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parte uno ,samiento social a partir de la definición de psicología social: el estudio cien- en que pensamos (parte uno), nos influimos (parte dos) y nos relacio- ) entre nosotros. La parte cuatro aborda la forma en que se aplican y las teorías de la psicología social a la vida real. examina el estudio científico de cómo pensamos unos de otros cognición social). Cada capítulo aborda algunas preguntas prio- razonables son nuestras actitudes, explicaciones y creencias so- impresiones sobre nosotros mismos y los demás suelen ser se forma nuestro pensamiento social? ¿Qué tan propenso es al acercarlo más a la realidad? ,;\:i;¡,rl,ñn entre nuestro sentido del yo y nuestros mun- dos sociales. ¿De qué manera nuestro entorno social moldea nuestra autoidentidad? ¿De qué forma el interés en uno mismo matiza nuestros juicios sociales y motiva nuestro comportamiento social? El capítulo 3 trata acerca de las sorprendentes y en ocasiones divertidas formas en que integramos las creencias de nuestros mundos sociales. También nos alerta acer- ca de algunos peligros del pensamiento social y nos sugiere cómo evitarlos y pensar de forma más inteligente. El capítulo 4 explora los vínculos entre nuestro pensamiento y nuestros actos; en- tre nuestras actitudes y nuestro comportamiento: ¿Nuestras actitudes determinan nuestro comportamiento? ¿Éste determina nuestras actitudes? ¿O funciona en ambas direcciones?

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parte uno

,samiento social

a partir de la definición de psicología social: el estudio cien-en que pensamos (parte uno), nos influimos (parte dos) y nos relacio-

) entre nosotros. La parte cuatro aborda la forma en que se aplican y las teorías de la psicología social a la vida real. examina el estudio científico de cómo pensamos unos de otros

cognición social). Cada capítulo aborda algunas preguntas prio-razonables son nuestras actitudes, explicaciones y creencias so-impresiones sobre nosotros mismos y los demás suelen ser

se forma nuestro pensamiento social? ¿Qué tan propenso es al acercarlo más a la realidad?

,;\:i;¡,rl,ñn entre nuestro sentido del yo y nuestros mun-dos sociales. ¿De qué manera nuestro entorno social moldea nuestra autoidentidad? ¿De qué forma el interés en uno mismo matiza nuestros juicios sociales y motiva nuestro comportamiento social?

El capítulo 3 trata acerca de las sorprendentes y en ocasiones divertidas formas en que integramos las creencias de nuestros mundos sociales. También nos alerta acer-ca de algunos peligros del pensamiento social y nos sugiere cómo evitarlos y pensar de forma más inteligente.

El capítulo 4 explora los vínculos entre nuestro pensamiento y nuestros actos; en-tre nuestras actitudes y nuestro comportamiento: ¿Nuestras actitudes determinan nuestro comportamiento? ¿Éste determina nuestras actitudes? ¿O funciona en ambas direcciones?

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')'

"Existen tres cosas extremadamente duras: el acero, un diamante y conocerse a uno mismo." Benjamín Franklin .

Autoconcepto: ¿quién soy? En el centro de nuestros mundos: nuestro

sentido del yo Desarrollo del yo social El yo y la cultura Autoconocimiento

Percepción del auto control A u toeficacia Locus de control Desesperanza aprendida frente a la

autodeterminación Autoestima

Motivación de la autoestima El lado oscuro de la autoestima

Predisposición al servicio del yo Explicación de los sucesos positivos y

negativos

¿Podemos ser todos superiores al promedio?

Optimismo irreal Falso consenso y singularidad Explicación de la predisposición al

servicio del yo Reflexiones sobre la autoeficacia y la

predisposición al servicio del yo Autorrepresentación

Falsa modestia Autolimitación Manejo de la impresión

Post scriptum personal: Verdades gemelas: los peligros del orgullo, el poder del pensamiento positivo

capítulo 2

El yo en un mundo social

Si usted tiene un problema de la vista, ya habrá tomado medidas para tratarlo; uti-liza anteojos o lentes de contacto. Si tiene una pérdida auditiva, existen tres posi-

bilidades entre cuatro de que no lo haya tratado, o de que no use auxiliares auditivos. Como yo tengo un problema así, siempre me he preguntado el porqué de esta discre-pancia: ¿por qué, quienes tenemos problemas en el oído, a menos que nuestra necesi-dad sea profunda, no consideramos a los auxiliares auditivos como meros If anteojos para los oídos"? .

En los estadounidenses, parte de la respuesta consiste en que la tecnología auditi-va es de alto costo. Pero incluso en la Gran Bretaña y en Australia, donde los sistemas nacionales de salud proporcionan auxiliares auditivos, muchas personas que podrían beneficiarse de la tecnología no lo hacen. Preocupados por nuestra autoimagen -so-mos una especie que gasta miles de millones en tintes para el cabello, blanqueadores dentales, botox y cirugías faciales-, no queremos que nadie piense (¡qué escándalo!) que nuestra audición es imperfecta o que podemos estar haciéndonos viejos.

Pero, ¿realmente les importa a los demás que yo tenga pequeños objetos en mis oí-dos? ¿O están tan preocupados por ellos mismos que apenas lo. notan? En una con-versación, ¿mi pérdida auditiva (sin auxiliares) es en realidad más notoria que esos propios apoyos?

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40 parte uno

efecto del centro del universo Creencia consistente en que los demás ponen mayor atención a nuestra apariencia y comportamiento de lo que en realidad sucede.

ilusión de transparencia Sensación de que nuestras emociones ocultas se revelan, y que pueden ser leídas fácilmente por los demás.

Pensamiento social

Esto es mucho más evidente: en el centro de nuestros mundos, lo más importante para nosotros y para nadie más somos nosotros mismos. Desde nuestra perspectiva enfocada en nosotros mismos, sobrestimamos nuestra notoriedad. Este efecto del centro del universo significa que propendemos a vernos en el centro del escenario y, . por lo tanto, sobrestimamos de manera intuitiva la magnitud en que la atención de los demás se nos dirige.

Thomas Gilovich, Victoria Medvec y Kenneth Savitsky (2000) exploraron el efec-to del centro del universo al pedir a estudiantes de la Universidad Cornell que vis-tieran ridículas camisetas de Barry Manilow antes de entrar a una habitación con otros estudiantes. Los autoconscientes portadores de las prendas especularon que casi la mitad de sus compañeros las notaría, aunque en realidad sólo lo hizo 23 por ciento.

Lo que sucede con la ropa extraña, el cabello desarreglado y los auxiliares auditi-vos también ocurre con nuestras emociones: ansiedad, enojo, disgusto, desengaño o atracción (Gilovich y otros, 1998). Las personas que lo notan son menos de las que su-ponemos. Demasiado conscientes de nuestras propias emociones, a menudo padece-mos una ilusión de transparencia. Si nos sentimos felices y lo sabemos, suponemos que nuestro rostro seguramente lo reflejará y que los demás lo notarán. En realidad, podemos ser más opacos de lo que creemos.

También sobrestimamos la visibilidad de nuestra torpeza social y los errores men-tales públicos. Cuando sonamos la alarma de la biblioteca o somos el único invitado que se presenta a la cena sin un regalo para el anfitrión, podemos sentirnos angustia-dos ("todos piensan que soy tonto"). Pero la investigación muestra que los demás apenas notan y olvidan pronto lo que nos hace sufrir tanto (Savitsky y cols., 2001). No se enfocan tanto en nuestras personas como lo hacemos nosotros mismos.

El efecto del centro del universo y la ilusión de transparencia relacionada no son si-no dos de muchos ejemplos de la interacción entre nuestro sentido del yo y nuestros mundos sociales, entre lo que está sucediendo en nuestra cabeza y el entorno que nos rodea. He aquí más ejemplos:

• El entorno social afecta la autoconciencia. Como individuos en un grupo dentro de una cultura, raza o género distintos, notamos en qué diferimos y cómo reaccionan los demás ante nuestra diferencia. El día que escribí estas palabras, un amigo europeo-estadounidense que acababa de regresar de Nepal me explicó cuán autoconscientemente blanco se sintió mientras vivía en una localidad rural; una hora después, una amiga afroestadounidense me dijo cuán autoconscientemente ciudadana de Estados Unidos se sintió mientras estuvo en África.

• El interés en uno mismo matiza el juicio social. No somos jueces objetivos y desapasionados de los sucesos. Cuando surgen problemas en una relación cercana, como el matrimonio, generalmente atribuimos la mayor responsabilidad a nuestra pareja que a nosotros mismos. Pocas personas divorciadas se culpan a sí mismas. Cuando las cosas van bien en el hogar, el trabajo o el juego, nos consideramos más autores de ello. Cuando compiten por premios, los científicos raras veces subestiman sus propias contribuciones. Después de que Frederick Banting y John Macleod recibieron el Premio Nobel en 1923 por el descubrimiento de la insulina, Banting afirmó que Macleod - quien encabezaba el laboratorio- había sido más un obstáculo que una ayuda. Macleod omitió el nombre de Banting en sus discursos sobre el descubrimiento (Ross, 1981).

• La preocupación por uno mismo motiva el comportamiento social. Nuestros actos suelen ser estratégicos. Con la esperanza de dar una buena impresión, la gente

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El yo en un mundo social

sufre por su apariencia. (Aunque la ropa y las pequeñas imperfecciones se notan menos de lo que suponemos, el atractivo general sí tiene un efecto, tal como veremos después.) Como los políticos experimentados, también revisamos el comportamiento y las expectativas de los demás, y ajustamos nuestra conducta de acuerdo con ellos. La preocupación por la autoimagen dirige gran parte de nuestro comportamiento.

• Las relaciones sociales ayudan a definir nuestro yo. Según Susan Andersen y Serena Chen (2002), en nuestras diversas relaciones tenemos diversos yos. Podemos ser uno con mamá, otro con los amigos y otro con los profesores. La forma en que pensamos de nosotros mismos está vinculada con quienes somos en la relación que tenemos en ese momento.

Como sugieren estos ejemplos, el tránsito entre nosotros mismos y los demás tie-ne dos sentidos. Nuestras ideas y sentimientos acerca de nuestra persona afectan la manera en que interpretamos los acontecimientos, cómo los recordamos y la forma en que respondemos a los otros. A su vez, ellos ayudan a moldear nuestro sentido del yo.

Por estas razones, en la actualidad ningún tema de la psicología se investiga más que el yo. En 2002, la palabra "yo" apareció en 10 343 resúmenes de libros y artículos en los Psychological Abstracts, es decir, siete veces más que en 1970. Nuestro sentido del yo organiza los pensamientos, sentimientos y acciones. Permite que recordemos nues-tro pasado, evaluemos'nuestro presente y proyectemos nuestro futuro y, por lo tanto, nos comportemos de manera adaptativa. No nos sorprende que Mark Leary y Nicole Buttermore (2003) que la autoconciencia es más profunda en los seres hu-manos que en los chimpancés, o de lo que era en los antiguos hombres de Neander-thal (lo que se juzga a partir de aspectos como el arte, los adornos corporales y el lenguaje). Por lo tanto, iniciamos nuestro viaje por la psicología social con un análisis del auto concepto (cómo nos conocemos a nosotros mismos) y del yo en acción (cómo nuestro sentido del yo dirige nuestras actitudes y acciones).

Autoconcepto: ¿quién soy? Cualquier cosa que hacemos durante los 80 años que pasamos en esta nave espacial global, cualquier cosa que observamos e interpretamos, cualquier cosa que concebimos y creamos, aquien conocemos y saludamos, todo se filtra a través de nuestro yo. ¿Có-mo y con qué precisión nos conocemos a nosotros mismos? ¿ Qué determina nuestro autoconcepto?

Como criatura única y compleja, usted tiene muchas formas para completar el enunciado "yo soy _". (¿Cuales cinco respuestas daría?) En conjunto, sus contesta-ciones definen su autoconcepto.

EN EL CENTRO DE NUESTROS MUNDOS: NUESTRO SENTIDO DEL YO Los elementos de su auto concepto, las creencias específicas con las que se define, constituyen sus esquemas de sí mismo (Markus y Wurf, 1987). Los esquemas son los I?atrones mentales por medio de los cuales organizamos nuestros mundos. Los esque-mas del yo, es decir, las percepciones de nosotros como atléticos, pasados de peso, in-teligentes, etc., afectan enormemente la forma en que procesamos la información social. Influyen en cómo percibimos, recordamos y evaluamos a las demás personas y a nosotros mismos. Si lo atlético es una parte central de su auto concepto (si ser un atleta es uno de sus esquemas), entonces tenderá a observar el cuerpo y las habilida-

capítulo 2 41

"Ningún tema es más interesante para la gente que las personas. Asimismo, para la mayoría, la persona más interesante es ella misma." -Roy F. Baumeister, The Self in Social Psychologt}, 1999,

autoconcepto Respuestas de una persona a la pregunta "¿quién soy?".

esquema de sí mismo Creencias acerca del yo que organizan y guían el procesamiento de información relevante para uno mismo.

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42 parte uno

efecto de autorreferencia Tendencia a procesar de manera eficiente y a recordar bien la información relacionada con uno mismo.

posibles yos Imágenes de lo que anhelamos o tememos ser en el futuro .

Pensamiento social

des de los demás; rápidamente recordará experiencias relacionadas con los deportes. Además, recibirá con agrado información consistente con el esquema de usted mismo (Kihlstrom y Cantor, 1984). Los esquemas que conforman nuestro auto concepto nos ayudan a catalogar y recordar n,\estras experiencias.

Autorreferencia

Considere la manera como el yo afecta la memoria; este fenómeno es conocido como efecto de autorreferencia: cuando la información es relevante para nuestro au toconcepto, la procesamos con rapidez y la recordamos bien (Higgins y Bargh, 1987; Kuiper y Rogers, 1979; Symons y Johnson, 1997). Si alguien nos pregunta si una palabra específica, co-mo "extrovertido", nos describe, posteriormente la recordaremos mejor que si nos hu-bieran inquirido si define a alguien más. Si nos piden que nos comparemos con el personaje de una historia breve, lo recordamos bien. Dos días después de una conver-sación con alguien, nos acordamos más de lo que esa persona dijo acerca de nosotros (Kahan y Johnson, 1992). Por lo tanto, los recuerdos se forman alrededor de nuestro interés principal: nosotros mismos. Cuando pensamos en algo en relación con nues-tras lo almacenamos mejor en nuestra memoria.

El efecto de autorreferencia ilustra un hecho básico de la vida: nuestro sentido del yo se localiza en el centro de nuestros mundos. Debido a que propendemos a vernos en el centro del escenario, sobrestimamos la magnitud en que el comportamiento de los demás se dirige hacia nosotros. A menudo nos consideramos responsables de acon-tecimientos en los que tuvimos sólo un papel pequeño (Fenigstein, 1984). Cuando juz-gamos el desempeño o el comportamiento de alguien más, a menudo lo comparamos, de forma espontánea, con el de nosotros mismos (Dunning y Hayes, 1996). Y si, mien-tras hablamos con una persona, escuchamos que alguien más menciona nuestro nom-bre en la habitación, nuestro radar auditivo instantáneamente cambia la atención.

Posibles yos

El auto concepto no incluye únicamente los esquemas de nosotros mismos acerca de quiénes somos en este momento, sino también en quién nos podríamos convertir, es decir, en nuestros posibles yos. Hazel Markus y sus colegas (Inglehart y otros, 1989; Markus y Nurius, 1986) señalan que nuestros posibles yos incluyen la imagen del yo que anhelamos ser, es decir, el yo rico, el yo delgado, el yo amado y que ama apasio-nadamente. También incluyen el yo en que tememos convertirnos, esto es, el yo de-sempleado, el yo no amado, el yo académicamente fracasado. Estos posibles yo nos motivan con metas específicas para la imagen de la vida que deseamos.

DESARROLLO DEL YO SOCIAL El auto concepto se ha convertido en un tema principal de la psicología social, porque ayuda a organizar nuestro pensamiento y a guiar nuestro comportamiento social (fi-gura 2-1). Pero, ¿qué determina nuestro autoconcepto? Estudios de gemelos indican influencias genéticas sobre la personalidad y el auto concepto, aunque la experiencia social también tiene un papel importante. Entre ellas se encuentran

• los papeles que adoptamos, • las identificaciones sociales que formamos, • las comparaciones que hacemos con los demás, • nuestros éxitos y fracasos, • la manera en que otras personas nos juzgan, y • la cultura que nos rodea.

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El yo en un mundo social

Los papeles que adoptamos Cuando representamos un nuevo papel -estudiante universitario, padre, vende-dor-, al inicio nos sentimos muy conscientes de nosotros mismos. Sin embargo, de manera gradual, lo ,que inicia como una actuación en el teatro de la vida se absorbe en nuestro sentido dei yo. Por ejemplo, es probable que mientras los representamos, res-paldemos algo en lo que no hemos reflexionado mucho. Si dijimos algo en favor de nuestra organización, luego justificamos nuestras palabras al creer más en ello. Ade-más, el observarnos a nosotros mismos puede ser autorrevelador; quizá nos demos cuenta de que creemos en las cosas que sostenemos. La representación de los papeles se convierte en la realidad (véase el capítulo 4).

Identidad social El autoconcepto -el sentido de quien uno es- no sólo contiene la identidad perso-nal (el sentido de los atributos personales), sino también la social. Esta definición de quién es uno -raza, religión, género, especialidad académica, etc.- implica un con-cepto de quién no se es. El círculo que incluye a "nosotros" excluye a "ellos".

Cuando formamos parte de un pequeño grupo que está rodeado de uno más grande, a menudo somos conscientes de nuestra identidad social; cuando nuestro grupo social es la mayoría, pensamos menos en ello. Como única mujer en un con-junto de hombres, o como único canadiense en un grupo de europeos, estamos cons-cientes de nuestra singularidad. Ser un estudiante negro en un campus universitario donde la mayoría son blancos, o un estudiante blanco en una escuela donde la ma-yoría es negra, implica tener una mayor conciencia de la identidad étnica y reaccio-nar de acuerdo con ella. En Canadá, la mayoría de la gente se identifica como "canadiense", excepto en Quebec, donde la minoría de origen francés se considera más "provinciana" (quebequianos) (Kalin y Berry, 1995).

En Gran Bretaña, donde el número de ingleses excede al de escoceses en una pro-porción de diez a uno, la identidad escocesa se define, en parte, por medio de las di-ferencias con los ingleses. "Ser escocés implica, hasta cierto grado, sentir desagrado o resentimiento hacia los ingleses" (Meech y Kilborn, 1992). Éstos, como mayoría, son menos conscientes del hecho de no pertenecer a aquel pueblo. En el libro de huéspe-des de un hotel escocés donde me registré recientemente, todos los huéspedes ingle-ses 'reportaron una nacionalidad "británica", y todos los escoceses (que también lo

capítulo 2

figura 2-1 El yo.

43

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44 parte uno

Para mayor información sobre identidad étnica, véanse los capítulos 9 y 13.

comparación social Evaluación de las propias habilidades y opiniones al compararse con los demás.

Pensamiento social

son), una "escocesa". Asimismo, la mayoría de los estudiantes de universidades ingle-sas se identifican como británicos, y la minoría como europeos (Cinnirella, 1997).

Comparaciones sociales ¿De qué forma decidimos si somos ricos, inteligentes o bajos de estatura? Una forma es a través de las comparaciones sociales (Festinger, 1954). Las personas que nos ro-dean nos ayudan a definir el parámetro por el cual nos consideramos ricos o pobres, inteligentes o torpes, altos o bajos: nos miramos respecto de ellos y determinamos cuánto diferimos. La comparación social explica por qué los estudiantes tienden a po-seer un autoconcepto académico más alto cuando acuden a una escuela con pocos es-tudiantes excepcionalmente capaces (Marsh y cols., 2000). Después de terminar el bachillerato en los mejores lugares de la clase, muchos alumnos seguros de sí mismos académicamente ven amenazada su autoestima escolar al entrar a grandes universi-dades selectivas, donde muchos de sus compañeros se graduaron siendo también de los mejores de su generación. En un estanque pequeño, el pez se siente más grande.

Gran parte de la vida gira alrededor de las comparaciones sociales. Nos sentimos bien parecidos cuando los demás son poco atractivos; inteligentes, cuando son tor-pes; compasivos, cuando el resto es cruel. Cuando observamos el desempeño de un semejante no podemos resistir compararnos con él (Gilbert y otros, 1995). Por lo tan-to, podemos experimentar placeres de forma privada ante el fracaso de un compañe-ro, especialmente cuando se trata de la desgracia de alguien a quien envidiamos, y cuando no nos sentimos vulnerables en su circunstancia (Lockwood, 2002; Smith y otros, 1996).

Las comparaciones sociales también pueden producir desdicha. Cuando la gente se vuelve más opulenta, aumenta su posición o sus logros, eleva los parámetros con que evalúa sus éxitos. Cuando se siente bien y se encuentra escalando la escalera del éxi-to, mira hacia arriba y no hacia abajo (Gruder, 1977; Suls y Tesch, 1978; Wheeler y otros, 1982). Cuando enfrentamos una competencia, a menudo protegemos nuestra vulnerable autoestima al percibir como aventajado al competidor; por ejemplo, en un estudio de nadadores colegiales, todos consideraban que el competidor tenía un me-jor entrenamiento y más tiempo de práctica (Shepperd y Taylor, 1999).

Éxito y fracaso El auto concepto no se alimenta únicamente de los desempeños, identidad social y comparaciones, sino también de nuestras experiencias diarias. El hecho de emprender tareas desafiantes pero realistas, y tener éxito, nos hace sentir más competentes. Una vez que las mujeres dominan las habilidades físicas necesarias para rechazar un ata-que sexual, se sienten menos vulnerables, ansiosas y con mayor control (Ozer y Ban-dura, 1990). Después de experimentar éxito académico, los estudiantes desarrollan una apreciación más favorable sobre su capacidad académica, lo cual a menudo los estimula para trabajar con mayor empeño y obtener más logros (Felson, 1984; Marsh y Young, 1997). Hacer las cosas lo mejor posible y lograr beneficios nos hace tener ma-yor confianza y poder.

Como se señaló en el capítulo 1, el principio de que el éxito alimenta la autoesti-ma ha provocado que varios psicólogos investigadores se cuestionen los esfuerzos por aumentar los logros, al incrementar la auto estima con mensajes positivos ("¡Tú eres importante! ¡Tú eres especial!"). En ocasiones un concepto bajo de uno mismo causa problemas. En comparación con aquellos que tienen una baja autoestima, la gente con un sentido de valía propia es más feliz, menos neurótica; se ve menos afectada por úlceras e insomnio; es menos propensa a ser adicta a las drogas y al al-cohol, y es más perseverante después de un fracaso (Brockner y Hulton, 1978; Brown, 1991; Tafarodi y Vu, 1997). Los críticos argumentan que también ocurre lo

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El yo en un mundo social

opuesto: los problemas y los fracasos causan baja autoestima; los sentimientos sur-gen de la realidad. Cuando superamos desafíos y adquirimos habilidades, los éxitos producen una actitud más confiada y de esperanza. La auto estima no proviene úni-camente de decirles a los niños lo maravillosos que son, sino también de los logros adquiridos con esfuerzo.

Los juicios de los demás El reconocimiento de los logros mejora el autoconcepto, porque nos vemos a través de la evaluación positiva de los demás. Cuando ellos piensan bien de nosotros, esto ayu-da a que tengamos una buena opinión de nuestr:as personas. Cuando los demás cali-fican a los niños como talentosos, trabajadores o útiles, ellos tienden a incorporar a su autoconcepto y comportamiento esas ideas (véase el capítulo 3). Si los estudiantes de grupos minoritarios se sienten amenazados por estereotipos negativos de su capaci-dad académica, o si las mujeres se sienten así por las bajas expectativas de su desem-peño en matemáticas y en ciencias, pueden "desidentificarse" con estas áreas. En lugar de luchar contra esos prejuicios, quizás se reconozcan con otros intereses (Stee-le, 1997; véase el capítulo 9).

El sociólogo Charles H. Cooley (1902) describió el yo especular como nuestro hábito de usar el cómo nos imaginamos que otra persona nos percibe como espejo, para per-cibimos a nosotros mismos. Según Cooley, percibimos nuestros reflejos de la forma en que creemos que aparecemos ante los demás. El sociólogo George Herbert Mead (1934) desarrolló este concepto señalando que lo que importa para nuestro autocon-cepto no es lo que los demás piensan realmente de nosotros, sino lo que nosotros per-cibimos que piensan. Generalmente nos sentimos más libres para elogiar que para criticar a los demás (expresamos los elogios y restringimos las burlas). Por lo tanto, es posible que los demás sobrestimen nuestras apreciaciones y que su autoestima se ele-ve en exceso (Shrauger y Schoeneman, 1979).

Como veremos posteriormente, en los países occidentales encontramos muchos más casos de yo envanecidos. Shinobu Kitayama (1996) reporta que los japoneses que visitan Norteamérica se sorprenden continuamente por la gran cantidad de elogios que se dicen entre amigos. Cuando él y sus colaboradores le preguntaron a la gente cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había elogiado a alguien, la res-puesta más común de los estadounidenses fue un día. En Japón -donde la socializa-ción de las personas les hace sentir menor orgullo por los logros personales que vergüenza por fallarle a los demás- la respuesta fue de cuatro días. Además, los es-tadounidenses perseveran más si se les dice que están haciendo bien una tarea que si no se les afirma. En el caso de los japoneses, la perseverancia aumenta por el fracaso (Heine y cals., 2001).

El destino de nuestros antecesores dependía de lo que los demás les enseñaban. Las posibilidades de supervivencia aumentaban cuando su grupo los protegía. Cuando percibían la desaprobación de su grupo, la sabiduría biológica se manifestaba en sen-timientos de vergüenza y baja autoestima. Según Mark Leary (1998), al ser sus here-deros y tener una profunda necesidad similar de pertenencia, sentimos el dolor de una baja autoestima cuando enfrentamos el rechazo social. Este autor argumenta que la alta idea que tengamos de nosotros mismos es un medidor psicológico por medio del cual verificamos y reaccionamos a la forma en que los otros nos valoran.

EL YO Y LA CULTURA ¿De qué manera completó la frase "yo soy __ ", de la página 41 ¿Dio información acerca de sus características personales, como: "soy honesto", "soy alto" o "soy extro-vertido? ¿O también describió su identidad social, como: "soy piscis", "soy un Mac-Donald" o "soy musulmán"?

capítulo 2 45

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46 parte uno

individualismo Tendencia a dar prioridad a las metas propias por encima de las del grupo, y definir la propia identidad en términos de atributos personales en lugar de identificarse con el grupo.

colectivismo Dar prioridad a las metas de los propios grupos (a menudo a la familia extensa o al grupo de trabajo) y definir la identidad propia, de acuerdo con ellas.

Pensamiento social

tabla 2-1 Voces del individualismo moderno

En el caso de algunas personas, especialmente de las que viven en culturas occi-dentales industrializadas, prevalece el individualismo; la identidad se encuentra más contenida en el yo. La adolescencia es una época de separación de los padres, donde uno confía más en sí mismo y donde se define el yo independiente y personal. Si nues-tra identidad -como un individuo único, con habilidades, características, valores y anhelos particulares- se arrancara de raíz y se colocara en un lugar ajeno, entonces permanecería intacta. La psicología de las culturas occidentales asume que su vida se enriquecerá al definir sus posibles yo y al creer en su poder de control personal. Des-de finales del siglo pasado el individualismo se ha convertido en la voz dominante de la cultura popular (véase la tabla 2-1).

La literatura occidental, desde La ¡líada hasta Las aventuras de Huckleberry Finn, fes-teja más al individuo que confía en sí mismo que al que cumple con las expectativas de los demás. Los montajes de cine caracterizan héroes fuertes que se oponen a lo es-tablecido. Las canciones proclaman "Lo hice a mi manera" y "Tengo que ser yo", y ve-neran "El más grande amor de todos": amarse a sí mismo (Shoeneman, 1994). El individualismo surge cuando la gente experimenta riqueza económica, movilidad, ur-banismo y con los medios masivos de comunicación (Freeman, 1997; Marshalt 1997; Triandis, 1994).

Las culturas originarias de Asia, África, América Central y Sudamérica otorgan un valor mayor al colectivismo. Cultivan lo que Shinobu Kitayama y Hazel Markus (1995) llaman el yo interdependiente. La gente es más auto crítica y tiene menor necesi-dad de una autoconsideración positiva (Heine y otros, 1999). La identidad se define más en relación con los demás. Los malasios, indios, japoneses y kenianos tradiciona-les como los maasai, por ejemplo, son más propensos a completar la frase "yo soy __ " con su identidad grupal que los australianos, estadounidenses y británicos (Ka-nagawa y cols., 2001; Ma y Shoeneman, 1997). Al hablar, los individuos que utilizan los idiomas de los países colectivistas dicen menos la palabra "yo" (Kashima y Kashi-mal 1998,2003). Una persona diría "fuimos al cine", en lugar de "yo fui al cinell

• frase donde el sujeto se establece por medio de la gramática o el contexto.

El colectivismo tiene una larga historia, con raíces, por ejemplo, en los pueblos agricultores chinos, donde la armonía y la cooperación permitían buenas cosechas. El resultado no sólo son las relaciones sociales que difieren de las de occidente, más individualistas, asevera el psicólogo social Richard Nisbett en The Geography of Thought (2003), sino también formas distintas de pensamiento. Considere lo siguien-te: ¿cuáles de estos entes están relacionados: un panda, un chimpancé y un plátano?

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¿Tal vez un chimpancé y un pan-da, porque ambos pertenecen a la categoría" animal"? Los asiáti-cos, con mayor frecuencia que los estadounidenses, ven este ne-xo: el chimpancé come plátanos.

Cuando se les mostró una es-cena submarina animada (figura 2-2), los japoneses recordaron, de forma espontánea, 60 por ciento más características del fondo ma-rino que los estadounidenses, y establecieron más relaciones (por ejemplo, la rana junto a la plan-ta). En cambio, éstos ponen ma-yor atención al objeto focal, como un gran pez, y al entorno (Nis-bett, 2003). Shinobu Kitayama y sus colegas (2003) también descu-brieron que los japoneses respon-den más al contexto perceptual. Al mostrarles el estímulo de la fi-gura 2-3 y pedirles que dibujaran en un recuadro vado más peque-ño una línea con las mismas pro-porciones, lo hicieron con mayor precisión que los estadouniden-

El estímulo original

Cuadrado = 90 mm de alto

Línea = 30 mm (una tercera parte de la altura del cuadrado)

El yo en un mundo social

figura 2-3

capítulo 2 47

figura 2-2 Pensamiento asiático y occidental. Cuando se les muestra una escena submarina, los asiáticos suelen describir el entorno y las relaciones entre los peces. Los estadounidenses ponen mayor atención a un solo animal grande (Nisbett, 2003).

Percepción en distintas culturas. Shinobu Kitayama y sus colegas (2003) mostraron a un grupo de personas un estímulo como éste; después les pidieron que reprodujeran, en un recuadro más pequeño o más grande, una línea de la misma longitud o de la misma proporción. Los estudiantes estadounidenses fueron más precisos al plasmar líneas de la misma longitud; los japoneses, al dibujar líneas de la misma proporción.

ses. Al solicitarles a éstos que dibujaran una línea de la misma longitud absoluta, pu-sieron menos atención al contexto y plasmaron una línea idéntica. A partir de estos estudios, Nisbett concluye que los asiáticos del este piensan de una manera más ho-lística, es decir, perciben y piensan en los objetos y las personas con respecto a la for-ma en que se relacionan entre sí y con el entorno .

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---------------------------------Copyright © The New Yorker Collection, 2000, Jack Ziegler, de cartoonbank.com. Todos los derechos reservados.

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48 parte uno

figura 2-4 Construcción independiente o interdependiente del yo. El yo independiente reconoce las relaciones con los demás, pero el interdependiente está mucho más involucrado con ellos (Markus y Kitayama, 1991).

Pensamiento social

Visión independiente del yo Visión independiente del yo

Sin embargo, encasillar a las culturas en individualistas o colectivistas es demasiado simplista, ya que en una sola el individualismo varía de una persona a otra (Oyser-man y otros, 2002a, b), y también cambia de acuerdo con la región y las preferencias políticas de un país. En Estados Unidos, los hawaianos y quienes viven en la zona del sur exhiben un comportamiento más colectivista que los que habitan en estados mon-tañosos del oeste, como Oregon y Montana (Vandello y Cohen, 1999). Los conserva-dores tienden a ser individualistas económicos ("no me cobren impuestos ni me regulen") y colectivistas morales ("hagamos leyes en contra de la inmoralidad"). Los liberales tienden a ser colectivistas económicos e individualistas morales.

Con un yo interdependiente se tiene un mayor sentido de pertenencia. Si son arrancados y escindidos de la familia, de sus colegas y los amigos leales, los indivi-duos interdependientes perderían las conexiones sociales que definen lo que ellos son. No tienen uno sino muchos yo s; uno con los padres, un en el trabajo, y otro con los amigos (Cross y cols., 1992). Tal como lo sugieren la figura 2-4 y la tabla 2-2, el yo interdependiente está enclavado en las membresías sociales; las conversaciones son menos directas y más corteses (Holtgraves, 1997). La meta de la vida social no es tan-to el enriquecimiento del yo individual, como estar en armonía y apoyar a la propia comunidad. Como señalan Heejung Kim y Hazel Markus (1999), el café con leche in-dividualizado _" descafeinado, pequeño, ligero, muy caliente" -, que parece adecua-do en una cafetería estadounidense, parecería un poco excéntrico en Seúl. En Corea la gente otorga menos valor a la expresión de la singularidad y más a la tradición y a las prácticas compartidas (Choi y Choi, 2002). En ese país los anuncios pocas veces acen-. \

tabla 2-2 Autoconcepto: independiente o interdependiente

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El yo en un mundo social

túan la elección y libertad personales; más bien, con frecuencia muestran personas juntas (Markus, 2001).

En las culturas colectivistas la autoestima está altamente correlacionada con "lo que los demás piensan de mí y de mi grupo". El autoconcepto es maleable (específico del contexto) en lugar de estable (perdurable, a través de diversas situaciones). En un estudio, cuatro de cada cinco estudiantes canadienses, y sólo uno de cada tres esco-lares chinos y japoneses, coincidieron en que "las creencias que tienes acerca de quién eres (su yo interno) continúan siendo las mismas en distintas áreas de actividad" (Ta-farodi y otros, 2004).

Los individubs de culturas individualistas, especialmente aquellos que pertenecen a minorías que han aprendido a desechar los prejuicios de los demás, se preocupan menos por las evaluaciones "externas" de sí mismos y del propio grupo (Crocker, 1994; Kwan y cols'I,.1997). La autoestima es más particular y menos relacional. Si al-guien amenaza nuestra identidad personal, nos sentiríamos más molestos y tristes que si atentaran contra nuestra identidad colectiva (Gaertner y otros, 1999).

Entonces, ¿cuándo supone usted que los estudiantes universitarios del Japón colec-tivista y de los Estados Unidos individualista suelen reportar emociones positivas co-mo felicidad y regocijo? Según el informe de Kitayama y Markus (2000), para los japoneses, la felicidad acompaña a los encuentros sociales positivos, al sentirse allega-dos, amistosos y respetuosos. En el caso de los estadounidenses, con mayor frecuen-cia este sentimiento proviene de emociones no relacionadas con vínculos, al sentirse eficaces, superiores y orgullosos. El conflicto en las culturas colectivistas suele presen-tarse entre grupos; en las individualistas prevalecen más el crimen y el divorcio (Triandis, 2000).

Cuando Kitayama (1999), después de diez años de dedicarse a la docencia ya la in-vestigación en Estados Unidos, visitó su alma mater japonesa, la Universidad de Kyo-to, los estudiantes graduados se mostraron "asombrados" cuando les explicó la idea occidental de un yo independiente. "Insistí en explicar la idea del autoconcepto, que mis alumnos occidentales habían comprendido de manera intuitiva, y finalmente lo-gré persuadirlos de que, de hecho, muchos estadounidenses poseen un concepto muy desconectado del yo. Aun así, uno de ellos dijo al final, con un gran suspiro: ' ¿Real-mente puede ocurrir eso?"' .

Cuando el oriente y el occidente se encuentran -como sucede, por ejemplo, gra-cias a las influencias en el Japón urbano y al intercambio de estudiantes de ese país que visitan el otro lado del mundo-, ¿el autoconcepto se vuelve más individualiza-do? Por ejemplo, ¿los japoneses se ven influidos cuando se exponen al bombardeo de promociones basadas más en logros individuales que en la tradición, con la exhorta-ción a "creer en las propias posibilidades" y con películas en las que el heroico oficial de policía individual atrapa al ladrón, a pesar de la interferencia de otros? Según el re-porte de Steven Heine y sus colegas (1999), parece que así es. La autoestima personal de estudiantes orientales en intercambio creció después de pasar siete meses en la Universidad de British Columbia. En Canadá este valor también es mayor entre los

capítulo 2 49

figura 2-5 ¿ Cuál bolígrafo elegiría usted? Cuando Heejung Kim y Hazel Markus (1999) invitaron a un grupo de estadounidenses a elegir uno de estos bolígrafos, 77 por ciento escogió el color poco común (sin importar si era oscuro o claro). Al darles la misma opción, 31 por ciento de asiáticos eligió uno de diferente color. Este resultado ilustra las distintas preferencias culturales por la singularidad y la conformidad, señalaron Kim y Markus.

"Uno necesita cultivar el espíritu de sacrificar al pequeño yo para lograr los beneficios del gran yo." -Proverbio chino.

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irunigrantes asiáticos más antiguos que entre los más recientes (y que entre los que vi-ven en Asia).

AUTOCONOCIMIENTO , "Conócete a ti niismo", aconsejó el filósofo griego Sócrates. Ciertamente, lo intenta-mos. Rápidamente formamos creencias sobre nosotros mismos, y no dudamos en ex-plicar por qué nos sentimos y actuamos como lo hacemos. ¿Pero qué tan bien nos conocemos realmente?

"Existe una cosa, y solamente una en todo el universo, de la que conocemos más de lo que podríamos aprender de la observación externa", señaló C. S. Lewis (1952, pp. 18-19). "Esa cosa somos [nosotros mismos]. Por decirlo de una forma, tenemos infor-mación interna; formamos parte del conocimiento". Y así es. Sin embargo, en ocasio-nes pensamos que sabemos, pero nuestra información interna es incorrecta. Ésta es la conclusión inevitable de algunas investigaciones fascinantes.

Explicación de nuestro comportamiento ¿Por qué eligió su universidad? ¿Por qué se molestó con su compañero de dormitorio? ¿Por qué se enamoró de esa persona especial? En ocasiones lo sabemos; en otras, no. Si nos preguntan por qué nos sentimos o actuamos de cierta forma, damos respuestas plausibles. No obstante, cuando las causas no son evidentes, nuestras explicaciones suelen ser incorrectas. Podemos ignorar factores importantes y exagerar otros que no lo son. En algunos estudios, la gente ha atribuido erróneamente estar triste en un día lluvioso a la vacuidad de la vida, y su animación durante un puente laboral a su atrac-ción por un transeúnte (Schwarz y CIore, 1983; Dutton y Aron, 1974). Con frecuencia la gente niega verse influida por los medios masivos, aunque reconocen que afectan a los demás.

Richard Nisbett y Stanley Schachter (1966) demostraron que las personas interpre-tan de manera errónea su propia mente cuando pidieron a estudiantes de la Univer-sidad de Columbia que recibieran una serie de choques eléctricos de intensidad creciente. Antes de la prueba, algunos tomaron una píldora falsa que, según se les di-jo, produciría palpitaciones cardiacas, respiración irregular y mariposas en el estóma-go, las típicas reacciones al recibir choques eléctricos. Nisbett y Schachter anticiparon que los participantes atribuirían estas sensaciones a la pastilla y, por lo tanto, tolera-

capítulo 2 51

El colectivismo en acción: la gente resistió la tentación de saquear y actuó COIl civilidad después del terremoto de 1995 en Kobe, una importallte ciudad japonesa. Aquí aparecen formados para obtener agua.

"En realidad, no sé por qué estoy tan triste." - Ellllercader de Venecia, William Shakespeare.

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"¡Oh, un poco de Poder que nos den los talentosos para vernos a nosotros mismos como ellos nos ven!" -Robert Bums, "To a Louse", 1786.

Pensamiento social

rían más los choques eléctricos que otros a quienes no se les suministró. De hecho, el efecto fue muy grande. Quienes ingirieron la píldora falsa toleraron cuatro veces más los choques eléctricos. Cuando se les preguntó por qué habían soportado choques de tanta intensidad, no mencionaron la pastilla. Cuando se les mencionó el efecto del me-dicamento, aseguraron que tal vez otros pudieron haberse visto afectados por él, pero negaron su influencia sobre ellos. "Ni siquiera pensé en él", fue la respuesta típica.

También se han realizado otras pruebas interesantes en las cuales las personas re-gistraron su estado de ánimo diari9-mente, durante dos o tres meses (Stone y otros, 1985; Weiss y Brown, 1976; Wilson y otros, 1982). También llevaron una relación de factores que podrían afectar su estado de ánimo: el día de la semana, el clima, las ho-ras de sueño, etc. Al final de cada estudio, juzgaron qué tanto había afectado cada uno de ellos su ánimo. De manera notable (dado que su atención se dirigió a su estado emocional cotidiano), se encontró poca relación entre su percepción de qué tan bien un factor predecía su animosidad y la predicción real. Estos hallazgos plantean una pregunta desconcertante: ¿qué tanto conocemos realmente lo que nos hace felices o infelices?

¿Y qué tanto sabemos de nuestra propia libertad y voluntad? Tal como Daniel Wegner lo plantea en The Illusion of Conscious Will (2002), la gente siente que realizó algo de manera intencionada, cuando sus pensamientos relacionados con la acción preceden a un comportamiento que de otra forma parecería inexplicable. En uno de los experimentos de Wegner, dos personas controlan en conjunto el ratón de una computadora, que se desliza sobre un tablero del juego "Espías", cubierto con pe-queñas imágenes. Conforme el ratón se mueve, los participantes escuchan los nom-bres de objetos en audífonos y se detiene en la imagen que elijan. Aun cuando una de las personas es un cómplice que, en algunos ensayos, obliga a que el ratón se dirija a una imagen en particular, los participantes reales generalmente perciben que ellos di-rigieron el ratón a la imagen elegida. En ésta y en otras situaciones el cerebro genera una sensación de eficacia personal. Otras veces, como cuando se busca agua o cuan-do los brazos se alzan bajo sugestión hipnótica, la gente percibe, erróneamente, que alguna fuerza externa está operando sobre ellas. Por lo tanto, al percibir que son (o no son) los causantes de sus acciones, los individuos en ocasiones se equivocan.

Predicción de nuestro comportamiento La gente también se equivoca al predecir su conducta. Cuando se les pregunta si obe-decerían la orden de aplicar fuertes choques eléctricos o si dudarían en ayudar a una víctima ante la presencia de muchos individuos, las personas niegan rotundamente su vulnerabilidad ante este tipo de influencias; pero, como veremos, los experimentos han demostrado que muchos de nosotros somos frágiles. Además, considere lo que Sidney Shrauger (1983) descubrió, al pedirles a estudiantes universitarios que predijeran la posibilidad que tenían de experimentar docenas de eventos distintos en los siguientes dos-meses (involucrarse en un romance, enfermar, etc.): que sus autopredicciones difí-cilmente eran más precisas que las basadas en la experiencia de una persona promedio.

Asimismo, los individuos se equivocan frecuentemente al predecir el destino de sus relaciones. Las parejas ven la duración de sus relaciones a través de lentes color de rosa. Al enfocarse en los aspectos positivos, los enamorados se sienten seguros de que siempre estarán juntos. Tara MacDonald y Michael Ross (1997), a partir de estu-dios realizados con estudiantes de la Universidad de Water loo, reportan que a menu-do los amigos y familiares saben más a este respecto. Los augurios menos optimistas de sus padres y compañeros de dormitorio tienden a ser más precisos (muchos pa-dres, al haber visto a su hijo involucrarse confiadamente en un romance predestina-do al fracaso y oponerse a cualquier consejo, confirman la idea). Al predecir conductas negativas, como llorar o mentir, las autopredicciones son más exactas que

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las hechas por la propia madre o los amigos (Shrauger y otros, 1996). Sin embargo, lo más seguro que podemos decir sobre su futuro individual es que a veces es difícil pronos tic arlo, incluso para usted. Para vaticinar el comportamiento, lo mejor es to-mar en cuenta la conducta pasada en situaciones similares (Osberg y Shrauger, 1986, 1990). De esta manera, la gente que lo conoce probablemente podrá predecir su com-portamiento mejor que usted (por ejemplo, qué tan nervioso y charlador estará al co-nocer a alguien [Kenny, 1994]). Entonces, para predecir su futuro, tome en cuenta su pasado.

Nicholas Epley y David Dunning (2000) descubrieron que en ocasiones podemos predecir mejor la conducta de la gente al pedirle que vaticine las acciones de otros en lugar de las suyas. Cinco días antes de la actividad anual de caridad "Daffodil Days" de la Universidad de Comell, Epley y Dunning solicitaron a un grupo de es-tudiantes que dijeran si, por ayudar, comprarían al menos un narciso, y también que predijeran qué proporción de sus compañeros lo haría. Más de cuatro de cada cinco estudiantes afirmaron que lo comprarían, pero sólo 43 por ciento lo hizo, lo cual se acerca a la predicción de que 56 por ciento de los demás adquiriría uno. En un jue-go de laboratorio jugado por dinero, 84 por ciento predijo que cooperaría en otro para lograr ganancias mutuas, aunque sólo 61 por ciento lo hizo (nuevamente el su-ceso se acercó a la predicción de una colaboración de 64 por ciento de los demás). Si Lao-Tse tenía razón en que" quien conoce a los demás está instruido; quien se cono-ce a sí mismo está iluminado", entonces parecería que la mayoría de la gente está más instruida que iluminada.

Predicción de sentimientos Muchas de las grandes decisiones de la vida implican predecir nuestros sentimientos futuros . ¿Contraer matrimonio con esta persona me hará feliz toda la vida? ¿Dedicar-me a esta profesión me dará un trabajo satisfactorio? ¿Tomar estas vacaciones me pro-ducirá una experiencia feliz? ¿O los resultados más probables son el divorcio, el agotamiento laboral y unas vacaciones decepcionantes?

En ocasiones sabemos qué tan bien nos sentiremos si reprobamos ese examen, si ganamos ese importante juego o si disminuimos la tensión con media hora dedicada a trotar. S9.bemos qué nos alegra y qué nos hace sentir ansiosos o aburridos. Otras ve-ces podemos predecir erróneamente nuestras respuestas. Al preguntarles cómo se sentirían si se les hicieran preguntas sexualmente hostigador as durante una entrevis-ta de trabajo, la mayoría de las mujeres estudiadas por Julie Woodzicka y Marianne LaFrance (2001) dijeron que se enojarían. Sin embargo, cuando se les plantearon en realidad, experimentaron temor. Estudios sobre "proyecciones afectivas" revelaron que, a pesar de todo, la gente enfrenta la mayor dificultad al predecir la intensidad y la duración de sus emociones futuras (Wilson y Gilbert, 2003). Las personas predicen de manera equivocada cómo se sentirán algún tiempo después del rompimiento de una relación romántica, de recibir un regalo, de perder las elecciones, de ganar un juego y de ser insultadas (Gilbert y Ebert, 2002; Loewenstein y Schkade, 1999). He aquí algu-nos ejemplos:

• Cuando se muestran fotografías sexualmente excitantes a varones jóvenes, y después son expuestos al escenario de una cita apasionada en la que su acompañante les pide que se "detengan", ellos admiten que tal vez no lo harían. Si no se les muestran estas imágenes, con frecuencia niegan la posibilidad de ser sexualmente agresivos. Cuando uno no está excitado, con facilidad predice erróneamente cómo se sentiría y actuaría si lo estuviera, fenómeno que conduce a manifestaciones de amor durante la activación del deseo sexual, a embarazos no deseados y a delitos repetidos entre abusadores que han prometido sinceramente "nunca volver a hacerlo".

capítulo 2 53

"Cuandoun sentimiento estaba ahí, sintieron que nunca se iría; cuando se había ido, sintieron que nunca había estado; cuando regresó, sintieron que nunca se había ido." -George MacDonald, What 's Mine 's Mine, 1886.

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Predecir el comportamiento, incluso el propio, no es tarea fácil , razón por la cual quizá este visitante consulta a un astrólogo.

"El llanto puede permanecer toda la noche, pero la alegría viene con la mañana." - Salmo 30:5.

Pensamiento social

• Los compradores compulsivos realizan más compras impulsivas ("¡esas donas deben estar deliciosas!") que cuando van al mercado después de comerSe una gran rebanada de pastel de mora azul (Gilbert y Wilson, 2000). Cuando tenemos hambre, prevemos de manera errónea qué tan pesadas nos parecerán esas donas cuando estemos saciados. Cuando nos sentimos llenos, pensamos equivocadamente lo delicioso que puede Ser un panecillo con un vaso de leche en la noche.

• Sólo uno de siete fumadores ocasionales (que consumen menos de un cigarrillo al día) predice que consumirá tabaco dentro de cinco años. Pero subestiman el poder de sus deseos sobre la droga, ya que casi la mitad seguirá fumando (Lynch y Bonnie, 1994).

• La gente sobrestima qué tanto su bienestar se verá afectado por inviernos más cálidos, por perder peso, por más canales de televisión o más tiempo libre. Incluso, SUCeSOS más extremos, como ganar la lotería o sufrir un accidente paralizante, afectan menos la felicidad a largo plazo de lo que Se supone.

Parece que nuestra teoría intuitiva eS: deseamos, obtenemos, somos felices. Si eSO fuera verdad, este capítulo tendría menos palabras. En realidad, según Daniel Gilbert y Timothy Wilson (2000), a menudo "deseamos erróneamente" . Las personas que se imaginan unas vacaciones en una isla desierta idílica con sol, olas y arena, pueden sentirse desilusionadas cuando descubren" cuánto necesitan una estructura diaria, eS-timulación intelectual e infusiones regulares de panecillos". Creemos que si nuestro candidato o nuestro equipo ganan estaremos muy contentos durante mucho tiempo. Pero un estudio tras otro revela que las huellas emocionales de este tipo de buenas ra-chas Se evaporan más rápido de lo que esperamos.

Es después de Sucesos negativos que somos especialmente propensos al "sesgo del impacto", es decir, a sobrestimar el impacto perdurable de SUCeSOS que provo-can emociones. Cuando individuos que Se hacen la prueba del VIH predicen cómo Se sentirán cinco Semanas después de obtener los resultados, esperan sentir una gran desdicha si reciben malas noticias y una gran alegría si éstas son buenas. Sin embargo, después de eSe lapso, los receptores de malas noticias están menos pertur-bados, mientras que los otros están menos regocijados de lo que anticiparon (Sieff y otros, 1999). Y cuando Gilbert y sus colegas (1998) pidieron a profesores adjuntos que predijeran su felicidad algunos años después de haber obtenido o no su cargo vitalicio, la mayoría consideró que un resultado favorable era importante para su fe-licidad futura. "Perder mi trabajo destruiría las ambiciones de mi vida. Sería terri-ble". Sin embargo, al encuestarlos tiempo después del suceso, aquellos a quienes se les negó el cargo estaban tan felices como los que lo recibieron.

Hagámoslo personal. Gilbert y Wilson nos invitan a imaginarnos cómo nos senti-ríamos un año después de perder nuestra mano no dominante. En comparación con hoy, ¿qué tan feliz Se sentiría?

Al pensar en esto, probablemente usted se centró en la desgracia que significaría: no poder aplaudir, atarse las agujetas, jugar basquetbol en competencias, escribir ve-

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El yo en un mundo social

lozmente en un teclado. A pesar de que probablemente siempre lamentaría la pérdi-da, su felicidad general un tiempo después del suceso se vería influida por "dos co-sas: a) el acontecimiento, y b) todo lo demás". Al enfocarnos en el hecho negativo, ignoramos la importancia de todas las demás cosas que contribuyen a la felicidad, y predecimos, erróneamente, una desdicha perdurable. Los investigadores David Sch-kade y Daniel Kahneman (1998) coinciden en que "ninguna de las cosas en que usted se concentre hará una diferencia tan grande como cree".

Además, según Wilson y Gilbert (2003), la gente niega la velocidad y el poder de su sistema inmunológico psicológico, el cual incluye sus estrategias de racionaliza-ción, de ignorar, perdonar y limitar un trauma emocional. Al ignorar durante mucho tiempo nuestro "sistema inmunológico psicológico" (fenómeno que Gilbert y Wilson llaman negligencia inmune), nos adaptamos a discapacidades, al rompimiento de re-laciones románticas, al fracaso en exámenes, a la negación de un puesto vitalicio, y a derrotas personales y de equipo, con mayor facilidad de lo que esperaríamos. Iróni-camente, Gilbert y sus colegas (2004) reportan que acontecimientos negativos gran-des (que activan nuestras defensas psicológicas) pueden provocar un malestar menos prolongado que alteraciones menores (que no las activan). En otras palabras, nos recuperamos rápidamente.

La sabiduría y las ilusiones del autoanálisis Entonces, hasta un grado sorprendente, nuestra intuición frecuentemente se equivo-ca al determinar lo que nos afecta, lo que sentiremos, lo que haremos. Pero no exage-remos el caso. CU}lndo las causas de nuestro comportamiento son obvias, y la explicación correcta se ajusta a nuestra intuición, las percepciones sobre nosotros mis-mos son precisas (Gavanski y Hoffman, 1987). Peter Wright y P«:>ter Rip (1981) descu-brieron que estudiantes del penúltimo año de bachillerato de California podían distinguir la manera en que las características de una universidad, es decir, su tama-ño, colegiatura y distancia respecto de su hogar, afectaban la forma en que reacciona-ban hacia la institución. Pero cuando las causas de la conducta no son obvias para un observador, tampoco lo son para la propia persona.

Tal como se verá en el capítulo 3, no nos damos cuenta de muchas cosas que suce-den en la mente. Estudios acerca de la percepción y la memoria demuestran que esta-mos más conscientes de los resultados que del proceso de nuestro pensamiento. Cuando contemplamos nuestro océano mental, vemos muy poco por debajo de la superficie consciente. Sin embargo, experimentamos los resultados del funcionamien-to inconsciente cuando ajustamos un reloj mental para registrar el paso del tiempo y para despertarnos a una hora específica, o cuando, de alguna manera, tenemos un discernimiento creativo espontáneo, después de que un problema se ha "incubado" sin darnos cuenta. Los científicos y artistas creativos, por ejemplo, generalmente son incapaces de reportar el proceso de pensamiento que les produjo un discernimiento.

Timothy Wilson (1985, 2002) nos ofrece una idea audaz: los procesos mentales que controlan nuestro comportamiento social son diferentes de aquellos con los que lo ex-plicamos. Por lo tanto, nuestros argumentos racionales pueden omitir las actitudes ocultas que realmente dirigen nuestra conducta. En nueve experimentos, Wilson y sus colegas (1989) encontraron que en las actitudes expresadas hacia las cosas o hacia las personas solían predecir bastante bien el comportamiento posterior. Sin embargo, si primero pedían a los participantes que analizaran sus sentimientos, los reportes de sus actitudes se volvían inútiles. Por ejemplo, la gente que se sentía feliz con su relación de pareja predijo que continuaría en ella varios meses después. Pero otros participan-te:" antes de calificar su felicidad, hicieron una lista de todas las razones que se les ocu-Ineron sobre por qué su relación era buena o mala. Después de esto, ¡SUS reportes sobre las actitudes fueron inútiles para predecir el futuro de la relación! Aparentemen-

capítulo 2 55

"La autocontemplación es una maldición que empeora una vieja confusión." - Theodore Roethke, The Collected Poems ofTheodore Roethke, 1975.

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actitudes duales Actitudes diferentes implícitas (automáticas) y explícitas (controladas conscientemente) hacia el mismo objeto. Las actitudes explícitas verbal izadas pueden cambiar con educación y persuasión; las implícitas pueden modificarse lentamente con la práctica que forma nuevos hábitos.

www.mhhe.com/myers8 Visite el Centro de Aprendizaje en Línea para una actividad interactiva sobre los autorreportes.

Resumen

Pensamiento social

te, el proceso del análisis dirigió su atención a factores de fácil verbalización, que en realidad eran menos importantes que aspectos que resultaban más difíciles de expre-sar. Según Wilson (2002), a menudo "somos extraños a nosotros mismos".

En un estudio posterior, Wilson y sus colaboradores (1993) permitieron que algu-nas personas eligieran uno de dos carteles de arte para llevárselo a su casa. A los que se les pidió primero que identificaran las razones de su elección, prefirieron uno de ti-po humorístico (cuyas características positivas podían verbalizarse con mayor facili-dad). Sin embargo, unas semanas después se sentían menos satisfechos con su elección que aquellos que sólo se guiaron por sus corazonadas y que habían escogido el otro cartel. De acuerdo con el reporte de Gary Levine y sus colegas (1996), las cora-zonadas también son más consistentes cuando se comparan con el juicio razonado de individuos con distintos atributos faciales. La primera impresión puede dar mucha información.

Wilson y sus colaboradores (2000) afirman que este tipo de hallazgos sugiere que poseemos un sistema de actitudes duales. Nuestras actitudes implícitas automáticas, con respecto a alguien o a algo, suelen diferir de nuestras actitudes explícitas, contro-ladas a nivel consciente. Por ejemplo, desde la niñez podemos desarrollar un temor o desagrado automático y habitual por personas a quienes ahora expresamos verbal-mente respeto y aprecio. A pesar de que las actitudes explícitas pueden modificarse con relativa facilidad, según Wilson, éstas, "como los viejos hábitos, cambian con ma-yor lentitud". Con la práctica repetida, es decir, al poner en práctica la nueva actitud se puede reemplazar a las viejas.

Murray Millar y Abraham Tesser (1992) consideran que Wilson exagera nuestra ignorancia sobre nosotros mismos. Sus investigaciones sugieren que, efectivamente, concentrar la atención de las personas a las razones disminuye la utilidad de los re-portes de actitudes para predecir comportamientos producidos por sentimientos. Si en lugar de pedirle a los participantes que analizaran sus relaciones románticas Wil-son les hubiera solicitado que se pusieran más en contacto con sus sentimientos (" ¿Cómo se siente cuando está cerca y cuando está lejos de su pareja?"), los reportes de actitudes habrían sido de mayor utilidad. Otras áreas del comportamiento -por ejemplo, elegir una escuela considerando el costo; el progreso que puede lograrse en la carrera, etc.- parecen tener un origen de tipo cognoscitivo, y un análisis de las ra-zones más que de los sentimientos podría ser más útil. A pesar de que el corazón tie-ne sus argumentos, a veces los de la mente son decisivos.

Esta investigación sobre los límites de nuestro autoconocimiento tiene dos implica-ciones prácticas. La primera afecta la indagación psicológica. Frecuentemente, los auto-rreportes son poco confiables. Los errores en la propia comprensión limitan la utilidad científica de los informes personales subjetivos.

La segunda implicación afecta nuestra vida cotidiana. La sinceridad con que la gente da e interpreta sus experiencias no garantiza la validez de éstas. Los testimonios son sumamente persuasivos (tal como veremos en el capítulo 15, "La psicología social en los tribunales"). Además, también pueden ser incorrectos. Tener presente este po-tencial de error puede ayudarnos a sentirnos menos intimidados por los demás y a que seamos menos crédulos.

Nuestro sentido del yo ayuda a organi-zar los pensamientos y acciones. Cuan-do procesamos información referente a nosotros mismos, la recordamos bien (fe-nómeno llamado efecto de la autorrefe-

rencia). Los elementos del autoconcepto son esquemas específicos que dirigen nuestro procesamiento de información relevante para el yo y los posibles yos que anhelamos o tememos. La autoesti-

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ma es una sensaClOn general de valía personal que influye en la forma en que evaluamos nuestras características y ha-bilidades.

¿Qué determina nuestro autoconcep-to? Existen múltiples influencias, inclui-dos los papeles que representamos, las comparaciones que hacemos, la identi-dad social, la manera en que percibimos que los demás nos evalúan y nuestras experiencias de éxito y fracaso. La cultu-ra también moldea al yo. Algunas per-sonas, especialmente en las sociedades occidentales individualistas, asumen un yo independiente. Otras, a menudo per-tenecientes a las culturas asiáticas y del Tercer Mundo, asumen un yo más inter-dependiente. Como se explicará con mayor profundidad en el capítulo 5, es-tas ideas contrastantes contribuyen a las

Percepción del auloconlrol

El yo en un mundo social

diferencias culturales del comporta-miento social.

El autoconocimiento suele ser inefi-ciente. Con frecuencia ignoramos por qué nos comportamos como lo hace-mos. Cuando las poderosas influencias sobre nuestro comportamiento no son tan obvias, de manera que ningún ob-servador puede notarlas, nosotros tam-bién solemos ignorarlas. Los procesos sutiles implícitos que controlan nuestro comportamiento pueden diferir de las explicaciones conscientes y explícitas al respecto. También tendemos a predecir de forma errónea nuestras emociones. Subestimamos el poder de nuestro siste-ma inmunológico psicológico y, por lo tanto, sobrestimamos la duración de nuestras reacciones emocionales ante sucesos significativos.

Diversos conceptos y líneas de investigación indican la importancia de la percepción del control sobre la propia vida.

Hasta ahora, hemos considerado qué es el autoconcepto, cómo se desarrolla y qué tan bien nos conocemos a nosotros mismos. Ahora, veamos por qué el autoconcepto es importante, al ver al yo en acción.

La capacidad de acción del yo tiene sus límites, según Roy Baumeister y sus cole-gas (1998, 2000; Muraven y cols., 1998). La gente que ejerce el auto control, por ejem-plo, al obligarse a comer rábanos en lugar de chocolates, o al eliminar pensamientos prohibidos, subsecuentemente se rinde más rápido cuando se le plantean acertijos sin solución. Quienes tratan de controlar sus emociones ante una película perturbadora muestran una disminución de su resistencia física. Hacer un gran esfuerzo por contro-larnos reduce drásticamente nuestras limitadas reservas de fuerza de voluntad. El au-tocontrol opera de forma similar a la fuerza muscular, afirman Baumeister y Julia Exline (2000): ambos se debilitan después de un esfuerzo, se recuperan con el descan-so y se fortalecen con el ejercicio.

Sin embargo, nuestro auto concepto influye en el comportamiento (Graziano y otros, 1997). En tareas desafiantes, las personas que se imaginan a sí mismas como tra-bajadoras y exitosas se desempeñan mejor que aquellas que se consideran fracasadas (Ruvolo y Markus, 1992). Visualice sus posibilidades positivas y es más probable que planee y realice una estrategia exitosa. La percepción del auto control es importante.

AUTOEFICACIA Albert Bandura (1997, 2000), psicólogo de Stanford, capturó el poder del pensamiento positivo en sus investigaciones y teorías acerca de la auloeficacia. La creencia optimis-ta en nuestras habilidades y eficacia otorga beneficios (Bandura y otros, 1999; Maddux y Gosselin, 2003). Los niños Y los adultos que poseen sentimientos más fuertes de au-

capítulo 2 57

auloeficacia Sensación de que uno es competente y efectivo, a diferencia de la autoestima, que es el sentido de valía personal. Un artillero puede sentir que tiene una gran eficacia y una baja autoestima.

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locus de control Magnitud en que la gente percibe que los resultados son controlables internamente, ya sea por sus propios esfuerzos y acciones, o de forma externa, por la suerte o fuerzas exógenas.

Pensamiento social

toeficacia son más persistentes, menos ansiosos y menos depresivos. Además, tienen una vida más saludable y mayor éxito académico.

En la vida cotidiana, la autoeficacia nos conduce a establecer metas desafiantes y a perseverar ante las dificultades. Más de cien estudios demuestran que la autoeficacia predice la productividad de los trabajadores (Stajkovic y Luthans, 1998). Cuando sur-ge un problema, una fuerte sensación de autoeficacia hace que mantengan la calma y busquen soluciones en lugar de cavilar sobre su competencia. Capacidad más esfuer-zo persistente igual a logro. Con éste aumenta la confianza en uno mismo. La auto-eficacia, al igual que la autoestima, mejora con los éxitos logrados con esfuerzo.

Hasta la manipulación sutil de la autoeficacia puede afectar la conducta. Becca Levy (1996) descubrió esto cuando expuso subliminalmente a 90 ancianos a palabras que activaban (evocaban) un estereotipo negativo o positivo de la vejez. A algunos se les presentaron, en .066 segundo, palabras como "decaimiento", "olvido" y "senil", o palabras como "sabio", "instruido" y "culto". Los participantes percibían de manera consciente sólo un destello o una luz. La observación de los términos positivos produ-jo una mayor "autoeficacia de la memoria" (confianza en la propia). La de los negati-vos tuvo el efecto opuesto. Ancianos en China, donde prevalecen las imágenes positivas de la vejez, y donde la autoeficacia de la memoria quizás sea mayor, parecen sufrir una menor pérdida de la memoria, frente a lo que se observa comúnmente en los países occidentales (Schacter y otros, 1991).

La autoeficacia se refiere a qué tan competente se siente uno para hacer algo. Si us-ted se cree capaz, ¿esta idea necesariamente marcará una diferencia? Eso depende de un segundo factor: ¿usted tiene control sobre lo que le sucede? Por ejemplo, puede considerarse un conductor eficaz (alta autoeficacia), aunque se siente en peligro debi-do a los conductores ebrios (bajo control). Tal vez sienta que es un estudiante o un tra-bajador competente, pero al temer ser discriminado por su edad, género o apariencia, quizás considere que sus expectativas son escasas.

LOCUS DE CONTROL "No tengo vida social", se quejó un hombre soltero de cuarenta y tantos años con el es-tudiante de terapia Jerry Phares. Como respuesta ante la presión de Phares, el pacien-te acudió a una fiesta, donde varias mujeres bailaron con él. "Sólo tuve suerte", reportó después; "nunca sucederá de nuevo". Cuando Phares reportó esto a su asesor, Julian Rotter, se cristalizó una idea que se había estado formando. En los experimentos y la práctica clínica de Rotter, algunas personas parecían "sentir, de forma persistente, que lo que les sucedía estaba gobernado por fuerzas externas de algún tipo, mientras que otros sentían que lo que les sucedía estaba determinado principalmente por su propio esfuerzo y habilidades" (citado en Hunt, 1993, pág. 334).

¿ Qué piensa usted? ¿Es más común que las personas determinen su destino o que sean víctimas de las circunstancias? ¿Son los escritores, directores y actores de su pro-pia vida, o prisioneros de sus situaciones? Rotter llamó a esta dimensión locus de control. Junto con Phares, su estudiante, elaboró 29 pares de afirmaciones para medir el locus de control de un individuo. Imagine que responde la prueba. ¿Cuál de las afirmaciones creería con mayor fuerza?

A largo plazo, la gente tiene el respeto o que merece en este mundo.

Por desgracia, la valía de las personas pasa inadvertida, sin importar su esfuerzo.

Lo que me suceda es mi propia responsabilidad.

o En ocasiones siento que no tengo suficiente control sobre el rumbo que está tomando mi vida.

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La persona promedio puede influir en las decisiones del gobierno.

El yo en un mundo social

o Este mundo está dirigido por las pocas personas que tienen el poder, y no hay mucho que los individuos comunes puedan hacer al respecto.

¿Sus respuestas a las preguntas planteadas por Rotter (1973) indican que usted piensa que controla su propio destino (locus de control interno)? ¿O que la suerte o fuerzas externas determinan su destino (locus de control externo, como en la figura 2-6)? Aquellos que consideran que tienen un control interno tienen mayores posibi-lidades de que les vaya bien en la escuela, de dejar de fumar, de utilizar el cinturón de seguridad, de enfrentar los problemas maritales de manera directa, de ganar di-nero y de posponer la gratificación instantánea para lograr metas de largo plazo (Findley y Cooper, 1983; Lefcourt, 1982; Miller y otros, 1986). Cuánto control sintamos depende de la forma en que explicamos las derrotas. Quizás usted conozca estudian-tes que se consideran a sí mismos víctimas, por ejemplo, quienes adjudican sus bajas calificaciones a cosas que están más allá de su control, como su estupidez, sus "ma-los" profesores, libros o exámenes. Si se les entrena para que adopten una actitud más optimista, es decir, para que crean que el esfuerzo, los buenos hábitos de estudio y la auto disciplina pueden hacer la diferencia, sus calificaciones tenderán a mejorar (Noel y otros, 1987; Peterson y Barrett, 1987). En general, los estudiantes que consideran que tienen control-aquellos que, por ejemplo, están de acuerdo en que "soy bueno para resistir las tentaciones!' y que no lo están en que" gasto demasiado dinero" -, obtie-nen mejores calificaciones, disfrutan de mejores relaciones y exhiben mayor salud mental (Tangney y 'cols., 2004).

Las personas exitosas propenden a considerar las derrotas como situaciones fortui-tas, o a pensar: "necesito una nueva estrategia". Los representantes de ventas novatos de seguros de vida, que consideraban los fracasos como sucesos controlables (quienes piensan: "es difícil, pero con perseverancia me irá mejor"), venden más pólizas y tie-nen la mitad de posibilidades de renunciar en el primer año que sus colegas más pe-simistas (Seligman y Schulman, 1986). De los miembros de un equipo de natación

capítulo 2 59

"Si mi mente puede imaginarlo y mi corazón puede creerlo, sé que puedo lograrlo. ¡Abajo la tristeza! ¡Viva la esperanza! ¡Soy alguien!" -Jesse Jackson, La marcha de Washington, 1983.

"Pelee por sus limitaciones y con seguridad son suyas." -Richard Bach, Illusions: Adventures of a Reluctant Messiah,1977.

figura 2-6 Locus de control.

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figura 2-7 Sucesos malos incontrolables La conforman la desesperación y resignación aprendidas cuando un ser humano o animal percibe que no tiene control sobre sucesos dañinos repetidos.

desesperanza aprendida Cuando los animales y las personas experimentan acontecimientos malos e incontrolables, aprenden a sentirse desesperanzados y resignados.

Pensamiento social

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universitario, aquellos con un "estilo explicativo" optimista tienen mayores posibili-dades de desempeñarse mejor de lo que esperan, en comparación con los individuos pesimistas (Seligman y otros, 1990). El poeta romano Virgilio dijo, en la Eneida: "ellos pueden porque piensan que pueden".

DESESPERANZA APRENDIDA FRENTE A AUTODETERMINACiÓN Los beneficios de los sentimientos de control también aparecen en investigaciones con animales. Los perros a los que se enseña que no pueden escapar a la aplicación de choques eléctricos mientras están encerrados aprenden una sensación de desesperan-za. Después, estos perros se comportan de forma temerosa y pasiva en otras situacio-nes de las que podrían escapar al castigo. Los perros que aprenden a controlarse (los que escapan con éxito al primer choque eléctrico) se adaptan con facilidad a una si-tuación nueva. El investigador Martin Seligman (1975,1991) ha observado similitudes con esta desesperanza aprendida en situaciones humanas. Por ejemplo, las personas depresivas y oprimidas se vuelven pasivas porque consideran que sus esfuerzos no tienen efecto alguno. Los perros desesperanzados y las personas depresivas sufren parálisis de la voluntad, resignación pasiva e incluso una apatía inmovilizante (figu-ra 2-7).

He aquí un indicio de la forma en que las instituciones, ya sean malévolas, como los campos de concentración, o benévolas, como los hospitales, pueden deshumani-zar a la gente. En los hospitales, los "buenos pacientes" no tocan timbres, no hacen preguntas, no tratan de controlar lo que sucede (Taylor, 1979). Esta pasividad puede ser positiva para la eficacia del hospital, pero es mala para la salud y la supervivencia de la gente. La pérdida de control sobre lo que usted hace y sobre lo que los demás le hacen a usted puede provocar que los sucesos desagradables se vuelvan muy estre-santes (Pomerleau y Rodin, 1986). Varias enfermedades están asociadas con senti-mientos de desesperanza y con la disminución de opciones; lo mismo sucede con el rápido deterioro y la muerte en los campos de concentración y en los asilos para an-cianos. Los pacientes de hospitales que son entrenados para creer que pueden contro-lar el estrés requieren menos analgésicos y sedantes, y muestran menor ansiedad (Langer y cols., 1975).

Ellen Langer y Judith Rodin (1976) probaron la importancia del control personal al tratar a ancianos enfermos en un asilo de buena reputación en Connecticut de dos for-mas. En un grupo, los cuidadores benévolos enfatizaron: "nuestra responsabilidad es lograr que éste sea un hogar del que se sientan orgullosos y donde estén felices", y dieron a los pacientes pasivos cuidados normales, bien intencionados y compasivos. Tres semanas después, la mayoría de los pacientes fueron calificados por entrevista-dores, enfermeros y ellos mismos como más débiles. El otro tratamiento de Langer y Rodin promovió el control personal; dio énfasis a las oportunidades de elección, las posibilidades de influir en las políticas del asilo y la responsabilidad de cada persona de "hacer de su vida lo que desee" . A estos pacientes se les dio la oportunidad de to-mar pequeñas decisiones y responsabilidades que cumplir. Durante las siguientes tres semanas, 93 por ciento de este grupo mostró mayores niveles de alerta, actividad y fe-licidad.

La experiencia del primer grupo debe haber sido similar a la de James MacKay (1980), psicólogo de 87 años de edad:

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El verano pasado dejé de ser una persona. Mi esposa tenía artritis en una rodilla, lo que la obligó a usar una andadera, y yo elegí ese momento para romperme una pierna. Ambos nos fuimos a un asilo, pero no era un hogar. El doctor y la je-fa de enfermeras tomaban todas las decisiones; nosotros éramos meros objetos animados. Gracias a Dios que sólo fueron dos semanas ... El director era un hombre con un buen entrenamiento y muy compasivo; considero que es el mejor lugar de la ciudad para ancianos, pero no fuimos per-sonas desde el momento en que entramos hasta que sali-mos.

Estudios confirman que los sistemas para dirigir o manejar personas, que promueven el control personal, de hecho alientan la salud y la felicidad (Deci y Ryan, 1987).

• Los prisioneros a los que se les da cierto control sobre su entorno -que pueden mover sillas,

El yo en un mundo social

controlar el televisor y operar las luces- experimentan menos estrés, manifiestan menos problemas de salud y cometen menos actos vandálicos (Ruback y otros, 1986; Wener y cols., 1987).

• Los trabajadores que tienen libertad de acción para realizar sus tareas y tomar decisiones experimentan un mejor estado de ánimo (Miller y Monge, 1986).

• Los pacientes'Ínstitucionalizados que pueden elegir en asuntos como qué comer en el desayuno, cuándo ver una película, dormir hasta tarde o levantarse temprano pueden vivir más tiempo y sin duda son más felices (Timko y Moos, 1989).

• Los residentes de albergues para personas que no tienen hogar y que perciben que tienen pocas opciones sobre en qué momento comer o dormir, y poco control sobre su privacidad, tienden a mostrar una actitud más pasiva y mayor desesperanza respecto a encontrar una vivienda y un trabajo (Burn, 1992).

¿Alguna vez puede haber demasiado de algo bueno como la libertad y la autode-terminación? El psicólogo Barry Schwartz (2000, 2004), del Swarthmore College, afirma que las culturas individualistas modernas tienen un "exceso de libertad", lo que provoca una menor satisfacción en la vida y una mayor depresión clínica. De-masiadas opciones pueden producir parálisis, o lo que Schwartz denomina "la tiranía de la libertad" . Después de escoger entre 30 tipos de mermeladas o chocolates, los in-dividuos expresan menor satisfacción con su elección que aquellos que lo hacen entre seis opciones (Iyengar y Lepper, 2000). Con un mayor número de opciones surge una sobrecarga de información y mayores oportunidades de arrepentimiento.

En otros experimentos, la gente ha expresado mayor satisfacción con decisiones irrevocables (como las que se hace en una venta de "compras finales" ) que con elec-ciones reversibles (como cuando se permite el reembolso o el intercambio). Irónica-mente, a las personas les gusta, y pagan, la libertad de revertir sus decisiones. Sin embargo, ésta "puede inhibir los procesos psicológicos que crean satisfacción" (Gil-bert y Ebert, 2002). La posesión de algo irréversible provoca un sentimiento más agradable. Este principio puede ayudar a explicar un fenómeno social curioso (Myers, 2000a): encuestas nacionales muestran que la gente expresó más satisfacción con su matrimonio cuando éste era más difícil de revocar ("compras finales"). En la actua-lidad, a pesar de tener mayor libertad para escapar de los malos matrimonios y pa-ra probar otros nuevos, la gente tiende a expresar menor satisfacción con su actual pareja.

capítulo 2 61

Control personal: los presos de la moderna prisión española de Valencia pueden, con el comportamiento apropiado, tener acceso a clases, instalaciones deportivas y oportunidades culturales. El salario que obtienen por su trabajo se acredita a una cuenta, con la que pueden comprar comida adicional.

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La confianza y los sentimientos de autoeficacia surgen de los éxitos. Copyright © The New Yorker Collection, 1983, Edward Koren, de cartoonbank.com. Todos los derechos reservados.

Resumen

autoestima Autoevaluación de una persona o su sentido de valía.

Pensamiento social

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"Esto le da a mi confianza un gran impulso."

Una reflexión concluyente: aun cuando la libertad puede llevarse al extremo, el con-trol personal generalmente apoya la prosperidad humana. La investigación psicológi-ca sobre la percepción del autocontrol es relativamente nueva, pero no así el énfasis en tomar las riendas de la propia vida y darse cuenta del potencial personal. El tema de "usted puede hacerlo" de los libros de "harapos para la riqueza", de Horatio Alger, constituye una idea perdurable. Lo encontramos en el éxito editorial de Vincent Peale, de 1950, The Power ofPositive Thinking: "si usted piensa en términos positivos, obtendrá resultados de este tipo. Ésa es la simple realidad". Lo vemos en muchos libros y videos de autoayuda que animan a tener éxito a través de actitudes mentales positivas.

La investigación acerca del autocontrol nos da mayor confianza en las virtudes tra-dicionales, como la perseverancia y la esperanza. Sin embargo, Bandura destaca que la autoeficacia no surge principalmente de la autopersuasión ("yo creo que puedo, yo creo que puedo") o por medio de inflar a las personas como globos de aire caliente ("¡eres maravilloso!"). Su fuente principal es la experiencia del éxito. Si sus esfuerzos iniciales por perder peso, dejar de fumar o mejorar sus calificaciones fueron exitosos, se incrementa su autoeficacia. Un equipo de investigadores, dirigidos por Roy Bau-meister (2003), está de acuerdo con esto. Afirman que "elogiar a todos los niños por el hecho.de ser ellos mismos sólo devalúa el elogio". Es mejor halagar y reafirmar la au-toestima "con el reconocimiento de un buen desempeño ... conforme la persona se de-sempeña o comporta mejor, se estimula que la autoestima se eleve, y el efecto neto será el de reforzar tanto la buena conducta como la mejoría. Estos resultados condu-cen a la felicidad del individuo y al mejoramiento de la sociedad" .

Varias líneas de investigación muestran los beneficios de un sentimiento de efi-cacia y de control. Las personas que creen en su propia capacidad y eficacia, y aquellas que tienen un locus de control

Autoestima

interno, afrontan mejor las situaciones y obtienen más logros que los individuos que han adquirido una visión pesimista y de desesperanza.

¿Es la autoestima - nuestra autoevaluación general- la suma de todos nuestros es-quel!las y posibles yo s? Si nos consideramos a nosotros mismos atractivos, atléticos,

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El yo en un mundo social

t ligentes Y destinados a ser ricos y amados, ¿tendremos una alta autoestima? Eso in que los psicólogos asumen cuando sugieren que para ayudar a las personas a es e se sientan mejor consigo mismas, primero debemos hacerlas sentir más atracti-qus atléticas, inteligentes, etc. Para Jennifer Crocker y Connie Wolfe (2001), esto es va , 1 " d 1 1 . , 1 "U verdad, especialmente en as areas Importantes e a va oraClOn persona. na per-sona puede tener una autoestima que sea altamente compatible con un buen desem-peño escolar y el hecho de ser físicamente atractiva, mientras que otra puede tener una autoestima compaginable con ser amada por Dios y con principios morales." La primera, entonces, tendrá una alta consideración de sí misma cuando la hagan sentir inteligente Y atractiva, y la segunda, cuando la reconozcan como un ser moral.

Pero Jonathon Brown y Keith Dutton (1994) argumentan que esta perspectiva "as-cendente" de la autoestima no agota todos los aspectos. Consideran que la causa tam-bién ocurre a la inversa. Quienes se autovaloran de una manera general -aquellos con una alta autoestima- tienden más a apreciar su apariencia, habilidades, etc. Son como nuevos padres que, como aman a su bebé, se deleitan con los dedos de sus ma-nos y los pies y con su cabello ( no evalúan primero los dedos y después deciden qué valor darle al niño entero).

Para probar la idea de que la autoestima global afecta percepciones específicas de uno mismo ("descendente"), Brown y Dutton abordaron, en estudiantes de la Uni-versidad de Washington, el tema de un supuesto rasgo denominado "habilidad in-tegradora". A los escol:=tres les dieron conjuntos de tres palabras, como" automóvil", "nadar", "indicio", y los desafiaron a pensar en un término que las vinculara (pista: la palabra empieza p). Las personas con alta auto estima mostraron mayores posi-bilidades de reportar que poseían esta habilidad si se les decía que era muy impor-tante, que cuando se les mencionaba que no tenía ninguna utilidad. De forma general, parece que sentirse bien con uno mismo da un tono rosado a nuestros es-quemas específicos ("tengo habilidad integradora") y posibles yos.

MOTIVACiÓN DE LA AUTOESTIMA Un motor motivacional impulsa nuestra maquinaria cognoscitiva (Dunning, 1999; Kunda, 1990). Al enfrentar el fracaso, los individuos con alta autoestima mantienen su valía personal al percibir a otras personas en la misma situación, y al exagerar su su-perioridad sobre los demás (Agostinelli y otros, 1992; Brown y Gallagher, 1992). Entre más activación fisiológica tengan las perso-nas después de un fracaso, mayores son las probabilidades de que justifiquen esta si-tuación- con atribuciones autoprotectoras (Brown y Rogers, 1991). No somos sólo má-quinas frías procesadoras de información.

Abraham Tesser (1988), de la Universidad de Georgia, reporta que una motivación pa-ra "mantener la autoestima" predice una va-riedad de hallazgos interesantes, incluso las fricciones entre hermanos. ¿Tiene usted un hermano del mismo género y que sea casi de su edad? Si es así, es probable que se tendie-ra a compararlos mientras crecían. Tesser SUpone que la percepción de la gente de que alguno de los dos es más capaz que el otro motivará al que tiene menos capacidades a actuar de manera ,que pueda mantener su

capítulo 2 63

Los posibles yos imaginarios de Oprah Winfrey, incluidos el temible yo con sobrepeso, el adinerado y el altruista, la motivaron a trabajar para lograr la vida que deseaba.

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En las relaciones entre hermanos, la amenaza a la autoestima es mayor en el niño de mayor edad cuyos hermanos menores tienen grandes capacidades.

Pensamiento social

autoestima (Tesser considera que la amenaza a la autoestima resulta mayor en un ni-ño de mayor edad, con hermanos más pequeños de altas capacidades). Los hombres que tienen un hermano con habilidades notablemente diferentes generalmente re-cuerdan no llevarse bien con él; los que tienen un hermano con habilidades similares propenden a recordar menores fricciones.

El éxito de los amigos también puede ser amenazante para la autoestima, más que el de extraños (Zuckerman y Jost, 2001). Lo mismo puede ocurrir entre parejas casa-das. Incluso, cuando los intereses compartidos son saludables, las metas profesiona-les idénticas pueden producir tensión o celos (Clark y Bennett, 1992). De manera similar, los individuos se sienten más celosos de un rival romántico cuyos logros se encuentran en el terreno de sus propias aspiraciones (DeSteno y Salovey, 1996).

¿Qué fundamenta a la motivación para mantener o incrementar la autoestima? Al respecto, Mark Leary (1998,1999) considera que nuestros sentimientos funcionan co-mo un indicador de combustible. Las relaciones permiten la supervivencia y la pros-peridad. Así, el medidor de la autoestima nos alerta ante la amenaza del rechazo social y nos motiva a actuar con mayor sensibilidad ante las expectativas de los de-más. Algunos estudios confirman que el rechazo social disminuye la alta valoración personal y fortalece nuestra necesidad de aprobación. Despreciados o rechazados, nos sentimos inadecuados y poco atractivos. Igual que las luces intermitentes de un table-ro, este dolor puede motivar a la acción, es decir, a la mejoría de uno mismo y a la bús-queda de aceptación e inclusión en otro sitio.

EL LADO OSCURO DE LA AUTOESTIMA Una baja autoestima predice un alto riesgo de depresión, de abuso de drogas y de al-gunas formas de delincuencia. Una alta valoración persónal promueve la iniciativa, la resistencia y sentimientos agradables (Baumeister y otros, 2003). Sin embargo, los hombres adolescentes que inician su actividad sexual a una "edad demasiado tem-prana" suelen tener una auto estima más alta que el promedio de su generación. Lo mismo sucede con los líderes de bandas adolescentes, con los etnocentristas extremos y los terroristas (Robyn Dawes, 1994, 1998).

Al ver amenazada su autovaloración favorable, las personas a menudo reaccionan denigrando a los demás, en ocasiones con violencia. Un joven que desarrolla un enor-me ego, el cual se ve amenazado o disminuido por el rechazo social, es potencialmen-te peligroso. En un experimento, Todd Heatherton y Kathleen Vohs (2000) amagaron

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El yo en un mundo social

con una fracaso en una prueba de aptitudes a Un grupo de varones es-tudiantes de licenciatura, COn excepción de los participantes de una condición control. En respuesta a esta situación, únicamente los hombres de alta autoestima se compor-taron de forma considerablemente más antagonista (figura 2-8).

En otro experimento, Brad Bushman y Roy Baumeister (1998) pidieron a 540 estu-diantes voluntarios que escribieran un párrafo en respuesta al elogio ("¡Muy buen en-sayo!"), o a la dura crítica ("¡Uno de los peores ensayos que he leído!"), dadas por un supuesto estudiante. Luego, cada autor de los escritos jugó una partida de tiempo de reacción can su contraparte. Cuando el oponente perdía, aquél podía agredirlo con Un ruido de cualquier intensidad y duración. Después de la crítica, las personas can el e-go más envanecido -aquellos que estaban de acuerdo can afirmaciones "narcisis-tas" como" soy más capaz que el resto" - se comportaron de forma" excepcionalmen-te agresiva". Aplicaron una tortura tres veces más intensa que los individuos can una autoestima normal. Un orgullo herido motiva la venganza. I I "Las aseveraciones entusiastas del movimiento de la autoestima generalmente van de la fantasía a lo absurdo", afirma Baumeister (1996), quien supone que "probable-mente ha publicado más estudios al respecto que ninguna otra persona". "Los efectos de la autoestima san pequeños, limitados y na necesariamente buenos." Este autor re-porta que los individuos can Una alta consideración personal tienden a ser insoporta-bles, a interrumpir a los demás y a dirigirse hacia ellos sin escucharlos en lugar de COnversar can ellos (en contraste can los individuos más tímidos, modestos, sencillos, de baja autoestima). "Mi conclusión es que el auto control vale diez veces más que la

" . '. ¿Los egos envanecidos de la gente que en ocasiones hace cosas malas encubren Una

interna y Una baja autoestima? ¿Las personas asertivas y narcisistas en realidad tienen Un ego débil oculto detrás de un yo envanecido? Muchos investigado-

han tratado de encontrar una baja auto estima debajo de un caparazón así; sin em-b¡ugo, estudios sobre bravucones, miembros de bandas, dictadores geno cid as y fiarci.sistas insoportables na han revelado señal alguna al respecto. "Hitler tenía una autoestima muy elevada", indican Baumeister y sus coautores (2003).

capítulo 2 65

figura 2-8 Cuando se desafía a los egos evanecidos Al sentirse amenazados, sólo los individuos con una alta autoestima se vuelven mucho más antagonistas, es decir arrogantes, agresivos y poco amistosos (de Heatherton y Vohs, 2000).

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66 parte uno Pensamiento social

"La carencia oculta de la autoestirna es el éter del psicólogo de la Nueva Era", con-cluye Dawes (1994). "El éter era una sustancia que se suponía llenaba todo espacio, como vehículo para el viaje de las ondas luminosas. Pero se probó que no podía de-tectarse, y el concepto se descartó cuando Einstein introdujo la teoría especial de la re-latividad. La idea de una baja autoestima no detectable como una de las causas del comportamiento indeseable es aún menos creíble; todas las evidencias disponibles la contradicen de manera directa."

El lado oscuro de la autoestima elevada coexiste con los hallazgos de que las per-sonas que expresan una valoración personal disminuida son, hasta cierto punto, más vulnerables a diversos problemas clínicos, incluyendo la ansiedad, la soledad y los trastornos en la alimentación. Al sentirse malo amenazadas, tienen mayores posibili-dades de ver todo a través de lentes oscuros, es decir, de notar y recordar los peores comportamientos de los demás y a pensar que su pareja no los ama (Murray y otros, 1998, 2002; Ybarra, 1999).

Más aún, los bravucones manifiestan una forma defensiva y exagerada de autoes-tima, según el reporte de Christina Salmivalli y sus colegas de la Universidad de Tur-key (Finlandia) (1999). La gente de "autoestima genuina", es decir, quienes poseen una valía personal segura, no busca ser el centro de atención ni se enoja por las críti-cas, y frecuentemente defienden a las víctimas de bravuconerías. Cuando nos senti-mos bien y seguros de nosotros mismos, somos menos defensivos (Epstein y Feist, 1988; Jordan y otros, 2003), menos susceptibles y críticos y con menor tendencia a adular a quienes nos agradan y a recriminar a quienes nos desagradan (Baumgardner y otros, 1989).

A diferencia de una autoestima frágil, la consideración personal segura, es decir, la que se basa más en sentirse bien con lo que se es que en las calificaciones, la apa-riencia, el dinero o la aprobación de los demás, produce bienestar a largo plazo (Ker-nis, 2003; Schimel y otros, 2001). Jennifer Crocker y sus colegas (2002, 2003, 2004) confirmaron lo anterior en estudios realizados con estudiantes de la Universidad de Michigan. Las personas cuya valía personal era más frágil -más vulnerable a fuen-tes externas- experimentaron más estrés, enojo, problemas en sus relaciones, consu-mo de drogas y alcohol, y trastornos en la alimentación, que los individuos cuya valía se basaba más en fuentes internas, como las virtudes personales. De forma iró-nica, señalan Crocker y Lora Park (2004), quienes desean mejorar su autoestima, tal vez buscando volverse más atractivos, ricos o populares, pueden perder la visión de lo que realmente implica la calidad de vida. Además, si nuestra meta es sentimos bien con nosotros mismos, podemos volvernos menos abiertos a la crítica, propender a 0l1par a los demás más que a buscar empatía con ellos y a estar más presionados a tener,éxito, en lugar de simplemente disfrutar lo que se hace. Según Crocker y Park, con el tie!?po esa búsqueda de autoestima puede obstaculizar la satisfacción de nuestras necesidades profundas de competencia, relación y autonomía. Concentrar-se menos en la propia imagen y más en el desarrollo del talento y las relaciones even-tualmente produce mayor bienestar.

Predisposición al servicio del yo Cuando procesamos información que es relevante para el yo, se entromete una fuerte predisposición. Con facilidad disculpamos nuestros fracasos, aceptamos el crédito de nuestros éxitos y, en muchas formas, nos consideramos mejores que el promedio de la gente. Este tipo de percepciones que realzan al yo permiten que la mayoría de los indi-viduos disfrute el lado bueno de una alta autoestima y que ocasionalmente padezca la parte oscura.

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El yo en un mundo social

Existe la creencia, muy difundida, de que la mayoría de nosotros padece una baja autoestima. Una generación atrás, el psicólogo humanista Carl Rogers (1958) conclu-yó que la mayoría de la gente que conocía "se despreciaba a sí misma, se consideraba de poco valor e indigna de ser amada" . Muchos autores que popularizaron la psico-logía humanista coincidían con esto. "Todos tenemos un complejo de inferioridad", aseguró John Powell (1989). "Quienes parecen no tenerlo sólo están fingiendo." Como dijo Groucho Marx (1960), de forma burlona: "no deseo pertenecer a ningún club que me acepte como miembro".

En realidad, la mayoría de nosotros tiene una buena reputación consigo mismo. En estudios sobre la autoestima, hasta las personas con puntuaciones bajas califican en el rango medio de las posibles puntuaciones. (Una persona con baja auto estima responde a afirmaciones como "tengo buenas ideas" con "un poco" u "ocasional-mente"). Por otro lado, una de las conclusiones más atractivas, pero establecida con firmeza, de la psicología social se refiere al poder de la predisposición al servicio del yo.

EXPLICACiÓN DE LOS SUCESOS POSITIVOS Y NEGATIVOS Docenas de experimentos han encontrado que las personas aceptan que se les diga que han tenido éxito. Atribuyen el éxito a sus habilidades y esfuerzo, aunque adjudi-can el fracaso a factores externos, como la mala suerte o la "imposibilidad" inherente al problema (CampbelLy Sedikides, 1999). De forma similar, al explicar sus victorias, los atletas suelen adjudicarse el crédito, pero atribuyen los fracasos a algún otro fac-tor: fracturas, malas,decisiones de los árbitros o al gran esfuerzo o juego sucio del otro equipo (Grove y otros, 1991; Lalonde, 1992; Mullen y Riordan, 1988). ¿Cuánta respon-sabilidad supone usted que los conductores de automóviles suelen aceptar en sus ac-cidentes? En los reportes de los seguros, ellos han descrito situaciones como éstas: "un automóvil invisible apareció de la nada, golpeó el mío y desapareció"; "cuando llegué a un cruce, apareció una valla que obstaculizó mi visión, y no vi el otro vehículo", "un peatón me golpeó y se metió debajo de mi automóvil" (Taranta News, 1977).

Las situaciones que combinan habilidades y casualidades Ouegos, exámenes, soli-citudes de empleo) son especialmente propensas a este fenómeno: los ganadores pue-den atribuir fácilmente su éxito a sus habilidades, mientras que los perdedores pueden decir que se debe a la casualidad. Cuando gano en el juego de Scrabble, se de-be a mi destreza verbal; cuando pierdo es porque "¿quién podría ganar con una letra Q, pero sin una letra U?". De la misma for-ma, los políticos tienden a atribuir sus triun-fos a ellos mismos (trabajo duro, servicio a los electores, reputación y estrategia) y sus fracasos a factores que están más allá de su control (la estructura del partido en su dis-trito, el nombre de su oponente, tendencias políticas) (Kingdon, 1967). Cuando las utili-dades corporativas aumentan, los directores ejecutivos aceptan, complacidos, bonos por sus habilidades gerenciales. Cuando éstas se convierten en pérdidas, ¿qué se podría es-perar en una economía deprimida?, argu-mentan.

Michael Ross y Fiare Sicoly (1979) obser-varon una versión matrimonial de la predis-

."

"¡Muchas gracias, amigo! iQuizá la próxima vez seas más considerado y voltees a los dos

lados!"

capítulo 2 67

predisposición al servicio del yo Tendencia a percibirse a sí mismo de manera favorable.

Bajo permiso de Leigh Rubin y ereators Syndicate, ¡no.

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68 parte uno

© Jean Sorensen.

DILBERT, reproducido con autorización de United Feature Syndicate, !nc.

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Q

11 0-

posición al servicio del yo. Descubrieron que algunos jóvenes canadienses casados tendían a creer que se responsabilizaban, más de lo que su pareja aceptaba, de actividades como la limpieza de la casa y el cuidado de los ni-ños. En una encuesta nacional, 91 por ciento de las esposas, y únicamente 76 por ciento de los maridos, consideraban que ellas hacían la mayoría de las compras de alimentos (Burros, 1988). En otros estudios, las cónyuges estima-ron que ellas realizaban proporcionalmente más trabajo en el hogar que lo que sus esposos reconocían (Bird, 1999; Fiebert, 1990). "Todas las noches mi esposa y yo acostumbrábamos poner la ropa sucia en la cesta que estaba a los pies de la cama. En la mañana, uno de noso-tros la ponía en la lavadora. Cuando ella sugi-rió que yo tomara mayor responsabilidad en esto, pensé: '¿Eh? Si ya lo hago 75 por ciento de las veces.' Entonces, le pregunté con qué frecuencia pensaba ella que recogía la ropa. 'Oh, aproximadamente 75 por ciento de las veces', replicó.JI

'

Esta predisposición a adjudicar responsabilidades contribuye a que se creen los problemas matrimoniales, a la falta de satisfacción entre trabajadores y a la suspen-sión de negociaciones (Kruger y Gilovich, 1999). No nos sorprende que la gente divor-ciada generalmente culpe a su pareja por su rompimiento (Gray y Silver, 1990), o que los gerentes acostumbren adjudicar un mal desempeño a la falta de capacidad o es-fuerzo de los trabajadores (Imai, 1994; Rice, 1985). (Los trabajadores son más propen-sos a señalar a algo externo, como un abastecimiento inadecuado, una carga de trabajo excesiva, compañeros de trabajo difíciles o tareas ambiguas.) Tampoco nos sorprende que las personas evalúen la distribución de las recompensas, como los au-mentos de salario, como más justas cuando reciben alguna por encima de sus compa-ñeros (Diekmann y otros, 1997).

Ayudamos a mantener nuestra imagen positiva al asociarnos a nosotros mismos con el éxito y al distanciarnos del fracaso. Por ejemplo: "obtuve un diez en el examen de economía", en contra de: "el profesor me dio un siete en la evaluación de historia". Asignar el fracaso o el rechazo a algo externo, incluso a los prejuicios de otra persona, es menos depresivo que considerarse a sí mismo como indigno (Majar y otros, 2003). Reconocemos con mayor facilidad nuestros fracasos lejanos, del pasado, es decir, los

Dilbert

Las utilidades son bajas. Nuestra gerencia principal culpa a la economía débil.

Entonces, ¿ellos dicen que las utilidades subieron gracias a una excelente gerencia y que bajaron debido a una economía débil?

Scott Adams

reuniones terminarían rápido si dejaras de

las cosas en contexto

I Lo

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El yo en un mundo social

cometidos por nuestro" antiguo" yo, de acuerdo con Anne Wilson y Michael Ross (2001). Los estudiantes de la Universidad de Waterloo, al describir su antiguo yo preuniversitario, dieron casi tantas afirmaciones negativas como positivas. Al descri-bir su yo presente, expresaron tres veces más afirmaciones positivas. La mayoría co-mentó "he aprendido y he crecido, y en la actualidad soy una mejor persona". Ayer eran torpes, hoy son campeones.

Los estudiantes también exhiben una predisposición al servicio del yo. Después de recibir la calificación de un examen, quienes obtienen una buena nota tienden a acep-tar el crédito personal; juzgan que la prueba aplicada es una medida válida de sus ca-pacidades (Arkin y Maruyama, 1979; Davis y Stephan, 1980; Gilmor y Reid, 1979; Griffin Y otros, 1983). Los que obtienen una mala calificación tienden a criticarla.

Cuando leí esta investigación, no pude resistir un sentimiento satisfactorio de "siempre lo supe" . Pero también considere usted la forma en que los profesores expli-can el buen y mal desempeño de los estudiantes. Cuando no hay necesidad de falsa modestia, aquellos a quienes se les asignó el papel de mentores tienden a tomar el cré-dito de los resultados positivos y a adjudicar el fracaso al alumno (Arkin y otros, 1980; Davis, 1979). Al parecer, los maestros tienden a pensar: "con mi ayuda, María se gra-duó con honores. A pesar de toda mi ayuda, Melinda no obtuvo un título".

¿PODEMOS SER TODOS SUPERIORES AL PROMEDIO? La predisposición al servicio del yo también aparece cuando las personas se comparan con otras. Si Lao-Tse, fiIósofo chino del siglo VI a. de C, tenía razón al afirmar" ahora, en ningún momento, habrá en el mundo un hombre cuerdo que se alcance, que se so-brepase o que se soljrevalore a sí mismo", entonces la mayoría de nosotros estamos un poco locos. En la mayoría de las dimensiones subjetivas y socialmente deseables, casi toda la gente se considera a sí misma mejor que el individuo promedio. Comparada con la gente en general, la mayoría se considera más ética, más competente en su trabajo, más amistosa, más inteligente, más atractiva, menos prejuicios a, más saludable, e incluso más intuitiva y menos sesgada en su auto evaluación (véase "Enfoque: predisposición al servicio del yo, ¿qué tanto me quiero a mí mismo? Permítame contar las distintas maneras").

Al parecer, cada comunidad es como el ficticio lago Wobegon de Garrison Keillor, donde "todas las mujeres son fuertes, todos los hombres son atractivos y todos los niños están por arriba del promedio". Quizá una de las razones de este optimismo es que, aun cuando 12 por ciento de la gente se siente vieja para su edad, mucha más -66 por ciento- considera que son jóvenes en este aspecto (Public Opinion, 1984). Es-to nos recuerda la broma de Freud respecto al esposo que le dijo a su cónyuge: "si uno de nosotros debe morir, creo que me iré a vivir a París".

Las dimensiones subjetivas del comportamiento (tales como "disciplinado") pro-vocan mayor predisposición al servicio del yo que las objetivas del comportamiento (tales como "puntual"). Los estudiantes son más propensos a calificarse como supe-riores en la "bondad moral" que en la "inteligencia" (Allison y otros, 1989; Van Lan-ge, 1991). Los residentes de comunidades se autoconsideran predominantemente más preocupados que los demás por el ambiente, el hambre y otros temas sociales, aunque no piensan que estén haciendo algo más, como contribuir con tiempo o dinero para es-tos problemas (White y Plous, 1995). La educación no elimina la predisposición al ser-vicio del yo; hasta los psicólogos sociales la exhiben al creer que son más éticos que la mayoría de sus colegas (Van Lange y otros, 1997) . . Las cualidades subjetivas nos dan libertad para construir nuestras propias defini-

Clones del éxito (Dunning y otros, 1989, 1991). Al calificar mis "habilidades atléticas", pondero mi juego de basquetbol, y no las agonizantes semanas que pasé como miem; bro de una pequeña liga de béisbol, escondido en el campo derecho. Al evaluar mis

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70 parte uno Pensamiento social

"m único aspecto que une a todos los seres huma-nos, sin importar su edad, género, religión, posi-ción económica u origen étnico, es que, en el fondo, tOdos creemos que somos mejores conductores que el promedio" (Dave Barry, 1998). También

que estamos por arriba del promedio en muchas otras características subjetivas y deseables. Entre las diversas caras de la predisposición al seI-vicio del yo se encuentran las siguientes:

• tticá. La mayoría de los empresarios se consi-dera más ética que el empresario promedio (Baumhart, 1968; Brenner'y Molander, 1977). En una encuesta nacional se'Plantea la preSW'l:-tal "¿cómo evaluaría su propia ética y sus valo-res en una escala del 1 al 100 (100 implica perfección)?" La mitad de los consultados anota-ron una puntuación de 90 o más; 8010 11 por ciento anotó 74, o menos (tpvett, 19971).

• OmJpetencia profesional. 90 por cienfo de los ge-rentes comerciales consultados califican su desempefio por arriba del promedio de sus s¡'" inilares 1968). En Australia, 86 por dento de la gente considera que su desem ño en el trabajo es superior al promedio, y :l por ciento que está por debaje (Headey y Wearing, 1987). La mayoría de los cirUjanos aee que la táSa de mortalidad de sus pacientes es menor a

médiá. (Gawande; 2002). • ,lkl.los Países Bajos, la mayoría de 1'Os

de bachillerato se califica como más honestos, perseverantes, originales, amistosos y c;onfiables que el alumno promedi'O e su e colarldad (Hoorens, 1993, 1995).

• Conducci6n de automóviles. La maIona de los eonductores, incluida la mayoría de los que han estado hospitalizados or accidentes, se considera a sí mismos como más seguros y há-biles que el conductol'<promedio (Guerj,:t¡l., [994; Md<ennay Myers, 1997; Syensort,

• Influencia del sesgo. La gente considera que es menos vulnerable a varios sesgos que la mayo-tia de los de-rnás (Pronin y otros, 20(2). ¡Incluso, piensa que está menos sujeta a la predisposi-ció al servicio del yo que el resto!

"habilidades de liderazgo", evoco una imagen de un gran líder cuyo estilo es similar al mío. Al definir criterios ambiguos en nuestros propios términos, cada uno de noso-tros puede verse a sí mismo como relativamente exitoso. En una encuesta del Conse-jo Universitario de Admisión estadounidense, realizada entre 829 000 estudiantes del último año de bachillerato, ninguno se calificó por debajo del promedio en las "habi-

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El yo en un mundo social

lidades para relacionarse bien con los demás" (un rasgo subjetivo y deseable); 60 por ciento dijo que estaba dentro del 10 por ciento de los mejores, iY 25 por ciento se con-sideró dentro del 1 por ciento de los mejores!

También apoyamos nuestra imagen al otorgar importancia a las cosas para las que somos hábiles. Durante un semestre, quienes obtuvieron una calificación de 10 en un curso de introducción a las ciencias computacionales asignaron un mayor valor al he-cho de ser conocedores de computadoras en el mundo actual. Quienes obtienen cali-ficaciones más bajas tienden a despreciar a los individuos que tienen esa habilidad y a considerar que dichas aptitudes no son importantes para su autoimagen (Hill y otros, 1989).

OPTIMISMO IRREAL El optimismo predispone un enfoque positivo hacia la vida. Según H. Jackson Brown, "el optimista se asoma a la ventana cada mañana y dice: 'Buenos días, Dios'. El pesi-mista exclama: 'buen Dios, qué mañana"'. Sin embargo, muchos de nosotros tenemos lo que el investigador Neil Weinstein (1980, 1982) llama "un optimismo irreal acerca de los futuros acontecimientos". Debido, en parte, a su relativo pesimismo sobre el destino de los demás (Shepperd, 2003), los estudiantes perciben que tienen más pro-babilidades que sus compañeros de conseguir un buen empleo, recibir un buen sala-rio y adquirir una casa, y muchas menos de experimentar sucesos negativos, como desarrollar un problema de alcoholismo, tener un infarto antes de los 40 años o ser despedido del trabajo. 'En Escocia y Estados Unidos los adolescentes más grandes creen que son propensos que sus similares a ser infectados con VIH (Abrams, 1991; Pryor y Reedér, 1993). Después del terremoto de 1989, los estudiantes del área de la bahía de San Francisco perdieron su optimismo. Se sentían tan vulnerables co-mo sus compañeros de clase a sufrir daños en un desastre natural, aunque tres meses después ya había resurgido su optimismo ilusorio (Burger y Palmer, 1991).

Linda Perloff (1987) señala que nuestro optimismo ilusorio incrementa la vulnera-bilidad. Al creernos inmunes a la desgracia no tomamos medidas sensatas. En una en-cuesta, 137 solicitantes de matrimonio estimaron con precisión que la mitad de las parejas termina en divorcio, aunque la mayoría consideró que sus probabilidades de separarse eran nulas (Baker y Emery, 1993). Mujeres estudiantes de licenciatura, se-xualmente activas, que no utilizan anticonceptivos de forma regular, se percibieron a sí mismas, en comparación con otras compañeras de su universidad, mucho menos vulnerables a un embarazo no deseado (Burger y Burns, 1988).

Individuos que evitan confiadamente el uso de los cinturones de seguridad, que niegan los efectos del tabaquismo y que se involucran en relaciones destinadas al fra-caso, nos recuerdan que el optimismo ciego, como el orgullo, suele presentarse antes de una caída. En los juegos de azar, los opti-mistas perseveran más que los pesimistas, aun después de haber acumulado varias pérdidas (Gibson y Sanbonmatsu, 2004). Si las personas que hacen negocios en el mer-cado de acciones o en bienes raÍCes perciben que su intuición para los negocios es supe-rior a la de sus competidores, también pue-den sufrir una gran desilusión. Incluso Adam Smith, economista del siglo XVII, de-fensor de la racionalidad económica huma-na, predijo que la gente sobrestima sus oportunidades de ganar. Él afirmó que "la absurda presunción de su buena suerte sur-

";" ".

I Lo que las ratas campestres

capítulo 2 71

"Las perspectivas del futuro son tan promete-doras que harían que la señora Optimista se sonrojara." - Shelley E. TayJor, Positive Illusions, 1989.

Copyright © The New Yorker Collection, 1997, Robert Mankoff, de cartoonbank.com. Todos los derechos reservados.

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72 parte uno

"Dios, danos la gracia para aceptar con sereni-dad las cosas que no podemos cambiar, el valor para modificar las que debemos y la sabi-duría para distinguir entre ambas." -Reinhold Niebuhr, The Serenih) Prayer, 1943.

Optimismo ilusorio: la mayoría de las parejas se casa confiada en un amor a largo plazo. En realidad, en las culturas individualistas la mitad de los matrimonios fracasa.

Pensamiento social

ge de la presunción arrogante de que la mayoría de los hombres tiene sus propias ha-bilidades" (Spiegel, 1971, pág. 243).

Definitivamente, el optimismo vence al pesimismo en la promoción de la autoefi-cacia, la salud y el bienestar (Armor y Taylor, 1996; Segerstrom, 2001). Al ser optimis-tas por naturaleza, la mayoría de las personas creen que serán más felices con su vida en el futuro, idea que, con seguridad, ayuda a producir felicidad en el presente (Ro-binson y Ryff, 1999).

La mitad de los estadounidenses de entre 18 y 19 años de edad se animan a sí mis-mos con la idea de que tienen "ciertas" o "muchas" posibilidades de "ser ricos" (su-posición cada vez menos creída por las personas conforme se adquiere mayor edad [Moore, 2003]). No obstante, una ración de realismo --o lo que Julie Norem (2000) lla-ma "pesimismo defensivo"- puede salvarnos de los peligros del optimismo irreal. Los estudiantes que ingresan a la universidad con afirmaciones exageradas de sus capacidades académicas a menudo padecen una disminución de la auto estima y del bienestar (Robins y Beer, 2001). El pesimismo defensivo prevee los problemas y mo-tiva una confrontación más eficaz. Como dicta el proverbio chino: "prepárese para el peligro mientras está en paz". Los estudiantes que exhiben un optimismo excesivo (como sucede con muchos destinados a obtener bajas calificaciones) se pueden bene-ficiar al dudar un poco de sí mismos, porque esto los motiva a esforzarse académica-mente (Prohaska, 1994; Sparrell y Shrauger, 1984). (Este tipo de optimismo ilusorio a menudo desaparece conforme se acerca el momento de la entrega del examen [Tay-lor y Shepperd, 1998].) Los alumnos con una confianza excesiva tienden a preparar-se menos. Sus compañeros, igual de capaces pero más ansiosos, temerosos de reprobar el examen, estudian mucho y obtienen mejores calificaciones (Goodhart, 1986; Norem y Cantor, 1986; Showers y Ruben, 1987).

La moraleja es: el éxito en la escuela y en otras áreas requiere del optimismo su-ficiente para mantener las esperanzas, y del pesimismo suficiente para motivar preocupación.

FALSO CONSENSO Y SINGULARIDAD Tenemos una curiosa tendencia a mejorar aún más nuestra autoimagen, al sobrestimar o subestimar el grado en que los demás piensan y actúan como nosotros. En cuestiones de opinión, encontramos apoyo a nuestra postura cuando exageramos la cuantía en que

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El yo en un mundo social

los otros están de acuerdo con uno; a este fenómeno se le denomina efecto del falso consenso (Krueger y Clement, 1994; Marks y Miller, 1987; Mullen y Goethals, 1990). Si estamos en favor de un referendo canadiense o apoyamos al Partido Nacional de Nue-va Zelanda, deseosamente sobrestimamos el grado en que los demás coinciden con no-sotros (Babad y cols., 1992; Koestner, 1993). El sentido que le damos al mundo se parece al sentido común.

Cuando nos comportamos malo fracasamos en una tarea, nos damos confianza pensando que ese tipo de errores también son comunes. Después de que una persona miente a otra, el mentiroso empieza a percibir a la contraparte como deshonesta (Sa-garin y otros, 1998); supone que los demás piensan y actúan como él: "miento, pero ¿acaso no lo hacen todos?". Si hacemos trampa en nuestros impuestos o fumamos, tenderemos a sobrestimar el número de personas que hace lo mismo. Si tenemos de-seos sexuales hacia alguien, es probable que sobrestimemos el deseo recíproco del otro. Cuatro estudios recientes ilustran lo siguiente:

• Las personas que hacen cosas prohibidas creen (más que las que no las hacen) que muchos otros están haciendo lo mismo (Monin y Norton, 2003).

• Quienes se sienten sedientos después de un duro ejercicio imaginan que los excursionistas perdidos deben sentirse más sedientos que hambrientos. Esto es lo que pensó 88 por ciento de individuos con sed después de hacer ejercicio, en un estudio realizado por Leaf Van Boven y George Lowenstein (2003), en comparación con 57 por ciento de personas que iban a iniciar el ejercicio.

• Conforme se transforma la vida de las personas, ven un mundo cambiante. Individuos que se convierten en padres primerizos empiezan a ver el mundo como un lugar más peligroso. Quienes se someten a una dieta consideran que los anuncios de comida se aparecen con más frecuencia (Eibach y otros, 2003).

• Las personas que albergan ideas negativas acerca de otro grupo racial suponen que muchos otros también tienen estereotipos negativos (Krueger, 1996). ASÍ, nuestra percepción de los estereotipos de los demás puede revelar algo sobre los propios.

Según el Talmud, "no vemos las cosas como son". "Las vemos como somos". El falso consenso puede ocurrir porque generalizamos a partir de una muestra li-

mitada que, de forma importante, nos incluye a nosotros (Dawes, 1990). Al carecer de mayor información, ¿por qué no "proyectarnos" a nosotros mismos? ¿Por qué no atri-buir nuestros propios conocimientos a los demás y utilizar nuestras respuestas como indicio de sus probables respuestas? Asimismo, también somos propensos a relacio-namos con personas que comparten nuestras actitudes y comportamientos, para des-pués juzgar el mundo a partir de la gente que conocemos.

En cuestiones de habilidades, o cuando nos comportamos bien o con éxito, suele pre-sentarse el efecto de la falta singularidad (Goethals y otros, 1991). Mejoramos nues-tra auto imagen al considerar que nuestros talentos y comportamiento moral son relativamente poco comunes. ASÍ, quienes beben en exceso, pero utilizan el cinturón de seguridad, sobrestiman (falso consenso) el número de bebedores y subestiman (fal-Sa singularidad) lo común del uso del cinturón de seguridad (Suls y cols., 1988). Este parece ser el resultado natural de nuestra tendencia a adjudicarnos un mayor núme-ro de características positivas que negativas (Gross y Miller, 1997; Krueger, 1997; Krueger y Clement, 1997). Entre menos común es una conducta, más sobrestimamos su frecuencia (si 20 por ciento de la gente es egoísta, existen muchas posibilidades de que sobrestime [en relación a sí misma] la magnitud del egoísmo de los demás). Por lo tanto, solemos considerar que nuestros fracasos son relativamente normales, y que

capítulo 2

efecto del falso consenso

73

Tendencia a sobrestimar lo común de las propias opiniones y comportamientos indeseables o fracasados.

"Pienso que pocas personas tienen relaciones familiares convencionales." -Madonna, 2000.

"Todos dicen que soy plástica de la cabeza a los pies. Que no puedo pararme junto a un ra-diador sin derretirme. Tengo implantes (ma-marios), pero también los tienen todas las per-sonas solteras de Los Ángeles" (Talbert, 1997). -Actriz Pamela Lee.

efecto de la falsa singularidad Tendencia a subestimar lo común de las propias ha-bilidades y comportamien-tos deseables o exitosos.

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74 parte uno Pensamiento social

nuestras virtudes son menos comunes de lo que en reali-dad son. Para resumir, esta tendencia a hacer atribuciones al servicio del yo, a hacer comparaciones que lo favorez-can, el optimismo ilusorio y el falso consenso de nuestros fracasos son fuentes importantes de la predisposición al servicio del yo (figura 2-9).

EXPLICACiÓN DE LA PREDISPOSICiÓN AL SERVICIO DEL YO

"Admito que es muy impresionante. Pero, verá, en estos días todos se gradúan dentro del 10 por ciento de los

mejores de su clase."

¿Por qué las personas se perciben a sí mismas en formas que realzan al yo? Una explicación considera que la predis-posición al servicio del yo es producto de la manera en que procesamos y recordamos la información sobre nosotros

¿ Podemos todos ser mejores que el promedio? WilIiam W. Haefeli, Saturday Review, 1/20/79

www.mhhw.com/myers8 Visite el Centro de Aprendizaje en Línea, donde encontrará un escenario sobre la predisposición al servicio del yo.

figura 2-9 Cómo funciona la predisposición al servicio del yo

mismos. Recuerde el estudio donde las personas casadas se adjudicaban el realizar más trabajo que su pareja en casa. ¿Esto podría deberse, según piensan Michael Ross y Fiore Sicoly (1979), a nuestra mayor facilidad para recordar lo que hemos hecho activamente y a la menor facilidad para recordar lo que no hicimos, o lo que sólo observamos que otros haáan? Puedo imaginarme fácilmente a mí mismo or-denando la ropa sucia, pero soy menos consciente de las ocasiones en que no lo hice.

Entonces, ¿las percepciones predispuestas son simplemente un error perceptual, una tendencia sin carga emocional en la forma como procesamos la información? ¿O hay también motivos involucrados al servicio del yo?

De acuerdo con las investigaciones, es claro que poseemos múltiples motivos. En la búsqueda de autoconocimiento, nos sentimos ansiosos por evaluar nuestra capacidad (Dunning, 1995). En la búsqueda de la confirmación de nosotros, estamos ansiosos por verificar nuestro autoconcepto (Sanitioso y otros, 1990; Swann, 1996, 1997). En la búsqueda de autoafirmación, nos sentimos especialmente motivados a mejorar nues-tra autoimagen (Sedikides, 1993). La motivación de la valoración personal ayuda a fortalecer la predisposición al servicio del yo.

REFLEXIONES SOBRE LA AUTOEFICACIA Y LA PREDISPOSICiÓN AL SERVICIO DEL YO Sin duda muchos lectores considerarán que la predisposición al servicio del yo es de-primente, o contraria a sus propios sentimientos ocasionales de incompetencia. Para

Predisposición al servicio del yo Ejemplo

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asegurarse, la gente que exhibe la predisposición al servicio del yo puede sentirse inferior a individuos específicos, es-pecialmente ante aquellos que se encuentran un peldaño o dos más arriba en la escalera del éxito, la atracción o las ha-bilidades. Además, no todas las personas operan así; algu-nas sí padecen una baja autoestima.

El yo en un mundo social

Querido diario, siento molestarte

nuevamente.

capítulo 2 75

En experimentos, los individuos cuya autoestima está temporalmente lastimada, por ejemplo, si alguien les dijo que obtuvieron bajas calificaciones en una prueba de inte-ligencia, son más propensos a menospreciar a los demás (Beauregard y Dunning, 1998). Las personas cuyo ego ha sido herido recientemente también tienden más a buscar explicaciones al servicio del yo para sus éxitos o fracasos que aquellas cuyo ego acaba de recibir un estímulo (Mc-Carrey y otros, 1982). Entonces, las a la autoes-tima pueden provocar una defensividad autoprotectora.

BAJA AUTOESTIMA Cuando se siente poco afirmada, la gente puede manifestar jactancia y excusas pa-ra afirmarse a sí misma, y denigrar a los demás. De manera más general, quienes se denigran también tienden a reaccionar en forma abierta ante la mínima amenaza, es decir, ven rechazo donde no lo hay y tienden a despreciar a los demás (Murray y otros, 2002; Wills, 1981). La burla habla tanto de quien la aplica como del que la re-cibe. .

Sin embargo, un<;l alta autoestima va de la mano con las percepciones al servicio del yo. Los individuos que obtienen las puntuaciones más altas en pruebas de autoesti-ma, esto es, quienes dicen cosas agradables sobre sí mismos, también lo hacen cuan-do explican sus éxitos y fracasos, cuando evalúan a su grupo y se comparan con los demás (Brown, 1986; Brown y otros,1988; Schlenker y otros, 1990).

La predisposición al servicio del yo como adaptativa La autoestima tiene su lado oscuro, pero también su aspecto positivo. Cuando suce-den cosas buenas, los individuos con una alta autoestima, más que aquellos con una baja valoración personal, tienden a apreciar y mantener los buenos sentimientos (Wood y otros, 2003). Incluso, una mejora del yo ilusoria se correlaciona con muchos indicadores de salud mental. "El hecho de creer que uno posee más talento y cualida-des positivas que los semejantes hace que uno se sienta bien consigo mismo y que en-frente las circunstancias estresantesde la vida cotidiana con los recursos conferidos por un sentido positivo de sí mismo", señalan Shelley Taylor y sus colegas (2003). La predisposición al servicio del yo y las excusas que la acompañan también ayudan a las personas a protegerse de la depresión y de los costos biológicos del estrés (Snyder y Higgins, 1988; Taylor y otros, 2003). Los individuos que no están deprimidos discul-pan sus fracasos en tareas de laboratorio, o se perciben a sí mismos con mayor control del que realmente tienen. La auto evaluación de las personas deprimidas, y su califi-cación de la forma en que los demás los ven, no son exageradas (el lector podrá ver más acerca de esto en el capítulo 14).

En su "Teoría del manejo del terror", Jeff Greenberg, Sheldon Solomon y Tom Pyszczynski (1977) proponen otra razón de por qué la auto estima positiva es adap-tativa, es decir, reduce la ansiedad, incluida la ansiedad relacionada con nuestra cer-teza de la muerte. En la infancia aprendemos que cuando cumplimos con los estándares que nos enseñan nuestros padres, recibimos amor y protección; cuando no lo hacemos, es probable que nos retiren el amor y la protección. Entonces, asocia-mos el percibimos como buenos con los sentimientos de seguridad. Greenberg y sus colaboradores argumentan que una autoestima positiva -considerarse a uno mismo

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76 parte uno Pensamiento social

"La victoria encuentra cientos de padres, pero la derrota es huérfana." -Conde Galeazzo Ciano, The Ciano Diaries, 1938.

"Los pecados de los otros hombres aparecen ante nuestros ojos; los nuestros están detrás de nuestra espalda." -Séneca, De Ira, 43 a. C.

"La falsa humildad es la pretensión de que uno es pequeño. La ver-dadera humildad es la conciencia de estar pa-rado ante la presencia de la grandeza." -Johnathan Sacks, rabino británico principal, 2000.

bueno y seguro- incluso nos protege de sentir terror por la muerte eventual. Su in-vestigación muestra que recordarle a la gente su calidad de ser mortal (por ejemplo, al pedirle que escriba un ensayo al respecto) la motiva a afirmar su valía personal. Asimismo, al enfrentar amenazas, una alta autoestima disminuye la ansiedad.

Tal como sugieren estas nuevas investigaciones sobre la depresión y la ansiedad, las percepciones al servicio del yo deben contener cierta sabiduría práctica. Quizás sea estratégico creer que somos más inteligentes, fuertes y exitosos socialmente de lo que somos. Tal vez los embaucadores pueden dar una imagen más convincente de hones-tidad si se consideran honorables. Creer en la propia superioridad también puede motivarnos a tener éxito, al crear una profecía autorrealizada y mantener una sensa-ción de esperanza en tiempos difíciles.

Predisposición al servicio del yo como desadaptativa

Aunque el orgullo al servicio del yo nos ayuda a protegernos de la depresión, en oca-siones puede ser desadaptativo. Las personas que culpan a los demás de sus dificul-tades sociales suelen ser más infelices que aquellas que pueden reconocer sus errores (c. A. Anderson y otros, 1983; Newman y Langer, 1981; Peterson y otros, 1981).

Investigaciones realizadas por Barry Schlenker (1976; Schlenker y Miller, 1977a, 1977b) también han demostrado la forma en que las percepciones al servicio del yo pueden contaminar a un grupo. Cuando era guitarrista de un grupo de rack durante sus años universitarios, Schienker señaló que "los miembros de un grupo de rock ge-neralmente sobrestiman su contribución al éxito del conjunto, y subestiman su contri-bución al fracaso. Yo vi muchas buenas agrupaciones desintegrarse debido a los problemas causados por estas tendencias autoglorificantes".

Posteriormente, como psicólogo social en la Universidad de Florida, Schlenker ex-ploró las percepciones al servicio del yo de integrantes de algunos grupos. En nueve experimentos, pidió a las personas que trabajaran en conjunto en alguna tarea. Des-pués, les informó falsamente que su,grupo había tenido un desempeño bueno o ma-lo. En cada uno de estos estudios, los individuos exitosos argumentaron mayor responsabilidad en el desempeño de su grupo que los de los grupos que supuesta-mente fracasaron en la tarea. La mayoría se presentó a sí mismo como mayor contri-buidor que el resto de sus compañeros de equipo cuando hubo un buen desempeño; pocos dijeron haber contribuido menos.

Si la mayoría de los miembros de un grupo cree que son mal retribuidos y poco apreciados en relación a que sus contribuciones son mejores al promedio, es probable que surja una falta de armonía y envidia. Los presidentes y decanos académicos de las universidades fácilmente reconocen el fenómeno. Noventa por ciento, o más, de los profesores universitarios se califican a sí mismos como superiores frente a sus colegas promedio (Blackburn y otros, 1980; Cross, 1977). Por lo tanto, es inevitable que, cuan-do se anuncian incrementos de salario por méritos, y la mitad recibe un incremento promedio o menos, muchos se sientan víctimas de una injusticia.

La predisposición al servicio del yo también exagera los juicios que la gente hace acerca de sus grupos. Cuando se pueden hacer comparaciones entre grupos, la mayo-ría de la gente considera que su conjunto es superior (Codal, 1976; Jourden y Heath, 1996; Taylor y Doria, 1981).

• La mayoría de los miembros de fraternidades femeninas universitarias percibe que las mujeres de su organización tiene muchas menos probabilidades de ser presuntuosas y pesadas (Biernat y otros, 1996).

• Cincuenta y tres por ciento de adultos daneses considera que su matrimonio o su relación es mejor que la de la mayoría de las personas; sólo 1 por ciento piensa que es peor que el resto (Buunk y Van der Eijnden, 1997).

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• Sesenta y seis por ciento de individuos estadounidenses le otorga a la escuela pública de su hijo una calificación de 10 o 9. Pero aproximadamente la misma cantidad (64 por ciento) evalúa con 7 o 6 a las instituciones públicas de su país (Whitman, 1996).

• La mayoría de los presidentes corporativos y de los gerentes de producción predicen en exceso la productividad y crecimiento de sus compañías (Kidd y Morgan, 1969; Larwood y Whittaker, 1977).

El yo en un mundo social capítulo 2 77

Difícilmente, es novedoso ver que las personas se consi-deren a sí mismas y a su grupo con una predisposición favo-rable. La trágica falla representada en un antiguo drama griego era hubris, o el orgullo. Igual que los sujetos de nues-tros experimentos, los personajes de la tragedia griega no estaban conscientes de su maldad; únicamente se considera-ban demasiado importantes. En la literatura, los riesgos del orgullo aparecen una y otra vez. En la teología, éste ha per-tenecido durante mucho tiempo a los "siete pecados capi-tales".

"Entonces, estamos de acuerdo. No existe nada corrupto aquí en Dinamarca. Algo lo está en cualquier otra parte."

Si el orgullo es comparable a la predisposición al servicio del yo, entonces, ¿qué es la humildad?, ¿es el desprecio a sí mismo?, ¿o podemos afirmarnos y aceptarnos sin tener una predisposición al servicio del yo? Parafraseando al sabio escritor británico C. S. Lewis, la humildad no es un conjunto de personas atractivas tratando de conven-cerse de que son feas y personas inteligentes tratando de persuadirse de que son ton-tas. En realidad, la falsa modestia puede ser un disfraz del orgullo en la humildad de ser mejor que el promedio (¡James Friedrich [1996] reporta que la mayoría de los estu-diantes se felicita a sí mismos por ser mejores que la media de sus compañeros, al no pensar que son mejores que éstos!). La verdadera humildad es más el olvido de uno mismo que la falsa modestia. Deja libres a las personas para regocijarse de esos talen-tos especiales, y con la misma honestidad reconocer las cualidades de los demás.

El orgullo al servicio del yo en ambientes grupales puede volverse especialmente peligroso. Copyright © The New Yorker Collection, 1983, Dana Fradon, de cartoonbank.com. Todos los derechos reservados.

Contrariamente a la idea de que la mayo-ría de las personas sufre una baja autoes-tima o sentimientos de inferioridad, los investigadores encuentran, de manera consistente, que generalmente se mues-tra una predisposición al servicio del yo. En experimentos y en la vida cotidiana a menudo culpamos de nuestros fracasos a la situación, y aceptamos el crédito por los éxitos. Normalmente, nos considera-mos mejores que el promedio, en carac-terísticas y habilidades deseables. Al

creer en nosotros mismos, mostramos un Resumen optimismo irreal sobre nuestro futuro . Además, sobrestimamos lo común de nuestras opiniones y debilidades (falso consenso), mientras que menosprecia-mos lo común de nuestras habilidades y virtudes (falsa singularidad). Estas per-cepciones surgen, en parte, de un motivo por mantener y mejorar la autoestima, que protege a la gente de la depresión, pero contribuye a los juicios erróneos y a los conflictos grupales.

Autorrepresentación Los seres humanos parecen motivados no sólo para percibirse a sí mismos de formas mejores, sino también para presentarse de manera favorable ante los demás. ¿De qué manera las tácticas del "manejo de la impresión" de la gente podrían producir falsa modestia o un comportamiento de autoderrota"?

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"A menudo, la humildad no es sino un truco en el que el orgullo se degrada, sólo para engrandecerse después." -La Rochefoucauld, Maxims, 1665.

Pensamiento social

Hasta ahora hemos visto que el yo se encuentra en el centro de nuestro mundo so-cial, que la autoestima y la autoeficacia producen algunos dividendos, pero que el or-gullo al servicio del yo sesga nuestra autoevaluación. Quizás usted se ha preguntado: ¿son siempre sinceras las expresiones auto favorecedoras? ¿Las personas tienen los mismos sentimientos de forma privada que los que expresan públicamente? ¿U ofre-cen una cara positiva, incluso cuando viven con dudas sobre sí mismos?

FALSA MODESTIA Existen evidencias de que la gente presenta a veces un yo distinto al que siente. Sin embargo, el ejemplo más claro no es el falso orgullo, sino la falsa modestia. Quizás us-ted recuerde ocasiones en que alguien no mostraba admiración por sí mismo, sino menosprecio. Este tipo de denigración puede estar, sutilmente, al servicio del yo, ya que a menudo provoca "pinceladas" reconfortantes. Decir "me siento como tonto" puede provocar que un amigo asegure que "¡lo hiciste bien!". Incluso una afirmación como "desearía no ser tan feo" puede inducir al menos un: "Vamos. Conozco a un par de personas que son menos agraciadas que tú".

Hay otra razón por la que la gente se menosprecia a sí misma y elogia a los demás. Piense en el entrenador que, antes del gran partido, enaltece la fuerza del oponente. ¿Es completamente sincero? Cuando los instructores enaltecen públicamente a sus oponentes dan una imagen de modestia y espíritu deportivo, y preparan el terreno para una evaluación favorable, sin importar cuáles sean los resultados. Un triunfo se convierte en un logro valioso; una pérdida es atribuible a la "gran defensa" delopo-nente. Según Francis Bacon, filósofo del siglo XVII, la modestia no es sino una de las "artes de la ostentación" .

Robert Gould, Paul Brounstein y Harold Sigall (1977) encontraron que, en un concur-so de laboratorio, sus estudiantes de la Universidad de Maryland engrandecieron de manera similar a su oponente, pero sólo cuando esto se hizo públicamente. De forma anónima, evaluaron a su futuro oponente con mucha menos capacidad. La compren-sión de las propias habilidades también sirve para reducir la presión de desempeño y para disminuir la línea base para la calificación del desempeño (Gibson y Sachau, 2000).

La falsa modestia también aparece en la explicación autobiográfica de los logros. En ceremonias de entrega de premios, los galardonados agradecen a los demás su apoyo. Al recibir un premio de la Academia, Maureen Stapleton se refirió a "mi fami-lia, mis hijos, mis amigos y a todas las personas que he conocido en toda mi vida". ¿Esta generosa división del crédito contradice el hallazgo común de que la gente atri-buye fácilmente el éxito a su propio esfuerzo y capacidad?

Para responder esta pregunta, Roy Baumeister y Stacey Ilko (1995) invitaron a es-tudiantes a que escribieran una descripción de "una importante experiencia de éxito". A quienes les pidieron que firmaran con su nombre y que sabían que tendrían que leer su historia a los demás, con frecuencia reconocían la ayuda o apoyo emocional que habían recibido. Quienes redactaron un reporte anónimo, raras veces hicieron ese tipo de' menciones; más bien, manifestaron haber logrado el éxito por sus propios mé-ritos. Para Baumeister e Ilko, estos resultados sugieren una "gratitud superficial", es decir, poco profunda, ofrecida para parecer humildes, mientras que en la "privacidad de su mente", los alumnos se adjudicaban todo el crédito.

La gratitud superficial puede surgir cuando, al igual que Maureen Stapleton, nos desempeñamos mejor que los que nos rodean, y nos sentimos incómodos sobre los sentimientos que tienen los demás hacia nosotros. Si pensamos que nuestro éxito pro-vocará envidia o resentimiento - fenómeno que Julia Exline y Marci Lobel (1999) lla-man "los riesgos del desempeño superior" -, es probable que minimicemos nuestros logros y manifestemos gratitud. Para quienes tienen grandes alcances, una autorre-presentación modesta surge de manera natural.

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El yo en un mundo social

AUTOLlMITACIÓN En ocasiones las personas sabotean sus oportunidades de éxito al crear impedimentos que disminuyen las posibilidades de alcanzar el éxito. Lejos de ser auto destructivos de forma deliberada, este tipo de comportamiento suele tener un objetivo autoprotec-tor (Arkin y colaboradores, 1986; Baumeister y Scher, 1988; Rhodewalt, 1987): "Real-mente no soy un fracasado; lo habría hecho bien si no fuera por este problema", se afirma.

¿Por qué la gente se limitaría a sí misma con un comportamiento de autoderrota? Recuerde que protegemos con fervor nuestra autoimagen al atribuir los fracasos a fac-tores externos. ¿Puede usted ver por qué, al temer al fracaso, la gente puede autolimi-tarse y estar en una fiesta la noche anterior a una entrevista de trabajo o jugar videojuegos, en lugar de estudiar para un examen importante? Cuando la autoima-gen está ligada al desempeño, puede ser más autodesvaloriúmte hacer un duro es-fuerzo y perder que posponer las cosas y tener una excusa a la mano. Si fracasamos cuando estamos limitados de alguna manera, podemos aferrarnos a una sensación de capacidad; si tenemos éxito bajo esas condiciones, esto sólo puede mejorar nuestra au-toimagen. Las restricciones protegen tanto la auto estima como la imagen pública, al permitirnos atribuir los fracasos a algo temporal o externo ("me sentía enfermo"; "es-tuve fuera hasta tarde la noche anterior") y no a la falta de talento o capacidad.

Este análisis de la autolimitación, propuesto por Steven Berglas y Edward Jones (1978), ha sido confirmado en un experimento relativo a "las drogas y el desempeño intelectual". Imagínese en el lugar de sus participantes de la Universidad de Duke. Usted adivina las respuestas a algunas preguntas difíciles sobre aptitudes, y se le di-ce: "¡SU calificación es una de las mejores hasta ahora!" . Usted se siente con una suer-te increíble; luego le ofrecen elegir entre dos drogas antes de responder a más reactivos. Una de las drogas mejoraría el desempeño intelectual, mientras que la otra lo inhibiría. ¿Cuál elegiría? La mayoría de los estudiantes escogió la que supuesta-mente desorganizaría su pensamiento, para así tener una excusa frente a un mal de-sempeño anticipado.

Los investigadores han documentado otras formas en que las personas se autolimi-tan. Temiendo un fracaso, hacen lo siguiente:

• Reducir su preparación para importantes actividades atléticas individuales (Rhodewalt y cols., 1984).

• Dar ventaja al oponente (Shepperd y Arkin, 1991). • Tener un bajo desempeño al inicio de una tarea, para no crear expectativas

inalcanzables (Baumgardner y Brownlee, 1987) .. • Evitar hacer el esfuerzo que podría realizar durante una difícil tarea que invo-

lucra el ego (Hormuth, 1986; Pyszczynski y Greenberg, 1987; Riggs, 1992; Tur-ner y Pratkanis, 1993).

MANEJO DE LA IMPRESiÓN La predisposición al servicio del yo, la falsa modestia y la autolimitación revelan la profundidad de nuestra preocupación por la autoimagen. En grados variables, conti-nuamente estamos manejando la impresión que damos. Ya sea que queramos impre-sionar, intimidar o parecer indefensos, somos animales sociales, actuando ante un público.

La autorrepresentación se refiere a nuestro deseo de mostrar una imagen desea-ble a una audiencia externa (otras personas) y a una interna (nosotros mismos). Tra-bajamos para manejar las impresiones que creamos. Disculpamos, justificamos o pedimos perdón, según sea necesario, para apuntalar nuestra autoestima y verificar

capítulo 2 79

"Sin un intento no puede haber fracaso; sin fracaso no hay humillación." -William James, PrincipIes of Psycllology, 1890.

auto limitación Protección de la autoima-gen, por medio de conduc-tas que crean una excusa conveniente para un fra-caso posterior.

"Si tratas de fracasar y tienes éxito, ¿qué has hecho?" -Anónimo.

Después de ser derrotada por algunas rivales más jóvenes, la gran jugadora de tenis Martina Navrati-lova confesó que "tenía miedo de dar mi mejor juego ... Tenía temor de descubrir si podían derro-tarme ante mi mayor es-fuerzo, ya que si eran capaces, entonces estaba acabada" (Frankel y Sny-der, 1987).

autorrepresentación Acto de expresarse uno mismo y comportarse en formas diseñadas para crear una impresión favo-rable o una impresión que coincida con los propios ideales.

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80 parte uno Pensamiento social

automonitoreo Estar atento a la forma en que uno se presenta ante los demás en situaciones sociales y modificar el comportamiento para crear la impresión deseada.

"La opinión pública siempre es más tiránica hacia aquellos que evidentemente le temen que hacia quienes sienten indiferencia ante ella." -Bertrand Russell, The Conquest 01 Happinnes, 1930.

nuestra autoimagen (Schlenker y Weigold, 1992). En situaciones familiares, esto ocurre sin un esfuerzo consciente. En circunstancias no familiares, tal vez en una fiesta, con personas a las que queremos impresionar, o en una conversación con al-guien que nos importa de forma romántica, estamos muy conscientes de las impre-siones que creamos y, por lo tanto, somos menos modestos que cuando estamos con amigos que nos conocen bien (Leary y otros, 1994; Tice y otros, 1995). Al preparar-nos para que nos tomen fotografías, hasta es probable que practiquemos distintas apariencias en el espejo.

Debido a la preocupación por la autorrepresentación, no nos sorprende que la gente se autolimite cuando el fracaso pudiera hacer que se viera mal (Arkin y Baum-gardner, 1985). No nos asombra que los demás pongan en riesgo su salud broncean-do su piel con radiaciones que producen arrugas y que causan cáncer, volviéndose anoréxica, cediendo a las presiones de los compañeros para fumar, o al emborrachar-se y,consumir drogas (Leary y cols., 1994). No nos sorprende que la gente exprese más modestia cuando los halagos que se hace a sí misma pudieran ser desenmascarados quizás por expertos que escudriñarían su autoevaluación (Arkin y otros, 1980; Riess y cols., 1981; Weary y otros, 1982). El profesor Smith mostrará menos confianza en la importancia de su trabajo cuando lo exponga ante colegas profesionales que cuando lo presente a sus estudiantes.

Para algunas personas la autorrepresentación consciente es una forma de vida. Continuamente vigilan su propio comportamiento, observan la forma en que reac-cionan los demás, y después ajustan su desempeño social para lograr un efecto de-seado. Los individuos que obtienen altas puntuaciones en una escala de la tendencia al automonitoreo (quienes, por ejemplo, están de acuerdo en que "tiendo a ser como la gente espera que sea") actúan como camaleones sociales, es decir, ajustan su con-ducta a situaciones externas (Snyder, 1987; Gangestad y Snyder, 2000). Al hacerlo, tienen mayores probabilidades de adoptar actitudes que en realidad no son propias (Zanna y Olson, 1982). Debido a que están conscientes de los demás, ellos son menos propensos a actuar con base en sus propias actitudes. Para la gente con un alto auto-monitoreo, las actitudes tienen una función de ajuste social; les ayudan a adaptarse a nuevos empleos, funciones y relaciones.

Los individuos que obtienen bajas puntuaciones en pruebas de automonitoreo se preocupan menos por lo que piensan los demás. Se guían más por aspectos internos y, por lo tanto, son más propensos a hablar y a actuar de acuerdo con sus sentimien-tos y creencias (McCann y Hancock, 1983). Si se les pide que hagan una lista acerca de lo que piensan de las parejas homosexuales, únicamente expresan lo que creen, sin importar las actitudes de su futura audiencia (Klein y otros, en prensa). La mayoría de

"Mmmm ... ¿cuál debo usar hoy .. ?"

nosotros estamos entre el extremo de un alto nivel de automonitoreo del artista y el límite inferior de automonitoreo de la insensibilidad intransigente.

El hecho de presentarse a uno mismo en for-mas que crean una impresión deseada es un asunto muy delicado. La gente desea ser vista como capaz, pero también como modesta y honesta (Carlston y Shovar, 1983). La modes-tia produce una buena impresión, pero la arrogancia no solicitada crea una mala impre-sión. De ahí surge el fenómeno de la falsa mo-destia: con frecuencia mostramos menor autoestima que la que sentimos de forma pri-vada (Miller y Schlenker, 1985). Pero cuando

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evidentemente hemos hecho algo muy bien, la falsa negación ("lo lúce bien, pero no es importan-te") puede convertirse en humil-dad fingida. Para dar una buena impresión -como ser sencillo y al mismo tiempo capaz- se re-quieren habilidades

La autorrepresentaclOn mo-desta es mayor en culturas que valoran la autorrestricción, como las de China y Japón (Brown y Kobayashi, 2003; Heine y otros, 2000,2002; Yik Y otros, 1998). En

El yo en un mundo social

China y en Japón la gente manifiesta menos predisposición al servicio del yo. Los ni-ños aprenden a compartir el crédito del éxito y a aceptar la responsabilidad de sus fa-llas. "Cuando tengo un fracaso, es mi culpa, no de mi grupo" (Anderson, 1999). En los países occidentales, los pequeños aprenden a sentirse orgullosos del éxito, mientras que atribuyen el fracaso a la situación. Según el reporte de Philip Zimbardo (1993), el resultado es una mayor modestia y timidez entre los japoneses, que se dan menos im-portancia a sí mismos.

A pesar de estas préocupaciones de la autorrepresentación, la gente en el mundo entero tiende a resaltar su yo de manera privada (Brown, 2003). La predisposición al servicio del yo se h'á encontrado en estudiantes daneses de bachillerato y universita-rios; jugadores belgas de basquetbol; estudiantes y conductores japoneses; niños en edad escolar de Israel y Singapur; estudiantes y trabajadores australianos; escolares chinos; alumnos y escritores deportivos de Hong Kong, y franceses de todas las eda-des (Brown y Kobayashi, 2002, 2003; Codal, 1976; de Vries y Van Knippenberg, 1987; Falbo y otros, 1997; Feather, 1983; Hagiwara, 1983; Jain, 1990; Liebrand y otros, 1986; Lefebvre, 1979; Murphy-Berman y Sharma, 1986; Ruzzene y Noller, 1986; en Sedikides y otros, 2003; Yik Y otros, 1998, respectivamente).

capítulo 2 81

Identidad grupal. En los países asiáticos la autorrepresentación está restringida. Los niños aprenden a identificarse con sus grupos.

"Si un estadounidense es golpeado en la cabe-za por una bola en un estadio de béisbol, enta-bla una demanda. Si a un japonés le ocurre, di-ce: 'es un honor, es mi culpa. No debí estar pa-rado ahí"'. -Oficial japonés de la aso-ciación de barras de aboga-dos, al explicar por qué en su país hay la mitad de abo-gados que sólo en el área de Washington, Newsweek, 26 de febrero de 1996.

Como animales sociales, ajustamos nues-tras palabras y actos a nuestros públicos. En grados variables, nos automonitorea-mos; observamos nuestro desempeño y lo ajustamos para crear la impresión que deseamos. Estas tácticas de manejo de la impresión explican algunos ejemplos de falsa modestia, en los que la gente se de-

nigra, elogia a sus futuros competidores, Resumen da crédito públicamente a los demás, pe-ro de manera privada se adjudica el cré-dito a sí misma. Incluso, en ocasiones los individuos se autolimitan con comporta-mientos de autoderrota que protegen la alta valoración personal, al proporcionar excusas para el fracaso.

Post scriptum personal: Verdades gemelas, los peligros del orgullo, el poder del pensamiento positivo En este capítulo se presentaron dos verdades memorables: la de la autoefi-

cada y la predisposición al servicio del yo. La verdad respecto de la autoeficacia nos alienta a no resignarnos ante las situaciones negativas. Necesitamos perseverar a pe-sar de fracasos iniciales, y esforzarnos sin distraernos por dudas sobre nosotros mis-mos. La alta autoestima es igualmente adaptativa. Cuando creemos en nuestras posibilidades positivas, somos menos vulnerables a la depresión y se incrementan nuestras posibilidades de éxito.

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82 parte uno Pensamiento social

La verdad con respecto al optimismo ilusorio y otras formas de predisposición al ser-vicio del yo nos recuerda que la autoeficacia no es la historia completa del yo en un mundo social. Si el pensamiento positivo puede lograr cualquier cosa, entonces sólo podemos culparnos si estamos infelizmente casados, si somos pobres o estamos de-primidos. ¡Qué vergüenza! Si tan sólo hubiéramos hecho mayor esfuerzo, hubiéramos sido más disciplinados y menos estúpidos. Cuando no logramos apreciar que esas di-ficultades en ocasiones reflejan el poder opresivo de las situaciones sociales, podemos sentirnos tentados a culpar a la gente de sus problemas y fracasos, o hasta de cul-parnos con demasiada dureza. Los mayores logros de la vida, pero también sus más grandes desilusiones, nacen de las expectativas más altas.

Estas verdades gemelas -la autoeficacia y la predisposición al servicio del yo-me recuerdan el pensamiento que Pascal enseñó hace 300 años: ninguna verdad será suficiente, porque el mundo es complejo. Cualquier verdad, separada de su verdad complementaria, es una verdad a medias.

¿Qué piensa usted? Recuerde una situación específica en la que haya hecho un esfuerzo y en la que no le hayan distraído las dudas sobre sí mismo, cuando la auto eficacia lo llevó al éxito. Ahora, piense en un momento en el que, a pesar de todo su esfuerzo y pensamiento positivos, la situación no resultó como esperaba, cuando experimentó los límites de la autoeficacia. ¿El optimismo ilusorio afectó su juicio en el segundo caso?

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El yo en un mundo social

La conexión social El análisis de este capítulo sobre el yo y la cultura exploró investigaciones de Hazel Markus y Shinobu Kitayama sobre el individualismo y el colec-

.tivismo. Hablaremos de su trabajo nuevamente en los capítulos acerca del con-formismo (capítulo 6) y el conflicto y la paz (capítulo 13).

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