. Puesto que el mismo Dios que revela los misterios y comunica la fe ha hecho descender en el

espíritu humano la luz de la razón, Dios no podría negarse a sí mismo ni lo verdadero contradecir

jamás a lo verdadero" (Cc. Vaticano I: DS 3017). "Por eso, la investigación metódica en todas las

disciplinas, si se procede de un modo realmente científico y según las normas morales, nuca estará

realmente en oposición con la fe, porque las realidades profanas y las realidades de fe tienen su origen

en el mismo Dios. Más aún, quien con espíritu humilde y ánimo constante se esfuerza por escrutar lo

escondido de las cosas, aun sin saberlo, está como guiado por la mano de Dios, que, sosteniendo todas

las cosas, hace que sean lo que son" (GS 36,2).

2059 Las "diez palabras" son pronunciadas por Dios dentro de una teofanía ("el Señor os habló cara a cara

en la montaña, en medio del fuego": Dt 5,4). Pertenecen a la revelación que Dios hace de sí mismo y

de su gloria. El don de los mandamientos es don de Dios y de su santa voluntad. Dando a conocer su

voluntad, Dios se revela a su pueblo.

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603 Jesús no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn 8, 46). Pero, en el amor

redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8, 29), nos asumió desde el alejamiento con relación a

Dios por nuestro pecado hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío, Dios

mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; Sal 22,2). Al haberle hecho así solidario con nosotros,

pecadores, "Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros" (Rm 8, 32)

para que fuéramos "reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rm 5, 10).

La presencia de Cristo por el poder de su Palabra y del Espíritu Santo

1373 "Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros" (Rm 8,34),

está presente de múltiples maneras en su Iglesia (cf LG 48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia,

"allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre" (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los presos

(Mt 25,31-46), en los sacramentos de los que él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del

ministro. Pero, "sobre todo, (está presente) bajo las especies eucarísticas" (SC 7).

III LA ORACION DE INTERCESION

2634 La intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús. El

es el único intercesor ante el Padre en favor de todos los hombres, de los pecadores en particular (cf

Rm 8, 34; 1 Jn 2, 1; 1 Tm 2. 5-8). Es capaz de "salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios,

ya que está siempre vivo para interceder en su favor" (Hb 7, 25). El propio Espíritu Santo "intercede

por nosotros... y su intercesión a favor de los santos es según Dios" (Rm 8, 26-27).

2852 "Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44), "Satanás, el seductor del

mundo entero" (Ap 12, 9), es aquél por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y,

por cuya definitiva derrota, toda la creación entera será "liberada del pecado y de la muerte" (MR,

Plegaria Eucarística IV). "Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado

de Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero

yace en poder del Maligno" (1 Jn 5, 18-19):

El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también os protege y os gua rda

contra las astucias del Diablo que os combate para que el enemigo, que tiene la costumbre de engendrar

la falta, no os sorprenda. Quien confía en Dios, no tema al Demonio. "Si Dios está con nosotros, ¿quién

estará contra nosotros?" (Rm 8, 31) (S. Ambrosio, sacr. 5, 30).

2. EXÉGESIS

P. Joseph M. Lagrange, O. P.

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La Transfiguración

(Lc 9, 28-36; Mc 9, 2-8; Mt 17, 1-8)

Ocho días (Lc) aproximadamente, o sea seis completos (Mc, Mt) después de la confesión de Pedro,

aconteció algo extraordinario: la transfiguración. Pudiera decirse que en la vida de Jesús nada hay de

paralelo, si no existiesen la transfiguración y la oración de Getsemaní, que son como la estrofa y la

antiestrofa. En los dos casos se hace acompañar Jesús de Pedro, Santiago y Juan, para los ellos: en los dos

casos, los discípulos son vencidos por el sueño, y en los dos recibe Jesús una visita de lo alto. Pero en tanto

que la transfiguración es prenda cierta de la gloria de Jesús, la escena de Getsemaní lo presenta en su mayor

abatimiento, testimonio irrefutable de que estaba sujeto a las condiciones de la naturaleza humana. Algunos

Padres de la Iglesia han pensado que fueron escogidos los mismos testigos para que el recuerdo de la luz

resplandeciente les sostuviese en el escándalo de la agonía. Pedro fue escogido como jefe que estaba

designado; Juan, por ser el discípulo amado, y Santiago, su hermano que no lo abandona, porque debía ser

el primer apóstol que derramaría su sangre por el Evangelio.

La solicitud tomada por los evangelistas sinópticos por precisar en esta sola circunstancia el intervalo

de tiempo que medió entre los dos hechos indica bien a las claras que veían alguna relación entre ellos. Y,

en efecto, la transfiguración es la confirmación de lo que Jesús quiso enseñar incitando a la confesión de

Pedro, aceptada después y rectificada en un punto decisivo tan difícil de admitir, el de los sufrimientos del

Mesías, al mismo tiempo que mantenía la fe en su gloria. Tan luminoso es todo en esta nueva escena, que

deslumbra. Jesús había dicho a los judíos: «Si vosotros hubieseis creído a Moisés, me creeríais a mí, pues él

ha escrito de mí» (Jn 5, 46). Moisés bajó del cielo para dar testimonio de Jesús, y de Elías, no ignoraban que

anunciaría la llegada del Mesías. Elías estuvo representado por el Bautista, y se asocia ahora en persona al

homenaje de Moisés, y los dos conversan con Jesús. Lo que el pasado de Israel tenía de más divino se

inclinaba delante del nuevo profeta y apoyaba cuanto había anunciado el escándalo de su muerte. La gloria,

sin embargo, que Jesús había reclamado para su resurrección se manifestaba ya en él como cosa que por

derecho propio le pertenecía. Jesús, en fin, había aceptado el nombre del Hijo de Dios, y ese nombre le era

dado por una voz que no podía ser otra que la de su Padre.

Si de una sola mirada se considera la religión a través de la historia, la nueva alianza, apoyándose en

la antigua revelación, de la cual se desprende para agrupar a todos los pueblos, la perpetuidad del plan de

Dios terminando en la superioridad manifiesta de Jesús sobre los hombres más grandes del pasado, el culto

que hoy, al igual que a su Padre, se le rinde, no es de extrañar que toda esta maravillosa historia se vea ya

bosquejada en algunos rasgos de la transfiguración. Esto no pudo ser obra de un genio, pues el genio no

puede disponer del porvenir.

Además, el hecho es narrado con tal sencillez y realismo, que excluye la intención y la invención de

crear un símbolo.

Es verdad que allí no es nombrada la montaña, pero esto mismo es indicio de que el relato no es una

amplificación con apariencia histórica de una teofanía anunciada por el Antiguo Testamento. En este caso,

hubiera sido nombrado el Hermón o el Tabor según el salmo (Sal 89, 13 [heb.]). «El Tabor y el Hermón

cantarán tu nombre». Acaso esto haya dado motivo para que la tradición señalase el Tabor, más bajo que el

Hermón, el cual hubiera exigido una difícil subida, y estaba más apartado del centro de la predicación de

Jesús; aunque es más probable que provenga del recuerdo de hecho tan memorable1. La subida al Tabor es

1 La tradición no puede citar a Orígenes, que nada dice del Tabor en su Comentario sobre san Mateo, porque los Selecta in Psalmos,

que vagamente se le atribuyen, no pueden ser de él, especialmente en lo que mira al Tabor (P. L., XII, c. 1548); en efecto, Eusebio

no escoge entre el Hermón y el Tabor, que le eran sugeridos por el salmo 89, 13. El testimonio más antiguo es el de san Cirilo de

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penosa, pero se concibe que Jesús escogiera aquella cumbre aislada, dominando todas las planicies de su

alrededor para invitar a sus discípulos a orar. La pequeña villa que la coronaba no impedía que allí hallase

lugar solitario.

Fatigados por la marcha –estaban en verano–, los tres discípulos se durmieron mientras Jesús oraba.

Al despertar vieron su faz transfigurada, sus vestidos brillaban con una blancura que ningún lavandero podría

conseguir. Moisés y Elías conversaban sobre la muerte que había de sufrir en Jerusalén, o cumplir, dice san

Lucas, como un deber impuesto. Pedro toma la palabra, y –¡cómo se ve que es él!– su buena voluntad no

carece de cierto aire de suficiencia. No en vano subraya él que se encuentra allí con sus compañeros, y podrán

levantar pronta-mente tres tiendas de follaje, una para Jesús, otra para Moisés y otra para Elías. Los

discípulos, como fieles servidores, dormirían a campo raso, velando a los aposentados en las tiendas. No

había comprendido que ni Jesús, que en estos momentos manifestaba su gloria, ni Moisés ni Elías, huéspedes

del cielo, tenían necesidad de abrigo.

La respuesta les vino de lo alto, desde una nube. Esta nube no era una nube cualquiera. Los discípulos

se sobrecogieron de espanto cuan-do vieron que se interponía entre el sol y ellos, como para envolver a

Moisés y Elías con Jesús. Una voz se dejó oír: «Éste es mi Hijo muy amado, escuchadle». Entonces

comprendieron que aquella voz era la del Padre, que venía de la misma nube, que otras veces, en el desierto

de Sinaí, se extendió sobre el Tabernáculo mientras la gloria del Señor penetraba en él (Ex 40, 34). Fue

entonces indicio sensible de la benévola presencia de Dios para con su pueblo: y aparecía ahora una vez más,

porque en adelante Dios se manifestaría por su Hijo. Era, además, claro que el designado por la voz era

Jesús, porque los discípulos, ofuscados de momento y mirando a su alrededor, ya no vieron más que a Él.

(LAGRANGE, J. M., Vida de Jesucristo según el Evangelio, Edibesa, Madrid, 2002, p. 231 – 234)

3. COMENTARIO TEOLÓGICO

Directorio Homilético

LOS DOMINGOS DE CUARESMA

57. Si el Triduo Pascual y los sucesivos cincuenta días son el centro radiante del año litúrgico, la

Cuaresma es el tiempo que prepara las mentes y los corazones del pueblo cristiano a la digna celebración de

estos días. Es, también, el tiempo de la preparación última de los catecúmenos que serán bautizados en la

Vigilia Pascual. Su camino ha de ser acompañado de la fe, la oración y el testimonio de toda la comunidad

eclesial. Las lecturas bíblicas del Tiempo de Cuaresma encuentran su sentido más profundo en relación al

Misterio Pascual, para el que nos disponen. Ofrecen, por ello, evidentes ocasiones para poner en práctica un

principio fundamental presentado en este Directorio: llevar las lecturas de la Misa a su centro, que es el

Misterio Pascual de Jesús, en el que entramos de modo más profundo mediante la celebración de los

Sacramentos pascuales. Los Praenotanda señalan, para los dos primeros domingos de Cuaresma, el uso

tradicional de las narraciones de los Evangelios de la Tentación y de la Transfiguración, hablando de ellos

en relación con las otras lecturas: «Las lecturas del Antiguo Testamento se refieren a la Historia de la

Jerusalén (Catech., XII, 16; P. G., XXXIII, c. 744). Es preciso confesar que la tradición desde entonces en nada ha variado; hoy

está representada por la magnífica iglesia que los padres Franciscanos han edificado en la cumbre del Tabor.

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Salvación, que es uno de los temas propios de la catequesis cuaresmal. Cada año hay una serie de textos que

presentan los principales elementos de esta historia, desde el principio hasta la promesa de la nueva alianza.

Las lecturas del Apóstol se han escogido de manera que tengan relación con las lecturas del Evangelio y del

Antiguo Testamento y haya, en lo posible, una adecuada conexión entre las mismas» (OLM 97).

(…)

IIº domingo de Cuaresma

64. El pasaje evangélico del II domingo de Cuaresma es siempre la narración de la Transfiguración.

Es curioso cómo la gloriosa e inesperada transfiguración del cuerpo de Jesús, en presencia de los tres

discípulos elegidos, tiene lugar inmediatamente después de la primera predicación de la Pasión. (Estos tres

discípulos – Pedro, Santiago y Juan – también estarán con Jesús durante la agonía en Getsemaní, la víspera

de la Pasión). En el contexto de la narración, en cada uno de los tres Evangelios, Pedro acaba de confesar su

fe en Jesús como Mesías. Jesús acepta esta confesión, pero inmediatamente se dirige a los discípulos y les

explica qué tipo de Mesías es él: «empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y

padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y

resucitar al tercer día».

Sucesivamente pasa a enseñar qué implica seguir al Mesías: «El que quiera venirse conmigo que se

niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga». Es después de este evento, cuando Jesús toma a los

tres discípulos y los lleva a lo alto de un monte, y es allí donde su cuerpo resplandece de la gloria divina; y

se les aparecen Moisés y Elías, que conversaban con Jesús. Estaban todavía hablando, cuando una nube,

signo de la presencia divina, como había sucedido en el monte Sinaí, le envolvió junto a sus discípulos. De

la nube se elevó una voz, así como en el Sinaí el trueno advertía que Dios estaba hablando con Moisés y le

entregaba la Ley, la Torah. Esta es la voz del Padre, que revela la identidad más profunda de Jesús y la

testimonia diciendo: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo» (Mc 9,7).

65. Muchos temas y modelos puestos en evidencia en el presente Directorio se concentran en esta

sorprendente escena. Ciertamente, cruz y gloria están asociadas. Claramente, todo el Antiguo Testamento,

representado por Moisés y Elías, afirma que la cruz y la gloria están asociadas. El homileta debe abordar

estos argumentos y explicarlos.

Probablemente, la mejor síntesis del significado de tal misterio nos la ofrecen las bellísimas palabras

del prefacio de este domingo. El sacerdote, iniciando la oración eucarística, en nombre de todo el pueblo, da

gracias a Dios por medio de Cristo nuestro Señor, por el misterio de la Transfiguración: «Él, después de

anunciar su muerte a los discípulos les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar,

de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la Resurrección». Con estas palabras, en

este día, la comunidad se abre a la oración eucarística.

66. En cada uno de los pasajes de los Sinópticos, la voz del Padre identifica en Jesús a su Hijo amado

y ordena: «Escuchadlo». En el centro de esta escena de gloria trascendente, la orden del Padre traslada la

atención sobre el camino que lleva a la gloria. Es como si dijese: «Escuchadlo, en él está la plenitud de mi

amor, que se revelará en la cruz». Esta enseñanza es una nueva Torah, la nueva Ley del Evangelio, dada en

el monte santo poniendo en el centro la gracia del Espíritu Santo, otorgada a cuantos depositan su fe en Jesús

y en los méritos de su cruz. Porque él enseña este camino, la gloria resplandece del cuerpo de Jesús y viene

revelado por el Padre como el Hijo amado. ¿Quizá no estemos aquí adentrándonos en el corazón del misterio

trinitario? En la gloria del Padre vemos la gloria del Hijo, inseparablemente unida a la cruz. El Hijo revelado

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en la Transfiguración es «luz de luz», como afirma el Credo; este momento de las Sagradas Escrituras es,

ciertamente, una de las más fuertes autoridades para la fórmula del Credo.

67. La Transfiguración ocupa un lugar fundamental en el Tiempo de Cuaresma, ya que todo el

Leccionario Cuaresmal es una guía que prepara al elegido entre los catecúmenos para recibir los sacramentos

de la iniciación en la Vigilia pascual, así como prepara a todos los fieles para renovarse en la nueva vida a

la que han renacido. Si el I domingo de Cuaresma es una llamada particularmente eficaz a la solidaridad que

Jesús comparte con nosotros en la tentación, el II domingo nos recuerda que la gloria resplandeciente del

cuerpo de Jesús es la misma que él quiere compartir con todos los bautizados en su Muerte y Resurrección.

El homileta, para dar fundamento a esto, puede justamente acudir a las palabras y a la autoridad de san Pablo,

quien afirma que “Cristo transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa”

(Fil 3,21). Este versículo se encuentra en la segunda lectura del ciclo C, pero, cada año, puede poner de

relieve cuanto hemos apuntado.

68. En este domingo, mientras los fieles se acercan en procesión a la Comunión, la Iglesia hace cantar

en la antífona las palabras del Padre escuchadas en el Evangelio: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.

Escuchadlo». Lo que los tres discípulos escogidos escuchan y contemplan en la Transfiguración viene ahora

exactamente a converger con el acontecimiento litúrgico, en el que los fieles reciben el Cuerpo y la Sangre

del Señor. En la oración después de la Comunión damos gracias a Dios porque «nos haces partícipes, ya en

este mundo, de los bienes eternos de tu reino». Mientras están allí arriba, los discípulos ven la gloria divina

resplandecer en el Cuerpo de Jesús. Mientras están aquí abajo, los fieles reciben su Cuerpo y Sangre y

escuchan la voz del Padre que les dice en la intimidad de sus corazones: «Este es mi Hijo, el amado, mi

predilecto. Escuchadlo».

(CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio

Homilético, 2014, nº 57. 64 -68)

4. SANTOS PADRES

San Agustín

La transfiguración de Jesús

(Mt 17,1-8).

Antes de manifestarse el Señor en la montaña, como hemos escuchado en la lectura del santo

Evangelio, había dicho: Hay aquí algunos de los presentes que no probarán la muerte hasta que vean al Hijo

del hombre en su reino. Sabemos, en efecto, que al final del mundo vendrá Jesucristo el Señor y dará el reino

a los de su derecha y el tormento a los de su izquierda, él que, según creemos y profesamos, ha de venir a

juzgar a vivos y muertos. Todos aquellos que le rodeaban cuando hablaba, a causa de su condición mortal,

se durmieron; pero sólo cuando llegue el tiempo de la resurrección verán al Señor como juez en su reino.

¿Qué significa, pues, lo que dice: Hay algunos de los aquí presentes que no probarán la muerte hasta que

vean al Hijo del hombre en su reino? Sin duda el santo Evangelio planteó una cuestión que se refiere a lo

que sigue. Llevó consigo a la montaña a tres: a Pedro, a Santiago y a Juan, y se transfiguró en presencia de

ellos, hasta el punto de que su rostro resplandecía como el fulgor del sol. Eran, pues, de aquellos de los

presentes que no habían de experimentar la muerte antes de ver al Hijo del hombre en su reino. Al fin de los

tiempos resplandeceremos todos con el fulgor que el Señor mostró en sí mismo. Resplandecerán los

miembros como resplandeció la cabeza, pues está escrito: Transformará nuestro cuerpo humilde a imagen

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de su cuerpo glorioso. Ved que él resplandeció como el sol en la montaña, aun antes de resucitar. Todavía

no había probado la muerte, pero era Dios encarnado y con su divino poder hacía lo que quería de su carne

aún no resucitada. Así, pues, para que veáis que no tiene nada de soberbio el esperar lo mismo para nosotros,

escuchadle y no dudéis. Al exponer la parábola de la cizaña, dice: El que siembra la buena semilla es el Hijo

del hombre. El campo es el mundo. La buena semilla, los hijos del reino. La cizaña son los hijos del maligno.

El enemigo que la sembró es el diablo, ha siega es el fin del mundo; los segadores, los ángeles. Cuando

venga, pues, el fin del mundo, entonces enviará el Hijo del hombre a sus ángeles y reunirán todos los grupos

separados de su reino, y los enviará al fuego ardiente, donde habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Qué dice

del trigo? Escucha lo que sigue: Entonces los justos resplandecerán en su reino como el sol. Y porque así

serán en el reino, por eso dijo el Señor: Hay aquí algunos de los presentes que no probarán la muerte hasta

que no vean el Hijo del hombre en su reino. Así, pues, hermanos, ¿qué significa esto? Se aparecieron Moisés

y Elias, pusieron al Señor en medio y hablaban con él. San Pedro encontró deleite en la soledad, hastiado de

la turbulencia del género humano. Vio la montaña, vio al Señor, vio a Moisés, vio a Elias. Sólo estaban allí

quienes no lo hacían en interés personal. Deleitándose en la vida tranquila, contemplativa, dichosa, dice al

Señor: Señor, buena cosa es estarnos aquí ¿Por qué descender del monte con la agitación que lleva consigo?

¿Por qué no elegimos más bien el gozarnos aquí? Buena cosa es estarnos aquí. Hagamos aquí tres tiendas,

si quieres; una para ti, otra para Moisés y otra para Elias. Pedro, desconociendo todavía cómo debía hablar,

intentaba dividir. Pensaba que era cosa buena lo que decía. Pero ¿qué hizo el Señor? Envió una nube del

cielo y los cubrió a todos, como diciendo a Pedro: « ¿Por qué quieres hacer tres tiendas? Esta es la única

tienda». Entonces oyeron una voz desde la nube: Este es mi Hijo amado, para que no lo comparasen con

Moisés y Elias y pensasen que el Señor había de ser considerado como uno de los profetas, siendo el señor

de los profetas. Este es mi Hijo amado; escuchadle. Aterrados por esta voz, cayeron a tierra. Se acercó el

Señor y los levantó, y no vieron más que a Jesús. Este gran misterio lo expondré ahora, si el Señor me lo

concede. Hablan con el Señor Moisés y Elías. En Moisés está indicada la ley, en Elias, los profetas. Cuando

proponemos alguna cuestión sobre el Evangelio, la probamos con argumentos tomados de la ley y los

profetas. Hablan ciertamente con el Señor Moisés y Elias, pero como servidores están a los lados, mientras

que en el medio está quien reina. ¿Qué significa este hablar Moisés y Elias con el Señor? Escucha al Apóstol:

Por la ley, dice, se llega al conocimiento del pecado; ahora, en cambio, se ha manifestado la justicia de Dios

sin la ley. Observa al Señor con Moisés y con Elias, recibiendo el testimonio de la ley y los profetas. En el

tiempo presente es necesario el testimonio de la ley y los profetas, pero cuando hayamos resucitado, ¿qué

necesidad habrá de la ley y los profetas? No buscaremos testimonios, porque le veremos a él mismo. Pero

¿cuándo será esto? Después de la resurrección. Esta es la razón por la que aquellos que cayeron se levantaron

y sólo vieron al Señor.

SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón 79A, BAC Madrid 1983,

438-41

5. APLICACIÓN

P. José A. Marcone, IVE

La Transfiguración: entramado de gloria y cruz (Mc 9,2-10)

Introducción

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El Segundo Domingo de Cuaresma, en los tres Ciclos, se lee el texto de la Transfiguración de Jesús,

según el evangelista correspondiente a cada ciclo. En este año, correspondiente al Ciclo B, se lee dicho

episodio del evangelio según San Marcos. La razón por la cual se lee este evangelio el Segundo Domingo

de Cuaresma es porque la Cuaresma es la preparación para la celebración del Misterio Pascual de Cristo, el

cual consiste en su Pasión, Muerte y Resurrección. Y en la Transfiguración se entrecruzan y se trenzan de

manera admirable la realidad de la cruz de Jesús con la realidad de su gloria, que se manifestará plenamente

en su resurrección.

El Directorio Homilético hace mención a tres realidades que nos hablan de la cruz: la presencia de

los tres Apóstoles que luego estarán también durante la agonía en Getsemaní, la víspera de la Pasión; la

primera predicción de la pasión (Mc 8,31-33) y la enseñanza acerca del seguimiento de Jesús que implica

necesariamente cargar con la cruz propia de cada uno (Mc 8,34-38). Y entonces dice el Directorio: “Es

después de este evento, cuando Jesús toma a los tres discípulos y los lleva a lo alto de un monte, y es allí

donde su cuerpo resplandece de la gloria divina”2. Y agrega: “Ciertamente, cruz y gloria están asociadas.

(…). El homileta debe abordar estos argumentos y explicarlos”3. Queda, entonces, especificada de manera

clarísima la misión del predicador en este domingo y el objeto de su homilía.

1. La Transfiguración y los hechos anteriores

Los tres sinópticos narran el episodio de la Transfiguración. Y los tres comienzan con una indicación

temporal. San Mateo y San Marcos dicen: “Seis días después…” (Mt 17,1; Mc 9,2)4. Es muy rara esta

indicación temporal en los sinópticos5. Esta indicación conecta la Transfiguración con lo sucedido seis días

antes. ¿Y qué es lo que había sucedido seis días antes? La confesión de Pedro, la institución de Pedro como

piedra fundamental de la Iglesia, la predicción de la pasión, la oposición de Pedro al camino de cruz de Jesús

y la enseñanza acerca de llevar la cruz. Dice Klemens Stock: “Entre el bloque de los eventos antecedentes:

confesión mesiánica, primera predicción de la suerte de Jesús, protesta de Pedro, instrucción de la multitud

y de los discípulos sobre el seguimiento (Mc 8,27-9,1), y la subida sobre el monte de la Transfiguración (Mc

9,2-9) pasan seis días. Esta indicación distingue, pero también conecta las dos unidades”6.

De esta manera el Espíritu Santo nos indica que la confesión de Pedro, la institución de Pedro como

piedra fundamental de la Iglesia, el anuncio de la muerte de Jesús, la protesta de Pedro contra Jesús cuando

éste anunció su muerte, la enseñanza del seguimiento en el camino de la cruz y la Transfiguración están

íntimamente ligados. Estos hechos constituyen un único y apretado entramado, al modo de un tejido de

varios y hermosos colores. Y, como tal, es necesario verlos como un conjunto.

La gloria de la divinidad de Jesucristo que se manifiesta en el resplandor de su cuerpo y de sus

vestidos es una confirmación de la confesión de Pedro acerca de la divinidad de Cristo (Mt 16,16). También

2 CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio Homilético, 2014, nº 64. 3 CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Idem, nº 65. 4 Lucas dice: “Alrededor de (hoseí, en griego) ocho días después…” (Lc 9,28). La concordancia entre los tres evangelios se logra

fácilmente al considerar ese ‘alrededor de’, y también si se cuentan el primero y el último día como parte de la cantidad de días. 5 “La indicación de la distancia temporal es muy rara. Solamente en la predicción de su destino Jesús comunica que la resurrección

sucederá tres días después de su muerte (Mc 8,31; 9,31; 10,34). Y al inicio del relato de la pasión el evangelista constata: ‘Faltaban

dos días para la fiesta de la Pascua’ (Mc 14,1)” (STOCK, K., Vangelo secondo Marco, Edizioni Messaggero Padova, Padova,

2002, p. 146; traducción nuestra). 6 STOCK, K., Ibidem; traducción nuestra. Y sigue diciendo el autor: “Respecto a este intervalo de seis días el evangelista no refiere

nada. Aparece como un tiempo extrañamente vacío, casi como una pausa de reflexión. Aquello que precede, desde la confesión

mesiánica hasta la instrucción sobre el seguimiento, es de tal manera nuevo, relevante e impactante (sconvolgente) que se necesita

un intervalo tranquilo, sin nuevas impresiones, para poderlo aceptar y asimilar. Los misteriosos seis días parecen ser ese tal

intervalo” (STOCK, K., Ibidem; traducción nuestra).

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es una confirmación de que la promesa hecha a Pedro como Piedra contra la cual se estrellarán los poderes

del infierno (Mt 16,18), es firme, invariable, inconmovible e inquebrantable. Al mismo tiempo, la

Transfiguración es una ayuda para los discípulos, especialmente para Pedro, para que no se escandalicen

ante la cruz del Ungido (= Mesías = Cristo) y sepan con absoluta claridad cuál es el destino de los ‘ungidos’

(con minúscula = cristianos). La indicación temporal de los seis días quiere decir todo esto.

2. Moisés, Elías y la cruz

La aparición de Moisés y Elías junto a Jesús que muestra su divinidad transfigurándose, también está

en relación con la cruz de Cristo y la cruz de los cristianos. La aparición de Moisés y Elías también forman

parte de ese entramado hecho de cruz y gloria, que comienza en Mt 16,13 y termina en Mt 17,8 (cf. Mc 8,27

– 9,10).

De hecho, Santo Tomás, pone como una de las razones por las cuales se aparecieron Moisés y Elías,

la certificación de Pedro, es decir, que Pedro estuviera absolutamente cierto que era necesario que el Mesías

muriera en cruz y que sus discípulos estuvieran dispuestos a hacer lo mismo. Las palabras de Santo Tomás

son las siguientes: “¿Por qué se aparecieron Moisés y Elías? Una de las razones es para la certificación de

Pedro. En efecto, Pedro había increpado al Señor acerca de su muerte. Por eso, haciendo aparecer a Moisés

y Elías, Jesús mostró a Pedro que no deben ser increpados quienes se exponen a sí mismos a la muerte. Y

esto porque Elías se expuso a la muerte delante de Jezabel; e igualmente Moisés se expuso a la muerte a

causa de la Ley”7.

Además, la Ley y los Profetas, representados respectivamente por Moisés y Elías, tenían como centro

el sacrificio redentor de Cristo. Baste recordar el lugar central que ocupa en la Ley el sacrificio del Cordero

Pascual y los sacrificios en el Templo. Y, para los Profetas, baste recordar los cuatro cánticos del Siervo

Doliente de Yahveh de Isaías (Is 42,1-9; 49,1-6; 50,4-11; 52,13 – 53,12). Por eso Jesucristo va a poder decir

la tarde de su resurrección a los discípulos de Emaús: “‘¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo

lo que dijeron los Profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?’ Y,

empezando por Moisés y continuando por todos los Profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las

Escrituras” (Lc 24,25-27)8.

Pero el dato textual más explícito acerca de la relación de Moisés y Elías con la cruz de Cristo en la

Transfiguración lo proporciona Lucas. Él dice: “He aquí que conversaban con Él dos hombres, que eran

Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que debía cumplirse en Jerusalén”

(Lc 9,30-31). La palabra que usa en griego San Lucas para decir ‘partida’ es la palabra éxodos y se refiere a

su muerte y partida de este mundo, aunque también implica su resurrección y ascensión al cielo. ‘Que debía

cumplirse en Jerusalén’ está expresado con necesidad teológica. Encontramos el mismo instrumento

lingüístico que usa Jesucristo cuando anuncia su muerte, es decir, el pasivo teológico para expresar que se

trata de una voluntad absoluta de Dios y debe cumplirse necesariamente.

3. Pedro y las tres tiendas

7 “Et ecce apparuerunt illis Moyses et Elias. Et quare apparuerunt? (…) Quarta ratio est ad certificationem Petri; quia Petrus

increpaverat dominum de morte, ideo ostendit quod non sunt increpandi qui exponunt se morti, invocando istos duos; quia Elias

morti se exposuit coram Iezabel, similiter Moyses exposuit se propter legem” (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S.

Matthai lectura, caput 17, lectio 1; traducción nuestra). 8 Santo Tomás también señala esta razón de la aparición de Moisés y Elías. Él dice: “Otra de las razones por la cual se aparecieron

Moisés y Elías es porque toda la Ley y los Profetas dieron testimonio de Cristo, tal como dice San Lucas: ‘Es necesario que se

cumpla en mí todo lo que está en la ley y los profetas’ (Lc 24,44)” (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra).

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¿Cómo reacciona Pedro ante este entramado de gloria y cruz que está ante sus ojos? Bien y mal. Su

reacción concreta consiste en decir, según S. Mateo: “Señor, bueno y hermoso (kalós) es para nosotros estar

aquí; si quieres, haré aquí tres tiendas (carpas): una para ti, otra para Moisés y otra para Elías” (Mt 17,4). Y

San Lucas agrega: “No sabía lo que decía” (Lc 9,33)9. Y Santo Tomás comenta: “San Pedro da un consejo,

pero, como dice San Lucas, no sabía lo que decía. Por un lado, Pedro habló bien porque habló movido por

un gran fervor, al ver la gloria de Cristo. En efecto, de tal manera se sentía atraído por la gloria de su Señor

que, si hubiera sido voluntad de Dios, nunca hubiera querido separarse de ella. Además, habló bien cuando

dijo ‘si quieres’, porque nosotros debemos someter nuestra voluntad a la voluntad divina. Pero, por otro

lado, habló mal, porque creyó que la gloria puede adquirirse sin pasar por la muerte”10.

La frase de Pedro, interpretada por Santo Tomás, pone otra vez sobre el tapete la realidad de la

Transfiguración como entramado de gloria y cruz. La reacción fervorosa y obediente, pero carente de

prudencia sobrenatural de Pedro, vuelve a exigirnos a nosotros a tomar partido ante el misterio de la gloria

y de la cruz de Cristo. El fervor y la consolación de un momento jamás debe hacernos olvidar que el único

camino hacia la gloria es la cruz.

Esta incomprensión de la cruz de Cristo que tiene Pedro será un error fontal, porque será fuente o

manifestación de otros errores. El no aceptar la cruz de Cristo y nuestras cruces cotidianas (cf. Lc 9,23), que

son participación de la de Cristo, es fuente de muchas ilusiones espirituales. Santo Tomás las desmenuza

detalladamente: “Pedro, además, habló mal porque creyó que la gloria de los santos está en este mundo,

cuando en realidad no está aquí, sino en el cielo. Además, habló mal porque creyó que los santos necesitaban

casas, cuando en realidad no las necesitan, porque las tienen en el cielo. Además, habló mal porque quiso

hacer tres tiendas cuando en realidad basta una sola, y esa única tienda es el Padre, el Hijo y el Espíritu

Santo, en la cual viven los santos. Además, habló mal porque puso a Cristo al mismo nivel que los otros dos,

cosa que jamás debe hacerse, como dice Job: ‘Jamás haré a Dios igual a los hombres’ (Job 32,21 Vulg)”11.

Y termina Santo Tomás exhortando a Pedro: “Petre, omnes habent unum tabernaculum, quod est fides”,

“Pedro, aquí en la tierra todos tienen una sola tienda: la fe”.

Santo Tomás va todavía más lejos, porque, incluso, pone la presencia de la nube y las palabras del

Padre en relación con la incomprensión de Pedro respecto a la cruz de Cristo. En efecto, dice Santo Tomás:

“Pedro había hablado insensatamente, y por eso fue indigno de que Jesús le respondiera. Pedro quería un

testimonio material y humano, y por eso el Señor quiso mostrarle que los santos no necesitan testimonio

humano. Y por eso el Señor quiso mostrarse a través de la nube, la cual manifiesta la magnificencia de Dios

(cf. Sal 67,35 Vulg)”12. Para Santo Tomás, la respuesta de Dios ante tantos desatinos de Pedro, es la aparición

de la nube y la voz del Padre.

9 San Marcos también dice una frase parecida a ésta (Mc 9,6). Pero no queda tan claro si se refiere a que San Pedro no sabía qué

decir o se refiere a lo mismo que San Lucas: que no sabía lo que decía. Algunas traducciones, como el Leccionario en uso en

Argentina, se inclina por la primera traducción. Otras, como la de L. Alonso Schökel, se inclinan por la segunda. De lo que no

cabe ninguna duda es que el texto de Lc 9,33 debe traducirse: “No sabía lo que decía”. 10 “Petrus dat consilium, et sicut dicit Lc. IX, 33, nesciens quid diceret; (…) Unde in isto bene dixit Petrus (…) Ex nimio fervore

videns gloriam, ita affectus erat quod numquam voluisset separari, si Deus voluisset. (…) Dicit si vis, (…): quia voluntatem

nostram debemus submittere voluntati divinae. In alio vero male, quia credidit quod gloria sine morte posset haberi” (SANCTI

TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra). 11 “Dixit Petrus (…) in alio vero male (…) quia credidit in hoc mundo esse gloriam sanctorum, quae non est hic, sed in caelis;

(…) Item quia credidit quod domibus indigerent; sed non indigent hic, sed habent in caelis (…). Item quia tria tabernacula voluit

fieri: unum enim sufficit patri, et filio, et spiritui sancto. Item quia comparavit Christum aliis: non autem sic debet fieri; Iob XXXII,

21: Deum homini non aequabo” (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción nuestra). 12 “Petrus insipienter loquebatur, ideo indignus fuit responsione. Volebat materiale testimonium; ideo voluit dominus ostendere

quod sancti non indigent. Item per nubem ostendere se voluit; Ps. LXVII, 35: magnificentia eius in nubibus” (SANCTI TOMAE DE

AQUINO, Ibidem; traducción nuestra).

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La voz del Padre, “Éste es mi Hijo, el amado, escuchadlo” (Mc 9,7), también puede ser interpretada

en esta línea, en conexión con lo dicho al principio, es decir, la unidad entre la enseñanza de Jesús acerca de

la cruz y la Transfiguración. Esa frase del Padre que sale de la nube quiere decir, entonces: “Pedro, el Jesús

que tú quieres igualar a Moisés y Elías es Dios, como tú mismo lo reconociste hace seis días. Es mi Hijo, es

‘engendrado, no creado’. Moisés y Elías sí son creados. Pedro, tienes que escucharlo a Él, principalmente lo

que te dijo hace seis días. En esa ocasión te dijo que aceptes su cruz como camino necesario para llegar a la

gloria, y que aceptes tu propia cruz, rechazando la tentación de esquivarla”.

En definitiva, todo se resume en esa exhortación de Santo Tomás: la única tienda en la que vivimos

en esta vida es la fe, la fe desnuda. Es allí donde falló la lectura que Pedro hizo de la Transfiguración. Sin

abandonar su fervor y su obediencia, quiso encerrar las realidades sobrenaturales que veía en criterios

humanos; quiso crear carpas materiales para realidades espirituales. Pedro percibe el misterio y lo

sobrenatural, pero todavía es carnal y quiere encerrarlo en criterios humanos. La única respuesta a las

realidades sobrenaturales es la fe desnuda y la adoración silenciosa ante el misterio. Y eso, precisamente, es

lo que significa la nube.

Pedro “volebat testimonium materiale”, “quería un testimonio material”, una respuesta material y

positiva de Cristo con palabras materiales, que respondiera a su consejo de hacer tres tiendas. En cambio,

recibe, podríamos decir, un testimonium spirituale en la aparición de la nube y en las palabras del Padre,

corrigiéndolo delicadamente. Ese testimonium spirituale le hace ver que “no sabía lo que decía” (Lc 9,33) y

que, a pesar de su correcto fervor ante la gloria de Cristo, sigue siendo carnal y quiere quedarse con la gloria

pasajera, confundiéndola con la definitiva, con el agravante de que quiere llegar a ella sin pasar por la cruz.

San Pablo diría después: “Caminamos en la fe, no en la visión” (2Cor 5,7). El camino es la cruz; la gloria

viene después.

Pero Pedro no es como aquel ‘oyente olvidadizo’ del que habla el Apóstol Santiago (Sant 1,25), sino

que oirá la Palabra y la pondrá por obra (cf. Sant 1,22-23). En efecto, aprenderá eficazmente que a la luz se

llega a través de la cruz. Y así lo enseñará: “Queridos, alegraos en la medida en que participáis en los

sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su Gloria” (1Pe 4,13).

Conclusión

Las ilusiones espirituales de Pedro tuvieron un abrupto fin. Dice el Evangelio: “Y de pronto, mirando

en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos” (Mc 9,8). De la visión fulgurante que hizo

confundir a Pedro con la gloria definitiva pasaron a la más cruda realidad en la cual sólo se puede subsistir

a través de la fe desnuda. Luego de haber sido transportados al séptimo cielo en lo alto del monte son ahora

llevados al llano de la realidad más pedestre. Jesús está solo y sólo se puede recibir beneficios de Él a través

de la fe. Su divinidad se escondió de nuevo y aparece sólo su humanidad.

Sin embargo, el mismo Jesús puso remedio a esto. Dice el Directorio Homilético: “Mientras están

allí arriba, los discípulos ven la gloria divina resplandecer en el Cuerpo de Jesús. Mientras están aquí abajo,

los fieles reciben su Cuerpo y Sangre y escuchan la voz del Padre que les dice en la intimidad de sus

corazones: ‘Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo’”13. Dentro de unos momentos, el pan se

convertirá en el Cuerpo de Cristo y el vino en su Sangre. No sólo está escondida la divinidad de Cristo, como

lo estaba al bajar del monte Tabor, sino que aquí, en la Santa Misa, también está escondida su misma

13 CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Idem, nº 68.

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humanidad. Y, sin embargo, el fiel cree tanto en la divinidad como en la humanidad de Cristo presente en

este sacramento14.

La Eucaristía es, precisamente, el remedio para todos aquellos que estamos en el llano de nuestros

pecados y defectos, en el llano de nuestra fe débil y árida, en el llano de nuestra soledad, en el llano de

nuestra desolación ordinaria, en el llano de nuestros goces pequeños y nuestras angustias largas, como dice

un himno de la Liturgia de las Horas.

Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El domingo pasado la liturgia nos presentó a Jesús tentado por Satanás en el desierto, pero victorioso

en la tentación. A la luz de este Evangelio, hemos tomado nuevamente conciencia de nuestra condición de

pecadores, pero también de la victoria sobre el mal donada a quienes inician el camino de conversión y que,

como Jesús, quieren hacer la voluntad del Padre. En este segundo domingo de Cuaresma, la Iglesia nos

indica la meta de este itinerario de conversión, es decir, la participación en la gloria de Cristo, que

resplandece en el rostro del Siervo obediente, muerto y resucitado por nosotros.

El pasaje evangélico narra el acontecimiento de la Transfiguración, que se sitúa en la cima del

ministerio público de Jesús. Él está en camino hacia Jerusalén, donde se cumplirán las profecías del «Siervo

de Dios» y se consumará su sacrificio redentor. La multitud no entendía esto: ante las perspectivas de un

Mesías que contrasta con sus expectativas terrenas, lo abandonaron. Pero ellos pensaban que el Mesías sería

un liberador del dominio de los romanos, un liberador de la patria, y esta perspectiva de Jesús no les gusta y

lo abandonan. Incluso los Apóstoles no entienden las palabras con las que Jesús anuncia el cumplimiento de

su misión en la pasión gloriosa, ¡no comprenden! Jesús entonces toma la decisión de mostrar a Pedro,

Santiago y Juan una anticipación de su gloria, la que tendrá después de la resurrección, para confirmarlos en

la fe y alentarlos a seguirlo por la senda de la prueba, por el camino de la Cruz. Y, así, sobre un monte alto,

inmerso en oración, se transfigura delante de ellos: su rostro y toda su persona irradian una luz

resplandeciente. Los tres discípulos están asustados, mientras una nube los envuelve y desde lo alto resuena

—como en el Bautismo en el Jordán— la voz del Padre: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo» (Mc 9, 7).

Jesús es el Hijo hecho Siervo, enviado al mundo para realizar a través de la Cruz el proyecto de la salvación,

para salvarnos a todos nosotros. Su adhesión plena a la voluntad del Padre hace su humanidad transparente

a la gloria de Dios, que es el Amor.

Jesús se revela así como el icono perfecto del Padre, la irradiación de su gloria. Es el cumplimiento

de la revelación; por eso junto a Él transfigurado aparecen Moisés y Elías, que representan la Ley y los

Profetas, para significar que todo termina y comienza en Jesús, en su pasión y en su gloria.

La consigna para los discípulos y para nosotros es esta: «¡Escuchadlo!». Escuchad a Jesús. Él es el

Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo, en efecto, lleva a asumir la lógica de su misterio pascual, ponerse en

camino con Él para hacer de la propia vida un don de amor para los demás, en dócil obediencia a la voluntad

de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior. Es necesario, en otras

palabras, estar dispuestos a «perder la propia vida» (cf. Mc 8, 35), entregándola a fin de que todos los

hombres se salven: así, nos encontraremos en la felicidad eterna. El camino de Jesús nos lleva siempre a la

felicidad, ¡no lo olvidéis! El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad. Habrá siempre una cruz en

14 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Himno Adoro te devote.

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medio, pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús no nos engaña, nos prometió la felicidad

y nos la dará si vamos por sus caminos.

Con Pedro, Santiago y Juan subamos también nosotros hoy al monte de la Transfiguración y

permanezcamos en contemplación del rostro de Jesús, para acoger su mensaje y traducirlo en nuestra vida;

para que también nosotros podamos ser transfigurados por el Amor. En realidad, el amor es capaz de

transfigurar todo. ¡El amor transfigura todo! ¿Creéis en esto? Que la Virgen María, que ahora invocamos

con la oración del Ángelus, nos sostenga en este camino.

(PAPA FRANCISCO, Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo 1 de marzo de 2015)

P. Gustavo Pascual, IVE

La Transfiguración

Jesús lleva a sus discípulos predilectos a un monte alto y allí se transfigura ante ellos. Aparecen junto

a Él Moisés y Elías, la Ley y los Profetas. Jesús es el nuevo legislador, la plenitud de la ley, y nos da el

Mandamiento Nuevo que encierra en sí todos los mandamientos de la Ley, “os doy un mandamiento nuevo:

que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los

otros”15. Jesús es el profeta por excelencia ya que es la plenitud de la revelación. También en el pasaje se

hace presente el Padre por medio de la nube como en el Antiguo Testamento cuando acompañaba a los

israelitas por el desierto y se escuchó su voz. Los apóstoles manifiestan una gran consolación. Pedro quiere

armar tres carpas para que lo que está presenciando no desaparezca.

Dicen los exégetas que la Transfiguración del Señor tiene por fin confortar a los apóstoles para el

momento de la Pasión, para que animados por ella se enfrenten a la cruz.

La Iglesia nos pone la Transfiguración en este momento de la cuaresma para confortarnos. Para que

en el camino de esta vida y en la realidad de nuestras cruces recordemos el cielo.

Hoy el mundo se ha olvidado del cielo y también muchos cristianos.

El cielo es el lugar para el que fuimos creados, es el fin de nuestra existencia. Es la gran verdad de la

existencia de todo hombre.

El recuerdo del cielo nos da felicidad y nos hace sobrellevar la dura realidad de nuestra vida: las

cruces, los sufrimientos, el dolor, el mal, la fatiga, el trabajo, etc.

Y el camino para llegar al cielo nos lo enseña la voz del Padre: “éste es mi Hijo, mi Elegido,

escuchadle”. Sus palabras nos conducen a la vida eterna: “Tú tienes palabras de vida eterna”16. Porque

escuchar en el lenguaje bíblico significa escuchar y poner en práctica, “el que considera atentamente la Ley

perfecta de la libertad y se mantiene firme, no como oyente olvidadizo sino como cumplidor de ella, ése,

practicándola, será feliz”17.

Al cielo nadie lo ha visto sin morir, nadie de esta tierra tiene un conocimiento facial del cielo. Sin

embargo, lo conocemos por la fe. “La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no

se ven”18. Por eso aunque no hemos visto el cielo con nuestros ojos terrenos lo vemos por la fe y ella es la

garantía de que nuestra esperanza de cielo no es vana. Porque “nuestra salvación es en esperanza”19, una

esperanza fundada en la fe en Dios que nos ha revelado y prometido el cielo.

La visión que tienen los apóstoles reanima su esperanza de alcanzar el Reino de los cielos.

15 Jn 13, 34 16 Jn 6, 68 17 St 1, 25 18 Hb 11, 1 19 Rm 8, 24

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También nosotros cuando se nos oscurezca la visión del cielo a causa de las realidades de esta vida

pidamos al Señor que acreciente nuestra esperanza e intentemos por nuestra parte ver de alguna manera las

realidades celestes. Leer la vida de los santos nos hace ver en cierta manera el cielo, y en especial, la

consideración de la vida de Nuestra Señora y de Jesús. Constatamos, en cierta manera, un pedacito de cielo

en nuestras alegrías, en las consolaciones que el Señor nos da en ciertos momentos de la vida. Imaginar

ciertos pasajes evangélicos o algunos dogmas de fe nos hace anticipar la vida del cielo: la Transfiguración,

las apariciones de Cristo resucitado, la Ascensión del Señor a los cielos, la Asunción de la Virgen y su

coronación como Reina.

Muchas veces imaginar las cosas del cielo hace crecer nuestra esperanza y de esta manera se fortalece

la fe en la palabra de Dios. Imaginar a Jesús y a su Madre, a los ángeles, a los santos, a los cuales tenemos

más devoción.

La vida del cielo es un anhelo inextinguible de nuestra alma. Todos deseamos saber más y conocer

más porque deseamos conocer la Verdad Infinita. Todos queremos tener más y mejores bienes porque

nuestra alma nos espolea a alcanzar el Bien Infinito. Todos queremos ser felices siempre y en todas

circunstancias porque deseamos una Felicidad sin límites que nunca acabe. La Verdad Infinita, el Bien

Infinito, la Felicidad Infinita es el cielo, es Dios, porque como decía San Agustín: “nos criasteis para Ti, y

está inquieto nuestro corazón hasta que descanse en Ti”20.

San Pedro le dice a Jesús: “Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti,

otra para Moisés y otra para Elías, sin saber lo que decía”. Sabía lo que decía en cuanto era bueno estarse

allí y no sabía lo que decía porque todavía no era tiempo de permanecer allí para siempre. Estarse allí era

algo transitorio. No se puede ver a Dios sin morir. El cielo pertenece a una realidad que nos es desconocida

en nuestra actual condición terrena. Por eso el cielo para nosotros es inefable. La expresión de Pedro es la

manifestación del anhelo de toda alma de alcanzar el cielo y de querer eternizar las felicidades terrenales

que son pequeñas participaciones de la felicidad eterna.

Cuando las tentaciones nos asedien, cuando el mundo comience a fascinarnos, cuando se acreciente

el deseo de bienes terrenales pensemos en el cielo a través de aquellos toques que Dios ha hecho en nuestras

vidas, aquellos momentos felices provocados por bienes espirituales e interiores que han sido más profundos

y plenos que los goces de las cosas terrenas. Pensemos en el cielo y los sufrimientos se harán más llevaderos

porque “los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en

nosotros”21.

Por otra parte, escuchemos a Jesús y Él nos hará conocer el camino para llegar al cielo. Pero para

escuchar a Jesús hay que hacer silencio. Para escuchar hay que franquear la limitación del simple oír porque

muchas veces oímos y no escuchamos. Oímos y el sonido entra por un oído y sale por otro. Hay que escuchar

y para escuchar hay que hacer silencio a otros sonidos. A los de fuera y a los de dentro y esto implica un

ejercicio. No podremos escuchar a Jesús si estamos oyendo música u oyendo la televisión o conversando

con otra persona. No podremos escuchar a Jesús si estamos pensando en las diversiones mundanas o en

adquirir bienes terrenales, si oímos la voz de nuestros vicios o de nuestros miedos, si nos imaginamos cosas

fútiles y fantasiosas. Tenemos que aprender a escuchar a Jesús y ¿cómo lo haremos? Abandonando todo para

estar con Él. Si en verdad lo escuchamos caminaremos tras de Él y con seguridad llegaremos al cielo.

Caminando con Él tendremos fortaleza para enfrentar todos los sufrimientos y cruces de esta vida.

iNFO - Homilética.ive

20 SAN AGUSTÍN, Confesiones,1,1 21 Rm 8, 18

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Función de cada sección del Boletín Homilética se compone de 7 Secciones principales:

Textos Litúrgicos: aquí encontrará Las Lecturas del Domingo y los salmos, así como el Guion para la

celebración de la Santa Misa.

Directorio Homilético: es un resumen que busca dar los elementos que ayudarían a realizar un

enfoque adecuado del el evangelio y las lecturas del domingo para poder brindar una predicación más

uniforme, conforme al DIRECTORIO HOMILÉTICO promulgado por la Congregación para el Culto

Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede en el 2014.

Exégesis: presenta un análisis exegético del evangelio del domingo, tomado de especialistas,

licenciados, doctores en exégesis, así como en ocasiones de Papas o sacerdotes que se destacan por

su análisis exegético del texto.

Santos Padres: esta sección busca proporcionar la interpretación de los Santos Padres de la Iglesia,

así como los sermones u escritos referentes al texto del domingo propio del boletín de aquellos santos

doctores de la Iglesia.

Aplicación: costa de sermones del domingo ya preparados para la predica, los cuales pueden facilitar

la ilación o alguna idea para que los sacerdotes puedan aplicar en la predicación.

Ejemplos Predicables: es un recurso que permite al predicador introducir alguna reflexión u ejemplo

que le permite desarrollar algún aspecto del tema propio de las lecturas del domingo analizado.

¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética?

El Instituto del Verbo Encarnado fue fundado el 25 de Marzo de 1984, en San Rafael, Mendoza,

Argentina. El 8 de Mayo de 2004 fue aprobado como instituto de vida religiosa de derecho Diocesano

en Segni, Italia. Siendo su Fundador el Sacerdote Católico Carlos Miguel Buela. Nuestra familia religiosa

tiene como carisma la prolongación de la Encarnación del Verbo en todas las manifestaciones

del hombre, y como fin específico la evangelización de la cultura; para mejor hacerlo proporciona

a los misioneros de la familia y a toda la Iglesia este servicio como una herramienta eficaz enraizada y

nutrida en las sagradas escrituras y en la perenne tradición y magisterio de la única Iglesia fundada

por Jesucristo, la Iglesia Católica Apostólica Romana.

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Este Boletín fue enviado por: [email protected] Provincia Ntra. Sra. de Lujan - El Chañaral 2699, San Rafael, Mendoza, 5600, Argentina

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