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Entre textos y discursos. la historiografía y el poder del lenguaje

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  • Entre textos y discursos.La historiografa y el poder del lenguaje

    PEDRO CARDIMUniversidade Nova de Lisboa

    MOMENTOS DE REFLEXINResulta impresionante el gran nmero de artculos sobre las condicio-

    nes y los limites inherentes al conocimiento historiogrfico que se han ve-nido publicando en estos ltimos aos. Se trata, en parte, de lo que el so-cilogo francs Pierre Bourdieu calific de intensificacin de unatendencia reflexiva por parte de los historiadores, quienes no cesan deescribir, leer y escribir de nuevo tales textos. En dichos artculos, ademsde trazar la especfica historia de su disciplina, los historiadores reprodu-cen una imagen convencional de los caminos seguidos por la crtica his-toriogrfica desde finales del siglo pasado hasta la actualidad, exponien-do, en disposicin lineal, todo el proceso de construccin de la identidadde un saber Un saber que, de ese modo, produce y fija su propia historiay celebra a sus hroes y a sus santos Verdaderas operaciones de culto y

    Consideraciones hechas por Pierre Bourdieu en una entrevista originalmentepubli-cada en Alemania: Pierre Bourdieu im Gesprch mit Lutz Raphael rPierre Bourdieu en-trevistado por Lurz Raphaell, Geschichte und Gesellschaft (Gttingen) 22/1 (enero-marzo1991), Pp. 62-89; publicado, con algunos cambios, en la revista Actes de la Recheeche enSelences Sociales (Pars), 106-107 (marzo 995), Pp. 108-122. En otras reas disciplinarestambin encontramos procesos anlogos de proyeccin historicista, como ha mostrado An-tonio Serrano a propsito del derecho administrativo espaol: El problemade la transmi-sin cultural de formasjurdicas: discurso e historia en el derecho administrativo espaol,Revista Vasca de Administracin Pblica (Oati), 23 (enero-abril 1989), Pp. 140 Ss.

    Cuadernos dc Binaria Moderna, n.0 17, 1996. Servicio de Pubiic>ciones 3CM, Madrid.

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    reverencia para con los padres fundadores del campo disciplinar en elque se inscriben, no es, pues, de extraar como tambin ha recordadoBourdieu que muchos de estos artculos acaben por parecerse a una es-pecie de conmemoracin hagiogrfica ahora de ste, ahora de aquel his-toriador o escuela historiogrfica.

    Lo cierto es que, gracias a este conjunto de artculos, disponemoshoy de una imagen ms o menos familiar del recorrido que ha seguidola disciplina historiogrfica, apareciendo, en numerosas ocasiones, lasmismas citas y referencias, las cuales reproducen secuencias ya consa-gradas de autores y evocaciones de casi siempre las mismas figuras tu-telares Max Weber, mile Durkheim, Marc Bloch, Lucien Febvre,Fernand Braudel y Norbert Elias se cuentan entre las referencias ms re-petidas, en una rutina canonizadora que constituye, en el fondo, unaoperacin que tiene mucho de celebracin ritual. Sin embargo, tam-bin hay que destacar que de todo ese trabajo no ha resultado ningunacontribucin terica de carcter sistemtico, ni tampoco la formulacinde una propuesta terica innovadora o especfica del medio historiogr-fico2. Por el contrario, se ha producido, en esencia, la asuncin por par-te de la historiografa de una serie de conceptos y de problemas prove-nientes de otras reas ~.

    Pero adems de esta funcin conmemorativa que ya hemos seala-do, que se hayan escrito todos estos artculos saca a relucir la disposicinpara discutir y debatir problemas tericos que, en los ltimos aos, haarraigado tanto en el campo de las ciencias sociales y humanas. A lo queparece, tal clima de discusin va a ser duradero, porque, adems, se hallavinculado a una prctica de anlisis marcada por una inusitada aproxima-cin entre los distintos saberes sociales, hasta el punto de estar asistin-dose en ciertos casos a un autntico cruce de objetos de estudio, de pro-blemas, de teoras y de mtodos. Un ambiente que podemos considerar,al menos en algunos casos, verdaderamente interdisciplinar y que se ca-racteriza por una abertura terico-metodolgica evidente, por una liber-tad interpretativa mayor e, incluso, por el contrabando entre discipli-nas distintas. De todo esto ha resultado un corpus de estudios que esdifcil de clasificar de forma lineal, porque lo conforman investigacionesque, de forma deliberada, presentan una condicin fluida por usar la

    2 Como ha recordado D. Ramada Curto, para muchos historiadores este dficitterico de la historiografa constituye, incluso, un motivo de orgullo y un aspecto quese considera bsico en la identidad de la disciplina historiogrfica (cfr. As MltiplasFaces da Histria>3. Educavo e Sociedade (Lisboa), 8/9 (marzo-julio de 1995), Pp.4! ss.).

    Cfr. R. Chartier, Le monde coifime reprsentation>~, Annales ESC (Pars). 6(1989), pp. t505 ss.

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    sugestiva expresin de Clifford Geertz. Y, como ya hemos indicado,semejante clima de encuentro entre prcticas analticas diversas hacreado las condiciones propicias para lograr una atmsfera de debate ydiscusin.

    Para los entusiastas de la tantas veces proclamada linguistic turn, es-ta mayor libertad interpretativa no es ms que un aspecto de la trans-formacin ms general que estaban queriendo introducir en el campo delas disciplinas dedicadas al estudio de las prcticas sociales5. Entre las di-versas novedades que auguraron, los mayores frutos se han obtenido alconceder prioridad al estudio de los fenmenos lingilisticos, opcin deprofundas implicaciones tanto en el debate sobre las condiciones del co-nocimiento historiogrfico, como en lo relativo a las estrategias de inves-tigacin y a los estilos de descripcin adoptados por el historiador El pro-pio dominio de las tcnicas de validacin del saber producido por loshistoriadores tambin ha vivido idntico clima de reflexin, del cual haresultado, sin duda, una mayor conciencia del papel jugado por las con-venciones linguisticas sobre las que descansa el saber producido por lahistoriografa6.

    El aspecto ms destacado de este sui generis esfuerzo teorizador delos historiadores radica, sin embargo, en cmo los fenmenos lingilsticosse han articulado con una postura analtica que ve en la sociedad un con-junto complejo e interrelacionado de entidades que producen e intercam-bian informacin sin cesar. De hecho, la premisa comn de muchos de lostrabajos ms recientes es que cada una de esas entidades sea el indivi-duo, un grupo o el conjunto de la comunidad opera incesantemente conpalabras y no con axiomas abstractos. Por ello, se dedica un gran esfuer-zo a comprender cmo el lenguaje, y su simbolismo, determinan (o con-

    Clifford Geertz, en Genres tlous: la refiguration de la pense sociale>t en Savoirlocal, savoir global. Les lieux du savoir, Pars, PUF., 1986, Pp. 13 ss. y 27 Ss. (traduccinfrancesa, por Denise Paulme, de Loca/ Knowledge. Eurther essays in Interpretative An-Ibropologv, Nueva York, Basic Books, 1983). En este mismo texto, Geertz define a los an-troplogos como analistas anfibios, por participar tanto de las referencias de los~~saberestradicionalmente considerados Humanidades como de las Ciencias Sociales. Por loque se ha podido ver en los ltimos aos, marcados por una relacin cada vez ms intensaentre historiogralYa y ciencias sociales, es muy posible que ese calificativo de anfibio yase pueda aplicar tambin a los historiadores.

    Para un buen juicio crtico de los logros de la llamada linguisric rurn, vid. RogerChartier, Cultura popular: retorno a un concepto historiogrfico, Manuscrits. RevistadHistria Moderna (Barcelona), 12 (1994), Pp. 43-62 (traduccin de una comunicacinpresentada en el seminario Popular Culture, an Interdisciplinary Conference, que tuvolugar en el Massachusetts Institute of Technology, 16-17 octubre 1992).

    Como han sealado J. Appleby, L. Hun y M. Jacob, en Telling the Truth aI,owI-Jisrorv, New York-London, W. W. Norton & Company, 1994. Pp. 241 ss.

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    dicionan) el razonamiento y el comportamiento humanos7. En otras pala-bras, se ha puesto justo en el centro de los intereses la dimensin cornu-nicacional de los procesos sociales. De ese cambio y de sus implicacio-nes en el campo historiogrfico es de lo que intentaremos dar cuenta a lolargo de este texto.

    LA DIMENSIN SOCIAL DE LA COMUNICACINHay que destacar que esta opcin de hacer hincapi en los procesos

    sociales de produccin e intercambio de significados es muy anterior alsurgimiento de la linguistic turn. Desde hace ya, al menos, algunas dca-das, tanto la antropologa como la sociologa, y de alguna manera tambinla filosofa, se han embarcado en una reflexin seria y rigurosa sobre losprocesos sociales de intercambio de informacin, as como sobre las ope-raciones socialmente determinadas de construccin y de atribucin designificados.

    Una reflexin que, en conjunto, ha hecho sentir sus efectos tanto en elcampo de la historia como en el de las otras reas disciplinares dedicadasal estudio de los fenmenos sociales. Adems, a la sociologa y a la an-tropologa les ha cabido la labor ms profunda de investigacin sobre ladimensin comunicacional de la experiencia social, quiz porque son co-munidades disciplinares dotadas de una cultura terica mucho ms con-sistente que la que, por lo general, encontramos entre los historiadores.Como ya hemos indicado, la historiografa ha llegado casi siempre tardea estas nuevas reas temticas, pero no por ello ha dejado de asumiras,aunque haya sido de una manera muy peculiar Es en lo relativo a los pro-cesos de construccin y atribucin de significados donde algunos histo-riadores intentaron hacer suyos problemas, temas, teoras y mtodos dedisciplinas cercanas, algunas veces ntegramente, en otros casos slo deforma parcial, acompaando (rara vez como protagonistas) lo esencial deldebate y de la renovacin temtica que an hoy se est produciendo en elseno de las ciencias sociales, y, hay que decirlo, sacando un gran partido.En ese mbito, tambin para los historiadores, la dimensin comunica-cional de la experiencia social se ha convertido en cuestin del orden delda, como a continuacin tendremos ocasin de comprobar

    As, los artculos de carcter reflexivo a los que antes aludamos pre-sentan, casi siempre, un apartado dedicado a explicar cmo dicha pro-

    Cfr. Donald Kelley. Horizons of intellectual history: retrospect, circumspect,prospec, Jo~rnal of the History of Ideas (Lancaster, Penn.-Nueva York), XLVIII, 1(1987), PP. 143-169.

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    blemtica comunicacional se hizo sentir entre los historiadores, insis-tiendo, desde el primer momento, en el dominio de los textos que lospropios historiadores producen en el curso de su labor, ya que tambinellos, al usar el lenguaje como herramienta significante, participan delas virtualidades, de las condiciones y de los limites inherentes a todosistema lingilistico: mediante el uso de palabras y de imgenes (y de to-dos sus recursos y artificios), los historiadores atribuyen significados ytransmiten esos mismos significados a una determinada comunidad in-terpretativa.

    En el marco de esa reflexin, se ha asumido, por ejemplo, que lasestructuras narrativas y la retrica contribuan en gran medida a la cons-truccin del significado que los historiadores, a travs de sus textos, tn-tentan transmitir; tambin en ese mismo marco, los historiadores apren-dieron a deconstruir las estrategias figurativas inherentes a las tcnicas deexposicin que suelen figurar en los textos historiogrficos8; y, asimismo,ha sido en dicho marco donde tomaron conciencia de la especificidad delas tcnicas de validacin del discurso historiogrfico. La leccin de Mi-chel Foucault vino a recordar, en el fondo, que todo saber posee un esti-lo y un orden determinados, es decir, tcnicas de descripcin especificas,cdigos de percepcin propios, reglas formales y semnticas rigurosas,instancias de validacin particulares y un determinado espectro de tiposde inferencia a la que suele recurrir

    En este mbito, el discurso historiogrfico no es una excepcin, bienal contrario, pues se halla asentado sobre todos los elementos que acaba-mos de enumerar constituyen parte integrante y fundamental de su apa-rato retrico, son factores de su cohesin, toman parte en la configuracinde su objeto de estudio e integran los procesos de autorreproduccin deese mismo discurso historiogrfico. En el fondo, como ha destacado An-tonio Serrano, uno de los mayores llamamientos de la propuesta fasci-nante de Foucault se dirige, justamente, al investigador: ste debe obser-var, tan atentamente como le sea posible, las condiciones en que funcionasu mirar, el mirar local que lanza sobre su objeto de estudio, un examenque el investigador debe llevar a cabo antes incluso de dar comienzo a suindagacin ~. En otras palabras, al investigador le cabe observar tanto elmodo en que l mismo observa como el modo en que describe su objeto

    Cfi. Hans-Robert .iauss, Exprience historique et fiction, en Gilbert Gadoffre(dirj, Certitudes et incertitudes de iHistoire, Pars, PUF., 1987, pp. 17-132.

    3 Vase, adems de las obras mayores de Michel Foucault, el sugestivo ensayoRponse au Ceicle dpistmologie, Cahiers poar /Analyse (Pars), 9 (verano 1968), p.9-40.

    Antonio Serrano, La rata en el laberinto o la Historia como observatorio jurdi-co, Anuaro de Historia del Derecho Espaol (Madrid), LXII (992), Pp. 675-7 3.

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    de investigacin, y de ah sacar las pertinentes conclusiones para su prc-tica de investigacin.

    Tambin en el marco de este descubrimiento de las tcnicas y de losprotocolos de la representacin historiogrfica, recientemente han sidoexplorados algunos caminos que hasta hace pocos aos eran menos fre-cuentados por los historiadores. Han tenido lugar, por ejemplo, las pri-meras experiencias de acercamiento al registro y tcnicas de representa-cin mucho ms afines de los textos narrativos de la ficcin en especialen el dominio de la microhistoria y tambin de la biografa, un gne-ro que, en los ltimos aos, ha vuelto a ganar terreno en el campo his-toriogrfico . Tal aproximacin le ha permitido a la historiografa lo-grar una cierta liberacin respecto a los estrechos limites formalesimpuestos por las convenciones textuales del positivismo ochocentista. Y,como ha subrayado Giovanni Levi, uno de los aspectos ms estimulantesde los textos historiogrficos que se inscriben en la llamada microhisto-ra consiste, justamente, en la ruptura que han supuesto respecto a la for-ma afirmativa y autoritaria que, en general, caracteriza el discurso histo-riogrfico ms tradicional ~. En el momento de presentacin de losresultados de su investigacin, lejos de disimular las lagunas documenta-les que han encontrado o de ocultar las tcnicas de representacin inhe-rentes o que procuran transmitir, los historiadores que optan por la esca-la ~. Y en vez de ignorar las zonas menos lineales de los proce-sos sociales, sitan en el centro de anlisis justamente esos procesos, de-jando bien patente toda su complejidad y densidad. Por qu hacer lascosas simples, cuando las podemos presentar de forma compleja?, pre-gunta enfticamente Jacques Revel %

    Sobre este regreso de la biografa, cfr. Giovanni Levi, Les usages de la bio-graphie, Annales ESC (Pars), 6(1989). Pp. 1325-1335. Acerca de la microhistoria co-mo lugar de debate terico y de experimentacin, vid., tambin de Giovanni Levi, On Mi-crohistory>~, en Peter Burke (ed.), New Perspecttves on Historica/ Writing, Cambridge,Polity Press. 1991, Pp. 93-113. 1-lay que consultar, adems, de Jacques Revel, Lhistoireau ras du sol, en 6. Lev, Le Poavoir au Vil/age. Histoire Lun exorciste daus le Pimontd xvii sitc/e, Pars. Gallimard, 1985, pp. I-XXXIIi.

    ~z Cfr. Levi, art. cit. (991), p. 106.Como ha observado J. Revel, verdaderamente se trata de un estilo, pues la ~~ ha desarrollado sus propias formas argumentativas y sus propios modos deenunciacin, maneras de citar, juegos de metforas y, en general, su propio modo de es-cribir historia (Revel, art. cit., 1985. p. XVIII).

    Citado por Levi, art. dr. (1991), p. 112.

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    No se puede negar que, hoy, los historiadores parecen mucho mejordispuestos a emprender experiencias de contextualizacin a distintas es-calas, y se, antes que otra innovadora contribucin terica, puede habersido el principal legado de la llamada microhistoria5. En lo referente ala dimensin comunicacional de la sociedad, hay que reconocer que esteaspecto ha sido prioritario tanto para el anlisis micro como para casitodos los historiadores dedicados al anlisis cultural, los cuales, una vezms, le deben mucho al modo en que la sociologa y la antropologa lo ve-nan practicando en las ltimas dcadas. De hecho, al tomar la cultura co-mo objeto y lugar de observacin de los procesos sociales, han dado pre-ferencia al vasto conjunto de significados socialmente construidos,atribuidos e intercambiados por los actores, mediante representaciones,categoras, clasificaciones, etc. Tal opcin implica concebir la sociedadcomo un espacio donde los individuos estn suspensos en una red de sig-nificados, actuando e interactuando por medio de representaciones, visio-nes del mundo, percepciones y alegoras de los actos, en lo que, en suconjunto, acaba por formar un lenguaje que se materializa en signos por-tadores de significado(s) 6 Estos signos, por su parte, asumen una di-menstn concreta en gestos, conductas, posturas, imgenes de todo tipo otambin en palabras dichas oralmente o enunciadas en textos escritos, unconjunto complejo que el investigador ha de descodificar

    Es en este vasto patrimonio significante donde los historiadores de lacultura se han adentrado recientemente, en la estela de los trabajos pio-neros llevados a cabo por sus colegas socilogos y antroplogos, y de talexploracin, que se remonta a hace dos dcadas, han resultado algunasreas temticas innovadoras y fructferas. Uno de los ejemplos ms cla-ros es la lnea de estudios sobre lectura y escritura en la sociedad medie-val y moderna, temtica relanzada a finales de la dcada de 1970, peroque todava hoy ocupa un lugar central dentro de Las preocupaciones deuna buena parte de la comunidad historiogrfica dedicada al anlisis cul-tural ~. Una vez ms, se trata de un objeto de estudio ntimamente rela-

    Cfr. Jacqucs Revel (din), Jeux dchelles. La Micro-analyse lexprience, Pars.Gallimaid/Le Seuil, l996.~

    ~ Como indic C. Geertz, semejante concepcin no se aleja mucho de las propues-tas de Max Weber, quien tambin se enfrentaba al anlisis cultural, esencialmente, comobsqueda interpretativa de los significados construidos socialmente (cfr. C. Geertz, ~~, en The Interprctation ci Ctltu-res, Nueva York, Basic Books, 1973, Pp. 3-30).

    > Una buena prueba de esto es la reciente publicacin del volumen titulado Histoi-res du Livre. Nauvelles Orientaticus, dir. por Hans Erich Bdeker (Paris, IMEC ditions,1995). El libro de F. Bouza Alvarez, Del Escribano a la Biblioteca. La civilizacin escri-ta europea en la Alta Edad Moderna (siglos xvxvn), Madrid, Sntesis, 1992, proporcionaun excelente panorama de las posibilidades interpretativas proporcionadas por el rea de

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    cionado con esa dimensin comunicacional de la vivencia en sociedadque desde el comienzo hemos venido destacando.

    La llamada historia del libro y de la lectura se ha revelado un te-rreno seductor. Para los historiadores que se dedican a estudiar cmo cir-culaban los libros y cmo eran ledos en la Europa de comienzos de lapoca moderna es, por ejemplo, obligado reflexionar sobre cmo los lec-tores atribuan significados a los textos que lean. En este mbito, las en-seanzas de la llamada Rezeptionssheil< desarrollada, ante todo, en elarea de la teora literaria han inspirado ampliamente a los historiadores,para quienes el acto de lectura ha pasado a ser entendido como un com-plejo momento de comunicacin, en el curso del cual diversos factoresactan en procesos de emisin, de intercambio y de recepcin de signos.En lo relativo al lugar de encuentro entre las intenciones del autor, deleditor y de los lectores ~, la lectura tiene tambin en el lenguaje una ins-tancia que juega un papel activo en el modo en que los significados sonconstruidos y atribuidos.

    En cuanto al conjunto de signos tomados en consideracin, tambin seha producido una ampliacin considerable: lejos de restringir su interpre-tacin a los signos verbales que integran los textos, los historiadores sededican cada vez ms a otros niveles de significacin que hasta hace bienpoco haban sido ms o menos desatendidos, como, por ejemplo, la com-ponente grfica o material de los libros, que empieza a ser considerada unconjunto significante dotado de un vasto, a veces inesperado, potencialexpresivo 3 Potencial que se incrementa por la interaccin entre texto eimagen, tan frecuente en muchos de los objetos estudiados por los histo-riadores 2

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    Al insistir en el papel jugado tanto por los lectores como por las di-versas mediaciones que actan en el momento de la lectura, se ha puestoen duda seriamente la idea de que la obra de arte constituye una expresinlineal y transparente del estado espiritual del creador o una expresinliteral y pura de sus intenciones. Adems de las distintas mediaciones in-herentes al proceso de creacin, transmisin y recepcin que acabamos demencionar, hay otros aspectos que hacen mucho ms compleja la relacinentre la obra y el artista, y en este apartado las propuestas ms interesan-tes de los ltimos anos corresponden a Pierre Bourdieu y a su aplicacinde la teora de los campos al rea de la produccin cultural. De hecho, losrecientes estudios de Bourdieu sobre el campo de las artes destacan el pa-pcI decisivo que juegan tanto las condiciones impuestas por la estructurainterna del campo de las artes, como las influencias ejercidas por los de-ms campos que, en su conjunto, constituyen la sociedad2.Es interesante observar que la historiografa ha integrado rpidamen-te los conceptos y las preguntas de Bourdieut surgiendo, en los ltimosaos, una serie de estudios donde se observa la huella de sus propuestas.Tales estudios han versado sobre algunos de estos tpicos: poder simb-lico, autonoma del campo literario, posicin de los agentes dentro delcampo, capital detentado por cada uno de los agentes, estrategias de afir-macin de stos, conflictos de clasificacingnesis y vulgarizacin dedenominaciones o de expresiones como escritor, hombre de letras,obra de arte, artista23, etc., procesos de consagracin y de canoni-zacin dentro del campo, aparicin de un cuerpo de intrpretes profesio-nales, y categoras sociales de apreciacin y de atribucin de valor a laobra. Junto a la atencin prestada a estas cuestiones, han ido estudin-dose ms las condiciones socialmente determinadas de funcionamientodel campo de las artes, analizndose, ante todo, quines conciben la ideade obra, quines la ejecutan, quines suministran el equipamiento mate-

    University of California Press. 1995; existen, incluso, revistas especializadas en esta te-mtica, como cs el caso de Visible Language o de Word & hnage; sobre este mismo tema,veanse, adems, las obras reseadas en la nota 34.

    Cr. Pierre Bonrlen, Les r=gesde art; gen~se et structure da charnp liltraire,Pars, Editions du Senil, 1992.

    22 Eterno barmetro del estado de la historiografa internacional, la revista Annales1155 ha dedicado recientemente un nmero a la teora del campo literario y a la pertinen-cia de su aplicacin en el anlisis historiogrfico: cfr. Christian Jouhaud, Littrature etHistoire. Prsentation>~, Anna/es HSS (Pars Lmarzo-abril 1994], 2, pp. 271-276); vase,asimismo, dc Alain Viala, Naisrance de lcrivain. Sociologie de la lirterature lgeclassique, Pars, Les Editions de Minuit, 1985.

    23 Estas alteraciones en el lxico del mundo artstico han sido consideradas indiciosde cambios en lo refcrente al estatuto y al reconocimiento social disfrutados por los agen-tes que son as designados cfr. A. Bermingham y J. Brewer (eds.), Tite Consumption ofCulture, /600-1800. Image, Object, Text, Nueva York, Routledge, 1995.

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    rial indispensable y quines constituyen el pblico de una determinadaobra>>.

    Hay que decir que, en conjunto, estas propuestas de investigacin hanobtenido resultados bastante sugestivos, pese a que, al mismo tiempo, hancontribuido a un cambio algo drstico en el modo de concebir los estudiosliterarios. Se ha reconsiderado el papel jugado por el creador individual,y Robert Darnton subraya que hasta el mismo concepto de literatura hacambiado: antes tenamos una sucesin de grandes libros y una galera degrandes creadores; hoy, la literatura ni siquiera constituye ya un corpusde textos, sino ms bien una actividad fuertemente determinada por con-diciones sociales>>

    Como seria de esperar, otra de las reas donde se ha hecho sentirel efecto de este conjunto de problemas es la llamada historia de lasideas. Conocedores de todas las problemticas que acabamos de men-cionar, para los historiadores ya no es apropiado el estilo ms convencio-nal de reconstruccin de las ideas y de las construcciones intelectualesproducidas por individuos del pasado. En contrapartida, se ha afianzadoun modo mucho ms problematizador de concebir las cuestiones alas quesuelen dedicarse los historiadores de las ideas. As, a la busca casi ob-sesiva de doctrinas claramente enunciadas le ha seguido el inters por sis-temas de ideas fluidos y mal configurados; el hbito de reconstruccin li-neal del proceso de gestacin de una idea dio paso a una predileccin pordescubrir las ambigedades, las inercias, las fuerzas inconscientes o elpapel jugado por el azar; la bsqueda de las nuevas palabras y de las nue-vas maneras de decir las cosas fue sustituida por el inters por las menosvisibles operaciones de adaptar y acondicionar viejas frmulas >~; a unapesquisa que se basaba en la creencia de que los signos posean signifi-

    Cfr. Helene Merlin, Pablic et littrature en France au xv,r sicle, Pars, Les Be-lles Lettres, 1994; cuestiones que tambin se han revelado pertinentes para el rea de bis-toa del arte, como demuestra el estudio de Nathalie Heinich, Du Peintre lArtiste. Ar-tisaus etAcadmiciens it lA ge Classique, Pars, Minuit, 1993.

    25 Cfr. Robert Darnton, l-iow tu Read a Book, The New York Review of Books,XLII], >0 (6junio 1996), p. 52. Se trata de un proceso que ya haba presentido Louis A.Montrose (en Professing the Renaissance: the Poetics and Politics of Culture, en A. Ve-eser (cd.), The New Historicism, Nueva York-Londres, Routledge, 1989, p. 18), peroque noha dejado de proporcionar estudios muy pertinentes, como por ejemplo e de Karen Hollissobre los esfuerzos de Teresa de Avila por conquistar una voz en el espacio literario de sutiempo: Teresa de Jess andthe relations of writing>~, en Peter Evans (cd.), Conflicts of dis-enurse. Spanish Literature e the Golden Age, Manchester & Nueva York, ManchesterUniversity Press, >990. pp. 26-47; acerca del mismo tema, vid. Ii. E. Suflz, Writing ornenin Late Medieval and Early Modern Spain. The Mothers of Saint Teresa of Avila, Phila-delphia, University of Pennsylvania Press, 1995.

    26 Cfr. Antonio Serrano, Como lobo entre ovejas. Soberanos y marginados en Bodin,Shakespeare, Vives, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1992, p. 72.

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    cados estables y fijos le sigui un estilo de anlisis que se deleita en de-tectar las polisemias y las ambigedades producidas por las interpreta-ciones discrepantes; en suma, a una concepcin simplista del lenguaje,considerado como reflejo de creencias e ideologas, le ha seguido un mi-rar que toma los sistemas linguisticos en toda su complejidad, exploran-do las dimensiones implcitas del lenguaje e interesndose por alusionesy referencias oblicuas, e incluso por el papel del texto implcito27, de lasexpectativas, de las convenciones y de los protocolos de comunicacin.A algunos de estos tpicos les vamos a dedicar las prximas lneas.

    ACTOS DE LENGUAJE Y COMPONENTE EXPRESIVA

    Se remonta a finales de los aos sesenta y a la dcada de 1970 el ini-cio de la reflexin ms sistemtica sobre la problemtica de los actos delenguaje, impulsada, claro est, por la resonancia de los trabajos de JohnL. Austin y de John Searle. Como se sabe, se trata de una discusin que,en un principio, se limitaba a algunos sectores de la teora de la literatu-ra ante todo, el campo de la filosofa del lenguaje, pero poco a pocoalgunas de sus propuestas y problemas fueron asqmidos por la comunidadde los historiadores, siguiendo el patrn ya descrito.

    En lo esencial, el trabajo historiogrfico sac provecho de la consta-tacin, sistematizada por Austin, de que, en los signos y en los enuncia-dos, existen fuerzas significantes que son independientes de los signi-ficados que esos signos denotan en principio. Tales fuerzas pertenecena niveles implcitos de las situaciones de comunicacin, pero aun as seencuentran permanentemente presentes, actuando mediante el conoci-miento que las partes implicadas en una determinada situacin poseen delas convenciones sociales y lingiisticas activadas en esos momentos. Sonjustamente esas convenciones las que dictan qu es y qu no es compren-sible, as como qu se puede hacer con los signos, tanto verbales comopictricos. Para la labor historiogrfica el resultado ms sobresaliente deesta reflexin fue llamar la atencin sobre el componente expresivo de los

    22 Cfr. Antnio M. Hespanha, Una Historia de Textos, en F. Toms y Valiente etal., Sexo barroco y otras transgresiones premodernas, Madrid, Alianza Editorial. 1990,pp. 94 ss.

    28 Para una apreciacin crtica sobre el alcance de este conjunto de cuestiones, cfr.Quentin Skinner, Meaning and understanding in the History of Ideas, Historv and The-ory (Middletown. Conn.). Viii, 1(1969), Pp. 3-53. Un buen ejemplo de las virtualidadesde este abanico de problemas es el estudio de L. Jardine y A. Grafton acerca de GabrielHarvey, un lector profesional de las Dcadas de Tito Livio en la inglaterra a caballo en-tre los siglos xvi y xvii (Studied for Action: How Gabriel Harvey read his Livy>~, Past& Present (Oxford), 129 (noviembre 1990), pp. 30-78).

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    actos lingilisticos. los cuales movilizan y comprenden muchos y comple-jos medios no-verbales de comunicacin. Digase, adems, que por estosmedios implcitos, por esa fuerza ilocucionaria pasa una parte muy sus-tancial de la comunicacin que los actores establecen entre s, y a la cual,hasta hace muy poco tiempo, los historiadores le prestaban muy poca oninguna atencin .

    Al mismo tiempo, otro fruto extraordinariamente feliz de esta lnea dediscusin ha sido la investigacin sobre otra dimensin de esa fuerzatnherente a los actos de lenguaje: su potencial perlocucionario, le., sucapacidad para provocar efectos a travs de los signos, ejerciendo su po-der transformador sobre el destinatario mediante la enunciacin de unmensaje. Obsrvese que cuando hasta ahora hablbamos de comunica-cin, e incluso de lenguaje, no reducamos su mbito a la dimenston ver-bal. Por contra, las palabras son uno entre los otros muchos cdigos lin-gtisticos a los que esto se aplica con toda pertinencia, como por ejemploel lenguaje pictrico, el lxico del comportamiento (gestos, mmica fa-cial, postura del cuerpo, etc.), el lenguaje musical, entre otras. Es en es-tos campos donde, justamente, ha empezado a concentarse la atencin delos historiadores ms decididos a incorporar este espectro temtico en laagenda del anlisis historiogrfico3.Uno de los ejemplos ms logrados es la obra de Stephen Greenblatt,quien, al estudiar el teatro de fines del xvi opt por colocar en el primerplano de su investigacin esa invisible capacidad servida por signosverbales, auditivos o visuales, un poder para producir, dar forma y orga-nizar experiencias colectivas de carcter fsico y mental. A Oreenblatt le

    Como ha observado Quentin Skinner en Conventions and the understanding ofSpeech Acts, en E. King (cd.), The history ideas. An introduction to method, Londres,Croom Helm, 1983. pp. 259-284.

    -3 Una de las excepciones es Walter J. Ong, autor de una fascinante obra llena de fa-cetas. Acerca de este asunto, Ong escribi bastantes pginas, pero merece especial refe-rencia el artculo The Writers Audience is always a Fiction, Publications of the Mcc/emLanguage Revievv (Baltimore), 90(1975), pp. 9-21.

    En el campo de la historiografa del arte, una de las obras que, en su conjunto, de-nota ms paradigmticamente esta preocupacin es la de Louis Mann vase, por ejem-po, la reciente antologa de ensayos de Mann en De la Reprsentation, Pars, Galli-mard/Le Seuil, 1994; vase, tambin, de 6. Didi-Huberman, Devant lhnage. QuestionPose auxjins dune histoire de lArA Paris, ditions de Minuit, 1990, PP. 28 ss.; y, as-mismo, de David Freedberg. The Power of fmages.Studies in the Hstory and Theorv ofResponse, Chicago, Chicago University Press, 1989. En cuanto al lenguaje del cuerpo, al-gunos de los mejores trabajos son de Dilwyn Knox, por ejemplo: Late medieval and re-naissance ideas on gesture en V. Kapp (dir.), Dic Sprache der Zeichen und Bilder. Rhe-torik und nonverbale Kornmunikation in derrtihen Netzeit (El lenguaje de los signos y delas imgenes. Retrica y comurncacon no verbal a comienzos de la poca modernal, Mar-burg, Hitzeroth, 1990, Pp. 11-39.

  • Entre textos y discursos. La historiografa y el poder del lenguaje 135

    impresion, ante todo, la sorprendente capacidad del aparato dramatrgi-co quinientista para generar reacciones tan diversas como placer, inters,inquietud, dolor, miedo, piedad, risa, tensin, alivio, sorpresa, etc. Albuscar la energa contenida en los signos ese contagio emocional,por usar la expresin de Ernst Gombrich, Greenblatt llam tambin laatencin sobre el hecho de que tales recursos eran activados con la fina-lidad de conducir el comportamiento de aquellos a quienes se destinaban,modelando la experiencia y provocando un efecto en las personas para, deese modo, transformarlas.

    Una vez ms, adems de volver a encontrarnos aqu un aspecto quenos ha acompaado desde el comienzo del texto la dimensin comun-cacional es evidente que tras este inters por la dimensin implcita delos actos de lenguaje se halla tambin una dimensin realizativa, una con-cepcin del lenguaje como medio de accin, una forma de actuar sobrelos otros. Es esto lo que explica el inters de los historiadores por esosencantamientos colectivos provocados por metforas o alegoras exhi-bidas en ceremonias, danzas o representaciones teatrales a travs de em-blemas e imgenes de todo tipo, ropajes, etc., recientemente estudiadosen innumerables trabajos historiogrficos. Como seria de esperar, unaparte de esos trabajos hizo suyas muchas de las cuestiones que, desde ha-ce por lo menos medio siglo, ha formulado la antropologa en el mbitode sus investigaciones sobre rituales y ceremonias, con especial relevan-cia de los siguientes tpicos: en primer lugar, la realizacin efectiva y sufuncin perlocucionaria; despus el carcter casi litrgico de los actosceremoniales; asimismo, la recurrencia y repeticin como formas de rea-firmar los valores fundamentales de la comunidad y de reproducir el or-den social; por ltimo, la repeticin como signo de verdad, y la solemni-dad como instrumento generador de consenso>5.

    32 Ct~r. Stephen Greenblatt, Shakespearean Negotiations. The Circulation of SocialEnergy in Renaissance England, Oxford, Clarendon Press, 1988.

    E. 1-1. Gombrich, Expression and communication>~, en Meditatinas ce a HobbyHorse a,d other essays oc the theory of arr, Londres & Nueva York, Phaidon, 1971(1963), pp. 56-69.

    >~ Cr. algunos buenos ejemplos: Fernando Bouza Alvarez. Retrica da ImagemReal. Portugal e a memria figurada de Filipe II, Penlope. Fazer e desfazer a hisu$ra, 4(1989), pp. 20-58; Erica Veevers, mages of Lave and Religion. Queen Henrietta Mariaand Court Ente rtainnients, Cambridge, Cambridge University Press, 1989; Charles Demp-sey, The Portrayal of Lave. Boticelli s Primavera and Humanist Culture at the time ofLo-renzo the Magnzficent, Princeton, Princeton University Press, 1992, y. de Roger Chartier,~~, Actes de la recherche enscences sociales, Pars, 43 (1982), Pp. 58-63. Clifford Geertz, Negara. The Theatre Sta/ee Nineteenth-Century Bali, Princeton. 1980.

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    Como ya indicamos, los promotores de esas situaciones de fuerte sig-nificado ritual tenan conciencia ms o menos clara del potencial perla-cucionario, transformador, que posean ciertos signos y, por ello, sabanque exponer determinadas imgenes, evocar ciertas historias o hacer so-nar una msica panicular iba a ejercer un determinado efecto en el audi-torio, influyndolo. Es como si esas imgenes, evocadas o expuestas, tu-viesen el poder de despertar otras imgenes que les estaban asociadas,desencadenando un movimiento que activaba verdaderas constelacionesde significados, que resonaban intensamente en el curso de una ceremo-nia36. No es de extraar, por tanto, que esta problemtica haya atrado r-pidamente la atencin de los historiadores dedicados a estudiar las tcni-cas de ejercicio del poder De hecho, la historia poltica ha acogido conentusiasmo estos problemas, tenindolas como una ms de las tecnologasde dominio y de creacin de consenso: a travs de la movilizacin de esafuerza expresiva servida por los signos, se hacia posible divulgar e impo-ner un conjunto de normas, y, as, conducir la conducta de los otros sinrecurrir a la fuerza. En otras palabras, se trata de una forma de ejercer elpoder por medio de la persuasin y de la seduccin, sin que se sienta, si-quiera, el carcter opresivo de la fuerza tcnica habitual, por otra par-te, en la sociedad europea de la poca moderna37.

    Es interesante observar que, al estudio de los rituales, los historiado-res han asociado con frecuencia algunos de los problemas ligados a doszonas de discusin que ya han sido citadas: por un lado, la teora dela recepcin, y por otro, el estilo de investigacin practicado en el m-bito de la microhistoria. Como vimos, este ltimo campo, al invitar ala reduccin de la escala de anlisis y a la adopcin de un mirar micro,hizo posible una descripcin ms detallada y minuciosa de los procesossociales de comunicacin, o sea, de produccin, de intercambio y de re-cepcin de informacin. En el cuadro de la historia poltica, adems depermitir el seguimiento del cambio social en toda su complejidad, laadopcin de un punto de vista micro tambin permite al historiadorcaptar el modo en que se produca, sobre el terreno, la divulgacin y larecepcin de programas normativos. Permite comprender, ante todo, que

    30 James W. Fernandez, The performance of ritual metaphors, en J. D. Sapir y 1.C. Crocker (eds.), Tite social use of metapitor: essays on tite anthropology of rhetoric, Fbi-ladelphia, University of Pennsylvania Press, 1977, pp. 104 ss.

    ~ Sergio Bertelli. II Corpo del Re. Sacralit delpotere nelEu ropa medievale e mo-derna. Firenze, Ponte Ale Grazie, 1990; Manfred Tietz, Nicht-verbale Uberzeugunsgss-trategien bei Fran~ois de Sales [Estrategias no verbales de persuasin en la obra de Fran-cisco de Sales), en V. Kapp (ed.), Die Sprache der Zeichen und Bilder. Rhetorik undnonverbale Ko,n,nunikation ti derrtihen Neuzeit, Marburg, Hitzeroth, 1990, pp. 90-101;Grard Sabatier, Les Rois de Reprsentation, image et poovoir (xvr-xvr sicle)>~, Revuede Svnthtse (Pars), IV

  • Entre textos y discursos. Lo historiografa y el poder de/ /enguaje 137

    de parte de los receptores siempre quedaba una reserva, en muchos casosbastante significativa, de libertad y de posible actuacin creativa, inclusosi se trataba de grupos sociales subalternos >~.

    Tal potencial creativo y libre puede manifestarse en la persona de unlector de un libro, que creativamente atribuye significados originales a lossignos contenidos en el texto, en lo que la historiografa anglosajona de-nomtna reader response 3; pero puede tambin manifestarse en las diver-sas (y opuestas) reacciones de un conjunto de individuos presentes en unaceremonia regia, en la cual se presenta un programa artstico apologticode la Monarqua; puede, incluso, emerger en los mltiples tipos de res-puesta de las poblaciones a las rdenes enviadas por el poder central. Encualquiera de los ejemplos que acaban de enunciarse, adems de la rela-cin de comunicacin que, una vez ms, se encuentra presente, no hay du-da de que lo que est en juego es, ante todo, una cuestin de poder

    Las maniobras llevadas a cabo por el receptor, como respuesta a losestmulos que se le envan, son un terreno excelente para que el historia-dor capte y diagnostique las contradicciones y las limitaciones que sonpropias de todo sistema normativo. Ms que un mecanismo implacable yde impacto uniforme, tales sistemas normativos eran, en la mayor partede los casos, ms abiertos y fluidos de lo que muchas veces se ha pensa-do, y tal hecho tiene que ver con que siempre haya espacio para lo queN4ichel de Certeau califica de poltica de las periferias0, que se desa-rrolla en los intersticios y en las ambigedades abiertos por los aparatosde dominacin y de control1. La oposicin poltica es mucho ms com-pleja de lo que se ha credo, recuerda J.-F. Schaub a propsito de la po-ltica en el Antiguo Rgimen2. En esa poca, las formas de oposicin yde resistencia estaban mucho ms diversificadas de lo que se suele supo-ner: el dominado nunca deca todo al dominador, y no se comportabasiempre de la manera que el dominador pretenda.

    Cfr. Michel de Certeau, Linvention du Quotidien. 1, Arts de Pc/re, Pars, Galli-tnard, 1980.

    En el fondo, estudiar esta reader response es emprender una especie de fenome-nologa de la lectura; para Michel de Ccrteau la lectura constituye una actividad que pre-senta todos los rasgos de una produccin silenciosa: es un derivar a lo largo de las pgi-nas, durante el cual el ojo viajero opera una metamorfosis del texto, una operacin hechacon mucho de improvisacin y de expectativas de significaciones inducidas por algunaspalabras: Cir. Certeau. O~.

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    Como tal, la relacin entre centro y periferia no siempre es reducibleal binomio dominador-dominado, incluso porque los sistemas normativosraramente actan aisladamente en el terreno; la situacin ms comn, porel contrario, es la simultaneidad de estrategias mltiples lanzadas por di-versas instancias de poder, no pocas veces divergentes y slo rara vezaliadas. Adems del centro de poder y de las normas que emite, hay quecontar con todo un vasto mundo de obstculos, que asumen la forma depoderes intermedios, de inercias regionales, de resistencias corporativas oincluso de formas organizadas de existencia social al margen del mundooficial. Pero una cosa parece cierta: las relaciones de poder se ejercen atravs de la produccin e intercambio de signos, y esto explica la fuertevinculacin entre estudios sobre el ejercicio del poder e investigacionesque entienden la sociedad como un conjunto hecho de partes en perma-nente comunicacin entre s.

    HECHOS DISCURSIVOS Y ANLISIS HISTORIOGRFICO

    Miel-id Foucault, al ocuparse de los hechos discursivos, tambin de-dic una gran atencin a la problemtica del lenguaje y, como se sabe, loconsider una construccin social que impone un cierto estilo y un ciertocontrol sobre el modo de razonar y de pensar las cosas. Al mismo tiem-po, para el autor de Les mots et les choses el lenguaje es tambin respon-sable de determinados tipos de efectos, no slo en la esfera del discurso,sino tambin en un plano extradiscursivo, y por ello, quiz ms que cual-quier otro estudioso, se interes profundamente por la articulacin entreel lenguaje y las relaciones de poder. Pero antes de examinar las implica-ciones de esta cuestin en lo relativo a la historia poltica, veamos cmoFoucault puso en causa algunas de las ms enraizadas rutinas explicativasde la historiografa.

    La prioridad concedida al estudio de los hechos discursivos tuvo unafuerte repercusin en diversas esferas del trabajo interpretativo. Como essobradamente conocido, Foucault se preocup, ante todo, por tomar losenunciados en el momento en que surgan, en que irrumpan, para des-pus intentar comprender las condiciones en que tal irrupcin se produ-ca, el modo con que ese discurso iba existiendo y las correlaciones queestableca con otros enunciados coexistentes44. En cuanto a la existenciade un determinado discurso, se ineres tambin por las condiciones ma-

    Cfr. Serrano, op. cit. (1982), p. 209.A. Serrano Gonzlcz. Michel Foucault: El derecho y los juegos de verdad.

    Anuario de Filosoja del Derecho (Madrid), 1 (l984), Pp. 334 ss.

  • Entre textos y discursos. La historiografa y el poder del lenguaje 139

    teriales de registro de ese discurso y por sus consecuencias en el plano ex-tradiscurstvo.

    Hay que subrayar que este conjunto de opciones rompi con un estiloms convencional de abordar el objeto de estudio, fuese un sistema deideas o un aparato represivo, situado tanto en el presente como en el pa-sado. Una vez concedida la prioridad a los discursos, la discontinuidad seconvirti en el centro de atencin, haciendo dudar de nociones que hastaentonces disfrutaban de una presencia profundamente enraizada entre lasrutinas explicativas de las ciencias sociales: sacudi, en primer lugar, lanocin de tradicin, y al conjunto de fenmenos constantes que esta no-cin supona Foucault sobrepuso la no-lineariedad y la no-evolucin. Porotro lado, desestabiliz fuertemente el concepto de influencia, demos-trando que no explicaba suficientemente los fenmenos de transmisin ycomunicacin, y en esas condiciones su potencial explicativo terminabapor ser bastante dbil. Incluso la nocin de desarrollo fue seriamente sa-cudida, atacando esa prctica tan habitual, entre los historiadores, de con-siderar y describir una sucesin de hechos como si fuese la manifestacinde un nico principio organizador; Foucault demostr que tal hbito su-pona un mirar teleolgico y evolutivo sobre procesos infinitamente mscomplejos y que estaban lejos de seguir un curso tan lineal. Por ltimo,tambin result seriamente afectada la nocin de mentalidad, tan fre-cuentemente utilizada por algunos investigadores para denotar cosas va-gas como el espritu de una poca, i.e., la existencia de una pretendidacomunidad de significado entre mltiples fenmenos que se producen si-multnea o sucesivamente. La discontinuidad, una vez elevada al estatu-to de protagonista en el mbito del estudio de los hechos discursivos,afect seriamente a todas estas concepciones a>.

    El efecto-Foucault en el campo historiogrfico fue extraordinaria-mente estimulante y enriquecedor, y puede decirse que todava hoy se es-t produciendo la recepcin y rentabilizacin de las propuestas del estu-dioso francs. Adems de su impacto en la esfera de los instrumentosexplicativos el cual acabamos de enumerar en sus lneas sobresalien-tes hay que destacar, adems, que Foucault inspir buena parte de losintentos de estimar si eran pertinentes o no los conceptos actualmente em-pleados. Esto se tradujo en un ntido esfuerzo de revisin de los princi-pios de clasificacin que se aplican a objetos de estudio situados en un lu-gar distante del investigador, distancia esa tanto en trminos cronolgicoscomo en trminos espaciales.

    As, de la toma de conciencia de que buena parte del vocabulario con-ceptual que hoy utilizamos constituye un legado del siglo xix, y de que

    ~ Cfr. Foucault, art. cit. (968), pp. 3 ss.

  • 140 Pedro Cardim

    con mucha frecuencia ese vocabulario no es adecuado en trminos opera-tivos, se parti hacia una deliberada utilizacin de terminologa indge-na y coetnea46. En el fondo, se trat de un intento de aproximacin almodo en que pensaban y categorizaban aquellos a quienes el investigadordedica su trabajo47. Pero tal incorporacin del vocabulario coetneo porlo general tomado de los propios discursos que se sitan entre el investi-gador y su objeto no est desprovista de dificultades. Por un lado, esosvocablos, denominaciones y categoras reflejan conflictos de representa-ctones, denotan formas diversas y, no raras veces, conflictivas de mirar adeterminados objetos, clasificarlos y distinguirlos. Como una y otra vezrecuerda Pierre Bourdieu, tales palabras, eminentemente polismicas, sonlugar y objeto de luchas intensas, en las cuales estn ocupadas partes dela sociedad que mantienen una relacin de competencia, porque estn im-plicadas en un verdadero juego de fuerzas. Son precisamente las palabrasque designan las divisiones del mundo social las que acaban por ser ob-jeto de los conflictos ms intensos, luchas que oponen individuos, gruposo incluso el conjunto de la comunidad40. Lo que importa tener en cuentaes, justamente, esa dimensin no-inocente, pero pese a todo pertinente, delos conceptos autctonos.

    Por otro lado, sabemos hoy que por mucho que se emprenda unaaproximacin a la terminologa y al modo de pensar del otro, el traba-jo del investigador sigue siendo muy semejante al de traductor, al deintrprete que se esfuerza, tanto como puede, por demostrar el sentidode las categoras y de las clasificaciones extraas, exticas y pro-pias de una racionalidad completamente distinta de la actual, pero siem-~pre utilizando las maneras de hablar y las tcnicas de inferencia pro-pias de nuestro tiempo. Como tal, es inevitable un esfuerzo de arti-culacin entre la taxonoma moderna y el sistema de clasificacin mdi-gena 1

    ~ Cfr. C. Condren, en Tite Language cf Politics in Seventeenth-Century England,Nueva York, St. Martios, 1994; vase, asimismo, entre los muchos ejemplos que se po-dran citar, las consideraciones de Aurelio Musi en La fedelt al re nella prima et mo-derna Cr. P. Bourdieu, art. cit. (1995), p. 116.~> Cfr. Geertz, op. oit, (1986), Pp. 16 ss.a Algo similar se hace en el interesante estudio de C. Buci-Glucksmann, Lafolie du

    voir, De leslhtique baroque, Pars, Galile, 1986, donde ensaya una interpretacin delmirar barroco del siglo xvii.

  • Entre textos y discursos. La historiografa y el poder del lenguaje 141

    La gran atencin prestada a la semntica de las palabras y a su poderpara elevar distinciones, clasificaciones y jerarquas, constituye, por tan-to, otro aspecto fundamental de esta prioridad concedida al lenguaje, enel mbito del sistema de Foucault. Como los historiadores trabajanesencialmente con testimonios del pasado que llegaron hasta ellos bajo laforma de registros de carcter lingiistico, las propuestas de Foucault nopodan ser ms oportunas. De hecho, obligaron a revisar nociones apa-rentemente tan neutras y seguras como libro y obra, categoras de unidadextremadamente problemtica y que, lejos de constituir un dato inmedia-to, cierto y homogneo, son, por el contrario, ms una construccin con-ceptual llevada a cabo por el investigador en el curso de su labor inter-pretativa51.

    Tambin la nocin de gnero literario ha acabado por ser cuestiona-da, sobre todo en lo que concierne a su aplicacin en el anlisis historio-grfico. Sc ha roto con una visin ms tradicional que consideraba que encada poca lo~ diversos gneros coexistan yuxtapuestos, unos al lado delos otros, y se sustituy esta visin por una imagen bien distinta, en laque, en primer plano, se colocaron los cruces verticales y oblicuos entrelos discursos52. Estos, por su parte, ms que susceptibles de ser agrupadosen gneros, constituyen grupos, familias histricas de discursos, es decir,de modos idnticos de mirar un mismo objeto. Familias estas para lascuales, en la mayor parte de los casos, la taxonoma actual no es la ade-cuada, porque no se someten a la mayora dc las clasificaciones unvocasy lineales.

    Veamos, a este propsito, un ejemplo concreto. Una categora comoliteratura poltica es difcilmente aplicable al corpus literario produci-do durante la Edad Media o incluso en la Europa del Antiguo Rgimen,una vez que, por lo menos en las regiones de la Europa catlica, la cosapoltica no conoca un campo de produccin discursiva y textual aut-nomo. En el cuadro de la sensibilidad coetnea, ante todo, hasta finalesdel siglo xvii nadie conceba reflexionar y escribir sobre materias que ver-saban sobre el gobierno de la sociedad sin hacer consideraciones acercade la religin cristiana, la teologa, el derecho o la tica. Y tal suceda por-que todos esos saberes formaban, desde haca siglos, un conjunto con fun-damentos epistemolgicos comunes e inseparables53. Slo ms tarde se

    Cfr. Foucault, art. cit. (1968), pp. 15-16.

  • 142 Pedro Cardim

    produjo el proceso de autonoma de la poltica y su conversin en ob-jeto especifico de reflexin y de produccin dogmticas, capaz de produ-cir su propio cuerpo de doctrina, asumindose como categora de saber yde reflexin con sus propios conceptos, sus propias autoridades y sus es-pecficos gneros y subgneros literarios.

    As, en el cuadro de esta preocupacin por la pertinencia y por el ri-gor de las categoras empleadas, hay que hacer hincapi no propiamenteen las palabras, clasificaciones y aspectos que reconoce mejor la sensibi-lidad actual, sino en todo aquello que se aproxima a la sensibilidad y a lasprcticas coetneas55. Esto es vlido no slo en el campo de la literatu-ra poltica que utilizamos como ejemplo, sino en todas las demsreas que estn espacial o cronolgicamente distanciadas de un investi-gador que quiera entender entendimientos muy diferentes a los suyos.El investigador no debe, pues, olvidar la relacin extraa que mantie-ne con su objeto de estudio, cuyo exotismo importa no perder nunca devista. Esta es una leccin que, adems, se aproxima bastante a las preo-cupaciones casi cotidianas de muchos antroplogos. Ver las cosas comolos otros las ven, en esto consiste la ambiciosa propuesta de C. Oeertz>6.

    J.-P. Genet, Lconomie do politique: thologie et droit dans la science politiquede lEtat Moderne. en Thologie et dro it dans la sciencepolitiquede lEtatModerne, Ro-ma, E.F.R., 1991, pp. 19-20; Wolfgang Weber, Prudentia gubernatoria. Studien zarHerrschafrslehre in dcc deutschen politischen Wissenschaft des 17. Jaitritunderis /Pru-dentia gubernatoria. Estudio sobre el arte de la gobernacin en la ciencia poltica alema-pta del siglo xvw, Tdbingen, Max Niemeyer Verlag, 1992.

    SS J.-F. Schaub, La vice-rovaut espagnole au Portugal au tenzps da comte-ducdOlivares (1021-1640). Le conflit de jurisdiction co/none exercise de/a politique, Pars,E.H.E.S.S., 1995, pp. 622 Ss.; y esta premisa se aplica, naturalmente, a la mayora de losobjetos de estudio situados en el pasado, casi siempre portadores de significados y de usosverdaderamente extraos a nuestros ojos: un buen ejemplo de ello es el estudio de a-talie Z. Davis sobre los peculiares usos del libro a comienzos de la poca moderna, en~, Transactions of titeRoyal Historical Society (Londres), 33(1983), pp. 69-88.

    C. Geertz, op. cit. (1986), pp. lOss. Este intento de los historiadores encuentra pa-ralelo en algunas situaciones histricas, sobre todo en aquellas en que dos civilizacionesentraron en contacto por vez primera (por lo general, una europea y otra extraeuropea) yestablecieron los primeros contactos entre s, contactos difciles, deshechos multitud demalentendidos y equvocos; sobre este asunto, vase el trabajo de Nicholas Thomas, En-tangled objects. Exchange, Material Culture, and Colonialisin in tite Pacific, Cambridge.Ma., Harvard University Press, 1991; toga Clendinnen, Fierce and Unnatural Cruelty:Corts and the Conquest of Mexico>s. Representations (Berkeley. Calif), 33 (invierno1991), pp. 65-IDO; es necesario ver, asimismo. las recientes consideraciones de 5. Sch-wartz acerca de las categorizaciones e imgenes autctonas y el modo en que stas debenser empleadas por los estudiosos, en Introduction>~, en 5. E. Schwartz (ed.), Implicit Un-derstandings. Observing, Reporting, and ReJlec/ing oc /he encounters between Europeansand other Peoples in the Ear/y Modern Era, Cambridge, Cambridge University Press,1994, pp. -19.

  • Entre textos y discursos. La historiografa y el poder del lenguaje 143

    E] ejemplo de la literatura poltica ilustra tambin otras cuestiones nomenos importantes: es sintomtico que cada vez se estudie menos la teo-ra poltica per se, y que tal perspectiva haya sido sustituida por una in-vestigacin que presenta una agenda bastante ms ambiciosa. Adems delestudio de los contenidos de las obras y de los autores convencionalmenteconsiderados ms importantes, este nuevo mirar sobre la racionalidad po-ltica de las sociedades pasadas tiene tambin en cuenta muchos otros tex-tos que no solan merecer la atencin de los estudiosos. A la luz de las ca-tegoras actuales, muchos de esos escritos haban sido sistemticamenteconsiderados carentes de significado poltico, porque se ocupaban de sabe-res y temas que en nuestros das no caben en la categora de lo poltico.Con todo, la tendencia que actualmente se observa va en el sentido de inte-grar en la encuesta a los libros que dan cuenta de aspectos fundamentales dela cultura poltica coetnea. Lo que atrs dijimos a propsito de las prcti-cas discursivas y de los gneros literarios explica esta tendencia actual ha-cia una ampliacin de la investigacin, que toma en cuenta, justamente, elcruce y la relacin ntima y ontolgica que la reflexin sobre la sociedad ysobre su gobierno siempre mantuvo con saberes tan diversos como la teo-loga, el derecho o la tica, por slo citar las reas ms importantes57.

    Adems de este aspecto, importantsimo para comprender las relacio-nes de poder establecidas en el mundo ibrico desde el perodo medievalhasta fines del xvt, hay que contar, tambin, con otras dimensiones de eseconjunto complejo que hemos venido en llamar cultura poltica. Tal con-junto integra cuestiones tan cruciales como la caracterizacin de los pro-ductores del discurso sobre la sociedad y el poder, una caracterizacinque tenga en cuenta el componente sociolgico de ese grupo, pero tam-bin sus tcnicas locales de razonamiento y de conceptualizacin; y tam-bin el estudio de los medios de difusin del saber sobre el poder, del mo-do en que tales mensajes eran recibidos por los agentes y la manera enque afectaban a su conducta. En el fondo, y cumpliendo Ja propuesta dePierre Bourdieu, se trata de comprender los mltiples aspectos del campode produccin del discurso sobre la sociedad y su gobierno, lo que supo-ne identificar y estimar la posicin social y el capital detentado por quie-nes mantienen una produccin dogmtica sobre dicho tema, comprenderlas articulaciones que mantiene con otros campos discursivos, y tambincomprender las estrategias que desarrollan con vistas a preservar su terri-torio de intervencin discursiva.

    Cfr. Thologie ca droit dans la science politique dc 1 Etat ,noderne, Roma, EcoleFrancaise de Rome, 1991; es tambin en el cuadro de la toma de conciencia de esa otra ma-nera de clasificar y ordenar los saberes en las sociedades pasadas donde se inscriben losnttmerost>s estudios sobre tcnicas de organizacin de bibliotecas y archivos en la socio-dad medieval y moderna.

  • 144 Pedro Cardim

    Como se puede comprobar, continuamos en torno al leit-nwtiv quenos ha acompaado desde el inicio de esta reflexin: la dimensin comu-nicacional de los procesos sociales.

    CONDUCIR LA CONDUCTA

    La comunicacin ha servido de leit-motiv a esta reflexin. Pero la pro-blemtica de las relaciones de poder tambin ha estado presente casi deforma permanente, y ser a este tema al que le dedicaremos el ltimoapanado de este articulo.

    De hecho, y como hemos venido observando, la dialctica comunica-cional comporta varios aspectos estrechamente relacionados con las di-nmicas propias de la dominacin, en especial una situacin de desigual-dad de capacidades entre las partes afectadas; el esfuerzo, desarrolladopor cada una de las partes, para imponer una determinada representacin,clasificacin o visin del mundo; y el trabajo creativo (que comporta di-ferentes modalidades de recepcin, de aceptacin o de oposicin), de par-te de aquellos que reciben los mensajes. El lenguaje, como hemos visto,constituye un elemento omnipresente en ese esfuerzo de imposicin y de-fine muchas de las condiciones en que se produce la comunicacin. Unacomunicacin, un intercambio de signos considerado como algo ntima-mente relacionado con las prcticas de poder aqu entendidas como elacto de conducir los comportamientos, la conducta de los otros, puesfunciona como el medio a travs del cual se procura imponer determina-das imgenes de carcter normativo, as como dispositivos disciplinaresy tcnicas de control.

    Respecto a esta temtica, la sociedad europea medieval y moderna haproporcionado a los historiadores un rco espectro de fascinantes objetosde estudio. Y en lo que toca a las imgenes sobre el ejercicio del podersobre la sociedad, hasta el xvit fueron los juristas los principales produc-tores de discurso sobre esos problemas, creando un saber que comporta-ba esquemas normativos y propuestas de ordenamiento social, sobre labase de un aparato conceptual construido y manejado, ante todo, por lospropios juristas. Pietro Costa ha mostrado que las palabras que integrabantal aparato conceptual posean un potencial notable: generadoras de ac-ciones, de conductas y de normas, clasificaban e instauraban distincionesy jerarquas. Formaban sistemas de vocabulario dotados de una eficacia

    M. Foucault, Deux essais sur le sujet et le pouvoirs>, en H. Dreyfus y P. Rabinow,Michel Foucaut. Unparcourr philosophiqae, Aa de-lo, de lobiectivit et de la subjectivi-t, Pars, Gallimard, 1984, pp. 308 ss.

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    productiva, textual y contextual, bien visible en los textos jurdicos de )apoca, los cuales pretendan deliberadamente construir un orden socil >~.Estos sistemas lxicos, a su vez, tenan importantes consecuencias en lascategoras de lo poltico, y del modo en que los actores atribuan signifi-cados tanto a sus actos como a los gestos de los otros. De ese modo, sueficacia no se limitaba al plano textual, ya que tambin se hacia sentir enlas prcticas el efecto de estos conceptos generados, mantenidos y domi-nados por los juristas.

    Los juristas protagonizaron, por tanto, la produccin dogmtica sobrela sociedad y su gobierno, y es esto lo que se ha estudiado en recientestrabajos producidos en el mbito de la historiografa del derecho, unalnea de investigacin que, desde la dcada de 980, se ha destacado enel estudio de la historia poltica de la sociedad europea medieval y mo-derna. Responsable de las ms consistentes propuestas interpretativas he-chas recientemente sobre la poltica en la sociedad del Antiguo Rgimen,la historiografa del derecho, sntomticamente, se ha mostrado muy sen-sible a las problemticas que hasta aqu hemos apuntado: muestra unaabertura sin precedentes a los logros de otras disciplinas, sobre todo deaquellas ms dedicadas al estudio de la dimensin social de los fenme-nos; demuestra una fuerte preocupacin por la gama de cuestiones rela-cionadas con la problemtica lingistica; ha llevado a cabo la rentabiliza-cin y la profundizacin de muchas de las propuestas de Michel Foucault,a las cuales tambin hemos aludido ya ~.

    Como tal, disponemos hoy de un conjunto importante de traba-jos donde es notable el inters por la dimensin social del fenmeno ju-rdico en la sociedad europea, con especial atencin a los siguientes as-pectos: semntica de las categoras coetneas producidas por los juris-tas; tcnicas de razonamiento del saber jurdico, y sus consecuenciasen el plano extradiscursivo; pluralidad de instancias normativas y deordenamientos coexistentes en la sociedad medieval y del Antiguo R-gimen.

    Pietro Costa, lurisdictio. Seinantica del potere politico nc/la pubblicissca medie-vale (1100-1433), Milan, Giuffr, 1969; A. M. Hespanha, Reprsentation dogmatique etprojects de pouvoir. Les outils conceptucs des juristes do ius commune dans le domainede ladministration>s, en Erk Volkmar Heyen (dir.), Wissenschaft ucd Recht der Verwal-tung seit deon Ancien Rgimne. Europdische Ansicitten, Frankfurt-am-Main, V. Kloster-mann, 984, Pp. 3-28.

    Antonio Serrano Gonzlez, Poder sub speeie Legis y Poder Pastoral, en Ra-mon Maz (cd.), Discurso, poder, sujeto. Lecturas sobre Michel Foacault, Santiago deCompostela, Universidad, 1987, pp. 15 ss. Para una buena panormica del abanico deproblemas explorado poresta lnea de investigacin, cfr. Antonio Serrano, ~

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    El punto de partida para estas investigaciones ha sido, como vimos, elestablecimiento de una unin muy estrecha con la dimensin social delfenmeno jurdico, hecho que ha generado un trato bastante intenso entrela historia del derecho y la historia social6. Tal ascendente de la dimen-sin social es bien visible en estudios que han seguido orientaciones di-versas: en primer lugar, en los proyectos prosopogrficos y en las biogra-fas colectivas que intentan caracterizar el perfil social de los juristas(origen social o familiar, riqueza, matrimonio, profesin; matrmnionio delos hijos, c?rc~r.a, lazos polticos, produccin literaria, entre otros cam-pos), para, a partir de ah, sacar conclusiones respecto al perfil tpico delos miembros de esa comunidad socioprofesional que, durante tanto tiem-po, protagoniz los destinos gubernativos y administrativos de Europa62.Paralelamente, pero todava en el mbito de la estrecha relacin con la di-mensin sociolgica, en el grupo de los juristas se han reconocido mu-chas de las caractersticas de un sistema autorreferencial, por tratarse deuna comunidad que cre su propia unidad e identidad, definiendo sus par-ticulares reglas de organizacin y de reproduccin, dotada de un vocabu-lario propio y especfico, produciendo su propio objeto de discurso ymanteniendo escasos contactos con el ambiente de saberes que le eranajenos

    En cuanto a las propiedades semnticas de los conceptos producidosy usados por los juristas durante el perodo medieval y moderno, la taxo-noma sobre los actos de poder tiene especial importancia. De hecho, ycomo sugerimos antes, a travs de tal taxonoma se difunda una ciertared de categoras, activada no slo en la comprensin y reflexin sobrelas relaciones sociales, sino que tambin era eficaz en un plano extradis-cursivo, de las prcticas del poder En otras palabras, esos conceptos (ysus significados, construidos por los juristas) instauraban un orden ~juri-dicializado de pensar y de ejercer el poder, definiendo (delimitando)posibilidades de actuacin y produciendo resultados poltico-institucio-nales. Como modelo interpretativo, esta propuesta se ha revelado extra-ordinariamente productiva, en trabajos ya clsicos como los de PietroCosta o Antnio M. Hespanha, quienes emprendieron un anlisis detalla-

    Cfr. Paolo Grossi (cd.), Storia Sociale e Dinzensione Giuridica. Strumenti dinda-gine e ipotes di lavoro, Milan, Giufrr Editore, 1986.

    >2 Un programa diseado y llevado a la prctica por Antnio M. Hespanha, entude prosopographique des juristes: entre les pratiques et leurs reprscntations. enM. Scholz (ed4. El tercer poder. Haca una comprensin histrica de la justicia conteon-pornea en Espaa, Franklurt-am-Main. V. Klosterrnann, 1992, pp. 93-102.

    a Hespanha, art. cit. (1992), pp. 97ss.; Carlos Petit, Oralidad y escritura, o la ago-rita del mtodo en el taller del jurista historiador, Historia. Instituciones. Documentos(Sevilla), 19(1992), Pp. 327-379.

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    do de la semntica de las palabras empleadas por los juristas, y estimaronla eficacia de tales vocablos en un plano extradiscursivo, de las prcticasdel poder64. Sin embargo, tales trabajos subrayan otro aspecto no menosimportante: es imprescindible entender tales palabras en un sistema localde tcnicas de razonamiento, en un orden de razn especfico de los ju-ristas, que determina su modo de percibir, de apreciar y de atribuir signi-ficados. Aunque tal orden de razn se revele radicalmente extrao alinvestigador actual, a l cabe, no obstante, familiarizarse lo ms posiblecon ella, a fin de mejor comprender la gama de sus efectos en la sociedady en la gobernacin de aquel tiempo.

    Paralelamente, la historiografa del derecho se ha empeado en ex-traer todas las consecuencias del hecho de que en la Europa del AntiguoRgimen existiese no slo una instancia normativa, sino varias, todasellas operando simultneamente. As, en ese mundo indeleblemente mar-cado por la diversidad de niveles y de tecnologas de organizacin y deregulacin social ~>, el mundo jurdico constitua uno entre varios otrosproductores (concurrentes) de modelos de organizacin de la sociedad yde la conducta ~. Adems de que esas diversas instancias normativasinteractuaban entre si, el grupo de los juristas, en algunas ocasiones yreas, lleg incluso a considerarse como el nico productor autorizado dediscurso sobre la sociedad y su gobierno, aunque el mundo eclesisticotambin mantuviese un importante volumen de produccin doctrinal, ge-nerando numerosos programas y modelos ejemplares de conducta, des-critos, en algunos casos, con detalle sorprendente. Otro aspecto que debeser recordado: en cualquiera de los casos, los libros constituan el ve-hculo privilegiado de registro y de difusin de ese patrimonio normati-vo, aspecto que nos recuerda, una vez ms, que la dimensin comun/ca-

    Cfr. Costa, op. ch. (1969); Hespanha, art. cit. (1984); Jess Vallejo, Ruda equidad,ley consumada. Concepcin de la potestad nor/na tira (1250-LISO), Madrid. Centro de Es-tudios Constitucionales, 1992. As como los trabajos de R. Descimon, La RoyautFranyaise entre Fodalit et Sacerdoce. Roi Seigneur et Roi Magistrat>~, Revue de Synth-se (Pars), IV, 3-4 (julio-diciembre 1991), pp. 455-473, y Les functions de la mtaphoredu mariage politique du Roi et de la Rpublique, France xv-xviir siecles>~, Annales ESC(Paris) 6 (noviembre-diciembre 992), pp. 1127-1147; Schaub, op. ci/. (1995).

    Para Pietro Costa, la pluralidad de sujetos, de situaciones y los trasvases entre r-denes era tan acentuada en la sociedad medieval que acaba por resultar un objeto de estu-dio que se resiste a la sntesis basada en una lgicajerrquica descendente; obliga, por con-ti-a, a releer la doctrina jurdica medieval a la luz de una experiencia esencialmente plural,policntrica, que se resiste a reducciones demasiado lineales a la unidad [cfr. Pietro Cos-ta, recensin crtica a Jess Vallejo, op. cit. (1992), publicadaen Quaderni Fiorentini (Flo-rencia), 23 (1994). Pp. 459-4631.

    Bartolom Clavero, Antidora. Antropologa catlica de la Economa Moderna,Milan, Giuffr, 1991; como es sobradamente conocido, Clavero protagoniz el cuestiona-miento del llamado paradigma esraralista.

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    cional constituye, tambin aqu, un dato fundamental. Se reconoce queexiste, defacto, una eficacia del mundo de los textos en la esfera del mun-do de las conductas 67 y por ese motivo, la historiografa del derecho tam-bin ha sido muy sensible a los logros de la historia del libro y de la lec-tura, lnea de investigacin a la que ya hemos hecho referencia .

    Antes de terminar, cumple sealar otras implicaciones de esta litera-tura de exempla. Adems de la produccin normativa de los juristas y delmundo eclesistico, se han identificado otros medios donde se producaun similar trabajo de regulacin y de inculcacin de disciplinas de com-portamiento, tanto por la socializacin como por los libros. Y es justa-mente ah donde se sita el inters que la historiografa reciente ha de-mostrado por el vasto corpus de la literatura sobre cortesa que se dioa la estampa a partir de finales del siglo xv6

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    petida y extensiva de los libros que las difundan, sino tambin en el cur-so del propio proceso de socializacin. Para los agentes, semejante con-junto de imgenes ejemplares pasaba a representar no slo un depsito depatrones de conducta o de programas de comportamiento, sino tambinmarcos de sentido y de referencia, una especie de gramtica de los ges-tos que cotidianamente cumplan servan de esquemas de percepcin,de apreciacin y de accin. Adems, tales textos, pese a destinarse a unpblico cortesano, tambin ejercieron un significativo efecto sobre el res-to de la sociedad, ante la cual la corte se presentaba como centro ejem-piar, lugar del buen uso del cuerpo, de la lengua, etc.; en suma, un mo-delo imitado por todos 20

    En el fondo, se ha reconocido que tanto los discursos como los am-bientes sociales donde esos discursos irrumpen estn dotados de capaci-dad para actuar sobre las personas, conformando su conducta a travs dela socializacin y mediante el trabajo continuo de inculcacin de actitu-des y de valores. En esta premisa se basan los muchos estudios que re-cientemente se han dedicado a los lugares de socializacin, lugaresconsiderados como productores de patrones de conductas y de gestos re-currentes. Generadores de regularidades, tales ambientes definen posibi-lidades de accin, ayudando a la reproduccin de esos mismos esquemasde comportamiento. En lo que toca a la sociedad europea de la poca mo-derna, el medio cortesano al que acabamos de hacer referencia, loscolegios jesuticos y las sociabilidades aristocrticas han sido objeto deuna atencin muy especial por parte de los historiadores7. Una vez ms,es a la conducta en su dimensin comunicacional a la que se concede elprimado, estando siempre presente, tambin, el significado poltico delleiguaje.

    Cir. Bern SpiJ]er. ~