2015.01.28. ana maría shua

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  • 8/16/2019 2015.01.28. Ana María Shua

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    El cuento por su autor

    Sesión de tomasPor Ana María Shua

    MIE 28.01.15

    ■ Un escritor tiene que saber muchas co-

    sas. Un escritor tiene que saberlo todo.

    Siempre lamenté haber estudiado Letras y

    no cualquier otra cosa, porque Letras hu-

    biera aprendido igual y vaya uno a saber lo

    que podría haber conocido y me lo perdí.

    No se puede escribir sobre lo que no sesabe. Por supuesto también vale fingir (di-

    ría Pessoa), pero para que salga bien, hay

    que mentir con fundamento. En el caso de

    “Sesión de tomas” el fundamento me lo

    dio mi marido fotógrafo, Silvio Fabrykant.

    El cuento transcurre en su estudio y la pri-

    mera parte de la historia, con los químicos

    para revelar vencidos (un problema fre-

    cuente que la era digital ha superado), las

    chicas de catálogo y esa pareja de banca-

    rios que ha tomado la decisión de cambiar

    de actividad, está tomada más o menos

    fielmente de la realidad, o al menos de los

    traicioneros recuerdos de la realidad.

    Pero por lo menos la mitad de ese caldo

    misterioso que la gente suele llamar inspi-

    ración no proviene de la experiencia (pro-

    pia o ajena) sino de las lecturas. Y en este

    caso, la escritora que se me cruzó por elcamino fue una de las Damas del Sur, la

    genial Flannery O’Connor, con esa forma

    de pegar un volantazo violento, inespera-

    do y sin embargo sutil hacia la mitad del

    cuento, de modo que lo inesperado no

    sea el final (ya nunca lo es, cualquier buen

    lector del siglo pasado ya conoce de me-

    moria todos los finales inesperados posi-

    bles) sino el desarrollo mismo del cuento,

    que se lanza por los asombrosos caminos

    de la vida. Con distancia y con respeto,

    por ese lado lo intenté.

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    ✒Vio aparecer las líneas desdibu- jadas por los errores de color, lascaras pálidas, todo virado al azultriste, se maldijo a sí mismo por no haber renovado los químicos,las pasiones intensas, por no tirar a tiempo lo que parece vivo y estámuerto, fingir, ahorrar, durar, ycomo siempre que estaba en el la- boratorio, sonaron el teléfono y eltimbre al mismo tiempo.

    Atendió el teléfono, un momen-to por favor, y salió a abrirle la puerta a Valentina sin preocuparse por la invasión de luz, las copiasya estaban perdidas. Por ahorrar en revelador y trabajar con pro-ductos vencidos. Si su asistenteseguía llegando a cualquier hora,iba a tener que darle las llaves delestudio o echarla. Sopesó las dos posibilidades mientras atendía elteléfono, escuchando la voz filosade Alba.

     –Te la tengo que dejar ahí –dijoAlba–. En un rato. No hay clases,tengo citados pacientes, no puedosuspender.

    Berenguer contestó con equiva-lente precisión.

     –No. Punto. Yo también tengotrabajo. Hablale a tu mamá.

     –Berenguer, no sos mi primeraopción. ¿Amí me gusta dejarla aPaulita en tu estudio? No me gus-ta. Te la dejo dentro de una hora.

    Alba cortó y el problema quedóallí, se condensó en el aire y sinembargo el silencio, la ausencia deesa voz, provocaba tanto alivio:sobre todo, ya no estaba casadocon ella y todos los demás proble-mas también tendrían solución.

     –Tenemos una chica de catálogo –le dijo a Valentina–, la manda laseñora Mabel. Yen cualquier mo-mento cae mi nena. Me la vas a te-ner que entretener en la oficina.

    Berenguer amaba a su hija conun amor torpe y temeroso. Nuncahabía pensado que se podía querer a alguien así, dándole poder abso-luto sobre su felicidad. APaulita legustaba estar en el estudio. Cuan-do le preguntaban qué hacía su pa- pá, usaba el verbo “fotear”.

    Había poco trabajo en los últi-mos meses. Berenguer hacía fotos para avisos publicitarios, empre-sas, revistas, supermercados, paraactores, actrices y modelos y para

     personas que deseaban serlo. Des-de hacía un tiempo también hacíaretratos para agencias de acompa-ñantes, que trabajaban con catálo-gos de varios precios. ABerenguer le gustaba hacer retratos, y lo ha-cía bien. Asus nuevas clientas lasllamaba “chicas de catálogo”, in-cluso para sí mismo. Las tomas noeran diferentes de las que hacíacon las modelos publicitarias. Laschicas posaban vestidas. El quequiera ver más, que pague, decíala señora Mabel, dueña de una delas agencias. Preparate porque temando una flor de rubia, le había

    anunciado el día anterior: nunca seresignaba a la indiferencia de Be-renguer por sus pimpollos.

    Valentina preparó café. La rubiade catálogo llegó puntual, acom- pañada por su marido. No era

    exactamente una chica. Usaba untraje bordó. Tenía bolsas debajo delos ojos un poco saltones, unamagnífica cascada de rulos teñidosde rubio, y una distancia extrañaentre la nariz y la boca. Unos cua-renta años: el ojo del fotógrafo es-taba acostumbrado a calcular laedad de las mujeres y a distinguir las tetas de siliconas de las verda-deras. Las tetas de siliconas, fir-mes en su puesto de batalla, mira- ban siempre al frente, sin titubeos,netas y rígidas como una nariz.Las tetas verdaderas manteníansiempre una agradable inercia queles daba un aire independiente, un poco salvaje.

    El señor y la señora López Bel-monte le dieron la mano al fotó-grafo con entusiasmo de princi- piantes. Cuando la señora entrócon Valeria a la sala de maquillaje,su marido sonrió confiado, pidióalgo fresco para tomar y se aflojóla corbata.

     –Qué día –dijo–. Vinimos direc-tamente de la sucursal. La genteestá como loca.

     –¿Trámites? –preguntó cortés-mente Berenguer.

     –No, somos empleados banca-rios. Los dos. Lamentablemente.Pero vamos a salir de esto. La se-ñora Mabel la alentó mucho, ¿sa- be? Ynos habló muy bien de us-ted. Me interesa su opinión.

    Berenguer sabía que, cuando laseñora Mabel alentaba realmente aalguien, le pagaba las fotos. En es-te caso, las fotos se las pagaba di-rectamente la mujer. O el marido.

     –Yo no opino –dijo–. Yo hagolas fotos.

     –Pero usted tiene experiencia.La de mujeres que habrá visto. –Elseñor López Belmonte emitió unarisita pícara. Tenía el pelo escaso,de color negro brillante.

    Afuera estaba el mundo, habíasol, sándwiches tostados, autos decolores. Berenguer no tenía ganasde estar encerrado en su estudio

    antiguo, fresco pero un poco som- brío, de techos altos, con el matri-monio López Belmonte.

    La señora López Belmonte, flor de rubia, emergió de la sala de ma-quillaje vestida con un pantalón de

    cuero apretado, que provocaba unaoleada de grasa sobre la cintura.La blusa roja dejaba ver el co-mienzo de sus pechos blandos, le-vantados y unidos por un corpiñotipo bandeja.

    El señor López Belmonte la re-cibió con una mirada de admira-ción y un silbido estimulante.

     –¿Y, qué me decís? –le comentóal fotógrafo–. ¿No es una máqui-na? ¿En qué catálogo la pondrías?

    La señora caminó, balanceandoel culo chato, hacia la tarima de lasala de tomas. Tomó la silla y sesentó en pose, con las piernas cru-zadas. La ropa menos ajustada po-dría haber disimulado, quizás, elefecto pantalón de montar en losmuslos, el grosor de los tobillos.El fotógrafo y su asistente cruza-ron una mirada rápida.

     –¿Así? –preguntó la señora Ló- pez, con un mohín desacompasa-do.

     –No, esperá –dijo Berenguer–.Aver, parate. Quiero que mires para abajo y levantes la cabezacuando yo te diga.

     –¿Así? –preguntó la señora Ló- pez, sacudiendo su rubia cascadade rulos como un perro mojado.

     –Estás bien, estás re buena,Betty –decía el marido–. Vas a ver,no vas a dar abasto.

     –¿Vos creés? –decía Betty, tiran-do insinuante del escote de la blu-

    sa. –¡Imaginate si se enteran losclientes del banco! Más de uno meanda detrás.

     –Aver. No mires la cámara aho-ra, Betty –decía Berenguer–. Sen-tate en la silla al revés, con elmentón sobre el respaldo, así.

    Pero al abrir las piernas para pa-sarlas a cada lado del respaldo, lascosturas del pantalón simplementese negaron a seguir resistiendo la presión a que las sometía el desti-no y se desgarraron con un sonidosibilante.

     –No importa –dijo la señora Ló- pez–. Abajo tengo el conjunto de

    lencería para las tomas que si-guen.

    Sonó el timbre de la puerta decalle. Paulita.

     –Enseguida volvemos, que laseñora, quiero decir, que Betty secambie nomás. –Berenguer salió aabrir.

    Saludó a su ex mujer que lodespedía desde el auto. Paulita es-taba parada en el umbral, todavíacon el delantal del Jardín.

     –¿Aquién estás foteando, pa?¿Es alguien famoso de la tele? –preguntó.

     –Papi termina enseguida. Vení,vamos a jugar a la oficina –dijoValentina.

    Se llevó a la chiquita y cerró la puerta.

    En la sala de tomas la señoraBetty se había sacado la blusa y el pantalón. El efecto era asombroso.La tanga cubría apenas el monte

    de Venus dejando ver la gruesa ci-catriz de una cesárea. El señor Ló- pez Belmonte la estaba haciendo practicar poses, gestos y expresio-nes, azuzándola con voz ronca, se-ductora.

     –Vamos, mi hembra, mi potra,mi rubia, así, con esa carita de re-ventada que vos sabés, dale queme volvés loco, así, así.

    Berenguer empezó a sacar fotosal azar, ya no pretendía más queterminar el rollo y que se fueran.Pero los López Belmonte parecíanhaberlo olvidado y se dedicabancon alegría a su pequeño espectá-culo privado.

     –Nosotros hicimos una terapiade vidas pretéritas. ¿Oíste hablar? –le confesó de pronto, en voz ba- ja, el marido– ¿Betty, te pareceque lo puedo contar?

     –Claro, se lo cuento yo –dijoBetty. Yentrecerrando los ojoslanzó al fotógrafo una mirada casilánguida–. Nos dijeron quiéneshabíamos sido antes.

     –Es posible que Betty haya sidola reina de Saba. Hace casi dosmil ochocientos años. No sé si seda cuenta. Eso explicaría muchascosas –dijo él.

    Tratando de concentrarse en sutrabajo, el fotógrafo se empeñabaen sacar el mejor partido posiblede esa cara, de ese cuerpo sufridode dos mil ochocientos años. Se

    trataba de golpear a las puertas dela fantasía: era insensato exhibir sin velos las maduras ofrendas dela reina de Saba. Había un montónde ropa en el perchero y le pidió aBetty que eligiera una bata.

     –Vas a tener que seducir a la cá-mara –le dijo–. Mostrar y no mos-trar, hacerla entrar de a poco.

     –¡Divino, me encanta! –dijoella. Eligió una bata de toalla y sela puso dejando los hombros aldescubierto– ¿Qué tal?... ¿Me mo- jo el pelo?

    Yle sonrió al objetivo con laalegre dentadura que debía usar 

     para asegurar que sí, señor, sus ga-rantías son muestra de solvencia y

    el banco ha decidido otorgarle sucrédito.Berenguer se lanzó a lo suyo,

    clic, clic, un paso al costado, la ca- beza levantada, clic clic, no temuevas, clic, muy bien, vamosmuy bien, otra vez esa sonrisa,clic, clic, mientras el señor LópezBelmonte miraba extasiado.

    Un ruido violento, la caída dealgo grande y pesado vino de laoficina. Un instante de silencio ydespués el grito agudo y demasia-do largo de Paulita. Berenguer co-rrió por el pasillo.

    En un rincón estaba parada Va-

    lentina, paralizada de susto. Pauli-ta estaba sentada en el suelo con la

    cara ensangrentada, rodeada de li- bros tirados por todas partes. Sehabía caído un estante de la biblio-teca.

     –Se quiso trepar... –la voz deValentina temblaba.

    Mientras Berenguer corría aabrazarla, la chiquita, con la caralívida, se derrumbó. No respiraba.

    La señora López Belmonte apa-reció de golpe, inesperada.

     –Es un espasmo de sollozo. Yarecupera el aliento –su voz eratranquila y segura.

    Se acercó a Paulita, que en efec-to estaba recuperando el aliento y

    empezaba a gritar otra vez. Conmanos expertas le palpó la cabeza.

     –Se salvó por un pelo, el estanteno le golpeó la cabeza, va a estar  bien.

    Berenguer, con Paulita en los brazos, la miró con desesperación.

     –Crié un par de estos bichos, nose preocupe. Aver de dónde salela sangre.

    El llanto feroz de Paulita no le permitía pensar a Berenguer. Laacunaba sin darse cuenta.

     –Ya está, ya está, ya está, ya es-tá –decía torpemente.

    Betty actuaba con rapidez y efi-cacia. Alzó a Paulita, la llevó al baño, le lavó la cara con agua fría

    y se la devolvió a su padre. –Aquí y aquí –dijo–. ¿Ve? Se le

     partió el labio, no es nada. Yper-dió un dientito de leche. ¿Cómo sellama la nena? Vos –le dijo a Va-lentina– traeme hielo. ¿Tienen he-ladera? Paula. Mirá Paulita, aquíestá tu dientito: vas a ser la prime-ra nena de la salita de cuatro sinun diente. ¡Les vas a ganar a losde preescolar!

    Paulita seguía llorando pero le-vantó la vista interesada. Hacíaapenas un momento Berenguer,con la cámara en la mano, detenta- ba el poder, hacía que la escena semoviera al ritmo de su voluntad.Ahora Betty era la que mandaba yél se sentía simplemente agradeci-do, se entregaba, confiaba. El pelorubio de la mujer, hermoso, flexi- ble, pura luz, era como una aureo-la que subrayaba la gracia segurade sus rasgos. El señor López Bel-

    monte apareció en el marco de la puerta. Valentina llegó con el hie-lo.

     –Aver, papi te va a poner elhielito en la boca y no te va a do-ler más –decía Betty–. Valentina,acomodá los libros en su lugar.Aquí está la otra lastimadura, ¿vesel corte?, necesito tira emplásticay una tijerita.

    El señor López Belmonte seacercó tímidamente.

     –¿Le puedo contar un cuento? –le preguntó a su mujer, que le hi-zo una seña afirmativa.

    Los gritos de Paulita parecíanllenar todo el espacio de la habita-ción, le quitaban el aire, Beren-guer apenas podía respirar.

     –Había una vez una señora quese llamaba doña María. Yesta se-ñora tenía huerta lleeeena de plan-titas ricas para comer. ¿Como, por ejemplo, qué puede ser? –dijo elseñor López.

    Entonces Paulita hizo algoasombroso. Dejó de llorar por unmomento y con la boca ensan-grentada dijo:

     –Lechuga.Fue la palabra más hermosa que

    Berenguer había escuchado en suvida. Mientras tanto, Betty cortabatiritas muy finas de tira emplásticay le cerraba con prolijidad la heri-da del brazo.

     –Yentonces el chivo le empezó

    a comer las plantitas –decía el se-ñor López Belmonte–. Yla pobredoña María lloraba, lloraba, y sesonaba la nariz así...

    El señor López Belmonte apoyóla nariz sobre la manga de su sacoy fingió sonarse con fuerza, ha-ciendo ruido con la boca. Paulitase rió a carcajadas.

    Después la señora Betty se vis-tió y se fueron todos a tomar unhelado. La sesión de tomas la ter-minaron otro día y Berenguer lesregaló las copias deseándoles mu-cha suerte, muchos clientes, el me- jor catálogo.

    Por Ana María Shua

    Sesión

    de tomas

     VeraRosemberg

  • 8/16/2019 2015.01.28. Ana María Shua

    3/3

    MIE 28.01.15

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