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1 10 años de Kirchnerismo. Crónica y análisis en función de la dinámica política argentina. Lic. Prof. Pablo D. Bello “yo veo el futuro repetir el pasado, veo un museo de grandes novedades y el tiempo no para, no para, no.” Estribillo de la canción “El tiempo no para” de La Bersuit Vergarabat Enfoque y desarrollo En estas páginas proponemos un análisis de los años del kirchnerismo en el poder, teniendo en cuenta cómo fue su llegada al gobierno y sus etapas en el ejercicio del mismo. Nos basamos en un marco teórico de grado intermedio, en el sentido de no enfocarnos en lo micro, por eso no hacemos una biografía de personalidades, mientras que los fenómenos macrosociales y las categorías de mayor abstracción conceptual aparecen como complementos o marco para la comprensión del interjuego entre grupos, organizaciones, y actores sociopolíticos relevantes. Además el marco teórico es ecléctico, ya que tiene un pie en la tradición conceptual del materialismo histórico dialéctico y otro pie en las tradiciones de la teoría de las elites y del realismo político (en la implicancia de no atribuirle a ningún actor una esencia redentora o diabólica, y considerándolos con una racionalidad acotada e incluso contradictoria por sus propias características y coyunturas). Estas líneas presentan el formato de una crónica en la que se van intercalando consideraciones conceptuales y ciertas especulaciones, y hacia el final se presentan una serie de escenarios políticos alternativos para el próximo bienio y las elecciones de 2015. El enfoque pretende ir más allá de un relato periodístico, y plantear los sucesos de forma que se supere lo limitado e insustancial de un análisis meramente institucionalista del régimen político, y a la vez sin caer en dogmatismos, posiciones arcaicas y maniqueas, o presunciones conspirativas tan de moda en Internet, las librerías de saldos o cierta prensa partidaria. La crisis y el trabajo de hormiga. El kirchnerismo como adjetivo calificativo para aludir a una fuerza política toma gran significación a partir de la elección del año 2003, que fueron los primeros comicios tras el estallido de la crisis sociopolítica en 2001. Pero el Kirchnerismo ya tenía una entidad definida desde antes, dado que no fue una creación ex novo de esa coyuntura, desde el reinicio de la democracia Néstor Kirchner y familia se habían movido en la escena pública a través de las estructuras del justicialismo- peronismo, en sus inicios de militancia política la pareja de Néstor y Cristina había compartido el

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10 años de Kirchnerismo.

Crónica y análisis en función de la dinámica política argentina.

Lic. Prof. Pablo D. Bello

“yo veo el futuro repetir el pasado, veo un museo de grandes novedades

y el tiempo no para, no para, no.”

Estribillo de la canción “El tiempo no para” de La Bersuit Vergarabat

Enfoque y desarrollo

En estas páginas proponemos un análisis de los años del kirchnerismo en el poder, teniendo en

cuenta cómo fue su llegada al gobierno y sus etapas en el ejercicio del mismo. Nos basamos en un

marco teórico de grado intermedio, en el sentido de no enfocarnos en lo micro, por eso no

hacemos una biografía de personalidades, mientras que los fenómenos macrosociales y las

categorías de mayor abstracción conceptual aparecen como complementos o marco para la

comprensión del interjuego entre grupos, organizaciones, y actores sociopolíticos relevantes.

Además el marco teórico es ecléctico, ya que tiene un pie en la tradición conceptual del

materialismo histórico dialéctico y otro pie en las tradiciones de la teoría de las elites y del

realismo político (en la implicancia de no atribuirle a ningún actor una esencia redentora o

diabólica, y considerándolos con una racionalidad acotada e incluso contradictoria por sus propias

características y coyunturas). Estas líneas presentan el formato de una crónica en la que se van

intercalando consideraciones conceptuales y ciertas especulaciones, y hacia el final se presentan

una serie de escenarios políticos alternativos para el próximo bienio y las elecciones de 2015. El

enfoque pretende ir más allá de un relato periodístico, y plantear los sucesos de forma que se

supere lo limitado e insustancial de un análisis meramente institucionalista del régimen político, y

a la vez sin caer en dogmatismos, posiciones arcaicas y maniqueas, o presunciones conspirativas

tan de moda en Internet, las librerías de saldos o cierta prensa partidaria.

La crisis y el trabajo de hormiga.

El kirchnerismo como adjetivo calificativo para aludir a una fuerza política toma gran significación

a partir de la elección del año 2003, que fueron los primeros comicios tras el estallido de la crisis

sociopolítica en 2001. Pero el Kirchnerismo ya tenía una entidad definida desde antes, dado que

no fue una creación ex novo de esa coyuntura, desde el reinicio de la democracia Néstor Kirchner y

familia se habían movido en la escena pública a través de las estructuras del justicialismo-

peronismo, en sus inicios de militancia política la pareja de Néstor y Cristina había compartido el

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vértigo de la Juventud Peronista, ligada emocionalmente al líder fundacional pero al mismo

tiempo encantada con experiencias socialistas y de liberación nacional. Tras el golpe militar de

1976 se recluyeron en el sur patagónico abocándose a tareas profesionales en el ejercicio del

derecho, para retornar a la actividad política con el reinicio de la democracia en 1983. En 1987

Néstor Kirchner, siempre en las filas del peronismo, se adjudicaba la intendencia de Rio Gallegos,

principal ciudad de la patagónica y poco poblada provincia de Santa Cruz, y más tarde se consagró

gobernador de dicha provincia durante pleno periodo menemista y de aplicación de políticas

neoliberales en el país, con el esquema cambiario de “convertibilidad” como un pilar central de la

política de estabilización monetaria. Esta formación política fue creciendo desde el pie, articulando

lentamente relaciones políticas dentro del justicialismo y con algunos sectores del mundo

empresarial (beneficiados en privatizaciones como las de YPF y YCF) y del sector financiero, como

Francisco Esquenazi, quien resultó beneficiado de la privatización del banco de aquella provincia

patagónica.

Durante el menemismo se desarrollaron muchas expresiones de resistencia a los proyectos

neoliberales del gobierno nacional, algunas se dieron desde el mismo seno del justicialismo, y si

bien el kirchnerismo no formó parte del núcleo duro de aquella gerencia política neoliberal, en

gran medida avaló y se vio favorecido por el gobierno menemista y su política privatizadora. Llego

a poner un pie en el tablero político nacional mediante la llegada de Cristina Fernández de

Kirchner al Congreso Nacional, la formación de un nucleamiento de dirigentes e intelectuales que

se denominó “Grupo Calafate”, y la participación de Néstor en la Liga de Gobernadores (un grupo

informal de gobernadores peronistas que se plantearon la articulación de muchas negociaciones

con el entrante gobierno de De La Rúa, actuando como un andarivel intermedio entre el aparato

peronista bonaerense acaudillado por Duhalde, y el menemismo ya menguante).

Entonces tenemos que previamente a que el calificativo “kirchnerista” tomara repercusión en los

medios masivos de comunicación existía un trabajo político importante donde se mezclaba la

experiencia en gestión pública, un crecimiento patrimonial asociado al manejo discrecional del

poder estatal, y el tendido de relaciones con otros actores del juego político y económico. Todo un

trabajo de acumulación política, un trabajo de “hormiga” al interior de la Constelación de poder

neoliberal, aunque desde un punto periférico de dicho entramado de poder. Ya en plena crisis del

país, con la caída del gobierno del radical De La Rúa y la implosión de la Alianza entre radicales,

socialistas y frepasistas, default mediante y con altísimas tasas de desempleo y marginación, el

kirchnerismo puso otro pie en la política grande, en la cancha de primera división.

Tras la caída del gobierno de La Alianza, y durante el complejo interinato de sucesores a De La Rúa,

el kirchnerismo fue tejiendo alianzas y haciendo movimientos que le permitieron cobrar cada vez

más protagonismo, tal es así que Néstor Kirchner llegó a sentarse en una conferencia de prensa

de mucha repercusión mediática con referentes políticos de otros espacios partidarios como Lilita

Carrió y Aníbal Ibarra en una especie de propuesta “alternativa y superadora” a la clase dirigencial

tan denostada con los cánticos de las movilizaciones callejeras que coreaban “que se vayan todos,

que no quede uno solo !”…

Pero a pesar de ese primer amague de “transversalidad partidaria” el destino del kirchnerismo iba

a definirse mediante un acuerdo con el mismo Eduardo Duhalde quien tomó a Néstor Kirchner

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como el delfín para la sucesión presidencial –decisión de compromiso y con poca perspectiva que

toma el duhaldismo y que da cuenta de la vorágine en la que transcurrió el mandato provisional

del dirigente bonaerense-. Cabe recordar que aquella no fue la primer opción del cacique

peronista en ejercicio del Ejecutivo, quien previamente había establecido tratativas con otros

referentes peronistas como Carlos Reuteman y Juan Manuel De La Sota, con mayor nivel de

conocimiento en la opinión pública y provenientes provincias históricamente importantes, pero

tales tratativas quedaron en vía muerta sin trascender los por menores de las negociaciones. El

apoyo a Kirchner ni siquiera fue un “Plan B”, en realidad fue un “Plan C”.

En ese momento muchos analistas y periodistas minimizaron la figura del aspirante patagónico, y

lo veían como apenas un títere del poderoso cacique bonaerense, en gran medida esa visión era

justificada ya que Néstor Kirchner no contaba con gran conocimiento de la opinión pública como

un capital que hacer jugar, no tenía estructuras que le respondieran dentro del sindicalismo y no

parecía contar con otros aliados fuertes en los distritos determinantes en lo electoral, ni tampoco

el apoyo externo de alguna potencia u organismo internacional.

Esta carencia se expresó en una elección en donde no pudo sobrepasar el umbral del 23 % de los

votos en un escenario con una extraordinaria dispersión electoral y donde la primer minoría se la

llevo el ex presidente Carlos Menem con el 24 %, y el tercer lugar fue para López Murphy con un

16 % (este candidato era un economista liberal ortodoxo que había tenido un fugaz paso por la

cartera económica del gobierno de De La Rúa, así de confundido estaba el electorado).

A pesar de esto, el segundo puesto lo habilitó para ingresar al ballotage con las mejores

posibilidades de salir beneficiado de la polarización con Carlos Menem, quien ante la más que

plausible posibilidad de ser derrotado por primera vez en una elección decidió abandonar la

contienda, con lo que el kirchnerismo llegó al poder con un 23 % de apoyo electoral y en un país

con muchas heridas abiertas y todavía un alto nivel de movilización de protesta. Existía la sombra

de una débil legitimidad de origen para el nuevo gobierno que se blandía amenazante sobre el

electo candidato patagónico.

Hiperpresidencialismo y transversalidad

Más allá de lo crítico e incómodo de la situación, gran parte de los sectores movilizados, tal como

una fracción que respondía a los movimientos de desocupados, fue encorsetada y contenida a

partir de planes y subsidios asistenciales. Con esa estrategia de contención la constelación de

poder que se reconfiguraba ganó tiempo y evitó el surgimiento de otra constelación de poder

alternativa e instituyente de características más radicales (que por ejemplo pusiera en duda la

legitimidad de la deuda externa, o que iniciara un proceso de nacionalización de la banca o de

reforma agraria). Posteriormente, ya durante la administración kirchnerista esos planes

asistenciales fueron recortados de a poco o perdieron capacidad adquisitiva y significación frente a

una nueva realidad económica más auspiciosa, para ese momento los movimientos de

desocupados ya habían quedado aislados y perdieron peso político relativo, ya que las fracciones

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de trabajadores más activos y dinámicos se reinsertaron en el campo laboral, las fracciones

pequeño burguesas volvieron a sus lides consumistas, y las formaciones de desocupados quedaron

solo con un núcleo de militantes fuertemente ideologizados más una gran componente de

lumpenproletariado con dificultades para reinsertarse en los mercados laborales.

Los sectores gremiales entraron también en un proceso de convulsión interna, la renovación de

dirigentes sindicales no emergió como una avanzada generalizada, quedando solo acotada a

algunos gremios, y a la vez la central sindical más combativa, la CTA, empezó lentamente a

fracturarse entre opositores al nuevo gobierno kirchnerista, y otra línea que se alineaba con el

oficialismo.

Los últimos meses del mandato de Duhalde, con la conducción del equipo económico en manos de

Roberto Lavagna, algunas variables económicas parecían acomodarse favorablemente y el

contexto externo se presentaba como positivo a partir del aumento de los precios de la

producción agropecuaria y de nuevas tecnologías de siembra que dispararon la productividad de

las cosechas. Para devolverle capacidad de acción al Estado Nacional se había establecido un

sistema de retenciones que volcaba recursos de la producción privada del campo a las arcas

estatales, esto fue un elemento redistributivo central para el asentamiento de la nueva

constelación de poder. Al mismo tiempo en el momento más álgido de la crisis el gobierno

provisional de Duhalde obtuvo del Congreso la sanción de una ley de emergencia económica (Ley

de Emergencia Pública) que le sirvió al ejecutivo para concentrar recursos y tomar decisiones de

manera más rápida y también con más arbitrariedad, este fue otro de los ingredientes destacados

de la nueva configuración del escenario político. Esa Ley significó una cesión de derechos del

Poder Legislativo hacia el Ejecutivo, con la justificación en primer momento de la dimensión de la

crisis económica y social a la que había llegado el país. Pero la mega devaluación que significó la

salida de la convertibilidad cambiaria, el mantenimiento del corralito a los ahorros de innumerable

cantidad de argentinos, y los hechos de violencia con saña y muerte en la represión a los grupos de

desocupados en Puente Pueyrredon y Avellaneda en junio de 2002, marcaron un costo político

que al duhaldismo se le hizo imposible remontar a pesar de la mejoría económica de sus últimos

meses de mandato.

La crisis no derivó en una dictadura conservadora (“república cosaca”) ni en una revolución

socialista o nacionalista, la normativa constitucional -aún con las reformas de 1994- establecía un

régimen claramente presidencialista, y la dinámica política durante la crisis forzó un poco ese

esquema presidencialista para llevarlo gradualmente a un hiperpresidencialismo, que a su vez le

quedó servido al sucesor de Duhalde, pero a un sucesor que asumía su mandato con solo un 23 %

de los votos válidamente emitidos.

Al mismo tiempo el principal grupo multimedios del país, el grupo Clarín, se había alineado con la

sucesión pergeñada por Duhalde y mostró una línea editorial favorable para la estabilidad y el

blindaje mediático del nuevo presidente, dejando de lado e invisibilizando el trabajo de varios

periodistas que describían los aspectos más negativos de la administración kirchnerista en Santa

Cruz, donde esa formación política creció apoyada en prácticas corruptas consistentes en

aprovechar la función pública para engrosar negocios privados, y a la vez concentrando poder de

veto y censura, de hecho lo que no pudo disimularse era que fondos de la provincia habían sido

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girados al exterior, a Suiza, y nadie daba claramente cuentas de dónde estaban depositados. A

todas luces el poderoso oligopolio Clarín había decidido apostar a esta nueva figura como el factor

de equilibrio que le pusiera una salida definitiva al vacío de poder existente desde 2001 (la crisis

se inicia en el 2000 como una crisis de coyuntura política luego de la renuncia del vicepresidente

del gobierno de La Alianza, el frepasista Carlos “Chacho” Álvarez, pero el desmanejo y los ajustes

promovidos del ministerio de economía agrava la situación de estancamiento y desempleo, y la

crisis se expande avivada por la voracidad y violencia de la oposición peronista, la presión e

injerencia del FMI, y el vacio de representatividad, hasta transformarse en una verdadera crisis

orgánica desde fines de 2001 y durante varios meses de 2002, amainando hacia principios de

2003).

Así presentadas las cosas, y ya en el contexto de cierta recuperación económica pero con una

escena de tierra arrasada todavía humeante, el kirchnerismo tomó las herramientas que le dejaba

el gobierno saliente y se reinventó a sí mismo en un movimiento de sabio realismo político que

supo combinar aspectos reivindicativos y progresistas con ciertos elementos y personajes de la

clase dirigente tradicional menos identificados con el desastre institucional y económico reciente.

El kirchnerismo se manejó como un hábil coctelero de lo nuevo y lo viejo, de gente leal y de

equipos técnicos bien conformados, de experiencia y de innovación.

Esta primer etapa del kirchnerismo en la conducción nacional se inauguraba bajo la abstracta idea

de una transversalidad política, que se corría del eje de las estructuras del peronismo tradicional al

mismo tiempo que se alejaba de figuras desgastadas del neoliberalismo, y un esquema

hiperpresidencialista que le devolvía cierto equilibrio y centro a la dinámica política.

El mejoramiento de los indicadores económicos, la reactivación productiva y la disminución del

desempleo, junto con medidas políticas como el juicio político y el recambio de la denostada Corte

Suprema de Justicia que apoyó la oleada neoliberal menemista, o la rápida re-estatización de

algunas empresas y servicios, o la recuperación de las demandas sobre el juicio a los responsables

del terrorismo de Estado en la dictadura, o el mejoramiento de la inversión en educación, o la

reapertura de la discusión salarial en paritarias, o la creación del novedoso canal cultural

Encuentro, o las iniciativas a favor de reactivar el ferrocarril, fueron todas medidas que le

granjearon al nuevo elenco gobernante el favor de sectores medios y populares, y como

consecuencia hubo un vertiginoso aumento del capital político propio y una importante

desarticulación de la protesta callejera, que como explicamos párrafos más arriba en parte quedó

entrampada, aislada y dividida con unas limitadas concesiones desde el Estado y la constelación de

poder dominante.

El kirchnerismo tomó el control del Estado Nacional sin complejos y con la absoluta decisión de

establecer su autonomía para alinear al resto de los actores detrás suyo, obró con la tenacidad de

una potencia conquistadora, con certidumbre de sus acciones en corto y mediano plazo,

aprovechó sus circunstancias heredadas, mezcló su experiencia de gestión y su temperamento

leonino, y se vio favorecido por el visto bueno de otros actores sociopolíticos importantes, y la

impericia de sus opositores o potenciales oponentes.

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Si bien retuvo parte del gabinete de Duhalde, fundamentalmente al gabinete económico, fue

marcando cada acción gubernamental con un sello propio y distintivo que rápidamente le dieron

frutos.

En un artículo anterior propusimos la idea que la constelación de poder dominante neoliberal

había caído en el marco de una crisis orgánica del bloque histórico del capitalismo periférico

durante el bienio 2001-2003 (con una etapa dramática entre diciembre de 2001 y junio de 2002, o

sea entre la imposición del “corralito”, y la convocatoria a elecciones anticipadas luego de los

asesinatos de Avellaneda-Puente Pueyrredon), pero que muchos de sus actores e intereses

pudieron mantener sus privilegios y roles de dirección social porque participaron de la génesis de

una nueva constelación de poder “heterodoxa”. Esa nueva constelación de poder heterodoxa es un

entramado que sin salir del capitalismo, se encuadra en un funcionamiento con más intervención y

regulaciones estatales, en cuya conducción o gerencia política quedó colocado (se supo colocar) el

kirchnerismo. Esta nueva constelación tuvo su alumbramiento con los interinatos posteriores a la

caída de De La Rúa, especialmente con los meses en que Duhalde ocupó el ejecutivo, y luego vino

la etapa de gerencia kirchnerista, en donde, por las características especiales de esa gerencia,

hablamos de “Konstelación heterodoxa”, reforzando semánticamente la impronta que “los K” le

dieron.

El vacío de poder de aquella crisis orgánica, donde la crisis de representatividad fue un

ingrediente destacado y no del todo saldado, se resolvió a través de la combinación de dos

procesos sociopolíticos, dos procesos en los que aventuramos hacer confluir tradiciones

sociopolíticas muy distintas, por una lado el proceso representado en la idea de “bonapartismo” o

“cesarismo” surgida del pensamiento de izquierda y marxista (y que tiene relación con el

hiperpresidencialismo del que hablamos párrafos arriba), y por otro la idea de “equilibrio de

elites” del arsenal teórico de Vilfredo Pareto (en la coyuntura que tratamos la avanzada

transversal es en cierta forma la que se asocia a tal reequilibrio), este autor en su desarrollo sobre

los “zorros” y “leones”, alude a que una elite dirigente se caracteriza por un cierto entendimiento

entre personas de distintas características, a las cuales simplificó en las categorías de “zorros” y

“leones” siguiendo la célebre metáfora utilizada por Maquiavelo en El Príncipe. Básicamente la

idea de Pareto es que una elite política dirigente no necesita estar conformada por sabios al estilo

de la utopía platónica de La República con sus filósofos guerreros, sino que alcanza con dirigentes

que se puedan complementar en determinadas aptitudes personales, así los zorros son

portadores de determinadas aptitudes y los leones de otras. Cuando esa elite se desbalancea, ya

sea por excesos de zorros o de leones, entra en crisis. Aunque con una tipología muy simplificada

Vilfredo Pareto puso mucha atención en los importantes factores actitudinales, motivacionales, y

psicológicos de los grupos dirigentes.

De esta forma Néstor Kirchner, o también podríamos decir la sociedad conyugal-política del

binomio Néstor-Cristina, lo que algunos denominaron el “doble comando”, emergen como un

factor novedoso y que concentra el poder político aprovechando una tremenda beligerancia

entre distintas fracciones de clase pero que no acaba de tener una resolución definitiva. Así

mismo, y en forma complementaria, un proceso paralelo, dado el flujo y reflujo de la dinámica

política, va rearmando el elenco de las elites dirigentes no solo desde lo programático sino

también desde lo actitudinal y psicológico, estableciendo un equilibrio más optimo entre “zorros”

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y “leones” para sortear la crisis enterrando (¿enterrando?...) a la vieja “aristocracia” neoliberal,

como reza una de las famosas frases de Pareto: La historia es un cementerio de aristocracias.

Ese nuevo equilibrio de elites se podría resumir en la renovada conformación del elenco

gobernante ampliando el foco hacia los gobernadores, los intendentes de las principales ciudades,

los jefes de los principales partidos, los jefes de bancada en el Congreso, los jueces de los

tribunales superiores, el gabinete de ministros, y desde ya el presidente y su línea sucesoria. El

primer año y medio del kirchnerismo en el gobierno, y los resultados que obtuvo, son frutos de

esos dos procesos confluyentes (y también de los nuevos flujos comerciales).

El bonapartismo vía hiperpresidencialismo de la gerencia kirchnerista sobre la constelación de

poder dominante tendría cuatro patas, sintetizando:

-La desarticulación/fragmentación de las formaciones políticas representativas de las fracciones

de clase más importantes. Tanto el radicalismo como el justicialismo fueron afectados por el

desmoronamiento del gobierno aliancista y la crisis orgánica, pero los primeros en mucha mayor

medida.

-El corrimiento del presidencialismo constitucional hacia un hiperpresidencialismo cuasi de hecho

(mediante prácticas como la cooptación de intendentes, legisladores, gobernadores y otros

dirigentes y funcionarios; mediante nuevas y polémicas leyes que reforzarían el poder del

Ejecutivo; con la obstaculización de organismos de control; también debido al no tratamiento de

una nueva coparticipación de impuestos que favoreciera el federalismo fiscal, y mediante la

“trampita” de la posta dentro de la sociedad política de Néstor y Cristina que burlaba el límite que

establecía el texto constitucional a una reelección indefinida del presidente).

-El reforzamiento económico del Estado Nacional vía retenciones a la producción agrícola, y

cesación temporal de pagos de deuda externa (en este punto también podría cuadrar la falta de

federalismo fiscal).

-Control del poder militar. Este es quizá el aspecto del kirchnerismo sobre el que menos se ha

escrito y menos se conoce públicamente. Cuando hablamos de “poder militar” lo referimos a un

sentido amplio, no solo al control de las fuerzas armadas y las fuerzas de seguridad, sino a todos

los grupos con capacidad de “fuego”, con capacidad de intimidación por vía de la fuerza.

Estas cuatro condiciones le fueron legadas al kirchnerismo, y a su vez el kirchnerismo las gestionó

y perfeccionó, siendo en gran medida las que permitieron la autonomía del kirchnerismo en el

ejercicio de su conducción política y su concentración de poder.

Además de los procesos sociopolíticos confluyentes en el espacio nacional que mencionamos en

los párrafo anterior, y los cambios de contexto geopolítico y comercio global, también es

importante atender a importantes fenómenos macro-sociales de índole mundial que se venían

haciendo cada vez más notorios desde la segunda mitad del siglo XX, como la decadencia de la

estructura patriarcal de identidades y jerarquías rígidas, la mayor preponderancia del rol de la

mujer y de los jóvenes, el avance de las corporaciones transnacionales, o el desarrollo de nuevas

tecnologías de la comunicación en base a la informáticas y las redes digitales y satelitales. Todo

esto va confluyendo en un paradigma cultural heterogéneo, de reacomodamientos conflictivos,

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con evidentes fracturas , anomia social e incremento de traumas y adicciones, todo sazonado por

los valores políticos y culturales neoliberales expandidos vertiginosamente luego de la caída del

bloque soviético y la crisis del Estado Benefactor, y que en una síntesis muy apretada podríamos

definir como un corrimiento de los valores comunitarios hacia valores de individualismo

materialista de horizontes muy acotados (sin que esto implique negar la aparición de ciertos

colectivos sociales de características horizontales y flexibles pero que no representan una

tendencia general). Los traumas propios de la historia reciente argentina, más esos grandes

fenómenos mundiales van a ser surcos por donde también va a transitar el flujo de la dinámica

sociopolítica.

Volviendo al Kirchnerismo, esta formación demostró voluntad de poder y gran habilidad para

reunir recursos y administrarlos según el contexto de cada momento durante el desarrollo de la

crisis de 2001-2003. Desde una posición periférica dentro de la Constelación de poder neoliberal

hizo movimientos que lo condujeron al centro de una nueva Constelación de poder que regiría el

destino del país en la siguiente década. Varios de los otros actores importantes en lo económico,

lo comunicacional, lo político, lo organizacional, lo militar, y lo intelectual fueron aceptando la

nueva gerencia patagónica en aras de recuperar la “gobernabilidad”, obviamente gobernabilidad

capitalista, y no arriesgar privilegios acumulados.

Desde el comienzo de la crisis del gobierno de la Alianza (iniciada con la renuncia de Chacho

Álvarez a la vicepresidencia en octubre de 2000, y que se agravaría con los posteriores

desbarajustes económicos), se podría observar comparativamente el derrotero que siguieron

ciertas formaciones políticas como el duhaldismo, el delasotismo, el reutemanismo, el saaismo, y

el kirchnerismo. En particular las dos últimas presentan varias semejanzas en su composición y

características, aunque los resultados fueron bien distintos para una y otra, tanto el kirchnerismo

como el saaismo pertenecen al universo peronista, proceden de provincias con poca población y

poca “densidad cívica” (asemejándose a lo que el politólogo argentino Guillermo O´Donnell

denominó “zonas marrones” de la democracia), las dos formaciones ocuparon un lugar en la

constelación de poder neoliberal pero sin acceder a una posición central, y ambas demostraron

voluntad de poder para reconfigurarse y lanzarse al centro de la escena en el proceso de la crisis.

Pero mientras el saaismo “primerió” y terminó rápidamente eyectado de escena, el kirchnerismo

vino “corriendo desde atrás” y llegó a sobreponerse a cada uno de los otros aspirantes a la

gerencia política del nuevo entramado de poder. Sin duda Maquiavelo y Sun Tzu habrían halagado

a las huestes de Néstor y Cristina por su decisión y sentido de la oportunidad, el Cardenal Richelieu

y el Príncipe Potenkim también habrían quedado embelesados.

Llenar el vacío de poder de la crisis de 2001-2003 y estabilizar una constelación de poder

dominante le significó a Argentina evitar un conato de guerra civil y posible fragmentación

territorial, con las catastróficas consecuencias sociales y humanitarias que tales situaciones

hubieran tenido. Pero no le sirvió al país para saldar las tensiones de un funcionamiento social con

mucha inequidad e injusticia. El cambio de la constelación de poder no significó modificar el

bloque histórico de capitalismo dependiente, por el contrario sostuvo su hegemonía, pero a la vez

quedó irresoluta la crisis de representatividad que mantiene en el disconformismo a muchos

grupos sociales. Perduran espacios de potencial confluencia entre los sectores marginados, los

sectores explotados, y los sectores disconformes. La desactivación de la crisis orgánica también se

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relaciona con que en Argentina no se mezclaron otros ingredientes como conflictos religiosos,

regionales, étnicos, desastres climáticos, o la intervención desembozada de potencias extranjeras,

tal como sí ocurrió en otros contextos de África y Medio Oriente en periodos más recientes.

Consolidación kirchnerista, el Kraken es domado.

Como conclusión del primer apartado, y teniendo en cuenta que este articulo versa sobre el

kirchnerismo y sus circunstancias, podríamos decir que la palabra que mejor lo define en su

incursión en la cancha grande de la política nacional es : “sorpresa”. En octubre del año 2000

ningún politólogo, dirigente o gurú periodístico, hubieran predicho lo que pasó en el país de la

forma en que sucedió, menos que este pingüino (como a Néstor Kirchner le gustaba definirse)

sería presidente unos pocos años después, y menos aún que su presidencia llegaría a consolidarse

de tal forma que abandonaría el gobierno con los niveles más altos de popularidad de cualquier

otro presidente argentino.

Propios y extraños fueron “madrugados” por el vendaval patagónico que sin pausa rearmo el

escenario político y le devolvió al Estado Nacional un vigor por momentos atemorizante, aunque

ese renovado brío era atenuado a la vez por la tendencia autocrática del ADN kirchnerista.

Luego de la asunción en el gobierno, con el esquema de retenciones y la ley de emergencia

económica heredadas del interinato duhaldista, trabada la posibilidad de rearmar el esquema de

coparticipación federal de impuestos, con el arma intimidatoria de las intervenciones federales

(usada rápidamente en 2004 para derrumbar el gobierno cuasi feudal de la familia Juárez en

Santiago del Estero) y con el poder de entregar “Planes Trabajar” a tal o cual agrupación

discrecionalmente, el kirchnerismo se dirigió sin pausa a preparar su batalla inevitable, la prueba

por su consolidación, y no podía haber consolidación si no disciplinaba a ese calamar gigante

(Kraken) que es el peronismo. Desde su asunción hizo un trabajo fino y constante para rodearse de

nuevos aliados y para dividir el contingente enemigo. El núcleo duro de la gerencia kirchnerista no

tenía tolerancia a un esquema de cohabitación política, tanto la concertación de la estructura

ministerial de los primeros meses con funcionarios designados por Duhalde, como la idea de

“transversalidad”, no significaban en la lectura kirchnerista un sistema de gobernabilidad

colegiado o coaligado.

La tironeada de mechas entre las “Coronelas” (o sea el intercambio verbal de provocaciones entre

Cristina Fernández de Kirchner e Hilda “Chiche” de Duhalde) en el escandaloso Congreso del

Partido Justicialista en Parque Norte en marzo de 2004, fue el “casus beli” para comenzar a alistar

la tropa. El kirchnerismo armó su estrategia recreando la metáfora de un verdadero

enfrentamiento militar a todo o nada. A su intención de destronar a Duhalde de la conducción de

la estructura del Partido Justicialista la llamó “la madre de todas las batallas”, recurriendo a la

seducción de un objetivo épico, trascendental, contra el dirigente que encabezaba la facción

política que le había permitido llegar al poder y que hizo mucho del trabajo de parto para la

conformación de la constelación de poder heterodoxo, pero que justamente en ese trabajo de

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parto había quedado desgastado por la megadevaluación y ensangrentado por la represión de

Pte. Pueyrredon- Avellaneda.

Los leones tiene ese brío e imponencia que históricamente les ha hecho figurar en el ideario

colectivo como una fiera regia, heráldica, pero la realidad es que cuando los leones atacan, no van

sobre el mejor espécimen de la manada que persiguen, no se trenzan en un combate temerario,

no, más bien espantan a sus asediados, los hacen correr, y en esa persecución van viendo qué

animal queda relegado por ser inexperto o por estar herido. El león tiene mejor prensa que las

hienas, pero su estilo de cacería no es muy distinto, que su rugido y su estampa guerrera no los

lleve a confusiones, este felino es un cazador pragmático, y así obró el kirchnerismo en esta etapa.

El duhaldismo era para ese momento un jabalí herido, el kirchnerismo se plantó en la convicción

de no ser un turista del poder, y por eso, con gran sentido de la oportunidad, se lanzó a dejar

inerte a su potencial competidor sin ningún tipo de magnanimidad ni reconocimiento. Consolidó

una herramienta electoral novedosa (el Frente Para la Victoria) con retazos de distintos materiales

(un poco de radicalismo, huestes perdidas del ex Frepaso, un poco de peronismo clásico con

sectores gremiales incluidos, expresiones guevaristas, algunos remedos del montonerismo,

algunos independientes que habían tenido sus minutos de auge en las asambleas barriales, y hasta

algunos ex menemistas), así acuñó el concepto un poco abstracto de “transversalidad” que encajó

bien con el nuevo tipo de paradigma político-partidario de estructuras centradas en liderazgos

mediáticos y flexibles, formaciones ad hoc que se apoyan en el marketing dirigido al costado

emocional de los electores . Todo muy posmoderno, pero a la vez, desde ese sentido catalizador y

ecléctico, guardando cierta relación con el surgimiento histórico del peronismo en la década del

´40 del siglo XX .

Obviamente para que este dispositivo pudiera ser competitivo, y progresivamente ganar densidad

territorial y sectorial, no dejó de aceitarse desde la misma cúspide del Estado, a la vez que

mantenía una conveniente alianza con otros actores de la constelación heterodoxa, como fue el

caso del Grupo Clarín que presentaba la política del nuevo gobierno con el elogioso y conveniente

calificativo de “neo-desarrollista”.

Los pasos que iba dando el kirchnerismo afirmaban cada vez más la nueva trama de dominación y

su posición gerencial dentro de la misma. Los cambios regionales en Latinoamérica, el

realineamiento de la política exterior (que tuvo su hito más firme en el desplante a la propuesta

del ALCA, como área de libre comercio impulsada por Estados Unidos) y la negociación con los

organismos crediticios, en especial con el FMI, le dieron al kirchnerismo un punto de apoyo desde

donde diferenciarse marcadamente de sus antecesores, el gobierno nacional tuvo la capacidad de

acomodarse al nuevo escenario regional e internacional, negociando y articulando entre facciones

de la alta burguesía nacional, internacional, y a la vez con expresiones políticas como el PT

socialdemócrata de Lula Da Silva, la corriente socialista bolivariana de Chávez Frías, o el

indigenismo socialista de Evo Morales. Posiblemente haya sido el gobierno que mejor se movió,

con más oportunismo, en esta etapa de reacomodamiento regional, de declive neoliberal y de

llegada de nuevos actores al continente. Podríamos decir que el Kirchnerismo fue como ese

pariente que aparece en todas las fotos del cumpleaños en la pose apropiada para la circunstancia.

Así alcanzó en pocos años, desde una posición marginal dentro de la Constelación de poder

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neoliberal, desde una zona marrón de la democracia, una posición de centralidad política no solo

en Argentina sino en el marco de las naciones sudamericanas (aunque Néstor Kirchner, ya

finalizado su mandato presidencial, no pudo coronar esa influencia con una presidencia pro

tempore de Unasur al ser vetado por Uruguay, por el gobierno de Tabaré Vázquez).

Ante el éxito de su operatoria política, la recuperación económica (expresada por ej. en la

disminución del desempleo, el crecimiento del PBI, y la conformación de un superávit tanto en la

balanza comercial como en las cuentas públicas) y el repliegue de la conflictividad social más

extrema, el Kirchnerismo tiene margen para ir ensamblando un discurso particular, un mensaje o

relato Épico-nacionalista-revisionista que eclipsa su pasado neoliberal, y también disimula la falta

de una verdadera renovación ética en las formas de hacer política, ya que si bien el programa

neoliberal es sustituido en varios de sus puntos, y hubo un cierto recambio dirigencial, las

prácticas prebendatarias y corruptas de la política argentina se mantienen vigentes en la nueva

constelación de poder.

El nuevo entramado de poder, o sea el “ovillo de fracciones de clase” y de relaciones de interés

mutuo entre ciertos actores políticos, sindicales, religiosos, económicos, intelectuales,

comunicacionales, con capacidad de acción militar o intimidatoria, etc., tiene, a pesar de tanta

variedad, una misma esencia reconocible en casi todos sus integrantes, y es su sed de ganancia y

de obtención de privilegios en el más puro sentido capitalista, su desinterés por el largo plazo y el

bienestar general de la sociedad, su tendencia a formar oligopolios o monopolios con la mayor

impunidad posible, su operatoria prebendataria y rentista, y su desprecio por los límites éticos o

legales. Tales actores tienen precaución y reparos solo frente a la competencia de otras elites,

ante la necesidad de una cuota de legitimidad social mediante el apoyo electoral, y frente a la

rebeldía social de las multitudes cuando estas se levantan y se deciden a enfrentar las acciones

represivas.

A pesar de lo atronador de su avance, el kirchnerismo debió enfrentarse a nuevas demandas

sociales, de distinta índole que las de la crisis 2001-2003 y que se levantan como oleadas que traen

nuevos elementos a la superficie. Así fue que en abril de 2004, tras el asesinato de un joven

previamente raptado, grandes contingentes sociales se movilizaron convocados por el padre de la

víctima, en las que se conocieron como las “marchas de Blumberg” en reclamo de mayor

seguridad frente a un avance del delito y de la violencia en la criminalidad. La constelación de

poder pudo campear estas demandas a través de un rápido tratamiento legislativo de nuevas

normas, más estrictas, pero la demanda por mayor seguridad iba a ser uno de los problemas

irresolutos que arrastraría la gerencia kirchnerista, que trató de minimizar la magnitud del

problema y de identificar estos reclamos como peticiones de la derecha política ideológica. A los

pocos días el dirigente social Luis D´Elia, recientemente aliado al kirchnerismo, dirigía la ocupación

de una comisaría en Capital Federal tras el asesinato de uno de sus militantes, la situación no pasó

a mayores pero demostraba que a pesar de un mejoramiento de la situación económica e

institucional la sociedad arrastraba heridas, desconfianza hacia las autoridades, y una

efervescencia mucho más acentuada que en los primeros años de democracia y durante el primer

lustro de la constelación neoliberal.

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Hacia finales de 2004, otro suceso incidiría sobre el tablero político e indirectamente sobre el

curso de acción del kirchnerismo, se trató del incendio de un auditorio de recitales donde

perecieron casi dos centenares de jóvenes asistentes. Tal tragedia derivó en un coletazo mortal

para uno de los principales aliados del kirchnerismo en su fase de consolidación, nos referimos a

Aníbal Ibarra, que dirigía una expresión residual del Frepaso que gobernaba la Ciudad de Buenos

Aires, uno de los principales distritos electorales y quizá el de mayor peso simbólico.

El titular del gobierno porteño, que desde una posición de centro izquierda se había acercado

tempranamente al kirchnerismo, contaba con buena imagen y grandes posibilidades de extender

su proyección política, pero la tragedia del boliche Cromañón levantó un manto de sospechas

sobre complicidades con empresarios, corrupción y fallas de controles que derivó en un proceso

de juicio político promovido por la oposición a su gobierno y por las movilizaciones de los

familiares de las víctimas. Hacia fines de 2005 Ibarra fue suspendido de su cargo y herido

gravemente en su carrera política.

De esta forma, el importante casillero de la Ciudad de Buenos Aires quedó servido para otra

formación política que ya había hecho pie en este territorio, se trataba de una nueva expresión

política de derecha posmoderna (apoyada veladamente por grupos económicos, incluido el Grupo

Clarín) y referenciada en el liderazgo casi unipersonal de Mauricio Macri, miembro de un clan que

gerenció uno de los grupos económicos más preponderantes en la constelación de poder

neoliberal. Pese a la inevitable identificación de su apellido con el menemismo y el

neoliberalismo, Mauricio Macri había tenido un baño de popularidad y obtenido reconocimiento

social luego de su exitosa gestión como presidente de uno de los clubes de fútbol más importantes

del país, ese fue su trampolín para el salto a la disputa política-electoral.

Esta sucesión de eventos en el centro político –simbólicamente hablando- del país le significó al

kirchnerismo perder posibilidades de influencia y control sobre uno de los presupuestos públicos

más importantes, y tener que cohabitar territorial/institucionalmente con una formación política

que, por derecha, le disputaba el control gerencial de la constelación de poder. La caída del

frepasista Ibarra le implicó perder un aliado y fue un golpe a su esquema transversal, pero a la vez

Ibarra era un potencial competidor por centro izquierda, con lo cual lo que perdía por un lado lo

ganaba por otro en la posibilidad de captar una porción de electorado que quedaba huérfano de

dirigentes. Pero justamente esa posibilidad fue malograda por el kirchnerismo, en el importante

casillero de la Ciudad de Buenos Aires no pudo hilvanar algo parecido a lo que logró en la Provincia

de Buenos Aires, luego de la caída de Aníbal Ibarra no pudo levantar una propuesta de su propio

cuño que fuera atractiva electoralmente para los porteños, como tampoco apoyarse en algún

aliado “domesticable” como hizo en los casos de Felipe Solá y Daniel Scioli en territorio

bonaerense.

Hacia principios de 2005, tomó fuerte repercusión en el sur de la provincia de Entre Ríos un foco

de conflicto que tendría ribetes nacionales e internacionales, se disparó una reacción de protesta

ciudadana por el avance de proyectos de industrialización para la producción de papel sobre los

márgenes uruguayos del Rio Uruguay, frontera natural con el vecino país. Fue sobretodo la ciudad

de Gualeguaychú la que levantó la mayor protesta a través de su asamblea ambiental, rompiendo

con representaciones tradicionales y poniendo en un fuerte entredicho a los gobiernos nacionales

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de ambas orillas, en un principio el movimiento fue visto con cierta simpatía por sectores de la

población que apoyaban la defensa medioambiental frente al interés de corporaciones

internacionales. El kirchnerismo tuvo una posición tolerante hacia los cortes de protesta del

puente que unía ambos países, con lo que se ganó la crítica y el resentimiento de la administración

socialdemócrata del Frente Amplio que recientemente había accedido al poder central en

Uruguay. El gobierno argentino acusó la violación por parte de Uruguay de un tratado binacional, y

se llegó a una instancia internacional de arbitrio. El gobierno uruguayo hasta estimó seriamente la

posibilidad de una escalada bélica.

No obstante lo combustible aún de la situación general, tal como los mencionados hechos señalan,

la marcha de los acontecimientos encontró al kirchnerismo haciendo un amplio festejo de su

primer año en el gobierno con un gran acompañamiento popular, con expectativas renovadas tras

lograr una importante restructuración del pago de una parte de la Deuda Externa (contendiendo

con el FMI, un destacado y poco simpático actor durante la Constelación Neoliberal), y dejando lo

peor de la crisis económico-política atrás. La hegemonía capitalista, y el encuadramiento

dependiente de nuestro bloque histórico capitalista se sostenía en la mutación de una

constelación de poder a otra, no se discutía a la serpiente, se discutía su piel, y la piel había

mudado.

Por otra parte, los eslabones o actores del establishment económico de la constelación dominante

fueron reacomodándose entre la amenaza, tibia, pero amenaza al fin, de procesos de

cooperativización obrera como los de la fábrica ceramista Zanon (que fue el punto más avanzado

de un fenómeno que involucró alrededor de ciento cuarenta empresas que habían sido vaciadas o

cerradas por sus propietarios), y por otro lado el fuerte proceso opuesto de transnacionalización

capitalista con la llegada de inversores que se quedaban con activos privados y recursos naturales.

Ese proceso de transnacionalización ya había tenido un antecedente importante durante la

constelación neoliberal y el proceso de privatizaciones del menemismo, que se enfocó como

objetivo central a empresas públicas (muchas de ellas monopólicas), y que fue enmarcado por

tratados bilaterales de inversión donde el capital extranjero contaba con ventajas y garantías,

aunque en ningún caso se le exigía una transferencia de conocimientos y tecnología hacia nuestro

país (la transnacionalización de la economía también iba a estar apalancada por el esquema de

convertibilidad cambiaria que semi-dolarizó la economía, por el endeudamiento externo, y las

políticas de desregulación).

En el proceso de transnacionalización durante la constelación heterodoxa hay distintas variantes,

como la llegada privilegiada de explotaciones sobre recursos naturales, para poner un caso

paradigmático se puede mencionar el de la canadiense Barrick Gold, o también mediante la

compra de porciones de empresas o holdings de la alta burguesía nacional, como en el caso de la

adquisición de PeCom (del holding Peréz Companc) por parte de la empresa brasilera mixta

Petrobras, o bien mediante la asociación de sectores de la alta burguesía vernácula y capitales

extranjeros como en el caso del Grupo Bridas donde confluyen capitales nacionales de la familia

Bulgheroni y de la autocracia china, que empezó a tener cada vez más peso e influencia en las

inversiones y como actor económico-político.

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Si bien es cierto que hay un cambio en el sentido de la transnacionalización económica durante la

gestión kirchnerista y el apogeo de la constelación heterodoxa, de ninguna manera se puede decir

que existió un corrimiento o una modificación importante del bloque histórico, la esencia del

bloque histórico de capitalismo dependiente en el que está enmarcada la realidad argentina

remite a su dependencia cultural, tecnológica, a su vulnerabilidad militar en defensa y

contrainteligencia, a la falta de producción de un conocimiento autónomo y competitivo, y

además a la dependencia extrema de sus recursos naturales ya que sigue siendo la producción

agropecuaria uno de los motores fundamentales de la economía, una producción de pobre valor

agregado. La dialéctica entre la dinámica política, la constelación dominante, y su gerencia política,

no han afectado la esencia del bloque histórico de nuestro capitalismo dependiente.

“La madre de todas las batallas” y el giro autocrático.

Para las elecciones legislativas de 2005, el gobierno puso audazmente en juego a su Reina, Cristina

Fernández de Kirchner se presentó a la candidatura de senadora por la provincia de Buenos Aires

enfrentando a la esposa de Duhalde, y llevando a la escena electoral el conflicto planteado entre

las dos facciones políticas que rivalizaban por quedarse con la gerencia política de la dominación.

Se ponían face to face el Frente Para la Victoria del kirchnerismo y el Partido Justicialista

Bonaerense donde revistaban aún muchos dirigentes de peso leales al duhaldismo. En ese comicio

el kirchnerismo cosechó los frutos de todos sus hábiles movimientos y oportunas medidas, además

de recibir el empuje del viento de cola que traía el nuevo contexto económico mundial. Los

resultados de la elección fueron contundentes y dejaron knock Out al duhaldismo, y alineó a todo

el peronismo tras la figura de Néstor Kirchner y la nueva senadora provincial. Fue el cenit de la

consolidación, luego de ganar “la madre de todas las batallas” ya nada parecía imposible a los ojos

del kirchnerismo.

Y acá se produce otro momento bisagra, se marca el inicio de una nueva etapa del kirchnerismo.

Ya con todo el respaldo de las estructuras políticas y sindicales del peronismo, con los

gobernadores alineados, el kirchnerismo se empieza a desembarazar de funcionarios heredados

de la administración duhaldista. La salida del ministro de economía Lavagna fue un hito de este

proceso. El kirchnerismo se retraía sobre sí mismo con una concentración de decisiones en su

núcleo duro y acercándose a posiciones más nepotistas y herméticas, se empezaba a deshilachar

el equilibrio de elites que balanceó esta experiencia bonapartista en sus primeros meses de

gestión. Hay una narcotización megalómana, propia de líderes que tras algunas victorias

importantes empiezan a vislumbrarse como infalibles, insustituibles, y predestinados, efecto

reforzado por toda una horda de aduladores que especulan con llegar a buenos puestos no por

mérito profesional sino por lealtad incondicional. Se produce un avance lento pero sostenido del

relato místico-mesiánico sobre el realismo político.

Esos cambios, a su vez iban acompañados de una iniciativa para formar cuadros juveniles propios,

de pura cepa kirchnerista como una apuesta a un oportuno trasvasamiento generacional en el

ejercicio del poder. Para capitanear esta iniciativa se apostó al hijo mayor del matrimonio

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presidencial, Máximo Kirchner, aunque este no parecía combinar las mismas aptitudes de sus

padres ni sentir la política de idéntica manera. Nació así “La Cámpora”, como una apuesta

fogoneada desde la cima de las estructuras de gobierno para tener una base de militancia de

absoluta lealtad, donde se combinaran la fuerza y entusiasmo de la juventud y la aparición de

nuevos cuadros técnicos. Pretendiendo emular el fenómeno de la “gloriosa JP” de los años

setenta La Cámpora se fue armando en base al aporte de algunos sectores juveniles de

organizaciones de DDHH, de algunos grupos universitarios, más toda una nueva camada de

jóvenes atraídos por las figuras de Néstor y Cristina y que iban a hacer sus primeras armas en la

militancia política. El debut en una tarea de importancia fue la administración de Aerolíneas

Argentinas, empresa aérea de bandera que había pasado por traumáticos procesos de

privatizaciones, y que fue estatizada en 2009. Aerolíneas Argentinas se convirtió en la experiencia

piloto de gestión para estos jóvenes kirchneristas y también en una plataforma económica para

sostener la organización, que se fue rápidamente expandiendo hacia distintas reparticiones del

Estado. Más adelante volveremos a mencionar la peripecia de este ensayo kirchnerista para

asegurar su continuidad.

El Kirchnerismo, a diferencia de formaciones políticas anteriores, no solo buscaba enriquecerse

con el paso por la función pública, sino ir más allá y convertirse en un verdadero holding

económico-político a través de toda una red de empresarios testaferros, y mediante un juego de

postas entre Néstor y Cristina para cederse el control gubernamental de uno a otro y

oportunamente heredarle la conducción política a sus ahijados políticos. Cuando aquello fue

percibido y dimensionado por otros actores de la constelación se fueron agravando las fricciones y

las disputas al interior del entramado dominante.

Néstor Kirchner llegaba al término de su mandato con un alto nivel de aprobación de su figura, y

una situación ya mucho más ordenada tanto de las cuentas públicas como a nivel de sus alianzas y

control político. La dinámica económica de la konstelación Heterodoxa había logrado estabilizar la

dominación capitalista, dotando de mayor dinamismo al mercado interno, haciendo crecer el PBI,

controlando las variables cambiarias y la inflación, logrando un superávit gemelo, y reduciendo los

niveles de desempleo. La estrategia elegida para darle continuidad a su gerencia política no fue

presentarse a la reelección sino postular a su esposa, acompañada en la fórmula de un aliado

radical, el mendocino Julio Cobos (para ese momento gran parte de lo que había sido el otro gran

partido nacional, el radicalismo, se había convertido, aparentemente, en un inofensivo furgón de

cola del justicialismo y la transversalidad kirchnerista).

Durante el año 2006, a instancias de un Congreso Nacional dominado por el oficialismo, se

prorrogó la Ley de Emergencia Pública, a pesar de que la situación política y económica se había

estabilizado y ya no existía la coyuntura crítica del momento de su asunción presidencial. No solo

se prorrogó esa normativa que había nacido como excepcional, sino que además se reforzó la

discrecionalidad del manejo de los fondos públicos a través de la ley 26.124 (conocida como ley de

“superpoderes”) que le daba a la jefatura de gabinete facultades para reacomodar partidas del

presupuesto nacional. También ese año se debatió en el Congreso Nacional una modificación a la

forma en que se tenía integrar el Consejo de la Magistratura, un órgano del Poder Judicial para el

nombramiento y suspensión de jueces. La Senadora Cristina Kirchner tuvo una destacada

intervención a favor de la iniciativa. Fue a partir de estas circunstancias, y seguramente muchas

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otras de tenor más reservado, que empezaron las asperezas y oposiciones con el grupo

multimediatico Clarín que desde su línea editorial sugería que esas normativas y reformas

implicaban un retroceso republicano. El blindaje mediático al kirchnerismo empezaba a

resquebrajarse. Ese mismo año también se inicio una desprolija intervención del gobierno sobre el

principal organismo de estadísticas del Estado, el Indec, el cual difundía toda una serie de

estadísticas sobre el desenvolvimiento de la economía, esto también fue advertido con un avance

regresivo del poder estatal, es decir como una acción dirigida a obstaculizar la transparencia de

ciertos datos. A pesar de que el gobierno de Néstor Kirchner favoreció a varios grupos

económicos-comunicacionales con la revalidación de concesiones en sus licencias televisivas (y

particularmente benefició al grupo Clarín en su proceso de monopolización de la transmisión por

cable, permitiéndole la fusión de Multicanal y Cablevisión), la época de romance entre el

kirchnerismo y el grupo Clarín había terminado, y la aversión y crítica de otros sectores

importantes del periodismo también se fueron acentuando. Para algunos integrantes de la

Constelación de poder dominante se hizo palpable que lo del kirchnerismo no era un fenómeno

meramente coyuntural, había un esquema bonapartista-hiperpresidencialista que lejos de

desactivarse se acentuaba. Como ya señaláramos se empezaron a agravar las fricciones intra-

dominación, y esto tuvo cierta repercusión en la campaña para la elección de Cristina Fernández

en 2007.

Hechos luctuosos como el rapto de Julio López (ex detenido durante la dictadura, y testigo

importante en los nuevos juicios contra los represores), o el asesinato en Neuquén del gremialista

Carlos Fuentealba, eran indicadores de nichos de violencia y represión que permanecían vigentes,

aún con la nueva gerencia política y la nueva constelación de poder. La dinámica del sistema

político había salido del vacío de poder, pero lejos estaba de pacificarse totalmente.

En aquella ronda electoral ejecutiva y legislativa de 2007, la victoria de Cristina Fernández de

Kirchner no resultó ser lo holgada que se hubiera esperado teniendo en cuenta el crecimiento de

la economía y el apoyo con que terminaba el mandato de su esposo, incluso se dieron graves

denuncias por evidentes maniobras fraudulentas contra opositores en el día de la elección general.

En la provincia de Buenos Aires, en el densamente poblado Conurbano bonaerense,

desaparecieron masivamente boletas de quien era la candidata opositora mejor posicionada, Lilita

Carrió (una líder residual del radicalismo, con gran carisma mediático, pero poca capacidad de

construcción política territorial y sectorial). Con aquella maniobra de evaporación de boletas se

evitaba cualquier eventual sorpresa que condujera a un ballotage entre las dos opciones más

votadas. Cristina asumió despreocupada por esa mácula del proceso eleccionario, y heredando

una burocracia estatal reconstituida por su esposo, quien era todavía visto y se movía como el

líder político con quien negociar o a quien oponerse.

Dentro de los primeros anuncios de Cristina como presidenta se presentó una iniciativa para

construir un tren bala que uniría las principales ciudades argentinas, Cristina inauguraba su gestión

a toda pompa, pero iba a tener que afrontar duros reveses en poco tiempo.

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El primer mandato de Cristina, crisis capitalista internacional y rebelión agraria.

Desde principios de 2008 se iban a ir concatenando una serie de fenómenos globales que

alterarían el funcionamiento de los centros capitalistas y las condiciones macroeconómicas hasta

entonces imperantes. Con el aumento del precio del petróleo, de algunas materias primas, y la

explosión de una burbuja hipotecaria y crediticia en USA, el capitalismo especulativo y financiero,

que había tomado primacía por sobre el capitalismo industrial, empieza a producir una especie de

efecto dominó sobre el resto de la economía global. Una sombra de incertidumbre se expande

sobre todos los bloques históricos capitalistas, mientras que China con su economía mixta

autocrática inflaba el pecho.

El nuevo gabinete de la presidente Cristina Fernández de Kirchner intentó tomar previsiones sobre

esta situación y propuso un proyecto para aumentar las retenciones impositivas sobre la

producción agrícola. La medida, conocida como resolución 125, despertó una unificada reacción de

protesta y repudio de parte de distintas fracciones de clase vinculadas a la producción

agropecuaria y sus correspondientes organizaciones, esta vez también amplificada por la

cobertura de medios de comunicación opositores y del multimedios Clarín que ya hizo más nítida

su nueva postura.

La situación se dimensionó como una importante crisis de coyuntura, esa protesta se convirtió en

el catalizador de diversos disconformismos que ya se venían acumulando con la gestión

kirchnerista en distintas capas sociales. El kirchnerismo enfrentó por primera vez una resistencia

articulada con cierta densidad sectorial y territorial, que le sirvió además a figuras político-

partidarias de la oposición para potenciarse. La situación de debate y enfrentamiento fue in

crescendo desde mediados de marzo hasta mediados de julio, incluyendo fuertes lock outs

patronales, con masivas manifestaciones, escraches, cortes de ruta, desabastecimiento de

productos, y pequeñas escaramuzas entre partidarios del gobierno y opositores. Cuando el

gobierno advertía que iba perdiendo la pulseada en la opinión pública y no podía quebrar la

unidad de las organizaciones ruralistas nucleadas en la “Mesa de Enlace” involucró al Congreso

Nacional para darle más legitimidad a la norma que impulsaba. Pero dentro de los mismos

sectores que acompañaban al kirchnerismo se presentaron dudas por la magnitud de la movida

social, y la poca capacidad negociadora del núcleo duro kirchnerista, hasta que finalmente en la

votación en el Senado fue el mismo vicepresidente Julio Cobos el que con su voto terminó de

sepultar la pretensión del oficialismo. De esta forma se produjo la otra gran sorpresa que marcó

un final a otra etapa del kirchnerismo.

Este proceso decantó entonces en una dura derrota del gobierno, una importante caída de su

popularidad, y una crisis interna que señalaría el definitivo fin de la “transversalidad” y el inicio de

una serie de purgas internas. Así mismo el régimen quedaba en una situación institucional precaria

por el manifiesto enfrentamiento entre la presidenta y el vicepresidente. A partir de ese momento

no solo se desmontó la idea de esa primer “transversalidad” o “concertación plural”, se reforzó un

discurso épico identificando como enemigos apátridas a Clarín y la Mesa de Enlace, y se

constituyeron núcleos sociales kirchneristas y antikirchneristas, aunque estos últimos sin una

identificación partidaria unificada.

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Algunos analistas habían predicho que el gobierno de Cristina iba a estar caracterizado por un

fortalecimiento institucional (al estilo de una democracia representativa liberal desmontando el

bonapartismo), y por la llegada de una renovación generacional, estética y ética, pero se

equivocaron de cabo a rabo, sobretodo en el último punto. Lo que sobrevino fue un mayor

retraimiento sectario del kirchnerismo y la inclinación por los lazos y acuerdos con segmentos del

peronismo tradicional como la CGT y los intendentes de los principales distritos electorales. El líder

del gremio de camioneros, Hugo Moyano (que dirigía una formación política que guardaba

similitudes al kirchnerismo, sobretodo en su estructura de “clan”), y varios intendentes del

conurbano bonaerese se convirtieron en los laderos privilegiados de la gestión cristinista, con

Néstor como gran armador y operador político desde la jefatura del Partido Justicialista. Este

acercamiento del gobierno con los sectores más conservadores del sindicalismo abortó cualquier

tentativa democratizadora del sindicalismo argentino desde arriba, desde una acción reformista de

los poderes estatales. Al mismo tiempo se profundizó una estrategia de demonización contra el

grupo Clarín, que a su vez reforzaría su línea editorial antikirchnerista, de uno y otro lado se

empezaban a sacar los trapitos al sol. La dinámica política interna señalaba una mayor polarización

a partir del eje Kirchnerismo-antikirchnerismo, pero sin niveles de polarización ideológica tan

marcados, es decir, eran más bien pujas dentro de la constelación de poder dominante, la

hegemonía capitalista dependiente no se veía realmente amenazada por el surgimiento de una

constelación de poder alternativa.

Ante la imposibilidad de obtener mayores rentas de la producción agropecuaria, el gobierno

siguió buscando fuentes de ingreso para prevenirse ante los avatares de la crisis capitalista que

seguía asustando a muchos analistas económicos y funcionarios. La llave para abrir nuevas fuentes

de financiamiento al Estado Nacional provino de una decisión atrevida y trascendental: la

estatización de las AFJP. Las administradoras privadas de fondos de pensión y jubilación, eran una

de las obras de la constelación de poder neoliberal que todavía seguían en pie a pesar de haber

sido objeto de duras críticas sobre su viabilidad a futuro y por la amenaza que representaban para

muchos trabajadores y jubilados. A finales de 2008 el Poder Ejecutivo presentó un proyecto para

que el gobierno tomara el control de los fondos y activos que controlaban estas entidades.

Sectores de la oposición de centro izquierda y el radicalismo apoyaron la iniciativa, de esta manera

la oposición al kirchnerismo quedó nuevamente fraccionada y el gobierno cerró el año de su

derrota con la Mesa de Enlace mostrando iniciativa y acercamiento a las necesidades populares, y

de paso fortaleciendo su tesoro con fondos que iban a ser manejados de forma muy discrecional.

El sector financiero y bancario, que fue el principal perjudicado con esta medida no pudo articular

una respuesta en la misma forma en que lo había hecho la Mesa de Enlace agropecuaria, y para el

gobierno esta medida significaba además poner un pie en varias empresas a través de los títulos

accionarios de los que se apoderaba.

En 2009 se preparaba una nueva ronda electoral, las perspectivas eran confusas, con la

polarización que había comenzado a emerger desde el conflicto con el campo, o incluso un poco

antes, y con la sombra de una crisis económica mundial expandiéndose. El núcleo duro del

kirchnerismo decide una nueva jugada de gran impacto, el adelantamiento de las elecciones

legislativas nacionales, y sobre esto hacer jugar en las listas a los nombres con más reconocimiento

público, así el mismo Néstor Kirchner se implicó en la lista bonaerense a diputado junto con el

gobernador Scioli, que obviamente no iba a dejar su cargo ejecutivo para asumir como diputado, a

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esta estrategia, inusitada en la historia política argentina, se la conoció como candidaturas

“testimoniales”. La intención más clara de esta jugada era tratar de hilvanar el nuevo proceso

electoral con el reciente éxito de la estatización de las AFJP y además adelantarse a lo que se

presuponía podía ser un efecto negativo de las variables económicas sobre la gestión en la

eventualidad de de profundizarse la crisis económica capitalista. La otra intención que también

podía estar jugando en la decisión de semejante jugada era la de agarrar distraídas o

desacomodadas a las fuerzas políticas opositoras.

Lo que quizá no pusieron adecuadamente sobre la balanza los arquitectos de esta estrategia era

que todavía se mantenía fresco en el recuerdo de mucha gente tanto las maniobras electorales

fraudulentas en el comicio que condujo a Cristina al gobierno, como la beligerancia y los traumas

generados por la crisis con los ruralistas. Y esto sobre el trasfondo de una evidente desaceleración

del consumo, de incertidumbre respecto del curso de la economía, y de un imponderable que

desde fuera de la dinámica política se coló en plena campaña electoral, la pandemia de la Gripe A.

Con respecto a aquello último existió una torpeza inicial por parte de los entes estatales en el

tratamiento de esta epidemia que se disparó rápidamente en Argentina y se cobró varias víctimas

fatales pocas semanas antes de los turnos electorales más importantes. El impacto de este factor

disruptivo es difícil de calcular pero no se debería desestimar como propagador de un desánimo y

psicosis generalizada que terminó afectando principalmente al oficialismo.

Comúnmente las elecciones de medio turno en Argentina, las elecciones para cargos legislativos,

son eventos donde el electorado apuesta más libremente a terceras fuerzas o se inclina por

mandar mensajes de aprobación o rechazo hacia el oficialismo, es poco o casi nulo el debate que

existe propiamente sobre las propuestas legislativas que eventualmente presentan los candidatos

a legisladores. El peso del clientelismo político, y las ataduras que tal fenómeno conlleva, también

es menos determinante en este tipo de contienda electoral, ya que no están en juego los cargos

ejecutivos, los que generalmente manejan la disposición sobre esos recursos prebendatarios.

Así se fueron dando una serie de circunstancias, que más allá de los operativos del kirchnerismo le

terminaron jugando en contra. Por los costado del kirchnerismo se pudieron conformar una

alianza de centro izquierda, el Frente Cívico y Social (con rejuntes del radicalismo y el socialismo), y

una alianza de centro derecha con el macrismo y cierto andamiaje del peronismo que no se alineó

al gobierno nacional. Y estas fuerzas le representaron una dura disputa electoral al kirchnerismo

en los distintos distritos.

Particularmente inesperada y dolorosa resultó la derrota del kirchnerismo en la provincia de

Buenos Aires, el distrito electoral por lejos más importante por su caudal de votos, y justamente

donde el kirchnerismo había destacado a sus principales figuras. La victoria en este casillero se lo

llevó una alianza improvisada entre peronistas liderados por Felipe Solá (ex gobernador

bonaerense, que abandonó su entendimiento con el kirchnerismo durante el conflicto con el

campo), el empresario filo-peronista Francisco De Narváez (quien encabezaba la lista y que

recientemente se había volcado a la política apoyado por su participación en el sector de medios),

y grupos que respondían a Mauricio Macri quien fogoneaba la jugada desde la Capital Federal. La

lista de esta unión aventajó al kirchnerismo por apenas dos puntos porcentuales, pero alcanzaba

para estamparle a la gerencia de la constelación de poder un cachetazo estruendoso. Las listas

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opositoras sumadas superaban ampliamente el favor oficialista, y de haber sido una elección

presidencial el kirchnerismo hubiera quedado expuesto a un ballotage donde hubiera sido

derrotado en forma contundente. El fin de la gerencia kirchnerista parecía inminente luego de

semejante traspié utilizando a sus mejores piezas.

Pero a pesar de su giro autocrático, y de su cerrazón cada vez más manifiesta, el núcleo duro del

gobierno nacional aún conservaba capacidad para entender su encrucijada, y margen de

maniobra para gambetear el derrumbe completo de su poder.

El bicentenario, el luto, y la recuperación.

Tras la derrota electoral la primer actitud del oficialismo fueron algunos cambios en gabinete y la

convocatoria a un dialogo con sectores opositores, tendiéndoles una alfombra roja hacia la Casa

Rosada para tratar temas “vitales” para el país. Se mostró conciliador pero sin ceder realmente la

iniciativa. Las formaciones políticas opositoras fueron en parte presa de esta modalidad en donde

la presidenta parecía tender una mano, mientras su esposo continuaba y redoblaba su

enfrentamiento contra actores como el grupo Clarín y había operaciones para evitar que el

sindicalismo se desboque. Al poco tiempo y por fuera de estos diálogos insustanciales a los que

fueron conducidos algunos opositores el gobierno lanzó un proyecto de ley para una nueva Ley de

Comunicación Audiovisual, las intenciones argumentales del complejo texto de la norma

apuntaban a reforzar la pluralidad de señales y voces en el campo comunicacional,

fundamentalmente de radio y televisión. Los actores opositores de la constelación de poder se

tensionaron aún más con esta iniciativa, algunos opositores conciliaron con el gobierno e hicieron

causa común contra los grandes oligopolios comunicacionales y otros se radicalizaron aún más. El

kirchnerismo una vez más lograba tirar la pelota al campo contrario y dividir a sus opositores

frenando de esa manera el avance sobre sus posiciones de poder y estableciendo un efecto de

confusión en la opinión pública.

Pasados algunos meses el gobierno venía lentamente remontando posiciones a caballo de cierta

mejora en la economía que se recuperaba de su caída en 2008 y 2009, a lo que se agregaba el

reforzamiento de los lazos clientelares a través de “cooperativas” de trabajo manejadas por el

Ministerio de Desarrollo Social y los intendentes, por la extensión de una red de asistencia social

que tuvo a la Asignación por Hijo y a mejoras en beneficios jubilatorios como novedades centrales,

y algunos golpes de efecto simbólico como los festejos del Bicentenario del primer gobierno patrio

y la llegada de la prestigiosa competencia del Paris-Dakar a Argentina, o también el despliegue del

Plan Conectar-Igualdad y la entrega de miles de netbooks a estudiantes secundarios, y la apertura

de algunas nuevas universidades nacionales en el conurbano bonaerense.

Dentro de la conducción económica se imponía gradualmente un grupo de funcionarios técnicos

que ante los nubarrones de la crisis capitalista proponían caminos menos ortodoxos, y a su vez

eran alentados por dirigentes políticos que ansiaban obras y medidas que pudieran traducirse en

resultados electorales en el corto plazo. De esta forma el andar con espalda ancha del gobierno

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nacional con importantes reservas en el Banco Central fue modificándose para impulsar políticas

anti recesivas, y también, como se describía líneas arriba, para ampliar cierta cobertura social y al

mismo tiempo reforzar estructuras clientelares, todo en un mismo combo.

Como factor adicional que le fue útil al gobierno en su recuperación, la Central de los Trabajadores

Argentinos, la CTA, finalmente se fracturó tras su caótico proceso de elecciones internas donde las

dos principales corrientes se adjudicaron la victoria, de esta manera la formación sindical que

había nacido en las luchas contra el neoliberalismo de los años noventa, y que pretendía disputarle

la representación a la CGT, terminaba disminuyendo su nivel de influencia política en cuanto a

representación de las fracciones de clase subalternas. Una parte de los gremios de la central

sindical empezaron un camino de fuerte alineamiento con la conducción del gobierno nacional y el

intento de un armado político electoral que le sumara “por izquierda” al kirchnerismo, mientras

que otro sector hacia lo mismo pero en el sentido opuesto, o sea buscaba constituir una opción

política-electoral opositora. Con este transcurrir de los acontecimientos políticos el gobierno, y la

constelación de poder, podían tener bajo cierto control a los distintos grupos y organizaciones del

mundo del trabajo, del “proletariado integrado”, cada vez más complejo y disgregado.

Pero hacia Octubre iban a ocurrir otros tres hechos de gran magnitud política aunque de efectos

muy contrarios.

El efecto de las elecciones de 2009, con la llegada de muchos legisladores opositores al congreso,

había sido bien atenuado por el kirchnerismo y sus iniciativas legislativas, pero hubo un avanzada

opositora que no pudo detenerse en el Congreso, fue la ley que convalidaba el pago del 82 % móvil

a los jubilados tal como propone la Constitución Nacional, las distintas bancadas opositoras por

primera vez lograban imponer un proyecto propio pese a la oposición del gobierno y sus

legisladores. Esto fue para la primavera de 2010, hacia principios de octubre, pero la magnitud de

esta primer ofensiva política contra el oficialismo quedo rápidamente minimizada ya que la

presidenta devolvió el golpe con un decreto que vetaba ipso facto la norma. Cristina, acusando a

los legisladores de irresponsables por plantear un esfuerzo económico que el Estado no podía

atender, les tiro encima el poder del presidencialismo, aún contra una ley que trataba de hacer

operacional lo que claramente establecía la Constitución. La oposición no pudo sostener la

ofensiva, ni redoblar la apuesta, hasta ahí llegaron sus convicciones. Se conformaba con que los

medios de comunicación opositores le hicieran pagar un costo político al gobierno por no apoyar

una medida a favor de los jubilados y de la Constitución. Las fuerzas del gobierno se mantuvieron

inmutables y disciplinadas, no se abrieron brechas, y los líderes opositores que mejor habían salido

parados del comicio de 2009 no convocaron a las multitudes para reclamar desde las calles,

simplemente pasearon por algunos estudios de televisión para expresar su indignación.

El otro de los hechos destacados de octubre de 2010 sirve para describir muy bien las

características de la constelación heterodoxa y la gerencia política kirchnerista. Se trata de los

hechos que derivaron en el asesinato del joven militante trotskista Mariano Ferreyra. Este hecho

luctuoso fue consecuencia de una violenta escaramuza entre un grupo de trabajadores y

militantes de izquierda que pedían un cambio en ciertas condiciones de trabajo, y un grupo de

choque que respondía a uno de los mayores burócratas sindicales de los gremios ferroviarios. El

conflicto estuvo enmarcado en la pelea de ciertos grupos de trabajadores de base y de izquierda

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contra las políticas de tercerización y precarización laboral. La tercerización de servicios entre

empresas es una práctica que, escuetamente, significa que una empresa contrata a otra para

tareas específicas, pero los trabajadores de la empresa contratada no tienen una relación laboral

formal con la empresa contratante. En general la empresa contratante es una empresa de gran

escala, y la empresa contratista es una empresa de menor escala y muchas veces de una

constitución legal más precaria. Para el trabajador de la empresa contratada, terciarizada, las

condiciones de estabilidad laboral y amparo sindical no están garantizados como si fuera

contratado directamente por la empresa mayor a la que va a prestarle un servicio. Estas

modalidades comúnmente se asocian a políticas de precarización y flexibilización laboral, que a los

capitalistas les sirven para reducir costos y mantener divididos a los trabajadores. En Argentina

estas modalidades se empezaron a abrir paso desde la última dictadura pero tuvieron una

aceleración con la transnacionalización de la economía y las políticas neoliberales de los años

noventa. En la constelación de poder heterodoxa estas prácticas se mantienen y profundizan en

algunos casos, es una las dimensiones subsistentes de la constelación neoliberal, aquí tenemos

una gran línea de continuidad entre ambas matrices de poder. El conflicto puntual que lleva al

desenlace fatal para el militante trotskista permite explicar la conformación y funcionamiento de

la constelación de poder heterodoxa. Tal matriz de poder reúne a organizaciones y personas de

muy distintos sectores sociales, pertenecen a ella tanto el CEO de una empresa transnacional,

como el burócrata sindical, como el lumpen de una barriada marginada, como también los

funcionarios del Estado Nacional que llevan las riendas políticas-institucionales de la constelación,

obviamente el que parte y reparte se lleva la mejor parte, y los que manejan la constelación de

poder capitalista no son los segmentos que pertenecen a las clases bajas.

En la constelación de poder neoliberal la represión y control social necesarios para la acumulación

capitalista se hizo en gran medida a través de las mismas fuerzas de seguridad del Estado,

mediante la represión de protestas o mediante detenciones y apremios ilegales en un marco de

gran impunidad luego del indulto de Menem y las leyes que limitaron los juicios al terrorismo de

Estado sancionadas promediando el gobierno de Alfonsín. La constelación heterodoxa había

comenzado de la misma manera durante el interinato de Duhalde, pero luego de los asesinatos de

Maxi Kosteki y Darío Santillán en Avellaneda, el repudio social y la vulnerabilidad aún de la nueva

matriz de poder produjeron un cambio, un reajuste. Al llegar el kirchnerismo al poder se volcó a

una importante alianza con organizaciones de derechos humanos y se relanzaron los juicios contra

los responsables de la dictadura. Las formas de control y represión debieron mutar hacia formas

más sutiles, sofisticadas, y que de requerir del uso de la violencia dejaran con las manos limpias al

Estado Nacional. Así se produce una tercerización del apriete y la represión, se refuerza una

velada alianza con grupos de choque ligados a barras bravas del fútbol o de los sindicatos o bien

sicarios de bandas delictuales, para ciertas tareas esta iba a ser la mano de obra que tendría vía

libre para actuar (muchos adolecentes de barriadas humildes y villas, manejados a través de sus

adicciones y del suministro de drogas, también iban a formar parte de patrullas zombies para

tareas de intimidación, pero siempre como material descartable). Esta situación lleva a una

necesaria reformulación del interesante concepto marxista de “ejército industrial de reserva” muy

apropiado para otro momento del capitalismo.

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Es así como en el caso del asesinato de Mariano Ferreyra, la constelación de poder dominante

recurre a mano de obra terciarizada justamente para intimidar un reclamo contra la tercerización

laboral.

Mientras en una dimensión más sutil la conducción gerencial de la Konstelación heterodoxa utiliza

los servicios de espionaje de las fuerzas de seguridad, o la cooptación económica de dirigentes, o

la judicialización de la protesta, en otra dimensión recurre lisa y llanamente a la fuerza pero a

través de la cultura del aguante, la cultura del apriete, de la patota, cultivada por sectores

subalternos marginales reunidos en bandas que operan en forma mercenaria o cuasi mercenaria.

A estas bandas, que muchas veces actúan con el desordenado espíritu de la horda, se les permite

armar “microemprendimientos” delictivos o participar de la corrupción de los sectores políticos,

judiciales y policiales, esa es la tajada diferencial por la que estos grupos sociales subalternos

actúan, y descargan su violencia, absolutamente en contra de los que serían sus verdaderos

intereses de clase. Pero a la vez estos grupos pueden entrar en choque entre sí, o actuar

anárquicamente, y traerles costos políticos a los eslabones superiores de la constelación

dominante.

Es uno de estos grupos, patrocinado por el sindicato de la Unión Ferroviaria conducido por el

jerarca José Pedraza (aliado del kirchnerismo) el que interviene para correr y despejar un corte de

vías, una protesta que paralizaba el servicio de una línea de trenes, y en la que trabajadores de

una empresa terciarizada reclamaban con estos métodos coactivos por su incorporación como

empleados directos del ferrocarril. La pelea entre los dos grupos, de un lado la patota armada por

el sindicato aliado al gobierno, y del otro lado los trabajadores precarizados apoyados por

militantes de izquierda termina en el asesinato de Mariano Ferreyra, hecho que produciría una

gran movilización de repudio y una causa judicial que amenazaba a un importante aliado del

gobierno, y al gobierno mismo. Por un momento la sombra de Puente Pueyrredon, y los fantasmas

de Kosteki y Santillán se le aparecieron al kirchnerismo (veo al futuro repetir el pasado, veo un

museo de grandes novedades, y el tiempo no para).

Pero en el mismo mes, otro hecho dramático eclipsaría el efecto de la muerte de Mariano y el

veto al 82 % móvil…. Se trató del inesperado deceso del mismo Néstor Kirchner.

El efecto de polarización social que había comenzado desde 2006 y se hace más evidente en la

posterior crisis coyuntural con las organizaciones rurales, tenía como eje principal la figura de

Néstor. A pesar de saberse de sus problemas de salud, su desaparición física fue un cimbronazo

que alteró la dinámica política de forma sustancial. La dirigencia opositora se quedó sin su

némesis, un tanto paralizada por tener que mantener las formas y respetar el luto, y además un

poco desacomodada frente a la convocatoria popular que tuvo su funeral, sobretodo la

espontánea presencia juvenil.

El efecto de la inesperada viudez de Cristina, fue un poco sobrevalorado por muchos especialistas,

sin duda en muchas personas de distintos sectores sociales se produjo una empatía con la

mandataria. Pero durante el lapso de tiempo que transcurrió entre la derrota del 2009 y los

primeros meses de 2011, el gobierno nacional supo mantener la iniciativa y el control sobre la

propia tropa, mientras que las formaciones políticas de la oposición se iban desgranando y

atomizando, sin poder ofrecer una propuesta superadora que enamorara al electorado. Poco a

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poco la torpeza opositora se transformó en el principal capital político del kirchnerismo. Muchos

opositores ya habían descontado el final del ciclo kirchnerista y perdieron el rumbo ensimismados

en sus propias disputas internas.

El año 2010 terminaba con recuperación económica, y mayor movimiento del mercado interno

(sobre todo en rubros de pequeña electrónica ensamblada en Tierra del Fuego, y el mercado

automotriz), con un crecimiento del PBI de alrededor del 9 %. La progresiva fragmentación política

opositora por un lado, y el fracaso de los peores pronósticos sobre el impacto de la crisis

capitalista en Argentina iban a ser el prólogo de una nueva ronda electoral. También, y para mayor

complejidad del escenario, iban a formar parte del contexto pre-eleccionario los hechos de

violencia en la ocupación por parte de cientos de familias de un predio público del sur de la Capital

Federal (el Parque Indoamericano), con gente de diversos puntos y de diferentes organizaciones

que intentó establecerse en el lugar y presionar por ser incluidos en programas de viviendas, lo

que generó una mini crisis, con muertos de por medio, y nuevos cortocircuitos entre la

administración macrista y el gobierno Federal. El fin de la primavera de 2010 se presentaba álgido

y dramático, con todos estos ingredientes y además protestas salteadas por cortes en el

suministro eléctrico. Sin embargo, los meses de enero y febrero suelen marcar un impase en el

ritmo de la dinámica política, y lo que parece que va a desembocar en una sucesión de eventos

catastróficos, de pronto se termina frenando como una bicicleta en la arena.

En los códigos no escritos del fútbol hay un viejo apotegma, se dice que terminar ganando un

primer tiempo dos a cero no es bueno, el sentido del dicho se refiere a que el equipo que logra ese

resultado parcial ya descuenta que el triunfo es suyo, y psicológicamente deja de jugar, dándole la

oportunidad al adversario para dar vuelta el resultado en el segundo tiempo. Algo así sucedió en la

dinámica política argentina en el lapso entre los resultados de las elecciones de 2009 y la nueva

ronda de 2011. Las condiciones macro de la crisis capitalista no impactaron tan duramente en el

país como algunos pronósticos sostenían, y a la vez la gerencia kirchnerista supo flexibilizar

posiciones, lanzar nuevas medidas de inclusión social y clientelismo, entrampó y dividió a grupos

opositores (por ejemplo a través del tratamiento legislativo de la nueva Ley de Medios), se apropió

simbólicamente de los festejos del bicentenario, lanzo el Plan Conectar-Igualdad, apoyó reclamos

de grupos homosexuales permitiendo el matrimonio igualitario, y a la vez manteniendo un

acuerdo con los sectores más conservadores de la iglesia para no tratar iniciativas a favor del

aborto libre y gratuito y sostener importantes subsidios a la educación privada, hizo reformas

electorales que sorprendieron a sus adversarios (básicamente la introducción del sistema de

Primarias Abiertas Simultaneas y Obligatorias), y sobre todo eso sacó además provecho de la

empatía emocional hacia la presidenta tras la muerte de su marido. Adicionalmente el

kirchnerismo mantenía el control de algunos resortes claves del proceso eleccionario, una ventaja

que nunca debe menospreciarse.

El momento de la elección presidencial se inscribía en una ronda general de elecciones ejecutivas a

gobernadores e intendentes (hay que aclarar que en muchas provincias las elecciones a estos

cargos son en otra fecha que la elección presidencial, pero en la Provincia de Buenos Aires desde

hace tiempo las dos elecciones coinciden y eso tiene efectos muy determinantes), el resultado fue

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un demoledor mazazo sobre las expectativas de los opositores, que presentaron una oferta

desarticulada y que estallaba en cortocircuitos internos. Los nubarrones de incertidumbre sobre la

economía, la inseguridad cada vez más dramática, y los hechos de corrupción que no paraban de

salir a la palestra no alcanzaron para impactar la línea de flotación del kirchnerismo. La oposición

primero fue arrasada en el debut del sistema de las PASO, y se quedó sin la reacción suficiente

para mejorar el papel en la elección definitiva, donde Cristina llegó a un 54 % de los votos, lejos de

cualquier posibilidad de ballotage.

Victoria y cristinismo recargado

El gobierno, a lo largo y ancho del país, había recuperado el voto de importantes sectores medios,

y mantuvo el voto de capas populares y trabajadoras. Cristina pudo quebrar el eje de la

polarización y dividir a sus opositores políticos. Podríamos simplificar un poco y decir que una

parte del voto a Cristina provino de los beneficiarios de las nuevas políticas asistenciales y de la

profundización clientelista (es decir mantuvo una base histórica de apoyo al peronismo), otra

parte provino de un electorado de sectores más acomodados de los trabajadores y capas medias

que hicieron un voto pragmático-economicista ya que se sentían medianamente conformes con

las posibilidades de consumo y crédito que las políticas kirchneristas sostenían (lo que algunos

llamaban voto-cuota), y una parte provino de electores disconformes pero que no encontraban

una alternativa seductora dentro de los opositores y decidieron apostar una ficha a esta nueva

etapa del kirchnerismo con la conducción de Cristina, dándose así el efecto paradojal de buscar un

cambio apostando a lo mismo, dentro de esta última porción de los electores de Cristina también

jugó el efecto de identificación con el dolor de la pérdida familiar ante una mandataria que en los

meses de campaña (buena campaña) se mostraba menos beligerante y soberbia. Se pueden

descubrir ocasiones del funcionamiento de la dinámica política en que una fuerza o energía social

que tiende hacia un cambio digamos progresista, o reformista democratizador, si no encuentra

oportunamente el cauce organizacional para expresarse puede rápidamente cambiar de curso y

terminar fluyendo hacia una propuesta reaccionaria, conservadora, o violenta en ciertos casos.

Pero este hecho, la victoria del oficialismo, también marcaría una nueva etapa dentro del

kirchnerismo, ya que del doble comando, del tándem donde Néstor conducía principalmente las

estrategias de alianzas y con otro ojo atendía a las principales variables económicas, se pasaba a

una conducción todavía más acotada, donde la última decisión recaía en Cristina y un reducidísimo

círculo de consulta, se entraba en la fase netamente cristinista. Y esta nueva fase incorporaría un

giro más marcado hacia sectores juveniles, principalmente La Cámpora, y aliados políticos por

fuera de las estructuras tradicionales del peronismo, particularmente desairados comenzaron a

verse algunos sectores sindicales, en especial el clan moyanista.

El moyanismo, a través de la conducción del gremio de los choferes de camiones, se venía

perfilando desde la época del menemismo como una formación política combativa y ambiciosa, y

en los últimos momentos de la constelación neoliberal, ya durante la gestión de De La Rúa, había

sido parte de la férrea resistencia a medidas de ajuste sobre los trabajadores. Con la formación de

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la constelación heterodoxa, los afiliados de su gremio se empezaron a ver muy beneficiados por los

logros de sus reclamos y medidas de fuerza, y a la vez, con el visto bueno del kirchnerismo,

extendió su base de apoyo y captó trabajadores que históricamente se desempeñaban en otros

gremios (esta práctica iba a generar fuerte recelos de parte de otros dirigentes sindicales del

entramado peronista). El moyanismo fue un aliado recio durante enfrentamiento contra la Mesa

de Enlace en el conflicto con los ruralistas del 2008, y también un ladero que no titubeó cuando el

gobierno rompió lanzas con el Grupo Clarín, esto le sirvió para gozar de algunos privilegios y un

lugar especial dentro del entramado de alianzas kirchneristas. Pero el moyanismo tenía sus

propios planes, y su propia lógica de acumulación de poder. Esto era demasiado evidente para

todos y lo ponía en una ruta de colisión directa con la estrategia autocrática kirchnerista y con

otros aliados de la constelación dominante.

Con la desaparición de Néstor, el moyanismo intentó pasar un cambio y hacerle una encerrona a

Cristina adelantándose a otros competidores, movilizó los recursos a su alcance para marcarle los

tiempos a la presidente, y colocar candidatos que le respondiesen en las listas para la disputa

electoral de 2011. Incluso ambicionaba colocarse en la línea sucesoria con un compañero de

fórmula para Cristina. Sin disimulos el moyanismo planteaba una disputa, o una redistribución de

poder, entre las facciones sindicales del peronismo y las facciones más bien políticas de ese

movimiento, incluso hasta amagaba con correr programáticamente por “izquierda” al gobierno y

además desarrollar su propia agrupación juvenil-sindical. El cristinismo le dio la espalda, lo

despreció, y lo aisló, y esto incluso le sirvió para congraciarse con el mundo empresarial y otras

facciones del peronismo que vieron a Cristina como una garante frente al avance de esa facción

sindical. La consecuencia de esto iba a ser una nueva ruptura de la CGT, ya que muchos gremios y

dirigentes sindicales se quedaron del lado del gobierno, mientras que el moyanismo asumiría cada

vez más el rol opositor, pero sin contar con verdadero peso electoral o acogida en la opinión

pública y por lo tanto el camión se fue a la banquina en su estrategia de acumulación política. Más

allá de su gran poder de presión (cabe señalar que el gremio de camioneros podía afectar el

suministro de combustible, como también el abastecimiento de dinero en los cajeros automáticos,

y solo con esas dos acciones podía producir una verdadera conmoción social) el moyanismo no

había trabajado bien el tejido de alianzas hacia el interior de la CGT y otros grupos de los

trabajadores, como tampoco sus estrategias comunicacionales fueron propicias y coherentes con

sus ambiciosos planes políticos.

Para fines de 2011 los principales oficialismos fueron ratificados en sus mandatos, pero esto

conllevaría una compleja situación principalmente para el territorio más poblado del país, el área

metropolitana de Buenos Aires, conformada por la Capital Federal, y los municipios bonaerenses

que la rodean. En tal espacio territorial intervienen tanto el gobierno nacional, como el gobierno

de la Ciudad de Buenos Aires, como la gobernación bonaerense y los intendentes de los

municipios conurbanos. La conflictividad institucional de este espacio, en el que ya había

problemas de gestión por la descoordinación y enfrentamientos políticos entre el gobierno

nacional y el de la ciudad capital, se ve aumentada por la declaración del gobernador bonaerense,

Daniel Scioli, de sus pretensiones presidenciales para el próximo turno. Inmediatamente se da un

escenario de competencia y conflicto entre el kirchnerismo, el macrismo, un Scioli sin gran

estructura pero que amaga con abrirse del kirchnerismo, y además toda una serie de intendentes

que van optando por uno u otro bando. Esto va a agravar las fallas de gestión en temas que

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requerirían la colaboración o concertación de políticas entre varios distritos y niveles de gobierno,

lo que produce un lento aumento de la insatisfacción social por la falta de atención en temas como

el transporte, la vivienda, la recolección y deposición de residuos, salud o seguridad por mencionar

algunos. Al mismo tiempo que no se allana el camino para una planificación urbana consensuada

y participativa, son varios los intereses empresariales que pisan cada vez más fuerte en ese

pantano institucional, y así es como continúa creciendo la construcción privada de forma

desordenada y especulativa, destruyendo barriadas y amontonando gente en ciertas zonas o

haciendo burbujas protegidas (barrios cerrados, countries, etc.), así es como los servicios de

seguridad privada continúan su expansión fabulosa, como también crecen las iniciativas de salud

o educación privadas. Importantes contingentes sociales se ven forzados a buscar en el mercado

privado soluciones que la administración pública no les da, ya sea por ineficacia o complicidad con

el sector privado. Esto también está marcando una enorme transferencia de recursos y una

distribución del ingreso regresiva. Esta situación señala una importante línea de continuidad entre

la anterior constelación de poder neoliberal y la constelación de poder heterodoxa.

Antes de seguir avanzando en la descripción del segundo mandato de cristina, nos detendremos a

explicar más profundamente algo ya mencionado, el problema de la crisis de representatividad de

la clase dirigente, en especial la clase política. La Crisis de representatividad, es un fenómeno con

muchas aristas que podría ocupar las páginas de todo un libro, específicamente tal situación alude

al descrédito de las formaciones política tradicionales, con sus liderazgos y metodologías de

acción, a una marcada brecha entre representantes y representados. En Argentina, luego de

reinstalada la democracia en 1983, la crisis de representatividad empieza a asomar promediando

el mandato del radical Raúl Alfonsín hacia fines de los años ochenta. El nuevo paradigma cultural

que trajo consigo el neoliberalismo implicó un retraimiento de grandes contingentes sociales hacia

lo privado, y paralelamente la dinámica política siguió abonando el escepticismo social hacia las

formas tradicionales de política. La crisis orgánica de 2001-2003 representó también un punto muy

alto y candente de esa crisis de representatividad que confluyó con crisis coyunturales de ese

momento y generaron un gran tembladeral en el tablero sociopolítico. Con los éxitos iniciales de la

nueva constelación heterodoxa y su gerencia kirchnerista aquel fenómeno quedó eclipsado, pero

latente tras bambalinas. La crisis de representatividad, que es una situación extendida a varios

países y regímenes políticos, es un fenómeno intermedio entre una crisis política coyuntural, y la

crisis orgánica de un bloque histórico. Podríamos decir que es como un virus de autodeficiencia

adquirida que permanece inmanente en el devenir de un sistema político y su dinámica, pudiendo

hacer ocasionalmente de articulador entre una crisis política de coyuntura y una crisis orgánica. Es

una ruptura que puede permanecer velada o naturalizada, pero que potencia situaciones críticas

que eventualmente envíen al fondo del mar a una gerencia política, o a toda una constelación de

poder, e incluso herir de muerte a todo un bloque histórico. Esa crisis de representatividad

también le da espacio a nuevas experiencias, el caso de Mauricio Macri podría atribuirse en parte

a esa crisis. Aunque el susodicho estaba identificado con la desacreditada constelación neoliberal,

sin embargo reunía dos condiciones valoradas en el marco de la crisis de representatividad, por un

lado ser un out sider del sistema de las burocracias partidarias, es decir venir de afuera del

mundillo de “la política”, y por otro lado tener una demostrada capacidad de gestión luego de su

éxito en el famoso club deportivo cercano al Riachuelo. Esa valorización de la “capacidad de

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gestión” es como un resguardo psicológico imperante en gran parte del electorado frente a tantos

políticos que demostraron su consumada inoperancia en puestos ejecutivos clave. Sintetizando, la

crisis de representatividad está, y más allá de su silueta fantasmagórica es un fenómeno de gran

importancia política.

Volviendo a la descripción de la dinámica política post electoral, a partir de 2012 empezaron a

dispararse o detonarse problemas ocasionados por malas políticas, por cuellos de botella en

ciertos rubros económicos, o por situaciones ajenas a la administración (como cuestiones

climáticas o de los mercados externos), pero en casi todos los casos la respuesta del gobierno

nacional fue correr los problemas de atrás, y encima correrlos con zapatones de payazo.

Una situación económica significativa se relacionó con la salida de capitales, esto en parte fue un

efecto de la transnacionalización cada vez más profunda de la economía, ya que en cierto

momento las casas matrices deciden dejar de invertir en el país y tomar ganancias de sus

operadoras locales, la crisis de los centros capitalistas y la creciente desconfianza con la gerencia

kirchnerista dispararon este proceso. Esto muestra otra de las características centrales de un

bloque histórico capitalista dependiente, es decir, puede atraer capitales y tener una primavera

económica, pero como su carácter dependiente significa que no desarrolla conocimientos o

tecnología por sí mismo, a la larga se queda sin el pan y sin la torta. En un país como Argentina se

debe agregar que la matriz económica sigue siendo fuertemente agro-industrial (el país tuvo un

fuerte salto a mediados del s. XX en la industria metal-mecánica, pero quedó muy relegado en las

posteriores revoluciones tecnológicas del capitalismo), por lo que los factores climáticos también

pueden marcar coyunturas críticas o cuellos de botella.

Por imprevisión y cortoplacismo, el kirchnerismo se había ganado la herencia negativa de sus

propias políticas públicas. En consonancia, y paralelamente, se estaba profundizando un

corrimiento del realismo político hacia el relato místico o mesiánico. La “sintonía fina” que el

gobierno, prudentemente, había anunciado tras la victoria electoral para corregir y ajustar ciertas

políticas económicas no se implementó o se ejecutó parcial y deficientemente. La misma

presidenta, con aires envalentonados había agitado a sus jóvenes seguidores mediante la arenga

de “vamos por todo” desde la tribuna de un acto. En vez de aquella “sintonía fina”, se entonó un

partitura de iniciativas en dirección a asegurar una reforma constitucional para una eventual re-

reelección de Cristina, particularmente se reforzó la disputa con el multimedios Clarín (dándose

operaciones de prensa cruzadas que enfervorizaban más a los distintos segmentos sociales) y

contra diversas instancias judiciales, cuando no contra la propia Corte Suprema o contra

funcionarios de su propio cuño (Como el caso del Procurador General de Justicia, Esteban Righi,

que abandonó su puesto en el medio de escaramuzas por las investigaciones al vicepresidente

Amado Boudou). Pero todo esto estaba alejado de la agenda de prioridades de la mayor parte de

la ciudadanía. Muchos segmentos de clase media y trabajadora que habían votado por Cristina

rápidamente se empiezan a desencantar dado el desmejoramiento de la situación económica por

la creciente inflación, la falta de insumos y la presión tributaria, por algunas medidas arbitrarias

como el cepo cambiario que atentaba contra las posibilidades de ahorro, todo esto sazonado con

un estilo arrogante de parte de la presidenta y varios funcionarios de primera línea. Este cambio

de humor social se produjo aún cuando muchos sectores de clase media seguían percibiendo

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subsidios en distintos servicios, y el país contaba con una de las estructuras de asistencia social

más importantes de América.

La impericia o desatención en los temas económicos como la deficitaria política de seguridad que

repercutía en un aumento de hechos delictivos cada vez más violentos, sumado a las denuncias y

sospechas de corrupción y complicidad entre funcionarios y otros actores de las constelación de

poder (como la ligazón entre el gobierno y el Grupo Cirigliano, que tomó gran exposición pública

luego del fatídico choque de un tren en la estación de Once), fueron los ingredientes que formaron

un caldo de cultivo para una protesta social que iba a desbordar los canales tradicionales de

participación, y que traería de nuevo a las líneas de análisis el ya viejo tema de la crisis de

representación.

“Década ganada” y cambio de humor social.

En 2012 la gran apuesta del gobierno para mantener la iniciativa política y poner coto a

turbulencias de las variables económicas fue la avanzada sobre YPF desplazando al grupo Repsol

de la dirección de la compañía, en una especie de semi-estatización exprés. Pero tal jugada,

realizada bajo una gran prédica chovinista, no le ofreció los réditos que hubiera esperado. Las

simpatías populares con la “re-estatización” de la principal empresa de combustibles no

significaban esta vez la llegada de nuevos adherentes al proyecto kirchnerista. Más allá de su

efecto simbólico la medida no repercutió en una notoria mejoría ni del servicio ni del precio de los

combustibles, aunque sí se resolvieron ciertos problemas de suministro que venían golpeando el

ánimo social.

El gobierno había invertido fuertemente y ganado mucho terreno en la conformación de un

multimedio comunicacional en el que se entremezclaban medios privados con financiamiento

estatal, y medios públicos netamente oficialistas, por ejemplo las transmisiones de fútbol

arrebatadas al multimedios Clarín tenían una indisimulada utilización partidaria, a lo que se fue

sumando un uso exacerbado de la Cadena Nacional. Luego de la derrota electoral del 2009 el

proyecto de la Ley de Servicios Audiovisuales (“Ley de medios”) le sirvió para retomar iniciativa, y

al mismo tiempo dividir y entrampar a la oposición, el recorrido del proyecto finalmente

sancionado no significó un aumento del pluralismo de voces, sino, como se señaló más arriba, la

aparición de un conglomerado de medios para-oficialistas. Pero había un nicho comunicacional

sobre el cual el kirchnerismo no había podido establecer un férreo control, se trataba de Internet,

y particularmente de las nuevas redes sociales como Facebook, que en Argentina experimentó una

explosión de adherentes. La reacción popular a los intentos del gobierno de manipulación de la

opinión pública emergieron desde allí, se puede decir que ese espacio digital se constituyó como

cabecera de playa desde la que se conformó una poderosa barricada a los avances del

kirchnerismo. Al principio desde las redes sociales se auto-convocaron en Capital Federal algunos

“caceroleros” que tuvieron poca convocatoria, pero pronto la situación iba a cambiar, a las pocas

semanas sectores medios y trabajadores, principalmente de las grandes ciudades, protestaron

desordenada pero contundentemente con dos manifestaciones en la primavera de 2012

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mostrándose en las principales avenidas y plazas, importantes contingentes pasaron de la

comodidad de “postear” al involucramiento de “poner el cuerpo” para protestar (Para más

profundidad sobre este ítem sugerimos nuestro artículo “Multitudes de primavera agitada”). Esas

multitudes no crearon nuevas organizaciones, fue más un espasmo de reservas democráticas y de

protesta contra la gestión kirchnerista.

Varias organizaciones gremiales, circulando por un carril paralelo y más tradicional de protesta, a

través de paros y actos, también levantaron su voz para denunciar las medidas impopulares de la

gestión kirchnerista. En el interior del país, aunque con menos repercusión mediática, también

existieron pequeñas puebladas o manifestaciones contra las políticas del gobierno nacional o

contra actores aliados del kirchnerismo.

Esta nueva efervescencia potenció la resistencia de los otros actores de la constelación de poder

que querían disputarle la gerencia política al kirchnerismo. Tanto desde las formaciones políticas

opositoras como desde corrientes coaligadas al kirchnerismo, se empezó a advertir la debilidad del

gobierno ante un cambio en el clima social.

Hasta un grupo de gendarmería y prefectura, fuerzas de seguridad con características de

verticalismo militar había producido una especie de huelga y manifestación en reclamo de una

recomposición salarial. Con lo que al kirchnerismo se le presentó por un breve instante la visión de

un incipiente levantamiento como los que ya se habían producido en otros países de

Latinoamérica.

La respuesta del kirchnerismo cristinista a esta movida social, a este cambio de humor ciudadano,

fue perseverar en los desatinos, menospreciándolo, y continuando su desgastante

enfrentamiento contra Clarín y el Poder Judicial, mientras aumentaba el déficit público y el

crecimiento del PBI se desmoronaba casi hasta los niveles del estancamiento (mientras que en

2011 el PBI alcanzó a crecer entre un 8 y 9 %, en 2012 solo llegó a casi un 2%).

Por fuera de todo cálculo posible, el kirchnerismo también vino a recibir el golpe de un

imponderable donde se entremezcló lo nacional con lo internacional, lo político y lo simbólico, ese

hecho fue la elección del Cardenal Bergoglio como Papa a principios de 2013. Ante este hecho

histórico de repercusión mundial el elenco gobernante quedó nuevamente en off side, es decir

tuvo que morderse los labios ante un liderazgo que tomaba una dimensión inusitada y que no

procedía de su redil, sino más bien todo lo contrario, y significaba la revitalización de una

organización que había formado parte de todas las constelaciones de poder dominantes desde

tiempos coloniales, pero que en la actualidad tenía una posición marginal dentro del entramado

dominante.

En 2013 se cumplen los 10 años del kirchnerismo en el poder, y también es el momento en que la

dinámica política gira sobre las implicancias de la nueva ronda electoral, esta vez solo de cargos

legislativos. A pesar del cambio de ánimos que ya se venía manifestando desde 2012 el oficialismo

kirchnerista no solo no mostró voluntad de cambio de políticas o ministros, sino que además

dedicó fuertes recursos propagandísticos a instalar el concepto de “la década ganada” en

referencia a sus diez años de gestión. El cristinismo se respaldaba en el entusiasmo de su juventud

militante y en las declaraciones y medidas de algunos funcionarios y legisladores que actuaban

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como heraldos de la presidenta, aunque con poca eficacia y bajísima aceptación popular (tal era el

caso de Guillermo Moreno, Larroque, Axel Kicillof, Ricardo Etchegaray, Kunkel, Abal Medina;

Randazzo, Aníbal Fernández y varios más, como el caso de algunos que si bien mantenían un bajo

perfil mediático tenían mucha cercanía con la presidente y formaban su círculo de consulta y

acción, dentro de ese reducido politburó se encontraban Carlos Zanini y Oscar Parrilli, avezados

operadores políticos, más otros funcionarios del area de inteligencia más dedicados a hacer

espionaje político interno que a tomar medidas de contrainteligencia contra grupos mafiosos o

potencias extranjeras).

Mientras el gobierno comenzaba el rodar político de 2013 haciendo sonar las trompetas y

fanfarrias de la “década ganada” como nueva consigna épica, otro factor disruptivo se encaramó

en la dinámica política, una tormenta que precipitó un milimetraje inusual de agua en algunos

puntos dejó un impresionante tendal de anegados, evacuados y muertos tanto en Capital Federal

como en distintos puntos del conurbano, especialmente en la ciudad de La Plata, de donde es

oriunda Cristina. Esto ocurrió en abril y le hizo bajar varios puntos más de popularidad a los

oficialismos del área metropolitana por su falta de previsión y torpeza a la hora de atender

situaciones de emergencia. Esta es la muestra de lo vulnerable que pueden ser los ídolos con pies

de barro de una constelación de poder que a pesar de todos los recursos que puede movilizar, no

deja de ser inestable y cambiante.

Llegando a mitad de 2013, la nueva contienda electoral tiene el trasfondo de un leve repunte de

la actividad económica impulsada por algunos rubros específicos, aunque con una inflación

todavía preocupante y pocas medidas efectivas para contenerla. A pesar de algunas otras medidas

progresistas impulsadas desde el oficialismo como por ejemplo el reconocimiento legal a la

participación estudiantil secundaria (que complementaba el reciente derecho al voto voluntario

desde los 16 años), o el avance sobre una nueva normativa de fertilización asistida que le

arrancaba una nueva prestación a coberturas médicas privadas, a pesar de ellas, decíamos,

muchos votantes ya tenían decidido su voto desde la “ruptura” producida durante el 2012, ya se

habían decidido a votar contra el gobierno, solo les quedaba identificar quién sería el mejor

catalizador para ese rechazo y esperar que las propuestas partidarias opositoras no se

fragmentaran.

A las formaciones políticas con aspiraciones de tener peso en la dinámica política actual, les es

indispensable reunir varias características a la vez, como tener liderazgos capaces de combinarse

virtuosamente sin destrozarse a sí mismos en una feria de vanidades, capacidad de acceso a los

medios masivos de comunicación y de transmisión de mensajes a través de los mismos, elaborar

propuestas programáticas que conecten con las necesidades y el sentir de importantes segmentos

sociales, desarrollar influencias y acuerdos territoriales y sectoriales, y como un punto de apoyo

muy importante sin duda lograr mostrar capacidad de gestión, ya sea en un gobierno local,

provincial, un ministerio o en una organización de cierta magnitud. Sin duda son pocas las

formaciones políticas que actualmente cuenten a la vez con todos aquellos atributos, pero aún

teniendo varios de los mismos, serían fuerzas competitivas, lo cual no significa que no puedan ser

golpeadas y alcanzadas por los coletazos de la Crisis de representación aunada a una crisis

coyuntural y ser enviadas al fondo del mar. ¿Qué se necesita entonces para campear semejantes

tempestades y lograr una gerencia política estable y estabilizadora? Posiblemente a demás de

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todas las características citadas precedentemente sea necesaria una revolución ética, con una elite

dirigencial que pueda hacer efectivo un cambio de valores en la gestión pública, ejercitando una

praxis de vocación de servicio, visión de más largo plazo, y coherencia entre lo que se propone y lo

que se hace. Parece que “dejar de robar” no es solo ya una consigna idealista o irónica, sino que

debería formar parte de un pensamiento pragmático realista.

Volviendo al escenario previo a las elecciones legislativas de 2013 el gobierno parecía muy seguro

del efecto de su aparato de propaganda, de la fidelidad social hacia sus políticas de subsidios y

clientelismo, del aprecio por sus leyes que ampliaban derechos para algunos segmentos, del

efecto amansador del aguinaldo y su endeble control de precios y, sobretodo, de la poca

capacidad de las formaciones políticas opositoras para enfrentarlo. En los meses previos hubo

algunas especulaciones con que Daniel Scioli rompería lanzas con un kirchnerismo que lo mantenía

dentro de su redil pero con desconfianza y malos tratos notorios que afectaban la gestión del

gobernador de Buenos Aires. Desde algunos factores de poder de la constelación dominante que

ya no toleraban la gerencia política del kirchnerismo se buscaba alentar al gobernador para que

asumiera el liderazgo del peronismo no kirchnerista y de una franja importante del electorado

independiente que lo veía con buenos ojos. Pero el gobernador bonaerense no asumió el desafío,

y quien sí se desgajó del conglomerado kirchnerista fue el intendente de Tigre, Sergio Massa, que

también contaba con una buena imagen dentro del peronismo y del electorado independiente por

su gestión al frente de aquel municipio y por medidas contra la inseguridad que parecían más

efectivas que en otras zonas. El intendente realizó también un prudente y metódico trabajo de

hormiga, manteniendo sus cartas en la manga hasta último momento, con un ritmo que le evitó

cortocircuitos antes de tiempo con el oficialismo kirchnerista. La candidatura de Massa a diputado

nacional con un armado político constituido casi en tiempo record en la provincia de Buenos Aires

dejó desairado al kirchnerismo y sus sectores aliados en la provincia, incluido el mismo gobernador

Scioli. El aspirante de las riberas del Delta tomó la posta que Scioli no supo atrapar, es decir la

posta de un inconformismo creciente y manifiesto contra la administración nacional. Massa, quien

había sido ministro del gabinete kirchnerista podría haber sido una carta importante para el

oficialismo, aunque desde las filas kirchneristas nunca se le dio una gran acogida, esta figura tenía

sus propios objetivos, y conjugó la rebeldía y el oportunismo leonino de una manera muy

semejante a como el kirchnerismo se manejo en su primer etapa al frente del gobierno nacional.

Mientras que los dirigentes de La Cámpora agitaban el discurso de una supuesta rebeldía, al

tiempo que se mantenían en la más absoluta obsecuencia con Cristina, el intendente de Tigre supo

reunir a dirigentes que tenían diferencias con el manejo de las políticas públicas y además habían

quedado relegados o castigados en el reparto de ventajas. La guerra relámpago de Massa arrastró

a sus filas a buena parte de dirigentes y grupos militantes que habían quedado huérfanos con el

eclipse político del duhaldismo, y con la poca penetración que el macrismo tenía en la provincia,

además de captar la simpatía de los electores independientes que añoraban un contendiente que

pudiera golpear al kirchnerismo y darle un fuerte llamado de atención sobre sus políticas públicas.

El armador (los armadores) del Frente Renovador, se había sabido granjear el apoyo de figuras

más allá del peronismo y de otros ex funcionarios del primer ciclo kirchnerista en el poder,

asimismo supo contar con el visto bueno y el apoyo clandestino de importantes grupos del

establishment económico y comunicacional. A pesar de ser una fuerza de reciente constitución, y

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de un anclaje territorial acotado, tenía enormes posibilidades de crecimiento en la medida que el

mismo kirchnerismo perdía apoyo popular e incidencia institucional.

El caudal electoral que Sergio Massa logró en las PASO (primarias abiertas simultaneas

obligatorias) superó por varios puntos al Frente Para la Victoria, que había tenido a la presidenta y

al gobernador casi como jefes de campaña poniendo el cuerpo y apoyando en cada acto a los

candidatos a diputados elegidos desde el despacho de CFK. Más significativo que el apoyo

logrado por el massismo, lo que resultó un dato trascendental era lo que había perdido el

kirchnerismo en dos años, más de 20 puntos porcentuales de apoyo en el principal distrito

electoral del país. Y ese resultado fue acompañado también de malas elecciones en casi todos los

otros distritos donde perdió frente a diferentes adversarios. Como en el cuento clásico de

Christian Andersen el portador del trono se encontraba desnudo creyendo que lucía la mejor

prenda, nadie del séquito se animaba a contradecirlo, y la fatalidad del ridículo se hizo inevitable,

pero aún con la contundencia del resultado y de la burla de la plebe, la reina y su séquito

intentaban continuar con las pretensiones de un mundo mágico, solo atinando a una tardía

reacción y reacomodamiento de algunas políticas y medidas para que el temblor no derrumbara

todo de un solo sacudón.

La situación de esta ronda fue bastante similar, con otros actores, a la derrota del kirchnerismo en

2009, salvo por algunos elementos, en primer lugar por el desgaste acumulado que ya tenía sobre

sus espaldas el elenco K, y porque en 2009 a pesar de la derrota, que tuvo como principal

responsable y víctima a Néstor, le quedaba una carta que jugar para la continuidad en el gobierno

a partir de la reelección de Cristina, mientras que en esta oportunidad la derrota invalida la

posibilidad de reforma constitucional para habilitar una nueva reelección, y además el

kirchnerismo no pudo construir (hasta el momento) desde su núcleo duro un candidato alternativo

y competitivo electoralmente para disputar la presidencia, los intentos de trasvasamiento

generacional a través del armado de La Cámpora tampoco fueron efectivos porque de este grupo

no emergieron liderazgos con reconocimiento social. Con el tiempo esta nueva fuerza dentro del

kirchnerismo había demostrado ser nada más que una expresión de voluntarismo, sin que le

pudiera aportar sustancia y verdadero capital dirigencial de reserva al kirchnerismo. Los jóvenes

de La Cámpora, moldeados con sentido autocrático verticalista, contradictorio, y sostenidos en

declaracionismos y recursos aportados desde arriba, no podían convertirse en otra cosa que en un

coro de aplaudidores, sin temple verdadero para afrontar el barro o levantar oportunas

autocríticas en el seno kirchnerista. La rebeldía no se proclama, se actúa. No surgió de este espacio

juvenil una dirigencia capaz de obtener el reconocimiento social y político para convertirse en el

relevo de la experiencia kirchnerista, y por otra parte también fueron vistos como una amenaza

por los dirigentes peronistas que adherían coyunturalmente al kirchnerismo pero tenían sus

propios cotos de poder semifeudal, se daba así una especie de desconfianza mutua entre una

progresía juvenil entusiasta pero superficial por un lado, y factores de poder locales-territoriales

de carácter más bien conservador por otro. También fue llamativo que el oficialismo desistiera de

hacer jugar a la hermana de Néstor Kirchner, a Alicia, quien se mantenía sólida en el Ministerio de

Desarrollo Social, tenía buena llegada con los intendentes peronistas, y no era una figura tan

bombardeada por la oposición mediática dado su bajo perfil y estilo menos confrontativo.

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La otra nota que nos interesa destacar con respecto a la elección de 2013 es la nueva chance

perdida para el avance electoral de una fuerza que represente los intereses del mundo trabajador.

Se puede hacer la salvedad de algunos dirigentes gremiales que desde segundas líneas

acompañaron a Massa, y algún contingente de corrientes combativas que tuvieron una pequeña

alegría con la buena performance nacional de la alianza trotskista FIT (buena performance debido

a una persistente tarea de militancia y con muchos recursos volcados a la propaganda en una

elección legislativa que generalmente se muestra más amigable con las “terceras” fuerzas, pero

hay que tener en cuenta que esa formación tiene mayor anclaje en la juventud estudiantil que en

los sectores gremiales, y que para crecer electoralmente deberá superar ciertas muletillas de

dogmatismo clasista que la alejan de capas medias disconformes). La mayor parte de las

expresiones sindicales quedaron relegadas, a la sombra o directamente mordiendo el polvo en

esta experiencia electoral. El moyanismo se jugó con Francisco De Narváez y su oferta electoral fue

absorbida por la jugada massista, la CTA y la CGT oficialistas jugaron con el gobierno y el resultado

fue amargo, y la CTA opositora no pudo constituir un frente electoral competitivo y quedó

rápidamente fuera de carrera. Esto evidencia que no existe aún una elite dirigencial sindical capaz

de extender su influencia más allá de su propio coto sectorial, con lo cual es difícil que puedan

torcerle la muñeca a las castas de políticos profesionales en las que se engloban tanto las figuras

mediáticas, los punteros barriales, los expertos en tejes y manejes electorales, y hasta los

eventuales out siders, es para pensar por ejemplo cómo un Miguel Del Sel, candidato que viene

del espectáculo y el humor, tiene más chances de encumbrarse y acceder a puestos políticos

importantes que el representante gremial de toda una rama de actividad industrial o de servicios.

Esta situación está señalando la debilidad y vulnerabilidad de los sectores subalternos, y su poca

capacidad real para incidir en la dinámica política desde sus propias expresiones organizativas.

Luego de las elecciones primarias de agosto, se sucedieron una serie de hechos que profundizaron

el mal momento político del gobierno. A las pocas horas del resultado, notoriamente desalentador

para el oficialismo, la presidenta volvió a ningunear a los opositores a la vez que aseguraba que

Argentina presentaba algunos indicadores que la ponían por encima de Canadá y Australia, dos

países que si bien no son potencias están dentro de un lote de países capitalistas competitivos y

con un tejido social menos desgarrado que el nuestro. No obstante la insistencia en imponer un

relato que ya no convence al electorado y genera fastidio social, el gobierno efectuó algunos

cambios en el impuesto a las ganancias para aliviar la presión fiscal sobre los trabajadores, y a la

vez lanzó a la gendarmería a tareas de prevención policial en zonas del conurbano y se dispuso el

cambio de ministro de seguridad en la provincia de Buenos Aires, tratando de mostrar reflejos

frente a la problemática de la inseguridad que fue uno de los puntos débiles de la gestión por el

que el electorado decidió darle la espalda. Pero la conducción de la campaña del Frente Para la

Victoria empezó a entrar en una zona confusa, el candidato oficialista, Martín Insaurralde, buscaba

despegarse del gobierno nacional mostrándose más riguroso y planteando un debate por la baja

de la edad de imputabilidad penal, lo cual agitó las aguas dentro del mismo kirchnerismo que se

mostraba reacio a la propuesta. El gobernador Scioli intentó comprometerse aún más en la disputa

electoral acompañando al candidato y llevándolo por una estrategia más light, menos

confrontativa, pero al mismo tiempo más insustancial. Mientras tanto la presidenta salía

sorpresivamente de escena por un desarreglo en su salud y una intervención quirúrgica de

urgencia que le imponía un reposo estricto, quien había sido la jefa de campaña de pronto ya no

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estaba, y a la vez asumía la dirección del gobierno nacional el vicepresidente Amado Boudou,

sobre el que pendían varias causas judiciales por corrupción con cada vez mayores posibilidades

de procesamiento, como otro hecho destacado vale resaltar que en el intersticio entre las PASO y

la elección general el kirchnerismo logró convalidar en el Congreso una nueva prórroga a la Ley de

Emergencia Económica que era uno de los pilares del hiperpresidencialismo, algo absolutamente

desfasado de la coyuntura política que se vivía. A todo esto a pocos días de la elección se produce

un nuevo accidente en la estación de Once que trajo a la memoria popular la tragedia acaecida a

principios de 2012, y por otra parte el candidato camporista para una diputación porteña Juan

Cabandié es filmado en un confuso incidente en el que se comporta de forma prepotente con una

agente de tránsito.

La nave insignia del kirchnerismo, o sea el Frente Para la Victoria, esta vez había sido impactado

por un misil exocet y no encontraba una costa para recalar en forma segura, navegaba a la deriva.

Finalmente en las elecciones legislativas de octubre los rivales del kirchnerismo en los principales

distritos del país se impusieron, y en la provincia de Buenos Aires la diferencia se hizo todavía más

abultada con lo que Massa había dado una estocada profunda tanto al cristinismo como al

gobernador Scioli. La gran esperanza que le queda al Kirchnerismo es que todos esos rivales

victoriosos, cada cual en su distrito, no puedan terminar de armar una alternativa de alcance

nacional verdaderamente competitiva. Más adelante expondremos algunos escenarios tentativos

para el próximo bienio 2014-15.

En política y en economía las perspectivas a futuro juegan un rol tan importante como las

condiciones objetivas en el presente, y las perspectivas a futuro que ofrece el kirchnerismo para

sus funcionarios y militantes dejan de ser alentadoras, no obstante aún le pueden quedar cartas

en la manga.

Etapas y caracterización del bonapartismo kirchnerista en el gobierno nacional.

Dentro de la tradición conceptual del marxismo, el autor italiano Antonio Gramsci fue uno de los

que tomó la idea de bonapartismo, y especuló con que podían existir fenómenos de este tipo que

fueran “progresistas” en el sentido de favorecer condiciones para una futura revolución socialista,

y a su vez fenómenos bonapartistas “regresivos” que serían los que alejan la posibilidad de romper

con el capitalismo y la dominación burguesa. Interpretamos que someter al kirchnerismo a este

examen nos daría algunos dolores de cabeza, y realmente tampoco es el objetivo del trabajo ya

que lograr una definición absoluta sobre este ítem requeriría una comparación histórica de mayor

alcance. Pero más allá de una categorización sobre aquel dualismo, podríamos señalar una serie

de características que lo han acercado o alejado de la anterior constelación de poder capitalista, o

sea la constelación neoliberal.

Sin pretensiones de ser totalmente abarcativos, como los aspectos más reaccionarios y que lo

identifican con la anterior constelación neoliberal, podríamos mencionar:

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-Se desactivan las asambleas barriales como expresión novedosa de poder popular, y se frena el

proceso de cooperativización autónomo, el cooperativismo se levanta desde un enfoque

clientelar.

-Se perfeccionan los métodos de control, represión y espionaje estatal.

-No se promovieron procesos importantes de descentralización administrativa, ni de

descentralización política desde el Estado Nacional. Tampoco se avanzó en la utilización de las

tecnologías digitales para procesos de democratización participativa. Justamente la característica

saliente de un fenómeno cesarista o bonapartista es la concentración de poder, no su

redistribución.

-No se utilizaron herramientas de consulta popular como plebiscitos por temas específicos.

-Alguna de las leyes respaldadas por el oficialismo, y acompañadas por otras formaciones políticas,

no se condujeron hacia sus fines más democratizantes, el caso emblemático fue el de la Ley de

Medios.

-No se favoreció la democracia sindical y en cierto momento se forjaron alianzas con las

burocracias sindicales más conservadoras.

-No se introdujeron mejoras realmente significativas en el proceso electoral. El sistema de las

PASO ha servido principalmente para “limpiar” del escenario a agrupaciones políticas

testimoniales, para anular el sentido del afiliado político, y para igualar a los partidos de la

oposición en su acceso a la publicidad directa en televisión y radio. Pero no se avanzó en dotar de

mayor transparencia y verdadera igualdad de oportunidades a todas las posturas. La contienda

electoral sigue siendo costosa y muy enmarañada, solo estructuras de mucho poder económico, o

con una muy extendida red de militantes comprometidos, pueden resultar competitivas. El

sistema electoral sigue siendo hostil a la posibilidad de surgimiento de agrupaciones provinciales y

vecinalistas que no estén sustentadas o alentadas “desde arriba”.

-Desde lo específicamente económico, como ya señaláramos, continuó el proceso de

transnacionalización de activos nacionales, aunque por otros carriles, ya no a través de

privatizaciones del sector estatal.

-La inflación que se empieza a acentuar más marcadamente desde 2009, y los impuestos al salario

funcionaron como un ajuste heterodoxo generando efectos redistributivos regresivos. La

tolerancia hacia la tercerización y la economía informal son otras formas de ajuste regresivo,

algunos casos, como en el de ciertas prácticas de la economía informal, están directamente

relacionados también con la corrupción que nutre la acumulación patrimonial de corporaciones

burocráticas.

A su vez, por el lado de los aspectos más progresistas, se podrían mencionar:

-Se avanzó en derechos de participación política de los jóvenes y en algunos nuevos derechos

civiles para minorías sexuales.

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-Se promovió una línea de planteamientos políticos e históricos revisionistas y críticos del

paradigma neoliberal.

-Se abandonaron las “relaciones carnales” con USA, y la obediencia ciega a los dictámenes del FMI,

reemplazándolos por un acercamiento y mayor involucramiento con los procesos político-sociales

del subcontinente.

-El gobierno nacional logró mayores márgenes de autonomía para enfrentar los intereses y

presiones de algunos conglomerados económicos. Uno de los caso más emblemático fue el

representado por la re estatización del sistema de aportes jubilatorios.

-La extensión de asignaciones y beneficios sociales a un importante segmento de la población

(corriendo paralelamente al reforzamiento de las prácticas clientelares) sirvió para sostener a

parte de las clases subalternas en un nivel de subsistencia que amortiguó la vorágine cada vez

más expulsiva de la dinámica sociopolítica del capitalismo. La palabra que elegimos es

“amortiguar”, ya que si bien el desempleo bajó fuertemente durante los primeros años del

kirchnerismo los niveles de pobreza no se redujeron ni se verificaron grandes corrientes de

ascenso social tal como se había experimentado en el país hacia la mitad del siglo pasado, donde la

participación de las capas trabajadoras en la distribución de la riqueza fue muy equitativa, lo que

le permitió a Argentina contar con una numerosa clase media propietaria con acceso a servicios

públicos aceptables, y que fue un factor distintivo respecto de otras realidades latinoamericanas.

Además de estas consideraciones sobre las características progresistas y regresivas del

kirchnerismo, en el presente ensayo también nos parece apropiado definir más claramente

algunas de las etapas de esta corriente política que hemos tratado. Una primer etapa se puede

ubicar conteniendo sus primeros años de militancia en el peronismo, y luego su traslado hacia el

sur patagónico para el ejercicio profesional. Acá se afianzan los lazos familiares y se dan los

primeros contactos políticos definiendo a Santa Cruz como cabecera de playa para la expansión de

las aspiraciones políticas y familiares. Esa primer etapa llega hasta la victoria que hace acceder a

Néstor a la intendencia de Rio Gallegos a través del justicialismo. Desde ahí se empieza a forjar el

estilo político en la gestión pública y a definir los roles de cada integrante en una formación

política que se iba expandiendo, es el génesis del “doble comando” y de una sociedad política-

conyugal muy estable. Esta segunda etapa abarca desde la asunción de Néstor como intendente

de Rio Gallegos, y su posterior escalamiento en la gobernación provincial, donde como ya

señaláramos comienzan los acuerdos y relaciones con otros actores importantes y de alcance

regional, nacional e internacional. Esa segunda etapa es la de la incorporación satelital a la

constelación de poder neoliberal que dirige las líneas fundamentales de la dinámica política

argentina desde la década de los noventa. En esta época es donde se termina de definir su férreo y

verticalista estilo de conducción, su carácter autocrático y pragmático, y sus aspiraciones de dar un

salto al centro del escenario político. La tercer etapa del kirchnerismo se despliega desde la crisis

orgánica de 2001 y la gestación de una nueva constelación de poder, e incluye su acuerdo con

otras formaciones políticas como el duhaldismo, que contaba con un armado nacional, y su

escueta victoria electoral en 2003. En esta tercer etapa es donde a través del

hiperpresidencialismo se coloca en una posición bonapartista y de gerencia o conducción política

de la nueva matriz de poder tal como venimos describiendo, y mediante lo que se entendió como

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“transversalidad” se llegaron a acuerdos con otros actores políticos más allá del peronismo que

permitió un reequilibrio de elites, programas, discursos y actitudes en los liderazgos. Esta etapa

concluye con la definitiva consolidación del kirchnerismo en la conducción del Estado Nacional y

del peronismo tras la victoria electoral de 2005 donde la candidatura de Cristina Kirchner le dio

una paliza electoral al duhaldismo en el importantísimo casillero bonaerense. A partir de ahí

comienza una cuarta etapa del kirchnerismo, donde se producen reajustes en la “transversalidad”

y un viraje donde cobran más importancia los elementos netamente peronistas, y empieza un

creciente proceso de autocrático, también es el momento donde se inician las tensiones con otros

actores relevantes de la nueva constelación de poder heterodoxa. Con algunas subfases esta etapa

llega hasta el fallecimiento de Néstor Kirchner, y luego comienza una quinta etapa de esta

formación política donde la centralidad recae sobre Cristina y un reducido número de

funcionarios, apostando a nuevos liderazgos juveniles de su propio cuño, principalmente de La

Cámpora. En esta etapa quedan apenas residuos de aquella primera “transversalidad”, más bien

quedan en pie alianzas con algunos gobernadores y con corrientes que hacen un credo y un

negocio de la obsecuencia. Bajo la dirección de Cristina hay un alejamiento de ciertos grupos del

peronismo como quedó expresado en la rápida ruptura con el moyanismo, y también importantes

tensiones con otros dirigentes como Daniel Scioli, aunque con este último no se llegó a una

ruptura definitiva por necesidades electorales y falta de liderazgos atrayentes netamente

kirchneristas en este importante distrito. Por lo menos estas han sido las etapas más marcadas

hasta la elección legislativa de 2013 donde el cristinismo experimentó un duro rechazo a sus

políticas, y a su estilo, a través de la derrota electoral en los principales distritos.

Escenarios políticos posibles para el bienio que sigue.

Qué escenarios se pueden presentar desde este punto en la dinámica política hasta 2015 y un

poco más allá. Algunos escenarios que presentamos tienen que ver con el mantenimiento de la

constelación heterodoxa, y otros incluyen la posibilidad de una reconfiguración del tablero político

y social con la aparición de fuertes crisis.

Un escenario podría estar representado por una especie de contraataque kirchnerista mientras

aún pueda sostener y aprovecharse del esquema hiperpresidencialista, a través de una especie de

shock con un cóctel reformista-populista-progresista para enfrentar a los otros factores de poder

de la constelación dominante, neutralizar el avance de las formaciones políticas competitivas y

contener a los gobernadores con la renegociación de deudas provinciales y promesas de obras. Al

gobierno aún le queda margen para un recambio de gabinete, reasignación de recursos, moderar

las disputas palaciegas, redireccionar el eje comunicacional de confrontación, y nuevas medidas

que apacigüen los ánimos populares. En este caso se trataría de ganar tiempo, esperar que las

condiciones macroeconómicas e internacionales no traigan graves problemas (y que el clima

ayude) reconcentrarse en la gestión y recuperar apoyo popular, esperando que sus oponentes

políticos se bloqueen entre sí, den pasos en falso y no consoliden una opción de recambio a nivel

nacional. De esta forma se tendría una chance con la puesta en juego de un candidato de su

propio cuño (o una fórmula con un outsider o candidato atrayente bendecido desde la cúpula

kirchnerista) para tentar suerte en las elecciones presidenciales y llegar a una definición aunque

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sea en ballotage para continuar en el gobierno más allá de 2015. Como dice un refrán popular “los

muertos se cuentan fríos”, así que los que afirman categóricamente que el kirchnerismo llegó a su

final podrían estar incurriendo y generando una profecía autofrustrada.

Otro escenario podría ser el de la velada resignación, el de pactar con otras formaciones políticas

que le aseguren cierta impunidad e influencia en una nueva gerencia política, sería un acuerdo de

gobernabilidad por impunidad. En este caso el kirchnerismo renegaría de la continuidad en el

gobierno y se haría cargo del costo político de algunas medidas de ajuste para emprolijar las

cuentas públicas y hacer un relanzamiento de la constelación heterodoxa (ya no Konstelación) con

una gerencia más cercana al republicanismo liberal y federal aunque en un escenario salpicado de

zonas marrones (cuasi feudales). Fuerzas nucleadas alrededor de los liderazgos de Scioli, Massa o

gobernadores peronistas del interior podrían ser socios de esta estrategia, incluso sectores del

socialismo y el radicalismo pueden ser tributarios de este escenario dándole un cariz

socialdemócrata-partidocrático a la matriz de poder.

Estos dos escenarios precedentes son tendencias modélicas y demasiado lineales, en realidad es

más plausible que la dinámica política genere un tercer escenario dialéctico que sea un camino

intermedio entre los dos mencionados. En todos estos casos estamos hablando del mantenimiento

de una constelación de poder heterodoxa capitalista dentro de un bloque histórico de capitalismo

periférico y dependiente.

Otros escenarios alternativos puede constituirse por la no consolidación de los mencionados

anteriormente, porque las coyunturas de la dinámica sociopolítica disparen nuevas crisis o

profundicen las existentes. En esos casos puede haber realineamientos y polarizaciones que lleven

a la desarticulación de la constelación heterodoxa, a su colapso, y al resurgimiento de una nueva

constelación decididamente pro-mercado y pro-USA, como también podría erigirse una

constelación alternativa instituyente de radicalización democrática (donde algunos actores

puedan hacer confluir lo marginado, lo explotado y lo disconforme en un agrupamiento de fuerzas

interclasista, solo en este caso la hegemonía capitalista se vería amenazada), como tampoco

podría descartarse del todo que un nuevo vacío de poder produzca la aparición de un Leviatán, o

sea un actor político que en estos momentos se encuentre agazapado, y que levantando las

banderas del orden y la ética arremeta contra derechos y libertades reproduciendo un nuevo tipo

de versión bonapartista.

A pesar de desenvolverse en un bloque histórico dependiente, con baldíos institucionales cuasi

feudales, y una economía poco diversificada por el rezagamiento tecnológico y el lastre de

ineficientes y corruptos monopolios públicos y privados, aún así la dinámica sociopolítica argentina

tiene una complejidad importante, con numerosos y volubles actores y fenómenos poco

predecibles, por lo que una afirmación categórica sobre su curso y posibilidades en el largo plazo

escapa a las intenciones de un buen análisis político.

“El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos

que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.”

Extracto de “El analfabeto político” de Bertold Brecht

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