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Segundo año de Abril 2010-Abril 2011 Josep Julián http://josep-julian.blogspot.com/

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Recopilación de post del Blog La Inteligencia de las Emociones durante su segundo año de vida

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Segundo año de

Abril 2010-Abril 2011

Josep Julián

http://josep-julian.blogspot.com/

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Índice

Un año de emociones 6

Qué tengo en común con un vendedor de alfombras 8

Gente corriente 10

Meterse a consultor a los cuarenta y tantos 12

Planta 63 15

Problemas complejos 17

¿Todo es relativo? 18

Libro de Bitácora, Abril 2010 20

Yo no fui 24

La importancia de llamarse Ernesto 26

Téknikos con K 29

12 de mayo: imágenes en el espejo 31

El circo de las mariposas 34

Dos formas de sacar provecho de una oveja 36

La fábula de Aspa 38

Una cabaña en el bosque 41

Libro de Bitácora, Mayo 2010 43

Suma cero 46

La felicidad 48

El cumpleaños de C. 50

De lo mucho y lo poco 52

Capitán Scott 53

La Belle 55

La inversión de los paradigmas 58

Libro de Bitácora, Junio 2010 60

Cuando los pájaros mamen 63

Los sentidos de la vida 65

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Meditar versus pensar 67

El mapa no es el territorio 68

El preso de Polé 70

Libro de Bitácora, Julio 2010 73

El preso de Polé (el desenlace) 75

¡¡Good morning, Vietnam!! 2010 78

Menos es más y viceversa 80

Eternos insatisfechos 83

Primera persona de indicativo 85

Ver, oír y callar 87

Somalina frente al espejo 89

Tribulaciones de un pequeño empresario 91

Libro de Bitácora, Septiembre 2010 93

Sí o no 96

El caso Ode, S.A. 98

Compromiso 100

Si no estás aquí, dónde estás 102

Libro de Bitácora, Octubre 2010 104

¿Para qué la confianza? 107

Percepción e interpretación 109

La Irlanda emocional 111

El sargento Murray 113

Vísteme despacio que tengo prisa 116

Libro de Bitácora, Noviembre 2010 118

Qué pasó para que así fuera 122

Y en eso llegó la innovación 124

Intemperie 126

Y se armó el belén 128

Cuento de navidad. El médico de El Jou 130

Libro de Bitácora, Diciembre 2010 132

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La consciencia y los cíclopes 134

Símbolos 136

Química emocional 138

La cocina de Maud 141

Trampas en el solitario 144

Minoría absoluta 146

Libro de Bitácora, Enero 2011 147

Hagamos el humor 150

Ínsulas organizacionales 152

Edgar Morin, una mente lúcida 154

La puerta verde 156

Libro de Bitácora, Febrero 2011 158

Stand by me 160

Imágenes de una época 160

Promesas 162

Teoría de la conspiración 164

Imagine 166

Homenaje al viajante 166

Tu puedes, papá 168

Libro de Bitácora, Marzo 2011 170  

   

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Un año de emociones 02/04/2010

Hace un año escribía mi primer artículo en La Inteligencia de las Emociones. Hoy quería celebrarlo con todos vosotros que lo habéis hecho posible. Esta bitácora ha vivido uno de los años más peligrosos de nuestras vidas, de la mía por supuesto. Nació en plena crisis y en ella todavía seguimos y viéndolo en perspectiva, creo que puedo decir que entre todos hemos ido dejando plasmados en sus páginas retazos de cómo nos hemos sentido y percibido en este periodo tan intenso y ahora parece que tan corto. La Inteligencia de las Emociones nació para explicarme a mí mismo quién soy. Lo necesitaba. Y también y sin pedantería, para transferir parte del conocimiento que he ido atesorando y que antes que mío fue de otros de los que aprendí y sigo aprendiendo a diario. La curiosidad es lo que me hace productivo, decía un antiguo mentor y a los mentores siempre hay que hacerles caso. La intuición me indicaba entonces como lo sigue haciendo ahora que el ser humano debe buscar en su interior las respuestas a las grandes preguntas que son las de siempre aunque se disfracen de actuales. Mi impresión es que la emocionalidad y su adecuada gestión con los demás pero sobre todo con uno mismo sigue siendo la respuesta a buena parte de ellas. Nunca como ahora ha sido tan imprescindible volver a los orígenes para descubrir que esas respuestas siempre han estado en nuestro interior, esperándonos como un amigo fiel y algo olvidado. Los números son fríos, pero indican el cariño que me habéis profesado. A día de hoy, esta pista de aterrizaje recurrente u ocasional ha registrado más de 17.000 vuelos de todas las partes del mundo. Hay lugares del planeta de los que me he enterado de su existencia gracias a esas visitas que agradezco una por una. ¿Alguien sabía que en México hay un lugar llamado Los Mochis? La Inteligencia de las Emociones (y ese es su gran valor) tiene un público diverso que abarca desde amas de casa hasta directivos de empresa, pasando por algunos de los más acreditados creadores de opinión de la blogosfera. A algunos de vosotr@s ya os conozco personalmente y seguramente en el futuro la desvirtualización se seguirá produciendo (felizmente, he de añadir). Esa transversalidad ha enriquecido muchísimo estas páginas y para mí ha sido un regalo inesperado que agradezco. Los artículos no son nada sin el contraste de vuestros comentarios. Cada primero de mes cuando publico el libro de bitácora veo que el número de visitas se dispara. Eso quiere decir que tiene su público y que algunas personas sólo acuden a esa cita mensual y eso me complace. Tengo la esperanza de que esa especie de dietario sirva con el

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tiempo para buscar las claves de lo que sucedió, al menos desde mi perspectiva, claro. También he publicado 12 cuentos, algunos de los cuales sé que han llegado a vuestros corazones. El micro relato era uno de los pocos ejercicios literarios que me quedaba por explorar y la verdad es que ha sido todo un descubrimiento en el que pienso perseverar. Como veréis, algunas cosas han cambiado porque la vida fluye. Nueva cabecera (muchas gracias Adolfo) y un fichero con todos los post que han aparecido este primer año y que pongo a vuestra disposición por si hay algún masoquista dispuesto a leérselos todos. Sin embargo, el fondo sigue siendo el mismo porque el tema es amplio y probablemente inagotable. No sé si seré capaz de mantener el mismo ritmo en el futuro porque las circunstancias de la vida cambian y nos cambian pero prometo acudir siempre que considere que tengo algo que decir. Espero que, si se da el caso, sabréis perdonar mis ocasionales ausencias. Podría seguir todavía un poco más pero no quiero abusar de vuestra paciencia. Gracias a todos y en especial a los que han dejado su huella que, si no me olvido de nadie y pido de antemano disculpas por ello, han sido: *Hada Sol, €rik, Abril, Abuela Ciber, Adrián García, África, Agustí Brañas, Alberto Barbero, Álex, Alfonso Sagi-Vela, Alí Reyes H., Alma, Alma Mateos Taboada, Allek, Ángela Paloma, Antígona, Arama, Armando, Artemisa, Astrid, Bakar, Belkis, BellAvui, Bicipalo, Bipolar, Camy, Carlos, Carme, Claudia, ClaveDeSol, Colombine, Concha Barbero, Cristal00k, Chuta, Daniel Moreno, David, David Lucas, Denavegantes (Adolfo Morales), Deprisa, Diego Martos, Domingo, Drageman, E. Hormigos, Economía Sencilla (Pablo Rodríguez), El callejón de los negros, Elefante Blanco, Enrique Place, epampliega, Eugenio de Andrés, Facility Manager, FAH, Fali, Fernando López, Fernando Solera, Formación y Talento, Frank Aguilera, Gabiprog, Gabriel Schwartz, Germán Gijón, Ginebra, Gustavo Ruíz, Ipecan, Itziar, jd roman, J. Carlos, Jaime Izquierdo, Javier Rodríguez Albuquerque, Jeanne, Jesús Martín Barba, Jesús María Pérez Caño, JFA, JGC, Jim McLean, Jivago, Jivago, JLMON, José Luis del Campo Villares, José Luis Gonzalo, José Miguel Bolívar, Josito, Juan Antonio Olañeta, Juan Luis G., Juan Martínez de Salinas, Juana Corbalán, Juegos, KI, Lacopadecirce, Lola, Loli Martínez, Lorena, Luz del Alma, M., Maite mtminerva, Majecarmu, Maluferre, Malvada Bruja del Norte, Manel, Manuel, Manuel Cátedra, Manuela, Mar, Mari Cruz, María, María Hernández, Merce, Mercedes, Mertxe Pasamontes, Minerva, Mojadopapel, Myr, Nacho Muñoz, Nadia, Nelson Agadé, Nirupa Farreny, Ónix, Óscar Prado de la Salud, Pablo, Paco Bailac, Patxi Galarraga, Paula y Manuel, Pilar Jericó, Psycomoro, Quique Mora, Rafa Bartolomé, Recomenzar, Reikijai, RMC, Rosa, Rosa Ventura, Salvadorpliego, Santiaguero, Sara, Senior Manager, Silvia, Té, Tinika, Un Mundo Complejo, Unai Banito, Valentina, Verónica Aimar, Vicent González i Castells, Vida de un consultor, Visi Serrano, Zulma.

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Qué tengo en común con un vendedor de alfombras 07/04/2010

Cuando era más joven y leía novelas de ciencia ficción había muchos elementos que me llamaban la atención pero de todas las maravillas tecnológicas que allí se mostraban lo que más me fascinaba era la inmediatez de las comunicaciones. Uno podía estar orbitando una luna de Urano y al mismo tiempo estar felicitando el cumpleaños de su tía por video teléfono en tiempo real. Hasta que Arthur C. Clarke no escribió 2010 situando los confines de los viajes interestelares en una dimensión en la que las comunicaciones se demoraban lo suficiente como para no ser inmediatas a pesar de utilizar tecnologías inimaginables, no tomé conciencia de lo incómodo que podía ser no tener respuesta inmediata “del otro lado” eso, a pesar de que en aquella época no existía Internet ni siquiera la telefonía celular e incluso las centralitas telefónicas digitales no eran lo más habitual en nuestras vidas.

En una dimensión mucho más modesta, si hoy en día a uno se le ocurre ver un partido de fútbol por televisión pero prefiere seguir los comentarios por la radio, se observa un decalaje entre imagen y sonido que, a mí por lo menos, me resulta muy desagradable porque el gol se marca antes o después de lo que ves en la tele. La comunicación o más bien su inmediatez es algo a lo que aspiramos como un estándar de confort irrenunciable en nuestros días, al menos en esta parte de mundo.

La facilidad para establecer conexiones, comunicaciones y lo que es más importante, interacciones con cualquier punto del planeta en tiempo real y en cómo eso afecta a la propia concepción del mundo es uno de los elementos que definen la era digital. Las redes sociales han existido siempre pero su conversión en neuronales ha supuesto un salto cualitativo que está modificando nuestras vidas y lo seguirá haciendo todavía más en el futuro… inmediato.

Por motivos profesionales, en los últimos meses estamos explicando a nuestros clientes el funcionamiento de esas redes y las herramientas que le dan soporte haciéndoles ver la escalabilidad de sus mensajes, sus productos o sus servicios y en cómo y en qué medida esto afecta a sus estrategias de posicionamiento y marketing. Siempre que tengo ocasión procuro observar sus reacciones no verbales y lo que descubro casi siempre es una expresión en su mirada similar a cuando leía novelas de ciencia ficción pero con la diferencia de que estamos jugando con fuego real. Me siento un poco mago pero sin trucos de prestidigitación. Y no sólo eso sino que, por lo general, veo en ellos ganas de formar parte de ese “futuro” que invariablemente ven cercano pero con miedo a dar el salto, de la misma forma que algunos aprendimos a nadar o a montar en bicicleta, esperando a que les quitemos sus últimos frenos para decidirse a dar el primer paso, aunque sólo sea probar.

Las reacciones emocionales que se producen ante una perspectiva de cambio radical al que nos sometemos sólo en parte voluntariamente son increíblemente aleccionadoras respecto a los resortes que ponemos en juego. Sin embargo, el mecanismo no es el mismo si las personas somos motores de nuestras propias decisiones o si las tomamos porque otro nos convence o nos ayuda a tomarlas. En el primer caso lo que desencadena la toma de decisión suele ser un proceso de negociación con uno mismo en el que es necesario

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visualizar los beneficios a obtener si damos el paso. Imaginar cómo nos sentiremos cuando nos veamos instalados en la nueva realidad nos anima o nos disuade. Sin embargo, cuando accedemos a hacer algo por la capacidad de convicción de otro los mecanismos son distintos. No es que imaginemos el futuro, es que compramos sus excelencias porque otro nos las relata de forma que aspiramos a sentir lo mismo que él ya experimentó.

Esta es la mejor cualidad de un vendedor, ser capaz de recrear su propia experiencia de éxito. A todos nos habrá pasado que cuando vamos a comprar un sofá el vendedor tarde o temprano nos suelta eso de que “es el que tengo en casa”, lo mismo que si compramos una camisa, un traje, una motocicleta o un paraguas. La capacidad de convicción basada en el efecto demostración es insuperable ante cualquier otro argumento de venta.

Cuando percibimos en el cliente ese punto de confianza vemos que tiene un efecto mucho más potente que el temor a quedarse atrás, desactualizarse o renunciar a probar quedándose donde está mientras sus competidores van dando pasos decididos. Como vendedor, es difícil devolver la responsabilidad al cliente para que sea él quien tome la decisión. En ese punto, parece quedarse huérfano y perdido. Si además el precio es asumible, el desconcierto es total.

Muchas de nuestras presentaciones llegan a ese punto de ebullición fría en el que hay que tomar decisiones y siempre me acuerdo de un viaje a Turquía en el que hicimos una visita a una fábrica de alfombras en la que “no se vendía” sino que se explicaba el proceso de fabricación, la calidad de las materias primas, las miles de horas de trabajo, etc., antes de mostrar los productos. Sólo cuando el responsable dijo aquello de “en mi casa tengo una como ésta” se despertó verdadero interés. Y se vendieron unas cuantas, entre ellos a nosotros.

Pero claro, una cosa es vender una alfombra y otra un servicio de marketing virtual. Y en ese caso, la decisión siempre debe estar en manos del cliente, por huérfano que se sienta. Lo realmente indispensable es que sepa que está en buenas manos y que si se echa al ruedo estará bien acompañado. Una vez más, lo emocional prevalece sobre lo racional. Nuestra responsabilidad es que lo que le hemos contado sea cierto, casualmente lo mismo que espero yo de quien me vende una alfombra que en caso de salir rana nunca podré devolver.

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Gente corriente 13/04/2010

La popularidad casi nunca se consigue por mérito propio sino por influjo de terceros, como lo demuestra a menudo la vida y ahora una encuesta publicada en el Morning Star donde puede apreciarse que el 87% de los “personajes populares” eran unos perfectos desconocidos hace sólo cinco años a pesar de que el 62% de ellos ya se dedicaba profesionalmente a la actividad en la que ahora destacan por aclamación popular pero no necesariamente por concurso de méritos.

La gente corriente encuentra en la popularidad una mina de oro, es decir única, para aspirar a una mejora sustancial de su status social, aunque éste sea efímero si no se ve acompañado de alguna habilidad concreta. Se puede llegar a ser popular (me resisto a emplear la palabra famoso por sus obvias connotaciones oportunistas) por muchas razones, porque salió en la tele (caso Susan Boyles con su insuperable interpretación de Los Miserables) o porque saltó a la fama por una intervención gloriosa (caso del periodista iraquí que lanzó su par de zapatos a la cabeza del ex emperador Bush hijo). Los dos se convirtieron en personajes populares pero me da que la cantante lo será por mucho más tiempo que el iracundo periodista, por muy hábil que sea en el lanzamiento de calzado. He aquí la diferencia.

La gente corriente (ordinary people en inglés) actúa en ese sentido como impulsora del cambio. Es imposible acceder a mayores cotas de reconocimiento sin ese apoyo definitivo, necesariamente entusiasta y pocas veces realmente entendido en la materia que juzga y sentencia.

La gente ordinaria –que sería la traducción del inglés del término- no se corresponde necesariamente con la clase media aunque ésta forme su subconjunto más nutrido. Más bien está compuesta por todo aquel que no pertenece a la aristocracia ni a las élites –de cualquiera de ellas- Tan gente corriente podríamos ser yo mismo o el presidente de vecinos de mi escalera como algún rentista con muchos posibles pero completamente desconocido. Menestrales sociales que nunca dejarán huella por no ser populares pero con el poder de encumbrar a cualquiera de sus vástagos hasta cotas inimaginables incluso para ellos mismos si se lo proponen.

La moda, o mejor, lo que cuaja y acaba convirtiéndose en moda, es otro triunfo de la gente corriente y de prácticamente nadie más. Quizá por ello Zara tiene en Facebook un magnífico y puede que insuperable banco de pruebas para testar el funcionamiento de modelos y colores. La democracia es otra maravillosa forma de medir la popularidad, sobre todo en un país como éste que donde las elecciones no se ganan sino que mayormente se pierden por decisión de la gente corriente que, caprichosa, hace decantar la balanza hacia uno u otro lado.

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La gente corriente dispone de un poder que sólo puede ejercer en masa, eso sí. En el uno a uno, la cosa no funciona igual y es allí donde lucen las élites. Me he entretenido a analizar este fenómeno un poco más en detalle para descubrir algunas cosas curiosas. Por ejemplo, en las redes sociales hay personas verdaderamente populares que no son seguidas tanto por sus aportaciones concretas como por su capacidad para generar opinión. En el mismo medio, también he constatado que algunos ni siquiera necesitan hacer eso para ostentar poder popular (que es lo que en realidad describe al término popularidad) sino que les basta con “pasearse por los salones de la buena sociedad” e ir dejando constancia de sus filias y fobias. En suma, de manipular a los que realmente son populares. La suya sería una especie de popularidad indirecta, con un público mucho más reducido pero igual o más efectiva.

Concluyo. La gente corriente está compuesta por el 95% de la sociedad que ensalza al 5% restante por un periodo que oscila entre unos pocos meses o la vida entera e incluso más allá. Y lo más curioso es que, en cuanto se deja de formar parte de ella, normalmente se olvida la procedencia. No sé si la expresión “ordinary people” es más acorde para describir la diferencia entre unos y otros que la de gente corriente.

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Meterse a consultor a los cuarenta y tantos 16/04/2010

Una consecuencia más de la crisis en la que estamos inmersos ha sido la cantidad de personas que han tenido que reorientar su carrera profesional “por narices” hacia nueva profesiones que, en algunos casos, nunca en la vida imaginaron que iban a desempeñar. Como todos tenemos más o menos cercano algún ejemplo de estos, no me extenderé más. Por otra parte y ante la misma situación, conozco a bastantes buenos amigos que han decidido o están decidiendo en estos meses iniciarse en el mundo de la consultoría, mi profesión desde hace más de diez años o sea, que no puede decirse que sea un neófito. Algunos, han pedido mi consejo además de mi ánimo, con el que ya contaban de antemano.

Sin embargo, a todos les digo que nuestra profesión no es sencilla, por más que todo el mundo se sienta capacitado para convertirse en consultor, una profesión con más glamour aparente que real. Como es difícil definir en qué consiste nuestro trabajo (y lo comprendo porque mi madre me lo pregunta cada dos por tres) imaginan que se reduce a identificar en qué son buenos y acercarse a potenciales clientes con su oferta empezando por los amigos.

Como son buenos (y muchos lo son), creen que con eso basta. Y no basta. Y además, hasta suele perderse amigos. Así que mi primer consejo es no acercarse a ellos en busca de los primeros encargos si se quiere conservar la amistad.

Esta profesión en la que, como en otras, abunda más lo mediocre que lo verdaderamente bueno o lo malo tiene algunas características peculiares que conviene recordar. La primera, que no es lo mismo integrarse en una organización que trabajar en solitario. En mi caso, he vivido las dos experiencias y está claro que no es lo mismo ni parecido.

Si formas parte de un equipo tienes algunas ventajas. La primera es que tus conocimientos se ven retroalimentados por los de tus compañeros -que, en parte también son tus rivales-, tus capacidades se combinan con las suyas, sus experiencias son lo más parecido a escarmentar en cabeza ajena, etc. Pero también tiene sus desventajas, la más importante es que actúas bajo una marca, unas normas y unas filias y fobias con las que normalmente ni te identificas ni te sientes cómodo. En una organización, y en eso caes en la cuenta muy pronto, es muy frecuente que las únicas satisfacciones que recibas provengan de tus clientes y de casi nadie más. No lo olvides.

Trabajar por tu cuenta también tiene luces y sombras. Lo más gratificante es que decides a qué te dedicas, enfocas los servicios y los proyectos como mejor te parece, estableces tus tarifas y minimizas costes, haces tu propio marketing, etc. Pero también tiene muchas dificultades, empezando por esa sensación de la soledad del corredor de fondo que nunca te abandona, la práctica imposibilidad de que alguien te eche una mano de forma realmente

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desinteresada, si venías de una organización mayor la certeza de que (gran) parte de tus clientes no te seguirán porque estás solo aunque nunca lo reconozcan por consideración a ti, la imposibilidad de aportar referencias que lo fueron antes pero para las que no has vuelto a trabajar desde que eres tu propia marca, etc.

En esta descripción de pros y contras deliberadamente no he mencionado otra serie de razones que hacen de esta profesión algo sumamente peculiar. A modo de confesión, deslizo para mis nuevos competidores/amigos que en consultoría nunca sabrás con certeza por qué consigues un contrato como tampoco sabes muchas veces por qué no lo has conseguido.

La lógica de que a necesidad del cliente bien identificada seguida de una oferta de servicios consistente y a unos precios ajustados le sigue la aceptación de la propuesta, no funciona. El networking como modo de identificar clientes potenciales “potencialmente” interesados en tu producto tampoco funciona demasiado bien y como te descuides puedes acabar pagando suculentas cuentas de comidas o de cenas sin resultado a cambio de muy buenas palabras y ambiguas oportunidades “para el año que viene”. Ya decía un colega mío que en esta profesión hace falta comer muchos langostinos para poder comer todos los días lentejas.

En esta profesión y dando por supuesto que realmente tienes una propuesta de valor que te identifique con toda claridad como un experto, sólo vendes cuando se da la concatenación de todas estas circunstancias: que el cliente tenga realmente un problema, que ese problema le quite el sueño, que llegues en el momento oportuno, que hayas dicho o hecho algo de lo que casi nunca serás consciente que ha despertado en él la sensación de que tú eres su solución, que no pase mucho tiempo hasta que presentes tu propuesta y que no suceda nada “imprevisible” que dé al traste con las ganas o la oportunidad de comenzar el proyecto. Sólo entonces vendes.

Además de eso, hay dos épocas del año especialmente peligrosas. Una en el mes de julio, cuando justo antes de irse de vacaciones los clientes son especialmente receptivos a recibir propuestas, tuyas y de otros, claro. Incluso puede que te llamen. No te confíes, pasado el verano esas ganas repentinas de hacer cosas suelen desvanecerse. Así que mi consejo es que las propuestas sean cortas y concisas, cuanto más mejor, en aras a economizar esfuerzos y gastos de imprenta.

Otra época tanto o más peligrosa es el periodo que va de mediados de noviembre a mitad de diciembre. En esa época los clientes suelen entrar en celo debido a que están elaborando los presupuestos para el año que viene. La receptividad es alta, la duración de las reuniones especialmente corta, los requerimientos enormes, la extensión de los colectivos sobre los que actuar tan amplios como la estepa siberiana y además, el clima entrañable de esas fechas hará que recibas muchas felicitaciones navideñas, lo cual te hará albergar “fundadas

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esperanzas” de que estás “en sus oraciones”.

Mi consejo es que el día después de Reyes te prepares a hacer pressing por toda la pista. Si te sale bien, tendrás resuelto el primer trimestre y si no, estás en la misma casilla de salida que en el mes de noviembre y habrás perdido buena parte de los ingresos previstos para el primer trimestre.

En suma, esta es una profesión con un ciclo anual muy corto que, entre vacaciones de semana santa, verano y su vuelta y vacaciones navideñas hasta el lunes siguiente a Reyes, apenas deja seis meses al año que puedan considerarse lectivos y potencialmente productivos.

Así pues, confío en que algunos lean este artículo antes de pensarse en meterse a consultor. Si aún así están dispuestos, mucha suerte y ya saben que, para lo que esté en mi mano, estoy a su disposición.

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Planta 63 21/04/2010

Ascendió hasta el piso 63 donde tenía su apartamento propulsado por uno de los doscientos cuarenta ascensores iónico-levitadores auxiliares dado que el nudo de comunicaciones primario del complejo donde vivía estaba clausurado temporalmente a causa de reformas y mantenimiento. La empresa maliense que tenía la contrata había incumplido los plazos fijados para finalizar sus trabajos, ocasionando con ello innecesarias molestias y perjuicios a los más de veinte mil habitantes del edificio-ciudad B-40 que se veían obligados a utilizar esos anticuados ascensores de capacidad reducida. Las cincuenta personas que cabían en cada uno de ellos se hacinaban en un espacio tan reducido que sólo el corto espacio de tiempo que transcurría hasta que llegaban a su destino lo hacía soportable, aunque a aquellas horas de la noche el número de viajeros no llegaba a la veintena.

A la tres de la mañana, los bloques 7 y 8 Este del edificio, es decir las plantas comprendidas entre los pisos 70 y 80, todavía estaban iluminados. Allí se localizaban los hubs de comunicaciones mundiales y hasta la salida del sol distintos bloques del complejo se irían apagando e iluminando con una cadencia previsible. Incluso en aquella sociedad tan avanzada, los husos horarios determinaban la actividad o descanso del coloso. A partir de la planta 150 y hasta la 175 se encontraban los diminutos apartamentos del personal de mantenimiento y el resto de instalaciones a su servicio. Más de 3.000 personas de todo el mundo y sus familias habitaban ese nido de águilas que a todas horas parecía un hormiguero y en el que desarrollaban prácticamente todas las actividades, incluidas la educación, la sanidad, la restauración y el ocio. Por debajo de la 60 y hasta la 25, estaba ubicada la zona noble del edificio y en ella vivían los escogidos, incluidos aquellos que, como él, ni siquiera trabajaban en el complejo pero que tenían la consideración de elite. Por debajo de esa planta, se encontraba las dependencias de distintas compañías que operaban en el mercado mundial.

El bloque residencial tenía una superficie útil de 250.000 m2 por planta, mucho menor que el resto y eso era a causa del lucernario que ocupaba la parte central del complejo que tenía la función de crear un microclima que recreara las estaciones del año en el hemisferio sur. No en vano, los planificadores habían previsto hasta el más mínimo detalle para hacer la vida más agradable a los habitantes desplazados que eran mayoría. En el espacio de una semana, podía cambiarse la configuración hemisférica, si fuera necesario.

La planta 63 pertenecía a ese bloque y allí tenía su apartamento. Una vez allí y desde el hall, unos transportes deslizantes distribuían a las personas hasta su destino. Bastaba con que un sensor captara la señal por radiofrecuencia de sus viajeros para que en menos de dos minutos garantizara que los inquilinos llegaran al punto más alejado de la planta. Los ingenieros coreanos habían introducido mejoras en los últimos meses y ahora incluso era

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posible que en ese corto trayecto se pusieran en marcha todos los sistemas domésticos antes de que uno llegara a su vivienda.

Cuando entró en su apartamento, en el que el color de los paneles murales que actuaban como paredes era personalizable en función de las preferencias y estados de ánimo de sus inquilinos, enseguida vio que algo no andaba bien. Las cortinas térmicas estaban descorridas, la luz cenital parpadeaba y los video mensajes de su muro de comunicaciones aparecían solapados. Como era muy tarde y quería acostarse para dormir algo pasó por alto esas señales de alarma, pero la cosa se puso fea cuando al rato su biocronorregulador de muñeca le mandó un mensaje erróneo indicando que ya era hora de levantarse. Angustiado por aquel desaguisado inconcebible, se puso en contacto con su central de servicios para presentar una queja formal pero nadie atendió su llamada, así que no tuvo más remedio que usar el arcaico sistema de Internet para que alguien le atendiera. Al otro lado apareció una atenta señorita bosquimana que inmediatamente chequeó en su panel que todo parecía estar en orden pero que le informó que, no obstante y de inmediato, acudiría personal de mantenimiento para subsanar esa extraña anomalía por la que por anticipado pedía disculpas.

A los cinco minutos, un par de operarios paquistaníes estaban analizando todos los periféricos del apartamento en busca de respuestas. Para ello conectaron una centralita autónoma de chequeo y constataron que, efectivamente, la avería existía aunque el sistema central fuera incapaz de detectarlo. Uno de ellos tuvo una idea brillante. Extrajo de su cinturón de trabajo un pequeño martillo de aleación de titanio y dio un suave golpecito en una esquina del panel de control que obró el milagro de que todo volviera a la normalidad. Satisfechos por el resultado, los operarios le hicieron firmar un formulario virtual de conformidad y se fueron por donde habían venido.

A las nueve de la mañana, su central de mensajes casi se había colapsado por la cantidad de comunicaciones que había recibido pidiendo disculpas por lo sucedido. La última le causó estupor. El administrador jefe de la ciudad-edificio ponía en su conocimiento que había cursado una orden ejecutiva para que la empresa nepalí encargada del servicio de domótica fuera expulsada del pool de contratistas a causa de su negligencia. Y mientras tanto, todo el nudo de comunicaciones primario del complejo seguía clausurado temporalmente a causa de reformas y mantenimiento sin que aquello hubiera acarreado la más mínima consecuencia. Se preguntó cuál hubiera sido el revuelo generado por ese leve contratiempo si en lugar de la planta 63 su apartamento hubiera estado situado en la 124, donde vivían los parias. Obviamente, esa era una respuesta que nunca conocería.

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Problemas complejos 23/04/2010

Hay momentos en que toda sociedad tiene que afrontar el dilema de qué hacer con los problemas que no tienen solución porque los hay que no la tienen pero con los que conviene reconciliarse a la espera de que otros que vendrán después hallen la fórmula mágica.

Este dilema puede llegar a ser angustioso porque, aceptando que no podrán superarse determinados obstáculos, la dificultad por paliar sus consecuencias con apaños normalmente caros y poco satisfactorios no deja de crear nuevas frustraciones, cuando no nuevos problemas. Algunos buenos ejemplos son el hambre en el mundo o el subdesarrollo que no tendrán solución mientras sigamos formando parte de las causas que los originan.

Sin embargo y por sorprendente que pueda parecer, las contradicciones en las que viven todas las sociedades son el germen de su recambio. En cualquier organismo (y conviene recordar que las sociedades actúan como tales) aquello que no sirve acaba siendo expulsado para que no mate y ya conocemos el poder del instinto de supervivencia. Otra dinámica poderosa es la renovación. Un par de novias que tuve en la adolescencia acabaron la relación apelando a que para que algo nazca, es necesario que algo tenga que morir.

Poderosa razón donde las haya que luego empleé con desiguales resultados a la inversa. En esta semana que concluye he tenido que afrontar un par de problemas complejos. No es que yo sea la sociedad, pero formo parte de ella y aunque seguramente no eran nada del otro jueves (en otro contexto o si le sucedieran a otro) tenían en común que, a mi modo de ver, no tenían fácil solución, que no deja de ser una forma amable de decir que no tenían solución satisfactoria para mis intereses, así que sólo tenía dos opciones, o bien los posponía o bien negociaba una solución honrosa.

Como ser imperfecto que soy, mi primera opción fue posponerlos. Posponer problemas es relativamente sencillo si has tropezado con ellos y “no piden pan”. No era el caso. Así que me puse a negociar acuerdos que pronto me di cuenta de que serían insatisfactorios para todas las partes, justo la ecuación que expresa el colmo de la estupidez humana. ¿Qué hacer entonces? Reconciliarme con ellos, que consiste en reconocer que ante la imposibilidad de eliminar las causas, los esfuerzos debían centrarse en tratar de mitigar sus efectos.

Así que he pasado de tener problemas a tomar calmantes contra el dolor de cabeza que me producían. Mis problemas y yo sabemos que, al menos por el momento, siguen allí pero mi organismo social les advierte que, también de momento, no podrán conmigo. Ambos hemos aplazado la solución, ya veremos quién puede más. Y puede que con el tiempo el problema se relativice o desaparezca, quién sabe.

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¿Todo es relativo? 27/4/2010

Un cínico que asistió a uno de mis seminarios inició su presentación diciendo que él pertenecía a ese grupo que considera que un drama más tiempo transcurrido es igual a comedia (drama + tiempo = comedia). Con el paso de los años, sus palabras todavía resuenan en mi cabeza de vez en cuando, para concluir que, en efecto, se trataba de un cínico.

La relativación de las cosas es un mecanismo de defensa que actúa como un banalizador muy efectivo. Recuerdo unas cuantas situaciones duras por las que atravesé en el pasado que, a modo de ecuación de segundo grado y a pesar de los años transcurridos, todavía admiten dos puntos de vista radicalmente distintos. Uno, que me sigue recordando que aquello fue atroz; otro, el relativista, que me sugiere que tampoco fue para tanto porque todo se supera.

Hace casi un año fui invitado por Pilar Jericó junto a muchos otros a participar en un cuestionario que ella proponía como base para preparar su nuevo libro “Héroes cotidianos” Lo que Pilar pedía era que describiéramos sucesos relevantes que nos hubieran afectado muy significativamente, cómo los vivimos y los mecanismos que pusimos en marcha para poder superarlos.

Aquella invitación a la que respondí casi de inmediato, hizo que me planteara no tanto el recuerdo de algunos sucesos trascendentales sino la huella que habían dejado en mí con el paso de los años. Sin embargo, y en contra de lo que acabo de decir, confieso que lo primero que recordé fue la fecha exacta en la que se produjo uno de ellos: el mismo día en que se hundió el Prestige; lo segundo, el kilometraje exacto que marcaba mi moto: 2.222 kms; lo tercero, lo que hice inmediatamente después de que acaeciera otro: comprarme una tarrina de helado de chocolate belga y comérmela ante el televisor viendo una etapa de montaña del Tour de Francia.

Quiere esto decir que, con independencia del rastro que me dejaron, lo que todavía permanecía inmutable en mi memoria eran datos concretos y muy precisos del contexto en que sucedieron esos acontecimientos trascendentales. Todos ellos fueron en su día un drama para mí y siguen siéndolo, a pesar de haberlos superado no sin muchas dificultades y esfuerzos. El hecho de que ya formen parte de un pasado felizmente superado no les quita un átomo de dramatismo, ni uno solo y sin embargo, otra solución de la misma ecuación ¿podría interpretarse como comedia? Podría, pero no lo eran. Quizá porque no soy tan cínico o porque mi capacidad de relativización es menor que la de otros.

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Entiendo la banalización como un recurso defensivo más que como un ejercicio de perspectiva histórica, como sugería al inicio. Si uno ha pasado por experiencias duras, la huella que queda es indeleble y a lo más que podemos aspirar es a integrarlas, a aprender algo de ellas y a ver cómo ese impacto ha logrado modificar nuestra trayectoria (sí lo ha hecho) y en qué medida.

En el último año he leído bastantes artículos sobre personas influyentes que se encontraban en el tramo final de sus vidas a pesar de que todavía gozaran de buena salud. Todas ellas relativizaban los acontecimientos que los demás consideraban trascendentales en su currículo, todas apelaban a la búsqueda de lo sencillo como única verdad, pero ninguna había olvidado aquellas cosas que fueron determinantes en su vida, muchas de ellas dramáticas aunque no fueran tan conocidas.

Hace escasos días hemos celebrado el día del libro y he vuelto a ver ejemplares de “Héroes cotidianos” hojeados por posibles compradores y puede que futuros lectores y ha sido todo un experimento de relativismo. ¿Cuántos sabían de su existencia? ¿Cuántos conocían cómo se había gestado el libro? ¿Cuántos eran familiares, amigos o conocidos de los que nos prestamos a “prestar” nuestras historias? Nunca lo sabré. Lo que sí sé es que no todo es relativo, ni mucho menos

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Libro de Bitácora, Abril 2010 30/04/2010

El mes de Abril ha sido de celebraciones diversas para La Inteligencia de las Emociones porque cumplió su primer aniversario. Desde aquí quiero expresar una vez más las gracias a todos los que lo habéis hecho posible y en especial al montón de amigos que dejaron su testimonio en la entrada conmemorativa.

Este segundo año de vida ha venido precedido por algunas otras distinciones, entre las que destaco la que hizo mi amigo Alberto Barbero que seleccionó esta bitácora como una de las merecedoras del premio “Vale la pena” y que nos recomendó en la entrevista que Francisco Alcaide le hizo en la sección “Homenaje a los Blogueros” de su magnífico blog que recomiendo.

También quiero expresar mi agradecimiento a José Miguel Bolivar por sus recomendaciones y retuiteos. Twitter es otra plataforma en la que también tenemos buenos amigos que nos distinguen con algunos #Follow Friday todos los viernes. Un reconocimiento especial es el que quiero dedicarle también a Fernando López por sus continuos guiños cómplices. Sus mundos de Soul Bussines y ahora de Thinking Souls son una muestra constante de sensibilidad que no pasa desapercibida. En fin, que espero seguir estando a la altura de tantas expectativas, lo cual no es sencillo pero se hará lo que se pueda, eso seguro.

Este mes de Abril hemos hablado de lo que tengo en común con los vendedores de alfombras, sobre gente corriente (o sea, la mayoría), las tribulaciones de los que nos metemos a consultores en edad madura, os presenté un claustrofóbico cuento que se desarrollaba en la planta 63 de un enorme edificio futurista, compartí con vosotros mi enfoque de problemas complejos y cerré el mes preguntándome sobre la relatividad de los sucesos trascendentales. Y aquí van algunas de las cosas que he anotado en mi libro de bitácora que este mes viene surtidito:

La naturaleza sigue recordándonos que sigue presente. Este mes con muchas manifestaciones de su poder como el terremoto en China que ha dejado un balance de 2.000 muertos y los efectos de la enorme nube de cenizas del volcán Eyfjafjalla en Islandia que creó el caos en la circulación aérea de toda Europa durante bastantes días y que sirvió para poner en evidencia las carencias de las infraestructuras de transporte de las sociedades postmodernas que al final no parece que lo sean tanto.

La economía sigue hecha unos zorros, menuda novedad. Lo que ocurre –y eso tampoco es nuevo- es que Grecia está pagando unos tipos de interés superiores al

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11% por su deuda, el gobierno alemán anda poniendo pegas para prestarle el dinero que debe servir para evitar la suspensión de pagos y que los tiburones financieros ya andan al acecho de Portugal, Irlanda… ¡y España!, todos ellos países euro. En nuestro caso además, los "cracs" de Stándar & Poors han rebajado el rating de la deuda pública, lo cual ha provocado mareos a la bolsa. Menos mal que la otras agencias de calificación no han seguido el ejemplo. Sin alarmar, estamos más cerca de una crisis sistémica que económica, porque una cosa es que un par de países anden con dificultades y otra que el efecto dominó acabe afectando a todos los países euro, cosa que ahora parece posible.

A ello hay que sumar el hecho de que hemos rebasado el 20% de desempleo, lo cual se traduce en 4,6 millones de parados, lo que significa ni más ni menos que uno de cada cinco españoles está en el puñetero paro. Señoras y señores, abróchense los cinturones que vienen curvas y esto se va a parecer cada vez más al Dragon Khan de Port Aventura.

Isidre Fainé, presidente de la Caixa ha sido nombrado por unanimidad presidente de la Confederación Española de Cajas de Ahorro, la patronal financiera que más dolores de cabeza siente en estos momentos por la necesidad imperiosa que tiene de reestructurarse a toda máquina, cosa que tal vez ya se hubiera producido hace años si no fuera por las restricciones políticas que imponen sus órganos de gobierno. El fin de la concepción actual de las “instituciones benéficas sin ánimo de lucro” pero sumamente lucrativas durante largos decenios ya es un hecho insoslayable que, como tantas otras cosas, llega con retraso. En estos momentos las cajas de ahorro parecen señoritas casaderas en un baile de sociedad a la espera de uno o varios novios y el “celestino” Fainé se ocupará de que todas encuentren marido, de eso que no quepa duda.

Luis Bárcenas, L.B. o Luis “el cabrón” como reza en las piezas de prueba incautadas en el caso Gürtel ya ha sido debidamente empapelado y ha hecho el enorme favor a su partido de pedir la baja como senador y afiliado “para poder defenderse mejor”. En este tránsito y por causas similares también se encuentra el diputado Merino, segoviano el hombre, del que hemos sabido que el Partido Popular no aceptó su renuncia a diputado a Cortes para no añadir más “mal rollo”.

Correligionario de ambos era don Jaume Matas, ex ministro de medio ambiente, ex presidente del Partido Popular en Baleares, ex president del Govern de les Illes Balears y ex afiliado al PP que ha comparecido ante el juez por un asuntillo de nada de varios millones de euros y al hombre, sin duda abrumado, se ve que le ha entrado una amnesia sobrevenida que incluso le afecta para poder hilvanar una sola frase coherente, circunstancia que soliviantó al juez instructor quien redactó un auto de enjuiciamiento salpicado de ironías que ha sido mal recibido por muchos y ha hecho sonreír también a muchos otros. La cuestión es que no podemos quejarnos de la celeridad en la tramitación crediticia de nuestro sistema financiero porque se ha logrado que un aval de 3 millones de euros (recordemos, 500 millones de pesetas de las de antes) que debe ser respaldado con patrimonio, se haya

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obtenido en tres días hábiles. Para que luego se diga que obtener financiación está difícil.

Tres de nuestros más queridos e ilustres magistrados del Tribunal Constitucional han sido fotografiados en una corrida de toros de la Feria de Abril. Nada de particular, si no fuera porque son los ponentes del nuevo proyecto de sentencia sobre el Estatut de Catalunya y se supone que, con la que está cayendo y después casi cuatro años de deliberaciones infructuosas, mejor sería que se dedicaran a lo suyo en lugar de dejarse ver paseando por el Real de la Feria con unos puros habanos y unas gafas de sol más propios de otros tiempos, no sé si me explico. Sobre esto y sobre la sentencia, que ahora sí se antoja inminente, hablarán muchos y yo seré uno de ellos, ya lo aviso.

Sin dejar la judicatura, nuestro juez superstar, Baltasar Garzón, tan echado para delante como chapucero en sus instrucciones, está a un paso de ser tri-procesado por el Supremo. En una de las causas le han puesto un instructor manifiestamente hostil y lo ha recusado, pero cuando uno ve que fuera de la justicia levanta tantas simpatías y dentro de ella tantos recelos, incluso entre los que se supone que le son afines, malo. Puede que no le sentencien, pero sí que le enjuicien y por tanto sus días en la Audiencia Nacional parecen estar contados.

En el capítulo de obituarios, este mes empezamos recordando el accidente aéreo que costó la vida el pasado día 9 al presidente polaco, Lech Kaczynski, su esposa y más de 90 personas de su séquito cuando se dirigían a Rusia para asistir a la reparación de su orgullo nacional por la matanza de miles de oficinales producida en un bosque de Polonia al inicio de la segunda guerra mundial a manos de los chicos del camarada Stalin. Junto a su hermano gemelo Jaroslaw, los Kaczynski son personajes de difícil análisis desde nuestra perspectiva occidental. La lógica política polaca, por lo menos a mí, se me escapa un poco.

Anatoly Dobrynin, al que quizá muchos no sepan que hay que agradecerle que el mundo siga existiendo, murió el pasado día 11 a la edad de 90 años. Dobrynin fue embajador soviético en Estados Unidos durante 24 años y le tocó la papeleta de mediar entre JFK y Kruchev en la crisis de los misiles cubanos. Era comunista pero pragmático y de eso tenemos que estar contentos casi cincuenta años después.

Juan Manuel Gozalo, el director durante muchísimos años de Radiogaceta de los deportes de RNE falleció de cáncer el pasado día 11 a los 66 años. Hombre muy profesional, entusiasta de su trabajo, tuvo que dejar como prejubilado el Ente y siguió al pie de cañón hasta el último día en Radio Marca. Buena persona ante todo, Gozalo vivió todos los acontecimientos deportivos con rigor y pasión, en especial los juegos olímpicos. La profesión le echará de menos y los oyentes también.

Otro insigne olímpico, Juan Antonio Samaranch, murió el día 21 a los 89 años de edad. Hombre de claroscuros muy pero que muy marcados, ha dejado dos vertientes muy acentuadas en su vida. Una, conocida por todos, el impulso que imprimió al movimiento olímpico al que rescató de sus cenizas gracias a la inclusión

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de deportistas profesionales y otra, más oscura, como falangista de primera hora que hizo su larga carrera política vestido con la camisa azul hasta que, en los albores de la democracia, logró ser nombrado embajador de España en la URSS. Sin embargo, Samaranch no hubiera sido el que fue sin el continuo soporte de su esposa Bibis, ya fallecida, que, a su vez, también fue un personaje lleno de claroscuros, pero de otra clase. A él le debemos una frase memorable “no todos los problemas tienen solución y lo mejor que podemos hacer como ésos es reconciliarnos.”

Hoy mismo, poco antes de publicar este artículo, se ha sabido el fallecimiento en Barcelona de Jordi Estadella a los 61 años. Hombre que parecía haber nacido con un micrófono en las manos, fue locutor, presentador televisivo y actor de doblaje. Muchos le recordarán por haber presentado el programa 1,2,3. Sin embargo, yo guardo mejor recuerdo de su interpretación del pijo remilgado Tito B. Diagonal en Radio Juventud de Barcelona durante los últimos 70 y primeros años 80.

La frase del mes ha sido de Sófocles y decía “Una palabra es suficiente para hacer o deshacer la fortuna de un hombre”. Sin palabras.

Y por último y como siempre, quisiera dar las gracias a todas aquellas personas que se han pasado por aquí aunque no hayan dejado rastro. A unos y otros, muchas gracias.

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Yo no fui 03/05/2010

La búsqueda de la inocencia es una constante en nuestra vida, sólo que muchas veces la inocencia no es un consuelo ni tampoco un valor, sino todo lo contrario. Imaginemos una reunión de responsables funcionales que se aprestan a presentar en el comité de dirección los motivos por los que no han logrado un resultado. Su objetivo no será otro que tratar de demostrar su inocencia, su no responsabilidad en el incumplimiento. “No soy culpable, el culpable puede que sea otro”, “si de mí hubiera dependido, pero por desgracia las circunstancias no acompañaron”, “tal vez mis colegas puedan dar sus razones”… pero yo no fui, que quede claro, ergo soy inocente.

Si todos los reunidos presentan argumentos “irrefutables” de la misma naturaleza, la conclusión es clara: todos somos inocentes pero el resultado no se obtuvo, de eso no hay duda. Entre todos la matamos y ella sola se murió. Triste consuelo el que aporta la inocencia, porque demasiadas veces nos deja al margen del problema aunque no seamos tan conscientes de que nos inhabilita para la propuesta de soluciones.

Recuerdo multitud de escenas similares a esta, a veces como espectador y otras como actor. Nadie quiere presentarse como responsable de lo que va mal porque es más sencillo culpar a la coyuntura que me da la razón que integrarla en mi acción. No se vende nada porque hay crisis ¿quién puede negar eso? Ahora bien, distinta cosa sería si integrara la crisis en mi escenario porque entonces lo que tendría que ver es qué y cómo tengo que vender si hay crisis. Ya no soy víctima de las circunstancias, sino que las integro impulsándome a la acción.

Imaginemos que mantengo un lápiz sostenido en mi mano y lo suelto. ¿Por qué cayó? Por la fuerza de la gravedad. ¿Qué parte de culpa tengo yo? Ninguna, faltaría más. Fue la fuerza de la gravedad lo que hizo que el lápiz se cayera. Está claro que soy completamente inocente de que el lápiz se haya despuntado ¡culpemos a la ley de la gravedad! ¿Quién puede negar este hecho irrefutable?

Sin embargo, sí que tengo mucha responsabilidad en ese suceso. Claro que la gravedad existe, pero mi responsabilidad incluye asumir su existencia y sus leyes. Si el lápiz se cayó fue porque yo lo solté o se me escurrió entre los dedos y de eso soy plenamente culpable. Ya sé lo que sucede cuando suelto el lápiz: que la gravedad hace que se caiga. Puede que no sea completamente culpable, de la misma forma que no soy en absoluto inocente porque sabía perfectamente lo que pasaría.

Esta búsqueda de la inocencia parte de un error de enfoque muy común: Tengo lo que tengo porque soy como soy o estoy donde estoy, en lugar de este otro: En función de

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lo que soy o dónde estoy hago lo necesario para obtener lo que deseo.

Las diferencias entre ambos enfoques son muy claras: el orden de los postulados y la aparición o ausencia del verbo “hacer”. El primero me excluye por completo del resultado de la acción: exactamente igual que los que se reunieron para demostrar su completa inocencia ante el desastre, mientras que el segundo me convierte en protagonista de pleno derecho porque: 1º) tengo conciencia de las condiciones en las que opero y cuáles son mis limitaciones 2º) ejerzo alguna acción para conseguir mis propósitos 3º) soy responsable de los resultados que obtengo Esta “llamada a la acción” (call to action) está íntimamente relacionada con multitud de escenarios entre los que mencionaré tres: el espíritu de superación de marcas deportivas, el planteamiento de una acción de marketing o la base del coaching. Dado que no soy deportista practicante ni tampoco estoy interesado en este momento en proponeros acciones de marketing, me centraré en la parte del coaching que lo ilustra a la perfección.

Cualquier tipo de coaching parte de un mismo supuesto: la capacidad de desarrollar nuestra propia potencialidad. Es decir, no se basa en aprender cosas que no sabemos o no están en nosotros, sino en aflorar lo que llevamos dentro pero no hemos desarrollado suficientemente. Por tanto, no apela a la inocencia (lo que no somos o no sabemos) sino a nuestra implicación en los resultados que obtenemos a través del ejercicio o el esfuerzo que aplicamos en la puesta en acción de nuestras habilidades (lo que está en nosotros y por tanto en nuestras manos hacer). Por ello el coaching es tan poderoso y tan temido a veces, porque nos separa de nuestras excusas para acercarnos a nuestra responsabilidad sobre los resultados que obtenemos.

Parte de lo que somos para compararlo con lo que estamos siendo y las diferencias, por lo general, son muy acusadas. Por eso no es un ejercicio especialmente apto para “inocentes” que creen que “la culpa fue del cha, cha, cha” sino para aquellos que, asumiendo su responsabilidad, están dispuestos a mejorar su rendimiento.

Hace ya años, cada vez que me reunía con uno de mis jefes y le contaba lo calamitoso que era algo, la primera pregunta que me hacía era: ¿qué parte de culpa tienes tú en eso? Entonces no lo sabía porque no se había inventado el término, pero me estaba haciendo coaching y enseñándome que lo único que no estaba dispuesto a admitir era mi completa inocencia, así que el “yo no fui” acabó desapareciendo de mi lenguaje en la misma medida que empecé a desconfiar de los inocentes. Por si a alguien le puede interesar, que creo que sí.

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La importancia de llamarse Ernesto 06/05/2010

Los que la hayan leído sabrán que en esta comedia de Oscar Wilde no aparece ni una vez el nombre de Ernesto. No es de extrañar, porque el título original de la obra es The Importance of Being Earnest y la traducción de Earnest no es Ernesto sino honesto, así que a saber los motivos de semejante desliz. Este juego fonético se ha mantenido en traducciones a otros idiomas, como el catalán (L’importància de ser Frank) donde hay que traducir Frank por “franc”, lo que equivale igualmente a honesto.

Esta diletancia viene a cuento de lo que quiero contar hoy: llamemos las cosas por su nombre y no empleemos subterfugios que escondan dobles intenciones o interpretaciones. Vivimos un mundo convulso, muy alejado de los “alegres” veinte, cincuenta o sesenta. Las similitudes con nuestra época son difíciles de encontrar en las “edades vividas”. Podríamos convenir que no existen en el espacio que alcanza nuestra memoria.

Nuestro siglo empezó con optimismo pero se torció poco antes de doblar el primer largo, el primer decenio, como ha sucedido históricamente. Se diría que a los siglos le sienta mal el nacimiento. La primera consecuencia de ello es que los valores en los que crecimos (algunos), nos mantuvimos (casi todos) y en los que creímos (o no) tenían menos consistencia de lo que parecía. Apenas han aguantado -como un azucarillo al sumergirlos en café hirviendo- los embates de arcanas variables que apenas controlamos desde nuestro pequeño mundo (las puñeteras subprimes, la codicia de los banqueros, la alegría en el gasto de nuestros gobiernos, las agencias de rating, los tiburones financieros ahora en su modalidad de fondos de pensiones o de inversión, etc.)

Los valores son creencias firmes sobre las que apoyamos nuestras acciones, pero son difíciles de condensar y por tanto de concretar. Diríamos que se mantienen en estado gaseoso pero lo impregnan todo. Escribí sobre ello hace unos meses, pero no hago ningún link para no despistar la lectura. Los valores actúan como distribuidor de nuestras acciones: determinan lo que haremos o no en función de unos principios generales de actuación sobre los que basamos nuestros comportamientos por nimios que éstos sean.

Creo que no hace falta insistir más en esto para que nos demos cuenta de cuán importantes son para nosotros, aún en el caso de que fuéramos capaces de enumerarlos, cosa que por otra parte, no es tan fácil como parece. Además, tienen una propiedad esencial, son íntimos, se viven en intimidad y sólo los afloramos cuando hablamos en tono solemne. Pues bien, esos valores se están yendo al garete, ya no nos sirven por mucho que nos sigamos aferrando a ellos.

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Desde una perspectiva de inteligencia emocional esto tiene unos efectos devastadores y es así porque seguimos comparando lo que se nos pone por delante con unas métricas que se han quedado obsoletas y responden a una visión que, de repente, no pasa de ser tan romántica como trasnochada. Quién hubiera pensado hace sólo unos años que la meritocracia estaría en franco retroceso, quién desconfiaba de la solvencia de su caja de ahorros, quién podía siquiera imaginar que algún día Grecia precisara de más de 110.000 millones de euros para salvar los muebles o que nuestro país alcanzaría una tasa de paro del 20% que equivale a decir que uno de cada cinco españoles (incluida la tropa auxiliar de la emigración) está en su casa de vacaciones forzosas. Todo esto afecta a nuestro catálogo de valores.

Luego llamemos a las cosas por su nombre y dejémonos de florituras. Estamos en una fase de mudanza similar al de las lagartijas cuando cambian de piel. El problema es que nos faltan referentes que inspiren confianza. La publicidad ya no nos hace ser protagonistas de historias idílicas para las que nunca fuimos llamados sino que se basa fundamentalmente en apelar al ahorro (muy interesante el ejemplo de los productos “valor seguro” que pertenecen a la misma multinacional) o a ofrecer altos niveles de servicio a precio de ganga (especialmente llamativo en el caso de seguros de automóvil que hace sólo unos años no te admitían como asegurado si habías dado un solo parte el año anterior y que ahora se te rifan a unos precios de derribo aunque seas más malo conduciendo que Rompetechos).

La economía ha determinado históricamente nuestro catálogo de valores. Maslow lo reflejó de forma gráfica en su pirámide en la que la base se asienta sobre la supervivencia diaria y la cúspide sobre la realización personal. Sin el estómago lleno es difícil tener pensamientos elevados, viene a decir. Gran verdad. ¿Significa esto que no alcanzamos a tener valores o aplicarlos hasta que nos encontramos asentados en un cierto bienestar? No, en absoluto. Lo que quiero decir es que mutan en función de las necesidades cubiertas. El amor a la libertad es un sentimiento básico pero más intenso en la medida en que se carece de ella. Cuando somos libres o pensamos que lo somos queda como un valor subyacente, no es aspiracional, está integrado. Y lo mismo sucede con el resto.

Pero volvamos a la economía. En este momento todos hemos sido capitidisminuidos en mayor o menor medida. Incluso los verdaderamente ricos están sintiendo en sus carnes los efectos de esta crisis (que se lo pregunten a los ricachones clientes de Madoff). Conforme descendemos en la cadena trófica y nos vamos acercando a los menestrales (la clase media en nuestros días) los efectos negativos de esta crisis (llamémosle económica y financiera para no liarnos) va en aumento en progresión aritmética.

¿Vemos el mundo de distinta forma desde hace tres años? Sin duda. Luego los valores que necesitamos ya no son los mismos, como aviesamente han integrado las campañas publicitarias que siempre se adelantan a los comportamientos esperables aunque olviden darnos las pistas de por dónde se va.

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Andamos perdidos, nos faltan referentes. ¿Dónde estamos, quién nos puede proporcionar respuestas, en quién o qué confiar? Son preguntas que esconden una carencia: la falta de instinto para rearmarnos de valores. Somos como los caballos domesticados que han olvidado que su hábitat natural es correr por las praderas. No es que no tengamos respuestas, es que hemos olvidado dónde encontrarlas.

Volver a los orígenes es una alternativa plausible, porque allí es donde han estado siempre, pero parece que nos olvidamos de echar miguitas de pan en el camino y cuando volvemos la espalda lo único que vemos es una enorme arboleda que no ofrece pistas. Hoy los griegos se enfrentan con esa realidad que se ha vaciado de valores reconocibles. Han despertado de un sueño para encontrarse en medio de una pesadilla. Y eso no lo digo yo sino Jesús, el camarero filósofo de la cafetería de enfrente al que me he referido otras veces. Como veréis, no he mencionado ni una sola vez el nombre de Ernesto.

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Téknikos con k 11/05/2010

Voy a contar un secreto. Hace ya bastantes años, cuando vivía en Madrid y frecuentaba la compañía de Concha López Mosteiro, mi mejor amiga de aquella época y una de las mejores periodistas que escriben sobre arte en este país, teníamos la costumbre de intercambiarnos notas sobre los temas más diversos. En aquella época para nada digital, lo epistolar tenía mucho predicamento y no era infrecuente mandar y recibir cartas de personas con las que, no obstante, manteníamos frecuente contacto personal. Esa es una costumbre que, desde hace unos años, ha caído por completo en desuso siendo sustituida, en el mejor de los casos, por el envío de e-mails o tweets. Hoy en día, sólo recibimos cartas de nuestros bancos y de nuestras compañías suministradoras de servicios e incluso estos también empiezan a invocar la defensa de la naturaleza y para evitar la tala de árboles nos empiezan a mandar “sus cartas” vía Internet. Bueno, para eso y para no gastar en sellos.

Una de esas notas que mandé a mi amiga hablaba sobre la insensibilidad de las personas que respondían a un perfil analítico, diríamos que técnico. Nos referíamos a ellos en términos no demasiado elogiosos. Por entonces Concha y yo andábamos metidos, por resumir, en otros mundos y frecuentábamos ambientes que ahora se llamarían cool, también sea dicho esto a modo de resumen. Los técnicos, por tanto, eran objeto de nuestras iras fundamentadas en una concepción del mundo, es obvio decirlo, diametralmente opuesta.

El paso del tiempo ha ido dejando una pátina de añoranza de aquellos años pero hoy esto vuelve a salir a colación. Los técnicos de entonces han dado pasos agigantados en su presencia social. De hecho, la mayor parte de nosotros nos hemos ido reciclando porque vivimos en el mundo de la especialización. Para hacer muchísimas cosas cotidianas necesitamos conocimientos o al menos, rudimentos técnicos para poder desempeñarnos por la vida, esa es la realidad y a nadie le debe espantar que sea así. De hecho, quien lea este artículo ha necesitado tener una serie de conocimientos sobre el medio digital que hace muy pocos años hubieran sido inimaginables. Pero no por eso hemos perdido otras capacidades relacionales de las que aquellos parecían carecer.

Con todo, no es esto lo que me preocupa. Ahora me inquietan los “téknikos” con K entendiendo por tales aquellos que sólo admiten una dimensión aparentemente desprovista de emociones para andar por la vida. Me preocupan y me dan lástima, a pesar de que su número va peligrosamente en aumento.

Mi anterior post hablaba sobre valores que alguien se ocupó de recordar que eran esos principios sobre los que Groucho Marx pontificaba que “si no le gustan los que tengo, puedo cambiarlos por otros”. Los téknikos no es que no tengan valores, los tienen, pero están por completo desprovistos de emociones o por lo menos están incapacitados para manifestarlas que, para el caso, viene a ser lo mismo. Eso es lo que me inquieta. La

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orientación a la acción, la obtención de resultados no está ni debe estar reñida con ese desapasionamiento que parecen padecer y que les convierte en seres de trato difícil, ariscos y muy poco dados a entender otro contexto que en el que ellos se mueven. Y eso me preocupa porque nos aísla mutuamente hasta ignorarnos.

Esta misma mañana he asistido a una presentación sobre competencia digital aplicada a la educación en la que el ponente decía que temía como un nublado a los partidarios de la “tecnoutopía”. Y sin más me ha venido a la cabeza la imagen de los téknikos a los que me refiero. De nuevo la distinción entre los pioneros y los granjeros, los bizarros derribafronteras (en este caso tecnológicas) en contraposición a los apacibles usuarios que consumen sus nuevas herramientas tecnológicas sin más y sin tener tiempo para digerir el penúltimo gadget del que nunca llegarán a ser usuarios avezados ¿Qué sentido tiene esto? Y al hilo de esa imagen me ha venido otra. Una ecuación sensata y puntera al tiempo que dice que Visión + Implementación = Innovación, todo lo contrario que Visión sin Implementación que es igual a Alucinación. Me pregunto qué hubiera opinado Concha de esto, pero por desgracia, ya no nos mandamos cartas

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12 de mayo: imágenes en el espejo 13/05/2010

Me vais a permitir que por una vez rompa la dinámica de este blog y que os hable de algo que, en otras circunstancias, hubiera abordado en mi Libro de Bitácora mensual. Me refiero a la sesión parlamentaria de ayer en la que nuestro Presidente de Gobierno desbrozó con lacerante humillación personal porque va radicalmente en contra de su ideario, nueve medidas a cuál más sangrante para tratar de contener el déficit público y quién sabe si además, aprovechó la ocasión para hacerse el harakiri político más clamoroso de la historia de nuestra democracia. Hablemos con claridad, porque así es como se entiende la gente. Tenemos el país intervenido cautelarmente por el Directorio Comunitario que, curiosamente, es un ente virtual que no existe oficialmente pero, por lo que se ve, es enormemente poderoso ya que nos ha privado de una parte sustancial de nuestra soberanía a cambio de prometer ayudarnos económicamente si es necesario, que lo será. La reunión de ese directorio el último fin de semana y su juicio inapelable sobre lo que hay que hacer ha bastado para enterrar 30 años de pensamiento socialdemócrata en nuestro país. La llamada posterior de Obama para “animar a tomar una serie de medidas” desde mi punto de vista tiene mucha menos trascendencia en las medidas anunciadas porque ellos también llevan lo suyo. La primera lección (esta magistral) a extraer es que quienes nos gobiernan no son los políticos sino los mercados. No es nada nuevo, pero el común de los mortales no se había enterado por culpa de tantas armas de distracción masiva con la que se les bombardea a diario y que en nada contribuyen a educarles en las claves del mundo que habitamos. Ahora el mensaje llega con toda claridad. El problema es que son esos mismos mercados de capitales los que hundieron la economía mundial en aquel ya lejano 2008 con las subprimes y posteriores caídas de entidades financieras de rancio abolengo y las que no cayeron fue gracias a la inyección de miles de millones de dólares con que las proveyeron los gobiernos, ahora deficitarios mientras Goldman Sachs ha vuelto a tener resultados escandalosos e incluso superiores a los de antes de la crisis. Dicho de otra forma, la economía enferma de los fondos de pensiones e inversión en los que algunos (bastantes) tenemos depositados nuestros exiguos ahorros exige rentabilidad y eso equivale a sangre. Por alguna extraña paradoja del destino, la única forma de que mi fondo de pensiones (y el de todos los que lo tengan) que vengo construyendo pacientemente recupere parte del 40% del valor perdido en estos dos años, pasa porque mi país acabe de un plumazo con una política social que hará que los pensionistas vean congeladas sus pensiones, que el cheque bebé desaparezca, que las subvenciones por la ley de dependencia ya no tenga aplicación retroactiva, que los ayuntamientos ya bastante quebrados ahora vean recortados de nuevo sus presupuestos (también los sociales), etc. Y dejo la rebaja de sueldo de los funcionarios para un poco más adelante porque, a mi juicio, merecen tratamiento a parte.

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La segunda lección, más dolorosa si cabe, es que el discurso político en el que se ha sustentado este gobierno desde el inicio de la crisis y que ha pasado por la negación de la mayor (no viene crisis, sólo una ligera desaceleración), el escaso eco (por no decir nulo) a las propuestas y sugerencias de los demás grupos parlamentarios para tomar medidas impopulares y a todas luces necesarias cuando la realidad era evidente, etc., se ha derrumbado como un castillo de naipes. Nuestro presidente dice que eso es debido a los sucesos de hace cinco días en referencia a los ataques a nuestro país por parte de los tiburones financieros… y por algo más, digo yo. Sobre todo, por haberse olvidado de que estamos en la peor crisis económica que todos hemos conocido en vida y que desde hace dos años ya no somos los nuevos ricos de Europa porque tenemos una fuerte indigestión de ladrillo. No olvidemos que en este país no tenemos una sola crisis, tenemos dos. Por si teníamos alguna duda ayer se disipó: el Directorio y Obama se ocuparon de acercarnos un espejo y al mirarnos en él comprobamos que la imagen que se proyectaba era el de un país pobre. Somos pobres, señores, no ricos, a ver si nos enteramos. La tercera lección es que todo esto se puede explicar añadiendo la coletilla “y hubiera podido ser peor”. Y eso es lo malo, porque nunca se sabe lo que eso significa. Más impuestos, desde luego, pero qué más ¿que de momento no se eliminan los subsidios a las peonadas andaluzas? ¿que nuestros hijos podrán seguir contando con una ayuda para el pago de su alquiler que con su sueldo no alcanzan a poder pagar? ¿que el plan E para la subvención de la compra de automóviles se cortará en seco? ¿que los desempleados de larga duración tendrán o no prórroga de los 420 € mensuales? ¿que ya no habrá un ordenador por alumno?...¿Qué significa exactamente que podría ser peor? Por favor, que alguien nos lo cuente, porque hasta ayer mi umbral de referencia de lo que “podría ser peor” era Grecia y ahora vemos que los ajustes a los que se han tenido que someterse los griegos me recuerdan muchísimo a las medidas que el presidente anunció ayer. Ayer, en el Congreso, dos cosas quedaron meridianamente claras: que no vale este gobierno porque no tiene credibilidad y que no hay alternativa porque lo que hay que hacer es lo mismo quien lo haga. Es decir, el gobierno ha aplicado buena parte de las medidas que le proponía la oposición (y eso es lo mejor del caso) no porque les haya convencido (no hace ni una semana de la última reunión Zapatero-Rajoy) sino porque en Europa le han dicho al señor presidente que “susto o muerte”. Ante esto y con una clase política absolutamente denostada (sigue siendo la tercera preocupación de los españoles, tampoco lo olvidemos) sólo cabe una salida, bueno dos. La primera, la más lógica, sería la composición de un gobierno de unidad nacional con la única misión de sacarnos de ésta a costa de hacer todos los sacrificios que sea necesario reeditando si es preciso otro Pacto de la Moncloa y otra, la obvia, sería convocar cuanto antes elecciones anticipadas y que sea lo que Dios quiera. Pase lo que pase, apuesto mi último centavo a que no se acaba la legislatura. Y bueno, en este panorama en el que “todo podría ser peor” apunto algunos espacios más de “distracción masiva gubernamental”. Me encantará ver las ganas que le quedan a la ministra Bibi de hacer propuestas del estilo “miembros y miembras”, observar o no la

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capacidad de autoinmolación de nuestro innecesario vicepresidente tercero, ver si llegaremos a la nueva versión de la ley antitabaco para saber si al final se podrá fumar o no en las bodas y otras lindezas con las que los gobiernos de todos los colores salpican el monótono discurrir de nuestras vidas mientras no dan en el clavo de cómo generar empleo que es lo único positivo que esperamos que nos anuncien. Todo esto mientras estamos en una situación del 20% de parados que, al parecer, es compatible con el hecho de que algunas empresas que se han aplicado en estos últimos años a hacer uno o dos ERE’s que han supuesto una profunda limpieza de sentinas estén ahora aplicadísimas en contratar empresas de selección para que les renueven las existencias con sangre nueva, mucho más barata y altísimamente motivada. Ay, el mercado y la madre que lo parió. Como prometí, ahora voy a referirme a los atribulados y zaheridos funcionarios víctimas del recorte de sus ingresos en un 5% pero que, no olvidemos, todavía tienen vigente una cláusula de revisión salarial retroactiva para el año 2012. Ojito con quejarse demasiado, que ese es un precio muy bajo a cambio de un puesto de trabajo vitalicio. Y además, igual para compensarles, les dan unos cuantos días más de asuntos propios para que no monten una huelga que a estas horas parece segura. Así las cosas, esta mañana cuando he ido a tomar café al bar de Jesús, mi camarero filósofo preferido, algo había cambiado porque costaba encontrar disponible alguno de los muchos periódicos de información general que ponen a disposición de los clientes. Los deportivos, sin embargo, tenían escasísima demanda y eso que estamos a las puertas de un fin de semana decisivo en la liga. Jesús me ha dicho: “lo siento pero parece que, de repente, la parroquia está interesada por algo que no sea fútbol, así que tendrá que conformarse con el Marca”. Este post tendrá una vida corta, ya lo aviso. Mañana mismo publicaré otro más en línea con el contenido habitual. Respecto a este, es la primera y espero que última vez que os voy a pedir que dejéis comentario aunque no voy a contestarlos. Espero que me entendáis.

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El circo de las mariposas 14/05/2010

Para ponernos en situación, hay que imaginar que estamos a punto de iniciar un merecido fin de semana. Esta, en concreto, ha sido de aúpa, así que no está de más que nos concedamos un merecido descanso sobre todo de alma. Os propongo que veamos una peli que dura veinte minutos. Si no disponéis de ese tiempo os pido que no iniciéis la proyección y que lo dejéis para mejor ocasión. Si tenéis niños en casa invitadlos a que os acompañen, apagad las luces y si además podéis conectar vuestro equipo con una tele de gran formato o si tenéis un proyector, mucho mejor. El vídeo viene en formato de alta calidad, así que todo tiene su importancia. No tengáis prejuicios porque la peli sea en versión original y esté subtitulada. Es una de esas pelis cuyo mensaje podría entenderse incluso si se tratara de cine mudo, tal es su fuerza. Y cuando acabe la proyección y si os apetece, continuad leyendo.

Espero que os haya gustado. Vivimos tiempos turbulentos en los que subimos y bajamos crestas como si fuéramos montados en una montaña rusa desbocada. Así son las cosas siempre que algo se mueve para dejar paso a una nueva realidad, a un segundo nacimiento, de la misma forma en que una oruga pasa a ser una mariposa. Aceptamos que estamos ante un ciclo de crisis económica, pero nos cuesta más admitir que también estamos asistiendo al inicio de una nueva vida de la que hemos de ser los protagonistas. “El circo de las mariposas” cuenta una historia que enternece pero cuya principal virtud es que habla de todos y cada uno de nosotros. ¿Quién eres tú? ¿Will que no tiene brazos ni piernas, uno de esos niños que le lanzan tomates, Méndez que es capaz de ver lo que otros no ven, el forzudo ex pendenciero, el niño que no sabe que todo capullo encierra una mariposa, el padre que da confianza a su hijo para que de mayor sea lo que quiera, el niño aquejado de polio o su madre? Tenemos un poco de todos ellos ¿no? Esta pequeña joya es un regalo que yo recibí y que comparto. Otros muchos lo hicieron antes y hoy es una referencia a la que se ha encontrado muchas aplicaciones. Al coaching, por ejemplo, porque explica cuál es su esencia: todos tenemos una potencialidad infinitamente mayor que la que nos concedemos, de la misma forma que una bellota

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contiene una encina. Todo está en nuestro interior pero necesitamos que alguien crea en nosotros, empezando por uno mismo.

Otros han usado esta película para ilustrar en qué consiste el liderazgo inspiracional. Yo diría que incluso el liderazgo a secas, porque se observa lo que distintos líderes pueden conseguir con la misma materia prima. No falta quien ha visto en ella la clave de la superación de sus adversidades y también tienen razón, pero lo más importante es lo que hayas visto tú. Seguramente no te habrás quedado indiferente y si mañana o la semana que viene te apetece volver a verla te animo a que lo hagas. Es probable que, por el mismo precio, veas cosas nuevas. Buen fin de semana.

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Dos formas de sacar provecho de una oveja 18/05/2010

Uno de los diálogos de la serie Mad Men me enganchó. El director de la agencia de publicidad se dirige a sus directores creativos y les dice: hay dos formas de sacar provecho a una oveja: comer sus costillas o esquilarla todos los veranos. En clave anglosajona viene a ser lo mismo que ya conocíamos por la fábula de la gallina de oro, que no conviene matarla. La frase encierra dos visiones del mundo. Una, cortoplacista e invasiva que propone el aquí y ahora como paradigma válido y otra, sostenible y de rentabilidad continuada de por vida (de la oveja, se entiende) que se traduce en renunciar a probar su carne hasta mucho más adelante o tal vez nunca.

Estas visiones del mundo tienen múltiples aplicaciones a la cosmovisión y por tanto, a todas las actividades que realizamos a diario y en las que nos implicamos táctica o estratégicamente aún sin saberlo. En todas ellas, lo primero que hay que decidir es la táctica, que consiste en definir el propósito que perseguimos y a continuación la estrategia, que es una palabra con significado diverso pero que puede resumirse en cómo hacer para alcanzar las metas que nos hemos propuesto y si eso falla, en cómo improvisar sobre la marcha. En muchos casos y por desgracia, la estrategia se reduce a esto último.

La táctica implica sopesar qué es lo que nos conviene. Si tenemos hambre, matamos a la oveja aún a costa de renunciar a sacarle un beneficio continuado. Si la oveja no es nuestra, el dilema no existe pero en caso contrario, conviene saber lo que hay que hacer porque esa decisión implica consecuencias a medio plazo. Por lo común, la evaluación de alternativas es algo en lo que fallamos y que se enseña para poder negociar aunque, por lo visto, cuesta mucho aprender.

El término estrategia ha sido adueñado por las elites hasta el punto en que los plebeyos han asumido su incapacidad para tomar decisiones estratégicas. Diríamos, que muchos se han borrado de aplicar esa capacidad para la que se manifiestan en desventaja objetiva, pero no es cierto. A diario tomamos cientos de decisiones estratégicas sólo que no somos conscientes de que lo son.

Nos levantamos por la mañana y observamos el cielo cubierto. Una decisión estratégica es coger o no el paraguas porque lo táctico es que, si llueve, no nos mojemos. Claro que si llueve y vamos sin paraguas siempre podremos protegernos la cabeza con una bolsa de plástico o guarecernos bajo una cornisa. Pero es una decisión estratégica, no hay duda y así todos los días de nuestra vida.

Escoger a qué colegio enviamos a nuestros hijos es una decisión táctica porque tiene muchísimas implicaciones, pero decidir parar o acelerar ante un semáforo en ámbar es una

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decisión estratégica que tomamos en función de un objetivo previo: llegar a tiempo a un lugar o evitar ser multados. Lo mismo sucede con cosas mucho más elevadas que se reflejan en la economía de un país pero la mecánica es la misma.

Si gobierno un país y mato a la oveja y reparto su carne en forma de subvenciones a troche y moche produzco satisfacción cortoplacista y aumento mi expectativa de votos pero genero déficit público y al final tengo que tomar medidas impopulares; si la dejo pastar todo el año puedo hacer algún bien pero sólo cuando he vendido la lana. Una decisión táctica, sin duda.

Otra cosa es que tenga que corregir el déficit público (táctica) pero entonces he de decidir qué partidas recorto para lograrlo (estrategia) y es entonces cuando me acuerdo de que en lugar de haber matado la oveja debía haberla dejado pastar hasta que me diera lana. Un lío, pero como ya estoy en él no me queda otro remedio que decidir y valorar las consecuencias de lo que haga. Me pregunto si convendría mandar una copia del capítulo de la serie a la Moncloa.

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La fábula de Aspa 21/05/2010

Cuenta la leyenda que en un lejano país hace muchos años nació un enano con cuatro piernas. Tal asombró causó entre los lugareños este prodigio que, lejos de aislarle y tratarle como a un leproso, vieron en él una señal de cielo y le colmaron de todos los honores imaginables. Sus padres, que habían pensado seriamente en estrangular al recién nacido para que no supusiera una carga inútil y una boca más que alimentar, se vieron inesperadamente recompensados con todo tipo de agasajos de los lugareños hasta el punto que incluso costearon para ellos una vivienda dentro de las murallas de la ciudad que, si bien no era lujosa, al menos era sobradamente digna si la comparamos con el chamizo donde vivían a orillas del río.

En su nueva morada, la madre del niño raro le sacaba todas las tardes al balcón para mostrarlo a sus vecinos y que se extasiaran viendo como gateaba con soltura o trepaba a la silla de su madre con pasmosa facilidad incluso antes de dar sus primeros pasos. Cuatro piernas son de mucha ayuda para semejantes proezas, se decían unos a otros y empezaron a llamarle Aspa.

Así transcurrió su infancia, a la vista de todos. Conforme fue creciendo estaba tan acostumbrado a ser el foco de atención que no se le hacía raro ver congregada a la muchedumbre bajo su balcón todas las tardes hasta la caída del sol o incluso más tarde. Si por casualidad el frío o la lluvia impedían esa cita diaria, el niño se impacientaba y refunfuñaba a su madre que también lo lamentaba, porque junto a las visitas recibía constantes regalos de comida, telas y otros enseres de forma que, a pesar de no tener dinero, no les faltaba de nada e incluso les sobraba.

Al llegar a la edad en que los niños dan el tirón él se quedó corto porque para eso era enano. Al principio no fue un problema porque nadie le hacía de menos, pero pronto se dio cuenta de que él era distinto, y no por tener cuatro piernas cuando los demás tenían sólo dos, sino porque debía acostumbrarse a mirar hacia arriba, ahora ya no sólo a los adultos sino también a los niños que hasta hacía poco eran de la misma o parecida altura. Antes de eso no se había sentido distinto a nadie a pesar de que lo era y mucho.

Conforme Aspa crecía –es una forma de hablar- su carácter iba tornándose cada vez más retraído. Ya no le apetecía mostrarse en el balcón ni tampoco quería salir a la calle sino que pasaba las horas muertas en su habitación sin dedicarse a nada útil, dejando pasar el tiempo hasta que llegaba la cena para luego acostarse y así un día tras otro.

Un día de principios de verano llegó una terrible noticia. Mientras el rey se encontraba de visita en un reino vecino con el que había firmado una alianza, un ejército enemigo sitió la

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ciudad que sólo contaba con una pequeña guarnición para su defensa. Si no se daba aviso al soberano para que regresara cuanto antes con sus tropas todo estaría perdido. El único recurso era que alguien pudiera salir sin ser visto y corriera tanto como pudiera en busca de ayuda.

Los miembros del consejo se reunieron para deliberar pero no contaban con que Aspa se presentara voluntario para la peligrosa misión porque era menudo y podría camuflarse entre la hierba alta y además estaba muy bien dotado para la carrera gracias a sus cuatro piernas. Aspa era la solución.

Avanzada la noche metieron al enano en una cesta que deslizaron con una cuerda por la parte más agreste de la muralla. Aspa se sentía muy animado a pesar de los peligros que corría pero sentía que el destino de su pueblo estaba en sus manos así que, en cuanto tocó tierra, echó a correr sin desmayo tanto como le daban sus menudas piernas hasta que unas cuantas horas más tarde pudo pedir ayuda a un caballero para que le acercara donde estaba su rey.

El rey escuchó el mensaje que Aspa le traía y sin perder un instante se puso en marcha con su ejército al que se unió el de su aliado derrotando por completo al enemigo al cogerle por sorpresa. Una vez estuvo la ciudad a salvo se hizo una gran fiesta en la que Aspa fue el principal protagonista, esta vez porque gracias a su arrojo les había salvado de una derrota segura. En un momento dado, uno de los nobles se acercó al enano y le pidió que le acompañara porque el rey quería hablar con él en privado. Aspa se sorprendió de que el rey le llamara pero accedió cómo iba a negarse a la voluntad de un rey victorioso.

Te debemos mucho, empezó diciéndole, porque si no hubiera sido por ti hoy estaríamos llorando la derrota. Pero no es menos cierto que lo que te hizo providencial no fue lo que creías tu fortaleza, sino por el contrario, aquello que vives como una debilidad hasta el punto que te tiene amargado: tu corta talla. Tus cuatro piernas nunca te han hecho sentir raro porque todos vemos en ellas un prodigio y porque nadie más es como tú en eso. Además de fama, te dan agilidad y velocidad, es cierto, pero no aceptas tu condición de enano y debes darte cuenta de que para salvar la ciudad del asedio no bastaba con que pudieras correr mucho, también era necesario que nadie te viera para llegar hasta donde yo estaba.

Tus piernas te hacen sentir especial porque todos las admiramos, pero tu talla es un prodigio todavía mayor y te convierten en un ser doblemente especial. Tú crees que no eres como los demás pero te corrijo, somos los demás los que no somos como tú. Sin la suma de estas dos cualidades hoy estaríamos enterrando en lugar de celebrando.

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¿Te gustaría ser rey? No, respondió Aspa con determinación. Yo sólo aspiro a ser un buen vasallo. Entonces, debes entender que tus cualidades no son las mismas que las mías y a pesar de que soy el rey nunca podré competir contigo. Eso es lo que te hace especial, no lo olvides.

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Una cabaña en el bosque 25/05/2010

Este fin de semana y junto a otras cinco personas he estado ayudando a mi cuñado a construir una pequeña cabaña de troncos, así como suena. Quiere esto decir que ha sido necesario talar más de noventa pinos, desramarlos, acarrearlos, colocarlos y sujetarlos a una estructura de veinte metros cuadrados que dicho así, no parece mucho, pero ya es, sobre todo si tenemos en cuenta que las paredes exteriores alcanzaron los tres metros de altura y que todos los troncos fueron alzados a mano.

Teniendo en cuenta nuestra nula experiencia anterior, creo que el resultado final satisfizo a todos. No puede decirse que sea un trabajo impecable pero una vez terminada, uno a uno y por separado nos acercamos varias veces a ver el resultado. Estábamos orgullosos de la obra.

Queramos o no, llevamos mucho tiempo instalados en la creencia de que lo aparente sustituye a lo sustancial o, como alguien dijo una vez, vivimos en la generación en la que el envase prima sobre su contenido. Lo estético prima sobre lo ético, esto se ve a diario aunque no en este caso.

La experiencia de la construcción de esa rudimentaria cabaña me evocó los ejercicios de teambuilding que se realizan como práctica outdoor en los que los monitores se esfuerzan por extraer consecuencias de los beneficios del trabajo en equipo. En este caso no fue necesaria explicación alguna porque la satisfacción se produjo por el mero hecho de vivir el resultado del esfuerzo y la colaboración de ese “equipo informal” y a todas luces descompensado por el que estábamos tan orgullosos. Pero, al mismo tiempo, también fue el resultado de la combinación de acciones racionales y emocionales y en eso me detengo hoy.

Lo racional funciona en nuestro cerebro a través de la búsqueda selectiva y concreta de datos sabiendo que éstos sólo se encuentran localizados en interminables archivadores mentales donde los guardamos. Ahí residía el diseño de la planta, los métodos de anclaje de los troncos, los sistemas de aseguramiento de la estructura, el tipo de tornillos, pernos y demás utillaje necesario para acometer la obra y también y por qué no decirlo, la capacidad para resolver los problemas no previstos que fueron surgiendo. Todo ello fue absolutamente necesario pero no determinante. Eso hubiera bastado para hacer una cabaña, seguramente más perfecta desde el punto de vista de resultado visible, pero en modo alguno hubiera sido nuestra cabaña. Para eso fue necesaria una implicación mucho más profunda de nuestro lado emocional, cada cual del suyo, que logró que a pesar del cansancio y la cantidad ingente de horas empleadas, la productividad fuera verdaderamente alta. Cuando terminamos, nadie vio una cabaña, sino su cabaña. De otro modo, dudo mucho que se hubiera terminado a tiempo. Pero hay otra

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cuestión poderosa a considerar en este asunto. ¿De qué lado venía el liderazgo? Del emocional, sin duda.

¿Hubiera sido posible aplicar únicamente el lado racional en el liderazgo ejercido? Claro que sí, pero entonces no hubiera surgido ni el liderazgo compartido en la asunción de responsabilidades sobre tareas concretas ni mucho menos la implicación personal en el proyecto considerando éste como un todo. Hubiéramos construido la cabaña del líder, pero en ningún caso nuestra cabaña lo que viene a demostrar que no es posible aplicar liderazgos integradores sin invocar aspectos básicamente emocionales. Los troncos pesaban menos si todos veíamos la utilidad del esfuerzo para lograr un objetivo compartido. La productividad era mayor si veíamos que las paredes crecían tal y como las imaginábamos.

El orgullo de pertenencia no aplicado a un equipo sino más bien a un resultado concreto (ojo al matiz) no sólo es posible sino que es altamente deseable. Por supuesto que los equipos sólo tienen sentido en tanto que obtienen resultados, pero otra cosa es que la satisfacción venga dada por la culminación de un trabajo. Eso sólo es posible si ahí está presente el lado emocional.

Esto se ve muy claramente en sesiones de formación en las que se propone a un equipo que construya algo concreto y previamente definido con unos recursos y tiempo limitados. En primer lugar se les da tiempo suficiente para planificar la actividad y luego se pasa a la acción. Cuando se observa la evolución del trabajo casi nunca se ve el resultado previsto sino otro con el que se sienten más vinculados. No sería así aplicaran elementos racionales porque en realidad, lo único que tendrían que hacer es ser consecuentes con las actividades planificadas racionalmente, pero en cuanto se implican emocionalmente la cosa cambia. Ya no se trata de “hacer algo” sobre lo que se habían puesto previamente de acuerdo, sino “hacer algo” aplicando todas sus capacidades emocionales. Pasa de ser “lo que se les ha ordenado hacer” a lo que “han sentido que debían hacer". Normalmente no se parece demasiado, pero no obstante, al final del ejercicio todos se quieren fotografiar frente a ello. Qué les hace sentir unidos ¿la satisfacción por haber seguido el plan o verse reflejados en el resultado final sea éste el que sea?

Todos los cabañeros de fin de semana hoy estamos trabajando en lo nuestro pero estoy seguro de que seguimos visualizando cada uno por su parte cómo quedó nuestra cabaña lo que evidencia que, a pesar de todo, los aspectos emocionales prevalecen siempre sobre los racionales en el sentido de que éstos ponen los medios pero no dan necesariamente la satisfacción.

Y eso fue precisamente lo que hizo que uno tras otro quisiéramos vivir en la intimidad la contemplación de la obra realizada. Queda pendiente de colocar el techo, pero parece que ayer eso no importaba porque todos lo imaginábamos, cada cual sea el suyo, por supuesto.

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Libro de Bitácora (mayo 2010) 31/05/2010

El mes de mayo ha sido sumamente intenso para todos y también para La Inteligencia de las Emociones porque hemos tratado temas de lo más variado. Empezamos poniendo en cuestión la bondad de la inocencia, seguimos hablando de valores tomando como excusa una comedia de Oscar Wilde (para que se vea que también somos leídos), nos metimos un poco con los téknikos con “k”, nos hicimos eco de que ya somos un país intervenido económicamente por un ente “virtual” que se llama Directorio no sé qué, pero que está formado por los antiguos integrantes del Imperio Carolingio es decir, Alemania, Francia, Benelux y Norte de Italia (glups), nos dimos un baño de emociones visitando el Circo de las Mariposas, analizamos un poco por encima los conceptos de táctica y estrategia poniendo como excusa las dos formas de sacar provecho a una oveja, hablamos de una leyenda que nos contaba la diferencia entre ser raro y ser especial y terminamos el mes haciendo cabañas en el bosque y sacando algunas conclusiones al respecto. Pero es que además, este mes la Blogosfera de Recursos Humanos ha seleccionado un artículo de la Inteigencia de las Emociones como uno de los que integrarán el ebook sobre Recursos Humanos y la 2.0. Es un placer compartir este honor con otros amigos de esta casa como Astrid Moix, Senior Manager, José Miguel Bolívar, José Luis del Campo o Yoriento. Por si fuera poco, Francisco Alcalde me entrevistó en su homenaje a los blogueros. Como digo, un mes completito. Y aquí van algunas de las cosas que he anotado en mi libro de bitácora:

Atentado en Nueva York. A los pocos días, casi horas, se detiene a Shahzad Faisal gracias al seguimiento de su móvil desechable y a que no tuvo la precaución de robar el coche donde instaló las bombas sino que lo compró legalmente a una apacible y sorprendida jubilada de Connecticut. Menos mal que era un chapuzas, que si no…

Es muy difícil sustraerse a dedicar una buena parte de este libro de bitácora a la economía. Este mes ha sido un no parar, como ya anunciamos el mes pasado invocando la montaña rusa Dragón Khan y por desgracia, no nos equivocamos. A principios de mes se produjo la caída de la bolsa por debajo de los 10.000 puntos, pero ahora que se ha sabido que otra agencia de calificación ha bajado nota a la calidad de la Deuda española está por debajo de los 9.355 con lo cual toda la recuperación desde el año pasado se ha ido a hacer puñetas. Para los que crean que si no tienen invertido nada en bolsa esto no les afecta, siento decirles que están muy equivocados, nos afecta a todos. Y mucho.

En Wall Street también tuvieron un día negro cuando el índice pegó un bajón del 8% en diez minutos y luego subió el 12% casi de golpe, al parecer debido al error de un bróker que introdujo una orden de venta con tres ceros de más. Para que luego digan que los ceros no valen. Creo que el chavalín no ha vuelto a aparecer por su puesto de trabajo y que se ha sometido a una intervención de cirugía estética.

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El famoso, tardío, carísimo y seguramente insuficiente rescate europeo a Grecia ha puesto en evidencia la relación causa/efecto. Doña Ángela (Merkel) temía perder votos en Renania si accedía a soltar la mosca e intentó retrasar tanto como pudo echar la firma. Resultado: perdió igualmente las elecciones, firmó el acuerdo, pero el retraso hizo que éste se multiplicara por “n” porque a cada día que pasaba la situación griega empeoraba.

Días después y sacrificando el santo descanso dominical, los ministros de economía de la zona Euro se reunieron para decirse toda las verdades a la cara. Resultado: 750.000 millones de euros para ayudas a los países que “puedan estar en dificultades en el futuro”. A nosotros nos toca apoquinar 8.500.000 que para eso somos una de las potencias mundiales, pero menos. De nuevo llanto y crujir de dientes de doña Ángela pero esta vez tuvo que aguantar la reprimenta del soso, gris e insulso presidente de la Comisión, don Durán Barroso, que se despachó ante la prensa recordando a los alemanes que el 80% de lo que exportan lo hacen a la zona euro y que eso les permite presentar de toda la vida saneadas balanzas comerciales, así que cuando toca apoquinar en realidad lo que están haciendo es prestar para que les sigan comprando. Elemental, querido Watson.

A la mañana siguiente de aquel domingo, ZP al que seguramente le iría mejor si en lugar de estar metidos en el euro tuviéramos nuestras añoradas PZ’s tuvo que tragar la quina del ya mencionado Directorio Carolingio y presentar las famosas medidas extraordinarias de ajuste de las que "seguramente" ya habréis oído hablar. Lo digo así, con coña, porque cuando visito el bar de mi amigo Jesús, que he convertido en mi laboratorio socioescópico y a él en mi gurú personal, veo que la parroquia sigue mojando el donut en el café con leche mientras hablan de sus planes de fin de semana. No se deje engañar –me dice Jesús- muchos de estos se disculpan a la hora de pagar diciendo que se han olvidado la cartera.

Iba a hablar de la entrevista que mantuvieron ZP y Rajoy en la Moncloa pero casi que no. En su lugar, dedico este espacio a recordar la sesión del congreso de los “disputados” del pasado jueves 27 de mayo en la que el gobierno se salvó por los pelos (un solo voto) de no poder convalidar el “paquete de medidas” gracias a la abstención de CiU y de otros pequeños grupos parlamentarios. De haber perdido la votación, hoy estaríamos en campaña electoral. Y ojo al dato, a lo mejor lo estamos a la vuelta del verano porque veo mal color en la cara de nuestro Presidente del Gobierno. Uno ya no sabe si sería mejor o peor, bueno si me apuráis diría que mejor.

Como las cosas no estaban lo suficientemente oscuras, los atildados señores del FMI han soplado al oído del gobierno que aún queda otro pequeño asunto que tratar que se llama reforma del mercado laboral. Ah, sí, ha respondido y el señor Corbacho ha llamado por teléfono en multiconferencia a los señores Díaz Ferrán (que no pasa de junio en el cargo de la CEOE), Toxo y Méndez para preguntarles que cómo llevan este asunto. Respuesta: los sindicatos dicen que andan muy liados con la convocatoria de la huelga general de funcionarios del día 8 de junio y el señor de la CEOE que sí, que por ellos no quedará. El gobierno ha dicho que si no se ponen de acuerdo en cuestión de días hará la reforma vía decreto y todos se han partido de risa porque si lo hace, a ver si le vuelve a tocar la lotería en la convalidación en el Congreso del decreto de reforma y si así fuera tenemos huelga general en puertas. Mi apuesta: habrá huelga general.

Pasando a la crónica social, recordar la operación del Rey de un nódulo pulmonar de 1,5 mm. que ha venido a practicarse a Barcelona y en un hospital público. Es que nuestra sanidad pública es de las mejores, lo cual no ha sido óbice para que el postoperatorio lo haya pasado también en Barcelona pero en la clínica Planas, una

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de las más famosas y también más caras de nuestro país. O sea, una de cal y otra de arena. Y me pregunto si los recortes también habrán afectado a la Casa Real o si ese dispendio (el de la Planas) se lo habrán regalado. Ni idea.

Sin dejar la crónica social, recuerdo que en estos días se ha reabierto el caso Camps. De llorar. Pero todo el mundo en el PP anda mirando a otro lado mientras el honorable Camps se refugia en la bandera y en el cariño que le profesa el pueblo valenciano como si eso le fuera a proteger del batacazo judicial. Claro que a lo mejor sí, porque este asuntillo de nuevo se verá en el TSJ de Valencia y en la sala del magistrado de la Rúa (amiguito del alma del tal Camps) que ya le archivó la causa una vez.

Siguiendo en clave judicial, no podíamos pasar sin comentar la suspensión del juez Baltasar Garzón al ser enjuiciado por el TS, cosa que todos sabemos que quedará en nada, pero que está dando mucho jugo. La jugada de pedir el traslado al TPI de La Haya no ha estado mal pero en el CGPJ le habían visto las cartas y no ha podido presentar escalera de color como el súper juez pretendía. Otra vez será. También podríamos hablar un poco del Tribunal Constitucional que ha visto naufragar la n-1 propuesta de resolución sobre el fallo del Estatut pero como esto todavía no ha terminado, dejémoslo para el mes que viene.

Casi a punto de cerrar este artículo hemos sabido que el gran actor Dennis Hooper ha fallecido a los 74 años de edad víctima de un cáncer de próstata. Este magnífico actor pero tambien pintor y fotógrafo fue un rara avis en el espectro hollywodiense. La muerte de Jeames Dean que en la época era su único amigo de verdad le hizo deslizarse por la pendiente del alcohol y las drogas y le convirtió en un ser amargado y repudiado por buena parte del establishment que nunca llegó a domarle. Muchos le recordaremos por Easy Reader aunque yo uso mucho para mis sesiones de formación algunas secuencias de la película Hoosier, más que ídolos en la que interpreta a un personaje que casi podríamos decir autobiográfico. Su último trabajo lo acercó a la televisíón donde protagonizó al corrosivo productor musical de la serie Cash. Actor enorme, no fue hasta hace muy poco tiempo que Hollywood le dedicó una estrella en el paseo de la fama.

Este mes quisiera recomendar el blog de mi amigo Diego Martos. Diego, con quien mantengo una excelente relación personal y espero que pronto también profesional, es el fundador y presidente de Di Towanda, una compañía que recientemente ha cumplido cinco años de vida y que se dedica a cosas tan interesantes como el coaching teatral. No os perdáis una visita a las cosas que hacen.

La frase del mes ha sido de nuestra amiga María Hernández y decía “Relativizar la vida no es otra cosa que seguir cumpliendo años sin perder la memoria.” Memorable.

Y por último y como siempre, quisiera dar las gracias a todas aquellas personas que se han pasado por aquí aunque no hayan dejado rastro. A unos y otros, muchas gracias y perdón por la extensión.

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Suma cero 03/06/2010

La principal diferencia entre un inventor y un investigador reside en la gestión del principio de incertidumbre que aplican a su trabajo. Mientras que el inventor persigue la innovación, hacer aquello que no se hizo hasta ahora con independencia de que sus resultados gocen de aceptación o sean viables desde el punto de vista de coste, fabricación, distribución y aceptación en el mercado, al investigador le mueve el principio de incertidumbre, es decir, no saber si alcanzará la meta perseguida por muy concienzudamente que desarrolle su trabajo. Unos se imaginan una utilidad novedosa, otros, por el contrario, buscan soluciones a preguntas todavía sin respuesta.

Los procesos que rigen la investigación son similares a los del trabajo “en caja negra” que se aplica en otros ámbitos y que consiste en ejercer control sobre los inputs pero no sobre los ouputs que inevitablemente se producirán como resultado final del proceso. Así, se denomina “caja negra” a todo aquello que sucede como parte del proceso intermedio sin que, por el momento, se sepa determinar su comportamiento. El ansia de todo investigador consiste en reducir ese margen de incertidumbre, aún a costa de pretender integrarla hasta vivir absolutamente inmerso en ella.

Sin embargo, los inventores e investigadores tienen en común el uso del método prueba/error aunque no compartan la gestión de la incertidumbre. Uno de mis clientes se dedica a la investigación sobre aleaciones ligeras. Su objetivo es conseguir que las cosas que se construyan con esas nuevas aleaciones pesen menos pero que sean igual de resistentes o más que los materiales ya conocidos. Y eso qué es ¿invento o investigación? Ellos no dudan en llamarse investigadores porque conocen muy bien la diferencia con los inventores: el principio de incertidumbre.

La experiencia demuestra que los grandes descubrimientos han sido realizados por investigadores (que no pueden llamarse descubridores hasta que dan con lo que están buscando) pero que se han apoyado en inventos. El descubrimiento de una nueva galaxia no sería posible sin el invento de telescopios muy potentes; el descubrimiento de una bacteria tampoco podría realizarse sin el invento del microscopio, etc.

La incertidumbre es abstracta y por tanto no motiva nada a los inventores que a cambio destacan por su capacidad de imaginar aplicaciones funcionales a cosas que todavía no existen. Ellos piensan en la utilidad de algo incluso antes de ponerse a diseñarlo. No todos podríamos hacer eso.

Haciendo una traslación a conceptos emocionales, diríamos una vez más, incluso abusando del uso de esos términos, que unos viven en el qué y otros en el cómo y eso condiciona

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enormemente sus enfoques. Serían dos polos opuestos en los que ambos aplicarían estilos sociales completamente distintos. Vaya, de nuevo los estilos sociales.

Como curiosos empedernidos, los inventores y los descubridores son grandes observadores si bien lo que les distingue es su enfoque bien hacia el proceso o bien hacia el procedimiento que, como puede imaginarse, son cosas muy distintas, lo que demuestra que unos necesitan de los otros como simbióticos que son.

Igual sucede con el resto de los mortales, que buscamos desesperadamente la complementariedad, el balance, el punto cero o casi cero, si bien no hay que olvidar que lo complementario es aquello que no está en nosotros ni lo echamos en falta muchas veces... pero nos atrae. ¿Un misterio? No, una condición intrínseca de la atracción. Es probable que a quien le guste las rubias se acabe casando con una morena. Es posible que aquello que no está en nosotros o que incluso detestamos se convierta en virtud cuando lo vemos en alguien por el que nos sentimos atraídos.

Ese es el valor de la emocionalidad o más concretamente de la inteligencia emocional, que consiste en admitir que unos no existiríamos si hubiera de los otros. La cosmovisión, el yin y el yan así como otras escuelas filosóficas no occidentales admiten esto con total normalidad por mucho que nos empeñemos en declararnos proclives a una serie de comportamientos y opuestos a otros muchos que quisiéramos ver desterrados por no decir desaparecidos.

Los estilos sociales explican esto con suma claridad expositiva, que los inventores y los descubridores sean al mismo tiempo tan opuestos y complementarios, que los pioneros y los granjeros tengan comportamientos tan dispares pero se necesiten unos a otros, que los hinchas de un equipo necesiten ser “anti” de otro no solamente para poder poner en valor su filia sino para que exista un contrario por el que sentir fobia.

Lo dicho, el mundo sigue existiendo porque entre todos conformamos un sumatorio tendente a cero. Si esto funciona a grandes números también lo hace a pequeña escala porque si no fuera así haría mucho tiempo que hubiéramos desaparecido de la faz de la Tierra, a ver si lo aprendemos.

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La felicidad 08/06/2010

Voy a hablar sobre la felicidad. Bonito tema, sin duda. Como sostiene el admirado Punset, la felicidad es una sensación que comienza a vivirse antes de su llegada y que siempre acaba decepcionando porque era más intensa y duradera en la fase de espera y además es más corta que cuando ésta llega. Es un problema de gestión de expectativas, supongo. La felicidad es un suceso esporádico y agudo. En eso no se distingue de un dolor de muelas o de un cólico nefrítico pero dura mucho menos. No es un sentimiento abusón, cosa que se agradece. Logra ponernos en guardia, tensarnos como la cuerda de un arco, parar el tiempo, y como todo eso no solemos asociarlo a nada bueno, pues ya vemos que también tiene algo de sadomasoquista.

Es disruptiva, eso sí, porque casi siempre viene a ocupar un espacio o un tiempo no previsto o descartado. La felicidad es cosa buena, supongo, aunque me resisto a creer que para todos signifique lo mismo.

Por ejemplo, hace unas pocas semanas concluyó una liga inacabable, tanto que muchos jugadores habrán dormido a pierna suelta desde entonces sin la obligación de asistir al campo de entrenamiento. Claro que estamos en puertas de iniciarse el campeonato del mundo y la felicidad para los seleccionados será justo lo contrario, seguir machacándose un mes más sin notar prácticamente el cansancio en sus piernas por el sobresfuerzo. El fútbol es así, si gusta genera un estado de excitación tanto en los que juegan como en los que lo contemplan que tiene como único objetivo la búsqueda de la felicidad a costa de la infelicidad de los rivales. En eso no se parece a demasiadas cosas de la vida pero sí a algunas: la obtención de un contrato, una novia disputada, ganar el premio de la lotería o las quinielas. Vaya, parece que no son tan pocas cosas pero ¿qué tienen en común?: lo extraordinario.

Decía un viejo profesor de matemáticas que para él siempre fue difícil recordar los momentos de felicidad, entendiendo como tales algunos sucesos que le provocaran sensación de plenitud. Quizá por eso siempre se mostraba taciturno, porque vivía en un mundo predecible en el que la explicación de un teorema no pasaba de ser consecuencia de la aplicación de la lógica y lo lógico siempre es previsible y si no es previsible no por ello deja de ser lógico. Una vez vinieron a importunarle con una invitación que rechazó porque tenía trabajo que resolver y se llevó dos disgustos: no haber sido capaz de romper su monotonía y al mismo tiempo saber que tampoco esta vez resolvería el reto matemático que se había planteado. A las pocas horas llamó por teléfono para ver si todavía se podía incorporar a la fiesta. ¿Es que has terminado con tu trabajo? No, pero es que no me resisto a vivir algo que escapa de la rutina. Y en esa fiesta conoció a la que luego sería su esposa con la que fue feliz toda su vida.

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La felicidad no es un sentimiento puro porque según la inteligencia emocional contiene una serie de ingredientes, alguno de ellos realmente sorprendente, entre los que encontramos: agrado (en grandes dosis, de acuerdo) pero también atención, certeza, control personal, esfuerzo y control de la situación en distintas proporciones que, en principio, no parecen demasiado placenteros pero son igualmente necesarios para que se destile la felicidad. Quizá por eso hay personas que tienen mucho miedo a ser felices. No me extraña demasiado, la verdad. De entrada, todos los que no tienen ni un ápice masoquista, los epicúreos, que entienden la felicidad como la ausencia del dolor, pero eso no es precisamente ser feliz, los realistas, que podrían ser felices pero son incapaces de abandonarse a su experimentación porque siempre hay algo que viene a aguar la fiesta. Ya quedan menos. Los amargados, por motivos obvios; los enfermos, porque tienen otras carencias más urgente que la de ser felices; los moralistas, porque a éstos les interesa más lo que no conviene que lo que conviene; los que se flagelan, porque éstos encuentran la felicidad en la vida eterna; los…

No, si va a resultar que al final los únicos que son felices son los niños y los enajenados. Tendrá razón Punset cuando dice que la búsqueda la felicidad es lo más parecido a la felicidad porque, por lo que parece, ser felices sólo está al alcance de unos pocos y si encima no dura nada… ir por ir es tontería. Que seáis felices... si se puede.

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El cumpleaños de C. 11/06/2010

Hoy es el cumpleaños de C. aquella que un día por mi cumpleaños, hace de eso más de veinte años, me regaló dos palabras: hermenéutica (Arte de interpretar textos y especialmente el de interpretar los textos sagrados) e isagoge (Introducción, preámbulo).

Pasaron los años y a cada nuevo aniversario esas dos palabras de C. se han hecho presentes en mi memoria. Me he preguntado siempre por qué me había hecho ese regalo tan peculiar e inesperado y ha tenido que pasar todo este tiempo para encontrar alguna explicación.

C. siempre ha pensado en mí en términos de clarividente. Cada vez que me presentaba a alguna de sus amistades lo hacía añadiendo este adjetivo que sonaba a ampuloso y con el que no me sentía demasiado a gusto, pero invariablemente lo repetía y hasta llegué a acostumbrarme.

Los años pusieron distancia entre nosotros. Ella se fue a vivir a Londres y yo a La Coruña. Nos distanciamos más que físicamente a consecuencia de algunos malentendidos con los sentimientos que nos profesábamos. Yo creía haberla amado y ella no quería renunciar a que la siguiera amando pero a distancia. Se produjo un distanciamiento que duró mucho tiempo.

El último cumpleaños antes de ese choque de trenes le regalé una pequeña cajita de plata en la que hice grabar “sigo enamorado de la idea del amor” y ella me regaló a su vez un libro delicioso, un ensayo de Ramón J. Sender (Tres ejemplos de amor y una teoría (1969) publicado por Alianza Editorial) que recomendaría a todo el mundo que quiera conocer cómo amaron Tolstoi, Balzac, Goethe y el propio Sender quien reproduce en la última parte del libro una larga carta que le escribe a una antigua novia del pueblo, cuando él ya era un consagrado escritor y pensador; una carta que quizá ella nunca entendió del todo porque estaba a años luz de su capacidad intelectual y su formación. Ese regalo es uno de los que más he valorado y ella lo sabe. Su dedicatoria, que no reproduzco aquí, explicaba mejor que nada cuál era su posición ante el amor en esa época. Una postura racional, ella que es toda pasión y sentimiento. Probablemente sea uno de los libros que más he subrayado y que menos he regalado porque se descatalogó, pero que me sigue acompañando en todas y cada una de las mudanzas que he hecho y también lo hará en las que me queden.

C. siempre me escribía usando pluma estilográfica y tinta de color negro. Su letra airosa e inteligente era y es una delicia verla reproducida en los soportes más inverosímiles (tarjetones, servilletas, pedacitos de papel) que he conservado todos estos años dentro de mis bienes más preciados. Esa letra primorosa hace mucho que no la he vuelto a ver

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porque ahora nos escribimos e-mails muy de tarde en tarde.

La considero culpable de haberme inoculado a Marguerite Yourcenar y toda su obra, culpable asimismo de haberme embarcado en la lectura de El Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell donde en el primer libro (Justine) alguien le pregunta a Scooby, un viejo marino, si ya no se embarca y él contesta “cada noche, en sueños”. Culpable también de haberme entusiasmado por la música barroca que me hacía llegar en unas cassettes con piezas seleccionadas y más recientemente, de haberme llevado de las orejas al cine a ver Las Horas en una ocasión en que vino a visitarme porque adivinó que me hacía falta su presencia.

C. ha sufrido lo suyo y sufre todavía mucho porque la vida le ha lanzado algunas bolas envenenadas que ha sabido encajar aunque le hayan dejado una huella profunda en el alma como sólo sucede con las mujeres, al menos las que yo conozco. Por fuera, su sonrisa sigue siendo franca, amplia, sonora; pero por dentro ya no sé si sonríe. Se reinventó, se mudó, se transformó, se volvió a enamorar aunque nunca lo hizo de mí.

Hoy es su cumpleaños y os cuento este pequeño secreto para que sepa que la sigo queriendo muchísimo.

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De lo mucho y lo poco 15/06/2010

Algunos recordaréis un post que escribí hace tiempo titulado “el elogio de la rutina” en el que se describía lo que podemos llegar a añorarla cuando algo nos impide actuar con normalidad, como es mi caso ahora. Aunque uno sólo está en condiciones de escribir textos de la extensión de un haiku, voy a tratar de exponer algunas ideas sobre las que he reflexionado estos días.

En Derecho se usa un axioma que dice que quien puede lo más puede lo menos. Es una forma de expresar que el esfuerzo, una vez demostrado, es exigible cuando se requiere en dosis menores.

Mi primera reflexión es sobre cómo aplicamos la dosificación de esfuerzos dando por sentado que todos nos esforzamos en algo, quizá no siempre, quizá con menor intensidad de lo que sería necesario, pero nos esforzamos. El esfuerzo se aplica cuando somos requeridos a ello, cuando alguien o algo nos reta, incluyendo en ese “algo” nuestros propios retos. Luego el esfuerzo se activa a través de dos fuerzas contrarias, la motivación o la exigencia. Interesante.

La segunda reflexión es acerca de la generosidad. La generosidad sólo actúa de dentro a fuera, va dirigida a alguien (en este caso pienso que no aplica decir sobre algo inconcreto, excepto en el caso del altruismo y aún con reservas) nunca puede ser exigida sino brindada y debe ser una actitud escasa porque siempre se agradece en exceso ¡¡por inesperada!! Si combinamos esfuerzo y generosidad ¿qué obtenemos? Dos cosas: la explosión de casi todas nuestras capacidades y sobre todo, una actitud heroica entendiendo como tal todo aquello que hacemos más allá de lo exigible.

Así, podemos ser héroes en la medida que ponemos en juego nuestras capacidades y de hecho lo somos muchas más veces de lo que pensamos, pero héroes anónimos, que son los que verdaderamente cuentan. La cuestión es si deberíamos serlo más a menudo y sobre todo, si entendemos que quien puede lo más, puede lo menos.

Lo dejo así de condensado, pero prometo volver sobre el asunto cuando regrese a mi estado “rutinario”.

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Capitán Scott 18/06/2010

En el imaginario de los esforzados exploradores de principios del siglo pasado, la expedición del capitán Scott al Polo Sur guarda un lugar preferente tal vez porque cumple la triple condición de épica, fracaso y tragedia. Por ese motivo, diversos autores han revisitado esa epopeya oscilando desde la admiración al revisionismo. El liderazgo de Scott y no sólo en términos de éxito final que no se produjo, ha sido cuestionado más que alabado aunque como siempre sucede, es más fácil juzgar que ser juzgado. La lucha por ser el primero, que en eso consistía el verdadero reto de Scott, no en llegar al Polo Sur usando unos medios que hoy nos parecerían rudimentarios, fracasó por varios motivos. El determinante fue que el noruego Amundsen se le adelantó un mes y los accesorios que escogió una ruta sumamente arriesgada, que ese “verano polar” fue sumamente frío y que se equivocó en la elección de los animales de tiro y el uso de trineos mecánicos, toda una innovación completamente inútil con la tecnología disponible en ese momento. El resultado fue que Scott junto a sus cuatro últimos compañeros perecieron de hambre, fatiga y frío a pocos metros de la salvación mientras que otros siete sobrevivieron porque el mismo Scott les ordenó que regresaran a medio camino cuando empezaba a escasear las provisiones. Esta historia, estoy seguro, puede resultar indiferente para muchos. Si no tenemos afán explorador o no somos sobrinos nietos de Scott o de cualquiera de sus acompañantes, debería dejarnos fríos porque los eventos, en sí mismos, son neutros, y en cualquier caso, les pasó a ellos. Si no es así, si a pesar de no ser nada de lo anterior somos capaces de entender y en parte hasta vivir el sufrimiento de esos hombres que, al mismo tiempo, fueron tercos, abnegados, negligentes y unas cuantas cosas más, es porque asociamos esos eventos a un conjunto de emociones, y aunque no hayamos estado nunca en la Antártida, somos perfectamente capaces de imaginar el frío que sintieron y el resto de calamidades por las que tuvieron que pasar. Eso es así porque insisto, los eventos en sí mismos son neutros y sólo cuando los unimos a una o varias emociones quedan fijados en nuestra memoria. Este mecanismo es el que funciona para fijar conceptos en el aprendizaje. No aprendemos (ni mucho menos aprehendemos) todo lo que se nos enseña, sino sólo aquello que despierta en nosotros emociones y más aún empatía. La historia se aprendía mejor si uno era capaz de ponerse en la piel de los protagonistas, las matemáticas eran pan comido si conectábamos con la lógica del razonamiento, el latín era comprensible si nos imaginábamos vestidos con la toga de los senadores romanos y la literatura era como un parque de atracciones si nos decidíamos a tomar asiento en las vagonetas junto a los autores deslizándonos por las pendientes de los relatos que escribieron para nosotros. En caso contrario, si no nos identificábamos para nada, si nos mostrábamos apáticos, el fracaso estaba cantado. Las asignaturas pasaban por nosotros pero nosotros no pasábamos por ellas. Igual sucede con los eventos sin emoción.

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Sin embargo, pienso que la expedición de Scott nos deja otras enseñanzas. Podemos imaginar ese viaje en el que ahora nos vemos embarcados en un cascarón tambaleante y no precisamente para saciar nuestra sed de aventuras. Esta larga crisis por la que atravesamos, por ejemplo. Tal vez nunca hubiéramos querido que pasara pero pasó y el objetivo que nos tenemos que fijar ¿cuál es? ¿Ser los primeros en salir o simplemente salir vivos? ¿De quién es la responsabilidad de regresar sanos y salvos, únicamente de nuestros gobernantes o sobre todo de nosotros mismos? ¿Haremos como Scott que no llevó perros para no tener que matarlos para que los otros perros pudieran comer o estaremos dispuestos a aceptar pequeños, medianos y hasta grandes sacrificios? ¿Cuántos de nosotros regresaremos o moriremos en la orilla? Y sobre todo, ¿cómo seremos cuando esta pesadilla acabe de una vez? Scott tenía una obsesión, que no era otra que la de llegar el primero. La meta para él no era sólo conseguir algo muy difícil sino hacerlo con prontitud para marcar su preeminencia. Su testosterona y un erróneo sentido del deber y el orgullo patrio fueron sus peores enemigos. Eso y que debido a que la expedición la había financiado en parte una sociedad naturalista se empeñó en recoger muestras del subsuelo hasta prácticamente el fin de sus días que, a la postre y además de su diario, fue lo único que se salvó. Catorce kilos de piedras que arrastraron añadidas al esfuerzo sobrehumano que supuso tener que empujar a mano sus trineos, equiparable a tener que empujar una bañera llena de agua por el desierto. ¿Haremos nosotros lo mismo? Es fácil imaginar qué debieron haber hecho mejor esos exploradores una vez sabemos el resultado de su epopeya. A distancia y como espectadores, por supuesto. Ninguno de nosotros estuvo directamente implicado pero eso no es óbice para que podamos ser ahora unos magníficos planificadores de expediciones, si puede ser de otros, porque siempre es menos arriesgado dar consejos que aplicárnoslos. No nos falta la información, disponemos de una tecnología muchísimo más desarrollada que podemos aplicar tanto a los GPS como a las prendas Gore-tex con las que podemos equiparnos para protegernos del frío y la humedad y tampoco es que la vida nos escatime retos equiparables a los de horadar con nuestra banderita lugares ignotos, por más que ahora éstos sean casi siempre mentales. La expedición de Scott puede ser algo que no nos interese, un evento con el que no nos sintamos identificados o por el contrario, puede ser una fuente de sabiduría de la que aprender. Depende, claro, de nuestra empatía porque recuerdo, los eventos sin emoción son neutros. De lo que no estoy tan seguro es que no nos resistiéramos a cargar, además, con catorce kilos de piedras, que me da que es a lo que mejor nos aplicamos algunos. Justo lo que no hizo Amundsen quien, como buen noruego, seguro que se llevó a la Antártida una buena provisión de Neutrógena que va bien para casi todo, hasta para comer en caso de necesidad.

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La Belle 22/06/2010

La mañana del 1 de octubre de 1963 llegó al teatro para ensayar como tantas otras veces. Fuera, llovía intensamente. Dentro, una vez atravesadas las puertas batientes por las que accedía el personal, unos cubos recogían mal que bien las gotas de agua que se filtraban desde el tejado del vetusto teatro en el que nunca alcanzaba el presupuesto para reparar las goteras ni para muchas otras obras que eran igualmente imprescindibles. Y por experiencia sabía que más valía no cerrar el paraguas porque a cada pocos pasos más gotas traicioneras caerían sobre su cabeza y sus gafas. Eran gotas tan gordas que a Fritz le recordaban las bombas que cayeron sobre Dresde. No es que él viviera allí y las sufriera, pero no podía apartar esa imagen cada vez que una nova gota traidora caía sobre su cabeza imaginando que, de haberlo sido una de esas mortíferas bombas, le habría abierto en canal como a una sandía. Se dirigió malhumorado al encuentro de su jefa, la señora Yubakova, una rusa a la que le gustaba imaginar que estaba emparentada con la familia imperial y que, a todos los efectos, actuaba como tal en lo que refería a sus subordinados, que eran menos de los que ella creía, aunque nunca se diera por aludida. La señora Yubakova siempre estaba de mal humor, ese era su estado natural, y para ella todo era motivo de censura, igual daba que una tramoya no estuviera bien tensada que a uno de los candelabros se le hubiera fundido una bombilla amarilla. Fritz era foquista, un oficio para el que era precisaba mucha maña, al margen de tener que soportar el calor que desprendía aquel artefacto del demonio en las dobles sesiones diarias, además de los ensayos, como aquella mañana. Su trabajo consistía en apuntar su haz de luz blanca sobre quien hiciera falta, a veces, las menos, sobre la diva, y las más sobre patéticos actores y actrices de vodevil y varietés que desfilaban por aquel monumento a la decadencia en el que se había convertido el teatro en el que trabajaba desde hacía ya tantos años. La Yabukova impartía sus órdenes desde el proscenio y esperaba una sumisión absoluta de su plebe. Fritz la conocía lo suficiente como para saber que lo mejor que podía hacer con ella era no prestarle demasiada atención y adularla de vez en cuando. Fritz había sido su amante ocasional, aunque cada vez estaba más seguro de que, en realidad, sus encuentros no podían considerarse más que una prolongación de sus ya de por sí limitadas responsabilidades profesionales y una forma de garantizarse la plaza, pero de todas formas ya había pasado mucho tiempo de aquello. Una vez en su presencia, la rusa no consideró extravagante que aquel hombre mantuviera el paraguas abierto y sólo le recriminó que, en su opinión, fuera demasiado grande y de colores apagados. Fritz tuvo la suficiente lucidez para percatarse de que la jefa había pensado que aquel era el paraguas que utilizaría la funambulista del nuevo espectáculo y se limitó a cerrarlo y a esperar nuevas indicaciones. Se había dispuesto un cable de acero que, desde el tercer anfiteatro hasta la boca del escenario, partía la sala en dos mitades idénticas y por el que diversos artistas

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evolucionarían en un ejercicio sumamente arriesgado, cuya apoteosis consistiría en la actuación de una joven equilibrista que descendería por él con los ojos tapados y guiada únicamente por el haz de luz del foco que Fritz debía manejar con precisión dado que la actuación se realizaría sin otra iluminación que esa. En cuanto supo las intenciones de Yabukova, Fritz se negó en redondo a asumir tamaño riesgo, pero bastó con que sintiera la lacerante mirada de aquellos ojos azules como el hielo que competían con el carmín rubicundo de las mejillas de su jefa para doblegarse una vez más y la única salida de tono que fue capaz de escenificar fue cerrar su paraguas de golpe y con estruendo lanzándolo con furia hacia un punto indeterminado del patio de butacas de platea donde fue a estrellarse su mástil partiéndose en dos, lo que no pareció causar la menor impresión en nadie de los presentes y menos en la rusa, acostumbrada a las histéricas rabietas tanto de artistas como de tramoyistas, categoría en la que incluía a todo aquel que estuviera bajo sus órdenes. Fritz exigió como única condición hablar con la funambulista acerca de algunos detalles y en evitación de errores que pudieran acabar en desgracia, petición a la que accedió el director de la compañía de variedades aunque no lo considerara del todo necesario. Al fin y al cabo, de lo único que se trataba era de acompañarla en sus equilibrios recreando un ambiente dramático que sería remarcado por el redoble de tambores y platillos, nada más. El encuentro se demoró por horas. Entre tanto, él había estado calculando la posición correcta en que debía situarse el proyector para seguir todas las evoluciones de la equilibrista, cosa que no era nada fácil porque para ello sería necesario instalar una plataforma en el foso de la ya de por sí apretada orquesta, además de realizar otros ajustes en los que anduvo enfrascado durante un buen rato. Cuando ya desesperaba se le acercó una niña de no más de quince años que se presentó como La Belle que era su nombre artístico. A Fritz le pareció del todo inapropiado porque aquella niña poco tenía de bella y menos de agraciada. Incluso bajo su albornoz de seda podía adivinarse que no era más que un saco de huesos y le pareció que al menor soplo de viento perdería el equilibrio y caería al vacío. Pero pasó por alto sus impresiones e interrogó durante unos minutos a La Belle para cerciorarse de lo que esperaba de él. La niña se encogió de hombros porque tampoco entendía cuál era la dificultad del trabajo de Fritz aunque finalmente acordaron que ella haría una demostración de su actuación para que el foquista viera sus evoluciones sobre el cable. A un tercio de camino aparentaré una pérdida de equilibrio y dejaré caer la sombrilla, le anunció. Eso hace que el público se estremezca, aseguró la niña con un toque de maldad y de experiencia en sus palabras. Y eso hicieron. La Belle se perdió por una de las puertas laterales de platea y apareció en el gallinero del teatro en un abrir y cerrar de ojos. Ayudada por otro miembro de la troupe fue alzada sobre el cable, abrió una sombrilla liviana del color de la purpurina e hizo una señal para indicar que empezaba su demostración. Al llegar al punto convenido fingió tropezar y que perdía el equilibrio, al tiempo que su sombrilla caía haciendo graciosos tirabuzones en el aire. Pero si es de papel, se dijo Fritz.

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Menudo contrapeso. Repitieron el ejercicio un par de veces pero ya con el proyector enfocándola y sí, no parecía excesivamente complicado, al menos no tanto como él había imaginado, así que ya más tranquilo se fue a tomar su almuerzo. La noche del estreno, el sábado 5 de octubre, la afluencia del público fue mayor que otras noches de debut. La Belle estaba radiante con su vestido azul y blanco almidonado y unas gráciles alas de algodón que llevaba adosadas a la espalda y que recubrían una estructura de alambre. Tras las bambalinas se acercó a Fritz y tirándole del faldón de su chaqueta le dijo no tengas miedo. Volveré luego, pero enseguida recibieron las recriminaciones de Yabukova que exigía la máxima concentración y las mínimas palabras de aliento. No obstante, La Belle todavía tuvo tiempo de hacerle entrega de una larga cinta de terciopelo azul que le pidió que le guardara y que Fritz metió descuidadamente en uno de los bolsillos de sus pantalones de sarga. Cuando todo estuvo dispuesto y arrancó el espectáculo, los nervios habían quedado atrás. Las actuaciones se iban sucediendo según lo previsto, nada especial, se decía Fritz habituado a verlas de todos los colores, pero en cuanto se anunció el número de los funambulistas todo cambió. Estaba tan expectante con la próxima aparición de La Belle en escena que el pulso pareció detenérsele. Primero descendieron por el tenso cable unos cuantos artistas acrobáticos que despertaron la admiración del público al verles suspendidos sobre sus cabezas sin protección aparente aunque muchos creyeran que la llevaban y luego, por fin, se anunció la traca final: la niña La Belle iba a iniciar su espectáculo con el riesgo añadido de llevar los ojos vendados. ¡Máxima expectación cuando las luces se apagaron y el foco de Fritz apuntó certero al tercer anfiteatro en el que ella apareció sonriente mientras su ayudante le vendaba los ojos con un pañuelo de terciopelo rojo y la ayudaba a ponerse en posición! El redoble de tambores resonó en la sala remarcando la dificultad del ejercicio aunque ello no pareció hacer mella en la artista que seguía sonriendo desde su mundo de sombras. Los primeros metros de avance no plantearon dificultad, todo iba bien y el extremo del cable parecía estar fuertemente sujeto al extremo que quedaba cerca de Fritz que no parecía tener mayores dificultades en seguir su trayectoria con el proyector. La farsa del tropiezo y caída de la sombrilla también salieron a pedir de boca y un alarido recorrió el patio de butacas temiendo lo peor. Lo malo fue que, unos instantes más tarde, Yabukova tropezó con el cable que daba luz al foco de Fritz y este se apagó dejando el teatro completamente a oscuras durante unos angustiosos segundos. La edición dominical del periódico local resaltaba en primera plana que un empleado del teatro había sido detenido por estrangular a la directora de producción sin aparente motivo.

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La inversión de los paradigmas 28/06/2010

Los choques de realidad suelen tener dos efectos. El primero nos hace ver lo distintas que son las cosas de cómo nos las imaginábamos; el segundo nos abre una oportunidad de redefinir nuevas estrategias. Pero ambos efectos no son neutrales, sino que nos deja herida o nos genera duda. La primera reacción suele dolorosa, porque no hace otra cosa que cuestionar nuestras creencias respecto de algo. Cuando la realidad nos hace ver algo, también hay algo que se cuestiona en nuestro interior. Si la cosa es profunda, a eso le llamamos desengaño y suele dejarnos algo aturdidos y con un poso que nos hace pensar que “fuimos demasiado crédulos”. Esos desengaños producen duelo, y no es para menos: porque algo que creímos que era de una forma se revela de otra. Imaginemos, por ejemplo, las secuelas de un desengaño amoroso. ¿Quién duda de que en ese proceso se produce una ruptura de paradigma? La segunda reacción, la de la apertura hacia nuevas oportunidades, nace como consecuencia del duelo o incluso dentro de él. Bien, si las cosas no eran así, tal vez puedan ser de otra forma. Sin embargo, las oportunidades no se generan en el vacío sino que precisan la concurrencia de dos cosas igualmente importantes: las expectativas y ¡otra colección de creencias! Por eso suele llevarnos mucho tiempo reemprender la aventura, porque antes es necesario pertrecharnos de nuevo y ya sabemos lo que cuesta construir un nuevo paradigma. Para algunos tanto, que se quedan ahí eternamente parados lamentándose por ese paraíso perdido o preguntándose el por qué. Si entendemos los paradigmas como un conjunto de guías generales por las que discurre nuestra existencia de forma segura y que han sido pacientemente construidas prácticamente desde el momento en que empezamos a relacionarnos con el exterior, es decir, que a empezamos a recibir con el biberón, no es de extrañar que el esfuerzo no suela aplicarse a constatar su certeza con la realidad sino a tratar por todos los medios de que la realidad se amolde a nuestras creencias, algo sumamente estéril además de trabajoso. Pero a eso parece que nos empeñemos arduamente porque, en caso contrario, lo que se pone en duda es nuestra cajita de creencias, aquello que, convenientemente reforzado, también es conocido como nuestra zona de confort, allí donde nos sentimos seguros defendiéndonos de las “agresiones externas”. Por eso es tan necesario desaprender. Porque si no desaprendemos no hay ningún margen para la renovación de nuestras creencias por muy equivocadas que sean. Cuando hablo sobre esto parece que lo que propongo es reemplazarlas por otras, y es cierto. Pero no necesariamente significa ir a buscar nuevos paradigmas a ignotos rincones del conocimiento, sino empezar por hacer una inversión de los que nos han acompañado desde tiempos inmemoriales. Por ejemplo, ¿podríamos tratar de cambiar “errar es humano”

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por “acertar es humano”?, ¿qué tal considerar que tal vez pensar mal no es la forma por defecto de acertar?, ¿podría darse el caso de que en lugar de ser desconfiados por naturaleza probáramos a confiar y no sólo en aquellos a quienes gustamos o se muestran abiertos a nosotros? Sólo si empezamos a hacernos esos tipos de preguntas podremos afrontar los choques de realidad que, en fondo, sólo vienen a confirmar una certeza: que las cosas casi nunca son como parecen o queremos creer, aunque claro, eso en sí mismo ya es todo un paradigma. Mecachis, lo que me queda por delante todavía.

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Libro de Bitácora (Junio 2010) 30/06/2010

El mes de junio ha estado marcado por un inoportuno accidente que ha limitado mucho mi rutina diaria, de lo cual también se ha resentido (menos de lo que debería) La Inteligencia de las Emociones donde este mes hemos abordado distintas facetas de nuestro lado más humano, admito que de forma un tacto ecléctica, pero es como lo he sentido. Empezamos hablando de suma cero, donde defendíamos que lo que le falta a uno es justo lo que le sobra al otro, seguimos hablando de lo exiguo de la felicidad, abrí una ventana para hablaros de C. (por cierto, el libro de Sender se ha reeditado, como descubrió Camy), continuamos balanceándonos entre lo mucho y lo poco, tratamos de obtener alguna enseñanza y paralelismo con la expedición del capitán Scott, emergió de la nada el cuento de La Belle (gracias por vuestras cariñosas palabras) y terminamos con una de paradigmas inversos. Para andar con el brazo escayolado creo que no ha estado mal. Y aquí van algunas de las cosas que he anotado en mi libro de bitácora:

Empecemos por el final. La noche de la verbena de San Juan, un tren arrolló a treinta personas imprudentes de las cuales al día de hoy todavía hay una de la que no sabe con exactitud su identidad. Doce muertos que pudieron ser muchos más y debieron ser muchos menos. Los psicólogos consideran que el comportamiento gregario y la identificación con unos líderes carismáticos fueron las razones que hicieron que el grupo de jóvenes atravesara la vía sin advertir la llegada de un tren de alta velocidad que se los llevó por delante sin remisión.

A principios de mes supimos que la intoxicación masiva de Bophal en la que murieron entre 10.000 y 30.000 personas se ha saldado con penas de cárcel de dos años eludibles con el pago de una compensación económica equivalente a 440 €. Reflexioné mucho acerca de esta paradoja imaginando qué puede representar 440 € para un indio y me di cuenta de lo duro de la sentencia, la máxima en el código penal de ese país del que estamos tan alejados en todos los sentidos. Qué pena que sólo tengan un código penal y no dos, uno para los nacionales para los que 440 € son una fortuna y otro para los guiris emponzoñadores. Me pregunto qué dirán los estudiosos del Derecho Comparado.

El otro lado de la moneda nos llega de Estados Unidos con la que se ha liado con el vertido ininterrumpido de petróleo en las playas del Tío Sam. Cómo habrán maldecido los prebostes de BP por no haber tenido la suerte de ser tan descuidados en cualquier otro lugar del planeta, la India por ejemplo. Así que Barraka Obama llamó a capítulo al consejero delegado de la petrolera (inglesa por más señas) y le dio a escoger entre susto y muerte. El british escogió susto, claro, y le presentaron una factura proforma por los primeros 20.000.000.000 de dólares (así, con tantos ceros) que va a costar el desaguisado y además le mandó a que le devoraran los leones hambrientos del Congreso. Total, que dos días después el flemático directivo fue sorprendido como si nada participando en una regata exclusiva y patroneando un barco de su propiedad en aguas de Su Majestad.

Otra perla es lo que ha sucedido con el convoy marítimo humanitario con destino a Palestina que ¡oh, sorpresa! fue interceptado por patrulleras israelíes causando muertos. El convoy, integrado por buques de varios países, "perdió" previamente a dos embarcaciones estadounidenses que “casualmente” se averiaron poco antes del encontronazo. Lo bueno de esto es que los judíos han tocado lo suficiente las narices a su único aliado musulmán (que no árabe), Turquía, que les ha dejado sin

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playas baratas en las que solazarse y lo más importante, sin la mayor base secreta de escucha en país extranjero. Claro que Rumanía se ha brindado de inmediato a ceder su suelo para que instalen lo que tengan a bien. Bueno, también han logrado que ahora puedan entrar algunos bienes básicos para los palestinos pero por tierra y todos sabemos que esto durará hasta que la atención internacional desaparezca.

En Sitges se reunió el selecto, secreto y críptico club Bildeberg a quien las malas lenguas acusan de dirigir los destinos de la humanidad utilizando para ello tableros de juegos de estrategia parecidos a los del Risk de nuestra infancia. Menudo honor tenerlos entre nosotros, los parias de occidente, tanto, que hasta ZP fue a darles la bienvenida aunque le recibieron en el atrio porque, de secreto que es el encuentro, ni siquiera se puede saber de qué color es la moqueta del salón en el que dirimen sus partidas. A este selecto grupo se accede por invitación personal aunque admiten “mirandas” sin voz ni voto como por ejemplo S.M. las reinas de Holanda y ¡de España! Toma ya. El presidente no puede enterarse de qué va la jugada y la reina sí pero no puede chivarse. ¡Menuda metáfora! Aunque la agenda debió aburrir a nuestra soberana, porque dejó allí plantados a los megaconspiradores del Universo para darse un salto a París para ver cómo Nadal ganaba Roland Garrós. Si es que eso de la monarquía es un sinvivir. Por cierto y al hilo del tenis, en Wimbledon por fin terminó el partido entre Isner y Mahud que duró tres días y que en su quinto set se alcanzó el marcador por 70-68.

Otra muy buena. Doña Merkel tocó a rebato y bajo excusa de llevarse a sus ministros de ejercicios espirituales se encontraron con una sesión de fin de semana de sado-maso en toda regla en la que la madame se dedicó a darles azotes en las nalgas hasta que obtuvo de ellos 80.000 M. € de ajuste presupuestario. Todavía sollozantes y sin poder sentarse durante un par de días en sus butacas, los ministros fueron explicando que, al fin y al cabo, tampoco era para tanto porque en el fondo sólo habían eliminado unos pocos beneficios sociales. Y debe ser verdad, tamaña es la desproporción entre las arcas alemanas y españolas. Nosotros, con 15.000 M. € de ajuste presupuestario hemos tenido huelga de funcionarios, peticiones de adelanto de elecciones y convocatoria de huelga general para cuando aplaquen los rigores estivales.

Este mes también hemos tenido de visita de ilustres personajes. Nos visitó el presidente del FMI que vino a tomar café con ZP, unos funcionarios norteamericanos que se protegían tras unas oscuras gafas de sol y que mascaban chicle y que venían con la máquina de la verdad para interrogar el equipo económico del gobierno acerca de la bondad de las medidas que se han tomado hasta ahora para pasarle el informe a Obama y unos cuantos representantes de los mismos fondos de inversión que hundieron la bolsa el mes pasado para preguntar a cómo está el kilo de ladrillo de edificios de oficinas de lujo porque ahora que el precio ha bajado, igual compran algunos.

Lo de la reforma laboral más vale que lo dejemos para el mes que viene, que no conviene abusar. Total, para lo que va a durar, tampoco es que merezca mucho comentario.

Una desafortunada entrevista publicada por la revista Rolling Stones ha acabado con la reputación del general McChrystal, comandante en jefe de las tropas aliadas en Afganistán, al haber ridiculizado al mismo Obama y a toda la cúpula dirigente de su administración, excepto a Hilary Clinton. No se había visto nada igual desde la destitución de los generales Patton y McCarthur en la segunda guerra mundial. El periodista, adicto a las guerras y que perdió a su novia en un ataque insurgente en Irak, supo ganarse la confianza de McCrhystal no se sabe todavía si a pelo o base de

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compartir algunos porros, pero la ha liado gorda. Malos tiempos para la lírica, en este caso bélica.

Contra todo pronóstico y exactamente tres años y once meses después de que se formulara el recurso del PP, el Tribunal Constitucional ha dictado sentencia sobre el Estatut de Catalunya. Una sentencia que, como siempre pasa en este país, ha dejado satisfechos a todos menos a los que se les va a aplicar y eso que hasta dentro de una semana no se conocerá el texto definitivo sobre el que aventuro que habrá más de una sorpresa desagradable para unos y lo contrario para otros. El editorial de El País insistía en que de 38.000 palabras que contiene el Estatut, apenas se ha eliminado 100, o sea casi nada, pero claro, depende de lo que pusiera en esas cien palabras. Por muchas menos, a veces por una sola o una coma mal puesta, un contrato cambia completamente de sentido. Como catalán me siento convocado a muchos actos a los que asistiré o trataré de participar. Dije que cuando tuviéramos sentencia volvería sobre el asunto y lo hago para manifestar mi desprecio por la forma como se ha manejado este asunto. Hasta ahí.

Como todo el mundo sabe, el día 18 murió definitivamente, porque antes se había muerto y resucitado (La Muerte Intermitente), José Saramago a la edad de 78 años y lo hizo en Lanzarote donde se había exilado de Portugal por culpa de El Evangelio según Jesucristo que las autoridades (no el pueblo) y sobre todo la iglesia católica impidieron que se presentara a un premio internacional. Llama la atención que L’Osservatore Romano, el órgano oficial del Vaticano, le dedicara un epitafio de descrédito emponzoñado, señal de que tal vez Saramago le dio más en el costado que los casos de pederastia y más recientemente de estafa inmobiliaria continuada aunque claro está, no son lo mismo. Patético, teniendo en cuenta que hasta Mariano Rajoy escribió un artículo corto pero elogioso en el País titulado La Fuerza de la Palabra en la que celebraba la memoria del escritor. Pilar del Río, su mujer, lo regresó a Lisboa, de donde nunca hubiera debido salir, para reparar lo irreparable. Hombre sumamente ideologizado, en estos días se ha distinguido con sumo empeño al político del escritor para concluir que con el tiempo sólo quedará memoria del último. Descanse en paz bajo la sombra de su olivo canario.

El día 23 se produjo una muerte también importante si no icónica. Edith Shain, la mujer de la famosísima foto que tomó Alfred Eisenstaedt besándose con un marino en Times Square el día en que finalizó la Segunda Guerra Mundial, ha muerto a los 91 años de edad. A día de hoy todavía se desconoce quién era el marino.

El día 25 falleció José María Díez-Alegría a los 98 años de edad, uno de los grandes teólogos postconciliares. Jesuita, llevó a cabo buena parte de su labor en el barrio marginal madrileño del Pozo del Tío Raimundo junto al menos mítico padre Llanos. Autor de Yo creo en la esperanza cuando era profesor de la Universidad Gregoriana de Roma, lió tal follón en el Vaticano que sólo su expulsión de la orden calmó un poco los encendidos ánimos. Eso fue en 1972, cuando la Teología de la Liberación era una senda por la que si la iglesia hubiera avanzado otro gallo nos cantara. Seguro que cuando se encuentre con otro teólogo grande, Miret Magdalena, que también nos dejó, se echarán unas charlas muy jugosas.

La frase del mes no sé si es suya pero se la he oído infinidad de veces a Jesús Cartón y decía “Todo lo que no va bien va mal” Memorable.

Y por último y como siempre, quisiera dar las gracias a todas aquellas personas que se han pasado por aquí aunque no hayan dejado rastro. A unos y otros, muchas gracias.

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Cuando los pájaros mamen 02/07/2010

Las cosas “no son” en un único sentido analítico o aséptico, sino que sólo son en la medida y en la forma en que cada uno de nosotros las interpretamos. Basta hacer un pequeño experimento para comprobarlo. Si reunimos a un grupo de personas y les preguntamos de qué color es un objeto obtendremos tantas respuestas como a personas preguntemos. “Fucsia” dirá uno, “coral” dirá otro, “fresa” un tercero. Y todas tendrán razón porque cada cual lo asociará a su propia experiencia. Las cosas sólo son, por tanto, la proyección de nuestra experiencia. El ser humano no es una víctima inocente de sus experiencias en su vida sino su propio artífice, de la misma forma que no somos, en modo alguno, la última pasada de la urdimbre del telar sino, por el contrario, una larga pieza de tela que sigue creciendo mientras vivimos y actuamos. Lo último, comparado con el todo, es un mero accidente, pero eso no impide que seamos responsables de la pieza entera. Sin embargo, hay que entender que somos instrumentos musicales permanentemente desafinados. Lo somos porque nuestras experiencias nos van separando o acercando a nuestras convicciones creándonos grandes o pequeñas contradicciones. Si viéramos en perspectiva nuestra propia tela (vida) nos daríamos cuenta de que el dibujo se distorsiona continuamente, igual que sucede con las buenas alfombras hechas a mano en las que esas imperfecciones nunca son valoradas como taras. He aquí un dato interesante. Nos vamos transformando constantemente y la verdad es que no sabemos quiénes podemos llegar a ser a pesar de que no escasean visiones reduccionistas acerca de nuestras verdaderas potencialidades. La religión y la creencia en el destino, por ejemplo, son de lo más limitativo, por no citarnos a nosotros mismos, que no somos mancos. Visiones deterministas en las que "mejorar" es lo máximo a lo que podemos aspirar. Pero es que no se trata tanto de mejorar como de transformarse. Transformarse implica avanzar hacia el futuro que deseas, no en alejarte del presente que no te satisface, que es en lo que consiste la mejora. Si avanzas hacia el futuro que deseas es que estás tratando de cumplir una aspiración, mientras que si te alejas de lo que no te gusta, nada hace suponer que a dónde llegues vayas a sentirte más cómodo, y en todo caso, nada impide que pudieras llegar a cualquier parte que no desearas porque no sabes a dónde querías ir. El límite lo marca nuestro compromiso, aunque decirlo es mucho más sencillo que ponerse en marcha, así que todos contentos. Cuando falleció François Miterrand, un hombre netamente contradictorio durante toda su vida y que -guiños de la historia- ganó las elecciones presidenciales francesas con el lema “la fuerza tranquila”, el director de Le Monde le dedicó un panegírico que siempre me ha parecido sumamente ilustrativo. En él le describía como un hombre que fue capaz de aguantar estoicamente las tormentas en el puente de mando de la nave y llevando el timón, de soportar todos los contratiempos, etc. Ahora bien, concluía, era incapaz de aguantar una pequeña china en su zapato.

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Así que todos tenemos limitaciones que están muy por debajo de nuestras capacidades, y aún así, conforman mejor que nada la realidad de cada cual. Diríamos que las cosas se expresan mejor por los detalles, si puede ser gráficos mucho mejor. Y la china en el zapato de Miterrand me parece muy gráfica. No existen realidades absolutas en el sentido de que no sean interpretables. Cuando sólo era un jovenzuelo mi jefe me mandó a preguntar a un empleado cuándo tendría listo un trabajo que le había encargado. El tipo, que se apellidaba Carrique, me miró con condescendencia y me dijo, dile a tu jefe que no tenga tanta prisa, que la están peinando. Ya, repuse, pero es que espera una respuesta concreta. Entonces dile que estará cuando los pájaros mamen. Cuando regresé y le di esa respuesta a mi jefe se quedó perplejo. Cogió el teléfono y llamó a Carrique quien le contestó que la cosa iba para largo por culpa de no recuerdo qué contratiempo y que lo que me había contestado “sólo era una forma de hablar” (léase una expresión de relación temporal inconcreta). Y aun así, los pájaros no maman y de momento, no piensan hacerlo. Una de las pocas realidades inmutables.

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Los sentidos de la vida 09/07/2010

Para celebrar que por fin ya me han quitado la escayola del brazo y que eso significa que vuelvo a ser más o menos el que era, quisiera aprovechar esta circunstancia para comentar acerca de los sentidos de la vida (título) o de cómo nos afecta llevar un brazo escayolado (subtítulo). En este mes que ha durado la broma tuve que aprender a manejarme con una sola mano (la izquierda) que además es la que no uso (usaba) para casi nada. ¿Cómo es la vida cuando estamos obligados a hacer las cosas más habituales de una forma nueva? La respuesta es: una oportunidad para el descubrimiento. Para empezar, no sé si sabéis lo que es tener lavarse la cabeza con una sola mano. Las dos primeras semanas necesité ayuda pero a partir de ahí decidí usar mis nuevas habilidades y al final, casi descubrí una forma más eficiente de realizar esa tarea con una sola mano. Claro que eso no era nada comparado con la imposibilidad de abrocharme el botón y la trabilla del pantalón, atarme los cordones de los zapatos, lavarme los dientes e incluso hacerme el nudo de la corbata. No es sólo que me faltara una mano sino que además la inútil se convertía en un estorbo que pesaba más de un kilo y que había que izar unos cuantos cientos de veces al día, más en el caso de que tuviera que escribir en el ordenador, tarea de la que no me aparté ni un solo día. Al final del día estaba agotado y así, desde que salía de la oficina hasta que llegaba a casa, usaba un cabestrillo que es uno de los grandes inventos de la humanidad para descansar mi brazo dolorido. Todos esos inconvenientes se convirtieron en un proceso de aprendizaje desde cero para adquirir unas ciertas y nuevas destrezas. Y como mal que bien las adquirí, puede decirse que encontré un nuevo sentido a mi vida. Ha sido un proceso doloroso, caluroso y sumamente incómodo, pero hoy que ya dispongo de mis dos brazos y manos me siento ligero como una volva de nieve. Claro que todo eso ¿para qué si he vuelto a usar mi mano derecha? ¿Dónde quedarán y para qué servirán mis aprendizajes y destrezas con la mano izquierda? Pues en mis capacidades y en la constatación de que puedo hacer cosas con ambas manos que antes no sabía que podía porque no había tenido la necesidad. Los dos últimos días de mi inmovilización releí “El hombre en busca de sentido” de Victor Frankl que tal vez muchos de vosotros conozcáis y si no es así, os recomiendo que le hagáis un hueco en vuestra lista de próximas lecturas. Frankl es el padre de la tercera escuela de la psiquiatría llamada logoterapia, que es fruto de sus reflexiones y vivencias de sus años de internamiento en campos de concentración nazis. La conclusión esencial que extrajo de esa experiencia extrema fue que “los más aptos para la supervivencia eran aquellos que sabían que les esperaba una tarea por realizar”. En mi mes de limitaciones, para nada comparables con las suyas ni con muchas otras, había llegado a la conclusión de que ese tiempo perdido para algunas cosas lo recuperaría con

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creces en cuanto me sintiera liberado del peso de la escayola. Esa sola idea sobre la que construí proyectos hacía que cada día que pasaba fuera más llevadero porque era un día menos para ponerme manos a la obra. Y sin embargo, lo que ha sucedido es que una vez recuperado he sentido un bajón, como a él mismo y a muchos de sus compañeros les pasó. Simplemente, no contar con limitaciones creaba desconcierto. Este es el motivo por el que, a nivel visible para vosotros, he roto mi cadencia de publicación de artículos. Como consecuencia de la lectura de ese librito corto pero muy intenso, he tenido oportunidad de meditar un poco sobre el sentido de la vida, o mejor, los sentidos de la vida. Y una de las consecuencias es que ya veis que he vuelto a estar “visible y en marcha”. No obstante, os dejo algunas frases del libro de Frankl que seguro que os serán de inspiración, como lo han sido para mí. “De acuerdo con la logoterapia, la primera fuerza motivante del hombre es la lucha por encontrarle un sentido a su propia vida” “Pero yo no considero que nosotros inventemos el sentido de nuestra existencia, sino que lo descubrimos” “Ahora bien, los principios morales no mueven al hombre, no le empujan, más bien tiran de él”. “Nunca el hombre se ve impulsado a una conducta moral; en cada caso concreto decide actuar moralmente” “No debemos, pues, dudar en desafiar al hombre a que cumpla su sentido potencial” “Lo que el hombre realmente necesita no es vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta que le merezca la pena” “Vive como si ya estuvieras viviendo por segunda vez y como si la primera vez ya hubieras obrado tan desacertadamente como ahora estás a punto de obrar” “La logoterapia intenta hacer al paciente plenamente consciente de sus propias responsabilidades; razón por la cual ha de dejarle la opción de decidir por qué, ante qué o ante quién se considera responsable” Buen fin de semana.

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Meditar versus pensar 13/07/2010

“Imagino que a veces tenemos alguna dificultad para encontrar nuestro camino. Imagino que muchas otras veces nos equivocamos y debemos desandar un trecho o resignarnos a proseguirlo aun sin saber a dónde nos llevará, si es que hay algún destino cierto al que llegar. Imagino que a veces nos asemejamos más a siluetas en la noche que a figuras reconocibles ante el espejo. Imagino que alguna vez nos tocará ganar, que nuestra ficha será la agraciada. A veces pasa, pero son tan pocas que luego casi no nos acordamos de cuándo fue la última vez que eso sucedió y acabamos confundiendo los hechos y las fechas. Imagino, en fin, que estamos en este mundo por y para algo; en cualquier caso para jugar un papel que sólo nosotros podemos desempeñar y para honrar a los que depositaron sus esperanzas en nuestros bolsillos. Imagino a cada día que pasa que nadie se acuerda ya de nosotros, ni vecinos ni amigos, que a pesar de los gritos con los que nos desesperamos las ondas que salen de nuestras gargantas desaparecen en el desierto rebotando entre las piedras antes de ser escuchadas. Pero también imagino que a cada paso que damos seguro que estamos más cerca de que las puertas se abran y nos cedan el paso. Imagino que entonces mi niño dormirá en su cuna en una estancia limpia y fresca, protegido de las inclemencias y de las peligrosas alimañas. Imagino, sólo imagino, que eso pueda ser cierto y con eso me basta para seguir adelante un día más. Mañana, si es que veo la luz del día, imaginaré de nuevo, aunque sólo sea hasta donde me lleven mis fuerzas. Mi pensamiento hace ya meses que llegó a su destino. Y así, poco a poco, cada día que pase estaré un poco más cerca. Eso imagino.” Este texto me llegó hace unas semanas. Me lo mandó por carta alguien a quien no creo conocer aunque mis señas estaban correctamente escritas en el sobre. La carta venía de Mali, pero no conozco a nadie allí. El folio, por llamarlo de algún modo, estaba escrito en francés y a lápiz y venía pulcramente plegado en dos dobleces. No pedía nada, ni llevaba remite alguno al que contestar. La semana pasada, recibí el desafío de escribir sobre las diferencias entre meditar y pensar y me acordé de esa carta. Espero haber cumplido el encargo.

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El mapa no es el territorio 22/07/2010

A principios de año, tuve ocasión de entrevistarme con uno de los hombres que más han creído en mí desde el punto de vista profesional y con el que, a pesar de que no nos vemos demasiado, estoy unido por un respeto mutuo. Silenciaré su nombre porque sé que no le gustaría que lo hiciera público por razones que enseguida se entenderán. Me comunicó que tras muchos años de trabajo y después de algunos sustos que le había dado el corazón en poco tiempo, creía que le había llegado el momento de retirarse. No lo decía con gusto sino más bien resignado, porque nunca pensó que un motivo de salud marcara el colofón de su carrera. Hablamos en esa ocasión de nuestras hijas. La suya, joven pero suficientemente preparada, trabaja para una multinacional española en la que apenas gana 800 € al mes. Estaba desolado. Uno de nuestros mozos, reflexionaba en voz alta, no cobra menos de 1.400 € y su mayor responsabilidad es llevar a lavar el coche del jefe una vez por semana. Me preguntó sin palabras mi opinión y no supe qué contestarle. Mi hija gana lo mismo que su mozo pero tiene un trabajo de mucha más responsabilidad. Nos despedimos sin poder evitar un regusto de amargura. Hace unos meses volví a verle. Me había citado para proponerme un proyecto para el que era necesario contarme las tripas de su organización. Enseguida me di cuenta de lo que pasaba: la empresa se renovaría en dos años y creía que muchos de los que quedaran no estaban preparados para afrontar los nuevos retos que suponen estos tiempos duros y globalizados. Les hemos malcriado, dijo. Seguro que volvió a acordarse de su hija y del mozo, pero no dijo nada al respecto. Esa breve frase “les hemos malcriado” se me quedó grabada y se dio cuenta. Entonces me contó las reflexiones de Alfred Korzybski, precursor de la PNL (Programación Neuro Lingüística), acerca de que el mapa no es el territorio aunque su aspiración sea parecérsele lo más posible. Según él, las palabras son mapas en tanto que describen algo, por ejemplo un objeto, pero nunca pueden aspirar a ser ese objeto, es decir, el territorio. Dicho de otro modo, quiso darse a sí mismo la oportunidad de estar equivocado y a mí de comprobarlo. ¿Les hemos malcriado era lo más parecido al balance final de muchos años de ejercicio de la profesión? Si era así, qué triste. Pero acepté el encargo. Hoy, sobre mi mesa descansa el informe que recoge las conclusiones que no se alejan mucho de su punto de vista y que debo entregarle en unos días. Imagino la cara que pondrá. Si el proyecto sigue adelante, nos quedan muchos meses de duro trabajo en los que será necesario picar mucha piedra. Él ya no verá los resultados porque estará retirado, pero el futuro de muchas de esas personas puede cambiar gracias a su generosidad y a la muestra

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de confianza con que nos hizo ese encargo envenenado. En su caso el mapa sigue sin ser el territorio, pero se le parece mucho. Y bien que lo siento.

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El preso de Polé 27/07/2010

En las playas de la isla de Polé un escritor que fue condenado en 1956 por sus ideas escribía palabras a través de su paleta de colores. Sus relatos los camuflaba en lienzos de 90 x 90 centímetros que le llegaban semanalmente a través de su familia en la barcaza de aprovisionamiento. En esos envíos incluían además pequeños paquetes con correspondencia, ropa y algo de comida que eran estrictamente revisadas a su llegada antes de serle entregadas. Aunque no estaba encarcelado en sentido literal porque tenía libertad de movimientos (si por tal puede entenderse una isla de un kilómetro de largo por medio de ancho en la que no hacía falta otro tipo de celda más convencional) P. sentía cómo sus músculos se oxidaban más por el paso del tiempo que por las pocas oportunidades de ejercitarlos a su conveniencia, cosa que podía hacer siempre que quisiera. Más bien, de lo que se quejaba era de no poder hacerlo en libertad recorriendo las avenidas a su antojo, deteniéndose ante un escaparate o entrando en una librería, por no mencionar el alejamiento de los suyos y de sus amigos. En esas condiciones, escribía capítulos de novelas con imágenes indescifrables. Cuando le llevaron allá, sabía que pasaría los siguientes seis años de su vida sin poder mantener contacto humano más allá de sus cuatro celadores tan condenados o más que él y que el gobierno había puesto a su disposición exclusiva para lo que fuera menester, lo que en la práctica se resumía en vigilarle durante ese tiempo y a otros que vinieran más tarde. Dado que era el único huésped de aquel presidio en forma de islote, al menos tenía la potestad de compartir la misma comida que cocinaban sus guardianes y era difícil imaginar lujo mayor, dadas las circunstancias. Eso y las charlas con ellos al anochecer alrededor de una fogata escuálida era un regalo que se hacían mutuamente antes de acostarse en un jergón justo al lado de sus carceleros, entonces sí, encerrado en una celda del pequeño fuerte que era la única construcción de la isla. Las primeras novelas que se publicaron desde su cautiverio no despertaron sospechas. P. no tuvo dificultad en sacarlas cifradas de la isla utilizando el mismo conducto por el que llegaban los lienzos en blanco. Los costes eran sufragados por los destinatarios que, a pesar de lo disparatado de las tasas que les imponían, nunca se quejaron del precio. Lo que nadie sabía era que esos lienzos no eran en modo alguno pinturas abstractas al óleo sino códigos que se descifraban durante semanas enteras bajo la atenta mirada de expertos. Cuando llegaron noticias de más publicaciones nadie las relacionó con los lienzos que pintaba en la remota isla pero causó extrañeza. ¿Cómo iba a escribir nuevas novelas si el gobierno le tenía a tan buen recaudo y tan alejado del lápiz y el papel? El misterio nunca fue aclarado porque a nadie se le ocurrió preguntarse por los cuadros emborronados que llegaban de la isla y a pesar de que nadie conocía esa supuesta afición pictórica, el

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reglamento no prohibía que los reos ocuparan su ocio, que era tanto como hablar del día entero, en esa actividad o cualquier otra que no supusiera riesgo de fuga. De hecho, lo único que P. tenía taxativamente prohibido era la escritura y aún así esa limitación hubiera carecido de sentido. En Polé el único papel disponible era el higiénico. Algunas mañanas pedía permiso para acercarse a la punta norte a pasar un rato. Los guardas no ponían problemas porque en esa parte se encontraba el acantilado más abrupto de la pequeña isla. Nadie en su sano juicio estaría dispuesto a tramar una fuga desde allí ni desde ningún otro punto porque, aparte de tiburones y una fuerte corriente traicionera, literalmente no había nada a lo que aferrarse en cincuenta millas a la redonda más que océano. Ese día tampoco le pusieron pegas. De hecho P. sugirió que alguno de los guardianes con los que ya a esas alturas había trabado algo parecido a la amistad le acompañara para hacerle compañía, pero a ninguno de ellos le apeteció pudiendo quedarse holgazaneando en sus hamacas y a la sombra de una palmera esperando plácidamente a que llegara la hora de la comida. P. se despidió de ellos cargando con su lienzo, su caja de pinturas y un pequeño taburete plegable que se había construido en horas muertas y les preguntó si les parecía bien que regresara al atardecer. Sin problemas, le contestaron con la mano, así que se fue caminando sin prisa por el sendero que cruzaba un matorral y que luego se empinaba por una colina que terminaba abruptamente en el feroz acantilado. Si hubieran querido, no le hubieran perdido de vista más que unos instantes pero ninguno estuvo dispuesto a hacer ese esfuerzo. A la caída de la tarde, P. no había regresado todavía, así que se organizó una batida para ver qué le había pasado. Nadie pensó en otra cosa que en un accidente o que se hubiera quedado dormido, pero al llegar al punto donde se suponía que estaba, lo único que encontraron fue su lienzo en el que había dejado escrito en óleo el siguiente mensaje: “No me esperéis para la cena. Volveré tarde. P.”. Los guardas se pusieron a escrutar el mar con la ayuda de potentes prismáticos, pero no vieron ni rastro de él y poco antes del anochecer le dieron por muerto. De hecho, aquella no era una mala solución después de todo, porque les aliviaba de la carga de tener que vigilarle durante todo el día durante el tiempo que todavía le quedaba de cautiverio. Si había decidido despeñarse, excepto que le hubieran tenido encarcelado todo el día, no lo habrían podido evitar. Cuando a la mañana siguiente llegó la barcaza de aprovisionamiento, el responsable de la guarnición se embarcó en ella para acercarse a tierra, presentarse a su comandante y referirle lo sucedido. Ya lo había tenido que hacer otras veces y sabía que el oficial se limitaría a anotarlo en un libro oficial reseñando “el mal de la isla” como causa de la muerte. Y así sucedió, sólo que en este caso añadió otras anotaciones recriminando la negligencia de la guarnición y procediendo al arresto de sus subordinados. Sólo entonces aquel hombre que no comprendía por qué le castigaban se percató de que, en esa ocasión,

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en la barcaza no había llegado nada para P. y empezó a sospechar que allí había gato encerrado. Conforme pasaban los días no apareció evidencia alguna de P. Ni vivo ni muerto, ni en Polé ni en su casa, ni en ninguna otra parte. Su familia había recibido la noticia de parte de las autoridades con aparente conformidad, pero ya se sabía que esa gente prefiere tener mártires que héroes y les dejaron en paz. Pero al cabo de unas semanas, se multiplicaron las voces que aseguraban haberle visto aquí y allá, lo cual parecía del todo imposible. Y de hecho, lo era. ¿Qué había sucedido en realidad con P? ¿Cuál es tu hipótesis? Escribe tu final preferido a este cuento como comentario y la verdad será revelada a la vuelta de vacaciones. ¡Nos vemos!

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Libro de Bitácora (Julio 2010) 31/07/2010

El mes de julio ha sido uno de los menos productivos del año para La Inteligencia de las Emociones en cuanto a número de artículos publicados y eso se ha debido a que no he podido dedicarle el tiempo suficiente, pero ha sido por buenos motivos, así que nadie piense que ha sido por el reblandecimiento por calor, que también hubiera podido ser otra buena causa. El mes empezó fiándolo largo (Cuando los pájaros mamen), revisitamos a Frankl y a la necesidad de tener un objetivo para movilizarse (Los sentidos de la vida), compartí con vosotros una carta que recibí de Mali y que aproveché para establecer algunas diferencias entre Meditar versus Pensar, vimos algunas diferencias en cómo son y se ven las cosas (El mapa no es el territorio) y acabamos con el cuento de mes (El Preso de Polé), en cuyo final abierto seguís invitados a participar. Y aquí van algunas de las cosas que he anotado en mi libro de bitácora:

Sin duda, uno de los acontecimientos más relevantes del mes ha sido la victoria de la selección española de fútbol que se ha proclamado campeona del mundo. Me llamó la atención la explosión de júbilo de una sociedad como la española, mucho más transversal de lo que nos quieren hacer creer. En Barcelona, donde vivo, el día antes se había celebrado la multitudinaria manifestación en protesta por la sentencia del Estatut y que convocó entre 65.000 y 1.500.000 asistentes (esto de las cifras es de guasa) pero que, en cualquier caso fue multitudinaria y se engalanaron los balcones con senyeres catalanas. Pues bien, a la mañana siguiente, el día de la final y posteriores aparecieron muchísimas banderas españolas conviviendo con las otras. Tantas, que yo nunca había visto una cosa similar. Volviendo a la transversalidad y como titulaba un periódico de Madrid, ¡¡Visca España!!.

Unos días más tarde y todavía con la cogorza mundialista se produjo el debate sobre el (maltrecho) estado de la Nación. Para olvidar.

Los resultados de las pruebas de estrés a las que se sometió la banca europea por fin se hicieron públicos por la presión de nuestra Vicepresidenta económica que ahí hay que reconocer que se apuntó un tanto. El resultado ha demostrado que el sistema financiero español goza de una buena salud envidiable y si la comparamos con la de otras muchas entidades sobre todo alemanas, parecen el primo de zumosol. Esto ha provocado el benéfico resultado de que la presión sobre el bono español se desinfló poniendo en evidencia a más de uno que sabemos cómo se llama y dónde vive.

Nuestro ministro de Fomento, el intrépido Pepe Blanco, ha sacado pecho y ha anunciado el recorte de inversión en obra pública para los próximos años subrayando eso de que “tomamos las decisiones necesarias incluso a sabiendas de que van en contra de nuestros intereses electorales”. Ahí le has dado, Pepiño. Con un par.

El mismo y puede que el mejor ministro de este gobierno, ha vuelto a poner en vereda a nuestros incomprendidos, saturados y ”mediocremente pagados” controladores aéreos. Esta vez al colectivo le había dado por irse al médico en busca de la baja laboral ¡¡y la obtuvo!! , de lo cual se puede colegir dos cosas: que a ver qué médico niega una baja para no buscarse un follón y la enorme capacidad de recuperación de nuestros controladores que, en cuanto vieron que Pepiño iba en

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serio con eso de sustituirlos por militares, fueron a por el alta que obtuvieron con la misma celeridad. Ahora eso sí, nunca estuvieron de huelga, que eso va contra el bolsillo.

En Catalunya ya somos antitaurinos (igual que en Canarias desde hace años) pero la prensa madrileña ha entendido que esa era una nuestra muestra de desafecto hacia España y ha arremetido de lo lindo. Por si acaso, el Tribunal Constitucional que estaba otra vez a punto de sacar sentencia sobre otras cuantas leyes catalanas recurridas por el PP (esto es un no parar) se ha tentando la camisa y ha echado el cierre hasta después de las vacaciones para no caldear más el ambiente.

El 12 de julio murió Olga Guillot, la reina del bolero a los 87 años de edad. A mí, la verdad es que me pilló por los pelos, pero a la generación de mis padres es como si se les hubiera muerto un ídolo del pop de nuestra época. Cubana, de Santiago por más señas, fue una artista con un enorme poder de expresión a través de su voz que vivió muchos años en este país aunque finalmente ha fallecido en Miami, que es el destino sentimental de muchos cubanos.

La frase del mes se la debemos a Albert Einstein y decía “Nuestras teorías determinan lo que medimos” Este mes de Agosto estaremos de vacaciones pero eso no quiere decir que echemos el cierre por completo. Iréis sabiendo cosas nuestras. Y por supuesto, no dejéis de proponer soluciones al enigma del Preso de Polé.

Por último y como siempre, quisiera dar las gracias a todas aquellas personas que se han pasado por aquí aunque no hayan dejado rastro. A unos y otros, muchas gracias y que paséis unas felices, baratas y reparadoras vacaciones porque la vuelta será de narices.

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El preso de Polé (el desenlace) 27/08/2010

Era imposible que P. fuera visto en todos los lugares que se indicaron porque permanecía en la isla. En sus frecuentes visitas a la punta norte, lugar al que acudía para pintar pero sobre todo para estar a solas consigo mismo, hacía tiempo que había descubierto que algunos pájaros marinos se dirigían hacia él como si estuvieran dispuestos a chocar contra el muro de roca, y de hecho, eso parecía que hicieran. Aunque no era así sino que simplemente se borraban del arco visual reapareciendo al cabo de un rato volando en sentido contrario, esto es, adentrándose de nuevo a mar abierto y a una velocidad considerable, lo que alimentó la curiosidad de P. Uno de esos días y pocas semanas antes de la fecha de su misteriosa desaparición, decidió averiguar qué era lo que hacía que aquellas aves se comportaran de esa forma tan enigmática y para ello tuvo que armarse de valor para descolgarse por la pared lisa de caliza blanca en la que apenas crecían unos pocos y ásperos matorrales a los que poder asirse durante el descenso. De hecho, las esperanzas de poder regresar escalando por ellos eran casi nulas, así que pensó que si tenía que morir en el empeño de subir o bajar por el acantilado, eso no sería peor que pudrirse en aquel lugar dejado de la mano de Dios. Tras descender unos pocos metros resbaló peligrosamente pero logró sujetarse a tiempo a una de aquellas matas resecas mientras se repetía que estaba cometiendo una locura. A punto estuvo de quedarse allí muy quieto a la espera de que los guardas, extrañados por su ausencia, acudieran en su busca gritando si era preciso para que advirtieran dónde se encontraba, eso si no acababa despeñándose al vacío. Pero por alguna razón que nunca sabremos decidió proseguir el descenso. En un momento dado, advirtió que su pie era sujetado por una fuerte mano y entonces una pavorosa sacudida de terror le paralizó por completo porque sencillamente, allí no podía haber nadie más, aunque en eso se equivocaba. Tras esa mano había un hombre robusto, negro como un tizón, que miraba hacia arriba escrutándole con los ojos pensando si sería alguien de la guarnición y en ese caso tirar de él hasta precipitarle por el acantilado, pero al instante se percató de que P. era un preso como él. Ayudándole como pudo y de un solo impulso le atrajo hacia sí y durante una fracción quedaron mirándose el uno al otro como una pareja de enamorados en un baile y fundiéndose luego en un emocionado abrazo. Lo que descubrió al instante siguiente fue una pequeña oquedad apenas visible desde el mar que se iba ensanchando hacia adentro hasta convertirse en una bóveda oscura y fresca. Ese era el secreto que encerraba el vuelo de pájaros, un lugar protegido en el que poder descansar antes de reemprender sus vuelos. El hombre le interrogó de camino a las profundidades de la cueva y así descubrió quién era P., de la misma forma que P. supo que aquel hombre era otro de los presos que, una vez desaparecido, los guardas habrían reportado como muerto por el mal de la isla.

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Aquella misma tarde, trazaron un plan y el hombre negro como un tizón le guió por una estrecha chimenea natural que daba al exterior y a pocos metros de distancia del borde del acantilado. Desde allí, a la caída del sol, P. regresó a la hora de la cena con su caballete sobre el hombro y su taburete rudimentario. En el siguiente envío a través de la barcaza recibió un nuevo lienzo en blanco y mandó a tierra otro especialmente emborronado que a punto estuvo de no superar la “entendida” crítica de arte del responsable de la guarnición al considerarlo, como le dijo a P., una auténtica basura de manchas oscuras como cagadas de cabra en un balde de leche. Sin embargo, en ese bodrio artístico estaba contenida la estratagema de huida que debería ser descifrada en tierra. En la fecha prevista, P. pidió permiso para ir a pintar a la punta norte que, como ya sabemos, le fue concedido. Se ofreció a que le acompañaran y como también sabemos, la desidia hizo que ninguno de sus guardianes estuviera dispuesto a ello, de forma que P. se alejó tranquilamente hacia el acantilado al que llegó a tiempo para montar su caballete, colocar sobre él el lienzo en blanco y pintar su carta de despedida: No me esperéis para la cena. Volveré tarde. P., hecho lo cual dejó pasar las horas esperando ver asomar la cabeza del negro tizón por la convenientemente camuflada entrada de la chimenea. Los dos meses siguientes los pasaron allí dentro, primero conociéndose y luego trabando una fuerte amistad que les unió durante el resto de sus vidas. El negro tizón le contó cómo había dado con la entrada a la cueva y decidido esconderse en ella a la espera de acontecimientos que, en este caso, había superado ya los tres años. Le recriminó que casi se hubiera despeñado por el acantilado, se felicitó de haber podido socorrerle a tiempo y le hizo mil preguntas de todo tipo a las cuales P. fue respondiendo con calma y a todas horas. Mataban el tiempo dedicándose a lo que hacen todos los que tienen que sobrevivir escondidos, esto es, a hacer lo menos posible para no despertar sospechas. Un poco antes del amanecer el par de sombras salía a cazar lagartos, recoger bayas y frutos silvestres, y en general, hacían acopio de todo lo que pudiera ser remotamente comestible para regresar a su refugio antes de que el sol despuntara. Algunos días también pescaban al anochecer y para ello se valían de un artilugio que el negro tizón había inventado. Por el agua no tenían que preocuparse porque dentro de aquellas cuevas había suficientes acuíferos de lluvia que empleaban bien para beber o para asearse. Con todo, lo que más agradeció el negro zumbón fue que P. hubiera tenido la precaución de traerse con él unas cuantas cajas de fósforos porque a él hacía mucho tiempo que se le habían agotado y se veía obligado a comerse crudos o secos los peces y lagartos, aunque con el paso del tiempo ya se había acostumbrado o eso pensaba, pues la primera vez que volvió a probar el sabor a las brasas se puso a llorar de felicidad. El plan era tan descabellado como sencillo y básicamente consistía en que dejarían pasar dos meses hasta que el revuelo de la misteriosa desaparición de P. se hubiera calmado y luego, una noche sin luna, llegaría alguien al rescate en un bote. El negro tizón nunca llegó a entender cómo P. había podido dar todas esas instrucciones y coordenadas a través de sus pinturas pero como no estaba en disposición de ser tan quisquilloso con quien iba a sacarle

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de aquella maldita isla lo dio por bueno, pero conforme se iba acercando la fecha prevista y el cuarto menguante iba venciendo, en cuanto se hacía de noche se encaramaba al balcón del acantilado, allí por donde entraban y salían las aves y se pasaba las horas muertas escrutando el mar esperando ver aparecer cualquier cosa que flotara en dirección a ellos. P. trataba de permanecer todo lo tranquilo y relajado que podía, a pesar de que tenía sus dudas pues sabía que no bastaba con que sus instrucciones fueran comprendidas sino que también hacía falta que otros las hicieran viables. De la misma forma que desconocía si sus novelas habían sido descifradas, aunque siempre mantuvo la esperanza que así fuera, ahora confiaba en que sus amigos les sacarían de allí. Y así fue. La segunda noche de luna nueva, mientras caía un fuerte aguacero y el mar estaba revuelto vieron un punto de luz que se encendía y apagaba muy cerca del acantilado y sin pensárselo dos veces, P. y el negro tizón se agarraron de la mano y sin decir palabra saltaron al vacío en caída libre rumbo a la libertad. Y hasta aquí la historia del preso de Polé. Ahora bien, esta historia también está llena de metáforas que seguro que a alguien tan sagaz como tú no se le habrán escapado y que quizá quieras compartir… o no.

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¡¡Good morning Vietnam!! 2010 03/09/2010

Inicio de curso, como en el cole pero en plan adultos. Me parece que un poco limitados de fuerzas, no sé si como consecuencia de todos los post-algo a los que nos sometemos en vacaciones, pero limitaditos al fin y al cabo como si estuviéramos corriendo una maratón a ritmo de cien metros lisos. Ya no estamos en edades de hacer excesos, así que conviene que reservemos fuerzas para los meses que tenemos por delante. El verano, o mejor dicho, el veraneo, deja en nuestros cuerpos, carteras e incluso mentes una resaca de la que cuesta recuperarse. Al menos hablo por mí que ya llevo más de una semana de actividad y todavía me cuesta abrir la puerta del armario y escoger la corbata que combine bien con la camisa que he decidido ponerme. Tal vez por eso la mayor parte de los días decido ir con cuello abierto, a ver qué pasa. Jesús, mi camarero de cabecera, ha decidido echar el cierre por las tardes hasta “la semana que viene” y ya van dos. Este inicio de curso tiene todos los visos de ser cualquier cosa menos plácido y antes de que me quiera dar cuenta mi discreto bronceado habrá dado paso a la tez blancucha y como de enfermo que a uno enseguida se le pone. De ello se ocuparán en un esfuerzo combinado la luz de fluorescente, las antesalas de embarque de los aeropuertos, el sueño acumulado, los titulares de prensa que atentarán contra mi bienestar interior y los clientes de siempre que seguirán empeñados en traspapelar las facturas que les mandé. Sin embargo, no quisiera dejar de contaros que este verano he conocido a un tipo excepcional, uno de esos tipos que han visto muchas cosas en la vida y parece que hayan comprendido la mayor parte de ellas. Me lo presentaron en una recepción de antiguos alumnos de mi colegio. No le recordaba, pero al parecer estudiamos en las mismas aulas y con los mismos profesores solo que con unos cuantos años de diferencia. Me lo presentó una colega de profesión y ex-alumna, como el resto. Al parecer, no había país que se nombrara que él no conociera a fondo, no digo que no hubiera visitado. Asombroso. Tampoco desfallecía en cuanto a conocimientos sobre personajes famosos. Figúrate, me dijo casi de sopetón en medio de un corrillo de rendidos admiradores. El otro día estaba en una de las salas VIP del JFK y de repente veo un tipo que conozco pero no recuerdo de qué, aunque su cara me resultaba familiar. Me acerco a él y me presento. Soy fulano de tal, le dije, encantado de saludarte. Y figúrate el corte cuando me contestó: Michael Douglas, encantado. ¿Nos habían presentado? Y así estuvimos de charla un buen rato hasta que anunciaron el embarque de su vuelo. Hemos quedado para pasar un fin de semana en su casa de S’Estaca en Mallorca a finales de verano. Eso no es nada comparado con la cantidad de todo que tiene. Desde una cadena de hoteles resort en las principales rutas de safari de África hasta una productora de cine independiente en Hollywood pasando por factorías textiles en Asia. Daba miedo hablar con él por si se le ocurría preguntarte eso de y tú ¿a qué te dedicas? Lo hizo, se lo expliqué y

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hasta le di una tarjeta de visita que el tipo analizó por encima antes de guardársela en uno de los bolsillos de su chaqueta informal al tiempo que, viendo mi apellido, me preguntó por mi hermana con la que, al parecer, había coincidido unos años en el mismo colegio. Unos días después me telefoneó un compañero del cole. ¿Qué te pareció el fulano? Digno hijo del proletariado, como nosotros, le contesté. Pues no sabes lo mejor, repuso. Si consultas el País de esta mañana verás que le acaban de detener por un feo asunto de tráfico de armas. Y así era. Cuando se lo conté a mi hermana me dijo que no sólo le recordaba sino que incluso habían sido novietes durante unos pocos meses. Nada serio, desde luego, eran sólo unos críos. Pero pareció no sorprenderse en absoluto. ¿Detenido por tráfico de armas? No me extraña nada, la verdad. De pequeño ya vendía tirachinas en el cole. Sí, pero de eso a lo otro hay un mundo, le contesté. Qué va, sólo es un problema de escalas, nada más, repuso y cambió de tema para interesarse por si podría ocuparme de ir a regar las plantas de su casa cuando regresara de vacaciones. Después de eso, cualquier cosa que haya pasado en mis vacaciones carece del interés suficiente como para ser digno de contaros, así que prefiero centrarme en esta reentré que promete emociones igualmente impagables aunque, no sé cómo decirlo, más cercanas, o como se dice ahora, más transversales. Para empezar, que a nadie se le olvide que –además de los cargos de tarjeta de crédito que acudirán puntuales a su cita con nuestras maltrechas cuentas corrientes- hacia finales de mes tenemos anunciada huelga general. Lo digo para que a nadie se le ocurra pedir hora al dentista o programar un viaje para ese día. Luego están los pequeños asuntos de la re-reforma laboral, la reforma de las pensiones (léase jubilación a los 67 y bye bye a las prejubilaciones), el debate de los presupuestos generales del Estado y el posible y subsiguiente adelanto de las elecciones, a pesar de que ya casi todo el mundo ha decidido que no irá a votar, pero vamos, por si alguno se lo repiensa. Así que, por si alguien todavía no se había caído del guindo y no se ha percatado de que en las cadenas de televisión ya se han acabado las reposiciones de capítulos atrasados de los seriales, setiembre ha llegado, se reinicia el teatro de los prodigios y ya es hora de entonar nuestro grito de guerra de todos los años: ¡¡Good morning, Vietnam!! Y que sea leve.

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Menos es más y viceversa 07/09/2010

La semana pasada leí un artículo (¿Gestión o liderazgo? Àngel Castiñeira y Josep M. Lozano, La Vanguardia 01/09/2010) en el que, a mi juicio, se establecía dos de las “verdades del barquero” más sonadas en esto del management: que el liderazgo es una actitud antes que una habilidad y que la formación sobre liderazgo entendida como una transacción en la que las empresas envían gestores y esperan recibir de vuelta líderes, es una falacia. Nada nuevo, desde luego, pero merecedor de una reflexión profunda para acabar de entender de qué hablamos. En estos tiempos de crisis sistémica en los que todo está cabeza abajo, las empresas empiezan a intuir que parte de la salvación -además de la innovación siempre postergada en la agenda estratégica y de las novenas a San Pancracio- oh sorpresa, vuelve a estar en lo clásico, esto es, en convertir gestores en líderes. Pero al mismo tiempo vuelve a obviarse lo de siempre, que un líder, por definición, tiene que inspirar siendo necesario para ello que cambie cosas y para que pueda hacer eso, no sólo debe tener iniciativa sino también y sobre todo, autoridad aunque sólo sea moral. Algo a lo que las empresas por línea general no están dispuestas en absoluto. Es muy parecido a lo que sucede con la famosa gestión del cambio. Hay que cambiar, sí, pero que cambien ellos. Y por supuesto, que ese cambio no suponga otra cosa que un perfecto y sumiso alineamiento con las ¿nuevas? tesis corporativas, lo que lo convierte en una renovada versión de la ley del embudo para la que no cabe alternativa posible. Más de lo mismo. En esto del liderazgo y del cambio hay múltiples proyecciones mentales, casi todas ellas limitativas. Pocos se dan cuenta de que si liderar es una actitud que cabe esperar que se active (no que se genere, como a menudo se pretende como por arte de magia) ese hecho trascendental implicará necesariamente una transformación de los mapas mentales lo que, sin ninguna duda, producirá cambios (algunos dirían que mutaciones) en la forma de percibir, analizar y por supuesto, digerir la forma de ver el mundo antes de ponerse a actuar. Sin embargo las empresas, muchas de las cuales todavía están organizadas en estructuras súper rígidas y formales, no están dispuestas a aceptar ese tipo de daños colaterales por muchas, variadas y sobre todo, viejas razones. Sucede lo mismo con la creatividad y la innovación, otro conjunto de iconos totémicos que muchas empresas desearían ver instalados en sus procesos clave. En versión reducida, naturalmente, casi como bonsáis para que no supongan demasiada creatividad (con las cosas de comer no se juega) ni demasiada innovación (los experimentos, con gaseosa). Y así tenemos lo que tenemos, un tejido empresarial a menudo desconcertado, desnortado y casi siempre acomplejado que se empeña en perpetuar sus errores olvidando que los éxitos de antes no garantizan los de hoy ni mucho menos los de mañana y sobre todo, olvidando que haciendo lo mismo no se puede obtener resultados distintos como dijo Einstein, además

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del sentido común. Parecería que se espera que la simple invocación a crear e innovar bastara para que la creatividad y la innovación se encarnen, de la misma forma que los chamanes invocan a la lluvia dando por supuesto no sólo que lloverá sino que el agua caerá exclusivamente en sus campos y que en ningún caso provocará molestos charcos ni mucho menos inundaciones. Algunos, en su delirio de avispados, incluso se ocuparán de acercar depósitos para contener el agua sobrante con el fin de poder venderla a sus vecinos menos agraciados o menos iluminados “a precio de mercado” que no de saldo, que es lo que esperan que les cueste a ellos. Es curioso observar (bendita capacidad tan poco explotada) lo que sucede en muchas escuelas de negocios en las que se aplica el método del caso. Casos sospechosamente perfectos en los que, una vez identificada una situación concreta y analizadas sus causas, se aplican soluciones mágicas que producen irremediablemente resultados espectaculares, casualmente coincidentes con los preceptos enseñados en esas escuelas. Casos seguramente tan ciertos como inaplicables en otros ámbitos. Buscamos ávidamente soluciones, recetas, pero nos olvidamos de que lo esencial es la capacidad para provocar cambios, que al final es la moraleja que encierra todo aprendizaje y a lo que nos resistimos con todas nuestras fuerzas a aplicar más allá de lo formal. Nos embelesamos cuando nos cuentan el caso de Google, pero nadie nos cuenta que no somos ni seremos nunca Google por mucho que nos empeñemos en cambiar nuestras mesas de trabajo por columpios, toboganes o colchonetas de colores tiradas por el suelo. Si el liderazgo reclamado condujera a ideas tan sugestivas como esas, a muchos de nuestros directivos seguramente les parecería una excentricidad y mandarían a hacer puñetas a sus reciclados y visionarios líderes. Digámoslo de una vez. El liderazgo, por definición, es a la vez situacional, inspiracional, transformacional y sobre todo persigue la autenticidad por parte de quien lo ejerce. Si no, no hay liderazgo posible. E insisto en que todos esos calificativos deben darse al mismo tiempo. Es ridículo suponer que todo ello se puede alcanzar sólo desde el concepto, la receta o la pócima mágica inoculada en sesiones formativas de reciclaje. Para que eso funcione (o tenga unas mínimas probabilidades de que lo haga), es necesario que se opere lo que ya se ha dicho no pocas veces: un cambio de modelo mental y de visión del mundo. Y eso sólo se consigue, además de obtener unas adecuadas nociones que sí puede dar la formación, aplicando una perspectiva emocional y de estado de ánimo, que es tanto como decir convocar todo lo necesario para que se provoque un espacio propicio para el cambio, pero es que además necesitamos un medio ambiente que permita que eso se produzca. No sé si habrá que explicar a quién le corresponde hacerse cargo de cada parte de esta ecuación y en qué orden. Estoy leyendo estos días un libro recientemente editado “El Líder que no tenía cargo” (Robin Sharma, Grijalbo) que habla de los aspectos emocionales que están implícitos en todo liderazgo y que transita por la idea de que no es una característica demandable

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únicamente a los que ejercen la autoridad que da el poder (los que cobran por ello) sino que implica a los que tienen autoridad aunque no tengan poder, que es lo mismo que decir a todos. El liderazgo, pues, es inclusivo y no exclusivo tal y como “íntimamente” suponíamos. Igual sucede con la creatividad, la innovación y con la capacidad y la necesidad de cambiar, que nos concierne a todos por igual pero a lo que no nos sentimos convocados si no es acompañado del quantum. En eso consiste el emprendimiento y me hace mucha gracia el tic que tenemos de etiquetar las cosas. Por ejemplo, cuando nos referimos a los emprendedores dando por supuesto que sólo pueden ser considerados como tales aquellos que arriesgan su dinero para emprender un proyecto empresarial, mejor si tiene supuestos innovadores. Y se me ponen los pelos como escarpias cuando se apropian de este concepto las autoridades gubernamentales que cada vez con menos sutileza parecen susurrarnos al oído hala, todo aquel que se encuentre en el paro que se dedique a ser emprendedor, es decir, autoempleado, que la cosa está muy malita. Que se busque las habichuelas como pueda, vamos. Y ya no te digo nada si además tu carnet de identidad dice que tienes más de 45 años. Entonces es que ya no te queda otra. Emprendedor sería en todo caso aquel que un día vino a verme con un proyecto empresarial que tenía como una de sus premisas fundamentales que todos los trabajadores que contratara deberían tener más de 45 años de edad. Ese sí que era un emprendedor, aunque no un innovador porque mi padre hace ya muchos años consideró esta posibilidad y le tomaron por chiflado. Para mí el emprendedor es alguien más parecido a quien tiene las cualidades de un líder inspirador que las de un empresario visionario con un business plan en la mano que lo soporta todo; más emprendedor es aquel que innove en el sentido de que sea capaz de reinventarse, refundarse o decidirse a salir de la espiral viciada de hacer, producir u obtener más de lo mismo. Pero, por desgracia, nuestras empresas no quieren eso y me temo que muchos de nosotros tampoco. Claro que siempre nos queda el recurso de matricularnos en una escuela de negocios o si no nos alcanza o ya es demasiado tarde, recurrir a los libros de autoayuda. Por eso digo que, a veces, lo menos es más y viceversa, pero parece que es como predicar en el desierto.

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Eternos insatisfechos 10/09/2010

Sistemáticamente aparecen relatos relacionados con la insatisfacción. El último, leído en un blog, nos habla sobre el síndrome de un ejecutivo que, no importa lo que consiga, da igual la complejidad o dificulta de sus logros, se declara un insatisfecho crónico. Lo mismo ocurre con los equipos de futbol que lo han ganado todo. Quieren seguir ganando títulos año tras año. ¿La motivación? Sed de victoria, nos dicen, seguir ganando copas hasta que rebosen las vitrinas. No importa si tenemos muchas copas, ya ampliaremos la vitrina, no hay problema. Uno de los jefes que tuve reaccionaba de forma parecida cuando alcanzábamos un hito. Eso es agua pasada, decía, hemos de pasar página y hoy tenemos una hoja en blanco sobre la que escribir. Los alpinistas que coleccionan ochomiles, en cuanto culminan una cima ya están pensando en la siguiente. Cuando a alguien le suben el sueldo puede que hasta se sienta momentáneamente satisfecho, pero podemos apostar nuestro último centavo a que, al poco tiempo, empezará a considerar que merece mejor salario. Y así, podríamos llenar páginas y páginas de casos parecidos. ¿Qué es lo que está detrás de eso? La supervivencia, aquello a lo que nuestro pequeño y antiguo cerebro reptiliano se aplica constantemente. La supervivencia se asegura a base de acopio y en contexto de escasez, da igual que esta sea subjetiva. Nunca es suficiente, siempre peleamos por conseguir más. Esta característica humana hace que nos estemos moviendo en el continuum más, mejor, distinto. Continuamente. No importa lo que tenga, siempre quiero más. Cuando tengo mucho de ese más, quiero algo mejor y cuando tengo mucho de eso mejor, busco algo distinto. Esa es la premisa de toda cuenta de resultados y a lo que aspiramos todos. Si no fuera así, la economía se pararía, la ciencia y la tecnología no avanzarían, etc. Nadie llama egoístas a las simpáticas ardillitas por tratar de acaparar el máximo número de nueces. Y no es que lo hagan sólo para no pasar hambre, es que está en su naturaleza. Como nosotros. El lado oscuro de esto es el precio que tenemos que pagar. La continua insatisfacción esquilma el planeta dicen los ecologistas, al tiempo que los pacifistas nos recuerdan que en el mundo tenemos un arsenal nuclear que podría destruir la Tierra quinientas veces, pero eso no parece que sea un obstáculo para seguir construyendo más, mejores y distintas armas de destrucción masiva. Por una cuestión de supervivencia, nada más. Si mi enemigo las tiene, yo también quiero tenerlas y además que sean mejores e incluso que maten de forma distinta. No le echemos la culpa al empedrado. Todo eso es a causa de nuestro cerebro reptiliano. Cuando decimos que alguien es egoísta en realidad lo que queremos decir es que no puede disimular su afán de supervivencia o que es mayor que el nuestro. Lo mismo sucede con los

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que comen con afán, los que coleccionan mecheros de naranjito o los que tienen un fondo de armario que impide que se puedan cerrar las puertas. Más, mejor, distinto, no hemos dejado de ser reptiles. El análisis del contexto nos dice que el valor de lo relativo no deja de ser una extravagancia. La semana pasada oí a alguien que decía que podía permitirse el lujo de dedicar tres años al aprendizaje porque sus necesidades materiales estaban cubiertas. Y no era rico. Todos nos quedamos mirándole con extrañeza. Pero ese ¿de dónde ha salido? ¿Ha dejado la medicación? ¿Es que se le ha atrofiado la hipófisis? Nada de eso. Simplemente había variado su rango de prioridades. El también quería más, mejor y distinto, pero su “escasez” era de conocimiento, no de dinero. Una amiga nuestra nos tiene admirados porque cuando viajamos con ella, supongamos que por espacio de una semana, lleva por todo equipaje una bolsa menor que muchos bolsos de señora que conozco. Pasa con poquísimas cosas y además, no saca fotos. ¿Otra rara avis? Nada de eso. Ella está satisfecha con su equipaje liviano, pero aplaca su insatisfacción a base de coleccionar en su retina todos los rincones hipotéticamente visitables de los lugares a los que va. Una vez hicimos un viaje a Nueva York, ciudad que ya conocíamos y ella no. Y no paró ni un segundo de urgirnos para completar los innumerables puntos que había marcado en su mapa. Una pesadilla. Lamento dar esta noticia, pero la satisfacción es una quimera. El problema no es ese (o si lo es, nos incumbe a todos y entonces deja de serlo para ser una condición humana) sino que dejemos de disfrutar del efímero placer que nos produce la satisfacción, siquiera momentánea, de nuestras múltiples y variadas necesidades. Por ejemplo, que cuando vemos un plato primorosamente condimentado no sólo veamos comida y proteínas. ¿Exagerado? Ya te digo.

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Primera persona de indicativo 14/09/2010

El lenguaje, que conforma los límites de toda expresión de la inteligencia, nunca es neutral. Por ello conviene saber qué se esconde detrás. Es muy frecuente que cuando cuento algo o me posiciono ante alguna cosa lo haga agazapado tras fórmulas lingüísticas del estilo de: algunos, muchos, hay quien cree, se dice…, etc. Todas ellas pensadas para diluir mi posicionamiento, mis juicios o mis creencias. Porque a pesar de que sólo me represento a mí mismo, no es lo mismo tomar partido que hablar como si otros fueran los que lo fijan y me limitara a ser un cronista de terceros. Involucrar a otros es una forma de excluirme, de decir que eso no va conmigo, que no me afecta o que no me siento representado o afectado. El yo es más comprometido porque nunca puede ser inocente ni víctima, sino dueño y responsable de sus acciones u omisiones. Los hechos pueden ser narrados a tres niveles: 1. Les pasa o lo piensan otros y yo lo describo 2. Nos pasa o lo pensamos nosotros y yo me erijo en portavoz 3. Me pasa o lo pienso yo y lo cuento Hay una amplia diferencia entre adoptar cualquiera de las tres posiciones. En el periodismo, la primera correspondería a un cronista, la segunda a un editorial y la tercera a un artículo de opinión. Pero son tres actitudes completamente distintas que esconden intenciones distintas y que sabemos identificar. En el correlato discursivo no está tan claro y se tiende a utilizar la del cronista. En primer lugar porque si alejo de mí lo que cuento, el juicio valorativo se aplica sobre alguien que no soy yo y por tanto no me afecta. No me critican a mí, no va conmigo, no soy yo el objeto de la valoración. Eso tiene que ver con el hecho de que no deseo ser culpable, ni siquiera de mis puntos de vista. Conocí a alguien que cuando decía lo que pensaba y le tildaban de anticuado siempre respondía lo mismo: bueno, eso fue lo que nos enseñaron. Como si ese “nos enseñaron” le exonerase de cualquier responsabilidad y además pretendía incluirnos a los demás puesto que nos enseñaron cosas parecidas. Cuando alguien hace un juicio sobre mí, digamos del que no hay escapatoria posible, actúan los mismos mecanismos. Trato por todos los medios de ser inocente y si por alguna razón eso es imposible, procuro aparecer como víctima. Sí, eso lo hice así, pero (empiezo a buscar atenuantes) fue por estas causas que no dependían de mí. Si por mí fuera lo habría hecho bien, pero me vi obligado por las circunstancias, la ineptitud de otros, etc. Si los otros hubieran hecho su parte yo hubiera cumplido. Ergo soy inocente del todo. A mí que me registren. Que cada cual asuma su responsabilidad es un ejercicio sumamente difícil. Lo mismo

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cuando salgo mal parado que cuando no. Si me felicitan por algo que hice, inmediatamente se espera que diga: bueno, no lo hice solo. Mis compañeros me ayudaron, sin ellos no hubiera sido posible. Si no lo hiciera así podría pasar por vanidoso ¿verdad? En esta parte del mundo, esas son claves culturales fortísimamente impregnadas en nuestro ADN. Malformaciones que van mucho más allá del estilo narrativo porque afectan a nuestra supervivencia, en este caso, del ego. Tenemos tantos problemas con nuestro ego porque no sabemos gestionarlo. Ni bien ni mal, es que no sabemos porque no nos han educado para ello. Los escritores de novelas son casos paradigmáticos. Escriben en primera o tercera persona, casi nunca en segunda. Pero refiriéndose a historias ficticias que, no obstante, casi siempre contienen alguna experiencia o aprendizaje del autor aunque esa parte autobiográfica casi nunca sea reconocida. Ocurre que la mayor parte de nosotros no escribimos novelas pero nos comportamos como novelistas. Contamos las historias de otros, en tercera persona, pero en realidad estamos hablando de nosotros mismos. Duele menos. Aunque se nos vea el plumero. Parece que nos resistamos conjugar la primera persona del presente de indicativo porque compromete demasiado. Veis, en este último párrafo me he delatado.

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Ver, oír y callar 17/09/2010

No voy a hablar de ese famoso refrán sino que pretendo introducirme un poco, no demasiado, en los fenómenos de la percepción de algunos de nuestros sentidos. De hecho, el título más adecuado sería ver y oír porque callar, que está relacionado con el habla, no forma parte de nuestros sentidos sino de nuestras capacidades lingüísticas. La vista y el oído forma parte de nuestro esquema sensorial pero actúan de forma completamente distinta. La vista es pasiva mientras que el oído es activo y eso condiciona y mucho el modo en cómo los usamos. Imaginemos que contemplamos un objeto. Normalmente ese objeto no está aislado sino que forma parte de un escenario. Un vaso en una mesa repleta de elementos, un árbol en un bosque lleno de árboles, un artículo del supermercado colocado en un lineal entre muchos otros productos similares. En realidad, no solo vemos algo en concreto sino que también vemos el resto del escenario. Lo que hacemos es mirar el vaso, pero vemos todo el conjunto y además, nosotros mismos también formamos parte del escenario porque estamos allí. Sin embargo, todos esos elementos actúan en planos distintos. Cuando fijamos la atención sobre algo (cuando lo miramos) parece que el resto del conjunto desaparece. Y algo más interesante que esto, el objeto entonces es un elemento puramente pasivo, no hace nada más que permanecer inmóvil todo el tiempo que mantenemos fijada nuestra atención sobre él. Esa pasividad del objeto es lo que permite observarlo en detalle. Está indefenso de nuestro escrutinio, diríamos que no tiene capacidad de defensa. El oído juega en el campo contrario. El sonido también forma parte de un paisaje al que llamamos ruido (similar al bosque de nuestro ejemplo del árbol) pero cuando nos fijamos en ese sonido, cuando lo escuchamos, hemos de abstraernos del resto de ruidos que oímos. Por ello, demanda de nosotros una atención mayor que la vista y además, el sonido no es estático, no es pasivo, no está inmóvil y además puede desaparecer en cualquier momento, no como el producto de la estantería que estará allí disponible eternamente. Vemos claramente lo distinto que es ver de mirar y oír de escuchar. Posiciones activas o pasivas que nos ofrecen oportunidades distintas y que demandan cosas distintas de nosotros. La observación y la escucha activa son capacidades necesarias para un infinito número de circunstancias de la vida. Desde el plano gerencial hasta la correcta interpretación de la realidad cotidiana. Desde el interés que demostramos por algo hasta saber distinguir la letra de la música de las personas con las que nos relacionamos (y que muchas veces no se corresponden porque no van en armonía). Desde lo esencial a lo accesorio.

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El cuerpo, del que los sentidos son su parte interactiva más importante, además del habla de la que no voy a hablar hoy, no sólo sirve para mostrarnos y contenernos (que no es poco) sino que nos explica cosas, emite juicios, se posiciona frente al mundo. Tiene algo valioso que decirnos si lo escuchamos. No es lo mismo oír que escuchar, no es lo mismo ver que mirar, pero hay que estar atentos. Podría ser un ejercicio interesante si nos decidiéramos a analizar cómo percibirnos lo que tiene que decirnos nuestro cuerpo. Aquí os dejo un famoso mural de Diego Rivera lleno de elementos. Por ejemplo, si nos aislamos del ruido ambiental y nos centramos en lo que miramos ¿somos capaces de apreciar muchos más elementos que forman parte del mural? De otra parte, si cerramos los ojos ¿somos capaces de distinguir correctamente los sonidos en medio del ruido? ¿Puede ser que mientras mantengamos los ojos cerrados nos demos cuenta de muchos más sonidos de los que suponíamos oír? Y por último ¿somos capaces de distinguir el comportamiento activo y pasivo de todos y cada uno de nuestros sentidos? Probad y ya me diréis.

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Somalina frente al espejo 23/09/2010

Somalina abandonó el portal de su casa una lluviosa mañana del mes octubre y sin paraguas. Anduvo dos manzanas cobijándose bajo las cornisas de las casas de su misma calle hasta que llegó a la entrada del metro y bajó por las empinadas escaleras esquivando a viajeros con paraguas que se movían en desorden. Más que andar, iba dando gráciles saltitos que le permitían esquivar los obstáculos para no mojarse. Una vez en el andén comprobó que sus gafas se habían empañado por el contraste entre la humedad y el calor humano de la multitud congregada a la espera del tren. Sacó un pañuelo de papel de su bolso y se dispuso a limpiarlas hasta que reparó que su imagen se reflejaba en el cristal inesperadamente limpio de una máquina de golosinas por la que hasta ese día había mostrado indiferencia. Somalina detestaba mirarse en espejos. Los de su casa los había arrinconado hacía tiempo, pero ahora estaba completamente fascinada. Llegó el tren y fue incapaz de tomarlo puesto que no podía separarse de sí misma. Al tercer tren que llegó y partió sin ella, salió apresuradamente a la calle, y esta vez sin importarle mojarse, siguió corriendo hasta que llegó al zaguán de la puerta de su casa. Se quedó unos instantes detenida tras la puerta respirando agitadamente por el esfuerzo. Era grácil pero no estaba acostumbrada a la carrera. La portera la había visto pasar como un rayo frente a su garita y pensó que se habría olvidado algo importante. Pasados unos minutos Somalina llamó por teléfono a su empresa para decir que ese día no iría al trabajo pero tampoco dio explicaciones ni fue consciente de que no lo había hecho. Simplemente, no iría. Se puso a llorar aun sin saber la causa, pero eso no impidió que se dirigiera al cuarto en el que tenía arrumbados todos los enseres que despreciaba de aquel piso de alquiler amueblado en el que vivía desde hacía un par de años, entre ellos un espejo de cuerpo entero que arrastró con dificultad hasta su habitación. Una vez allí lo limpió torpemente con la mano y luego con la bufanda de colores que aún llevaba sobre su abrigo. Lo hizo de forma que primero apareciera su rostro, luego su cuerpo y finalmente sus largas piernas hasta que por fin pudo contemplarse de cuerpo entero. Lo que vio la inquietó. Más que curvas veía ángulos, más que piel tersa colgajos de piel, más que aspecto saludable veía que el color de su cara parecía el de una enferma. No se recordaba así en modo alguno, aquella no podía ser ella, pero permaneció un largo tiempo observándose, como antes frente a la máquina de golosinas sin poder apartar la mirada de sí misma. Somalina se sentó en el borde de la cama. Ya no lloraba. Era sólo que no se gustaba. Repasó mentalmente algunas cosas de su vida. Gustaba a los hombres, eso se notaba. Todavía era joven y hasta esa mañana pensaba que atractiva, pero ahora no encontraba rasgo alguno de hermosura. Se desnudó y giró sobre sí misma tratando de no perderse de

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vista en el espejo. Definitivamente, no había nada que le recordara la que ella era. Se atusó el cabello de varias formas, se probó todas las prendas que pensaba que eran favorecedoras, se maquilló primero con tonos suaves, luego de forma más atrevida. Probó a quitarse las gafas, a ponerse zapatos, a probarse complementos, alhajas y abalorios. Nada. No había forma de mejorar su aspecto. A la caída de la tarde su abatimiento era absoluto. Pensó en llamar a su madre, a alguna amiga, a su último amante, pero fue incapaz de marcar ninguno de esos números. Se sentía hambrienta pero sólo pensar en tener que prepararse algo en la cocina la desanimaba. Se puso a mirar por la ventana y tres pisos más abajo, la vida en la calle continuaba sin que nadie la echase de menos. Veía parejas paseando, niños corriendo y jugando, coches que pasaban o paraban, gente que entraba y salía de los comercios. Vio a su portera que arrastraba el cubo de la basura y que luego se alejaba caminando hacia la parada del autobús. Todo eso sucedía dejándola al margen por completo. Volvió a mirarse en el espejo por última vez, pero no fue la última porque al rato volvía a estar allí plantada, escrutándose y descubriendo la misma Somalina que llevaba viendo todo el día, así que por fin se tendió en la cama acurrucándose cuanto pudo y deseó que todo terminara. Su vida no tenía sentido y ella era la última que se había dado cuenta, razón por la que se maldecía. En un momento dado, se quedó dormida pero su sueño era denso y pesado. Soñó en sí misma frente a un espejo en el que se veía de forma distinta para cambiar de aspecto al cabo de un instante. Era desconcertante. A la mañana siguiente, a la misma hora de siempre, Somalina salió a la calle, anduvo el mismo camino de todos los días, bajó los peldaños hasta el andén del metro y se detuvo dando la espalda a la máquina de golosinas donde todo se había iniciado. Cuando oyó que el tren se acercaba se giró un momento para volver a buscar su imagen en el cristal de la máquina de golosinas y sonrió de forma imperceptible para todos menos para ella. Se abrieron las puertas del vagón y entró en él. En su piso, el espejo permanecía en el mismo lugar que lo había dejado. Ahora estaba limpio a conciencia, pero no era el mismo. Somalina había escrito en él con pintalabios y en trazo grueso: Buenos días, linda. ¡Eres poderosa!

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Tribulaciones de un pequeño empresario 28/09/2010

En unos días veremos las consecuencias de la huelga general anunciada para mañana. Como leía hoy en un periódico, lo único seguro es que todas las partes habrán ganado, y cuando alguien gana, otro pierde. Esta huelga general se convierte en una metáfora que viene a decir que nadie cree que sea una buena solución al mismo tiempo que nadie se atreve a cuestionar que se deba hacer, lo que convierte ese bucle en una situación inédita en este país. Uno de mis futuros clientes ha tenido la ocurrencia de que nos veamos mañana, pero no en su oficina sino en un céntrico hotel de una ciudad de provincias que he visitado más veces en un año que en toda mi vida. Es un encuentro informal y exploratorio, cierto, pero anda que no hay días en el año y tiene que ser mañana, dando por supuesto que no me sume a la huelga. Deduzco que es uno de los que creen que la huelga es un derecho de gente que está en otro plano, que juega en otra división. Por otra parte, igual ha decidido que esa gimkana a la que me somete es una auténtica prueba de selección de proveedores y tal como están las cosas, como para decir que no. En consecuencia y como tengo bocas que alimentar e incluso puede que algunas de ellas mañana estén en huelga, acudiré a la cita con lo cual ya aclaro que no la haré. Salvado este obstáculo, relato lo que tendré que hacer para llegar a la cita. En primer lugar, queda descartado el uso de transporte público por aquello de que los servicios mínimos seguro que no coinciden con los horarios en los que debo moverme, así que tendré que desplazarme por mis medios. Dado que tengo que usar la autopista, puede presentarse varias situaciones, una de ellas es que los peajes estén bloqueados por piquetes –por supuesto- informativos y no pueda pasar. Claro que también es posible que mañana haya barra libre de peaje, cosa que no creo. Además, tengo la mosca tras la oreja porque he pinchado dos veces en dos días y ando sin rueda de repuesto. Si pincho, dudo que la grúa acuda en mi auxilio. Y ahora me acabo de acordar de que igual llevo el depósito a medias y si es así no podré repostar. Maldita sea. Suponiendo que salve todos esos obstáculos, aún me quedará llegar al lugar de la cita a la hora convenida. Es en la plaza más céntrica de esa ciudad, así que casi seguro que estará animada todo el día con huelguistas triunfales que imposibilitarán el tráfico. Es lo que yo haría si fuera huelguista que ya he dicho que no seré, pero bueno. Tal vez incluso me cueste encontrar aparcamiento, pero si dejo el coche aparcado a una cierta distancia tampoco tendré autobuses que me acerquen. Ahora supongamos que salvo todos esos obstáculos y que el resultado de la cita sea un "muy interesante, pero ahora no es el momento. Quizá un poco más adelante". Y ahora el camino de regreso con todas las interrogantes de nuevo abiertas (gasolina, pinchazo, peaje, etc.). Si todo va bien llegaré a casa a eso de las nueve de la noche y si no, mucho antes.

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Este mediodía le contaba estas disquisiciones a Jesús, mi camarero de cabecera, y me ha dado la solución: póngase una pegatina de CC.OO. en la solapa y otra en el coche. Seguro que no le ponen problemas. Ya, pero es que tengo que ir con traje y corbata. Igual que Fernández Toxo, me ha replicado guiñándome un ojo. Y creo que no le falta razón. En los próximos días os cuento cómo acabó el tema.

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Libro de Bitácora (Septiembre 2010) 01/10/2010

A diferencia del mes pasado, septiembre ha supuesto para La Inteligencia de las Emociones un periodo intenso que se inició dándoos la bienvenida a la realidad con Good Morning Vietnam, luego desmontando algunas falacias sobre la formación en liderazgo en Más es menos y viceversa (por cierto, artículo premiado con el segundo puesto en el ranking de La Blogosfera de los Recursos Humanos), más tarde con una serie artículos titulados Eternos insatisfechos, Primera persona del indicativo y Ver, oír y callar en los que reflexionamos sobre algunas cualidades humanas aplicadas a la responsabilidad sobre nuestros actos, seguidos de un cuento Somalina frente al espejo en el que se proponía una metáfora sobre la autoestima y finalizando con Tribulaciones de un pobre empresario en el que hacía una semblanza de cómo nos sentimos muchos ante la huelga general del pasado día 29. He de agradecer una vez más el seguimiento que habéis prestado a todos los artículos, cosa por la que ya sabéis que os estoy agradecido. Y aquí van algunas de las cosas que he anotado en mi libro de bitácora de este mes:

La palma se la lleva, como no, la huelga general del día 29 que no ha sido tan general como nos anunciaban con algunos sectores esquiroles (destaco los funcionarios a los que su sindicato mayoritario CSIF dispensó porque ya habían pasado por este trance recientemente), a los que hay que añadir la sanidad y educación. Y digo yo, si a estos sectores intensivos en mano de obra les sumamos la Casa Real (que trabajó), el Parlamento (que tuvo sesión), los servicios mínimos, el pequeño comercio, los profesionales liberales, autónomos, etc. ¿cómo puede ser que los convocantes proclamen que el 70% de los trabajadores la secundó? ¿No será que se refieren al 70% de sus afiliados?

En el plano internacional, me detengo en Francia e Italia. El pequeño gran Sarkozy ha montado una buena con la reprimenda que le dio la comisaria Reding por el “quítame allí esos pelos” de la expulsión de los gitanos rumanos y se ha salvado por los idem de quedarse castigado a repetir mil veces y con buena letra “los gitanos rumanos también son comunitarios”. Al final, Francia ha librado, que para eso es Francia. En Italia, el impagable Berlusconi ha salvado una moción de confianza por el apoyo envenenado que le ha prestado su ex amigo el ultraderechista Fini, pero lo quedan tres años de agonía a expensas de los caprichos de su ex socio. A juzgar por una foto que he visto de la sesión, diría que a Berlusconi se le ha caído bastante pelo del que se injertó hace unos pocos años. No me extraña.

En Corea del Norte, "el amado líder" Kim Jong Il ha dejado el tema de su sucesión atado y bien atado nombrando como sucesor in pectore a su hijo Kim Jong Un de 27 años quien, en una sola semana, ha pasado de soldado raso del ejército popular a general de cuatro estrellas y vicepresidente de un montón de comités del partido. Para que luego digan que la meritocracia es el buen camino. O lo que es lo mismo, persevera y aplícate porque algún día todo esto será tuyo.

Nuestro nunca bien ponderado gobierno sigue sin levantar cabeza e incluso creciéndole los enanos en su seno. El díscolo ministro de Industria M. Sebastián hizo público el emplazamiento del futuro cementerio nuclear en un pueblecito de Valencia y la vice de la Vega le corrigió al momento. Un malentendido, dijo. Lo que no dijo es que el “premio” tiene otro dueño y se hará público en el momento

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procesal oportuno que, por lo visto, no es ahora. Apuntad Ascó, que es quien tiene más números de llevarse "la lotería". Total, ya tienen la central nuclear allí mismo.

ZP ha logrado el apoyo del PNV para sacar adelante los presupuestos 2011 a cambio de un regalo de 478 MM. de euros en traspaso de competencias para Euskadi. Conviene recordar que quien gobierna allí es el PSE que por los mismos traspasos había pedido 300 MM. y le dijeron que tururú. Ay, dónde ha quedado la España federal y el menosprecio a los partidos hermanos. Que la oposición consiga por ti y para ti mejores condiciones no deja de ser algo esperpéntico.

El ministro Corbacho deja el gobierno para volver a Catalunya, pero como de Catalunya vino, de Catalunya tiene que venir alguien a cambio. Apuntad por ahí el nombre de Marina Geli como sustituta de Trini Jiménez si se confirma que le birla el puesto a Tomás Gómez en la candidatura del PSOE a la Comunidad de Madrid. Tiene menos glamour pero de sanidad sabe un huevo.

Ayer mismo supimos que el presidente valenciano Francisco Camps ha sido emplumado con unos cuantos cargos más derivados del caso Gürtel pero él, inmutable, se ha hecho el loco y ha vuelto a invocar la mano negra que me mece su cuna. Sospecho que cuando por fin se le juzgue, por comparación el macro proceso del caso Malaya va a parecer un circo de tercera regional. De momento, ayer el señor Hinojosa, dueño de Cortefiel y de Forever Young, que es donde se hacían los trajes los peperos valencianos, tuvo que cantar que se reunió dos veces con el señor Trillo para acordar los “términos razonables” de su declaración exculpatoria respecto a que los trajes se los hicieran por la filosa, pero ya sabemos que el subconsciente es pillín y que juega malas pasadas. Sin salir de Valencia, pero un poco más arriba, el presunto corrupto presidente de la Diputación de Castellón, el señor Fabra por fin ha tenido que ir a testiticar por algunos chanchulletes ¡¡después de siete años de instrucción de la causa!!

Por cierto ¿alguien se sigue acordando de los 33 mineros que quedaron sepultados a casi 700 metros de profundidad en una ruinosa mina de oro y cobre chilena? .

En el capítulo de los adioses, este mes se septiembre ha sido pródigo. Empezaremos con la muerte en accidente en carrera el pasado día 5 del piloto de motos Shoya Tomizawa, con apenas19 años seguida de la del jugador de futbol Jordi Pitarque del Reus de 23años el día siguiente, víctima de sucesivos infartos.

El día 7, falleció el locutor Joaquín Soler Serrano a los 91 años de edad. Soy consciente de que ya hay que tener una edad para acordarse de él. Los que sólo conocisteis la tele en color, desde luego será difícil que sepáis quién era, pero todos los demás seguro que lo tienen en su memoria por programas que en su momento fueron emblemáticos como A Fondo, un programa de entrevistas muy popular. Además de la tele, Soler Serrano fue casi omnipresente en las ondas radiofónicas. A mí no es que me cayera especialmente simpático pero mi madre se llevó un disgusto en cuanto se enteró de la noticia.

El día 12, nos dejó el cineasta Claude Chabrol. Tenía 80 años de edad y fue el fundador del movimiento la nouvelle vague junto a François Truffaut, Godard y Eric Rohmer. Era un tipo curioso en todos los aspectos de su vida, además de un vividor en términos de bon vivant. Por ejemplo, seleccionaba la localización de sus películas en función de que en la zona hubiera buenos restaurantes, además de que se pasó la vida azuzando a los burgueses cuando él era uno más, lo que ya da una idea del personaje. Aunque fue el autor de algunas películas emblemáticas nunca rodó para el gran público, pero en Francia es considerado un ídolo y además fue el descubridor de una de sus musas, la hierática Isabelle Huppert.

El día 19 se produjo una muerte mucho más sentida para mí, la de José Antonio Labordeta. Yo diría que era un hombre bueno en todos los sentidos de la palabra.

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Tenía 75 años, muchos de los cuales se los pasó defendiendo causas grandes y pequeñas, antiguas y nuevas. Fue músico, poeta, profesor de instituto, viajero con mochila, diputado (mandó a la mierda a algunos diputados desde el púlpito del Congreso), abuelo y muchas cosas más, pero sobre todo fue un hombre íntegro como lo demuestra la variedad de procedencia de todas las condolencias recibidas. Sería bueno de verdad, porque la ministra Chacón no pudo reprimir su llanto y eso que ella no es mucho de llorar. Su despedida en el palacio de la Alfajería congregó a todo un pueblo. ¿Cuántos pueden decir lo mismo?

El día 29, a los 88 años de edad murió Arthur Penn, uno de los últimos grandes directores cinematográficos norteamercianos padre, entre otras, de La Jauría Humana, Pequeño gran hombre, Bonnie and Clyde y muchas otras. Sus películas siempre tenían una visión crítica sobre los personajes que diseccionaba. Y además de eso, tenían mucha sangre. Es imposible ver una de sus pelis sin tener la sensación de lo que duelen los balazos que, en su caso, siempre dejaban hermosos boquetes por los que salían ríos de salsa de tomate. Que descanse, maestro.

Casi al cierre de edición, nos llega la noticia de la muerte de Tony Curtis uno de los caraduras más simpáticos de las comedias americanas y coprotagonística de la sublime Con faldas y a lo loco. Murío en Las Vegas a la edad de 85 años, lo cual es sorprendente a la vista de la vida que llevó. Vividor también, pero en otro estilo que Chabrol, se casó seis veces, escondía una infancia compleja e infeliz que seguramente fue el crisol de su imagen posterior. No triunfó enseguida, le costó lo suyo y despúés de haber alcanzado la cima se dejó caer suavemente por su ladera. Lo dicho, un vividor simpático.

Para terminar, señalo que la Blogosfera de los Recursos Humanos ha seleccionado este blog para optar a sus premios anuales que se fallan el próximo día 7 de octubre. Competimos con muy buenos rivales, pero ya os tendré al corriente de los resultados.

La frase del mes se la debemos al enorme escritor Stephen Vizinczey y decía “Las ambiciones pequeñas suscitan esfuerzos pequeños”.

Por último y como siempre, quisiera dar las gracias a todas aquellas personas que se han pasado por aquí aunque no hayan dejado rastro. A unos y otros, muchas gracias.

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Sí o no 11/10/2010

Me pregunto si somos conscientes de las consecuencias de nuestros actos lingüísticos. Pienso que no demasiado. Pero ¿qué entendemos por actos lingüísticos? Aquellos a través de los cuales formulamos afirmaciones, declaraciones, promesas u ofertas. En realidad, todo el lenguaje está compuesto por una de esas cuatro manifestaciones. No es la primera vez que digo que el lenguaje no es inocente, como muy acertadamente sostiene Rafael Echeverría. Todo lo contrario, cualquier acto que se formula a través del mismo nos concierne y nos compromete. Perdemos la inocencia en cuanto abrimos la boca porque o bien nos posicionamos a través de afirmaciones, nos retratamos con declaraciones o empeñamos nuestra palabra con promesas u ofertas. Como digo, no hacemos otra cosa en cuanto hablamos. Aunque todo esto es un mundo, hoy quisiera detenerme en dos tipos de declaraciones básicas pero muy fuertes que todo ser humano formula muchísimas veces en su vida: sí y no. El “no” es una de las declaraciones más importantes que un individuo puede hacer. A través de ella se asienta tanto su autonomía como su legitimidad como persona y, por tanto, es la declaración en la que, en mayor grado, comprometemos nuestra dignidad. En muchas ocasiones, el precio de decir “no” es alto y depende de cada uno pagarlo o no. Muchos de nuestros héroes, muchos de nuestros santos, son personas a las que admiramos porque estuvieron dispuestas a pagar con sus vidas el ejercicio de este derecho. La importancia de decir “no” en nuestra vida cotidiana es altísima. Cada vez que consideremos que debemos decir “no” y no lo hagamos, veremos nuestra dignidad comprometida. Por otro lado, cada vez que digamos “no” y ello sea pasado por alto, deberíamos considerar que no hemos sido respetados. Esta es una declaración que define el respeto que nos tenemos a nosotros mismos y que nos tienen los demás. Por ello, cabría preguntarse si somos conscientes del respeto que generamos (si somos de fiar) o cuál es nuestra autoridad moral. El “sí” es más traicionero. En nuestro mundo entendemos que cuando no decimos “no” estamos diciendo “sí”. Ya sabéis, eso de que quien calla otorga. Sin embargo, hay un aspecto extremadamente importante con respecto al “sí” que vale la pena destacar. Se refiere al compromiso que asumimos cuando hemos dicho “sí” o su equivalente “acepto”. Cuando ello sucede ponemos en juego el valor y respeto de nuestra palabra. Pocas cosas afectan más seriamente la identidad de una persona que el decir “sí” y el no actuar coherentemente con tal declaración. Un área en la que esto es decisivo es en el

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terreno de las promesas. Precisamente por la fuerza de estas declaraciones y su carácter unívoco, hemos desarrollado una serie de válvulas de escape. De acuerdo que decir “sí” o “no” son actos en los que no caben matices y que nos comprometen, pero para eso hemos inventado los matices “sí, pero”, “no, en estas condiciones” o el más común “depende”. “Depende” es una formulación ambigua que trata de evitar el compromiso. Si digo depende ante una afirmación cerrada, por ejemplo, “hoy es lunes” quiere decir que no he formulado bien mi afirmación. Hoy es lunes aquí, pero en alguna parte del mundo ya es martes. Si digo depende ante una afirmación más abierta, por ejemplo, “los neumáticos son muy caros” significa que eso será cierto o no a partir de lo que yo o el otro considere “caro” porque ese es un concepto relativo. En realidad, todo es parte de lo mismo. Cuestionar toda afirmación o declaración de los otros o de poner condiciones al cumplimiento de algo a lo que somos requeridos. No me extraña que se diga que vivimos en el tiempo del relativismo.

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El caso Ode, S.A. 15/10/2010

Hace unos años recibí la llamada de un antiguo cliente convocándome a una reunión con la plana mayor de su nueva organización para exponerme un problema que les angustiaba. Mi cliente, al poco de ocupar su cargo, había detectado que en una de sus fábricas tenían un problema muy gordo: con el paso de los años el jefe de fábrica había creado una atmósfera de trabajo basada en el divide y vencerás y nadie había hecho nada por intervenir. El resultado patente era que sus mandos intermedios no se hablaban entre sí desde hacía 25 años y andaba muy preocupado con las consecuencias de tal grado de incomunicación que revertía en la producción y en tantas otras cosas. Me preguntó qué podía hacer para solucionar tal desaguisado. Mientras sentía las miradas inquisitivas del resto de los miembros del comité de dirección, me quedé mirándoles fijamente y carraspeé un poco antes de soltarles mi receta: en primer lugar, deberíais despedir al director de fábrica. Ya, repusieron, ¿y qué más? Era evidente que la solución no era de su agrado. Entonces les sugerí que aceptaran que me reuniera unas cuantas sesiones con los mandos intermedios por una parte y con el propio jefe de fábrica por otra. Accedieron. Las primeras reuniones con los mandos ya fueron sumamente esclarecedoras. Todos reconocían que a aquella situación se había llegado por culpa del jefe de fábrica pero al mismo tiempo reconocían que la dirección no iba a tomar “las medidas adecuadas” porque aquel hombre “conocía muy bien el producto” y eso llevaba muchos años de aprendizaje, así que se resignaban a seguir soportando las consecuencias de esa política de enfrentamiento como un mal endémico que todo el mundo conocía pero sobre el que nadie había actuado. La postura del director de también era clara. No existía problema alguno. Los mandos intermedios “se quejaban de vicio” y en realidad, de haber algún problema, éste sería atribuible al “estilo de dirección”, dijo señalando con el dedo hacia arriba en clara alusión a “los que mandan”. Al cabo de un mes de haber iniciado mi trabajo volvieron a llamarme. Esta vez querían que me reuniera con el presidente de la empresa en persona. Me volvió a explicar exactamente lo mismo que antes hicieron sus ejecutivos, le sugerí la misma medicina, esta vez con más argumentos, y me contestó que eso no podía ser. Cuando estaba dispuesto a presentar la renuncia al encargo, el presidente me hizo saber que había notado que el ambiente de trabajo entre sus mandos intermedios había mejorado muchísimo y me felicitó por el trabajo realizado. En la comida que siguió a esa reunión el presidente volvió a la carga. ¿Por qué creía yo que había que despedir al jefe de fábrica si era evidente que la situación había mejorado tanto? La respuesta le dejó perplejo: Porque bastó que los mandos tuvieran la oportunidad de ser

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escuchados por alguien “independiente” para que las cosas mejoraran sustancialmente. Sabían que nadie les haría caso pero tenían la vaga esperanza de que, al menos, sus quejas llegarían a los oídos adecuados. Así que eso era lo que había hecho modificar tanto la situación, se quedó pensando. Bueno, eso y que el jefe de fábrica nunca creyó que, en ese momento, estuviera pidiendo de nuevo su cabeza ante el presidente de la empresa. Al cabo de los meses me enteré de que el jefe de fábrica había sido despedido. El pasado fin de semana fui a comer con la familia a un pueblecito que nos pillaba de paso. Al poco rato y de forma inesperada apareció por la puerta del restaurante uno de aquellos mandos intermedios acompañado de su esposa y nos saludamos afectuosamente. Me puso al corriente de los acontecimientos y me informó de que las cosas seguían revueltas. - ¿Cómo, que habéis vuelto a las andadas? - No, que va, si nosotros estamos estupendamente y hasta desayunamos juntos todos los días. Ahora los que no se hablan son los de arriba. Su esposa se me quedó mirando y me dijo: - ¿No podrían contratarle de nuevo? Esto es insoportable. Escribo esto con la esperanza de que no lo hagan.

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Compromiso 20/10/2010

No es nada nuevo si digo que vivimos tiempos en los que las cosas están cada vez más difíciles. Miremos donde miremos la sensación de desánimo cunde por doquier, como no puede ser de otra forma. Esta sensación se transmite a todos los ámbitos en los que uno se relaciona y la blogosfera no es ajena a esa sensación humana y comprensible. No hay más que darse una vuelta por los blogs que uno sigue habitualmente. Hoy hablaba con mi amigo de la blogosfera Agustí Brañas y comentábamos estos temas. Parece que tanto él como yo hemos observado un fenómeno relacionado con esto que normalmente se manifiesta casi en transparencia, o si no en transparencia en segundo o tercer plano. Me refiero al compromiso o mejor, a la ausencia del mismo y no conviene olvidar que esa palabra viene de la afección “con promesa”. En situaciones de crisis aflora el principio de supervivencia. Progresivamente, a medida que la cuerda sigue apretando, nuestras reacciones se ven más condicionadas por la supervivencia o si se prefiere, disimulamos menos los sentimientos primarios. Poco a poco, ya no es que empecemos a tener dificultades para compartir, sino que empieza a aflorar la lucha por un trabajo, un proyecto, una oportunidad y quién sabe si en un futuro más o menos inmediato, por un pedazo de pan. En estas circunstancias, nuestro compromiso tiende a flaquear porque cada vez estamos más comprometidos con lo que nos afecta directamente y menos con nuestras declaraciones. (No aclaro lo que son declaraciones porque lo tratamos hace muy poco tiempo). En estas condiciones, la palabra dada (la promesa) pierde cotización a diario. Y en ello no hay mala fe sino una reacción lógica, al menos en nuestra cultura. La promesa nace de la abundancia, de comprometerme a hacer algo que no me cuesta o no me cuesta demasiado o que está dentro de mis posibilidades. Todas estas son formas más o menos camufladas de decir que la promesa nace de la abundancia de uno para cubrir la carencia de otro. Y en estos tiempos que corren, la abundancia es un bien escaso. Por tanto, que el compromiso flaquee entra dentro de lo previsible. En situaciones extremas, nunca sabemos cómo reaccionaremos. Se cita el caso de una señora que no pesaba más de sesenta kilos y que cuando vio como el pie de su hijo quedaba atrapado por una furgoneta no dudó en levantarla a pulso hasta que el pie del chaval se liberó. Ella no hubiera podido comprometerse a levantarla en otra circunstancia debido al desequilibrio de pesos y fuerzas, pero cuando vio a su hijo en peligro no se planteó la posibilidad de ese reto sino que su compromiso superior como madre hizo posible lo que parecía improbable. Me preocupa la paulatina palidez de nuestro compromiso. Observando lo que pasa a mi alrededor, he visto como alguien que en principio era de fiar ha ido dimitiendo de los compromisos que había adquirido con sus socios en una nueva aventura profesional, cosa

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que nos ha sorprendido a todos. La causa es que vive una amenaza superior en otra dimensión de su vida y claro, su compromiso se resiente. ¿Lo hace por mala fe? No. ¿Lo hace por inconsistencia? Tampoco. ¿Es consciente de que está actuando de ese modo? Lo dudo. Pero lo cierto es que cada vez que se compromete a algo, suena a hueco. Para decirlo con una imagen, la letra no se corresponde con la música ni de lejos. Mi invitación de hoy es que revisemos cómo anda nuestro sistema de compromisos, de qué forma estamos manteniéndolos a la altura de nuestras promesas. Y para quien se atreva, la invitación es a algo más profundo: que se haga esa pregunta en relación con los compromisos que uno se ha hecho a sí mismo, que es lo mismo (o debería) que hacérselos en el altar de sus valores. La respuesta puede ser íntima, no hace falta que se manifieste en forma de comentarios a esta entrada. De hecho, no espero demasiados.

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Si no estás aquí, dónde estás 25/10/2010

Aquella tarde Berta y Pablo anduvieron durante mucho rato sin destino fijo. Qué importaba hacia dónde se dirigían si disfrutaban mutuamente de su compañía. Cuando se dieron cuenta, el pueblo había quedado muy atrás y al llegar la noche decidieron quedarse al abrigo del bosque. No pasarían frío. Era pleno verano. Escogieron un claro y se quedaron a descansar. Al anochecer encendieron una pequeña fogata y compartieron las raciones que habían cogido para la merienda. Unas cuantas galletas, un poco de chocolate y zumo de naranja envasado además de una bolsa llena de avellanas que habían ido cogiendo por el camino mientras cruzaban los campos. Así, uno junto al otro, parecía que no necesitaban nada más. Berta se quedó dormida al rato acurrucada junto a él mientras que Pablo, insomne y complacido por la paz de aquella noche de verano, se dedicó a pensar en su felicidad y a escuchar el silencio del bosque hasta que ya muy tarde se quedó dormido. Cuando se despertó vio que Berta no estaba. No se impacientó porque se sentía a gusto con la brisa de la mañana rozando sus mejillas. Pronto haría calor, pero ahora se estaba de maravilla. Oyó la voz de Berta que le llamaba pero no sabía de dónde provenía. Contestó con un silbido que a ella le resultaría familiar y ésta respondió con otra llamada. Cuando dio con ella, vio que se estaba bañando en el río y le invitó a que se uniera. Desnudos, se sentían los dueños del mundo. Más tarde, cuando el sol ya les había secado la piel se tumbaron junto a la orilla y Pablo empezó a tararear algunas cancioncillas inacabadas. Era compositor y se entretenía improvisando melodías a las que ponía letra sobre la marcha. Berta admiraba su talento, tanto que se habría enamorado de él sólo por esa razón. Pablo lo sabía, pero su amor había nacido de otras fuentes. Berta era un misterio sin resolver. Todavía se acordaba del día que llegó al pueblo cargada con su mochila. De eso hacía cuatro meses y medio, pero a él le parecía que la conocía desde siempre. Luego, Berta quedó sumida en un profundo silencio del que no quería ser rescatada. Se levantó y anduvo por la orilla tomando guijarros y lanzándolos al agua. No era la primera vez que se comportaba de esa manera. A menudo se refugiaba en esos silencios y no había fuerza en el mundo capaz de hacerla regresar. Pablo sabía que, en esos casos, lo mejor y casi lo único que podía hacer era dejarla sola. Mejor no molestarla, por mucho que le escociera ese distanciamiento sin motivo aparente. Se sintió de más y allí la dejó regresando al pueblo de mal humor. Durante el camino se detuvo de vez en cuando para comprobar si venía tras él, pero al rato llegó a la conclusión de que no sería así. No obstante, y para ir dejando algún tipo de huella que ella pudiera seguir, fue canturreando durante un buen trecho. Al llegar a su casa se dispuso a meter la llave en la cerradura pero se sorprendió cuando Berta abrió la puerta. Estaba llorosa y enfadada con él. ¿Dónde estabas? No sé nada de ti desde ayer a mediodía, le dijo. Me tenías muy preocupada.

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Pablo se quedó helado. No entendía nada. Al principio se lo tomó como una broma de mal gusto pero al ver el estado de excitación de Berta se preocupó de verdad. Aquello no podía ser real. Todavía enfadado decidió que lo mejor era no contestarle y la dejó sollozando mientras él se encerraba en su habitación. No entendía lo que estaba pasando. Pasaron las horas, no sabía cuántas y al atardecer salió de su cuarto pero no había ni rastro de ella. Miró por todas partes, la llamó, primero en susurros y luego a gritos pero no recibió respuesta. Alertados por el escándalo de voces, algunos vecinos se acercaron a la casa de Pablo encontrándole preso de una gran excitación. Cuando supieron el motivo de su desconsuelo lo comprendieron. Pablo todavía no había podido hacerse a la idea de la pérdida de Berta, su mujer. Y de eso hacía más de un año. Si no estás aquí ¿dónde estás? le oyeron gritar por última vez.

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Libro de Bitácora (Octubre) 01/11/2010

Octubre ha sido un mes de “baja intensidad prolífica” para La Inteligencia de las Emociones. Este mes sólo he publicado cuatro artículos, pienso que todos ellos de profundo calado tanto por los temas escogidos como por el número de visitas y comentarios. También se ha resentido algo mis visitas a vuestras casas. Pero en lo personal he de reconocer que ha sido un mes muy rico en el que, entre otras cosas, he estado ultimando un nuevo proyecto profesional que convivirá con mis actuales ocupaciones y que está relacionado con el mundo de la innovación estratégica. Ha nacido de la mano de un blogger con el que con el paso de los meses he establecido una magnífica relación personal y ahora profesional hasta el punto de que, como digo, ya somos socios. Y aquí van algunas de las cosas que he anotado en mi libro de bitácora de este mes:

El rescate de los 33 mineros de Atacama nos ha mantenido en vilo. Seguro que pueden desprenderse de este acontecimiento muchas metáforas, algunas de las cuales darán sus frutos en los próximos meses en esta casa. De momento, suscribo una que ha prosperado en los medios y que se refiere a que la tierra ha parido 33 seres vivos. Una cosa que me ha gustado es que, al menos de momento, no se hayan convertido en carne de plató excepción hecha de algunas apariciones puntuales. Y otra línea de análisis tiene que ver con la reafirmación como pueblo de todo un país como Chile que debería sonrojar a más de uno por lo contrario.

Los actos institucionales deberían replantearse en este país. Los abucheos a ZP el 12 de octubre, a mi modo de ver no suponen nada bueno más allá de una consecuencia más del descrédito de la clase política, pero esa no es forma. Por esa regla de tres, habría que abuchear a todos los presidentes de gobierno que le precedieron cosa que no ha sucedido hasta la fecha. No me gustó un pelo, vaya y eso que motivos para la crítica no faltan, pero no de ese estilo.

Otro hecho en clave política nacional ha sido el aseguramiento de los apoyos necesarios para la aprobación de los próximos presupuestos del Estado. Nadie podrá negar que el arte de lo posible en política nos depara a diario sorpresas impensables. Me pregunto en serio cómo se sentirá en estos momentos Patxi López después del puenteo al que le ha sometido el PNV y su propio partido “hermano”. Todo sea con tal de no tener que convocar elecciones anticipadas.

Pocos días después y tras el regreso del presidente de un miting en Ponferrada en el que lo había negado, se produjo una remodelación de gobierno de amplio calado. A la vista de su alcance y relevos producidos, muchos nos preguntamos por qué no se hizo antes. Si la respuesta es “el manejo de los tiempos políticos” no me vale, señor Zapatero. Confieso que me gusta mucho Rubalcaba en su nuevo papel y algún otro viejo rockero. Veremos lo que pasa, porque la verdad es que el vía crucis que se avecina para el PSOE en los próximos meses con las elecciones de Catalunya (ya perdidas de antemano) y luego las municipales y autonómicas puede ser de órdago.

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Con el PP a 14 puntos de distancia, hay que tener mucha fe en la buena suerte del presidente para recuperar esa diferencia.

A primeros de mes, se produjo una fantochada en Ecuador vestida de golpe de estado. El presidente Correa “temió por su vida” pero al final no pasó nada. Y en Venezuela, Chavez sufrió un revolcón de aúpa que no se esperaba. Eso pasa por tensar tanto la cuerda, amigos.

Interesante: en la última semana, la izquierda abertzale en casi todas y múltiples fórmulas ha hecho patente su próximo (en el sentido de inminente) despego de la violencia o sea, de ETA. Hasta el mismo Arnaldo Otegui que está pasando una temporadita en la sombra, ha salido diciendo que a ver si le sueltan como acto de buena voluntad ya que las circunstancias “han cambiado”. No nos perdamos la evolución de los acontecimientos.

No hubo premio de La Blogosfera de los Recursos Humanos para La inteligencia de las emociones. Haber sido seleccionado ya era todo un premio y quienes han ganado merecen todos mis respetos, así que enhorabuena.

En el capítulo de los adioses, el pasado día 12 de octubre falleció en Madrid el magnífico actor Manuel Alexandre a los 92 años de edad. Me gustaba Manolo y no sólo como actor sino como exponente de una manera de ser. “Me gustan los percebes y las mujeres, en ese orden” decía. Hombre culto que, no obstante, abandonó dos carreras para ser actor, fue tertuliano asiduo del Café Gijón, desde donde iluminó con su agudeza muchas tardes. Este actor de carácter como antes se llamaba a los secundarios, se había especializado en ser uno de los más avezados “roba escenas”. Sólo al final de su carrera tuvo un papel protagonista (Ginger y Fred).

El día 14 falleció en París Alberto Oliveras, a los 80 años de edad. Quizá algunos lo recuerden por un longevo programa radiofónico que se llamaba “Ustedes son formidables” que, en muchos sentidos, puede considerarse precursor de muchas iniciativas ONG. Alberto, con su voz grave e inconfundible, era capaz de transmitir emoción sin sensiblería apelando a la generosidad de la gente. Hombre que siempre cabalgó entre España y París, trajo de allí esa fórmula radiofónica pero sólo fue su locutor debido a una indisposición de quien debía serlo el día del estreno, Joaquín Soler Serrano, fallecido el mes pasado y a quien también recordamos entonces. Alberto no hizo política, pero creó un sentimiento de solidaridad. Antes, había ganado el Premio Ondas en 1956 como adaptador radiofónico de una novela suya. Y luego fue corresponsal en París de la cadena SER y la revista Destino. Así que este escritor-periodista-locutor fue un verdadero hombre orquesta aunque parecía un virtuoso en cada una de esas facetas.

Néstor Kirtchner, ex presidente de Argentina y marido de la actual y pintoresca presidenta Cristina Fernández, murió el día 27 a los 60 años de un infarto. En un país tan peculiar como ese, en el que la rivalidad política alcanza cotas que hasta aquí nos sonrojan, su muerte ha producido un cúmulo de encomios de sus

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encarnizados rivales internos y externos al justicialismo. Kirtchner llegó al poder desde su puesto de gobernador de una pequeña provincia de tan sólo 200.000 habitantes para sacar al país de su enésima suspensión de pagos (quién no recuerda el corralito). Dicen que era un hombre autoritario y vehemente que no soportaba que le llevaran la contraria y que por ello se había granjeado un montón de enemigos, pero al final y como decía ayer un periódico, Argentina le paró el corazón.

El día 28, falleció Marcelino Camacho, fundador y líder durante muchos años de Comisiones Obreras. Tenía 92 años y llevaba mucho tiempo enfermo. La verdad es que, considerando las penurias que pasó durante buena parte de su vida, tenía una naturaleza envidiable. Con él muere una forma de sindicalismo que hace años dejó de tener sentido pero que permitió la recuperación de la dignidad obrera después de muchísimos años de sindicato vertical Muchos recordarán los famosos jerseys “Camacho”. Varias veces preso, fue uno de los integrantes del famoso proceso 1.001. Fue diputado en las dos primeras legislaturas, pero aquel ambiente no era lo suyo. Fue nombrado presidente de honor de CC.OO., cargo que perdió al alinearse con el sector perdedor más próximo al PCE. “Siempre adelante, siempre a la izquierda” fue su frase emblemática.

La frase del mes se la debemos a la sabiduría popular y decía “No se puede tapar dos sillas con un solo trasero”. Ahí queda eso.

Por último y como siempre, quisiera dar las gracias a todas aquellas personas que se han pasado por aquí aunque no hayan dejado rastro. A unos y otros, muchas gracias.

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¿Para qué la confianza? 03/11/2010

Los que me conocen hace tiempo me han oído relatar en más de una ocasión una anécdota esclarecedora. En una de mis vidas profesionales anteriores tuve ocasión de dar una serie de sesiones de formación para un cliente del ramo de las grandes superficies. En uno de esos seminarios una asistente llegó tarde y en un estado lamentable, cosa que no pasó desapercibida al resto de la concurrencia. Los ejercicios en los que participó fueron desastrosos para sus compañeros y al final del curso valoró con nota mínima la calidad del mismo y de su ponente, o sea yo. Cuando las valoraciones llegaron al departamento de formación pusieron el grito en el cielo y llamaron al compañero que llevaba la cuenta para expresarle su sorpresa y malestar. Alguien había llamado a la interesada y le había pedido aclaraciones y ella había dado sus razones. A nadie la pareció adecuado hacer lo propio con el resto de los asistentes que, en general, habían valorado muy bien el curso. Para decirlo en pocas palabras, pedían mi cabeza como condición para no cancelar el contrato. El problema era que, debido a la burocracia interna, eso se había producido muchas semanas antes y para entonces había celebrado un número considerable de ediciones del mismo curso con una muy buena aceptación. Mi compañero me llamó a eso de las once de la noche para explicarme lo que había pasado e inmediatamente le contesté que, si así lo consideraba, podía relevarme de inmediato. Barajamos esa posibilidad porque no era cuestión de quedarnos sin cliente pero a eso de las doce de la noche la conversación concluyó con un “no, si eso pasa por pedir opinión a la gente. Si les das la opción, ya ves lo que pasa. A ver si mañana cortas las dos orejas y el rabo y tema zanjado”. A la mañana siguiente, todavía aturdido por lo sucedido, empecé la sesión planteando un caso inventado pero que guardaba un cierto paralelismo con lo que había sucedido. Era una forma de exorcizar el mal sabor de boca que me había quedado. El curso acabó muy bien y mientras estaba recogiendo se me acercó el responsable de Recursos Humanos del centro que había sido uno de los asistentes para decirme que había recibido una llamada de la directora de formación para pedirle opinión sobre mi actuación. ¿Por qué me lo dices? le pregunté. Porque me ha dicho que eras un desastre y veo que no es así. Hombre, muchas gracias, le contesté. Bueno, por eso y porque en el caso de esta mañana me ha parecido reconocer a una antigua empleada que tuvimos y que hubo que quitarse de encima mandándola a Barcelona por pérdida de confianza. Como has dado tantos cursos para nosotros a lo mejor su nombre te suena y me lo dio. Era la misma, pero no hice el menor comentario. A veces, los silencios son más elocuentes que las palabras. Como puede verse, la confianza o la ausencia de la misma planea sobre toda la anécdota que describo y por eso la relato. Hoy, en un contexto personal y profesional radicalmente distinto me ha venido a la memoria a cuenta de otra historia. Uno de nuestros clientes ha llamado para felicitarnos, cosa que se agradece y que hasta es noticiable. Lo que pasa es que

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me ha confesado que se mostraba sorprendido por los resultados obtenidos. Me ha aclarado que no tenía confianza alguna y no ha aclarado en quién ni yo se lo he preguntado.

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Percepción e interpretación 09/11/2010

Delante de la afirmación “hemos visto con el paso de los meses que la cosa sigue mal” podríamos preguntarnos si eso es una percepción o una interpretación de la realidad. La respuesta podría ser que las dos cosas y sin embargo, no sería del todo correcto. La realidad siempre tiene esas dos formas de observarla. La percepción estaría compuesta por una serie de datos “objetivos” que pueden ser analizados dentro de un contexto. Pero a iguales datos, las percepciones pueden y suelen ser distintas. Por ejemplo, tengo un cliente que se dedica a fabricar madalenas y su percepción de la realidad es que vende más que el año pasado. Para él ese es un dato incuestionable. Pero no tengo más remedio que decirle (y él lo sabe muy bien) que eso no sucede a la luz del contexto económico en el que nos movemos, sino que es su realidad pero ni siquiera la de su sector. La interpretación de la realidad, a diferencia de la percepción, no se mide por datos objetivos, aunque también se produzca en un contexto determinado que, en este caso, podríamos definir como interno. En esa interpretación juegan mis creencias, mis modelos mentales, mi activación automática de respuestas, etc. De forma que ante una realidad percibida de una determinada forma, la interpretación personal que sobre ella hiciera podría dar como resultado extremo eso de “te conformas con poco” o “nunca estás suficientemente satisfecho”. Esta exposición sobre percepciones o interpretaciones de la realidad viene a cuento por cuanto confundimos esos dos ámbitos en el que suele primar el segundo, la interpretación sobre la percepción. En este sentido, concedemos más valor a nuestra escala de valores que a la realidad misma. No es que eso sea necesariamente malo, porque gracias a ello disponemos del mundo de las artes. Por supuesto que la realidad percibida por Van Gogh era idéntica a la de alguien que pasara por su lado en el momento en que estaba pintando, pero la interpretación de ambos difería sensiblemente. El problema se suscita en el ámbito práctico de la vida. Negar la evidencia no es más que un subterfugio al que tenemos una cierta querencia en refugiarnos y desde el que nos decimos que “percibimos” cuando en realidad lo que hacemos es “interpretar” conforme a un compendio de mecanismos interiores que pueden resumirse en que “me dan la razón” sobre lo que observo. Lo subjetivo por tanto, prima sobre lo objetivo, si es que tal cosa existe. La realidad, por tanto, se construye a base de interpretaciones de la misma. Si alguien se hubiera acostumbrado a ver el mundo con lentillas de un color determinado, para él el mundo, la realidad, sería de ese color y podría establecer largas polémicas con quien estuviera contemplando el mismo mundo con unas lentillas de otro color o sin ellas. De hecho, en eso se basa nuestro sistema gregario, nos agrupamos según quién piensa como nosotros y nos enfrentamos a los que ven lo mismo pero de otra manera.

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El problema de las interpretaciones es que nos atrapan limitando nuestra capacidad de análisis y posicionamiento. Si me quedo mirando a alguien imaginando lo que le pasa llegaré a una conclusión aunque sepa que será de menor calidad que si le pregunto sobre lo que le pasa. Sin embargo, es altamente probable que no se lo pregunte. Por tanto, mi interpretación estará por encima de mi percepción. A esa persona le está pasando lo que yo haya decidido que le pasa, y esa es la verdad para mí. Punto final. Incluso si le preguntara y la respuesta no coincidiera con mi conclusión ¿con cuál me quedaría? Para completar el círculo, imaginemos que alguien me pregunta por ese al que estaba observando. Mi respuesta automática sería colarle mi verdad. Imaginemos que no coincide con su punto de vista y que polemizamos al respecto. ¿Acudiríamos al interesado a preguntarle qué le sucede verdaderamente? Probablemente, no. ¿Preguntaría yo al otro por qué ha llegado a esa conclusión? Tampoco. La verdad es la realidad, pero ambas están por debajo de mi verdad y mi realidad aunque no seamos artistas como Van Gogh.

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La Irlanda emocional 12/22/2010

Estos días Irlanda está tristemente de moda. Su deuda pública supera el 32% del PIB, lo que es una burrada, y por tanto está al borde de la suspensión de pagos. Si esto sucede, será la primera vez que un país europeo pasa por semejante trance. Irlanda es un país, pero no deja de ser un microcosmos y como tal vive y proyecta emociones, igual que lo hace un individuo. Veamos cómo se comporta emocionalmente ese “individuo”. 1. Negación de la realidad. La reacción del gobierno irlandés está siendo negar la evidencia. Si se aplicaran las leyes concursales que rigen en el propio país y se tratara de una empresa en lugar de un estado, los acreedores obtendrían la declaración de quiebra por insolvencia sin ningún problema. 2. Baja autoestima. De pronto, Irlanda se da cuenta de que se ha convertido en la torpe de la clase y que se está quedando sin amigos que quieran jugar con ella en el recreo. Por supuesto, que nadie la invita a sus fiestas de cumpleaños. 3. Victimismo. Irlanda se pregunta “qué ha hecho para merecer esto” con lo simpática que es como país, lo acogedora que es su gente y lo verdes que son sus pastos. Pero como toda víctima no se ve como responsable y no se da cuenta de que ha basado su crecimiento en el monocultivo de la instalación a precios low cost de cuarteles generales de multinacionales que en estos momentos no venden ni un chavo o que se están deslocalizando. 4. Desconfianza. Nadie cree nada que se diga desde allí en su descargo. Pronunciar “irlandés” es sinónimo de desconfianza y en clave interna, alimentador de baja autoestima. 5. Ensimismamiento. Cuando se percibe desconfianza la tendencia es volverse hacia sí mismo, estableciendo una incomunicación progresiva con el exterior. La introspección realza los valores íntimos, en este caso el nacionalismo, que siempre es un refugio demasiado peligroso cuando se debe una pasta al exterior. 6. Reafirmación de los juicios y creencias. En este momento, para los irlandeses no hay nada mejor que la cerveza Guinness, los caballos pura sangre, San Patricio y los éxitos pasados que obtenía en el festival de Eurovisión. 7. Recreación de escenarios alternativos. Como lo que ve no le gusta, Irlanda se auto describe una realidad ficticia para consumo interno. ¿Y qué pasaría si saliéramos del euro? ¿Y si jugamos al euromillón? 8. Aplazamiento de la solución. El gobierno ha lanzado el mensaje a los mercados de que puede pagar los intereses de su deuda (la más cara del continente) y que para cuando

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tenga que renovar sus emisiones, allá en el mes de julio del año que viene, la situación será “mucho mejor”. Ya se sabe, nunca llovió que no escampara. 9. Esto no me pasa sólo a mí. Irlanda mira a su alrededor como el niño al que la maestra le llama burro y entre sollozos dice eso de “y a los demás qué les dice” en clara referencia al resto de “potencias mundiales” que nombrábamos en nuestros chistes de antes y que tampoco estamos para tirar cohetes. 10. Entre todos lo solucionaremos. Este recurso emocional es el que apela a “que demos lo mejor de nosotros mismos” y que demostremos al mundo “quiénes somos”. Efectista, pero no eficaz porque parece invitar a un concurso de ideas porque se carece de ellas. Irlanda se comporta como lo hacemos los humanos. Unos más y otros menos, pero quien esté libre de culpa que tire la primera piedra. He tomado un país como un individuo cuando es un cosmos, pequeño, pero cosmos al fin. Por debajo hay personas y por encima cosmos de mayores dimensiones que se comportan aparentemente de forma distinta, al menos en parte, pero no tanto. La emocionalidad actúa en todos los planos y a escalas mayores reproduce comportamientos similares a cómo lo hace a menor escala generando asociaciones y conflictos. Por eso el perpetuo conflicto entre palestinos e israelíes no tiene fin, por eso las cumbres del G-20 no logran ser de utilidad, por eso los niños de mi barrio no se hablaban con los de al lado, etc. Las emociones o más concretamente las emociones mal gestionadas tienen que ver con algunos de los puntos del decálogo enumerados en este artículo. Y por eso este blog se llama La Inteligencia de las Emociones. Yo no tengo la solución para Irlanda pero al menos sé lo que no se debe hacer.

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El sargento Murray 18/11/2010

El general llegó al campo de batalla para observar el avance de sus tropas y lo que vio le puso los pelos de punta. Un destacamento se había declarado en rebeldía y había decidido no volver a luchar. De inmediato convocó a su estado mayor para expresarle su ira. Cómo pueden haber permitido semejante indisciplina, bramó el general a sus oficiales. Les mandaré fusilar a todos. Los oficiales permanecieron en silencio, pero cuanto más callados permanecían más se enfadaba el general que seguía bramando, ahora paseándose entre ellos con cara de perro. Uno de los oficiales de más rango se adelantó y cuadrándose marcialmente se atrevió a hablar. Es a causa del sargento Murray, dijo por fin. Atacamos una posición enemiga y hubo una masacre de civiles. Murray rescató a un niño y lo trajo consigo. El general no salía de su asombro porque no veía relación alguna. Está bien, dijo, tráiganme a ese Murray, ordenó el general. Le condecoraré con una medalla y tema zanjado. Señores, tenemos una guerra que ganar. De nuevo se impuso el silencio. Me temo que eso no pueda ser, señor. Murray está muerto. Murió ayer noche en una escaramuza. Pues podían haberlo matado antes de traer a ese maldito pequeño, al menos esto que veo nunca hubiera sucedido, remachó el general, rojo de ira. El oficial buscó con la mirada el apoyo de sus compañeros. Por fin, otro oficial más joven se atrevió a hablar. Señor, Murray estaba en mi pelotón. Horas después murió por fuego amigo. Le matamos nosotros mismos, señor. El general se quedó pensando un momento antes de proseguir. Las bajas producidas por fuego amigo tenían mala prensa, eso ya lo sabía, como también sabía que bajaban la moral de la tropa, pero de eso a que todo un destacamento con una brillante hoja de servicios se rebelara había un abismo que no estaba dispuesto a tolerar. Bien, en ese caso espero que al menos el niño esté a salvo, dijo en tono de sarcasmo. No, señor. También murió a causa de las heridas y eso ya fue demasiado para la tropa. Nos replegamos en silencio y desde ese momento depusieron sus armas. Como puede ver, ni todas las amenazas del mundo han servido para hacerles cambiar de opinión. No se puede fusilar a un ejército entero, señor. Pero como responsable de la compañía de Murray asumo toda la responsabilidad y si quiere, puede mandar fusilarme ahora mismo. Y a mí, se oyó desde el fondo de la sala. Y a mí, y a mí… El general se quedó desconcertado y sin habla. Nunca antes había visto nada igual, no le habían entrenado para eso, pero como no podía consentir aquella rebeldía mandó a su guardia personal que detuviera a todos los oficiales y así se hizo. La noticia corrió como la pólvora por el campamento pero en nada inmutó a los soldados que, por el contrario, reforzaron su actitud. El polvorín quedó sin vigilancia, las puertas del campamento eran

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fácilmente vulnerables y si el enemigo hubiera querido, habrían sido barridos en un probable ataque porque nadie estaba dispuesto a empuñar un arma. Todo eso sucedía en un momento en que las fuerzas enemigas habían cobrado ventaja, y en realidad, lo prudente hubiera sido replegarse. A la mañana siguiente, muy temprano, divisaron una columna de polvo que iba avanzando hacia ellos. No hacía falta preguntar de quién se trataba. El general fue despertado y puesto en aviso, así que dispuso que un vehículo le acompañara para parlamentar con las fuerzas enemigas que se iban acercando. Tuvo que emplear el mismo en el que había llegado porque nadie movió un dedo para llevarle. Cuál no sería su sorpresa cuando observó que los atacantes orillaban el campamento y pasaban de largo sin disparar un solo tiro. Aquello desafiaba toda lógica, incluso la no militar y se vio a sí mismo gritando para que alguien se parara a parlamentar con él. Un jeep se separó de la columna y se detuvo a pocos metros de donde él se encontraba. Bajó un joven oficial al que en otras condiciones hubiera despreciado por su bajo rango y se sorprendió aún más cuando éste le tendió la mano de forma amistosa. Tienen todo nuestro reconocimiento. No les vamos a atacar sino que pueden considerarse nuestros huéspedes, dijo en un tono de invitación entre amigos. No crea que no sabemos lo sucedido y quiero decirle que les admiramos por la decisión tomada. Sólo quisiéramos pedirles que nos devolvieran el cuerpo del niño para poder enterrarlo en su aldea, sólo eso. El general, que no tenía previsto rendirse sino combatir con lo que tuviera a mano hasta la muerte se quedó paralizado por la actitud del enemigo que seguía avanzando por los flancos del campamento sólo para dejarlo atrás. Pero aún se quedó más impresionado cuando vio que un grupo de soldados de su ejército se acercaba llevando con ellos el cuerpo del niño cubierto por un lienzo blanco y se lo entregaban al oficial con todos los honores. ¿Quiere usted también que le entreguemos a Murray? Vociferó el general en tono de chanza. ¿Sería usted tan amable? repuso el oficial. Para mí sería un honor enterrarlo junto a mi hijo porque aún a riesgo de su propia vida se expuso para salvarle. A eso el general no supo qué responder puesto que contravenía todas las normas y el cuerpo de Murray debía viajar hacia su patria como estaba establecido, pero en vista de que no tenía autoridad sobre su propia tropa se apartó a un lado para que otros decidieran. Después de un tenso silencio nadie hizo nada. Lo comprendo, su familia querrá tenerlo con ellos como quería yo tener a mi hijo, contestó el oficial. Y después montó en su vehículo y siguió su camino. De vuelta al campamento, el general mandó formar a su tropa. A eso no podían negarse y así se hizo. Estuvo un rato meditando cuáles serían sus palabras y al final adoptó un tono

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neutro para decir que, por lo que a él se refería, aquello no había sucedido nunca y que se marchaba por donde había venido. Si estaban dispuestos a dejarse matar, él no podía evitarlo. Dos días más tarde, el general recibió la noticia de que su propio hijo había caído en combate en otra guerra lejana. Había muerto por intentar proteger a una familia de civiles y de inmediato se acordó del sargento Murray para el que se dispuso a escribir una recomendación de medalla al mérito militar. Nunca cursó esa petición. Al mes, pidió la baja en el ejército.

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Vísteme despacio que tengo prisa 26/11/2010

Algunas personas usan tácticas dilatorias para no tomar decisiones. Eso se conoce por procastinación. Ha habido en la historia muchos ejemplos de procastinadores ilustres. Franco era uno de ellos cuando decía que hay dos tipos de asuntos: los que el tiempo resuelve y los que se resuelven con el tiempo. La procastinación está instalada en nuestra sociedad hacia límites patológicos. Este fue el país del “vuelva usted mañana” hasta hace dos días, pero todavía hoy en día las obras públicas se dilatan, los exámenes se preparan a última hora o no se preparan, etc. La procastinación tiene un sentido completamente distinto dependiendo de las sociedades. En Oriente se ve como un atributo divino, en la religión rogamos a Dios por cosas que sabemos que la mayor parte de las veces no se otorgan, en Norteamérica es una opción válida si uno no se ve preparado para la toma de decisiones, en la Europa de las personas va por barrios pero en la Europa de los eurócratas se percibe casi como una virtud. En resumen, tendemos a dilatar lo que sabemos que precisa respuesta aunque sea urgente. Mi amigo Ramón, filósofo de agua dulce al que sin embargo admiro por otras razones que lo que comentaré, sostiene que cuando uno es deudor de algo o de alguien lo mejor que puede hacer es dejar que el tema se pudra hasta que el acreedor se olvide (lo óptimo) o se ablande (lo práctico). Para Ramón las consecuencias de su actitud al respecto no dejan huella indeleble, por no decir que le importan un rábano. Hace dos meses tuve un percance con mi teléfono móvil para el cual espero solución por parte de la operadora que aunque no se niega a resolverlo, posterga su decisión invocando “la semana que viene”. Hoy mismo he vuelto a llamar a la comercial que, por supuesto, no me ha respondido pero me ha mandado un SMS diciéndome que se encontraba con gripe pero que la semana que viene, sin falta, se resuelve el asunto. Hace media hora me he asomado por la ventana y la he visto cruzar la calle en charla animada con otros compañeros, así que de gripe que la obligara a guardar cama, nada de nada. Al menos debo agradecerle que me haya servido en bandeja el post de hoy. Procastinizar es un deporte que no reporta ventaja alguna y que postra a quien la sufre en una resignación que sólo es antesala del enfado. Y si no, que se lo pregunten a los Borbones de la Francia del siglo XVIII, a los zares de Rusia o a cualquiera de nosotros cuando nos llega la multa con recargo por no haberla pagado en plazo. Si profundizamos un poco más en esta idea inmediatamente asoma el debate permanente en el que nos movemos: ¿somos víctimas o responsables de lo que nos pasa? La respuesta es que nos complace mucho más sentirnos víctimas de las circunstancias que remangarnos y trabajar por la solución de los problemas que nos incumben. Y no digamos nada si esos problemas les incumben a otros pero somos nosotros quienes tienen que solucionarlos.

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Bienvenida sea cualquier mejora que operemos por pequeña que ésta sea. Hagamos un poco más felices a los acreedores de cualquier tipo que tengamos empezando por saldar las deudas que tenemos con nosotros mismos. En mi caso, de hoy no pasa ;-)

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Libro de Bitácora (Noviembre 2010) 01/12/2010

Noviembre, para mí un mes tradicionalmente intrascendente, ha discurrido para La Inteligencia de las Emociones a velocidades siderales lo que me he imposibilitado ser más prolijo. Este mes he publicado cinco artículos (¿Para qué la confianza?, Percepción e interpretación, La Irlanda emocional, El sargento Murphy y Vísteme despacio que tengo prisa). Alguno de ellos sé que ha sido reenviado a algún lejano confín y hasta es posible que se edite en papel, pero esa ya es harina de otro costal. Y aquí van algunas de las cosas que he anotado en mi libro de bitácora de este mes que viene especialmente denso y por ello condensado para que la lectura no sea especialmente pesada, siendo consciente de que me dejo cosas en el tintero.

A primeros de mes supimos del sinsentido de lo sucedido en el Aaiún a causa de la intervención de las fuerzas de seguridad marroquíes. La geopolítica y el equilibrio de fuerzas e intereses cruzados que se producen en la región han bastado para que el suceso se haya desarrollado en sordina con reacciones tibias, lentas y desenfocadas por parte de nuestro gobierno así como de la comunidad internacional. A ciencia cierta, nadie sabe la magnitud de lo que allí sucedió, lo cual no deja de preocupar todavía más.

La cadena Ser desplazó hasta allí a una de sus reporteras estrellas que volvió contando lo mal que les habían tratado las autoridades locales y con un tufo de oportunismo que a mí no me ha gustado nada. Angels Barceló no precisa de estas actuaciones sobre el terreno ni nosotros estamos muy acostumbrados a ese tipo de despliegue in situ al menos desde la guerra de Irak. Que me perdonen mis amigos de la SER pero me temo que la sobreactuación no les ha quedado muy natural que digamos ni que haya contribuido lo más mínimo a atajar el incidente ni a dar cuenta de su magnitud.

El Papa visitó Santiago y Barcelona aunque a mí me queda más cercano lo de Barcelona. Vivo a no más de 500 metros en línea recta de la Sagrada Familia pero por fortuna, no me vi afectado por los cortes de tráfico ni dificultades de acceso a sus casas que sufrieron muchos vecinos. En cualquier caso, me pareció un detalle su visita y si por mí fuera, podría pasarse por aquí cuando quisiera aunque fuera de incógnito. Espero que las imágenes de la Sagrada Familia hayan conmovido al personal de la misma forma que lo han logrado con los barceloneses que vivíamos de espaldas a esta obra permanentemente inacabada como antes vivimos de espaldas al mar hasta que llegaron los juegos olímpicos. Ay, los barceloneses.

Se celebró la cumbre del G-20 en Seúl donde, para variar, no se alcanzó ningún acuerdo sobre el precio de determinadas divisas (sobre todo el xuan-rembimbi chino) que, de haberse producido, habría supuesto un alivio para el comercio internacional. Pero dado que ese alivio sólo es deseado por quienes sufrimos los

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inconvenientes, pues nada de nada y hasta la próxima, que será nunca porque los chinos son callados pero tenaces y comerciantes desde la época de la pólvora.

Sin salir de Corea hay que hacer mención a la escalada de la tensión entre Norte y Sur, sólo unas horas después de que un científico estadounidense saliera del Norte chascando los dedos respecto al imponente arsenal nuclear norcoreano. Como consecuencia, ataque táctico del Norte contra una remota isla de Sur con cuatro muertos de por medio, maniobras militares en el mar Amarillo con todas las potencias implicadas con el dedo sobre el gatillo y una extraña sensación de que, si a alguien le puede los nervios, se desencadene la Tercera Guerra Mundial. Pero tranquilos que el gendarme chino está actuando como árbitro con lo que, seguramente, la sangre no llegará al río al menos en esta ocasión. Y ojo, en esta ocasión también actúa de gendarme con USA por aquello de que, quien dice, juegan en casa.

En clave económica hay que hablar de Irlanda a quien dediqué un post, su astronómica deuda y su resistencia a ser “socorrida” por la UE y el FMI (esto sí que pone los pelos de punta) con 85.000 millones de euros. Ahora bien, cuando el día antes ni se mencionaba y el día después se anunciaba el despido de 15.000 funcionarios de nada, la credibilidad del genio y figura queda en entredicho. Y los siguientes de la lista son Portugal y un país como el nuestro que, no lo olvidemos, sigue siendo la novena potencia económica mundial y que no se puede “salvar” ni con los 750.000 millones de euros con que se constituyó el fondo de resistencia, así que a ver qué pasa.

Los deberes españoles tendentes a la corrección del déficit empiezan a dar sus frutos e incluso la inflación interanual alcanzó el 2,3% cosa que, según nos explican, es buena y lo será, pero que se lo digan a los pensionistas y a los 4,6 millones de parados que tenemos. En fin, que seguimos con la penitencia y la ingesta de aceite de ricino.

Tarde, mal y nunca, el pasado sábado día 26 nuestro presidente celebró una reunión con la crema y nata de los empresarios españoles, reunión a la que no faltó nadie y en la que tomaron la palabra por orden de beneficios obtenidos lo cual tiene su lógica si se acepta la regla de tres de que quien más gana es más listo que el siguiente. Las conclusiones son tan obvias como esperables, en el sentido de que se espera que el gobierno tome más medidas, pero digo yo que para eso no hacía falta esa reunión. Lo que nunca sabremos es cuántos de ellos se dirigieron a ZP tuteándole, cosa que Botín hace en público y como es el que más gana, igual contagió al resto.

Después de un montón de años de reclusión domiciliaria, Aung San Suu Kyi la líder sentimental de Birmania fue liberada por la junta militar de ese país, sólo una semana después de que se autolegitimara con unas elecciones más fraudulentas que los trileros. Aung simboliza la fuerza de la resistencia pacífica y despierta la admiración no sólo de su pueblo sino de la comunidad internacional, pero parece

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que todavía está lejos la llegada de la democracia a ese país y ya veremos cuanto tiempo permanece en libertad.

El pasado día 28 Catalunya celebró elecciones con una aplastante victoria de CiU que expresó un vuelco electoral que muchos señalan como sensato. La elevada participación tiene una lectura de legitimación a pesar de que mi opción no superara el 0,69% de los votos (voto nulo).

A la mañana siguiente se celebró el clásico Barça-Madrid. A la vista del resultado, de futbol no hablamos.

Por desgracia, tenemos que hablar de la tragedia de los 28 mineros de Nueva Zelanda que murieron atrapados por sucesivas explosiones de gas. Es duro decirlo, pero eso demuestra que el milagro de Chile fue eso, un milagro y como tal difícilmente repetible.

Wikileaks se ha despachado con la publicación de 250.000 documentos que, una vez más, han puesto patas arriba la diplomacia estadounidense. Ahora, esas revelaciones nos tocan más de cerca porque se revelan algunos detalles domésticos como el trapichero con los presos de Guantánamo, los esfuerzos por alejar a Garzón de la investigación de este asunto, las torturas de la CIA, el asesinato de Couso y otras muchas cositas que, convenientemente administradas, se irán sabiendo en los próximos días a través de la prensa, cuyos redactores están haciendo horas extra. Para que luego digan que la Web 2.0 es una cosa que sólo sirve para entretener a los adolescentes.

En el capítulo de los adioses, despedimos con marcha triunfal al almirante argentino Emilio Massera, miembro de la primera junta militar que se aplicó al exterminio de los desaparecidos en las instalaciones de la famosa ESMA. Juzgado, condenado, indultado y vuelto a juzgar, murió en el Hospital Naval de Buenos Aires a los 85 años de edad, habiendo recibido la Bendición Apostólica como buen católico que era.

El día 13 falleció Luis García Berlanga, uno de los directores españoles más conocidos, geniales e histriónicos del cine español. Tenía 89 años de edad, estaba enfermo de Alzeimer y acababa de protagonizar un spot solidario, pero ante todo fue un hombre que vivió y exprimió la vida como a muchos nos gustaría haber hecho. Fue lo suficientemente inteligente como para mostrar lo triste que era la vida en este país burlando la censura y ya en la democracia nos regaló instantes impagables con películas que caricaturizaban los comportamientos de los reconvertidos a demócratas. No cito ninguna de sus películas por ocioso y porque casi todas me gustaban mucho, así que la lista sería demasiado prolija.

La frase del mes se la debemos a la sabiduría de Confucio y decía “Cada cosa tiene su belleza, pero no todos pueden verla”.

Iniciamos diciembre con un espíritu alicaído por tantas incertidumbres. En mi caso, las navidades no son la mejor época del año, pero haremos por aportar un poco de luz a todos

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los que se asoman por aquí. Por último y como siempre, quisiera dar las gracias a todas aquellas personas que se han pasado por aquí aunque no hayan dejado rastro. A unos y otros, muchas gracias.

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Qué pasó para que así fuera 03/12/2010

Ando reflexionando estos días respecto al tema del conocimiento y la gestión del conocimiento, que son cosas distintas. El conocimiento es información aprehendida (así, con h intercalada) y la gestión de conocimiento es cómo hacer para traspasarlo o distribuirlo de forma que pueda ser útil a otros o poder reformular a partir de él. Debe ser verdad que ando reflexionando sobre ello porque ayer con el cambio de frase del mes coloqué una de Kenizé Mourad, la autora de De parte de la princesa muerta que dice “en realidad, para aprender hay que saber ya”. Sin ser consciente de ello en aquel momento, esta sentencia extraída de su libro encierra lo verdaderamente necesario para generarlo. Es decir, no se puede generar conocimiento si no se sabe nada. Parece una contradicción pero no lo es en absoluto. ¿Alguien se ha preguntado cuánto conocimiento atesora? Una burrada. ¿Alguien es consciente de cómo lo ha creado? Algunos dirán que estudiando, otros que escuchando. No son malos métodos, pero sobre todo generamos conocimiento cuando experimentamos sobre lo que nos han hecho saber o hemos aprendido autodidactamente. Por ejemplo, no se puede saber de cocina si no se ha experimentado. Una receta leída sólo proporciona información, pero una receta experimentada una y otra vez genera conocimiento y a su vez, sobre ese conocimiento se agrega más conocimiento de forma que ese plato que nos explicaron acaba por ser una creación genuina que poco tiene que ver con el original. Pero decíamos que no se puede conocer sin saber previamente y es cierto. Para ponerse a cocinar hay que saber manejarse con un montón de utensilios, procesos, procedimientos y trucos (léase en esto último una expresión genuina de conocimiento) y para hacer repetidamente ese plato “que nos queda como a nadie” ha sido necesaria la aprehensión de un montón de conocimiento obtenido a base de prueba/error o innovación. Tengo un cuñado que asegura que sólo con ver un vídeo es capaz de aprender lo que sea. No es cierto. Viendo un vídeo sólo es capaz de repetir mecánicamente lo que le enseñan pero no ha aprendido absolutamente nada. Aprenderá, y sobre todo aprehenderá, cuando a esa información añada un montón de conocimientos siquiera colaterales. Me rio mucho con los programas de bricolaje casero que dan por la tele, porque probablemente, en lugar de enseñar cómo se hace una banqueta, enseñen un número indeterminado de formas de cómo no hacer esa banqueta. Lo que nos lleva al problema de la gestión y dentro de ella, la transmisión del conocimiento, que es la parte más compleja de la materia. Si fuera sencillo, no habría problema cuando se jubila un empleado experimentado. Bastaría con que le diera una charla a su sustituto para que ese conocimiento pasara de una cabeza a la otra y todos

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sabemos que no es así. Pero lo que sucede la mayor parte de las veces es que ese conocimiento se jubila con el empleado, se pierde con él porque nadie ha previsto que así como hay un conocimiento explícito hay otro mucho más valioso, el tácito. El problema es que muchas veces confundimos información con conocimiento. Si el día antes de marcharme de la empresa para la que trabajo le entrego los datos de facturación a mi jefe de ventas a lo más que podrá llegar es a saber que las ventas crecieron o menguaron un 5% respecto al año anterior y si yo era un buen o mal vendedor en comparación con otros vendedores, poco más. Las circunstancias de cada cliente, lo que le gusta o no, la mejor forma de acceder a él y lo que no debería hacerse bajo ninguna circunstancia si no se quiere perderlo, eso sí que es conocimiento y es muy probable que nunca me lo pregunten o si lo hacen que entiendan lo que quieran entender. Una lástima, porque eso era conocimiento puro y me lo llevaré en la cabeza a mi próxima empresa. No necesariamente porque quiera ocultarlo, sino porque nadie me ha preguntado sobre el conocimiento destilado de mi trabajo. En el barrio donde vive mi madre hay una tienda de comestibles que ha sido regentada por los mismos dueños desde hace más de cuarenta años. Prácticamente, nos han visto crecer a todos lo que ya peinamos canas. Aunque rodeados de supermercados de cadenas que tenían precios más bajos y ofertas permanentes, el negocio les daba lo suficiente para vivir dignamente incluso en época de crisis. Hace un año decidieron jubilarse y la pusieron en traspaso ofreciéndose a quedarse unos meses para “transferir el conocimiento” a los nuevos propietarios. No tanto sobre cómo cortar el chorizo, que tal vez también, sino sobre los gustos y/o manías de la clientela y además estaban dispuestos a hacerlo gratis. Podéis imaginaros que los nuevos declinaron la oferta. El establecimiento no duró abierto ni seis meses. El conocimiento es un intangible tan transparente como el aire y aunque todos sabemos que no podemos sobrevivir sin él (excepto que seamos bacterias anaeróbicas o no comportemos como tales) no le concedemos valor. El conocimiento “no vale nada” porque no puede cuantificarse pero vaya si vale. Repito lo de antes. ¿Cuánto conocimiento tenemos? Una burrada. ¿A quién le interesa? ¿…?

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Y en eso llegó la innovación 07/12/2010

Se entiende como “modelo estable” un conjunto de convenciones que se dan por ciertas, que funcionan y que se aceptan como inamovibles. Si funciona, no hay que hacerse más preguntas. Se define la innovación como aquello que cuestiona un modelo estable de suerte que pretende modificarlo en parte (mejora) o atacarlo en su esencia para proponer algo completamente nuevo. A esto último lo conocemos como innovación disruptiva. Son dos formas completamente distintas de ver el mundo. Una se basa en la conservación (si algo funciona bien, para qué cambiarlo) mientras que la otra parte del supuesto contrario (si funciona, cámbialo porque lo que es seguro es que en algún momento dejará de funcionar). Los modelos estables usan lo que se llama la inteligencia vertical (basado en silogismos), mientras que en la innovación interviene la inteligencia creativa. En ambas concepciones aplica con intensidad la inteligencia emocional. Este artículo se basa en la relación existente entre innovación e inteligencia emocional. Hablar más de lo expuesto sobre innovación sería un atrevimiento estando ahí José Luis Montero quien de eso sabe un montón. Sin embargo, la inteligencia emocional, una vez más, demuestra su completa transversalidad de materias, lo cual no debería extrañarnos lo más mínimo por cuanto ocupa buena parte de nuestro cerebro e interactúa en casi todas las decisiones que tomamos. En términos de innovación, gestionar los problemas exige equilibrio emocional puesto que un problema planteado induce a un cambio, lo que equivale a aceptar una determinada porción de incertidumbre, algo que suele darnos miedo. Pero el miedo es la emoción por antonomasia porque dispara en nosotros la defensa de la supervivencia, nuestro valor más preciado. El miedo puede definirse de muchas formas pero, en esencia, es la aversión a la pérdida. Perder lo que tenemos es una emoción tan intensa que nos invita a no movernos de los modelos estables. Ante la disyuntiva de ganar o el miedo a perder no hay color. Elegimos no perder, aunque ello suponga aceptar un cierto grado de obsolescencia cuyos daños a medio plazo no podemos limitar sencillamente porque no depende de nosotros. Pero como es “a medio plazo” pues no hay que preocuparse demasiado. Dios proveerá. En la actual crisis, vemos que muchas empresas persisten en sus modelos estables que se traducen en hacer más de lo mismo. Paralizadas por el miedo se rigidizan, se instalan en una espiral endogámica, bajan su perfil y esperan a que la tormenta amaine. Craso error, aunque humano, lo cual me lleva a la reflexión de que las empresas, en contra de lo que

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mantienen algunos teóricos, también funcionan por emociones pues no dejan de ser la suma de individuos, un microcosmos como aquí las hemos definido otras veces. Ahora bien, siguiendo en lo de la inteligencia emocional, cualquiera que quiera innovar tiene por delante un difícil camino porque ha de poner en cuestión los supuestos previos (aquello que nos reconduce automáticamente a hacer más de lo mismo), ha de plantearse alternativas múltiples lo que supone no darse por satisfecho con opciones únicas o que aparentemente parezcan útiles y ha de estar dispuesto a aplazar el juicio, es decir, no precipitarse en llegar a conclusiones que puedan explicarse a través de realidades conocidas (casi nada). Como vemos, estas condiciones para innovar tienen mucho de lucha contra lo que creemos, pensamos o nos es conocido pero estaremos de acuerdo en que son necesarias para ponernos en una actitud creativa. Todas ellas son cuestiones emocionales y como puede observarse juegan a favor de mantenernos anclados en realidades conocidas. Las emociones pues, juegan a favor de nuestra supervivencia aparente y en contra de los cambios de paradigma. Por lo general las emociones no nos predisponen al cambio sino a todo lo contrario. Los grandes inventos de la humanidad fueron obra de quienes rompieron esos bloqueos mentales y combatidos en su origen por una mayoría aplastante que los vieron como inventos del diablo. ¿Quién deseaba el alumbrado eléctrico cuando existía el queroseno, quién pensaba en la oportunidad de acortar distancias que supuso la aviación comercial, quién veía la utilidad de los ordenadores electrónicos cuando se sumaba a mano? ¿Éramos todos tontos? No, es que estábamos anclados por los modelos estables imperantes, eso es todo. La gestión de las emociones presupone mucho de aprender a desanclar, ya sea de un modo u otro. Y cuando lo logramos innovamos, quizá no de una forma disruptiva sino de modo evolutivo, pero desanclamos, lo que supone aceptar una cierta incertidumbre y combatir grandes o pequeños miedos, normalmente para darnos cuenta de que merecía la pena. Vuelvo a la innovación en este punto para señalar que todos tenemos la oportunidad de ser pioneros, de construir nuevos escenarios utilizando capacidades transversales como pensar, definir, formular, desarrollar y comunicar. Todas esas capacidades no son privativas de unos pocos iluminados ni patrimonio de una raza superior sino que están en todos y cada uno de nosotros. La invitación es a revisar nuestros miedos, a otorgarnos una mínima autoconfianza, a creer en nosotros y a pensar en el grado de obsolescencia que nos mantiene más o menos oxidados. Ya seamos individuos o empresas ¿qué diferencia hay?

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Intemperie 14/12/2010

Convengamos que tenemos asociadas una serie de imágenes que actúan como poderosos resortes que nos permiten asegurarnos de que todo está en orden, que las cosas se producen en un entorno seguro. Luis Eduardo Aute ha editado un nuevo disco sobre el que todavía no sé nada excepto que se llama Intemperie. La relación entre esas imágenes y el nombre del disco de Aute arranca del hecho de que pocas cosas nos produce más insatisfacción que permanecer a la intemperie (también podría decirse quedarse con el culo al aire). Desde el plano emocional la imagen de mostrarse desnudo es una forma de decir que no tenemos nada que ocultar, que nos presentamos sin trampa ni cartón. En realidad, también es una forma de mostrarnos indefensos por voluntad propia y por ende, de pedir que no nos agredan. ¿Quién quiere atacar a un indefenso? Esto también está relacionado con nuestro empeño por ser permanentemente inocentes. La inocencia tiene muchas ventajas; la principal, que no seamos culpables. Pero también nos permite presentarnos como víctimas y esa ya es harina de otro costal. El victimismo apoya la idea de que cuanto nos sucede es producto de la acción de otros, que no tenemos nada que ver, que pasábamos por allí. La culpa siempre es de otro. En estos días hemos sabido que Marta Domínguez, la mejor atleta española de todos los tiempos ha sido imputada por un presunto delito de dopaje. Que se sepa no se ha defendido alegando inocencia. En tanto que no inocente, todo el mundo se le ha echado encima. Pero ¿por qué se dopó? Para protegerse de la intemperie que produce la decadencia de una larga y exitosa carrera deportiva. ¿Es la única culpable? Por supuesto que no. También lo son el entrenador que se lo sugirió, los médicos que le proporcionaron los cócteles, la federación que nada vio. Todos ellos también trataron de protegerse de su propia intemperie. Las sucesivas intemperies que se van produciendo en nuestras vidas producen un efecto devastador. La intemperie de los pequeños defectos físicos, la de la pérdida de la juventud o la vitalidad sexual de los hombres se tapa con intervenciones quirúrgicas o pastillas azules. Nunca antes como ahora. La intemperie sentimental produce asimismo efectos corrosivos después de haber perdido la capa brillante de nuestra superficie afectiva. La intemperie de la falta de trabajo o dinero afectan a la misma capacidad de actuar. Hay muchas intemperies que ni siquiera hemos experimentado en carne propia pero que nos aterran con tan solo imaginarlas. Ante esto, nuestra capacidad de reacción nos hace poner en alerta. La aceptación de las sucesivas pérdidas que se producen en nuestras vidas siempre acaban por llegar pero no antes de haber tratado de combatirlas y muchas veces tampoco se combaten sin haber

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tratado de ignorarlas. Lo que asusta es el hecho de ceder terreno paulatina pero inexorablemente y en esa pérdida considerar que somos cada vez menos. Todavía nos queda mucho que aprender sobre nosotros mismos. Esta crisis atroz nos ha dejado a la intemperie en la misma medida que nos ha despertado de un sueño. La realidad es que ya nunca seremos los de antes y que deberemos aprender a vivir con la parte que quede de nosotros. En realidad, no es que hayamos perdido tanto como creemos sino que nos habíamos puesto muchas capas de pintura encima que ahora, al perderlas, nos han devuelto a un estado más auténtico. Como decía al principio, quizá es el momento de volver a mostrarnos desnudos que ya sabemos que es una forma de decir que no tenemos nada que ocultar, que nos presentamos sin trampa ni cartón y tal vez con la única compañía de nuestros auténticos valores. No somos inocentes, sólo responsables. Y lo somos gracias a un tipo de intemperie que no esperábamos.

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Y se armó el belén 16/12/2010

Este año quería poner el belén en mi casa y como estoy en crisis, antes de hacerlo decidí llamar a un colega consultor para que me asesorara sobre cómo rentabilizar al máximo el tradicional nacimiento. El resultado ha sido sorprendente, y por eso os lo quiero comentar. Las decisiones que me propone tomar son las siguientes: Pastores. Para nadie es un secreto que en todos los belenes hay más pastores que ovejas, parece absurdo, pero siempre ha sido así. Por supuesto me veo obligado a deshacerme de todos menos uno. Instalaremos pastores eléctricos (cercas electrificadas) con el fin de controlar a las ovejas, y una vez instalado, se plantea la posibilidad de sustituir en breve al pastor por un perro con experiencia. Personajes gremiales. Es sorprendente la cantidad de artesanos que puede haber en un belén: el herrero, el panadero, el de la leña, el carpintero (haciendo una desleal competencia a San José que se ha cogido baja paternal), el tendero,... y sin embargo es también sorprendente ver los pocos clientes que hay. La decisión que hemos tomado es despedir a todos los artesanos. Es duro, pero no ha quedado otro remedio. En su lugar hemos contratado a un chino que en un pequeño comercio fabricará y venderá todos los objetos que vendían los artesanos. (Si el chino decide subcontratar a menores para sacar el trabajo es un tema en el que no nos debemos meter). Posadero. El chino se hará cargo también de la posada. Además, últimamente habían llegado quejas de atención al cliente por parte de José y María. La posada podría funcionar con el sistema de cama caliente. Lavanderas. Qué manía tienen en los belenes con lavar la ropa, con lo fría que debe estar el agua, con tanta nieve. Se suprimen los trabajos de lavanderas, que además eran ocupados siempre por mujeres. Cada uno se lavará su ropa en los ratos libres, potenciando así la equiparación de sexos en cuestión de tareas domésticas. Ángel anunciador. Suprimidos casi todos los pastores, no tiene sentido la figura de un ángel anunciador. Se sustituye por un letrero luminoso en donde además podremos anunciar las ofertas del chino. Castillo de Herodes. A Herodes le mantengo en su puesto. No es que haga mucho, pero manda y no es cuestión de ponerse a despedir directivos. Soldados, me quedo con dos por razones de seguridad, (que bastante calentita está la zona) pero los externalizo. Los contrataré por medio de Prosegur para que me presten servicio como guardas de seguridad. Ahorro en costes fijos y gano en flexibilidad. Paseantes varios. Es sorprendente ver la cantidad de personajes que abundan en un belén sin hacer nada, absolutamente nada. Todos despedidos. Esto lo teníamos que haber hecho

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hace tiempo. Paseantes con obsequios. He observado que otro grupo de paseantes, algo menos ociosos pero no mucho más productivos, se dirige hacia el portal con la más variada cantidad de objetos. Uno con una gallina, otro con una oveja, otro con una cesta, otro con un hatillo (¿qué llevará el misterioso personaje del hatillo?)... Puesto que todos tienen el mismo destino, organizaremos un servicio de logística para rentabilizar el proceso. Despediremos a todos los paseantes, uno de ellos se quedará con nosotros por medio de ETT y con ayuda de un animal de carga recogerá las viandas cada tres días y las acercará al portal. Reyes Magos. Por supuesto con un solo rey es más que suficiente para llevar el oro, el incienso y la mirra. Eliminamos dos reyes, dos camellos y los pajes. Posiblemente nos quedemos con el rey negro para no ser acusados de racistas. Además es posible que quiera trabajar sin que le demos de alta. Tengo que estudiar la posibilidad de dejar tan solo el incienso y vender el oro y la mirra a otra compañía ya que debemos de reducir al máximo la inversión en regalos de empresa. Mula y Buey. La única función de estos animales es dar calor. Esta función será desempeñada por una hoguera, que gasta menos combustible. Realizaremos un assessment center con los dos animales y el que lo supere trabajará como animal de carga en el servicio de logística antes citado. San José y la Virgen María. Está más que demostrado que el trabajo que hacen ambos en el portal puede ser desempeñado por una sola persona y evitamos dos bajas de maternidad/paternidad. Por razones de paridad nos quedamos con la Virgen María y, lamentablemente, tenemos que despedir a San José (con lo que había tragado el hombre en esta empresa). El niño Jesús. A pesar de su juventud tiene mucho potencial, y además parece ser que su padre es un pez gordo. Le mantenemos como becario con un sueldo de mierda hasta que demuestre su valía. El Belén queda pues de la siguiente forma: Un pastor con ovejas en un cercado, un chino con un comercio/posada de 24 horas, Herodes y dos guardas subcontratados, un paseante contratado por ETT, con la mula (o el buey) haciendo repartos, el rey negro (ilegal), la virgen y el niño. Hala, y el año que viene ya veremos en qué queda todo esto porque de seguir la crisis, igual hay que cambiarse a una religión con menos imaginario.

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Cuento de navidad. El médico de El Jou 21/12/2010

Transcurridos unos meses desde la muerte de su padre, Berta recibió como parte de su herencia una vieja y pesada caja llena de documentos y objetos personales que le habían pertenecido. Firmó el recibo notarial y la guardó en el trastero. Durante un tiempo no fue capaz de abrirla pero un día, a la vuelta del trabajo y aprovechando que los niños estaban pasando la tarde con su padre comprando el árbol de navidad, abrió la puerta del armario para guardar algunos regalos y allí la vio, ocupando un espacio vital que ella necesitaba. Pasó su mano sobre la tapa de esa caja que sabía que contenía cosas que su padre consideraba de valor preguntándose qué iba a hacer con ellas. Hacía años que habían perdido el contacto. No se habían enfadado, sólo distanciado. Berta hacía años que había abandonado su país y vivía en Canadá junto a su esposo y sus dos hijos. Ahora estaba embarazada del tercero. Arrastró la caja hasta el salón y se preparó un té. Con la taza humeante en su mano pensó qué ocurriría cuando la abriera. Como fetichista, sabía que su padre era aficionado a guardarlo todo. ¿Por qué tendría que habérsele ocurrido hacer eso? ¿Por qué le traspasaba la pesada carga de tener que custodiar su pasado? Como mujer práctica sabía lo que tenía que hacer, así que sin más rompió el precinto y levantó la tapa. Lo que vio le hizo dar un respingo en su asiento. Allí había juguetes viejos de cuando era niña. Juguetes que pensó que su madre habría tirado, juguetes queridos y olvidados desde hacía muchísimo tiempo. Un montón de clics de famobil, unas cuantas muñecas que enseguida reconoció, un juego de construcciones de madera. Pero también reconoció decenas de cuadernos repletos de sus primeros garabatos en los que se intercalaban dibujos de barcos que le hacía su padre y que ella coloreaba. Berta siempre le pedía a su padre que le dibujara cosas y él parecía que sólo sabía dibujar veleros con una niña con coletas al timón: ella. Y además había dos sobres. Uno, ya amarillento y grande numerado con un 2 y otro más reciente y pequeño numerado con un 1. Abrió el primero y sacó de él una carta que decía: “Ahora que tienes la edad suficiente quiero que sepas que hay un lugar mágico que se llama El Jou. Yo fui con otros ocho guerreros porque nunca se debe ir solo sino acompañado de otras almas que encontrarás por el camino y que te llevarán hasta la cumbre ya que ese lugar está entre montañas y un poco apartado del mundo. Se llega a él siempre que tengas la voluntad suficiente para ascender por una cuesta sinuosa que te lleva a un refugio de piedra donde habita un médico sabio que ya sabe que una vez en la vida irás a verle. Tiene anotado tu nombre en un enorme libro de registro y lo busca en él antes de que siquiera abras la boca. Te toma de la mano, hace unas pocas preguntas, examina tu alma después de pedirte que te desnudes como un árbol en invierno y luego, amorosamente, te somete a una dura prueba que consiste en que escribas una carta al niño que fuiste una vez. Una vez hecho eso, eres una persona completamente sana y puedes volver a tu vida y vivirla en paz.

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Con todo el amor. Papá” Berta abrió el segundo sobre más grande mientras notaba el temblor en sus manos. Sacó una foto en la que distinguió a su padre junto a otras ocho personas que no había visto en su vida y una carta. También en esa carta se adivinaba la caligrafía de su padre pero antes de ponerse a leerla dio un sorbo a su taza de té y puso en su regazo una de las muñecas que había recibido y que le hablaba de la niña que fue. “Carta al niño que fui Te perdono al tiempo que te pido perdón por el daño que nos hemos causado mutuamente. Y empezaré por pedir perdón por haberte llevado por caminos que no eran los de tu naturaleza, por haberte hecho más cobarde o más débil de lo que eras, por haberte obligado a hacer cosas menos grandes o comprometidas de las que eras capaz, por haberte protegido o expuesto demasiado, por haberte privado de meter mano a una chica hermosa cuando lo deseabas, por haberte obligado a callar o hablar cuando debías haber hecho lo contrario, por haberte convencido de quedarte en tierra cada vez que querías embarcarte, por permitir que buscaras refugio en cosas vacías donde no había nada y sobre todo, dónde no estabas tú. Por todas esas cosas te pido perdón. Pero también te perdono por haber permitido que hiciera mi voluntad porque lo cierto es que no nos teníamos más que el uno al otro. He de respetarte y honrarte porque te quiero y somos la misma cosa, aunque no pueda pagarte más precio que el que me ha hecho pagar la vida”. Berta notó como dos gruesas lágrimas se deslizaban por sus mejillas pero se sintió en paz. Luego, preocupada por si sus hijos regresaban a casa se apresuró a cerrar los sobres, devolver los juguetes al interior de la caja y a envolverla con papel rojo brillante, ponerle un enorme lazo dorado y añadirle una etiqueta que en la que escribió: para Berta de su padre y la arrastró de nuevo hasta el armario donde la colocó con el resto de regalos. Hizo bien en apresurarse porque enseguida llegó su marido y los niños con el árbol de navidad que habían ido a comprar. Aquellas sí que fueron unas buenas navidades.

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Libro de Bitácora (Diciembre 2010) 01/01/2011

El mes de diciembre tiene connotaciones de todo tipo, una para cada visión. La Inteligencia de las Emociones ha tratado de vestirse de gala para tan magnos acontecimientos. Desde aquí quiero agradecer todas las aportaciones que habéis realizado a todas las entradas de este mes. Las emociones, si cabe, han sido las verdaderas protagonistas que, en esta casa, es lo que se espera. Empezamos reflexionando acerca de qué pasó para que así fuera, nos dimos de bruces con la Innovación, nos quedamos a la intemperie, armamos el belén y finalmente visitamos al médico de El Jou. No está mal. Y aquí van algunas de las cosas que he anotado en mi libro de bitácora:

Científicos norteamericanos descubrieron en California formas de vida que se desarrollan en arsénico lo que supone la ruptura de un paradigma y la apertura de una puerta para imaginar que puede existir vida en otros planetas. No importa el porcentaje de probabilidades de que esto sea así, sino que ya no somos el ombligo de la creación. Ya era hora.

Monsieur Trichet, presidente del BCE, dio un alivio momentáneo a las presiones sobre la deuda española comprando bonos del Estado de los países con dificultades financieras como el nustro. Bueno, no los compró él en persona pero a alguien hay que mirar. Lo malo es que parece que sigue teniendo más poder los tiburones financieros que el Banco Central Europeo. Como metáfora no está mal, pero no deja de ser una realidad dolorosa.

Nuestro presidente Zapatero sigue recetando medidas liberales para tratar de calmar a los mercados y a nuestros socios europeos sólo que ahora ya tira de recetario liberal como si fuera del PP. Privatizamos parte de Aena y las loterías, ponemos más condiciones para el subsidio de los 476 € de los parados de larga duración, etc. Todo esto me recuerda la película de los hermanos Marx en los que van quemando los vagones del tren al grito de ¡más madera!.

Durante todo el mes la prensa ha ido desgranando dossieres de Wikileaks de los temas más diversos y así nos hemos enterado de cantidad de cosas que se han cocido entre nuestro gobierno y España. Lo que más me ha "conmovido" de este asunto es la carta abierta del ex embajador americano Aguirre (autor de buena parte de esos cables) exponiendo el enorme respeto y reconocimiento que le despierta nuestro país. Menos mal.

Días después se produjo la detención en Inglaterra de Julian Assange el fundador de Wikileaks siguiendo turbias indicaciones del gobierno sueco, todo hace suponer que auspiciada por el amigo americano. La cosa se ha resuelto con una libertad condicional previo pago de una minucia de fianza de 250.000 € sufragada por activistas ricos y cool de la sociedad británica y unas vacaciones pagadas en una mansión que quita el hipo. No sé, todo esto me sigue sonando a chamusquina.

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A primeros de mes se declaró un pavoroso incendio en Haifa (Israel) con el resultado de 44 muertos. Para un país como ese tan preocupado de la seguridad no deja de ser llamativo que su parque de bomberos sea tan exiguo teniendo que pedir ayuda a primeras potencias mundiales como Rumanía para que le prestara unos cuantos coches bomba para la extinción de incendios. Y lo peor para ellos es que mientras eso sucedía pasó desapercibido que cuatro países han proclamado el reconocimiento de Palestina. Es que no se puede estar en todo.

La noticia estrella del mes ha sido sin duda el asunto de los controladores aéreos que en el Puente de la Purísima y/o Constitución crearon un caos de un par de narices dejando en tierra a 700.000 viajeros. A nuestro ministro Blanco que les tiene enfilados se le hincharon las narices y se declaró el estado de alarma en el que todavía seguimos. Es difícil encontrar a alguien que se muestre comprensivo con semejante colectivo y no será aquí donde encuentren consuelo.

Nuestra mejor atleta de todos los tiempos y vicepresidenta de la Federación de Atletismo, Marta Domínguez, junto a otros atletas y el super entrenador Pascual han sido imputados por un feo asunto de dopaje. Como no podía ser de otra forma en el caso está involucrado Eufemiano Fuentes médico que ya se hizo tristemente famoso por el caso Puerto.

El día 14, Enrique Morente uno de los mejores y más innovadores cantaores de flamenco murió a los 67 años. Miembro de una saga de excepcionales artistas ha desaparecido tempranamente y nos ha dejado huérfanos de su arte. Morente hizo que muchos que no nos sentimos especialmente atraídos por el flamenco nos asomáramos con respeto a ese arte.

Blake Edwards, el famosísimo director de cine, autor de joyas como Desayuno con diamantes, y las mejores entregas de la saga de La Pantera Rosa falleció el pasado día 16 a los 88 años. Esta especie de rey Midas de la cinematografía hizo que en los títulos de crédito de sus películas su nombre se escribiera con caracteres mayores que los de los protagonistas lo cual no era frecuente en esa época. Con él desaparece una inteligencia narrativa de primer orden.

La frase del mes se la debemos a Kenizé Mourad y decía “En realidad, para aprender hay que saber ya”. Acaba un año que muchos podríamos considerar como horribilis con la tenue esperanza de que el próximo sea un poco mejor. En esa esperanza vaya para vosotros mis mejores deseos.

Por último y como siempre, quisiera dar las gracias a todas aquellas personas que se han pasado por aquí aunque no hayan dejado rastro. A unos y otros, muchas gracias.

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La consciencia y los cíclopes 04/01/2011

Estos primeros compases del año nos invitan a pensar un poco en perspectiva si bien la propuesta es hacerlo mirando un poco hacia dentro en busca de la consciencia. Ser conscientes es algo a lo que no estamos demasiado habituados, para qué nos vamos a engañar. Desde luego, sin esa interesante mirada interior andamos un poco a ciegas, nos dejamos llevar como si anduviéramos embarcados navegando por un río del que poco conocemos y sobre todo, en el que poco podemos hacer más que ir corriente abajo. La consciencia es un estado de los denominados altos. Demanda conocerse a sí mismo, si se me permite la redundancia, saboteando a los saboteadores que llevamos dentro y a los que llamaré cíclopes. Esos cíclopes son creaciones de nuestra mente que tratan de protegernos de todo mal, si bien a un precio demasiado alto que puede resumirse en no aceptar riesgos. El status quo es para los saboteadores el bien más preciado y lo que hace que lo que decimos no se corresponda con lo que hacemos, en eso consiste el sabotaje. ¿Cuántos de nosotros mantendremos los propósitos que manifestamos con las uvas? Ya se verá. Y si hacemos eso con decisiones más o menos banales ¿qué no haremos con cuestiones mucho más importantes para nuestro crecimiento como personas? Como seres eminentemente emocionales que somos debemos entender que la consciencia consiste en saber que tenemos emociones y aprender a gestionarlas, no en que las emociones nos tengan a nosotros que es a lo que más se aplican los cíclopes. Cuidado con esto, porque suele ser sumamente peligroso, además de frecuente. La consciencia consiste en tomar perspectiva y asumir lo que somos y cómo somos. Sólo desde esta perspectiva podemos introducir esos cambios que sabemos que necesitamos y que reconocemos de puertas afuera (lo que decimos) siendo más o menos conscientes de que lo haremos… siempre y cuando no surja algo “poderoso” que nos lo impida, de lo cual se ocupará alguno de los cíclopes que nos habita. La capacidad de emprender tiene mucho que ver con vivir desde la consciencia, lo que supone mandar a hacer puñetas a alguno de esos saboteadores, a concederse un margen de acción espontánea que puede incluir el caer en el error una o más veces sin sentir culpa por ello. Aprendemos a base de probar y errar, al menos durante una parte de nuestra vida. Luego, tal vez preferimos comprar verdades ensayadas por otros, podríamos decir que verdades “garantizadas” exentas de riesgo o de fallo. La consciencia también está conectada con la responsabilidad, pero hay que ver el miedo que tenemos a ser responsables. Nadie quiere asumir responsabilidades si puede evitarlo. Por ello los bolis “se caen” de nuestras manos, los objetos “se rompen”, el trabajo “se pierde” como si en todo ello estuviera exenta nuestra responsabilidad. El cíclope saboteador de la inocencia es muy poderoso, desde luego, pero todo sea por alejarnos de la consciencia.

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Empezamos una nueva década. En la que dejamos atrás nos hemos hecho diez años más viejos, hemos vivido instalados en una montaña rusa de tal dimensión y con tanta fuerza G acumulada que es seguro que nadie ha salido indemne. Todos somos más pobres que al inicio del milenio, a todos se nos ha roto algo. Lo mejor que podemos hacer ahora es empaquetarla y guardarla en el desván. Ese tiempo no volverá aunque sigamos pagando el precio de todo lo que ha sucedido, seamos o no conscientes de ello, tengamos más o menos culpa o seamos más o menos inocentes. Iniciamos un nuevo año y una nueva década con la invitación de ser un poco más conscientes y con ello un poco más emprendedores, más responsables, menos inocentes y menos culpables. Y para ello deberemos empezar por identificar qué saboteadores nos habitan. Ya anticipo que no son pocos ni cobardes pero tampoco sabemos qué tan fuertes serán hasta que no nos enfrentemos a ellos. Feliz año de todo corazón.

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Símbolos 10/01/2011

El lenguaje simbólico tiene una extraordinaria importancia en la representación de las creencias hasta el punto de que no podemos manifestarlas sin ellos. Los símbolos forman parte de nuestro acerbo cultural, social y emocional entremezclándose hasta formar un todo indisociable. Lo simbólico incluye todo aquello que trata de representar un conjunto de elementos identitarios a través de una imagen hasta el punto que explican mejor que con palabras aquello en lo que creemos o queremos expresar. Su potencia, por ello, es enorme. Una foto es un símbolo, como lo es un amuleto, una figurita regalada o comprada, cosas que se pueden ver y tocar, pero también lo son un color, un anagrama, un perfume o una canción. Lo simbólico no sólo está en cosas que puedo ver o tocar sino también oír, oler o degustar así que puedo manifestar que soy un ser simbólico en la medida que esos símbolos me evocan imágenes con las que me identifico plenamente. La estrategia de los símbolos parte de nuestras emociones por no decir que son manifestaciones de ellas. Lo emocional precisa algo en lo que poder materializarse y los símbolos son vehículos no sólo adecuados sino recurrentes. Me gustaría que pudiéramos hacer un experimento con ello. ¿Podríamos imaginar momentos de la vida y tratar de relacionarlo con un símbolo o a la inversa? Estoy seguro de que sí. Ahora la cuestión a experimentar es hasta qué punto esos símbolos son capaces de desencadenar en nosotros emociones que creíamos olvidadas o superadas. Si somos capaces de recordar o visualizar símbolos que nos acompañan todavía hoy pero que pertenecen a otras etapas de nuestra vida (digamos tres o cuatro) y escribir las emociones que nos despiertan observaremos que no son las mismas. Hagámoslo antes de continuar. Bien, ahora que tenemos esa lista de emociones anotadas podemos proseguir. Lo primero es constatar que como dice la canción, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos porque esas emociones estaban asociadas a momentos concretos de nuestras vidas, explicaban cómo éramos o sentíamos entonces. Pero esa no es la parte más importante del experimento. Lo verdaderamente interesante es ver cuántas de esas emociones aparecen en todas las listas que hayamos hecho. Esas son, precisamente, las que mejor explican lo que somos. ¿Sorprendidos? No deberíamos. En tanto que seres humanos somos seres históricos que actuamos por acumulación de emociones sobre las que surfeamos constantemente. No importa el tiempo que haya pasado ni lo que creamos que hemos cambiado, hay emociones que explican quiénes somos con independencia del contexto en que se produjeron. Los símbolos suelen explicarse bien dentro de un contexto histórico pero las emociones son las que delimitan nuestras creencias y son intemporales.

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Por ello hay objetos a los que damos tanto valor y que conservamos durante toda la vida, no importa las mudanzas o limpiezas en profundidad que hayamos hecho, o explica que nos enfade tanto que nuestra madre o pareja tire a la basura por considerarlos trastos inútiles. Amigos míos, con los símbolos no se juega porque es lo mismo que sucede con nuestras emociones y creencias, que son intocables. Y perdón por haberos usado como cobayas.

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Química emocional 14/01/2011

Esta vez me vais a permitir que dedique una entrada “técnica” al mundo de la gestión emocional que hace tiempo que quería escribir. La verdad es que me ha salido un poco larga y aunque pensé en dividirla en dos me ha parecido que era mejor mantenerla íntegra. Al menos, espero que la lectura sea amena. Cuando hablamos de “la inteligencia de las emociones” no sólo nos estamos refiriendo a un ingenioso juego de palabras que da título a este blog sino que, en efecto, las emociones se manifiestan de forma sumamente inteligente asociando a ellas una serie de competencias que aplicamos en el plano racional y que son: atención, certeza, control personal, agrado, esfuerzo y control de la situación. Diríase que es una paradoja a través de la cual vemos que las emociones se expresan mediante competencias racionales. No me negaréis que resulta bastante contracultural. Eso se lo debemos al cerebro "de tres pisos" con que nos ha dotado la naturaleza. Hace ya años se demostró que la manifestación de las emociones es el agregado de esas seis competencias en distintas intensidades. El gráfico del encabezamiento, a pesar de que no se ve muy bien, ilustra cuanto digo y quien sienta curiosidad puede imprimirlo para verlo con mayor detalle. De hecho, si se quiere seguir correctamente las explicaciones que voy a dar casi va a ser imprescindible que lo hagáis. Dentro del amplísimo catálogo emocional puede definirse que existen diez emociones básicas como son: felicidad, entusiasmo, miedo, tristeza, frustración, ira, desafío, disgusto, sorpresa y amor. Cada una de ellas es plenamente reconocible por todo el mundo porque las hemos experimentado montones de veces en la vida. Sin embargo, no todas son de la misma intensidad ni ocupan el mismo espectro en su manifestación. Por ejemplo, la emoción que produce registros más altos es el desafío y la que los produce más bajos es la ira. En ambos casos se trata de emociones que exigen más de nosotros, mucho más incluso que la felicidad o el amor. Ahora bien, también es interesante analizar los porcentajes de composición de competencias en esas emociones. Si os fijáis en cada una de las columnas que expresan la concurrencia porcentual de las competencias veréis que, además de cuáles intervienen, están expresadas por orden de aparición en esa emoción en concreto. Pero mejor vayamos por partes. El agrado. La felicidad y el amor tienen mucho que ver con el agrado, pero si nos fijamos bien descubrimos que en un porcentaje similar también existe bastante dosis de agrado en la tristeza. ¿No será que en el fondo nos gusta estar tristes o melancólicos? Parece que sí porque detrás de ella hay un cierto grado de autocompasión, añoranza, duelo… que también tiene su parte narcótica. Pero ojo, el agrado es el componente más importante de la frustración. ¿Será por lo mismo? Y qué decir cuando descubrimos que, en contra de lo

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que creemos, nos agrada tanto salirnos de nuestras casillas (ira). La atención. Es una competencia “de relleno” en la manifestación de casi todas las emociones pero es el primer componente de la felicidad. Será porque es efímera y hemos de estar atentos a cuándo ésta se produce, no sea que nos pase de largo. En el caso del desafío es el segundo ingrediente porque después del esfuerzo, no perder de vista el objetivo resulta fundamental. La certeza. Sorprende ver que es el primer y más importante componente de la sorpresa (perdón por el juego de palabras). En realidad no nos debería extrañar porque sólo nos puede sorprender aquello que escapa de la certeza y por ello es lo primero con lo que la contrastamos. Si hay certeza no hay sorpresa y si hay sorpresa no hay certeza. En el miedo es un componente importante pero el último. De hecho, el miedo (como buen intangible) desaparece cuando tenemos la certeza de que no existe motivo para ello. En el caso del disgusto también juega un papel importante porque la certeza sirve para constatar que tenemos de qué preocuparnos y que no estamos viviendo una pesadilla sino que lo que nos disgusta es real. El esfuerzo. Sin duda, es una de las competencias que muchos creen en decadencia pero no es así cuando se aplica a las emociones. Veamos, primero y destacado en el desafío (lógico) pero también en el disgusto (parece que nos esforzamos mucho por no disgustarnos) y segundo en nada menos que tres emociones bien distintas: entusiasmo, miedo y frustración. No conviene olvidar echar un vistazo a su posición e intensidad relativa en el resto de emociones. Control personal. Lo primero que llama la atención es que el control personal tenga tan poco peso relativo en la química de nuestras emociones y tan alto en su gestión (o represión). Pero en fin, ya sabemos que los humanos somos maravillosamente contradictorios. Su importancia relativa más significativa se ve en la manifestación de la ira, hasta el punto que es lo que más se aplica pero tardíamente. Vamos, que lo pasional nos puede. Control de la situación. Dejo esta competencia para el final aunque sea una de las más usadas incluso en modo preferente hasta en cuatro emociones (entusiasmo, miedo, tristeza y frustración). También es ilustrativo que sea lo último en aparecer en el caso de la felicidad y la ira aunque por motivos distintos. Cuando uno es feliz ¿quién quiere controlar la situación? Y cuando estamos iracundos ¿no es lógico preocuparse aunque sea a destiempo por los daños ocasionados? El gráfico también distingue un rango entre sensaciones positivas y negativas que nos produce todas las emociones básicas. Aquí un dato llamativo es que todas transitan entre valores positivos y negativos. Es decir, no importa cuál sea el valor social de la emoción en cuestión, todas nos producen más o menos placer así como su dosis correspondiente de dolor o incomodidad.

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Resulta fácil imaginar que la pérdida de la felicidad o el amor provoquen amargas sensaciones, pero ¿quién podría suponer que la ira también tiene una parte placentera o que la tristeza es prácticamente ambivalente? También es interesante analizar las emociones por espectros de intensidad observando que: 1º La ira (0,58) 2º El disgusto (0,55) 3º La sorpresa (0,55) 4º El desafío (0,49) 5º La felicidad (0,41) 6º La frustración (0,40) 7º La tristeza (0,40) 8º El miedo (0,39) 9º El amor (0,39) 10º El entusiasmo (0,36) ¿Qué quiere decir esto? Que exige más de nosotros unas emociones que otras. Y aquí la reflexión se dispara cuando se ve cuáles son las dos primeras (negativas) y las dos últimas (positivas). Cuanto más negativa es una emoción más en alerta nos pone, más nos exige, justo lo contrario que cuando la emoción es positiva cuando es fácil dejarse llevar o simplemente disfrutar de ella. Como puede observarse, la complejidad emocional del ser humano también puede cuantificarse y sacar algunas conclusiones de ello. Y sin duda esto se produce a diario y desde hace tiempo. Quizá algunos de vosotros recordéis una entrada anterior titulada Las emociones y los hábitos de compra en la que analizaba el diferencial de Osgood aplicado al mundo de la publicidad y el marketing. Pues aquí puede verse otra extrapolación de lo mismo si bien no quisiera dejar este regusto amargo en vuestro paladar como resumen de esta entrada. Me parece que saber un poco más sobre cómo funcionamos emocionalmente siempre resulta revelador y en mi caso, de enorme valor. Espero no haberos aburrido.

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La cocina de Maud 18/01/2011

Los viernes por la noche Maud daba una cena en su casa a la que asistía su círculo de íntimos. Indefectiblemente, excepto el receso veraniego en Deauville, cada viernes por la noche esa cita estaba anotada en rojo en unas cuantas agendas de personas variopintas que tenían en común el amor que Maud les profesaba. Las peculiaridades de los platos que llegaban a su mesa ya eran por sí solos un motivo suficiente para no faltar a la cita. Los alimentos eran presentados de forma completamente original y denotaban mucho tiempo de elaboración. Los tomates aliñados y presentados como crestas de gallo, los panes abiertos en forma de bocas llenas de dientes esculpidas que escondían bolitas de sabores indescriptiblemente deliciosos, los pescados sin costuras rellenos de marisco al vapor, los escalopines de solomillo de cuyos profundos cortes en diagonal emergían palmeras de verduras, todos los platos tenían algo que, además de rendir culto a los paladares más exigentes, los hacían únicos e irrepetibles. La cocina de Maud era un santuario que todos querían visitar en algún momento pero sin ningún éxito. La anfitriona tenía vedada la entrada a cualquiera que no fuera imprescindible en la elaboración de aquellos manjares alegando lo reducido del espacio y su gusto por no revelar secretos culinarios. En eso era muy estricta y no hacía excepciones. Maud entraba y salía de ella siempre con una sonrisa en la cara pero procurando que nadie asomara las narices. Su marido, el marqués de Vaucluse, servía los aperitivos y animaba la espera con su charla, pero su papel era meramente secundario en cualquier otro aspecto relacionado con la velada. Los invitados, siempre educados, llegaban con la antelación suficiente para no aparentar que lo que realmente ansiaban era que diera comienzo la cena y no tener que soportar demasiado tiempo el excesivo Vaucluse, aunque también sabían que para ocupar su lugar en la mesa y siguiendo las normas de la casa, tenían que sentarse en el lugar que la anfitriona hubiera establecido para cada ocasión y que variaba semana tras semana. De esa forma, lograba que las conversaciones fueran más o menos animadas o educadas en función de las parejas circunstanciales que había formado. Cuando todo estaba dispuesto Maud hacía su aparición desanudando el lazo de su mandil que dejaba al cuidado de una sirvienta, repartiendo besos a los regazados y sentándose en la cabecera de la mesa, momento en que hacía sonar una campanilla de plata y empezaba formalmente la velada. Las viandas eran servidas teniendo en cuenta las preferencias de cada invitado que el servicio había memorizado a conciencia. La carne al punto, roja o ligeramente pasada, la ventresca, el tronco o la cola del besugo según el gusto de los comensales, la presencia o ausencia de salsas, el punto de sal, todo estaba integrado y nada era confiado al azar. El marqués de Vaucluse era el encargado por derecho propio de dar la enhorabuena a la cocinera, cosa que hacía de una forma u otra en función de la distancia que hubiera establecido Maud entre ambos. Si estaba cerca, le besaba la mano con deferencia, si estaba

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más alejado se limitaba a hacer un comentario elogioso en voz alta mientras alzaba su copa para brindar por la cocinera con el vino más adecuado para la ocasión. Como es natural, los alimentos también se servían en función de la época del año. Era impensable encontrar un ingrediente que no estuviera en su punto álgido, Maud se ocupaba en persona de que así fuera. Todo era perfecto hasta en exceso. Una de esas noches, una de verano, la cena se sirvió en el porche enjaezado con flores y arbustos olorosos a los que Maud era asimismo aficionada. Parte del toque de sabor se debía a su maestría a la hora de combinar fragancias de aquellos arbustos cuidados con tanto mimo. En aquella ocasión Auguste Briard, crítico gastronómico reputado y entrometido como pocos, logró ser invitado tras haberlo intentado por todos los modos posibles, incluida la lisonja. Maud, que sabía lo arriesgado de aquella apuesta, presentó a sus invitados nuevas y sublimes creaciones que culminó con un coulant de chocolate que fue celebrado hasta por el mismo crítico. Sin embargo, su verdadero interés mal disimulado era entrar en la cocina y desvelar los secretos de su anfitriona. Dado que sabía que eso era prácticamente imposible trató de comprar al servicio para que le franquearan el paso, pero no tuvo éxito en su empeño aunque no se dio por vencido. Briard se había impuesto la misión de desvelar los secretos de esas recetas modélicas y propagarlas al mundo desde su columna de prensa, a pesar de que, en su experta opinión, madame de Vaucluse era una amateur y para nada resultaba comparable a los verdaderos profesionales de la cocina que abundaban en Francia y a los que ella apenas hacía mención ni alababa el gusto. Para ello ingenió un plan y lo puso en práctica haciéndose pasar por un ayudante del carnicero que traía un costillar exquisito. La tarde de ese viernes se presentó disfrazado a la puerta de servicio con la pieza a cuestas y se ofreció a llevarlo a la despensa contigua a la cocina. Desde allí y con disimulo entreabrió la puerta en el momento que supuso que los preparativos de la cena estarían en marcha como así era. Desde su escondite vio a Maud y a un par de doncellas ajetreadas que, para su desconcierto, en lugar de cocinar a lo que se dedicaban era a dirigir una orquesta de ingredientes que, ordenadamente y por iniciativa propia, saltaban al puchero, se sumergían en una marinada, se abrían la panza con un afilado cuchillo o, simplemente, se dejaban manejar por aquellas manos expertas. En aquella cocina, más que guisar se hacía magia. Como aquello era sencillamente imposible, achacó esa incongruente visión a los efectos de las drogas que tomaba y por temor a ser descubierto volvió a cerrar la puerta de la despensa y salió sigilosamente de la casa por donde había entrado. Auguste Briard tuvo que respirar hondo y encender un pitillo de opio para volver a tener la sensación de que las alucinaciones que sentía tenían causa justificada. Por la noche, tras la velada, hizo saber ante todo el mundo que daría con gusto su brazo derecho por conocer la exquisitez y el secreto de sus elaboraciones. Dado que Maud no parecía muy receptiva, Briard le confesó en un aparte cuanto había visto esa tarde en la

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cocina y ella le miró de soslayo aunque no mostró mucho interés por sus palabras. Pero en su disimulo no pudo evitar que el ritmo de su respiración se viera alterado y que el tul de su sobrecamisa fluctuara presa de la agitación. Con una excusa logró distraer al crítico fisgón que enseguida se vio atrapado por una pareja seguidora de sus artículos demoledores o ensalzadores de la reputación de los más afamados chefs del país que eran sometidos a su juicio inapelable. Su vanidad fue suficientemente colmada. Un poco más tarde, Maud fue a su encuentro y con disimulo le hizo indicaciones para que la siguiera. Cuando llegaron ante la puerta de la cocina le miró con una mezcla de sobrecogimiento y resignación y la abrió de par en par para permitirle la entrada a aquel tempo de los sabores. Una vez dentro, cerró con llave y se situó a su espalda. Lo que vio Auguste Briard fue algo completamente inesperado pero sólo fue un instante, el tiempo justo para que el marqués de Vaucluse descargara sobre su hombro un golpe certero con un cuchillo de carnicero que le cercenó el brazo tal como había ofrecido el crítico por conocer los secretos de aquella cocina. Y ya no vio mucho más antes de caer desmayado por el dolor. El viernes siguiente, última cena de la temporada, se presentó un nuevo plato a la mesa. Parecía un roast beef pero su carne era uniformemente rosada y su sabor era mucho más suave. Del crítico Briard nadie volvió a saber nada ni tampoco se le echó de menos. Luego, el verano en Deauville se hizo interminablemente largo esperando el regreso de las maravillosas cenas que salían de la cocina de Maud.

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Trampas en el solitario 24/01/2011

He hablado alguna vez acerca de un jefe que tuve hace años que pasaba por ser de “estilo democrático”. Quiere esto decir que, a primera vista, no pretendía imponer su criterio sino tratar de compartir contigo su visión y buscar el consenso. Si lo lograba, las cosas se hacían ya no porque las mandara sino porque a ti te parecía lo correcto, pero te tocaba apechugar con las consecuencias quedando él al margen de las críticas o del fracaso. Si no lo lograba, te dejaba meditando hasta que se salía con la suya o tenía otra ocurrencia más descabellada. Aquella fue una época difícil porque cada vez era menos previsible en sus pretensiones y obviaba las dificultades que entrañaba poner en marcha muchas cosas que se le ocurrían y que tal vez, como se dice ahora, no tocaban. Además, no había garantía de que, llegado el momento, te apoyara en las decisiones que tomabas. Nunca me he sentido más solo y he comprendido mejor la soledad de los corredores de fondo. Aunque han pasado los años sigo acordándome de él. Más de lo que yo quisiera. Y si me acuerdo tanto es porque veo comportamientos similares por todas partes. En este momento en que nadie quiere aparecer como responsable, tomar decisiones es sumamente difícil, más que nunca, y preferimos ejecutar las órdenes que nos dan a empujar nuestras propias iniciativas, en el caso de que las tengamos. En estos tiempos, tipos como mi exjefe deben ser felices porque se ven rodeados de una cohorte dispuesta a ejecutar sus planes sin rechistar, pero no sé qué ocurrirá con los ejecutores cuando las cosas se tuercen. Tal vez se sientan como el personaje de la foto, jugando una partida de ajedrez contra ellos mismos y con la necesidad de hacerse trampas en el solitario para que, en el caso de que algo salga mal, no sean señalados como únicos responsables. La inseguridad, que es una forma de miedo, nos tiene cada vez más atenazados. No sólo es que el teléfono suene menos veces, es que incluso cuesta descolgarlo para hacer una llamada por suponer la respuesta que recibiremos. Hay tanto pánico que hasta estamos dispuestos a consolarnos cuando vemos que a otros les va peor. Cada vez es más frecuente oír con añoranza cómo era de plácida la vida antes, en lugar de procurar ver cómo salimos de esta. Y así no puede ser. Comentaba el otro día con un amigo cómo es posible que la cosa no estalle en un descontento popular generalizado. Y me recordaba mi amigo aquella famosa cita: Cuando vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, porque yo no era judío. Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar. Viendo lo que está sucediendo estos días en Túnez, me pregunto cuánto es posible

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soportar para que una vez estalla la ira contenida ésta no sea contagiosa y acabe con todo. Ayer mismo, 34.000 personas salieron a la calle en Bruselas para protestar por la mala gestión de la crisis por parte de un gobierno interino que empieza a sentir las dudas de los mercados sobre su deuda pública. Aquí, mucho más cuestionados que los belgas, gobierno, sindicatos y patronal siguen permanentemente reunidos sin luz ni taquígrafos para ver de alcanzar un acuerdo que se presume sumamente complicado antes de que el próximo día 28 el gobierno presente su propuesta de aplazamiento de la edad de jubilación. Pero nadie sale a la calle y eso que tenemos la sangre mucho más caliente que nuestros socios comunitarios. Las trampas en el solitario se suceden a diario. Todo parece fiarse a que el tiempo pase, a ver qué pasa. Y lo que pasa es que, de momento, no pasa nada.

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Minoría absoluta 28/01/2011

Este es el nombre de una productora catalana de televisión que se distingue por sus ácidos programas de humor. El nombre siempre me ha sonado a contracultural y me ha hecho gracia. Desde hace un tiempo, me interesan aquellos que mantienen posturas que se quedan en minoría y hasta me enternecen porque, en este planeta de lo políticamente correcto, hace falta tener muchas narices para ir contracorriente en términos absolutos. Viene esto a cuento porque desde hace unos días me he puesto a observar este tipo de posturas y lo primero que he constatado es que no son tan pocas como me imaginaba. Hay mucha gente dispuesta a quedarse en minoría absoluta. Una ventaja de quedarse en minoría es que casi siempre se acaba cumpliendo aquello de que tener razón demasiado pronto es como perderla (cita de mi adorado jefe al que hacía referencia en el post anterior). Esta aparente contradicción me interesa especialmente porque si tienes razón pero no es el momento de que tu visión prospere será rechazada, aunque puede que el tiempo ponga las cosas en su sitio. En el ámbito empresarial esto muy es frecuente. Alguien decide hacer algo y de repente otro se acuerda de que eso ya se le ocurrió a Martínez. ¿Martínez? Sí, ese que se fue a la competencia y ahora es director general. ¿Y por qué no se hizo? No sé, igual no era el momento… y además estaba medio loco. En otros ámbitos tampoco es infrecuente, por ejemplo cuando alguien tiene una visión ¡he tenido una idea! ¿pero funcionará? Eso no lo sabremos hasta que la ponga en práctica. No sé, los experimentos mejor con gaseosa. En efecto, ser minoritario absoluto no es tan infrecuente. Ni tan malo. Los procesos creativos basados en las tormentas de ideas, también conocidos como brainstorming, consisten en lanzar el mayor número de propuestas en un corto espacio de tiempo para analizarlas después y escoger las más “viables” para su desarrollo. Echando un vistazo hacia atrás se puede hacer un hall de la fama de ideas que, en su día, quedaron en minoría absoluta: la bombilla eléctrica, los ordenadores personales, el Apple Newton (léase PDA), la microelectrónica. Hay miles. Y eso sólo por citar algunas que luego han prosperado y que forman parte de nuestra vida diaria. ¡Cuántos Martínez hay por el mundo que han tenido que cambiar de aires para desarrollar su sueño! En la época dorada de las punto.com, cuando lo que sobraba era dinero para financiar casi cualquier idea, prosperaron los Tuesday parties que eran verdaderas orgías de ideas alocadas en su mayor parte pero que solían encontrar mecenas. Si no eran lo suficientemente disparatadas se quedaban en minoría absoluta. Veamos alguna: twitter, facebook, cloud computing. Todas ellas tuvieron que esperar el batacazo de las más descabelladas y además, casi ninguna necesitó una inversión millonaria para salir adelante. La minoría absoluta me pone. ¿Y a ti?

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Libro de Bitácora (Enero 2011) 31/01/2011

Enero ha venido cargado de noticias de todo tipo que deberé resumir mucho para dar cabida a lo mucho que ha sucedido. Para la Inteligencia de las Emociones el año empezó con fuerza y una ráfaga de post que, en vista del seguimiento que han tenido, creo que ha sido de lo más fecundo. Este mes empezamos hablando de los boicoteadores interiores (la consciencia y los cíclopes), hicimos una intrusión en el mundo de lo simbólico (Símbolos), descompusimos los ingredientes de las emociones (Química emocional), vimos los secretos que guardaba la cocina de Maud, nos hicimos trampas en el solitario y acabamos declarándonos en minoría absoluta, circunstancia en la que por lo visto, nos encontramos casi todos. Y aquí van algunas de las cosas que he anotado en mi libro de bitácora:

El año empezó con algunas alentadoras noticias. En primer lugar, las cifras de paro bajaron en 10.200 personas. Menos da una piedra, aunque luego los datos de Enero han marcado un nuevo máximo de parados. Ya pasan de 4.700.000. Asimismo y para dar un impulso a la economía dos comunidades autónomas del PP (Madrid y Murcia) adelantaron el inicio de las rebajas al 2 de enero con lo cual los ciudadanos pudieron hacer sus compras de Reyes a menor costo y la verdad es que viendo la afluencia a las tiendas, nadie diría que estamos en crisis.

El amigo chino se hizo carne entre nosotros representado por su viceprimer ministro Li Keqiang quien se pasó unos días por aquí para cerrar importantes contratos por valor de varios miles de millones de euros. Según Keqiang “en estos momentos de crisis económica, China se siente obligada a unirse a España y a la Unión Europea para abordar juntos la salida de la crisis. No venimos con las manos vacías”. China es un comprador de deuda española y parece que está dispuesta a echar una mano. ¡Bienvenido mister Fu Man Chu

Para los que dudan de que la economía es pura emoción (en este caso miedo o la ausencia de él), recordarles que después de un inicio de año desastroso, el IBEX 35 subió 5,42 puntos en la jornada del día 12 y de 2,67% al día siguiente aunque eso se debió a la fuerza alza de los valores bancarios cuyo peso específico en el IBEX, a falta de empresas con mayor músculo, es demasiado determinante para bien o para mal, o sea para mal. Como refuerzo de esta tesis, el IBEX se volvió a dejar los dientes los días posteriores al anuncio de la necesidad de recapitalización de todas las entidades que estén por debajo del 8%, de capital sobre activos lo que supone hablar de casi todas las cajas de ahorro (que no cotizan pero que penalizan la imagen del sector, además de precisar más financiación internacional que tanto les cuesta conseguir) y una pequeña pero, por sus nombres, significativa parte del resto del sistema bancario.

Por el lado negativo, la inflación se situó en el 2,3% auspiciada por una fuerte subida de los carburantes, el tabaco y la electricidad.

Mi nobel de economía de cabecera, Paul Krugman escribió un artículo en el País que considero de lectura recomendada si no obligatoria en el que describe las alternativas que tiene Europa para salir de la crisis. Como siempre claro, sencillo y entendible.

El día 10 ETA anunció una tregua “permanente, general y verificable” que nadie se ha creído y que a la vista de otros sucesos posteriores en los que anda metido el

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país, está claro que ha sido digerida con prontitud y sin sensación de pesadez. Dicho claramente, que no parece que haya pasado nada.

El fin de semana posterior a Reyes y antes del inicio oficial del año nuevo político, gobierno y sindicatos se encerraron a negociar la reforma de la edad de jubilación con la amenaza gubernamental de hacerlo por decreto el día 28 y la sindical de volver a convocar una huelga general si no se llegaba a un acuerdo. Reuniones maratonianas que finalmente han cuajado en un pacto de amplio espectro por el cual habrá que sacar la calculadora para saber a qué edad nos podremos jubilar y con qué porcentaje de pensión. Es llamativo que Cándido Méndez haya dicho con todas las letras que esos acuerdos sólo han sido posibles por la presencia de un nuevo presidente de la CEOE. ¿Quién se acuerda ya del amigo Gerardo Díaz Ferrán?

Álvarez-Cascos abandonó 34 años de militancia en el PP para fundar un nuevo partido en Asturias. Ardo en deseos de que llegue el 22 de mayo y se celebren elecciones para ver en qué queda todo esto.

El consejero de Cultura de Murcia del PP, Pedro Alberto Cruz, fue salvajemente agredido al parecer por el integrante de un grupo antisistema que, al parecer, en ese momento estaba a 40 kms. de distancia. El motivo, los recortes sociales a los que se ha visto abocado el gobierno regional. Otra hipótesis apunta al ajuste de cuentas, en este caso, para nada vinculado a los recortes sociales.

La ley anti-tabaco (versión 2) se puso en marcha el día 2 de enero. Se ha eliminado el humo de los bares pero el número de colillas en las aceras se ha incrementado una barbaridad. Las llamadas a la objeción de conciencia han sido testimoniales y parece que, como siempre, hemos aceptado la nueva ley con más bravuconadas que protestas.

Se ha cumplido un año del terremoto de Haití y sólo se ha recibido el 20% de la ayuda. comprometida. Hoy los haitianos añoran la época en que simplemente eran pobres. El día 16, fecha que coincidía con la segunda vuelta de las elecciones presidenciales que se han pospuesto por tongo, llegó BabyDoc Duvalier ex presidente y sátrapa “para ayudar” al país. Tardó dos días en ser arrestado ante el desconcierto general y la verdad es que se puede hacer muchas conjeturas sobre por qué ese tipo pudo entrar al país con pasaporte en curso.

En Tucson, Arizona, se ha producido un nuevo episodio de violencia en el que ha muerto, entre otros, un juez federal y una niña de 9 años, además de resultar gravemente herida la congresista demócrata Gabrielle Giffords. Se ha abierto un debate acerca de la crispación política que en USA está pasando del castaño oscuro a cuenta de las iniciativas incendiarias del Tea Party que ahora se desdice de toda responsabilidad. Siempre han sido de tiro fácil los americanos, pero ahora parece que han pasado de las palabras a los hechos. Obama estuvo sembrado con el discurso de recuerdo a las víctimas hasta el punto que ha bastado para mejorar sus índices de aceptación. Se cumple de nuevo eso de que no hay mal que por bien no venga.

Dilma Rousseff tomó posesión como presidenta de Brasil, el mismo día en que Lula regresaba a su modesto piso en Sao Paulo (toda una metáfora) para aparecer a la mañana siguiente en un resort de vacaciones reservado a los VIP y financiado por el gobierno. Rousseff, ex guerrillera reconvertida, supone una línea continuista muy interesante y una demostración de que se puede ser de izquierdas y convertir a su país en una potencia mundial de primer orden.

Estamos esperanzados con la revolución democrática de Túnez, un país querido aunque sólo sea porque tengo familia viviendo allí. Lo que no pudo conseguir nadie lo logró Mohamed Bouazizi, un modesto verdulero que se quemó a lo bonzo como

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protesta por la enésima cacicada de las autoridades de su pueblo. Desde entonces, los tunecinos no han dejado de estar en la calle exigiendo que se borre del mapa cualquier vestigio de la época de Ben Alí y confío en que lo logren. Como sucede tantas veces, ese terremoto ha tenido reflejo en los países de la zona (Libia, Marruecos y Argelia) y probablemente el mes que viene haya que hacer mención a la caída del régimen de Moubarak en Egipto.

El Balón de Oro ha sido para Messi. Quién si no. No es que no lo merezca como mejor jugador del mundo pero me hubiera gustado que se lo llevara Xavi pero no ha podido ser.

Como consecuencia de la operación Galgo de antidopaje, el ex ciclista Alberto León de 37 años, se ahorcó el pasado día 11. Algo mucho más tenebroso de lo que parece asoma detrás de todo esto y seguro que conforme avance la investigación y conozcamos más detalles se nos pondrá los pelos de punta… o no, porque creo que ya estamos acostumbrados a no escandalizarnos por nada o por todo.

Tengo la sensación de haberme dejado muchas cosas en el tintero, que seguro sabréis disculparme, pero no quiero terminar sin rendir homenaje a Sebastián Jiménez, que no conoce casi nadie, pero que ha fallecido hoy en un accidente de moto. Descanse en paz.

La frase del mes ha sido de Joaquín Sabina y decía “No hay nostalgia mayor que la de aquello que jamás sucedió”. Ahí queda eso.

Y por último y como siempre, quisiera dar las gracias a todas aquellas personas que se han pasado por aquí aunque no hayan dejado rastro. A unos y otros, muchas gracias.

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Hagamos el humor 04/02/2011

He sido invitado a dar una conferencia este verano en Noja sobre una de las múltiples variantes que tiene el mundo de las emociones y como siempre que me hacen un encargo de esta naturaleza tengo la sensación de que no sé cómo focalizar la petición cumpliendo las expectativas de los organizadores. Las emociones tienen tantas facetas, se manifiestan de tantos modos, abarcan tantos espacios que, por mucho que se intente concentrar en algún tema monográfico, siempre se acaban desbordando de forma que, a pesar de que querías hablar de una cosa, acabas hablando de otra. Últimamente recurro al uso del humor como hilo conductor porque permite hablar de cosas serias sin que nadie se aburra e incluso pueda resultarle ameno, al menos para una parte de la audiencia. Releyendo algunas de mis charlas, acabo teniendo la sensación de que igual valdrían como guión para monólogos del Club de la Comedia. En eso, me inspiro en la admirada Leila Navarro, maestra de la comunicación, aunque como no soy brasileño, ni tengo sus tablas, ni me visto, ni maquillo, ni bailo como ella la cosa ascaba cogiendo otros derroteros. Todo empezó con una charla a la que me invitaron a dar y cuyos destinatarios eran auditores internos de empresa, un colectivo de natural circunspecto y más centrado en lo formal que muchos otros, además de encorbatado desde el día de la primera comunión como los notarios de antes. El tema que habían escogido era una síntesis (tan concentrada como un perfume) de un seminario de dieciséis horas de duración que tuve que exponer en cuarenta y cinco minutos. Me entró tal pánico escénico que no se me ocurrió otra cosa que recurrir al humor y la cosa salió tan bien que los organizadores no recordaban haber visto reír a alguno de los asistentes desde que le conocían, así que me decidí a reflexionar sobre el particular. El humor permite introducir conceptos profundos siempre que los enlaces con situaciones chocantes. Por ejemplo, muchos creen que somos distintas personas en el trabajo y en la vida “real”, pero no es cierto. Lo que es cierto es que nos comportamos de forma distinta y para ilustrarlo puse el ejemplo de cómo reaccionamos cuando viajamos en hora punta en el metro y vamos como sardinas en lata. A veces hay tan poco espacio que es imposible evitar el contacto físico y no pasa nada. Ahora bien, si al coger un ascensor hay suficiente espacio y alguien se nos acerca demasiado nos sentimos verdaderamente incómodos. ¿Somos distintas personas? No, simplemente nos comportamos de acuerdo a distintos patrones. Esto contado con gracia y un poco de mímica da unos resultados estupendos. Hablar de los roles sociales puede resultar muy tedioso, pero si lo haces colocándote una nariz de payaso la cosa se entiende de maravilla. ¿Quién soy yo, el payaso o el que está detrás de esa ridícula nariz? Si hablas sobre las cosas que afectan a la autoestima no hay nada tan eficaz como contar la historia de un tal Jiménez que fue felicitado por un ascenso que no esperaba ni creía merecer. Conforme el otro se deshacía en elogios y el ego de

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Jiménez crecía y crecía, uno que pasaba a su lado terció. No es ese Jiménez, es Giménez, que no te enteras. Siempre es mejor deleitar que impresionar sobre el conocimiento que se atesora. Y en esto vemos una manifestación de cómo es nuestro comportamiento emocional. El deleite acerca, busca puntos en común, nos pone en el mismo plano porque me dices las cosas de una forma que puedo comprender y vivenciar mientras que demostrar todo cuanto sé y tú no crea el efecto contrario porque genera distancia, pequeñez y rechazo. Nuestros comportamientos emocionales condicionan extraordinariamente buena parte de los éxitos o fracasos no sólo en el plano personal sino también (y esto es muy importante) en el plano profesional. Vendedores y profesores, por ejemplo, lo saben muy bien. Un vendedor logra su objetivo más fácilmente si es capaz de hacerte recrear las satisfacciones que te reportará el producto. Un profesor sabe que si no implica al alumno éste no aprenderá. Un padre que no sepa que cuando riñe a su hijo pequeño es mejor que se agache y se ponga a la altura de sus ojos para que el niño no le vea como un gigante está condenado a generar angustia y miedo. Todos necesitamos trabajar nuestro lado emocional y especialmente tener en cuenta las emociones de nuestros interlocutores. Eso lo sabemos bien pero nos aplicamos poco porque nos supone un esfuerzo. Las más de las veces tratamos de ser amables, como si eso fuera un hecho extraordinario pero dando esto por supuesto, lograríamos mejores resultados si tratáramos de sorprender haciendo o diciendo algo que llame la atención por inesperado. ¿Por qué nos gusta Mr. Bean? Porque se comporta de un modo no predecible. ¿Por qué nos acaba cansando Mr. Bean? Porque siempre se comporta del mismo modo y se convierte en alguien predecible. En mis charlas suelo recurrir al humor pero eso es porque nunca son la misma audiencia. Por eso lo de Jiménez con J o con G hace gracia y me sirve para explicar la autoestima y que la gente lo entienda mejor. Pero no podría hacer lo mismo en otra charla con la misma audiencia. Vaya, acabo de chafar un montón de audiencia potencial, qué se le va a hacer. Tendré que inventar nuevos recursos.

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Ínsulas organizacionales 09/02/2011

Como casi todo el mundo sabe, las organizaciones de todo tipo tienden a ser estructuras complejas que tienden a una complejidad creciente dado que cada nueva función que aparece necesita ser reflejada en una nueva cajita del organigrama. Las empresas, por tanto, han tendido a expandir y a perpetuar un modelo vertical y jerarquizado cuya última razón de ser es el aseguramiento del control a través de la división de poder. La comunicación en este tipo de estructuras tiene que ser necesariamente deficiente a pesar de contar con múltiples canales formales que, no obstante, deben ser reforzados periódicamente por otros canales informales que aparecen, precisamente, como parches que tratan de suplir las reiteradas deficiencias de comunicación. Mintzberg estudió prolijamente el flujo de las organizaciones para concluir que las empresas son organismos vivos e interconectados pero en circuito cerrado, faltaría más. Sabemos desde hace tiempo que, con independencia de lo que a nos dediquemos, ocupamos hasta un 80% de nuestro tiempo en “comunicarnos” lo que equivale a decir que lo hacemos de forma sumamente ineficaz. Si vemos lo que ocurre en muchas empresas eso es fácilmente constatable. La visión corporativista de los departamentos generan múltiples barreras de entrada. El departamento A se ocupa de que nadie sepa lo que se cuece en su interior. El departamento B hace exactamente lo mismo y así sucesivamente. Es una forma de proteger su poder, pero aún y así los ejecutivos no paran de decir que la comunicación debe mejorar. Y tienen razón, pero nadie está dispuesto a mover un dedo para que así sea. Hace tiempo describimos este fenómeno como “organizaciones en chimenea” y con esto queríamos representar el comportamiento proteccionista, pero sobre todo autárquico de esas estructuras. En efecto, toda estructura de ese tipo trata de retroalimentarse, de darse satisfacción a sí misma antes que a sus clientes internos y externos máxime si ello supone que tienen que hablar entre ellos. Las disputas corporativistas están a la orden del día y muchos hemos sufrido en nuestras carnes esta quemazón. Administración no se habla con Ventas, Comercial trata de puentear a Marketing y Sistemas logra concitar la animadversión del resto de los departamentos porque ellos, además de autárquicos, también parecen ser autistas. Si nos dedicáramos a observar las organizaciones como si se tratara de una colmena de abejas veríamos esto con toda claridad, sólo que si fuéramos abejas no lograríamos producir ni un solo gramo de miel. Y a pesar de todo las empresas parece que funcionan, dan servicio, pero a un altísimo precio en términos de ineficacias de todo tipo que alguien tiene que pagar. Mi amigo Liberto Pereda ha experimentado con los liderazgos informales que se producen en las empresas y ha llegado a potentes conclusiones. Resulta que con independencia del organigrama oficial (que describe en definitiva relaciones e

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interdependencias formales) cuando se pregunta a la gente con quiénes se relacionan para solucionar sus problemas diarios (léase cumplir con sus obligaciones) se descubre que los verdaderos interlocutores tienen dos características: no sólo no son los responsables funcionales sino que muy a menudo ocupan posiciones jerárquicas muy bajas. Es decir, que la organización ¡funciona a través de canales informales! Si el jefe se pone enfermo no pasa nada, pero si enferma el administrativo del departamento Z o la recepcionista o… la organización se detiene o se vuelve loca. Pero llevémoslo al plano de la comunicación. Si nos imaginamos la vida de las organizaciones como un río, la comunicación sería como pequeñas barquitas que deberían llevarnos de una orilla a otra o de un puerto a otro no sólo a tiempo sino sin que se provocaran colisiones, atascos o sin tener que vigilar que otra barquita más enrollada se colara o se saltara un semáforo en rojo. Justo lo que no sucede en la estructura formal y lo que sí se produce de forma natural en las estructuras informales que describe Liberto Pereda. Luego el problema está claro porque siguiendo con el símil del río el agua siempre encuentra un cauce de salida. En las “colmenas” formales no se produce miel pero en las informales sí, aunque de espaldas a lo definido formalmente. Sorprende la perpetuación del error. Y todavía es más sorprendente que no sea evidente para el más sagaz de los ejecutivos. La comunicación da poder, por no decir que es el verdadero poder (cabría entonces preguntarse quiénes son los verdaderos líderes si los jerárquicos o los naturales) y a pesar de ello seguimos viendo la perpetuación de las ínsulas organizacionales que sólo se satisfacen a sí mismas. Uno de mis clientes tiene perfectamente organizada una red de información, por supuesto informal, que le mantiene al tanto en tiempo real de lo que sucede en su empresa. Conviene matizar que esa red es de abajo arriba. Según me confiesa, cuando le comunican oficialmente lo que sea, él hace tiempo que ya lo sabe y si es posible ya ha actuado en consecuencia. ¿Debo hacerme el loco? me dice. Difícil respuesta. Pero lo que es verdaderamente llamativo en este caso es que se demuestra que la información desde la base hacia la cúpula puede ser muy eficaz… siempre que no se siga los canales reglamentarios. Tal vez por eso, desde siempre el mejor método para que se sepa una cosa ha sido contársela a alguien añadiendo, y no se lo digas a nadie que es un secreto. En fin, que no salga de aquí.

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Edgar Morin, una mente lúcida 15/02/2011

Preparando un proyecto, he tenido la oportunidad de revisitar “Los Siete Saberes” un ensayo especialmente inspirador que Edgar Morin escribió bajo el patrocinio de la UNESCO relacionado con el futuro de la educación a mediados de los años noventa. Para los que no lo sepan, este anciano próximo a cumplir 90 años, es un filósofo francés, entre otras cosas ex militar y ex comunista, brigadista internacional en la Guerra Civil española, voz lúcida de los sucesos de Mayo del 68 y una de las voces más determinantes de lo que desde hace unos años viene conociéndose como neurociencia, lo que demuestra según su teoría, actualmente muy aceptada, que los enfoques multidisciplinares enriquecen. Edgar Morin es el creador del Pensamiento Complejo que sostiene que la realidad se comprende y se explica simultáneamente desde todas las perspectivas posibles. Se entiende que un fenómeno específico puede ser analizado por medio de las más diversas áreas del conocimiento, mediante el "entendimiento multidisciplinar", evitando la habitual reducción del problema a una cuestión exclusiva de la ciencia que se profesa. Dicho de otra forma, que sólo desde la comprensión del todo se puede profundizar en las partes, lo que supone un canto a la interacción disciplinar en la que siempre he creído. Algo parecido a lo que sucedió en el Renacimiento. Y ya sabéis que siempre he mantenido que estamos a las puertas de un nuevo renacimiento. En este ensayo que transita entre lo racional (que no racionalista) y lo emocional (que no simplón) de la naturaleza humana, he seleccionado algunos párrafos que me han parecido especialmente interesantes y que he marcado entre comillas. La primera reseña tiene que ver con la crítica a la compartimentación del conocimiento a través de la híper especialización y dice: “Las realidades globales, complejas, se han quebrantado; lo humano se ha dislocado; su dimensión biológica, incluyendo el cerebro, está encerrada en los departamentos biológicos; sus dimensiones psíquica, social, religiosa, económica están relegadas y separadas las unas de las otras en los departamentos de ciencias humanas; sus caracteres subjetivos, existenciales y poéticos se encuentran acantonados en los departamentos de literatura y poesía. La filosofía que es, por naturaleza, una reflexión sobre todos los problemas humanos se volvió a su vez un campo encerrado en sí mismo”. Morin considera que el conocimiento es indisociable de lo que él llama la inteligencia general entendiendo como tal aquella que trata de comprender el contexto y la globalidad en los que opera el conocimiento. Y pone algunos ejemplos. “La economía, que es la ciencia social matemáticamente más avanzada, es la ciencia social y humanamente más atrasada puesto que se ha abstraído de las condiciones sociales, históricas, políticas, psicológicas, ecológicas inseparables de las actividades económicas. Por eso sus expertos son cada vez más incapaces de interpretar las causas y consecuencias de las perturbaciones monetarias y bursátiles, de prever y predecir el curso económico incluso a corto plazo. El

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error económico se convierte, entonces, en la primera consecuencia de la ciencia económica”. Como precursor involuntario del Coaching ontológico, el que trata sobre el ser y el siendo, analiza la potencia de las emociones y del cuerpo que se expresa a través de los actos lingüísticos señalando que “Es interesante que los humanos seamos gemelos por el lenguaje y separados por las lenguas” a lo que añade “El tesoro de la humanidad está en su diversidad creadora, pero la fuente de su creatividad está en su unidad generadora”. Es decir, los humanos somos seres esencialmente iguales con independencia de nuestra raza, religión o cultura porque todos compartimos unas formas de manifestación idénticas basadas en las emociones y sobre todo, en la expresión de éstas. Para él, el paradigma determinante en términos de educación está relacionado con el fin de la capacidad de predicción del futuro que, en su opinión, terminó con el estallido de la primera guerra mundial, dando paso a la noción de incertidumbre en la que estamos instalados desde entonces pero a la que todavía no nos hemos acostumbrado. “Una gran conquista de la inteligencia sería poder, al fin, deshacerse de la ilusión de predecir el destino humano. El porvenir queda abierto e impredecible. El conocimiento es una aventura incierta que conlleva en sí misma y permanentemente el riesgo de ilusión y de error. Es navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certezas”. Probablamente no nos quede Edgar Morin por mucho tiempo, pero releyendo este ensayo que escribió en plena guerra de los Balcanes, es decir, hace más de quince años, uno no deja de entristecerse porque personas mucho más jóvenes que él tengan visiones tan reduccionistas de las cosas.

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La puerta verde 21/02/2011

Después del trabajo Jairo acostumbraba llegar a casa hacia las siete y media de la tarde. Salía de la oficina de contaduría al filo de las seis pero le gustaba entretenerse un poco callejeando por la ciudad para desentumecer sus músculos antes de recogerse en el apartamento que compartía con su hermana Mirta. Ella no ponía condiciones de puntualidad ni de ningún tipo a su hermano mayor con el que convivía desde hacía años, después de que ella enviudara. De todas formas, Jairo siempre llegaba con tiempo suficiente antes de la cena. Le gustaba sentarse en la butaca del salón aprovechando los últimos rayos de sol que entraban por el ventanal mientras releía las páginas de economía y sociedad de El Mercantil mientras Mirta terminaba de poner la mesa. Su hermana hacía eso todas las noches un poco antes de que comenzara el noticiero de la radio. Antes, había estado escuchando el serial mientras planchaba las camisas de Jairo, zurcía algún calcetín roto o tricotaba uno de los jerseys que le regalaba dos veces al año, uno por Navidad, el otro por su cumpleaños. Llevaban tantos años juntos que ninguno de los dos sabía cuántos de esos jerseys estaban durmiendo en la cajonera sin siquiera estrenarlos. A las ocho de la tarde servía la cena. Frugal, conforme a las normas impuestas en vida de la madre. Frugal, porque la economía era un asunto siempre mal resuelto para un simple contable. Frugal, porque a Mirta no le gustaba cocinar pero sí poner la mesa como si se trata de un banquete. Luego los dos hermanos volvían a sus butacas y departían un rato sobre las noticias del día antes de despedirse y marchar cada uno a su habitación. Pero un día Jairo no apareció. A eso de las nueve de la noche Mirta recogió la mesa y guardó la vajilla, se sentó en su butaca y esperó un par de horas más antes de retirarse a su habitación. A la mañana siguiente, Jairo todavía no había regresado y Mirta tuvo tentaciones de llamar a la oficina donde estaba empleado pero entonces se dio cuenta de que ni siquiera contaba con el número de teléfono. A las siete y media de esa tarde oyó el forcejeó de las llaves en la cerradura de la puerta y se sintió aliviada cuando reconoció la voz de su hermano que anunciaba que ya estaba de vuelta. Jairo se quitó la chaqueta, se aflojó el nudo de la corbata como hacía siempre y luego siguió con el ritual de todas las tardes, pero no dio ninguna explicación a su hermana quien tampoco se la pidió limitándose a volver a poner la mesa como si nada hubiera pasado. Fue durante la cena cuando Jairo le contó que la tarde anterior, mientras iba de regreso a casa, se quedó prendado de una puerta verde que tenía un hermoso timbre de latón brillante. Era como la de nuestra casa de niños, Mirta ¿te acuerdas? Era como la de casa, repetía una y otra vez. Estuve observando esa puerta y ese timbre durante mucho tiempo sin que nadie entrara ni saliera, pero del interior de las ventanas llegaba luz. Ya era de noche

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cuando me acerqué decidido a pulsar aquel botón. ¡Qué atrevimiento Mirta! ¿No crees? Pero no tuve valor y al rato volví a cruzar la calle y me quedé mirando desde la distancia ni sé por cuánto tiempo. La hermana le escuchaba mientras daba pequeños sorbos de la sopa de calabaza pero no decía nada, sólo asentía para que Jairo no fuera a pensar que no le prestaba atención. ¿Te acuerdas Mirta de nuestra casa? Esa sí que era hermosa con sus ventanales a la calle, con sus escaleras de madera que retumbaban cuando bajábamos por ella a la carrera. Pues la que vi tenía la puerta verde como la nuestra. Y un brillante botón en medio. ¿Sería del mismo arquitecto? Nunca más vi una puerta tan linda como esa hasta ayer. Ahora Mirta entendía lo que pasó la noche anterior, pero no pidió ni dio explicaciones como era su costumbre. En el noticiario daban cuenta de que al presidente Kennedy le acababan de asesinar en Dallas, un energúmeno parecía ser el responsable. Como buen liberal, Jairo admiraba a Kennedy y a los demócratas. A menudo hablaba con alguno de sus compañeros de oficina acerca de ese hombre que parecía tenerlo todo a favor o en contra, según se mirase. A Mirta, Kennedy le daba igual, sus nociones políticas eran insignificantes, pero la noticia hizo que Jairo prestara atención al suceso y dejara en suspenso su historia de la puerta verde. Luego, ya sin hambre, se sentó en la butaca esperando a que su hermana recogiera la mesa y le acompañara un rato para seguir hablando de Kennedy, de la puerta verde o de otra cosa. Pero hoy, no sabía por qué, se había olvidado El Mercantil en la oficina. Y eso sí que era un contratiempo porque no podría leerle a su hemana. Mirta le trajo una infusión que se tomó antes de preguntarse si le apetecía y al poco se quedó dormido. La hermana le tapó con una manta ligera y allí le dejó descansando. Jairo había pasado toda la noche frente a la puerta de su casa. Pronto ya no conocería a nadie. Y lo peor era que ella tampoco estaba ya para muchos trotes.

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Libro de Bitácora (Febrero 2001) 28/02/2011

Febrero ha sido un mes corto pero muy intenso en el que La Inteligencia de las Emociones ha tratado de estar a la altura, a pesar de que, en algunos momentos los acontecimientos han ido más rápidos. Este mes han sido pocos los post, pero creo que todos muy intensos. Hagamos el humor, Ínsulas organizacionales, Edgar Morin una mente lúcida y La puerta verde, nuestro pequeño homenaje al drama del Alzheimer. Y aquí van algunas de las cosas que he anotado en mi libro de bitácora:

A principios de mes se produjo primero el anuncio y luego la presentación de los estatutos de Sortu, el nuevo partido de la izquierda abertzale que trata así de lograr su legalización con vistas a poder presentarse a los comicios del mes de mayo. Por primera vez, puede hablarse de una postura seria en cuanto a la aceptación de principios democráticos, si bien es igualmente probable que en esta ocasión no logren pasar el filtro. La novedad interesante, desde mi punto de vista, es que bastantes voces democráticas han saludado esta iniciativa y se han alineado a favor de su legalización. Veremos los próximos pasos muy pronto.

El Magreb sigue inmerso en una corriente de cambio. Después de Túnez, le ha seguido Egipto y en estos momentos países como Yemen, Bahrein y sobre todo Libia andan a la zaga. Hoy mismo hemos tenido noticias de altercados en Omán, mientras que el rey de Arabia Saudí se ha visto obligado a abrir la mano de las dádivas (dos veces en quince días) para no verse incurso en una escalada de proporciones impredecibles en la región. Marruecos y también Argelia parecen haber parado el golpe después de vivir algunos conatos de rebelión.

Mientras Gadaffi se enroca en su palacio en lo que se espera que sea el asalto final mientras somete a su pueblo a una orgía de sangre, hay varias cuestiones que han quedado en evidencia en estos días: que USA no sabe qué hacer, que la UE no pinta nada en la escena internacional y que no hay planes alternativos viables en ninguno de los países involucrados en esta ola de cambio que son más bien en contra de que en favor de.

Consecuencia directa de la desestabilización de una región como ésta productora de petróleo y gas ha sido el alza de precios del crudo, lo que a nosotros nos implica comprometer más si cabe la recuperación de la recesión y el incremento de la inflación que, por lo visto, la hay buena y mala y ésta es mala de rotundidad.

A Rodrigo Rato ex gerente del FMI y actual presidente de Caja Madrid le crecen los enanos por todas partes. Primero, un informe demoledor acerca de su gestión al frente del FMI en el que prácticamente le tilda de tonto e inoperante por no haber predicho el desplome inmobiliario de las subprimes, al tiempo que aplaudía el comportamiento de los colosos financieros que se han ido al traste y luego en la propia Caja Madrid donde el Banco de España le ha recomendado que se reduzca drásticamente el bonus. Pobre Rodrigo, con la voz tan bonita que tiene y lo mal que le quieren.

Nueva Rumasa y viejos hábitos. El mago de los malabares financieros ha vuelto a hacer de las suyas y, de momento, ha generado un agujero de 166 MM. de euros dejando colgados de la brocha a sectores tradicionalmente mal avenidos como son la banca, el propio Estado, los trabajadores que no han cobrado ni la extra de Navidad ni el sueldo de enero y los incautos inversores que, a razón de cédulas de

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60.000 € de valor nominal al tipo del 10% de interés, habían depositado de nuevo su confianza en un malandrín profesional como Ruíz Mateos. Me pregunto cuántos de esos inversores lo fueron al mismo tiempo de Afisa y Fórum Filatélico. Pobre Rayo Vallecano, que estaba a punto de subir a Primera.

Nuestros próceres han tenido una idea brillante como ha sido el anuncio de la limitación de velocidad a 110 km/hora en autopistas y autovías a partir del 7 de marzo. Para ahorrar combustible y provisionalmente, claro. Aunque hay provisionalidades que pueden durar toda una vida. Eso sí, han logrado el aplauso de los conservacionistas medioambientales que piden que la medida sea definitiva. Y ahora no hay que perderse la movida de los ajustes de los más de 550 rádares instalados en nuestras carreteras por nuestro bien, claro, no para recaudar como sí ha reconocido el flamante nuevo Conseller de Interior de la Generalitat. Vivir para ver y a esperar qué se les sigue ocurriendo que ya han avisado que esto no queda aquí. Por si acaso, me he pedido los estatutos de los amish que, al menos, viajan en tartana pero por puro convencimiento y no por imposición.

Este mes falleció Santi Santamaría, uno de los más famosos chefs del país y también uno de los más polemizadores, en la inauguración de su nuevo restaurante en Singapur. A mí personalmente, dejando de lado el sentimiento de su pérdida que comparto, lo que me alucina es los imperios económicos que son capaces de generar estos señores a base de cubiertos a 300 € que, por lo visto, hay muchos que los pagan con tal de poder presumir y eso que es altamente improbable que sea el chef titular quien les cocine porque están permanente ocupados en sus múltiples quehaceres.

El mundo de la farándula sigue produciendo bajas. Este mes, dos actrices tan distintas y distantes entre sí como Florinda Chico y Amparo Muñoz nos han abandonado. Una tenía 84 años y la vida plenamente vivida; la otra tenía 56 y creo que más que vivir la vida se la bebió. No tengo ninguna duda de que todos las conocíamos a ambas.

La frase del mes se la debemos a Aristóteles y decía “Los grandes conocimientos engendran las grandes dudas". Y por último y como siempre, quisiera dar las gracias a todas aquellas personas que se han pasado por aquí aunque no hayan dejado rastro. A unos y otros, muchas gracias.

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Stand by me 06/03/2011

Con mucho gusto de poder compartirlo con todos vosotros. Una entrada diferente.

Imágenes de una época 03/03/2011

En cada época hay unos cuantos hechos trascendentes que la explican. Pero indefectiblemente, esos hechos arquetípicos sólo son reconocibles después de muchos años. Recuerdo cuando iba al colegio y nos explicaban Historia. Las épocas se sucedían unas a otras y cada una de ellas venía ilustrada por un hecho significativo. Por ejemplo, la Edad Moderna se ilustraba a partir del descubrimiento de América, y en clave local, por la toma de Granada. Todo lo demás parecía no tener apenas significación. Me pregunto qué hecho crucial ilustrará el tiempo que nos ha tocado vivir, aunque hablar en nuestro caso de una sola época quizá sea reducir mucho dado que en los últimos diez o quince años parece que han pasado más cosas significativas que en muchas otras épocas de la humanidad. Leía el otro día que la historia parece un vehículo conducido a veinte kilómetros por hora hasta hace cincuenta años en los que se pisó el acelerador. Nadie puede siquiera imaginar cuál será la imagen icónica de la nuestra y sin embargo existirá. ¿Qué aprenderán los niños en el colegio cuando hablen de nosotros? No lo sé. Quizá que nos tocó vivir una parte de la historia en la que hubo de todo, pero eso pasa en todas, así que no lo veo probable. Aventuro algunas hipótesis por las que seguramente muchos apostarían: - La última generación que vivió en la Tierra antes de hacerlo en colonias siderales por haber agotado los recursos del planeta. - La primera generación que aprendió que los gobiernos mandan menos que los mercados. - La última generación en la que se hablaba mayoritariamente inglés antes de que se adoptara el chino mandarín como idioma universal. No me seduce ninguna de ellas. Algunas son meras proyecciones y otras son vehiculares, es decir, que en sí mismas no significan nada si no se ponen en relación con algo mayor. De todas formas, seguro que lo tenemos delante de las narices y no nos damos cuenta. El otro día salía una señora en el telediario quejándose amargamente de que ella trabajaba en AENA y que había escogido ese trabajo porque eso la convertía automáticamente en empleada pública (evitó decir funcionaria que tiene mala prensa con la que está cayendo) y que ahora con la privatización pasaría a manos privadas, cosa contra la que se manifestaba. Pobre señora, qué angustia. Eso significa que podría ser despedida, por ejemplo por baja

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productividad o si se decide que su puesto de trabajo ya no es necesario. Eso sí que marca el cambio de una época y no que China pase a ser potencia hegemónica de facto. Otra posible imagen nos la ofrece el Magreb. Resulta que justo debajo de nuestros pies unos cuantos millones de musulmanes que tienen menos de veinte años de edad media, cultos pero obligados a una vida miserable, se rebelan contra los sátrapas que les han gobernado toda la vida utilizando para su movilización esos inventos del diablo como son Facebook y Twitter. Y además eso se produce sin que nuestra querida Europa, principal cliente de sus recursos naturales, se haya olido la tostada. Todo por culpa de un ingeniero informático tunecino que le dio por prenderse fuego en protesta por el trato vejatorio al que le sometía las autoridades de su aldea y dijo basta. Ya está. La imagen de nuestra época será pues el efecto mariposa que preconiza que el aleteo de uno sólo de estos insectos puede producir cambios a miles de kilómetros de distancia. Veis. Lo teníamos delante de nuestras narices y no lo veíamos. Cuando se explique la historia a los nietos de nuestros nietos, quizá no sea tan relevante las consecuencias catastróficas de una recesión económica sin precedentes como lo que un solo y desesperado joven fue capaz de propagar con un bidón de gasolina y una cerilla. Un cambio trascendente al precio de diez euros, todo lo más. Una inversión super-hiper-rentabilizada que dejará en ridículo la forma en que Rockefeller compraba y vendía cerillas hasta que se hizo uno de los amos del mundo. Colón descubrió América con una inversión más que considerable y marcó una época sin saberlo y ahora Mohamed Bouazizi lo ha hecho con muchísimo menos dinero. ¡La cantidad de consecuencias que de ello podrá extraerse en las escuelas de negocio del mundo entero cuando ese hecho apenas comprensible a día de hoy sea estudiado como caso de todos los casos por parte de sesudos profesores! Claro que para muchos de nosotros, que tenemos mucha menor visión histórica por ser coetáneos a los hechos, ese suceso determinante en grado superlativo igual no pasará de ser una de las muchas noticias que se produjeron en el tercer año de las vacas flacas del inicio de milenio. Espero que, llegado el momento, algún arqueólogo tecnológico rescate este post para poder entender que a alguno no se nos pasó desapercibida semejante señal de los cielos. Al fin y al cabo, es lo que le pasó a un montón de sabios griegos cuyo mayor mérito fue que su obra no fuera pasto de las llamas o de los saqueos.

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Promesas 10/03/2011

Hoy en día sabemos que el lenguaje es activo y que no se limita a describir la realidad, los hechos, sino que en sí mismo es generativo porque tiene la capacidad de crear nuevas realidades a partir del momento que se formulan. Uno de los actos lingüísticos más generativos es la capacidad de formular promesas porque crea un universo de posibilidades que no existía antes. Esa capacidad es exclusiva del ser humano y si bien otras especies usan asimismo de actos lingüísticos en la afección amplia del término que incluye hasta actos no verbales, no hay nadie más que el ser humano con ese atributo. Prometer es, pues, un mecanismo exclusivo. La promesa consiste básicamente en poder coordinar acciones con otros. Sólo si se formula una promesa somos capaces de hacer algo en lo que intervenga más de uno, si no es imposible. Parece raro, pero es así. La interacción necesita de acuerdos y éstos se establecen en base a cosas que alguien acepta hacer por el bien común (promesas) estableciendo por tanto un compromiso. La etimología de la palabra compromiso es precisamente “con promesa” (quién lo hubiera dicho) y a mí me gusta esa idea porque establece un vínculo que antes no existía y sobre todo porque abre a la posibilidad de una nueva acción que en el instante antes de comprometerse no era posible y ahora sí. Una promesa se establece a partir de una petición o de una oferta. La diferencia estriba en la responsabilidad que asume quién la formula. Si yo pido algo y tú te comprometes, entonces es una petición. Por el contrario si tú te ofreces a hacer algo por mí y yo acepto, es una oferta. Lo interesante es que, en cualquier caso, la promesa se cierra si hay aceptación de la otra parte, de forma que muchas peticiones u ofertas no se convierten en promesas porque no hay respuesta o ésta es negativa. Probablemente no somos conscientes de la cantidad de veces que prometemos algo a alguien y puede que seamos todavía más inconscientes de las que no cumplimos porque no sabemos que las hicimos. En nuestro sopicaldo social es muy habitual hacer ofrecimientos que no comprometan. Diríamos que son como promesas hechas de humo que incluyen las condiciones “podría” o “si” de suerte que no nos vinculan, o eso creemos. Cuando estudiamos el fenómeno de la comunicación vemos infinidad de promesas que incluyen cláusulas tácitas de exclusión o liberación del compromiso que nos dejan indemnes ante el incumplimiento. En muchos casos ni siquiera se formulan en condicional, de forma que quien recibe la promesa la da o puede darla por buena generando lo que denominamos malentendidos. Por ejemplo, un contrato es una promesa que parte de una previa desconfianza. Alguien se compromete a hacer algo a cambio de que otro haga algo pero se documenta y en algunos

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casos se eleva a fedatario público. Y teniendo en cuenta la antigüedad de algunos de esos contratos, ya vemos que los humanos no nos hemos fiado nunca de las promesas si no son por escrito y firmadas. En cualquier caso, la promesa obliga y el incumplimiento está socialmente penalizado. Gran parte de los pleitos, en esencia, son reclamaciones por incumplimiento de promesas con o sin contrato y de eso viven los abogados, de un acto lingüístico potestativo de los seres humanos. Si fuéramos peces, no habría abogados ni juristas. Pero cuidado, que jurista viene de jurar que es una cualidad superior de prometer y de eso de jurar ya hablaremos otro día. Lo prometo.

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Teoría de la conspiración 15/03/2011

Una vez constatado que todo lo que no va bien va mal, llega el momento propicio para todos los que aspiran a introducir su particular teoría de la conspiración que es una ley al parecer natural, o en su defecto naturalizada, por la que se rige la especie humana para explicar los fenómenos que se escapan de un análisis causal de los hechos. En todas las épocas se han formulado teorías de la conspiración pero ahora vuelven con inusitada fuerza. La existencia de oscuros clubs como Bildeberg respecto a los cuales se sabe poco o nada a ciencia cierta excepto que están formados por los dueños del mundo generan espacios sobrados para los teóricos de la conspiración. En nuestros días todas ellas tienen que ver con el dinero en cualquiera de sus afecciones. Mercados, divisas, inversiones, refugios, exposición al riesgo son algunas de las variantes más conocidas y propicias en las que ver o adivinar signos de conspiración. Ante tal desproporción de magnitudes y de capacidad de reacción, uno se siente aplastado por la fuerza de los hechos cualquiera que sea quien mueva los hilos. Estos tiempos de crisis han dejado en segundo plano las estrategias al uso para penetrar mercados o adivinar necesidades futuras de los consumidores. Parece que las necesidades básicas ahora son otras y por resumir, todas se centran en la supervivencia que es en realidad a lo único que nos dedicamos los humanos con fruición durante toda la vida. Claro que sobrevivir tiene sus claves y que éstas también parecen influidas por los conspiradores que, como todos, pretenden que el agua no les llegue a la nariz aun a costa de que otros queden sepultados. Hoy en día las estrategias empresariales interesan poco porque son muy parecidas aunque con resultados distintos. Parece que algunas ganan más dinero ahora que antes de la crisis. Si uno ve la lista Forbes de los más ricos del mundo se da cuenta de que siguen en cabeza los que se dedican al sector servicios que es una categoría demasiado amplia para englobar un tipo de actividad concreta. Tan amplia que ha sido necesario reclasificarlo en “industrias” del ocio, del espectáculo, de telecomunicaciones, etc. Pero dudo mucho que éstos hayan escalado posiciones sólo o fundamentalmente a causa de los dividendos generados por sus imperios. Más bien habría que “echarle la culpa” a los rendimientos de sus activos financieros. Y los únicos activos financieros que dan fuertes réditos en estos momentos son los que juegan a la contra de la economía, es decir, las deudas soberanas. Claro, eso es porque están metidos en la pomada de la conspiración dirán muchos. No, eso es porque son la conspiración misma, dirán otros. Depende a quién se lo preguntemos, pero en cualquier caso todos siguen un esquema nada conspirador: no quieren tener razón sino que sólo pretenden obtener resultados.

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Si a alguno de nosotros se le ocurriera preguntarle a su entidad financiera cómo obtiene los rendimientos de nuestro fondo de pensiones se llevaría las manos a la cabeza porque seguramente descubriría que, sin saberlo, está implicado en los mecanismos de la teoría de la conspiración que acosa a las economías PIGS de la que formamos parte. Demoledor, pero cierto. ¿Sacaríamos nuestro dinero de esos fondos? No, porque lo que queremos son los resultados que nos garanticen la supervivencia. Bueno, esto cierra el círculo de la conspiración. Sólo es posible la conspiración si formamos parte de ella aunque sea como pringados. Otra cosa es crearla, que eso ya no está al alcance de cualquiera.

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Imagine 18/03/2011

Este viernes incierto por la crisis nuclear de Japón quiero dejaros esta pequeña joya colaborativa con la esperanza de que, a pesar de todo, no olvidemos que nos tenemos unos a otros. Feliz fin de semana.

Homenaje al viajante 21/03/2011

Acabo de leer un post en un blog amigo que ha logrado despertar en mí un cúmulo de sensaciones, lo que no es una novedad pero conviene señalar en este caso. Lo que queda de la lectura es la intrahistoria, que como bien me enseñó una amiga hace ya un montón de años, es lo verdaderamente esencial de todo lo que se cuenta. La intrahistoria precisa de un conocimiento suplementario ya sea de lo que se cuenta o de quién lo cuenta y mejor si se dan ambas circunstancias. En este caso, se daban. La historia en sí ya era suficientemente jugosa porque hablaba de cómo un día torcido puede enmendarse de forma inesperada con un suceso no previsible en el contexto en que uno se encuentra inmerso. Era como si en un día para olvidar uno acabara encontrando un buen motivo para creer en la vida. Lo que esta tarde me lleva a hablar de sucesos inopinados tiene que ver con haber vivido mucho, con haber viajado mucho y con haberse sentido muchas veces colocado en un lugar al que uno no pertenece, cosa que les sucede a los viajeros pero no a los turistas. Los viajeros son gente que pasa por los sitios pero sobre todo son gente que logra no sin esfuerzo y práctica que los sitios pasen por ellos. Cuando eso sucede, se puede hablar de intrahistorias que sobrepasan la categoría de anécdotas derivando a menudo en metáforas. Las metáforas son regalos que se nos brindan y que nos permiten entender lo que hay detrás de conceptos abstractos o difusos. Una metáfora perfecta de viajero es viajante, que se distingue del primero porque el motivo de sus desplazamientos es buscarse la vida y de esa forma superar el concepto de dandy vividor que se esconde tras la romántica y falsa idea del chollo que supone viajar que no es otra que hospedarse en hoteles sin personalidad, aprender cuanto antes que conviene ocupar el lado de la cama contrario al que se encuentra el teléfono por estar menos usado, acostumbrase a cenar las más de las veces en completa soledad escogiendo entre platos que no aportan ningún placer y llamando a casa como paso previo a encender la tele mientras se repasa la agenda de la mañana siguiente. Hoy apenas quedan viajantes aunque conozco a algunos de esos pocos. Les veo haciendo cosas heroicas como ayudando a sus hijos con los deberes escolares a cientos de kilómetros de distancia, preocuparse por los resultados de una cita médica de algún familiar, dando

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ánimos a sus próximos por cosas aparentemente sin importancia pero que saben que agradecerán y sobre todas las cosas, sintiéndose muy solos que es otro rasgo fundamental del viajante, la soledad, aunque cuando se les pregunta ellos lo nieguen. La historia de mi amigo era la de un viajante que después de un día de perros decide perderse por la ciudad que, sin ser suya, ha logrado que forme parte de su vida. Bien porque hizo allí el servicio militar, bien porque se le metió entre los poros de la piel, bien porque conoce además del paisaje el paisanaje… o porque sabe distinguir lo que pasa con el tiempo de lo que el tiempo ancla del paso de los años. Y en una sala de cine conocida desde siempre a la que no pensaba entrar un minuto antes pero donde se mete porque llueve, sucede algo, lo que menos podía imaginar, y ese suceso cambia su vida o su visión de la vida o las dos cosas, porque todavía es temprano para saberlo con certeza. Larga vida a los viajantes que no son viajeros y mucho menos turistas.

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Tú puedes, papá 25/03/2011

James White se había retirado de las carreras un par de veces. A su edad ya empezaba a ser una excentricidad verle arrastrándose por los circuitos y nadie podía reprocharle que no tuviera todo hecho en ese mundo. Gracias a él su vida había transcurrido en los más aristocráticos ambientes y había conocido a todo tipo de personas excitantes. El mundo de los coches de competición no tenía secretos para él. La primera vez que lo dejó fue a causa de un accidente que le costó tener que pasar dos meses en un hospital y del que le había quedado secuelas. Su pierna derecha no hacía más que darle continuos problemas y cuando había humedad en el ambiente tenía que arrastrarla como un lastre. De hecho, se habló de amputársela pero él se negó. Los médicos estuvieron de acuerdo pero le previnieron que nunca sería una extremidad “funcional”. Le hizo gracia el modo tan inglés que emplearon para decirle que quedaría inútil. No obstante, en la escudería pensaron que sus conocimientos mecánicos seguían siendo muy valorados. Proponía y probaba mejoras continuamente pero ya no era lo mismo. Al final sus mejoras eran aprovechadas por otros pilotos y eso le recordaba que él ya no estaba en ese mundo, pero su verdadera pasión seguía siendo conducir en las competiciones y se ofreció como piloto en algunas pruebas de resistencia en las que se conducía por turnos. Eso supuso su vuelta a los circuitos no sin la oposición de su esposa y el escepticismo de los responsables de la escudería. Pero cuando John White se empeñaba en algo, era difícil negárselo. Al finalizar cada carrera sentía unos dolores atroces en la pierna herida pero trataba de poner buena cara. Además, los resultados acompañaban y eso le compensaba sobradamente. En esa época nació su tercer hijo, Jerry. Su esposa trató que lo dejara definitivamente en ese momento pero él creía que todavía no había llegado la hora. Sin embargo, al poco tiempo la escudería abandonó ese tipo de competiciones y le anunció que prescindían de sus servicios. Nadie volvió a contratarle. Pasados los años, la reina le distinguió con el título de sir que era una hermosa forma de recordarle que ya era historia. Aceptó la distinción y se retiró con su familia a la campiña donde llevó una apacible vida de propietario rural. La vida le había cambiado por completo pero, cuando le podía la nostalgia, al menos tenía el consuelo de poder visitar el garaje donde guardaba un par de sus antiguos coches y allí se pasaba horas admirándolos. Un buen día recibió la llamada de los organizadores de una competición de veteranos y le invitaron a participar. Dudó mucho pero el reto era atractivo. Tenía coche y todo el tiempo del mundo para prepararlo. Su hijo Jerry, que entonces tenía ocho años, le dio el empujón definitivo. Conforme se acercaba la fecha la excitación iba en aumento. Cada día que pasaba era un día menos y todavía quedaban muchas cosas por hacer, pero finalmente hubo que organizar el viaje y desplazarse hasta el continente.

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El día antes de la prueba en Le Mans la pierna le dolía atrozmente. Ya no sólo era por el mal tiempo sino porque con el paso de los años volver a forzarla con los pedales de freno y acelerador se había convertido en un suplicio. Durante la cena anunció a su familia que estaba considerando seriamente no salir a pista para competir a la mañana siguiente. Nancy, su esposa, lo entendió y se sintió aliviada porque se daba cuenta de que no estaba en condiciones pero el pequeño Jerry quedó cariacontecido aunque no dijo nada. Cuando se despertó y se levantó de la cama no pudo evitar echar un vistazo a su equipación que estaba dispuesta para ser usada. Apenado pero resuelto hizo como que no le importaba demasiado y puso buena cara pero la procesión iba por dentro. Desde la ventana de la habitación del hotel podía distinguirse a lo lejos las banderas multicolores del circuito y sintió ganas de llorar. Nancy le abrazó por detrás y se quedaron en silencio. Entonces Jerry, que vio la escena, se dirigió a la mesa y garabateó unas palabras con su letra infantil en un bloc de cortesía del hotel, arrancó la hoja y se la acercó a su padre. Simplemente ponía “papá, si quieres puedes”. Y esa fue la última vez que compitió.

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Libro de Bitácora (Marzo 2011) 31/03/2011

Marzo se ha presentado como un mes en el que el mundo ha sufrido choques de diversa índole a pesar de lo cual también nos ha traído la primavera. La Inteligencia de las Emociones está a punto de cumplir su segundo año de vida (estáis citados para el día 2) y seguimos enfrascados en la lucha.

Aquí van algunas de las cosas que he anotado en mi libro de bitácora:

Japón está sufriendo la más dura prueba desde el final de la segunda guerra mundial. Terremotos de máxima intensidad seguidos de constantes réplicas, un tsunami de proporciones y consecuencias apocalípticas que hace imposible calcular el número final de víctimas y el desastre nuclear de la central de Fukushima con cuatro de sus seis reactores fuertemente afectados y con fugas radioactivas, dan medida de que es difícil imaginar una concatenación de sucesos calamitosos sobre un mismo país. El estoicismo taoísta de los japoneses está siendo puesto a prueba.

A través de un amigo me llega este enlace en el que puede verse los efectos del tsunami sobre un conjunto de escenarios incluida la central atómica de Fukushima. En este caso aplica perfectamente eso de que una imagen vale más que mil palabras. http://www.abc.net.au/news/events/japan-quake-2011/beforeafter.htm

Una consecuencia indirecta del desastre nuclear de Japón la hemos visto estos días en Alemania donde el partido de gobierno (CDU) ha perdido las elecciones en Baden-Württemberg a causa del debate nuclear. Es sorprendente ver como los políticos se desdicen a sí mismos cuando las cosas de tuercen y ahora las centrales nucleares son vistas en Alemania como un cáncer a erradicar cuando hace unas pocas fechas era lo contrario.

Libia ha ocupado un lugar destacado y seguirá haciéndolo debido a la lucha entre revolucionarios y partidarios de Gadafi. Se ha convertido en un asunto internacional en el que la intervención de potencias extranjeras se ensaya bajo el manto de la multilateralidad. Por primera vez Estados Unidos no lidera la fuerza armada, cosa inaudita pero explicable por la geopolítica. España participa con una fuerza proporcionada a sus posibilidades, que son pocas.

En clave libia, Italia está que echa humo por la pérdida de influencia en su ex colonia, al tiempo que tiene que poner las bases para los aviones de la OTAN y seguir acogiendo refugiados que llegan por mar a Lampedusa, una isla menor que Formentera en la que hay sobresaturación. No es poca humillación para un país que estos días celebra su 150 aniversario como nación y a la que nadie llama para pedirle opinión. No olvidemos que Berlusconi y Gadafi eran amiguetes hasta hace prácticamente nada y que esas cosas se pagan.

Portugal está pasando horas oscuras por causa del diferencial de precio de su deuda. El plan de ajuste propuesto por su primer ministro ha sido tumbado por el parlamento y el gobierno ha dimitido. Malos tiempos para la lírica.

Nuestro super empresario Ruíz Mateos ha logrado él solito crear un cisco monumental en su holding, de forma que hasta las pocas empresas solventes que tenía se han visto arrastradas a la situación concursal y se anuncian ERE’s para todas ellas. Buen ojo de los supervisores, una vez más y silencio absoluto de la patronal CEOE. Quién da más.

Arranca la precampaña para las elecciones autonómicas y municipales que significará un batacazo sin precedentes del PSOE que nadie niega. Mientras tanto,

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seguimos sin saber si ZP sigue o no sigue, si se convocarán elecciones, si el PP las ganaría con mayoría absoluta, etc. Pero lo que está claro es que la gaviota ondeará casi homogéneamente en el país de aquí a un año.

Como no hay forma de salir de las malas noticias, este mes quiero recomendaros que visitéis el blog de Javier Rodríguez Albuquerque. Muchos ya le conocéis pero para aquellos que todavía no tengan esa suerte, Javier selecciona semanalmente un conjunto de buenas noticias que son una bocanada de aire fresco para todos los que le seguimos.

En el capítulo de los adioses hay que recordar que este mes han fallecido tres estrellas de cine distintas entre sí. Primero, la exuberante Jane Rusell sex symbol de los 50 a los 89 años (todos la recordamos en Los caballeros las prefieren rubias), luego Annie Girardot actriz francesa representativa de una época y sumamente popular en su país quien rodó junto a directores totémicos como Lelouch, Visconti, Vadim y Chabrol y finalmente Liz Taylor que fue no sólo una actriz que llenaba la pantalla sino una de las últimas grandes estrellas de la época de los estudios de Hollywood. Todas ellas eran mujeres de muy fuerte personalidad y convicciones, de forma que su muerte también nos deja huérfanos de puntos de vista sumamente interesantes.

En el plano personal, este mes se ha celebrado la ceremonia de graduación como Master Coach de este que os habla. Tengo para mí que es una de las cosas que me ha hecho más ilusión en mucho tiempo y desde aquí quiero agradecer a mis compañeros de promoción por todo cuanto me han aportado en estos últimos diez meses.

La frase del mes se la debemos a Edgar Morin y decía “El conocimiento es navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certezas. ".

Y por último y como siempre, quisiera dar las gracias a todas aquellas personas que se han pasado por aquí aunque no hayan dejado rastro. A unos y otros, muchas gracias. Recordad que el día 2 tenemos una cita.