17a-la guerra civil española (1936-1939)

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LA GUERRA CIVIL (1936-1939) A- LOS PREÁMBULOS DE LA GUERRA LAS CAUSAS DE LA GUERRA CIVIL LA SUBLEVACIÓN MILITAR (17 Y 18 DE JULIO DE 1936) B- EL DESARROLLO DE LAS OPERACIONES MILITARES DE LA SUBLEVACIÓN A LA BATALLA DE MADRID (JULIO 1936 - MARZO 1937) DE LA BATALLA DEL NORTE A LA DEL EBRO (ABRIL 1937-NOVIEMBRE 1938) LA OFENSIVA EN CATALUÑA Y EL FINAL DE LA GUERRA (DICIEMBRE 1938- MARZO 1939) CONCLUSIONES GENERALES C- LA EVOLUCIÓN POLÍTICA DURANTE LA GUERRA LA ESPAÑA REPUBLICANA La desarticulación del Estado (de julio a septiembre de 1936) La reorganización de Largo Caballero (de septiembre de 1936 a mayo de 1937) El gobierno de Negrín y los comunistas (mayo 1937- marzo 1939) LA ESPAÑA OCUPADA POR LOS SUBLEVADOS La Junta de Defensa Nacional (de julio a septiembre de 1936) Franco, jefe de Estado y generalísimo (septiembre de 1936) El Decreto de Unificación y el apoyo del episcopado (1937) El primer gobierno de Burgos y el Nuevo Estado (1938) D- LA SITUACIÓN ECONÓMICA DE LOS DOS BANDOS LA ZONA REPUBLICANA LA ZONA OCUPADA POR LOS SUBLEVADOS E- LA DIMENSIÓN INTERNACIONAL DEL CONFLICTO LAS AYUDAS A LOS SUBLEVADOS LAS AYUDAS A LA REPÚBLICA LAS ACTITUDES AMBIGUAS La Sociedad de Naciones y el Comité de No Intervención Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos F- CONSECUENCIAS DE LA GUERRA CIVIL LOS COSTES MATERIALES LOS COSTES HUMANOS 1

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Page 1: 17a-La Guerra Civil Española (1936-1939)

LA GUERRA CIVIL (1936-1939)

A- LOS PREÁMBULOS DE LA GUERRA

LAS CAUSAS DE LA GUERRA CIVILLA SUBLEVACIÓN MILITAR (17 Y 18 DE JULIO DE 1936)

B- EL DESARROLLO DE LAS OPERACIONES MILITARES

DE LA SUBLEVACIÓN A LA BATALLA DE MADRID (JULIO 1936 - MARZO 1937)DE LA BATALLA DEL NORTE A LA DEL EBRO (ABRIL 1937-NOVIEMBRE 1938)LA OFENSIVA EN CATALUÑA Y EL FINAL DE LA GUERRA (DICIEMBRE 1938-MARZO 1939)CONCLUSIONES GENERALES

C- LA EVOLUCIÓN POLÍTICA DURANTE LA GUERRA

LA ESPAÑA REPUBLICANALa desarticulación del Estado (de julio a septiembre de 1936)La reorganización de Largo Caballero (de septiembre de 1936 a mayo de 1937)El gobierno de Negrín y los comunistas (mayo 1937- marzo 1939)

LA ESPAÑA OCUPADA POR LOS SUBLEVADOSLa Junta de Defensa Nacional (de julio a septiembre de 1936)Franco, jefe de Estado y generalísimo (septiembre de 1936)El Decreto de Unificación y el apoyo del episcopado (1937)El primer gobierno de Burgos y el Nuevo Estado (1938)

D- LA SITUACIÓN ECONÓMICA DE LOS DOS BANDOS

LA ZONA REPUBLICANALA ZONA OCUPADA POR LOS SUBLEVADOS

E- LA DIMENSIÓN INTERNACIONAL DEL CONFLICTO

LAS AYUDAS A LOS SUBLEVADOSLAS AYUDAS A LA REPÚBLICALAS ACTITUDES AMBIGUAS

La Sociedad de Naciones y el Comité de No IntervenciónFrancia, Gran Bretaña y Estados Unidos

F- CONSECUENCIAS DE LA GUERRA CIVIL

LOS COSTES MATERIALESLOS COSTES HUMANOS

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A- LOS PREÁMBULOS DE LA GUERRAAl día siguiente de las elecciones de febrero de 1936, Gil Robles –el líder de la CEDA– y el general Franco –jefe del Estado Mayor desde su éxito en la revolución de Astu-rias– solicitaban al presidente Alcalá Zamora, aunque en vano, la proclamación del es-tado de guerra.

Por otra parte, la gran polarización política –común a toda Europa– que se estaba ori-ginando arrastraba a amplios sectores sociales bien hacia los fascismos, bien hacia los movimientos revolucionarios. Crecía, por tanto, un clima de violencia y enfrenta-miento entre izquierdas y derechas que anunciaba el conflicto civil:

a. Se sucedían las acciones revolucionarias protagonizadas por obreros y campe-sinos —huelgas, ocupaciones de tierras, etc.—.

b. La derecha conspiraba y buscaba el apoyo del ejército para frenar la revolución social, mientras que el terrorismo de extrema derecha —los pistoleros de Falan-ge—, siguiendo el modelo fascista italiano, se dedicaba a la desestabilización mediante atentados contra locales y líderes de la izquierda.

LAS CAUSAS DE LA GUERRA CIVILPara explicar la guerra civil española, con frecuencia se han esgrimido dos teorías que acentúan el papel de las fuerzas externas y el contexto europeo, y minimizan los factores internos:

a) La teoría de la guerra como consecuencia de una intervención fascista, visión predominante en la historiografía liberal y de izquierdas.

b) La teoría de la guerra como resultado de la reacción justificada de un sector de españoles para frenar el avance del comunismo internacional, visión tradicio-nal de la historiografía conservadora.

La contienda civil española para ambas teorías no sería, por tanto, más que una rami-ficación particular del choque entre las concepciones políticas opuestas que se enfren-taban en la Europa en crisis de los años treinta: democracia contra fascismo, o comu-nismo contra nacionalismo totalitario.

Sin embargo, la realidad era mucho más compleja. La guerra civil fue el resultado final de una multiplicidad de factores —desigualdades económicas, mecanismos de domi-nación social, actitudes religiosas, nacionalismos, ideologías extremistas, etc.—, que interactuaron y se reforzaron entre sí, hasta provocar una profunda división en el seno de la sociedad española.

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La guerra civil española comenzó con la sublevación de unos altos cargos militares que pretendían aniquilar por la fuerza de las armas la legitimidad de una República democráti-ca, en abierta reacción contra el Frente Popular.

Lo que en principio pretendía ser un golpe de Estado rápido para imponer un régimen autoritario, se convirtió en un largo conflicto civil de casi tres años de duración, cuyo balan-ce final fue dramático: a las enormes pérdidas materiales, imposibles de cuantificar, se de-ben añadir –contando siempre por miles– los muertos en los frentes de batalla, los ejecuta-dos en las retaguardias, los encarcelados, los represaliados de todo tipo y los que se exilia-ron; y después de la guerra, casi cuarenta años de dictadura y represión.

En definitiva, si la contienda civil española fue la explosión de un enfrentamiento social que hundía sus raíces en el tiempo, el planteamiento de la misma por parte de Franco co-mo guerra de desgaste y de aniquilamiento total del enemigo —rechazando las solicitudes de paz negociada y la reconciliación final— contribuyó a ahondar aún más las divisiones en el seno de la sociedad española, y a dificultar la reconstrucción de unas pacíficas relacio-nes de convivencia. A partir de entonces, quedó claro quiénes eran los vencedores y quié-nes los vencidos.

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Las corrientes ideológicas que recorrían la Europa contemporánea, en todo caso, vi-nieron a sobreponerse y reforzar esa fractura social preexistente en España.

LA SUBLEVACIÓN MILITAR (17 Y 18 DE JULIO DE 1936)Un grupo de generales monárquicos y conservadores, con la adhesión de grupos de derecha –Falange, monárquicos, carlistas–, preparaba, desde el triunfo del Frente Po-pular, una conspiración militar que contaba con el apoyo financiero de Juan March y de contactos extranjeros.

El 12 de julio apareció asesinado el teniente Del Castillo, republicano y perteneciente a la Guardia de Asalto. Al día siguiente un grupo de guardias de Asalto, actuando por su cuenta, detuvo y ejecutó al diputado Calvo Sotelo, destacado por su ideología dere-chista. Este fue el pretexto para la rebelión militar.

El coordinador de la conspiración era el general Mola, pero el alzamiento se inició el 17 de Julio en Ceuta y Melilla, bajo la dirección del general Franco, destinado en Ca-narias como medida de precaución por parte del gobierno. Al día siguiente la subleva-ción se extendía por la península.

En los primeros días triunfó en el Protectorado de Marruecos, Canarias, Sevilla y parte de la Andalucía occidental, la isla de Mallorca, Galicia, Oviedo, Castilla-León, Zarago-za y Navarra; es decir, esencialmente en dos franjas: una al norte, desde Galicia hasta Navarra, pero sin la cornisa cantábrica (Asturias, Cantabria y País Vasco); y otra al sur, en la Andalucía occidental, con extensión hacia Marruecos y Canarias.

DISTRIBUCIÓN DE LAS FUERZAS ARMADAS AL INICIO DE LA GUERRA CIVILUnidades Tropas del gobierno Tropas rebeldes

Ejército de tierra 55.225 62.275Marina 13.000 7.000Ejército del Aire 3.300 2.200Tropas policiales 40.500 27.000

TOTAL 112.025 98.475FUENTE: SALAS LARRAZÁBAL, R., Los datos exactos de la guerra civil

Respecto a la naturaleza del golpe, debemos señalar dos rasgos peculiares:a. La iniciativa fue casi exclusivamente militar, sin apenas participación por parte

de civiles.b. Su objetivo no era la restauración de una monarquía conservadora, sino la im-

plantación de un régimen autoritario que no tendría por qué ser incompatible con una forma de gobierno republicana.

En cualquier caso, lo que estaba previsto como un golpe militar rápido se transformó en una larga guerra civil de casi tres años de duración.

B- EL DESARROLLO DE LAS OPERACIONES MILITA-RES

DE LA SUBLEVACIÓN A LA BATALLA DE MADRID (JULIO 1936 - MARZO 1937)El desarrollo inicial de las operaciones militares, hasta el otoño de 1936, se puede re-sumir en los siguientes hechos:

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a. El ejército de África, bajo el mando de Franco, cruzó el estrecho de Gibraltar con la ayuda de Alemania e Italia, lo que permitió la ocupación de gran parte de Andalucía y Extremadura en los meses siguientes.

b. El general Queipo de Llano ocupó el sudoeste de Andalucía. c. El general Mola se apoderó del Norte, desde Navarra a Galicia por Castilla-

León, pero no consiguió dominar la franja cantábrica desde Asturias a Vizcaya.d. Más tarde, la conquista de Badajoz permitió unir las dos zonas controladas por

el ejército sublevado.

En el otoño de 1936, la República controlaba, por tanto, dos zonas incomunicadas en-tre sí: la franja industrial del Cantábrico –Asturias, Cantabria, Vizcaya– y la mitad oriental de la península.

El objetivo prioritario de Franco era la conquista de Madrid y en ello concentró todos sus esfuerzos. Pero antes liberó el Alcázar de Toledo (septiembre de 1936), que al mando del general Moscardó había resistido desde el comienzo de la guerra el asedio republicano. Esta resistencia, magnificada por la propaganda franquista, convirtió la hazaña del Alcázar de Toledo en el gran símbolo del heroísmo de los autodenomina-dos «nacionales».

Pero los ataques de Franco contra Madrid chocaron, una y otra vez, con la férrea re-sistencia de los madrileños, que lo soportaron todo con auténtico espíritu de sacrificio. Ante el fracaso de un ataque frontal, Franco optó por las maniobras envolventes, es decir, rodear y aislar la capital. Sin embargo, las victorias republicanas de Jarama (fe-brero de 1937) y Guadalajara (marzo de 1937) impidieron también el éxito de esta nueva estrategia franquista.

A partir de ese momento, se interrumpió la ofensiva contra Madrid y la contienda entró en una nueva fase: se transformó en una larga guerra de desgaste, que favorecía los propósitos de Franco de consolidar sus conquistas y aniquilar cualquier señal de repu-blicanismo en los territorios ocupados.

DE LA BATALLA DEL NORTE A LA DEL EBRO (ABRIL 1937-NOVIEMBRE 1938)En la primavera de 1937 se inició la campaña del norte, que se prolongó hasta la conquista de Asturias en octubre. Se consumó así la ocupación franquista de la franja cantábrica, de vital importancia por su potencia industrial.

En esta campaña surgió el otro gran símbolo de la contienda civil, en este caso del la-do republicano: el bombardeo de Guernica por la Legión Cóndor alemana en abril de 1937, convertido en símbolo de la barbarie fascista, capaz de masacrar sin necesidad a la población civil. El hecho tuvo tal impopularidad y repercusión en el extranjero, que la propaganda franquista no dudó en atribuir la responsabilidad de la matanza a los propios republicanos.

Conquistado el norte, las tropas de Franco iniciaron la ofensiva del Bajo Aragón, que se desarrolló durante el invierno de 1937-1938, de inusual rigor climático. Las fuerzas republicanas consiguieron recuperar Teruel, pero volvería a caer poco después en po-der del ejército franquista.

En la primavera de 1938 las tropas de Franco llegaron hasta el Mediterráneo, a la al-tura de Vinaroz (Castellón), con lo que la República quedó dividida en dos territorios aislados entre sí: Cataluña, al norte; y Madrid y Levante, al sur.

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Ante esta situación, la República lanzó en julio de 1938 su última ofensiva de impor-tancia en el frente del Ebro. Su objetivo era unir de nuevo sus territorios y prolongar la resistencia, a la espera de que estallase una nueva guerra en Europa, que parecía in-minente y que podría cambiar el curso de la contienda en España.

La batalla del Ebro (de julio a noviembre de 1938) fue la más sangrienta de toda la guerra –se saldó con un elevado número de muertos– y supuso la derrota casi definiti-va del ejército de la República. El desenlace final parecía claro.

Incluso la posibilidad de la guerra en Europa se había esfumado de momento tras la Conferencia de Munich (septiembre de 1938) entre Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia.

LA OFENSIVA EN CATALUÑA Y EL FINAL DE LA GUERRA (DI-CIEMBRE 1938-MARZO 1939)Ante la debilidad y el desánimo de la resistencia republicana, la ofensiva franquista en Cataluña fue rápida: Barcelona cayó el 26 de enero de 1939 y días después el go-bierno republicano se exiliaba a Francia, tras intentar inútilmente negociar la paz con un Franco que no aceptaba condiciones. La conquista de Cataluña se culminó el 13 de febrero.

Madrid era ya el último objetivo de importancia. En la capital, a principios de marzo, el coronel Casado, apoyado por la mayor parte de los socialistas y anarquistas, se rebeló contra el gobierno de Negrín y los comunistas –partidarios de resistir hasta el final–, y asumió el mando de un Consejo Nacional de Defensa que intentó, también inútilmente, negociar la paz con Franco.

El último enfrentamiento se produjo en las calles de Madrid entre comunistas, por un lado, y socialistas y anarquistas, por otro. Las tropas de Franco entraron sin dificultad el 28 de marzo y el 1 de abril un parte de guerra declaraba oficialmente terminada la contienda.

CONCLUSIONES GENERALESUn análisis global de la guerra desde el punto de vista militar permite extraer las si-guientes conclusiones:

a. La intervención militar extranjera fue fundamental en ambos bandos. b. El ejército sublevado se caracterizó por su disciplina y la alta cualificación de

sus mandos, todos ellos militares profesionales. En cambio, el ejército republi-cano no disponía de suficientes mandos profesionales –en especial en los nive-les intermedios e inferiores–, y a ello se añadían los problemas de indisciplina por las divergencias ideológicas entre gran parte de los milicianos populares.

c. Como la sublevación no triunfó ni se sofocó de forma rápida, derivó en una lar-ga guerra civil, en la que la iniciativa casi siempre correspondió a los subleva-dos, y quedó para los republicanos el papel de la resistencia.

d. Tras el fracaso inicial de ocupar Madrid, Franco optó por un desarrollo lento de las operaciones militares, en una guerra de desgaste que cumplía varios objeti-vos:

1. Consolidar su propio poder personal, que se iba incrementando con el paso del tiempo.

2. Aniquilar militar y políticamente a la República, para que se viera forza-da a una rendición incondicional.

3. Eliminar en los territorios ocupados cualquier pervivencia republicana, incluidas las personas.

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e. La estrategia republicana, una vez aceptada la dificultad de la victoria, consistió en resistir todo lo posible, con la esperanza de que estallara una guerra europea entre las potencias democráticas y las potencias fascistas, en la que quedaría englobada la contienda española. Esto habría supuesto para la República un cambio sustancial de la situación, ya que no se enfrentaría a enemigos nuevos –Italia y Alemania ya luchaban en España del lado de Franco–, y en cambio se atraería como aliados a las potencias antifascistas.

C- LA EVOLUCIÓN POLÍTICA DURANTE LA GUERRA

LA ESPAÑA REPUBLICANA

La desarticulación del Estado (de julio a septiembre de 1936)La sublevación militar liberó, dentro de las fuerzas integrantes del Frente Popular, to-das las divergencias y tensiones internas que hasta ese momento habían permanecido contenidas.

Los primeros días fueron de auténtico desconcierto. Los sindicatos y organizaciones obreras reclamaron la entrega de armas para defender la República, pero Casares Quiroga —presidente del gobierno en el momento de la rebelión— se negó a ello por-que eso significaría traspasar de hecho el poder del Estado a los dirigentes sindicales y a los responsables de los partidos obreros. Sin embargo, la República carecía de fuerzas suficientes y de capacidad de control sobre ellas: gran parte de la policía, la Guardia Civil y los mandos del ejército se habían pasado al bando rebelde.

Finalmente, un nuevo gobierno, constituido el 19 de julio y presidido por Giral, ordenó la distribución de armas entre los obreros, medida que no hacía sino legalizar los he-chos consumados, pues desde el principio las organizaciones obreras se habían arma-do donde y como habían podido.

En consecuencia, la sublevación militar supuso la desarticulación inmediata del Estado republicano, que perdió el control de la situación y dejó un vacío de poder.

Salvo en el País Vasco, donde el Partido Nacionalista Vasco tomó las riendas de la si-tuación y constituyó un gobierno autónomo dentro de la República española, en el resto de la zona republicana fueron las organizaciones obreras las que ejercieron real-mente el poder, con comités o consejos cuyas fórmulas variaban de unos sitios a otros. Ni siquiera en Madrid, sede del gobierno central de la República, ésta fue capaz de impedir la aparición de órganos de poder alternativos en manos de partidos y sindi-catos.

La reorganización de Largo Caballero (de septiembre de 1936 a ma-yo de 1937)Esfumado el entusiasmo revolucionario de los primeros momentos, la prolongación de la guerra y las derrotas sufridas evidenciaron la necesidad de reorganizar y fortalecer el Estado, para hacer frente con disciplina y autoridad a un enemigo que resultaba más difícil de vencer de lo esperado.

En septiembre se constituyó un nuevo gobierno presidido por el socialista Largo Ca-ballero, en el que, además de socialistas, había republicanos y, por primera vez, co-munistas. Dos meses después, también por primera vez, se incorporaron incluso cua-tro ministros anarquistas, que rompían así con su tradicional rechazo a las institucio-nes políticas; tal era la excepcionalidad de la situación.

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El nuevo gobierno de Largo Caballero se propuso dos objetivos fundamentales:a. Crear un verdadero ejército con mando unificado.b. Restablecer el poder del Estado, lo que exigía la disolución de los poderes loca-

les de carácter revolucionario, que habían ido surgiendo desde el comienzo de la guerra.

Ante el avance de las tropas franquistas, que habían llegado a las puertas de la capi-tal, el gobierno se trasladó a Valencia el 6 de noviembre de 1936, y Madrid quedó bajo el mando de una Junta de Defensa a cargo del general Miaja.

La siguiente medida consistió en someter al control del Estado los dos focos de poder revolucionario que quedaban en Cataluña y Aragón.

En Cataluña, desde el comienzo de la guerra, existían en la práctica dos centros de poder:

a. La Generalitat, el legítimo gobierno autonómico, presidido por Companys, de Esquerra Republicana, y que integraba a catalanistas de izquierda, comunistas y anarquistas.

b. El Comité Central de las Milicias Antifascistas –dirigido por anarquistas de la CNT y la FAI–, que controlaba de hecho las fábricas, los servicios y las milicias armadas.

Los intentos de la Generalitat –con el firme apoyo de los comunistas– de restablecer su autoridad, liquidando el poder paralelo de las Milicias Antifascistas, provocaron la insurrección en mayo de 1937 de grupos anarquistas y del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista)1. La mediación de los dirigentes de la CNT, comprometida tanto con el gobierno central como con la Generalitat, permitió dominar la insurrección y acabar con los poderes paralelos. Pero Largo Caballero se vio obligado a dimitir, por su negativa a ilegalizar el POUM, como le exigían los comunistas, que acusaban a es-te partido de ser un instrumento al servicio del fascismo en el seno de la clase obrera.

El gobierno de Negrín y los comunistas (mayo 1937- marzo 1939)La caída de Largo Caballero y la formación de gobierno por el también socialista Neg-rín supuso un giro considerable en la estrategia política, que concedería la máxima prioridad a la guerra. Esto requería un control absoluto de las decisiones por parte del gobierno, así como garantizar los envíos de armamento soviético.

Negrín se apoyó principalmente en los comunistas, por el papel fundamental de la ayu-da soviética y porque era el grupo más disciplinado y decidido a luchar hasta el final, supeditándolo todo a este objetivo. Por eso los comunistas ocuparon los puestos cla-ves del ejército.

El único poder revolucionario que sobrevivía fuera del control del Estado era el Conse-jo de Aragón, que fue disuelto de forma contundente, en el verano de 1937, por el ejército regular a las órdenes del gobierno.

1 POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). Fundado en 1935 por Andreu Nin y Joaquín Maurín, con implantación sobre todo en Cataluña y Valencia. Era de ideología comunista, pero fiel seguidor de las teorías de Lenin y de Trotsky, artífices de la Revolución Rusa, y contrario a las nuevas tesis del entonces dirigente ruso Stalin. Esto, unido a su participación activa en los órganos de poder obrero al margen de la República, le granjeó la enemistad del Partido Comunista (denominado en Cataluña PSUC, Partido Socialista Unificado de Cataluña), que consiguió su ilegalización y la condena de sus principales dirigentes, así como el asesinato de Nin.

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Pero en 1938 el desarrollo de las operaciones militares no permitía albergar muchas ilusiones para los republicanos, por lo se plantearon dos posibles estrategias ante la guerra:

a) La de Negrín, con el apoyo de los comunistas, que proponía alargar la resisten-cia con la esperanza de que estallara la guerra en Europa entre las democra-cias occidentales y las potencias fascistas de Alemania e Italia, lo que podría cambiar el curso de la guerra en España al integrarse en un conflicto internacio-nal.

b) La de amplios sectores republicanos –entre ellos el propio ministro de Defensa, el socialista moderado Indalecio Prieto– que se inclinaban a favor de negociar una paz aceptable con el enemigo, ante la precaria situación militar de la Repú-blica.

Se impusieron las tesis de Negrín y los comunistas, y Prieto acabó por abandonar el gobierno en abril de 1938. Pero la evolución de los acontecimientos no parecía favora-ble para la República, ni en el ámbito militar –sobre todo, tras la batalla del Ebro y la pérdida de Cataluña–, ni en el internacional –la Conferencia de Munich de septiembre de 1938 entre Alemania, Italia, Francia e Inglaterra, alejaba por el momento la posibili-dad de un conflicto europeo–,.

Finalmente, el coronel Casado, jefe del Ejército del Centro, precipitó el final de la gue-rra al sublevarse contra el gobierno en marzo de 1939, con la intención de negociar la paz con Franco. Pero éste sólo aceptaba una rendición incondicional.

El 28 de marzo las tropas de Franco entraban en Madrid y, tras tomar los últimos focos republicanos –Valencia, Alicante–, el 1 de abril una comunicación oficial declaraba el final de la guerra.

LA ESPAÑA OCUPADA POR LOS SUBLEVADOS

La Junta de Defensa Nacional (de julio a septiembre de 1936)Al convertirse el golpe de Estado en una guerra prolongada, las zonas controladas por los sublevados necesitaban establecer alguna forma de organización política. Ésta fue la Junta de Defensa Nacional, con sede en Burgos, creada en el mismo mes de julio y presidida por el militar de más alta graduación, el general Cabanellas.

Sin embargo, el verdadero poder lo ejercía cada general en su sector: Franco, en Áfri-ca; Queipo de Llano, en el sur; Mola, en el norte.

El alzamiento militar había sido ante todo un movimiento de reacción contra la Repúbli-ca, pero los sublevados carecían por completo de proyecto político propio. En cuanto a los grupos civiles que los apoyaban –carlistas, monárquicos, falangistas–, lógicamente tenían proyectos políticos, pero no eran coincidentes.

Este vacío ideológico se apreció en las primeras medidas decretadas por la Junta para los territorios ocupados, dirigidas a acabar con las huellas de la República, y no a le-vantar un nuevo modelo de Estado; es decir, primó la represión autoritaria sobre la construcción política:

a. Se prohibieron los sindicatos.b. Se disolvieron los partidos políticos.c. Se estableció una rígida censura de prensa.d. Se destituyó a todos los cargos públicos republicanos, desde gobernadores civi-

les hasta alcaldes.

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Todo ello vino acompañado además de una brutal represión: detenciones masivas y ejecuciones sumarias, con algunos hitos de violencia en el sur, como Sevilla, Málaga o Badajoz.

Franco, jefe de Estado y generalísimo (septiembre de 1936)El general Sanjurjo, uno de los principales protagonistas del autodenominado «Alza-miento nacional», había muerto en un accidente aéreo. Por otra parte, Mola y Queipo de Llano se veían obligados a concentrar su atención y sus esfuerzos en sus respecti-vas zonas militares, ante el fortalecimiento de la resistencia republicana.

Franco, en cambio, gozaba de mayor libertad de maniobra con su ejército africano, si-tuación que supo aprovechar para erigirse en jefe supremo del movimiento mediante hábiles maniobras políticas.

En efecto, Franco consiguió que, tras unas reuniones de la Junta de Defensa en Sala-manca, se le nombrara el 29 de septiembre de 1936 jefe del Estado y generalísimo de los ejércitos.

A partir de ese momento, se inició una nueva etapa política en el bando sublevado. Del inicial policentrismo de poder (Mola, Queipo, Franco) se pasó a un poder concen-trado y unipersonal en manos de Franco:

a. La Junta de Defensa de Burgos se transformaba en Junta Técnica del Estado, con funciones secundarias.

b. El verdadero centro de decisiones y de poder se situaba en el Cuartel General de Franco.

El Decreto de Unificación y el apoyo del episcopado (1937)Las fuerzas políticas que habían apoyado la sublevación abarcaban un amplio espec-tro ideológico: desde la CEDA y los monárquicos de Calvo Sotelo, hasta los carlistas y la Falange.

La CEDA, desaparecido su objetivo de conquistar el poder de la República, se desinte-graba como organización.

Los monárquicos apenas contaban con apoyo popular fuera de algunos altos mandos del ejército.

Los carlistas o tradicionalistas sólo tenían un relativo arraigo en el norte.

Sólo la Falange desempeñaba un papel importante. Antes de la guerra su implanta-ción social había sido muy minoritaria, pero con el desencadenamiento del conflicto su protagonismo creció de forma constante, a pesar de la muerte en combate o por fusila-miento de sus principales cabecillas, entre ellos su máximo dirigente e ideólogo, José Antonio Primo de Rivera –detenido y fusilado por los republicanos en noviembre de 1936–.

Falange, mediante su discurso populista y demagógico, característico del fascismo, proporcionó un cierto apoyo popular y unas mínimas bases ideológicas a lo que no ha-bía sido más que un alzamiento militar antirrepublicano:

a. Consiguió movilizar a numerosos voluntarios para el frente y milicianos para la retaguardia.

b. Asumió el control de la prensa y la propaganda del movimiento.

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En consecuencia, Franco, consciente de la importancia de controlar bajo su mando las fuerzas políticas que apoyaban la sublevación, promulgó el Decreto de Unificación del 20 de abril de 1937, por el cual se fusionaban todas las organizaciones políticas adeptas en una sola: Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensi-va Nacional Sindicalista (FET y de las JONS).

En este partido único Falange tenía un papel preponderante, pero Franco se convertía en el jefe supremo, con lo que avanzaba un paso más hacia la concentración del po-der en sus manos.

Los sectores minoritarios del carlismo o la Falange que, en aras de la pureza ideológi-ca de sus partidos, rechazaron la unificación fueron duramente castigados con el des-tierro o la prisión.

Por otra parte, el 1 de julio de 1937 Franco recibió un apoyo fundamental de la Igle-sia española: cuarenta y ocho obispos publicaron un documento a favor del alzamien-to militar, que obtenía de este modo una legitimidad de la que carecía por completo. En lo sucesivo, la guerra se presentó como una “Cruzada religiosa” en defensa de la fe y contra el comunismo ateo de la República.

El primer gobierno de Burgos y el Nuevo Estado (1938)El siguiente paso en la creación de un nuevo Estado fue la constitución del primer go-bierno en enero de 1938, designado y presidido por Franco –era al mismo tiempo el je-fe de Estado y el presidente del gobierno–. Se creaba así, por primera vez, una estruc-tura ministerial.

La composición de este primer gobierno reflejaba el abanico ideológico de las fuerzas que habían apoyado la sublevación: las carteras se repartían entre monárquicos, con-servadores católicos, tradicionalistas, falangistas y militares.

Entretanto, se fue institucionalizando el nuevo régimen franquista, aunque en el plano ideológico no acabó de concretarse hasta el final de la guerra. Entre sus característi-cas principales cabría señalar las siguientes:

a. Era un régimen marcadamente personalista, en el que Franco acaparaba todo el poder y desempeñaba los más altos cargos: jefe de Estado, generalísimo de los ejércitos, jefe del Partido Único y presidente del Gobierno.

b. Se definía como un régimen «nacionalsindicalista», de inspiración fascista y católica.

c. Su programa político se apoyaba en los «Veintisiete puntos» de Falange y en el Fuero del Trabajo, promulgado en marzo de 1938 y prácticamente calcado de la Carta del Lavoro de la Italia fascista.

d. Su actuación durante la guerra se caracterizó por la adopción de medidas provi-sionales, de carácter puntual.

D- LA SITUACIÓN ECONÓMICA DE LOS DOS BANDOSComo corresponde a una situación de guerra, la economía española de este periodo atravesó una profunda crisis que afectó, en mayor o menor medida, a todos los ámbi-tos de la producción, la distribución y el consumo.

Por esta razón, más que detallar los efectos de la guerra sobre cada sector económi-co, analizaremos la situación general en cada una de las dos zonas en conflicto y cuál fue su incidencia en el desarrollo del mismo.

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En cualquier caso, no debe olvidarse que las variaciones territoriales de cada bando a lo largo de la guerra modificaron también la situación económica en cada uno de ellos.

LA ZONA REPUBLICANACuando comenzó la guerra, la República controlaba todas las zonas industriales –Ca-taluña, País Vasco y Asturias– y, en parte como consecuencia de ello, las principales ciudades –Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia–. En cambio, las zonas agrícolas eran insuficientes para alimentar a su población, que era más de la mitad.

El desconcierto provocado por la guerra en los primeros meses, que, como ya hemos estudiado, supuso la pérdida del control político por parte de las instituciones legales de la República a favor de las organizaciones obreras, se correspondió con una situa-ción similar en el terreno económico. La República también perdió el control sobre la economía, que pasó a depender en gran parte de las organizaciones obreras, sobre todo en las empresas confiscadas por la huida o el encarcelamiento de sus patronos.

Las colectivizaciones de empresas privadas –que quedaban bajo la dirección de co-mités obreros– fue una práctica habitual en Cataluña y Levante, donde el movimiento anarquista impulsaba a hacer la revolución al mismo tiempo que la guerra. Según sus planteamientos, la clase obrera lucharía con más entusiasmo contra el enemigo, si es-taba motivada por la defensa de sus conquistas revolucionarias. Por el contrario, en el País Vasco, la propiedad fue respetada en la mayoría de los casos. De todos modos, tanto por los efectos derivados de la guerra misma como por la mala organización de muchas de las empresas colectivizadas, la industria en la zona republicana presentaba un estado caótico ya a principios de 1937.

Pero lo más destacable de la experiencia revolucionaria se produjo en la agricultura, ya que los gobiernos republicanos aceleraron la reforma agraria. Primero expropiaron las tierras no cultivadas, y después, las de quienes habían apoyado el levantamiento militar, lo que alcanzó un volumen muy considerable. Sin embargo, también en este sector la desastrosa organización de los anarquistas en sus experimentos colectivis-tas, sobre todo en Aragón, provocó graves problemas en el abastecimiento de alimen-tos a las ciudades.

Por último, en cuanto a la financiación de los costes de la guerra, la República se vio obligada a recurrir a dos soluciones:

a. La emisión de deuda pública, que sólo fue posible mientras se confió en la victo-ria republicana (hasta el verano de 1938). Después nadie estaba dispuesto a prestar su dinero a un régimen que parecía tener los días contados.

b. El depósito en Moscú de las reservas de oro del Banco de España –510 tonela-das–, que sirvieron para pagar el material de guerra a la Unión Soviética, princi-pal proveedor de la República.

LA ZONA OCUPADA POR LOS SUBLEVADOSSi al comienzo de la guerra la industria estaba bajo control republicano, los subleva-dos, en cambio, disponían de la mayor parte de las tierras de cultivo –dos tercios de la producción de trigo, más de la mitad de la producción de patatas y hortalizas, y casi la totalidad de la producción de azúcar–, por lo que no tenían problemas importantes de abastecimiento.

Sus carencias industriales explican el interés mostrado desde el principio de la guerra por ocupar la franja norte de la península –Asturias y el País Vasco –, con sus recur-sos mineros y siderúrgicos.

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En contraste con lo que ocurría en la zona republicana, el control de la producción fue estricto en las zonas ocupadas por los sublevados, para lo cual contaban con la cola-boración de los propietarios rurales, la banca y los grandes financieros. En cuanto a las tierras expropiadas, se restituyeron a sus antiguos propietarios y se anularon todas las disposiciones y actuaciones del republicano Instituto de Reforma Agraria.

Respecto a la financiación de la guerra, el bando sublevado no disponía de reservas metálicas como los republicanos, pero recibió –desde el mismo inicio de la contienda–ayuda de los regímenes fascistas de Italia y Alemania. Sus aportaciones en material militar alcanzaron una elevadísima cifra, cuyo plazo y modalidad de pago fueron nego-ciados sin problemas con los dos países.

E- LA DIMENSIÓN INTERNACIONAL DEL CONFLICTOLos historiadores han planteado en general la dimensión internacional de la guerra civil española bajo dos enfoques diferentes:

a) Considerarla como un prólogo de la segunda guerra mundial, en tanto que fue el primer enfrentamiento armado entre las tres ideologías dominantes del momen-to: democracia, fascismo y comunismo.

b) Reducirla a un conflicto marginal, que despertó un interés secundario entre las grandes potencias de la época.

Pero, al margen de la importancia que tuviera la guerra española en el desarrollo de los acontecimientos internacionales, lo indiscutible es que la intervención extranjera tu-vo una importancia capital en el desarrollo del conflicto dentro de España.

LAS AYUDAS A LOS SUBLEVADOSLos países que ayudaron de forma directa a los militares sublevados fueron los que mantenían regímenes fascistas o similares: Alemania, Italia y Portugal.

La Alemania nazi de Hitler ofreció la ayuda más determinante en el ámbito militar, con la participación directa de la Legión Cóndor de aviación, esencial para el desarro-llo de la guerra y responsable del bombardeo de Guernica. Además contribuyó con la participación de un considerable número de soldados y oficiales, aviones e, incluso, con ayuda económica.

La Italia fascista de Mussolini proporcionó, asimismo, una ayuda vital, mayor incluso que la de Alemania en número de hombres y valor económico. Destacó especialmen-te el papel desempeñado por su armada.

Menor, pero también importante, fue la aportación del Estado Novo portugués, mate-rializada de diversas formas: desde la ayuda diplomática hasta el envío de voluntarios.

Mención aparte merece la actitud del Vaticano, determinada por las malas relaciones entre la Iglesia y la República. La defensa de la religión como una de las banderas ideológicas de los militares sublevados fue recompensada, como ya hemos estudiado, con el documento de los obispos en apoyo de Franco en julio de 1937. Un mes des-pués el propio Papa, Pío XI, reconoció de hecho el nuevo régimen franquista. Por tan-to, la ayuda del Vaticano, si bien no es comparable –en cuanto a los medios utiliza-dos– a la de Alemania, Italia y Portugal, resultó fundamental para el reconocimiento del nuevo régimen entre la numerosa población católica.

En definitiva, el desarrollo de la guerra no habría sido el mismo si los militares subleva-dos hubieran contado exclusivamente con sus propios medios.

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LAS AYUDAS A LA REPÚBLICALa República, como régimen democrático y legítimo de la nación, presumiblemente de-bería haber podido disponer de la ayuda de las democracias occidentales, que, a su vez, vivían también bajo la amenaza del expansionismo belicista de las potencias fas-cistas. Pero, como estudiaremos más adelante, fue precisamente el temor a desenca-denar una nueva guerra europea lo que inclinó a los países democráticos a desenten-derse del conflicto español.

Los únicos países que apoyaron con decisión a la República en el terreno militar fue-ron la antigua Unión Soviética y México.

La ayuda de la Unión Soviética fue con diferencia la más importante y decisiva. Se inició en octubre de 1936 y se mantuvo constante a lo largo de toda la guerra, con aportaciones de hombres y material armamentístico. Sin embargo, el pago de esta ayuda ha sido uno de los temas más polémicos de la historia reciente de España, ya que se hizo mediante el depósito en Moscú de las reservas de oro del Banco de Espa-ña, sin que al final de la guerra se restituyera nada. El régimen franquista denunciaría posteriormente la apropiación por parte de los rusos del oro español, mientras que, se-gún algunos estudios, el valor económico de la ayuda soviética habría sido superior al de lo depositado.

El gobierno de México, presidido por Lázaro Cárdenas, cuya identificación ideológica con el régimen republicano era notoria, proporcionó también desde el primer momento armas, alimentos y apoyo diplomático, aunque, desde el punto de vista del valor eco-nómico, su aportación fue considerablemente inferior a la de la Unión Soviética.

Por último, debe destacarse la participación en el frente republicano de las Brigadas Internacionales, en cuya creación fue también esencial la intervención de la Unión Soviética, junto con la de algunos líderes comunistas. Se trataba de cuerpos de volun-tarios –se calcula que unos 60.000, de más de sesenta nacionalidades– que se dirigie-ron a España para ponerse al servicio de las fuerzas armadas de la República. En su mayoría militaban en partidos comunistas y actuaban en solidaridad con la izquierda española, frente a la amenaza del avance fascista.

LAS ACTITUDES AMBIGUASPor actitudes ambiguas entendemos tanto la de ciertas organizaciones internacionales –la Sociedad de Naciones o el Comité de No Intervención–, como la de las principales potencias democráticas que habían protagonizado la primera guerra mundial –Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos–, que a pesar de los valores que decían defender y de la abierta intervención en el conflicto español de las potencias fascistas a favor de los militares sublevados, optaron por inhibirse de forma oficial.

La Sociedad de Naciones y el Comité de No IntervenciónLa Sociedad de Naciones se había creado tras la primera guerra mundial, como or-ganismo encargado de velar por la resolución pacífica de los conflictos internacionales, precisamente para evitar una nueva contienda como la que se acababa de producir. Sin embargo, su inoperancia se manifestó muy pronto, y cuando estalló el conflicto en España, se encontraba sumida en una profunda crisis.

La República intentó, no obstante, que la Sociedad de Naciones interviniera contra Italia y Alemania por su participación directa en la guerra española. Pero tuvo que es-perar más de un año desde que empezó el conflicto, para que se aprobase una resolu-ción, que finalmente no fue aplicada.

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Por otra parte, Francia y Gran Bretaña elaboraron un documento, según el cual se prohibía en ambos países la venta o tránsito de todo tipo de material militar con des-tino a España, compromiso al que con matizaciones se adhirieron después otros paí-ses. Este fue el punto de partida para la creación del Comité de No Intervención, con sede en Londres.

La intención de sus promotores era, por un lado, evitar que el conflicto se internaciona-lizase a causa del apoyo militar de fuerzas extranjeras, y por otro, ayudar de modo in-directo a la República evitando la entrega de armas a los rebeldes. Pero su labor fue un fracaso, aunque se adhirieron casi una treintena de países, entre ellos Italia y Ale-mania, lo cual es por sí solo un indicio evidente de su absoluta ineficacia.

Francia, Gran Bretaña y Estados UnidosEn lo que respecta a la actuación concreta de las potencias democráticas, dentro de la ambigüedad, Francia se inclinó más hacia la República, mientras que Gran Bretaña y Estados Unidos apoyaron indirectamente al bando franquista.

Francia, gobernada también por un Frente Popular, bajo la dirección del socialista León Blum, al principio de la guerra decidió intervenir en ayuda de la República, pero las presiones británicas y las divergencias internas le obligaron a suspender en segui-da la venta de armas a España. Por ello decidió impulsar la creación del Comité de No Intervención. El papel fundamental de Francia acabaría siendo el de país de acogida y asilo de dirigentes republicanos y de miles de españoles que huían de las tropas de Franco.

Gran Bretaña supeditó toda su actuación a un objetivo prioritario: evitar que, como ocurrió en la primera guerra mundial, un conflicto local pudiera transformarse en una nueva guerra europea, que ni deseaba ni estaba en condiciones de permitirse. Por consiguiente, de forma oficial defendió la neutralidad, pero ello no impidió la firma de un acuerdo con la Italia fascista (abril de 1938), en el que admitía la presencia de tro-pas italianas en España.

Estados Unidos, por último, interpretaba la guerra española no tanto como una ame-naza del avance fascista en Europa, sino más bien como una prueba del avance del comunismo, por lo que su enfoque del conflicto se aproximaba más a los argumentos de los sublevados. En todo caso, adoptó, como Gran Bretaña, una política oficial de no intervención y prohibió la venta de armas a España. Sin embargo, fueron fundamenta-les para el bando franquista los abastecimientos de grandes empresas americanas, como la Ford, la General Motors o la TEXACO.

F- CONSECUENCIAS DE LA GUERRA CIVIL

LOS COSTES MATERIALESComo toda guerra de cierta duración, la española se cobró un alto precio en destruc-ciones materiales: carreteras, ferrocarriles, puentes, edificios y todo tipo de bienes se perdieron en distintas proporciones.

La producción agraria disminuyó en algo más del 20%; y la industrial, en más del 30%. La renta per cápita cayó también casi en un 30% y hasta 1952 no se recuperó el nivel de antes de la guerra.

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CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DE LA GUERRA CIVIL (1929=100)1935 1939 % disminución

Producción agrícola Índice (1929=100) 97,3 76,7 21,2Producción industrial Índice (1929=100) 103.3 72,3 31,0Renta Nacional 109 ptas. de 1929 25,3 18,8 25,7Renta per cápita Ptas. de 1929 1.033 740 28,3FUENTE: TAMAMES, R., La República. La Era de Franco

A todo ello habría que añadir el valor económico de la ayuda militar proporcionada por los países extranjeros a los dos bandos, que de una forma o de otra tuvo que pagarse.

Cuantificar el total de las pérdidas y los gastos es prácticamente imposible, pero en cualquier caso es obvio que alcanzó una magnitud muy considerable. La recuperación fue muy lenta durante una larga posguerra de hambre y miseria.

LOS COSTES HUMANOSMás importantes que los materiales son los costes humanos de toda guerra. También en este caso resulta difícil un cálculo exacto, por lo que las cifras estimadas varían os-tensiblemente de unos autores a otros.

El número total de muertos durante la guerra podría superar los 300.000, entre las víc-timas de los frentes y las de la represión en las retaguardias.

Las guerras civiles revisten una mayor crueldad que las guerras entre naciones, ya que a las víctimas propias de todo conflicto armado se suman los odios antiguos y las rivalidades personales o familiares, que encuentran en el marco de la guerra el esce-nario propicio para los ajustes de cuentas. La guerra civil española no fue una excep-ción y la crueldad fue norma común en los territorios controlados por ambos bandos.

Los militares sublevados, cuando conquistaban un pueblo o ciudad, eliminaban siste-máticamente a miembros y simpatizantes de partidos y sindicatos de izquierdas, pero entre sus víctimas también fueron numerosos los maestros, tan apreciados por la Re-pública, y los intelectuales, entre los que sobresale la figura de Federico García Lorca, asesinado al principio de la guerra.

En la zona republicana también fueron relativamente frecuentes las ejecuciones, apli-cadas a cualquiera que resultara sospechoso de ayudar o simpatizar con los subleva-dos, para lo cual a menudo bastaba con tener opiniones conservadoras, ser sacerdote o religioso. No obstante, el número de ejecuciones en esta zona fue sensiblemente in-ferior al del otro bando y fueron, en la mayoría de los casos, iniciativa de organizacio-nes que actuaban por su cuenta y al margen del Estado –en ocasiones, simples parti-das de asesinos–.

Puntos negros destacados de una siniestra geografía de muerte fueron Badajoz, don-de los militares sublevados fusilaron a casi 4.000 personas tras la conquista de la ciu-dad en agosto de 1936; y por el lado republicano, Paracuellos del Jarama, donde fue-ron ejecutados, en noviembre de 1936 y en circunstancias poco claras, varios cientos de presos pertenecientes al otro bando, trasladados de las cárceles de Madrid.

Pero si la dinámica de la guerra puede explicar –no justificar– la crueldad y los exce-sos en ambos bandos, lo que no tiene ni siquiera explicación posible es la represión institucionalizada que continuó aplicando el régimen franquista, una vez acabada la guerra. Entre 28.000 y 50.000 personas fueron fusiladas; muchas más, encarceladas; y un número impreciso de trabajadores de la Administración Pública –profesores, jue-

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ces, diplomáticos, etc.–, separados de sus cargos o sancionados de alguna forma; por citar sólo algunos ejemplos del clima generalizado de terror sufrido por quienes en al-guna medida habían simpatizado o colaborado con la República.

Otros muchos –los que pudieron– prefirieron exiliarse. En torno al medio millón de es-pañoles abandonó el país huyendo de la represión franquista, la mayoría de ellos para no regresar nunca.

La España de Franco no era precisamente la España de la reconciliación. Como afir-maba un personaje de Las bicicletas son para el verano, obra de teatro de Fernando Fernán Gómez, con el final de la guerra no llegó la paz, sino la victoria –de Franco, na-turalmente–.

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