05 domingo iii de pascua mayo (ciclo...
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05
mayo
Domingo III de Pascua
(Ciclo C) – 2019
1. TEXTOS LITÚRGICOS
1.a LECTURAS
Nosotros somos testigos de estas cosas;
nosotros y el Espíritu Santo
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 5, 27-32. 40b-41
Cuando los Apóstoles fueron llevados al Sanedrín, el Sumo Sacerdote les dijo: «Nosotros
les habíamos prohibido expresamente predicar en ese Nombre, y ustedes han llenado Jerusalén con
su doctrina. ¡Así quieren hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre!»
Pedro, junto con los Apóstoles, respondió: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios
de nuestros padres ha resucitado a Jesús, al que ustedes hicieron morir suspendiéndolo del patíbulo. A Él,
Dios lo exaltó con su poder, haciéndolo Jefe y Salvador, a fin de conceder a Israel la conversión y el perdón
de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha enviado a los
que le obedecen».
Después de hacerlos azotar, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús y los soltaron. Los
Apóstoles, por su parte, salieron del Sanedrín, dichosos de haber sido considerados dignos de padecer por
el Nombre de Jesús.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 29, 2. 4-6. 11-12a. 13b
R. Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste.
O bien:
Aleluia.
Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste
y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí.
Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir,
cuando estaba entre los que bajan al sepulcro. R.
Canten al Señor, sus fieles; den gracias a su santo Nombre,
porque su enojo dura un instante, y su bondad, toda la vida:
si por la noche se derraman lágrimas,
por la mañana renace la alegría. R.
«Escucha, Señor, ten piedad de mí;
ven a ayudarme, Señor».
Tú convertiste mi lamento en júbilo.
¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente! R.
El Cordero que ha sido inmolado
es digno de recibir el poder y la riqueza.
Lectura del libro del Apocalipsis 5, 11-14
Yo, Juan, oí la voz de una multitud de Ángeles que estaba alrededor del trono, de los Seres Vivientes
y de los Ancianos. Su número se contaba por miles y millones, y exclamaban con voz potente:
«El Cordero que ha sido inmolado
es digno de recibir el poder y la riqueza,
la sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza».
También oí que todas las criaturas que están en el cielo, sobre la tierra, debajo de ella y en el
mar, y todo lo que hay en ellos, decían:
«Al que está sentado sobre el trono y al Cordero,
alabanza, honor, gloria y poder,
por los siglos de los siglos».
Los cuatro Seres Vivientes decían: « ¡Amén!», y los Ancianos se postraron en actitud de adoración.
Palabra de Dios.
ALELUIA
Aleluia.
Resucitó Cristo, que creó todas las cosas
y tuvo misericordia de su pueblo.
Aleluia.
EVANGELIO
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio,
e hizo lo mismo con el pescado
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan 21, 1 -19
Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades.
Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea,
los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros».
Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo:
«Muchachos, ¿tienen algo para comer?»
Ellos respondieron: «No».
Él les dijo: «Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán». Ellos la tiraron y se llenó tanto de
peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!»
Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y
se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo
a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo:
«Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar».
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta
y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: «Vengan a comer».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres?», porque sabían que era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, Juan, ¿me amas más que éstos?»
Él le respondió: «Sí, Señor, Tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos».
Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan ¿me amas?»
Él le respondió: «Sí, Señor, sabes que te quiero».
Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas».
Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara quería, y le dijo: «Señor, Tú lo sabes todo;
sabes que te quiero.
Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas».
Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas
viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras».
De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le
dijo: «Sígueme».
Palabra del Señor.
O bien más breve:
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan 21 , 1-14
Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades.
Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Cana de Galilea,
los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros».
Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo:
«Muchachos, ¿tienen algo para comer?»
Ellos respondieron: «No».
Él les dijo: «Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán». Ellos la tiraron y se llenó tanto de
peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!»
Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y
se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban
sólo a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo:
«Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar».
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta
y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: «Vengan a comen».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres?», porque sabían que era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
Palabra del Señor
1.b GUIÓN PARA LA MISA
Guion para el Domingo III de Pascua
(Domingo 5 de mayo de 2019)
Entrada: Las diferentes apariciones de Jesús a sus discípulos nos estimulan a recorrer el itinerario espiritual
de quienes se encontraron con Cristo y lo reconocieron en esos primeros días después de los acontecimientos
pascuales.
Liturgia de la Palabra
1° Lectura: En medio de las pruebas la fuerza de la resurrección nos llama a dar testimonio de Cristo.
Hechos 5, 27- 32. 40b- 41
Salmo Responsorial: 29, 2, 4-6.11-12a.13b
2° Lectura: Cristo, el Cordero inmolado por nosotros, recibe toda la gloria, el poder, y la alabanza.
Apocalipsis 5,11-14
Evangelio: Los discípulos reconocen a Jesús por el prodigio de la pesca milagrosa. Su influjo quiere ser
profundamente eficaz en nuestra vida. Juan 21, 1- 19
o bien 21, 1- 14
Preces
Oremos a Cristo el Señor que murió y resucitó por los hombres, y ahora intercede por nosotros,
y digámosle:
Por el Santo Padre Francisco y todos los Obispos, para que su predicación y su acción pastoral sea
especialmente tenida en cuenta por todos los cristianos y así, en este tiempo pascual la Iglesia se renueve en
la alegría y el amor de Dios. Oremos…
Por los misioneros de la Iglesia, para que sepan llevar al mundo el secreto gigantesco del cristiano, que es la
alegría, fruto del Misterio Pascual. Oremos...
Por las familias de todo el mundo, para que se comprometan a buscar ardientemente la unión con Dios en el
cumplimiento de los deberes familiares.
Por nosotros, para que la coherencia y la verdad nos lleven a vivir como resucitados, y para que la fuerza
transformante de Jesús nos convierta en testigos de su Resurrección. Oremos…
Oremos.
Cristo, Señor nuestro, que en exceso de amor te ofreciste en la cruz y resucitaste por nuestra
justificación, haz que tus hermanos, renacidos en tu misterio pascual, caminemos por sendas de vida
nueva y anunciemos al mundo el testimonio gozoso de haberte encontrado. Tú que vives y reinas por
los siglos de los siglos.
Liturgia Eucarística
Ofrendas Con tu Sangre, Señor, nos has comprado para Dios, para poder amarle y servirle. Ahora te
presentamos:
Alimentos y nuestro deseo de que los cristianos crezcamos en el amor fraterno que nos une a Cristo
Resucitado.
Pan y vino: que en este Santo sacrificio, por la acción de tu Espíritu Santo, serán transubstanciados en el
Cuerpo y Sangre de Jesús, Vida nuestra.
Comunión: Revivamos en el misterio esta comunión eucarística el gozo inefable del encuentro con Jesús
Resucitado como los apóstoles.
Salida: María oriente los ojos de nuestro corazón al Rostro resucitado de su Hijo para que nos identifiquemos
con Él viviendo una vida nueva.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el Directorio Homilético
Tercer domingo de Pascua (C)
CEC 642-644, 857, 995-996: los Apóstoles y los discípulos dan testimonio de la Resurrección
CEC 553, 641, 881, 1429: Cristo resucitado y Pedro
CEC 1090, 1137-1139, 1326: la Liturgia celestial
642 Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles - y a Pedro
en particular - en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de Pascua. Como testigos
del Resucitado, los apóstoles son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera comunidad
de creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos, conocidos de los cristianos y, para la
mayoría, viviendo entre ellos todavía. Estos "testigos de la Resurrección de Cristo" (cf. Hch 1, 22) son
ante todo Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente de más de quinientas
personas a las que se apareció Jesús en una sola vez, además de Santiago y de todos los apóstoles (cf.
1 Co 15, 4-8).
643 Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no
reconocerlo como un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la fe de los discípulos fue sometida
a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por él de antemano(cf.
Lc 22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión fue tan grande que los discípulos (por lo menos,
algunos de ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de
mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística, los evangelios nos presentan a los
discípulos abatidos ("la cara sombría": Lc 24, 17) y asustados (cf. Jn 20, 19). Por eso no creyeron a las
santas mujeres que regresaban del sepulcro y "sus palabras les parecían como desatinos" (Lc 24, 11;
cf. Mc 16, 11. 13). Cuando Jesús se manifiesta a los once en la tarde de Pascua "les echó en cara su
incredulidad y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían visto resucitado" (Mc 16,
14).
644 Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante la realidad de Jesús resucitado, los discípulos
dudan todavía (cf. Lc 24, 38): creen ver un espíritu (cf. Lc 24, 39). "No acaban de creerlo a causa de
la alegría y estaban asombrados" (Lc 24, 41). Tomás conocerá la misma prueba de la duda (cf. Jn 20,
24-27) y, en su última aparición en Galilea referida por Mateo, "algunos sin embargo dudaron" (Mt
28, 17). Por esto la hipótesis según la cual la resurrección habría sido un "producto" de la fe (o de la
credulidad) de los apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la Resurrección nació -
bajo la acción de la gracia divina- de la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado.
857 La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:
- Fue y permanece edificada sobre "el fundamento de los apóstoles" (Ef 2, 20; Hch 21, 14), testigos escogidos
y enviados en misión por el mismo Cristo (cf Mt 28, 16-20; Hch 1, 8; 1 Co 9, 1; 15, 7-8; Ga 1, l; etc.).
- Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza (cf Hch 2, 42), el buen
depósito, las sanas palabras oídas a los apóstoles (cf 2 Tm 1, 13-14).
- Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos
que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, "a los que asisten los presbíteros
juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia" (AG 5):
Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los santos pastores, lo proteges y conservas,
y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión
de anunciar el Evangelio (MR, Prefacio de los apóstoles).
995 Ser testigo de Cristo es ser "testigo de su Resurrección" (Hch 1, 22; cf. 4, 33), "haber comido y bebido
con El después de su Resurrección de entre los muertos" (Hch 10, 41). La esperanza cristiana en la
resurrección está totalmente marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos
como El, con El, por El.
996 Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones (cf.
Hch 17, 32; 1 Co 15, 12-13). "En ningún punto la fe cristiana encuentra más contradicción que en la
resurrección de la carne" (San Agustín, psal. 88, 2, 5). Se acepta muy comúnmente que, después de la
muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este
cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?
553 Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: "A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y
lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos"
(Mt 16, 19). El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús,
"el Buen Pastor" (Jn 10, 11) confirmó este encargo después de su resurrección:"Apacienta mis ovejas" (Jn
21, 15-17). El poder de "atar y desatar" significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar
sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia
por el ministerio de los apóstoles (cf. Mt 18, 18) y particularmente por el de Pedro, el único a quien él confió
explícitamente las llaves del Reino.
Las apariciones del Resucitado
641 María Magdalena y las santas mujeres, que venían de embalsamar el cuerpo de Jesús (cf. Mc 16,1; Lc
24, 1) enterrado a prisa en la tarde del Viernes Santo por la llegada del Sábado (cf. Jn 19, 31. 42) fueron
las primeras en encontrar al Resucitado (cf. Mt 28, 9-10;Jn 20, 11-18).Así las mujeres fueron las
primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles (cf. Lc 24, 9-10). Jesús
se apareció en seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co 15, 5). Pedro, llamado a
confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 31-32), ve por tanto al Resucitado antes que los demás y
sobre su testimonio es sobre el que la comunidad exclama: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se
ha aparecido a Simón!" (Lc 24, 34).
881 El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de él, la piedra de su Iglesia. Le
entregó las llaves de ella (cf. Mt 16, 18-19); lo instituyó pastor de todo el rebaño (cf. Jn 21, 15-17).
"Está claro que también el Colegio de los Apóstoles, unido a su Cabeza, recibió la función de atar y
desatar dada a Pedro" (LG 22). Este oficio pastoral de Pedro y de los demás apóstoles pertenece a los
cimientos de la Iglesia. Se continúa por los obispos bajo el primado del Papa.
1429 De ello da testimonio la conversión de S. Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de
infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (Lc 22,61) y, tras la
resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él (cf Jn 21,15-17). La segunda conversión
tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia:
"¡Arrepiéntete!" (Ap 2,5.16).
S. Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, en la Iglesia, "existen el agua y las lágrimas:
el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia" (Ep. 41,12).
1090 "En la liturgia terrena pregustamos y participamos en aquella liturgia celestial que se celebra en la
ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha
del Padre, como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos un himno de gloria al Señor
con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos, esperamos participar con ellos y
acompañarlos; aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra Vida,
y nosotros nos manifestamos con El en la gloria" (SC 8; cf. LG 50).
La celebración de la Liturgia celestial
1137 El Apocalipsis de S. Juan, leído en la liturgia de la Iglesia, nos revela primeramente que "un trono
estaba erigido en el cielo y Uno sentado en el trono" (Ap 4,2): "el Señor Dios" (Is 6,1; cf Ez 1,26-28).
Luego revela al Cordero, "inmolado y de pie" (Ap 5,6; cf Jn 1,29): Cristo crucificado y resucitado, el
único Sumo Sacerdote del santuario verdadero (cf Hb 4,14-15; 10, 19-21; etc), el mismo "que ofrece
y que es ofrecido, que da y que es dado" (Liturgia de San Juan Crisóstomo, Anáfora). Y por último,
revela "el río de Vida que brota del trono de Dios y del Cordero" (Ap 22,1), uno de los más bellos
símbolos del Espíritu Santo (cf Jn 4,10-14; Ap 21,6).
1138 "Recapitulados" en Cristo, participan en el servicio de la alabanza de Dios y en la realización de su
designio: las Potencias celestiales (cf Ap 4-5; Is 6,2-3), toda la creación (los cuatro Vivientes), los
servidores de la Antigua y de la Nueva Alianza (los veinticuatro ancianos), el nuevo Pueblo de Dios
(los ciento cuarenta y cuatro mil, cf Ap 7,1-8; 14,1), en particular los mártires "degollados a causa de
la Palabra de Dios", Ap 6,9-11), y la Santísima Madre de Dios (la Mujer, cf Ap 12, la Esposa del
Cordero, cf Ap 21,9), finalmente "una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación,
razas, pueblos y lenguas" (Ap 7,9).
1139 En esta Liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar cuando celebramos el Misterio de
la salvación en los sacramentos.
1326 Finalmente, la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida
eterna cuando Dios será todo en todos (cf 1 Co 15,28).
2. EXÉGESIS
Manuel de Tuya
Aparición de Cristo junto al lago y la pesca milagrosa
E l capítulo 21 de Jn es admitido por la mayoría de los exegetas que es un “apéndice” a su evangelio. Este
aparece concluido en el capítulo anterior (v.20-31). Sin embargo, a diferencia de la parte “deuterocanónica”
de Mc (16:9-20), del evangelio de Jn no hay la menor huella o indicio, en la tradición manuscrita, de que
haya sido publicado sin este “apéndice.” La integridad, en su origen, se impone.
(…)
Aparición de Cristo junto al lago y pesca milagrosa, 21:1-14. 1 Después de esto, se apareció Jesús a los discípulos junto al mar de Tiberíades, y se apareció
así: 2 Estaban juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo; Natanael, el de Cana de Galilea,
y los hijos del Zebedeo, y otros discípulos. 3 Díjoles Simón Pedro: Voy a pescar. Los otros le
dijeron: Vamos también nosotros contigo. Salieron y entraron en la barca, y en aquella noche
no pescaron nada. 4 Llegada la mañana, se hallaba Jesús en la playa; pero los discípulos no se
dieron cuenta de que era Jesús. 5 Díjoles Jesús: Muchachos, ¿no tenéis a la mano nada que
comer? Le respondieron: No. 6 EL les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis.
La echaron, pues, y ya no podían arrastrar la red por la muchedumbre de los peces. 7 Dijo
entonces a Pedro aquel discípulo a quien amaba Jesús: Es el Señor. Así que oyó Simón Pedro
que era el Señor, se puso el sobrevestido, pues estaba desnudo, y se arrojó al mar. 8 Los otros
discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra sino como unos doscientos codos,
tirando de la red con los peces. 9 Así que bajaron a tierra, vieron unas brasas encendidas y un
pez puesto sobre ellas, y pan. 10 Díjoles Jesús: Traed de los peces que habéis pescado ahora. 11
Subió Simón Pedro y arrastró la red a tierra, liena de ciento cincuenta y tres peces grandes,y,
con ser tantos, no se rompió la red. 12 Jesús les dijo: Venid y comed. Ninguno de los discípulos
se atrevió a preguntarle: ¿Tú quién eres? sabiendo que era el Señor. 13 Se acercó Jesús, tomó
el pan y se lo dio, e igualmente el pez. 14 Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los
discípulos después de resucitar de entre los muertos.
La narración comienza con una simple unión literaria con lo anterior, usual en el cuarto evangelio (Jua_5:1;
Jua_6:1; Jua_7:1). La escena pasa en Galilea y “junto al mar de Tiberíades,” lo que antes se había precisado
añadiendo que era el “mar de Galilea” (Jua_6:1). (…)
El que los apóstoles estén en Galilea, sin decirse más, es un tácito entronque histórico de la narración
de Jn con los sinópticos. En éstos, Cristo primero les había anunciado (Mat_26:32; Mar_14:28) y luego
les había ordenado por el ángel (Mat_28:7-10; Mar_16:7) ir a Galilea después de su resurrección, en donde
le verían. Alejados de los peligros de Jerusalén, tendrían allí el reposo para recibir instrucciones sobre el
reino por espacio de cuarenta días (Hec_1:3). Jn no trata de armonizar esta discrepancia antes registrada.
Los apóstoles debieron de volver, de momento, a sus antiguas ocupaciones. Separado de ellos Cristo,
quedaban desconcertados hasta recibir nuevas instrucciones. Es lo que se ve en esta escena. Pedro debió de
volver a su casa de Cafarnaúm (Mat_8:5.14 par.). Estaban juntos Simón Pedro y Tomás el Dídimo; Natanael,
el de Cana de Galilea; “los hijos del Zebedeo,” Juan y Santiago el Mayor, y otros dos discípulos,
probablemente también apóstoles, ya que allí estaban conforme a la orden sinóptica del Señor de volver a
Galilea 2. Es extraño en este pasaje el que se diga de Natanael que era de Cana de Galilea, cuando ya antes
lo expuso, con cierta amplitud el evangelista (Jua_1:45ss). Su presencia entre el grupo de los apóstoles se
explicaría mejor si se admite, como muchos lo hacen, su identificación con el apóstol Bartolomé 3. (...)
(...)
Pedro aparece también con la iniciativa. Al anuncio de ir a pescar, se le suman también los otros.
Habían vuelto al trabajo. Debía de ser ya el atardecer cuando salieron en la barca, pues “aquella noche” no
pescaron nada. La noche era tiempo propicio para la pesca 4. Al alba, Jesús estaba en la playa, pero ellos no
lo conocieron, sea por la distancia, sea por su aspecto, como no le conoció Magdalena ni los de Emaús. “En
la orilla vieron un hombre. En Oriente hay siempre espectadores para todo. Jesús se expresa como quien
tiene gran interés por ellos, y les habla en tono animado” 5. Les pregunta si tienen algo de pesca para comer.
Acaso piensan en algún mercader que se interese por la marcha de la pesca para comprarla. A su respuesta
negativa, les da el consejo de tirar “la red a la derecha (…) de la barca, y hallaréis” pesca. Ante el fracaso
nocturno, se decidieron a seguir el consejo. (…) En el Tiberíades hay verdaderos bancos de peces, no siendo
raro que lleguen a ocupar unas 51 áreas 6.
(...)
Echada la red, ya no podían arrastrarla por la multitud de la pesca obtenida. Esta sobreabundancia o
plenitud es un rasgo en el que Jn insiste en su evangelio: tal en Cana (Jua_2:6); en el “agua viva” (Jua_4:14;
Jua_7:37ss); en la primera multiplicación de los panes (Jua_6:11); en la vida “abundante” que da el Buen
Pastor (Jua_10:10); lo mismo que en destacar que el Espíritu había sido dado a Cristo en “plenitud”
(Jua_3:34).
(....)
Ante esta aparición y en aquel ambiente de la resurrección, Jn percibió algo, evocado acaso por la
primera pesca milagrosa (Luc_5:1-11), y al punto comprendió que aquella persona de la orilla era el mismo
Cristo. Esto fue también revelación para Pedro. El dolor del pasado y el ímpetu de su amor — la psicología
de Pedro — le hicieron arrojarse al mar para ir enseguida a Cristo. El peso de la pesca le hizo ver el retraso
de la maniobra para atracar. Y se arrojó al mar.
Pero estaba en el traje de faena: “desnudo” (γυμνός ) — es la traducción material de la palabra — ,
por lo que “se ciñó” el “traje exterior” (τον eπενδύτην ), como la palabra indica. Debía de ser la amplia
blusa de faena, el rabínico qolabiw.
“Como ya hemos dicho, en el lago de Genesaret el agua y el aire se conservan calientes en aquella
estación del año aun durante la noche. Los pescadores suelen quitarse los vestidos ordinarios y echarse
encima una especie de túnica ligera de pescador, sin ceñírsela con el cíngulo; de ese modo, en caso de
necesidad, están dispuestos a nadar.
Estos mismos orientales, que no tienen dificultad en dejar los vestidos ordinarios durante la faenas,
evitan comparecer en traje de trabajo delante de los que no son iguales a ellos. Pedro estaba “desnudo,” es
decir, no completamente vestido, cuando Jn le dijo: “El Señor es.” No sólo para nadar con más seguridad,
sino también por cierto sentimiento de decencia, antes de echarse al agua se ciñó Pedro la túnica con el
cíngulo” 7.
Los otros discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red cargada de pesca, ya que no estaban lejos
de la costa. Estaban “como a unos 200 codos,” sobre unos 90 metros.
Cuando llegaron a tierra, vieron “unas brasas encendidas y, puesto sobre ellas, un pez, y pan.”
Pero, cuando ya están estos discípulos en tierra, Cristo les manda traer los peces que acaban de
pescar.
Para esto, Pedro, espontáneamente, acaso por ser el dueño de la barca, subió a ella y “arrastró la red
a tierra.” Se hizo el recuento y habían pescado 153 peces “grandes.” Posiblemente se quiera decir con esto
que, en el recuento global, éstas eran las mejores piezas. Sobre la interpretación de esta cifra se ha hecho una
verdadera cabalística, sin consistencia. Solamente pudo haber tenido ciertos visos de probabilidad una
sugerencia de San Jerónimo. Según éste, Oppiano de Cilicia (sobre el año 180) diría, en su obra Haliéutica,
que eran “153 los géneros de los peces” 8. (…). Si esta cita que hace, de paso, San Jerónimo, se basase en
una opinión corriente entre los especialistas de aquel tiempo, y estuviese, además, verdaderamente extendida
entre el vulgo, podría aceptarse como número expreso simbólico de lo que va a ser, también genéricamente
simbólico. Hecho el recuento, éste era el número de la pesca. Es lo que Jn quiere decir en otros lugares
(Jua_6:9.13).
El evangelista destaca, sin duda con un valor “simbolista,” el que, con “ser tantos los peces
capturados, no se rompió la red.”
Cristo les invita a comer. El mismo tomó “el pan” al que acaba de aludir, e igualmente “el pez,” y les
dio ambas cosas para “comer.” ¿Qué significan este “pan” y este “pez” sobre esas brasas, que Cristo —
milagrosamente — les preparara y que luego les da a comer? Se piensa en que tiene un triple sentido: 1)
afectivo: Cristo muestra su caridad; 2) apologético: Cristo quiere demostrar con ello la realidad de su
resurrección, como lo hizo en otras ocasiones (Luc_24:41-43; Hec_1:4), en las que El mismo comió como
garantía de la verdad de su cuerpo; aquí, sin embargo, el evangelista omitió que Cristo hubiese también
comido, para destacar el aspecto “simbolista”; esa comida dada por su misma mano a ellos les hacía ver la
realidad del cuerpo de Cristo. Era el mismo Cristo que había multiplicado, en otras ocasiones, los panes y
los peces, como seguramente aquí también multiplicó un pez y un pan para alimentar a siete discípulos;
como allí era realmente El quien les daba el pan y peces que multiplicó, aquí también era realmente El
mismo; 3) simbólico: como se expondrá luego.
En todo esto destaca el autor que ninguno se atrevió a preguntarle quién era, pues sabían que era el
Señor. Era un motivo de respeto hacía El, como ya lo habían tenido, en forma igual, cuando hablaba con la
Samaritana (Jua_4:27), máxime aquí, al encontrarse con El resucitado y en una atmósfera distinta. Por
eso no se atreven a profundizar más el misterio (…).
Jn consigna que ésta fue la tercera vez que Cristo se apareció resucitado a sus discípulos, conforme
al esquema literario del evangelio de Jn. Las otras dos veces fue en Jerusalén, la tarde misma de la
resurrección, y la segunda, en las mismas condiciones, a los ocho días (Jua_20:19-29). Ni sería improbable
que quiera precisarse que éstas son anteriores a las apariciones galileas relatadas en los sinópticos 8.
Valor”simbolista” de esta narración.
El “simbolismo” del evangelio de Jn está muy acusado en este capítulo. La escena, que es relato
histórico, está narrada en una forma tal, que se acusa en su estructuración toda una honda evocación
“simbolista,” especialmente en torno a Pedro. Se puede sintetizar en los siguientes puntos:
1) Pedro se propone pescar. Suben a su barca otros discípulos. El número de los pescadores que van
en la barca de Pedro es de siete, número de universalidad. Por sus solos esfuerzos nada logran en la noche
de pesca.
2) Pero Cristo vigila desde lugar seguro por la barca de Pedro y de los que van en ella, lo mismo que
por su obra. Por eso, les dice cómo deben pescar. El mandarles tirar la red a la derecha pudiera tener acaso
un sentido de orientación a los elegidos (Mat_25:33).
3) La barca de Pedro sigue ahora las indicaciones de Cristo; Pedro es guiado por Cristo. Cristo
orienta la barca de Pedro en su tarea, en su marcha. Y entonces la pesca es abundantísima. La Iglesia es
guiada por Cristo. La “red” es símbolo de la del reino (Mat_4:19 par.), de la Iglesia, como la “pesca”
milagrosa fue ya símbolo de la predicación de los apóstoles (Luc_5:10).
4) Terminadas sus faenas, en nombre de Cristo — faenas apostólicas — todos vienen a Cristo. Es a
El a quien han de rendírsele los frutos de esta labor de apostolado.
5) Cristo mira por los suyos, por sus tareas y fatigas. Pan y peces fue el alimento que El multiplicó
dos veces. El les tiene preparado un alimento que los repara y los “apostoliza.” El mismo se lo da. Evoca
esto la sentencia de Cristo: “Venid a mí todos los que estéis cansados y cargados, que yo os aliviaré”
(Mat_11:28). El que El lo tomó y se lo dio parecería orientar simbólicamente a la eucaristía. El que esté un
pez sobre brasas indica la solicitud de Cristo por ellos al asarles así la pesca, encuadrado también en el valor
histórico-simbolista” de la escena. Si les manda traer de los peces que han pescado y unirlos al suyo (v.10),
hace ver que todo alimento apostólico se ha de unir al que Cristo dispensa (Jua_4:36-38).
6) Acaso también se pudiera ver un “simbolismo” en la frase de no preguntarle quién era, sabiendo
todos que era el Señor. En la tarea apostólica, el apóstol sabe que Cristo está con él, lo siente y lo ve en toda
su obra.
7) También se pensó si podría ser un rasgo simbolista el que no pesquen nada en la “noche,” sino en
la “mañana”, a la luz de Cristo.
La prueba a Pedro,Jua_21:15-19.
15 Cuando hubieron comido, dijo Jesús a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más
que éstos? El le dijo: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Díjole: Apacienta mis corderos. 16 Por
segunda vez le dijo: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor, tú sabes
que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejuelas. 17Por tercera vez le dijo: Simón, hijo de
Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntase: ¿Me amas? Y le
dijo: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo. Díjole Jesús: Apacienta mis ovejuelas. 18 En
verdad, en verdad te digo: Cuando eras joven, tú te ceñías e ibas donde querías; cuando
envejezcas, extenderás tus manos, y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras. 19 Esto lo
dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios. Después añadió: Sígueme.
Se admite ordinariamente que esta triple confesión que Cristo exige a Pedro es una compensación a sus tres
negaciones, lo mismo que es un rehabilitarle públicamente ante sus compañeros. Pedro debió de comprender
esto, pues a la tercera vez que le pregunta si le ama, “se entristeció.” No en vano él las había “llorado
amargamente” (Mat_26:75). Después de protestarle su amor dos veces, a la tercera, evocando sus pasadas
promesas, desconfió de sí, para presentar un amor más profundo, por ser más humilde. Por eso apeló al
conocimiento de la omnisciencia de Cristo. No le alegó sus palabras; remitió su corazón a la mirada
omnisciente del Señor. Lo que es un modo de presentarle como Dios, ya que es en el A.T. atributo exclusivo
de Dios (Hec_1:24). Además, al preguntarle si le ama más que los discípulos presentes, hace ver que para
apacentar el rebaño espiritual supone esto un gran amor a Cristo. “El buen pastor da la vida por sus ovejas”
(Jua_10:11).
Fuera de la triple forma de preguntarle por su amor a El y de la triple respuesta de Pedro, dos son los
elementos a valorarse: a) el sentido de las diversas expresiones de “apacentar”; y b) los diversos términos
con que se expresan los fieles.
Profecía de la muerte de Pedro (v.18-19).
Sugerido por las “negaciones” de Pedro, que había prometido seguir a Cristo hasta la muerte y luego
lo negó (Mat_26:31-35 par.), compensadas ahora con estas tres graves protestas de amor, Cristo le profetiza
a Pedro que luego lo seguirá a la muerte. Ya en Jn, en el relato del anuncio de la negación de Pedro, Cristo,
al vaticinarle la caída, se lo profetiza, al decir aquél que no duda “seguir ahora” a Cristo, que le “seguirá más
tarde” a la muerte (Jua_13:36-38).
A esta sugerencia se une otra, que se presta para que Cristo le haga la profecía de su muerte. La
profecía está presentada, al gusto oriental, en forma de un enigma, pero lo suficientemente clara y, por otra
parte, muy del estilo de Jn (Jua_2:19; Jua_3:3; Jua_7:34; Jua_8:21-28.32.51; Jua_11:11.50, etc.).
Pedro, de “joven,” él mismo “se ceñía e iba a donde quería.” La imagen está tomada del medio
ambiente. Los orientales acostumbran a recoger sus amplias túnicas con un cordón atado a la cintura, para
caminar o trabajar, que es lo que hizo Pedro al echarse al mar para ir al encuentro de Cristo (Jua_21:7).
Pero, a la hora de la vejez, “extenderás tus manos y otro te ceñirá, y te llevará a donde tú no quieras.”
Y el evangelista añade que esto lo dijo de la “muerte” de Pedro. A la hora de la composición de este
evangelio, el evangelista había visto la profecía en el cumplimiento del martirio de Pedro, bajo Nerón (54-
68), que murió crucificado, como ya lo afirmaba San Clemente Romano 14. Según algunos autores, habría
sido crucificado con la cabeza abajo 15, pero este rasgo no afecta al vaticinio de la muerte de Pedro.
La imagen con que se vaticina esto es, en contraposición a la anterior, la de una persona anciana que,
no pudiendo manejarse, necesita levantar los brazos para que otros le ciñan la túnica y le ayuden a moverse,
llevándolo para que se mueva. No que le lleven a donde no quiera (…).
Este gesto de “extender tus manos” es la alusión a la crucifixión de Pedro. Lo decía un autor de la
antigüedad, caracterizando la crucifixión por “la extensión de las manos” l6; y así la describen autores de esa
época 17. Tertuliano aplica bien este ambiente al caso de Pedro, al escribir: “Fue entonces Pedro atado por
otro cuando fue sujetado a la cruz” (“tune Petrus ab altero cingitur, cum cruci adstringitur”) 18.
“Esto lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios.” Pedro, al participar de esta
muerte de Cristo y a su modo, viene también a “glorificar” a Dios (Jua_13:1). Es un reflejo del valor triunfal
con que Jn considera la muerte de Cristo 19 y su imitación en los mártires.
Después que Cristo hace este vaticinio a Pedro, añadió: “Sígueme.” Esta frase era muy evocadora,
máxime en este momento. Fue la llamada vocacional a Pedro y a otros apóstoles (Mat_4:19ss; Mat_9:9).
Era evocación de aquel “a donde Yo voy (Cristo), tú no puedes seguirme ahora,” que le dijo a Pedro, pero
“me seguirás más tarde” (Jua_13:36); era evocar aquel “donde Yo esté, allí estará también mi servidor”
(Jua_12:26), porque es trigo que ha de morir para fructificar (Jua_12:24ss); era evocar que “el buen pastor
ha de dar la vida por sus ovejas” (Jua_10:11). Todo esto está sugerido en la perspectiva literaria de Jn.
Por eso, si esta frase tenía sentido de invitación para acompañar materialmente a Cristo, como se
desprende del contexto (v.20), el sentido ha de prolongarse, al menos en un sentido “simbólico,” hasta
seguirle en la muerte. Todo el contexto lo ambienta así. La frase tenía, seguramente, un doble sentido, de
perspectiva homogénea 20.
(DE TUYA, M., Evangelio de San Juan, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia Comentada,
BAC, Madrid, Tomo Vb, 1977)
3. COMENTARIO TEOLÓGICO
P. Leonardo Castellani
Las dos pescas milagrosas
La Pesca Milagrosa es un milagro repetido, lo mismo que la Multiplicación de los Panes y la Echada
de los Mercaderes del Templo. Cuando Cristo repita el mismo gesto, eso tiene misterio; y la segunda vez no
significa lo mismo que la primera; porque de no, bastaba la primera. Este milagro significa el poder de Dios
sobre los animales irracionales... y los racionales.
La Primera Pesca Milagrosa está junto con la Segunda Llamada de los Apóstoles (la llamada a ser
Apóstoles y no ya meros creyentes) y la segunda “ricapesca” –como traduce Lutero– está después de la
Resurrección en la penúltima –y no en la última, como dice Lagrange– aparición de Jesús: la última, antes
de la Ascensión; junto con la confirmación de Pedro, pecador contrito, como jefe de la Iglesia: “Apacienta
mis ovejas”.
Los milagros de Cristo tuvieron por fin mostrar Su poder, que es el poder de Dios: son la confirmación
divina de lo que Él enseñó. Cristo mostró su poder sobre las cosas inanimadas (caminó sobre las aguas),
sobre los productos del hombre (multiplicó el pan y el vino), sobre las plantas (secó la higuera maldita),
sobre los animales (en este caso) y también sobre el cuerpo humano (curó enfermos), sobre los demonios
(los exorcizó y dominó) y sobre la Muerte, el gran conquistador del género humano, como la llamó el poeta
Schiller, “der Erobner”, resucitando tres muertos y resucitando El mismo. Pero ninguno de estos poderes
podían hacer impresión tan inmediata sobre los Apóstoles, pescadores de profesión, como su poder sobre
los peces: bicho que no tiene rey. Así, por ejemplo, usted puede ser el matemático, literato o filósofo más
grande del mundo y su mujer de usted no se asombrará; pero si un día llega a mostrarle que sabe más que
ella de cocina, se quedará impresionadísima. Y así Simón Pedro hijo de Juan se impresionó como nunca en
su vida y sintió el pavor de la divinidad delante de Él: que eso significa claramente su extraño grito:
“¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!”. Bueno, si era pecador, tenía que decir lo contrario:
“¡Acércate a mí, Señor, salud de los pecadores!”, comenta Maldonado con bastante simpleza. No se trataba
allí de devoterías, y San Pedro no era una beata. “No temas: desde hoy yo te haré ser pescador de hombres.”
Hay un sentimiento profundo y primordial en el ser humano, consistente en que, delante de lo infinito
–es decir, de lo divino– el hombre se queda chuto. Los que han estado en una tempestad en el mar o en la
cumbre de una alta montaña lo conocen; y muchos otros, además. Es el sentimiento que los ingleses llaman
awe y que no tiene nombre en castellano: la palabra reverencia, que en latín equivale a awe y significa temer
el doble (revereor) se ha gastado y no significa más temor al doble. Eso lo llaman hoy sentimiento de
inferioridad, de indigencia o de anonadamiento; y constituye el fondo del sentimiento religioso, oh
Maldonado ¿Es posible que nunca lo hayas sentido, oh ratón de biblioteca? Es lo que sintió San Pedro; sintió
una sublimidad, una infinitud delante de Él; y se espantó. Y era para espantarse, porque en seguida Cristo le
dijo que lo iba a hacer “pescador de hombres”. “Y enseguida, llevadas las canoas a la ribera, y abandonando
allí todo, lo siguieron.” Algún tiempo después tras una noche de oración, bajó Cristo del Monte, se sentó
entre ellos, y señalándolos y nombrándolos uno por uno, designó a los Doce. Hoy día todos somos
“Apóstoles”, de labios afuera. Ser apóstol es difícil, es tremendo: pide muchas etapas y son pocos los
verdaderos.
En la segunda pesca, Pedro no se espantó, Cristo resucitado apareció en un fiordo del Lago,
haciéndose el forastero; y les gritó: “Muchachos ¿habéis pescado?”. Era demasiado evidente que no habían
pescado nada en toda la noche, y así lo reconocieron bruscamente. Sucedió la otra pesca milagrosa, después
de la instrucción del forastero: “Echad a estribor.” San Juan reconoció a Cristo y advirtió a San Pedro: “Es
el Señor.” San Pedro, “que estaba desnudo, se puso la túnica y se tiró a nado”, dice la Vulgata latina; por
donde se ve que el traductor de la Vulgata, a pesar de ser dálmata, no sabía nadar: no se puede nadar con una
túnica. San Pedro estaba en traje de gimnasta –que es la palabra del texto griego: “éen gar gimnós”– es
decir, en zaragüelles o shorts, como dicen ahora; y lo que hizo fue ceñírselos fuertemente (“se ciñó”, dice el
griego) porque el agua es una gran quitadora de zaragüelles, si uno se descuida. San Pedro, pues, se pasó un
cinturón sobre la vestidura sumaria que tenía para el trabajo. En esta ocasión después que comieron juntos,
y después de preguntarle solemnemente tres veces si lo amaba más que los otros Cristo le dijo también por
tres veces delante de todos: “Pastorea mis ovejas”, y le predijo su martirio.
Este doble milagro significa pues con toda claridad el milagro moral de la Iglesia. Mas la primera
pesca representa la Iglesia en este mundo; y la segunda, la Iglesia de la Resurrección, la Iglesia Triunfante.
Y así todas las diferencias entre los dos milagros apuntan a ese sentido: en la primera, Cristo no les dice:
“Echad a la derecha”, como en la segunda: la derecha siendo la señal de los elegidos en la parábola del Juicio
Final; en la primera se rompen las redes y en la segunda no; en la primera llenan los botes con la pesca y en
la segunda la arrastran a tierra firme; en la primera Pedro se espanta y en la segunda salta al agua
apresuradamente para ir a Cristo; en la primera no se cuentan los peces y en la segunda Cristo les manda
contarlos muy cuidadosamente, rechazando los chicos; y el resultado son 153 peces grandes. Finalmente, la
primera tiene lugar al comienzo del ministerio eclesiástico de Cristo; y la segunda a la vista de Cristo
resucitado. Y Cristo no está más en la barquilla: está en la ribera.
En ningún otro Evangelio los símbolos son tan claros como en éste: la derecha es el lugar de los
elegidos, ya lo hemos dicho; el romperse las redes significa las herejías y cismas que acompañan a la Iglesia
en este mundo; la tierra firme en contraposición al mar significa siempre en los profetas lo divino con
respecto a lo terrenal, la religión contrapuesta al mundo; el contar los peces significa el juicio y la elección;
e incluso el número 153 significa algo. De modo que los pescadores de hombres pescarán dos veces: una
durante la duración de este mundo y otra al final de él; la primera pesca llenará la barquilla de Pedro, la
segunda el convite de la bienaventuranza y eso por virtud de lo Alto y no por virtud humana, porque “sin Mí
nada podéis”; las dos pescas son milagrosas. Cristo figuró siempre en sus parábolas la alegría de la vida
bienaventurada como un convite; y en afecto, allí al llegar a las márgenes del fiordo (la desembocadura del
arroyo Hammán, según se cree) les tenía preparado un almuerzo no por modesto menos alegre; había un pez
asado al fuego, pan y miel; y había sobre todo la presencia gloriosa del Maestro amado. Los ciento cincuenta
y tres peces grandes resultaron pues un lujo. No dice el Evangelio que los tiraron de nuevo al mar; pero bien
puede ser que hayan seguido a Cristo olvidados de todo y “abandonándolo todo”, como la primera vez –yo,
conque Dios me dé en el cielo “olvidarlo todo”, me doy por satisfecho. ¡Qué convite de bodas! Dormir es lo
que necesito–.
¿Es esto que hemos hecho con estos dos evangelios paralelos una alegoría? No es una alegoría, no
es el sentido alegórico que llaman. Es el segundo sentido literal: o sea el sentido religioso, místico o
anagógico, como dicen los pedantes. En la Encíclica Divino Afflante Spiritu, S. S. Pío XII recomienda mucho
a los exégetas que busquen el sentido literal; y que sobre él, como es obvio, funden todos los demás; y los
previene y desanima contra la “alegoría” o “sentido traslaticio”, como allí se llama; de la cual abusaron
bastante, conforme al gusto de su época, que no es el nuestro, los exégetas antiguos. Para dar un ejemplo de
estos diversos sentidos de la Escritura, legítimos en sí mismos pero subordinados entre sí, sirva este
evangelio: en afecto, San Agustín interpretó alegóricamente el número 153; y San Jerónimo en el sentido
literal segundo.
¿Quiere decir algo ese número? Ciertamente; porque no de balde Cristo hizo numerar los peces, y el
Evangelista lo escribió. ¿Qué quiere decir? San Agustín nota que 153 es igual a la suma de todos los números
enteros de uno hasta diecisiete; y el número diecisiete se descompone en diez más siete: diez significa los
Preceptos del Decálogo y siete los dones del Espíritu Santo: he aquí juntas la Ley Antigua y la Nueva. Esta
alegoría matemática es muy ingeniosa, pero si Cristo hubiera querido dar a entender eso, los Apóstoles se
hubiesen quedado en ayunas; y todos los cristianos hasta el siglo IV; y los demás, también.
San Jerónimo, que estaba en Palestina en el mismo tiempo en que San Agustín profería su sermón
N° 251 –el más hermoso de sus sermones– descubrió el acertijo quizá por un casual: averiguó que los
pescadores palestinenses creían que 153 especies diversas de peces existían y nada más; y parece que esta
creencia era general, puesto que Jerónimo cita como autoridad sobre ella a Oppiano de Cilicia, poeta que
vivió 180 años después de Cristo. De ese modo, el símbolo era transparente, aun para los Apóstoles;
significaba que en el Reino de los Cielos habría hombres de todas las especies –y hay una repetición del
mismo símbolo en la visión que tuvo San Pedro en Joppe en el mismo sentido–, judíos y gentiles, orientales
y occidentales, chinos y franceses, blancos y mulatos, inocentes y pecadores, empleados públicos y
vendedores ambulantes de ojos artificiales; e incluso algún ex ladrón y alguna ex prostituta: excepto
solamente los usureros y los politiqueros, gracias a Dios. Ésos, aunque solemos llamarlos pejes, son sapos y
culebras en realidad –esto último es sentido alegórico; y no lo inventó San Agustín, sino yo–.
“Los hechos del Verbo también son verbos”, dice San Ambrosio: los milagros de Cristo, además de
ser un beneficio a sus receptores son también y muy principalmente un símbolo, una parábola en acción:
“uno eodemque sermone, dum narrat gestum, prodit mysterium”, dice Gregorio el Magno. De modo que
este doble milagro, al mismo tiempo que significa el poder de Cristo sobre los animales, es también signo
de la Iglesia en sus dos estados: Militante y Triunfante; y de la bienaventuranza. ¡Dichoso pues el que sea
pescado de esa suerte y sea sacado de las tinieblas a la luz; y de animal salvaje se convierta en manjar
sabroso, asado por el fuego de la tribulación, aderezado con la miel de la gracia divina, digno de la mesa de
Dios!
(CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p. 259 - 264)
4. SANTOS PADRES
San Agustín
La Iglesia militante y la Iglesia triunfante
1. Después de la narración del hecho en que Tomás, su discípulo, por las cicatrices de las llagas, que fue
invitado a tocar en la carne de Cristo, vio lo que no quería creer y lo creyó, inserta el evangelista lo siguiente:
"Otras muchas maravillas hizo Jesús en presencia de sus discípulos que no están escritas en este libro. Más
todas estas cosas han sido escritas para que vosotros creáis que Jesús es el Cristo, Hijo de Dios vivo, a fin
de que, creyéndolo, tengáis la vida en su nombre". Este capítulo parece indicar el final de este libro, pero en
él se narra aún la manifestación del Señor junto al mar de Tiberíades, y cómo en la captura de los peces se
recomienda el misterio de la Iglesia, y cómo ha de ser la futura resurrección de los muertos. Creo que
contribuye a dar valor a esta recomendación el que esta conclusión sirviese de prólogo a la narración
siguiente, para dejarla, en cierto modo, en un lugar más destacado. Comienza así esta narración: "Después
se manifestó Jesús junto al mar de Tiberíades, y se manifestó de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro y
Tomás, llamado Dídimo, y Natanael, que era de Cana de Galilea, y los hijos del Zebedeo y otros dos de sus
discípulos. Díceles Simón Pedro: Voy a pescar. Ellos le replican: Vamos también nosotros contigo".
2. Con ocasión de esta pesca de los discípulos suele preguntarse por qué Pedro y los dos hijos del Zebedeo
volvieron al mismo oficio que tenían antes de ser llamados por el Señor, pues eran pescadores, cuando les
dijo: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Entonces ellos, dejándolo todo, le siguieron para
entregarse a su magisterio; mientras tanto, se alejaba de El aquel rico a quien había dicho: Vete, vende cuanto
tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, y ven y sígueme; por lo cual le dijo Pedro: Nosotros
hemos dejado todas las cosas y te hemos seguido. ¿Por qué, pues, ahora, como abandonando el apostolado,
vuelven a ser lo que eran y vuelven a tomar lo que habían dejado, como olvidados de las palabras que habían
escuchado: Nadie que ponga sus manos en el arado y mire para atrás es apto para el reino de los cielos? Si
hubiesen hecho esto después de haber muerto Jesús y antes de haber resucitado de entre los muertos (lo cual
no hubieran podido hacerlo entonces, porque el día que fue crucificado los tenía suspensos hasta la hora de
la sepultura, que fue antes de las vísperas, y al día siguiente era sábado, en que la costumbre de sus padres
no les permite trabajo alguno; y en el día tercero ya resucitó el Señor y les devolvió la esperanza, que habían
comenzado a perder), si entonces lo hubieran hecho, pensaríamos que lo hicieron en virtud de aquella
desesperación que se había apoderado de sus ánimos. Mas ahora, después de tenerle entre los vivos, después
de la evidencia de su carne, vuelta a la vida y ofrecida a sus ojos y a sus manos, no sólo para que la viesen,
sino también para que la tocasen y palpasen; después de haber visto los lugares de las llagas, hasta llegar a
la confesión del apóstol Tomás, que había dicho que de otra manera no creería; después de haber recibido al
Espíritu Santo por su insuflación; después de aquellas palabras pronunciadas por su boca en sus mismos
oídos: Como mi Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros: a quienes perdonareis los pecados, les
serán perdonados, y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos, repentinamente se hacen pescadores,
no de hombres, sino de peces, como antes lo fueron.
3. A quienes por esto se turban, hay que responderles que no les fue prohibido agenciarse lo necesario por
medio de un arte lícito y concedido, conservando la integridad de su apostolado, si no tenían otro recurso
para obtener lo necesario para vivir. A no ser que a alguno se le ocurra pensar o decir que San Pablo no tuvo
la perfección de aquellos que, dejando todas las cosas, siguieron a Cristo, porque, para no ser gravoso a
ninguno de aquellos a quienes predicaba el Evangelio, él mismo con sus manos se procuraba su manutención,
siendo así que más bien en él se cumplía lo que dice: He trabajado más que todos ellos; añadiendo: Pero no
yo, sino la gracia de Dios conmigo; de manera que a la gracia de Dios atribuye el poder entregarse en cuerpo
y alma más que todos ellos al trabajo, hasta el punto de no cesar en la predicación del Evangelio, y, no
obstante, no tener necesidad del Evangelio para sostener su vida, cuando con mayor extensión y fruto lo
sembraba en tantas naciones que no habían oído el nombre de Cristo. Allí demuestra que a los apóstoles no
les fue impuesta la obligación de vivir, es decir, de sacar del Evangelio su sostenimiento, sino que se le dio
esa facultad. De esta facultad hace mención el Apóstol cuando dice: "Si nosotros hemos sembrado en
vosotros bienes espirituales, ¿será mucho que recojamos vuestros bienes materiales? Si otros participan de
vuestras haciendas, ¿no tenemos nosotros mayor derecho? Yo nunca he usado de este derecho". Y poco
después añade: "Quienes sirven al altar, en el altar tienen su parte; y así ordenó el Señor a los predicadores
del Evangelio que vivan del Evangelio: yo no he hecho uso de estas facultades". Queda, pues, bien claro que
no fue un precepto, sino una facultad concedida a los apóstoles no vivir de otra cosa que del Evangelio; y de
aquellos en quienes con la predicación del Evangelio sembraban bienes espirituales, recogiesen los
materiales, esto es, lo necesario para su corporal sustento, y, como soldados de Cristo, recibiesen de sus
proveedores la soldada. Con este motivo, este mismo soldado de Cristo había dicho poco antes acerca de
esto: ¿Quién sirve en la milicia a sus propias expensas? Y esto es lo que él hacía, porque trabajaba más que
todos. Si, pues, San Pablo, por no hacer uso, como ellos, de aquella facultad que le era común con los otros
predicadores del Evangelio, sino para militar a sus expensas y no escandalizar a los gentiles, tan ajenos al
nombre de Cristo, pareciéndoles venal su doctrina y teniendo él otra educación, aprendió oficios que no
conocía para no ser gravoso a sus oyentes y vivir del trabajo de sus manos, ¿cuánto mejor San Pedro, que
antes había sido pescador, volvió a ejercer lo que ya conocía, si en aquella ocasión no hallaba otro modo de
procurarse el sustento?
4. Quizá alguno pudiera objetar: ¿Cómo es que no tenía, si el Señor lo había prometido, cuando dijo: Buscad
primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura? En esta ocasión
cumplió Dios su promesa. Porque ¿quién reunió allí los peces que pescaron? Y puede pensarse que El los
redujo a aquella penuria que los obligó a pescar, porque quería hacer a su vista aquel milagro, con el que, a
la vez que daba el alimento a los predicadores de su Evangelio, recomendaba el mismo Evangelio con el
misterio encerrado en el número de los peces. Y ahora, con el favor de Dios, voy a deciros algo sobre esta
pesca.
5. Dice Simón Pedro: Voy a pescar. Dícenle quienes con él estaban: Vamos también nosotros contigo.
Salieron y subieron a la barca, y en aquella noche no pescaron nada. Hecha ya la mañana, se presentó
Jesús en la playa, sin conocer los discípulos que era Jesús. Díceles, pues, Jesús: Muchachos, ¿tenéis algo
para comer? Respondiéronle: No. Les dice: Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis. La echaron,
y no podían arrastrar la red por la cantidad de peces. Dice entonces aquel discípulo a quien amaba Jesús
a Pedro: Es el Señor. Pedro, habiendo oído que era el Señor, se vistió la túnica, porque estaba desnudo, y
se lanzó al mar. Los otros discípulos vinieron en la barca (porque no estaban lejos de la tierra, como unos
doscientos codos) arrastrando la red con los peces. Luego que tomaron tierra, vieron unas brasas
preparadas y sobre ellas un pez, y un pan. Díceles Jesús: Traed de los peces que habéis cogido ahora. Subió
Simón Pedro y arrastró la red a la tierra con ciento cincuenta y tres peces de gran tamaño. Y, con ser tantos,
no se rompió la red.
6. Este es el gran misterio en el gran Evangelio de San Juan, y para más encarecerlo, escrito en el último
lugar. El haber sido siete los discípulos que tomaron parte en esta pesca: Pedro, Tomás, Natanael, los dos
hijos del Zebedeo y otros dos cuyos nombres calló, con su número septenario, indican el fin del tiempo.
Todo el tiempo da vueltas en los siete días. A esto se refiere el estar Jesús en la playa ya hecha la mañana,
porque la playa es el término del mar, y así significa el fin del tiempo, representado también por la extracción
de la red hacia la tierra, esto es, hacia la playa por Pedro. Lo cual explicó el mismo Señor cuando expuso la
parábola de la red lanzada al mar, y la traen, dice, al litoral. Y exponiendo el significado del litoral, dice:
Así será el fin del tiempo.
7. Más aquélla era una parábola por vía de ejemplo: no era un hecho. Con este hecho quiso el Señor dar a
entender cómo será la Iglesia en el fin del tiempo; y con aquella parábola, cómo es la Iglesia en el tiempo
presente. Por haber dicho aquélla al principio de su predicación y haberse ejecutado esta pesca después de
su resurrección, dio a entender que aquella captura de peces significaba a los buenos y a los malos que ahora
hay en la Iglesia, y ésta representa solamente a los buenos, que tendrá siempre al fin del mundo y después
de la resurrección de los muertos. En aquélla, finalmente, Jesús no estaba de pie en la playa, como en ésta,
cuando mandó pescar, sino que, subiendo a una de las naves, que era la de Simón Pedro, le rogó que la
retirase un poco de la tierra, y, sentándose en ella, enseñaba a las turbas. Cuando cesó de hablar, dijo a
Simón: Rema hacia adentro y lanzad las redes para pescar. Lo que entonces pescaron, fue recogido en las
naves, no como ahora, que fue extraída la red hacia la tierra. Por estas señales y otras que quizá puedan
hallarse, aquélla representaba a la Iglesia en este mundo, y ésta a la Iglesia en el fin del mundo. Por eso
aquélla tuvo lugar antes y ésta después de la resurrección del Señor, porque en aquélla representó Cristo
nuestra vocación, y en ésta nuestra resurrección. Allí no se lanza la red, ni a la derecha, para no significar
solamente a los buenos, ni a la izquierda, para no entender solamente a los malos; sino de un modo general:
Lanzad, dice, las redes para pescar, dando a entender que están mezclados los buenos con los malos; más
aquí dice: Echad la red a la derecha de la nave, para significar que a la derecha estaban solamente los
buenos. Allí la red se rompía, recordando los cismas; más aquí, como entonces no habrá cismas en aquella
paz suma de los santos, tuvo el evangelista cuidado de anotar que, siendo tantos, es decir, tan grandes, no se
rompió la red; como acordándose de cuando se rompió, y encareciendo este bien en comparación de aquel
mal. En aquélla fue tan grande la multitud de peces, que, llenas las dos naves, se sumergían, esto es,
amenazaban sumergirse; no se hundieron, pero estaban en peligro. ¿De dónde hay tantos males en la Iglesia,
sino de que no es posible hacer frente a la avalancha que para hundir la disciplina entra en sus costumbres,
enteramente opuestas al camino de los santos? En ésta lanzaron la red a la derecha de la nave y no podían
arrastrarla por la cantidad de peces. ¿Qué significa que no podían arrastrarla sino que los que pertenecen
a la resurrección de la vida, esto es, a la derecha, y terminan su vida dentro de las redes del nombre cristiano,
no aparecerán sino en la playa, es decir, cuando hayan resucitado en el fin del mundo? Por eso no fueron
capaces de arrastrar las redes y descargar en la embarcación los peces cogidos, como hicieron con los otros,
que rompieron las redes y pusieron en peligro a las naves. A estos que salen de la derecha los guarda la
Iglesia en el sueño de la paz, después de salir de esta vida mortal, como escondidos en lo profundo, hasta
que llegue a la playa adonde es arrastrada como a unos doscientos pasos. Lo que allí era representado por
las dos naves, es decir, la circuncisión y el prepucio, creo que aquí está representado por los doscientos codos
en atención a las dos clases de elegidos, ciento de la circuncisión y ciento del prepucio, porque el número,
sumadas las centenas, pasa a la derecha. Finalmente, en aquella pesca no se expresa el número de los peces,
como si allí se verificase lo que dice el profeta: Prediqué y hablé y se multiplicaron sin número; más aquí
no excede ninguno del número, que se fija en ciento cincuenta y tres. Con la ayuda del Señor os daré la razón
de este número.
8. Si quisiéramos representar a la Ley por un número, ¿cuál sería sino el diez? Sabemos muy bien que el
decálogo de la Ley, esto es, aquellos diez conocidísimos mandamientos, fueron primeramente escritos por
el dedo de Dios en dos tablas de piedra. La Ley, sin la ayuda de la gracia, da origen a los prevaricadores, y
se queda sólo en la letra. Por esto principalmente dice el Apóstol: La letra mata, más el espíritu vivifica.
Júntese el espíritu a la letra para que la letra no mate a quien el espíritu no da vida. Cumplamos los preceptos
de la Ley, apoyados no en nuestros méritos, sino en la gracia del Salvador. Cuando a la Ley se une la gracia,
es decir, el espíritu a la letra, se añaden siete al número diez. Y que este número septenario significa al
Espíritu Santo, lo atestiguan documentos de las Sagradas Escrituras dignos de consideración. La santidad o
santificación pertenecen propiamente al Espíritu Santo; y así, siendo Espíritu el Padre y Espíritu el Hijo,
porque Dios es Espíritu; y siendo Santo el Padre y Santo el Hijo, el nombre propio del Espíritu de ambos es
Espíritu Santo. Y ¿dónde por primera vez sonó en la Ley la palabra santificación sino en el séptimo día? No
santificó el día primero, en que creó la luz; ni el segundo, en que creó el firmamento; ni el tercero, en que
separó el mar de la tierra, y la tierra brotó las plantas y los árboles; ni el cuarto, en el cual fueron hechos los
astros; ni el quinto, en el cual dio el ser a los animales que viven en las aguas y vuelan por los aires; ni el
sexto, en que creó los animales que pueblan la tierra y al mismo hombre; sólo santificó al día séptimo, en el
cual descansó de todas sus obras. Convenientemente, pues, el número séptimo representa al Espíritu Santo.
Asimismo, el profeta Isaías dice: Reposará en mí el espíritu del Señor. Y a continuación, recomendándolo
bajo una operación o don septenario, añade: Espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y
de fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad, y le llenará el Espíritu del temor de Dios. Y en el Apocalipsis,
¿no se mencionan los siete espíritus de Dios, no siendo más que un solo Espíritu, que reparte a cada uno sus
dones cómo quiere? Esta operación septenaria fue así llamada por el mismo Espíritu, que asistía al escritor
para mencionar a los siete espíritus. Uniéndose, pues, a la Ley el Espíritu Santo con el número septenario,
se forma el número diecisiete; y este número, creciendo con la suma de todos los números que lo componen,
da la suma de ciento cincuenta y tres. Así, si a uno le añades dos, dan tres; si a tres le sumas tres y cuatro,
son diez; y si después vas añadiendo los números siguientes hasta diecisiete, se llega al número antes dicho;
esto es, si a diez, formado por el tres y cuatro a partir del uno, le añades cinco, son quince; súmale seis, y
tienes veintiuno; a éste añádele siete, y tendrás veintiocho; súmale sucesivamente ocho, nueve y diez, y serán
cincuenta y cinco; añade ahora once, doce y trece, y tendrás noventa y uno; vuelve a sumarle catorce, quince
y dieciséis, y sumarán ciento treinta y seis; a éste añádele el que queda, y del cual tratamos, que es el
diecisiete, y se completará el número de los peces. Mas no quiere decir esto que sólo ciento cincuenta y tres
justos han de resucitar a la vida eterna, sino todos los millares de santos que pertenecen a la gracia del
Espíritu Santo. Esta gracia hace como un convenio con la Ley de Dios, como con un adversario, para que,
dando vida el espíritu, no mate la letra, antes con la ayuda del espíritu sea cumplida la letra, y si en algo no
se cumple, sea perdonado. Cuantos pertenecen a esta gracia son figurados por este número, es decir, son
significados figurativamente. Ese número incluye además tres veces al quincuagenario, y tres más por el
misterio de la Trinidad. El cincuenta se forma multiplicando siete por siete y añadiéndole uno, porque siete
por siete son cuarenta y nueve. Y se le añade uno para indicar que es uno el que se manifiesta a través de las
siete operaciones; y sabemos que el Espíritu Santo, cuya venida fue ordenado a los discípulos esperar, fue
enviado cincuenta días después de la resurrección del Señor.
9. No de balde, pues, se dijo de estos peces que fueron tantos y tan grandes, esto es, ciento cincuenta y tres,
y grandes. Y arrastró hasta la tierra la red con ciento cincuenta y tres grandes peces. Porque, habiendo
dicho el Señor: No vine a abolir la Ley, sino a cumplirla, y debiendo dar al Espíritu Santo poder cumplirla,
como sumando siete a los diez, interpuestas algunas pocas palabras, dijo: Quien desatare el más pequeño de
estos preceptos y así lo enseñare a los hombres, éste será llamado mínimo en el reino de los cielos; mas
quien los cumpla y enseñe a cumplirlos, será grande en el reino de los cielos. Ese mínimo que con su ejemplo
destruye lo que dice con sus palabras, puede representar a la Iglesia, significada en aquella primera pesca,
compuesta de los buenos y de los malos, pues a ella se la llama reino de los cielos; y así dice: El reino de los
cielos es semejante a la red lanzada a la mar, que recoge toda clase de peces. Donde quiere incluir a los
buenos y a los malos, que después en el litoral, esto es, en el fin del mundo, serán separados. Finalmente,
para hacernos ver que estos mínimos son los réprobos, que predican el bien con la palabra y lo destruyen
con su mala vida, y que no sólo como mínimos, sino que en manera alguna han de estar en el reino de los
cielos; después de decir: Será llamado mínimo en el reino de los cielos, añade en seguida: Os digo que, si
vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Esos
son los verdaderos escribas y fariseos, que se sientan en la cátedra de Moisés, de los cuales dice: Haced lo
que dicen, mas no hagáis lo que ellos hacen, -porque dicen y no hacen; enseñan con sus predicaciones lo
que deshacen con sus costumbres. Y, por consiguiente, quien es mínimo en el reino de los cielos, como
entonces será la Iglesia, no entrará en el reino de los cielos, cual entonces será la Iglesia; porque, enseñando
lo que no pone en práctica, no pertenecerá a la compañía de los que hacen lo que enseñan, y, por lo tanto, no
estará en el número de los peces grandes, pues quien cumple y enseña a cumplir, éste será llamado grande
en el reino de los cielos. Y porque éste será grande, estará allí donde el mínimo no podrá estar. Allí serán
tan grandes, que el menor de ellos es mayor que el más grande de acá. Sin embargo, quienes acá son grandes,
es decir, en el reino de los cielos, donde la red coge a los buenos y a los malos, y hacen lo que enseñan, en
aquella eternidad del reino de los cielos serán mayores, perteneciendo a la derecha y a la resurrección de la
vida, significados por los peces de esta pesca. Sigue ahora la narración de la comida del Señor con los siete
discípulos y de las palabras que dijo después de la comida y la conclusión de este Evangelio. De todo ello
trataremos, si Dios nos lo permite; mas no he de abreviarlo en este sermón.
(SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan (t. XIV), Tratado 122, 1-9, BAC Madrid 19652,
606-618)
5. APLICACIÓN
Mons. Fulton Sheen
El amor como condición de autoridad
Después de lo sucedido en Jerusalén durante la semana de la pascua, los apóstoles regresaron a sus hogares
de origen, particularmente a orillas del lago de Galilea, tan lleno para ellos de tiernos recuerdos. Mientras
estaban pescando, el Señor les había llamado para que fueran «pescadores de hombres». Galilea sería ahora
el teatro del último milagro del Señor, tal como lo había sido del primero, cuando convirtió el agua en vino.
En la primera ocasión no había «vino»; en esta última no había «pescado». En ambas nuestro Señor formuló
un mandato: en Caná, que fueran a llenar las tinajas; en Galilea, que echaran las redes al lago. En uno y otro
caso el resultado fue abundancia de vino y de pescado respectivamente; Caná tuvo sus seis tinajas de agua
llenas del vino de la mejor calidad, y fue servido al final de todo; Galilea tuvo repletas sus redes de pescado.
Los apóstoles que se hallaban en el lago eran esta vez Simón Pedro, nombrado, como siempre, el primero; a
continuación, sin embargo, se menciona a Tomás, quien ahora, después de haber confesado que Cristo era
el Señor y Dios, permanecía junto al que fue nombrado jefe de los apóstoles. También se encontraba con
ellos Natanael de Caná de Galilea; e igualmente Santiago y Juan y otros dos discípulos. Es de notar que Juan,
que en otro tiempo tuvo barca propia, ahora estaba en la de Pedro. Éste, asumiendo la iniciativa e inspirando
a los otros, dijo: “Yo voy a pescar”. Le dicen ellos: “Nosotros también vamos contigo”. Jn 21, 3
Aunque habían estado afanándose toda la noche, no pescaron nada. Al clarear, vieron a nuestro Señor en la
playa, pero no conocieron que era Él. Era la tercera vez que se acercaba a ellos como un desconocido a fin
de despertar en ellos espontáneamente su afecto. Aunque lo suficientemente cerca de la playa para dirigirse
a Él, al igual que los discípulos de Emaús, no lograron discernir su persona ni reconocieron su voz, tan
envuelto en gloria estaba su cuerpo resucitado. Él estaba en la playa y ellos en el lago. Nuestro Señor les
habló, diciéndoles: “Hijos, ¿tenéis algo de comer?”. Le respondieron:
“No”. Y Él les respondió: “Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis”. Jn 21,5 s
Los apóstoles debieron de acordarse de otra vez en que nuestro Señor les había mandado echar la red al agua,
aunque sin especificar si a la derecha o a la izquierda de la barca. Entonces nuestro Señor estaba en la barca,
ahora se hallaba en la playa. Habían terminado para él las agitaciones del mar de la vida. En seguida,
obedeciendo al mandato divino, tuvieron tanta suerte en el trabajo, que les era imposible sacar la red debido
a la gran cantidad de peces que con ella habían atrapado. En el primer milagro de pesca, efectuado durante
la vida pública de Jesús, las redes se rompieron; asustado Pedro ante aquel milagro, dijo a nuestro Señor que
se apartara de él, porque era hombre pecador. La misma abundancia de la misericordia divina le hacía darse
cuenta de su propia insignificancia. Pero en esta otra pesca milagrosa los discípulos se sintieron fuertes, pues
Juan dijo en seguida a Pedro: “Es el Señor”. Jn 21, 7
Tanto Pedro como Juan seguían siendo fieles a sus respectivos caracteres; así como Juan había sido el
primero en llegar a la tumba vacía aquella mañana de pascua, Pedro fue el primero en entrar en ella; así
como Juan fue el primero en creer que Cristo había resucitado, Pedro fue el primero en saludar al resucitado
Señor; así como Juan fue el primero en ver desde la barca al Señor, Pedro fue el primero en zambullirse y
correr a postrarse a sus pies. Desnudo como estaba en la barca, ciñóse rápidamente su túnica, renunció a toda
comodidad personal, abandonó todo compañerismo humano y ansioso salvó a nado la distancia que le
separaba del Maestro. Juan poseía mayor discernimiento espiritual, Pedro poseía mayor iniciativa. Juan fue
quien aquella noche de la última cena estuvo reclinado en el pecho del maestro; fue él mismo quien, el único,
estuvo al pie de la cruz, y a su cuidado le fue confiada la madre de Jesús; ahora también era el primero en
reconocer al Señor, que se hallaba en la playa. Una vez, cuando nuestro Señor caminaba sobre las aguas,
yendo en dirección a la barca, Pedro no pudo aguardar a que el Maestro llegara hasta él, y le pidió que le
dejara caminar también a él sobre las aguas. Ahora nadaba hacia la playa después de ceñirse la túnica por
respeto al Salvador.
Los otros seis permanecieron en la barca. Al llegar a la playa, vieron fuego encendido y un pescado puesto
a asar, y pan, que les había preparado el Señor, compasivo. El Hijo de Dios estaba preparando una comida
para Sus pobres pescadores; debió de recordarles el pan y los peces que había multiplicado cuando anunció
que Él mismo era el Pan de Vida. Después de haber sacado la red y contado los ciento cincuenta y tres peces
que habían pescado, se convencieron de que se trataba del Señor. Los apóstoles comprendieron que,
habiéndolos llamado Jesús pescadores de hombres, aquella abundante pesca simbolizaba los fieles que al fin
serían introducidos en la barca de Pedro.
Al principio de su vida pública, a orillas del Jordán, Cristo les había sido designado como el «Cordero de
Dios»; ahora que se disponía a dejarlos, Él aplicaba este título a los que habrían de creer en Él. Él, que se
había llamado a sí mismo el Buen Pastor, daba ahora a otros el poder de ser pastores. La escena que sigue
tuvo efecto después de haber comido. De la misma manera que les dio la eucaristía después de cenar y el
poder de perdonar pecados después de haber comido con ellos, también ahora, después de compartir con
ellos el pan y el pescado, se volvió hacia uno que le había negado tres veces y le pidió una triple afirmación
de amor. La confesión del amor debe preceder al acto de conferir la autoridad; autoridad sin amor es tiranía.
“Simón, hijo de Jonás, ¿me amas tú más que éstos?”. Jn 21, 15
Era como si le preguntara: « ¿Me amas con aquel amor natural que es el distintivo de un mayoral?» Una vez
Pedro había presumido de amar mucho al Maestro, diciéndole durante la noche de la última cena que, aun
cuando todos los otros se escandalizaran de Él, él no le negaría nunca. Ahora Jesús interpelaba a Pedro con
el nombre de Simón, hijo de Jonás, es decir, su nombre original. De esta manera nuestro Señor le recordaba
su pasado, de cuando era hombre natural, pero especialmente le hacía memoria de su caída o negación. Había
estado viviendo más bien conforme a la naturaleza que a la gracia. El nombre encerraba asimismo otra
intención: la de recordar a Pedro que había confesado de manera gloriosa al Hijo de Dios, por lo cual éste le
había dicho: «Bienaventurado, Simón, hijo de Jonás», y le dijo que era la Roca sobre la cual edificaría su
Iglesia.
En respuesta a la pregunta que el Señor le hizo sobre si le amaba, dijo Pedro:
“¡Señor, tú sabes que te quiero!” Dícele: “Apacienta mis corderos”. Jn 21, 15
Pedro ya no pretendía ahora amar más que sus compañeros al Señor, puesto que los otros seis apóstoles
estaban allí presentes. En el texto original griego, la palabra que nuestro Señor usó para indicar el verbo
amar no era la misma que empleó Pedro en su respuesta; la palabra de Pedro indicaba un sentimiento más
bien humano. Pedro no aprehendió todo el significado que las palabras de nuestro Señor encerraban, y que
se referían a la clase más elevada de amor. En su desconfianza de sí mismo, Pedro afirmó solamente un amor
natural. Habiendo hecho del amor la condición del servicio debido a Él, el Señor resucitado dijo ahora a
Pedro:
«Apacienta mis corderos». El hombre que más bajo había caído y más había aprendido por medio de su
propia flaqueza era ciertamente el mejor capacitado para fortalecer a los débiles y apacentar a los corderos.
Tres veces repitió Jesús a Pedro su nombramiento como vicario suyo sobre la tierra. La negación de Pedro
no había cambiado el decreto divino de hacer de él la Roca de la Iglesia, puesto que nuestro Señor hizo a
continuación la segunda y la tercera preguntas:
“Y le dijo por segunda vez: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?” Pedro le dice: “¡Sí, Señor, tú sabes que te
amo!” Dícele: “Pastorea mis ovejas”.
Le dice por tercera vez: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?” Contristóse Pedro de que le hubiera dicho la
tercera vez: ¿Me amas? Y le dijo: “¡Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que yo te amo!” Jn 21, 16 ss
La palabra griega original usada por nuestro Señor en la segunda pregunta encerraba el significado de amor
sobrenatural, pero Pedro usó la misma palabra que antes, y que significaba un amor natural. En la tercera
pregunta, nuestro Señor usó la misma palabra que empleara Pedro la primera vez, a saber, la palabra que
indicaba solamente un afecto natural. Era como si el divino Maestro estuviera corrigiéndose a sí mismo con
objeto de encontrar una palabra más apropiada a Pedro y al carácter de éste. Tal vez el que Jesús usara la
misma palabra que él había usado en su respuesta fuera lo que más confuso y triste le dejó.
En su respuesta a la tercera pregunta, Pedro omitió su afirmación de amor, pero confesó la omnisciencia del
Señor. En el griego original, la palabra que Pedro usó al decir al Señor que lo sabía todo implicaba un
conocimiento por visión divina. Cuando Pedro dijo al Señor que éste sabía que él le amaba, la palabra griega
que usó indicaba solamente conocimiento por observación directa. A medida que Pedro descendía peldaño
a peldaño la escala de la humillación, peldaño a peldaño fue siguiéndole el Señor asegurándole la obra para
la cual estaba destinado.
Nuestro Señor había dicho de sí mismo: «Yo soy la Puerta». A Pedro le había dado las llaves y la función
de portero. La función del Salvador como pastor visible sobre el visible rebaño estaba tocando a su fin.
Transfirió esta función al mayoral, antes de retirar su presencia visible al trono del cielo, donde sería la
cabeza y pastor invisible.
El pescador galileo fue promovido a la jefatura y primacía de la Iglesia. Era el primero de todos los apóstoles
en toda lista de los apóstoles. No sólo se nombraba siempre a él el primero, sino que tenía siempre la
precedencia en el obrar; fue el primero en dar testimonio de la divinidad del Señor; y el primero de los
apóstoles que testificó que Cristo había resucitado de entre los muertos. Como el mismo Pablo dijo, el que
primero vio al Señor fue Pedro; después de la venida del Espíritu en Pentecostés, el primero en predicar el
evangelio a sus semejantes fue Pedro. En la naciente Iglesia fue él el primero que desafió la ira de los
perseguidores; el primero entre los doce que recibió a los gentiles creyentes en el Seno de la Iglesia, y el
primero de quien se predijo que padecería muerte de martirio por la causa de Cristo.
Durante su vida pública, cuando nuestro Señor dijo a Pedro que éste era una roca sobre la que Él edificaría
su Iglesia, el Maestro le profetizó que sería crucificado y resucitaría luego. Entonces Pedro trató de disuadirle
de que muriera en la cruz. En reparación de aquella tentación, que nuestro Señor calificó de satánica, ahora,
después de haber dado a Pedro la misión, con plena autoridad, de que gobernara sus corderos y ovejas, el
Señor le predijo que él mismo moriría también en una cruz. Era como si Jesús dijera a Pedro: «Tendrás una
cruz como la cruz en que a mí me clavaron, y de la que tú querías apartarme, impidiéndome, por lo tanto, mi
entrada en la gloria. Ahora has de aprender lo que realmente significa amar. Mi amor es la antesala de la
muerte. Yo te amaba; por esto me mataron; por el amor que tú me tienes, también te matarán a ti. Yo dije
una vez que el Buen Pastor daba la vida por sus ovejas; ahora tú eres el pastor que ocupa mi lugar; por lo
tanto, tú recibirás el mismo galardón por tus trabajos que yo recibí por el mío... los maderos de la cruz, cuatro
clavos y, luego, la vida eterna».
“En verdad, en verdad te digo que, cuando eras joven, te ceñías tú mismo, y andabas por donde querías; mas
cuando seas viejo, extenderás tus manos, y otro te ceñirá, y te llevará a donde tú no quieras”. Jn 21,18
Aunque en los días de su juventud fue impulsivo y obstinado, sin embargo, al llegar a la vejez Pedro
glorificaría al Maestro muriendo en una cruz. A partir de Pentecostés, Pedro fue llevado a donde no quería
ir. Fue obligado a abandonar la Ciudad Santa, donde le esperaban la cárcel y la espada. Luego fue conducido
por su divino Maestro a Samaria, y a la casa del pagano Cornelio; después fue conducido a Roma, la nueva
Babilonia, donde se vio confortado por los cristianos que no pertenecían a los de la dispersión judía y a los
que Pablo había llevado al redil de la Iglesia. Finalmente fue llevado a una cruz y murió mártir en la colina
del Vaticano. Pidió que le crucificaran cabeza abajo, por considerarse indigno de morir de la misma manera
que el Maestro. Siendo como era la Roca, era propio que fuera enterrado en aquel lugar, como verdadero
fundamento de la Iglesia.
Así, el hombre que siempre trataba de apartar al Señor de la cruz fue el primero de los apóstoles en subir a
ella. La cruz a la que murió abrazado redundó más en gloria del Salvador que todo el celo y vehemencia de
que hacía gala en sus años mozos. Cuando Pedro no comprendía aún que la cruz significaba redención del
pecado, ponía su propia muerte delante de la del Maestro, diciendo que aunque los otros no le defendieran
él le defendería siempre. Ahora Pedro veía claramente que sólo a la luz de la cruz del Calvario tenía
significado y trascendencia la cruz que él abrazaría un día. Hacia el fin de su vida Pedro vería ante sí la cruz
y escribiría:
“Sabiendo, como además nuestro Señor Jesucristo me lo ha manifestado, que próximo está el abandono de
mi tienda. Mas emplearé mi celo para que en toda ocasión después de mi partida podáis conservar en la
memoria estas cosas. Porque no fuimos seguidores de ingeniosas fábulas cuando os hicimos conocer el poder
y advenimiento de nuestro Señor Jesucristo, sino que fuimos testigos de vista de su majestad”. 2 Pe 1, 14-
16.
SHEEN, F., Vida de Cristo, Herder, Barcelona, 1959, p. 473-478
Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy narra la tercera aparición de Jesús resucitado a los discípulos a orillas del lago
de Galilea, con la descripción de la pesca milagrosa (cf. Jn 21, 1-19). El relato se sitúa en el marco de la vida
cotidiana de los discípulos, que habían regresado a su tierra y a su trabajo de pescadores, después de los días
tremendos de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Era difícil para ellos comprender lo que había
sucedido. Pero, mientras que todo parecía haber acabado, Jesús va nuevamente a «buscar» a sus discípulos.
Es Él quien va a buscarlos. Esta vez los encuentra junto al lago, donde ellos habían pasado la noche en las
barcas sin pescar nada. Las redes vacías se presentan, en cierto sentido, como el balance de su experiencia
con Jesús: lo habían conocido, habían dejado todo por seguirlo, llenos de esperanza... ¿y ahora? Sí, lo habían
visto resucitado, pero luego pensaban: «Se marchó y nos ha dejado... Ha sido como un sueño...».
He aquí que al amanecer Jesús se presenta en la orilla del lago; pero ellos no lo reconocen (cf. v. 4).
A estos pescadores, cansados y decepcionados, el Señor les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y
encontraréis» (v. 6). Los discípulos confiaron en Jesús y el resultado fue una pesca increíblemente abundante.
Es así que Juan se dirige a Pedro y dice: «Es el Señor» (v. 7). E inmediatamente Pedro se lanzó al agua y
nadó hacia la orilla, hacia Jesús. En aquella exclamación: «¡Es el Señor!», está todo el entusiasmo de la fe
pascual, llena de alegría y de asombro, que se opone con fuerza a la confusión, al desaliento, al sentido de
impotencia que se había acumulado en el ánimo de los discípulos. La presencia de Jesús resucitado
transforma todas las cosas: la oscuridad es vencida por la luz, el trabajo inútil es nuevamente fructuoso y
prometedor, el sentido de cansancio y de abandono deja espacio a un nuevo impulso y a la certeza de que Él
está con nosotros.
Desde entonces, estos mismos sentimientos animan a la Iglesia, la Comunidad del Resucitado. ¡Todos
nosotros somos la comunidad del Resucitado! Si a una mirada superficial puede parecer, en algunas
ocasiones, que el poder lo tienen las tinieblas del mal y el cansancio de la vida cotidiana, la Iglesia sabe con
certeza que en quienes siguen al Señor Jesús resplandece ya imperecedera la luz de la Pascua. El gran anuncio
de la Resurrección infunde en el corazón de los creyentes una íntima alegría y una esperanza invencibles.
¡Cristo ha verdaderamente resucitado! También hoy la Iglesia sigue haciendo resonar este anuncio gozoso:
la alegría y la esperanza siguen reflejándose en los corazones, en los rostros, en los gestos, en las palabras.
Todos nosotros cristianos estamos llamados a comunicar este mensaje de resurrección a quienes
encontramos, especialmente a quien sufre, a quien está solo, a quien se encuentra en condiciones precarias,
a los enfermos, los refugiados, los marginados. A todos hagamos llegar un rayo de la luz de Cristo resucitado,
un signo de su poder misericordioso.
Que Él, el Señor, renueve también en nosotros la fe pascual. Que nos haga cada vez más conscientes
de nuestra misión al servicio del Evangelio y de los hermanos; nos colme de su Santo Espíritu para que,
sostenidos por la intercesión de María, con toda la Iglesia podamos proclamare la grandeza de su amor y la
riqueza de su misericordia.
(PAPA FRANCISCO, Regina Coeli, Plaza de San Pedro, Domingo 10 de abril de 2016)
______________________________ iNFO - Homilética.ive
Función de cada sección del Boletín Homilética se compone de 7 Secciones principales: Textos Litúrgicos: aquí encontrará Las Lecturas del Domingo y los salmos, así como el Guion para la celebración de la Santa Misa. Directorio Homilético: es un resumen que busca dar los elementos que ayudarían a realizar un enfoque adecuado
del el evangelio y las lecturas del domingo para poder brindar una predicación más uniforme, conforme al DIRECTORIO HOMILÉTICO promulgado por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede en el 2014. Exégesis: presenta un análisis exegético del evangelio del domingo, tomado de especialistas, licenciados, doctores en exégesis, así como en ocasiones de Papas o sacerdotes que se destacan por su análisis exegético del texto.
Santos Padres: esta sección busca proporcionar la interpretación de los Santos Padres de la Iglesia, así como los sermones u escritos referentes al texto del domingo propio del boletín de aquellos santos doctores de la Iglesia.
Aplicación: costa de sermones del domingo ya preparados para la predica, los cuales pueden facilitar la ilación o alguna idea para que los sacerdotes puedan aplicar en la predicación. Ejemplos Predicables: es un recurso que permite al predicador introducir alguna reflexión u ejemplo que le permite desarrollar algún aspecto del tema propio de las lecturas del domingo analizado.
¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética? El Instituto del Verbo Encarnado fue fundado el 25 de Marzo de 1984, en San Rafael, Mendoza, Argentina. El 8 de Mayo de 2004 fue aprobado como instituto de vida religiosa de derecho Diocesano en Segni, Italia. Siendo su Fundador el Sacerdote Católico Carlos Miguel Buela. Nuestra familia religiosa tiene como carisma la prolongación de la Encarnación del Verbo en todas las manifestaciones del hombre, y como fin específico
la evangelización de la cultura; para mejor hacerlo proporciona a los misioneros de la familia y a toda la Iglesia este servicio como una herramienta eficaz enraizada y nutrida en las sagradas escrituras y en la perenne tradición
y magisterio de la única Iglesia fundada por Jesucristo, la Iglesia Católica Apostólica Romana.
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