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416
LIBRO 5 EXPRESIONES DEL HOMBRE EN LAS CULTURAS AMERICANAS

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LIBRO 5

EXPRESIONES DEL HOMBRE

EN LAS CULTURAS

AMERICANAS

2

CONTENIDO DE LA OBRA COMPLETA

LIBRO 1

ÉTICA

La necesidad de una ética práctica para, llegar al

entendimiento de los seres humanos entre sí y de ellos con la

Naturaleza.

CAPÍTULO 1

PROYECCIONES DE LA NATURALEZA HUMANA

1.1.0 El orden social del prehomínido. El orden social de la

manada

1.2.0 La “historia” de Adán y Eva es todavía una realidad vigente

1.1.1 La Razón, el nuevo ingrediente de la Creación

1,2.2 ¿Cuál es el papel de la razón en el ordenamiento de la Vida?

1.2.3 El dilema fundamental para el ser humano en relación con la

Naturaleza: ¿Relación d Poder o de liderazgo?

1.2 4 Síntoma de dominación del líder: El Carisma

1.2 5 Síntomas del efecto sinergético de la acción del líder: La fe

de sus seguidores

1.2 6 Consecuencias de la experiencia de la fe: La autoridad del

líder o, en caso contrario, su negación: El escepticismo

1.2.7 La autoridad del líder, consecuencia de la fe: Origen del

orden social eficaz, de la disciplina auténtica dentro del orden

establecido

1.2.8 ¿Es posible forjar nuevos usos, nuevas costumbres, nuevos

órdenes, nueva cultura?

1.3.0 La Ética

1.3.1 El lenguaje, expresión del carácter, camino del

entendimiento

3

1.3.2 La solución verbal de los conflictos

1.3.3 La Cultura de la Vida: La liberación del espíritu humano de

las garras del primitivo animal prehomínido

1.3.4 La liberación del espíritu humano de la tiranía, de la

hegemonía, de la dependencia, del dominio indiscriminado de los

hombres poderosos.

1.3.5 La liberación del espíritu humano de los condicionamientos,

de los determinismos de la Cultura.

1.3.6 El pensamiento utópico, como herramienta para la

liberación del espíritu humano.

CAPÍTULO 2

DEL MITO A LA RAZON

2.1.0 El principio de la razón.

2.2.0 Respuesta humana a sus retos vitales.

2.3.0 La noción de deidad

2.3.1 la imagen de los dioses en la mente humana de la

modernidad.

2.3.2 La deificación de los fenómenos de la Naturaleza, y su

relación con la experiencia inmediata del hombre al entrar en

contacto con ellos

2.3.3 ¿Son razonables las luchas religiosas, desde el punto de

vista del presupuesto de la fe?

2.4.0 La sustitución en las sociedades secularizadas del

pensamiento religioso por el pensamiento ideológico.

2.5.0 ¿Es posible la construcción de una ética universal?

2.6.0 El trabajo de desarrollar las herramientas idóneas para la

interacción social justa.

2.7.0 El Estado moderno y sus compromisos humanos.

LIBRO 2

GLOBALIZACIÓN ECONOMICA

4

¿Oportunidad o frustración?

CAPÍTULO 3

TEMA ESTRATÉGICO DE FONDO

EN LA POLITICA CONTEMPORÁNEA

3.1.0 La política internacional.

3.2.0 El tema de la Globalización.

3.2.1 La globalización bipolar.

3.2.2 La globalización del Mundo en los tiempos finales del

Imperio Castellano.

3.2.3 La globalización anglosajona

3.2.4 La globalización mirada desde un ángulo moderno.

3.0.0 ¿Tiene o no tiene la Vida su propio sentido?

3.1.0 El eje de la respuesta: La propuesta del Amor

3.5.0 El proceso de la energía

3.6.0 La consciencia de la realidad actual

CAPÍTULO 4

LA CONSCIENCIA DE SÍ MISMO

4.1.0 Las preguntas fundamentales.

4.2.0 ¿Puede la Ciencia afrontar el reto de proponer las bases

físicas de una humanidad sostenible?

4.2.1. La navegación oceánica.

4.2.2 Otros horizontes de la Ciencia

4.2.3 La visión del conflicto.

4.3.0 ¿Podemos contar con el apoyo de la Ciencia en el esfuerzo

serio de prescindir de la Guerra?

4.3.1 Algunas consecuencias de los cambios en el

comportamiento de la Naturaleza Humana por acción del

Hombre.

4.3.2 La herencia de su vieja condición animal.

4.3.3 ¿Podría ser la globalización, como ha sido planteada, acaso

un enorme e imprático absurdo?

5

4.3.4 El etiquetado de los hombres, ¿un sofisma de distracción?

4.3.5 La globalización al estilo propuesto por las grandes

potencias económicas del Planeta.

4.4.0 El inhóspito medio siberiano modela muchas de nuestras

viejas costumbres y tradiciones políticas.

4.4.1 Los tonguses

4.4.2 Los vogules, los ostiakos y los samoyedos, los mongoles,

los tchouktche, los koriakos. Los kamtchadalos.

4.4.3 Los turcómanos.

4.4.4 Los kirguishes.

CAPÍTULO 5

LAS CONDICIONES CIVILIZADAS DE VIDA

5.1.0 La Realidad

5.2.0 El conocimiento de la Realidad

5.3.0 El pensamiento científico

5.4.0 Derribando paradigmas científicos

5.5.0 El legado imperecedero de la cultura cristiana occidental a

los pueblos americanos.

5.6.0 De cara a un cambio de actitud frente a las propuestas éticas

de la civilización moderna occidental

5.7.0 Influencia del conflicto generado entre el mundo moderno y

la ciencia contemporánea en el desempeño del técnico y del

ingeniero

5.8.0 La crisis del ingeniero en Colombia

5.9.0 Consecuencias del rompimiento del eje cultural de

Occidente en la cultura contemporánea

5.10.0 Una consecuencia de los descubrimientos científicos de la

actualidad: La necesidad de un nuevo encuentro del Hombre con

la Naturaleza

5.11.0 El origen del comportamiento de los occidentales y su

forma de hacer cultura.

5.12.0 ¿Son o no una realidad, la madurez mental de la Ciencia,

de la Cultura Occidental?

5.13.0 ¿Qué podría significar todo aquello para el científico, el

técnico, el ingeniero actuales?

6

5.14.0 Cambios importantes en la mentalidad de Occidente

generados por la experiencia científica

5.15.0 Una mirada retrospectiva. Una mirada dentro de nosotros

mismos

5.16.0 Una utopía digna de realización

5.17.0 Una noción de ecología humana, consecuencias de su

aplicación a la vida humana

5.18.0 Avances científicos que abren nuevos horizontes en el

conocimiento de la Realidad.

LIBRO 3

EL PENSAMIENTO CIENTÍFICO

OCCIDENTAL

CAPÍTULO 6

ORIGEN, APLICACIONES

6.1.0 Introducción al pensamiento científico

6.1.1 Qué es el pensamiento científico

6.1.2 La lógica científica

6.1.3 El lenguaje científico

6.1.4 La experimentación. Los modelos experimentales

6.1.5 El desarrollo y significación de los instrumentos de

observación

6.2.0 La dinámica del pensamiento científico. El rompimiento de

paradigmas del pensamiento científico.

6.2.1 El origen humilde de la Ciencia

6.2.2 El mundo que supera la Ciencia como disciplina reconocida

6.3.0 Empieza a romperse el eje de la Cultura

6.4.0 La Gran Controversia

6.5.0 El gran conflicto ético entre la Reforma y la Contrarreforma

6.6.0 La extraordinaria obra misional de los jesuitas en América y

Asia

6.7.0 Influencia del pensamiento científico en la vida cotidiana

7

CAPITULO 7

LA TECNOLOGÍA

7.1.0 La Técnica

7.2.0 La dinámica de la tecnología

7.3.0 El valor de la tecnología Obsolescencia de los modelos

científicos y tecnológicos. El rompimiento de paradigmas

7.4.0 El aporte de la técnica a la vida cotidiana

7.4.1 La Revolución Industrial

7.4.2 El espíritu de los hombres que lograron la Revolución

Industrial

7.4 3 El movimiento obrero. Antecedentes de la Revolución Rusa

de Octubre de 1917

7.4.4 La transformación de las sociedades tradicionales en

sociedades urbanas

CAPITULO 8

LA INGENIERIA

8.1.0 La solución práctica de los problemas humanos. Uso

racional de los recursos naturales.

8.2.0 Uso de los recursos naturales en la industria humana.

Instrumentalización de la Industria. La reutilización y reciclaje de

deshechos. El equilibrio Ecológico

8.3.0 El manejo de la Crisis por los Ingenieros. La crisis de la

Ingeniería

8.4.0 La influencia de la Ingeniería en la vida cotidiana

8.4.1 El proyecto de ingeniería más grande en 4.000 años desde

Keops, cambia la suerte de una nación

LIBRO 4

ANTECEDENTES HISTÓRICOS

CAPÍTULO 9

8

DEL GENIO HUMANO

9.1.0 Las raíces del europeo que partió la Historia Universal en

dos con el descubrimiento de América.

9.2.00 De la economía primitiva a la economía contemporánea.

9.2.1 De la caza y la pesca.

9.2.2 La Rueda

9.2.3 El manejo de los metales

9.2.4 La Guerra

9.2.5 La Navegación

9.3.0 De Stonehengue al urbanismo actual. El desarrollo industrial

9.3.1 En la Europa antigua

9.3.2 En la América primitiva

9.3.3 La evolución de las culturas americanas hasta su

reencuentro con el Viejo Mundo

9.4.0 El desafío que representa para el científico el medio social

actual

9.5.0 El establecimiento de estructuras sociales humanas para el

desarrollo de empresas colectivas

9.6.0 Reparos a la “ciencia ficción” como medio eficaz para la

ambientación de las mentes jóvenes al mundo moderno

9.7.0 El nuevo reto de las Ciencias: Darle las oportunidades al

Hombre, no quitárselas

9.8.0 El Hombre tiene habilidades para moverse en los espacios

del espíritu. Es esencialmente espiritual

LIBRO 5

EL HOMBRE EN AMERICA

CAPITULO 10

LAS CULTURAS DE MESOAMÉRICA

10.1.0 Los pueblos originarios

10.2.0 Los huastecos y otros pueblos inmigrantes

9

10.3.0 Las culturas superiores de Mesoamérica

10.4.0 Los Aztecas

10.5.0 Las culturas de Zacatenco y Ticomán

10.6.0 Las culturas de Coloma y Nayarit

10.7.0 El pueblo tarasco

10.7.1 El pueblo tarasco

10.7.2 La cerámica tarasca

10.6.0 La cultura olmeca

10.6.1 La cerámica olmeca

10.8.2 La escultura olmeca

10.8.3 El país olmeca

10.8.4 La arquitectura y el urbanismo

10.8.5 Los tesoros artísticos

10.9.0 La cultura teotihuacana

CAPÍTULO 11

EL IMPERIO AZTECA

11.1.0 El significado de la religión

11.2.0 Algunos aspectos de la vida material

11.3.0 Algunos aspectos de la vivienda y el urbanismo

11.4.0 La escultura azteca.

11.5.0 La pintura19.6.0 Aspectos de su estructura política

11.7.0 Aspectos de la industria artesanal

11.8.0 La metalurgia y los trabajos en plumas, piedra y otros

CAPITULO 12

LA CULTURA MAYA

12.1.0 El Medio Natural. La Economía. Su área de dispersión

12.2.0 La historia maya

12.2.1 El Viejo Imperio y su cultura

12.2.2 El urbanismo

12.2.3 La población y su legado cultural

12.2.4 El Clan, base de la organización social

12.2.5 Las demandas de su vida cotidiana tipifican su industria

10

12,2.6 La agricultura y el espacio para la civilización

12.2.7 Copán: El centro científico. La Meca del arte y la

civilización maya

12.8.0 La lectura de los jeroglíficos mayas

12.2.9 La decadencia del Viejo Imperio

12.2 10 El testimonio arqueológico

12.2.11 El testimonio documental

12.2.12 El Nuevo Imperio maya

12.2.13 Significado universal de la cultura maya

12.2.14 La religión de los mayas

CAPÍTULO 13

LAS ANTIGUAS CULTURAS DEL PERÚ

13.1.0 La era incipiente

13.1.1 El período pre – agrícola

13.1.2 El período agrícola antiguo

13.2.0 La era del desarrollo

13.2.1 El período formativo

13.2.2 El período cultista

13.2.3 El período experimental

13.3.0 La era floreciente

13.4.0 La era climática

13.4.1 El período expansionista

CAPÍTULO 14

EL IMPERIO INCA

14.1.0 La historia

14.2.0 La vida económica

14.2.1 La caza y la pesca

14.2.2 La cría de animales domésticos

14.2.3 La agricultura

14.2.4 La preparación de los alimentos

14.2 5 El vestido

14.2.6 El ciclo de la vida de las personas

11

14.2.7 La arquitectura y el urbanismo

14.2.8 Otras obras de ingeniería: Caminos, puentes y obras de

riego

14.2.9 El uso de los caminos. El transporte. Las comunicaciones.

14.2 10 La mayor expresión de plenitud artística peruana: Los

textiles

14.2.11 La cerámica. La metalurgia. Otras artes menores

14.3.0 La organización social

14.4.0 La organización política

14.5.0 La Religión

14.5.0 Algunos aspectos de la vida intelectual

CAPITULO 15

LOS PUEBLOS DE LA REGIÓN

SEPTENTRIONAL OCCIDENTAL DE SUR AMÉRICA

15.1.0 Panorama humano general

15.2.0 Las migraciones y las interacciones entre las poblaciones

aborígenes en Sur América septentrional

15.3.0 La arquitectura, La vivienda La agricultura

15.4.0 La Agricultura El transporte. Las vías. Las comunicaciones

15.5.0 El transporte, las vías, las comunicaciones La metalurgia

15.6.0 La Metalurgia.

15.7.0 Los hilados y tejidos. El Arte rupestre. La cerámica. La

Escultura. Otras artes

15.7.1 El arte rupestre

15.7.2 La cerámica.

15.6.3 La escultura.

15.8.0 La organización social. La familia. El parentesco

15.9.0 Algunos aspectos de la organización política

15.10.0 La visión religiosa y el culto

15.11.0 Similitudes con las culturas peruanas

15.12.0 Extensión de la memoria americana sobre su tradición.

Testimonios Sobre su vida cotidiana y acerca de su proyección

espiritual.

CAPÍTULO 16

12

EL CHOQUE DE DOS MUNDOS

16.1.0 ¿Acaso tienen alma los indios americanos?

16.2.0 A pesar de la oposición de los intereses creados las

misiones jesuitas demostraron que es posible el rescate del

Hombre; Todavía más, que debería ser considerado un proyecto

político inaplazable

16.3.0 El mundo feliz posible

16.4.0 Hacia la búsqueda de un sincretismo cultural

LIBRO 6

LA ENERGÍA; COMBUSTIBLE DE LA VIDA

CAPÍTULO 17

NUESTRO HOGAR UNIVERSAL

17.1 0 El impulso primigenio y la evolución del Universo.

17.1.1 El Big Bang

17.1.2. La formación del primer elemento de la Tabla Periódica:

El Hidrógeno

17.1 3 Las primeras generaciones de estrellas

17.1.4 La formación de los elementos más pesados. La formación

de los sistemas estelares de segunda generación

17.1.5 La Materia: ¿Una forma de “condensación” de la Energía?

El proceso de la Evolución.

17.1.6 El Universo: Colosal escenario de la Vida

17.1.7 La Vía Láctea: Nuestra galaxia

17.1.8 Nuestro sistema solar. Desarrollo local del proceso de la

Energía

17.2.0 El Ciclo del Carbón: El sistema fundamental de la

economía de la Vida.

17.2.1 El “Árbol” de la Vida, y la interacción de sus “ramas” en

cada hábitat. La ecología natural. Mantenimiento y regeneración

13

del Medio Ambiente. La Ecología Natural. Simbiosis con la

especie humana. Relaciones con su “liderazgo” interespecífico.

17.2.2 La Economía Humana vista como un capítulo de la

Economía Natural

17.2.3 El proceso de la evolución con rostro humano

17.3.0 Las Leyes de la Termodinámica. El concepto de Entropía.

17.3.1 Aplicaciones generales de las leyes de la Termodinámica

17.3.2 Aplicaciones de las leyes de la termodinámica a la

economía de la Vida y a la economía humana

CAPÍTULO 18

EL SIGNIFICADO CÓSMICO DEL TRABAJO HUMANO

18.1.0 La visión del Trabajo desde el punto de vista de la

Ergonomía

18.1.1 El funcionamiento del cuerpo como “instrumento” de

trabajo del sujeto humano.

18.1.2 El rendimiento en el trabajo y en el deporte. Los deportes

de alto rendimiento

18.1.3 La Ergonomía como materia interdisciplinaria de la

Ingeniería y la Medicina

18.1.4 La Energía, su obtención y disposición: Propósitos básicos

del Trabajo

18.1.5 La movilización y transformación de los recursos naturales

18.1.6 El Trabajo visto como una opción de “encuentros” <<no

fortuitos>> del Hombre con los demás seres de la Naturaleza.

18.2.0 Algunas categorías económicas expresadas en términos

ergonómicos. Aplicación del cálculo vectorial al estudio del

balance económico. Efectos a corregir, en las aplicaciones

perversas de la tecnología electrónica a los conceptos

desactualizados de la Economía Clásica: La deformación y el

empobrecimiento de la visión de la persona humana.

18.2.1 La unidad de medida del valor económico del Trabajo: El

Ergio.

18.2.2 Valor económico – social de la salud física y mental.

18.2 3 Especificaciones de las cargas de trabajo.

14

18.2.4 Los requerimientos nutricionales. Las condiciones

ambientales para los altos rendimientos

18.2.5 El cuerpo humano como “activo” básico para aprovechar

en el Trabajo.

18.3.0 La estructura social vista como un “supracuerpo”.l

18.3.1 El cálculo económico del valor de los riesgos.

18.4 0 La noción de Industria

18.4.1 Cálculo del costo.

18.4.2 Las líneas de abastecimiento

18.4.3 El “Mercado”. Estructura, dinámica, personalidad.

Tendencias, modas, relaciones con la Cultura

18.4.4 Los problemas que soluciona la Industria

18.4.5 El control ciudadano de la actividad pública, Una

“auditoría” muy singular.

18.4.6 Infraestructura Industrial, infraestructura de poblamiento.

Desarrollo urbanístico y de infraestructura

18.4 7 El manejo económico y el liderazgo de la gestión industrial

18.4 8 El apoyo estratégico del Trabajo y el desarrollo de la

consciencia del consumidor

CAPÍTULO 19

LA INDUSTRIA ALIMENTARIA:

UN ENFOQUE NOVEDOSO DEL TEMA

19.1.0 No hay una identidad clara ni una visión integral de la

Industria de Alimentos

19.1.1 Hay millones de empresas que ofrecen “comida” para

cubrir la “demanda” de alimentos

19.1.2 La noción del consumidor acerca de sus necesidades

nutricionales. Racionalización de la educación, desde el punto de

vista de la nutrición optima.

19.1.3 Las tendencias económicas en la evolución de la demanda.

La nueva consciencia del bienestar.

19.1.4 Necesidad para el empresario de conocer acerca de los

requerimientos nutricionales de su cliente

19.1.5 El ajuste de la oferta industrial de alimentos con los

requerimientos nutricionales del consumidor

15

19.2.0 La salud a partir de la buena nutrición

19.2.1 Presupuesto de vida, de rendimiento ocupacional,

requerimientos de servicios de salud y seguridad social

19.2.2 Optimización de la inversión en los recursos humanos, en

el aparato productivo y en la seguridad social

19.3.0 El desarrollo de un plan coherente de ofertas para una

industria de alimentos con visión global

19.3.1 Desarrollo de fuentes de abastecimiento primarias

confiables en la tierra y en el mar

19.3.2 Influencia de las formas de tenencia de la tierra en la

eficiencia de su uso como fuentes de recursos primarios para la

alimentación.

19.3.3 Requerimiento de la planificación integral vertical de los

empresarios a lo largo de toda la cadena de abastecimiento.

LIBRO 7

CAPÍTULO 20

DEL CAOS, DE LA ANARQUÍA AL ORDEN

20.1.0 El lenguaje que uso, por naturaleza, el que usa todo ser

humano, es un lenguaje simbólico

20.2.0 La implementación de una ética práctica

20.3.0 La “Psicología de la Forma” y la visión en profundidad de

la Realidad

20.4.0 El Enfoque técnico fundamental: El aprovechamiento de

las fuentes energéticas del Sistema Solar

APÉNDICE:

Encíclica “Caritas in Veritate” de Benedicto XVI. Ver:

http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/do

cuments/hf_ben-xvi_enc_20090629_caritas-in-

veritate_sp.html

16

17

CONTENIDO DE ESTE LIBRO

LIBRO 5

EL HOMBRE EN AMERICA

CAPITULO 10

LAS CULTURAS DE MESOAMÉRICA

10.1.0 Los pueblos originarios

10.2.0 Los huastecos y otros pueblos inmigrantes

10.3.0 Las culturas superiores de Mesoamérica

10.4.0 Los Aztecas

10.5.0 Las culturas de Zacatenco y Ticomán

10.6.0 Las culturas de Coloma y Nayarit

10.7.0 El pueblo tarasco

10.7.1 El pueblo tarasco

10.7.2 La cerámica tarasca

10.6.0 La cultura olmeca

10.6.1 La cerámica olmeca

10.8.2 La escultura olmeca

10.8.3 El país olmeca

10.8.4 La arquitectura y el urbanismo

10.8.5 Los tesoros artísticos

10.9.0 La cultura teotihuacana

CAPÍTULO 11

EL IMPERIO AZTECA

11.1.0 El significado de la religión

11.2.0 Algunos aspectos de la vida material

11.3.0 Algunos aspectos de la vivienda y el urbanismo

11.4.0 La escultura azteca.

18

11.5.0 La pintura19.6.0 Aspectos de su estructura política

11.7.0 Aspectos de la industria artesanal

11.8.0 La metalurgia y los trabajos en plumas, piedra y otros

CAPITULO 12

LA CULTURA MAYA

12.1.0 El Medio Natural. La Economía. Su área de dispersión

12.2.0 La historia maya

12.2.1 El Viejo Imperio y su cultura

12.2.2 El urbanismo

12.2.3 La población y su legado cultural

12.2.4 El Clan, base de la organización social

12.2.5 Las demandas de su vida cotidiana tipifican su industria

12,2.6 La agricultura y el espacio para la civilización

12.2.7 Copán: El centro científico. La Meca del arte y la

civilización maya

12.8.0 La lectura de los jeroglíficos mayas

12.2.9 La decadencia del Viejo Imperio

12.2 10 El testimonio arqueológico

12.2.11 El testimonio documental

12.2.12 El Nuevo Imperio maya

12.2.13 Significado universal de la cultura maya

12.2.14 La religión de los mayas

CAPÍTULO 13

LAS ANTIGUAS CULTURAS DEL PERÚ

13.1.0 La era incipiente

13.1.1 El período pre – agrícola

13.1.2 El período agrícola antiguo

13.2.0 La era del desarrollo

13.2.1 El período formativo

13.2.2 El período cultista

13.2.3 El período experimental

13.3.0 La era floreciente

19

13.4.0 La era climática

13.4.1 El período expansionista

CAPÍTULO 14

EL IMPERIO INCA

14.1.0 La historia

14.2.0 La vida económica

14.2.1 La caza y la pesca

14.2.2 La cría de animales domésticos

14.2.3 La agricultura

14.2.4 La preparación de los alimentos

14.2 5 El vestido

14.2.6 El ciclo de la vida de las personas

14.2.7 La arquitectura y el urbanismo

14.2.8 Otras obras de ingeniería: Caminos, puentes y obras de

riego

14.2.9 El uso de los caminos. El transporte. Las comunicaciones.

14.2 10 La mayor expresión de plenitud artística peruana: Los

textiles

14.2.11 La cerámica. La metalurgia. Otras artes menores

14.3.0 La organización social

14.4.0 La organización política

14.5.0 La Religión

14.5.0 Algunos aspectos de la vida intelectual

CAPITULO 15

LOS PUEBLOS DE LA REGIÓN

SEPTENTRIONAL OCCIDENTAL DE SUR AMÉRICA

15.1.0 Panorama humano general

15.2.0 Las migraciones y las interacciones entre las poblaciones

aborígenes en Sur América septentrional

15.3.0 La arquitectura, La vivienda La agricultura

15.4.0 La Agricultura El transporte. Las vías. Las comunicaciones

15.5.0 El transporte, las vías, las comunicaciones La metalurgia

20

15.6.0 La Metalurgia.

15.7.0 Los hilados y tejidos. El Arte rupestre. La cerámica. La

Escultura. Otras artes

15.7.1 El arte rupestre

15.7.2 La cerámica.

15.6.3 La escultura.

15.8.0 La organización social. La familia. El parentesco

15.9.0 Algunos aspectos de la organización política

15.10.0 La visión religiosa y el culto

15.11.0 Similitudes con las culturas peruanas

15.12.0 Extensión de la memoria americana sobre su tradición.

Testimonios Sobre su vida cotidiana y acerca de su proyección

espiritual.

CAPÍTULO 16

EL CHOQUE DE DOS MUNDOS

16.1.0 ¿Acaso tienen alma los indios americanos?

16.2.0 A pesar de la oposición de los intereses creados las

misiones jesuitas demostraron que es posible el rescate del

Hombre; Todavía más, que debería ser considerado un proyecto

político inaplazable

16.3.0 El mundo feliz posible

16.4.0 Hacia la búsqueda de un sincretismo cultural

21

CAPITULO 10

LAS CULTURAS DE MESOAMÉRICA

A pesar de que se ha logrado reconstruir dos milenios y medio de

historia cultural del antiguo México, se reconoce que distamos

mucho de conocer el origen de su cultura. El arcaico del valle de

México no puede ser llamado precisamente primitivo, y con la

entrada en escena de los olmecas hizo su aparición en la historia

mexicana una auténtica cultura superior. No obstante, los restos

arcaicos y olmecas son los testimonios más antiguos hallados

hasta ahora de presencia humana en las partes central y sur de

México. Ello pudiera explicarse, quizás, porque gran parte del

suelo mexicano sigue siendo todavía una incógnita parta los

arqueólogos mexicanos.

10.1.0 LOS PUEBLOS ORIGINARIOS

Los historiadores indígenas mexicanos hablan de un conjunto de

pueblos primitivos nahuas llamados chichimecas, nómadas,

cazadores muy primitivos que vinieron del Norte a la Meseta

Central de México. La crónica indígena es ambigua al usar el

término “chichimeca” (y el término “tolteca), que los

antropólogos no dudan, se refiere a pueblos concretos, pero que

en sus relatos las historias asumen ribetes místicos. Allí se

observa el límite entre un período prehistórico, con sus leyendas y

un período histórico posterior, con registros de acontecimientos

históricos claros. Esos relatos se hacen más verosímiles si nos

apoyamos las en referencias que aporta la cultura del sur de

Norteamérica, que sigue, hasta cierto punto una evolución muy

semejante a la de las culturas mexicanas (Walter Krickeberg. “Las

Antiguas Culturas Mexicanas”. Fondo de Cultura Económica.

México 1961. P 395).

22

Este territorio que comprende los estados de Utha, Colorado,

Arizona, y Nuevo México fue el asiento de dos culturas

superiores, la de los Anasazi en el centro y la de los Hohokam

hacia el suroeste. En la lengua de los indígenas que pueblan hoy

la región, Anasazi significa “habitantes primitivos”, Hohokam

significa “antepasados”. Los arqueólogos norteamericanos

eligieron estos nombres para denominarlos, porque los indios

Pueblas y los Pimas, actuales descendientes de estos pueblos, se

refieren a ellos pero solamente en alusión a su última fase

cultural. Los predecesores de los indios Puebla, que en varios

aspectos se pueden comparar con los primeros representantes de

las altas culturas del antiguo México, eran los basquet – makers

(cesteros) (Idem P. 395).

“Se encontraban apenas en los principios de la fase sedentaria y

agrícola, y desconocían aún todos los recursos técnicos que suelen

acompañar este tipo de vida, sobre todo la alfarería y el arte de

tejer. Procuraban sus alimentos ante todo por la caza y la

recolección de frutos silvestres, vivían en chozas de ramas y hojas

fácilmente transportables, se vestían con pieles o con mantas

elaboradas con tiras entretejidas de piel, y con taparrabos de fibra

de cedro o de yuca; hacían sandalias de hojas de yuca y

fabricaban gran número de cestos, que sustituían todos los demás

recipientes incluidas las cubetas y las ollas para cocinar. Se

servían de dardos y lanzadardos para cazar, de palas de madera,

para desenterrar raíces alimenticias, y de metates para moler

granos; no conocían el arco ni el hacha de piedra, y los demás

instrumentos de piedra y de hueso eran sumamente primitivos.

Muy poco sabemos acerca de la vida social y religiosa de los

basket – makers. Amarraban a los recién nacidos durante sus

frecuentes migraciones sobre una especie de cuna portátil de la

que había varios tipos, y trataban a sus muertos con afectuoso

cuidado. Los enterraban en cuevas o en fosos debajo de sus

chozas; a veces cubrían las tumbas con piedras o varas, y

proveían a los difuntos con alimentos y ropa, utensilios

domésticos y armas, pero también con sus adornos personales,

que se componían de collares de cuentas de concha, piedra o

hueso. Casi todos los datos que tenemos sobre los basket –

23

makers provienen del contenido de sus tumbas, preservado casi

incólume en el clima seco y a menudo desértico del suroeste de

los Estados Unidos” (Idem P 395 y 396).

El museo de Etnología de Berlín posee una pequeña colección de

objetos procedentes de unas cuevas de piedra caliza del extremo

sur de Coahuila, a orillas de la estéril región esteparia del Bolsón

de Mapimí en México. Se salvaron de la descomposición

protegidas por una capa de casi un metro de escrementos de

murciélago. Estos objetos acompañaban a los esqueletos de una

población dolicocéfala que predominaba también entre los basket

– makers, y consisten en restos de cestos, textiles de fibra de yuca,

sandalias, piezas ornamentales, armas, y herramientas; Entre los

objetos descubiertos en Coahuila tampoco se encontraron husos,

telares, arcos, flechas, hachas de piedra ni recipientes de barro.

No cabe duda de que la antigua población del norte de México era

la misma que la del suroeste de los Estados Unidos. Algunos

hallazgos posteriores realizados en Texas, a orillas del río Grande,

constituyen el eslabón entre las antiguas poblaciones mexicana y

norteamericana. (Idem. P. 396).

Los hallazgos de Coahuila no están fechados todavía. Sin

embargo es posible suponer que tales objetos no pueden ser

mucho más recientes que los de los basket – makers, los cuales

suelen situarse dentro los primeros quinientos años de nuestra

Era. Esto nos llevaría a una época, en que más al sur, el arcaico

llegaba a su fin y nos haría suponer que la parte norte del país se

encontraba todavía en estado primitivo, cuando ya los pueblos de

la Meseta Central los habían superado. Así se confirmarían los

relatos de los aztecas acerca de los “auténticos chichimecas”,

aunque éstos ya llevaban alguna ventaja sobre los basket –

makers, por disponer ya de algunas técnicas originales, como el

arco (Idem P 396). E

“Los informes redactados en los primeros años de la Colonia,

durante los cuales estas regiones norteñas llegaron a conocerse

por la expedición de conquista de Nuño de Guzmán en 1529, los

llaman tenles chichimecas (teo chichimecas) y zacatecas

24

(“habitantes del país de zacate”) y permiten suponer que también

estos pueblos hablan dialectos nahuas. Pero lo que confirma la

relación entre los nahuas civilizados de la Meseta central y estos

“auténticos chichimecas”, son los muchos rasgos “chichimecas”

en la cultura de aquellos, que encontramos aún en la época de los

aztecas” (Idem P 205).

Si…“los relatos tradicionales de las tribus nahuas coinciden en

que sus antepasados habían sido chichimecas llegados antaño del

norte de la Meseta central, adaptándose gradualmente a los

pueblos cultos más antiguos, no cabe duda de que tienen razón.

La irrupción de nómadas salvajes y belicosos en un antiguo

mundo cultural y su paulatina transformación en agricultores

sedentarios que se adaptan culturalmente a los sojuzgados, pero

conservan su carácter guerrero y llegan así a ser el pueblo

predominante, es un proceso histórico que ha tenido lugar

incontables veces también en Europa, pero que puede seguirse

mejor en México antiguo que en cualquier otra parte, porque

todas sus fases se apoyan en informaciones detalladas”. Paul

Kirchhoff hace notar que el ejemplo mexicano es especialmente

significativo porque los chichimecas fueron civilizados, según

todas las antiguas fuentes mexicanas, de una manera pacífica,

pues los pueblos culturales primitivos se ofrecieron

voluntariamente como maestros de los nuevos inmigrados, y hasta

deseaban atraer más tribus chichimecas a su país; su cultura

estaba en crisis, y querían mantenerla viva mediante una

transfusión de sangre joven y sana. Por esto la transformación de

los primitivos cazadores en agricultores civilizados se logró en un

lapso tan sorprendentemente corto y se propagó con la rapidez de

una reacción en cadena, pues los recién civilizados absorbían cada

vez nuevos inmigrantes chichimecas”. En los informes históricos

el término “chichimeca”, adquiere un sentido doble: Se refiere a

los auténticos chichimecas que seguían viviendo en estado

nómada en el norte del país, y por otro lado a aquellas tribus

residentes en la Meseta central que habían descendido de aquellos

y que se enorgullecían, a pesar de su civilización, de haber

permanecido fieles al antiguo espíritu guerrero de los

chichimecas. Así, la palabra “chichimeca” adquirió entre la

25

mayoría de las tribus nahuas de la Meseta central, particularmente

entre los habitantes de Texcoco y Tlaxcala, un sentido honorífico.

El término príncipe chichimeca (chichimecatl tecutli) se convirtió

en título honorífico de los soberanos de Texcoco, cuya historia

relata en todos sus detalles Ixtlixochitl, miembro, el mismo, de

esta casa reinante (Idem P 204).

Krickeberg, el autor de la obra consultada, se pregunta: ¿Es esta la

fase del desarrollo cultural que corresponde a los primeros

inmigrantes de América? Cuando hace unos 20.000 años o más,

estos pisaron suelo americano completamente deshabitado, no

ofrecían una imagen física uniforme, a pesar de pertenecer

indudablemente a razas mongólicas. Además importaron, por lo

menos dos culturas diferentes cuyos vestigios se han hallado

habiéndoseles dado los nombres de Folson y Cochise, por los

lugares en que se hallaron en Nuevo México y Arizona. En vista

de que la cultura Cochise se puede seguir, casi sin interrupción,

desde su principio hasta su fin, gracias a las capas sucesivas que

se han encontrado, es la única que nos permite trazar un puente

desde la inmigración de los primitivos habitantes hasta el

comienzo de la agricultura, o sea hasta la época de los basket –

makers. Coincide además en varios detalles con la cultura de éstos

últimos. Todas las demás huellas de una cultura original son

insuficientes para determinar su fecha por medio de indicios

puramente tipológicos. Esto se refiere sobre todo a los

instrumentos de piedra “paleolíticos”, encontrados, a menudo, en

la altiplanicie de Oaxaca, Yucatán y Guatemala, a los que algunos

arqueólogos de la vieja escuela atribuían una antigüedad parecida

a la de los objetos paleolíticos europeos. En la mayoría de los

casos, sin embargo, la mayoría de los depósitos paleolíticos

hallados son muy recientes, según se ha podido comprobar.

Incluso, llegan a ser en algunos casos, hasta contemporáneos de

una época en que ya se veían, más al sur, las grandes

construcciones clásicas y posclásicas de las altas culturas de

Mesoamérica. En otras palabras, no es posible establecer un

paralelo entre el paleolítico europeo y el paleolítico americano

(Idem. P. 397).

26

“Es cierto que el estado actual de las investigaciones no permite

más que hacer suposiciones sobre la población original de

Mesoamérica y su cultura; pero ya nos movemos en terreno más

firme al tratar la cuestión de sus relaciones con el exterior. Es

obvio pensar que estas relaciones eran particularmente estrechas

entre esta población y Norteamérica, sobre todo con su región

suroccidental, de la que proviene una importante parte de la

original población de Mesoamérica, ya que los nahuas pertenecen

a una gran familia lingüística norteamericana”. El arqueólogo

norteamericano Gladwin, sugiere que la cultura indígena del

suroeste de Estados Unidos pudo crear los cimientos de las altas

culturas mesoamericanas. Ello se basa en el hecho de que ya

puede hacerse el seguimiento ininterrumpido de aquellas culturas,

en el período comprendido entre el año 300 a de C. y el año 1.400

d. de C., gracias a las excavaciones efectuadas en Snaketown –

antigua residencia de los Hohokan a orillas del río Gila (Arizona)

-. Esta hipótesis, sin embargo parece inadmisible, ya que el primer

cultivo del maíz al que están ligadas las culturas superiores

mesoamericanas se desarrolló al sur de México o en Guatemala,

regiones desde donde se difundió hacia el Norte (Idem. P. 398).

10.2.0 LOS HUASTECAS

Y OTROS PUEBLOS INMIGRANTES

En el oeste de México, los huastecas representan la vanguardia

más avanzada de las altas culturas mesoamericanas en cuanto a

sus conexiones con los pueblos de Norteamérica. En su tiempo las

líneas de comunicación ya no corren, sin embargo hacia el

suroeste sino hacia el sureste del continente norteamericano. Su

población ya ha alcanzado los estadios a partir de los cuales se

emprende el camino de las altas culturas. El cultivo del maíz trajo

consigo probablemente la alfarería y otros adelantos de una

cultura que había dejado atrás la de los pueblos recolectores. Esto

ocurrió en México antes del principio del arcaico alrededor del

año 1.500 a de C. y en el suroeste de Norteamérica antes de la

fase más antigua de la cultura Hohokam, que comenzó unos 1.200

años después, 300 años a de C. Ekholm hace notar el hecho

característico de que las primeras y aún muy toscas figuras de

27

barro empezaban a aparecer durante la fase más antigua de la

cultura cuando en México el modelado de figurillas había

alcanzado ya una gran variedad de tipos y un elevado nivel

artístico durante la fase más antigua de su arcaico. Posteriormente

la cultura Hohokam y las culturas mesoamericanas tuvieron que

seguir su propio camino. El ancho cinturón de estepas y desiertos

habitados por tribus primitivas aferradas a su vida de cazadores

separó desde entonces los dos círculos culturales. Así pues,

Mesoamérica estaba relacionada con el sureste agrícola

norteamericano por muchos lazos culturales, pero por iniciativa,

contrariamente a lo que sucedía con el suroeste, de los pueblos

norteamericanos. (Idem Ps. 398, 399 y 400).

Además de los juegos de pelota, que entre los Hohokam son muy

similares a la los de los mexicanos y los mayas, siguen teniendo

en común algunos objetos de la cultura material, como espejos de

pirita, mosaicos de turquesa, objetos de cobre fundido y vasijas de

barro con tres o cuatro patas y ornamentos de cloisonné. No debe

concluirse, sin embargo, que estos objetos hayan tenido su origen

entre los Hohokam, por el mero hecho de que aparecen allí

solamente entre los años 500 y 900 de nuestra Era, exceptuando la

elaboración de la turquesa, ya que sus yacimientos se encuentran

principalmente en la región sudoccidental de los Estados Unidos.

Estos elementos culturales que aparecen muy esporádicamente en

las culturas norteamericanas son muy comunes en Mesoamérica.

A juzgar por su estilo, los pocos ejemplares de adornos en

cloisonné hallados en Snaketown, Pueblo Bonito y Casa Grande

(ruinas de las culturas Pueblo y Hohokam clásicas de los siglos XI

y XII d. de C.), constituyen un elemento extraño en el Suroeste.

Probablemente fueron importados (Idem p 398).

Si bien los antepasados de los pueblos mexicanos, al igual que

todos los demás indígenas de América, inmigraron al continente

desde el norte de Asia por el estrecho de Bering, es posible llamar

a muchos, en cierto sentido, pueblos autóctonos, pues no estaban

emparentados lingüísticamente con ningún pueblo fuera de los

límites de Mesoamérica. Entre ellos se encuentran sobre todo

pueblos completamente aislados en cuanto a su idioma, como es

28

el pueblo “tarasco, que habita en nuestros días solamente en el

Estado de Michoacán, pero que se extendía antaño por el oeste y

el norte de México, según se puede suponer según las evidencias

arqueológicas.; igualmente los totonacas, que habitaron en centro

y el norte del Estado de Veracruz, conocidos por los relatos de la

Conquista, como los primeros amigos y grandes aliados de los

españoles en suelo mexicano. Pertenecen además a este grupo los

autóctonos, una gran familia muy extendida de pueblos y tribus

más o menos emparentados, llamados oto – mangue por los

filólogos americanos para incluir los dos idiomas más alejados

entre sí, dentro del grupo; este tipo de designación lo usan

también los filólogos europeos para designar la extensión de

pueblos muy emparentados en su lengua, como “indogermanos”,

o “uraloaltaicos”. Los miembros más lejanos, hacia el norte, eran

los “otomíes”, primitivos habitantes de los altiplanos de México,

Toluca y Puebla, que fueron desplazados por los nahuas y que

viven hoy día en las partes norteñas del Estado de Puebla y en los

Estados de Querétaro, e Hidalgo; Los pueblos sureños del grupo

son los “mangue” o chorotegas, el antiguo pueblo de Nicaragua,

que constituía el punto más extremo, al sur, del círculo cultural

de Mesoamérica (Idem. P 36).

Entre estos dos miembros extremos, los otomíes y los mangue,

había numerosas tribus que establecían el lazo entre ellas y que

participaron en gran medida, en la formación de la antigua cultura

mexicana. Eran, en gran parte, parientes cercanos de los otomíes,

como los matlazincas del altiplano de Toluca, los

chochopopolocas en el sur de Puebla y los mazatecas en el norte

de Oaxaca y hacia el Estado de Veracruz. Parientes muy lejanos

de los otomíes eran también las dos antiguas culturas de los

Estados de Puebla y de Oaxaca: Los mixtecas del noroeste y los

zapotecas del sureste y algunas otras tribus más pequeñas como

los chinantecas. En parte eran también pueblos emparentados con

los pueblos mangue, como los chiapanecas, llamados así por el

Estado de Chiapas donde habitan (Idem P 36).

Esta gran familia lingüística coincide probablemente con el

elemento racial que se clasifica en términos de su conformación

29

craneana como dolicocéfala, cuya gran dispersión espacial y

lingüística da a entender que pudo ser probablemente la población

original del territorio mexicano, y que fue luego dispersa por las

migraciones posteriores. Hay otra familia más dispersa aún,

emparentada con los Oka de California y las tribus Siux de

Norteamérica. Dejaron sus huellas no sólo en el extremo noreste y

noroeste de México, (en la Baja California y Tamaulipas), donde

se han borrado casi por completo, sino también en dos pequeñas

tribus que siguen viviendo en el sur de México, en las costas del

Pacífico al oeste de Tehuantepec, llamadas chontales

(tequisistlatecas) y yopis (tlapanecas). A pesar de la distancia, hay

en Nicaragua otro miembro de la familia, los subtiabas

(maribios), emparentados lingüísticamente con los yopis. Walter

Krickeberg afirma en su obra que de hecho “sólo puede

concluirse que los subtiabas llegaron al sur, en tiempos

relativamente recientes, probablemente como consecuencia de las

grandes migraciones que sacudieron a México alrededor del año

1000 de nuestra Era” De la misma manera dice: “Del mismo

modo puede explicarse la separación de los mangue y de los

chiapanecas (Idem Ps 36 y 37). Sin embargo es todavía difícil

reconstruir el esquema migratorio de los pueblos americanos,

particularmente el de los Hoka. Ya vimos cómo en Colombia se

encontraron los rastros de un extinto pueblo, del que nada se

sabía, que llamamos ahora yurumangui, hasta que fray Gregorio

Arcila Robledo publicada en “Voz franciscana” de Bogotá, en

1940, un Vocabulario de los indios yurumangui y un extracto de

uno de los diarios del capitán español Lanchas de Estrada, que

encontró en el Archivo Nacional. Este pueblo habitó el territorio

bañado por los ríos, Yurumangui, Cajambre, Naya, San Vicente,

San Nicolás, El Palmar, y San Carlos, al occidente de los

farallones de Cali en la cordillera Occidental. Paul Rivet,

mediante estudio exhaustivo gramatical y de filología comparada

sobre vocabulario yurumangui del padre Chistobal Romero, llegó

a la conclusión de que su lengua estaba emparentada con la de los

Hoka de de California y celebró este hallazgo como el que arroja

las primeras luces entre el vínculo lingüístico entre Norte y

Suramérica. Según los indicios, nos encontramos frente a las

evidencias, ya de la inmigración a Suramérica de pueblos

30

procedentes del Norte, o bien, directamente de pueblos malayo –

polinesios (Sergio Elías Ortiz. Historia Extensa de Colombia.

Academia Colombiana de Historia. El Gráfico Editores Ltda.

Bogotá 1965. Pgs. 283 a 297).

10.3.0 LAS CULTURAS SUPERIORES

DE MESOAMÉRICA.

LOS MAYAS Y LOS NAHUAS

Las dos altas culturas más importantes de Mesoamérica son la

maya y la nahua. Están conectadas lingüísticamente con otro gran

grupo de tribus californianas, los Penuti, aunque esta relación sea

bastante lejana, pero, entre sí, contrastan muchísimo en cuanto a

raza, historia y cultura. Los mayas son más afines

lingüísticamente a los mixes y los zoques, los dos pueblos

principales del Istmo de Tehuantepec. Ocupan todavía, al

contrario de los pueblos mencionados hasta ahora, una región

unitaria y cerrada que abarca la mayor parte de Guatemala, toda la

península de Yucatán (políticamente mexicana), la Honduras

Británica y las partes limítrofes de los estados de Tabasco, y de

Chiapas al oeste de la República de Honduras al este. Sólo en la

parte norte de la costa del Golfo existe una tribu de mayas aislada:

Los huastecas, que viven en ambas riberas del río Pánuco y en la

parte oriental del Estado de San Luis de Potosí. Fueron separados

hace por lo menos un milenio o milenio y medio por tribus

extrañas que derrotaron o desplazaron a la antigua población

maya hacia la costa sur del Golfo. Los mayas se dividen en seis o

siete grupos que se distinguen solamente por sus dialectos, pero

son un pueblo muy homogéneo y no han cambiado su lugar de

habitación por dos y medio o tres milenios. Junto a los totonacas,

los mayas son los representantes en México del elemento racial

braquicéfalo y de pequeña estatura (Walter Krickeberg. Las

Antiguas Culturas Mexicanas. Fondo de Cultura Económica.

México 1961, P 37)

Los nahuas, cuya tribu principal eran los aztecas, inmigraron en

tiempos relativamente recientes. Sus rasgos raciales los relaciones

con pueblos dolicocéfalos de origen norteamericano. Desde el

31

punto de vista lingüístico, pertenecen a los uto – aztecas,

miembros de un grupo de pueblos que en parte (los shoshones, los

utes, los comanches y otros pueblos), permanecieron en

Norteamérica, donde viven hasta la fecha y cuya segunda y

tercera partes (los Pima, y las tribus tarahumara y cahita)

ocuparon la parte montañosa del noroeste de México, mientras

una cuarta parte que abarca a los nahuas, se extendió por Nayarit

y Jalisco hacia la Meseta central. Desde allí se extendieron hacia

la frontera de Tabasco. Pero aún mucho más al sur se encuentran

(o se encontraban), algunos fragmentos nahuas en medio de

pueblos de idiomas distintos. Esta “vanguardia” sureña de los

nahuas se designa, en su conjunto, con el término azteca de

pipiles, que significa tanto príncipes (es decir “clase gobernante”)

como “hijos” (o sea descendientes del pueblo principal del norte).

Emigraron a sus lejanas moradas en diversas etapas, pero

probablemente no antes de la segunda mitad del primer milenio

de nuestra Era. Las pequeñas diferencias encontradas en su lengua

con el conjunto restante, dan a entender una separación no muy

larga entre ellos (Idem. Ps. 37 y 38). La dispersión de la familia

lingüística uto – azteca se debe a una inmensa migración de

antiguos pueblos que abarcó un espacio de 30 grados de latitud,

desde el Lago Salado de Utha hasta el mar de Nicaragua y aún

más allá, hasta la laguna de Chiriquí en Panamá, en cuyos

alrededores se encontraba en el siglo XVI una pequeña colonia

nahua que probablemente fue desplazada hacia allá por los

españoles.

Entre las muchas fases de esa migración fue sin duda la que tuvo

mayor importancia desde el punto de vista histórico – cultural.

Los toltecas, con los cuales los pipiles parecen tener un una

relación mucho más estrecha, que con los nahuas más recientes,

se establecieron en la Meseta Central en el siglo VIII, se

extendieron en el siglo XII por el Golfo hacia el sureste y

formaron enclaves culturales entre los mayas de Yucatán y de la

altiplanicie de Guatemala, pero fueron absorbidos por los mayas,

dado su escaso número (de ese proceso se desprende la

constitución del Segundo Imperio Maya). Solamente los pipiles

del sur de Guatemala y del Salvador, perduran hasta nuestros días

32

y conservan en sus mitos y tradiciones muchas cosas importantes

de la religión azteca.

Llegados a este punto, en que tenemos una visión amplia, en

términos de lo que se conoce hoy, de las raíces y el entorno

sociocultural de las grandes culturas mesoamericanas, veamos, de

manera un poco sintética, las tradiciones y los logros de los

aztecas y de los mayas, que representan con los Incas de

Suramérica y los pueblos de su parte septentrional, lo que es hoy

Colombia, las más destacadas y encumbradas manifestaciones de

la cultura humana en América.

10.4.0 LOS AZTECAS

“La lengua azteca es hermosa, melodiosa y rica en formas; carece

de los sonidos guturales del maya y hace poco uso de los sonidos

explosivos, tan frecuentes en esta última lengua, producida por

cerrar los intersticios entre las cuerdas bucales al hablar. Su

gramática se caracteriza por una gran riqueza de formas verbales

y por la capacidad de crear conceptos abstractos. Se habla hasta la

fecha con pocas alteraciones en muchos lugares de la Meseta

central y los valles del sur; en el siglo XVI era, al lado del maya y

del quechua, la lengua inca, una de las pocas “lenguas literarias”

de la América antigua. Entre los muchos y valiosos monumentos

literarios aztecas, se encuentran algunos himnos a los dioses,

poemas épicos, obras históricas, proverbios y ejemplos de una

retórica floreciente, pero desgraciadamente no se han conservado

dramas que deben de haber existido antaño al igual que entre los

otros dos pueblos de alta cultura. Un último resto de los juegos

dramáticos, celebrados en épocas pasadas con ocasión de las

fiestas sagradas de Tenochtitlán y de Colula, se conservó hasta el

siglo pasado entre los nicaraos, la tribu nahua más meridional; es

una comedia llamada, debido a sus actores principales, los

Güegüenches, “La comedia de los viejitos” (huehuentzin en

azteca). Los nícaros eran una de las ramas de los pipiles y dieron

su nombre a Nicaragua; residían antaño en el Istmo entre el

Océano Pacífico y el Mar de Nicaragua” (Idem P 39).

33

La fundación de Tenochtitlán, la capital del Imperio Azteca es

objeto de gran número de leyendas, algunas de las cuales intentan

explicar el motivo de su nombre. Este deriva indudablemente al

igual que el nombre de tribu “Ttenochca”, del caudillo Tenoch,

que dirigió a los aztecas durante los primeros tiempos de

colonización de las islas que se ubicaban en el lago de Texcoco,

cuando éstas se encontraban aún bajo la dominación del príncipe

de Tlatelolco. Su significado es simplemente “lugar de Tenoch”.

Como el nombre puede traducirse también por “lugar donde el

nopal (nochtli) crece sobre la piedra (tetl)”, la leyenda cuenta que

dos sacerdotes llegaron a través de carrizales de la isla, en que

está situada, hasta un manantial de agua potable, en medio de un

lago de agua salada, que bien pudo ser motivo suficiente, para

fundar la Ciudad, junto al cual estaba una águila posada sobre una

roca, devorando una serpiente. Esto era una señal que el dios

tribal Huitzilopochtli exigía en este lugar la construcción de un

templo de culto como punto central de la futura ciudad; el signo

se convirtió en símbolo de la ciudad de México y es todavía hoy

el escudo del país entero. Pero en realidad fue secundaria la

relación entre el símbolo águila – serpiente – nopal y la leyenda

de la fundación. Aquel expresaba originalmente la concepción

cosmológica de que los sucesos del Universo se deben a la lucha

de elementos opuestos, pues el águila simboliza el sol y el cielo

diurno, mientras que la serpiente representa al zodíaco de los

mexicanos y el cielo nocturno (Idem. P 45)

En los relatos acerca de las grandes migraciones llevadas a cabo

por las tribus desde sus moradas originales para llegar a sus

regiones históricas, la primera parte es siempre puramente mítica.

Después de haber recorrido su camino las tribus, incluidos los

aztecas, llegan siempre a Tollan, el centro del Universo,

identificado con Tula, centro histórico del Imperio Tolteca. Y

reciben allí, aunque no siempre se relate expresamente, todos los

dones de la alta cultura. Antes habían sido chichimecas, es decir,

nómadas, cazadores vestidos de pieles y que asechaban las piezas

de caza con arcos y flechas. Apenas este momento se convierten

en pueblos de agricultores, establecidos en ciudades y portadores

de una cultura. Sólo a partir de Tollan pueden seguirse en el mapa

34

las migraciones de los pueblos nahuas. Los aztecas, para no

mencionar a otros, emprendieron su viaje desde Aztlán, Este

concepto se refiere a una proyección del lugar de residencia

histórico de los aztecas a una región lejana, y a un pasado

nebuloso. No es nunca un país cerca del mar o más allá del mar,

lo que hecha por tierra las especulaciones acerca de una relación

entre Azatlán y la Atlántida. Azatlán es una auténtica palabra

azteca, que significa “el país de color blanco”, es decir el país del

amanecer o de los tiempos primeros, del cual derivan su nombre

de aztecas, o sea “la gente de Aztlán”. Aztlán también es una isla

en medio de un lago rodeado de carrizos y cubierto de chinampas

(casas de madera y carrizos paradas dentro del agua en palafitos),

surcado de pescadores y cazadores de aves lacustres y en cuya

orilla se levanta el cerro de Colhuacan (“lugar de los netos –

sobrinos”, es decir de los que tienen antepasados). Los aztecas

usaban para sí solamente esta designación no como nombre de

tribu sino como entendimiento de su origen. Se llamaban a sí

mismos los mexica (mecitin, mexitin), por uno de sus héroes

tribales llamado Mexitli o Mecitli, quizás idéntico a su dios tribal

Huitzilopochtli, o también tenochca, según su caudillo más

antiguo Tenoch. El viaje fue emprendido, según una de sus

tradiciones, en fecha designada según la cronología europea, en el

año de 1168 y llegaron al valle de México desde el norte

estableciéndose en la ribera occidental del lago de Texcoco.

Según otro relato, se asentaron en 1256 en la roca porfídica,

regada por una fuente y rodeada por un bosque de ahuehuetes,

llamada Chapultepec. Esta roca desempeña un papel importante

en la historia más reciente de los aztecas, pues era una fuente de

agua potable, lugar sagrado, residencia veraniega de sus reyes y

sitio consagrado al culto de los muertos. En la prehistoria azteca

chapultepec fue escenario de sangrientas luchas. Las tribus nahuas

que residían en el valle de México antes de la llegada de los

aztecas sitiaron y desalojaron del cerro a los invasores que los

incomodaban con sus incursiones. Los aztecas, entonces una tribu

pequeña y débil, tuvieron que someterse al príncipe de Colhuacan,

quien ordenó se matara a su caudillo, pero huyeron en balsas de

carrizos (semejantes a las que se conocen en el lago de Titicaca en

Bolivia), y se refugiaron en algunas islas de la parte occidental del

35

lago de Texcoco. Allí fue fundada Tenochtitlán una pequeña

aldea de pescadores prófugos, según cálculos del Paul Kirchhoff,

aproximadamente en el año de 1370, transformándose en el

transcurso de unos cien a ciento cincuenta años en una pujante

metrópoli indígena, rebosante de altísimos templos, espléndidos

palacios gigantescos monumentos y grandes mercados, admirada

por el conquistador español como una ciudad de cuento de hadas,

solamente comparable a Venecia, la reina de los mares (Idem Ps.

42, 43, 44, 45).

Las excavaciones actuales prueban que allí existía ya, por lo

menos desde un siglo y medio antes de los aztecas, una colonia

humana: Tlatelolco, flanqueada después por dos lados por las

casas de Tenochtitlán. El nombre de esa colonia deriva de los

amontonamientos de tierra (tlatelli) que hacían habitable el lugar,

ya que se daban peligrosas inundaciones antes de su construcción.

Los príncipes de la ciudad se decían descendientes de la casa real

de los tepanecas, así como los príncipes aztecas de Colhuacan.

Para relacionar su patria original particular con la de los demás,

los aztecas situaban a veces el cerro de Colhuacan directamente

en la isla de Aztlán. Y parece que tuvieron el predominio político

durante la coexistencia de Tlatelolco y Tenochtitlán, hasta que

Tlatelolco perdió su independencia en 1473. Después fue

relativamente independiente como un barrio de ricos mercaderes,

y tuvo el mayor mercado y el templo más grandioso, lo que hace

pensar que originalmente superaba a Tenochtitlán también desde

el punto de vista de su cultura (Idem P 44).

10.5.0 LAS CULTURAS DE ZACATENCO

Y TICOMÁN

Si bien los comienzos de la cultura “arcaica” pueden remontarse

según los criterios de hoy día por medio del fechamiento del

carbono 14 al segundo o tercer milenio antes de Cristo. Hace

veinte años, Vaillant, por entonces su mayor conocedor, los

situaba más o menos en doscientos antes de Cristo y pensaba que

su duración no sobrepasó los nueve siglos. Los creadores de esta

cultura ya no pueden ser considerados primitivos, porque poseían

36

la mayoría de las características de una cultura superior. Eran

sedentarios, agricultores y disponían ya de varios recursos

técnicos, principalmente en el ramo de la alfarería y el tejido.

Poseían los gérmenes de una cultura que en menos de 1.500 años

llegarían a la cumbre de las culturas tolteca y azteca después de

pasar por la era teocrática. La arqueóloga norteamericana Zelia

Nuttall fue la primera en darse cuenta, ya a principios del siglo

XX, de la gran importancia de los restos arcaicos tenían para la

historia de las culturas mexicanas. Manuel Gamio pudo demostrar

en los años de 1911 y 1912, que la cultura arcaica había precedido

a la de Teotihuacán, anterior a la tolteca y a la azteca.. En San

Miguel Amantla, cerca de Azcapotzalco, descubrió una capa de

toba volcánica con restos tehotihuacanos, que descansaban sobre

piedras aluviales con fragmentos de vasijas de barro arcaicas. En

1939 el noruego Ola Apenes descubrió en Cimalhuacán en la

ribera opuesta del lago de Texcoco, un pueblo arcaico que había

permanecido bajo las aguas por lo menos un milenio y medio.

Pero la sistemática investigación de la cultura arcaica se debe a

las amplias excavaciones hechas por Vaillant, entre 1928 y l932,

las cuales lo llevaron a la conclusión de que esta cultura no

formaba un complejo único e indivisible, sino que consistía en

dos culturas diversas que se sucedieron una a otra. Vaillant las

bautizó según dos centros de hallazgos en la antigua ribera norte

del lago de Texcoco: La cultura de Zacatenco y la cultura de

Ticomán (Idem P. 346).

La mayor parte del legado cultural de los pueblos mexicanos en la

época arcaica consiste en su cerámica y en sus figuras de barro.

Numerosos hallazgos al norte de Ticomán, permitieron a Vaillant

Esos hallazgos fueron hechos en numerosos montículos de

fragmentos. La altura de los montículos probó que la primera

había durado el doble de la segunda y el estilo enteramente

distinto de los productos de la segunda hizo pensar que se trataba

de dos pueblos distintos, el primero que fue desplazado por el

segundo de sus aldeas en Zacatenco. Los esqueletos encontrados

en estos sitios mostraron también que los nuevos habitantes

provocaron ligeras alteraciones en el tipo físico de sus habitantes,

pero es casi seguro que las condiciones materiales de vida de las

37

dos épocas arcaicas no se distinguían notoriamente unas de otras

(Idem P 348).

Las “vasijas de barro” de la cultura de Zacateco tiene fondos

redondeados, bocas anchas, y un cuello que apenas se insinúa.

Existen algunas de de color negro con sencillos adornos

geométricos rasgados, y otras rojas con pintura blanca y blanca

con pintura roja. Estas últimas predominaron en un comienzo

pero luego fueron desplazadas por vasijas negras mejor

elaboradas. La cultura de Ticomán se caracteriza por recipientes

de color pardo amarillento con diseños triangulares y escalonados

de color rojo cuyos contornos se rasgaban y repasaban con

blanco. Esta es la primera cerámica policromada en suelo

mexicano. Se caracteriza también por los primeros platos de tres

patas huecas, que constituyen en todas las épocas siguientes una

de las formas principales de la antigua cerámica mexicana. La

cultura posterior es sin duda superior a la primera, en lo que se

refiere a la cerámica de vasijas, pero no por lo que toca a la

“escultura de barro”, cuyos productos se modelaban en tiempos

arcaicos a mano. (Idem P 348).

Las “figurillas” de Zacateco se distinguen por una asombrosa

variedad de tipos y un realismo que la plástica de barro de la

Meseta central no alcanzaría nunca más. Estas figurillas son

fuertemente expresivas, no obstante la poca habilidad y hasta el

infantilismo en la representación plástica de la imagen humana, lo

que puede verse en la terminación de los miembros en forma de

muñón, en el grosor de los muslos, y en la representación de los

rasgos faciales, de los tocados (a menudo muy artísticos) y de los

adornos, para los que se servían frecuentemente de bolitas o tiritas

pegadas o de incisiones en el barro. Este temprano arte expresa un

auténtico sentido plástico y no una mera imitación de formas

consagradas, como pocas veces lo volveremos a encontrar en las

obras posteriores del arte mexicano, a pesar de su perfección,

porque el carácter sacro de estas últimas crea una distancia entre

ellas y el espectador que la sencilla frescura y naturalidad del

artista de la era arcaica pudo salvar felizmente. Los detalles del

rostro ya no se adherían a la figura en tiempos posteriores, sino

38

que se trabajaban en la misma masa de barro con gran cuidado.

Las redondeces de las figuras se hicieron más flexibles y la

representación de los ojos que antes parecían granos de café

pegados en la cara ganó mucho en naturalidad al añadirse a las

dos rayas laterales una incisión en el medio. La representación del

cuerpo y de los miembros permaneció tan primitiva como antes.

Hay, sin embargo cierto grupo de figurillas de Ticomán, en que el

artista expresa elocuentemente no solo en los rasgos faciales, sino

en la actitud de los cuerpos, un sentido del humor, y un goce de lo

grotesco, que se encuentran muy rara vez en los pueblos

primitivos. (Idem. P. 349).

Todos estos tipos llegan a la cúspide con la “cerámica de

Tlatilco”. Se parece a la plástica paleolítica europea en que se

tenía predilección por las figuras de mujeres, representadas con

abundantes carnes, con los senos redondos y anchas posaderas. Al

lado de estas surgió el tipo más esbelto de la “mujer bonita” con

su artístico peinado, el de la madre sentada con un niño en el

regazo o con un perrito a cuestas, y el de la seductora bailarina

que lleva una faldita corta o un curioso pantalón que le cubre los

muslos, representada con los brazos extendidos o levantados”.

Las figurillas masculinas tienen a veces una pequeña barba y

están más vestidas que las femeninas. En algunos casos hay

jugadores de pelota con guantes, y rodilleras, tal como los

llevarían todavía en tiempos aztecas. Las figurillas presentan un

adelanto técnico posteriormente, porque están a menudo pintadas

y bien pulidas. En la época de Ticomán posiblemente por

influencia de la cultura olmeca, ya por entonces muy desarrollada,

se crearon figuras huecas y recipientes de mayor tamaño con

formas humanas y rostros, pero sobre todo con forma de patos,

perros, pecarís, peces y sapos. Las sonajas, flautas y ocarinas de

barro demuestran que en estos tempranos tiempos ya se practicaba

la música junto con la danza y los juegos”.(Idem . P 349).

No se encuentran en la plástica de barro arcaica figuras de dioses

o de demonios. Es un arte demasiado individualista y realista para

prestarse a ese tipo de interpretaciones. No son, sin embargo,

solamente muñecos. Se han encontrado al lado de esqueletos de

39

adultos. Muchos de ellos parecen representar, como ocurre en el

Perú en la cultura Chimú, de tiempos preincaicos, las figuras de

los deudos, esposas, criados y animales domésticos de un difunto.

Solamente a finales del arcaico aparecer la figura de un “dios”,

hecha de barro y de piedra. Ese dios fue adoptado más tarde por la

cultura teotihuacana. Algunos arqueólogos creen que también las

figurillas desnudas de exuberantes mujeres eran diosas o

demonios de la fertilidad, enterradas en los campos para asegurar

buenas cosechas (Idem. P. 350).

El primer templo fue construido en esta última época. Se trata de

la pirámide de Cuicuilco, cubierta en su tercio inferior por la lava

del volcán Pedregal. El edificio, casi circular, tenía probablemente

cuatro cuerpos y veinte metros de alto con un diámetro original de

135 metros. Hoy mide unos ocho a doce metros menos porque el

recubrimiento exterior ha sido destrozado, en su mayor parte, por

los difíciles trabajos de remoción de la lava con dinamita. Fue

erigida poco a poco con barro aplanado y capas concéntricas, y

rodeado en su base con piedras empotradas en el suelo para evitar

el deslizamiento de las masas de arcilla. La pirámide estaba

recubierta con piedras sin labrar y sin mortero y tenía una tosca

escalinata a su lado oriental y en el lado occidental una rampa que

conducía a la plataforma. Se encontraba allí un altar de forma

rectangular que fue creciendo con el tiempo por diversas

superposiciones (Idem. P. 350).

Las dos culturas arcaicas del valle de México, La de Zacatenco y

la de Ticomán, parecen tener orígenes diferentes. La primera

provenía probablemente del occidente de México, y parece que no

se extendió más allá de la Meseta central. Se encontró una

cerámica parecida a la de esta cultura más allá de los Altos de

Toluca y del Estado de Michoacán, hasta los Estados de Colima,

Jalisco y Nayarit. La segunda, por el contrario, presenta evidentes

relaciones con Puebla, las costas del Golfo y con las regiones de

la ladera sur de la Meseta central. En estas regiones pareció que

estas culturas estuvieron floreciendo simultáneamente. García

Payón supone que los principios de esta cultura arcaica oriental se

sitúan, al igual que la cultura de Teotihuacán en las costas del

40

Golfo, habiéndose extendido en tiempos tempranos al valle de

México, donde participó en la formación del arcaico antiguo, el

cual consiste, según esta hipótesis, en la mezcla de elementos

atlánticos y pacíficos, conservándose, en forma pura, en la costa

del Golfo. En tanto que el fin de la cultura de Zacatenco se puede

explicar por un cambio de la población en el valle de México, no

se ha podido dilucidar el problema de la posible relación que

guarda la cultura de Ticomán con la de “Teotihuacán”. Sin

embargo, los hallazgos efectuados en el núcleo de la Pirámide del

Sol, de Teotihuacán, la más antigua construcción monumental en

esta gran metrópoli de la cultura teocrática en la altiplanicie de

México, corresponden al período de transición de ambas culturas.

Dichos hallazgos fueron considerados por un tiempo como

muestras de una relación incuestionable con la cultura arcaica.

Pero la duda permanece, ya que Eduardo Noguera pudo observar

en ellos, después de un atento estudio, algunas diferencias

fundamentales en el interior de la Pirámide del Sol. Entre estas

diferencias están la ausencia de orejeras cilíndricas de barro, tan

características de la cultura de Ticomán, y la pintura de los

fragmentos de cerámica encontrados, que se parecen mucho más a

la pintura de la cerámica tarasca que a las últimas fases de la

cultura arcaica de Ticumán. Por otra parte, se descubrieron en

Chimalhuacán, representante de la cultura arcaica posterior, los

restos de una cerámica más parecida a la cerámica de Teotihuacán

que la de todos los otros centros arqueológicos arcaicos. Armillas

considera los restos del interior de la Pirámide del Sol y los de

Chimalhuacán como una forma local de la cultura arcaica o como

eslabón entre la cultura arcaica más reciente y la teotihuacana más

antigua. Los comienzos de Teotihuacán se remontan en todo caso,

a un período durante el cual existía aún la cultura arcaica en el sur

del valle de México y alrededor de Cuernavaca. (Idem. P. 352).

Ordinariamente, los pueblos antiguos de los Estados de

Michoacán, Guanajuato, Colima, Jalisco, y Nayarit, son reunidos

por los antropólogos bajo el concepto global de pueblos de la

región occidental de México. La mayoría de ellos opinan hoy que

una importante rama de la cultura arcaica tuvo su raíz en este

suelo y que subsistió, por lo menos hasta el florecimiento de la

41

cultura de Teotihuacán, como un arcaico evolucionado, para crear

a la postre en la era tolteca, chichimeca y azteca - en parte bajo la

influencia de los pueblos nahuas – una cultura extrañamente

compuesta de elementos a la vez muy antiguos y muy

evolucionados, nativos y extranjeros, y cuyos portadores eran los

tarascos. Estos se defendieron tenazmente y victoriosamente

contra sus enemigos, los aztecas, con los que sostuvieron

sangrientas batallas en los Altos de Toluca, y sucumbieron

solamente ante la brutalidad sin par de Nuño de Guzmán, aquel

“tigre entre los conquistadores, que tampoco pecaban de mansos”,

como lo llamó Friederici. (Idem . P 353).

El arqueólogo mexicano Eduardo Noguera descubrió en 1938 en

la región noroccidente del Estado de Michoacán, a pocos

kilómetros del pueblo de Jacona y cerca de la aldea de El Opeño

unas tumbas cavadas a 1.10 metros de profundidad en tepetate

(piedra sedimentaria). Un estrecho pasillo con unos cuantos

escalones llevaba de la superficie de la tierra hasta la pequeña

cripta, cuya entrada estaba clausurada con una gran lápida, y en

cuyas paredes norte y sur los esqueletos estaban colocados

encogidos o extendidos, sobre unas bancas bajas también labradas

en la roca. Se ve que tales cuevas mortuorias fueron rellenadas de

tierra después de los funerales. Este hallazgo comprobó que en

una región de Michoacán había dominado la misma cultura de

Zacatenco, ya que las figurillas de barro que acompañaban a los

difuntos eran muy parecidas a las de Zacatenco. Se evidencia al

mismo tiempo que el arcaico había llegado a un desarrollo

superior al alcanzado por la misma cultura del valle de México,

como se ve por la construcción de las tumbas, y por la existencia

de algunos objetos que faltan en la otra: Orejeras de jade, una

figurilla de piedra verde de indudable estilo olmeca y un

instrumento en forma de hoz con una figurilla de serpiente

grabada en su superficie, único ejemplar encontrado hasta

entonces en México (Idem. P 353).

10.6.0 LAS CULTURAS DE COLIMA Y NAYARIT

42

Los documentos escritos no suministran casi ninguna información

sobre la historia de esta parte de México. El Estado de Jalisco

estaba ocupado por los tarascos solamente en su parte oriental, y

Colima era en esta época una de las regiones tributarias de los

aztecas. Originalmente existieron en esta región algunos Estados

independientes: Colima, que comprendía las tierras cerca de Autln

y de Sayula que hoy forman parte de Jalisco, y Nayarit con el

resto de Jalisco, cuyo nombre deriva de la palabra azteca Xalisco

(“A la vista de la arena”, es decir, de la costa) y que designaba, no

una región sino un pueblo al sur de la ciudad de Tepic en el

Estado de Nayarit. Como esta región costera sigue siendo

habitada lo mismo que la parte montañosa, por tribus nahuas de

idioma y costumbres antiguos, como son los cortas y los

picholees, y como ni en los nombres de los pueblos y lugares

ninguno indica una familia lingüística diferente, es casi seguro

que la población antigua se componía solamente de nahuas (Idem.

P. 354).

Solo ha sido posible conocer su cultura, de la cual las fuentes

históricas no dicen nada, gracias a una cantidad inagotable de

restos materiales, sobre todo de recipientes, y figuras de barro,

que como fuente histórico – cultural desempeña un papel similar

al de la cerámica del antiguo Perú. Además de éstas, conservadas

en gran cantidad y que se pueden encontrar en diversos museos y

colecciones privadas, se conocen de esta región costeña unos

metates que se distinguen de los metates aztecas por la ausencia

de patas; cabezas de mazos, hachas de piedra, en forma de

Estrella Matutina, parecidas a las del antiguo Perú; y algunas

herramientas de cobre de forma extraña, por ejemplo unas hojas

de azada, objetos que muy rara vez o nunca se encuentran en el

resto de México (Idem. P 354)

En cambio, no parecen haber existido construcciones y esculturas

de piedra en Colima, Jalisco y Nayarit y se desconocen en gran

medida las circunstancias en que fueron hallados los ejemplares

de cerámica. Lo cierto es que formaban parte de las ofrendas

mortuorias, de manera que representan los rasgos del difunto o

todo aquello que lo había rodeado en vida y que no debía faltarle

43

en el más allá: Sus esposas, criados y esclavos. También hay

copias de instrumentos y edificios, vasijas en forma de calabaza

sostenidas por tres figurillas humanas o animales, y con formas

totalmente abstractas, casi surealistas. Faltan en esta cerámica

igual que en la arcaica, imágenes de dioses o de demonios. La

disposición de las tumbas allí encontradas es fundamentalmente la

misma de El Opeño y se parecen mucho a las tumbas subterráneas

de la antigua población de Caucatales en Colombia. La mayoría

de las grandes figuras huecas de barro no son simples esculturas.

Sirven al mismo tiempo como recipientes, así como en el antiguo

Perú. Lo que eleva las grandes figuras huecas de barro por encima

de la plástica arcaica es la capacidad del artista de expresar

distintos estados de ánimo: La alegría, y el goce, pero también el

asombro, el miedo, y el desagrado (Idem. P 356).

La importancia histórico – cultural de esta cerámica del occidente

de México no es menor que su importancia artística. Después de

un cuidadoso estudio del rico material expuesto en la ciudad de

México en el año de 1946, que comprendía la colección del pintor

Diego Rivera, y las de otros amantes del arte, Paul Kirchhoff

concluyó que estas figuras de barro representan tres tipos

antropológicos principales de la antigua población del occidente

de México, de los cuales dos tipos de culturas habían residido en

el sur de Nayarit y del vecino Estado de Jalisco, y el tercero en

Colima (Idem P 356).

La expansión de estos tipos humanos corresponde más o menos a

la extensión de los dos pequeños Estados mencionados, pero hay

que recordar que uno de los tres tipos representa una capa más

antigua que se había expandido por toda la región. Este tipo fue

sometido posteriormente por otras tribus y rebajado a una

condición servil. Un residuo de este estrato de población parece

haber sobrevivido en la costa meridional vecina del Estado de

Colima. Algunos testimonios españoles afirman que había allí una

tribu cuyos miembros andaban enteramente desnudos. La

desnudez es una de las características de aquel tipo de figuras. El

que esta gente era considerada como socialmente inferior por la

población de Colima, y utilizada para los menesteres más

44

humildes, se expresa en la cerámica de Colima en que los

cargadores y portadores de andas, pero también ciertas categorías

de guerreros, y de músicos, se representaban siempre desnudos.

Otras particularidades etnográficas de este mismo tipo son sus

artísticos peinados, el tatuaje o la pintura facial (las mujeres se

adornaban de la misma manera desde el vientre hasta las rodillas),

el uso de pequeños banquitos de cuatro patas, escudos

rectangulares que a veces cubren todo el cuerpo, y cortos mazos

con o sin mango de piedra. Todos son objetos, que resultan

elementos extraños en suelo mexicano, y no son necesariamente

característicos de una cultura poco desarrollada. Las figuritas del

segundo tipo llevan ya ciertas prendas de vestir: Un taparrabo

muy ancho, parecido a un calzón, una corta camisa que a veces no

llega ni al ombligo y un manto amarrado por encima de un

hombro con una cuerda que pasa por debajo del otro hombro de

manera que cubra solamente un lado del cuerpo. La mayoría de

las mujeres del segundo tipo llevan faldas, a veces también

taparrabos y en ocasiones unos mantos que les cubren los

hombros. Toda la ropa está ornamentada con diseños

multicolores, lo que demuestra un alto desarrollo del arte de tejer

(Idem. P 358).

A estos dos grupos de población, que parecen haber convivido en

paz en el sur del Estado de Nayarit, se añade el tercer tipo

mencionado arriba, altamente civilizado que prevaleció en el

Estado de Colima. Aquí la indumentaria masculina está

plenamente desarrollada y expresa diferentes rangos sociales y de

clase. Las narigueras son raras pero, en cambio, las orejeras

consisten en grandes discos. Los guerreros van provistos de

rígidas pecheras, yelmos, mazos, y hondas, lo que hace pensar

que el arte militar había llegado a un alto desarrollo. Las figuras

que “descansan” dignamente en sillones con respaldo o en

angarillas con baldaquín hablan de la existencia de una sociedad

privilegiada. Las figurillas de jorobados (quizás esclavos de la

Corte), los acróbatas, mujeres con niños en los brazos y apoyados

en la cadera y las figurillas de animales, son otros temas del arte.

Muchos pequeños grupos de figuras describen escenas de la vida

social, y religiosa (Idem P. 358 y 359).

45

Lo curioso es que esta zona cultural del pacífico es

ostensiblemente diferente de las demás regiones del antiguo

México y sus paralelos no se encuentran, con frecuencia, en

Mesoamérica sino en América del Sur, en los Andes de Colombia

y en el Perú. La transformación y la subsiguiente evolución del

arcaico en la parte occidental de México parecen deberse pues a

“influencias extranjeras (Idem P 359).

La antigüedad de la cerámica de Colima y Nayarit no puede

determinarse más que de manera aproximada., porque no se han

hecho suficientes excavaciones. Algunos arqueólogos opinan que

es de la época del florecimiento de la “cultura teotihuacana”, lo

que no parece probable por existir ya la elaboración de metales

para hacer herramientas y objetos de adorno. La cultura de

Teotihuacán no dejó huellas, por lo que se sabe, en estas lejanas

regiones costeras. En Jiquilpán cerca de la frontera con Jalisco, se

encontraron vasijas de barro cuyos diseños estaban raspados y

rellenos de pintura, parecidos a los de Teotihuacán en sus motivos

(procesiones de sacerdotes o de guerreros), y en Huetamo, cerca

de la frontera con Guerrero, se hallaron unas figuras de arcilla de

mujeres excelentemente modeladas, similares a las

representaciones humanas de Tehotihuacán. Esto hallazgos parece

que tienen muy poco que ver con los tarascos, ya que no tuvieron,

como se dijo atrás, en su cultura, una época teocrática. Y se sabe

que las influencias desde la parte oriental de la Meseta Central de

México solo empezaron a dejarse sentir desde el año 1200

después de Cristo (Idem P 359).

10.7.0 EL PUEBLO TARASCO

No se conoce con precisión el origen del pueblo tarasco. Sin

embargo un “lienzo”, hallado en Jucutácatro, pueblo tarasco,

describe en unos dibujos acompañados de caracteres aztecas,

cómo una tribu de toltecas inmigra desde su patria mítica allende

el mar, en la región de Michoacán y cómo se establece en

Xiuhquillan (Tzitzupuan en tarasco), “El lugar del índigo”. Esta

46

gente se dedica a metalurgia y se extiende después por el distrito

de las minas de cobre en la región del río Balsas, en la frontera sur

del país tarasco. Aunque parece poco probable que quienes

llegaron al Estado de Michoacán fueran realmente trabajadores

del cobre, pues este arte es mucho más antiguo y había alcanzado

muy superior al de los inmigrantes, parece no haber dudas, en que

un grupo de nahuas llegó a la región michoacana durante la época

tolteca o chichimeca. Su idioma parece ser un caso

completamente aislado. Su tradición menciona como su patria

original el pueblo de Zacapu (Tzácapu) dentro del propio Estado

de Michoacán. Un lago volcánico, en el cráter de una montaña

ubicado allí, mantenía excitada la imaginación y los recuerdos de

sus habitantes. Pero según los aztecas, no obstante su idioma

extranjero, provenían con los nahuas de la misma patria original

de las demás tribus. Varios rasgos chichimecas de su cultura, que

conservaron hasta los últimos días de su independencia, parecen

señalar que en un principio habían sido cazadores (Idem P. 360).

Los aztecas llaman al pueblo tarasco “michaque” (gente que tiene

pescado”) El lago de Pátzcuaro, donde fundaron su capital,

Ttzintzun tzan (“lugar de los colibríes”), era y es un paraíso para

los pescadores tarascos, de donde derivaban entonces parte de su

sustento, dejando en segundo plano de importancia la agricultura

que les brindaba sus alimentos básicos. Allí, en sus riberas e islas,

construyeron los tarascos más de veinte poblados (Idem P 360).

Lo que sabemos acerca de la “cultura tarasca” de los últimos

tiempos prehispánicos se deriva de la “Relación de Mechuacan”

(por desgracia incompleta), cuyos dibujos permiten dar, no

obstante su poco hábil ejecución, una ojeada sobre los usos y

costumbres de la región michoacana, en ocasiones muy distintas

de las costumbres de los aztecas.. Esa historia proviene de un

monje franciscano, a quien Antonio de Mendoza, primer virrey de

la nueva colonia, encargó que escribiera la historia de este pueblo,

más o menos en el año de 1550. Esta se basa en informes

aborígenes dignos de crédito, pues era una costumbre entre los

tarascos que el gran sacerdote relatara en una fiesta anual toda la

47

historia del país a los caudillos de las aldeas y provincias para

mantenerla viva en la memoria de sus habitantes. La historia

comienza con la fundación de la Ciudad de Pátzcuaro por

Tariácuri, el primer rey legendario de los tarascos, quien unió las

tribus tarascas rivales que habitaban la región del lago de

Pátzcuaro en una liga tripartita con las capitales Tzintzuntzan,

Ihuatzio y Pátzcuaro. La liga llegó a su apogeo bajo el reinado del

sobrino nieto del primer rey, Tzitzi Phandácuare, quien ya

gobernaba sólo y luchó, con éxito contra los aztecas, extendiendo

su imperio hasta las fronteras de Colima. Sin embargo, el Imperio

tarasco que durante un tiempo pudo rivalizar, de igual a igual con

el Imperio azteca, decayó bajo el reinado de su hijo Tangaxoan

Tzintzicha. Designado éste en los relatos de aquel tiempo con el

nombre azteca de “Caltzontzin” o “Cazonci”, que parece

significar “Sandalia rota” (caczoltzin), ya que, según la

costumbre, compareció en Ciudad de México ante Hernán Cortés

vestido de harapos, en señal de sumisión, acabó en 1552 sus días

en la pira, condenado por Nuño de Guzmán a pesar de haberse

convertido al cristianismo. Este aspiraba al tesoro de los tarascos,

pero no le pudo ser entregado, ya que había sido robado años atrás

por Cristóbal Olid, uno de los oficiales del ejército de Cortés,

quien despojó de la tesorería de Ihuatzio a los tarascos, dejando

solamente un insignificante residuo (Idem Ps 360 y 361).

Nicolás León y Eduard Seler escriben amplios comentarios sobre

aquel valioso documento. Entre otros informes, dice que los

tarascos no se denominaban a sí mismos de tal manera. La

designación surge apenas en tiempo de los españoles y se debe

(según Eduard Seler) a un equívoco, porque la expresión

“tarascue” significa en el idioma de los nativos “mi cuñado”, y se

emplea para dirigirse a los españoles, porque éstos se casaban con

mujeres tarascas en los primeros tiempos de la Conquista (Idem P

361).

Según los mismos autores, los tarascos se distinguían en su traje

de los demás habitantes del altiplano, en que en vez de taparrabo

llevaban una larga camisa sin mangas que llevaban hasta las

rodillas. Su costumbre de raparse completamente la cabeza

48

practicada por hombres y mujeres, les daba un aspecto extraño.

De aquí que los aztecas los llamaran también "cuaochpanme”, es

decir, “gente que se barre la cabeza” Como se depilaban el

cuerpo, se ven entre los tarascos, por primera vez pinzas de metal

(de oro entre los sacerdotes), utensilio desconocido en el resto de

México, pero de uso generalizado en el antiguo Perú. Sus adornos

labiales y orejeras eran mayores y más artísticos que entre los

demás pueblos mexicanos y practicaban en mayor grado la

mutilación de los colmillos por incisión. Los tarascos vivían en

una región boscosa, por lo que la madera desempeñaba entre ellos

una función más valiosa que la piedra y los adobes. Vivían en

“juncales”, o sea en casas con paredes de madera y techos de paja.

Por lo general las moradas de los nobles y los templos tampoco

eran de piedra y la gran fortificación erigida por los tarascos en la

frontera de su país, en los altos de Toluca, para protegerse de los

aztecas era un baluarte de troncos de encino, dos veces más alto

que un hombre, empotrados en el suelo. Por eso se llamaba

Tlaximaloyan (“En donde se corta la madera” entre los aztecas, de

donde deriva el actual nombre del lugar, Tajimaroa Este baluarte

era sólo una de las guarniciones fortificadas que rodeaban la

región tarasca en el norte, este y sur para protegerla del ataque de

los chichimecas, otomíes y aztecas. Esas guarniciones formaban

una gran cadena que corría paralela a los actuales límites del

Estado de Michoacán, frente a una serie de fortificaciones aztecas

(Idem. P 362).

En el valle del río Balsas, cuyo río trataron de cruzar los tarascos,

apenas en la última época de su independencia, para llegar hasta

la costa del Pacífico, los aztecas construyeron, cerca del pueblo de

Oztuma, en el norte del Estado de Guerrero, un poderoso fuerte

con el fin de asegurar su dominio de la región de los chontales,

rica en algodón y cacao. Este fuerte existe en nuestros días y se

encuentra en la cima de una montaña. Su entrada está protegida

en un extremo, por un ancho y profundo foso y un fuerte parapeto

y en el otro extremo se yergue amenazador un segundo fuerte

rodeado por un muro triangular. Estos medios de defensa dan

testimonio de cuán temidos eran los tarascos, por los aztecas, a

pesar de su armamento inferior. Estos no poseían un arma tan

49

eficaz como la espada de obsidiana de los aztecas. Usaban unos

mazos de madera con empuñadura esférica, tal como existían en

fechas recientes en la parte noroccidental de México (Idem P.

363).

Si bien Michoacán no tiene la riqueza en edificios y esculturas

que poseen las demás provincias culturales de México, abunda, en

cambio, en magníficas “obras de artesanía”. Sahagún llama a los

tarascos “verdaderos toltecas” (o sea artistas) y alaba a los

hombres como grandes expertos en los trabajos de pluma,

carpintería, talla de madera, pintura y labrado de piedra. Y a las

mujeres, como diestras en toda clase de tejidos y labores de aguja.

Ciertos hallazgos probaron la evidencia de tales afirmaciones,

pero fueron las excavaciones más recientes, que muestran la

riqueza material y las aptitudes de los artesanos tarascos en la

época de apogeo de su cultura. Un gran testimonio, si no el mejor

hasta ahora, está en el descubrimiento de dos tumbas intactas de

los criados y esposas de un príncipe tarasco, al pie de una de las

cinco pirámides del templo principal de Tzintzuntzan. En la

tumba de los criados, que contenía cinco esqueletos, se

encontraron adornos labiales y orejeras cilíndricas de obsidiana

que sobrepasan, junto con los grandes espejos y las máscaras del

mismo material volcánico duro y quebradizo conocido desde

hacía mucho tiempo, todas las antiguas obras mexicanas hechas

de la misma piedra. Las orejeras tienen la forma de anillos de

servilletas, sus paredes son de una delgadez de papel y los

adornos labiales, parecidos en su forma a los de los aztecas, tienen

en su frente finísimas incrustaciones de pequeñas placas de oro y

turquesa. La tumba masculina contenía, además, una asombrosa

cantidad de objetos metálicos: Pinzas de plata para depilarse,

anillos de alambre de oro adornados con turquezas, cascabeles de

cobre dorado que colgaban de los trajes, brazaletes de cobre

laminado, anzuelos y un hacha de cobre fundido, en la que se

conservaba una parte del mango de madera. La tumba de las

mujeres en la que había nueve esqueletos, contenía otros

instrumentos del mismo metal: agujas para coser, alfileres de

cabeza con cascabeles en un extremo y barritas que terminaban en

cabezas de serpiente (Idem P 363).

50

El alto desarrollo de la industria de la obsidiana no puede extrañar

en una región tan volcánica como el Estado de Michoacán. Pero

el hecho de que los tarascos trabajaran también el “cobre” en

mayor cantidad y con mayor maestría que todas las demás tribus

mexicanas, incluidos los zapotecas, se explica, no solo por los

grandes yacimientos de ese metal, sino porque la desembocadura

del río Balsas, frontera meridional de la región tarasca había sido

antiguamente una puerta abierta a las influencias de Suramérica.

No obstante, las formas de sus utensilios de cobre muestran la

independencia de los tarascos de cualquier influencia extranjera.

Hay, por ejemplo, lunas crecientes de cobre dorado, usadas como

pectorales con su lado cóncavo hacia abajo, y cascabeles en forma

de tortuga en filigranas de alambre de soldado, cosas que no

existen en Suramérica ni en las demás culturas de México. Es

probable que los trabajos en oro hubieran tenido la originalidad

que podría suponerse. Había una increíble cantidad en el tesoro

público tarasco cuando Cristóbal de Olid apareció en Michoacán,

pero muy pocos objetos se salvaron del crisol de los españoles

(Idem. P.364).

Una tercera rama de las artesanías, además de la obsidiana y la

metalurgia, es el arte del “mosaico de plumas”. La iglesia católica

encargaba a los tarascos, aún mucho tiempo después de la

Conquista, la fabricación de utensilios de altar, imágenes de

santos y ornamentos sacerdotales enriquecidos con mosaicos de

plumas. Algunos ejemplares extraordinarios de este arte indígena

con vestidura cristiana pudieron conservarse afortunadamente en

las ciudades de México, Madrid, Florencia y Berlín (Idem. P

364).

10.7.1 LA CERÁMICA TARASCA

La “cerámica” tarasca, durante mucho tiempo descuidada por los

arqueólogos, despertó su interés hace poco cuando excavaciones

emprendidas en Cupícuro, a orillas del río Lerma en el Estado de

Guanajuato, y en Tzintzuntzan, permitieron el descubrimiento de

numerosas vasijas de barro, que pueden compararse en cuanto a

51

forma y decoración, con los mejores productos de la alfarería

mixteca y nahua. El mayor encanto de la cerámica tarasca

consiste en su pintura policroma, en el brillo de sus colores, en la

severa belleza de sus formas y en sus ornamentos generalmente

abstractos. En los recipientes de Chupicuaro, la arcilla es de un

grano un poco menos fino y el colorido un poco más primitivo.

Sus formas, entre las cuales están las vasijas con “asas de estribo”

y con rostros humanos en relieve, muy raras en México pero

frecuentes en el antiguo Perú, y sus diseños geométricos,

muestran que los antiguos alfareros seguían sus propios caminos,

libres de toda convención y con casi total independencia de los

demás pueblos mexicanos, salvo de los alfareros de Colima,

puesto que se encontraron en Chupícuaro los mismos grandes

recipientes de barro en forma humana como los fabricados en

aquella región. La cerámica llega a su cúspide con los recipientes

de barro encontrados en Tintzuntzan. Sus paredes son muy

delgadas, y su pintura en rojo, blanco y rojo es prueba de un gusto

cultivado. Se encuentran a menudo platos trípodes, y también los

frágiles tazones adornados con motivos de aves estilizadas que

descansan en tres pequeñas patas (Idem. P365).

Los alfareros de Chupícuaro y Tzintzuntzan empleaban la

“pintura en negativo”, tan frecuente entre los tarascos, en la que

los diseños se aplicaban en el barro con cera líquida, tal como se

hace en el batik. La cera se derretía mediante agua caliente

después de haber recubierto toda la vasija de un color oscuro, de

manera que los diseños se destacan en color claro sobre fondo

oscuro. Esta técnica provenía probablemente del sur de

Mesoamérica o del noroccidente de Suramérica. Tuvo que ser

importada desde tiempos muy antiguos, puesto que en el valle de

México hay ejemplos, aunque esporádicos, de esta cerámica en

las culturas de Ticomán y Teotihuacán. Los Estados de Jalisco y

Michoacán constituyen, verdaderamente, su principal región de

dispersión. Dentro de las piezas de uso común, elaboradas en

barro, que deben mencionarse, tenemos también las pipas para

fumar tabaco que tenían entre los tarascos una forma angulosa

parecida a la de las pipas del este de Norteamérica (Idem P. 366).

52

.El desarrollo de todas las técnicas de la artesanía tiene un rasgo

característico en todas las culturas de México en su época más

reciente: Son más la expresión de la alegría de vivir y la

satisfacción de una necesidad personal de adornarse, y menos la

expresión de un culto religioso. Ello coincide con el despliegue de

pompa de una poderosa “monarquía”. ((Idem P. 366).

El Imperio tarasco, igual que el azteca, derivan de la alianza de

diversas tribus hasta culminar en la formación de un Estado

unitario. La dignidad real se reconocía exteriormente por una

cinta frontal, no de piel, como en la gente común, ni de algodón,

como en los sacerdotes, sino hecha con las hojas de determinada

hierba, y era heredada del padre, al hijo y al nieto, generalmente

durante la vida del padre, quien se retiraba inmediatamente

después de la elección del sucesor. El rey era, no sólo la máxima

autoridad terrena o profana, sino la máxima autoridad religiosa

del Estado, puesto que el ídolo del dios principal “Curicáueri”

(gran quemador”), estaba a su cuidado personal y puesto que se

ocupaba de los más importantes actos del culto, entre los cuales

contaba el de ser el juez supremo. El rey disponía de

lugartenientes o de ayudantes para la administración del Estado,

la dirección de la Guerra, la jurisdicción y el culto de los dioses

(que correspondían más o menos al Cihuacóatl y al Tlacatéccatl

de los aztecas). Había, además, gobernadores de provincia,

caciques aldeanos y un enorme séquito de cortesanos de todas

clases. Esta forma de administración fue importada tardíamente

como imitación del gobierno de los Estados nahuas de la Meseta

central. Cada expedición guerrera era precedida de ritos mágicos

en que se aniquilaba simbólicamente al enemigo y la guerra

terminaba con la matanza implacable de todos losa prisioneros,

salvo los adolescentes que eran adiestrados como esclavos. La

muerte de un príncipe se acompañaba, según los viejos relatos, de

actos despiadados, como era matar a sus esposas y criados, los

cuales se enterraban detrás de la pirámide escalonada del templo

mayor. El cadáver del rey se incineraba como entre los mixtecas y

aztecas, y sus restos se guardaban dentro de un bulto funerario

colocado en una gran urna, que finalmente se sepultaba en una

fosa rectangular cubierta de vigas al pié de la pirámide. Los

53

hallazgos de tumbas confirman estas descripciones (Idem. P.366 y

367).

Muchas expresiones de la cultura tarasca tienen rasgos exótico –

bárbaros, como si se hubieran impuesto elementos de una cultura

superior a una base primitiva. Lo mismo se percibe con respecto

al arte religioso, que se agota casi totalmente en la arquitectura de

templos, pues se han hallado muy pocas esculturas de piedra. Esta

arquitectura tarasca se parece muy poco a la del resto de México,

aunque muestra ciertos rasgos fundamentales comunes, pues se

apoyaba en las formas elaboradas durante la era teocrática. Los

templos – pirámide tarascos, llamados “yácatas”, coinciden con

ciertos grupos de edificios totonacas de tiempos recientes, que se

componen de un cuerpo redondo y otro rectangular. Este

parecido, que se origina en tiempos recientes, es solo externo. Los

núcleos de las yácatas no consisten, como en los templos del resto

de México, de piedras y tierra, sino de capas sueltas de piedras,

recubiertas después con lápidas labradas y unidas con arcilla, que

se obtenían de una piedra volcánica llamada “yanamu” en

Michoacán (Idem P. 368 y 369).

10.7.2 LA RELIGIÓN TARASCA

La considerable actividad volcánica del país, que causó grandes

catástrofes también en tiempos pasados, es probablemente el

motivo por el cual el “culto al fuego” constituye el centro de la

religión tarasca. Recoger leña, encender y mantener las piras

sagradas eran no sólo deberes principales del rey y del Petámuti o

sumo sacerdote, quien mandaba a toda una clase de sacerdotes

subordinados llamados “Cúriti – echa” (que significa

“quemadores”), sino que además formaban parte importante de

las ceremonias guerreras y de las bodas, en las cuales la novia

entregaba al novio una hacha para cortar leña y un petate y una

cuerda para liarla. La alta estima del dios del fuego, que se

asociaba con el “dios sol”, contrasta entre los tarascos, en

términos de su alta estima, con el papel predominante del dios de

la lluvia, en la era teocrática del resto de México. La diosa de la

54

luna (Xarátanga) era venerada originalmente en Tzintzuntzan y

actuaba igual que entre los aztecas, al mismo tiempo como diosa

de la tierra, de la vegetación y del parto, por lo que era patrona de

los baños de vapor. Estos baños de vapor eran usados

preferentemente por las mujeres embarazadas para aliviar el parto

(Idem P. 31 y 371), pero presidía también los juegos de pelota,

cuyo nombre en tarasco es queretha, nombre que sobrevive en la

ciudad de Querétaro en México.

10.8.0 LA CULTURA OLMECA

Hasta ahora no nos hemos referido a un grupo de pueblos que

durante un tiempo tuvieron estrecha relación con la región central

de México, pero cuyo contacto fue interrumpido cuando se vieron

forzados a ceder ante la presión de unas tribus primitivas de la

rama cahita, perteneciente a la familia lingüística de los uto –

aztecas. Este hecho se conoce, por consecuencia de las

excavaciones de algunos excavadores norteamericanos en el

Estado de “Sinaloa” y el territorio adyacente del Estado de

“Nayarit”, - es decir, más o menos la región costera entre el río

Sinaloa al norte y el río Grande de Santiago al sur -, que había

sido, como pudieron comprobar algunos arqueólogos

norteamericanos, al realizar sus excavaciones, lugares que habían

tenido, durante cierto tiempo, estrechas relaciones con la región

central de México (Idem. P. 372).

Los poblados de Guasave en el norte, Culiacán en el centro y

Chametla en el sur eran centros importantes de esta población

civilizada de indudable origen nahua, aunque se orientó más por

las civilizaciones del centro de México que por las culturas Pima

y Pueblo del suroeste de Estados Unidos, a pesar de la cercanía a

estos últimos. Esto fue visto claramente por los hallazgos de

Gordon Ekholm en 1938 y 1939 en un gran montículo artificial

cerca de Guasave junto al río Sinaloa. En el montículo funerario

de Guasave, en medio de gran cantidad de artículos parecidos a

los que se han encontrado en la Meseta central, lo acompañaban,

lo que es muy interesante, unos recipientes de barro (Idem P.

373).

55

El grupo más interesante lo formaban una vasijas cuya pintura

policroma combinada, a menudo, con delicados diseños rasgados,

se parece en su estilo y en sus motivos decorativos a la pintura

policroma de los recipientes de barro de Cholula y de los

mixtecas. Contienen imágenes de dioses que podrían haber sido

copiados del Códice de Borgia y de las escrituras pictográficas

mixtecas. La aparición de platos y copas trípodes altas y de

ensanchadas en su parte superior, subrayan aún más este parecido

entre la cerámica de Guasave y la clásica de Cholula.. Ekholm

supone que esta cerámica superior fue introducida en el noroeste

de México por un pequeño grupo de nahuas venidos de la Meseta

central. El camino que debieron recorrer tenía más de 1.700

kilómetros de largo y tuvo que pasar por el norte del lago Chapala

hacia Tépic y por todo el Estado de Nayarit, pero sin tocar las

regiones del “arcaico evolucionado” de Michoacán, Jalisco y

Colima. Según el arqueólogo mencionado, esa migración debió

ocurrir alrededor del 1300 después de Cristo o poco después.

Parece que estamos en presencia de la contraparte, hacia el norte,

de la migración de los toltecas de Ceácatl hacia Chichén Itza, con

la diferencia de que los nahuas ejercieron sobre la población

nativa del norte una influencia mucho menor y menos prolongada

que la de los toltecas sobre los mayas de Yucatán (Idem P. 373).

Esto debió ocurrir en parte, a que los inmigrantes llevaron al

noroeste de México únicamente algunos fragmentos de la rica

cultura de la Meseta central. Es inútil buscar en Sinaloa

construcciones de piedra, pirámides – templo o esculturas de de

dioses en piedra o barro. Sin embargo existen en el Estado de

Zacatecas dos ciudades en ruinas que compensan esa ausencia: La

Quemada, cera de la ciudad de Villa Nueva y Chalchihuites, casi

en los límites con el Estado de Durango. Cuando una tropa

española recorrió estas regiones durante la expedición de

conquista de Nuño de Guzmán, bajo el mando de Pedro

Alméndez Chirinos, encontró en 1529, entre los indígenas

“chichimecas auténticos”, se encontró una población de

zacatecas, lejanos parientes de los aztecas, que practicaban en

medida reducida la agricultura y vivían en aldeas. Guiaron a los

56

españoles, según narra el cronista español Tello, hasta un gran

pueblo zacateca llamado Tuitlan, a orillas de un riachuelo,

después de pasar por una gran ciudad en ruinas y abandonada con

magníficos edificios de mampostería, cuyas imponentes ruinas se

conocen hoy en día por el nombre de la vecina hacienda la

Quemada. Walter Krickberg describe minuciosamente la ciudad y

los templos y ciudadelas defensivas, que, en época de paz servían

para el culto y en época de guerra podían albergar toda la

población de la región para protegerse (Idem P. 375).

10.8.1 LA CERÁMICA OLMECA

Aparece, además en esta parte noroccidental de México, una

cerámica extraña que se encuentra también en algunos pueblos del

Estado de Jalisco al oeste de la ciudad de Guadalajara (Estanzuela

y Totoate); algunos ejemplares llegaron como artículos de

exportación al valle de México e incluso a la ciudad de Chichen

Itzá. Su artístico adorno se logra aplicando una capa de material

oscuro que una vez seca se elimina con un instrumento punzante,

salvo los estrechos contornos de las figuras y los diseños

geométricos. Los huecos se rellenan con materiales de varios

colores. Este producto se llama “cerámica cloisonné”, porque el

auténtico “cloisonné” de los pueblos del Asia oriental presenta

también las estrechas separaciones entre los colores fundidos,

aunque aquí están formados por delgadas piezas de metal. Se trata

de una clase de cerámica antigua, muy caracterizada, cuyo

decorado deriva probablemente de una técnica más antigua

empleada, probablemente en piezas de madera (Idem Ps. 376 y

377).

10.8.2 LA ESCULTURA OLMECA

Alfredo Chavero, pionero de la arqueología mexicana, llamó la

atención en 1884, sobre algunas esculturas de piedra extrañas

encontradas en la costa del Golfo de México. Se trataba de una

gigantesca cabeza humana y de una colosal hoja de hacha que

llevaba en la parte superior una cabeza del mismo estilo, pero

cuyos rasgos se habían ajustado a los de una cara de jaguar. Estas

57

mismas misteriosas cabezas y figuras humanas o animales enteras

se hallaron posteriormente no sólo en la costa del Golfo sino

también los Estados de Morelos, Guerrero, Puebla, Oaxaca y

Chiapas. El arqueólogo norteamericano Saville fue el primero que

relacionó esos descubrimientos con los “olmecas” de quienes se

tenía noción, solamente por referencia de los aztecas y los mayas

(Idem P. 378).

No se puede negar que al contemplar estas figuras y cabezas se

tiene la impresión de encontrarse frente a una “raza” no

representada en ninguna otra parte de Mesoamérica: Los cuerpos

son robustos, casi bastos, de anchos hombros, brazos y piernas

cortos y son, con frecuencia obesos. Las cabezas son redondas, a

veces en forma de pera, de frente abombada; la nuca es corta y

carnosa, la nariz ancha y chata, los párpados a menudo son

rasgados, el labio superior abultado, de manera que se ven los

dientes superiores, mientras que la comisura de la boca se

prolonga hacia abajo.; el mentón ostenta algunas veces una

pequeña barba. No hay que tomar la forma extraña de la nariz y la

boca como una característica racial. La explicación, más bien, es

que se deriva de una cara de jaguar. Los rasgos animales son a

veces tan marcados que se les ha dado a estas cabezas el nombre

de “tiger faces”. Una cabeza olmeca excepcionalmente hermosa,

de jade, originaria del Estado de Tabasco, y que había pertenecido

al Museo de Etnología de Berlín, muestra en una mejilla un

tatuaje que representa una cabeza estilizada de jaguar. El mismo

motivo está grabado también en la mejilla de una figura olmeca

de jade que representa un jaguar y que proviene de las montañas

del norte de Puebla. Las cabezas de las grandes hachas de

ceremonia olmecas muestran todas las transiciones entre el rostro

humano y la cara del animal y tienen, además de la extraña

formación de la boca otras dos peculiaridades que no se

encuentran en la naturaleza: Cejas ornamentales flamígeras y una

hendidura en forma de V en medio de la frente, señalada todavía

en cabezas humanas de barro de la cultura teotihuacana.

Existen en el mismo arte cabezas y figuras humanas en escultura

redonda, en las que estos elementos simbólicos desaparecen casi

por completo, logrando un realismo que supera todas las demás

58

representaciones humanas en Mesoamérica. La cima de este arte

figurativo perfecto la representa un hombre desnudo sentado, de

conformación atlética, que bien podría ser un luchador o un

jugador de pelota. La figura fue encontrada en Tabasco y es la que

se parece más que ninguna otra escultura mesoamericana a la

plástica de Asia oriental (Idem P 379).

10.8.3 EL PAÍS OLMECA

El velo que cubría el misterio de las esculturas olmecas se fue

levantando, a partir de 1938, con la exploración de las ruinas y

“centros de hallazgos” olmecas por parte de algunos arqueólogos

norteamericanos. Los restos se extienden por toda la costa del

Golfo, desde la laguna de Alvarado, al sur del puerto de Veracruz,

hasta la laguna de Términos, en los confines del Istmo de la

Península de Yucatán. Esta región era llamada “Olman” (“País

del hule”) por los aztecas y pertenecía, con su parte occidental, -

las provincias de Cuetlaxtlan (ahora Cotastla) y Tochtépec ((Hoy

Tuxtepec) -, a los distritos tributarios de los aztecas (Idem P 380).

Los olmecas eran aún para los informadores de Sahagún un

pueblo de marcada idiosincrasia, a pesar de no existir ya como

grupo lingüístico independiente. Se dice que su patria era un

verdadero paraíso, tierra de la abundancia y de grandes riquezas

en la que había todas las especies de alimentos y sobre todo,

aquellos productos del trópico tan deseados por los aztecas: El

cacao y el caucho, aves de plumaje multicolor, como el quetzal, el

cotinga, el turpial y la garza, además de valiosos metales y

minerales: En primer lugar el jade y la turquesa, el oro y la plata.

De aquí el lujo de la vestimenta de los olmecas, distinta de los

vestidos del altiplano, ya que usaban, además de la ropa de

algodón, vestidos de fibra de amate y sandalias de hule al lado de

las de cuero. Sus viviendas eran de madera. No necesitaban casas

de piedra en aquel acogedor clima tropical. Los olmecas se

rapaban la cabeza (hombres y mujeres), costumbre tomada de

ellos por los toltecas de la costa). El informe de Sahagún, alude,

dentro de su armamento, además de arcos y flechas, unas hachas

de cobre. Pero tal informe se refiere, obviamente a unos pocos

59

siglos, quizás, antes de la Conquista, pues no se han encontrado,

hasta la fecha, objetos de metal en las antiguas ciudades olmecas

(Idem P 380).

Las primeras noticias precisas que se tienen acerca de las ruinas

olmecas proceden de un viaje de exploración de Blom y La

Fargue en 1925. Fueron investigados con mayor atención en tres

puntos de la costa de l Golfo por Matthew W. Stirlingt, director

de la Oficina Etnográfica de La Institución Smithsoniana, y por

sus colaboradores C: W: Weiant, y Philip Druker. Estos lugares

son: “Tres Zapotes”, en la planicie surcada por barrancos al pié de

los volcanes del distrito de Tuxtla, “La Venta”, que se encuentra

en medio de los pantanos de manglares, cerca de la

desembocadura del río Tonalá (límite occidental del Estado de

Tabasco) y el “Cerro de las Mesas”, en una de las lomas de arena

que durante la temporada de lluvias sobresalen de los campos

inundados en Mixtequilla (Idem P 382).

10.8.4 LA ARQUITECTURA.

EL URBANISMO

En ninguno de estos tres lugares hay “edificios” importantes.

Consisten, por lo general en montículos de tierra, que sólo rara

vez presentan un recubrimiento de piedras y escalinatas de

mampostería, como en Tres Zapotes, o con una capa de estuco

hecha de una mezcla de conchas calcinadas y arena, como las

grandes plataformas rectangulares en las que se yerguen los

“mounds” del Cerro de las Mesas. En los lugares en que los

montículos aparecen en grupos, éstos suelen rodear una plaza

rectangular o un patio. En el distrito de Tuxtla hay una

combinación de dos “mounds”, uno relativamente alto y redondo

y el otro bajo y rectangular. Cabe la posibilidad de que la

combinación arquitectónica de estos cuerpos de pirámide

redondos y rectangulares tenga origen en los olmecas, tal cual se

conoció entre los totonacas y los tarascos. Igualmente, debajo de

los montículos de fragmentos, fueron descubiertas unas

construcciones que recuerdan notablemente las de Teotihuacán

por su talud y su tablero vertical. Los únicos edificios de piedra de

60

importancia están en La Venta, donde menos se esperaban, ya que

esta vieja ciudad se encuentra en medio de una selva tropical

impenetrable, lejos de toda cantera. Apenas visible, bajo los

árboles y la espesa maleza, se encuentra una gran pirámide

cuadrada de tierra. En su lado occidental se apoya una ancha

terraza. Esta unidad es el centro del conjunto, cuyo eje se

encuentra en dirección norte – sur y está formado por montículos

grandes y pequeños, redondos y rectangulares, todos ellos de

tierra y colocados en hileras a lo largo de amplias plazas. Al

desbrozar el bosque, pudo verse que la gran plaza del norte de la

pirámide mayor estaba rodeada de un cerco de columnas naturales

de basalto, empotradas en la tierra a muy corta distancia entre

unas y otras. Cerraban un espacio rectangular de 50 mts. x 62 mts.

de superficie. La entrada de este cerco, en el lado sur, estaba

flanqueada por dos pequeños recintos muy parecidos a los

anteriores. Stirling encontró debajo del recinto oriental un foso

cubierto de adobes, en el que había depositadas 37 hachas de

serpentina ordenadas en cruz encima de un mosaico de losetas de

serpentina perfectamente ensambladas, que representa una especie

de cara de jaguar, con los ojos y los orificios de la nariz y de la

boca rellenos con arcilla azul. El mosaico descansaba a 7 metros

de profundidad, en una capa de asfalto y constituye un ejemplar

único entre todos los hallazgos del México antiguo. En el

montículo redondo y bajo el lado norte del gran cerco de basalto

se encontraron, otros tesoros arqueológicos: Un sarcófago de

arenisca cuyo contenido describe Krickeberg en detalle y un

verdadero tesoro de artículos de jade, típicas ofrendas olmecas

(Idem P 383).

10.8.5 LOS TESOROS ARTÍTICOS

Sólo un hallazgo de tales tesoros de objetos de jade puede

igualarse al descrito y fue efectuado también en la región olmeca:

El depósito de 782 figuritas y adornos de jade descubierto debajo

de una lápida de cemento durante las excavaciones del Cerro de

las Mesas. Contenía piezas tan extraordinarias como la estatuilla

de un enano llorando, hecha del especialmente valioso jade verde

azulado y miniaturas de canoas monoxilas en forma de artesa con

61

sus remos. Entre las hachas ceremoniales mencionadas al

principio, la mayoría de las cuales vienen de lugares

desconocidos, hay una de 28 centímetros de alto, la pieza más

grande de ese valioso material encontrado hasta ahora en

América. Esos sensacionales hallazgos demuestran que fueron los

olmecas los que introdujeron en Mesoamérica la elaboración de la

“jadeíta”, cuyo alto valor consistía pare ellos y las demás culturas

mesoamericanas no solo en su maravilloso color, que varía desde

los matices de un blanco lechoso y unos tonos gris – azulados

hasta el verde esmeralda, en su brillo cálido y su transparencia,

sino también en su rareza y dificultad de obtención. Otros

descubrimientos más, nos dicen que los olmecas fueron los

primeros autores de monumentales “esculturas de piedra”, con las

que crearon auténticos modelos que se conservan en todas las

culturas posteriores: Esto constituye una hazaña particularmente

asombrosa, si se tiene en cuenta que vivían en una planicie aluvial

desprovista de piedras en su mayor parte. El transporte, por

ejemplo de las columnas de basalto halladas en La Venta, debió

representar un problema de transporte sumamente complicado,

pues esta piedra se encuentra en Tuxtla, cuya distancia en línea

recta es de unos 130 kilómetros. ¡Cuánto más laborioso debió ser

el transporte de bloques de piedra de 20 y 50 toneladas con los

que están hechos el sarcófago mencionado como los altares de

piedra y las estelas monumentales en las plazas entre las

pirámides de tierra!. Stirling opina que estos bloques debieron ser

transportados en grandes balsas por vía marítima. El sarcófago de

La Venta tiene su contraparte en Tres Zapotes. Pero no sólo estos,

sino las obras “más asombrosas de la plástica mesoamericana”:

seis cabezas gigantescas, que no eran partes de figuras humanas

que descansaban sin cuerpo sobre una estrecha base de piedra

frente a las pirámides. (Idem P 383).

La primera cabeza colosal encontrada en la hacienda de Heyapan,

cerca de Tres Zapotes y descrita en 1871, de 1.80 mts. de altura y

un perímetro de 5.5 metros, está superada en tamaño por otra,

muy parecida, hallada delante de la fachada sur de la pirámide

mayor de La Venta, con 2.46 mts. de altura y un perímetro de

6.35 mts. La mayoría de las piezas monumentales muestran los

62

rasgos olmecas típicos en una representación enteramente realista.

En La Venta y Tres Zapotes, centros de cultura olmeca más

antiguos, sus esculturas tienen aún otras características comunes.

Se hallaron allí “figuras humanas” en escultura de bulto, de

tamaño igualmente colosal. Una figura arrodillada, con una vasija

en las manos encontrada dentro del cerco basáltico de La Venta,

es interesante por el tocado alto que va desde la parte posterior del

cráneo hacia el frente. Este tocado se presenta también en algunas

“hachas votivas” y formaban parte del atuendo de las figuras

arcaicas. Las esculturas olmecas nos recuerdan en muchos otros

detalles la plástica de los pueblos mesoamericanos. Esto ocurre,

por ejemplo, con una figura colocada anteriormente al borde del

cráter de un volcán de Tuxtla, que llevaba la cabeza cubierta con

una gigantesca máscara de jaguar y con otra figura acostada, cuya

cabeza magistralmente modelada tiene rasgos de espeluznante

brutalidad. Los escultores olmecas alcanzan el mismo nivel en los

grandes relieves figurativos que se ven en las estelas, los altares y

los sarcófagos. Al lado del tipo humano de pequeña estatura,

corpulento y chato, aparece otro más alto y delgado, con la nariz

más afilada y los labios menos abultados, que llevan, a menudo

una barbilla y que predomina entre los olmecas de la costa

septentrional (Idem P. 384).

En los altares de La Venta, formados de bloques de piedra

cúbicos, cuyo borde superior sobresale como la tabla de una

mesa, el motivo del jaguar desempeña un papel tan grande, que

sugiere que el altar es, en su conjunto, un jaguar o una cabeza de

jaguar, ya que en la superficie superior se labraron lo que parece

ser una piel del animal, mientras en el frente del altar se abre un

profundo nicho. A este, lo interpreta Stirling como las fauces

abiertas del mismo. En el nicho de uno de los altares hay una

figura de escultura casi redonda. Está sentada con las piernas

cruzadas y sujeta, por medio de dos cuerdas a dos figuras

maniatadas en relieve poco realzado en los muros laterales. En el

nicho de otro altar la figura tiene en el regazo una de las extrañas

figuras desnudas de enano o de niño del tipo de los “Danzantes”

que se repite cuatro veces más en los muros laterales, siempre en

brazos de un adulto. Todavía no se han podido interpretar estas

63

extrañas escenas. Covarrubias compara las “figuras enanas o

infantiles” con los gnomos de la selva, que ocupan aún hoy un

ligar importante en la imaginación de los habitantes de la costa

del Golfo. Por otro lado ve en ellos a los representantes de una

población de corta estatura, corpulenta, y de tipo mongoloide que

veneraba al jaguar y que en cierto momento fue desplazada de sus

centros del distrito de Tuxtla por un pueblo de cuerpo esbelto y

nariz aguileña. Es decir, por un tipo humano más parecido a los

indígenas “adoradores de serpientes”, teniendo que refugiarse en

las selvas de La Venta, hasta ser desterrados o aniquilados. En

efecto, la colonización de La Venta duró bien poco y halló un fin

violento, ya que varias de las grandes esculturas de piedra fueron

desfiguradas o destrozadas por mano extraña. Si Cobarrubias

tiene razón al suponer que esta lucha de dos pueblos se libra

también en el plano de sus concepciones cosmológicas, será

preciso averiguar, sobre todo, lo que significa el “jaguar”, que

parece haber dominado toda la religión olmeca, a tal grado, que se

puede hablar de una “posesión” por la idea del jaguar. La

disposición de los dos altares mencionados de La Venta,

encontrados en su sitio original al este y al oeste del montículo de

un templo, pueda proporcionar un indicio. Sus nichos, es decir,

las fauces de jaguar, miran en dirección opuesta al “mond”,

(orientado de sur a norte). Se sabe que las pirámides templo de

Mesoamérica eran generalmente símbolos del mundo o el cielo,

las fauces del jaguar pueden representare las puertas del

inframundo o el cielo, igual que las fauces de la serpiente en la

imagen cósmica de los mayas, que el sol y otros cuerpos celestes

tienen que franquear en su paso del día a la noche y viceversa.

Aquello, no obstante, no ayuda gran cosa a comprender esta

religión desaparecida en tiempo remoto (Idem. P. 386)

Dos inscripciones encontradas cerca de Tres Zapotes permiten

“fechar” con precisión esta etapa de florecimiento artístico. Se

encuentran en unos objetos de indudable origen olmeca, y se

componen de signos y cifras al estilo de la escritura maya, pero

son más antiguos que cualquiera de las inscripciones halladas en

la región maya. Uno de los objetos es una estatuilla de jade

encontrada en San Andrés de Tuxtla en 1902, que representa una

64

tosca figura con alas de ave y un rostro humano casi oculto por

una especie de pico de pato. El otro es un fragmento de estela

(Idem. P. 387).

Los signos de la estatuilla de jade, cuyo tipo se repite en algunos

recipientes de arcilla del período más antiguo, de Monte Albán y

en ciertas figuras arcaicas de barro de Tlatilco, se han logrado

descifrar con absoluta certeza y señalan el año 162 de nuestra Era.

El fragmento de estela que tiene el lado posterior cubierto con una

máscara olmeca de jaguar, está tan destrozado que sólo es posible

leer la inscripción con ayuda de algunos complementos. Si éstos

son exactos, el fragmento dataría del año 31 antes de Cristo

(Idem. P. 387).

La “cerámica” exhumada por Drucker se sitúa también en ese

estrato más antiguo. Es la cerámica de Tres Zapotes, separada de

la cerámica más reciente por una capa de ceniza debida a una

erupción del volcán de Tuxtla, Consiste en vasijas de una gran

variedad de formas y en una plástica de barro muy desarrollada,

que en modo alguno es el legado cultural de un pueblo primitivo,

como tampoco lo es la escultura olmeca monumental. Los

olmecas mantenían en aquellos tempranos tiempos estrechas

relaciones con la cultura maya primaria de la región de Petén (en

el norte de Guatemala), y de las regiones que hoy son la Honduras

Británica y la República de Honduras. Estos mayas tenían de

común con los olmecas no solo las formas básicas de su cerámica,

sino también numerosos tipos especiales de ellas. La cerámica

olmeca, por otro lado, guarda muy pocas semejanzas con el

arcaico coetáneo que florecía en la Meseta central. Se ha deducido

de aquí, que durante la fase más antigua de la cultura olmeca

vivían todavía ciertas tribus mayas que, a la postre, desplazados o

asimilados por otros pueblos, formaron el eslabón, con los

huastecas, que integra a la población de la parte septentrional de

la costa (Idem. P. 388).

En épocas mucho más recientes, la población entera de la costa

del Golfo, muestra todavía ciertos rasgos etnográficos

característicos de los mayas. Pero la cerámica de las “capas

65

medias” de Tres Zapotes deja de mostrar ya la influencia de la

región meridional y parece dar media vuelta para establecer

contactos mas estrechos con la Meseta central, en la que

predomina la cultura teotihuacana de la primera época, y con los

totonacas de la costa norte. Aún así conservaron su idiosincrasia

en lo fundamental. El centro de su civilización se desplazó de

Mixtequilla al “Cerro de las Mesas”. Los habitantes de

Mixtequilla continuaron en un principio la tradición del arte

olmeca antiguo, con sus monumentales “esculturas de piedra”,

pero con el tiempo fueron ajustando su arte a los estilos de los

pueblos del altiplano. Mas esto no quiere decir, como en la

cerámica, que haya habido un cambio de población, sino que se

debe a una evolución continua y paulatina. En ese cambio, el pico

de pato se va transformando en una placa labial que cuelga sobre

la boca (Idem. P.388).

10.9.0 LA CULTURA TEOTIHUACANA

En tiempos subsiguientes, se erigieron numerosas estelas con

relieves en el Cerro de las Mesas. Estos recuerdan, en parte el arte

maya clásico, y en parte los recipientes – figuras y las estelas de

la época de apogeo de Monte Albán, pero no pierden jamás su

carácter específicamente olmeca. Son generalmente figuras de

perfil ricamente ataviadas, que están de pié sobre máscaras de

jaguar, - el antiquísimo motivo “olmeca”, aquí ya muy estilizado -

, Algunos llevan media máscara en la parte inferior del rostro, en

forma de fauces de serpiente estilizadas, y un tocado que

representa la cabeza de un dios: Ambas cosas recuerdan el arte

“zapoteca”. Estas estelas comparten con los “monumentos

mayas”, la peculiaridad de contener largas columnas de

jeroglíficos señaladas con la mano por las figuras labradas. En dos

casos estos jeroglíficos son legibles y hacen saber, tomando como

clave las inscripciones mayas, que se trata de los años 468 y 593

después de Cristo, fechas en que probablemente fueron tallados

en la piedra. El florecimiento de la cultura maya clásica y de la

cultura zapoteca antigua son aproximadamente contemporáneos.

El relieve de las estelas posteriores muestran cierto parecido con

el arte de la última fase de la cultura teotihuacana, que ya nada

66

más sobrevivía en Azcapotzalco, con la cultura del Ranchito de

las Animas, con la última época de la cultura zapoteca de Monte

Albán, y al final de esta larga serie de monumentos, se encuentra

un bloque irregular de piedra, cubierto con esculturas, en el que

un símbolo del sol indica ya el comienzo de la era azteca (Idem.

P. 390).

Parece muy probable que la población de la costa del golfo no

haya sido siempre la misma durante este largo período. El nombre

de “olmecas” no significa ya en la arqueología mexicana un

pueblo determinado, sino una cultura, que permaneció

fundamentalmente igual a medida que fue acogida por diversos

pueblos mexicanos, que influyó profundamente en sus

concepciones culturales y se ramificó en los diversos centros en

que floreció, sirviendo de origen a varias de las civilizaciones que

hallaron los españoles. La cultura olmeca fue adoptada por los

toltecas emigrados a esa costa; Los pueblos mexicanos perciben

perfectamente lo extraño y peculiar de esta cultura. Cuvarrubias

hizo notar que el arte olmeca contrasta, tanto con el arte

estilizado, casi cubista, de la era de “Tehotihuacán” de la Meseta

central, como con el barroco feraz, “flamboyant” del arte maya en

las tierras bajas tropicales del sur. Lo notable es que, ambas

formas de arte se inclinan ante las exigencias de un simbolismo

religioso que en el arte olmeca aún no había echado raíces, pero

tenía la sencillez y naturalidad de las formas y el vigor de la

originalidad de las ideas. Otro principio estético de los olmecas se

evidencia en sus jades tallados: Amaban el brillante pulido de la

superficie de piedra., el cual solamente interrumpían solamente

con delicados grabados para presentar tatuajes y otros detalles del

atavío. En cambio, en las culturas posteriores predomina el

“horror vacuo", debido a lo cual las representaciones y todo el

fondo se cubren con símbolos y ornamentos (Idem. P 3290)

La idea de que todas las culturas pre – aztecas y pre – toltecas de

la Meseta central estaban conectadas con los olmecas es más

plausible si se considera el hecho de que la vigorosa influencia de

los olmecas de la costa se hace sentir también en el resto de

Mesoamérica. Parece, además, que los olmecas y los mayas hayan

67

convivido pacíficamente por mucho tiempo. En un vaso maya que

proviene de Chamá, en el norte de Guatemala, hay pintado el que

parece ser un encuentro entre los representantes de estos dos

pueblos tan distintos exteriormente el uno del otro: El olmeca de

pequeña estatura, corpulento y de nariz chata, y el maya alto,

esbelto y de nariz aguileña. Muchos motivos olmecas fueron

interpretados de manera diferente en el arte clásico posterior de

los mayas y elevados a un nivel superior según los conceptos

estéticos de Kickeberg. También era un legado olmeca la

representación humana, tan evolucionada entre los mayas, que

culmina en los relieves de estuco y de piedra de Palenque y

Piedras Negras y en las pinturas que cubrieron las paredes del

templo de Bonampak, descubierto hace apenas catorce años en las

selvas chiapanecas. Estas pinturas son “las más hermosas que

conocemos en la antigua América” (Idem. P. 392).

68

CAPITULO 11

LA CULTURA AZTECA

11.1.0 EL SIGNIFICADO DE LA RELIGIÓN

Cuando se habla de cultura se sobreentiende que se habla, en

general, de pueblos cuyo espíritu y civilización se desarrollan

dentro de un contexto cósmico propio. En Mesoamérica las

grandes culturas que conocieron los españoles representan la

culminación de un proceso evolutivo global, a la manera del

mundo moderno occidental que llega a sus propios logros con el

aporte de muchos pueblos y naciones diferentes. Eso fueron los

aztecas y los mayas, aunque su espíritu creativo tiene muy pocos

parangones entre los mundos antiguos del planeta. Observemos

un poco más la intimidad de estas dos culturas:

Es imposible entender la vida y la civilización de los pueblos

mesoamericanos si se aborda su estudio desde un punto de vista

esencialmente profano, como es, aparentemente, nuestra manera

occidental de mirar nuestra vida y nuestra civilización,

profundamente secularizadas. Su mundo se entiende solamente si

consideramos la influencia de la visión religiosa en la

comprensión del mismo, y su religión está profundamente

arraigada, aún hoy día en los pueblos indígenas mexicanos (Idem

P. 125).

“Cualquiera que intente por primera vez penetrar el misterio de la

religiosidad azteca, tendrá la impresión, a causa de la multitud de

sus dioses extraños o repelentes, cuya naturaleza parece tan

impenetrable como incomprensibles sus nombres, de encontrarse

ante un oscuro y enredado politeísmo”. Sin embargo,

originalmente cada tribu nahua que inmigró en la Meseta central,

y por consiguiente también los aztecas, tenía por lo regular un

solo dios nacional, al lado del cual se veneraban un reducido

número de fenómenos y fuerzas naturales personalizados,

determinado más por la naturaleza del paisaje que por la tribu

69

misma. El poderoso e influyente sacerdocio que vivía al este y al

sureste del valle de México y en las regiones fronterizas de los

Estados de Puebla, Oaxaca, y Veracrúz, en las que aún no

dominaban los nahuas, sino tribus olmecas y mixtecas, eligió

entre todos los dioses tribales y naturales de éstos, una serie que

mucho tiempo antes de la llegada de los aztecas debía fungir

como patronos de las divisiones del calendario empleado por los

sacerdotes con fines de presagio. La entrada tardía de los aztecas

en este mundo cultural se muestra, por ejemplo, por el hecho de

que su propio dios tribal, Huitzilopochtli, no se encontraba entre

estos dioses del calendario, mientras, por su parte, los aztecas

adoptaron en su panteón a todos los dioses de las tribus nahuas y a

muchos otros de pueblos extranjeros (Idem. P. 126).

La creencia de un Ser Supremo, que encontramos entre los

antiguos mexicanos, deriva, también del estrato más antiguo de la

religión, y no de una construcción filosófica reciente. Los aztecas

llamaban al dios supremo “Tonacatecutli”, el “Señor de nuestra

carne”, porque había creado el maíz, y todos los demás alimentos

que sirven para sostener al cuerpo humano. Le dieron una esposa:

“Tonacacíhuatl” la “Señora de nuestra carne”, y situaron a la

pareja en el cielo supremo, desde el cual dejaban “gotear” las

almas de los niños, que entraban en al cuerpo de la madre. Sin

embargo no se le rendía un culto propiamente dicho (Idem . P

127).

El texto azteca de Sahagún refiere cómo dos dioses se arrojaron a

las llamas en Teotihuacán para iluminar al mundo como “sol” y

“luna”. Las ideas de que el cosmos entero es más antiguo que el

sol y que había despertado a la vida con la creación del fuego, y

de que el sol únicamente pudo crearse y existir después del

sacrificio humano, son concepciones básicas de la cosmología

azteca (Idem. P128).

Los aztecas conservan entre sus mitos una leyenda de la creación.

Lo puramente mítico de esta leyenda forma parte, según los

entendidos, del más antiguo tesoro espiritual de las tribus nahuas.

Entre los siglos V y X de nuestra Era, es decir, mucho tiempo

70

antes de la aparición de los aztecas, esta leyenda fue transplantada

por los pipiles, una de las tribus nahuas más antiguas, hasta el

Salvador. Leonhard Schultze Jena encontró aquí en 1930

considerables vestigios de la historia de la creación de los

hombres y de la adquisición del maíz. El mito de las edades del

mundo, relatado por las tribus mayas de Guatemala de manera

muy parecida a la de los aztecas, existen, incluso entre las

antiguas culturas del Perú y data de tiempos más remotos aún. El

número de cuatro edades corresponde a los cuatro puntos

cardinales y es, por lo tanto, algo “meramente” simbólico. La

leyenda, no obstante, incluye como referencia algunos sucesos

históricos: sobre todo el la enorme cantidad de lava que cubrió

como una mortaja las moradas de los hombres del actual Pedregal

y que hizo subir a veces el nivel del agua de los lagos a 20 metros

por encima de su nivel normal. Según una de sus versiones, los

hombres de las cuatro edades prehistóricas se alimentaban con

bellotas, piñones y arroz acuático, es decir, con plantas silvestres,

al igual que muchos pueblos recolectores norteamericanos, entre

los cuales se encontraban seguramente los ancestros de los

nahuas, antes de dedicarse al cultivo del maíz (Idem. P. 129).

Sólo en un códice azteca conservado en la Biblioteca del Vaticano

existen representaciones pictóricas de las edades del mundo. Su

trazo es ligero y burdo y está influido obviamente por ideas

extrañas al pensamiento azteca. En los monumentos de piedra

aztecas, como el llamado “calendario”, las cuatro edades se

señalan sólo de manera esquemática, por medio de cuatro fechas,

que indican el fin de cada una y la catástrofe natural que le diera

fin. La quinta “edad del mundo”, la actual, tendrá que acabar de

modo parecido según la concepción azteca, y se la designaba por

la fecha “Nahui olin”, “4 movimiento (de las tierra)” por creer

ellos que esta edad encontrará su fin en este día a consecuencia de

grandes terremotos. Esta edad, igual que las otras cuatro, está

representada por un quinto punto, que es el centro del mundo y se

inició, entre ellos con la fundación del Imperio de Tallan, del cual

derivan los aztecas y todos los pueblos mexicanos su cultura.

Tallan era en la antigua cosmología mexicana como entre

nosotros la “celestial Jerusalen” de la concepción cristiana

71

medieval, y no era sólo centro del mundo sino el cielo y en

especial el cielo nocturno, según lo hace notar K. T. Preuss. Los

relatos aztecas que describen la mítica Tollán como el país de la

abundancia, y de las riquezas de bienes trerrenales, repleto de

todos los medios de subsistencia, y a sus habitantes como los

primeros hombres, no pueden referirse a Tollán (Tula) de la

altiplanicie mexicana, pues aquella está ubicada en un territorio

pobre cuyos habitantes desarrollaron su cultura después de la

caída de Teotihuacán; la descripción parece adecuarse

precisamente a un país celeste paradisíaco, centro y origen de

todas las plantas útiles y desde el cual brillan las estrellas como

modelos celestes de los primeros hombres. Las estrellas tenían

que servir de alimento al sol (Idem. Ps. 129 y 130).

No obstante su grandeza y poderío, los dioses aztecas – con

excepción del dios supremo Tonacatecutli – no eran seres

inaccesibles a quien no pudiera influirse. Los dioses puramente

naturales no eran siquiera todopoderosos, pues tenían que

someterse en su propia esfera al cambio de las cosas y de los

fenómenos. En este supuesto se basa todo el culto religioso de los

aztecas. Solo en casos excepcionales se tomaba una actitud

pasiva. En vez de conformarse con obtener la benevolencia divina

por medio de la piedad, la humildad y una vida ejemplar, se

trataba de influir “activamente” en el curso de los sucesos de la

naturaleza, para guiar a los dioses en sus actividades a fin de que

aseguraran el bienestar de los hombres y los ayudaran e incluso

para obligarlos a ello (Idem. P. 151).

Todo acto de culto era un “acto mágico”, cuyos motivos son aún

tan evidentes como en pocas otras religiones. Estos actos pocas

veces empalidecieron en meros símbolos. No nos debe de

extrañar que los españoles consideraran como sangrienta ironía,

en su propia religión, cierto ritual que se parecía exteriormente a

la Eucaristía cristiana. Se trata de la verdadera “ingestión” del

dios “teocuale”, porque los fieles comían la carne de la víctima

sacrificada que había encarnado durante cierto tiempo a uno de

sus dioses, para asimilar sus fuerzas mágicas. Por bárbaros que

nos parezcan estos actos religiosos, no podemos menos que

72

reconocerles una cierta idea ética: La idea de que con los

sacrificios se “pagan las deudas” como dice un himno azteca, y de

que “se ofendía” a los dioses cuando se les negaba la ofrenda,

imperaba en toda la nación y la hacía sobrellevar pacientemente el

yugo de su sanguinaria religión y enfrentarse a una vida

desprovista de ilusiones. ¡Cuán profundo es el pesimismo que se

percibe en las palabras que los parientes de edad madura dirigen

al niño recién nacido! “Aprenderás a ver, a conocer y probar el

sufrimiento, la mala suerte y el asco. Has llegado a la sede de la

tristeza y del dolor continuos, donde reina la pena y se es digno de

compasión” Idem. P 151).

Para asegurar el éxito de una ceremonia religiosa, cada

participante, no sólo el sacerdote, debía aumentar de antemano

sus propias fuerzas mágicas. A esto servían, además del rito del

teocuali, los baños, ayunos y abstinencia sexual. El “baño”

constituía ya entre las tribus más antiguas de la Meseta central

una práctica preliminar a todo acto cultural. Ceácatl –

Quetzascóatl, rey – sacerdote de Tollán, se bañaba cerca de la

media noche en Atecpan amocho (“El palacio de agua en el lugar

del estaño”) y en otras aguas de Tollán, y cayó en grave pecado

cuando en cierta ocasión omitió efectuar el lavamiento ritual por

haberse embriagado (Idem. P.151).

En el texto de Sahagún se mencionan tres establecimientos de

baños entre las construcciones sagradas de Tenochtitlán. Con

ocasión de la fiesta de Xochiquétzal, jóvenes y ancianos iban al

baño muy de mañana. A quien dejara de hacerlo lo amenazaban

enfermedades venéreas y de la piel. Esto significaba que el baño

tenía otros fines además de los puramente higiénicos. El

“bautismo de los recién nacidos también respondía a la idea de la

purificación del pecado ya que la comadrona acompañaba este

acto con rezos pidiendo que el agua purificara al niño de todo mal

heredado de la madre o del padre (Idem. P. 152).

Con la oración comienza ya a influirse en los poderes superiores.

Se han conservado hasta ahora las fórmulas de muchas oraciones

aztecas. Son testimonio de una profunda religiosidad y a veces el

73

lenguaje alcanza alturas hímnicas. Las oraciones son muy

distintas de las primitivas fórmulas mágicas de tiempos antiguos

(Idem. P. 152).

Lo más valioso que el hombre podía ofrendar a los dioses era su

propia sangre. Por eso abundan tanto las representaciones de la

penitencia en los monumentos aztecas. No son solo los hombres

los que se imponen la penitencia, como aquellos dos reyes que

durante la consagración del templo en 1487 se extraen sangre de

las orejas y cae como de un surtidor en las fauces abiertas de la

tierra, sino que los mismos dioses la practicaban antes de un acto

de creación (Idem. P. 153).

La estrecha relación entre las cosas terrestres y las cosas celestes

hizo que algunas fiestas aztecas tuvieran por motivo tanto los

sucesos de la naturaleza como los destinos humanos (Idem. P.

165).

A la importancia de la magia en el culto oficial se debe que los

“hechiceros” tuvieran una función preponderante hasta en la vida

privada de los aztecas. El mismo Monctezuma II recurrió a su

ayuda cuando trataba, por todos los medios de alejar a los

españoles de la frontera de su país. Ciertas clases de hechiceros

pertenecían todavía a la categoría de sacerdotes. En las fuentes

aztecas se llamaban “nahualli”porque podían transformarse en

animales, es decir, se disfrazaban de animales. Distintas

substancias vegetales alucinógenos los capacitaban para predecir

sequías, granizos, hambres o epidemias y para indicar los

remedios.

La vida espiritual de esta gente surgió en el campo preparado por

los olmecas y vuelto a cultivar más tarde por los toltecas, en una

época en que la alta cultura de Mesoamérica no era representada

por los despotismos guerreros, sino por estados teocráticos cuyo

desarrollo económico, material y social había llegado ya un nivel

tal que les permitió liberar las fuerzas necesarias para un alto

desarrollo de su vida espiritual. Fue en los templos y en las

escuelas de sacerdotes donde se educaron aquellos hombres que

74

crearon las bases para los asombrosos logros de la “ciencia”

sacerdotal. Pues todos los conocimientos que adquirían estaban al

servicio de la religión. Aún en un pueblo de rudos guerreros como

lo era el azteca, el sabio (“tlamatini”) gozaba de alto prestigio. El

texto de Sahagún lo alaba con las siguientes palabras:

“El sabio es como lumbre o hacha grande, y espejo luciente y

pulido de ambas partes, y buen dechado de los otros, entendido y

leído; también es como camino y guía para los otros”

“El buen sabio, como buen médico, remedia bien las cosas y da

buenos concejos y buena doctrina, con que guía y alumbra a los

demás, por ser él de confianza y de crédito, y por ser cabal y fiel

en todo; satisface y contenta a todos respondiendo al deseo y

esperanza de los que se llegan a él; a todos favorece y ayuda con

su saber” (Idem. P. 176). …Estas pocas frases –que recuerdan

como lo hace la prosa azteca en general, los textos bíblicos por su

lenguaje elevado y su “paralelismus membrorum”, sin haber

recibido, desde luego influencia alguna de estos textos – dice casi

todo lo que los aztecas apreciaban especialmente en sus sabios

sacerdotes. Además de los curanderos a quienes se consultaba

cuando se trataba de curar una enfermedad causada por brujería y

que por succión extraía del cuerpo las “sustancias nocivas”

(cualquier cuerpo extraño). Había auténticos médicos (ticitl). Es

muy probable que los médicos aztecas poseyeran buenos

conocimientos de anatomía, gracias a los numerosos sacrificios

humanos. Un largo capítulo de los textos de Sahagún se ocupa

sólo de los órganos internos y externos, otros capítulos tratan de

enfermedades, entre las cuales se citan no menos de doscientos

casos con sus síntomas y los remedios para la curación.

Practicaban la sangría en los casos de jaquecas, tumores en las

rodillas, luxaciones, calambres, y para algunos males de la vista.

Los abscesos se punzaban, los bordes de las heridas eran cocidos

con cabellos, y trataban las fracturas de huesos con tablillas.

Sabían curar las fracturas del cráneo con aplicaciones de

corazones de “maguey”, y hasta sabían colocar una nariz artificial

al guerrero que la hubiera perdido durante el combate. Conocían

el uso de sondas y lavativas, el valor terapéutico de inhalaciones,

75

baños de vapor, masajes, las fricciones con pomadas de resinas de

pino (öxitl), las curaciones por regímenes dietéticos, y tenían,

incluso una odontología racional. La medicina azteca contaba con

más de 400 medicamentos vegetales, además de remedios de

sustancias animales y minerales, como la miel de abejas, el

cuerno, el ocote quemado, la cal, el salitre, y la limalla de cobre.

En los numerosos escritos médicos que dio a conocer apenas en

1940 el barón August von Gall, se habla rara vez de remedios

inspirados en creencias supersticiosas. Si por ejemplo se

recomendaba la cola pulverizada de zariguella, en caso de un

parto difícil, o de un retrazo en la menstruación, se da sólo porque

este animal simboliza la maternidad (Idem. P. 178).

La “astronomía era uno de los supuestos necesarios para el oficio

sacerdotal, por razones ya puramente prácticas. Gran parte de los

ritos en los templos tenían lugar de noche. De ahí que en el

Códice Mendoza se vea al lado de un sacerdote que está tocando

el “teponastli” a otro que observa las estrellas para iniciar el rito

en el momento oportuno. Los elevados templos piramidales no

son observatorios. Sólo de noche. Ya hemos visto que se hallaban

orientados según consideraciones astronómicas, de manera que

sus ejes principales sirviesen para determinar con presisión el

cénit del sol y el de los solsticios de verano y de invierno. Parece

que se usaban ya algunos instrumentos primitivos parecidos a las

ballestillas medievales en las observaciones astronómicas, que en

algunos manuscritos mixtecas aparecen pirámides en cuya

plataforma unos sacerdotes, representados por un rostro o un ojo

miran el horizonte a través de dos palos cruzados. Los toltecas

que reinaban en Chichén Itzá, incluso construyeron, quizás debido

a la influencia de la altamente desarrollada astronomía maya, un

observatorio de paredes para observar el sol y la luna en los

períodos de los equinoccios (Idem. P 178).

El antiguo “calendario” de los mexicanos se basaba no solo en las

observaciones astronómicas. En su creación tomó parte, en

medida por lo menos igual, el “simbolismo de los números”. Los

números y su significado simbólico era notable su papel en la vida

social y espiritual en los pueblos nahuas. Eran de buena suerte el

76

2 porque simbolizaba las polaridades cósmicas; el 3 por ser el

número sagrado del dios del fuego, el 4 como cifra de las edades

del mundo, de los puntos cardinales, de las fases lunares, y por

simbolizar a los dioses de la lluvia y del viento, el 7 porque era el

centro de la serie del 1 al 13, y el 9 y el 13 por corresponder al

número de los cielos y de los inframundos. Era fatídico, en

cambio el 5, pues simbolizaba lo que del cuarto, es decir, el inútil

sobrante y el exceso nocivo La unidad básica del antiguo

calendario mexicano, el “tomalpohualli” (“cuenta de los días”),

pudo haber sido consecuencia de una especulación numérica.

Puesto que comprendía 260 días, divididos en 13 veces 20 días o,

según el caso, en 20 unidades de 13 días cada una. Muchos

investigadores suponen, sin embargo, que el “tonalpohualli deriva

del número de días de un embarazo normal (261 días), durante el

cual la luna volvía nueve veces a la fase inicial. De ser correcto

esto, resultaría obviamente una división del “tonalpohualli” en

nueve meses lunares de un poco menos de 29 días cada uno, los

cuales no aparecen por ninguna parte en el calendario azteca. En

cambio, la noche se dividía en 9 horas y el día en 13 horas,

correspondientes a los 9 inframundos y 13 cielos. Cada hora tenía

un dios como “Señor” suyo, y los nueve dioses de las horas

nocturnas se relacionaban además continuamente con los días del

“tonalpohualli” (Idem. P. 179 y 180).

La unidad calendárica que seguía en jerarquía al “tonalpohualli”

era el “año solar”, en azteca xihuitl (palabra que significa también

turqueza). Entre los aztecas tenía, igual qe entre nosotros 365 días

y lo dividían en 18 “cempohuallis” (divisiones de 20 días) y 5

“nemontemis” (días sobrantes). Cada “cempohuallis” terminaba

con una fiesta, mientras que durante los 5 “nemontemis” se hacían

únicamente las cosas más indispensables, porque se consideraban

inservibles para las empresas más importantes (Ide4m. P. 182).

Los sacerdotes que se dedicaban específicamente al calendario

eran llamados por los aztecas “tonalpouhque”, “contadores de los

días”. Sus deberes eran parecidos a los de los astrólogos

medievales y modernos, porque tenían qué predecir el destino de

la gente, las perspectivas de alguna empresa y en general los

77

aspectos favorables, desfavorables o indiferentes de un día

cotidiano. Para ello se basaban en las cifras y signos del

“tonalpohualli” que era una especie de “calendario augúrico” con

el que se unían rasgos astrológicos, ya que según Hermann Beyer

los signos de los días eran nombres antiguos de las constelaciones

(Idem. P. 184).

El desarrollo del calendario iba mano a mano con el de la

“escritura”. Sin esta no hubieran sido posibles los complicados

cálculos que resultaban de cifras, signos y dioses del

“tonalpohualli”. Ni hubieran sido posibles las combinaciones de

todo esto con los calendarios solar y venusino. Como material

para escribir se usaba, como en Europa, el pergamino y el papel,

es decir, una sustancia animal y otra vegetal. Los fundadores de la

ciencia calendárica en el oriente y sureste del valle de México, se

servían de pieles raspadas de venado, y los mayas de la corteza

del amante (Ficus Bonplandia) después de recubrirla de una

delgada capa de carbonato de calcio, en lugar del cual los aztecas

usaban, a veces, engrudo de almidón. Sólo de los valles de

Cuernavaca y de Huaxtepec llegaban a los almacenes de

Monctezuma II anualmente 32.000 pliegos de ese papel que los

aztecas llamaban ámatl o cuauhámatl. La higuera de la que se

hace el papel se llama “amate” hasta la fecha. Pero esta cantidad

no bastaba para cubrir la demanda porque el papel servía, además

de la escritura, para ofrendas, para el adorno de los ídolos y hacer

bultos funerarios, entre otras cosa (Idem. P. 185).

11.2.0 ALGUNOS ASPECTOS DE LA VIDA MATERIAL

Revisemos algunos aspectos de la vida material desarrollada por

los aztecas, que indica la importancia de ciertas destrezas y

técnicas producidas en su industria:

La “caza” se había vuelto una actividad ceremonial y al mismo

tiempo un deporte de los nobles entre los aztecas. El rey

Moctezuma era muy aficionado a ella y en tiempos de los

españoles, bajo vigilancia, permitían al soberano cazar venados,

liebres, y conejos en una de las islas del lago de Texcoco, a

78

imitación de las batidas rituales de épocas prehispánicas, cuando

se acechaban las víctimas con arcos, flechas, y redes de diferentes

tipos. Los arcos de largo alcance de la época chichimeca ya no

eran necesarios en la Economía, por lo cual pasaron, como

herramienta, a un segundo plano. Las cerbatanas que disparaban

bolitas de barro, como la que llevaba uno de los cazadores del

“mapa de Uppsala”, desempeñaba ya un papel más insignificante

todavía. Los aztecas solamente aprendieron a servirse de ella

como arma deportiva cuando accedieron a territorios cálidos

tropicales en valles al sur del altiplano. Era usada por los reyes

que tiraban a pájaros de plumajes preciosos. Para ese efecto,

llegaron a ordenar la plantación de verdaderos jardines tropicales

de recreo en las regiones de Cuernavaca y Huaxtepec, en el actual

Estado de Morelos (Idem. P. 27).

La caza de aves lacustres y la pesca seguía siendo una industria

productiva alimenticia en aquel pueblo campesino, al que los

lagos del altiplano dejaban poco suelo disponible para cultivar.

Intensivamente. La necesidad de tierra cultivable les agudizó el

ingenio y ésta le fue ganada al agua en lo que se ha llamado

“jardines flotantes”, para cultivar toda clase de plantas

alimenticias, pero especialmente hortalizas. De estas

“chinampas”, antaño una de las formas más características del

valle, se ha conservado un vestigio bastante considerable en el

lago occidental de los dos de agua dulce que se encuentran al sur

de la metrópoli, en un poblado llamado Xzichimilco (“lugar de los

campos de flores”) que cubre aún hoy día la mayor parte de la

demanda de flores y hortalizas de la Capital. Allí se ganaron al

agua 35 kilómetros cuadrados de tierras de cultivo, mediante la

construccion de balsas rectangulares rellenas de carrizos, ramas

de árbol, y lodo. Las anclaban en el fondo del lago plantando en

sus bordes sauces de rápido crecimiento. De esta manera, todo el

lago se cubrió con el tiempo de un laberinto de islas artificiales y

estrechos canales. Las chunampas eran muy fértiles y no

necesitaban ser regadas. Solamente eran abonadas ocasionalmente

con limo sacado del fondo de los canales. El único utensilio usado

por los campesinos indígenas en su labor hortícola, era la “coa”,

un palo en forma de azada y ensanchado, con el que se cavaba y

79

removía la tierra. La coa se encuentra aún hoy, en algunas

regiones aisladas de México. Hasta hace poco, todavía se veían

flotillas enteras de canoas monoxilas cargadas hasta el borde de

los productos de las chinampas por el Canal de la Viga, hoy

cubierto, hacia los grandes mercados capitalinos. La “milpa”,

parcela de tierra firme, era ganada a la maleza y al bosque

mediante hachas de piedra; se limpiaba el suelo de maleza, se

removía la tierra que era regada y abonada artificialmente, al

agotarse el suelo, con la ceniza de los arbustos calcinados que

habían crecido entretanto. En los cultivos de maíz se aporcaban

las plantas, se les quitaba la flor masculina de los elotes maduros,

cuya envoltura de hojas se rasgaba con un cuchillo de hueso.

Además de maíz se cultivaban fríjoles, calabazas, tomates, cuyo

nombre “tómatl” indica su país de origen, varias plantas de

semilla oleaginosa como la “chía”, una salviácea, el huahutli

(anaranthus leucocarpus) y la “hierba de pez” (argemone

mexicana), pero el maíz era el más importante cultivo, cuya forma

original y pariente más cercano crecía desde tiempos muy

anteriores a la agricultura en la Meseta central de México, según

las más recientes investigaciones botánicas y no había sido

importado, como antes se pensaba, de Suramérica o del Asia

oriental. Aún así, el maíz cultivado en el valle de México, no

bastaba para abastecer ni en tiempos de producción normal, a la

población de Tenochtitlán, población capital en tiempos de la alta

cultura azteca. Las rachas de frío o una plaga de insectos que

llegaran a destrozar las plantas podían causar una verdadera

catástrofe alimentaria. Según las crónicas mexicanas, algo así

ocurrió en los años designados “1 conejo”, durante el reinado de

Moctezuma I. El maíz era llevado a México principalmente desde

los altiplanos del oeste, del norte y del este de la ciudad y desde

los valles regados por los ríos que desembocan en el río Balsas.

La frugal comida del campesino del valle de México no podía

satisfacer por mucho tiempo los gustos refinados del capitalino

azteca. Por esta razón, los aztecas fueron impulsados, como

campesinos y pescadores transformados en citadinos, a invadir y

conquistar las regiones subtropicales bajas y mucho más fértiles.

Entre otras buenas cosas, éstas les brindaban las especias

principales para sus banquetes, - pimienta, cacao, y tabaco- y

80

también la miel necesaria para endulzar sus alimentos, porque la

apicultura, aunque difundida entre los habitantes del sur de

México, y entre los mayas, se practicaba poco entre las tribus del

valle de México (Idem. P. 28).

La “sal”, indispensable condimento, se encontraba en grandes

cantidades y al alcance de la mano en las orillas del lago Texcoco,

ya que se depositaban gruesas capas de ella en tiempos de sequía.

Se recogía, igual que hoy, para purificarla y deshidratarla en ollas

de barro. En la región de Tlaxcala, en la Sierra Nevada no hay

lagos salados. Sus habitantes, rodeados por todas partes por sus

enemigos los aztecas, tenían en su abastecimiento no pocas

dificultades. Por ese motivo se vieron empujados a negociar con

los españoles su gran alianza para hacerle, en común, la guerra a

los aztecas (Idem. P. 29)

El “pulque”, bebida embriagante de los aztecas rica en metanol,

alcohol tóxico degenerativo, era obtenida de una variedad de

maguey ampliamente extendida en las regiones secas del centro

de México (sobre todo los llanos de Apam al norte de Taxcala).

Solo una vez en la vida, pero durante meses, se vierte zumo dulce

en el tallo trunco y hueco de una vara de maguey madura. Este

zumo vuelve a succionarse por medio de una calabaza estrecha y

larga, brindando después de su fermentación un brebaje “parecido

a leche mala, oliendo a poso de cerveza y de agradable sabor

acido y refrescante” (Seler). Los aztecas solamente permitían su

uso a las personas de más de 70 años. Los aztecas, que provenían

de unos pueblos de norteamericano, como dijimos antes, que se

abstenía del consumo de bebidas embriagantes y en que los

borrachos y ebrios eran muy mal vistos, y considerados viciosos y

bárbaros, ya en tiempo de los españoles se relajaron por completo

y el pulque goza de amplia popularidad desde entonces (Idem. P

29).

La visita de los pueblos del altiplano, a pesar de haber sido

invadidos por la más moderna civilización norteamericana, parece

en muchas regiones que el tiempo se ha detenido por más de 400

años.. Una impresión que se tiene cuando se visitan las regiones

81

campesinas del sur de Francia, en la región de Provenza, respecto

del estilo de vivienda construida en piedra desde la Edad del

Hierro, que casi sin cambios es usado por los campesinos actuales

del sur de Francia.. Cerca del aeropuerto de México se ven

algunas “casas” hechas de adobe y cubiertas de un techo plano de

tablas. Por el lago de Xochimilco y en la llanura de Puebla, este

tablado está recubierto con un bien acabado techo de dos aguas de

paja A tal tipo de vivienda se le llamaba en el antiguo México

xacalli (casa de paja) y hoy se le llama “jacal” para distinguirla

así de las primitivas chozas de caña y techos de carrizo, que ellos

habían construido antes de sus años de migración y que se ven

todavía en las chinampas y en los valles del sur. Los hogares de la

clase social más elevada, tenían sus paredes construidas en

“tezontle”, una piedra volcánica sacada del enorme campo de lava

del Pedregal, y estaban provistas de dinteles de madera y

recubiertas de cal con una balaustrada alrededor del techo plano.

Las casas eran regularmente de forma rectangular y contrastaban

con las viviendas de las llanuras orientales y sureñas que tenían, a

menudo, forma redonda u ovalada. Los aztecas desconocían este

diseño, pero fue introducido como consecuencia del culto a otras

deidades extrañas, y bajo la forma de “templos de piedra”. En las

casas de la Ciudad, el agua lluvia escurría lentamente por techos

ligeramente inclinados hacia un gran recipiente colocado en un

patio interior abierto, alrededor de del cual se construía la casa

que carecía de chimeneas y ventanas. Los aztecas hallaron este

tipo de habitación, “estilo atrio”, cuando llegaron al valle de

México (Idem. P. 30).

11.3.0 ALGUNOS ASPECTOS DE LA VIVENDA

Y EL URBAMISMO

Los “caseríos aldeanos” se componían además de la casa de

habitación de un gran silo para el maíz (cuezcómatl), que todavía

hoy aparece con las dos formas que conocemos por los códices

aztecas: Como gigantesca urna de barro erigida sobre una base de

piedra y provista de un techo de paja y como una especie de alto

cajón de palos entrecruzados o de tablas. Al lado de estos

82

graneros se encuentra, a menudo, un baño de vapor (temazcalli),

en forma de cúpula, hecho de piedra y argamasa, calentado por

fuera y cuyo estrecho pasillo de entrada se ve adornado hoy por

una imagen de la Virgen en lugar de la cabeza de la gran diosa de

la tierra y el parto, “Teteo Innan”, que ocupaba este sitio en

tiempos paganos. Los baños de vapor estaban consagrados a esta

diosa porque de preferencia los usaban las mujeres embarazadas

para aliviar el parto. En esos poblados no encontraríamos

establos, como en las aldeas europeas, pues los aztecas no tenían

más animales domésticos que algunas razas de perros destinados a

la ceba, para comer y el pavo, ambos criados en libertad dentro de

los caseríos, que solamente estaban rodeados de toscos vallados

de piedra o impenetrables setos de cactus que crecían uno al lado

del otro en forma vertical (Idem. P. 31).

Los “utensilios domésticos” de la gente humilde eran pobres y no

pasaban de ser lo que puede observarse hoy, a menudo, en

cualquier hogar mexicano campesino de hoy. El metate, métlatl

en azteca, ocupaba el primer lugar: Es una piedra rectangular,

ligeramente cóncava y apoyada sobre dos patas delanteras. El ama

de casa muele en él los granos de maíz después de haberlos

cocido con agua y cal apagada hasta reblandecer su dura cáscara.

El “hogar” está hecho de tres piedras como base para el comal, el

platón para hornear, de barro (hoy de hierro), y la olla. Para los

demás usos culinarios bastaban, además, de algunas cucharas y

coladeras, un jarro para agua y una vasija de barro (molcajete)

sobre cuyo fondo estriado se molían los pimientos rojos (chilli,

hoy chile). Su alimentación era en su mayor parte vegetal y

consistía sobre todo en platillos derivados del maíz. Unas

delgadas tortas, llamadas “tlaxcalli” (“tostadas”) por los aztecas,

de donde viene el nombre de la ciudad de Taxcala (ciudad de los

panaderos), y “tortillas” por los españoles, (que , en general,

significaba “tortillas de huevo”), que sustituían al pan. Se comían

calientes y tenían que ser preparadas continuamente. Como

platollo de fiesta tenían el “tamal” (“tamalli” en azteca) hecho con

masa de maíz y relleno con carne y verduras. La carne de pavo

cocida, el pescado y otros platillos se comían con una salsa

picante de chile que todavía se prepara por todas partes en

83

México. El “mole con guajalote” (salsa picante con pavo) es el

platillo nacional. Al final de cada comida se servía una jícara

(media cáscara de calabaza) llena de chocolate y un puro.

“Cacao” es una palabra azteca (cocahátl), al igual que “chocolate”

(en realidad cocóatl, “agua de cacao”). El cacao se servía batido

con molinillo con una gruesa capa de espuma y aderezado con

vainilla y miel de colmena, y se bebía frío. Los puros tenían más o

menos la forma de un puro de Virginia, porque estaban hechos

con una delgada caña alrededor de la cual se enrollaban las hojas

de tabaco. De allí el nombre azteca de de “acáyetl, que puede

traducirse aproximadamente por “caña cubierta de tabaco”.

Durante los banquetes, los comensales se sentaban en gruesos

rollos de carrizos amarrados. El uso de sillas o sillones de madera

trenzados de caña o de madera tallada, con altos respaldos y

puestos en esteras hermosamente tejidas, era privilegio de los

príncipes. A esto se debe que el sentido de “pétlatl icpalli (petate

y sillón), entre los aztecas se relacionaba con los conceptos de

“gobierno” o “reinado”. La gente sencilla se acurrucaba y dormía

en el suelo cubierto de pieles, mantas o petates; unos sencillos

camastros eran conocidos sólo en los valles sureños, y las

hamacas fueron introducidas en tiempos de los españoles desde

las Antillas. En vez de roperos tenían cestas tapadas y arcones de

madera. Desde el techo y paredes colgaban trasteros para los

utensilios domésticos de menor tamaño (Idem. Ps. 32 y 33).

En la época de la Conquista la ciudad de Tenochtitlán, según S.

Linné, podía tener unos 75.000 habitantes, cantidad considerable

dados aquellos tiempos de la antigua América. Estaban repartidos

en cuatro barrios ordenados simétricamente y la ciudad de

Tlatelcólco, que ocupaba el noreste de la gran isla artificial,

estaba comunicada con Tenochtitlán.. La parte central, hacia

donde convergen tres grandes diques de defensa contra

inundaciones, estaba ocupada por el templo mayor rodeado de

muros y era un rectángulo de unos 3400 metros por 400 metros.,

cuyos límites pueden todavía distinguirse con precisión

aproximada. En el límite oriental de la ciudad, del que no partía

dique alguno, se encontraba un puerto para las canoas en la

prolongación de lo que es hoy la calle de Tacuba. Cortés lo

84

preservó como puerto y arsenal para su flotilla de bergantines, con

la que dominó el lago durante el sitio de Tenochtitlán.

Sabemos por las crónicas, que los que los aztecas empezaron a

erigir templos de piedra para sus dioses en el primer tercio del

siglo XV, y la investigación arqueológica nos demuestra que al

final de este siglo había alcanzado ya a sus predecesores o

maestros de Teotihuacán. Tula, Cholula y otras ciudades de la

Meseta Central. Pero sólo podemos sospechar hasta que punto lo

hicieron ya que se conservan muy pocos ejemplos de de

arquitectura azteca en comparación con los numerosos templos y

palacios mayas, que aún llenan de asombro al viajero. El impulso

destructor del conquistador español hirió en el mismo corazón al

Imperio azteca, porque los grandes centros de cultura como

Tenochtitlán y Texcoco fueron completamente arrasados para

construir en ellos las ciudades españolas. La arquitectura profana

de los aztecas es la que menos se conserva, aunque el furor

destructor de los españoles se dirigió esencialmente sobre los

templos, pues su lucha contra el paganismo era para estos

cruzados del siglo XVI no sólo un pretexto sino una misión muy

seria. Si tratamos de darnos una idea de los “palacios”, pues las

viviendas de la gente humilde apenas si son arquitectura, tenemos

que apoyarnos, casi exclusivamente en dibujos y relatos antiguos.

Los testigos oculares españoles no ahorran ciertamente sus

elogios al describir los palacios de Tenochtitlán, pero sus relatos

carecen por desgracia de detalles útiles desde el punto de vista

arquitectónico (Idem. P. 104).

Los informes son a veces demasiado exagerados. Pero de los

menos se deduce que los palacios eran unidades regulares de

varios edificios que rodeaban un patio interior, con muros de

piedra volcánica porosa (tezontle), y techos planos de fuertes

vigas. En tal arquitectura sólo podrían haber grandes habitaciones

si se usaban hileras de columnas para sostenerlas. Los edificios

eran bajos y de un piso; excepcionalmente tenían un segundo y

nunca más de dos. Sus construcciones seguían los delineamientos

y prácticas de los mayas que evitaban sobrecargar las bases de los

edificios. Nuestro conocimiento de los palacios de Texcoco son

85

un poco más amplios. Esta ciudad llegó, gracias a Nezahualcóyotl

a ocupar la posición de capital espiritual del valle de México.

Probablemente superó a Tenochtitlán también como centro

artístico. Pomar, uno de los descendientes del último rey de

Texcoco, menciona que el palacio principal de Nezahualcóyotl

tenía una sala de 20 varas de largo y de ancho, y que su techo

descansaba en columnas de madera sobre zócalos de piedra. Se

llegaba a la sala desde un patio, el cual comunicaba sus

numerosas habitaciones para variados usos. En una de ellas

residían los reyes aliados cuando se encontraban en Texcoco. En

otras se recibían los vasallos cuando traían los tributos o se

reunían los jueces y el Consejo de Guerra, y en otras más, vivían

las mujeres del rey, etc.- Dos códices texcocanos preservados de

la hoguera del arzobispo Zumárraga, contienen planos de este

palacio. En una hoja llevada por Humboldt a Berlín y en el “mapa

Quinatzín códice que se encuentra en París, puede apreciarse que

aquella construcción se parecía a los palacios de la época clásica

maya como la “Casa del Gobernador” en las ruinas de Uxmal.

Una excavación nos mostró la disposición mucho más arbitraria

de los palacios menos importantes de los gobernadores de las

diversas ciudades. La efectuó Vaillant en el año de 1935 en el

pueblo de Chiconauhtla, en lo que antaño había sido la ribera

norte del lago Texcoco. Este lugar dependía políticamente de

Texcoco. La ruina se compone con un grupo de tres grupos de

casas con un total de diez habitaciones y varios cuartos más

pequeños, casi todos comunicados entre sí y construidos alrededor

de patiecillos. Cada habitación tiene el plano característico de la

“casa megarón” de tiempos griegos arcaicos, con un hogar5

cerrado y un vestíbulo enmarcado por dos columnas, abierto en

toda su amplitud hacia el patio. A los grupos de casas pertenecen

unas piezas secundarias, probablemente despensas, y uno o dos

vestíbulos sin habitación detrás. Vaillant los llama alcobas y cree

que sirvieron de salas de recepción (Idem. P. 105).

Por encima de los techos planos y bajos de las antiguas ciudades

mexicanas se alzaban muchos “templos piramidales”. Llamados

“torres” en los informes españoles debido a su altura y su

empinamiento. En realidad no tenían nada en común con las

86

torres ni con las pirámides típicas, si consideramos como éstas a

las egipcias. La pirámide egipcia es la forma monumental de de

un montículo de piedra erigido encima de una tumba. Un corredor

lleva al interior de ella pues la tumba es lo principal. La pirámide

mesoamericana era, en cambio, un amontonamiento de tierra en

cuya cima había un lugar culto al que se llegaba por una “escalera

exterior. Las tumbas dentro de las pirámides eran una excepción y

no constituyen un rasgo típico de la arquitectura mesoamericana.

Recientemente en Palenque en el interior de una pirámide, de la

era clásica maya se encontró un aposento funerario ricamente

provisto y comunicado por una escalera interior con la plataforma

de la pirámide. Sin embargo no se han encontrado otras tumbas

dentro de la frecuente perforación de túneles a través de las

pirámides mexicanas. La costumbre de construíi los templos sobre

una base escalonada se remonta a un antiguo culto de la “altura”.

En los tiempos más antiguos deben de haberse erigido los lugares

de culto en elevaciones naturales del terreno (montes y cerros) y

todavía los aztecas ofrecían sacrificios a los dioses de la lluvia en

las cimas montañosas. Esta costumbre resultó finalmente en la

construcción de “todos los templos sobre redondos “montes

artificiales”, hechos de tierra amontonada y recubiertos con tosca

capa de piedras o de argamasa para protegerlos de la intemperie.

Cerca de Cuicuilco, en el valle de México y en el país de los

huastecas pueden verse aún estas formas primitivas piramidales

de los templos mesoamericanos. Más tarde, las pirámides fueron

construidas en forma cuadrada, escalonadas y truncas: Consistían

en un núcleo de tierra y piedras, una capa exterior de piedras

cuidadosamente elegidas y adheridas con argamasa, todo ello

recubierto con un estuco resistente. Estos edificios que se

encuentran desde el Estado de Zacatecas en el norte hasta la

República de nicaragua en el sur, a través de toda Mesoamérica,

se designan comúnmente con la palabra azteca “teocalli” (“la casa

de dios”). Pero tal término designaba el templo en general,

mientras que las pirámides escalonadas eran llamadas, debido a su

construcción, “tzacualli”, “lo encerrado (en un manto de piedra”

(Idem. P. 107).

87

El hecho de que las pirámides escalonadas se hicieran

predominantes se debe a razones ideológicas. Mientras nosotros

consideramos el cielo como una “bóveda”, éste representa para

otros pueblos una montaña, por lo cual. El sol asciende por la

mañana y desciende por la tarde, de manera que sus pendientes se

escalonan como las de un gigantesco edificio. En el recinto del

templo de Tenochtitlán se encontraba “la Casa del águila”

(cuauhcalli), una pequeña pirámide escalonada, consagrada

especialmente al sol. El prisionero de guerra destinado al

sacrificio, al subir ceremoniosa y lentamente los escalones de esa

pirámide el día de la fiesta del sol, “4 movimiento”, representaba

a este astro, según opinión del historiador Durán, y tenía la tarea

de facilitarle el penoso camino hacia el cénit e impedir su

detención. Los antiguos mayas y los modernos huicholes

perseguían el mismo fin por medio de pirámides en miniatura, por

así decir “escaleras solares” hechas de tierra o de madera que

ponían en sus templos durante fiestas especiales (Idem. P. 107).

Los campos del juego de pelota constituían (“tlachtli”) que

existían en muchas ciudades y que constituían, mucho mas allá de

esta región y desde tiempos muy anteriores a los aztecas, una de

las principales formas arquitectónicas al lado de las pirámides.

Solamente en la región maya se han encontrado por lo menos

cuarenta campos para el juego de pelota. Eran campos

rectangulares ahondados o rodeados de muros .; y de los muros

laterales partían hacia el centro dos taludes que dejaban abierto un

estrecho pasillo en medio. Así el campo de juego se parecía a un I

romano o a una doble T. Entre los mayas, zapotecas y totonacas,

las paredes laterales eran inclinadas hacia adentro., mientras que

entre los toltecas, mixtecas y aztecas eran verticales y llevaban en

el centro grandes anillos de piedra fijados verticalmente en la

pared. Por esos anillos debía pasar la pelota en un buen juego. A

menudo hay al pié de los muros laterales bancas de mampostería,

cuyos lados se adornaban, al igual que los anillos, con

bajorrelieves. Cuando se trataba de “campos de juego de pelota de

los dioses”, vinculados a pirámides, a los dos extremos del campo

y sobre los muros laterales había templos, capillas e ídolos. El

88

juego de pelota no era un simple deporte, sino un acto de culto

con profundo simbolismo religioso (Idem. P. 113).

Bajando de la Meseta central a los valles del sur, hay dos templos

que están entre los más adornados de toda la parte central de

México y ocupan un lugar único en la arquitectura azteca. Su

peculiaridad se debe a que fueron construidos en una región

originalmente extraña a los aztecas y estaba poblada por tribus

sólo ligeramente afines a ellos por el idioma o la cultura. Ambos

templos estaban consagrados a deidades que habían entrado un

poco tarde en el panteón azteca. Uno de ellos que figura en una

crónica azteca como construido durante 14 años, desde 1501 hasta

1515, es una de las más asombrosas obras del arte azteca. Junto

con la fortaleza de los dioses en Texcotzingo, es el único ejemplar

mesoamericano de un templo de roca comparable a los egipcios, a

los del Indostán y a los del Asia oriental. Fue descubierto en 1936

por García Payón y se encuentra en la cima de una montaña, en

una terraza ampliada mediante unos muros de apoyo, a 100

metros por encima del pueblo de “Malinalco”, al sur del altiplano

de Toluca. Este templo ha sido labrado en la roca en su totalidad:

zócalo piramidal, escalinata, vestíbulo, celda, y hasta las mismas

esculturas, y es una obra extraordinaria, si se piensa que estos

hombres sólo disponían de primitivas herramientas de piedra y de

cobre (Idem. P.116).

11.4.0 LA ESCULTURA AZTECA

Los “relieves aztecas” se destacan entre los demás

mesoamericanos por su estilo claro, severo, pero al mismo tiempo

brioso. No son nunca meras imitaciones de modelos naturales,

sino que se parecen al arte europeo contemporáneo por abstraer o

simbolizar estos modelos, lo cual ocurre también en la escritura

azteca. Aún entre las obras de “escultura” libre, no existe casi

ninguna que permita suponer que su creador haya sido inspirado

por el mero deseo de producir en el espectador el goce de una

forma hermosa o magnífica. Cuán poco consideraban los aztecas

sus obras plásticas como objetos de recreación artística lo

demuestra el hecho de que algunas figuras monumentales con un

89

peso de varias toneladas tenían bajorrelieves “en la base”,

consagrados a los dioses otónicos, que ya no serían vistos por ojos

humanos, una vez erigida la escultura. Es la misma actitud ante

las artes plásticas que guardaban los habitantes paleolíticos de

Francia y de España al pintar, en la oscuridad de unas cavernas de

difícil acceso y con un estilo naturalista, animales en los techos y

en las paredes. Esto señala el origen mágico de toda creación

plástica. Para los aztecas, la obra de arte, igual que el templo era,

a menudo sólo una parte del universo, repleto de fuerzas divinas.

De aquí que cubrieran de relieves las esculturas huecas de piedra,

como las vasijas redondas en que se recogía la sangre de las

víctimas, y las urnas rectangulares en que se guardaban las

cenizas de los muertos. Esto demuestra que el recipiente era una

imagen en miniatura del cosmos. Sus partes superiores

corresponden al cielo, sus paredes a la tierra y su base al

inframundo (Ide3m. P. 118 y 119).

La escultura azteca ha alcanzado mayores alturas en la “plástica

redonda que en el arte del relieve. Cierto que ya había sido

practicada por los olmecas, pero no fue desarrollada por las

culturas teotihuacana y maya. Se extendió por Mesoamérica,

solamente cuando los toltecas establecieron su hegemonía en la

Meseta central. Como en tantas otras ramas del arte, los aztecas

fueron discípulos de los toltecas en este arte y adoptaron algunos

de sus tipos de escultura redonda. Las esculturas redondas de los

aztecas distan tanto del naturalismo de las gigantescas cabezas

olmecas como del cubismo de las esculturas teotihuacanas,

aprisionadas todavía en el bloque de piedra como en una rígida

coraza. Los rasgos principales de la grandeza de esta plástica

reside, para hablar con el arqueólogo mexicano Salvador

Toscano, en su severidad sin compromiso, en su sensibilidad para

lo dramático, y en el grave concepto que tiene del mundo el

pueblo azteca, cuyo carácter se forjó en el duro y despiadado

espíritu de su religión,. Y en la férrea voluntad de poder. Sin esas

características, este pueblo no hubiera podido convertirse en amo

y seños de la mayor parte del territorio mexicano en el lapso de

escasos cien años (Idem. P. 1232)

90

11.5.0 LA PINTURA

En el arte pictórico las figuras están reproducidas casi siembre de

perfil. No hay una intención de perspectiva, de manera que al

representar alguna escena, las figuras están puestas unas encima

de otras. Y no unas detrás de otras. Cuando se reproducen objetos,

se ofrecen, a veces, simultáneamente de frente y de lado, y en

algunos casos, por ejemplo, en los campos de pelota la figura está

enfocada desde encima. Desde el punto de vista artístico, son

superiores los dibujos del Códice Borgia (de la Biblioteca del

Vaticano) a los códices aztecas. Parece ser que ello sugiere el

empobrecimiento de la cosmología religiosa y la fantasía de los

sacerdotes en la era azteca. El Código Borgia fue creado

indudablemente en “Tlaxcala o en Cholula, pues sus dibujos son

muy afines a los frescos de Tizatlán y a las decoraciones

policromas de la cerámica de Cholula. “La riqueza del material

que estas espléndidas hojas contienen es inagotable” (Idem.

P.193).

11.6.0 ASPECTOS DE SU ESTRUCTURA POLÍTICA

El llamado imperio azteca no era propiamente un imperio. Era la

“alianza” de tres tribus poco numerosas. Cuyos soberanos tenían

teóricamente iguales derechos y gobernaban, cada uno su propio

territorio, su propia organización administrativa y sus propias

leyes. Los tres aliados eran completamente independientes unos

de otros también en todos los asuntos interiores. Sólo con ocasión

de la elección de un rey tenían voz y voto los otros dos dentro del

consejo electoral; así mismo, las cuestiones de paz o de guerra

eran decididas por los tres, se debían ayuda mutua en caso de ser

atacado uno de ellos y sus ejércitos operaban en conjunto. La

mayoría de las expediciones guerreras, en cuanto se dirigían más

allá de la Meseta central, no tenían por objeto en realidad la

conquista de nuevos territorios, sino más bien la ocupación y el

dominio de las rutas que aseguraban el tránsito hacia las regiones

ricas en materias primas. Esto permitía el abastecimiento

constante de bienes escasos en la Meseta central, como el maíz, o

que no existían allí como el tabaco, el cacao, el algodón, y las

91

pieles de jaguar, las plumas multicolores, y las piedras preciosas,

la resina de copal, y el caucho, el cobre y el oro. El gobierno de la

Liga no podía pretender una verdadera incorporación de las tierras

conquistadas por falta de hombres para dominarlas y colonizarlas.

Se contentó con explotarlas. Debido a la misma razón, en las

guerras no se tomaban prisioneros destinados a trabajar. Servían

exclusivamente de “alimento de los dioses”, es decir, de materia

prima para los sacrificios humanos en masa, que tenían, no solo

un fin religioso, sino de intimidación, pues los aztecas solían

invitar a sus grandes fiestas sagradas de preferencia a los

caudillos y príncipes de tribus y Estados enemigos (Sobre todo de

Tlaxcala), garantizándoles su seguridad. Por razones económicas

hubiera sido imposible establecer prisioneros en el valle de

México, porque la poco fértil región de la Meseta central no

alcanzaba siquiera, en los años de malas cosechas, a sostener su

población local. Además hubiera resultado peligroso y poco hábil,

desde el punto de vista estratégico y político. La región enemiga

empezaba inmediatamente detrás de las montañas que rodeaban y

protegían por tres lados el corazón del imperio azteca. Ni la

Meseta central pertenecía, en su totalidad al Imperio Azteca. En el

centro mismo de sus tierras había “territorios independientes,

como Tlaxcala, Meztitlán, y dos pequeños estados poblados por

una mezcla de nahuas y otomíes, que los aztecas nunca pudieron

someter y dominar, habiendo sido capaces, también los tarascos,

de detener la marcha triunfal de Axayacatl en la frontera

occidental del altiplano de Toluca. Algunas regiones tenían una

“relación de acuerdo o de alianza” con respecto a los aztecas.

Estos les dejaban sus propios príncipes, pero se aseguraban su

lealtad, obligándolos a permanecer parte del año en las capitales

de la Liga reteniendo a sus parientes como rehenes.

Los españoles, después de haberse sentido verdaderamente

deslumbrados por la magnífica presencia del embajador de

Moctezuma y por los principescos presentes que le envió a Cortés

al desembarcar en Veracruz, no tardaron en darse cuenta de las

precarias condiciones estratégicas de los aztecas para defender su

“Imperio”. Ya entre los totonacas, cuyos pueblos de Cempoala y

Quiahuiztlá se encontraban a sólo 35 kilómetros, del lugar del

92

desembarco, pudieron observar la manera brutal como eran

recogidos los tributos por parte de los oficiales aztecas, soberbios

y arrogantes. A su vez, el temor parecía paralizar a los oprimidos,

frente a sus verdugos, quienes exigían no sólo altísimos tributos

sino la entrega de adolescentes para sacrificar a sus dioses y

doncellas para servir de concubinas a los nobles aztecas. Pero fue

en Taxcala, enemiga hereditaria, situada en la Sierra Nevada,

donde se enteraron mejor de de la floja organización del Imperio

azteca así, como de que sus conquistas solamente tendrían, si

acaso, cien años (Idem. P. 59).

Al penetrar a su interior, no obstante, los españoles se dieron

cuenta también, de que los aztecas daban pasos hacia un imperio

más centralizado y poseían un ejercito poderoso y bien armado.

Esto se observaba, por ejemplo, en las eficientes y eficaces

comunicaciones que funcionaban con gran rapidez, a pesar de que

no había una red de caminos sistemáticamente planificada. La

carga se movía con columnas de cargadores aún a través de los

altos pasos de montaña, de las sofocantes selvas tropicales, de

ingeniosos puentes colgantes sobre los rápidos torrentes de los

ríos. Existían entonces, además muchos puentes de madera y de

piedra, igual que buenos caminos, los detalles de los cuales

solamente han llegado a nosotros desde la región maya. La ciudad

de Cobá era el eje de una de aquellas redes de caminos, uno de los

cuales tenía una longitud de unos 100 kilómetros, llegando cerca

de Chichén Itzá, y un ancho de unos 5 metros. Para mantener en

lo posible las líneas rectas se rellenaban zanjas y depresiones con

guijarros calcáreos, se colocaba encima tierra y se apisonaba con

unos cilindros de piedra que aún hoy se usan, de unos 4 metros de

largo y un peso aproximado de 5 toneladas (Idem. P. 60).

La excelencia del sistema de estafetas, la capacidad de los correos

y mensajerías, establecido en la carretera de Tenochtitlán a la

costa, se demostró a los dos días de anclar los barcos de de Cortés

en la rada abierta de Veracrúz. Al llegar ya había allí una

embajada de Moctezuma junto a un grupo de “reporteros

pictográficos” aztecas que incluyeron en sus dibujos a los

españoles, sus barcos, perros y caballos para informar a

93

Moctezuma. Cuando desembarcaron en las costas de Pánuco y de

Veracruz, respectivamente, Álvarez Pineda y Pánfilo Narváez,

dos conquistadores rivales de Cortés, Moctezuma supo la noticia,

incluso, antes que Cortés, no obstante que éste había dejado en

Veracrúz una guarnición. En la aventurada expedición de

Honduras, que llevó a los españoles a través de las selvas del sur

de México, y del norte de Guatemala, en 1524 y 1525, Cortés

siguió probablemente esta antigua ruta comercial, en cuya

existencia estaba enterado gracias a un mapa pictográfico recibido

de Moctezuma. Mostraba, sobre un “lienzo tejido de fibras de

maguey” la costa entera, “con sus bahías y ríos”, y fue

complementado durante el mismo viaje por otros “mapas”

indígenas. Es probable que esta cartografía primitiva, pero

evidentemente bastante desarrollada, se basaba en los informes de

los mercaderes que participaban en las grandes expediciones

comerciales mexicanas.- Eran requeridos, por otra parte, por los

gobernantes provinciales, los “petlacálcatl” (“el de la casa del

petate”), que residían en las ciudades principales de las provincias

ocupadas para mantener el orden y la calma entre los pueblos

sometidos (Idem. P. 61).

La realidad cotidiana como base de un desarrollo sostenible de la

sociedad humana, no difiere mucho en estos pueblos de la

realidad en nuestro mundo antiguo eurasiático. Una

racionalización de la aplicación óptima de los recursos al

sostenimiento de la vida de los distintos pueblos es un imposible.

La misma, no parece ser tampoco una inquietud mayor en las

altas esferas del gobierno. Los impuestos de los pueblos

sometidos debieron ser exorbitantes en tiempos de Moctezuma II

a juzgar por las muchas quejas que continuamente eran dirigidas a

los españoles, quienes desde luego las apoyaban para enfurecer

más a los oprimidos contra sus amos, pero sin adoptar una actitud

distinta cuando los sucedieron en el poder. Los tributos eran

recogidos en especie y se almacenaban en las tesorerías de las tras

ciudades de la Liga, Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán. Unas

listas que contienen las entradas normales, pero no el botín

cosechado en guerras y atracos, que se encuentran en el Códice

Mendoza, muestran, no obstante, cuán fabulosos eran:

94

“Productos Alimenticios

Maíz 140.000 fanegas

Fríjol 105.000 fanegas

Semillas oleáceas de “Salvia Chía” 105.000 fanegas

Cacao 1.260 cargas

Sal 6.000 panes

Chile rojo 1.600

cargas

Jarabe de maguey 2.400 jarras

Miel de colmena 1.700

jarrones

Cigarros puros 36.000

manojos

Materiales de construcción y otros

Leña 5.400

cargas

Vigas 5.400

piezas

Tablas grandes 10.800

piezas

Varas de bambú 18.000

cargas

Carrizos para flechas 36.000

cargas

Calabazas pintadas y barnizadas 27.600

piezas

Petates (asientos) 12.000

piezas

Sillas 12.000

piezas

Cal 19.200

cargas

95

Vestidos y adornos

Algodón crudo 4.800

bulto

Mantas blancas y con dibujos

187.560cargas

Otras piezas de vestir 28.800

cargas

Plumas de adorno 32.880

manojos

Trajes de guerrero completos (65 adornados con las plumas

más preciadas) 665

unidades

Materiales para el cultivo

Papel de fibra de amate y de maguey 48.000

hojas

Resina de copal para incienso 3.600

canastas

“idem” 36.000

bultos

Ambar líquido para incienso 100

jarras

“idem” 24.000

bultos

Pelotas de caucho 16.000

piezas

Plumón 20

sacos”

“A esto se añadían en menor cantidad materias colorantes (ocre y

cochinilla), pieles, collares de oro y de cuentas de jade, adornos

labiales de ámbar y cristal de roca, polvo de oro, láminas y barras

de oro, turquesas y mosaicos de turquesas, conchas de mar para

adornos, hachas y cascabeles de cobre. Con ello, una inmensa

riqueza fluía desde todas partes del país a las ciudades

mencionadas del valle de México. Sus habitantes, como

96

consecuencia, llevaban una vida espléndida a expensas de los

pueblos sojuzgados.” El mando del ejército era confiado casi

siempre a los altos caudillos de Tenochtitlán y la proporción de la

repartición de los botines de guerra era: Dos quintas partes para

Tenochtitlán, dos quintas partes a Texcoco y una quinta parte a

Tlacopán ( Idem. P. 62).

Con ello se tiene, no sólo una idea de de los niveles de

explotación de las naciones sujetas, sino de la variedad de la

industria, exigente ya de una destreza bien desarrollada de los

artesanos y agricultores. Ello no es indicativo de economías

primitivas, de ningún modo, sino con un grado de complejidad

evidente.

11.7.0 ASPECTOS DE LA INDUSTRIA ARTESANAL

La industria artesanal tiene expresiones muy propias en los

pueblos mesoamericanos. Algunos indicios de su demanda tienen

relación, por ejemplo, con las costumbres y usos en su vestimenta.

Es simple, según varios autores, dados el frío de la temporada

seca del invierno a 2.000 metros de altura. No falta ni en el

hombre ni en la mujer, porque entre los aztecas es repugnante la

desnudez. Los rangos sociales determinan tajantemente sus

distintivos en la vestimenta. Las clases sociales altas usaban en su

atuendo telas de algodón, generalmente importadas

principalmente de los pueblos de las costas del Golfo, cuyos

diseños ornamentales eran multicolores. Al nivel popular se

usaban exclusivamente tejidos más burdos de fibra de maguey.

Las mujeres usaban su camisa y enagua (“cueitl”) tradicionales.

El hombre se cubría con un taparrabos (“máxtlatl”) consistía en

una larga tela que ceñía la cintura y se pasaba entre las piernas de

tal modo que las dos partes anchas cayeran hacia delante. Los

hombres se cubrían el torso con un manto (“tilmatli”). Los aztecas

llamaban a aquellas telas de algodón “telas de cuatrocientos

colores”, entusiasmados con la riqueza del colorido y los diseños

artísticos logrados en las telas para taparrabos y mantos que

muestran las listas aztecas de tributos. Se usaba el ocre amarillo,

el rojo urucú, sacado de los frutos de la “Bixa orellana”, la

97

“hierba azul” (índigo), la cochinilla sacada por los mixtecas y

zapotecas de los insectos de este nombre que viven en los nopales

(de allí que lo llaman “nocheztli”, “sangre de nopal”). Y el

púrpura auténtico, el jugo de un caracol de mar pescado por los

chontales y los zapotecas en la costa del Pacífico, entre

Tehuantepec y Acapulco (Idem. Ps. 86 y 87).

La mayoría de los trajes y adornos descritos por Krickberg de

manera detallada, se conocen solamente a través de descripciones

y dibujos antiguos. Los originales cayeron víctimas de tres

grandes fuerzas destructoras: El clima, el tiempo y la insensatez

humana. El clima, porque no existe en la región de las altas

culturas mexicanas una región suficientemente seca, como ocurre

en la costa peruana, cuya fina arena desértica ha preservado hasta

nuestros días las telas más delgadas, los trabajos de plumas más

delicados y otros productos hechos de materiales perecederos

como pieles, cueros y madera. Hay que lamentar, especialmente,

la pérdida de los textiles. No hay duda de que el arte del tejido

estaba tan desarrollado en México como lo estuvo en el Perú,

según lo informan las fuentes históricas. Ningún tejido mexicano

se conservó en su forma original, después que el único ejemplar,

que se hallaba en Berlín se quemó durante la Guerra en 1945.

Sólo se conservan fragmentos carbonizados hallados en tumbas.

Las nueve obras de plumas sobrevivientes en los museos de

Viena, Stuttgart, Bruselas, Madrid y México, durante estos siglos,

únicamente lograron conservarse porque llegaron en el siglo XVI

a España, y de allí a los gabinetes de arte de algunos príncipes,

como parte del botín de los conquistadores. Por la misma razón

existieron en Europa hasta 1945, 22 antiguos mosaicos

mexicanos, es decir, objetos hechos de madera y hueso con

incrustaciones de fragmentos de piedra y de concha. Esto no es

sino un triste resto de las antiguas preciosidades mexicanas que

aparecen en las listas de embarque entre 1519 y 1526 como parte

del botín que fue llevado a Europa en cinco cargas de barco. “Para

darse cuenta de la pérdida sufrida por la arqueología mexicana,

basta comparar las precisas pero secas descripciones de los

objetos con los relatos entusiastas de los contemporáneos que

habían visto estos tesoros artísticos, a quienes les parecieron

98

sensacionales. Durero escribió en su diario después de asistir en

Bruselas, el 26 de agosto de 1520, a la primera exposición de las

joyas mexicanas, llegadas poco antes a la corte de Carlos V: “En

toda mi vida no he visto cosa que haya regocijado mi corazón de

tal manera como esto”. Los objetos de oro y plata tenían aún

menos per4spectivas de perdurar. Fueron bien pronto fundidos y

sirvieron como lujosos adornos de iglesias y conventos, “ad

majorem Dei gloriuam”.” (Idem. P. 93).

11.8.0 LA METALURGIA

Y LOS TRABAJOS

CON PLUMAS, PIEDRA Y OTROS.

Los trabajos en oro, tallas de madera y muchos otros objetos de la

antigua artesanía mexicana no fueron realizados por los aztecas.

Pero es un hecho que los ejemplares de esta obra artesanal se

juntaban, desde las provincias sometidas, yendo a parar a las

tesorerías del rey azteca, según las listas de tributos. Es así como

es importante tener la idea de la riqueza acumulada y concentrada

en tiempos de la Conquista en la metrópoli del Imperio

Tenochtitlán. Se poseen tres informes independientes de tres

oficiales de Cortés, sobre esta tesorería, pues estaban presentes

cuado fue abierta por los españoles una puerta recién condenada

en el palacio de Moctezuma en el lugar en que éste la albergaba;

“el cuento de la lámpara mágica de Aladino se tornó realidad

cuando estupefactos vieron frente a ellos un gran montón de oro y

piedras preciosas, y las paredes cubiertas con valiosas prendas de

vestir, armas, escudos, y divisas. Aunque la mayor parte de esas

riquezas que, según Bernal Díaz, no tenía igual en el mundo, se

hundió en los diques cuando muchos españoles se ahogaron

durante la huida de la “Noche Triste”, cargados con gran parte del

tesoro, buen número de objetos que habían sido ofrecidos a Cortés

anteriormente por Moctezuma y que se encuentran actualmente en

museos europeos, provienen sin duda, del mismo tesoro, pues se

describen en el inventario de 1519”(Idem. P. 93).

“Los que trabajaban plumas, piedras preciosas y oro eran los

artesanos más apreciados entre los aztecas, porque de sus manos

99

salían casi todos los adornos de las clases privilegiadas, del rey y

de las imágenes de los dioses”. Había también mercaderes y su

prestigio se basaba en el hecho de que traían de lejanas tierras los

materiales necesarios para estas obras. Ya en tiempos de los

viejos soberanos de Tlatelolco empezaron los mercaderes a

asociarse estrechamente con los “trabajadores de plumas” y a

importar plumas preciosas. Las plumas multicolores de las aves

del trópico eran grandemente apreciadas, pero sobre todas, las que

provenían de la cola del quetzal (Trogón Splendens), cuyo valor

se equiparaba sólo con el oro y el jade. Este pájaro habita las

selvas de Chiapas, Guatemala y la parte occidental de Honduras

(Idem. P. 96).

El oro y la plata era llamada entre los aztecas “excremento de

dioses” amarillo y blanco (teocuítlatl). Se suponía pues, eran

excremento del dios Sol y de la diosa Luna. Dios (téotl)

significaba, sobre todo un ser celestial. Los nombres de los dioses

de la tierra y del infierno terminaban por lo general en la palabra

“tecutli” que significa “Señor”. Comparado con la cantidad de oro

que los españoles encontraron en Costa Rica, Panamá, Colombia

y Perú, el tesoro de Moctezuma, a pesar de su fastuosidad era más

bien modesto. Bernal Díaz lo calcula en unos 600.000 pesos, lo

que corresponde a unos 3.5 millones de dólares de hoy. El número

de piezas de oro encontradas en México en tiempos más recientes,

es también pequeño. Pero en cambio sobrepasa en técnica y arte a

todas las antigüedades de oro de América. La producción de

metales preciosos hubiera sido mucho más rica si los pueblos

mexicanos hubieran practicado la minería. Si hoy se saca de las

minas mexicanas el 27% de todo el mineral de plata de la Tierra

(con oro como producto secundario), el oro era antes

penosamente extraído de los ríos de la parte norte del Estado de

Oiaxaca y sureste del Estado de Veracrúz, junto con un pequeño

porcentaje de plata, que era, por esta razón mucho más apreciada

en el antiguo México que el oro. También los Tlapanecas del

Estado de Guerrero mandaban oro a Tenochtitlán. Su dios Xipe

era el patrono de los orfebres aztecas, quienes residían en el

pueblo de Azcapotzalco, en la ribera oeste del lago de Texcoco y

sobre cuyos productos solamente existían algunos informes en

100

antiguos documentos. Es probable que el gran disco de oro, del

tamaño de una rueda de automóvil, con la imagen del sol,

mencionado varias veces entre los primeros trofeos que se

mandaron a España, haya sido uno de estos. La “fundición de

oro” de los mixtecas era mucho más artística que los trabajos de

oro de los toltecas hechos en cobre repujado, en narigueras,

diademas, y otros trabajos semejantes elaborados en oro. (Idem.

P. 97).

Para fundir el oro se usaba solo un crisol de barro y un soplete. La

reducción de los metales de su mineral, que hubiera necesitado

hornos de fundición, como en el antiguo Perú, era desconocida

pero además innecesaria, puesto que el oro de los ríos se

encontraba en forma pura. La mezcla natural y frecuente del oro

con la plata se disolvía en la pieza ya acabada por medio de la

“medicina del oro”, amalgama de sal y óxido de aluminio. El

sabio danés Paul Bergsoe cree que se conocía este método por

cierto comentario en el texto de Sahagún. También demostró que

las finas filigranas que adornan a menudo la orfebrería mixteca no

fueron fundidas o estañadas, sino soldadas a ellas, como una

cabeza de hombre, mitad oro y mitad plata, cuya juntura es una

línea del grosor de un cabello. Los más espléndidos ejemplos de

orfebrería mixteca fueron sacados a la luz del día cuando Caso y

Valenzuela descubrieron una tumba en Monte Albán en enero de

1932. Pesaban las piezas unos cuatro kilos en total y se trataba,

entre otras cosas de los siguientes objetos: varios pectorales, uno

de los cuales medía 11 centímetros de largo, y ostentaba

esculpida, la cabeza del dios de la muerte; una máscara del dios

Xipe; orejeras en forma de cabeza de águila, con largos

pendientes terminados en cascabeles; delicados anillos hechos

enteramente de filigrana de oro y un sinfín de collares con cuentas

de todos los tamaños y formas imaginables. En otros lugares se

han encontrado eslabones de collares en forma de tortuga,

pesados adornos labiales con cabezas de águila y de serpiente en

relieve. Y una pieza que es la más perfecta, desde el punto de

vista artístico entre todas las orfebrerías mixtecas: un pequeño

escudo unido a un manojo de lanzas, cuyos encantadores detalles

están hechos de fragmentos de turquesa incrustados y delicadas

101

filigranas. El gran aprecio de que gozaban estas pequeñas obras

de arte se demuestra por el hecho de que algunas piezas se

encontraron muy lejos de la región mixteca, en el país de los

totonacas, de los zapotecas del sur y de los mayas (Idem. P.98).

Los logros de los orfebres mixtecas son más asombrosos aún si se

considera que la fundición fue importada en Mesoamérica apenas

alrededor del año 1000 d. c. Si se usaban metales anteriormente a

esa fecha (lo cual es dudoso ya que no ha encontrado en

Teotihuacán ni en las ciudades de la época clásica de los mayas,

de 300 a 900 d. c., un solo objeto de de metal hecho allí), deben

de haber sido hechos en frío, como entre los indígenas de

Norteamérica en tiempos precolombinos. Y cuando se aprendió a

fundir los metales, se hicieron por lo pronto sólo adornos de oro y

de plata, por ser sus grados de fundición muy bajos. También el

cobre era usado para adornos a imitación de los de oro, y sólo

mucho después fue empleado para la fabricación de”

herramientas”. Idm. P. 98).

Las herramientas de cobre fundido se encuentran en México sobre

todo en las regiones de los tarascos y de los zapotecas, cercanas a

las costas del Pacífico, muy rara vez entre los aztecas, y casi

nunca entre los mayas. Esto nos hace pensar en una importación

desde las antiguas culturas de América del Sur, que conocían la

metalurgia desde principios de nuestra Era. El investigador

francés Paul Rivet supone, con fundadas razones, que el país de

origen era la costa norte del Perú, porque México tenía en común

con este antiguo centro cultural no sólo los tres metales

principales, oro, la plata (en menor grado) y el cobre, sino

también las aleaciones que endurecen y fortalecen el oro y el

cobre: La “tumbaga” (oro y cobre) y el bronce (cobre y estaño).

En Costa Rica y en Colombia no se conocían ni la plata ni el

bronce, y en el antiguo Perú, si bien se usaban ambos, no se

conocía la tumbaga. Esta aleación se usaba también en México

para aumentar el oro. Cuando era recalentada y bañada en ácido

oxálico vegetal, adquiría un brillo igual al oro puro y era tomada

como tal por los ignorantes. El hecho de que el bronce no se debe

a una aleación casual (lo que hubiera sido imaginable en vista de

102

que el cobre y el estaño se encuentran lado a lado en los cerros

mexicanos), sino a una mezcla deliberada de los dos metales, lo

prueban los análisis de Rivet, pues se supo que el bronce se usaba

exclusivamente para herramientas punzantes y cortantes, a veces

exclusivamente para punzones, y no para adornos ni para los

delgados cuchillos de cobre usados como “moneda”. Una tercera

aleación, realizada sólo en México, se hacía mezclando cierta

cantidad de plomo en la fundición de cascabeles de cobre, cuyo

sonido se quería modificar de esa manera. En contraste con el

antiguo Perú, cuya industria de cobre y bronce originó un gran

número de tipos distintos de herramientas, sólo había en México

antiguo unos cuantos utensilios de de metal, de forma muy

sencilla, sobre todo un hacha plana unida como las hachas de

piedra o de concha de los polinesios, a un mango curvo, y que se

llamaba simplemente “tepoztli”, o sea “cobre”. Esta era la

herramienta de metal por excelencia. Se conservó entre los

aztecas el hacha de piedra, al lado de la de cobre para cortar

árboles. El cobre, por otro lado se usaba para fabricar

herramientas de madera que a su vez servían para talla. Tenían

una hoja de diabasa, diorita, pórfido o basalto, cuya parte

posterior se encajaba en el mango ensanchado. Otros instrumentos

de piedra, el mazo cuadrado u ovalado, estriado en su superficie

ancha para fabricar papel de amante o de fibra de maguey,

sobrevivió los tiempos de la Conquista y es usado aún hoy día por

los otomíes para la preparación del papel mágico. Los cuchillos y

las puntas de lanzas, flechas y dardos estaban igualmente hechos

de piedra, salvo pocas excepciones. Los fragmentos obtenidos de

un bloque de obsidiana, dura como el vidrio, con un instrumento

de hueso, servían sin ulterior elaboración de cuchillos filosísimos,

empleados en las penitencias religiosas y también para afeitarse,

tal como lo leemos en el texto de Sahagún o se puede observar en

nuestro tiempo en los campos. Unos utensilios menos inofensivos

eran las grandes hojas ovaladas y puntiagudas de pedernal,

parecidos en la hechura a los neolíticos, con sus bordes

nítidamente pulidos, que servían para los sacrificios. humanos.

Pero la capacidad de los talladores de piedra mexicanos se

demuestra sobre todo en las joyas, figuras, máscaras y vasijas,

hechas con calidad técnica y artística insuperable de “cristal de

103

roca, jadeíta y obsidiana”, materiales durísimos. Pero aún en este

arte no fueron los aztecas, sino culturas más antiguas y superiores

las que dieron el esplendoroso ejemplo. Hay un cráneo de tamaño

natural y hecho de cristal de roca en el Museo Británico, que

fascina por su realismo increíble y una copa maravillosa hecha del

mismo material, de forma pura y noble, encontrada en la

mencionada tumba mixteca de Montre Albán (Idem. P. 100).

104

CAPITULO 12

LA CULTURA MAYA

Por último, démosle un vistazo a la última cultura de

Mesoamérica de la que vamos a tratar: La cultura Maya. De la

misma manera que Walter Krickeberg es una de las grandes

autoridades en la arqueología mexicana, Sylvanus G Morley es la

gran autoridad en arqueología maya y es la persona que más

conoce de ese tema. Su obra “La Civilización Maya” del Fondo

de Cultura Económica, va a ser nuestra principal referencia.

Cuando hablamos de la cultura maya estamos hablando de la

máxima plenitud alcanzada por pueblo americano alguno. Su

territorio estuvo aislado por tres costados por vastos depósitos de

agua inexplorados en aquel tiempo, y por el lado restante por una

cordillera, al sur de la cual nunca penetró. Su periplo se da dentro

de los confines de la Península de Yucatán. Aislada allí, tiene su

origen la cultura maya, allí crece, florece, decae, renace y llega a

su decadencia definitiva. Aquel extraordinario proceso se da entre

los años 300 a. de c. y el año 1700 de nuestra Era. Los mayas

pudieron desarrollar allí su cultura, prácticanmente sin influencia

externa, solamente como fruto de su propio ingenio. Sylvanus G.

Morley describe aquel proceso como “el mejor laboratorio que

pueda encontrarse en cualquier lugar del mundo para el estudio de

una civilización antigua” (Sylvanus G. Morley “La Civilización

Maya”. Fondo de Cultura Económica. México 1961. P 27) Dice

también: “Si queremos interpretar el verdadero significado de la

historia maya, penetrar su sentido y esencia, debemos comprender

que, fundamentalmente, la civilización maya fue uno de los

experimentos más notables en agricultura llevados a cabo en el

mundo; en una palabra, que toda ella se basaba exclusivamente en

el maíz y dependía de él, de modo que nada más era más

importante que ese grano en la vida maya antigua, como por

cierto tampoco hay nada más importante en la moderna” (Idem. P.

12).

105

Morley entra en una descripción bastante detallada del territorio,

sus aguas y el clima, nos da una idea bastante clara de su medio

ambiente. Pero aún a riesgo de no ser muy claros, vamos a tener

que ser muy sucintos, dado el espacio de que disponemos:

12.1.0 EL ÁREA DE DISPERSIÓN,

EL MEDIO NATURAL,

LA ECONOMÍA QUE SOPORTÓ

“Las colinas del norte de la cuenca central y los valles

intermedios se dirigen generalmente hacia el este y el oeste; las

faldas meridionales de de las primeras son escarpadas, mientas

que las del norte descienden de manera casi imperceptible de cada

cresta al cauce del próximo río. Tanto los cerros como los valles

están cubiertos completamente de selva en la que crecen árboles

de caoba, chico – zapote (cuya savia lechosa produce la goma de

mascar o chicle, y su tronco las vigas que se usan en el interior de

los templos mayas), el árbol del hule, que produce la goma

elástica, el cedro tropical, la ceiba o yaxché (el árbol sagrado de

los antiguos mayas, que produce una especie de algodón, llamado

kapok), el amatl o higuera de las ruinas (de cuya corteza hacían

los mayas su papel, huun), el ramón (cuyo fruto se comía en

tiempos de escasez y cuyas hojas sirven de forraje), el aguacate, el

pimentero, la palma de corozo, la palma – escoba, y muchos otros

cuyos nombres no tienen equivalente en castellano, ni su especie

es conocida en los climas del norte. La selva tiene una altura

media de 30 a 40 metros, pero la maleza que crece debajo, salvo

en pantanos (“akalché”, en maya) que cubren de vez en cuando el

suelo de los valles, es relativamente rala a causa de la densa

sombra que producen los árboles más altos. Fue precisamente en

los valles y en las faldas septentrionales de las montañas, donde

existía el bosque alto, y no en las sabanas descubiertas y

“sembradas” (cubiertas más bien) de pasto, donde los mayas

construyeron sus ciudades de piedra” (Idem. P. 20).

“Además del maíz, el gran producto alimenticio americano, se

cultivaban otras plantas comestibles, legumbres, y frutas, fríjol

negro y rojo, dos clases de calabaza, güisquil o chayote, tomate, el

106

árbol del ramón, cacao y variedad de tubérculos, camote, o batata,

, jícama, yuca o cazabe, y diversas clases de ñame. Cultivaban

también otras plantas útiles, como el chile o pimiento, la vainilla,

y el pimiento de Tabasco para sazonar la comida; algodón, cacao,

tabaco, fibras y calabazas, de las que hacían algunos de sus

utensilios de cocina. La propia selva suministraba muchos

materiales útiles: postes y junco para la armazón de las casas, hoja

de palma para cubrir el techo, resina del árbol del copal (“pom”,

en maya) que usaban en lugar de incienso en sus ceremonias

religiosas; en una palabra, cuanto necesitaban para vivir” (Idem.

P. 20).

“La vida animal es mucho más abundante en esta región que en

las tierras altas del sur (probablemente muy estériles e

improductivas). Los bosques del Petén rebosan literalmente de

jaguares, venados, corzos, pecaríes, dañinitas, las dos especies de

monos de Guatemala, el saraguate, del tamaño de un mandril

mediano, y el mico (“ateles”) de larga cola; y una legión de

mamíferos, más pequeños: armadillos, murciélagos, agutíes, y

otros roedores. Se ven volar sobre los árboles aves de brillante

plumaje: loros, guacamayas, tucanes, garzas, colibríes, y muchas

aves de caza; El famoso pavo de monte (“Meleagris ocellata”),

que no se encuentra en ninguna otra parte del mundo se ve en la

Península de Yucatán, y es más semejante a un faisán que a un

pavo, perdices y otros pavos silvestres, codornices, guacos, o

faisanes, “cojolitos”, o faisanes negros, palomas, y

“correcaminos”; buitres, gavilanes, y águilas se ciernen

majestuosamente por los aires, sin que falten las bandadas de

avecillas menores. Hay muchas serpientes venenosas y no

venenosas, el pitón, la serpiente cascabel de los trópicos, la

justamente temida “nahuyaca” (cuatro narices) o “fer – de -

lance”, el cantil y otras víboras igualmente mortíferas, el coral, y

en los ríos y lagos el cocodrilo” (Idem. P. 20 y 21).

“Pero lo que más abundan son los insectos, que constituyen una

plaga nocturna y diurna: hormigas de todas clases, “termites” u

hormigas blancas, abejorros, la abeja silvestre que produce la

deliciosa miel del monte de la Península de Yucatán, que los

107

antiguos mayas usaban principalmente, en lugar de azúcar,

mariposas, jején, diminutos chupadores de sangre, pulgas, moscas

de todas clases y tamaños, garrapatas, “coloradillas” e

innumerables luciérnagas, tan brillantes que, poniendo una media

docena debajo de un vaso, dan suficiente luz para leer” (Idem. P.

22).

El clima de Petén es mucho más caliente que el de las tierras altas

del sur y considerablemente más húmedo que el del norte de

Yucatán. La estación de lluvias es mucho más larga y se extiende

desde mayo hasta enero; y no es raro que llueva aún durante los

llamados meses secos de febrero, marzo, abril y mayo. El índice

de lluvia es desde aproximadamente 1, 83 mts., (1.830 mm) en el

norte hasta unos 3.80 mts., (3.800 mm) en el sur, a medida que se

llega cerca de la cordillera. El agua nunca se congela, y los fríos

“nortes” del invierno sólo hacen bajar frecuentemente la

temperatura hasta 10 grados centígrados. Los meses más

calurosos son abril y mayo, antes del principio de las lluvias;

entonces sube la temperatura hasta más de 40 grados centígrados

en la sombra” (Idem. P. 22).

“Todo lo que los antiguos mayas podían desear se encuentra en

esta región, una Jauja en que “la miel y la leche fluyen

libremente”. El clima era en extremo saludable. Se disponía de un

extenso territorio que se adaptaba admirablemente al sistema

maya de agricultura; una rica y variada fauna y flora

suministraban alimento en profusión, abrigo, medicinas y otras

materias útiles. La piedra caliza que se encontraba en el lugar era

uno de los mejores materiales de construcción de toda la América

precolombina, pues no sólo se podía extraer con facilidad usando

los instrumentos de piedra y madera, únicos de que disponían los

antiguos constructores mayas, sino que se endurece a la

intemperie y, al quemarla, se convierte fácilmente en cal. Por

último, en toda la zona se encuentran yacimientos de cascajo

calizo ordinario, zahcab, en maya, del cual se hace una especie de

mezcla de cal y cemento. En resumen, los tres elementos

esenciales para una arquitectura primitiva, pero duradera, con

base en piedra y mezcla, estaban a la mano: material de

108

construcción fácil de trabajar, cal y grava para fabricar la mezcla”

(Idem. P. 22).

Con ello Morley nos está describiendo un hábitat ubérrimo

tropical húmedo, soporte incalculablemente valioso para sustentar

la especie humana, a la par que innumerables otras especies. Nos

está dando motivos para entender algunas razones de su

estabilidad, en contraste de aquellos pueblos nativos de las

ihnóspitas tierras del centro del Asia de los que hablamos antes..

“Este conjunto favorable de factores naturales, unido al ingenio

innato de los antiguos mayas, dio por resultado el nacimiento de

su civilización, en lo que actualmente constituye la sección norte

y central del Departamento del Petén, Guatemala, durante el siglo

IV de la era cristiana” (con su historia completamente

documentada) (Idem. P. 23).

“Tomando esta sección norte y central del Petén como su centreo

de distribución, la cultura maya se extendió durante los dos siglos

siguientes hacia el norte, este, sur y oeste, hasta cubrir toda la

Península de Yucatán, los valles adyacentes y las faldas

septentrionales de la Cordillera hacia el sur. Así se formó el Viejo

Imperio maya, que alcanzó su más brillante florecimiento, su edad

de oro, en las ciudades de Palenque, Piedras Negras y Yaxchilán

en el valle del Usumacinta, al occidente del Departamento del

Petén, y en el extremo sudeste en Copán y Quiriguá durante el

siglo VIII de nuestra era” (Idem. P. 23).

“Las obras más antiguas de arquitectura de piedra,, con sus

monumentos esculpidos del mismo material, se encuentran en la

ciudad de Uaxactún, a unos 60 kilómetros al norte de la ribera

oriental del lago de Petén Itzá. Las fechas más antiguas de la

escritura jeroglífica actualmente conocidas que se leen en estos

monumentos se remontan a los primeros veinticinco años del

siglo IV d. c.” (Idem. P. 23).

En la mitad norte de la Península de Yucatán, el bosque húmedo

tropical de gran altura se convierte imperceptiblemente en el

monte bajo y denso y espinoso de la mitad norte de la península.

109

“La mitad norte de la península es baja y llana, el “humus” forma

una capa muy superficial, corrientemente de unos pocos

centímetros de profundidad, al contrario del suelo del Petén, que

es mucho más hondo y alcanza de 60 centímetros a 1 metro de

espesor. Por todas partes se ven extensos asomos del calcáreo

nativo (terciario y reciente). El agua es muy poco frecuente en la

superficie y hay pocos lagos y ríos” (Idem. P.24).

Por lo que se ve, la mitad norte de la península es

extremadamente seca; la única agua superficial, exceptuando los

pocos lagos y ríos salobres próximos a la costa, es la que

suministran los “cenotes”, o grandes pozos naturales. Estos,

afortunadamente, son numerosos, especialmente en el extremo

norte. Los cenotes son cavidades de formación natural producidas

por el hundimiento del suelo calizo que deja al descubierto la capa

de agua subterránea que se encuentra en todas partes en el norte

de la península. Algunos de esos pozos naturales miden 60 metros

de diámetro o más, y su profundidad varía según el espesor de los

estratos calizos que forman el terreno en que están situados. Cerca

de la costa norte esta capa de agua subterránea se halla a menos

de 5 metros bajo el nivel del suelo, pero a medida que se avanza

hacia el sur la profundidad de los cenotes aumenta hasta más de

30 metros” (Idem P. 25).

“En un país tan desprovisto de agua superficial como es el norte

de Yucatán, estos cenotes eran el factor determinante del asiento

de los antiguos centros de población. Donde había un cenote

invariablemente prosperaba un grupo de habitantes. En tiempos

pasados eran la fuente principal de abastecimiento de agua, de la

misma manera que lo son en la actualidad. Eran como los oasis

del desierto, y, en una palabra, constituían el factor decisivo que

influía en la distribución de la población antigua del norte de

Yucatán” (Idem. P. 25).

“La cultura maya parece haber llegado al norte de Yucatán por

primera vez en época no muy antigua, al principio del siglo V de

la era cristiana, probablemente por la costa oriental de la

península; pero los primeros portadores de la nueva y más rica

110

manera de vivir ya encontraron la región ocupada por grupos de

gentes que hablaban maya y practicaban la agricultura, si bien no

había penetrado entre ellos la influencia vivificante de la

civilización maya. La propagación de esta cultura hacia el norte,

por grupos procedentes del sur, continuó durante los siglos V, VI,

VII, y VIII, no sólo por la costa oriental, sino también a lo largo

del eje central norte sur de la península y por la costa occidental.

Sin embargo, durante todo ese período la parte norte de Yucatán

permaneció como una región provincial y periférica del Viejo

Imperio, en comparación con los centros originales y más

antiguos de la civilización maya del sur, de manera semejante a la

Bretaña del tiempo de los romanos con respecto a Roma en los

primeros siglos de nuestra era.” (Idem. P. 26).

La civilización maya logró perfilar una cultura tan definida y

original, que Morley no duda en tipificarla en una definición muy

concreta: “El término “civilización maya” usado en este libro se

aplica exclusivamente a aquella antigua cultura americana que

tenía como sus “manifestaciones principales” una escritura

jeroglífica y una cronología únicas en su género, y, en lo que a la

América del Norte (el norte de Mesoamérica) se refiere, una

arquitectura de piedra también única en su clase, que incluía el

uso de los techos en forma de bóveda de piedra salediza (arco

falso). Donde quiera que estos dos rasgos culturales se encuentren

juntos en la región centroamericana, es decir, en el sur de México

y Norte de América Central (y en esta región prácticamente nunca

se presentan separados), allí floreció la civilización maya que

hemos definido. A la inversa, cualquier región en donde no se

encuentren esos rasgos, aunque la lengua que hablen los

habitantes sea uno u otro de los varios dialectos mayas, no se

considera aquí como parte del área de cultura maya” (Idem. P.

54). Por ejemplo, tenemos el caso de los pueblos huastecos.

Parece ser que los movimientos de los pueblos nahuas,

particularmente de habla totonaca y nahuatl que se situaron en el

sur y centro de Veracruz, antes de que floreciera la cultura maya y

llegaron a aislar totalmente su territorio de los mayas de Petén. El

territorio poblado por los huastecos está a 500 kilómetros de

distancia del grupo más cercano de habla maya. Además, todos

111

los otros grupos mayas están ocupando territorios contiguos. Los

huastecos, pues, no participan de la aquí llamada “cultura maya”

(Idem. P. 54).

Hay algunas indicaciones de que la costa de Veracruz fue

ocupada por gentes que hablaban alguna forma del maya, aunque

esta región, ahora, está ocupada por gente que habla totonaca y

nahuatl. Es probable que hace unos dos o tres mil años, ciertos

pueblos de habla náhuatle, que anteriormente vivían en la región

central de México, se trasladaran o fueran empujados de dichas

posiciones con dirección al este, hacia la costa del Golfo,

obedeciendo a la presión de otras tribus que vivían en aquel

tiempo al norte y noroeste de ellos, y que de esa manera

introdujeron una cuña lingüística náhuatl entre la gran masa de los

pueblos de habla maya del sudeste y el único grupo que habla el

mismo idioma maya del norte, el huasteco (Idem. P. 55).

Suponiendo que el cálculo del tiempo en el cuadro arriba

esbozado se aproxime a la verdad, la civilización maya, o más

bien aquellos elementos culturales que contribuyeron a

producirla, han de haber tenido su principio entre dos y tres mil

años antes de nuestros días, en una época comprendida más o

menos dentro del primer milenio anterior a Jesucristo,

probablemente, más cerca del final que del principio de dicho

período (Idem. P. 55).

12.2.0 LA HISTORIA MAYA

Así pues, la historia maya se puede dividir, a grandes rasgos, en

tres épocas: Premaya, probablemente de 3.000 años a. de c., hasta

el año 317 d.. de c. El Viejo Imperio, el propiamente maya, desde

el año 317 d. de c., hasta el año 987 d. de c. El Nuevo Imperio,

desde el año 987 d. de c. hasta el año 1697 d. de c.(Idem. según

tabla de la historia maya P 56). Los arqueólogos mexicanos creen

que la región del sur de Veracruz, donde se encontraron las fechas

de Tres Zapotes y la estatuilla de Tuxla, la región de la cultura

olmeca, fue el centro original de distribución de las civilizaciones

más avanzadas de toda América Media. Cita Morley al doctor

112

Alfonso Caso: “Es muy probable que el papel, sea una de esas

invenciones que, como la escritura, los sellos o pintaderas, el

pincel, el calendario ritual o “tonalpohualli, los dioses creadores,

el dios de la lluvia, etc., tengan que atribuirse a una antiquísima

cultura madre, que se encuentra en la base de todas estas culturas

especializadas del centro de México y del norte de Centro

América, y que haya sido difundida desde un lugar, que, según

parece, debe colocarse en la parte sur de Veracruz y en las zonas

cercanas de Tabasco, Oaxaca y Chiapas”.(Idem. P. 57).

La prueba arquitectónica es igualmente sorprendente.

Estilísticamente considerada, la construcción más antigua

encontrada, hasta ahora, en la región maya es la pirámide cubierta

de estuco, E – VII – sub., que se hallaba completamente enterrada

dentro de la pirámide más moderna, E – VII en esta ciudad. El

estilo de las máscaras de estuco que adornan los lados de esta

pirámide enterrada proporciona una fuerte indicación de que

cuando aquellas fueron ejecutadas los preceptos del arte maya

estaban comenzando a cristalizar. Estas máscaras son por cierto

tan sencillas y sin desarrollar que sugieren casi un origen pre –

maya, como si el complejo estético que luego se habría de

reconocer como arte maya estuviera apenas naciendo cuando

fueron modeladas en estuco. La falta de toda señal de que hubiera

existido una superestructura de piedra en la cima de esta pirámide

enterrada indica con seguridad que los edificios mayas con su

techado típico de bóveda de piedras saledizas todavía no habían

sido desarrollados cuando se construyó la pirámide E – VII – sub

(Idem. P. 64).

12.2.1 EL VIEJO IMPERIO Y SU CULTURA

La cerámica, la arquitectura y su decoración, son usadas por los

arqueólogos, a menudo, para establecer su concepto acerca de los

logros de las civilizaciones. La cerámica del Viejo Imperio Maya

no ha sido todavía suficientemente estudiada para permitir sacar

conclusiones básicas, como la prioridad de origen y centros de

distribución de los diferentes tipos de vasijas de barro que allí se

encuentran. Las excavaciones practicadas en depósitos y bajo el

113

piso de la ciudad de Uaxactún en la llamada “capa de tierra negra

(el nivel más bajo con huellas de ocupación por el hombre en este

sitio)”, se han hallado los tipos más antiguos de cerámica y

figurillas de arcilla en toda la Península de Yucatán, tipos, que

además, especialmente las figurillas, se parecen mucho a otros

objetos de horizontes agrícolas no – mayas y todavía más

antiguos de las tierras de México, Guatemala y el Salvador (Idem.

P. 65)

12.2.2 EL URBANISMO

El carácter y la extensión de las ciudades mayas, y su arquitectura

se conocen en detalle. La descripción que Landa nos ha dejado de

un establecimiento del Nuevo Imperio es tan clara que no puede

dudarse que es una ciudad. “Qué antes que los españoles ganasen

aquella tierra, vivían los naturales juntos en pueblos con mucha

policía, y que tenían la tierra muy limpia y desmontada de malas

plantas, y puestos muy buenos árboles y que la habitación era de

esta manera: en medio del pueblo estaban los templos con

hermosas plazas, y en torno de los templos estaban las casas de

los señores y de los sacerdotes, y luego la gente más principal; y

que así iban los más ricos y estimados más cercanos a éstos, y a

los finales del pueblo estaban las casas de la gente más baja””

(Idem. P. 346)

“Algunos han objetado el hecho de que a los antiguos centros

ceremoniales y administrativos de los mayas se los llame pueblos

y ciudades, fundándose en que no eran concentraciones de

población en áreas relativamente limitadas como nuestros centros

urbanos modernos” (Idem. P. 346). Sin embargo esas objeciones

nos hacen conscientes que entre aquellas ciudades y las nuestras

hay dos diferencias fundamentales, podría hablarse de dos

conceptos urbanísticos diferentes: Primera, que los centros mayas

de población no eran tan concentrados, tan densamente

comprimidos en manzanas apretadas como sucede en nuestras

ciudades y pueblos modernos. Al contrario, su población estaba

dispersa en extensos suburbios habitados con más desahogo,

esparcida en una serie continua de pequeñas granjas, en conjuntos

114

que parecían más un suburbio que parte de un centro urbano

concentrado. Segundo: el conjunto de edificios públicos, templos,

adoratorios, palacios, pirámides, monasterios, juegos de pelota,

observatorios, plataformas para bailar, etc., no estaban dispuestos

a lo largo de calles y avenidas como en nuestras ciudades

modernas, sino alrededor de patios, de plazas, que eran los centros

religiosos, administrativos, y de negocios de la ciudad (Idem. P.

346

Los estudios arqueológicos de la Institución Carnegie de

Washington llevados a cabo en el centro de Uaxactún, en el Viejo

Imperio, con el propósito de hacer un cálculo de población de

aquella ciudad, tienden a confirmar este tipo de establecimiento

suburbano, centro cívico y religioso rodeado de pequeñas granjas,

con los edificios públicos y religiosos de la manera que se ha

dicho, agrupados alrededor de patios y plazas que se encontraban

en el centro, como plazas públicas, con las residencias de los

nobles y personas principales construidas en torno a ellas y las

casas y pequeñas granjas de la clase del pueblo irradiando en

todas direcciones hasta varios kilómetros de distancia (Idem. P.

347)

De la inspección del terreno resultó lo siguiente: Como los

cálculos de la edición inglesa están hechos en medidas inglesas,

en la traducción al español no se han hecho cambios. Así, de las

2.720.000 yardas cuadradas inspeccionadas 43%, o sea, unas

1.180.000 yardas cuadradas, estaban ocupadas por pantanos

sembrados de “palo de tinte” o por otros terrenos bajos, cenagosos

e inhabitables, dejando 1.540.000 yardas cuadradas, o sea el 57%,

disponible para ser ocupada por el hombre. Descartando el primer

43% del terreno como compuesto por tierras inservibles, se

encontró que del área restante habitable, 400.000 yardas

cuadradas, o sea el 14.7%, estaban ocupadas por los distritos

ceremoniales y administrativos de los grupos A y E, los más

extensos de los ocho grupos o reunión de edificios alrededor de

las plazas que hay en Uaxactún. Esto deja un saldo de 1.140.000

yardas cuadradas (114 manzanas) o sea un 42.3% del área de

terreno disponible para las viviendas del pueblo, del área total

115

examinada (272 manzanas), después de deducir la parte

consagrada a edificios públicos y religiosos, patios y plazas (40

manzanas). En estas últimas 114 manzanas se encontraron 52

montículos de casas y 50 cisternas (chultunes), sin que se hallara

alguna relación entre la situación de los primeros y las últimas.

Utilizando esas cifras, si suponemos que todos los montículos

representan casas ocupadas a un mismo tiempo, y además, que

cada familia podría componerse de cinco personas, tendríamos

una población excesivamente densa de 1.083,35 individuos por

milla cuadrada de tierra habitable. Aún suponiendo que solamente

uno de cada cuatro montículos estaba habitado, el número de

personas por milla cuadrada habría sido de 271, aproximadamente

la misma densidad de población del Estado de Nueva York y

como la mitad de Rhode Island. Hoy es imposible establecer el

área que dependía del centro ceremonial, religioso y

administrativo de Uaxactún. Sin embargo si se fija arbitrariamente

un radio aproximado de 10 millas desde el centro del área

ocupada por la población agrícola que estaba acostumbrada a

reunirse en Uaxactún para sus ceremonias religiosas más

importantes, sus transacciones comerciales y para desarrollar sus

programas de edificaciones comunales, podría hablarse de una

población de unas 50.000 almas en números redondos, de los

cuales, unos 15.000 pudieron ser hombres aptos y jóvenes para

trabajar. Uaxactún era una ciudad de segunda clase. Las

metrópolis del Viejo Imperio como Tikal, Copán y las del Nuevo

Imperio como Chichen Itzá y Uxmal, fácilmente pueden haber

sido centros con 200.000 almas o más y con una población apta

para el trabajo de unos 60.000 hombres. La población total de la

Península de Yucatán en los últimos tiempos del Viejo Imperio

(siglo VIII), cuando la extensión geográfica de la civilización

maya había alcanzado al máximo, debió ser tres o cuatro veces

más populosa que en la actualidad (Idem. P. 348

Según Morley, un arqueólogo escribe

“Si escogemos una población reproductora de 8.000, se llega a un

máximo de 8.000.000 esto no es excesivo en 1.200 años de

evolución social no interrumpida, y bien parece que las

116

circunstancias fuertemente urbanas del siglo VI exigen cifras

todavía más crecidas”… aplicándole a todo el territorio las cifras

de población obtenidas de los montículos de Uaxactún, puede

estimarse la población total entre 13.300.000 y 53.300.000 de

almas (Idem. P. 350

12.2.3 LA POBLACIÓN Y SU LEGADO CULTURAL

“La gran masa del pueblo, tanto en el Viejo como en el Nuevo

Imperio, eran los humildes sembradores de maíz, con cuyo sudor

y trabajo se sostenían no sólo ellos, sino también su jefe supremo

(el “halach unic”), los señores del lugar (los “hataboob”) y los

sacerdotes (ah kinoob). Además de realizar esta labor nada

despreciable, fueron ellos los constructores de los grandes centros

ceremoniales, los elevados templos – pirámides, las vastas

columnatas, los palacios, monasterios, juegos de pelota,

plataformas de baile, terrazas y calzadas de piedra que se alzaban

del suelo y unían entre sí las ciudades principales. Eran ellos los

que extraían de la cantera, labraban y esculpían las enormes

cantidades de piedras y sillares que se emplearon en estas grandes

construcciones. Ellos, con sus hachas de piedra, derribaron los

millares de árboles que sirvieron de combustible para los hornos

en que se quemaba la piedra caliza de aquellos lugares a fin de

convertirla en cal para hacer la mezcla o mortero; y con las

mismas hachas y cinceles de pedernal derribaban, labraban y

grababan los dinteles de madera dura de las puertas y las vigas de

chico – zapote de los techos, la única clase de madera que se ha

encontrado en las obras de arquitectura de piedra de los mayas

(Idem. P. 19)

.Otras obligaciones de la clase popular eran pagar el tributo al

“halach unic”, dar regalos a los señores de las localidades y hacer

ofrendas a los dioses por medio de los sacerdotes. Este tributo, los

presentes, y las ofrendas, tomados en conjunto, deben haber

sumado una buena cantidad. Se componían de toda clase de

productos del campo, maíz, fríjol, tabaco, algodón, cierta clase de

tela de algodón llamada “patí” (manta en castellano), aves

domésticas, sal de las salinas, de la costa del mar, pescado seco,

117

todo género de caza, el cerdo de monte, el “jaleb” (tepescuintle en

lengua mexicana) y aves, cacao, “pom” (copal) para quemar

como incienso, miel, cera del monte, y por último sartas de

cuentas de piedra verde (jade), cuentas de piedra roja (coral) y

conchas. Las tierras eran consideradas como bienes comunales y

se labraban entre todos” (Idem. P. 200).

Dice el obispo Landa: “El pueblo menudo hacía a su costa las

casas de los señores….. Allende de la casa hacían todo el pueblo a

los señores sus sementeras y se las beneficiaban y cogían en

cantidad que le bastaba a él y a su casa; y cuando hacían caza o

pesca, o era tiempo de traer sal, siempre daban parte al señor,

porque esas cosas siempre las hacían en comunidad… [Y]

juntábanse también para la caza, de L en L más o menos [de 50 en

50], y la carne del venado asan en parrillas porque no se les gaste

[se les corrompa], y venidos al pueblo, hacen sus presentes al

señor y distribuyen como amigos, y el mesmo hacen en la pesca”

(Idem. P. 200).

“La clase humilde era con mucho la más numerosa del Estado.

Estos modestos labriegos, leñadores, y aguadores, estos sencillos

artesanos, albañiles, canteros, carpinteros y caleros; estos

cargadores de toda clase de objetos, que, bajo la dirección de la

nobleza, pero inspirados por los sacerdotes, levantaron las

grandes ciudades de piedra que abundan en la Península de

Yucatán, desde las colinas al pié de las cordilleras del lejano sur

hasta las riberas del Canal de Tucatán en el extremo norte,

realizaron en verdad una empresa de maravillosas proporciones”

(Idem. P. 200).

En el último peldaño de la escala social se encontraban los

esclavos, “pentacoob” en maya. A pesar de la declaración del

propio obispo Landa, quien dice que la esclavitud fue introducida

por uno de los caciques Cocom de Mayapán, parece que la

esclavitud fue practicada desde el Viejo Imperio. Se tiene directa

comprobación documental del hecho en el Nuevo Imperio. Parece

difícil creer las afirmaciones del Obispo Landa, en vista de la

frecuencia con que aparecen en los monumentos del Viejo

118

Imperio las llamadas “figuras de cautivos”. A veces estos cautivos

están atados con cuerdas, con las manos amarradas detrás de la

espalda, como, por ejemplo, en la Estela 12 de Piedras Negras, o

en el Altar VIII de Tikal. Estas “figuras de cautivos” son

ciertamente una representación de los prisioneros de guerra

reducidos a la esclavitud, aunque pueden representar también a la

gente de todo un pueblo o aldea, colectivamente, más bien que a

un individuo en especial. A veces las caras de los prisioneros son

distintas de las principales figuras del monumento, queriendo

hacer relieve, seguramente, de que los señores pertenecen a una

clase hereditaria diferente y especial (Idem. P. 200).

12.2.4 EL CLAN,

BASE DE LA ORGANIZACIÓN SOCIAL

Aunque en la época de la conquista española las huellas de una

organización de carácter familiar (clan) habían desaparecido por

completo, hay indicaciones que originalmente existía dicho

sistema. En esa organización se sustentan las referencias respecto

de la existencia de ciertos tabúes contra el matrimonio entre

personas del mismo apellido. Este antiguo tabú maya sobrevive

hasta nuestros días entre los mayas zendales y los mayas

lacandones. Entre los lacandones, que son muy pocos, solamente

unos doscientos individuos, y que ocupan las densas selvas del

lado sudoeste del Valle del Usumacinta, ha sido dispuesto por

ellos, que cada individuo pertenezca a uno u otro clan específico.

Los nombres de esos clanes son de animales, como el mico, el

saraguate, el cerdo de monte, el pecarí, el venado, el jaguar, el

tapir, la golondrina, el faisán, etc., lo que sugiere su origen

totémico. A pesar de todo, entre los lacandones actuales, si existió

la exogamia, no ocurre así en la actualidad y, por fuerza mayor

tienen que contraer matrimonio, en no pocas ocasiones personas

del mismo apellido. Hay indicios de que, por encima de la

organización de clanes entre los lacandones, existen otras formas

de agrupación social de orden superior, compuesta, cada una por

varios clanes. Se ha sugerido que éstos últimos pueden ser los

restos de una organización social más complicada, compuesta de

119

grupos de familias que, por lo menos originalmente, se supone

que tenían un antepasado común.(Idem. P.

12.2.5 LAS DEMANDAS DE SU VIDA COTIDIANA

TIPIFICAN SU INDUSTRIA

La manera de vestir y de comer, su manera de llevar su vida

cotidiana, dicen mucho de la industrias de los mayas, de su

distribución del tiempo, de la especialización de su trabajo, del

apremio que tenían en la solución de sus problemas vitales. La

prenda principal de los hombres eran las bragas llamadas “ex" en

maya. Era una banda de algodón de cinco dedos de ancha y largo

suficiente para darle varias vueltas a la cintura. Estas bragas eran

tejidas por las mujeres en telares de mano y sus dos puntas eran

más o menos ricamente bordadas con plumas. Además de esta

prenda de vestir, usaban una gran manta cuadrada de algodón

llamada “patí”. Que anudaban alrededor de los hombros y estaba

decorada con más o menos esmero. Según la situación de su

dueño. A los pobres, esta manta les servía de noche como

cobertor de su cama. Para los pies usaban unas sandalias de piel

seca y sin curtir de venado y amarradas con cuerdas de henequén.

Este atuendo básico se usa también a niveles sociales más altos,

aunque con más esmerada decoración. Los hombres usaban el

cabello largo, menos en un área desprovista de pelo, que

quemaban como una tonsura amplia. Se trenzaban los largos

cabellos y los enrollaban alrededor de la cabeza como una corona,

dejando una cola que les caía por detrás (Idem. P.17).

Las mujeres usaban un vestido a manera de un largo “costal” con

tres aberturas, una para la cabeza, otras dos para los brazos. Su

nombre antiguo maya “kub” ha sido cambiado hoy por el nombre

nahuatl “huipil”. Las aberturas de los brazos y de la cabeza, que

es cuadrada, igual que la parte inferior eran bellamente decoradas.

En su interior, visten una enagua larga y muy amplia (“pic” en

maya), que llevan debajo del kub, la cual está bordada a veces

alrededor del borde inferior, siempre en color blanco. Los

muchachos, hasta que se casaban, se pintaban de negro la cara y

120

el cuerpo. Después de casados se pintaban de rojo. Usaban

también el negro cuando ayunaban. El espíritu de estas pinturas

era de galantería. Los guerreros se pintaban de negro y rojo. A los

prisioneros los pintaban de negro con rayas blancas y los

sacerdotes se pintaban de azul. En un fresco del Templo de los

Guerreros de Chichén Itzá se ven dos sacerdotes que sostienen los

brazos y las piernas de una víctima que se va a sacrificar y está

pintada de azul. En la última época del Nuevo Imperio el color

azul iba unido a la idea del sacrificio. Lo mismo pasaba entre los

mexicanos, de los cuales, parece, que los mayas tomaron la idea

(Idem. P.17).

En los tocados desarrollaron los mayas su mayor magnificencia.

La armazón que le daba su forma era probablemente de mimbre o

de madera. Estas armazones de forma de jaguar, ave o serpiente, o

quizás de la cabeza de alguno de sus dioses, estaban cubiertas de

piel de jaguar, mosaico de plumas de plumas y jade grabados, y

coronados de grandes penachos de plumas que les caían sobre la

espalda en fantástica orgía de colores. Algunas veces el penacho

revestía la forma de una cresta rígida de plumas; pero era siempre

la parte más llamativa del atavío e indicaba el rango y clase social

de su portador. Entre los accesorios del vestido podemos

considerar collares, gargantillas, pulseras, ajorcas, rodilleras

hechas de plumas, cuentas de jade, conchas, dientes y garras de

jaguar, dientes de cocodrilo, y de oro y de cobre en la época del

Nuevo Imperio, cuando por primera vez hace su aparición el

metal, entre otros (Idem. P. 221, 223, 224).

“Es indudable que la familia maya en los tiempos antiguos, como

todavía lo acostumbra, se levantaba muy temprano. Las mujeres

se levantaban primero, entre las tres y cuatro de la mañana, para

preparar el desayuno de la familia que se componía de tortillas y

fríjoles, o sólo de “atole” para la gente más pobre. Cuando se

comían tortillas, se hacía con las que quedaron del día anterior

pero se tostaban para el refrigerio matutino (Idem. P. 226). “El

trabajo de preparar el maíz para las tortillas y de hacerlas a

continuación, era, y es todavía, la ocupación de más importancia

en la vida de la mujer maya, después de dar a luz y criar a sus

121

hijos” (idem. P24).

Los hombres, luego de desayunar, salen para los campos de maíz

entre las cuatro y cinco de la madrugada, después de lo cual las

mujeres se dedican a su principal ocupación del día, preparar el

“zacán” para las tortillas y hacerlas y cocerlas. El zacán es maíz

blando molido que se obtiene del “kuum”, maíz que se ha

calentado hasta el punto de hervir en agua y cal suficiente para

ablandar la cáscara y se ha dejado en reposo desde el día anterior

en la misma olla. Para obtener el zacán después del desayuno, se

lava el kuum hasta que quede perfectamente limpio y libre de

cáscaras. Luego se muele, operación que antiguamente se hacía a

mano en piedras de moler compuestas de dos piezas, la “caa” o

piedra inferior y el “kab” o brazo, que es el que muele sobre la

primera. El tiempo que les queda lo consagran a las demás

ocupaciones domésticas, como lavar, cocinar, coser, tejer, bordar,

etc. (Idem. P.27).

Para reparar sus fuerzas en el campo, mientras regresa a casa

después del medio día, el hombre lleva consigo una bola de

“pozole” del tamaño de una manzana, pero hervido un poco más,

hasta que se endurece y forma una masa más espesa que se

conserva unido más tiempo y se acidifica menos fácilmente.

Hacia las diez de la mañana, abandona un momento sus labores

para disolver su pozole en una jícara con agua (“luch” en maya).

La bebida que resulta se parece a la leche, es muy nutritiva y

sostiene al trabajador por el resto de la mañana. Si la intensidad

del trabajo lo obliga a quedarse hasta las dos o tres de la tarde, se

ve obligado a tomar pozole dos y tres veces y puede ser que lleve

consigo algunas tortillas tostadas para comer. (Idem. P.27).

El hombre, en general, vuelve del campo en las primeras horas de

la tarde, y entonces comen todos la comida principal del día,

tortillas frescas y calientes, frijoles, huevos, un poco de carne si la

tienen, sea venado, vaca, puerco o gallina, tal vez algunas

legumbres y chocolate, si los recursos de la familia lo permiten.

Después de esa comida, aunque en algunos hogares lo hacen

antes, el hombre se da un baño diariamente, en agua caliente, que

122

su mujer debe tenerle preparado. El baño es una tina de madera,

generalmente vaciado de un pedazo de cedro tropical; se

desprende de su cuerpo las garrapatas, generalmente por las

manos de su mujer, y se le provee de ropa limpia. Los mayas son

uno de los pueblos más limpios del mundo. “Por cierto, que

durante el período colonial, la ley le daba al hombre el derecho de

pegarle a su mujer si cuando regresaba del trabajo no le tenía listo

su baño caliente. Aquella ley española estaba indudablemente

basada en una costumbre maya más antigua” (Idem. P. 227).

Después de haberse bañado y vestido, los hombres se sientan a

conversar hasta que llega la hora de la comida de la noche, que es

bastante ligera, y se compone de tortillas, fríjoles y chocolate o

“atole”. Este último es una bebida caliente que se hace

disolviendo el zacán en agua fría que se hierve en seguida y se

endulza algunas veces con miel (hoy, más frecuentemente con

azúcar), o se deja sin endulzar (Idem. P.27).

Hasta la fecha, los hombres y mujeres mayas no comen juntos.

Los varones de la familia, padres e hijos, comen primero sentados

alrededor de la “banqueta”, pequeña mesa redonda, de unos

cuarenta centímetros de alta, que se encuentra siempre cerca del

“kobén”, típico hogar maya formado por tres piedras. A ellos les

sirven la madre y las hijas. Cuando éstos han terminado y se han

retirado se sientan a comer la mujeres alrededor de la misma

banqueta (Idem. P.26).

La familia se acuesta temprano para poder madrugar al día

siguiente. Lo hace más o menos a las ocho de la noche, a menos

que tengan un compromiso especial, como una ceremonia

religiosa, una reunión, una fiesta o baile, quizás una plática, a la

luz de la luna a que son muy aficionados. Todos duermen ahora,

como lo hacían antes, en una sola habitación. Las casas son de

una sola habitación. Landa dice al respecto: “Y que después echan

una pared por medio al largo que divide la casa, y que en esa

pared dejan algunas puertas para la mitad que llaman las espaldas

de las casa, donde tienen sus camas; y que la otra mitad blanquean

de muy gentil encalado [esta habitación exterior parece haber sido

una especie de corredor abierto por el frente y los costados]…..y

123

que tienen unas camas de varillas y encima una cerilla [esterilla]

donde duermen, cubiertos de sus mantas [“patíes”] de algodón;

en verano duermen comúnmente en los encalados [o sea en el

corredor] con una de aquellas cerillas, especialmente los hombres.

Actualmente todos los indios de Yucatán, y la mayoría de los

mestizos, duermen en hamacas (Idem. P.28).

12.2.6 LA AGRICULTURA

Y EL ESPACIO PARA LA CIVILIZACIÓN

Se ha podido comprobar, que laborando ocho horas por día, la

familia maya logra llenar sus necesidades alimenticias en menos

de dos meses de trabajo. Lo lograría en casi cuatro meses si labora

solamente cuatro horas por día. En tiempos antiguos cuando no

había machetes, hachas, ni herramientas de acero, sino

instrumentos de piedra, su labor requería, seguramente más

tiempo. Además, mientras ahora un campo de maíz solamente se

puede cultivar durante dos años, hay fundamentos sólidos para

creer que antes podía cultivarse durante siete u ocho años. En

todo caso, los mayas antiguos tenían sobrante más de la mitad del

tiempo del ciclo anual para laborar y obtener el sustento de su

familia. Ese tiempo sobrante estaba muy bien organizado por la

nobleza y el sacerdocio, como lo prueban abundantemente los

programas colosales de obras públicas que todas las ciudades y

pueblos del Viejo y del Nuevo Imperio pudieron llevar a cabo.

Sólo una sociedad muy bien organizada y hábilmente dirigida

podía realizar aquellas vastas construcciones de mampostería

(Idem. P.29).

“Las grandes instalaciones de los templos en los centros

ceremoniales del Viejo y del Nuevo Imperio, con sus múltiples

actividades relativas al ritual, sacrificios, adivinación,

observaciones astronómicas, cálculos cronológicos, escritos

jeroglíficos, instrucción religiosa, administración de los

monasterios en que vivían los numerosos sacerdotes, eran casi

como el centro de operaciones de las grandes industrias, el centro

de donde en aquellos días se dirigía la nave del Estado. Los

Grandes Sacerdotes de los diferentes estados deben haber sido no

124

sólo habilísimos administradores, sino también sabios eminentes,

astrónomos y matemáticos, y todo eso además de sus atribuciones

puramente religiosas. Eran también consejeros de Estado y

aconsejaban al “halach uinic” [que era la cabeza del Estado en

cada localidad], y no es ir muy lejos compararlos con los grandes

príncipes de la Iglesia en Europa durante la Edad Media, que eran

a la vez, prelados, estadistas, administradores y guerreros” (Idem.

P196).

“El sacerdocio era una clase influyente, probablemente el grupo

más poderoso del Estado, aún más que la nobleza. Su

conocimiento de los movimientos de los cuerpos celestes, el Sol,

la Luna, Venus y posiblemente Marte, su capacidad de predecir

los eclipses de la Luna y del sol; su penetración en todas las fases

de la vida de la gente del pueblo los hacía temer y respetar y los

daba un dominio de las supersticiones de las masas no igualado

por ninguna otra clase del Estado. Si no tenemos noticias de una

lucha de castas entre la nobleza maya y el sacerdocio, como la

que ocurrió en Egipto durante la vigésima y la vigésima – primera

dinastías, es probablemente porque entre los antiguos mayas los

miembros más elevados de cada grupo deben de haber estado

emparentados más o menos estrechamente entre sí” (Idem. P198).

“Su origen, desarrollo y primer florecimiento en la época del

Viejo Imperio se debieron exclusivamente al genio propio del

pueblo maya, estimulado y producido por el ambiente abundante

y feliz en que tuvo la fortuna de vivir. La decadencia del Viejo

Imperio parece haber obedecido a circunstancias inherentes a su

propio desarrollo, como si hubiera sido el precio que los mayas

tenían qué pagar a cambio de su brillante progreso cultural”.

(Idem. 27).

“Más tarde, en la época del Nuevo Imperio, se produjo un

verdadero renacimiento, debido principalmente a la conquista del

norte de Yucatán por los invasores mexicanos [toltecas] en el

siglo x, aunque hay que advertir que los conquistadores eran

relativamente tan poco numerosos que, por lo menos en el orden

cultural, fueron pronto transformados a su vez por los mayas, a

125

quienes habían conquistado, de modo que la mezcla cultural

resultante era mucho más maya que mexicana” (Idem. 27).

Todo este cuadro de un aislamiento geográfico único, unido a una

civilización indígena sobresaliente, que se desarrolló en una

comarca tan aislada en lo cultural, y prácticamente libre de

influencias extrañas, constituye tal vez el mejor laboratorio que

pueda encontrarse en cualquier lugar del mundo para el estudio de

una civilización antigua” (Idem..27). 12.2.7 COPÁN: EL CENTRO CIENTÍFICO,

LA MECA DEL ARTE DE LA CIVILIZACIÓN MAYA

La segunda metrópoli más grande de la mitad sur de la península

de Yucatán era Copán, el centro científico del Viejo Imperio. Esta

ciudad se compone de un conjunto arquitectónico principal y unos

dieciséis conjuntos exteriores dependientes de aquel, uno de los

cuales se halla a once kilómetros de distancia del centro

ceremonial. El conjunto principal o Estructura Principal, como se

le ha llamado, ocupa alrededor de 30 hectáreas, y se compone de

la Acrópolis y cinco plazas anexas. La Acrópolis es un complejo

arquitectónico de pirámides, terrazas, y templos que, en virtud de

constantes adiciones, llegó a formar una gran masa de

mampostería que ocupa cerca de 5 hectáreas de terreno y mide 38

metros de altura en su punto más elevado. Entre otros edificios

sostiene los tres templos más hermosos de la ciudad: El templo

“26”, inaugurado en el año 756 al terminarse la Escalera

Jeroglífica que presenta la inscripción más larga de la escritura

jeroglífica maya, el Templo, erigido en memoria de un importante

descubrimiento astronómico hecho en Copán en conexión con los

eclipses, nada menos que la determinación de la duración exacta

de los intervalos entre ellos, y el Templo 22, dedicado en 771 al

planeta Venus (Idem. P.57).

En la Estructura Principal existen no menos de cinco patios o

plazas: Primero, la Plaza Principal, que es un gran estadio de 75

126

metros cuadrados. Tres de sus lados están rodeados por filas de

asientos de piedra; el cuarto está abierto, y ocupado solamente por

una pirámide de sacrificios que ocupa el centro del mismo; en ella

se encuentran nueve magníficos monolitos esculpidos y varios

altares ricamente labrados; segundo, la Plaza del Medio; tercero,

El Patio de la Escalera Jeroglífica, que tiene unos 95 metros de

largo y 38 de ancho, y en uno de cuyos extremos, inmediatamente

detrás de la Estela “M” y su altar, se levanta la soberbia Escalera

Jeroglífica de 10 metros de ancho, compuesta de 62 escalones,

cuyas caras están esculpidas con 1.500 a 23.000 jeroglíficos

individuales, formando la inscripción más larga de todo el

territorio maya. En medio de cada docena de escalones se

encuentra una estatua antropomorfa, de tamaño heroico,

magníficamente vestida. Esta escalera esculpida monumental, que

conduce al Templo 26, es una de las construcciones más

asombrosas de toda la región que ocuparon los mayas. Y cuarto y

quinto, las Plazas Orientales y Occidental de la propia Acrópolis,

el nivel de cuyos pisos se encuentra a considerable altura sobre el

nivel general del suelo. La primera tiene en su costado occidental

la hermosa Escalera de Jaguares, en cuyos flancos se ven las

figuras heroicas de jaguares rampantes, con cuerpos incrustados

originalmente con discos de obsidiana negra brillante simulando

la piel manchada del animal. La Plaza Occidental tiene la hermosa

Plataforma de Revista, la Estela “P”, último monolito del Período

Antiguo (del Viejo Imperio) y varios hermosos altares (Idem.

P.58).

En Copán la escultura llegó a un altísimo grado de perfección,

superado únicamente por el arte de las tres grandes ciudades del

Valle del Usumacinta: Palenque, Piedras Negras y Yaxchilán.

Hay indicios además, de que fue el centro de sabiduría más

eminente del Viejo Imperio, especialmente en el campo de la

astronomía. Las fórmulas de los astrónomos – sacerdotes, para la

determinación de la duración real del año solar y de los períodos

de eclipse, fueron más exactas que las de cualquier otra ciudad del

Viejo Imperio; en una palabra, Copán, por sus notables progresos

en astronomía, merece llamarse la Alejandría del Nuevo Mundo

(Idem. P.59).

127

En la carátula de la obra de Morley se lee la apreciación del editor

que sintetiza maravillosamente algo que más extensamente se lee

en su interior acerca de la magna obra de la cultura maya, de la

cual no se tenía noticia hasta que Jhon Lloyd Stephens, viajero

americano, diplomático y arqueólogo americano, en compañía de

Frederick Catherhood, dibujante inglés, visitó dos veces el

territorio maya y recogió sus impresiones en dos obras notables:

“Incidentes de Viajes en Centroamérica, Chiapas y Yucatán”

(1841) e “Incidentes des Viajes en Yucatán” (1843): “Sus

conocimientos de la astronomía no fueron igualados ni aún por

los antiguos egipcios antes de la época de Tolomeos. Los mayas

fueron el primer pueblo de la tierra que desarrolló un sistema

matemático de posiciones, así como el concepto del cero (para la

representación del cual inventaron hasta tres símbolos diferentes),

cerca de mil años antes de que los indostanos idearan la notación

decimal en el siglo VIII de la Era cristiana y mil quinientos años

antes de que los números y la notación decimal de los árabes

llegaran a la Europa occidental, por vía de España. La antigua

cronología maya, por su parte, era más exacta todavía que el

calendario reformado que el papa Gregorio XIII hizo adoptar por

la cristiandad en 82”.

12.2.8 LA LECTURA

DE LOS GEROGLÍFICOS

MAYAS

Hay una relación, como mencionamos antes, entre la escritura

maya, sus cálculos astronómicos y sus calendarios: ¿Qué refieren,

realmente las inscripciones mayas? “No refieren la glorificación

de personas, ni su autopanegírico, como las inscripciones de

Egipto, Asiria y Babilonia. No refieren historias de conquistas

reales, ni registran los progresos de un imperio, ni elogia, ni

exaltan, glorifican o engrandecen a nadie; en verdad son tan

completamente impersonales y no – individualistas que es posible

que jamás se haya grabado en ellas el jeroglífico del nombre de

algún hombre o de alguna mujer. Pero si las inscripciones mayas

128

no tratan de asuntos tan comunes como las guerras, conquistas,

obras públicas, elección y muerte de gobernantes, ¿de qué se

ocupan? ¿Cuál es el objetivo de su existencia? …..Las

inscripciones mayas tratan en primer lugar de cronología,

astronomía, tal vez podría decirse con más propiedad astrología y

cuestiones religiosas” (Idem. P. 293). En un calendario estudiado

con observaciones meticulosas, complejos cálculos y magistrales

combinaciones de datos provenientes principalmente del ciclo

anual solar, del movimiento de la Luna y del año Venusino, los

sacerdotes armonizaron el año civil con el año del agricultor, y la

serie seguía su curso tranquilamente, cada una en la estación que

le correspondía desde tiempo inmemorial, cualquiera que fuese el

lugar que le asignase en un momento dado el calendario oficial

(Idem. P. 296).

“Ese asombroso conocimiento de los movimientos de los cuerpos

celestes, esa aptitud de predecir los eclipses y las apariciones y

desapariciones de Venus, ya como estrella de la mañana, ya como

estrella de la tarde, respectivamente, han de haber sido fuente de

grandísimo poder para el sacerdote maya. A los ojos de las masas

ignorantes eran una prueba de que sus directores espirituales se

mantenían en íntima comunión con algunas de sus grandes

deidades, el Sol, la Luna, Venus, etc., y que, por consiguiente, era

necesario obedecerles. En efecto, el conocimiento, en apariencia

increíble, que los sacerdotes tenían de los más grandes fenómenos

celestes de todos los días, ha de haber contribuido poderosamente

a rodearlos del respeto de la clase baja del pueblo, siendo algunos

de ellos, especialmente los profetas, tan venerados, que siempre

que se presentaban en público iban en andas en hombros de los

fieles” (Idem. P 296).

12.2.9 LA DECADENCIA DEL VIEJO IMPERIO

Apoyados en las evidencias arqueológicas y en las fuentes escritas

mayas, ha sido posible establecer que este extraordinario mundo

fue decayendo en el transcurso de unos cien años,

129

aproximadamente entre los siglos VIII y IX de nuestra Era. Se

han mencionado muchos motivos para que esa decadencia fuera

una realidad. Aunque no se sabe con certeza, se le atribuye la

causa real a la disminución de los rendimientos de las cosechas de

maíz en las “milpas” mayas hasta niveles que fueron incapaces de

sostener la vida organizada de las comunidades.

“El fracaso del sistema de agricultura maya fue la causa principal

de la decadencia y caída del Viejo Imperio” (Idem. P. 88).

Cuando la civilización maya se desarrolló por primera vez en las

tierras bajas del norte de Petén durante los siglos inmediatamente

anteriores al nacimiento de Jesucristo, esta región estaba

densamente poblada de bosque. Sin embargo los desmontes y

quemas repetidos de extensiones cada vez más grandes de la selva

con el objeto de usarlas para las siembras de maíz iban

convirtiendo gradualmente los bosques primitivos en praderas

hechas por el hombre, es decir, en sabanas artificiales. Al terminar

este proceso, o cuando estaba cerca de terminarse, cuando los

bosques primitivos habían sido derribados en su mayor parte y

sustituidos con el transcurso del tiempo por estas praderas de

creación artificial, la agricultura que practicaban los antiguos

mayas llegó a su fin, pues aquellos no disponían de instrumentos

de ninguna clase para el laboreo de la tierra, como azadas, picos,

rastrillos, azadones, palas o arados” (Idem. P. 88).

“La hipótesis del colapso de la agricultura, propuesta por primera

vez por los botánicos del Departamento de Agricultura de los

Estados Unidos de América, no ha sido comprobada todavía, pero

creo [dice Morley] que ella explica mucho mejor los hechos

arqueológicos observados que cualquiera otra de las teorías

formuladas sobre el particular. Proporciona una explicación a la

cesación progresiva de monolitos fechados en los diferentes

centros del Viejo Imperio, que, como hemos visto no se efectuó

de una vez, sino que se distribuyó a lo largo de un período de

cerca de un siglo. La sustitución de los bosques originales por

sabanas debidas a la mano del hombre, que marcaron el final de

los cultivos, conforme a los métodos agrícolas de los mayas, debe

haber tenido lugar de manera muy gradual, llegando a un estado

130

crítico en diferentes ciudades y causando eventualmente su

respectivo abandono en diferentes épocas, dependiendo en cada

caso de factores tan variables como la densidad relativa de

población, los respectivos períodos de ocupación y la fertilidad

general de las tierras que las rodeaban” (Idem. P. 89).

“Hubo indudablemente otros factores adversos, además de la

disminución de los productos alimenticios, que desempeñaron sus

respectivos papeles en el colapso de la estructura del Viejo

Imperio, como la intranquilidad social, la desorganización

administrativa, y hasta la degeneración de las creencias religiosas,

; pero parece muy probable que el fracaso económico, la ley de

disminución de las entradas, o mejor dicho, el alto costo de la

vida, fue la causa principalmente responsable de la desintegración

final del Viejo Imperio” (Idem. P. 88).

Hoy se pueden hacer evaluaciones más precisas sobre la

capacidad de carga de población de los terrenos ocupados por los

antiguos mayas, teniendo en cuenta que, aún cuando se han

incorporado herramientas de acero a las faenas agrícolas, los

métodos de cultivo poco han cambiado y poco pueden cambiar,

dada la naturaleza de los suelos cultivados.

“En el norte de Yucatán no se siembra el mismo campo de maíz

por más de dos años consecutivos. El tercer año se escoge otro

para la nueva “milpa”, y el terreno usado anteriormente se deja en

barbecho durante diez años hasta que se llena nuevamente de

suficiente bosque y maleza que compense el trabajo de volverlo a

desmontas. En consecuencia, si el terreno mide 5 hectáreas por

término medio, y cada terreno se siembra de maíz sólo dos años y

luego tiene que quedarse en barbecho durante otros diez años, se

necesitarán 30 hectáreas de tierra para mantener a una familia

corriente [compuesta por 5 personas en promedio], de manera

permanente. Es decir que, para mantener una aldea de 500

habitantes (100 familias), se necesitan 3.000 hectáreas o alrededor

de 65 caballerías” (Idem. P 173).

“En las tierras altas de Guatemala, en regiones boscosas, en donde

131

sólo ocasionalmente se encuentran algunos valles fértiles, se

necesitan de 40 a 80 hectáreas para mantener a una familia

indígena corriente, y en zonas parcialmente desprovistas de

vegetación o empobrecidas se necesitan 200 y hasta 400 hectáreas

para mantener a una familia ordinaria de manera permanente”

(Idem. P 174).

Cerca de Chichén Itzá el Instituto Carnegie de Washington

sembró una parcela para verificar los resultados de las cosechas

usando los métodos indígenas en el cultivo de maíz entre 1933 y

1940. Durante los primeros cuatro años se hicieron las limpias

con machete, cortando las malas hierbas con machete como

método “moderno” y durante los últimos cuatro años se empleó el

método antiguo arrancando las hierbas de raíz. Los rendimientos

fueron así:

1933: 805 kilogramos por hectárea.

1934: 692 “ “

1935: 407 “ “

1936: 170 “ “

1937: 850 “ “

1938: 375 “ “

1939: 522 “ “

1940: 6 “ “

Ese cuadro muestra cómo se repitió en la milpa experimental de la

Institución Carnegie lo que solía suceder en las milpas mayas: En

los últimos tres o cuatro años que se sembró las gramíneas

invadieron por todas partes el campo de 3/5 de hectárea

reduciendo poco a poco la producción, el cual se cubrió más y

más de una capa espesa de grama a través de la cual ni las malas

132

hierbas podían abrirse paso, mucho menos las cañas de maíz. Así

se vio cómo la hierba, el enemigo invencible de la agricultura de

milpas, invadía eventualmente el terreno, de modo que la

vegetación no volvía a crecer en esos campos de maíz que

permanecían en descanso, sino que, en su lugar, crecía la hierba.

Por último, cuando ésta había ocupado definitivamente las tierras

cubiertas anteriormente de monte alto y de maleza en la vecindad

de los centros de población grandes y pequeños, la agricultura

maya de milpas había llegado a su fin (Idem. P. 176).

Aunque ya se cuenta, por primera vez, con pruebas documentales

en forma de crónicas indígenas mayas que nos aclaran la historia

maya antigua, antes de darles una ojeada examinemos un resumen

de la prueba arqueológica relativa a la colonización maya,

procedente del Viejo Imperio, de la parte norte de la Península de

Yucatán. Ello se reconoce de acuerdo con las indicaciones que

aportan las estelas y los edificios fechados.

12.2.10 EL TESTIMONIO ARQUEOLÓGICO

“Se conocen en la actualidad un total de veintiún edificios y

monolitos fechados con seguridad, distribuidos en diez sitios en el

norte y centro de Yucatán, Campeche y Quintana Roo, México,

…Una ojeada a la tabla con el listado de los edificios y los sitios

de ubicación presentada en la obra de Morley demuestra que en

ella están representadas dos grupos principales de ciudades

fechadas: El primero formado por una cadena de cinco sitios en la

región de la costa oriental que se extiende de sur a norte:

Tzibanché, Ichpatún, Tulum, Cobá y Chichén Itzá; el segundo

formado por una cadena de cinco sitios en la región de la costa

occidental, de sur a norte: Santa Rosa Xtampak, Etzná, Holactún,

Oxkinyok y la isla de Jaina” (Idem. P. 91).

Las fechas…. indican que estos diez sitios existieron durante los

cuatro siglos del Viejo Imperio (475 – 909), es decir, que todos

ellos eran fundaciones provinciales del Viejo Imperio, muy

alejadas de los grandes centros de inspiración cultural del sur,

133

semejante a las ciudades romanas de Bretaña durante el primero y

segundo siglos de nuestra era” (Idem. P. 91). También se observa

que la fecha más antigua que poseemos en la mitad norte de la

península, está inscrita en el dintel de puerta jeroglífico de

Oxkintok en la esquina noroeste, en fecha maya equivalente al

año 475 de la era cristiana. Desgraciadamente no se puede

disponer de un fondo cronológico preciso, basado en monolitos

contemporáneos fechados con exactitud, porque la magnífica

Cuenta Larga de los mayas, la llamada Serie Inicial (en su

cronología), no sobrevivió mucho tiempo al transplante a las áreas

periféricas, después del colapso de la cultura del Viejo Imperio en

la región central. Los mayas del Nuevo Imperio usaron en su

lugar una forma abreviada y menos precisa llamada Cuenta Corta.

Por esta razón la historia del Nuevo Imperio carece del sólido

marco cronológico que ofrecen los monolitos fechados del Viejo

Imperio (Idem. P. 92).

De todo ello se colige que procedente de la mitad sur de Yucatán,

la cultura maya penetró en dirección norte durante el quinto y

sexto siglos de la era cristiana. Se cree que lo hizo en oleadas

sucesivas que se movieron a lo largo de dos líneas principales de

inmigración, probablemente primero por la costa oriental, aunque

la fecha más antigua se encuentra en el oeste (Dintel 1 de

Oxkintok, año 475), y un poco más tarde por la costa occidental.

Esa apreciación está corroborada por las antiguas tradiciones

mayas conservadas por el Padre Lizana en su “Historia de

Yucatán”. (Idem. P.93).

La primera inmigración, al norte, ocurre entre los años 416 y 623

de nuestra Era. A lo largo de la costa oriental y se desprendió de

las ciudades del Viejo Imperio situadas en el norte del Petén. La

segunda inmigración, la más numerosa, estaba compuesta a su vez

de diversas oleadas. Dos de ellas salieron desde el sudoeste desde

el año 475; otra penetración se dio un poco más al este de dos a

cinco siglos después, entre el 625 y el 987; a lo largo de la costa

del poniente. Ambas se desprendieron directamente de los centros

del Viejo Imperio situados en la parte norte y centro del Petén y

posiblemente también del valle del Usumacinta. (Idem .P. 99).

134

De la obra del padre Lizana “se deduce con claridad que los

propios mayas sabían con claridad que algunos habían llegado del

oriente (sudeste), pero que un número mayor había llegado del

poniente (realmente del sudoeste), lo cual está enteramente de

acuerdo con la prueba que suministran los monumentos y

monolitos fechados de la mitad norte de la península. Siendo esto

así, comparemos la prueba tradicional y cronológica anterior con

la prueba arquitectónica documental:

Existe directamente al norte del Petén, y su prolongación norte en

el sur de Campeche y Quintana Roo, una provincia arquitectónica

conocida con el nombre de Chenes, llamada así por los numerosos

y grandes pozos naturales que se hallan allí (“chen” es pozo en

maya). La arquitectura en la región de los Chenes es un poco

diferente de la del viejo imperio. Esta última depende muy poco

de elementos de piedra labrada o grabada para las decoraciones de

la fachada, usando en general en su lugar el estuco modelado muy

a menudo con muchos detalles. En cambio, en la arquitectura de

su ciudad central Chenes, se emplean extensamente elementos de

piedra labrada en la decoración exterior de los edificios y

ocasionalmente toda la fachada está esculpida con mucho primor.

Esta característica establece cierta marcada diferencia entre la

arquitectura Chenes y la del Viejo Imperio. Otra subprovincia

arquitectónica del norte de Yucatán es la que se conoce con el

nombre de Puuc. Así se llama, por ser la arquitectura típica de

muchas ciudades del Nuevo Imperio, que se encuentra en la

región montuosa del centro de Yucatán conocida en maya como el

“Puuc”, y que se halla al norte de la región de Chenes. Por último,

mencionemos otra subprovincia arquitectónica del Nuevo

Imperio: La que rodea la capital itzá de Chichén Itzá en el

nordeste de Yucatán. Allí se hizo sentir a fondo de la arquitectura

de las tierras altas de México (Tula en el Estado de Hidalgo); esta

zona se caracteriza por columnas de serpientes emplumadas,

bases inclinadas de fachada y otros elementos típicos de la

arquitectura de la meseta central de México. La línea de

penetración cultural en el norte de Yucatán, a lo largo de la costa

oriental, sigue muy de cerca las tradiciones arquitectónicas del

135

Viejo Imperio. El trabajo en piedra de Cobá, el centro más grande

del Viejo Imperio, en el norte de Yucatán, en este período de

colonización, es del tipo característico del Viejo Imperio, y la

prueba arquitectónica, escultural y cronológica procedente del

ángulo nordeste de la península es de tal naturaleza, que indica

íntimas conexiones con la región central del Viejo Imperio. Esta

afinidad íntima con la arquitectura y escultura del Viejo Imperio

se observa en menor escala en Yaxuná, un sitio de medianas

dimensiones situado a unos cien kilómetros al oeste de Cobá y a

sólo veinte kilómetros al sur y sudoeste de Cichén Itzá (Idem. P.

95).

12.2.11 EL TESTIMONIO DOCUMENTAL

Durante la colonización de la costa oriental se inician las fuentes

documentales, o crónicas contenidas en ciertos manuscritos

mayas llamados los Libros de “Chilam Balam. Esas crónicas

empiezan a proporcionar varias relaciones de la antigua historia

maya. De esas crónicas solamente se conocen hoy cinco. Una de

ellas es el Libro de Chilám Balam de Maní. En el manuscrito de

Maní se lee: “Luego tuvo lugar el descubrimiento de la provincia

de Ziyancaán, o Bakhalal; el katún 4 Ahau, el katún 2 Ahau, el

katún 13 Ahau [períodos específicos de veinte años], sesenta años

gobernaron en Ziyancaán cuando bajaron aquí; en estos años en

que gobernaron en Bakhalal sucedió que Chichén Itzá fue

descubierta. 60 años”. (Idem. P. 96). La primera crónica del Libro

de “Chilam Balam” de Chumayel es más breve: “En el katún 6

Ahau tuvo lugar el descubrimiento de Chichén Itzá”. “Esta fecha

es probablemente 9.1.0.0.0 “6 Ahau 13 Yaxkín de Cuenta Larga

[en notación cronológica maya] o período de veinte años que va

de 435 a 455 [en notación occidental] (Idem. P.97). La crónica de

Tzimín dice lo siguiente acerca de este mismo acontecimiento:

“Katún 8 Ahau; sucedió que se tuvo noticia de Chichén Itzá; el

descubrimiento de la Provincia de Xiancaán tuvo lugar”.

Siguiendo Morley la misma notación deduce que la fecha en

mención es año 416 a 435, que muestra gran concordancia con las

otras crónicas (Idem. P. 97).

136

Las anotaciones antes dichas, la cadena de sitios fechados en la

región de la costa del oriente, el hecho de que Cobá está unida

con Yaxuná, distante solamente 100 kilómetros de aquella por

una calzada de piedra y que Yaxuná se encuentra a sólo 18

kilómetros al sudoeste de Chichén Itzá, y la presencia de una

fecha de Serie Inicial descifrada con seguridad y que se lee

10.2.9.1.9 (año 878) en el propio Chichén Itzá, ofrecen en

conjunto plena confirmación arqueológica de la tradición

conservada por Lizana.

Otro acontecimiento notable de la época de la prolongación

periférica del Viejo Imperio en el norte de Yucatán es el

abandono de Chichén Itzá por los itzaes en el año 692. Las

crónicas mayas no dicen por qué fue abandonada la ciudad y

solamente menciona el hecho de que después de tener allí sus

hogares durante doscientos años, es decir desde 495, salieron los

habitantes de Chichén Itzá en un katún 8 Ahau (9.13.0.0.0 o sea el

año 692) y se trasladaron hacia el sudoeste a través de Yucatán,

estableciéndose de nuevo en la costa del sudoeste, en la región de

la ciudad moderna de Campeche, hecho que las crónicas mayas lo

registran: “Entonces fueron a establecer sus hogares en

Chakanputún. Allí tuvieron sus casas los itzaes, santos varones”.

Esa ocupación de la región de la costa sudoeste por los mayas del

Viejo Imperio, hacia el año 692, está plenamente confirmada por

la arqueología. Hay varias ciudades en la región que datan de este

período general, de los años 652 a 751. Su ubicación corresponde

a la región hacia donde marcharon los itzaes en el año 692 (Idem.

. 100).

La ocupación de esta región por los mayas del Viejo Imperio,

unos procedentes de Chichén Itzá y posiblemente por otros

procedentes de la región central del Viejo Imperio, en la segunda

mitad del siglo VII y la primera mitad del siglo VIII, podemos

decir que se cierra el capítulo del Viejo Imperio para entrar en una

nueva era maya: El Nuevo Imperio. En el siglo X un nuevo grupo

humano toma posesión del escenario y comienza una nueva época

(Idem P. 100).

137

Morley afirma que ya en los años 887 a 889 cuando los

colonizadores mayas se abrieron paso hacia el norte saliendo de

Uaxactún, la Honradez, Xultún, Xamantún, Oxpemul, Calakmul y

otros sitios del Viejo Imperio en el norte y centro del territorio del

Petén, había llegado a su fin la actividad monumental en el sur.

Según él, puede considerarse con ésta, la segunda oleada de la

corriente maya hacia al norte, que el proceso colonizador llega a

su fin. Entonces, las ciudades del Viejo Imperio habían sido ya

abandonadas en su mayor parte (Idem. P. 99). 12.2.12 EL NUEVO IMPERIO MAYA

La infiltración cultural del Viejo Imperio por el lado del sudoeste,

la Pequeña bajada de Lizana, había terminado, pero la Gran

bajada del sudeste iba a continuar por algunos siglos más. “En un

katún 8 Ahau de la Cuenta Corta, probablemente en 10.6.0.0.08

Ahau 8 Yax de la Cuenta Larga (928 – 948), varios grupos de

gentes de habla maya, algunos de los cuales por lo menos eran

itzaes, aunque otros que obedecían a un jefe llamado Kukulkán

eran con toda certeza de origen mexicano (de la meseta central),

que habían estado viviendo en lo que es actualmente el sudoeste

de Campeche, la región que se extiende alrededor de

Chakamputún (el moderno Champotón), por espacio de dos a dos

y medio siglos, comenzaron a moverse lentamente hacia el

nordeste a través de la península y, después de cuarenta años de

peregrinación,”…..llegaron a Chichén Itzá, donde fijaron su

capital en un katún 4 Ahau, 968 – 987” (Idem. P. 102). Aquella

movilización que culminó en la nueva reocupación de Chichén

Itzá, según el Obispo Landa, una de las principales fuentes de la

historia maya del Nuevo Imperio, y citado por Morley, parece

confirmar, que el evento fue llevado a cabo por medios

completamente pacíficos (Idem. P. 103) Landa, según Morley,

dice que después de haber salido de Chichén Itzá, en una fecha

que se supone que ocurrió durante un katún 4 Ahau, años 968 –

987, fundó otra ciudad en el norte de Yucatán, a la que dio el

nombre de Mayapán, que en maya significa “el pendón de los

mayas”. Puso al frente de la ciudad, como su casa reinante, a una

138

familia llamada Cocom, y antes de salir de la península erigió en

Champotón, en la costa del oeste, un hermoso edificio para

memoria suya y de su partida de la tierra” (Idem. P. 105).

Por último, de acuerdo con las crónicas de Maní y Tzimín, fue

fundada Uxmal en un katún 23 Ahau, entre los años 987 y 1007,

por un cacique llamado Ah Zuitok Tutul Xiú, quien se supone que

llegó también del sudeste con su pueblo (Idem.. P. 105).

Estas tres migraciones, la de Kukulkán (con sus itzaes y los

mexicanos), la de los cocones, y la de los xiúes, fueron las últimas

oleadas de la Gran Bajada de Lizana. Entonces, hacia finales del

siglo X se ven nuevas fuerzas en juego en el escenario del norte

de Yucatán. Chichén Itzá, un centro periférico del Viejo Imperio,

pasa a manos de una nueva dinastía, que había llegado de

Chacanputún, en la costa sudoeste de Yucatán. Mayapán,

destinada a ser el centro político del norte de Yucatán en el

período mexicano, es fundada desde Chichén Itzá por un príncipe,

Kukulkán, de origen mexicano. Por último, Uxmal es fundada

hacia el mismo tiempo por un caudillo a quien las crónicas llaman

Ah Zuitok Tutul Xiú, cuyo apellido Xiú es casi con seguridad de

origen mexicano (en otras fuentes españolas del siglo XVI se

declara terminantemente que era originario de México (Idem.. P.

106).

“Todas las autoridades españolas están de acuerdo en que una

sola lengua, el maya, se hablaba en toda la península, aunque el

fuerte sabor de la cultura traída por estos últimos grupos del

sudoeste, así como las declaraciones de que sus jefes eran de

origen mexicano, indican con probabilidad que algunos de sus

antepasados, por lo menos, habían llegado en un principio del

centro de México, probablemente de Tula, la antigua capital

tolteca. Pero aunque esto fuese verdad, es importante observar

que habían vivido en la parte sudoeste de la península un tiempo

suficientemente largo para permitir su completa “mayanización”

en el idioma y tal vez hasta en la cultura antes de asumir la

dirección política del norte de Yucatán” ….”En lo que concierne a

Chichén Itzá y a Mayapán, probablemente los dos primeros

139

centros que establecieron en el norte los recién llegados maya –

mexicanos, aportan la prueba arqueológica de que una fuerte

influencia mexicana es abrumadora” (Idem.. P. 107).

“En el mismo katún 2 Ahau, años 987 – 1007, fue organizada la

Liga de Mayapán. Considerándose tal vez como intrusos que

formaban una minoría relativamente pequeña, y sintiendo por esa

razón la necesidad de protegerse entre sí en sus nuevos hogares,

los jefes de estas tres ciudades formaron una confederación que

llamaron la Liga de Mayapán, bajo la cual gobernaron el país

conjuntamente” (Idem. P. 107). Una era de prosperidad general

parece haber existido bajo la liga, pues dos de sus miembros

Chichén Itzá y Uxmal , crecieron durante este período hasta

convertirse en las dos ciudades más grandes del Nuevo Imperio

(Idem. P. 107).

La arquitectura llegó a nuevas alturas en ambas ciudades. En

Chichén Itzá los imponentes templos – pirámides, con sus

barbáricas columnas de serpientes emplumadas en honor de

Kukulkán, fundador de la nueva dinastía, …..; los vastos salones

adornados de columnatas, y el Caracol u observatorio

astronómico, una alta torre redonda, son especialmente típicos de

este período mexicano. En cambio Uxmal llegó a ser un modelo

de la arquitectura del renacimiento maya (Puuc). En verdad el

Renacimiento maya alcanzó su más brillante expresión en Uxmal

en la Casa del Gobernador, probablemente el edificio más

hermoso construido en la antigua América, y el Cuadrángulo de la

Casa de las Monjas, apenas un poco menos grandioso que el

anterior. La capital de los xiúes fue el más grande de los centros

mayas del Nuevo Imperio, así como Chichén Itzá fue el centro

más grande maya – mexicano” (Idem. P. 108).

Ya hemos visto cómo define Morley el mundo maya. El habla de

“civilización maya”. No habla de Imperio maya. Se refiere a una

cultura que cristaliza sus logros en algunos aspectos específicos:

Una escritura jeroglífica y una cronología, únicas en su género;

una arquitectura de piedra también única en su clase, que incluía

los techos de bóveda de piedra salediza (arco falso) (Idem. P. 53).

140

Morley aclara enfáticamente que aún cuando se habla de Viejo y

Nuevo Imperios, en el curso de su obra, ello no tiene significación

política de ninguna especie. Se emplean exclusivamente en un

sentido cultural y estético para designar un imperio de

pensamiento, lengua, costumbres, religión, y arte comunes. Se

trata de un pueblo homogéneo que gozaba de una civilización

común, pero que por ningún concepto tenía unidad política. En

uno de sus capítulos, llama la atención hacia el hecho de que entre

los mayas no se conocieron Alejandros, Césares, Carlomagnos o

Napoleones mayas. El Viejo imperio parece haber estado

compuesto, más bien, de un cierto número de ciudades – estados

que, a juzgar por las circunstancias que con seguridad existieron

durante el tiempo del Nuevo Imperio, dos a cinco siglos más

tarde, deben haber sido gobernadas por dinastías hereditarias,

cuyos miembros desempeñaban, no sólo todos los altos cargos

civiles del Estado, sino también los puestos eclesiásticos más

elevados. Lo más parecido a la organización maya, podría decirse

que es las ciudades – estado de Grecia, Atenas, Esparta, y

Corinto, unidas por una lengua, una religión y una cultura

comunes, pero siendo cada una de ellas políticamente

independiente (Idem. P. 66).

12.2.13 SIGNIFICADO UNIVERSAL

DE LA CULTURA MAYA

Respecto de las etapas que superan las culturas en su paso hacia el

desarrollo, a saber, el descubrimiento del fuego, de la agricultura,

la domesticación de animales, el uso de instrumentos de metal y

la rueda, los mayas conocían plenamente las dos primeras

técnicas; habían domesticado solamente el pavo de monte y

mantenían cerca de sus casas enjambres de abejas sin aguijón.

Carecían, sin embargo de bestias de carga o de tiro, tan útiles para

los habitantes del Viejo Mundo. Carecían de instrumentos de

metal y desconocían la rueda, por lo cual carecían de vehículos

con ruedas. Aunque a la altura del Nuevo Imperio conocían el

oro, el cobre y algunas de sus aleaciones, sólo los usaban en

141

adornos de uso personal o ceremonial. Los investigadores de la

cerámica indígena americana están de acuerdo que el torno de

alfarero era desconocido en la América precolombina (Idem.

P.492).

Para encontrar, a este respecto un paralelo entre el Viejo Mundo y

el Nuevo, para entender cuál fue el punto de partida de las

culturas mesoamericanas, sería preciso adentrarse en etapas

anteriores de las culturas del Viejo Mundo, es decir, de las

civilizaciones egipcia, caldea, babilónica, asiria, persa, china,

fenicia, etrusca, griega y romana, a tiempos neolíticos. Los Khmer

de Cambodia y los constructores de los grandes templos cortados

en la roca de Java, que son los dos únicos pueblos, además de los

mayas, que han desarrollado una civilización elevada en los

“trópicos húmedos”, hacían uso cotidiano de aquellos cinco

grandes auxiliares de la cultura. .Si se parte de aquí, para

cualquier comparación, puede afirmarse, con justicia, que ningún

pueblo neolítico del planeta alcanzó el alto grado de cultura y

refinamiento que los mayas (Idem. P. 493).

Vale la pena revisar otros logros para entender la magnitud de

contribución de los mayas a la cultura universal: En arquitectura,

los antiguos mayas ocupan el primer puesto en América. Sus

edificios son más imponentes, de planos superficiales más

complejos y más bellamente decorados. Sus caminos de piedra no

rivalizan, ni en poco, con las soberbias obras de ingeniería que

representan los caminos incas. En esculturas los mayas fueron

también notablemente superiores, su arte no tenía rivales. En

cerámica muchos se disputan con los mayas el primer puesto. En

tejidos, la ausencia de muestras arqueológicas debido al clima

muy húmedo de los yacimientos arqueológicos, no permite una

comparación. En pintura, los mayas ocupan, con seguridad el

primer puesto. Su superioridad en este campo del arte se

demuestra con sus frescos, su cerámica pintada, y sus manuscritos

jeroglíficos, o códices. En el arte lapidario, el grabado y el pulido

de piedras muy duras, como el cristal de roca, la obsidiana, y el

granito, los mayas son muy superiores a los pueblos del Perú,

aunque son un tanto inferiores a los aztecas. En el área maya se

142

han encontrado bellísimos mosaicos de turquesas, por ejemplo en

Chichén Itzá pero no hay duda de que se trata de una técnica

azteca y no maya. En el trabajo con plumas nadie le disputa el

primer puesto a los aztecas. Los mayas no hicieron nada

comparable a la espléndida joyería de los pueblos del centro de

México (Idem. P.94 a 498).

Sin embargo, cuando llegamos a las conquistas abstractas de la

inteligencia, como la escritura, el conocimiento de la astronomía,

la invención de la aritmética, el desarrollo del calendario y la

cronología y la compilación de los sucesos históricos, los mayas

no tuvieron rival en la antigua América. Ellos fueron los

inventores de la escritura en este hemisferio. Los sistemas

gráficos de los aztecas, más bien fueron copiados de los mayas,

aunque ocurrió, que las copias fueron muy inferiores al original.

Los manuscritos históricos originales de los mayas y las

declaraciones unánimes de los historiadores españoles, no dejan

ninguna duda de que para los mayas la Historia era una ciencia

exacta (Idem. P. 498).

La astronomía de los mayas se hallaba muy por encima de la de

los demás pueblos de la antigua América; tuvieron, incluso,

conocimientos de que no disponían los egipcios antes de

Ptolomeo. Ni los aztecas ni los incas se acercaron al grado de

exactitud alcanzado por los mayas en esta rama de la ciencia. La

aritmética maya, incluyendo la invención más antigua de un

sistema de numeración por posiciones que abarca el concepto del

cero, es una de las más brillantes conquistas intelectuales de todos

los tiempos (Idem. P. 499).

Considerando aquellas grandes conquistas materiales e

intelectuales, dadas sus limitaciones de orden cultural, que los

colocaban al mismo nivel de los hombres neolíticos del Viejo

Mundo, permite llegar a la conclusión de que los mayas, “sin

temor de contradicción efectiva”, son el pueblo indígena más

brillante del planeta (Idem, P. 500).

143

12.2.14 LA RELIGIÓN DE LOS MAYAS

La religión de los mayas es el producto de una experiencia, de una

visión de la Realidad de por lo menos tres, cuatro o cinco mil

años, lo que cambió desde que aquellos lograron transformar su

vida errante en que se alimentaban de la caza, de la pesca y de las

frutas, raíces y hierbas que les deparaba la selva por una vida

sedentaria. Esa nueva vida sedentaria se basaba primordialmente

en el cultivo del maíz, como ya hemos visto. Y de allí surge su

nueva manera de sentir los efectos del Medio en su diaria labor,

como las lluvias, la sequía, los vientos, el sol, la luna, el rayo, las

montañas, las llanuras, las selvas, los ríos y las cascadas, la

fertilidad o mezquindad de los suelos, y demás elementos

naturales, que afectaban sus cosechas, que podían determinar su

abundancia de medios de vida o su escasez. Esos elementos

naturales que los rodeaban e influían en ellos en un juego

continuo, constituían un marco de referencia dentro del cual los

mayas tenían qué vivir su vida cotidiana. Es posible, pues, que la

religión de aquella gente hubiera sido inicialmente el culto

sencillo a la Naturaleza, en el cual se personifica a esos

elementos, se los interpreta, se busca alguna comunicación con

ellos y se siguen los pasos marcados por ellos con entera sumisión

(Idem. P 235).

Aquella sencilla religión, requería en sus inicios, probablemente

muy poca organización formal; para interpretarla no eran

necesarios ni el sacerdocio ni el lenguaje esotérico; no hacía falta,

todavía, un ritual establecido ni ceremonias complicadas para

practicarla, ni siquiera lugares dedicados especialmente al culto,

como son los templos, dónde se le pudiera dar abrigo. “Cada jefe

de familia pudo haber sido, y era indudablemente, al mismo

tiempo, padre y sacerdote de la familia, y el templo familiar era

apenas algo más que una modesta choza provisional separada,

pero no distante de la habitación, igualmente provisional, de la

familia, en forma muy semejante a la que se observa todavía entre

los mayas lacandones de los bosques del valle del Usumacinta en

el oriente de Chiapas, México” (período Pre – Maya I) (Idem. P.

235).

144

La introducción de la agricultura transformó la habitación que

llegó a ser fija, dejó más tiempo libre disponible parea otras

actividades, se especializó más el trabajo social: Se fue definiendo

el perfil del sacerdocio, la actividad propiamente llamada

religiosa. Así, surgió la función de quien interpreta la “voluntad

divina” para su gente. Surgió la necesidad de levantar santuarios

comunitarios más formales, o sea los templos, y la religión se

convirtió en ocupación de unos cuantos al servicio de los demás.

Durante los muchos siglos, quizás un milenio, que transcurrieron

entre el momento en que se introdujo la agricultura y fue

inventado el calendario maya, su cronología y su escritura

jeroglífica, probablemente, entre los años 353 ó 235 antes de

Cristo, la religión maya fue transformándose lentamente y fue

surgiendo el olimpo maya y sus dioses personalizados, un

sacerdocio cada vez menos incipiente, un ritual más rico y

santuarios más formales, aunque todavía no construidos en piedra.

“Eses segundo período (Pre – Maya II) es probablemente

contemporáneo de la fase cerámica Mamon de Uaxactún (Idem..

P. 236).

Sin embargo, después de la introducción del calendario, la

cronología y la escritura jeroglífica, invenciones todas de los

sacerdotes, la religión maya sufrió importantes modificaciones,

siempre en el sentido de una mayor complejidad, y formalidad.

Gradualmente fue tomando forma una filosofía teológica,

concebida por el sacerdocio profesional, y elaborada alrededor de

la importancia creciente de las observaciones astronómicas y del

desarrollo del calendario y deidades asociadas. Es casi seguro que

ese último cambio comenzó desde principios del siglo III antes de

Cristo, pero arqueológicamente no se nos presentó sino hasta que

aparecieron, en Uaxactún, los monolitos esculpidos, hacia el año

317 de nuestra Era, lo cual coincidió con la aparición del techo

abovedado de piedras saledizas y los principios de la cerámica de

Tzakol, que también se encontraron, por primera vez en

Uaxactún. Dada la circunstancia de que los tres se encontraron

con el fechado más antiguo muy cerca unos de otros, es decir, en

Uaxactún, se infiere forzosamente el mismo lugar de origen, o un

145

lugar muy cercano, y más precisamente Tikal, la mayor ciudad de

cultura maya y gran centro ceremonial, situado a 18 kilómetros de

distancia de Uaxactún (Idem. P. 237).

El despegue rápido de la civilización maya es para Morley algo de

fundamental importancia, y tuvo su principio nada menos que en

el centro del Petén en una época comprendida entre los tres siglos

que precedieron y siguieron inmediatamente a la era cristiana. Se

hace inmediatamente la pregunta: “¿Debiose este aceleramiento

del pulso de la cultura a una influencia exterior, o fue de origen

autóctono? Tal vez nunca lo sepamos. Pero el hecho de que estas

innovaciones hayan aparecido por primera vez en el propio centro

de la vasta región que más tarde había de convertirse en el Viejo

Imperio Maya, o, con otras palabras, que ellas fueron una

manifestación “central” y no periférica, indica firmemente que

tuvieron su origen en los sitios en donde se han encontrado con

indicios de mayor antigüedad, es decir, en Uaxactún o en Tikal “.

Morley se inclina a opinar que esta es la realidad, y que la

civilización maya, que califica como de “milagro”, no vino de

fuera. A favor de esta última hipótesis no se ha producido hasta

hoy ninguna prueba arqueológica de importancia (Idem.. P. 237).

Ya en el siglo IV d. c., la cultura maya estaba establecida

firmemente en el norte y centro del Petén, precisamente en la

región donde muy probablemente tuvo su origen. La religión

maya se había convertido en un culto muy desarrollado, nacido de

la fusión completa de una personificación primitiva de la

naturaleza con una filosofía más complicada, concebida alrededor

de la deificación de los cuerpos celestes; era un culto del tiempo

en sus diversas manifestaciones, jamás igualado en ninguna otra

parte del mundo, antes ni después de aquella época. Aunque

difundida entre la gente del pueblo, esta religión era por

naturaleza altamente esotérica, siendo interpretada y servida por

un sacerdocio organizado bajo una regla estricta y compuesto de

astrónomos, matemáticos, profetas y maestros del ritual, dirigida

por hábiles administradores y hasta por estadistas a medida que

crecía y se volvía más y más compleja (Idem.. P. 238).

146

“A juzgar por el aspecto pacífico que presentan en general las

esculturas del Viejo Imperio, la ausencia casi completa de

representaciones de sacrificios humanos (de las cuales sólo se

conocen dos ejemplos, ambos en Piedras Negras) y la calma digna

y elevada de las figuras, la religión maya, en el período del Viejo

Imperio, debe haber sido una fe augusta y majestuosa y no

degradada, como lo fue en la época posterior, por sacrificios

humanos en masa, los cuales…. fueron importados de México en

el período del Nuevo Imperio. Así como el Viejo Imperio fue la

edad de oro de la cultura maya, fue también el período más noble

de la religión maya, antes de que las creencias y prácticas de esta

última hubieran descendido a la categoría de las orgías de

sangre.” (Idem.. P. 238).

“No existen razones de orden arqueológico para creer que la

religión maya haya sufrido cambios fundamentales durante el

Viejo Imperio; pero en el nuevo imperio, durante los períodos

Puuc y Mexicano (Nuevo Imperio I y II), se introdujeron grandes

cambios de naturaleza degradante” (Idem.. P. 238).

“Gran número de escritores españoles del siglo XVI afirman de

manera terminante que los mexicanos introdujeron la idolatría,

concepto con el cual quieren probablemente abarcar también los

sacrificios humanos”……”Herrera, cronista oficial de las Indias

en la Corte de España, no deja duda sobre este punto cuando

declara terminantemente: El número de la gente sacrificada era

mucho; y esa costumbre fue introducida en Yucatán por los

Mexicanos” (Idem. P. 239).

De su cosmogonía surge la ética por la que conducen su vida, el

carácter típico de los mayas. Ellos tienen una visión de la

Realidad que expresan en su pensamiento religioso como una

concreción ideológica de sus interpretaciones. El mundo, tal como

“es”, para ellos, plantea las condiciones que el hombre tiene qué

cumplir para vivir en armonía con él. “El creador del mundo es

Hunab Ku, que fue padre de Itzamná, el Júpiter maya: “Adoraban

un solo Dios que avía por nombre Hunab y Zamaná que quiere

decir un solo Dios [Hunab]”” (Idem. P.241).

147

“En efecto Hunab Ku significa en maya: de hun, uno, ab, existir y

ku, dios. Sin embargo ese dios creador estaba tan lejos y por

encima de los mortales, tan remoto y alejado de la vida, que

parece haber figurado muy poco en la vida cotidiana de la gente

del pueblo” (Idem. P.241).

“La religión maya tiene una fuerte tendencia dualística, la eterna

lucha entre las influencias del bien y del mal sobre el destino del

hombre. Los dioses benévolos producen el trueno, el rayo, y la

lluvia, hacen fructificar el maíz y garantizan la abundancia; los

dioses malévolos, cuyos atributos son la muerte y la destrucción,

causan las sequías, los huracanes y la miseria. La lucha entre estas

dos potencias está pintada gráficamente en los códices, donde

Chac, el dios de la lluvia, aparece cuidando un árbol joven,

mientras que, detrás de él, viene Ah Puch, el dios de la muerte, y

rompe el árbol en dos: el bien oponiéndose al mal en la eterna

lucha por el alma del hombre, el contraste que se encuentra en

muchas religiones, aún en aquellas mucho más antiguas que el

cristianismo”. (Idem. P. 243).

“Para los antiguos mayas el objeto principal de la religión y del

culto era procurarse vida, salud y sustento, …” (Idem. P. 244).

“Invocaban y aplacaban a los dioses de diferentes maneras.

Prácticamente todas las ceremonias importantes comenzaban con

ayunos y abstinencias; a veces los primeros duraban hasta tres

años; los observaban escrupulosamente y se consideraba como

gravísimo pecado el quebrantarlas”…” Estas purificaciones

preliminares, que incluían la continencia sexual, eran obligatorias

para los sacerdotes y los que los ayudaban directamente en las

ceremonias, pero únicamente voluntarias para los demás. Además

del ayuno y la continencia, renunciaban como parte de la

abstinencia, a comer carne y al uso de la sal y del chile o ají como

condimentos, no obstante ser aficionadísimos a este último (Idem.

P. 244).

“Los sacrificios eran parte importante del culto entre los mayas, y

abarcaban toda la escala, desde sencillas ofrendas de alimentos,

148

tortillas, frijoles, miel, incienso, tabaco, etc., los primeros frutos

del campo, toda clase de animales, aves y pescado, tanto vivos

como muertos, crudos y cocidos, toda clase de ornamentos y otros

objetos valiosos, como cuentas de jade y de concha, pendientes,

plumas y pieles de jaguar, hasta la práctica, en la época del Nuevo

Imperio, de sacrificios de hombres, mujeres y niños. ..” (Idem. P

245).

“Las oraciones formaban un elemento esencial del ritual maya, y

la ayuda de los dioses se buscaba en todo género de actividades,

en la adivinación, profecía y horóscopos, en los ritos de la

pubertad y del matrimonio, en toda clase de ceremonias generales,

para liberarse de dificultades, y para reprimir al diablo [Ah Puch]

que las causaba, para conseguir la maternidad para una mujer sin

hijos, para expulsar a los espíritus malignos antes de comenzar

cualquier ceremonia, para evitar la sequía y las plagas de langosta

que producían el hambre, la enfermedad, el robo, y la discordia y

cambios dinásticos y jerárquicos que conducían a la guerra, para

tener éxito feliz en toda clase de empresas, agricultura, caza,

pesca, comercio, fabricación de ídolos y batallas” (Idem. P. 245).

Aquí, en el plan de relievar el significado entre los mayas de su

religión, de sus sacerdotes y de su influencia en la vida espiritual

del pueblo, vale la pena que recordemos el papel de la sabiduría

sacerdotal entre los aztecas. Es preciso pensar, que “La vida

espiritual de esta gente [los aztecas] surgió en el campo preparado

por los olmecas y vuelto a cultivar más tarde por los toltecas, en

una época en que la alta cultura de Mesoamérica no era

representada aún por los despotismos guerreros, sino por los

estados teocráticos cuyo desarrollo económico, material y social

había llegado a un nivel que les permitió liberar las fuerzas

necesarias para un alto desarrollo de su vida espiritual” (Walter

Krickeberg. “Las Antiguas Culturas Mexicanas”. Fondo de

Cultura Económica México 1961. P. 176). Eso ya lo habíamos

denotado atrás en otro contexto.

El advenimiento de esos despotismos guerreros parece ser el

principio de un nuevo sentido de la vida social del pueblo azteca,

149

En contraste con los mayas, que eran un pueblo pacífico de

agricultores, los aztecas se transformaron en un pueblo de

guerreros, donde los propósitos de la guerra llegaron a marcar las

directrices de comportamiento de la nación entera. Krickeberrg

inicia su capítulo sobre “las clases privilegiadas y la monarquía”,

en la obra mencionada arriba: “Las palabras de Mefisto – guerra,

comercio y piratería son una trinidad inseparable – son tan ciertas

con respecto al Imperio azteca como lo fueron en lo que a Cartago

y otros Estados de la Antigüedad se refiere”. Por ejemplo, los

grandes comerciantes, Nahual – oztomecas (“mercaderes

disfrazados”, es decir, mercaderes con máscara apacible) gozaban

de un prestigio entre los aztecas, similar al de los guerreros y los

nobles de nacimiento y eran considerados sus iguales en la escala

social propiamente dicha. (Idem. P. 75).

Aquellos comerciantes desempeñaban, a menudo deberes

diplomáticos, cerraban tratos con príncipes extranjeros, o fungían

como espías que trataban de tener informes para el ejército azteca.

Como en el curso de sus actividades tenían qué atravesar tierras

hostiles a los aztecas, adoptaban los trajes y el idioma de los

nativos de aquellas regiones. Pero se armaban a sí mismos y a sus

cargadores con armas ocultas, de tal manera que pudieran resistir,

como ocurrió en cierta ocasión, el sitio de los guerreros de ocho

pueblos, regresando a Tenochtitlán con rico botín. “A veces no

había gran diferencia entre un asalto cometido contra los

mercaderes por salteadores de caminos y los atracos que los

mercaderes mismos cometían en una región cuya riqueza los

tentaba; en todo caso, y en estas circunstancias, el asesinato de un

comerciante viajero, aunque causado por su propia culpa, fue

usado muchas veces por los reyes aztecas como pretexto para

declarar la guerra al príncipe de esta región. Después de mandarle

por mensajeros gis y plumas, con que se adornaba a los guerreros

destinados al sacrificio, como símbolo de su próxima muerte, y

seguía a menudo la ocupación permanente del pueblo o de la

región por una tropa azteca (Idem. P. 75).

Todo azteca tenía qué prestar el servicio militar en tiempos de

peligro, como ocurrió en tiempos de la invasión española, ya

150

fuera campesino o artesano. Los mismos sacerdotes tenían que

tomar las armas y en tal caso eran considerados de rango

equiparable a los guerreros profesionales. La nobleza de mérito

era reconocida a los guerreros sobresalientes y que habían

demostrado su valor. Eran llamados los “hijos del águila”

(cuauhpipiltín), cuyo nombre deriva de que los guerreros se les

llamaba “águilas” o “águilas y jaguares”, siendo estos dos

animales los más feroces, más fuertes y más bravos de México,

representantes, en la cosmología divina, del cielo y de la tierra, de

la luz y de la oscuridad, del sol y del cielo estrellado de la noche,

de cuyo combate y cooperación alternantes se desprende no solo

el acontecer del cosmos, sino toda la vida terrena; la guerra

terrestre es sólo el reflejo y el eco de la guerra celeste. Estos

conceptos formaban parte del pensamiento de otros muchos

pueblos de Norteamérica,….(Idem. P. 78).

Entre los aztecas, los guerreros disfrazados de águilas o jaguares

formaban una especie de Orden, una tropa de élite, que tenían,

por ejemplo, el privilegio de combatir a los prisioneros destinados

al sacrificio en las fiestas de primavera. Pero no solo esta tropa

excepcional, sino todos los guerreros, contaban entre los aztecas

como personas muy superiores al pueblo común, y cuya muerte

en el campo de batalla o en la piedra de sacrificio del enemigo era

un honor que elevaba a aquellos valientes al rango de semidioses

y les aseguraba su parte en los goces divinos”. (Idem. P. 78).

La importancia de lo guerrero entre los aztecas se muestra en

otras costumbres más. Toda la educación se encaminaba a

producir una descendencia sana y valiente; por eso se prohibía el

uso del pulque, bebida alcohólica hasta la edad de 70 años, pues

los aztecas conocían obviamente el efecto nocivo de éste sobre la

capacidad de acción de la gente. (Idem. P. 76).

Lo que hemos consignado de la cultura azteca para compararla

con la cultura maya, nos da fundamento para pensar cuán radical

es la diferencia de ambas culturas entre sí, cuán diametralmente

opuesta es la dirección que toma cada una de ellas hacia una

civilización superior, en su desarrollo evolutivo, y vemos cómo

151

todo nace de una diferencia contundente entre sus respectivas

cosmovisiones de la Realidad.

Si partimos de que la “Cultura” es solamente el “sumum”

empírico, lo que queda del camino recorrido históricamente por

un pueblo, podríamos deducir la extraordinaria suerte corrida por

los mayas a través de su historia. Pero si Cultura no es la

consecuencia de millones de actos humanos que dejaron huella,

de una asociación fortuita de millones de decisiones acertadas o

no, sino que es también consecuencia del acto creador de

personajes con identidad conocida, de conductores de pueblos

sabios que asumieron el reto conscientemente, intencionalmente,

responsablemente y lograron encaminar a sus pueblos con éxito,

en pos de utopías, de sueños de realización acariciados, los mayas

no solamente son un pueblo con suerte, sino que le dan a la

posteridad una lección de gran significación histórica sobre lo que

puede lograr el ser humano si aplica su genio, con juicio, a la

realización de objetivos nobles, nada más y nada menos que a la

escala de toda una civilización. Su efecto en el carácter de los

mayas contemporáneos es evidente, a pesar de más de tres siglos

de soportar el contacto íntimo con los aztecas que alcanzó a

degradar sus miras durante el Nuevo Imperio, y cinco siglos de

dominación castellana, aunque retraído, se mantiene jovial,

risueño, amistoso, laborioso, honrado. Es algo muy diferente al

ánimo sombrío, pesimista, que reinaba en el carácter de los demás

imperios regionales.

152

CAPÍTULO 13

LAS ANTIGUAS CULTURAS DEL PERÚ

En este capítulo y en el próximo vamos a tener que asumir una

información mucho menos nutrida. Al tratar de los pueblos y

civilizaciones de Suramérica vamos a referirnos a culturas como

las de los Andes peruanos y la región septentrional del Continente

que no habían desarrollado la escritura. Tampoco en aquellos

campos ha avanzado la arqueología tanto como fuera deseable,

con trabajos en tanta profusión como ha ocurrido hasta ahora en

Mesoamérica. Por ello solamente se cuenta con la información

proveniente de los trabajos arqueológicos disponibles y con el

aporte de los cronistas españoles y sus discípulos indígenas que

dejaron por escrito algunas compilaciones de la tradición oral

autóctona.

El método adoptado por el especialista en asuntos indígenas del

Perú, J. Alden Mason, en el trabajo sintetizador de multitud de

trabajos aislados sobre el tema, y que lo ha hecho en su obra de

antropología peruana “Las Antiguas Culturas del Perú”, que nos

servirá en lo sucesivo como referencia del tema, es el de

establecer ciertas etapas del proceso evolutivo de las culturas

locales, denominándolas según los niveles alcanzados y afines a

ciertos tipos culturales bastante definidos hallados en las

excavaciones, aunque en su clasificación y denominación no

existe unidad entre los antropólogos allegados al tema. Con ello

es posible hacerle un seguimiento a la evolución de las culturas en

el tiempo, aunque no sea posible establecer, con certeza, los

límites entre ellas, ni se sepa exactamente como pensaban, cuál

era su organización social o política, como se denominaban a sí

mismos, cuál era el lenguaje con el cual se comunicaban. El

espacio geográfico que vamos a cubrir en este capítulo, va desde

el sur de la actual República de Colombia, el territorio

ecuatoriano, el Perú, Bolivia y la parte norte de Argentina y Chile.

En la América del Sur no hay evidencia de ocupación humana

permanente. No ocurre como en Europa. La historia de las

153

culturas suramericanas empieza, por lo tanto desde que la especie

humana “homo Sapiens” inmigró, según las opiniones más

autorizadas hace unos 10.000 aproximadamente.

El proceso de evolución cultural en la región de los Andes

Centrales de Suramérica está clasificado, pues, por J. Alden

Mason en varios estadios evolutivos observados en la arqueología

regional, sin que se hayan podido hacer otras especificaciones.

Falta documentación escrita, pues allí no se conoció escritura

alguna hasta la llegada de los españoles y no son suficientes los

estudios arqueológicos disponibles para adelantar conclusiones

más específicas, pero sí se demuestra, definitivamente, la

existencia de estadios cada vez más avanzados de cultura humana,

conforme, aunque no exactamente, con la misma correspondencia

cronológica del Viejo Mundo en el desarrollo de sus diversas

culturas locales.

13.1.0 LA ERA INCIPIENTE

La primera etapa de las culturas peruanas, como se las llama, es la

Era Incipiente. Dura desde los diez mil años considerados de la

inmigración humana hasta unos 1250 años antes de Cristo. Mason

la divide en dos períodos, hasta el año 2550 antes de Cristo,

Período Pre – agrícola y de caza y recolección, y del 2550 al 1250

antes de Cristo Período Agrícola Antiguo (J. Alden Mason. “Las

Antiguas Culturas del Perú”. Fondo de Cultura Económica.

México 1961. P. 32).

13.1.1 PERÍODO PRE - AGRÍCOLA

Durante unos cinco mil años el progreso fue bastante lento, y

parece que nunca llegó a superar al de los actuales pueblos

seminómadas de la Tierra del Fuego. Su dedicación casi exclusiva

eran la caza y la pesca . No se sabe si llegaron originalmente

desde el Amazonas o bajaron por la costa pacífica, aprendiendo a

aprovechar primero los recursos marinos y entrando luego por los

valles de los ríos hacia el interior. Parece que ambas opciones

154

sean válidas, especialmente la segunda. Luego, al inventar o

descubrir la agricultura, la vida se hizo más fácil y empezó a

quedarle tiempo libre. Como consecuencia, la velocidad de la

evolución de aquellos pueblos se incrementó, pero fueron

necesarios unos mil o dos mil años más para que lograra dominar

ese arte, requisito previo de una verdadera civilización (Idem. P

32)-

En el Perú se han descubierto sólo algunas zonas arqueológicas

correspondientes al período Pre – Agrícola. Algunas se

encuentran en la Costa y otras en las tierras altas, pero no son

suficientes para poder establecer criterios de clasificación más

minuciosos (Idem. P. 32).

El tipo humano bien puede haber sido, particularmente en sus

inicios, algo diferente al actual. Los hallazgos de cráneos de tipo

muy antiguo sugieren la probabilidad de que, antes del

poblamiento de origen mongoloide, hubiera existido una

población arcaica más primitiva de características semejantes a

las del australoide – melanesioide actual. Cada vez más, parecen

factibles antiguas comunicaciones, por mar, a través del pacífico,

en ambas direcciones. Mucho antes del viaje de la balsa Kon Tiki

los antropólogos ya estaban convencidos de la realidad histórica

de aquellos viajes precolombinos. Como dato curioso, los

primeros exploradores europeos encontraron que el camote,

planta de reconocido origen americano, se cultivaba en Polinesia

con el nombre peruano de kumara. Un famoso agrónomo ha

sugerido que el maíz mismo fue originalmente traído a América

desde el sureste de Asia, en una época remota. Esta teoría se basa

fundamentalmente en el interesante descubrimiento de que los

nagas y otros pueblos de la colina de Assam cultivan un tipo de

maíz muy primitivo que es, en realidad, una variedad más

moderna de tipos de maíz más antiguos y primitivo encontrados

en las exploraciones arqueológicas efectuadas en América.

Últimamente se ha demostrado “para satisfacción de los

botánicos, que el algodón cultivado por los aborígenes americanos

es un híbrido entre el algodón asiático cultivado y el algodón

silvestre de América. En las regiones litorales del Perú, ya existía

155

el algodón en las remotas épocas agrícolas anteriores al desarrollo

de la cerámica. La presencia de esta planta al otro lado del

Pacífico, en época tan lejana, sólo puede explicarse suponiendo

que fue trasladado a través del océano por manos humanas. Los

otros productos agrícolas encontrados en este antiguo horizonte

agrícola peruano, tales como los fríjoles, y las cocurbitáceas

(calabazas de distintas clases) también están muy extendidos,

tanto en el Viejo Mundo como el Nuevo (Idem. P. 36).

“Los hallazgos hechos en América del Norte igualmente tienden a

indicar lo mismo. Con dos excepciones, todos los cráneos que se

han encontrado, bajo condiciones de una relativa antigüedad

geológica, algunos de ellos acompañados de los huesos de

animales desaparecidos, tienen un índice cefálico muy inferior al

promedio correspondiente al indio americano de hoy día, y otras

características arcaicas, como por ejemplo el grosor excepcional

de los tori supraorbitarios, las bóvedas en forma de quilla y las

paredes perpenticulares, la tendencia de la frente a estar inclinada

hacia atrás, y lo saliente de las mandíbulas”. Algunos, como los

del grupo Pericú de la punta de la Baja California corresponden a

zonas sin salidas naturales y a otras regiones periféricas

semejantes donde aquellos grupos primitivos pueden haber

quedado encerrados por la presión de migraciones más recientes.

Casi ninguno de los cráneos más antiguos de norte y Suramérica

es típicamente mongoloide. Lo que ocurre también es que nadie

sabe si los pueblos que cruzaron probablemente por Behring

tenían ya claramente definido ya el tipo mongoloide. (Idem. P. 32

a 39).

En la cueva de Palli Aike, cerca del Estrecho de Magallanes, Byrd

encontró cráneos humanos de cabezas largas y artefactos junto

con huesos de oso hormiguero y de caballo, este último extinto en

tiempos de Colón. A esta cueva se le atribuye una edad,

determinada por el método del carbono catorce, de unos 8.600

años. El único cráneo que ha sido posible medir se parece algo al

tipo de los de Lagoa Santa. El estado en que fueron encontrados

los restos de un mastodonte cerca de Quito, Ecuador, indica que

había servido para alimentar a hombres de aquellos tiempos. “En

156

1952, unos destacados arqueólogos de los Estados Unidos fueron

invitados a presenciar la excavación, en un lugar del Valle de

México, de un esqueleto de mamut en asocio indudable con

proyectiles puntiagudos y cuchillos de piedra. Sin embargo, estas

pruebas de la contemporaneidad del hombre con animales

extintos no son una evidencia de gran antigüedad, pues todos los

datos indican que tales animales sobrevivieron en Américas hasta

fechas más recientes que lo antes supuesto (Idem. P.38 y 39).

Así, pues, nuestros abortivos llegaron finalmente al Perú después

de largo viaje, desde Alaska, iniciado por sus antepasados.

Probablemente vivían en pequeños grupos familiares; fabricaban,

- por astillaje -, cuchillos, raspadores, y proyectiles puntiagudos

de piedra (de estilo paleolítico); cortaban y pulían el hueso para

hacer leznas y otros utensilios. Cazaban con lanzas y lanzadardos,

pues habrían de pasar muchos milenios antes de que se

introdujeran o inventaran el arco y la flecha. Estos pueblos se

fueron adaptando al Medio a medida que desarrollaban sus

diversas culturas. Tal vez, salvo en la vida social y religiosa,

puede decirse que algunos de los aborígenes americanos más

atrasados de hoy, no han logrado progresare mucho más, y

continúan viviendo en una economía de caza, pesca y recolección

(Idem. P. 39).

“La agricultura es la base de toda civilización”. En la economía

sustentada en aquellas fuentes primarias, queramos o no vamos a

contemplar épocas de escasez, sin que haya la menor posibilidad

de modificar los factores que las han causado, y obviamente otras

de abundancia. La vivienda debe ser temporal o igual los

asentamientos humanos, porque se hace necesaria la cercanía

constante a las especies animales que le sirven de soporte a la

vida humana, que se mueven según las estaciones, generalmente

anuales, de lluvias o de sequía. En estas circunstancias, el hombre

dedica todas sus energías y su tiempo, en la búsqueda de su

alimento; se impone un sistema comunal de vida, pues el

individuo humano encontró en sus diferentes tipos de asociación

la fuerza de conjunto de que individualmente carece. Una vez

aprende a cultivar la tierra, establece su hogar permanente, se

157

vuelve sedentario planta semillas y le queda tiempo libre. Una vez

terminada la cosecha puede disponer de tiempo hasta la llegada de

la siguiente. Así ha podido, adentrarse poco a poco en el mundo

de las artes, de la exploración, de la cerámica, del progreso, de la

Cultura (Idem. P. 40).

Los “aborígenes” americanos llegaron a cultivar más de cien

plantas alimenticias diferentes, obviamente no todas en todas

partes. Como es natural, el clima y otras características de cada

región determinaban qué se cultivaba en cada lugar. El Perú, con

más de treinta figuraba probablemente a la cabeza De todas ellas

únicamente la calabaza, el algodón, el camote, y, posiblemente, el

cacahuete y el coco tienen equivalentes en el Viejo Mundo lo

bastante parecidos para poder pensar en la posibilidad de que

fueron importados. La mayoría no tiene congéneres extranjeros,

aunque sí un parentesco cercano con variedades silvestres

americanas (Idem. P. 43).

En este período se domestican la mayor parte de las plantas de

cultivos, y se domestican las llamas y las alpacas, únicos animales

mayores domesticables con que cuenta la fauna americana,

equiparables, en cierta forma, al caballo, a las ovejas, y al ganado

vacuno del Viejo Mundo. (Idem. P. 43).

Se ha discutido mucho, como veíamos atrás, acerca del origen del

maíz. Pero parece que los últimos descubrimientos arqueológicos

aportan un fundamento difícil de rebatir: Recientemente se halló

polen de maíz en el Valle de México a una profundidad de 60

metros. Dicho maíz corresponde muy probablemente a una

variedad silvestre, precursora del maíz moderno. Parece ser un

tipo de maíz semejante al maíz “reventón” que se presenta en

vaina pero no el tipo de vaina evolucionada en que se presenta

hoy. Este descubrimiento ha inducido a Mangeisdorf a considerar

Mesoamérica como centro de dispersión del maíz en América

(Idem. P. 43).

13.1.2 PERIODO AGRÍCOLA ANTIGUO

158

El período agrícola Antiguo corresponde en el Perú a la primera

agricultura sin cerámica todavía. Nuestro conocimiento respecto

de esta época, se limitan a la Costa Norte del Perú. No se sabe de

las condiciones de las tierras altas en esta época ni si esta región

estaba más atrasada o avanzada que la región costera. De todas

maneras las plantas debieron ser enteramente diferentes. De todas

maneras, casi toda la información disponible procede de un sólo

lugar que se ha excavado ampliamente aunque se conocen dos

lugares más en la Costa norte y uno en la Costa central antes de

aparecer la cerámica. Dicho lugar se llama Huaca Prieta, en la

desembocadura del Valle de Chicama. Este centro que es el más

antiguo que se conoce en el Perú y el cultivo más antiguo de

América, fue cuidadosamente examinado por Junius Bird en

1946, y nos proporciona un excelente cuadro (el mejor de que se

dispone) de la vida del Perú en este remoto período (Ide4m. P.

44).

Una muestra de carbón de leña tomado del nivel más bajo del

montículo de Huaca Prieta, que descansaba sobre un lecho de roca

al ser analizado por el método del radiocarbono, dio una

antigüedad de 4.297 años, con un error de más o menos 230 años.

Esta fecha resultó aceptable para Bird, quien después calculó

dicha antigüedad, efectivamente, entre 4.320 y 4.528 años. Esto

es unos 2.350 a 2578 años antes de Cristo (Idem. P. 45).

En aquel tiempo el Valle de Chicama era probablemente algo

diferente de lo que es en la actualidad. Es posible que el que el

río llevara entonces más agua, que hubiera lagunas y pantanos y

una vegetación mucho más exuberante que ahora. Casi seguro que

había una mayor superficie aprovechable para la agricultura y con

seguridad, más fauna, en especial aves (Ide3m. P. 45).

Parece que la agricultura en este período era elemental. Todo

parece indicar, salvo esa agricultura rudimentaria, que todavía no

se centraba en el maíz, que la base de la alimentación orientaba la

mayor actividad hacia el mar, de donde se obtenía la mayor parte

de los alimentos, a saber, peces, mejillones, almejas, cangrejos,

erizos, y estrellas de mar. Un dato interesante es que los

159

mejillones son de una variedad de agua profunda, que rara vez se

encuentra a menos de cinco metros de profundidad. Ello indica

que aquellos hombres eran buenos nadadores. La caza de

mamíferos marítimos y mamíferos terrestres tienen poca

importancia económica, aunque se han encontrado vigas de

algunas viviendas que fueron implementadas con costillas de

ballena (Idem. P. 45).

Evidentemente, el desarrollo agrícola reviste, parta nosotros la

mayor importancia. Ya vimos que el maíz no es todavía el centro

de la actividad agrícola. La mayor parte de las cosechas cultivadas

que han sido descubiertas en las excavaciones son variedades

usuales en todo el mundo. Se cultivaban en esta época varias

clases de fríjoles, cogorda, calabazas, chiles, achira (del género

Canna) y algodón. Es muy posible que algunas de estas plantas

fueran silvestres. El algodón pertenece a la variedad de 26

cromosomas que se cree es el híbrido asiático – americano

llamado Gossipium barbadense. Los fríjoles son, por lo menos,

tres variedades, pero todavía no se ha publicado ningún informe

científico sobre el tema. Las cucurbitáceas consistentes en la

variedad Lagenaria y Cucurbita, son de considerable interés. La

primera está representada por la Legenaria siceraria, la cogorda,

que se utilizaba para otros varios fines, no sólo para comer (y

quizás no se comía), tales como la fabricación de cucharas,

cucharones, recipientes, flotadores para las redes de pescar. Es

prácticamente idéntica a las cogordas de Polinesia y quizás fue

traída desde allí. Las cucrbitáceas son las ficifolia y moschata,

calabazas que, se supone, son de origen americano (Idem. P. 39).

Parece que en esa época, la gente no ponía ollas al fuego,

probablemente lo hacían dejando caer piedras calientes dentro del

recipiente que contenía los alimentos, como hacían la mayoría de

los indígenas de Norteamérica. Las casas eran pequeñas,

semisubterráneas y de una sola habitación. Sus paredes estaban

revestidas con guijarros. En otros lugares del Agrícola Antiguo

donde escasea la piedra, los guijarros son reemplazados con

laderillos de barro rectangulares. Los techos eran construidos con

vigas de madera o huesos de ballena apoyados sobre postes.

160

Inicialmente, las tumbas eran simples excavaciones en la tierra.

De épocas más tardías, se han hallado cámaras excavadas en el

suelo revestidas con guijarros.

La falta de destreza manual revelada por la pobreza de los objetos

encontrados en las excavaciones da idea de lo rudimentario de la

vida humana en aquella época. No han aparecido utensilios de

cerámica, ni herramientas de piedra pulida, ni cuchillos y

proyectiles puntiagudos tallados a presión. Sorprende la ausencia

de éstos últimos pues la técnica de la talla a presión o astillaje es

antiquísima en el Viejo Mundo; y a los utensilios más bellos que

se han hecho en América con esta técnica, las llamadas puntas

“Yuma” del oeste norteamericano, se les ha atribuido, por el

método del carbono 14 la edad de unos 7.500 años de antigüedad.

Los artefactos de Huaca Prieta son del tipo paleolítico. El único

implemento hecho de hueso es una pequeña lezna, y el único

artefacto de madera es una especie de pala que pudo servir para

cavar. No se han encontrado cuentas y de todos los miles de

fragmentos de calabaza, solamente una media docena de ellos

muestran la tentativa de una decoración muy tosca. Todo ello

hace pensar que este pueblo carecía de toda clase de

preocupaciones estéticas. Se elaboraba “tela” de cortezas de árbol

machacadas, técnica que sorprende, puesto que es algo que

acostumbran los pueblos amazónicos y no en la zona andina.

Como era de esperarse, las canastas y esteras eran elaboradas con

carrizos y juncos de las ciénagas. Los productos manufacturados

de más interés para el antropólogo son los tejidos verdaderos, de

los cuales se han encontrado más de tres mil fragmentos (Idem. P.

46).

La lana era desconocida en aquella época, por lo menos en la

región costera. La mayoría de los productos textiles eran de

algodón y unos cuantos de líber, una planta local. Como las tres

cuartas partes de estos fragmentos fueron hechos con la llamada

“técnica del torcido”. En ella simplemente se tuercen a mano los

hilos y se elabora el tejido. Es un procedimiento antiquísimo muy

extendido. En la mayor parte de los fragmentos restantes, entre

los que predominaban las redes y las bolsas de malla ancha, se

161

utilizó la técnica usual para formar mallas, o sea el doblado y el

enrollamiento. Se han encontrado, empero, unos fragmentos de

verdadero tejido. Las telas hechas por el procedimiento del

torcido seguramente se fabricaban sin la ayuda de bastidores,

simplemente colgando las urdimbres atadas a una vara. La trama

no era continua. Solamente cruzaba las urdimbres una sola vez y

se anudaba en el orillo. Los géneros manifiestan una técnica muy

antigua y primitiva. Se utilizaron en ellos auténticos telares

aunque sin lizos. La urdimbre había qué organizarla a mano. No

se fabricaban grandes telas, sino en trozos de unos veinte

centímetros de ancho y, como mucho unos cuarenta centímetros

de largo. El único color que se ha encontrado en estos tejidos es el

color azul (Idem. P. 46).

En resumen, el cuadro de los primeros pobladores sedentarios del

Perú, es el de un pueblo pacífico y sencillo, viviendo en los

pequeños oasis que forman los valles que desembocan en el mar,

que son cultivables y les ofrecen cobijo, con unas pocas plantas

cultivadas que les completan la dieta que proviene del mar. Viven

en casas muy simples, - sin mampostería –y solo usaban los

implementos que podías construir para su uso. Además, tenían

muy pocas preocupaciones estéticas (Idem. P. 47). 13.2.0 LA ERA DEL DESARROLLO

Que va del año 1.250 a 300 antes de Cristo. Se considera que

debieron pasar unos mil años más o menos entre el momento en

que se da la última fase de la agricultura de Huaca Prieta, y el

momento en que, luego de aparecer la alfarería, y el cultivo del

maíz, que sería la base futura de la alimentación, las culturas

peruanas logran su apogeo cultural, o sea cuando alcanzan su

máxima madurez en los distintos aspectos de su técnica. (Idem. P.

48).

Casi todos los datos que provienen de esta época se refieren a los

pueblos de la Costa, especialmente el Norte y en las tierras altas

septentrionales adyacentes, ya que en estas regiones es donde se

162

han completado estudios arqueológicos más minuciosos. En

tierras altas del centro y del sur solamente se conocen algunas

zonas arqueológicas contemporáneas, de fines de la mencionada

era. Tal cosa se debe probablemente más bien al mejor estado de

preservación de de los materiales de la Costa, que a una gran

diferencia en el nivel cultural (Idem. P. 48).

Durante esta era se produjo una transición gradual, por lo menos

en la Costa, de una economía de subsistencia basada

principalmente en los frutos del mar, a una economía que

dependía, poco a poco, más, de la agricultura. La población

aumentó pero no hubo, todavía, grandes centros de población.

Parece que la unidad política podía estar alrededor de la aldea.

Esta era puede dividirse naturalmente en tres períodos: El

“Formativo” de 1250 a 850 años antes de Cristo, el “Cultista que

va desde el 850 hasta el año 500 antes de Cristo y el período

“Experimental” del año 500 al año 300 antes de Cristo, que

abarca la época de las grandes culturas superiores peruanas

antiguas (Idem. P. 48).

13.2.1 EL PERÍODO FORMATIVO

El montículo de Huaca Prieta, del Valle de Chicama y que estuvo

habitado durante muchísimo tiempo, es la zona arqueológica

mejor conocida de aquel pueblo de campesinos que desconocía el

maíz y la alfarería. Este montículo fue abandonado antes de que la

cultura de sus habitantes hubiera progresado mucho. Los datos

más valiosos sobre el período que siguió provienen de las

excavaciones hechas en el Valle del Virú, algo más al sur, donde

también se encuentra una zona arqueológica, menos conocida, del

período Agrícola Antiguo: Cerro Prieto. Este período es a veces

llamado también Guañape, por ser este el nombre de un pequeño

villorio de pescadores, cercano a las zonas arqueológicas de tal

período, que han sido descubiertas y excavadas en dicha región

(Idem. P. 48).

En los niveles más antiguos de Guañape han sido encontrados

algunos objetos de cerámica en rojo y en negro, pero se cree que

163

tales colores son debidos únicamente a una cocción defectuosa.

Definitivamente no puede decirse que se trata de trabajo

experimental. Se trata, desde luego, de objetos modelados a mano

y formados, probablemente enrollando tiras de barro y

posteriormente se desarrollaron otros tipos superiores de alfarería

que pronto desplazaron a estas formas primitivas de labor. Al

parecer se trata de la cerámica más antigua y rudimentaria

descubierta en el Perú, y no hay duda de que no está muy alejada

de su prototipo más primitivo (Idem. P. 49)

“Las vasijas de Guañape más antiguas eran, al parecer,

exclusivamente utilitarias y carecen de toda decoración. Sin

embargo, constituyen un gran adelanto sobre las vasijas hechas de

calabazas, únicos recipientes para líquidos en tiempos anteriores.

Ahora ya era posible cocinar directamente sobre el fuego. Como

en el período anterior, el mar proporcionaba la mayor parte de los

alimentos, y la vida había cambiado poco, con excepción de

algunas técnicas que, como la fabricación de tejidos de algodón,

había adelantado algo. Las casas seguían siendo semisubterráneas,

pero (al menos en algunos lugares) estaban recubiertas con adobes

cilíndricos en vez de con guijarros y cantos rodados. (Idem. P.

49).

Durante el largo período de Guañape la cultura sigue su desarrollo

y mejoramiento, tanto en el Valle del Virú como en los demás

valles de la zona adyacente del período contemporáneo. El tejido

progresó, aparecieron telas ya completamente tejidas, aunque

seguía usándose la técnica de torcido. Aparecen técnicas de tejido

enteramente nuevas. Aparecen nuevos objetos antes inexistentes,

así utilitarios como ornamentales, implementos de tejer, cuencos

de piedra, tabletas de hueso y tubos para tabaco en polvo, cuentas

de hueso, concha y piedra, sellos y figurillas de barro, espejos de

azabache, todo lo cual indica un gran avance cultural y un

desarrollo de la sensibilidad estética. Se han encontrado algunas

tumbas de este período con ofrendas funerarias consistentes en

objetos sencillos. Los cadáveres estaban extendidos o sentados

con las piernas extendidas (Idem. P. 49).

164

No hay duda de que el ceremonial religioso relacionado con

lugares sagrados había adquirido ya gran importancia. En Áspero

Supe, se ha descubierto una tosca estructura que indudablemente

servía para dicho objeto. Consiste en un cuarto grande y dos

pequeños, comunicados por puertas. Las paredes, bajas, son de

piedra adherida con lodo y tiene pisos de arcilla. El centro del

cuarto está ocupado por una plataforma donde se encontraron

maíz y huesos de llama, ambas cosas importadas probablemente

de las tierras altas. En un tosco templo del Valle del Virú se han

encontrado llamas sacrificadas (Idem. P. 50).

A mediados del período Guañape apareció el maíz, que vino a

añadir un alimento de gran importancia en la dieta local. Es muy

posible, que estos nuevos elementos de la cultura hubieran sido

introducidos por un pueblo diferente, y que sus culturas se

fundieran lo mismo que su sangre. Desde un punto de vista

general panperuano, esto significa que en algún lugar, en alguna

zona que todavía no ha sido descubierta, existió en ese tiempo una

cultura superior (Idem. P. 50).

El período Guañape fue muy largo. Sobre la base del análisis del

radiocarbono el principio, - cuando aparecen los primeros indicios

de cerámica – debió de ser hace unos 3200 años, es decir, 1250

años antes de Cristo. La fecha obtenida con el radiocarbón para el

fin del período, cuando se presentan los primeros ejemplares de

cerámica de buena calidad, o sea, el principio del Cupisnique, es

de unos 2.798 años, esto es, hacia el 850 antes de Cristo. Por lo

tanto el período duró, al parecer, 400 años. Al igual que el período

Agrícola Antiguo, el Guañape Formativo se conoce únicamente

gracias a los restos encontrados en la parte norte de la Costa.

Todavía no sabemos nada de la vida y cultura de las tierras altas

en aquellos tiempos (Idem. P. 50)

13.2.2 EL PERÍODO CULTISTA.

El llamado período “cultista” por Mason se caracteriza por un

adelanto cultural importante y bastante repentino. Para algunos

peruanistas empieza con la introducción de la alfarería y el cultivo

165

del maíz, por lo tanto incluiría el período Guañape, con su

cerámica rudimentaria. Pero en realidad esta nueva era comienza

con el estilo altamente desarrollado y característico del horizonte

Chavín de Huantar, así como en su variante de la Costa norte: el

Cupisnique. El chavín fue el primero de varios “estilos de

horizonte” que, en períodos muy separados, tuvieron gran

importancia en el Perú y una influencia muy extendida. Los otros

estilos posteriores, el Huari – Tiahuanaco y el Inca, tuvieron un

carácter panperuano, y afectaron a todo el país y, por lo menos en

lo que se refiere a los incas, fueron propagados por movimientos

de población. La influencia Chavín nunca alcanzó las tierras altas

del sur y llegó muy atenuada a las tierras altas centrales y a la

Costa sur. Fundamentalmente se trata de un estilo artístico que

probablemente se extendió gracias a la generación de un nuevo

culto religioso con el que estaba asociado. Al contrario de lo que

ocurre con los horizontes de Huari – Tiahuanaco e Inca, que han

sido aceptados siempre como épocas de importancia primordial

en la arqueología peruana, del horizonte Chavín no se había

reconocido su trascendencia sino hasta hace muy poco tiempo, y

eso, gracias a los estudios del gran decano de los investigadores

de la arqueología peruana, el Dr. Julio César Tello, ya fallecido.

Estratigráficamente, los horizontes Chavín siempre se presentan

debajo do los otros horizontes más avanzados (Idem. P 51).

El período Chavín toma su nombre de la zona arqueológica de

Chavín de Huantar, en las tierras altas del norte, del lado oriental

de las divisorias de aguas a la orilla del pequeño tributario del río

Marañón y cercano al Callejón de Huaylas. No es una zona

arqueológica extensa y los expertos piensan que se trata

solamente de de uno de los varios centros ceremoniales del culto

Chavín. De cualquier modo, es la más importante de las pocas

zonas típicas conocidas y la mayor de las conocidas y de las que

se tienen informes detallados. Sin embargo, hasta ahora,

solamente se han realizado excavaciones superficiales (Idem. P.

51).

La tierra apta para el cultivo que se halla en el pequeño valle que

rodea a Chavín es muy escasa y nunca pudo sustentar una gran

166

población. Esto significa que nunca pudo ser el centro de una

comarca populosa. Sin embargo, su extensión indica que su

construcción debió ocupar un número considerable de hombres

por mucho tiempo. Aunque el complejo tiene muchas

habitaciones y los edificios, desde luego, nunca sirvieron como

viviendas, pueden compararse muy bien con las construcciones de

piedra de los mayas de Mesoamérica que se dedicaban a servir

centros ceremoniales. (Idem. P. 51).

El conjunto cubre una zona muy extensa. En una superficie de

más de “250 metros en cuadro” (¿acaso 250 mts. de lado y unos

625 metros cuadrados?). “El terreno tiene una configuración

artificial, y hay allí un patio hundido, plataformas elevadas,

terrazas, plazas y edificios de piedra, orientados hacia los puntos

cardinales, especialmente en sentido este – oeste. A pesar de que

hay varios edificios, uno de ellos conocido como el Castillo,

sobrepasa a los demás en tamaño e importancia. Afortunadamente

está (o estuvo hasta hace poco) muy bien conservado y es

excepcional en el sentido de ser la mayor, con una gran

diferencia, de las pocas estructuras similares conocidas de este

remoto período. En estas regiones altas los edificios antiguos no

fueron ni destruidos por la exuberante vegetación tropical, como

ocurrió en las construcciones mayas, ni cubiertos por la arena,

como aconteció en el Cercano Oriente” (Idem. P. 51).

“A pesar de ser probablemente el edificio de piedra más antiguo

que se conoce en el Perú, su arquitectura es extraordinariamente

avanzada, y no se puede dudar de que fue precedido en algún

lugar por un largo período de desarrollo arquitectónico,

especialmente en lo que se refiere a mampostería. La planta es

compleja y la construcción debió de realizarse teniendo ya en

mente la estructura final desde el momento de colocar la primera

piedra, si es que no se hizo de acuerdo a un plano dibujado o un

modelo. Consta de tres pisos (más de los construidos en cualquier

otro período posterior en el Perú) y todos son de mampostería de

piedra. El edificio comprende incluso un sistema de pozos de

ventilación, tanto verticales como horizontales, tan eficaz que se

dice que todavía proporciona aire fresco a los cuartos interiores:

167

no se puede pensar que esto sea la obra de unos albañiles

improvisados. Los muros son gruesos y macizos y están

recubiertos de piedras partidas seleccionadas, y rellenos de

cascajo. Los muros exteriores est5án revestidos con piedras

rectangulares, colocadas en hileras de diversos tamaños en las que

alternan las anchas con las angostas” (Idem. P. 52).

“El Castillo es un enorme edificio d, casi cuadrado, que mide

aproximadamente 75 x 72 metros. Todavía tiene una altura de 13

metros en una de sus esquinas. Los muros exteriores tienen

pendiente, de manera que su espesor disminuye con la altura., y

están rematados en la parte superior4 con una serie de terrazas

estrechas. Originalmente existió una hilera de grandes cabezas

talladas que sobresalían de del muro y que estaban insertadas en

él por medio de espigas; esta hilera daba toda la vuelta al edificio

bajo una cornisa decorada; todavía pueden verse algunas de estas

cabezas. El interior consiste en un laberinto de muros, galerías,

cuart5os, escaleras, rampas y pozos de ventilación repartidos en

tres pisos. Los cuartos y las galerías son bastante bajos de techo,

pues tienen una altura de 1.8 metros, y las galerías un ancho de 1

metro, aproximadamente. Las dimensiones de los cuartos varían

entre 2 y 4.5 metros. No hay ventanas ni puertas exteriores, con

excepción de la entrada principal en el primer piso, a la que se

llega por una escalera de bloques rectangulares perfectos, lo que

constituye un ejemplo de mampostería simple no encontrado

fácilmente en algún lugar. Además de ser inmenso en extensión,

el edificio es macizo. Los cuartos y las galerías ocupan menor

volumen que los muros y demás mampostería. Son oscuros y no

reciben nada de luz. Los techos y los pisos de los cuartos están

formados por grandes losas anchas. Las losas del tejado estaban

cubiertas de tierra y servían de apoyo para unas pequeñas casas

rectangulares de mampostería, construidas sobre ellas. En una de

las galerías se descubrió una gran piedra tallada vertical, muy alta,

conocida con el nombre de El Lanzón [Monolito de 4,53 metros

de altura, de granito, y en el que está esculpido un ser felino]”

(Idem. P 52).

168

El estado de la arqueología en el Perú, así como el inmenso

trabajo que resta por hacer, queda revelado por el hecho de que

este gran edificio, casi único en su estilo, jamás ha sido estudiado

en detalle. No existe ningún plano de él y, de hecho, nadie ha

entrado nunca en varios de sus cuartos y galerías, ya que muchos

de ellos, quizás la mayoría, no han sido limpiados de las piedras

y escombros con que fueron rellenados en algún tiempo remoto y

desconocido. A pesar de no ser de la misma importancia del

Castillo, el conjunto de Chavín de Huántar tiene muchos más

elementos que aquel, tales como plazas, plataformas, terrazas y

montículos. Los montículos y, al parecer, las plataformas parecen

corresponder, como en el caso del Castillo, a construcciones de

mampostería atravesadas por galerías (Idem. P. 52

La influencia Chavín se dejó sentir a bastante distancia hacia el

norte ya que varias zonas poco conocidas, tales como Kuntur

Wasi y Pacopampa, del departamento de Cajamarca, muestran

características típicas de Chavín, tanto en arquitectura como en

escultura. Sin embargo, la comprensión del horizonte Chavín se

ha logrado mejorar gracias a las manifestaciones de la Costa

Norte, donde han sido excavadas zonas arqueológicas y

cementerios de dicho período, con lo que se han podido obtener

mayor información sobre el modo de vida en aquellos tiempos. La

fase mejor conocida es la de las tumbas de Cupisnique en el valle

de Chicama, pero los edificios y las tumbas de los valles de

Casma, Nepeña, Virú y Lambayeque, los residuos de los niveles

inferiores de los depósitos de conchas de Ancón y Supe y algunas

otras zonas arqueológicas desde Piura hasta Lima, muestran

indicios de Chavín. La influ8encia Chavín parece también

encontrarse en las zonas más antiguas de la Costa sur, las de las

Paracas Cavernas y Ocucaje; lo que demuestra las amplias

ramificaciones de esta cultura. Las semejanzas pueden apreciarse

en la cerámica, en las formas, en la técnica decorativa, y en los

motivos. En algunos lugares, tales como Cerro Blanco y Punkurí,

en el Valle de Nepeña y Moxeke y Pallca, en el Valle de Casma,

las semejanzas se encuentran en los templos de mampostería y en

las pirámides escalonadas. Una zona arqueológica muy

importante que ha sido causa de mucha discusión entre los

169

arqueólogos es la de Cerro Sechín, en el Valle de Casma. La

característica más notable y extraordinaria es una hilera de losas

de piedra erguidas, grandes, planas e informes sobre las que están

grabadas grandes figuras y cabezas humanas en bajorrelieve. Las

posturas son bastante dinámicas y naturalistas, y han sido

comparadas con las figuras “danzantes” de Monte Albán en

México. El arte, sin embargo es muy diferente del estilo Chavín –

Cupisnique y, aunque al parecer pertenece al horizonte Chavín

(siendo seguramente cronológicamente algo anterior), Cerro

Sechín corresponde aparentemente a una subcultura sui generis,

que no se parece a nada conocido hasta ahora (Idem. P. 54).

“La naturaleza del horizonte Chavín ha sido tema muy discutido

por largo tiempo. Los investigadores peruanos opinan que

corresponde a una entidad cultural, incluso posiblemente a un

Imperio pre – incaico, o cuando menos a una “civilización”.

Tello, el defensor principal de esta posición, opinaba que fue

llevada a la Costa por una migración procedente de los Andes y

que era originario de la región del Amazonas. Larco Hoyle cree

que comenzó entre los pueblos Cupisnique de la Costa norte y que

ellos la llevaron a Chavín de Huántar. La opinión de los

peruanistas americanos, tal como la presenta Gordon Willey, en

un magnífico trabajo, es que no se trata de una cultura

homogénea, sino de la expresión de un culto religioso que se

extendió rápidamente (Idem. P. 54).

“Mientras estas zonas arqueológicas del horizonte Chavín tienen

una semejanza cultural básica, difieren considerablemente en

cuanto a los detalles, en realidad más de lo que se podría esperar

de una cultura homogénea.

El rasgo común determinante de Chavín es un estilo artístico

similar que da énfasis siempre a un felino (jaguar o puma), tratado

de una manera estilística que le es singular. Según indica Willey,

“es la línea, la composición, y el énfasis. Son las formas

curvilíneas, las cabezas macizas, las pequeñas cabezas colocadas

en forma intrincada, los colmillos cerrados y curvos, las patas con

170

garras, las narices prominentes y los ojos excéntricos””. (Idem. P

55).

Probablemente este felino era un dios, cuyo culto con su

representación estilística característica, se extendió por toda la

región de influencia Chavín. Al parecer no llevó consigo ningún

concomitante tecnológico y es casi seguro que no fue propagado

por cruzados proselitistas o, cuando menos, por ninguna incursión

de conquista. Sin embargo, la tradición Chavín persistió durante

toda la historia del Perú. El elemento felino, en el arte (y

probablemente en la religión) fue una característica muy fuerte en

las regiones y períodos Nazca y Moche, en el horizonte

panperuano de Huari – Tiahuanaco, e incluso posteriormente. La

fecha obtenida por el radiocarbón para el período Cupisnique es

848 antes de Cristo, con un error posible de 167 años. El final de

este período no ha podido determinarse con pruebas de

radiocarbón. Sin embargo dos autoridades peruanas en

arqueología lo han fijado, una hacia el año 500 y la otra hacia el

año 100 antes de Cristo. El autor Mason asume la fecha más

antigua (Idem. P. 55).

A pesar de ser el más viejo estilo artístico desarrollado en el Perú,

el Chavín es generalmente considerado como el más notable.

Desgraciadamente los ejemplos que tenemos son pocos y tan solo

los conocen pocas personas fuera de los especialistas. Donde

mejor se puede apreciar es en las tallas de piedra, bien sean

esculturas de bulto, bien bajorrelieves. Las figuras son

principalmente de felinos, de seres humanos y de monstruos o

demonios, aunque también hay cóndores, serpientes y algunos

otros animales. Lejos de ser naturalista y pictórico, este arte está

caracterizado por la estilización convencional y simbólica. El

efecto es macizo y fuerte, y llega a veces a inspirar horror. Las

líneas son casi siempre curvas y muchos de los detalles de las

figuras son ajenos a todo punto de vista naturalista: son

evidentemente simbólicos. Una de las características más

comunes son los colmillos que sobresalen de los belfos (Idem. P.

57).

171

Nuestra idea de la vida humana, tal cual se llevaba en los pueblos

del horizonte Chavín, ha sido proporcionada par el testimonio

encontrado en las tumbas y en las zonas arqueológicas de este

período en la Costa norte. En detalle, seguramente hay diferencias

muy grandes en las costumbres y modos de vida en las distintas

regiones ecológicas, Se ve que hubo también diferencias

considerables entre las culturas que florecieron en el período

Chavín, aunque siempre existió una misma base homogénea. Es

de esperar que las exploraciones futuras logren establecer de

manera más concreta tales diferencias características de los

diferentes grupos de población (Idem. P. 58).

La agricultura había progresado mucho. Y en aquel momento

representaba la principal fuente de alimentos. La pesca, la caza y

la recolección de frutos silvestres pasaron a un segundo plano,

aunque los frutos del mar no dejaron de ser bastante importantes.

El maíz llegó a constituirse en la base de la alimentación. Era si,

un a variedad de maíz primitivo, de mazorca pequeña, aunque ya

no tenía vaina. Parece que era una especie de maíz reventón. Los

fríjoles y las calabazas pasaron también a un segundo plano.

Aparecieron otros cultivos como el cacahuete, nuevas variedades

de calabazas, el aguacate, y probablemente la yuca o mandioca. Y

lo que es todavía de mayor significado, con el desarrollo de la

agricultura vino el tiempo libre, que habría de dedicarse al

mejoramiento de la técnica y de la cultura. Las llamas ya se

habían traído de las tierras altas pero no parece probable que su

pastoreo hubiera adquirido todavía la importancia que tendría

después. Posiblemente en esta época se introdujo el perro

comestible, no habiendo encontrado el menor indicio de su

presencia anteriormente. La agricultura todavía se practicaba en

las zonas periféricas de las tierras fértiles de los valles bañados

por de los ríos y en sus desembocaduras. Ello da la impresión de

una agricultura todavía con muy escasos recursos y tal vez, en

estado incipiente. Los sistemas de drenaje y riego eran todavía

muy primitivos y seguramente mucha de la tierra disponible era

pantanosa y se encontrada invadida de maleza difícil de controlar

con los medios disponibles. La superficie cultivada no era muy

grande y seguramente la población tampoco (Idem. P. 59).

172

Las casas consistían en estructuras pequeñas, de un solo cuarto,

con techo en caballete (de dos aguas) cubierto de paja. No

parecen haber estado agrupadas en calles siguiendo una

determinada planificación. Se alzaban sobre plataformas

recubiertas de piedra, pero los muros eran generalmente de

adobes cónicos secados al sol. El extremo plano de ellos era

colocado hacia fuera y los intersticios se rellenaban con barro, y

la fachada se recubría con un empañete también de lodo aplanado.

En algunos lugares donde abundaba la piedra los muros también

eran de piedra. Era patente ya, que la religión había llegado a alto

grado de desarrollo, ya que los edificios mayores eran templos

dedicados al culto. Aunque también se usaban mucho los adobes

cónicos en los templos, es bastante común el uso de mampostería

de piedra. Ligada con una especie de mortero. Estos templos están

bien proyectados y construidos. Los muros bien empañetados con

un empañete liso están recubiertos de frescos multicolores. Y

decorados con relieves de arcilla o con dibujos grabados (Idem. P.

59).

Los habitantes de Cupisnique, y probablemente los de la parte

norte de la Costa parece ser que no usaban otra prenda de vestir

diferente al taparrabos y un gorro. No se sabe nada de la

indumentaria de las mujeres. Uno u otro sexo o ambos, llevaban

adornos de hueso en las orejas, anillos brazaletes, pulseras,

coronas y collares de4 cuentas de piedras, así como adornos para

la cabeza y capas hechas de plumas. Algunos de los sellos

encontrados en las tumbas hacen suponer que el cuerpo lo

llevaban decorado con pinturas. Como es frecuente en épocas

posteriores del Perú, se encuentran muchas deformaciones

craneanas (Idem. P. 60).

Los alfareros del horizonte Chavín estaban relativamente

adelantados como artesanos y artistas. Pero la industria era

todavía demasiado nueva para haber alcanzado una técnica

altamente desarrollada. La cerámica mejor conocida de este

período es la de las tumbas de Cupisnique, en el valle de

Chicama, y se parece muy poco a la de Chavín. Se trata

173

obviamente de vasijas funerarias y como tales tienen más

atractivo que la utilitaria. Esta cerámica no fue descubierta sino

hasta 1939 y existen pocos ejemplos en museos de fuera del Perú.

Aunque produce la sensación de que los artesanos tenían ya gran

maestría, resulta pesada por sus paredes gruesas. Además,

tampoco se había perfeccionado todavía la regulación del

horneado y las vasijas eran cocidas a temperaturas bajas y en

atmósfera reductora, por lo que la superficie resultaba negra, café

o roja. Hacia fines del período aparecieron las primeras vasijas de

colores claros. Toda esta cerámica es pulida, y la decoración

consiste principalmente en líneas grabadas con algún bajorelieve

y algo de modelado, pero sin ninguna pintura propiamente dicha

Algunos especialistas dicen que ciertas vasijas Cupisnique tienen

huellas de moldes o que fueron hechas totalmente con base en

moldes, siendo este un proceso que se generalizó en el último

período moche. No se puede esperar que en un estado cultural tan

primitivo existiera una producción en grande escala y ello habría

significado un extraordinario avance desde el punto de vista

técnico. Como las superficies oscuras no resultan apropiadas para

decoraciones con base en pinturas, no es de extrañar que existan

pocas pinturas en la cerámica Cupisnique. Sin embargo se pueden

apreciar los orígenes de la pintura en el coloreado que a veces se

ve en los dibujos encerrados con líneas grabadas (Idem. P. 60).

En las tumbas Cupisnique sólo se han encontrado ejemplos de

tejidos en cantidad suficiente para demostrar que el arte de tejer

ya era conocido, pero los ejemplos mejor preservados que se

encontraron en otros lugares indican que, aunque de ningún modo

se conocían aún todas las técnicas que aparecieron después, ese

arte había progresado mucho respecto a los sencillos tejidos de

Huaca Prieta. Existen indicios del uso del lizo, implemento que se

usa para separar y accionar separadamente cada hilo de la

urdimbre. Se bordaba y se hacían tapices, así como tejidos

simples, una especie de encaje, y guinga, y eran frecuentes los

adornos a base de orlas y flecos. Al parecer solamente usaban el

algodón (Idem. P. 61).

174

Aunque no se han encontrado objetos de metal del periodo

Chavín en excavaciones debidamente supervisadas, se conocen

tres grupos de ornamentos de oro que, a juzgar por su estilo

artístico y otras circunstancias, pueden atribuirse a este horizonte.

Dos de estos objetos proceden de tumbas encontradas en

Chongoyape y el origen del tercero es desconocido. Uno de los

grupos lo constituían los ornamentos de un hombre, el otro los de

una mujer y probablemente se trata de los ejemplos de metalurgia

más antiguos de América. Unos son de oro p uro, otros contienen

74% de plata, y los otros contienen una gran proporción de oro,

otra más chica de plata y una escasa proporción de cobre. Lo más

probable es que esas mezclas no hayan sido hechas

intencionalmente. La mayor parte de los objetos son de oro

martillado finamente, pues no se conocía todavía la fundición, que

más adelante fue el principal procedimiento metalúrgico. Las

técnicas empleadas demuestran, no obstante el avance

metalúrgico logrado, pues incluyen, entre otras, el martillado, del

que ya hablamos, y además, el repujado, el recocido, la soldadura,

la unión con tiras, la incisión, el champlevé, los diseños

recortados, y la manufactura de objet5os de dos metales. Existe

un alfiler con cabeza de oro y púa de plata. Los adornos de oro del

horizonte Chavín son realmente delicados y exquisitos, e incluyen

gran número de objetos: Pendientes de tipos muy diversos,

pinzas, cabezas de bastón, coronas, adornos para las orejas y la

nariz, manillas, alfileres, placas y discos, adornos especiales para

el cuello, cucharillas y cuentas. Algunas figuras de bulto, tanto

humanas como de animales son naturalistas, pero la

ornamentación repujada más corriente es geométrica y de un tipo

naturalista muy estilizado, e incluye elementos que son típicos de

las tallas de piedra Chavín, especialmente el motivo felino.

Aunque parezca extraño, una parte de las piezas de oro se

coloreaban con pigmentos (Idem. P.63).

Los pueblos del horizonte Cultista también eran ya excelentes

artesanos con otros materiales: Piedras semipreciosas, huesos,

conchas y madera. Se hacían cuentas, pendientes, anillos, peines,

y ornamentos semejantes de turquesa, cuarzo, lapizlazuli y otras

piedras duras (ardua faena para un pueblo que no tenía

175

herramientas), así como de hueso y concha. La pirita y el

azabache se utilizaban para la fabricación de espejos pulidos

(Idem. P. 63).

Entre los utensilios fabricados en este horizonte, deben

mencionarse los martillos de piedra, las cabezas de maza, las

piedras acanaladas, las puntas de proyectil, los morteros, las

manos de almirez, los recipientes redondos y las cajas de piedra,

las leznas, espátulas, agujas, dagas, cucharas, y los lanzadardos de

hueso o madera, las redes y los sacos tejidos, las cestas, las esteras

de caña totora, las vasijas de calabaza talladas, y las mazas y las

cajas de madera. En Ancón se encontró un objeto de madera de

chonta que se supone fue un arco, y que es de gran interés porque,

en este caso, sería una prueba del posible uso de esa arma en este

período tan antiguo. En Estados Unidos aparece por primera vez

en un período muy posterior (Idem. P. 63).

El cuadro que describe Mason sobre la vida en el período Cultista

nos resume la vida de la que podría ser considerada la primera

civilización, propiamente dicha del Perú, tal como está

representada en la Costa norte y la única de que se dispone de

suficientes datos. Se trató de un pueblo sencillo y sedentario

cuyas actividades principales consistían en satisfacer las

necesidades vitales: Alimentos y abrigo. Sin embargo, en tiempos

libres, de que disponía, gracias a su economía agrícola, permitía a

la comunidad erigir templos y otras estructuras de tipo religioso.

El elemento común era un culto religioso en el que desempeñaba

el papel principal una deidad felina (puma o jaguar). Parece que

los poblados, que eran pequeños, no mantenían lazos políticos y

las diferencias culturales entre valle y valle se acentuaban

bastante. El comercio y las guerras tenían muy poca importancia.

La vida de los poblados y su coherencia se desarrollaba sobre la

base de los lazos familiares. El culto de los ancestros y a los

muertos no había adquirido el significado que alcanzó

posteriormente en el Perú (Idem. P 63).

13. 2.3 EL PERIODO EXPERIMENTAL

176

Se dio entre el año 500 y 300 antes de Cristo. Puede ser

considerado como la fase primitiva de desarrollo incipiente del

período Floreciente que le siguió sin interrupción. Se caracteriza

porque el culto a la deidad felina típica del período Chavín

desaparece de improviso y esa homogeneidad cultural desaparece.

Como ocurre con los períodos anteriores, la única información de

que se dispone proviene de la región costera. No existe ninguna

civilización, cultura, arte o técnica extraordinarias que sean

característica común de este período y las fases locales interesan,

por ahora, al menos sólo a los arqueólogos. No puede olvidarse

que todos estos pueblos son absolutamente desconocidos en el

Perú desde el punto de vista histórico. Los arqueólogos les dan

sus propias denominaciones a los diferentes períodos, los que se

basan en el nombre moderno de las diferentes localidades (Idem.

P.64).

Probablemente el culto religioso fue declinando y se dejaron de

hacer las peregrinaciones a los centros de culto. La gente empezó

a preocuparse más de su localidad y cada valle comenzó a

desarrollar características locales que habían nacido durante el

período Cultista. Todos, sin embargo, arrancan de un mismo

nivel cultural. Con muchos elementos comunes. Entre estos

figuran dos estilos de horizonte en la decoración de objetos de

alfarería, estilos que debieron de tener su origen en algún centro

desde donde se fueron extendiendo (Idem. P. 68).

Durante la mayor parte del período la decoración característica de

la cerámica, en casi todas las regiones, consistía en dibujos

pintados en blanco sobre una superficie roja, y se ha utilizado este

rasgo para designar este subperíodo en diversas regiones. “Blanco

sobre rojo de Chancay” en la Costa central y “Blanco sobre rojo

de Huaraz” en las tierras altas del norte. También se encuentra el

estilo blanco sobre rojo en la Costa norte, donde es conocido con

el nombre de Salinar. Hacia el final del período, en estas tres

regiones, así como en la Costa meridional, apareció la pintura

negativa en la cerámica. La cerámica decorada en blanco sobre

rojo es poco atractiva. Sus formas son sencillas, y las más

comunes son vasijas y tazas con paredes y bordes abocinados, así

177

como las botellas. Existen pocas efigies y no existen vertederas en

estribo, aunque sí algunas dobles. La decoración consiste

generalmente, en sencillos dibujos geométricos, con base en

rectas, paralelas, y bastante gruesas, rayados de líneas paralelas o

cruzadas, puntos y círculos. Se nota la falta de dibujos pictóricos,

y las incisiones y el modelado aparecen pocas veces. En una

variante de ese tipo de alfarería se encuentran vasijas con la

totalidad o gran parte de su superficie pintada de blanco (Idem. P.

68).

Aunque el intervalo entre los períodos Cultista y Experimental es

bastante marcado, al parecer se trató de una interrupción más

bien cultural que política, pues no existe ninguna prueba de que

fuera debido a alguna guerra o migración. Solamente en un lugar

la tradición Cultista parece haber continuado en el período

siguiente, puesto que el felino de Chavín aparece de nuevo en el

arte Moche del período Floreciente, aunque prácticamente

desapareció en la cultura Salinar inmediata de la región contigua a

Moche. Los únicos objetos que delatan cierta influencia Chavín

durante el período Experimental son algunos dibujos poco usuales

encontrados en espátulas de hueso de Salinar y en cerámica de

Paracas Cavernas, en la Costa meridional (Idem. P. 68).

“Es difícil, por la gran variedad local, hacer una descripción

completa de la cultura de este período. Fue un período de

desarrollo y de experimentación y, desde el punto de vista

arqueológico, esto se aprecia mejor en la tecnología. En general, a

pesar de que la tecnología es superior, el arte y el sentido estético

son inferiores a los del período Cultista anterior”. La información

que se posee sobre la cultura del período Experimental proviene

de tumbas, de los cementerios, de los depósitos de desperdicios de

las viviendas de un lado, y de las fortalezas y adoratorios por otro.

En las zonas arqueológicas costeras dependemos de los primeros

en especial. En las tierras altas de los segundos (Idem. P. 68).

Como ocurría en los períodos anteriores, los pobladores vivían en

las márgenes de los ríos o en la Costa. Aunque todavía se

dependía en gran medida de los alimentos que se obtenían en el

178

mar, el progreso de la agricultura ya era grande. Se practicaba la

agricultura intensiva y se usaban los sistemas de riego. Se habían

introducido el cultivo de nuevas plantas como algunos frijoles la

quinoa y otros conocidos aún hoy sólo en el Perú. Se conocía la

coca, planta narcótica de las tierras altas (de gran significado

cultural posterior y hoy en día), y al parecer ya se hacía la chicha,

que podría decirse, es la “cerveza de maíz”. La carne obtenida en

la caza o en el sacrificio de animales domésticos, se conservaba

secándola al sol. El grano se almacenaba en graneros. En lugares

de pendiente se construyeron las primeras terrazas; así se podía

regar la tierra. Las llamas eran ya muy comunes y abundaban en

las tierras altas pero eran conocidas también en la Costa. Algunos

edificios eran de mampostería de piedra, pero en general eran de

adobes que poseían diferentes formas, según provinieran de la

parte norte, central o meridional de la Costa (Idem. P. 66).

La cultura Salinar fue descubierta hace muy poco (1941) por

Rafael Larco Hoyle. Desde entonces se han excavado algunos

cientos de tumbas en varios de los grandes cementerios del Valle

de Chicama. Los entierros de Puerto Moorin en el Valle del Virú

están, sin duda, relacionados estrechamente con aquellas desde el

punto de vista cultural. Una investigación cuidadosa nos revelaría,

muy probablemente, restos culturales similares, con ligeras

variantes en otros valles de la Costa norte. Como fue habitual, los

cementerios se encontraron en las colinas desérticas que rodeaban

los campos de cultivo. Y las observaciones estratigráficas revelan

que el período Salinar siguió al Cupisnique (Cultista) y precedió

al Moche (Floreciente). Dicho período (Salinar), toma su nombre

del pequeño poblado situado en la parte superior del Valle de

Chicama, donde se encontró el cementerio más grande (Idem. P.

66).

Los pueblos del período Salinar cultivaban maíz y distintas

variedades de calabazas, así como varias plantas que son

desconocidas por fuera del Perú. Recogían mariscos y otros tipos

de animales marinos locales No se conocen restos de viviendas,

pero existe una vasija en efigie en la cual se ve el diseño de una

vivienda. Hay además otros cacharros que nos dan una idea de la

179

vestimenta. Parece que las casas eran rectangulares con un frente

abierto y un techo inclinado. No hay duda de que llevaban algo de

ropa aparte del taparrabo y el gorro que era muy común. Usaban

el pelo recortado aunque no precisamente corto y como adorno

usaban pendientes en las orejas y en la nariz, anillos, collares de

cuentas y brazaletes. Practicaban la deformación del cráneo y

probablemente el tatuaje (Idem. P. 66).

En las tumbas se encontraron muchas vasijas de cerámica de tipos

diferentes que eran, sin duda, para ofrendas funerarias. No se

conoce muy bien la cerámica de uso cotidiano. La mayoría de los

utensilios de barro eran de barro de color rojo, lo que demuestra

un gran adelanto técnico, ya que las vasijas tuvieron que ser

cocidas en un fuego “oxidante” muy fuerte, en vez de un fuego

“reductor”, relativamente frío, con el que se producía la cerámica

Cupisnique, negra o simplemente de color oscuro. Quizás, ya se

había inventado el horno y de todos modos, la regulación de la

temperatura había avanzado notablemente. La pasta de la

cerámica Salinar es superior a las anteriores y tiene un temple más

uniforme que el de la cerámica Cupisnique. Se encuentran con

frecuencia jarras con vertederas verticales y asas de cinta, y son

raras las vasijas sin asas. El color blanco era al parecer aplicado

con pincel sobre la superficie del barro sin preparación alguna; es

decir, sin el baño (“slip”) que más tarde llegó a ser prácticamente

universal. Modelaban los ojos con un estilo característico y poco

usual y los detalles de la expresión facial son verdaderamente

notables. Los relieves son ligeros y bajos (Idem. P. 67).

Las vasijas en estribo, con vertederas tubulares continúan siendo

la forma más común, y el cuerpo del recipiente o bien se

modelaba en forma de efigie, o bien se decoraba con incisiones,

pinturas o relieves. A veces se combinaban las efigies modeladas

con alguno de los otros sistemas decorativos. Al menos las vasijas

de efigie representaban seres humanos, animales, pájaros, plantas

y otros objetos. Los dibujos incisos o pintados son simples y

geométricos y se encuentran ya los principios de la cerámica

pintada, que más tarde habría de ser tan general en el Perú. Esto

representa otro paso importante en el desarrollo de la cultura. Las

180

representaciones pictóricas son ligeramente estilizadas y carecen

del realismo perfecto que llegó a alcanzar la cerámica posterior

Moche en esta región. Algunas de las vasijas en efigie son

pornográficas, aunque ninguna de ellas representa prácticas

pervertidas. Esto es significativo y contrasta con el poco interés

por el sexo que el aborigen americano demuestra en su expresión

artística y religiosa, y dada la importancia que este tema llegó a

tener en la cerámica Moche posterior (Idem. P. 67).

No se han conservado tejidos suficientes del período Salinar para

poder deducir mucha información sobre los adelantos técnicos en

el tejido. Las espátulas de hueso tienen dibujos incisos que las

relacionan con los motivos del arte Cupisnique. Han aparecido

menos ornamentos de oro del período Salinar de los hallados en el

período Cultista. Sin embargo no hay pruebas de que orfebrería y

las técnicas metalúrgicas hayan atravesado entonces un período

de decadencia. Parece que no se conocía el arte de esculpir

grandes piedras. Parece que en la Costa norte la cultura Salinar

fue seguida de otra cultura un poco más desarrollada: La cultura

Gallinazo, que recibe el nombre de una zona arqueológica situada

en el Valle del Virú, donde se encontró por primera vez y donde

se presenta en su expresión más vigorosa. Su tipo característico

de alfarería, decorada con pintura negativa, se encuentra también

en algunos valles de la Costa Norte. Esta pintura negativa es

típica del Callejón de Huaylas, en las altas tierras del norte,

especialmente en Recuay, durante el período siguiente, y no hay

duda de que está relacionada con las culturas de las tierras altas

del Ecuador y de Colombia, donde se practicaba mucho esta

técnica y de la cual parece haber recibido influencia. (Idem. P.

67).

Si las características iniciales del período parecen haber cambiado

poco respecto de las del período anterior, y los grupos humanos

continuaban siendo pequeños y el núcleo social básico seguía

siendo la familia, sin existir ninguna unidad política o religiosa

marcadas, o vestigios de divisiones sociales de clase o algo por el

estilo, en la cultura Gallinazo la civilización había progresado

mucho y era solamente algo inferior a la Moche del gran período

181

siguiente. Las comunidades estaban bien organizadas y se

construyeron grandes pirámides, indudablemente de carácter

religioso, de adobes, fabricados en moldes de caña. La base de la

vida la constituía una agricultura intensiva, caracterizada por el

empleo del riego artificial. Abundaban las llamas y en cambio, la

importancia de la caza y la pesca habían declinado mucho. Las

artes del tejido y de la metalurgia ya se habían desarrollado.

Cuando se identificó por primera vez la cultura Gallinazo se

pensó que era de un período posterior. Pero el estudio

estratigráfico demostró junto con el fehado del radiocarbón (550 a

350 antes de Cristo), que era anterior al período Moche (Idem. P.

68).

Las características económicas de la vida en las regiones costeras

central y meridional debían diferir poco de las condiciones

halladas en los pueblos Salinar y Gallinazo. Pero la información

que se tiene es escasa. Las excavaciones realizadas en el Cerro de

Trinidad y en Baños de Boza, en el Valle de Chancay, nos ayudan

a caracterizar un tipo más bien poco atractivo de cerámica,

pintada en blanco sobre una pasta roja. Por eso se suele relacionar

a estos hallazgos con el período Salinar. La pintura es en general,

tosca, descuidada, sencilla y geométrica y son muy pocas las

vasijas de efigie. En realidad, la cerámica de la Costa central

siempre fue inferior, desde el punto de vista estético, durante toda

la historia del Perú, a las de la Costa norte y sur. Los demás

objetos encontrados en las tumbas difieren en detalles poco

significativos de los encontrados en la cultura Salinar. Figuran

entre ellos, adornos de oro, telas, figurillas de barro, flautas de

pan, y husos para hilar (Idem. P. 69).

La historia arqueológica de la costa meridional del Perú empieza

tarde. Durante este período experimental no hay duda de que el

territorio estuvo ocupado pero no se sabe quién lo hizo ni ha sido

identificada zona alguna arqueológica que dé testimonios de la

ocupación de la región. Existen en la Costa inmensos depósitos de

desperdicios que cuando sean estudiados arrojaran seguramente

las luces que se buscan. De alguna manera se piensa en uno o

varios pueblos muy primitivos, dedicados a la agricultura y a la

182

pesca, de manera semejante a como lo hacían los pueblos del

perfil cultural de Huaca Prieta (Idem. P. 69).

Las magníficas ruinas de mampostería de las tierras altas del Perú

y las inmensas pirámides de adobe de la Costa norte, han gozado

siempre de gran fama, mientras que las antiguas civilizaciones de

la Costa meridional en los valles de Pisco, Ica y Nazca, que

carecen de construcciones espectaculares, han permanecido como

incógnitas hasta este siglo. Los cementerios del período Nazca,

con su extraordinaria cerámica policroma fueron descubiertos por

Max Uhle en 1901. Los de Paracas, con sus aún más

extraordinarios tejidos, por Julio Tello en 1925. En esta región

casi puede afirmarse que no llueve jamás, y los objetos enterrados

con los muertos en las arenas del desierto están

extraordinariamente bien conservados (Idem. P. 69).

La península de Paracas, que se encuentra a unos 18 kilómetros al

sur de puerto de Pisco, es una prolongación que penetra en el mar

de una hilera de colinas arenosas que llevan el nombre d Cerro

Colorado. La arena roja está totalmente desprovista de vegetación

y no se encuentra ni un solo ser vivo, ni una sola hoja, ni ningún

arroyo llega al océano en las cercanías. La habitación humana

más cercana está a bastantes kilómetros de allí, en un lugar donde

plantas juncias bordean la playa, y en el cual se encuentra agua

potable cavando pozos. Es una región en donde reina la soledad y

la desolación. Sin embargo, debajo de esas arenas se encuentran

los cuerpos desecados de gente desconocida para la historia, así

como algunos de los tejidos más maravillosos del mundo. Hoy los

huesos de esos antiguos habitantes. Se encuentran desperdigados

por la superficie del terreno y los vientos descubren y vuelven a

cubrir fragmentos de tejidos vastos, despreciados por los

buscadores, pero que todavía siguen siendo suaves y fuertes

después de dos milenios de existencia (Idem. P. 70).

Entre 1925 y 1930, Julio Tello encontró en esta región dos clases

de entierros a los que se han dado los nombres de Paracas

Cavernas y Paracas Necrópolis. Son muy diferentes en cuanto a

su naturaleza y contenido: Los de Cavernas se caracterizan por un

183

tipo extraordinario de alfarería con incisiones, y por unos tejidos

de calidad media. Los de Necrópolis se distinguen por magníficos

tejidos y una cerámica sencilla, sin pintar. Los primeros muestran

algunos elementos Chavín y los segundos están relacionados, sin

duda, con la cultura Nazca, que fue posterior, como lo demuestran

las pruebas estratigráficas (Idem. P. 70).

Paracas Cavernas recibió este nombre porque los entierros se

encuentran en cámaras comunales en forma de botella, excavadas

en la roca, al pié de pozos verticales a una profundidad de 6 ó 7

metros. La extraordinaria variedad en calidad y cantidad de los

objetos de ofrendas colocados al lado de los muertos sugiere una

diferencia similar en sus medios económicos antes de morir

(Idem. P. 71).

En las tierras altas meridionales también se ha descubierto y

excavado una zona arqueológica que se cree corresponde a este

período. La estratigrafía indica que se trata de una cultura pre –

Tiahuanaco. Se encuentra en Chiripa, en el lado boliviano del

lago Titicaca y, por lo tanto, no lejos de Tiahuanaco. Es probable

que los antiguos pobladores, desconocidos, hubieran ocupado

aldeas como la hallada en Chiripa, aunque solamente se ha

hallado otra pequeña zona arqueológica en la región, aparte de

Chiripa. Aquí el poblado estaba formado por catorce casas

rectangulares colocadas en círculo alrededor de4 una plaza

central. La parte inferior de los muros estaba hecha a base de

pequeñas piedras incrustadas en arcilla y la parte superior, de

grandes adobes rectangulares. Los techos, al parecer, eran de paja.

Los muros tenían dos características muy especiales: Eran dobles

y el espacio existente entre ellos se utilizaba como almacén, en

forma semejante a las alacenas que hay en algunas casas

modernas. El acceso a estos almacenes, donde se guardaban

alimentos, consistía en ventanas en los muros inte4riores en lugar

de puertas. Aún más interesantes son las ranuras, largas y

estrechas que se dejaban dentro de los muros de mampostería,

hacia las jambas de las puertas. Sin duda alguna servías para

encajar puertas corredizas (Idem. P. 73).

184

En esta misma región y en la misma época se usaban terrazas para

fines agrícolas con muros de retención de mampostería. Los

muertos eran enterrados en tumbas en forma de caja, revestidas de

piedra, bajo los pisos de los cuartos. La profundidad de los

depósitos de desperdicios indica que la zona fue ocupada durante

largo tiempo (Idem. P. 73).

La cerámica de Chiripa es bastante burda, con sencillos dibujos

geométricos pintados, que generalmente consistían en anchas

líneas o bandas, de color amarillo sobre barniz rojo. Las zonas

pintadas se hacen resaltar, a veces, por líneas i9ncisas, técnica que

aparece también en Chavín y en Cupisnique, en Paracas Caverna,

en Ocucaje y en la cercana y un poco más tardía Pucara. Un

elemento que se encuentra con frecuencia es un felino en

appliqué. La forma más común es la de cuenco con base plana y

paredes verticales. Entre los utensilios encontrados figuran

morteros de piedra, martillos y herramientas similares, bolas,

agujas de hueso, leznas, lanzadardos, cinceles, dagas, cuchillos,

etc. También se han encontrado algunos objetos de cobre puro

(Idem. P. 73).

El panorama general ofrecido por el período Experimental es de

grupos locales pequeños, de un nivel cultural muy semejante, que

carecían de lazos políticos y religiosos entre ellos y entre los que

existían considerables diferencias locales. Está caracterizada, por

la importancia de la agricultura y el desarrollo de las técnicas de

la vida económica y de la artesanía. Al parecer la religión tenía

poca importancia en la vida de aquella época, pues se han

encontrado pocas capillas y templos (Idem. P 74).

13.2.4 LA ERA FLORECIENTE

Va poco más o menos del año 330 antes de Cristo hasta el año

500 después de Cristo. Este lapso, algunos consideran, que un

período de la mayor parte del primer milenio de la Era Cristiana.

En esta época las diversas culturas peruanas habían dejado atrás

su adolescencia y estaban preparadas ya para entrar en su etapa

clásica. Las artesanías tenían ahora una base firme, y la mayoría

185

de las técnicas ya se habían desarrollado. Los períodos posteriores

presentan un refinamiento técnico, un gran aumento de la

producción, un arte floreciente y el desarrollo de las instituciones

sociales y de organización cívica. En lo fundamental, los métodos

económicos y técnicos cambiaron poco, aunque ciertamente

alcanzaron su apogeo. En esta época, las culturas peruanas

alcanzaron sus máximas realizaciones en los campos de la

Economía, la Tecnología y el Arte. No había uniformidad ni un

estilo de horizonte ubicuo que se apreciara en las diferentes

regiones. Igual que en los períodos anteriores, no tenemos ni idea

de los diferentes pueblos, de su idioma ni de sus guerras. Lo que

se sabe nos ha sido revelado por las excavaciones. Estas

muestran, cómo, en casi todas las regiones del Perú, pero

especialmente en la Costa y durante un período de varios siglos,

se fabricaron artefactos y utensilios que muestran una destreza

manual y una calidad técnica y artística, que no fueron superadas

ni siquiera en tiempos posteriores. No terminó estas era con una

guerra catastrófica, como terminaron casi todos los períodos de

desarrollo de las civilizaciones en el Viejo Mundo, ni con una

“edad de tinieblas” de retroceso cultural, sino con la aparición del

“estilo de horizonte” Huari – Tiahuanaco, que constituye una

influencia panperuana y cuya importancia aquí, consiste en que

puede utilizarse como criterio para caracterizar una época. Los

diversos pueblos, con sus diversas variantes culturales

continuaron existiendo libremente si se exceptúa el hecho de que

adoptaron y adaptaron a sus respectivas culturas al estilo del arte

Huari – Tiahuanaco (Idem. P. 75).

El período se caracteriza por el notable desarrollo de la artesanía

que manifiestan los textiles, la cerámica, la metalurgia, y las artes

menores; por el gran desarrollo de los estilos artísticos, y por la

edificación de grandes moles arquitectónicas en casi todos los

sitios. Las técnicas agrícolas que son la base de la existencia,

habían avanzado notablemente y se singularizaron por el empleo

en gran escala de diversos recursos de la ingeniería. Las viviendas

eran ahora resistentes estructuras de adobe o de piedra,

relativamente confortables. Además, en la mayor parte de las

regiones, salvo en la Costa sur, se construyeron inmensas obras

186

públicas, templos y fuertes. La deformación de los cráneos era

una práctica general, y la trepanación era muy corriente, sobre

todo en la parte sur de la Costa (Idem. P 76).

La religión, al parecer, se había desarrollado y organizado

notablemente, con un cuerpo de sacerdotes y un panteón en el que

predominaban las deidades antropomórficas, pero en especial un

felino. El culto a la Naturaleza y a los antepasados parece haber

sido universal, al igual que los sacrificios humanos. La costumbre

de tomar la cabeza de los enemigos, como trofeo, se había

generalizado notablemente. El culto religioso debió consistir en

ceremonias rituales y danzas. Todavía no se han identificado

restos culturales de este período en las tierras centrales altas, que

más tarde llegarían a ser el epicentro cultural del Perú en el

período Inca; pero en las tierras altas, tanto del norte como del

sur, existieron centros de cultura que se atribuyen a este

horizonte. Sin embargo, parece ser que las civilizaciones más

importantes continuaron siendo las de la Costa. Desde el punto de

vista de la arqueología se observa que los objetos hallados en esta

región están mejor conservados y, como consecuencia, se han

hecho más excavaciones allí (Idem. P. 76).

El aumento de la población debió ser considerable en esta época.

Sin embargo, la competencia por el espacio no era tan grande que

impidiera que los diversos grupos humanos pudieran utilizar su

tiempo libre en el desarrollo cultural, de acuerdo a las

circunstancias de cada localidad, en divertirse y descansar y en

perfeccionar la tecnología. La base de la existencia era la

agricultura que ya había alcanzado una gran perfección técnica.

Las obras de riego, de las cuales se encuentran en uso algunas

todavía, muchas de las cuales fueron abandonadas hace largo

tiempo regaban toda la superficie disponible. Indudablemente la

región sustentaba entonces una población mucho mayor que la

actual. Sin embargo hay lugares en los que aparentemente las

tierras potencialmente fértiles no fueron utilizadas, lo que indica

que la población no había alcanzado su desarrollo máximo y que

no llegó a plantearse el problema de la superpoblación. En todos

los valles se hicieron acueductos y canales, y algunos de ellos

187

constituyeron inmensas obras de ingeniería para cuya realización,

se requería, no sólo una gran cantidad de trabajo, sino un alto

nivel de conocimientos y cierta experiencia en la planificación.

Un ejemplo notable es el canal de la Cumbre, hoy día todavía en

uso, que conduce agua desde el nacimiento del río Chimaca hasta

cerca de su desembocadura, a una distancia de 113 kilómetros.

Los barrancos que tienen que superar los canales se salvan

mediante la construcción de acueductos como el de Ascope,

también en el Valle de Chimaca, que es una de las grandes

realizaciones de la ingeniería del antiguo Perú. Este acueducto

tiene una longitud de cerca de 1400 metros de longitud, 15 metros

de altura y un volumen de obras de terraplenado de más de

785.000 metros cúbicos. En esta época estaban sometidas a

cultivo y habían alcanzado ya la última fase de su evolución,

todas las plantas alimenticias peruanas conocidas. Los principales

de tales productos eran el maíz, el fríjol, el cacahuete, la patata, el

camote, el chile, la yuca o mandioca, diversas variedades de

calabaza, el algodón, la coca, el aguacate, la tuna, la granadilla, la

chirimoya, la guanábana, el tumbo, la papaya, la piña, el pacay, la

lúcuma, la jícama, el yacón, la achira, el pepino, la quinoa, la oca,

la mashua, el lupín, el ulluco, y la cañahua. Varias de ellas no se

conocían en períodos anteriores. Y no se encontraban en la Costa.

La cerveza fermentada de maíz, - la chicha-, se elaboraba

artesanalmente como se elabora hoy día. El guano se usaba para

abonar la tierra, se labraba ésta con herramienta adecuada: el palo

para cavar y la azada, que eran iguales a las que se usaban en

tiempos del Inca varios siglos después (Idem. P. 77).

Existían los animales salvajes todavía, pero como ocurría para la

gente de la cultura Moche, ya tenían poca importancia económica,

aunque es seguro que trataban de sacar de ellos el mayor

provecho posible. En la caza, se usaban instrumentos como redes,

jabalinas, lanzadardos, y cerbatanas. Sin embargo, a juzgar por las

escenas representadas en varias piezas de cerámica, la caza se

había convertido en un deporte de las clases privilegiadas. La

llama, ya domesticada y el “conejillo de indias” – el curí o cuyo –

proporcionaban la mayor parte de la carne que se consumía. Los

peces marinos, los mariscos y los leones marinos eran también

188

platos apreciados y su obtención constituía el trabajo de una

industria importante, aunque, desde luego, no muy especializada.

En ella se usaban canoas de un solo tripulante, construidas de

madera y de totora; de la misma manera algunas balsas para

varios tripulantes. Aquellos navíos se aventuraban, a menudo, mar

adentro (Idem. P. 77).

Sobre la cultura Moche se tiene más información que sobre otras

culturas de este antiguo período. Además de los muchos objetos

encontrados en las tumbas, la cerámica, con sus modelos

naturalistas y las dinámicas escenas pintadas en algunos de los

ejemplares, proporcionan abundantes datos sobre muchos

aspectos de la vida indígena (Idem. P. 78).

Los autores de esta cultura erigieron templos enormes, de los

cuales los más impresionantes son las dos pirámides gemelas de

Moche, no lejos de la moderna ciudad de Trujillo. Los habitantes

de la región las llaman “Huaca del Sol” (Templo del Sol) y

“Huaca de la Luna” (Templo de la Luna). Ambas estructuras

están formadas por plataformas escalonadas, y la mayor – la del

Sol – está coronada por una pirámide también escalonada, toda

ella sólidamente construida con adobes, en un número incontable.

La Huaca del Sol es la estructura más portentosa de la Costa. La

plataforma que le sirve de base tiene 228 metros de largo por 136

metros de ancho y tiene cinco terrazas que se elevan a una altura

de 18 metros. Un terraplén de 6 metros de ancho y cerca de 90

metros de longitud conduce al extremo norte y una pirámide

escalonada de 103 metros por lado y 23 de altura, remata el

extremo sur de la plataforma. Se ha calculado que contiene

alrededor de 130 millones de adobes (Idem. P. 78).

Pirámides más pequeñas, construidas con adobes, se encuentran

en casi todos los demás centros arqueológicos Moche. Algunas

están decoradas con tracerías de barro en relieve. Hace poco han

sido descubiertas en Pañamarca unos murales con pinturas de

colores representando figuras humanas muy semejantes a las que

aparecen en las vasijas de cerámica Moche pintada. Estas grandes

subestructuras, evidentemente fueron los cimientos de templos de

189

los cuales todavía quedaría algún rastro. Otras estructuras de gran

tamaño se supone que fueron fortalezas, puesto que están situadas

en sitios estratégicos, y suelen estar rodeadas de muros, y para su

acceso hay unas angostas y empinadas escaleras. Parece que

también pertenecen a este período cinco calzadas de anchura

constante (9.8 metros), y unas plataformas que se encuentran a

intervalos a lo largo de ellas, lo que sugiere que ya existía el

sistema (que más tarde fue común entre los incas) de relevos de

mensajeros (Idem. P. 78).

Las vasijas en efigie, así como los objetos encontrados en las

tumbas nos dan una idea bastante completa de los trajes y adornos

del período Moche. Como suele ocurrir entre la mayoría de los

pueblos primitivos, (y lo mismo sucede con otros ejemplos de la

Naturaleza), el atavío masculino era mucho más vistoso que el

femenino. Las mujeres no usaban más que una falda larga y unos

sencillos aretes. Probablemente durante el trabajo, el hombre

común solo usaba una especie de taparrabo, pero en las figuras de

hombres que aparecen en la cerámica, vestidos, sin duda, con sus

galas domingueras, se aprecia gran adelanto y diversidad en la

vestimenta y en los adornos, que probablemente servían como

distintivos de categoría u ocupación. Además del indispensable

taparrabos, usaban camisetas y enaguas debajo de las camisas y

faldas más adornadas. Los adornos, que parecían variar según la

jerarquía u ocupación del usuario, podían consistir en plumas de

colores brillantes, pájaros disecados u ornamentos de oro y plata.

Los adornos para la nariz y orejas, los collares y los anillos usados

por los personajes de importancia social se hacían de metales

preciosos, piedras semipreciosas, conchas, hueso o de cualquier

otra sustancia apr4opiada. Parece ser que la gente de Moche no

usaba calzado. Se pintaban los pies y la parte inferior de las

piernas como imitando botas. A veces también se pintaban la cara

y el cuerpo con dibujos que aparentemente indicaban jerarquía u

ocupación. No hay ningún indicio de que practicaran el tatuaje

(Idem. P. 79).

La misma fuente, los dibujos de las vasijas de efigie, indican que

los moches practicaban la amputación y la circuncisión, reducían

190

fracturas de huesos, y trataban las enfermedades como es

costumbre en casi todos los pueblos americanos, chupando el

objeto tangible que se consideraba era la causa de la enfermedad

(Idem. P. 79).

Debido a las lluvias, que poco frecuentes aunque muy

copiosamente se presentan en la región costera del norte, así como

la gran cantidad de salitre que contiene el suelo, son muy pocos

los textiles de la cultura Moche que se han conservado en

suficiente buen estado como para poder deducir el grado de

adelanto de la técnica, aunque las efigies y las escenas pintadas en

la cerámica indican que esta industria había alcanzado un gran

desarrollo y que incluso existía una producción en escala

relativamente grande. Parece probable que en este campo estaba a

la misma altura que en otras regiones de este mismo horizonte,

con excepción de la Costa sur, donde los textiles eran de calidad

excepcional. Se conocían allí todas las técnicas usuales, tales

como la tapicería, el bordado, el brocado, la guinga, y el cruzado.

Los tejidos sencillos se hacían principalmente de algodón, y

parece que la fibra de la lana era muy rara (Idem. P. 80).

En metalurgia se había logrado un significativo progreso. Los

orfebres eran artífices muy habilidosos. Predominaban todavía los

adornos repujados de lámina de oro, pero la fundición

(indudablemente por el proceso de la “cera perdida”), la

soldadura, el recocido y el dorado se practicaban comúnmente. El

bronce todavía no se conocía, pero se hacían otras aleaciones de

oro, plata y cobre. Como en la Edad del Bronce del Viejo Mundo,

en la cultura Moche se hacían pesadas herramientas de cobre

sólido. No obstante, en esta época, los metales se usaban

predominantemente para fines ornamentales (Idem. P. 80).

Las calabazas se decoraban con motivos artísticos y en las

sepulturas se han encontrado objetos utilitarios y ornamentales en

tallas de madera, de concha, de hueso, mosaicos de concha

taraceados, cabezas de mazos y hachas de piedra, báculos, cestas,

etc. También se han hallado algunos instrumentos musicales,

como tambores, panderetes, sonajas, tarabillas y batintines; otros

191

como trompetas, varias de tonos variables, por ejemplo, flautas, y

flautas de Pan (Idem. P. 80).

Pero es en el campo de la cerámica en la que los moches se

destacaron como artistas y artesanos. La excelencia de su

modelado realista todavía no ha sido superada en ninguna parte, y

rara vez igualada. Con los muertos se solían enterrar vasijas

modeladas con exquisito gusto, y muchas de ellas hoy forman

parte de museos y colecciones privadas. Aunque hechas con

molde son raros los duplicados. Las formas son pocas y sencillas,

mas con innumerables variantes. La más característica, es el vaso

con vertedera en estribo. Casi todas las expresiones y formas

pueden hallarse en estas vasijas: Figuras humanas ocupadas en

diversas actividades, animales, vegetales, así como casas y

barcos. Se ven representadas las deformaciones y mutilaciones,

igualmente los cautivos y castigos empleados. Las escenas

eróticas, elemento raro en otros lugares de América, aquí se

vuelven características y son muy solicitadas por los

coleccionistas. El ejemplo más notable de realismo fue logrado en

las llamadas vasijas – retrato, que indudablemente eran

representaciones de determinados individuos (Idem. P. 80).

Por lo general en esta cerámica se representa una sola figura, lo

que indica una tendencia naturalista más que simbólica. Tanto la

postura como la expresión están admirablemente retratadas. La

técnica también es excelente. Las vasijas están pintadas en rojo o

negro sobre un baño de arcilla color crema, bien cocidas y

pulidas. Las vasijas negras son raras (Idem. P. 80).

En un segundo grupo de vasijas con ver4tederas en estribo, la

parte superior es lisa, pero el cuerpo está pintado con escenas de

la vida real que representan hechos de guerra, de caza, y

reuniones ceremoniales o diplomáticas. En estas escenas se

encuentran grupos de personas que se muestran siempre de perfil

y en alguna actividad dinámica, generalmente corriendo. Aunque

están estilizadas y no tienen nada del realismo de los relieves

modelados, nos proporcionan muchos datos sobre la vida en esa

remota época de la que no tenemos el más pequeño testimonio

192

histórico o tradicional, datos que no habríamos podido obtener de

otra manera. Con gran acierto se ha considerado que esta

cerámica es un “álbum” de la cultura (Idem. P. 81).

“Existen bastantes pruebas, aunque todavía no suficientes para

convencer a la mayoría de los investigadores, de que los moches

desarrollaron un sistema de “escritura” o, mejor dicho, de

comunicación no verbal”. Este sistema, desde luego no era

alfabético, ni fonético, ni silábico, y posiblemente ni siquiera

pictográfico. Es probable que se pareciera al sistema quipu de

épocas posteriores. Parece que el mensaje que se deseaba

transmitir se grababa en semillas de habas o fríjol y sólo podían

ser descifrados por personas adiestradas en dicho arte. No

tenemos, al menos ahora medios de saber qué grado de desarrollo

alcanzaron estos ideogramas. Probablemente su utilidad estaba

limitada a la comunicación de datos sobre hechos concretos pero

no era posible transmitir, por este medio, una discusión filosófica,

por ejemplo”. Hay vasijas en las que se representan frijoles

pintados en docenas de dibujos diferentes, y hay otras, aún,

modeladas en forma de personas con atavío característico que

aparentemente están estudiando esas semillas. Es de suponerse

que tales personajes eran los descifradores. Los frijoles que

aparecen pintados de un modo similar en las vasijas Nazcas hacen

pensar que es posible que en este último pueblo se tuviera la

misma costumbre u otra semejante (Idem. P. 82).

El cuadro general de los moches que nos han proporcionado los

arqueólogos, es el de un pueblo dinámico, casi agresivo, que ya

había avanzado considerablemente en la senda de la civilización.

Es evidente que había dejado atrás la primitiva etapa democrática

y se había desarrollado un sistema social en el que una reducida

clase aristocrática dirigía u ordenaba la vida y el trabajo de las

masas. También parece que había una gran división del trabajo y

la especialización de ocupaciones y oficios. Aunque no podemos

tener la certeza de que el alfarero y el orfebre, por ejemplo,

trabajaran todo el año o solamente en las épocas en que no tenían

que cultivar la tierra, parece que habían sacerdotes, médicos y

otros profesionales semejantes, que no tomaban parte en los

193

trabajos agrícolas y podían dedicar su tiempo a desempeñar su

oficio solamente. Pudo existir una clase de esclavos y clases

aristocráticas, nobles y reales. En las vasijas en efigie y en la

cerámica pintada determinada indumentaria que a menudo se

muestra en representaciones zoomorfas, indican las diversas

clases y ocupaciones. Se ha logrado entender, cómo los pájaros, el

ciempiés y la libélula representan a mensajeros; los zorros,

indican a los sabios; los jaguares indican a hombres de autoridad

(Idem. P. 82).

Es muy posible que los guerreros gozaran de honores especiales,

pues las efigies de aquellos con atavíos de gran gala son muy

frecuentes. Ello denota un agresivo sistema militarista. Tales

guerreros llevaban mazas, hachas de combate, lanzas,

lanzadardos, y escudos. Se representa a los prisioneros desnudos

con cuerdas alrededor del cuello, pero aún allí se denota la

distinción de clases, pues hay algunos prisioneros, probablemente

cautivos de guerra, que van conducidos en literas. Es evidente,

además, que el mundo moche era un mundo masculino en el que

la mujer ocupaba una posición francamente inferior. La mujer

aparece solamente en figuras que representan la vida doméstica.

Jamás está representada en escenas ceremoniales. La autoritaria

organización de esta gente aplicada a una población grande

sumisa, con tiempo libre suficiente, permitía la construcción de

las grandes obras públicas, como las obras de riego y las grandes

pirámides – templos. Cultural y económicamente, la vida de los

habitantes de los valles de la Costa central difería poco de la de

los moches. Sin embargo su producto menos digno de mención,

parece de interés solamente para los antropólogos. Las culturas

que se desarrollaron en este horizonte en los valles de Chancay,

Rimac, y Lurín, figuran culturalmente, y probablemente

históricamente también, en este grupo. Los valles de Supe,

Paramonga, y Huarmey hacia el norte suelen incluirse también

por lo general, en este grupo. (Idem. P. 83).

En la Costa sur las culturas de este período se centralizan en los

valles de Pisco, Ica y Nazca. Como la lluvia es escasa en esta

región, incluso en las montañas, los ríos no son largos, aunque es

194

posible que en los primeros tiempos hubieran sido más

caudalosos. En Paracas, al sur de Pisco, Tello descubrió en 1927,

junto a las tumbas de Cavernas, un cementerio de tipo muy

diferente, conocido con el nombre de Necrópolis. Ambos ya

fueron mencionados atrás. La cerámica de Paracas Necrópolis

difiere notablemente de la de Paracas Cavernas, con sus delgadas

paredes de un color claro y sin motivos decorativos pintados. Pero

la manifestación más notable de la artesanía de Paracas fue el

campo de los textiles. El artista y el arqueólogo siempre asocian

el nombre de “Paracas” con la fabricación de magníficas telas.

Este renombre se debe, especialmente, a su gran tamaño y a su

maravilloso estado de conservación y a la armoniosa belleza de su

colorido. Algunas de las telas están tan suaves y brillantes como

el día en que fueron tejidas. Las técnicas que se emplean son

pocas, entre ellas predomina el bordado. Y aunque en otros

períodos se realizaron trabajos más finos, por el soberbio efecto

del conjunto en general los tejidos de Paracas Necrópolis figuran

entre los mejores del mundo. “Para poder apreciar debidamente

los magníficos mantos de Paracas hay que verlos, pues ninguna

descripción puede hacerles justicia” (Idem. P. 85).

Hacia 1901, cuando fue descubierta por Max Uhle, el viejo

maestro de la arqueología peruana, la cultura Nazca era

desconocida. Antes de esa época, sólo había en los museos cinco

ejemplares de las bellas vasijas de cerámica policroma Nazca, de

procedencia no identificada. Aunque su cultura era semejante a la

de los pueblos de la Costa, los “nazcas” no fueron un pueblo

costero. Los fértiles valles de esta región están a más de 80

kilómetros tierra adentro. Entre ellos y la Costa queda una

desolada y tan árida región de colinas y arena que en ella

desaparecen los ríos (Idem. P.86).

Según se entiende hoy, la cultura Nazca se desarrolló

directamente de las de Paracas, sin que la población cambiara. La

evolución pudo darse en la misma región en donde debajo del

horizonte de los residuos nazcuenses existen depósitos de

deshechos típicos de Paracas que alcanzan profundidades hasta de

3 metros en conjunción con etapas intermedias. No se

195

construyeron en ese período grandes estructuras de adobe, como

tampoco hubo mamposterías de piedra, pero sí se erigieron

pequeñas casas con paredes de adobe. Aunque no se sabe que

hayan creado grandes ciudades, se han encontrado casas

agrupadas a la manera de aldeas; también acostumbraban cubrir

con adobes algunas prominencias del terreno con lo que formaban

pequeñas pirámides y terrazas. Los adobes utilizados en la

construcción de casas eran de diferentes tamaños y formas, desde

conos hasta pequeños bloques rectangulares. En ellos se usaba el

barro y se entramaban con carrizos. Al parecer hubo una gran

actividad constructora en el período nazcuense más antiguo

(Idem. P. 87).

Debido a la ausencia de vasijas de efigie y de escenas pintadas,

nuestro conocimiento sobre la vida del período Nazca y de sus

costumbres son mucho menores que los que tenemos del período

Moche, su contemporáneo en el norte. El cuadro general que se

estima parece ser el de un pueblo democrático, sedentario sin

distinciones marcadas de clase, sin autoritarismos, posiblemente

sin una religión establecida. La diferencia entre la “riqueza” y la

pobreza de las tumbas es menor y la mujer parece estar en un

plano de igualdad con el hombre en este aspecto. La falta aparente

de grandes obras públicas, de importantes trabajos de ingeniería y

de pirámides y templos, parece implicar la ausencia de grandes

conductores políticos. En cambio, parece que la gente se ocupaba

en los tiempos de ocio a la producción individual, en especial a la

elaboración de gran cantidad de telas exquisitamente tejidas, y de

objetos de cerámica, lo cual indica en el caso muy concreto del

Perú, que estaba muy arraigado entre ellos el culto de los

antepasados. La mayor parte de las telas, que demandaban una

cantidad impresionante de trabajo, se destinaba especialmente a

ofrendas funerarias y se enterraban con el muerto. Parece que la

gente en aquella cultura se orientaba más al culto individual, a la

actividad individual, que a la actividad comunal, a la dictadura, a

la coacción o a la agresión (Idem. P. 87).

““Preciosa” es el adjetivo más apropiado para la cerámica

Nazca”. Las formas, no muy variadas, son por lo general sencillas

196

y con poco relieve, aunque se encuentran algunos ejemplos de

vasijas en efigie. En contraste con la cerámica Moche, predomina

la pintura policroma. Solían emplearse en una sola vasija hasta 11

colores pastel suaves y armoniosos: Negro, blanco Violeta, gris,

carne, dos matices de rojo, de amarillo, y castaño. Es notable la

ausencia de los azules y los verdes. Los motivos son naturalistas,

biomorfos y mitológicos. En el primer caso se repiten diseños de

pájaros, peces, insectos, plantas y otros temas semejantes,

caracterizados por la estilización con tendencia naturalista, sin

llegar a ser realistas o pictóricos. Otros diseños representan

animales y monstruos antropomorfos, probablemente deidades en

las que se exageran las facciones que se desean caracterizar. El

cuenco9 es la forma más común y abundan también las vasijas

esferoides con dos vertederas verticales cortas, unidas por un

puente sólido (Idem. P. 88).

Los tejidos Nazca son también muy bellos. Se aprecia el progreso

por el gran número de técnicas utilizadas. De hecho, casi todos los

numerosos procesos textiles peruanos eran conocidos por los

tejedores nazcas, entre ellos el bordado, la tapicería, el brocado, la

gasa, y los dibujos de urdimbre y trama son los más comunes. Se

encuentran también telas pintadas y el trabajo de punto de aguja

en tres dimensiones era muy popular. La lana importada de las

tierras altas se usaba más que el algodón nativo. Al igual que en la

cerámica, la gama de colores en el trabajo textil era muy extensa.

En los más antiguos se encuentran hasta 190 matices diferentes de

los siete colores básicos elementales y los motivos y dibujos

muestran su semejanza con los de las vasijas de barro (Idem. P.

88).

La metalurgia estaba mucho menos desarrollada que en la región

Moche. No se conocía más que el oro. Parece ser que los

artesanos no estaban adiestrados o familiarizados con las técnicas

de fundición. Sin embargo se hacían adornos muy delicados

mediante el antiguo proceso de martillar las pepitas del metal

hasta convertirlas en láminas muy delgadas que se cortaban en

elegantes formas y se decoraban con motivos realzados o

repujados (Idem. P. 88).

197

La costumbre de conservar cabezas, - probablemente de sus

enemigos que mataban en combate - , es una característica

extraordinaria de la cultura Nazca. Estas cabezas, representadas

en la cerámica y en los dibujos textiles, han sido encontradas en

las tumbas: Algunos de los ejemplares estaban aplastados,

pintados y con cintas para transportarlos (Idem. P. 88).

El centro Nazca más importante o donde fue mayor la densidad de

la población, es decir, donde estuvo la tenida por “capital”, se

encuentra situado en Cahuachi, sobre la parte inferior del curso

medio del río Nazca, precisamente antes de que este penetre en la

primera garganta de la región de colinas estériles. Se le ha

aplicado el calificativo de “enorme”, pero en realidad la extensión

que ocupa todavía no ha sido determinada. En la misma garganta,

hay un sitio llamado “La Estaquería” al que se ha denominado

acertadamente el “Stonehenge de madera”. Es una superficie llana

arenosa en la que se encuentran, en ordenadas hileras y grupos,

cantidades de troncos de algarrobo y huarango. La mayor parte

están en una especie de plaza cuadrangular con doce hileras de

veinte postes cada una, a intervalos de unos dos metros, y hay

también otras filas de postes adyacentes, y unos cuantos postes de

un tamaño mucho mayor. Aunque los postes alineados parecen

ser simples columnas, la mayor parte de los que están separados

tienen la parte superior en forma de horquilla, seguramente para

sostener un tejado o dosel. La madera está todavía dura y firme,

aunque han transcurrido, quizás, entre medio a un milenio por lo

menos. La estructura es claramente prehispánica, las tumbas que

la rodean son del período Nazca, pero no se conoce con precisión

su antigüedad (Idem. P. 89).

Ante la falta de registros escritos, y sus tradiciones es difícil saber

sobre sus conocimientos científicos, por ejemplo, en el campo de

la astronomía. Se sabe que los fenómenos celestes y atmosféricos

han tenido gran importancia en la Antigüedad para los pueblos

agricultores, que necesitan ubicar las cosechas en la época más

favorable del clima. Establecer las estaciones de cultivo,

haciéndolos más seguros e independientes de los climas difíciles y

198

los caprichos atmosféricos. Podemos saber que los peruanos, sin

ser tan avanzados como los mayas en su conocimiento

astronómico ni en la precisión de su calendario, no parecen haber

sido demasiado inferiores a ellos en su erudición astronómica.

Parecen haber estado mucho mejor informados de lo que

usualmente se cree. La orientación de algunos edificios y otras

construcciones han arrojado luces acerca de este conocimiento de

sus constructores (Idem. P. 90).

En la tierra de los nazcas, a alguna distancia del mar, y

principalmente a ambos lados del valle de Palpa, hay una planicie

libre de la arena que caracteriza a la región costera, pero cubierta

de pequeños trozos de piedra. Tiene unos 64 kilómetros de

longitud y 2 kilómetros de ancha. Allí la lluvia es desconocida y

el sol brilla siempre durante el día. La región pasa prácticamente

inmutable a través del tiempo. El sol, Probablemente por el

contenido de hierro de las piedrecitas, ha provocado la formación

de una pátina oscura en su superficie. Estas piedrecillas fueron

levantadas por los pobladores y amontonadas en hileras en el

borde de ciertos diseños “dibujados” aprovechando el contraste

del fondo del piso, más claro. Desde las colinas y montículos y

otros puntos estratégicos, se ve n líneas largas y delgadas, unas

paralelas, otras se cruzan y entrecruzan. También hay grandes

espacios vacíos de forma trapezoidal, espirales, así como grandes

figuras de animales, que son típicas de los diseños nazcas,

aportando la prueba de quienes hicieron esos diseños. Estas

figuras son inmensas y solamente pueden verse completas desde

un avión. No parece haber duda de que fueron hechas para que

fueran vistas por las deidades celestiales. Su trazo, a pesar de

todo, no deja de ofrecer misteriosas sugerencias y otras

posibilidades no exentas de misterio. Aquí surge la pregunta:

¿Cómo pudieron ser hechas estas figuras de manera tan perfecta,

sin tener una visión de ellas en la perspectiva adecuada? Esos

terrenos son completamente planos. Las líneas y las figuras

vienen midiéndose y estudiándose habiendo encontrado algunos

significados astronómicos en sus direcciones y sus posiciones. Se

ve que señalan a ciertos puntos como los solsticios y los

equinoccios o a otros puntos que señalan la salida o la puesta del

199

sol en distintas épocas del año. Es posible que estas figuras hayan

servido a los agricultores como almanaque o calendario

incipiente, para señalar el principio y el fin de las estaciones de

cultivo. Las mediciones que se han hecho, parecen indicar que las

medidas de esas líneas tienen alguna relación con los patrones de

medida de aquellos pueblos. Según el último informe de la señora

María Reiche, desde un centro que consiste en un cuadrado de

tres metros de lado, irradian veintitrés rectas: Dos de ellas son

líneas solsticiales, y una equinoccial. Las más de ellas tienen una

longitud de 182 metros, pero se ha comprobado que algunas

líneas son como la mitad o la cuarta parte de esta longitud patrón.

Otra medida frecuente que quizás corresponda a otro patrón es la

de 26 metros (Idem. P. 91).

Hay muchas otras culturas que apenas se empiezan a estudiar y

que pertenecen al período Floreciente: La cultura Recuay. Se

caracteriza por una forma de cerámica negativa que fue

introducida a fines del período Experimental en las tierras

norteñas. En las tierras altas meridionales, cierta semejanza en la

cerámica y algunas otras características, indican que la cultura

Chiripa Experimental se desarrolló poster4iormente en varias

fases, entre las cuales se cuentan la fase Pucarea y la fase

Tiahuanaco Antiguo. La zona arqueológica de Pucara se

encuentra en el Departamento de Puno, entre el Cuzco y el Lago

Titicaca. La arquitectura, la cerámica y la escultura son

características y únicas. Como ocurre, al menos hasta ahora, con

todas las culturas peruanas, tampoco en este caso sabemos nada

de la historia del pueblo que vivió aquí. Ni siquiera su nombre y

su lengua. Las tradiciones incaicas no los mencionan (Idem. P.

92).

En pucara se encuentran los elementos básicos de la colindante

Chiripa, más antigua, con una marcada influencia de la región de

Tiahuanaco. La estructura descubierta durante las excavaciones

realizadas por Alfred Kidder II, está construida de mampostería

de piedras, bien labradas y adobes: Seguramente fue un templo.

Los muros que rodean al patio central hundido, forman un grupo

de cuartos pequeños alineados en forma de herradura. La

200

escultura de piedra es un elemento característico de Pucara y es

muy superior a la de las tierras altas del norte. Se han encontrado

figuras humanas y de animales, así como estelas y losas

esculpidas. La cerámica es semejante a la de Tiahuanaco, tanto en

la forma como en los motivos. El Tiahuanaco Antiguo fue

probablemente contemporáneo de Pucara (Idem. P. 93).

Quien haya considerado que todos los peruanos precolombinos

eran incas, queda sorprendido al observar la cantidad de culturas y

pueblos que habitaron en la región. Muchos de ellos faltan por ser

hallados dado que el país ha sido explorado solamente en algunas

regiones por la arqueología profesional. Grandes extensiones de

tierra peruana son desconocidas por los arqueólogos.

13.3.0 LA ERA CLIMATICA

Comprende el período final de la cultura peruana. Va del año 500

al 1532 de nuestra Era: Comprende tres períodos concretos que

señalan estados típicos del proceso cultural: El período

Expansionista, el período Urbanista y el período Imperialista

caracterizado por el Imperio Inca. Morlen agrega un nuevo

período cuando llega Francisco Pizarro al Perú y plantea la

existencia de un período Colonial. En esta época se considera que

la parte material de la Cultura había llegado a su plenitud, y

probablemente también la población. El carácter de la vida era

típicamente urbano, la mentalidad era militarista y muy

probablemente la orientación del Estado era socialista. “La

mayoría de los grupos y de las tribus se unieron para formar .unas

cuantas naciones o imperios entre los que, si no se llegaba a la

guerra, al menos había una rivalidad violenta” (Idem. P. 94).

13.3.1 EL PERÍODO EXPANSIONISTA

Va según Mason, desde el año 500 al año 1000 de nuestra Era. Al

estilo artístico del horizonte que domina y caracteriza a este

período se le denomina “Expansionista” o, según otros, de

“Fusión”. Según parece, se origina en las tierras altas, y es la gran

zona arqueológica de Tiahuanaco (de donde se toma su nombre),

201

la más representativa de dicho período. Su influencia, se debe

probablemente a un culto religioso que se extendió prácticamente

a todo el Perú y tenía su centro allí. En esto se parece a la

influencia que tuvo anteriormente el culto Chavín. Se originó y

alcanzó su apogeo en las tierras altas en la primera parte del

período y luego llegó a la Costa, donde este estilo se conocía con

otro nombre: Como “Epigonal”. El estilo de Tiahuanaco se

encuentra en su forma clásica únicamente en la zona de

Tiahuanaco propiamente dicha. Sus manifestaciones

correspondientes a la Costa y a las tierras altas del norte son de un

estilo evolucionado ligeramente distinto, pero fácilmente

reconocible y la fecha que se le atribuye a su aparición, es

ligeramente posterior. Durante mucho tiempo se supuso que este

estilo posterior Tiahuanaco del litoral debió de originarse en algún

foco más cercano a la Costa que al propio Tiahuanaco, situado a

21 kilómetros al sureste del lago Titicaca, en territorio boliviano a

4.000 metros de altura, y los estudios que se han hecho parecen

ubicar ese centro en la zona de Huari, por lo cual hoy día los

antropólogos hablan de la influencia o estilo Huari – Tiahuanaco.

El horizonte, en sí, lo catalogan como “Período Medio”. El

Tiahuanaco clásico de las tierras altas parece que no se deriva, en

su desarrollo, del “Tiahuanaco Antiguo” de la misma región, pues

los estilos difieren considerablemente (Idem. P. 94).

Durante algún tiempo se tejieron muchas hipótesis sobre la el

pueblo y la naturaleza de la sociedad que pudo llevar a la práctica

la cultura del horizonte Tiahuanaco. El misterio, el hechizo y la

fantasía han rodeado a las ruinas que se han encontrado allí.

Alguien ha dicho que su antigüedad es extraordinaria. Que es el

lugar de origen, no sólo de todas las civilizaciones de América,

sino de las del mundo entero. Algunos fanáticos llegan al extremo

de afirmar que originalmente se trataba de una isla que, en cierta

época, se hundió en el Pacífico para volver a levantarse después

junto al resto de los Andes “¡hasta alcanzar la altitud que ahora

ocupa!” Hay incluso, eruditos, que hasta hace poco, creían que era

la sede de gran Imperio Megalítico, hoy olvidado. “Sin embargo,

aun descartando todas esas teorías absurdas o plausibles, queda

202

aún misterio suficiente para intrigar y confundir al arqueólogo

poco imaginativo”.

A pesar de que ya no se acepta la teoría de un Imperio Tiahuanaco

o “Megalítico”, debió existir alguna clase de organización política

que acompañó a la expansión del culto Tiahuanaco. De cualquier

modo que sea, parece que se trató de un período de inquietud, con

tendencia a la expansión, la agresión, y la conquista, durante el

cual hubo algunas guerras entre grupos locales vecinos. Esto se

debió, probablemente, a que, dentro de cada grupo la

organización política adquirió mayor fuerza y se centralizo más el

Poder. Aparentemente no se debió a presiones de la población, ya

que parece que hay pruebas de que hubo cierta disminución de la

misma, por lo menos en la Costa a pesar de que seguía siendo

numerosa (Idem. P. 94).

La influencia del estilo Tiahuanaco fue fuerte, pero no fue ni total

ni tuvo carácter permanente. Las regiones locales lograron

conservar su individualidad y, a fines del período, desapareció el

estilo artístico uniforme, como si se hubiera tratado de una

“moda” y las culturas locales volvieron a surgir como entidades

diferentes, con sus peculiaridades propias (Idem. P. 95).

Tiahuanaco se encuentra en un lugar desolado y frío, una “puna”

prácticamente sin árboles, demasiado alta para una agricultura

intensiva, “donde jamás esperaría uno encontrar una gran zona

arqueológica de extraordinario valor”. No es de extrañar que

muchos místicos piensen que el clima y el terreno debieron de ser

mucho menos rigurosos cuando esa región se encontraba en su

apogeo. Pero no existe ninguna tradición plausible que haga

referencia a esto. Las desperdigadas familias de indígenas

aimaraes contemporáneos que las habitan se dedican a apacentar

sus llamas, sus alpacas y a cultivar papas en los lugares más

fértiles de la región. Estos indígenas son impasibles y taciturnos y

poseen un bajo nivel de cultura. Sería muy difícil de entender,

cómo los antepasados de esta población pudieron ser los que

sacaron de la cantera, transportaron y colocaron los grandes

bloques de piedra que se ven en las grandes construcciones del

203

lugar, tan perfectamente tallados y acoplados entre sí. Es

importante destacar que la distancia de la cantera de piedra

arenisca, uno de los materiales utilizados en esas construcciones,

distan 5 kilómetros de allí.

Las estructuras físicas de Tiahuanaco ocupan una extensión de

450 por 1.000 metros y consiste en cuatro unidades o grupos

principales de ruinas y otras de menor importancia. Tiahuanaco es

una zona arqueológica verdaderamente extraordinaria. Como

suele ocurrir en las tierras altas, no se utilizaron adobes en las

construcciones y todas las ruinas son de piedra, aunque existen

pocos muros y no hay ninguno muy alto. “No hay duda de que se

trató de un centro ceremonial importante y no de un poblado. Se

parece bastante, en aspectos de menor cuantía, a Carnac, con sus

largas hileras de monumentos megalíticos, aunque desde luego,

mucho mejor labrados. La mampostería figura, de hecho, entre las

más notables del Perú, y también entre la mayoría de las

estructuras megalíticas conocidas (Idem. P 95 y 96).

El edificio más grande conocido como Acapana, es una pirámide

escalonada de unos 15 metros de alto que originalmente, estaba

recubierta de piedra. De planta irregular, tiene aproximadamente

210 metros por cada lado. Todavía se ven restos de un depósito de

agua con un canal de desagüe y cimientos de casas, lo que sugiere

que pudo ser, muy bien, un refugio defensivo en caso de ataque

militar. Calasasaya es una gran zona de unos 115 por 130 metros,

limitada por monolitos verticales que originalmente debieron de

formar un muro continuo. El interior está elevado y tiene un patio

hundido al que se llega por una escalera megalítica. Asociado con

Calasasaya se encuentra el monumento más famoso de

Tiahuanaco, la gran puerta monolítica llamada la “Puerta del Sol”.

Esta enorme estructura tallada en un solo bloque de andesita, tiene

unos 3 metros de alto, por 3.75 metros de ancho, y su peso se

considera en unas 10 toneladas. Una persona puede pasar

fácilmente por la “puerta” – hueco rectangular – que tiene en el

centro, y sobre el cual se encuentra un friso en bajo relieve del

típico estilo Tiuahuanaco. En este friso hay una gran figura

central, sin duda de un dios, posiblemente Viracocha, y a sus

204

lados hay cuarenta y ocho pequeñas figuras rectangulares, que se

dirigen corriendo hacia él. Es una de las maravillas arqueológicas

de América. Dos recintos más pequeños constituyen el Palacio y

el llamado Puma Puncu que es una estructura de plataformas.

Ambos recintos contienen grandes losas y bloques de piedra,

cuidadosamente tallados y acoplados, que pesan en algunos casos

más de cien toneladas. También abundan puertas monolíticas más

pequeñas rotas, y se han encontrado, además, algunas cámaras

subterráneas cuidadosamente construidas. En la erección de

Tiahuanaco se usaron piedras, tanto areniscas como basalto

(Idem. P. 96).

La fama de Tiahuanaco se basa también en sus grandes estatuas

de figura humana. La mayor parte de éstas fueron descubiertas

por el peruanista norteamericano Wendell Benn en 1932, durante

las excavaciones que realizó entonces. Después fue trasladada a

La Paz una de ellas, y se colocó en una de sus plazas. Esta estatua,

alta y de aspecto poco agradable, está tallada en piedra arenisca

roja y tiene más de 7.3 metros de altura y tiene entre 1.05 y 1.27

metros de grosor o ancho. El decorado en bajorelieves es

simétrico, rígido y característico de la zona arqueológica y del

período al que se atribuye (Idem. P. 96).

Algunos han sugerido que la zona correspondió a un gran centro

ceremonial donde asistía una gran cantidad de peregrinos en

períodos regulares aunque de manera poco frecuente. En estas

ocasiones los peregrinos trabajaban, probablemente bajo la

supervisión de especialistas. Pero ello implicaría la existencia de

una sociedad bien regulada y organizada, con mano de obra

prácticamente ilimitada, como es el caso de los incas, en época

posterior. Pero hay otra curiosidad: Parece que el trabajo de las

construcciones se suspendió antes de haber sido concluidas (Idem.

P. 97).

En las tierras altas del norte se encuentran pequeñas zonas

arqueológicas que pertenecen a la tradición arquitectónica

Chavín, pero que han sido catalogadas dentro del período

Expansionista, a causa de la semejanza de la cerámica.

205

Wilkawain, cerca de Huaraz, es la más importante de estas zonas

y consiste en un templo de piedra y varias casas, del mismo

material, de uno y de dos pisos. El templo es una réplica en

pequeño del Castillo de Chavín, con tres pisos, escaleras

interiores, rampas, galerías, cuartos y pozo de ventilación. En

cada piso hay siete cuartos. Las grandes losas del techo están

colocadas inclinadas formando “dos aguas”, pero como está

recubierto con tierra y piedras más bien parece una especie de

domo. El templo mide aproximadamente 10.7 por 15.6 metros. Es

mucho menos conocido que el de Chavín y se ha penetrado en

pocos de los cuartos, ya que están llenos con piedras y escombros

llevados allí para rellenar los aposentos. Los cuartos principales

son grandes y miden 2.25 de ancho por 6.8 metros de largo y una

altura de 2 metros (Idem. P. 99).

Como de costumbre, la cerámica es la que nos proporciona la

clave de la época de Huari. Existen muchos tipos de ella que

abarcan un período de tiempo considerable, pero hay dos grupos

de alfarería policroma que se parecen mucho más a la de

Tiahuanaco costero y al Nazca Reciente, que se supone datan del

período Tiahuanaco. Por lo tanto es posible que la influencia del

Tiahuanaco se extendiera hasta la Costa desde Huari. Sin

embargo, la lógica enseña que ciudades del tamaño de Huari y

Pikillacta debieron pertenecer, más bien al período siguiente, el

Urbanista (Idem. P.98).

Existe un tipo muy distinto de cerámica del que se debía saber

más. Y que es conocido como estilo Marañon. La forma

característica es la de un plato bastante plano que se apoya en tres

largos pies cónicos. Esta forma, tan común en México y

Centroamérica, es desconocida en el Perú, excepto ésta. También

se encuentran recipientes poco profundos. Ambos tipos tienen el

interior pintado, más bien con líneas bastante finas de tintes

rojizos, generalmente curvas, que representan animales

demoníacos así como elementos geométricos. Esta cerámica es

clasificada a menudo como Huamachuco Medio, porque se

encuentra también en las lejanas tierras altas septentrionales,

cerca de Huamachuco y Cajabamba (Idem. P 100).

206

En las tierras altas meridionales, después de la época clásica de

Tiahuanaco y del Período Medio, la cerámica se hizo más pobre,

lo mismo ocurrió en la Costa, y se la conoce con el nombre de

Tiahuanaco Decadente. Los dibujos están hechos sin esmero, los

colores utilizados son menos y poco brillantes. Aunque se

retienen los elementos de dibujo del Tiahuanaco clásico, se

emplean por separado, independientemente, y no como partes de

dibujos completos. Esto ocurre, principalmente en los diseños de

pumas (Idem. P 100).

En la zona de Tiahuanaco no han aparecido ejemplares de tejidos,

probablemente como consecuencia de que allí y en sus

alrededores no se hayan realizado muchas excavaciones. Sin

embargo, los ejemplares hallados en la Costa, pertenecientes a

este período y a esta cultura, sugieren que el arte del tejido había

alcanzado un alto nivel, sobre todo en lo que se refiere a la

manufactura de tapicería. Muchos de los motivos que aparecen en

los relieves gravados en piedra son característicos de los usados

en el trabajo textil. De la misma manera se ejecutaban trabajos de

alta calidad en oro, plata y, especialmente de cobre (Idem. P. 97).

Como de costumbre, la cerámica es la que nos proporciona la

clave de la época de Huari. Existen muchos tipos de ella que

abarcan un período de tiempo considerable, pero hay dos grupos

de alfarería policroma que se parecen mucho más a la de

Tiahuanaco costero y al Nazca Reciente, que se supone datan del

período Tiahuanaco. Por lo tanto es posible que la influencia del

Tiahuanaco se extendiera hasta la Costa desde Huari. Sin

embargo, la lógica enseña que ciudades del tamaño de Huari y

Pikillacta debieron pertenecer, más bien al período siguiente, el

Urbanista (Idem. P.98).

El mejor cuadro de conjunto del horizonte Expansionista Huari –

Tiahuanaco, nos lo proporcionan, como de costumbre, las zonas

arqueológicas del litoral, donde los objetos materiales están mejor

conservados, y donde se encuentran los cementerios. No se

construyeron allí grandes edificios, sino que se continuó

207

utilizando los antiguos. Se siguieron haciendo excelentes tejidos

de lana y de algodón, y los tapices de este período son los mejores

que han sido hechos en el Perú. Esta técnica, como ya se ha dicho,

se convirtió en la más popular de todas, pero se conocieron y

practicaron muchas otras. También se desarrollaron nuevas

técnicas metalúrgicas, como el plateado (Idem. P. 99).

13.3 2. EL PERÍODO URBANISTA

Va este período, según Mason, desde el año 1000 hasta el año

1440 de nuestra Era. La mayoría de los datos disponibles sobre

este período tanto históricos como arqueológicos, corresponden a

los habitantes de la zona de litoral, especialmente a los chimúes

de la Costa norte, ya que los fértiles y extensos valles regados por

ríos con sus causes muy concentrados en esos lugares, mantenían

grandes concentraciones de población, mientras que en las

regiones altas, de aguas más bien y más uniformemente repartidas

sobre el territorio, la población conservó un carácter más rural.

Sin embargo, y aún en las tierras altas, parece haber sido una

época durante la cual los nativos tendieron a reunirse, para vivir,

en grandes centros urbanos bien planificados. Por eso, este

período ha sido llamado por algunos, “Período de construcción de

ciudades” (Idem. P 101).

Hacia el final del período Expansionista, cualquier unidad u

homogeneidad de cultura que la influencia de las tierras altas,

originada en Huari o Tiahuanaco, haya podido producir, comenzó

a debilitarse y las diferencias locales pronto eliminaron

prácticamente todo rastro de dicha influencia. Las poblaciones

habían alcanzado ya, probablemente, su apogeo, las

organizaciones cívicas estaban bien desarrolladas, y habían

comenzado igualmente las luchas por la tierra y por el poder. Se

construyeron lugares fortificados que sirvieran de refugio a las

poblaciones asaltadas y surgieron luchas entre las distintas

ciudades para lograr el predominio sobre las más débiles, por lo

que se formaron alianzas y coaliciones que a su vez lucharon por

dominar a otras hasta que, por último, emergieron unas cuantas

naciones de gran importancia. Este es el patrón que se ha seguido

208

en muchas partes del mundo en etapas similares de desarrollo, si

bien en épocas muy diferentes (Idem. P. 100).

Aquellas naciones se parecían a los pequeños reinos del cercano

oriente y, quizás, a los principales principados y reinos europeos

de la época medieval, y fueron los que sirvieron de “modelo” al

Imperio Inca, que los conquistó y los absorbió. En contradicción

con la habitual propensión democrática del indígena americano,

parece ser que aquí se dio gran importancia a la estratificación

social, y así, había clases nobles y aristocráticas; igualmente, se le

rendía homenaje al jefe, al caudillo, o al “rey” (Idem. P. 101).

Debido a la mayor precipitación de lluvias que hay en la parte

norte de la Costa y al mayor tamaño de los valles regados, y por

consiguiente, más poblados, se desarrolló allí el mayor y más

importante de los “reinos” peruanos de la época: El reino Chimú.

Sus señores llegaron a dominar una gran comarca, desde Piura en

el norte hasta Paramonga en el sur. No hay duda de que los

chimúes llevaron sus conquistas militares hacia el norte hasta los

valles de Lambayeque y Piura y, hacia el sur, por lo menos hasta

Casma. Cada valle tenía un centro urbano, pero la capital de los

chimúes era Chachan, que se encontraba en las cercanías de la

actual ciudad de Trujillo. Chachan es una zona arqueológica

extraordinaria desde todos los puntos de vista. Las ruinas cubren

una extensión de 20 kilómetros cuadrados, llena de altas murallas

divisorias, muros más pequeños, casas, calles, depósitos de agua,

pirámides, y en general todas las estructuras y obras propias de un

gran centro metropolitano. Todas las construcciones son de

grandes adobes rectangulares, y las lluvias torrenciales que a

veces sobrevienen han erosionado las partes altas de los grandes

muros, lo que ha hecho que las bases hayan quedado cubiertas por

residuos; sin embargo, todavía se elevan hasta una altura de unos

9 metros. Cuando se retira la tierra que cubre y protege los muros,

se encuentra que muchos de ellos están cubiertos con tracerías

decorativas en bajorrelieve hechas probablemente con base en

impresiones con troqueles. Los dibujos consisten en

combinaciones de motivos pequeños, idénticos, repetidos en

hileras, y aparentemente se derivan de los utilizados en los

209

tejidos. En general son geométricos, aunque se encuentran

también animales estilizados. Cuando se retiran los deshechos que

cubren los arabescos, estos se arruinan con la primera lluvia

torrencial, a no ser que se les proteja adecuadamente. También

hay algunas pinturas murales (Idem. P. 101).

Salvo los turistas, aquella gran ciudad está desierta hoy. Fue

planeada igual que las poblaciones modernas, con calles derechas

que se encuentran en ángulo recto. Es probable que en aquellos

años abundasen los árboles, pero hoy, con las acequias de riego

obstruidas no se encuentra ni un arbusto en kilómetros a la

redonda. Al parecer, la ciudad estaba formada por diez grandes

unidades, generalmente rectangulares; y es posible que cada una

de ellas fuera un barrio de un clan o de algún otro grupo social,

así como el dominio de un subjefe. Cada unidad se encontraba

rodeada de uno o más muros altos, dentro de cuyo recinto se

encontraba un emparrillado de calles, casas pequeñas, grandes

pirámides, , depósitos de agua, jardines y cementerios. Entre los

distintos barrios parece que hubo zonas de riego cultivadas,

pantanos, algunos cementerios y estructuras pequeñas aisladas.

Algunas de estas unidades miden hasta 335 por 480 metros; es

decir, más de 16 hectáreas (Idem P. 102).

En cada valle se encuentran ciudades similares aunque más algo

más pequeñas: Pacatnamú (Pacasmayo) y Purgatorio, son algunas

de ellas en los valles del norte, dos de las mayores poblaciones

son típicas. Todas tienen sus calles planificadas, con sus casas,

templos pirámides, depósitos de agua y otras características

cívicas similares. Fue un período urbano y puede suponer5se que

existían muchas de las facilidades, empleos, funcionarios, así

como muchos de los servicios públicos comunes en una ciudad

moderna. Dada la carencia de medios para mover carga como los

vehículos de ruedas, el poder contar sólo con los lomos de las

llamas y las espaldas de sus habitantes, hombres y mujeres, el

aprovisionamiento de medios de vida, el acarreo de basura y otros

desperdicios, y otros problemas de orden comunitario debieron

ser de difícil solución en centros de tan grande población. El

comercio, sin duda, debió ser bastante lento, por la falta, según se

210

sabe, de una moneda común. Parece ser que tampoco existía, por

las pruebas encontradas, una religión formal definida (Idem. P.

102).

La cultura Chimú, en sus fases posteriores, fue contemporánea de

los incas y existió aún durante el propio Imperio Incaico de

manera que, algunos especialistas consideran que el período

Chimú Reciente, llegó hasta el año 1600 de nuestra Era. La

historia de los últimos años, pues, del Imperio Chimú, y las

tradiciones de las épocas anteriores, fueron, por lo tanto,

conocidas por los conquistadores españoles, y fueron recogidas

por algunos de sus cronistas. Miguel Camello de Balboa relata las

tradiciones de la dinastía de Naymlap, de la región de

Lambayeque, y Antonio de la Calancha escribe especialmente

sobre la región de Pacasmayo. Ambos dan idea de una cultura

muy elevada, y de una corte aristocrática y autócrata. El idioma

chimú, conocido como yunga, era probablemente, distinto del

todo, del quechua hablado por los incas, y los pescadores de la

Costa todavía recuerdan algunas palabras, especialmente los del

pueblo de Eten, cerca de Chiclayo (Idem. P. 102).

Las pruebas arqueológicas corroboran la tradición histórica en lo

que se refiere a un gran desarrollo de la organización política y

social. Las mismas grandes ciudades así lo sugieren. Semejantes

concentraciones de población, en manzanas ordenadas, necesitan

forzosamente un gobierno centralizado y eficaz. La construcción

de muros, de edificios, y de grandes pirámides de adobe requieren

una mano de obra organizada bajo supervisión de hombres

conocedores del oficio. La división de ciudades en barrios o

distritos, cada uno de ellos prácticamente independiente, con

todos los edificios, y servicios públicos necesarios, señalan, aún

más, la existencia de subdivisiones en el manejo de la vida, en el

orden social. La diferencia de los tamaños y calidad de las

viviendas, dan idea de una clara diferencia de clases sociales. Lo

mismo sucede con las diferencias en la calidad de las sepulturas

(Idem. P. 102).

211

Las artesanías avanzaron durante este período a un alto nivel en

perfección técnica, pero con tendencias a su estancamiento y a la

producción en serie en la que se daba mayor énfasis a la cantidad

y no a la calidad del producto. Hubo pocas invenciones y los

productos artísticos llegaron a tener muy poca originalidad. Los

dibujos típicos de los tejidos y de las pinturas eran a base de

bandas e hileras regulares, con una secuencia repetida de pocos

colores y de pequeños motivos geométricos y animales

estilizados. La cultura Chimú no produjo cerámica notable desde

el punto de vista artístico., y al igual que la incaica, toda ella

parecida y carente de imaginación creativa. Es muy característica

y fácilmente reconocible. Como ocurrió con la cerámica Moche,

se fabricaba en grandes cantidades, generalmente con moldes, y

está muy representada en la mayor parte de las colecciones de

cerámica peruana. También son muy frecuentes los duplicados.

La técnica de fabricación había vuelto al antiguo proceso

“reductor” de cocción., de modo que las cuatro quintas partes de

las vasijas son de cerámica negra pulida. Se encuentran solamente

una pocas vasijas pintadas y ello en una forma ruda. La mayoría

de las formas son similares a las de la cerámica Moche; entre ellas

predomina la vertedera de estribo, aunque muchas de las otras

formas de los moches desaparecieron. Son bastantes las vasijas de

efigie que representan formas de la Naturaleza, pero no tienen el

realismo de las de la cultura Moche. Desapareció la pintura

escénica. Las vasijas dobles son típicas. Cada una de las botellas

unidas tiene su propia vertedera, una de las cuales está dotada de

un pito. Cuando se inclina la vasija y el líquido pasa de una a otra

el aire es expulsado hacia fuera produciendo un silbido (Idem. P.

103).

La alfarería Chimú conserva también algunos de los elementos

del Tiahuanaco de la Costa, pero se trata principalmente de un

Moche degenerado, más estereotipado, carente de calidad realista,

fotográfica e imaginativa que su gran predecesor (Idem. P. 104).

Por primera vez en la Costa septentrional, los tejidos se

encuentran en buen estado de conservación. Los productos más

populares eran las telas pintadas y teñidas con nudos, es deci5r, a

212

base de amarres. Las telas dobles, el brocado, las gasas, y los

tejidos de dibujo. La metalurgia había alcanzado un alto nivel de

desarrollo y la metalistería incluía ya entre sus materiales el

cobre, el bronce, el oro, y la plata. Se aplicaba la técnica de la

aleación para obtener bronce y se practicaba la fundición del

cobre y del propio bronce. Se elaboraban herramientas grandes de

cobre tales como picos, cuchillos, y leznas, pero los artesanos

todavía dedicaban casi todo su arte a la fabricación de

ornamentos. Abundan los recipientes de calabaza decorados

pirográficamente y se encuentran muchos objetos de plumas

(Idem. P. 104).

Aunque el mejor conocido de los “imperios” de este período es el

Chinú, grandes grupos similares ocuparon el resto de la Costa

habitable hacia el sur. Los valles de la parte central del litoral

como los de Chancay, Lurin y Rimac constituían el Imperio

Cuismancu formando una subcultura arqueológica. Cada uno de

estos valles tenía una gran metrópoli urbana y otras algo más

pequeñas. Pachacamac, con su gran templo piramidal era una de

estas, pero la mayor era probablemente Camarquilla que se

encuentra en una zona arqueológica a poca distancia arriba de al

ciudad de Lima. Cajamarquilla no puede ser comparada en

tamaño con Chanchan, ni son sus muros de adobe tan altos, pero

la gran zona aglomerada de casas, las calles y los templos

elevados producen en el visitante una impresión memorable.

Todas las estructuras son de una mezcla de arcilla y arena (Idem.

P. 104).

El gran templo piramidal de Pachacamac eclipsa la ciudad en el

valle de Lurin y fue un famoso lugar de devoción en las épocas

incaica y preincaica. Tan grande era la devoción que existía por

Pachacamac y su gran adoratorio, que los incas permitieron que se

continuasen su veneración junto con el Sol y, en la época de la

conquista española, Pachamac era la Meca del Perú (Idem. P.

104).

La vida en la Costa central durante este período fue sin duda muy

parecida a la de la región de Cimú, y la artesanía era semejante,

213

aunque difería en detalle según el lugar y la época. El más

sorprendente e interesante de los estilos de alfarería es el de

Negro – Sobre – Blanco de Cancay, especialmente típico de la

zona arqueológica del mismo nombre. La cerámica es delgada,

porosa, dura por cocción y roja, y está recubierta por un baño

blanco cremoso de arcilla aguada sobre el que se pintaban dibujos

en sepia de fuerte contraste. Las formas eran en general de silueta

sencilla, en las que abundaban las vasijas grandes, altas y

ovaladas con pequeños orificios, así como los cuencos. También

son características las vasijas con forma de grandes figuras

humanas. Los dibujos son con frecuencia geométricos, de líneas

rectas u onduladas, con rayas de líneas cruzadas o campos

punteados, aunque también se encuentran animales pequeños o

pájaros parecidos a los que aparecen el los tejidos (Idem. P. 105).

Según las crónicas, los valles de Mala, Chilca y Cañete estuvieron

ocupados por un pequeño imperio, el Chuquimanca, pero aquellos

no están muy estudiados por la arqueología, y al parecer, no

constituían siquiera una entidad cultural. Tampoco se sabe gran

cosa de su historia (Idem. P.105).

La menor precipitación de lluvias y la consiguiente menor

extensión de los valles de la costa meridional no permitían la

existencia de centros de población tan grandes como en el norte.

Sin embargo, los habitantes de los valles irrigados debieron estar

más habituados a la vida de la ciudad que en los períodos

anteriores. Estos valles de Pisco, Ica, y Nazca, formaban parte del

Imperio Chincha del período que precedió inmediatamente a su

conquista por los incas. Esta región constituye una entidad

arqueológica, que se conoce con el nombre de cultura Ica.

Aunque no se han descubierto allí grandes ciudades, existen

pequeñas zonas arqueológicas, tales como La Centinela, y Tambo

de Mora, en el valle de Chincha y Tambo Colorado en el valle de

Pisco, notables por su extraordinario estado de conservación, ya

que es una región donde casi nunca llueve. En Tambo Colorado

están las ruinas de adobe mejor conservadas del Perú. Muchos de

los muros conservan todavía su pintura original, roja y amarilla.

Se trata, al parecer de un centro administrativo con almacenes y

214

alojamiento para correos y tropa, así como para funcionarios

permanentes (Idem. P. 105).

Basándose en los estilos de la cerámica, los arqueólogos dividen

el período Ica en cuatro subperíodos. En todos ellos la cerámica

Ica difiere radicalmente tanto de la Chancay como de la Chimú, y

ocurre lo mismo de su antecesora Nazca, aunque no hay un corte

brusco entre las culturas Nazca e Ica. Solamente fueron

cambiando ciertos detalles: Las vasijas policromas

desaparecieron, con sus decoraciones naturalistas y demoníacas.

Hay menos modelos naturalistas o en efigie. Las formas están

traducidas a unas cuantas características. Como cuencos de lados

convergentes, relativamente rectos y fondos casi planos, vasijas

más o menos esféricas con pequeños orificios. En el período más

antiguo (Epigonal, Ica Antiguo), los dibujos eran burdas copias de

los elementos Huari – Tiahuanaco, aunque pronto apareció un

estilo Ica, con decoración muy característica (Idem. P. 106).

En todas las culturas costeras, hacia fines del período Urbanista la

influencia incaica se hizo muy marcada, como se puede ver, sobre

todo, en la fabricación de vasijas de barro, de formas típicamente

incas, tales como las jarras tipo “aribalo”, de base puntiaguda, y

en estilos locales de pasta y decoración (Idem. P. 106).

Al sur de la región nazcuense, la precipitación pluvial, los ríos y

las zonas habitadas son aún menores, y la cultura de la población

aborigen no logró desarrollarse a los mismos niveles anteriores.

El período Urbanista está mucho menos bien marcado y menos

conocido en las tierras altas que en la Costa. Las zonas habitadas

allí no se limitaban a los valles regados por los ríos. Era menos

densa y estaba menos concentrada, por lo cual es de suponer que

era difícil encontrar ruinas de grandes ciudades. Sin embargo se

encuentran las ruinas de algunas de ellas.

En las tierras altas del norte se han hecho pocas excavaciones de

este período, y apenas si se conservan tradiciones. En las tierras

altas meridionales y en Bolivia, parece haber sido éste el período

en que se construyeron las grandes chullpas que no eran otra cosa

215

que torres funerarias hechas de excelente mampostería de piedra.

Esta región fue una de las primeras que conquistaron los Incas, lo

que puede explicar la aparente falta de restos del período

Urbanista. Tanto aquí como en las tierras altas septentrionales,

para esta época parece haber desaparecido todo vestigio de la

influencia del estilo Huari – Tiahuanaco (Idem. P.107).

Se sabe que hubo grandes ciudades en las tierras altas centrales

antes del período Inca, por la existencia de ruinas como las de la

extraordinaria ciudad de Pikillacta, cerca del Cuzco. Todavía se

desconoce su carácter. Cubre una gran zona en la que hay terrazas

con muros de contención, calles, y muros de incontables

edificaciones. Como cosa rara, estos parecen haber sido

construidos sin puertas ni ventanas. Probablemente se entraba por

los techos que ya no existen. Todos los muros están construidos

con piedras sin labrar y son muy distintos de los típicos de

mampostería inca (Idem. P. 108).

13.3.3 EL PERÍODO IMPERIALISTA

Históricamente corresponde al período Inca, el único conocido

por el común de la gente. Va desde el año 1440 aproximadamente

hasta el año 1532, en que llegaron los españoles. Como los

aztecas en México, los incas fueron un pequeño grupo militarista

que alcanzó el poder bastante tarde, conquistó los grupos vecinos

y estableció uno de los Imperios más extraordinarios del Mundo.

La influencia incaica se extendió por todo el Perú, al ser

conquistados los otros pueblos y probablemente un poco antes de

que esto ocurriera. En este período se encuentran objetos

típicamente incaicos en todo el territorio del Perú o mezclas de

ellos con el estilo propio de todas las localidades. Dedicaremos el

próximo capítulo a la cultura Inca y las manifestaciones de su

espíritu ( Idem. P. 108).

216

CAPÍTULO 14

EL IMPERIO INCA

Cuando nos referimos al Imperio Inca lo hacemos, no como

desarrollando el tema monográfico suyo, sino mirado desde el

punto de vista del interés que pueda ofrecerle al estudioso la

experiencia humana que éste pueda significarle. Materialmente, es

el Imperio más grande y fuerte gestado en el seno de los pueblos

americanos. Sus antecedentes y sus realizaciones muestran, por

igual, realizaciones humanas, aportes de todo orden invaluables a

la humanidad, frustraciones humanas sin paralelo, y en éstas, la

conquista española no es la única protagonista.

Las culturas peruanas son las primeras de las culturas americanas

en llegar a la Edad del Bronce y son los Incas quienes recogen el

producto de su evolución a lo largo de miles de años para la

construcción de su singular Imperio, junto con el aporte inmenso

de su experiencia. Lo que los españoles encuentran, pues, no es

un continente poblado por salvajes, como se suele pensar hoy.

Ciertamente los hay, como en todos los continentes del Mundo.

Pero allí, igual que en todos ellos ha florecido también el genio

humano y ha dejado para la posteridad un testimonio

imperecedero. Tengo la convicción que los científicos modernos,

los estadistas contemporáneos y los ingenieros que han de

contribuir con los conductores espirituales de nuestra civilización

al establecimiento del soporte físico y la proyección de un futuro

sostenible para nuestras sociedades americanas tendrán que

considerarlo. El que le sigamos dando la espalda, igual que se la

damos a quinientos años de tradición española, es negarle a

nuestros pueblos el derecho a ser ellos mismos lo que son en su

propia patria, y representa para las naciones americanas, no

solamente una frustración, sino un motivo poderoso para que

nuestra civilización haya sido incapaz de seguir el curso de su

propia historia, y nuestra gente sienta el efecto de la usurpación

de sus propios caudillos, de la invasión, de la enajenación de su

patrimonio material y espiritual por parte de las potencias

extranjeras, de la pérdida de sus libertades fundamentales.

217

Nos haríamos demasiado largos si somos exahustivos. Por lo

tanto tendremos que ser sucintos y puntuales en el trato de temas

que, según nuestro parecer, sean más acordes con la intención

central de nuestro trabajo. De todas maneras, hay posibilidades de

completar con la consulta de muchos textos de que se dispone hoy

sobre aquellos temas de antropología y arqueología, para mayor

profundidad en ciertos aspectos del tema.

14. 1.0 HISTORIA

La visión que hemos esbozado atrás de las antiguas culturas

peruanas, de los antecedentes del Imperio Incaico con el apoyo de

la arqueología, es casi la única confiable, la más objetiva posible,

aunque queden atrás muchas lagunas, muchos aspectos oscuros,

muchos dilemas sin resolver. La historia Inca, la historia del

Imperio, solamente se tienen con el apoyo de la tradición y ciertos

procedimientos mnemotécnicos que podrían proponerse como una

protoescritura, que no había llegado efectivamente a ser tal. Eso

es el quipu, “que solo servía como una especie de recordatorio

utilizado por personas especialmente preparadas para conservar y

transmitir información”. La historia incaica fue puramente

tradicional hasta que los cronistas españoles. Poco después de la

Conquista, comenzaron a escribir las leyendas. Como ocurre en

todas partes con ese género de “historia”, los primeros

acontecimientos son principalmente relatos mitológicos, tal vez

poco dignos de crédito en su aspecto literal, y los últimos sí son

más realistas. Los del período intermedio son mitad realidad y

mitad mitología.

“El Perú es el único lugar de América donde, como se acostumbra

en la región del Mediterráneo, se hacía referencia a la historia en

términos de reinados”. Los incas recordaban los nombres de sus

emperadores divinos, y se acepta generalmente como correcta. Su

lista de emperadores es de 13, pero de ellos, el noveno, Pachacuti

Inca Yupanqui (1438-1471)se considera el verdadero fundador

del Imperio. A el le siguieron: 10, Topa Inca Yupanqui (1471-

218

1493), 11, Huayna Capac (1493-1525), 12, Huascar (1525-1532),

13, Atahualpa (1532-1533).

“El famoso investigador inglés Sir Clements Markham ha

llamado a Pachacuti “el más grande hombre que ha producido la

raza aborigen de América”, encomio que aprueba calurosamente

el peruanista norteamericano Philip Means. Pachacuti demostró

su mérito no solo con sus obras, sino también con otras pruebas

de talento” (Idem. P. 121).

“La grande y repentina expansión del Imperio de los incas es una

de las maravillas de la historia. Empieza, en realidad con la

ascensión al trono del emperador Pachacuti, hecho que se

entiende, tuvo lugar en 1438. Cuando murió su hijo Topa Inca, en

1493, casi había alcanzado su apogeo, y en 1532, poco menos de

un siglo después, cayó el Imperio con la conquista de Pizarro. En

poco más de cincuenta años padre e hijo extendieron la

dominación incaica desde el norte del Ecuador hasta el centro de

Chile, lo que abarca una distancia a lo largo de la Costa de cerca

de 4.800 kilómetros y una superficie de más de 900.000

kilómetros cuadrados. Esta realización tal vez pueda compararse

con las de Filipo y Alejandro el Grande. Ni siquiera el “reino de

Chimú de la Costa norte peruana, pudo rivalizar con ellos.

Pachacuti y Topa Inca figuran entre los grandes conquistadores

del mundo con Alejandro, Gengis Ka y Napoleón. Parece ser que

el móvil principal de los conquistadores incas fue el afán de

engrandecimiento y de poderío, pues ningún enemigo los

amenazaba ni necesitaban, por razones económicas, territorio

adicional (Idem. P. 121).

Hablar de una cultura como la cultura Inca intentando hacer una

descripción muy detallada, es algo muy complicado, dada la

complejidad de la situación, ya que se trata, no de una simple

sociedad primitiva, sino de una compleja sociedad con una

civilización madura. En su organización se integran usos,

costumbres, valores, técnicas, desarrolladas, incluso,

anteriormente. Y no siempre los logros de períodos anteriores se

incorporan a la civilización, como ya lo hemos visto, como es el

219

caso del extraordinario avance en las artes decorativas y la

técnica, aplicadas a la cerámica. Podría decirse, que la cultura

inca, igual que tantas otras, son la expresión de un camino

asumido por los hombres colectivamente, no necesariamente

conscientemente, de mano de grandes conductores, o después de

sesudas reflexiones.

Sea como sea, el Imperio Inca se dio tal como sabemos que

ocurrió. Como cultura, es la culminación de un proceso que se

inicia miles de años atrás. Sus emperadores son la expresión viva

de la autoridad forjada en el medio humano creado dentro del

contexto de ese proceso cultural particular. Sólo dentro de él se

explican apropiadamente como fenómeno social. Obviamente ello

desborda los límites de espacio en este trabajo, por lo cual

volvemos a reiterar la necesidad de tratar puntualmente aspectos

básicos de la civilización inca y así entender el desarrollo de la

vida humana dentro de su contexto, así no sea con la perfección

que fuera de desearse. Veamos pues algunos de esos aspectos

básicos:

14.2.0 LA VIDA ECONÓMICA

La sostenibilidad de la sociedad Inca se demuestra por su propio

testimonio: Ella e da en medio de una relativa prosperidad. Los

tesoros y las ciudades, la infraestructura productiva hallados por

los españoles lo muestran también, a su manera. No sólo ha

logrado sobrevivir, sino que ha creado una cultura comparable a

las más avanzadas, dentro de su nivel de madurez, en el mundo.

14.2.1 LA CAZA Y LA PEZCA

En la época del Imperio, los animales salvajes, principal sustento

de los pueblos primitivos eran ya escasos. Salvo la pesca en la

Costa podía figurar como renglón importante de la ocupación

aborigen. La caza, para personas particulares estaba prohibida,

igual que sucedía en la Europa medieval. Sin embargo, los

animales salvajes no estaban reservados para el deporte de la caza

de los nobles, sino que eran considerados como propiedad del

220

Estado. Periódicamente se efectuaban grandes cacerías en las que

disfrutaban, tanto el emperador como los plebeyos. En una de

dichas cacerías, celebrada después de la Conquista, se relata que

participaron unos 10.000 quienes, formando un cerco de unos

cincuenta o cien kilómetros de circunferencia, iban obligando a

los animales a reunirse en el centro. Se dice que mataron 11.000

animales y, que con la previsión propia de los peruanos, se

dejaron en libertad muchos más, - incluyendo todas las hembras -,

para que se multiplicaran y perpetuaran. La carne se secaba y la

mayor parte se distribuía entre el pueblo. Parece ser que cada

provincia estaba dividida en cuatro zonas, en cada una de las

cuales se celebraban cacerías comunales cada cuatro años (Idem.

P. 137).

Las principales presas en este género de cacerías eran el ciervo, el

guanaco y la vicuña. Esta última, una vez esquilada su finísima

lana, era puesta en libertad. Pero a todos los animales

depredadores, como los osos, los pumas, y las zorras, se las

mataba. Para la captura de animales más pequeños, como la

vizcacha, un roedor de gran tamaño, se utilizaban redes y trampas,

y en la caza individual, se usaban hondas, bolas y cachiporras

(Idem. P. 137).

La pesca sólo tenía valor en la Costa y en el lago Titicaca. En los

ríos y lagos pequeños, los peces eran pocos y pequeños para

representar un papel importante en la economía indígena.

Indudablemente algunos pueblos de las cercanías del Lago

Titicaca, en los primeros tiempos como lo hacen todavía ahora,

particularmente aymará y urus, vivían de la pesca. Utilizaban

redes de tipos diferentes, así como arpones, pero no conocían

otras técnicas, como el anzuelo, el sedal, los cañales, las trampas

ni el veneno. En la Costa, desde luego, la pesca era muy

importante y constituía, con los mariscos que se recogían y la

caza de otros animales del mar, una gran parte de la dieta

indígena. Parece muy probable, que en aquella época, en estas

zonas del litoral, se conocieran la mayoría de las técnicas actuales

de pesca.

221

14.2.2 LA CRÍA DE ANIMALES DOMÉSTICOS.

Los peruanos fueron más afortunados que los demás pueblos

americanos, por el hecho de que en su región montañosa se

criaban animales grandes que podían domesticarse con relativa

facilidad: Los camélidos americanos. Hay de ellos cuatro

especies: La llama, la alpaca, la vicuña y el guaco. Los dos

primeros son relativamente grandes y pueden domesticarse; los

dos últimos son más pequeños y sólo se encuentran en estado

salvaje. Incluso, la llama y la alpaca no pueden compararse nunca

con los camélidos del Viejo Mundo ni en tamaño ni en fuerzo. Sin

embargo tienen otras cualidades, como su lana, corta y áspera en

la llama, pero muy fina en la alpaca. El guanaco se cazaba por su

carne pero la vicuña se capturaba para esquilar su hermosa y fina

lana, para soltarla luego y dejarla en libertad. Las llamas eran

especialmente útiles como bestias de carga. Muy rara vez se

sacrificaban para comérselas. Sólo se esquilaban después de

muertas (Idem. P. 140).

Dada la seguridad con que pisan, a su resistencia y a su capacidad

para pasarse mucho tiempo sin agua, las llamas resultaban muy

útiles en grandes recuas para mover carga. Además, tenían la

ventaja que se alimentaban de la hierba que nace en las tierras

altas o punas, que no son apropiadas para la agricultura. No

cargan mucho peso, solo unos 45 kilogramos y no deben hacerse

caminar más de 15 a 20 kilómetros por jornada. El peso de un

hombre las cansa y se niegan a caminar. En tiempos de los incas

la carga se movía en recuas de cientos de llamas. A cada cien

llamas se les asignaban 8 arrieros. Las llamas empiezan a ser

útiles a los tres años y no pueden trabajar más de diez. En las

leyes incas, era considerado el sacrificio de las llamas hembras

como un crimen (Idem. P. 141).

En tiempos de los incas pocas de las alpacas y de las llamas eran

de propiedad particular y se habían matado la gran mayoría de los

animales salvajes, por lo cual la única carne al alcance del pueblo

ordinario era el cuyo o curí (conejillo de Indias). A su cría se

222

dedicaban casi todas las familias, se multiplicaban rápidamente,

comían desperdicios de cocina y de cosechas, son limpios e

inofensivos y su carne es de buen gusto. Criaban también el pato

salvaje que había sido domesticado pero del cual se sabe muy

poco. Se conocía también una variedad de perro cuyos

antepasados seguramente habían traído los nómadas antiguos y

habían desarrollado características muy especiales: Tenían trompa

muy puntiaguda, cuerpo grueso, patas cortas y cola enroscada, se

alimentaban regularmente de carroña. Otros pueblos americanos

acostumbraban engordarlos para comerlos, pero los incas tenían

repugnancia de ello (Idem. P.141).

14.2.3 LA AGRICULTURA

La base de la antigua economía peruana era la agricultura.

Aunque, como hemos visto también se comía carne, su dieta era

casi exclusivamente vegetariana.

En las tierras altas, en la gran meseta situada a 4.250 metros sobre

el nivel del mar, solamente podían cultivarse papas y otras

cuantas cosechas poco conocidas fuera del Perú. Entre ellas están

la quinoa, la oca, el ulluco, el añu, la mashua, el lupín, y la

cañigua, que constituyen la base alimenticia de los habitantes de

las tierras altas. El maíz, que en el Perú crece hasta altitudes de

3.300 metros sobre el nivel del mar, era el alimento base de los

pueblos de clima medio. El maíz, el chile, varias clases de

calabaza, los frijoles, el camote, el cacahuete, el aguacate, y la

yuca o mandioca, se cultivaban en los climas cálidos (Idem. P.

138),

El Perú antiguo, se considera, ha sido uno de los centros más

importantes del mundo para la domesticación de plantas, y los

vegetales peruanos, desconocidos en Europa hasta después de la

Conquista, han enriquecido enormemente la economía agrícola

moderna. Entre los productos que más han contribuido a ésta,

están la papa blanca o “irlandesa” y la coca, que han sido

tradicionalmente especialidades de la región andina (Idem. P.

138).

223

Las punas, que son las praderas de las mesetas altas, son

inadecuadas para la agricultura pero se utilizaban en el pastoreo.

Los campos cultivados se encuentran en los valles protegidos y

con más agua. Estos valles tienden a ser estrechos y de laderas

empinadas, de modo que hay muy poco terreno plano. Ello hizo

necesario la construcción de terrazas escalonadas con la ayuda de

muros de contención construidos en piedra. Algunos valles tenían

tantas terrazas que es usual que se los compare con las terrazas de

ladera de los arrozales malayos. Tales andenerías, que se

conservan aún en los valles de Urubamba, y en Yucay, en Pisac y

Ollantaytambo, son típicas. Las terrazas además de posibilitar el

cultivo de las laderas, ayudaba a regular el flujo de agua y

controlaban la erosión. Estas grandes obras fueron planeadas, sin

duda, por ingenieros de oficio y realizadas por grandes

contingentes de hombres en tiempo relativamente corte, lo que

hace pensar que debieron ser construidas con mano de obras

obtenida por medio de la mita en los últimos tiempos del Imperio.

El agua era distribuida a las distintas terrazas, por medio de pasos

y canales de riego. Las fuertes pendientes favorecían el riego

artificial y era muy frecuente que se acudiera a él. Estos canales,

que eran revestidos de piedra, y cuya pendiente se diseñaba según

el volumen de agua que se pretendía transportar, lo hacían a

distancias de varios kilómetros (Idem. P. 138).

Como en cualquier país tropical, las estaciones se diferenciaban

más, con referencias a las lluvias que a la temperatura. Estando el

Perú en el hemisferio sur, las estaciones corresponden a épocas

distintas de las del hemisferio norte. El invierno que es la estación

lluviosa, abarca de diciembre a marzo. El verano, que es la

estación seca, va de abril a noviembre. En agosto, a mediados de

la estación seca, se empezaba, como hoy, la faena de labrar la

tierra y se plantaba el maíz tempranero. Las papas se sembraban

más tarde, justo antes de comenzar las estación de lluvias. Un

gran festival precedía la tarea de roturar la tierra. En los campos

destinados al sostenimiento del Culto y los sacerdotes y las

labores se hacían con el acompañamiento de cánticos. Marido y

mujer trabajaban en parejas: Se le asignaba a cada familia, para

224

ese propósito, una larga faja de tierra. A todos los trabajadores se

les suministraba chicha. El Cuzco se celebraba un festival público

con sacrificios y gran jolgorio, y los sacerdotes del Sol ayunaban

desde que se empezaba a sembrar hasta que aparecían los

primeros brotes. El comienzo de la estación de las lluvias se

esperaba con gran ansiedad, y si se atrasaba se hacía todo lo

posible para inducir a los dioses, y en especial, al dios del

Trueno, a que enviaran la ansiada lluvia. La gente se vestía de

luto, y marchaba gimiendo de pueblo en pueblo. Se ataba a las

llamas y a los perros negros para que gritaran de hambre y de sed,

y a los alrededores se regaba chicha con la esperanza de atraer así

las simpatías de las deidades (Idem. P. 139).

Durante la estación lluviosa se cuidaba con afán los campos,

cultivándolos, desyerbándolos, y vigilándolos, para mantener

alejados a los animales depredadores. Si, desde la casa en que

vivía la familia era imposible la vigilancia, se construía una choza

cerca del campo desde la que se mantenía una vigilancia

constante. Era frecuente que el campesino fuese relevado por la

mujer durante las noches. A pesar de la severidad de las leyes, era

necesario protegerse de los ladrones, tanto humanos como

animales. La estación más alegre era la estación de la cosecha,

como es natural. El maíz temprano se recogía en enero, las papas

en junio. Una vez recogido el maíz se descapachaba y se

almacenaba en las casas, con el acompañamiento de cánticos,

danzas alegres y ceremonia publicas. No se usaba la simbiosis

característica de la agricultura del Viejo Mundo, entre la

ganadería y la agricultura, con base en el estiércol y la orina que

aportan el fertilizante. Ello no era tan esencial para los peruanos

ya que las llamas no eran tan abundantes y casi todo el estiércol

de ellas era utilizado como combustible. Sin embargo, como

también ocurre hoy, el estiércol de llama se pulveriza y se usa

también como abono. Los agricultores de la Costa tenían acceso

al “guano”, que es el excremento de grandes colonias de aves

marinas y lo usaron en grandes cantidades. También se usaban las

cabezas de los pescados..

225

La llama, por supuesto, no se podía usar como animal de tiro.

Probablemente su papel como animal de tiro no ofrecía

expectativas mayores, comparables con las del buey o el caballo,

o aún con las de un hombre, trabajando con herramientas

manuales. Por lo tanto, no se conoció algo como el arado, ni

siquiera de chuzo, como sí ocurrió en los pueblos del Viejo

Mundo. La agricultura se hacía con herramientas manuales. El

instrumento principal era una fuerte pala de madera, la tacilla, a la

que, a veces, se llama arado de pié. Los terrones se deshacían con

una especie de mazo consistente en un grueso palo con un pesado

anillo de piedra en el extremo. Un azadón corto con paleta de

bronce completaba la lista de los utensilios de labranza. Las dos

últimas herramientas eran utilizadas especialmente por las

mujeres. Con estos medios, la rotura y preparación del terreno

para la siembra eran labores verdaderamente duras. Este tipo de

agricultura aborigen todavía perdura, con algunos ligeros cambios

entre los quechuas y los aymaras de las tierras altas peruanas y

bolivianas. Dentro de esos cambios podría pensarse en las

herramientas manuales de acero, como el azadón actual, el

machete y otras (Idem. P. 139).

14.2.4 LA PREPARACIÓN DE LOS ALIMENTOS

El modo de preparar los alimentos difería en las tierras altas y en

la Costa, como es obvio, por ser diferente la base alimentaria.

Cuando era necesario, se hacía el fuego con un “taladro de

madera” de manera muy poco diferente a como lo hacían los

antepasados y como lo hacían en aquellos tiempos los primitivos

pobladores de la selva amazónica. Casi todos los utensilios

culinarios eran rudimentarios. Casi todos los alimentos se cocían

en vasijas de barro colocadas directamente sobre el fuego o se

asaban. Las sopas y los guisados constituían las formas más

usuales de preparar la comida. Uno de los platos principales lo

constituía la harina de quinoa u oca cocida con agua. El maíz no

se cocía para molerlo después y hacer masa como en México, sino

que los granos secos se trituraban hasta convertirlos en harina,

como se hace en los Estados Unidos. Los incas lograban esto con

un molino de piedra. El molino era formado por dos piedras; una

226

piedra delgada, más o menos con la forma de la mitad de un

cilindro; era grande y pesada y oscilaba sobre otra plana. La

harina resultante se cocía de varias maneras, pero el maíz se

comía niño directamente en la mazorca, cocido o asado. La

levadura era desconocida, igual que en toda la América indígena,

y no se elaboraba ningún producto semejante al pan europeo. La

sal se chupaba, no se le agregaba a los alimentos (Idem. P. 142).

En las tierras altas donde el producto básico eran las papas, se

conservaban éstas dejándolas congelar. Cuando se descongelaban

las prensaban para que perdieran el agua tanto como fuera posible

y las dejaban secar. Este producto se llamaba antes y se le llama

hoy chuñu. La carne se conservaba cortándola en tiras delgadas

que también se dejaban secar y luego se machacaban. La carne

seca así, se llama en quechua – español charqui. El pescado y

otros alimentos suculentos también se secaban para su

conservación. El maíz y otros alimentos relativamente secos se

almacenaban en las casas o en graneros especiales (Idem. P. 142).

Se cocinaba por lo general al aire libre si el tiempo lo permitía

(hay que recordar que en casi toda la región llovía muy poco),

aunque muchas casas tenían hornillo de barro o piedra muy

parecidos a los de las cocinas típicas europeas, y se prendían dos

veces al día, teniendo en cuenta que la costumbre era la de comer

dos comidas, la una en la mañana y la otra a finales de la tarde.

Dentro de las vasijas que se usaban para comer las había de barro,

como para cocinar, pero también de calabaza, de madera y de

otros materiales. Los nobles incas comían en vasijas de oro y

plata. (Idem. P. 142).

En la región andina, desde los tiempos más remotos hasta el

presente, ha sido universal la costumbre de masticar coca

(Eritroxilon coca) por los varones. La planta es natural de estas

tierras y es la materia prima de la cocaína. Se mastica junto con

un poco de cal con lo cual se libera el alcaloide de las hojas. Las

hojas se recogen y se dejan secar para luego empacarla en bolsas.

La cal se obtenía y se obtiene hoy de conchas calcinadas o de los

tallos quemados de ciertas plantas; una vez preparada la cal se

227

empaca en una calabaza y se aplica con una espátula. La técnica

de uso es muy semejante a la de la nuez de betel en Malaya, y es

muy posible que exista una conexión histórica entre ambas

costumbres. Esta droga alivia el cansancio, el hambre y la sed, y

por consiguiente desempeña una función importante en la vida de

un pueblo que se ve obligado a trabajar duramente y a una altura

sobre el nivel del mar muy elevada, en donde escasea el oxígeno.

Parece ser que en los días del Imperio Inca no se abusaba de ella.

Por lo menos entre las clases más humildes, puesto que les estaba

prohibido su empleo, a no ser en casos especiales, lo que hace

sospechar que se trataba de un monopolio del gobierno, ya que, de

otro modo, la prohibición difícilmente hubiera sido efectiva. Mas

tarde esta prohibición fue levantada y el vicio de masticar coca

llegó a constituir un verdadero problema social, y no cabe duda de

que su abuso ha contribuido sensiblemente a la decadencia física

de los pueblos andinos modernos (Idem. P. 142).

Sin embargo, el uso y el abuso de la coca son, en gran parte

resultado de la desnutrición habitual, pues en cierto modo puede

considerarse como un sustituto de los alimentos. Es muy probable

que la recuperación de condiciones adecuadas de nutrición pueda

significar para estos pueblos la reducción del consumo de coca.

La coca también se utiliza en el chamanismo, en las adivinaciones

y en los sacrificios. A la coca se le atribuyen caracteres divinos

(Idem. P. 143).

La chicha es una especie de cerveza. Se conoce desde los

primeros tiempos hasta el presente. Es una bebida embriagante

que se obtiene de maíz y de otras materias primas como la quinoa

y la oca. Generalmente la fermentación se logra con saliva,

trabajo que les corresponde a las mujeres por medio de la

masticación de l material. Este sistema parece ser el que se

empleó en el tiempo de los incas en el Perú. Entonces se

consumían grandes cantidades de chicha en diversas ceremonias y

era costumbre que los celebrantes se intoxicaran hasta perder el

sentido. Por desgracia hoy persiste la costumbre y en las grandes

reuniones comunales se bebe en abundancia aunque con una

228

actitud más hedonista y sin la sanción oficial que caracterizaba el

tiempo de los Incas (Idem. P. 143).

El tabaco no tenía entonces gran importancia. Se utilizaba en

pequeñas cantidades para fines medicinales como rapé y en

algunos rituales, pero nunca por placer. La daturina se empleaba

también aunque con menos frecuencia, también en el chamanismo

y algunos rituales. Una especie de rapé llamado villca, se

elaboraba a partir de las semillas molidas de unos árboles del

género piptadenia. Este rapé, que producía un efecto ligeramente

embriagante se aspiraba unas veces y otras se mezclaba con

chicha (Idem. P. 143).

14.2.5 EL VESTIDO

La indumentaria de los incas puede considerarse como típica de

todos los pueblos andinos y de la Costa, siendo la única de la cual

se tiene información relativamente detallada. En la época del

Imperio, se sabe que su empleo se imponía a los pueblos

conquistados. Las prendas halladas en las tumbas y las figuras

pintadas y modeladas en las vasijas Moche proporcionan valiosa

información al respecto de los trajes usados en la Costa. Sin

embargo, es importante tener en cuenta que en cada tribu, en cada

pueblo, en cada época, hubiera sido posible encontrar no pocas

singularidades características. Se sabe que en las tierras altas, en

las épocas más primitivas, la materia prima usual para hilar y tejer

era la lana; en las tierras bajas era el algodón. Sin embargo, el

comercio hizo posible una especie de racionalización del uso de

ambas fibras, en ambas regiones, penetrando el algodón en las

tierras altas y la lana en las tierras bajas. El comercio de ambas

fibras, particularmente de la primera, era monopolio del Estado, y

se distribuían regularmente al pueblo para que fueran hilados los

hilos, tejidas las telas y confeccionados en cada familia los

vestidos, según su respectiva necesidad (Idem. P. 143).

En todas partes la ropa se elaboraba con tejidos de distintos tipos,

siempre con piezas enteras de tela, nunca cortados o entallados y

cuando era necesario se sujetaban con grandes alfileres de metal.

229

Los vestidos de la aristocracia, la nobleza y la realeza eran

elaborados más cuidadosamente. Las prendas de vestir de la gente

humilde se hacían con tejidos más burdos (Idem. P. 144).

En los atavíos es importante diferenciar el atavío propio del

hombre y el propio de la mujer. La prenda de vestir indispensable

del hombre era el taparrabos, el cual, durante el trabajo o cuando

hacía calor, era lo único que se usaba. Estaba compuesto de una

tira de tela que se pasaba por entre las piernas y se sostenía en su

lugar por ambas extremidades, mediante un cinturón. Encima se

usaba ordinariamente una túnica sin mangas, formada por una

pieza de tela doblada y cosida, dejando libre el espacio para sacar

ambos brazos y con un corte en mitad del doblez para sacar por el

medio la cabeza. Se parecía a un saco invertido que llegaba casi

hasta las rodillas. Luego se usaba una especie de capa larga,

puesta sobre los hombros, con dos de las puntas anudadas entre sí

por el frente, En ocasiones, uno de los lados de la capa se pasaba

debajo del hombro para dejar el brazo libre para el trabajo. El

taparrabos, la túnica y la capa eran todos de tela bien tejida, con

adornos en colores. La capa variaba de calidad y de decorado,

según la posición social. Los incas usaban sandalias de cuero de

llama sin curtir, pero las investigaciones arqueológicas han

comprobado que en otros lugares se usaban de otros materiales

como diversas fibras tejidas. Los hombres, entre la túnica y la

capa portaban colgando una bolsa para la coca, amuletos y otras

pertenencias. Esta era una equivalencia de los bolsillos en los

trajes modernos (Idem. P. 144).

El traje de las mujeres era de una sola pieza que hacía de falda y

de blusa. Por la parte alta llegaba hasta el cuello y abajo llegaba

hasta los tobillos. Este traje consistía en un trozo de tela

rectangular que envolvía el cuerpo. El borde superior se sujetaba a

ambos los lados de la cabeza, sobre los hombros, con largos

alfileres de metal. La cintura se ceñía con una larga banda, ancha

y tejida con adornos. El equivalente de la capa del hombre, era en

la mujer un largo manto que se colocaba sobre los hombros y se

sujetaba por el frente con un largo alfiler de metal llamado topo.

Estos alfileres de cobre, oro o plata tienen grandes cabezas de

230

diferentes tipos, a veces en forma de animal o de figuras humanas,

pero con mayor frecuencia es en forma de disco, circular o

semicircular, con bordes afilados que pueden usarse como

cuchillo. Las mujeres usaban sandalias parecidas a las de los

hombres y cintas para sujetar su cabello, lo mismo que un pedazo

de tela doblada sobre la cabeza (Idem. P. 144).

Los peinados variaban mucho entre los hombres, según la tribu.

Los incas se recortaban el pelo y lo dejaban de corto adelante y

más largo atrás y los lados. Luego lo sujetaban con un cordel o

una estrecha banda tejida con adornos, Los aymarás, de las punas

más frías, usaban un gorro de tejido de punto de lana, como hoy

lo llevan la mayoría de los montañeses. Las mujeres no se

cortaban el pelo pero lo dividían por el medio de la cabeza y lo

tiraban hacia ambos lados, llevándolo colgado sobre la espalda.

Se lo cortaban únicamente en señal de duelo. La deformación del

cráneo era muy común en el antiguo Perú, pero la costumbre

variaba según la época y la región. Por ello los distintos estilos de

deformación craneana sirven como criterio arqueológico, además

de la cerámica, para clasificar los yacimientos encontrados. Al

parecer, sin embargo, los incas no practicaron esta costumbre en

tiempos del Imperio, aunque sí los aymaras, quienes preferían las

cabezas alargadas, y algunos pueblos más primitivos de la Costa

(Idem. P. 144).

Aunque en épocas anteriores se sabe del uso de pintura para la

cara, entre los incas solamente se usaba en ocasiones especiales y

principalmente, sólo “pintura de guerra”. Tal vez imitando a la

Naturaleza, eran los varones los que se engalanaban. Casi todos

los hombres se ponían adornos en las orejas. Las mujeres incas

solamente usaban collares y alfileres, como mencionamos, para

sujetar los mantos. Los nobles incaicos, por nacimiento o por

privilegio, usaban unos adornos circulares insertados en agujeros

abiertos en los lóbulos de las orejas, tan grandes, que los cronistas

al referirse a esta clase social solían llamarlos los “orejones”. Los

hombres usaban también brazaletes de metal y llevaban los discos

que se otorgaban como condecoración por el valor demostrado en

la guerra. Igual que collares hechos con los dientes de los

231

enemigos muertos en combate. En las ceremonias y en los

festivales, cada cual lucía los tocados más llamativos posible,

collares de plumas, y otras galas (Idem. P. 145).

14.2.6 EL CICLO DE LA VIDA DE LAS PERSONAS

No vamos a tratar este tema detalladamente. Vamos solamente a

puntualizar aspectos que pueden ser de interés, desde el punto de

vista de nuestro estudio, particularmente como es el caso de la

interferencia entre las diferentes esferas de la vida social, en el

tiempo y en las diferentes fases de evolución de la vida de las

personas.

Como ocurre en todos los pueblos hasta hace poco, entre los incas

los índices de natalidad y de mortalidad eran bastante elevados y

el índice de mortalidad infantil lo era más. La célula social era la

unidad familiar compuesta por un promedio de cinco personas.

Los niños, que nacían en abundancia eran bien recibidos. No se

conocían las prácticas anticonceptivas y el infanticidio era raro.

La madre desempeñaba sus labores domésticas hasta el momento

del parto y las reanudaba muy pronto después. A la mujer encinta

no se le permitía, por razones religiosas, andar por el campo y

tenía que confesar sus “pecados”, rogar por un parto feliz y, junto

con su marido, ayunar durante un breve período. Le ayudaban en

el alumbramiento mujeres vecinas expertas; no había comadronas

profesionales. Inmediatamente después del parto, la madre se

bañaba en algún arroyo y cortado, el cordón umbilical, se

conservaba. Hasta que el niño empezaba a caminar permanecía,

sin ser sacado nunca, en una cuna liviana con cuatro patas que se

colocaba en el suelo y podía ser llevada por la madre cargada a la

espalda cuando salía de casa, asegurada con un chal que se

cruzaba sobre el pecho (Idem. P. 146).

Eran acontecimientos muy importantes en la vida de la familia, el

momento del destete del niño, La pubertad en ambos géneros, la

presentación de la primera menstruación en la mujer, el

matrimonio y la muerte. El destete era motivo para una gran

reunión familiar dentro de un ambiente muy alegre donde se bebía

232

y se danzaba con regocijo. El tío de más edad le recortaba las

uñas y el pelo, los que se conservaban con sumo cuidado. Se le

ponía un nombre que solamente duraba hasta la edad adulta (Idem

P. 146).

Para los niños de las familias humildes no había escuelas ni se les

daba educación formal. Puesto que no se conocía la escritura poco

había qué aprender que no pudieran enseñarle sus padres en su

trato diario. Los hijos de los labradores, tan pronto como pudieran

andar, empezaban a ayudar a sus padres en la faena diaria y

aprendían así a ocupar su lugar en la comunidad. Los hijos de los

aristócratas y los rehenes de alto rango que residían en el Cuzco,

los segundos hijos generalmente de funcionarios extranjeros de

provincias nuevas asimiladas al Imperio, recibían alguna

enseñanza formal. Probablemente los hijos de los nobles incas

asistían también a esas escuelas o a algunas clases. Se dice que

allí impartían cuatro años de enseñanza. El primero estaba

dedicado al estudio del idioma de los incas, el segundo a su

religión, el tercero al estudio del quipu Y el cuarto a la historia de

los incas (Idem. Páginas. 146 y 178).

El la mayoría de las sociedades primitivas, sin escuelas, al

individuo se lo considera adulto muy joven, y éste se casa muy

pronto. Los cronistas no están muy de acuerdo en la edad en que

esto ocurría entre los incas. Garcilazo afirma que los hombres se

casaban a los veinticuatro años o más y las mujeres, entre

dieciocho y veinte años. Cobo, sin embargo dice que la edad para

dar esos pasos era aún menor. De todas maneras no se

consideraba adulta a una persona hasta que no se casaba, fundaba

su familia y quedaba bajo la jurisdicción que reglamentaba el

trabajo público. Puesto que en las sociedades con una gran

actividad guerrera y militar, la mortalidad masculina es bastante

alta, el número de mujeres excede al de los varones, entre los

incas se practicaba la poliginia e incluso se favorecía. Sin

embargo, por regla general era un privilegio de los aristócratas y

los ricos, pues el plebeyo no estaba en condiciones, normalmente,

de tener más que una mujer. Aunque el matrimonio, como acto

ceremonial, no era exigido por el Estado incaico, la organización

233

económica era tan excluyente, que no había lugar para los

hombres y las mujeres solteras. Todo el mundo estaba casado o lo

había estado. El divorcio esa desconocido, al menos en referencia

a la primera o verdadera esposa. La realización formal de los

desposorios era una función que correspondía al Estado. El

incesto no era tan rigurosamente regulado como entre nosotros y,

prácticamente inexistente en el caso de los altos personajes.

Varios de los últimos emperadores se casaron con sus verdaderas

hermanas y a los nobles se les permitía contraer matrimonio con

sus medio hermanas. Entre los plebeyos se permitía el matrimonio

entre primos carnales, pero les estaba prohibido el matrimonio

para grados más próximos de consanguinidad. (Idem. Páginas 147

a 149).

En la sociedad Inca, a falta de dinero, el prestigio de un hombre

era medido principalmente por el número de sus mujeres. Esto,

obviamente era un privilegio de unos cuantos hombres que eran,

naturalmente, los aristócratas. El emperador otorgaba concubinas

a sus favoritos y a sus generales victoriosos, y, él mismo, claro

está, contaba con el “harem” más grande (Idem. P. 149).

En la región de las tierras altas del Perú el culto a los muertos

tenía gran importancia. Ello contribuía a mantener unidos a

grupos sociales que tenían relaciones a través de las personas que

morían y restringía también las migraciones. Los cuerpos de los

antepasados, disecados y envueltos en telas, se conservaban

cuidadosamente y se veneraban. Era tal la reverencia que se les

dispensaba a los antepasados, que alguien malintencionado que se

apoderara del cuerpo de un antepasado, estaba en condiciones de

dominar completamente a los descendientes (Idem. P. 150).

14.2.7 LA ARQUITECTURA Y EL URBANISMO

El Perú es un país muy diverso: La Costa es seca y calurosa, y

escasea la piedra, las tierras altas y las montañas son frías, y hay

mucha piedra, la vertiente oriental calurosa y húmeda, tiene

maderas en abundancia. La vivienda, entonces se caracterizaba de

manera muy diferente en cada una de estas regiones. En la costa

234

se construía básicamente con adobe, en las tierras altas se hacía

con piedra y en la vertiente oriental con madera (Idem. P 152).

Las casas típicas de piedra o de adobe, eran rectangulares y por lo

general de una sola habitación. Los techos eran de dos aguas y

construidos en paja. Eran muy semejantes a las casas de los

campesinos de hoy. La mampostería era generalmente bastante

tosca, de piedras, por ejemplo, sin labrar. Los intersticios estaban

rellenos de barro y los muros tenían un empañete de barro lizo por

fuera. Las construcciones redondas eran muy raras y a veces,

cuando se construía así era para algún uso muy específico Las

casas no solían tener ventanas ni chimeneas. El humo del fuego,

cuando provenía del interior, salía por entre la paja del techo. La

única puerta de acceso era baja y pequeña. (Idem. P. 152).

Los ocupantes de las casas tenían poco mobiliario. Dormían sobre

pieles de animales o esteras tendidas en el suelo, envueltos en

mantas y con la misma ropa que usaban durante el día. No había

mesas, ni sillas, y probablemente, tan sólo un hornillo de piedra y

de barro. Debido a la falta de leña abundante el fuego era siempre

muy escaso. En las paredes del cuarto se hacían nichos en los que

se guardaban los utensilios y fetiches de la casa. A veces el

cuarto, cuando era grande estaba dividido, por medio de muros

divisorios, en varios cuartos pequeños. La puerta de ingreso a la

vivienda solía taparse con una estera o una piel. Parece muy

probable que en ninguna parte se haya usado el sistema de puerta

batiente. La habitación estaba desprovista de decoración y

adornos, pues los ocupantes, en particular los hombres, pasaban

casi todo el día fuera de casa. Las ropas y las herramientas se

colgaban de escarpias en las paredes. Los avíos caseros,

recipientes para almacenaje, ollas, cestos, utensilios de cocina,

calabazas, piedras de moler o morteros, esteras, y pieles, se

dejaban esparcidos por la casa y en el desorden tal, pululaban los

parásitos de todo tipo (chinches, piojos, niguas, garrapatas,

pulgas, etc.). No obstante, por miserable que fuera esta vivienda,

no era mucho más incómoda que las casas típicas de los

campesinos europeos de la misma época (Idem. P. 152).

235

Por lo general, las familias extensas, o sea los grupos familiares

conformados por los padres, los hijos con sus esposas e hijos, etc.,

ocupaban varias casas de este tipo, las cuales seguían, por lo

general, una disposición rectangular alrededor de un área central,

a la cual también daban algunos almacenes y otras construcciones

semejantes. Los conjuntos de este tipo solían estar rodeados de un

muro, también rectangular por lo general y con una sola entrada.

El muro podía ser de piedra o adobe pero también los había de

una especie de turba. Un grupo de estos conjuntos dispuestos de

manera irregular formaba una aldea (Idem. P. 153).

Los edificios públicos, en especial los del Cuzco, y de épocas

posteriores eran, desde luego, construcciones muy superiores.

Tenían excelente mampostería de piedra y muy restringido el uso

de adobe. Sin embargo, aún aquellos edificios solían techarse con

paja. Algunas construcciones tardías, especialmente cerca del

Lago Titicaca y en las tierras altas del Norte, se techaban con

grandes lozas de piedra. Algunas de esas construcciones tenían

ventanas. A pesar de todo, este tipo de construcciones era

desconocido en el Cuzco (Idem. P. 153).

Las pirámides escalonadas con un templo en la cúspide, tales

como se conocen en México, existen en el Perú, pero no

constituyen el rasgo característico de la arquitectura peruana

monumental. En la arquitectura incaica no existe ningún ejemplo

de ésta. Sin embargo, hay algunas pirámides que datan de los

primeros tiempos de las culturas peruanas, como ya se vio antes,

especialmente en el norte, durante el período Moche, en que se

construyeron enormes pirámides de adobe. Cada una de estas

pirámides con su templo en la cúspide, representaba un centro

ceremonial. El gran “Templo del Sol” en Moche, ya ha sido

descrito. La gran Pirámide del Sol, en el famoso centro de

Pachacamac, ocupa unas cinco hectáreas de superficie y se alza a

una altura de 23 metros. Sin embargo las características

arquitectónicas de las pirámides de la Costa difieren bastante

(Idem. P. 153).

236

En períodos más resientes ya no se buscaban lugares aislados de

las poblaciones para centros ceremoniales, ya que se establecían,

entonces, en edificios o en grupos de construcciones dentro de las

ciudades. Todas las poblaciones incaicas importantes tenían un

templo y sus sacerdotes. El gran centro ceremonial del Cuzco era

el Coricancha y estaba en la plaza principal. La planta y las

dimensiones originales son de difícil determinación ya que los

españoles lo arrasaron y construyeron sobre sus ruinas el

Monasterio de Santo Domingo, aprovechando como bases, sus

muros. Las cifras que dan los diferentes cronistas difieren

considerablemente. No obstante, se sabe que consistía en un

inmenso cuarto, la Sala del Sol, y otros edificios más pequeños.

Rowe calcula, por los restos que aún se conservan, que el salón

principal medía 28 metros de largo por 14 de ancho (Idem. P.

153).

Aunque casi todos los edificios peruanos constan de un solo piso

se sabe que había edificios de dos y hasta de tres pisos. Estas

construcciones no son escalonadas como los indios Puebla de

Norteamérica, sino que el segundo piso está construido

directamente sobre el primero. El techo de las habitaciones

interiores formado por lozas constituye el piso del segundo nivel.

Los edificios de varios pisos eran más corrientes en la época pre –

incaica, en las tierras altas, donde también se han encontradas

casas subterráneas, incluso de dos niveles (Idem. P. 154).

Los edificios más grandes, más impresionantes y los que mejor se

han conservado, son los incaicos. Estos fueron construidos con

mano de obra del Estado, y probablemente proyectados por

arquitectos oficiales. Estos y los albañiles eran profesionales

mantenidos por el gobierno. La mano de obra era obtenida por

reclutamiento forzoso. Los arquitectos, que no disponían de papel,

trabajaban con modelos de barro o de piedra (Idem. P. 154).

Hasta hace algún tiempo se pensaba que la mampostería

megalítica, a base de enormes piedras de forma y tamaño

irregulares, pertenecía a los tiempos preincaicos correspondientes

al período de Tiahuanaco, mientras que la mampostería de

237

bloques de piedra relativamente uniformes, en tamaño, colocados

en hileras regulares, era típica del período Inca. Sin embargo,

ahora se sabe que los incas usaron ambas clases de mampostería

en casi todos sus grandes edificios en la región del Cuzco,

incluyendo Sacsahuamán, Ollantaytambo, Machu Picchu, y el

Cuzco, los cuales pertenecen al último período Inca. Entre estas

obras figuran algunos de los ejemplos más notables de

mampostería megalítica, así como de muros de hilados regulares,

o de piedra sin tallar ligada con arcilla, del tipo conocido como

mampostería pirca. Algunas de esas estructuras fueron

construidas después de 1440 por Pachacuti y algunos de sus

sucesores (Idem. P. 154).

Los canteros incaicos utilizaban principalmente tres clases de

piedra, que cortaban y colocaban de modos diferentes, de acuerdo

con el tipo de estructura. Para los cimientos, las terrazas, y los

muros de retención se utilizaba piedra caliza de Yucay. Con ella

se construyeron las grandes murallas de Sacsahuamán. Esta piedra

caliza se cortaba siempre en bloques poligonales. Cuando se

requerían muros de retención de excepcional solidez, se utilizaba

pórfido diorítico verde de Sacsahuamán, tallado también en

bloques poligonales. Para la mampostería rectangular regular, que

solía hacerse de tamaño uniforme y se colocaba en hileras

regulares, los incas empleaban andesita negra y de esta piedra son

las construcciones más importantes del Cuzco. Las canteras más

próximas están a entre 15 y 35 kilómetros (Idem. P. 154).

En todo caso, no hay en América una estructura arqueológica tan

impresionante para el visitante como el Fuerte de Sacsahuamán.

Supera todos los presupuestos de la imaginación más fértil. Se

piensa hoy, que, más que un fuerte para proteger al Cuzco, era un

lugar seguro para se4rvir de refugio a los habitantes de la Ciudad

en caso de ataque enemigo. Con una longitud de 540 metros, las

tres murallas escalonadas alcanzan una altura de 18 metros. Cada

muralla está formada por una serie de ángulos entrantes y

salientes, de manera que recuerdan los dientes de una sierra. La

muralla inferior, que da a una plaza plana, es la más alta, está

construida con los monolitos más grandes y es la más

238

impresionante. Según informes existentes, el mayor de aquellos

monolitos tiene 4.2 metros de ancho, 3.6 metros de espesor y 8

metros de altura; según eso, debe pesar unas 200 toneladas. La

tarea de hacer la extracción en la cantera de una piedra de

semejante tamaño, darle forma, transportarla y colocarla en su

puesto representa una difícil labor aún en nuestro tiempo. Sin

embargo, de cualquier forma que fuera, se logró. Esta enorme

muralla está atravesada en tres lugares por pasos fácilmente

defendibles. En la ancha terraza que remata en la parte más alta

había edificios, torres y depósitos de agua para la población

sitiada, pero todo, menos las piedras de los cimientos, fue

utilizado por los españoles para construir sus casas en el Cuzco

(Idem. P. 155).

Se cree generalmente que el ajuste final de la mampostería se

hacía después de colocar las piedras en su lugar, frotando las

recién colocadas con sus vecinas, probablemente poniendo arena

en los intersticios. De todas maneras, fuera cualquiera el método

usado, es tan perfecto el ajuste logrado que no permite que se

inserte ni la hoja afilada de una navaja delgada; tampoco era

necesario emplear algún tipo de mortero. Las aristas de los

bloques se biselaban para obtener un efecto artístico.

Naturalmente esta observación no se refiere a la mampostería

tosca que se hacía en piedras sin labrar (Idem. P. 155).

Con excepción de las esquinas, el aparejo de la mampostería no

era muy regular, pero parece que se cuidaban de evitar junturas

largas y débiles. En las construcciones de adobe se cuidaba más el

aparejo, alternando hiladas de piezas colocadas con la mayor

dimensión paralela al paramento con hiladas de piezas con la

mayor dimensión perpendicular al mismo. La bóveda auténtica no

se conocía y la “falsa bóveda” construida a base de piedras

saledizas, solamente se usó en cámaras pequeñas. En los muros de

mampostería se usaban dinteles de piedra sobre puertas y

ventanas, pero en los edificios de adobes, aquellos eran

sustituidos por haces de estacas atadas con cuerdas y cubiertas de

barro (Idem. P. 156).

239

El tipo de adobe usado en la construcción varía

considerablemente según la época y la región, hasta tal punto, que

no pocas veces se usa este criterio para diferenciar las distintas

eras de evolución cultural. Los adobes de épocas más primitivas,

se los formaba a mano; los de épocas más recientes, en especial

los adobes fabricados por los incas, se elaboraban con la ayuda de

moldes rectangulares. En la Costa, según la época y la región, se

hicieron adobes de forma cónica, hemisférica, cúbica y de otras

formas. Los adobes incaicos tienen por término medio, un tamaño

de 80 centímetros de largo, por veinte de alto y veinte de ancho

(Idem. P. 156).

En las estructuras de mampostería y sobre todo en los muros de

contención, sólo se daba un acabado cuidadoso a la cara visible

del muro; la cara posterior quedaba irregular. Los muros con dos

caras visibles solían tener en el centro un relleno de cascajo. Por

regla general, las caras de los muros tenían inclinación. Las

puertas, nichos y otras aberturas de los edificios incaicos eran

trapezoidales, es decir, eran más estrechas en la parte superior que

en la parte inferior. Las esquinas están siempre hechas con

especial cuidado, y la mampostería se refuerza con salientes que

mejoran , aún más, la firmeza que se consigue con la simple

trabazón de los bloques contiguos (Idem. P. 156).

Salvo la mano de obra, casi indefinida, eran muy pocos los otros

recursos mecánicos con que contaba los incas para el transporte

de sus grandes bloques. Podían hacer cuerdas de fibra tan fuertes

como se deseara y se conocía el principio de la palanca, y tal vez

(lo propone Mason, pero no parece muy convincente porque en

América no se conocía la rueda, y, por lo tanto sus aplicaciones),

incluso el del cabrestante o malacate. Los bloques macizos se

arrastraban sobre rodillos de madera, y para ayudar a colocarlos

en posición, se utilizaban, probablemente, rampas de madera

(¿Acaso estaban próximos a desarrollar la idea de la rueda?). Con

el fin de facilitar la tarea mover los bloques de piedr4a, se

aprovechaban algunas de sus protuberancias o se hacían huecos

en ellos (Idem. P 155).

240

14.2.8 OTRAS OBRAS DE INGENIERÍA:

CAMINOS, PUENTES Y OBRAS DE RIEGO

Los caminos, pavimentados o no, debieron ser un elemento de

desarrollo importante de las culturas andinas desde los tiempos

más antiguos. Sin embargo, la arqueología no ha encontrado

indicios de ningún camino preincaico. Parece ser que fueron los

incas quienes contribuyeron con ellos al alto desarrollo al que

llegó su cultura. En este aspecto, los incas muestran una gran

semejanza con los romanos, pues ambos pueblos necesitaban

caminos para el transporte rápido de las provisiones necesarias

para abastecer a sus ejércitos conquistadores y para la pronta

transmisión de informes y órdenes. Ambos imperios construyeron

caminos hasta los confines de los territorios conquistados. Se

diferenciaban en que los incas, al no poseer vehículos de ruedas y

caballos, no necesitaban pavimentos tan fuertes ni puentes tan

resistentes; en tramos pendientes podían utilizar, incluso

escalones. Sin buenos caminos habría sido casi imposible

conquistar regiones tan distantes del Centro, la Ciudad del Cuzco,

ni administrarlas eficazmente, después de su conquista. Losa

caminos incas causaron admiración entre los españoles, quienes

los utilizaron sin cesar en los días posteriores a su llegada y los

han descrito con todo detalle (Idem. P. 156).

En 1955 Víctor W. Von Hagen recorrió y estudió los antiguos

caminos incaicos. De allí se deducen algunas de las siguientes

observaciones:

A lo largo de estos caminos, a intervalos regulares, el gobierno de

los incas construyó unos albergues llamados tambos. Sólo eran

utilizados por personas que viajaban por asuntos oficiales, de

manera que difícilmente podrían considerarse “posadas” (a los

ciudadanos plebeyos les estaba prohibido viajar). A distancias

correspondientes a un día de viaje había otros albergues; estos

eran más sencillos, y en las ciudades sobre el camino se

encontraban otros, grandes y elegantes: Eran los “tambos reales”,

dotados de lujoso mobiliario, en previsión de posibles visitas del

emperador. Cada tambo estaba provisto de un almacén con

241

alimentos, y el equipo necesario y era administrado por

funcionarios de la localidad. En muchos caminos se colocaron

mojones o marcas a distancias iguales a la unidad de longitud o

topo, que equivalía a unos 7 kilómetros (el mismo nombre se

aplicaba a una unidad de superficie y a un alfiler que se utilizaba

para prender el chal) (Idem. P. 157).

La red de caminos era inmensa. Había dos caminos de norte a sur,

uno a lo largo de la Costa y otro que atravesaba las tierras altas.

Estas dos calzadas estaban cruzadas por caminos transversales,

mientras que otros caminos de menor importancia conducían a

todas las aldeas del Imperio. La calzada costera partía de Túmbez

y siguiendo el litoral pasaba hasta Arequipa, y es posible que

llegara, incluso, a Chile; pero este último tramo no se conocía

bien o se recorría muy poco. La vía más larga, de las tierras altas

empezaba en el río Ancasmayo, en la frontera con Colombia, y

seguía hacia el sur hasta el Cuzco; continuaba luego hasta

Ayavire, donde se bifurcaba en dos ramales que rodeaban el Lago

Titicaca; seguía después hasta Tucumán, en lo que es hoy el

noroeste de Argentina. Desde este lugar salía un ramal que pasaba

por Coquimbo, en la costa de Chile, siguiendo luego hacia el sur

hasta llegar a lo que hoy es la región de Santiago. Otro ramal iba

desde Tucumán hasta Mendoza, Argentina. Un camino transversal

enlazaba a Túmbez con la calzada de las tierras altas, y otros

caminos unían al Cuzco con Nazca, u con Arequipa. Por el este

había caminos que llegaban hasta el borde de la selva amazónica

(Idem. P. 157).

Desde el punto de vista de la ingeniería, los caminos de las tierras

altas fueron obras más notables que los caminos de la Costa por lo

escarpado del terreno en algunos lugares. Aunque siempre que era

posible seguían una línea recta, lo mismo que el camino romano

ideal, zigzagueaban al subir las grandes pendientes donde, a

menudo, la calzada era sustituida por escalones. Eran de un ancho

medio de un metro y tenían muchos tramos pavimentados.

Salvaban las zonas pantanosas sobre calzadas secas, cruzaban los

ríos sobre puentes y para cruzar algunas montañas había túneles.

En algunos lugares los caminos estaban flanqueados por muros.

242

Las calzadas consistían en obras de terraplenado pavimentadas

con lozas de piedra y tenían anchos mayores, de 4.5 a 6 metros y

a veces alturas de 1 a 2 metros En la Costa los caminos eran muy

rectos y de mayor anchura: Medían entre 3.5 a 4.5 metros. En los

desiertos arenosos consistían simplemente en líneas de postes que

señalaban la ruta, pero cuando cruzaban los valles densamente

poblados y con agua abundante, tenían muros a los lados que

frecuentemente estaban adornados con dibujos, e hileras de

árboles de sombra alimentados con regadío con agua de algún

arroyo vecino (Idem. P. 157). Los terrenos accidentados y rocosos

exigían, obviamente las técnicas utilizadas en las tierras altas

(Idem. P. 157).

Los ríos, según sus dimensiones se cruzaban a través de puentes

de diferentes tipos. Los más pequeños se construían con troncos o

grandes piedras sostenidas con estribos de mampostería; los que

cruzaban los ríos más grandes lo hacían por medio de puentes

flotantes en pontones hechos con balsas o canoas de madera. Uno

de esos puentes de pontones parece ser que era utilizado para

cruzar el río Desaguadero, cerca del Lago Titicaca. Pero el tipo de

puente que ha llamado más la atención fue el puente colgante, que

por lo general se utilizaba para salvar barrancas estrechas y

profundas. Estos puentes se construían, tendiendo a través del

espacio que se iba a salvar cinco grandes cables que se anclaban

firmemente en una viga empotrada en pilas de mampostería en

cada uno de los extremos.- Los cables eran de fibra trenzada o

torcida, de bejucos o de ramas flexibles, largas y delgadas: De

estos cables, tres formaban el piso, el cual se mantenía plano con

la ayuda de piezas de madera cruzadas y esteras o barro, y los

otros dos, con bejucos entre ellos y el piso, servían de pasamanos.

Como no se usaban retenidas para fijar estos puentes, el viento los

combaba y balanceaba. Sin embargo, eran lo suficientemente

seguros para los peatones y las llamas. La idea de colgar de cables

un piso derecho y plano, como ocurre en los puentes colgantes

modernos, nunca se les ocurrió a los incas. Tales puentes se

reparaban cada año, y ésta era la tarea , mas el deber de

conservarlos, eran la contribución de trabajo impuesta a todos los

vecinos. Cobo nos describe uno de estos puentes que él cruzó en

243

Vilcas, y que tenía una longitud de 60 metros (Idem. P. 158).

El riego se practicó en el Perú desde tiempos muy remotos. Se

sabe de ello desde la primera época Moche. Pero lo mismo que

ocurre en otras ramas de la ingeniería, los canales construidos por

los incas superan técnicamente y en eficiencia a todos los demás

sistemas de canales construidos en otras culturas. Desde los

canales principales, el agua era conducida hasta los campos por

medio de pequeñas acequias, cuyo gasto podía regularse con

compuertas formadas con lozas de piedra. En algunas regiones las

terrazas que cubren las laderas, están contenidas con largos muros

de contención, construidos en piedra, y pueden compararse

favorablemente con las terrazas de la región de malaya (Idem. P.

159).

En el Cuzco el drenaje y el abastecimiento de agua estaban muy

bien resueltos. Las corrientes de agua que atravesaban la ciudad

estaban confinadas entre muros, y los lechos de los arroyos más

pequeños se pavimentaban con piedras. El agua se hacía llegar

hasta algunos edificios por conductos revestidos de piedra. En las

tierras buenas para la agricultura, se enderezaba y se estrechaba el

cauce de los ríos con el fin de aumentar y conservar la superficie

cultivable Los incas construyeron también baños de piedra con

agua corriente permanente. Hacían modelos en relieve de los

territorios conquistados, así como de distintas obras de ingeniería,

terrazas, edificios, e incluso ciudades, para que sirvieran de guía a

los ingenieros incas (Idem. P. 159).

14.2.9 EL USO DE LOS CAMINOS.

EL TRANSPORTE.

LAS COMUNICACIONES.

Desconociéndose en el Perú, como en toda América, los vehículos

de ruedas, los principales medios de transporte eran las llamas y

las espaldas de los cargueros. El carguero ataba a sus espaldas el

bulto que cargaba, por medio de lazos cruzados por el pecho y se

usaba también una banda que sujetaba la carga que se llevaba a la

244

espalda, a la frente. Para cargas más pesadas se hacían bastidores

de madera que podían ser cargados por varios hombres, como las

literas para dos personas, colocadas una frente a la otra, que se

usaba para cargar personas de la nobleza y para el Emperador, y

que la llevaban cuatro cargadores. Tales bastidores poseían cuatro

palos que se apoyaban en el hombro de los cargadores (Idem. P.

159).

En la época Imperial, las llamas se utilizaban principalmente en

largas reatas para transportar los bienes del Estado y pertrechos

militares, pero indudablemente en los primeros tiempos y en otras

regiones, las llamas, como ocurre entre los granjeros modernos,

eran propiedad privada de ellos, como ocurre ahora con los

caballos y el ganado. Nunca se utilizaban para cultivar los campos

ni para otras actividades: eran animales de carga (Idem. P. 161).

Además de servir los caminos para el transporte de carga, para el

tránsito ordinario de los funcionarios del Estrado, de los ejércitos

y de su avituallamiento El Estado incaico los usaba para mantener

en operación un sistema de relevos que funcionaba durante las

veinticuatro horas del día y cuya finalidad era el transporte rápido

de mensajes y objetos ligeros. A intervalos de 1600 metros, se

construían pequeños refugios, uno a cada lado del camino, y en

cada uno de ellos se instalaban dos jóvenes; uno de ellos estaba

encargado de vigilar constantemente el camino, en espera de un

mensajero. Cuando se divisaba a éste, se levantaba

inmediatamente, corría un trecho acompañando al jadeante

mensajero mientras se enteraba del mensaje, que solía ir

acompañado de un quipu, o recibía el paquete y salía corriendo a

toda velocidad para entregárselo al hombre en la siguiente posta.

El corredor (chasqui) era inmediatamente sustituido por otro

hombre. Estos jóvenes eran separados especialmente para este

servicio, que era su trabajo obligatorio o mita y al que le

dedicaban períodos de 15 días. Por medio de este sistema de

relevos podía mantenerse indefinidamente un promedio muy alto

de velocidad. Después de la conquista, continuó utilizándose el

mismo sistema, y los cronistas nos informan que el recorrido de

Lima hasta el Cuzco, que tenía unos 6723 kilómetros de camino

245

malo, requería tres días, lo que significa unos 224 kilómetros por

día, o una velocidad media de unos 9.6 kilómetros por hora.

Segura mente, en tiempos del los incas en que los caminos eran

mejor mantenidos, era menor. Por ejemplo, según informes

oficiales, se sabe que al Emperador, que residía en el Cuzco, se le

traía pescado fresco desde la Costa, en dos días (Idem. P. 161).

Al mencionarse el tema de las comunicaciones, debe mencionarse

el sistema de las señales de humo por medio de las cuales podían

enviarse mensajes, de un lado al otro del país, más velozmente

que con mensajeros (Idem. P. 161).

El transporte por agua solo tenía importancia en la Costa y en el

Lago Titicaca. En ambos lugares se hacía en barcos pequeños de

pesca armados con haces de totora a los que se llama balsas,

aunque eran en realidad barcos de tipo probablemente idéntico al

que se usa hoy día en el Lago. Las velas de estera sostenidas

sobre mástiles, se hacían de carrizos paralelos. Los barcos de la

Costa eran pequeños y ligeros, en general apropiados para un solo

hombre. Sin embargo, los pescadores por grupos los conducían

hasta mar adentro. En las Costa sur del Perú se usaban pieles de

foca infladas y en la parte norte calabazas vacías, sujetas por una

red. Las pieles de foca podían mantenerse infladas por medio de

tubos. En algunas de las regiones periféricas se hacían piraguas

con troncos ahuecados, cuando se disponía de la madera

apropiada, pero en las tierras altas del Imperio este medio de

transporte era desconocido (Idem. P. 161).

En la parte más septentrional del Perú y del Ecuador, donde la

mayor precipitación pluvial hace crecer los bosques en la

proximidad de la Costa, se construían, con la liviana madera del

árbol de “balsa”, embarcaciones mucho más grandes. Parece ser

que estas embarcaciones eran verdaderas balsas compuestas de

siete o nueve grandes troncos de distintas longitudes, acoplados

de modo que la proa quedaba puntiaguda y la popa cuadrada. Los

troncos se acoplaban con cuerdas y encima se colocaba una

plataforma; en el centro se instalaba un mástil para una vela;

también se utilizaban remos. Una de estas balsas podía cargar

246

hasta cincuenta hombres y navegar gran distancia. En este tipo de

balsas parece ser que el Emperador Topa Inca Yupangui (1471

1493) realizó su viaje desde las costas de Manta y Huancavilca

hasta un archipiélago lejos de la costa, del que se decía que estaba

bien poblado y rico en oro, y que era visitado por comerciantes

que navegaban en grandes balsas de madera con mástil y vela.

Topa Inca, codicioso y excitado en su curiosidad, organizó la

expedición con una flotilla de aquellas balsas y muchos hombres,

y navegando hasta las islas, pronto tomó posesión de ellas; a su

regreso, trajo consigo, según el padre Cabello, “prisioneros indios

de color negro, mucho oro y plata, y una silla de bronce y pieles

de animales como caballos”. Se juzga hoy, que se trata del

archipiélago de las Galápagos, de las cuales se creía que no

habían sido vistas por ningún humano hasta la llegada de los

españoles. Sin embargo, en enero de 1953, Thor Heyerdahl

encontró algunos restos de cerámica en James Bay y en dos de los

valles de la isla de Santiago, así como en Black Beach de la isla

de Floreana (estos nombres ingleses se han conservado, pero

fueron puestos por los bucaneros ingleses que las utilizaron como

refugio). Esta cerámica lisa, salvo algunos sapos en relieve, no

pudo nunca asociarse con formas de cerámica conocidas, aunque

muestran alguna semejanza con la cerámica Chimú o de la costa

del Ecuador De no encontrarse un tifón, y siguiendo los vientos y

las corrientes favorables, no hay razón para que una balsa grande

de aquel tipo, no llegue hasta Indonesia y aún al Asia. Hay

pruebas de que en la Antigüedad no eran raros los viajes largos

por el Pacífico. La balsa Kon Tiki que se dejó arrastrar por una de

aquellas corrientes, viajó desde el Perú en hasta las islas Tuamotu

en Polinesia, en 1947 (Idem. Páginas 124 y 163). .

En el Imperio Inca no existía el negocio entre particulares, ni

había establecido un medio de cambio, el comercio era

insignificante. De la misma manera estaba prohibido cambiar de

residencia más allá de la inmediata vecindad, así como viajar por

placer a lugares muy alejados de los hogares. Casi el único

intercambio posible de propiedad, era el de objetos hechos a

mano, que se podían cambiar en los mercados de la localidad o en

las ferias que se celebraban a intervalos frecuentes y regulares. De

247

esta manera, un hombre o una familia industriosos podían

especializarse en la producción de algunos artículos o utensilios

caseros de gran demanda, acumular un excedente en los ratos

libres y cambiarlos por objetos de otros géneros, hechos por

artesanos distintos. Otros materiales que podían cambiarse, eran

los artículos sobrantes en las periódicas distribuciones públicas.

La familia que recibiera artículos que no necesitaba o no deseaba,

podía cambiarlos por otros con una familia que los necesitara. De

suerte que el Comercio, tal como lo conocemos en Occidente, no

era conocido entre los Incas (Idem. P. 163).

14.2.10 LA MAYOR EXPRESIÓN DE PLENITUD

ARTÍSTICA PERUANA:

SUS TEXTILES

“Los antiguos peruanos no erigieron partenones, ni coliseos, no

esculpieron ninguna Venus de Milo, ni pintaron obras maestras.

Su arquitectura, más que por su belleza se caracteriza por su

solidez; y más que por su arte, es notable por la magnífica técnica

de mampostería. Las esculturas de piedra son raras en la Costa,

pesadas y severas en las tierras altas. Fue en los objetos pequeños,

en las vasijas de barro, en los tejidos, y los trabajos en metal,

donde los artistas peruanos prodigan su habilidad y su arte

creador. El arte fue para ellos un elemento integrante de su vida

diaria, no un simple interés independiente de esta. Sin embargo,

más que como artistas, los peruanos se destacaron como artesanos

(o artesanas). Como tejedores, alfareros y orfebres, bien pueden

haber levantado sus cabezas con orgullo entre los contemporáneos

de cualquier cultura del mundo. Y en la industria textil, la mujer

peruana está considerada por muchos especialistas de hoy en día

como la mejor tejedora de todos los tiempos”(Idem. P. 222).

“Resulta difícil escribir sobre el arte peruano del tejido sin utilizar

frases superlativas. Y sin correr el riesgo de parecer exagerado o

de tomar partido. Los peritos textiles (no solamente los

arqueólogos entusiastas) dicen que los antiguos peruanos

utilizaron prácticamente todas las técnicas de tejido y adorno

248

textil conocidas hoy en día, con excepción del estampado a

máquina, y de algunos procedimientos muy especiales inventados

últimamente; también aseguran que llegaron a fabricar productos

de mejor calidad que los que se hacen ahora, pues algunas de sus

telas más finas nunca han podido ser igualadas en lo que de

refiere a delicadeza y ejecución.. Entre los diversos tejidos

peruanos se encuentran los torzal, de paño sencillo, de ligamento

acanalado, la saga, la guinga, los de ligamento pesado, y de

ligamento ligero o abobinado, el brocado, los tapices, el bordado,

los tejidos tubulares, de pelo anudado, de paño doble, gasas,

encajes, tejidos de aguja, telas con decoración pintada y las

teñidas “con reserva”, así como otros varios procesos especiales

típicos del Perú, y probablemente imposibles de reproducir hoy

día, aún con los medios mecánicos más modernos” de todas

maneras, el desarrollo de las técnicas textiles en el Perú parece

haber seguido una evolución autóctona(Idem. P. 223).

La costa peruana se parece mucho a Egipto en su aridez. En

ambos lugares se tenía el cuidado de hacer las sepulturas a gran

profundidad y en lugares en que las lluvias eran casi

desconocidas. Por eso se han conservado, de manera

extraordinaria, objetos de materiales orgánicos como la madera y

las fibras. Casi todos los tejidos peruanos conocidos provienen de

esas tumbas de la Costa y, a juzgar por algunos ejemplares de

telas encontradas en ellas, que sin duda fueron tejidas en las

tierras altas, puede verse que los habitantes de aquellas regiones,

tanto del lado del Perú actual como de Bolivia, hacían tejidos tan

buenos como los habitantes de la Costa, y quizás pueda decirse lo

mismo de los actuales Ecuador y Colombia. En el Perú, cuando

menos durante el Imperio Inca, algunas personas y sobre todo

algunas “Mujeres escogidas”, dedicaron todo su tiempo al huso y

al telar (Idem. P 224).

Igual que ocurría en todos los pueblos primitivos de todo el

mundo, en el Perú, y muy particularmente durante la última época

de los incas, las mujeres eran las que hilaban con sus husos y las

que tejían. Es de suponer que pasaban la mayor parte de su tiempo

junto al telar e hilaban mientras tejían. Además de tejer las ropas

249

nuevas arreglaban las viejas, volviendo a tejer los lugares

desgastados y rotos, de la misma manera que hoy lo hacen las

personas especializadas en hacer zurcidos invisibles, en vez de

hacer simplemente remiendos. El tejido de telas para fines

funerarios ocupaba gran parte de su tiempo. Con frecuencia se

encuentra en las tumbas peruanas, según parece, siempre en las

mujeres, canastos de junco para la labor, que son alargados y con

tapa.; dentro se encuentran husos, ovillos de hilos de algodón y

lana, y otros pequeños utensilios y materiales para tejer (Idem. P.

224).

Doce más ejemplos se han encontrado para el estudio del arte

textil peruano es en la Costa meridional. En esta región casi

totalmente árida, el estado de preservación de las telas es

realmente extraordinario, y la cantidad que se conoce de ellas es

muy grande. Su calidad técnica y artística son excepcionales. La

fuente más prolífica de tejidos finos es Paracas Necrópolis aunque

en los cementerios de Nazca también han aparecido muchas. De

acuerdo con las fechas obtenidas por el método del radiocarbón,

entre la época de los últimos pescadores–campesinos de Huaca

Prieta - que desconocían la cerámica -, y el de los hombres que

depositaron las ofrendas mortuorias en Paracas Necrópolis,

median unos mil años, período en el cual la técnica textil logró

grandes adelantos. De esta época hasta la de Pizarro poco fue el

adelanto de la industria textil. Las herramientas que usaron las

“Mujeres escogidas” que hicieron las vestiduras de Atahualpa

eran casi iguales a las usadas por las mujeres que tejieron los

mantos de Paracas: Husos sencillos, telares, bobinas y “sables” de

tejer. No utilizaban la lanzadera para atravesar las caladas, y la

bobina se pasaba a mano. Es probable que el huso mismo haya

sido utilizado también como bobina. Los primeros tejedores

conocidos de la Costa meridional, los del período Paracas, así

como los más tardíos del Valle del Nazca, utilizaban ya todas las

técnicas fundamentales del último período (Idem. P. 228).

El algodón representa el material más usado en los tejidos en

todas las épocas. En el Perú esta fibra se presenta, de manera

natural en varios tonos y colores, suaves que van del blanco al

250

pardo rojizo y al gris. Los nativos tienen, incluso, palabras

diferentes ara designar algodones de hasta seis matices naturales

diferentes.. Aquellos diferentes algodones se usaban ( se siguen

usando) par5a tejer telas con diseños especiales para destacarlos

con los diferentes colores. En el Perú no se conocieron ni la seda

ni el lino pero sí el líber de varias plantas fue usado en todas

partes y durante todos los períodos. Sin embargo rara vez fue

utilizado en la fabricación de telas; más bien se usó para

productos muy especiales, por ejemplo, para redecillas finas para

el pelo, y, sobre todo para la fabricación de cordelería. Desde que

apareció el uso de la lana en la Costa, por primera vez, ya se

usaba constantemente en las tierras altas. Procedía ésta de las

llamas, que era basta, de la alpaca que era más fina y de la vicuña

salvaje que era la más fina de todas. Su fibra es fina y larga. La

lana seleccionada de alpaca suele ser tan fina como la de vicuña.

Al parecer, en todos los casos en que los expertos han estudiado

algún tejido detenidamente, éste ha sido elaborado con lana de

alpaca. (Idem. P. 228).

El uso de materiales colorantes debió anteceder seguramente a las

técnicas de tejer, siendo una extensión natural del arte inmemorial

de la pintura. La mayoría de los tintes debieron ser de origen

vegetal. Por ejemplo, el índigo, de la planta Indigofera

suffructicosa, el rojo, del achiote (Bixa orellana), pero otros eran

de origen mineral y otros de origen animal. El insecto rojo

llamado “cochinilla” (Coccus cacti) era cultivado con ese fin y el

color púrpura era obtenido de un molusco, “Púrpura” lo mismo

que hacían los nativos de Centroamérica (durante la época clásica

mediterránea, la famosa púrpura tiria, era obtenida de un molusco

parecido). A veces el algodón se teñía en bruto. A esto se debe

que alguna vez se pensó que había una variedad de algodón azul.

La lana se teñía ya hilada (el teñido tiende a enredar las fibras)

Poco se sabe de los mordientes usados para fijar los colores. Tal

vez no se usaron mordientes, aunque algunas pruebas parecen

demostrar que se usó el alumbre. La orina humana, empero, fue

un reactivo más común en la América del Sur aborigen (Idem. P.

229).

251

El proceso del hilado consiste en el torcido de las fibras en bruto

para convertirlas en hilos. Esta operación debe ser precedida por

una cierta preparación de dichas fibras. En el caso del algodón se

debe separar la fibra propiamente dicha de de las semillas que hay

en la cápsula. Cualquiera que sea la fibra, primero debe lavarse y

luego cardarse, para colocar las fibras paralelas. En el Perú, igual

que en las demás partes del mundo, la separación de la semilla se

hacía a mano, hasta que se construyeron las primeras

desmotadoras (Idem. P. 230).

Los torzales e hilos logrados por las mujeres peruanas de la época

precolombina con, apenas, sencillos usos de mano, han

despertado gran admiración entre los técnicos textiles de la

actualidad. Uno de ellos ha hecho la declaración siguiente: “No

tiene objeto buscar el hilo perfecto puesto que ya se ha

conseguido”. Otra autoridad en la materia afirma: “Estos hilos son

los mejores que se han producido jamás….Ningún hilo hecho a

máquina, por bueno que sea, llega a esta perfección.”. Tales

alabanzas se refieren a la finura del hilo, aunque su uniformidad

también es por lo menos igual a la obtenida en máquinas

modernas (Idem. P. 230).

El algodón aborigen del Perú no era de tan buena calidad como el

algodón moderno. En Dacca, India, con éste último, se han hilado

a mano hebras de algodón más finas (número 500); y se han

logrado a veces, en Manchester, hebras de número 420 hechas a

máquina. Sin embargo, teniendo en cuenta el material disponible,

los antiguos peruanos llegaron al número 250. Los hilos más finos

elaborados hoy con algodón peruano llegan al número 70 (Idem.

P. 230).

La lana no puede hilarse tan finamente como el algodón, pero los

peruanos contaban con unas lanas de extraordinaria calidad: Las

de la alpaca y la vicuña, y sabían sacar el mayor provecho de

ellas. Sus hilos de lana son los más finos que jamás se hayan

hecho. Los más finos que se han elaborado hoy en lana alcanzan

en la escala para el algodón en la industria textil, a los números 70

y 90. Los hilos de lana de mejor calidad en los antiguos peruanos

252

son tres veces más finos: Su clasificación alcanza entre los

números 180 y 200. Los tejidos de tapicería de lana más finos,

con frecuencia llegan a tener más de 200 hebras en una pulgada

de trama; los que tienen 300 no son raros” (Idem. P. 230).

“Hilos y torzales de semejante finura eran, como es natural,

producto de años de cuidado, experiencia, práctica, emulación y

competencia. Las herramientas empleadas en la manufactura de

estos hilos extraordinariamente finos y uniformes no podían ser

más sencillas: un bastón ahorquillado que servía de rueca para

sostener la fibra esponjada, y un simple uso de mano. Durante la

larga historia del tejido en el Perú, pocas mejoras parecen haber

sufrido estas herramientas (Idem. Páginas 230 y 231).

La finura y calidad admirables de las telas peruanas se deben a la

paciencia, cuidado, conocimiento y maestría de la tejedora y no a

la perfección de sus aparatos, que no podían ser más sencillos.

Durante todos los tiempos se utilizó el telar primitivo de correa

posterior, el cual sufrió apenas muy pocas modificaciones desde

los primitivos tiempos hasta los más tardíos. Con ese simple

equipo, las mujeres peruanas aprendieron a elaborar las mejores

telas del Perú. Uno de los extremos del telar era atado a un poste o

un árbol; el otro a una banda que le daba la vuelta por detrás a la

tejedora, medio con el cual le daba la tensión a la urdimbre que

ella deseaba. (Idem. P. 233).

14.2.11 LA CERAMICA, LA METALURGIA,

Y OTRAS ARTES MENORES

Al menos, para los arqueólogos que trabajan en América, la

alfarería representa el medio más idóneo conocido para la

identificación de muchas culturas y los movimientos que dentro

de ellas se suscitan. El interés de los arqueólogos en la cerámica,

está menos referido a la estética, en sí misma, que a los indicios

de la creatividad de los hombres para resolver problemas

prácticos de su vida o para entender mejor la evolución de las

técnicas aplicadas en ello. La cerámica es particularmente

253

importante como testimonio de una sociedad, de una época, de las

cuales no hay registros históricos (Idem. P. 246).

No obstante tener ese valor testimonial, en América la cerámica

alcanzó la categoría de un medio artístico de primera importancia,

pues en realidad, no fue el de alfarero, el ejecutor de un simple

oficio, sino más bien el artífice de una expresión del arte. Casi

todos los grupos humanos que hicieron aportes valiosos al avance

de cultura universal en el Perú tienen una excelente alfarería y

ésta es de un incuestionable valor artístico. De ellas, las mejores,

son las que se enterraban con los muertos y es muy posible que se

elaboraran con el expreso propósito, de rendirles un homenaje

especial a ellos (Idem. P. 246).

El antiguo Perú puede probablemente reclamar el primer lugar en

América, tanto por la cantidad como por la calidad de sus

productos cerámicos. La mayor parte de ellos proceden de los

cementerios costeros. La cerámica de las tierras altas no es ni tan

abundante ni tan artística, aunque sea de primera clase

especialmente desde el punto de vista técnico. Los más modernos

de los cementerios costeros están situados a los bordes de los muy

cuidadosamente cultivados y populosos valles. De aquellas

sepulturas han salido la mayor parte de las colecciones dispersas

en los museos y colecciones privadas del mundo entero, casi todas

ellas en un estado casi perfecto de conservación. El número de

piezas debe sumar varias decenas de miles de ellas. Algunos

cementerios han sido descubiertos hace relativamente poco. Uno

de esos casos es el de la preciosa cerámica Nazca, de la que se

conocía muy poco antes de que el Dr. Max Uhle la descubriera en

1902.

En la cercanía de la mayoría de los centros poblados peruanos

había depósitos de materiales arcillosos propios para el trabajo de

la alfarería. Sin embargo, la calidad de la arcilla era muy variada

lo que podía afectar la calidad relativa del producto cerámico. En

muy pocos casos podía usarse, tal cual era obtenido el material

arcilloso de los yacimientos del mismo, por lo cual era preciso

hacer algunas correcciones, particularmente para evitar el

254

resquebrajamiento durante el proceso de horneado y hacer que la

arcilla se hiciera más maleable. Ello se conseguía agregando

material sólido pulverizado, como roca, mica, arena, conchas, y

en otros casos tiestos de barro también pulverizados. En cada

región y en cada época, había un material favorito de los artistas y

este criterio sirve también a los arqueólogos para identificar y

clasificar el origen de sus hallazgos arqueológicos (Idem. P. 246 y

247).

Una de las diferencias más notables en los métodos de hacer

cerámica entre el Nuevo y el Viejo Mundo, se debe a la falta en

América de la rueda del alfarero. Se daba forma a las vasijas a

mano o vaciándolas en moldes, también confeccionados a mano.

También se hacían por el procedimiento más generalizado del

“enrollamiento”. Luego de mezclar la arcilla con agua hasta

conseguir la consistencia deseada, se le agregaba el “mordiente”,

que consistía en el polvo de material seco. Después de modelar la

base, el alfarero hacía una “culebra” de barro tan uniforme como

fuera posible y del grosor deseado, que iba enrollando de la base

hacia arriba.. Luego alisaba las paredes por dentro y por fuera,

con la ayuda de sus propias manos, de un trozo de piedra pulida o

un trapo hasta hacer desaparecer toda irregularidad. Los objetos

de barro más pequeños se hacía a menudo con moldes de arcilla y

en la Costa norte, esa técnica se usaba, incluso para vasijas de

regular tamaño. En el acabado del producto final se aprecian

indicios del método de fabricación. Las figurillas humanas se

elaboraban en moldes divididos en dos mitades que permitían,

incluso, la producción en serie Después de moldear el exterior de

la pieza, esta se alisaba y a veces se pulía. Pero si estaba destinada

a ser pintada, se recubría con un baño de arcilla diluida (Idem. P.

248).

La antigua técnica de cocción de los peruanos es poco conocida.

Sin embargo, la perfección de los productos logrados muestra la

evidencia de que lograron dominar completamente la técnica

adecuada. Por ejemplo, la temperatura alcanzada debió de ser

muy elevada, aunque, desde luego, inferior a la requerida por la

actual loza vidriada, y más aún, por la elaboración de la

255

porcelana. Se aplicaban exitosamente el método de oxidación, a

altas temperaturas, logradas probablemente forzando la entrada de

aire al horno, y el método de reducción, de baja temperatura,

restringiendo, probablemente la entrada de aire al horno, tal como

se hace para la elaboración del carbón de madera (Idem. P. 248).

La ornamentación de la cerámica peruana es muy variada. Se

pintaban motivos en las vasijas con diferentes pigmentos de

distintos colores, se practicaban incisiones con algunas

herramientas especiales y se aplicaban ornamentos en relieve y se

estampaban ciertos dibujos mediante el uso de ciertos troqueles.

El fondo de los dibujos se rebajaba “tallando“ el barro a su

rededor para darles realce. La pintura directa, con uno o muchos

colores, era la forma más común de pintar; sin embargo se usaron

muchas fórmulas decorativas diferentes. Por ejemplo, en algunos

lugares se usó un interesante procedimiento de teñido “con

reservas”, llamado ahora “pintura negativa” y hace algún tiempo,

“color perdido”. Parece ser que se pintaba toda la pieza con un

material parecido a la cera, luego se dibujaban los motivos , se

aplicaba el color y entonces se limpiaba el material. De esta

técnica se encuentran ejemplos esporádicos en toda América,

desde el Perú hasta Ohio, EE. UU. y se dice que puede tener

alguna relación con el teñido de ciertos textiles “con reserva”,

tales como el batik y el ikat. (Idem. P. 248 y 249).

En el Perú, como lo indican las excavaciones de Huaca Prieta, el

arte del tejido precede al de la cerámica. No obstante, la cerámica

peruana más antigua que se conoce, la de Guañape, es ya de

buena calidad y debe haber tenido un largo período de desarrollo,

casi seguramente en otra región. La secuencia del desarrollo de la

técnica en la cerámica peruana no ha sido establecida todavía. Sin

embargo no parece haber una evolución de la técnica muy

importante desde los primeros tiempos hasta los recientes.

Fundamentalmente, el alfarero incaico usaba los mismos procesos

que sus predecesores de Guañape (Idem. P. 249).

La metalurgia es una técnica que aparece tarde en las diferentes

culturas. La principal dificultad que se presenta y que tienen que

256

enfrentar las culturas, es el desarrollo de altas temperaturas de

fundición. Mientras tanto, hay otras técnicas que van siendo

aprovechadas para realizar los primeros trabajos con diferentes

metales. En el Viejo Mundo el cobre y el bronce surgieron ya

avanzada la historia humana; el hierro más tarde aún, y allí se

usaron, más que todo, en objetos utilitarios. La América aborigen

no llegó a la Edad del Hierro. El hierro casi nunca se encuentra en

estado libre, a no ser en meteoritos, y la temperatura necesaria

para fundirlo no puede ser conseguida por métodos primitivos. El

cobre nativo fue trabajado por tribus de Norteamérica en

horizontes prehistóricos del Lago Superior y en México (Idem. P.

290).

El desarrollo de la metalurgia peruana no tiene suficiente

importancia, ni se conocen tampoco suficientemente bien los

detalles evolutivos como para emitir un concepto muy definitivo.

Puede decirse, sin embargo, que por el grado de dificultad que su

explotación y manufactura implican, que históricamente el oro fue

sin duda el primer metal que se benefició en el Perú. El oro de

aluvión se obtiene fácilmente por medio del lavado y se presta

para la elaboración de objetos artísticos de los cuales se espera

que conserven su color y su brillo. Es muy posible, que los

primeros objetos de oro que se hicieron en América fueran los de

los pobladores de la actual Colombia y de la Costa peruana. La

técnica más sencilla y por consiguiente, la que pudo emplearse

primero fue la del martillado o repousé. Por medio de él se

reducen las pepitas de oro, que es muy maleable, a una delgada

lámina, la cual se martilla para conseguir el relieve deseado sobre

diversos moldes para formar dibujos. El trabajo del oro estaba

muy difundido en Ecuador, Panamá y Colombia, tanto como en el

Perú. También se trabajaba allí el cobre, en Colombia y Ecuador

el platino, pero ni la plata ni el bronce se conocían en estos dos

países. La plata, el cobre y el estaño se obtenían en el Perú de

venas o filones de los metales en estado puro. No ha podido

saberse si los obtenían también por fundición de las menas.

Solamente en el caso del cobre y de la plata se tiene claro que los

fundían (Idem. P. 250).

257

Los artesanos de la metalurgia parece que conocían las virtudes

del carbón, pero no conocían el fuelle. La corriente de aire

necesaria la obtenían de hombres que soplaban por un tubo. A

veces se reunían muchas personas para soplar en un solo horno.

También solía instalarse el horno en la falda de una colina que

disfrutara de fuertes corrientes de aire. Los peruanos practicaron

todos los procesos de martillado, recocido y de aleaciones, y se

obtuvieron con ellos resultados excelentes. El punto de fusión de

los metales baja con la aleación y el bronce debió de fabricarse en

un principio, no para conseguir una mayor dureza, sino para

facilitar la fundición del cobre. Estos metales reaccionan distinto

al martillado y al temple. El martillado en fría endurece mucho al

cobre y lo hace más duro, incluso, que el bronce, obtenido por

fundición con un bajo tenor de estaño Todos los bronces

suramericanos son del tipo llamado alfa, o de un bajo tenor de

estaño; no más del 12% y son relativamente blandos si no se los

endurece a martillo. (Idem. P. 251).

Los adornos de oro especialmente, se elaboraban partiendo de su

fundición y usando el procedimiento de la “cera perdida” o cire

perue técnica que también usaban los orfebres del Viejo Mundo.

El procedimiento consistía en elaborar una pieza en cera de

abejas, que luego se revestía con arcilla, la cual sería, al

endurecerse, el futuro molde. Lugo se derretía, por calentamiento,

la cera, cuyo espacio quedaba libre para verter en él el oro

fundido. Al solidificarse el oro se rompía la pieza de arcilla y el

resto del trabajo se hacía dándole a la pieza de oro el pulimento

que requería. La metalurgia americana estaba destinada a la

elaboración, más de objetos decorativos y artísticos que

utilitarios, aunque se fabricaban herramientas para labrar la tierra,

principalmente en cobre y en bronce (Idem. P. 252).

La talla de madera es un arte casi universal y debió ser practicado

por casi todos los grupos indígenas americanos. Con excepción

del Perú, los objetos arqueológicos de esta especie son muy

escasos; se han encontrado principalmente en las tumbas de la

Costa y otros en las zonas productoras de guano, donde pudieron

perdérsele s a sus dueños. Los objetos de madera más grandes

258

conocidos son todos utilitarios, layas, palas, canaletes (para

navegar con canoas), mazas, palos para excavar (quizás para

sembrar maíz y otras semillas), bastones y otros similares.

También se elaboraban herramientas de hilar y tejer, como barras

de telar, sables de tejer, husos, bobinas, siendo los objetos que

más se encuentran en las tumbas, pero también se encuentran en

ellas adornos para las orejas, figurillas, lanzadardos, y docenas de

otros enseres y adornos. Uno de los objetos más característico es

el quero (o kero). Es una copa de madera oscura y dura, con orilla

abocinada. Aunque su forma es típica del período Tiahuanaco, la

mayor parte de los queros conocidos datan de la última época del

Imperio Inca y de la Colonia (Idem. P. 253).

Las plumas fueron un material favorito de los antiguos peruanos.

Preferían las de colores brillantes como los loros y el guacamayo.

Para mosaicos pequeños y delicados usaban las plumas de colibrí,

pero son pocas las obras de tal fragilidad que se han conservado

en su belleza original. Las piedras de colores vivos y de grano

fino que admitían un alto grado de pulimento, eran talladas como

cuentas, para pendientes y ornamentos de modelos diversos. Las

cuentas no son muy grandes y los pequeños cuencos tallados de

piedra con cabezas de llamas, son característicos del período Inca.

El arte de la cestería en el que muchos pueblos indígenas se

destacaron, careció de importancia en el Perú (Idem. P.254).

14.3.0 LA ORGANIZACIÓN SOCIAL

El ayllu era indudablemente el grupo social y político

fundamental del Perú y databa de mucho antes del Imperio Inca.

El parentesco era su base y su lazo de unión. El ayllu puede

considerarse muy bien un clan, aunque no se comporta en algunos

aspectos como tal. Muchos escritores que se habían ocupado de la

organización social incaica habían considerado que el ayllu era un

clan típico, con todas las características de tal, incluyendo el

totemismo, descendencia por línea femenina y exogamia.

Entonces se pensaba que las diferencias con este comportamiento

en los actuales quechuas y aymaras se debía a la influencia de las

costumbres sociales de los conquistadores españoles. Sin embargo

259

el estudio cuidadoso de los relatos de los primeros cronistas

indica que en el ayllu incaico no existía ningún tótem, que la

descendencia se consideraba en línea masculina, y que la

endogamia, o matrimonio dentro del grupo, era una práctica

común. Es cierto que algunos ayllus hacían remontar su origen a

ciertos animales, pero otros lo atribuían a personas o lugares

míticos; el animal antecesor no se consideraba tabú cuando se

trataba de cazarlo para incluirlo en su dieta alimenticia y ningún

ayllu, a pesar de tener siempre un nombre, no tenía jamás el de un

animal, sino por lo general el de un lugar o una persona (Idem. P.

164).

El hijo trasladaba su mujer a vivir cerca de sus padres, La

residencia de los miembros del ayllu era regularmente patrilocal.

Su jefe tenía bastante autoridad y era el responsable de los actos

de los miembros del clan y era el encargado de vengar los

agravios que les hiciesen. El régimen de prestaciones agrícolas

comunales para el sostenimiento del jefe o sinchi, debió de existir

desde tiempos muy remotos. Cada ayllu poseía tierras de cultivo,

tierras de pastoreo, y bosques comunales y, en lo referente a las

relaciones exteriores, funcionaba como una unidad. Cada ayllu

reconocía un fundador, un antepasado común de todos los

miembros; se conservaba su cuerpo momificado y se le rendía un

culto ceremonial. En los cuatro años transcurridos entre 1615 y

1619, un siglo después de la Conquista, los españoles recogieron

1365 cuerpos momificados de antepasados de ayllus que eran

venerados por sus descendientes (Idem. Páginas 164 y 165).

En la época del Imperio, nuevas instituciones, que nada tenían

que ver con el parentesco, fueron superpuestas a las instituciones

de parentesco, o derivadas de ellas. No obstante, sus

características fundamentales fueron conservadas o modificadas

ligeramente y el ayllu se convirtió en la unidad social más

pequeña del sistema social Inca. Esto produjo un gran cambio en

la actitud del plebeyo. Empezaron a formarse nuevos ayllus,

especialmente con el nuevo sistema de cambiar ciertos grupos

sociales de un lugar a otro. Algunos eran formados para los

descendientes de personajes destacados. Cada emperador que

260

ascendía al Poder formaba su propio ayllu real constituido por sus

descendientes varones, excepto el primogénito real, quien

normalmente llegado el momento establecería, a su vez, su propio

ayllu real. En el momento de la Conquista española había once de

estos ayllus reales. Uno de cada uno de los emperadores

reconocidos históricamente (Idem. P. 165).

Según Bram, antes de la Conquista y de la incorporación al

Imperio de un ayllu o de un grupo de ayllus, los indígenas vivían,

desde el punto de vista político, social, económico, lingüístico y

religioso, circunscritos a un pequeño mundo. Políticamente, el

indígena prestaba obediencia a un sinchi o a un curaca, a quien,

en la mayoría de los casos conocía personalmente, y que, además

no era extraño a su grupo. Cuando el poblado estaba en peligro de

ser atacado y tenía que defenderlo, el objeto de una guerra, en tal

caso, era obvio para él. Luchaba en un medio familiar por una

causa que le atañía directamente. Las relaciones sociales dentro

de un ayllu eran semejantes a las de una comunidad casi sin

estratificar, y con tierras colectivas. El curaca y su familia

constituían la única nobleza mientras que en su masa, los

plebeyos, eran todos iguales. Las posibilidades de una mejoría

económica y social eran muy remotas, lo que sin duda debió

contribuir a asegurar considerable grado de estabilidad en las

relaciones entre personas. Económicamente, cada ayllu era una

comunidad que se bastaba a sí misma, y que, en una escala

moderada, practicaba el intercambio de productos con sus

vecinos. El curaca estaba eximido de trabajar en el Campo y él y

su familia eran sostenidos por el trabajo de la comunidad. Ello no

era muy dispendioso, particularmente, en comunidades de

mediano tamaño. La gran variedad de grupos lingüísticos en la

región limitaba las relaciones de los indígenas con grupos

extraños. Esto pasaba también respecto de las costumbres

religiosas. En cada ayllu se limitaba el culto a la veneración de

sus propios antepasados. Sólo de vez en cuando demostraban

interés por el culto que se practicaba en los ayllus vecinos (Idem.

P. 166).

261

Está tan arraigado nuestro propio sistema de parentesco patrilineal

en que se reconoce la paternidad y la maternidad, por igual con

nuestras formas de parentesco, que nos parecen absurdos otros

sistemas de parentesco. Sin embargo, es preciso penetrar las

consideraciones de parentesco de otros pueblos si queremos

entender el misterio de su papel de las diferentes personas dentro

de la organización social. En el caso peruano, la estructura que

formaba el ayllu apoyado en su forma típica de parentesco propio,

explica cómo se discriminaban entre sí las personas, cómo se

relacionaban entre sí, y cómo se denominaba entre sí su

.parentesco. En la organización social del ayllu, la diferencia de

sexo era determinante. El parentesco de los primos hermanos y

los hermanos, incluso, los primos hermanos cruzados de la misma

generación se designaba con la misma palabra y no se

diferenciaba entre unos y otros. Un padre tenía hijos e hijas; la

madre solamente tenía descendientes. El padre y el hermano del

padre tenían el mismo nombre. De la misma manera se daba el

mismo nombre a la madre y a su hermana. Pero la hermana del

padre y el hermano de la madre tenían otro nombre. La palabra

para hermano y para hermana se diferenciaba, si era utilizada por

un hombre o una mujer. De allí que si hablaba un hombre o una

mujer, se oían palabras diferentes para designar el mismo

parentesco (Idem. P. 164).

Los ayllus de una región estaban agrupados, de todos modos, en

dos y a veces en tres sayas o secciones, y estas formaban una

provincia (guamán). En el caso de pueblos conquistados, es decir,

la mayoría de los del Imperio, la provincia correspondía a una

tribu o Estado indígena anterior. Las provincias diferían

considerablemente, por lo tanto, en el tamaño y en el número de

habitantes. Cada provincia tenía su ciudad capital, que era el

centro de la administración pública, tanto política como religiosa,

y sus habitantes usaban en el tocado algún distintivo característico

establecido. Las provincias estaban agrupadas, además, en uno de

los cuatro cuartos (suyu) en que se dividía el gran Imperio. El

Cuzco, la capital Inca era el centro de todo el Imperio. Tanto

políticamente como geográficamente, porque las líneas divisorias

pasaban por allí, de sur a norte y de oriente a occidente,

262

aproximadamente. El cuarto noroeste se llamaba Chinchasuyu, e

incluía al actual Ecuador y el actual Perú septentrional. El cuarto

suroeste, se llamaba Cuntisuyu, estaba formado por el Perú

meridional. Al noreste estaba Antisuyu, que contenía las colinas y

bosques orientales. Y Collasuyu, estaba en el sureste y

comprendía los grandes territorios altos de los aymaras, la cuenca

del Lago Titicaca, la mayor parte de Bolivia, las tierras altas del

noroeste de la Argentina, y el norte de Chile. Al Imperio lo

llamaban los Incas Tahuantinsuyu, que significa la “Tierra de los

Cuatro Cuartos” (Idem. P. 167).

El funcionario administrativo en cada una de las capitales de

provincia era un inca de la nobleza, y los gobernadores de los

cuatro cuartos formaban el gran consejo de Estado con sede en el

Cuzco. Estos también eran nobles Incas de alto rango, por lo

general emparentados muy cercanamente con el emperador, pero

sus cargos no eran hereditarios. El consejo presentaba sus

sugerencias y opiniones ante el emperador para que este decidiera

y actuara (Idem. P. 167).

Bajo las órdenes del gobernador principal estaban los curacas de

quienes ya hemos hablado antes, que se clasificaban en cuatro

categorías, según el número de hombres –contribuyentes- que

tuviera a su cargo. El orden estaba establecido según un sistema

decimal. El curaca de menos categoría era el jefe de un centenar

de hombres. El de la categoría máxima era el jefe de diez mil. El

puesto de curaca era hereditario, pero sujeto a aprobación

imperial. Al frente de los grupos más pequeños (diez a cincuenta),

había capataces de dos categorías, algo parecido a como

funcionan entre nosotros los grados militares de suboficial y

oficial.. Estos eran plebeyos elegidos por los curacas y sus

puestos no eran hereditarios. Algunos cronistas afirman o dan a

entender, que el sistema decimal era muy riguroso. Sin embargo

la alteración constante del orden en la composición numérica de

las familias y ayllus debido a los nacimientos y las muertes

hubiera hecho las cosas completamente impracticables, y hubiera

exigido una constante reorganización y reclasificación (Idem. P.

167).

263

El número de contribuyentes se determinaba de acuerdo con

registros cuidadosos que se tenían constantemente al corriente,

mediante los informes – de nacimientos y muertes- preparados

por los capataces y remitidos por éstos a sus superiores. Los

totales de las regiones principales se anotaban decimalmente en

quipus y se enviaban cada año a la oficina de censos del Cuzco,

de manera que las autoridades correspondientes tenían, en

cualquier momento, un registro, aproximadamente correcto, de

las estadísticas de población de todo el Imperio. En este registro

los individuos estaban clasificados en varias categorías, de

manera muy rigurosa. Los niños, antes de los ocho años estaban

divididos en cuatro de ellas, ciertamente un grupo de población de

poca importancia para el Imperio. Posiblemente, las categorías

variaban de provincia en provincia, y era mu8y seguro que la más

importante de ellas era la del puric. Que correspondía al hombre

adulto y sano, de edad entre los veinticinco y los cincuenta años

de edad, capaz de realizar una jornada de trabajo duro en los

campos, el ejército o las minas. El era la unidad del sistema social

y representaba a su familia. Esta clasificación se aplicaba

solamente a los varones. Probablemente para las mujeres había

también una lista de censos (Idem. P. 168).

14.4.0 LA ORGANIZACIÓN POLÍTICA

Según Mason, el “Estado Inca constituía una curiosa mezcla de

teocracia, monarquía, socialismo y comunismo”. La tierra era

propiedad del Estado y la mayor parte se explotaba

comunitariamente. La mayoría de los rebaños de llamas

pertenecían también al Estado y lo mismo ocurría también con las

minas. Estos eran prácticamente los únicos “medios de

producción”. El Estado protegía a la población del hambre, de la

explotación, del trabajo excesivo y de toda clase de necesidades;

pero, al mismo tiempo, registraba a los individuos rigurosamente

y no les daba derecho de elección, independencia ni iniciativa. No

existían períodos de prosperidad ni depresión. Se trataba de un

Estado basado en la asistencia social par excellence., sistema

hacia al que tendieron nuestras sociedades democráticas durante

264

el siglo XX y que entró en crisis con la caída del Muro de Berlín

en 1991 y el advenimiento del nuevo liberalismo como régimen

político y de la “globalización” de la economía mundial como

sistema integral de organización económica. Pero parece ser que

estaba eficazmente administrado, y se castigaba severamente la

corrupción, el abuso de la autoridad, o la falta de cumplimiento

del deber por parte de los funcionarios públicos. Allí había, sin

embargo, una clase numerosa de sacerdotes y nobles que eran

mantenidos por la población. A los campesinos se les exigía un

fuerte tributo en forma de trabajo, tributo que les proporcionaba

escasos beneficios. (Idem. P. 169)

Las tierras cultivadas estaban divididas en tres categorías: El fruto

de una de las categorías de tierras le correspondía al Estado, el

fruto de otra de ellas para el beneficio de los dioses y la religión, y

la tercera para el pueblo, repartida entre sus ayllus. Aunque se

prestaba especial atención a las dos primeras categorías de tierra,

su cantidad estaba relacionada con la densidad de población y se

repartía primero a cada familia la necesaria para que pudiera

mantenerse bien sin pasar hambre. El resto era para el usufructo

del Estado y la Iglesia. La repartición de tierras era ajustada por el

funcionario local (por lo menos en lo que respecta a la tierra

comunal) ajustaba cada año a las distintas familias según su

número de componentes, que había aumentado o disminuido en

ese año (Idem. P. 169).

Aunque en época más reciente la tierra era considerada propiedad

del Estado, es decir, del emperador y estaba administrada

comunalmente por el ayllú, el grupo de clan local, no hay duda

que la posesión de la tierra por el ayllú fue muy anterior a la

época imperial. Es probable que la costumbre de cultivar las

tierras comunalmente para el Estado (en un principio para los

jefes locales) y para la Iglesia (en un principio para los sacerdotes

locales), haya sido un rasgo cultural andino, adoptado y ampliado

más tarde en la época imperial. Es probable que el hecho de haber

recuperado los terrenos agrícolas, antes estériles e inútiles, con

sus terrazas, sistemas de riego y otras mejoras, que eran

fundamentalmente obras del Estado, encontrara una justa

265

recompensa, con la dedicación de parte de éstas para el usufructo

del Estado y la Iglesia. En cada reparto de los campos a las

familias, se dice que se daba un topo (como unidad de superficie

correspondía a 0.4 hectáreas), a cada pareja casada, con una faja

adicional de tierra por cada hijo y la mitad de la misma por cada

hija. Los límites entre los diferentes predios estaban bien

demarcados y la destrucción de esas demarcaciones era

considerada como un gravísimo delito. (Idem. Páginas 170 y

216).

Cuando llegaba la época de las siembras o de las cosechas los

funcionarios llamaban a los campesinos para que cultivaran los

campos sagrados primero. Estos eran los campos no comunales y

eran de propiedad de los dioses. Al principio todo el mundo

trabajaba en ellos, en masa, incluso los funcionarios, los nobles y

el emperador. Este último realmente hacía un trabajo simbólico y

los nobles seguían su ejemplo. La iniciación de trabajos era

inaugurada por el funcionario mayor que hubiera en cada lugar

con una herramienta de oro. En general las tierras pertenecientes

al Estado parecen haber sido un poco más grandes que las demás.

Los inspectores del Estado supervisaban constantemente las

tierras no comunales, y l eran respetados reverentemente por los

campesinos quienes no se atravesaban en su camino sin recitar

ciertas oraciones rituales para la ocasión. El trabajo comunal se

repartía en fajas por familia, de manera que los hombres que

tuvieran la familia más grande terminaran primero Entonces

pasaban a cultivar su propio terreno(Idem. P. 170).

Aquellos trabajos parece que no eran tomados como una tarea

ingrata, sino con motivo de alegría, entre otras cosas, como un

motivo de encuentro, tal como suele suceder en las diferentes

faenas cooperativas. Parecen ser ocasiones en que abundaban,

incluso, la chicha, los cantos y las bromas. Existía un fuerte

espíritu de solidaridad, y cuando el campesino tenía que cumplir

un deber o desempeñar un cargo lejos de su casa, los vecinos se

hacían cargo de sus quehaceres agrícolas. Las cosechas del Estado

y de la Iglesia se guardaban en almacenes propios

respectivamente. En cada distrito. En las capitales de provincia y

266

en el Cuzco. Se protegían de incendios repartiendo la cosecha en

varios pequeños depósitos en vez de uno solo grande. Con los

depósitos de la Iglesia se sostenían el culto y los sacerdotes. Con

los almacenes del Estado, se sostenían los nobles, los funcionarios

del Estado, los artesanos y artífices, el ejército y quienes no

pudieran producir, como ancianos enfermos y viudas. Estos, al

mismo tiempo funcionaban como un seguro contra calamidades

imprevistas, como terremotos, tormentas, y otras causas que

pudieran echar a perder las cosechas. Los curacas estaban

autorizados a disponer de esos almacenes en su localidad. En

temporadas de abundancia el emperador autorizaba a repartir más

comida, para abrirle espacio a las nuevas cosechas, lo que debía

de dar mayor satisfacción a la población y abrir espacios a la

nueva cosecha. En tales circunstancias, las regiones con más

escasez podían recibir abastecimiento de otros lugares (Idem.

P.170).

En las tierras de pastos existía la misma división de tierras,

aplicada a los pastos propiamente dichos, lo mismo que a los

ganados de llamas y alpacas. En este caso el número máximo de

animales que podía tener un plebeyo era de diez animales, los

nobles podían tener más. La mayoría del ganado pertenecía al

Estado, de allí que anualmente cada familia tenía que recibir su

porción de lana del gobierno con el fin de confeccionar con ella el

vestido para la familia. Cada familia fabricaba, igualmente todos

sus utensilios caseros, que constituían con su casa, su establo, su

granero y los pocos animales domésticos de que dispusieran, su

propiedad privada (Idem. P. 171).

Además del servicio agrícola, los plebeyos tenían que contribuir

con otros trabajos públicos todos los años. Esta prestación se

llamaba la mita. Los hombres podían servir como soldados en el

ejército, como obreros en la construcción de vías, puentes, en las

minas, como correos en las rutas de posta; prestar servicios

personales a los nobles y eran utilizados en toda clase de servicios

públicos. El número de hombres era fijo en total y se escogía en

términos de porcentaje en cada distrito. De acuerdo con la

tradición, por ejemplo, fueron reclutados 30.00’0 hombres para la

267

construcción de la gran fortaleza de Sacshuamán. También se dice

que se emprendían trabajos innecesarios para mantener ocupada a

la gente. Algunos distritos estaban exentos de la mita porque

prestaban servicios muy especiales. Los artistas y otros obreros

especializados cuyo trabajo exigía larga práctica y experiencia,

recibían una atención especial y estaban exentos de todo trabajo

agrícola. En realidad eran artífices de la corte y sus obras

pertenecían al emperador. Los orfebre alfareros, que parece ser,

era oficio de hombres entre los incas, escultores en madera o

piedra, y todos los artesanos, en general caían dentro de esta

categoría, así como los quipucamayoc que llevaban la

contabilidad. Estas ocupaciones eran hereditarias y los padres

enseñaban el oficio a sus hijos.

Otro grupo importante que también estaba exento del servicio de

trabajo e impuestos era el de los hombres a los que se llamaba

yanaconas. Los yanaconas se escogían muy jóvenes y se les

separaba de sus ayllus, de los que perdían toda conexión al prestar

sus servicios en otros lugares. De hecho, algunos expertos creen

que los artesanos quedaban incluidos dentro de esta categoría. La

posición, tanto de unos como de otros era hereditaria. Algunos de

los niños eran escogidos y puestos a la disposición del emperador,

quien los empleaba en servicios de Estado como pajes, criados,

servidores de templos, supervisores, y otros empleos similares, o

los entregaba en premio de servicios fieles y eficaces a nobles y

guerreros.. Aunque muchas veces éstos los empleaban en trabajos

agrícolas, no hay duda de que eran elegidos por su inteligencia. A

menudo ellos se ganaban la confianza y la buena voluntad de sus

patronos, alcanzaban puestos muy altos. Algunos llegaban

también a ser curacas.

La misma reglamentación regía a las mujeres. Luego de escoger

desde niñas las más hermosas y talentosas para el servicio

público, como “Mujeres Escogidas”, las demás, como era lógico,

se transformaban en esposas y madres de plebeyos. Además, de

ocuparse en los quehaceres domésticos, participaban en las tareas

agrícolas de sus esposos. No obstante, estas eran las menos

atractivas y de menor talento, dándoseles el nombre de

268

hauasipascunas o “muchachas descartadas”. La escogencia en

mención la hacía un funcionario que visitaba cada poblado, a

intervalos regulares, y clasificaba a las niñas de 10 años. Las más

bellas y físicamente perfectas eran enviadas para su educación en

“conventos” que había en las capitales de provincia. Aquí pasaban

unos cuatro años estudiando “ciencia doméstica”, religión, tejido,

cocina, fabricación de chicha y otras cosas semejantes. Estas

muchachas eran conocidas como las acllacunas o “Muchachas

Escogidas”. Terminada su educación, las muchachas escogidas

volvían a ser clasificadas. A muchas de ellas las entregaba el

emperador a los nobles como esposas secundarias, pero

conservando, sin duda, las mejores para sí. Las demás eran

consagradas al servicio del Sol y se convertían en mamacunas o

“Vírgenes del Sol”, con voto perpetuo de castidad. Otras

quedaban al servicio de cada santuario, o “Templo del Sol”,

donde tejían las finas telas utilizadas en las ceremonias religiosas

por los sacerdotes, y preparaban la chicha para las festividades. Se

parecían mucho a las monjas de una orden religiosa, y a su cabeza

había una suma sacerdotisa, de noble cuna, que era considerada

esposa del Sol (Idem. P. 173).

“El emperador de los incas era un déspota absoluto aunque no un

tirano, si utilizamos estas palabras en su sentido exacto, que hoy

tiende a olvidarse”. Su poder quedaba limitado por las

costumbres. Significa que esas eran sus reales limitaciones. Para

sus súbditos era un dios tribal omnipotente, despiadado con sus

enemigos, firme pero justo con sus súbditos y adoradores. Su

constante y principal preocupación era el bienestar y la paz de su

pueblo. No puede decirse que fuera un gobernante legal, ya que se

encontraba por encima de toda ley (su palabrea era la ley), pero

tan poderosa era la fuerza de la costumbre y de los precedentes,

que probablemente nunca los violó para satisfacer un capricho

personal. Era el gobernante supremo del Estado, y con mayor

razón que Luis XIV podría haber repetido o mejor dicho,

anticipado, la afirmación de que él era el Estrado. Como

descendiente directo del Sol, reinaba por derecho divino y era

adorado e implícitamente obedecido por su divinidad. Se creía

269

que estaba íntimamente relacionado con el Sol y que su salud

afectaba la del astro (Idem. P. 174).

En los primeros años del Imperio el emperador se casaba con la

hija de un gobernante vecino, como ocurría hasta hace poco con

la realeza europea; pero durante las tres o cuatro últimas

generaciones antes de la Conquista, se atribuía tal grado de

exaltación a su persona, que sólo su propia hermana era

considerada digna de ser su primera esposa. El mismo

sentimiento e ideal se encuentran en otro gran pueblo de la

Antigüedad, el pueblo egipcio: Durante generaciones los faraones

se casaron con sus hermanas. En contradicción con la creencia

popular, en ambos casos estos matrimonios (para nosotros

incestuosos), parecen haber producido gobernantes inteligentes y

vigorosos. Todos los emperadores del Perú fueron emperadores

de energía y capacidad extraordinarias (en la zootecnia, para fijar

y depurar ciertos caracteres deseables, se ha practicado la

endogamia en la cría de animales, y no hay razón para pensar que

lo mismo no hubiera podido darse en la raza humana) (Idem. P

174).

Como el emperador podía tener, además de su primera esposa, un

harem de concubinas, que le preparaban la comida al emperador,

hacían sus ropas, se ocupaban de las labores domésticas

cotidianas, y le daban una gran descendencia. Los descendientes

de cada emperador, en línea masculina, formaban un ayllu

especial de categoría real, y cuyo deber consistía en ocuparse del

mantenimiento de su palacio y de su culto, ya que cada emperador

se construía un nuevo palacio., el cual se convertía más tarde en

santuario y mausoleo. En la época de la conquista, estos

descendientes de los emperadores sumaban cerca de quinientos.

Este gran número de aristócratas, formaban una útil corte para el

emperador, quien escogía de entre ellos a los funcionarios de

mayor jerarquía. Al morir el emperador, los miembros de su ayllu

se encargaban de las complicadas ceremonias funerarias que se

celebraban a todo lo largo y ancho del Imperio, y su cuerpo

conservado momificado. Durante las principales ceremonias

públicas se sacaban a la plaza sagrada del Cuzco las momias de

270

todos los emperadores muertos que estaban a cargo de sus

descendientes. La última vez que esto sucedió fue en 1559 (Idem.

P. 175).

Los cronistas llamaban a la alta aristocracia la “clase de los

Incas”. Su núcleo consistía en miembros de la verdadera realeza

antigua, de sangre inca, descendientes de los emperadores por

línea paterna. Como estos descendientes no eran suficientes para

proporcionar el número necesario de funcionarios, el emperador

Pachacuti extendió los privilegios de la nobleza inca a todos los

habitantes de ciertos distritos, donde el idioma incaico era el

lenguaje nativo y donde se practicaban todas las costumbres

incaicas. Muchos de ellos eran enviados en calidad de

funcionarios a territorios distantes, recién conquistados. A todos

se les concedía el privilegio de llevar grandes pendientes y los

demás arreos de la nobleza inca (Idem. P 179).

La clase baja de la nobleza o aristocracia era conocida como

“clase de los Curacas” y estaba formada por los caudillos

anteriormente independientes, que habían sido conquistados y

afirmados luego en sus puestos. Estaba compuesta, además, por

todos los demás administradores que tuvieran más de cien

personas a su cargo. Tanto la realeza como la nobleza gozaban de

privilegios tales como el uso de literas, quitasoles, y ropas

parecidas a las del emperador, esposas secundarias, artículos de

lujo y criados de la clase de los yanaconas. Estaban exentos de

impuestos, y eran mantenidos por el gobierno. También se les

asignaban llamas, y tierras en premio a sus buenos servicios

prestados. Pero, de acuerdo con el principio incaico, usual

también en el resto de América, la tierra era considerada

propiedad del grupo al cual pertenecían, -el ayllu-, y no del

individuo. Un noble podía gozar de su usufructo pero no podía

disponer de ella y, a su muerte, era disfrutada del mismo modo

por sus descendientes. La nobleza era un conjunto de población

grande pero solamente era una fracción pequeña de la población

total (Idem. P. 179).

271

A pesar de que en el Perú incaico había muchas personas que no

producían, se desconocía la esclavitud despótica del Viejo

Mundo. Toda la clase plebeya contribuía por igual al

sostenimiento de los funcionarios, sacerdotes, y aristócratas.

Como no se usaba el dinero, no había capitales acumulados,

propiedades privadas, a excepción de los efectos domésticos más

elementales, los impuestos consistían en prestaciones de trabajo.

Estas prestaciones estaban reguladas por leyes estrictas por cuyo

cumplimiento velaban funcionarios que eran responsables ante

otro de mayor autoridad, hasta llegar al mismo emperador. Es

más, las leyes del emperador eran respetadas, tanto por los

funcionarios como por los plebeyos, como procedentes de la

divinidad, razón por la cual se consideraban justas e inexorables.

La desobediencia y la infracción eran muy escasas y se castigaban

severamente (Idem. P. 179).

Al nivel plebeyo existía, no obstante, muchas desigualdades: El

plebeyo que tenía muchos hijos, sobre todo si eran muchachos

que le ayudaran a cuidar sus tierras y a hacerse cargo de sus

prestaciones de trabajo al Estado, era considerado más rico que el

que tenía pocos hijos o solamente hijas. Aunque en teoría los

plebeyos tenían teóricamente el mismo nivel económico, como

suele ocurrir en todas las sociedades, había quienes poseían más

bienes de los que les correspondían, sobre todo respecto de las

llamas. También había otros extremadamente pobres que habían

perdido su conexión con su ayllu y que acababan viviendo solos

en las grandes ciudades. Las mujeres de esta clase eran

probablemente prostitutas; de éstas había gran número en el

Cuzco (Idem. P. 180).

Los generales incas eran expertos en el arte de la guerra y usaban

infinidad de maniobras y estratagemas militares en sus campañas:

Quemaban la hierba para desmoralizar a sus enemigos, les tendían

emboscadas en barrancos donde los arrollaban con grandes rocas,

aparentaban una retirada para regresar en el momento menos

esperado, etc. Pero el gran éxito obtenido por los ejércitos

incaicos se debía en gran parte a la aceptación del aforismo según

el cual el avance de un ejército depende de su estómago. Los

272

servicios de aprovisionamiento eran muy eficientemente;

organizados y administrados; en las regiones incorporadas al

Imperio había provisiones disponibles en los almacenes del

gobierno; Y fuera de sus límites, eran arriados en sus recuas de

llamas. Había tantos almacenes en los caminos, que las tropas

siempre podían acampar junto a alguno de ellos durante sus

marchas. Los principales incentivos para el guerrero, sobre todo

para los jefes de todas las jerarquías, eran los reconocimientos, la

gloria, los honores, las recompensas y los ascensos. (Idem. P.

184).

El emperador era extremadamente generoso para con los nobles

que le servían bien. Les regalaba esposas secundarias, ropas finas,

distintos objetos de arte hechos por los artesanos que sostenía el

Estado, además de ascensos, y privilegios especiales. Incluso para

el más humilde de los soldados había placas honoríficas, regalos

de ropa, y otras recompensas parecidas (Idem. P. 184).

“El sorprendente éxito de los incas en la unificación y dominio de

tan gran Imperio, compuesto de tantos y tan diversos elementos

hostiles, con un mínimo de acciones bélicas, fue debido casi

totalmente a su sabia política respecto de las regiones

recientemente conquistadas: El traslado de los habitantes de las

regiones ocupadas“. El programa incaico de reinstalación y

colonización fue un elemento de primordial importancia, no sólo

para la paz del Imperio, sino para la solución de los problemas

administrativos en los días de la Colonia y para el Perú moderno,

según el concepto de la antropología peruana. Los movimientos

de población fueron tan considerables que el Imperio se convirtió

en una especie de crisol y estaba camino de convertirse en una

nación unificada homogénea, que era lo que en realidad se

intentaba con ese movimiento. A pesar de haber durado tal acción

por menos de cien años, antes de la Conquista, para entonces,

muchas de las tribus del Perú andino y costero habían perdido su

identidad, su idioma y muchas de sus costumbres peculiares. El

idioma incaico era el idioma oficial en todas partes y había

sustituido rápidamente las lenguas nativas. El alcance del

programa de reinstalación dependía, como es natural, de la

273

belicosidad e intransigencia de la población. En algunas

provincias, la mayoría de los habitantes eran deportados y

reemplazados por colonizadores. Los colonizadores eran

escogidos de regiones que tuvieran condiciones climáticas y

ecológicas similares a las regiones por colonizare. Los quechuas

de la región del Cuzco, eran siempre los colonizadores preferidos.

Los nuevos colonos eran repartidos por los pueblos de la región a

colonizar y los más recalcitrantes de éstos eran enviados a

reemplazar a los colonos en su lugar de origen (Idem. P.185).

Cieza de León hace una vívida descripción del proceso, de la cual

hacemos el siguiente extracto: “De tal manera se hacía esto, que

sabemos en muchos lugares que no había ganado, lo hubo y

mucho desde el tiempo que los Incas lo sojuzgaron; y en otros que

no había maíz, tenerlo después sobrado. Y en todo lo demás

andaban como salvajes, mal vestidos y descalzos, y desde que

conocieron a estos señores, usaron de camisetas, lazos y mantas, y

las mujeres lo mismo, yt de otras buenas cosas; tanto que para

siempre habrá memoria de todo esto” (Idem. P. 186).

Los colonizadores eran llamados mitimaes, y aunque quedaban

bajo la misma autoridad provincial que los nativos, formaban

grupos favorecidos y recibían regalos y privilegios especiales.

Formaban las guarniciones locales incaicas y debían dar ejemplo

a los no iniciados, convertir a la “verdadera fe” a los paganos y

enseñar el idioma quechua a los bárbaros (Idem. P. 187).

De la descripción que hace Garcilazo de la Vega y que publica

Mason en su obra extraemos otros motivos de gran significación

que movía al emperador a realizar aquellos movimientos de

población, basados siempre en estudios muy concienzudos: “Los

Incas, yendo conquistando, hallaban algunas provincias fértiles y

abundantes de suyo, pero mal pobladas y mal cultivadas por falta

de moradores; a estas provincias, por que no estuviesen perdidas,

llevaban indios de otras de la misma calidad y temple, fría o

caliente, porque no se les hiciese de mal la diferencia del

temperamento. Otras veces los trasplantaban cuando

multiplicaban mucho de manera que no cabían en sus provincias;

274

buscaban les otras semejantes en que viviesen; sacaban la mitad

de la gente de tal provincia, más o menos la que convenía.

También sacaban indios de provincias flacas y estériles para

poblar tierras fértiles y abundantes. Esto hacían para beneficio, así

de los que iban como de los que quedaban, porque como

parientes, se ayudasen con sus cosechas a los unos a los otros…”

(Idem. P 187).

En los territorios conquistados, la política de los incas consistía en

dejar los asuntos administrativos in statu quo ante siempre que se

podía, adaptando el nuevo régimen a las condiciones existentes.

Todos los jefes dóciles eran confirmados en sus puestos, se les

daba la dignidad de curacas y eran considerados nobles. Sus hijos

eran llevados al Cuzco en calidad de rehenes y al mismo tiempo

se les inculcaba la ideología incaica. A la muerte de sus padres

ocupaban el puesto de éstos. Se instalaba el sistema incaico de

división tripartita de la tierra y del servicio de trabajo, se

construían almacenes, se establecía como idioma oficial el

quechua y como religión oficial la adoración al So0, pero no

obligaba a los habitantes a que abandonaran su antiguo idioma y

religión. Si la población se encontraba en situación angustiosa por

causa de la guerra que acababan de pasar, se les daba alimentos y

otros artículos procedentes de los almacenes del gobierno de

regiones cercanas pacificadas con anterioridad (Idem. P. 188).

14.5.0 LA RELIGIÓN

La Iglesia y el Estado eran en la práctica, una sola cosa en el

Imperio de los Incas y sus móviles, política y acciones eran

prácticamente las mismas que las de otras muchas naciones de la

Antigüedad. Estaban convencidos sinceramente que eran de una

raza superior., ya que lo habían demostrado con sus armas y su

cultura. Consideraban que podían usar las tierras (y con razón),

que podían utilizar las tierras mejor que los demás, y creían que

llevaban la bendición de la religión verdadera –la del Sol-, a su

ignorantes y ateos vecinos. No obstante, nunca llegaron a

interferir en las religiones de los pueblos conquistados (Idem. P.

184).

275

En los tiempos del Imperio, el Estado se encargaba de establecer

y de sostener económicamente la religión; “todo hace pensar que

en la América aborigen fue este el único ejemplo de una Iglesia

establecida. La religión, especialmente al fin del Imperio incaico

era una organización en que la pompa del ritual y el ceremonial

eran factores primordiales. Sus fines principales consistían en el

incremento y conservación de las reservas de alimentos y la

curación de las enfermedades. Los elementos espiritual, místico, y

ético, no pragmáticos, tenían poco que ver con ella. Dentro de los

conceptos abstractos que sí se tenían en consideración, eran los de

pecado, la confesión, la penitencia y la necesidad de purificación.

Mas adelante veremos cómo el calendario anual, en que se

encuadran las estaciones de siembra y cosecha era una de las

mayores preocupaciones de la religión (Idem. P. 191).

La deidad suprema era el Creador, al que se conoce generalmente

con el nombre de Viracocha, aunque al parecer este nombre era

solamente uno de muchos de sus títulos. Se dice que, en general,

no tenía un nombre verdadero, pero éste pudo ser considerado

demasiado sagrado para ser pronunciado, por lo cual no lo

conocieron los cronistas. Su apariencia era la de un hombre y así

se le representaba en las imágenes de los templos. Era inmortal y

el creador de todas las cosas, incluyendo las otras deidades. Era el

equivalente sobrenatural del emperador de los Incas. Se le

consideraba también un héroe cultural que enseñó a su pueblo

cómo vivir. Después de la creación esta deidad intervenía poco en

los destinos humanos, permaneciendo en el cielo como una

divinidad benigna y, por consiguiente, no muy venerada, al menos

por el pueblo común (Idem. P. 191).

El dios creador era al parecer una deidad fundamental muy

antigua en el Perú. Means cree que se trata del mismo dios que

era venerado en Tiahuanaco, posiblemente bajo algún nombre que

no era quechua. Viracocha se asemeja en muchos respectos al

dios mexicano Quetzlcoatl que también fue un héroe cultural. Al

parecer el culto a Viracocha era practicado, especialmente si no

exclusivamente, por las clases superiores, más bien con el sentido

276

de un culto filosófico y no animista. Los incas fueron adoradores

del Sol. El Sol, Inti, era la deidad principal y el progenitor de la

dinastía real. Aunque los sacerdotes y las Mujeres Escogidas

servían a todos los dioses, el Sol destacaba tanto respecto de los

demás, que los cronistas siempre se referían a estas mujeres como

las “Vírgenes del Sol”, y a los santuarios como “Templos del

Sol”. Había otros dioses: El dios del Trueno o del Tiempo; a el se

le rogaba que enviara lluvia. La Luna, Hamaquilla, esposa del Sol

a la que no se veneraba mucho. Las diosas de la tierra y del mar,

Pachamamas y Mamacona, cuyas funciones estaban relacionadas

con la agricultura y la pesca. (Idem. P. 192 y 19).

Las ceremonias religiosas más importantes de los incas se

celebraban en la Gran Plaza del Cuzco. La mayoría de ellas eran

fiestas de la Iglesia que se repetían anualmente, y casi todas

tenían algo que ver con distintos aspectos de la agricultura, como

la siembra y la recolección (Idem. P. 20).

Parece ser que a diferencia de los mexicanos, los incas no

reconocían los días buenos ni los días malos, afortunados o

desgraciados o, por lo menos no les daban la trascendencia que

les daban aquellos. En lugar de ocuparse de la determinación de

estos días, se dedicaban a hacer adivinaciones para predecir el

futuro (como también lo hacían los mesoamericanos), y a

pronosticar el éxito o el fracaso de una empresa (Idem. P. 21).

Se ha dicho que los conocimientos astronómicos de los peruanos

eran muy inferiores al los de los antiguos mexicanos y los mayas.

Se sabe, sí, que tenían menos interés que aquellos por la

astronomía. Sin embargo, igual que la mayoría de los pueblos

antiguos, ellos tenían siempre un interés, por esa ciencia, en

función de su relación con el año agrícola. Respecto de esto,

parece ser que la clase plebeya peruana no tenía en cuenta sino el

“año lunar” que dura un mes y contaban doce meses lunares para

completar un año en el calendario solar (Idem. P. 21).

14.2.17 ALGUNOS ASPECTOS

277

DE LA VIDA INTELECTUAL

El arte del pueblo incaico era el propio de un pueblo pragmático y

representaba la última fase de una larga historia. Desde el punto

de vista técnico era excelente, pues demuestra un dominio total de

los medios, pero carecía de inspiración y, estéticamente, es la más

pobre de las distintas tradiciones artísticas principales del Perú.

No existió, en absoluto, la escultura de piedra, y la decoración

arquitectónica era extremadamente escasa., de manera que el arte

se limitaba a la decoración de pequeñas cosas. A pesar de que no

se conocía la escritura, los incas poseyeron una literatura extensa

y de excelente calidad. Para que fuera más fácil de recordar, este

material tradicional estaba en forma de poemas y sometido a una

métrica especial. La historia y la mitología se conservaban de este

modo en sagas y pseudo – epopeyas. Había oraciones e himnos

religiosos, poemas, canciones y dramas profanos. La música

peruana seguramente resultaría muy disonante para nuestros

oídos. Sus instrumentos musicales eran de madera, caña, barro,

hueso concha o metal. Se usaba una flauta de Pan, que se parecía

mucho a las de Caña.

278

CAPÍTULO 15

LOS PUEBLOS DE LA REGIÓN

SEPTENTRIONAL – OCCIDENTAL

DE SURAMÉRICA

Nos vamos a referir aquí a los pueblos que habitaron el territorio

de lo que hoy es Colombia. La experiencia de una nación mestiza

como la colombiana nos ofrece el resultado del encuentro

multiétnico americano, aunque más tarde, viene el elemento

africano con varios aportes culturales para conformar las bases

poli étnica, tal vez multinacional, de la que es hoy la compleja

nación colombiana.

Para desarrollar este tema nos apoyaremos en el trabajo realizado

por Luis Duque Gómez y Sergio Elías Ortiz, publicados en la

Historia Extensa de Colombia, que son los tomos I, II, II, y IV.

Allí podremos contemplar el desarrollo de las culturas aborígenes

que nos precedieron, tal como nos las presenta la arqueología, y el

estudio de las lenguas, su evolución en las distintas regiones y su

extensión y superposición.

15.1.0 PANORAMA HUMANO GENERAL

Se trata de un mosaico de pueblos, ninguno de los cuales había

establecido una civilización de los niveles de la mexicana, la

maya o la inca, pero que habían logrado el desarrollo de tal

conjunto de elementos técnicos y culturales que bien hubieran

podido servir de fundamento, en un tiempo prudencial, a una gran

civilización, por no decir que, quizás, avanzaban firmemente en

esa dirección. No obstante encontramos en tiempos del

Descubrimiento, dos factores capaces de cerrarle el paso a la

realización de semejante opción, como una experiencia histórica

más en el mundo americano, en este caso, particularmente, vivida

por la nación chibcha. Esta se veía asaltada, y poco a poco copada

por dos invasiones guerreras, tal como ocurre en tantos eventos

históricos: La de los caribe cuyo proceso se daba ya se desde

279

tiempo atrás, y que avanzaba por las vertientes de los ríos desde la

Costa atlántica, y la de los españoles y portugueses que se

encargarían de asentar, definitivamente, en el Nuevo Mundo, a la

cultura europea.

En el caso del estudio de las poblaciones aborígenes de la región

septentrional de Sur América, vamos a tener un auxiliar de la

arqueología para entender no solo el posible “parentesco” de las

diferentes poblaciones sino la forma de su dispersión geográfica:

Es el estudio de las diferentes lenguas y su filiación su interacción

y agrupación en grandes troncos lingüísticos, lo que permite

conjugar la lengua con la información de los diferentes horizontes

arqueológicos y llegar a datos que de otra manera serían muy

fragmentarios y arrojarían conocimientos mucho más pobres de

las poblaciones estudiadas. Pero antes, haremos un corto esbozo

del paleoindio de la Región, haremos un intento de enmarcar su

poblamiento dentro del marco general de una evolución que

incluye tres períodos que, según Reichel – Dolmatoff, dos de ellos

anteceden a las civilizaciones avanzadas que se dieron en su

territorio, y la última en que se perfilan éstas hasta mostrar el

desarrollo que encontraron les europeos en la época del

Descubrimiento. Reichel – Dolmatoff es quien primero ha fijado,

aunque de manera general y panorámica, los rasgos arqueológicos

que podrían considerarse, en esta parte del Continente como

pertenecientes a estos períodos.

“Conocida la presencia del hombre en el extremo sur del

continente hace diez mil años, afirma Reichel – Dolmatoff, al

mirar un mapa no cabe duda de que el primer lugar en Sur

América en que pusieron pié estos antiguos cazadores y

recolectores, en su migración hacia el sur, fue el territorio de la

actual Colombia. No obstante estos hechos, el conocimiento de

los rasgos arqueológicos de este antiguo período es escaso en este

territorio. Restos de mamíferos correspondientes al pleitoceno

superior han sido hallados en varias localidades, pero hasta ahora

no existen evidencias de la asociación de tales vestigios con

artefactos hechos por el hombre, lo que se debe probablemente a

falta de investigaciones sistemáticas en este campo. Considera,

280

sin embargo, que algunos pocos y aislados hallazgos pueden

atribuirse posiblemente a la ocupación paleo – india” (Luis Duque

Gómez. Historia Extensa de Colombia. Vol. 2 Tribus Indígenas y

Sitios Arqueológicos. Ediciones Lerner Bogotá. 1967 P. 47).

Entre ellos pueden mencionarse los siguientes:

“Una punta de proyectil encontrada cerca de Espinal (Tolima), en

un estrato que estaba cubierto por una capa de cerca de siete

metros de espesor, formada por cenizas volcánicas; tiene forma

lanceolada y base ligeramente cóncava. Podría compararse, al

igual que otros encuentros similares hechos en la misma zona, con

las conocidas puntas de Angostura, en Norte América”.

“Una punta de proyectil hallada en las cercanías de Manizales, en

la Cordillera Central. Es corta, con hombros, rematada en un

pedúnculo que termina en una base bifurcada. Su morfología es

diferente a la anterior y ofrece algunas similitudes con las puntas

de Pinto Bassin, California, y con algunos especímenes

patagones, de la fase llamada Patagonia I”.

“Las pequeñas puntas procedentes de la costa Caribe, trabajadas

por percusión, con excepción de una procedente de Mahates, que

presenta retoques por presión”.

“Una punta originaria de Restrepo, en la Cordillera Occidental,

bifacial, hecha por percusión, con algunos retoques secundarios”.

“A los anteriores objetos, producto de hallazgos ocasionales,

agrega Reichel – Dolmatoff la serie de artefactos líticos

excavados por él en varios depósitos arqueológicos de la Llanura

del Atlántico, en la Vertiente del Pacífico, y en algunos lugares

del interior. Tal es el caso del sitio de San Nicolás, en el bajo

Sinú, en donde halló varios artefactos líticos, como astillas,

cuchillos, raspadores, y muchos núcleos parcialmente

desconchados. La región de Pomares, en el Canal del Dique, en

donde fueron localizados centenares de objetos líticos, sobre una

superficie erosionada, fabricados por percusión. En la costa del

281

Pacífico, los hallazgos hechos en el alto Baudó, en los ríos

Juruvidá y Chorí y en la Bahía de Utría. En el interior, el sitio de

Bocas del Carare, en la desembocadura del río Carare” (Idem. P.

47).

“Los referidos objetos líticos tienen en común ciertas

características, dice Reichel – Dolmatoff, como su ubicación, la

falta de asociación con cerámica, con útiles para triturar granos, y

con objetos de piedra pulida; las formas como raspadores,

cuchillos y principalmente puntas de proyectil; la técnica de

percusión con que están fabricados, pues muy pocos tienen

retoques secundarios. Todas estas características sugieren la

existencia en este tiempo de grupos de recolectores y pescadores

del paleo – indio, aunque es difícil señalar todavía a qué fase de

este antiguo período corresponden los anotados vestigios” (Idem.

P. 48).

Al primero de aquellos tres períodos o etapas evolutivas, que

corresponde a la última fase del período prehistórico, propiamente

dicho, se le llama la etapa arcaica. En América ésta época

corresponde a la fase pre - formativa. Los hombres que vivieron

en este tiempo eran esencialmente recolectores, pero se dedicaban

también a la caza y a la pesca. Algunos grupos tenían como base

especial de su alimentación el consumo de mariscos y en los

alrededores de sus antiguas viviendas se formaban grandes

depósitos de desperdicios; son los concheros, que tanta

importancia tienen hoy para el estudio arqueológico de este

período. Generalmente aparecen entonces instrumentos de piedra

pulida, sin que esté ausente la industria de la piedra astillada. Es

la época en que se inicia en algunas regiones la explotación y el

beneficio del cobre. En esta época, las puntas líticas son de gran

tamaño y generalmente con pedúnculo (Idem. P. 48).

Reichel – Dolmatoff, supone que en este tiempo, que transcurre

aproximadamente hacia los tres o cuatro mil años antes de Cristo,

constituyó un período crucial tanto en el resto de América como

en Colombia, cuando el hombre se procuró nuevas formas de

subsistencia, que constituyen la base para la vida sedentaria y para

282

la producción de alimentos. En esta época en la costa Caribe de

Colombia surge una bien definida pauta de vida, en los llamados

concheros. En los próximos dos mil años estos grupos se

esparcirán a lo largo de los litorales y de las lagunas; sus prácticas

y formas de vida corresponden a lo que hoy se denomina etapa

arcaica o pre - formativa en América. Es la transición entre los

modos de vida del paleo – indio y las del formativo, que alcanza

una duración de seis mil años, desde el séptimo milenio hasta el

primer milenio antes de Cristo. En este tiempo, los grupos

indígenas llamados meso – indios, luchan al igual que sus

antecesores los paleo – indios, por ajustar sus recursos culturales a

las nuevas condiciones ambientales causadas por las grandes

variaciones climáticas que se registran en el planeta en esta época.

Son grupos nómadas o seminómadas, recolectores, que en ciertos

ciclos estacionales establecen sus campamentos en varios lugares

de la costa, en los ríos, en los estuarios, o en las ciénagas. En

Colombia esta época está representada también en los grandes

concheros de la Llanura del Atlántico, que indica que fueron los

moluscos, al lado de otros alimentos, la principal fuente de

proteínas de los pequeños grupos humanos, que debieron vivir en

los lugares donde se formaron con los desperdicios de su

alimentación grandes acumulaciones de conchas. Estas estaciones

de pescadores de moluscos, que ya veíamos, datan de unos tres a

cuatro mil años antes de Cristo, constituyen el horizonte cultural

más antiguo conocido y fechado, hasta ahora, en Colombia. El

sitio principal, y más viejo, es el de Puerto Hormiga, un conchero

que fue localizado cerca de la entrada del Canal del Dique, en el

Departamento de Bolívar, con un diámetro de cerca de ochenta

metros. El montículo estaba formado por varios depósitos de

conchas, superpuestos, mezclados con restos culturales, como

cerámica, artefactos líticos y huesos de animales. (Idem. P. 49).

El rasgo más característico del complejo de Puerto Hormiga,

anota Reichel – Dolmatoff, es la cerámica, que aparece desde las

fases iniciales de la ocupación en este sitio, no obstante tratarse de

la época arcaica. Las pruebas de carbono 14 hechas sobre

muestras de materia orgánica, halladas en asocio de los restos de

cerámica, sitúan este complejo en los años finales del cuarto

283

milenio antes de Cristo, es decir, se trata aquí de la cerámica más

antigua conocida hasta ahora en Colombia y en América (Idem. P.

50).

Lo más característico de la alfarería de Puerto Hormiga es el

moldeo directo a partir de una masa de arcilla y el empleo de

fibras vegetales y hojas incorporadas a la arcilla como material

antiplástico. En la cocción este material desaparecía, quedando las

piezas con la apariencia de una esponja. El primitivismo de las

vasijas, la ausencia de decoración y todos los aspectos del

complejo de cerámica en sí, indican que se trata de una fase

inicial en el arte de la alfarería prehispánica, no sólo de Colombia

sino de América. En asocio de esta cerámica rudimentaria se

hallaron, en el mismo sitio, otros tipos de ella que, aunque con la

misma forma, presentan ya desengrasantes de arena y en general

un desarrollo tecnológico más avanzado, lo mismo que ciertos

elementos decorativos, como pintura, el estampado hecho con

conchas y el modelo de motivos zoomorfos, agregados, que

representan ranas o pequeños roedores en actitud de subir al

borde de la vasija” (Idem. P. 50).

Según Reichel – Dolmatoff, las mismas pautas de vida se

prolongan sin muchos cambios unos dos mil años en las tierras

bajas de las costas colombianas. El mismo investigador ha

identificado una serie de sitios con vestigios de esta clase

esparcidos a lo largo de una amplia zona de la costa, a orillas de

las lagunas y en el curso bajo de los ríos que van hacia el Mar

Caribe. Entre estos se incluyen los concheros de Canapote en

Cartagena, que datan de unos dos mil años antes de Cristo, y en

los cuales se ha identificado un complejo cerámico que ofrece

grandes semejanzas con el de Puerto Hormiga; los de Barlovento,

al NE de Cartagena, fechados entre mil quinientos cincuenta y mil

treinta y dos años antes de Cristo; los de Ciénaga del Totumo; los

de las islas de Barú y Tierra Bomba, hacia el sur de Cartagena; los

del Golfo de Morrosquillo, entre Cartagena y el Golfo de Urabá, y

otros” (Idem. P. 51).

284

Luego viene el período hortícola, nombre que le asigna Reichel –

Dolmatoff a una época en que vivieron grupos humanos que

hacen notorios esfuerzos por progresar en sus medios de vida. En

este tiempo se pasa de la recolección de moluscos y de la caza

menor a l cultivo de ciertas raíces, con lo cual se inicia realmente

la domesticación de plantas útiles. Este es el comienzo de la

agricultura. La horticultura, afirman el citado investigador, no es

una invención repentina, sino el resultado de un largo proceso de

desarrollo, que se prolonga durante centenares de años y quizás,

de milenios, a lo largo de los cuales, progresa lentamente el

conocimiento de los aborígenes respecto de la adecuada selección

de semillas, a las propiedades de los suelos, de las influencias del

clima, del valor nutricional de los diferentes productos, etc. Es la

época en que los grupos humanos empiezan a moverse de la costa

hacia el interior, lo que supone, además, la adaptación de los

emigrantes a otras condiciones de medio y por lo tanto a la

explotación de nuevos recursos naturales, lo que los conduce al

cultivo de plantas como la yuca (Manihot esculenta), cuya

adopción transforma, por completo su vida (Idem. P. 52).

En Malambo, cerca de Barranquilla, es donde mejor se tipifica

esta fase cultural hortícola de los primitivos pobladores de la

Llanura Atlántica. Los depósitos arqueológicos de aquí presentan

características que se observan también en una amplia área de esta

zona de Colombia. Sus vestigios consisten en restos de una

cerámica mucho más avanzada que las del estadio precedente. Se

emplea la arena como desengrasante para la fabricación de una

alfarería muy pulida, rica en formas y técnicas decorativas.

Aparecen ya figuras antropomorfas, que reflejan una notable

concepción estética. Este complejo corresponde, según las

pruebas de carbono catorce, a comienzos del primer milenio antes

de Cristo y su característica principales, en relación a las fases

anteriores, el cambio de la base económica, por sustitución

gradual de la recolección de moluscos y consumo ocasional de

algunos productos vegetales, por el cultivo de raíces“ (Idem. P.

53).

285

De aquí en adelante se entra en el período que ha sido

denominado formativo. Sus rasgos están plenamente definidos,

tanto en el aspecto socio – económico, como en el político –

religioso. Es la época en que los primitivos colonos americanos

alcanzan sus progresos más significativos en la domesticación de

plantas útiles, y este desarrollo agrícola permite la vida sedentaria

de muchos pueblos, un proceso que culmina en las grandes

civilizaciones que florecieron en Mesoamérica y en la región

andina. “Reichel – Dolmatoff considera, sin embargo, que en la

Llanura del Atlántico la disponibilidad de abundantes recursos

naturales, como la pesca y la caza menor, en los ríos, lagunas y

ciénagas, hicieron menos necesario el desarrollo de la agricultura

para que se cumpliera este mismo proceso y para que surgieran

verdaderos grupos sedentarios, los cuales aprovecharon hasta el

máximo estos recursos que les ofrecía el medio. Esa el caso del

bajo Sinú, donde se han localizado depósitos arqueológicos con

abundantes restos de huesos de cocodrilo, de mamíferos, varios

miles de fragmentos de conchas de tortuga, y restos de diferentes

especies de peces. Lo mismo puede afirmarse de otros sitios

localizados a lo largo de los ríos Cauca y Magdalena (Idem. P.

53).

En el sitio de Momil, ubicado en el departamento de Bolívar,

considera Reichel – Dolmatoff, que se encuentran los rasgos más

representativos de este período. Dice Luis Duque Gómez: “A este

agregaríamos nosotros el de San Agustín, cuyo primer desarrollo,

que hemos denominado Mesitas Inferior, siglo VI antes de Cristo

a siglo V después de Cristo, presenta también evidencias que nos

hacen sospechar de una época todavía mucho más antigua. Sus

rasgos evolutivos son comparables a los que se consideran como

típicos de esta época; aún podrían incluirse los mismos elementos

que se desarrollaron en el período subsiguiente, Mesitas Medio”

(Idem. P. 53).

En Momil, Reichel – Dolmatoff localizó un depósito arqueológico

que contenía gran cantidad de vestigios y alcanzaba un área de

varios centenares de metros cuadrados. Se hallaron aquí más de

trescientos mil fragmentos de cerámica, artefactos líticos, objetos

286

de hueso y de concha y gran cantidad de restos de alimentos. Las

condiciones físicas del yacimiento permitieron la identificación

muy clara de dos períodos, que el citado investigador denominó

Momil I como el más antiguo y Momil II, de desarrollo ulterior.

En una y otra fase se manifiesta una cerámica muy evolucionada,

de varias formas, especialmente vasos globulares de cuello

estrecho y borde invertido, vasos hemisféricos, vasijas de silueta

compuesta con hombros pronunciados; platos y bandejas. Como

técnicas decorativas más características, se observan distintos

tipos de incisión, el estampado con instrumentos dentados, el

relleno con pigmentos blancos, pintura bicolor (negro sobre

blanco, negro sobre rojo) y pintura policroma (negro y rojo sobre

blanco). Es el tiempo en que se registra, por primera vez en

Colombia, la técnica de la pintura negativa (negro sobre rojo).

Aparecen además figurillas de arcilla, pintaderas planas, pitos

zoomorfos, adornos de doble cara, que sugieren el concepto del

dualismo; volantes de huso, adornos biomorfos modelados,

algunos en forma de cabezas de aves. También halló en este

mismo depósito abundantes objetos de piedra. Los de Momil I se

caracterizan por la aplicación de las técnicas de percusión y de

presión en su manufactura. Objetos de concha, algunos hechos de

caracoles del género Strombus (Idem. P. 54).

Todo indica que en tiempos de Momil I, el cultivo principal fue la

yuca, a juzgar por la morfología de la cerámica u de los mismos

utensilios de piedra, en tanto que aquellos elementos necesarios

para el beneficio del maíz, como piedras de moler con superficie

cóncava, etc., sólo aparecen a partir de Momil II. Este hecho hace

pensar a Reichel – Dolmatoff que Momil I es realmente una fase

de transición entre una economía basada en el cultivo de raíces y

la fase posterior en la que el maíz pasó a ser el cultivo principal

con todas las repercusiones que este cambio trajo consigo (Idem.

P. 54).

En Momil se encontraron mil setecientas figurillas antropomorfas

de arcilla, muchas de las cuales representan malformaciones,

estados patológicos, preñez, etc., por4 lo cual Reichel –

Dolmatoff considera que se trata aquí de objetos ceremoniales,

287

relacionados con las prácticas shamanísticas encaminadas a la

curación y prevención de las enfermedades. El hallazgo en este

mismo depósito de huesos humanos disperso, y que no parece

hubieran pertenecido a ningún enterramiento, lo interpreta como

un indicio de la existencia entre estos antiguos pueblos del

canibalismo, practicado, quizás, con un sentido ritual A pesar de

que se carece de una cronología absoluta para Momil, Reichel -

.Dolmatoff compara este complejo arqueológico con culturas

formativas que se desarrollaron en Mesoamérica hacia el segundo

milenio antes de Cristo, como las que se aprecian en los depósitos

de Tlatilco, en México y la Playa de los Muertos y Yumarela, en

Honduras (Idem. P. 55).

Con el cultivo del maíz y su rápida expansión entre las distintas

tribus, debido a su alto valor nutritivo y adaptabilidad a diferentes

medios climáticos, los pueblos costaneros iniciaron su ascenso

por las faldas de las cordilleras, para establecerse definitivamente

en ellas. Es la época en que progresa la domesticación de nuevas

plantas útiles, para lo cual se aprovechan las magníficas

posibilidades que en tal sentido ofrece el medio cordillerano en

esta porción de América. Las peculiaridades del medio andino

fomentan el aislamiento de los distintos grupos humanos y como

consecuencia su desarrollo, apareciendo diferenciaciones y rasgos

peculiares en el comportamiento de las diferentes comunidades

humanas. En los sitios arqueológicos de este período aparecen en

numerosos sitios piedras de moler, una cerámica con desengrase

de arena y de tiestos molidos; las vasijas se cocinan en atmósfera

oxidante y éstas presentan una gran variedad de formas,

decoradas con técnicas como la incisión, el modelado y otras. Se

observan también grandes vasijas posiblemente para

almacenamiento de líquidos, en especial de chicha de maíz. Se

hacen cada vez más frecuentes los vasos antropomorfos, lo mismo

que las hachas de estilo neolítico. Aparecen los volantes de huso,

collares de cuentas de piedras perforadas, y otros adornos

personales” (Idem. P. 55).

Según la opinión de Reichel – Dolmatoff, la evolución de los

pueblos de la Llanura del Atlántico no sigue el mismo derrotero

288

que la de los pueblos del interior del País (Colombia). Surgen,

dentro del conjunto mencionado verdaderos regionalismos,

generados por las diferencias del Medio, dado el aislamiento que

la presencia de los pliegues cordilleranos impone. Grupos que

antes formaban una sola familia ya en la época de la Conquista se

percibían como enemigos irreconciliables, con rasgos culturales

que los diferenciaban entre sí (Idem. P. 56).

El mencionado investigador afirma, además, apoyado en sus

propias exploraciones, que en la Llanura del Atlántico se

desarrollaron por lo menos cinco centros culturales con

características evolutivas propias, fácilmente distinguibles por el

estilo de su cerámica, entre otros. El cuadro de las formas de vida

de estas poblaciones se ha logrado conjugando las noticias etno –

históricas consignadas en las crónicas de la Conquista y las

investigaciones que han sido realizadas en los depósitos

arqueológicos, y que aportan la posibilidad de una visión

profunda en el tiempo de esas crónicas. El mismo Reichel –

Dolmatoff propone la siguiente zonificación: La Sierra Nevada de

Santa Marta, El río Ranchería, el río Cesar, el Bajo Magdalena y

el litoral. El antropólogo inició sus exploraciones en el área

tairona de la Sierra Nevada de Santa Marta, exploró allí sitios de

habitación y basurales, que contenían numerosos fragmentos de

cerámica, los cuales permitieron el establecimiento de cierta

secuencia histórica, y, por lo tanto, de una cronología evolutiva

tentativa. (Idem. P. 56).

La principal caracterización de estas zonas es la siguiente:

Sierra Nevada de Santa Marta, Su cerámica tiene una decoración

esencialmente plástica.

Río Ranchería, Tiene una tradición de cerámica pintada.

Río Cesar, Bajo Magdalena y Litoral, tienen una alfarería

predominantemente incisa. (Idem. P 56).

289

En el curso de las exploraciones fue posible establecer claras

diferencias entre los materiales excavados en las faldas de la

Sierra Nevada de Santa Marta y los excavados en la costa de

Salamanca, Papare, Durcino, Gaira, Taganga, Santa Marta y otros

sitios del litoral. Esto dio base para señalar en esta zona un nuevo

complejo cultural, contemporáneo con el de la Sierra Nevada de

Santa Marta en su fase final, pero más primitivo, por su lento

desenvolvimiento. A este complejo lo denominó Área del Litoral.

(Idem. P. 57).

Luego fueron identificadas dos nuevas áreas arqueológicas al

oriente del departamento del Magdalena: La del río Ranchería y la

del río Cesar. Su estudio permitió entender la influencia de la

cultura tairona hacia esta región y su correlación cronológica con

ciertos depósitos arqueológicos existentes en Venezuela (Idem. P.

57).

En el río Ranchería, Reichel – Dolmatoff identificó dos complejos

arqueológicos, con sus propias características. En el curso

superior del río Cesar localizó yacimientos de un complejo de

desarrollo local, que puede relacionarse en parte con los

complejos señalados para el río Ranchería. El Área arqueológica

del río Magdalena fue establecida después de una serie de

excavaciones operadas en distintos sitios aledaños al río. Algunas

manifiestan elementos de contacto con los españoles, lo que ha

servido como referencia para establecer una edad relativa de tres

períodos diferentes en la evolución cultural de la región de la

laguna de Zapatoza (Idem. P. 57).

El desarrollo arqueológico del área tairona constituye hoy una de

las más conocidas del país, pues allí han sido realizadas

exploraciones sistemáticas en diferentes depósitos arqueológicos,

cuyos resultados han permitido el establecimiento de una

secuencia cultural y el análisis e interpretación de los elementos

más significativos en el contexto de la cultura a que pertenecen

los vestigios prehispánicos que allí se encuentran. Los vestigios

consisten principalmente en plantas de vivienda, terrazas de

cultivo, etc., Los poblados variaban, desde agrupaciones de pocas

290

casas, hasta conjuntos de centenares de casas; algunas tenían

hasta veinte metros de diámetro, circuladas por una especie de

anillo, formado por piedras, a veces pulimentadas.

Frecuentemente estaban ubicadas en montículos o plataformas

sostenidas por muros de piedra, a través de los cuales una

pequeña escalera servía de acceso al piso de la vivienda. Los

cimientos de tales construcciones consistían, según puede verse

en los vestigios que aún subsisten, en uno o más círculos

concéntricos, formados por piedras. Todas tenían dos puertas,

colocadas opuestamente, señaladas por grandes piedras bien

pulimentadas. Ciertas ruinas parece que corresponden a casas

ceremoniales, alrededor de las cuales se agrupaban los pueblos

más numerosos. Presentan una gran planta circular, en ocasiones

con cuatro puertas, localizadas en amplias terrazas, con calzadas,

escaleras, columnas y mesas de piedra o bancos colocados sobre

bloques más pequeños; puentes, etc. (Idem. P.58).

La excavación de los sitios de habitación ha arrojado mucha luz

acerca de las formas de vida de esta importante y numerosa

población indígena del norte de Colombia. Las casas estaban

habitadas por una sola familia. El fogón lo conformaban tres o

cuatro piedras. En una de las casas ceremoniales, Reichel –

Dolmatoff encontró, cerca de la entrada principal, un cráneo de

jaguar. Entre los koguis, tribu que actualmente habita esta misma

zona, todas las casas ceremoniales están dedicadas al dios Jaguar,

o Cashindúcua, y según la tradición, en los tiempos antiguos

cráneos de estos felinos adornaban las puertas de las casas. Este

hecho demuestra que el estudio de los rasgos etnográficos de las

tribus indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta constituye un

buen auxiliar para la adecuada interpretación de muchos

fenómenos arqueológicos de esa zona (Idem. P. 59).

Es importante considerar a Zambrano, el nombre de una región

del bajo Magdalena que tuvo gran importancia en la época

prehispánica, a juzgar por los numerosos vestigios arqueológicos

que allí se presentan. Allí concurrieron, en opinión de Reichel –

Dolmatoff, la influencia de todas las culturas de la costa

colombiana, desde las de la Sierra Nevada, hasta las del Valle del

291

Sinú, y otras regiones. Este arqueólogo reconoció allí más de

cincuenta sitios arqueológicos, algunos de los cuales considera

como representantes de las fases de Puerto Hormiga, Momil, y

Malambo. Los depósitos arqueológicos alcanzan en algunos sitios

hasta seis metros de profundidad y consisten en fragmentos de

cerámica y objetos líticos, correspondientes a una ocupación de

mediados del siglo VII de la era cristiana., cuando fueron

empleados grandes montículos artificiales como plataformas para

la construcción de casas. Algunas centurias después, aparecen

pueblos más nucleados, con grandes cementerios, en los que se

encuentran numerosas urnas funerarias. Se observan también

collares de cuentas de cornerina, de la Sierra Nevada, piezas de

oro del Sinú, y objetos hechos de concha marina, todo lo cual

evidencia las relaciones comerciales que tenían estos pueblos con

tales regiones (Idem. P. 61).

Uno de los pueblos encontrados por los españoles fue el pueblo

tairona, que ocupaba los contrafuertes de la Sierra Nevada de

Santa Marta hasta una altura aproximada de mil metros sobre el

nivel del mar. La población vivía completamente en grupos

nucleados, una pauta de poblamiento que no se ha observado en

ninguna otra región de Colombia. Los grupos de población

estaban localizados en los pliegues de las montañas, una posición

estratégica para la fácil defensa de sus dominios. Los pueblos

principales se componían de miles de habitantes, a juzgar por las

referencias de los cronistas y por los vestigios de viviendas,

caminos, muros de contención, ríos canalizados, y otras obras que

allí dejaron y han sido objeto de reconocimientos técnicos por

Alden Mason, y en los últimos años, por Alicia y Gerardo Reichel

– Dolmatoff. Las casas y los templos eran de planta circular, sus

cimientos de piedra y los muros de bahareque, y el techo pajizo,

de forma cónica. El tipo y la estructura de la vivienda y las casas

ceremoniales que aún se conservan entre las tribus que sobreviven

en esta zona, están estrechamente emparentadas con el grupo

chibcha de las regiones de Cundinamarca y Boyacá. (Idem. P.

68).

292

La base económica de los indios taironas, como la de la gran

mayoría de las tribus andinas de Colombia, fue la agricultura del

maíz, al lado de otros productos de la tierra, que cultivaban en

campos con irrigación y en terrazas, al igual de como se hacía en

los Andes Centrales, en las tierras de los incas. Al lado de estas

actividades existía un intenso trato comercial entre los distintos

pueblos, sobre la base de productos elaborados de orfebrería y de

tejidos de algodón, que se intercambiaban también por sal y

pescado con pueblos que vivían cerca de la costa. El comercio de

las tribus de la costa se extendió hasta el interior del país, pues las

del área chibcha adquirían, mediante este intercambio, caracoles y

otras conchas marinas, en tanto que las esmeraldas de aquí eran

llevadas por tales grupos hasta el litoral” (Idem. P. 69).

Ahora nos referiremos a los grandes poblamientos del último

período evolutivo, cuyo conocimiento se logra a través de varias

fuentes diferentes de investigación, una de ellas, muy importante,

la lingüística. Así podremos hilvanar el intrincado esquema que

plantea el poblamiento variado y de horizontes superpuestos de

esta región de América:

“Desde 1954, con la publicación de Perspectives and problems of

amerindian comparatiev linguistics (Word, t. 10, p 306 –332,

New York, 1954), el conocido lingüista Mauricio Swadesh ha

venido propugnando tesis muy originales, tendientes a demostrar

la relación multilateral de las lenguas americanas, basado en las

investigaciones modernas léxico – estadísticas y mediante el

estudio de los fenómenos de la dialectología que lógicamente

podrían dar origen a muchos tipos de graduación de las lenguas”

(Sergio Elías Ortiz. “Historia extensa de Colombia” Volumen 1,

TomoIII Lenguas y Dialectos Indígenas de Colombia. Ediciones

Lerner. Bogotá 1965, P. 409).

El autor mencionado cita: “Un hecho sumamente significativo,

puntualiza Swadesh, se ha desprendido de la clasificación

multilateral y es que gran parte de las lenguas de América forman

un solo complejo de bastante antigüedad. Esto difícilmente se

hubiera establecido por las antiguas técnicas basadas en la teoría

293

del árbol genealógico, puesto que la comparación directa de

algunas lenguas, pertenecientes a partes alejadas del complejo,

muestran poca semejanza y sería casi imposible establecer su

origen común. Sólo buscando los eslabones de la cadena que las

une, pudimos comprobar su parentesco. El hecho de que estos

eslabones se encuentran en América indica que la diferenciación

se produjo en este hemisferio, partiendo de lo que3 entró como

una sola lengua. Por su antigüedad la podemos denominar paleo –

americano” (Idem. P 409).

Se ha discutido mucho acerca de la significación de las grandes

ramas del tronco chibcha, de su centro de dispersión y su real

extensión. Se ha trabajado arduamente, se han dado varias

tentativas de hacer agrupaciones de las diferentes familias pero

todavía no hay una conclusión definitiva. “Tratándose del árbol

lingüístico chibcha no solamente están por estudiarse las raíces de

un antiquísimo y primitivo idioma, quizás un paleoarawak, como

se supone, de donde se formaría el chibcha, ya sea en Centro

América o en Sud América, como en sus ramas que, si hemos de

atenernos a los estudios de Greenberg y McQouwn, llegarían a

términos nunca antes sospechados, en extensión casi tan vasta

como la que pudo ocupar la familia Arawak. (Idem. P. 32).

Ernst, mencionado por el mismo autor, había sugerido una posible

relación entre el grupo chibcha y las lenguas timote (arawak),

pero dice que el primero y verdadero ensayo de clasificación se le

debe a Briton, quien compuso una lista de veintisiete tribus y

subtribus para formar su chibcha lingüistic stock, con distinción

de un grupo propio talamanca, otro aruac y un tercero chibcha,

aunque limitó su agrupamiento a solo los idiomas de la América

Central, Sierra Nevada de Santa Marta y chibcha de la sabana de

Bogotá, mediante un vocabulario esquemático de 21 palabras,

insuficientes para establecer relaciones de parentesco, lo que no le

permitió abarcar en su clasificación el subgrupo de barbakoa, ni

otros dialectos del sur, no obstante que ya sugirió, respecto del

andakí, “Slight Similarities to the Panaquitá and Chibcha” y tuvo

el acierto de formar un chocó linguistic stock, que más tarde fue

indebidamente colocados dentro de la familia chibcha, de donde

294

fue retirado luego de los estudios comparativos de Paul Rivret

(Idem. P 33).

En 1903, Raúl de la Grasserie hizo un estudio bastante completo

sobre las lenguas de Costa Rica y los idiomas emparentados y

propuso como nombre definitivo de la familia lingüística, ya

consagrado por Brinton, de Chibcha. De La Grasserie limitó

también su agrupación a las lenguas consideradas por Brinton

como propias del tronco chibcha en cinco ramas: aruac, guaymí,

chibcha, talamanca y dialectos diversos, con buen análisis

gramatical y cuadros de lexicografía comparada (Ide4m. P33).

En 1910, H. Beuchat y Paul Rivet ensancharon más el horizonte

chibcha con las lenguas del suroeste consideradas aún como

independientes, mediante estudio comparativo a fondo de los

distintos dialectos, tanto en su estructura gramatical, como en la

dialectología, para llegar a la conclusión: “la familie Chibcha

s’est donc étendue au sud jusqu’a la latitude de Guayaquil

environ, entre la Cordillére occidentale et le Pacifique, sauf dans

la région cotiére oú ont vécu les Esmeraldes, dont les affinités

sont encore a déterminer”. En trabajos posteriores, el mismo

Rivet, Lehmann, Jijón y Caamaño, Loukotka, Mason, Johnson y

otros agrandaron aun más los límites de la familia Chibcha con el

grupo betoi, el andakí, el kofán, varios grupos del Ecuador y otros

hasta el río Huallaga, dentro del Perú actual, en tal forma, que la

gran cantidad de idiomas o dialectos de clara, posible o dudosa

filiación chibcha, ha dado pie para proponer un phylum macro –

chibcha y hasta un super – phylum maya – chibcha-karib-arawak

insinuado por Shuller y la posible relación del misumalpan stock

de Mason y Johnson al macro chibchan phylum, en que han

convenido los más modernos lingüistas que se han ocupado del

asunto: MC Couní (en 1955) y Greenberg (en 1956), a saber: un

phylum macro – chibcha que comprendería un stock misumalpan

– chibchan – junta – purgan – ji rajarán – guaragua – chirriaban

– muran – y “que es el paso más avanzado en este intrincado

problema de agrupaciones. Se ha ahondado, además, en la

estructura antigua de la familia para determinar un paleo –

chibcha en el esmeraldas, el Paruro y el tumbo (Idem. P 34).

295

Al menos, en lo que tiene qué ver con la lingüística, era

“incalculablemente extenso el territorio de los pueblos que

hablaban diferentes lenguas chibchas. Sin embargo, incluso antes

de la Conquista, como veíamos, atrás, ya estaba bastante

disminuido en su continuidad geográfica. Para Bennett hay

algunas evidencias de una lengua arawak en Colombia, más tarde

reemplazada por el chibcha. Pérez de Barradas, dice que: “Los

muiscas llegaron de la región del Istmo, si ha de colocarse allá,

como parece más posible, el foco de origen de los pueblos

chibchas hacia el siglo X después de Cristo, y se superpusieron

sobre una población de raza lánguida y de lengua y cultura

arawac. Esta hipótesis, primeramente formulada por W. Lehmann,

se ve apoyada por la cronología, la lingüística y la arqueología”.

Concluyendo, tanto los datos de los cronistas, como una serie de

elementos culturales y los indicios lingüísticos: “Permiten

suponer que su foco de origen haya sido la región del Istmo y que

la salida de esta región deba estar relacionada con el movimiento

de pueblos que tuvo lugar con la caída del antiguo imperio maya”

(Idem. Páginas 30 a 32).

15.2.0 LAS MIGRACIONES

Y LAS INTERACCIONES

ENTRE LAS POBLACIONES ABORIGENES

EN SURAMÉRICA SEPTENTRIONAL.

La familia lingüística Arawak, que en concepto de los

especialistas es la más grande y la más importante de Suramérica,

así en extensión como en el número de sus componentes, tuvo su

centro de dispersión, según toda probabilidad, en las cuencas del

Orinoco y el Río Negro, hacia las fronteras de las Guayanas,

Venezuela y Brasil. Mason calcula como puntos extremos de la

expansión arawak, desde Cuba y las Bahamas al norte, quizás

desde la península de la Florida, hasta el Gran Chaco y las fuentes

del Xingú y aún el Uruguay (Chaná), al sur y desde las bocas del

Amazonas hasta el pié de la cordillera de los Andes, en su parte

oriental y posiblemente hasta el Altiplano Boliviano (Urú) y hasta

las costas chilenas del Pacífico (Chango). En concepto de Hoijer,

296

la distribución de la lengua arawak es, en general, idéntica a la

karib y en algunos casos parece que se hubieran extendido juntas

en su largo peregrinar (Idem. P 169).

Aquella situación hace suponer que en algún momento, en época

muy antigua, pueblos de habla arawak hayan iniciado su

migración hacia todas las direcciones del horizonte desde su

hábitat primitivo, empujados quizás por tribus enemigas

principalmente caribes. En algunos casos, según Mason, las

lenguas de tipo arawak hayan sido suplantadas por hablas karib,

aymará y kechua. En las lenguas karib, especialmente, es notorio

el hecho de encontrarse al lado del “habla de los hombres” el

“habla de las mujeres”, de tipo arawak en no pocos casos. En

algún momento, según Brinton, esas tribus ocuparon la mayor

parte de las tierras bajas de Venezuela, de donde fueron arrojadas,

no mucho antes de la Conquista por los caribes, como también de

muchas islas meridionales del archipiélago antillano occidental.

Es claro que las lenguas arwak han ejercido notoria influencia

sobre las demás lenguas habladas en su área de dispersión. El

estado actual del conocimiento respecto del árbol lingüístico

arawak, hace que nada puede afirmarse todavía sobre sus raíces ni

su constitución definitiva a través del continente. Dentro del

panorama actual de distribución de la familia Arawak, se ha

observado que muchos dialectos que se supone le pertenecen, ya

han desaparecido y será imposible afiliarlos, con certeza, además

del hecho de que disminuye paulatinamente el número de tribus

de lengua arawak, a velocidad más alarmante de lo que ocurre

para otras lenguas americanas. Una de las pocas lenguas del

conjunto arawak que todavía se habla en Colombia es el guajiro

(Idem. Páginas .170 y 171).

El centro de dispersión de la lengua karib, se sabe que estaba

ubicado en la región comprendida entre el alto Xingú y el Tapajoz

(Brasil), de donde, en alguna época, el pueblo que la hablaba

empezó a moverse en distintas direcciones, empujando a otros

pueblos, como el pueblo arawak en forma parecida a como

ocurrió en Europa con las invasiones bárbaras. ¿En qué época

penetró al territorio que hoy es de Colombia la invasión karib y

297

cuales fueron sus primitivas vías de ingreso? Algunas hipótesis

expuestas proponen que ocurrió una invasión desde el Lago de

Maracaibo hacia la serranía de Perijá, donde quedaron algunas

comunidades, para extenderse luego hacia la confluencia de los

ríos Cauca y Magdalna rompiendo la unidad territorial chibcha.

Hay otras hipótesis que señalan su ingreso directamente desde el

Amazonas por el río Caquetá, donde quedaron algunas tribus,

para extenderse luego por los valles ardientes del Tolima y

penetrar al Chocó donde se establecieron definitivamente, y en

parte torcer su ruta de emigración hacia la confluencia de los ríos

Cauca y Magdalena hasta llegar a Perijá. Ambas hipótesis son

sostenibles y puede pensarse que las oleadas pudieron salir de

grupos caribes diferentes y haberse movido en épocas distintas,

pero de todas maneras posteriores al poblamiento arawak. La

cronología de estos movimientos en territorio colombiano no está

todavía clara. La población caribe de Colombia está agrupada por

los expertos en cuatro grupos diferentes: El grupo Chocó, el grupo

Perijá – Magdalena, el grupo Caquetá – Apoporis y el grupo

Amazonas. Estos diversos grupos debieron tener, cada uno, sus

propias rutas de ingreso al territorio colombiano.

El otro gran grupo de población en la región septentrional de

Suramérica es el grupo chibcha, de cuyo aspecto lingüístico

hemos hablado ya. En el momento de la llegada de los

peninsulares, el pueblo chibcha extendía su influencia cultural en

una vasta porción del Nuevo Mundo. Tribus pertenecientes al

grupo macro – chibcha ocupaban la mayor parte del territorio

colombiano, una buena porción del ecuatoriano, y dilatadas costas

del lado Atlántico en la América Central. Este hecho explica

justamente la estrecha correlación que existe entre muchas de las

manifestaciones arqueológicas de estas regiones, que se

evidencian todavía más a la luz de los viejos relatos de la época

de la Conquista y de la Colonia, relatos que tienen qué ver, entre

otras cosas, con las costumbres de los pueblos que poblaron tales

regiones, y en las que se aprecia su semejanza al comparar el

comportamiento relativo de todos ellos. Las relaciones

comerciales, obviamente incrementaron entre ellos su recíproca

influencia, unas veces en sentido norte y otras en sentido sur,

298

aspecto que constituye la base de intrincadas discusiones sobre el

origen mismo de ciertas técnicas y de ciertos otros elementos de

la cultura. Lothrop insiste en 1940 en la presencia de oro y de

esmeraldas ecuatorianos en la zona arqueológica panameña de

Coclé, de ornamentos de oro de Coclé y de Colombia en Chichén

Itzá y de piezas de orfebrería peruana en Guatemala y en Oaxaca

(Luis Enrique Gómez. Historia Extensa de Colombia, Ediciones

Lerner Bogotá 1965. Volumen I Tomo I. P. 418).

Especialmente en los últimos años, el tema de las relaciones entre

Mesoamérica y Suramérica ha provocado un marcado interés

entre los arqueólogos. En el momento de imprimir esta obra

(1965), varias comisiones de técnicos adelantaban intensas

exploraciones a todo lo largo de la costa Pacífica con el deseo de

encontrar huellas que indicaran el origen de los pueblos que se

corrieron de un extremo a otro del Nuevo Mundo y que poblaron

sus extensas comarcas y cuándo lo hicieron. Spinden, célebre

arqueólogo norteamericano, había insistido en 1917, en la

posibilidad de la existencia de una antigua cultura básica que

habría sido la etapa previa en las dos Américas para el

florecimiento de los dos grandes focos de alta cultura en la época

prehispánica: Mesoamérica y los Andes Centrales. Este

investigador señaló la semejanza que existe entre ciertos

elementos arqueológicos de una y otra zona, especialmente entre

algunas formas de cerámica y en las técnicas agrícolas aplicadas.

A esta etapa la denominó “arcaica”, período que otros denominan

como “cultura formativa o pre – básica. Posteriormente Jijón y

Caamaño, Kroeber, Strong, Steward y otros, han sostenido esa

misma tesis, con lo cual se han desvirtuado por completo las

teorías de quienes han pretendido demostrar el origen

independiente de estas dos grandes civilizaciones, independencia

en la cual insisten particularmente algunos estudiosos peruanos.

Noguera hace llegar estos vínculos hasta los períodos más

remotos, cuando América, desde el norte hasta el sur, estuvo

poblada por grupos primitivos de cazadores nómades, cuyas

formas culturales eran muy incipientes. Así parecen demostrarlo

la similitud en la técnica del tallado de implementos de pedernal y

299

la semejanza de algunos productos de esta industria,

particularmente de las puntas de proyectil (Idem. P. 419).

Cuando se considera el período siguiente, esto es, el horizonte

arcaico formativo o preclásico, de larga duración, estas

correspondencias son todavía más estrechas, como ciertas

técnicas decorativas en la cerámica, la escultura en piedra, la

metalurgia etc. Muchas semejanzas se encuentran también en las

costumbres funerarias. Esto se da, particularmente entre los

quimbayas y otros pueblos del territorio caldense (Colombia) y

grupos chibchas de la región oriental de Colombia, con las de

poblaciones que moraban en la zona fronteriza entre Colombia y

Panamá. Duncan Strong sustenta también la tesis de que durante

centurias hubo fuertes estímulos de intercambio entre la gran

civilización agrícola desarrollada en Sur América y las que

florecieron al norte, en las regiones de Oaxaca, Yucatán y

México. Opina que el estudio de los materiales arqueológicos de

una y otra zona revela la evidencia de antiguos contactos o

influencias, los cuales se originaron alternativamente por tierra y

por mar, a través de la América Central. Que en Salvador y

Honduras, los antiguos horizontes difieren marcadamente de los

últimos y en cada caso hay significativas semejanzas con los

antiguos horizontes mayas. La cerámica maya es muy semejante a

la histórica de Coclé, que ofrece grandes similitudes con la de

Ancón, en la costa peruana, según Linné. En los depósitos de

Chavín de Huantar, considerados como remotos en el cuadro de

las culturas peruanas, existen materiales que pueden relacionarse

con tipos mayas y zapotecas en el norte. Además de las estrechas

correspondencias que pueden establecerse entre hechos

arqueológicos y etnográficos del territorio colombiano y los de

algunas zonas centroamericanas, es necesario tener en cuenta el

factor lingüístico, lo que ya hemos hecho atrás. El idioma chibcha

tuvo, y tiene hoy todavía, una gran preponderancia entre los

pueblos precolombianos, en comparación aún con otras formas

lingüísticas como el kechua (Idem. P. 419).

Hacia el oriente, las vinculaciones de los pueblos chibchas con

pueblos de origen arawak y karib son muy grandes y estas

300

debieron darse siguiendo las vías naturales de agua de rápida y

fácil penetración, que constituyen el Magdalena y los tributarios

del Amazonas y del Orinoco. Aún se discute acerca de la

dirección que tomaron las influencias de aquellos vínculos. Los

trabajos arqueológicos modernos parecen determinar el origen

andino, y más concretamente, colombo - ecuatoriano, de muchos

de los rasgos culturales que se encuentran hacia el este. Además

del antiguo estrato cultural común con los Andes centrales, que en

Colombia se manifiesta preferentemente en el área quimbaya y en

San Agustín, es indudable que en las últimas fases de la cultura de

uno y otro centro debieron existir relaciones comerciales más o

menos frecuentes. En la región de Calima, al norte del Valle, una

zona avecinada a la quimbaya, fue explorada hace unos años una

tumba, cuya bóveda, al decir de don Luis Arango C., contenía una

canoa labrada en madera de cedro negro, sostenida sobre cuatro

piedras: en el interior de ésta se hallaron restos óseos humanos,

los cuales habían sido colocados sobre una piel de vicuña. Objetos

de plata fueron encontrados en una sepultura explorada en la

confluencia de los ríos Pijao y Palomino, en la cuenca del

Quindío. Es sabido que la plata no era un metal conocido por los

pueblos que vivían en el territorio que pertenece hoy a Colombia

(Idem. P. 417).

Algunos autores, como Kidder II (1940), creen en una fuerte

penetración de las influencias culturales chibchas en algunas áreas

centroamericanas, pasando por Panamá hasta las altas tierras del

lado Atlántico en Costa Rica y Nicaragua y llegando hasta

Honduras. Tales influencias, expresadas especialmente en ciertos

rasgos de la lingüística, la etnografía y la arqueología, las sitúan

en un período relativamente reciente y las definen como

integrantes de un corpus suramericano. Según el mismo autor, esa

influencia suramericana en Centro América la justifica este autor

de diversas maneras:

1. La supuesta penetración de la lengua chibcha, [¿tal vez como

un reflujo?] la cual había encontrado su máximo desarrollo en

Colombia y Ecuador, habiendo penetrado en Centro América

hasta Honduras. Muchas tribus de Nicaragua, y Honduras, la

301

mayoría de las de Costa Rica, con excepción de las que hablan

chorotega, subtiaba y algunos enclaves de nahuatl, hablan

como en Panamá dialectos chibchas.

2. El contexto cultural de los grupos antes mencionados, que es

básicamente suramericano, sin que este concepto implique que

deba hacerse una comparación estricta, rasgo por rasgo, con un

grupo dado de Sur América.

3. La presencia de ciertos cultivos procedentes del sur, tales como

la yuca, la piña, la coca que llegó hasta Nicaragua, la papa,

etc., la papa.

4. Algunos elementos culturales, como la costumbre de cazar

patos utilizando el ardid de las calabazas flotantes; las casas

construidas en árboles; las casas de planta circular con muros

verticales; la casa comunal; el asiento de madera; las hamacas;

el delantal público de chaquiras; el estuche pénico; la

cerbatana; el rompecabezas en forma de estrella; el empleo del

caucho; y en especial el juego de pelota; ciertos rasgos

comunes en las religiones, que Lothrop ha recalcado para el

caso de los cibchas de Colombia y de los aztecas, entre los

cuales fueron el sacrificio como la extracción del corazón de

las víctimas y la colocación de éstas en gavias para ser matadas

con flechas; la selección y preparación de los cautivos

destinados al sacrificio; la idea misma del sacrificio humano,

que Lotrhop considera como esencialmente suramericana, que

no llega a los nahua hasta mediados del siglo XI después de

Cristo y que alcanza gran desarrollo entre los aztecas (Idem. P.

427).

Desde la selvática región de los ríos Tapajós y Xingú en el Brasil,

como centro de dispersión, los karib irradiaron su influencia

cultural y extendieron su dominio desplazándose por las orillas de

los ríos hasta llegar al mar. Luego el Mar Caribe, bautizado así

con su nombre, sería uno de los principales escenarios de su

actividad. Numerosas islas les sirvieron de asiento durante

centurias y allí los encontrarían los exploradores españoles en el

momento de su llegada a tierras americanas. Los karib fueron los

primeros emisarios del exótico Nuevo Mundo ante los ojos

302

sorprendidos de los descubridores y los que sufrieron el impacto

inicial de la dominación de los europeos.

Luego, desde su centro de dispersión y procedentes de las islas

antillanas, los karib invadieron nuevamente las costas

sept5entrionales de América, Tierra Firme, alcanzando a penetrar

profundamente en su interior siguiendo el curso de los grandes

ríos. Desde Cuba, Jamaica, Santo Domingo, Puerto Rico, Brasil y

Guayanas, entre otros, se desplazó su influencia sobre las costas

de Colombia y Venezuela y remontó los ríos Cauca, Magdalena y

otros, dejando en las lenguas nativas y en muchos rasgos

culturales la huella manifiesta de su paso, cuando no

descendientes de su sangre directa y aún grupos de población

vinculados a dichas migrascio0nes. No faltan autores que

rectifican la idea del movimiento desde las islas antillanas, para

afirmar que fue la plataforma continental la que sirvió de punto de

partida, relativamente tardía, para la invasión de las islas (Idem.

P. 429).

En el siglo XVI, cuando llegaron los españoles, la influencia karib

alcanzaba ya hasta los umbrales mismos de la Sabana de Bogotá,

siguiendo principalmente el curso del río Magdalena, a lo largo de

las laderas y a través del versante occidental de la Cordillera

Oriental. “Topónimos como Tolima, Colima, Anapoima,

Anolaima, Sasaima, Calandaima, para no citar sino unos pocos

ejemplos, en general todos los terminados en –ima y en aima-,

han sido considerados por investigadores modernos como de

extracción karib y están indicando todavía hasta dónde llegaron

estas migraciones, las cuales tendían en el momento de la

Conquista un verdadero cerco en torno al ¨[supuesto] imperio

chibcha, obligando a sus capitanes a mantener guarniciones en las

fronteras de la Sabana, para evitar su ruina y extinción

definitivas” (Idem. P. 429).

Panches, muzos, y colimas, fueron los grupos que lucharon de

manera más encarnizada contra los chibchas de Cundinamarca y

Boyacá, y las huestes de Jiménez de Quesada recibieron un apoyo

inicial de los colimas cuando entraron por primera vez a Bacatá

303

[Bogotá], a cambio de que se aliaran unos a otros en la contienda

contra sus fieros enemigos tradicionales. Los estudios lingüísticos

parecen indicar que tales tribus tenían una filiación karib, lo que

ha tratado de demostrarse también en estudios comparativos de

algunos de los elementos de su cultura material (Idem. P. 430).

Ernesto Restrepo Tirado y Carlos Cuervo Márquez llaman la

atención acerca de la marcada influencia karib en la integración

racial del pueblo colombiano. Sus tesis esbozadas a principios del

siglo XX han sido ampliamente confirmadas por el profesor Paul

Rivet en un bien elaborado trabajo sobre la lengua chocó, y en el

que analiza científicamente las huellas, hasta poner en evidencia

su indiscutible origen. Así es citado Cuervo Márquez por el autor:

“Las huellas de su remoto y lejano origen se encuentran

esparcidas en toda esta parte del Continente en los nombres que

daban a sus tribus y en las voces con que bautizaban los ríos, los

montes y en general los sitios que fijaban su atención. Ellos

marcan no solamente su prodigioso éxodo, sino también el

estrecho parente3sco que une a pueblos y a tribus que

desprendidos de su mismo centro marcharon en líneas divergentes

y llegaron a ocupar más tarde regiones tan distintas como

apartadas” (Idem. P. 430).

Entre los elementos culturales que Ernesto Restrepo Tirado le

atribuye a la influencia karib, están el caracol usado como estuche

pénico, la deformación artificial del cráneo, las flechas y puyas

envenenadas, la habilidad para navegar por mares y ríos, y la

antropofagia. Así describe las migraciones por territorio

colombiano de los pueblos karib:

“Los caribes fueron penetrando lentamente, remontando el curso

de nuestros ríos; y en el siglo XV ya eran casi dueños del país, ya

tenían colonias hasta en los puntos más remotos, y muchos de

ellos aún habían perdido la tradición de su llegada. Desde que se

efectuó la primera invasión, estas fueron permanentes. Ya los

mismos invasores se desconocían unos a otros; los que penetraban

atacaban como enemigos a los que ya estaban establecidos.

304

Todavía a principios de la colonización española las hordas

caribes subían las aguas del Orinoco y atacaban las tribus

habitadoras de tan vastas regiones, y a veces las misiones en ellas

establecidas” (Idem. P. 431).

Refiriéndose a la presión ejercida por los karib sobre los pueblos

sinúes, el autor cita el texto de Restrepo Tirado quien escribe lo

siguiente acerca de los quimbayas:

“En la larga lucha sostenida por los sinúes, numerosas fracciones,

arrolladas por el invasor caribe, se vieron forzadas a retroceder y

buscar nuevos terrenos para establecer sus lares. Del número de

éstas fue la tribu de los quimbayas, que atravesando la cordillera

vino a establecerse a orillas del río de la Vieja desalojando a su

turno y pasando a cuchillo a los moradores de aquellas regiones,

hombres de una raza muy superior en su aspecto físico y más

dados a la agricultura y al trabajo de la piedra que a las labores de

oro. En los sepulcros se encuentra la diferencia extraordinaria

entre esqueletos de una y otra raza… Andando los tiempos los

caribes fueron estrechando a los quimbayas. Uno de sus jefes, Irra

o Irrúa, había entrado de lleno a sus tierras, apoderándose de una

gran faja, al mismo tiempo que los sitiaban otras fracciones de

esta nación” (Idem. P. 432).

Aquellos movimientos migratorios conducen a los especialistas al

intento de una clasificación de los pueblos que habitaron el

occidente colombiano. Con base en las noticias etno históricas,

Paul Rivet, el americanista francés, consideró, en un principio,

que los grupos indígenas que vivían en el alto río León y alto

Sinú, y todo el valle del Cauca, desde la hoya del Ituango hasta la

hoya del Risaralda, en la ribera izquierda, y desde la hoya del

Arma hasta el río de Paila, en la ribera derecha, estaban poblados

por tribus emparentadas con los chokó, es decir, que hablaban

dialectos más o menos diferenciados de la lengua karib. En un

trabajo posterior, el sabio francés revisó algunas de sus

apreciaciones. Por medio un análisis comparativo de

vocabularios, obtenidos de la obra de Vásquez de Espinosa, el

Carmelita Descalzo, que escribió Compendio y Descripción de las

305

Indias Occidentales, demuestra afinidades entre nutabes y katíos a

los que se refiere el cronista de la Conquista y les atribuye a

ambos un origen lingüístico chibcha. De acuerdo con esa tesis, los

pueblos encontrados por Venadillo, Francisco César, Robledo y

otros, en territorio antioqueño, de lado y lado del río Cauca,

pertenecen a un estrato lingüístico chibcha; en tanto que los katíos

actuales, que ocupan el occidente del mismo departamento, en la

zona limítrofe con el Chocó, parecen de filiación karib El mismo

investigador señala en el referido estudio, que se pueden clasificar

igualmente dentro de la familia lingüística chibcha, y más

concretamente dentro del grupo cuna [de origen chibcha] los

indígenas que moraban en el valle de Guaca y Nore o Norí de la

Sierra de Abibe, que hablan una misma lengua. Esto dio pié a

Rivet para hacer una reclasificación de las tribus del noroeste de

Caldas, que antes consideraba como chokó o karib y que luego las

incluyó dentro de la familia lingüística chibcha (Idem. P. 433 y

434).

Es evidente, pues, que en la composición étnica y en la

integración cultural de los pueblos que vivían en el occidente

colombiano, desempeñó también un papel muy importante el

aporte chibcha, que debió desplazarse desde la región de Urabá

hacia esta zona, siguiendo el curso de los ríos Atrato, San Jorge,

Sinú, Cauca y Magdalena, hasta llegar a estas comarcas. Así

podrían explicarse las relaciones que han establecido otros

investigadores, como Ernesto Restrepo Tirado, entre algunos

elementos de la llamada “Cultura Quimbaya” con los de la región

del Sinú, vinculaciones que parecen demostrables a la luz de la

lingüística y de los hechos arqueológicos. “Este sustrato chibcha

habría sufrido el impacto de migraciones posteriores karib, cuya

ruta principal parece haber sido los ríos Magdalena y Atrato, y

que al llegar a territorio caldense flanquearon a los grupos allí

existentes, dominándolos en parte o ejerciendo influencia sobre

sus formas lingüísticas y culturales. De un lado los chanchos,

hacia el occidente, y de otro los pijaos, pantágoras, amaníes, y

samanaes, hacia el oriente, parece que marcan en Caldas la

Cordillera Occidental y Central para caer sobre las vertientes y

laderas del río Cauca. Irras o Irrúes en el norte, y quindíos en el

306

sur, podrían considerarse como las puntas de lanza de esta

migración, que había logrado estabilizarse en los versantes

exteriores de la cordillera y sobre las márgenes de los ríos Atrato

y Magdalena, al tiempo que golpeaba ya sobre los bordes de la

Sabana de Bogotá y de los demás altiplanos de la Cordillera

Oriental (Idem. P. 435).

En la integración del complejo cultural que caracteriza el área

quimbaya y otras del país, se ha sugerido también una influencia

arawak. Esto, se ha concluido, sobre la base de estudios

comparativos de cerámica y aun de ciertas formas de organización

social. Sin embargo, esta influencia no se ha comprobado por

medio de estudios estratigráficos, sino que se sustenta con apoyo

en las noticias etno – históricas y en la comparación de ciertas

formas de cerámica quimbaya con algunas de las que aparecen en

las regiones antillanas (Idem. P. 438).

“Tal como lo afirman Álvarez Conde (1956) y otros

investigadores que se han ocupado del problema relacionado con

el origen y desarrollo de la influencia arawak en la Antillas, estos

pueblos procedían de un tronco de origen continental, Según este

autor los arawacos se dispersaron y emigraron por las llanuras

costaneras de Colombia y Venezuela, dando origen a varias

ramas, que desde el punto de vista idiomático fueron perdiendo la

unidad y creando numerosos dialectos, y llegaron en sus

incursiones a las Antillas, pasando de la zona costera al Mar

Caribe, para terminar por ubicarse en las islas de dicho mar, sin

que hasta el presente se haya podido precisar la procedencia

exacta de cada una de las migraciones efectuadas. Algunos

investigadores suponen que se trata de los arhuacos – achaguas,

que son los principales ocupantes de las Antillas y que se conocen

en las islas con el nombre de ciboneyes, procedentes de las

Guayanas. Posteriormente se operaron otras migraciones aruaco –

tainas, desde las costas de Paria”. De acuerdo a la información de

la arqueología, en la isla de Cuba se han encontrado cuatro

diferentes horizontes o períodos de ocupación diferentes: Los más

antiguos los guanahatabeyes, Los ciboneyes, los tahínos y los

caribes El arqueólogo norteamericano Irving Rouse, viene

307

estudiando en forma sistemática los depósitos prehispánicos de

las Antillas y ha comprobado la misma tesis, es decir, el origen

colombiano y venezolano de la ocupación de ciboneyes y tahínos.

(Idem. P. 438).

El arqueólogo norteamericano Irving Rouse quien estudió de

forma sistemática los depósitos prehispánicos en las Antillas, ha

comprobado esta tesis, es decir el origen colombiano y

venezolano de la ocupación de ciboneyes y taínos (Idem. P 438)..

En la época del descubrimiento, la última ocupación, la de los

pueblos caribes, se extendía ya por gran parte de las Antillas

Menores y tales grupos hacían frecuentes incursiones en las

Antillas Mayores, sembrando la destrucción y el caos entre la

población arawak” (Idem. P. 439).

Luis Duque Gómez hace un resumen de las características

culturales de la ocupación antillana ciboney – taína mencionada,

que tiene grandes semejanzas con la cultura arawak asentada en la

parte septentrional de Sur América:

a) Usaban instrumentos de piedra tallada, como machacadores,

martillos, bolas, pedernales o astillas de sílex, hachas de forma

petaloide, pesas para red, molinos, figuras antropomorfas, de

piedra.

b) Aparecen montículos artificiales o túmulos de carácte4r

funerario.

c) Usaban cerámica de manera rústica, especialmente durante la

fase3 ciboney y muy desarrollada en el período taíno. Usaban

adornos de conchas y caracoles.

d) Usaban vasijas y otros objetos en madera.

e) Los entierros estaban orientados hacia el este, en posición

supina, sobre capas de caracoles del género Strombus,

alternadas con capas de tierra.

f) Usaban poca ropa en sus vestimentas. Vivían casi desnudos los

hombres. Las mujeres usaban faldas cortas.

g) El uso de pinturas en casi todo el cuerpo era común, a base de

colores ocres.

308

h) La estatura era mediana, especialmente los tainos, y tenían

cráneo braquicéfalo.

i) Practicaban la deformación artificial del cráneo, la cual era de

tipo tabular oblicua.

j) Eran poco belicosos y eran amigos de la vida regalada.

k) Eran agricultores. Cultivaban, entre otras cosas el maíz, el

tabaco, el algodón, las calabazas y los fríjoles.

l) Su organización era matriarcal.

m) Empleaban el tabaco en polvo, en forma aspirada.

n) Usaban y elaboraban tejidos de algodón.

o) Poseían la institución del shamán.

“La cerámica taina presenta variadas formas y tipos decorativos,

en especial decoración incisa geométrica, asas antropomorfas o

zoomorfas (murciélagos, tortugas, tórtolas y otras aves, ranas,

peces, figuras humanas grotescas y deformadas, motivos estos

que aparecen en la parte superior de la vasija y en especial en el

borde externo). Vasos, efigies, recipientes pandos, etc. Muchos de

los rasgos enumerados, tienen sus correspondencias en el área

quimbaya y en otras zonas del Occidente de Colombia” (Idem. P.

439).

“La participación de un estrato arawak en el contexto cultural de

los pueblos prehispánicos que moraban en el territorio

colombiano, está atestiguada por la presencia de núcleos

pertenecientes a este grupo lingüístico en algunos sectores de la

Costa Atlántica, como la península de la Guajira. Ciertas

evidencias arqueológicas y etnográficas parecen demostrar que

esta influencia penetró profundamente hasta el interior del país.

Los relatos históricos nos hablan de la extraordinaria movilidad

de los indios arawaks a través de las distintas comarcas del litoral,

en donde hacían grandes contrataciones con pueblos de distinto

origen, que determinaron su notable expansión territorial” (Idem.

P. 440).

En cita de Navarrete dice: “Estos indios tienen algunas maneras

de gitanos, en especial en ser vivísimos y agudos, por extremo

amigos de cristianos, y de contratar, y de vender, y de andar de

309

tierra en tierra contratando: Salen de sus provincias bien

doscientas leguas a llevar té u otras ratas al Poniente costa a costa

con sus navíos; y por los ríos de aquellas partes suben muchos y

entran por donde quieren como gentes que no temen ni deben a

ninguna nación de indios: dan noticias de tierras ricas y muy

provechosas que ellos han visto y caribes que cautivan les dicen a

ellos” (Idem P. 440).

“Existen notables similitudes culturales entre los pueblos de

origen chibcha y los arawak, especialmente en las leyes morales

que rigen una y otra sociedad y en la existencia de una capa

sacerdotal. De otra parte, fueron frecuentes los casos de mestizaje

entre estos últimos y los llamados caribes, no obstante ser

enemigos irreconciliables entre sí; las alianzas se hacían después

de que los prisioneros caribes eran sometidos a un proceso de

aculturación. Si admitimos la tesis de que varios de los conjuntos

indígenas que moraban en el Litoral Atlánticos en el siglo XVI y

de los que vivían en algunas regiones del interior, pertenecían a la

familia karib, es de suponer que estos últimos debieron sufrir a

fuerte presión de enemigos tradicionales, obligándolos a

replegarse en parte hacia la tierra adentro, como en el caso de los

motilones y de otras tribus. Las mismas fuentes históricas a que

hemos hecho referencia nos dicen que los arawak “contratan con

otras naciones que ellos tienen por amigos; a estos que cautivan,

en señal de cautiverio, les cortan el cabello, como cosa que en

más tienen los caribes…… dicen los aruacos que cuando entre

aquellos mozos o mozas hallan algunos de buenas costumbres que

les casan con sus hijos e hijas y los vuelven aruacas; de esta

manera han cumplido con su nación y tierra…. Los indios caribes

cautivan así mismo de los aruacas, y el que está gordo luego se lo

comen, y si está flaco lo engordan con brebajes y estando gordo le

lo comen; de cuya causa los aruacas les tienen capital odio y

nunca acaban de vengar de ellos”” (Idem. P. 44)

15.3.0 LA ARQUITECTURA. LA VIVIENDA.

Eran muy variados los tipos de construcción de la población

indígena en la parte septentrional de Sur América. El clima

310

probablemente influyó inmensamente en el tipo de material

usado en la vivienda, generalmente la madera, que era sin duda

perecedero, muy al contrario de lo que ocurrió en lo que es hoy

Estados Unidos, México, Guatemala, Perú y otros países. Esta

circunstancia ha dificultado el hallazgo, la localización y la

definición de sus trazas en los yacimientos arqueológicos. Los

cronistas aportan datos de gran importancia para la reconstrucción

de estos elementos en la cultura aborigen de la región (Idem. P.

163).

En muchos casos la vivienda tuvo un carácter eminentemente

funcional, respondiendo a las exigencias del medio fisiográfico, a

menudo demasiado agresivo, como ocurre en la región costera del

Pacífico, entre Panamá y el Ecuador. La casa levantada sobre

pilotes sigue, incluso hoy, siendo una pauta válida en las

viviendas campesinas de indígenas, negros, blancos, mestizos y

mulatos, en zonas que padecen promedios de humedad al año del

orden del 85%, y una precipitación pluvial, a veces de las

mayores del mundo con ocho mil milímetros anuales. Igualmente

contribuyen el carácter inundable de los terrenos cruzados por

muchos de los ríos, los niveles freáticos (de aguas subterráneas)

demasiado altos, etc. Los cronistas de la Conquista encontraron en

las condiciones ambientales el motivo para el desarrollo de pautas

de vivienda muy originales y diversas en cuanto a las costumbres

establecidas en otras latitudes, generando, a su vez diversidad en

las pautas culturales (Idem. P.163).

Dice, don Luis Duque Gómez, por ejemplo, de don Juan de

Castellanos, acerca de la vivienda de los indios chocóes:

“En árboles subidos

Sobre los cuales tejen barbacoas

Y en ellos sus tugurios o chozuelas

Por las inundaciones de los ríos,

Que suelen ser allí muy cotidianos”

Ente los armas, cuyos grupos se extendían por las faldas de la

cordillera Central que caen sobre el río Arma, al NE del territorio

ocupado por los departamentos del viejo Caldas, las casas eran

311

grandes, de planta circular, construidas con largas vigas, que en la

parte superior formaban una especie de arco. El techo era pajizo y

el interior estaba dividido en compartimientos, con base en esteras

destinados a varios grupos familiares, que alcanzaban a veces

hasta diez hombrees y más, con sus mujeres y sus niños. Eran, por

lo que se ve, viviendas colectivas. Las casas, formando pequeños

grupos se situaban en la parte alta de las lomas, en

aterrazamientos hechos para tal efecto. En esta forma ofrecían un

difícil acceso para el enemigo, contra el cual vivían en

permanente guardia (Idem. P. 166).

Los paucuras, otra de las tribus que vivían al norte de los

departamentos del viejo Caldas, colindantes con los pozos y con

los carrapas, tenían casas pequeñas en comparación con las

viviendas de los armas. Estaban situadas en terrenos muy ásperos

sembrados de maíz y otros cultivos (Idem. P. 166).

Los indios pozos eran, como es bien sabido, famosos por su

belicosidad. Opusieron una feroz resistencia al avance de los

españoles por su comarca, “y el mismo Robledo se vio en

inminente peligro de perder la vida cuando sufrió la embestida de

las armas de estos esforzados y valientes nativos. Mantenían

frecuentes guerras con casi todos sus comarcanos; por esta razón,

el sitio escogido para sus poblados y habitaciones eran las partes

altas de las colinas, desde donde podían defender defenderse más

fácilmente de sus enemigos cuando eran atacados. Sus casas eran

de planta circular y muy altas y cabían en ellas hasta quince

personas. A la entrada tenían palizadas de guadua y en medio de

ellas grandes tablados cubiertos de esteras, desde donde vigilaban

los contornos y vivían permanentemente en asecho de sus

contrarios (Idem. P. 167).

Los supías o zopías, que vivían, como los anteriores, en la parte

norte del territorio caldense, tenían viviendas dispersas, en las

faldas, lomas y valles del territorio que dominaban, en tanto que

las casas de sus vecinos, los ansermas, especialmente las que

servían de morada a los caciques, eran grandes y formaban

grupos, con otras aledañas, o pequeños núcleos poblados, junto a

312

las cuales había una plazoleta, enmarcada por altas guaduas

clavadas en el piso. En sus puntas pendían las cabezas y otros

miembros de las víctimas del cacique en sus combates. Algunas

guaduas de aquellas estaban horadadas a trechos y por los

orificios penetraba el viento produciendo un sonido especial que

hacía más macabro el espectáculo. (Idem. P. 167).

Los indios cirichas, vecinos de los zopías, tenían sus casas de una

construcción semejante a los pozos. A la entrada de la casa del

cacique principal había una gran enramada que servía como

centro ceremonial y de sede de las reuniones del grupo. Allí

también se practicaba el culto a sus divinidades. Igualmente, al

frente, había también la plaza cercada con guaduas en cuyas

puntas se exhibían los cráneos de los jefes enemigos vencidos en

el combate (Idem. P. 167).

Según diferentes referencias históricas, las casas de los quimbayas

eran pequeñas y el techo estaba formado por hojas de caña. Las

evidencias arqueológicas indican que las viviendas estaban en lo

alto de las lomas, rodeadas de sementeras formadas por surcos

verticales, que descendían por las suaves inclinaciones del terreno

ondulado de la región del Quindío. Cita el autor a Restrepo Tirado

quien dice: “Una fortaleza defendía la entrada del pueblo de los

guacas…..Aunque en muchas poblaciones casi todas las casas

estaban hechas como para resistir los ataques del enemigo o

tenían cercados para ello, en otras poseían un solo edificio para la

común defensa. Este era unas veces la morada del cacique, e con

más frecuencia una fortaleza aparte con armas y pertrechos

suficientes donde, llegado el caso, se encerraban los hombres de

la tribu. A veces salían al encuentro del enemigo, y en caso de

rechazo volvían a fortificarse en ellas” (Idem. P. 168).

Cieza de León hace una descripción de las costumbres de los

indios que vivían en la región donde se fundó San Sebastián de

Buenavista. Al referirse al tipo de habitación de estos hombres,

dice que dormían en hamacas, en casas a manera de enramadas

largas con muchos estantes, en pueblos pequeños (Idem. P. 169).

313

Bien conocida es la denominación que Jiménez de Quesada y sus

compañeros le dieron a la Sabana de Bogotá: Valle de los

Alcázares, inspirados en el extraordinario conjunto que ofrecían a

su vista las rancherías de los muiscas, divididas en pintorescos

conjuntos de bohíos con techo de campana, presididos por los

cercados de los caciques y sacerdotes de la tribu. Todavía hoy en

día, en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marte,

donde moran grupos de origen chibchas, los pueblos indígenas

siguen las pautas tradicionales y ofrecen un aspecto que debe

semejarse bastante al que sorprendió a los expedicionarios

españoles cuando alcanzaron los altiplanos fríos de Cundinamarca

y Boyacá, en la cuarta década del siglo XVI (Idem. P 170).

“Los caciques tenían grandes casas de planta circular, que

remataban, al decir de Piedrahita, en forma piramidal”: El autor lo

cita:

“Aunque las labran hoy casi todas cuadradas cubríanlas de paja,

porque ignoraban el arte de la teja: las paredes formaban de

maderos gruesos, encañados por la parte de afuera y dentro, y

argamasados con mezcla, que hacían de barro y paja….” Se trata

aquí, del sistema de construcción conocido como bahareque que

de amplio uso en el campo colombiano, todavía hoy, donde

todavía no ha sido reemplazado por tapia, adobes o concreto

(Idem. P. 171).

Cita también a Ernesto Restrepo Tirado quien habla de las casas

de los amoyaes, quienes hincaban en el suelo gruesos maderos:

“A muy cortas distancias gruesos estantillos de madera, que

sostenían el resto de la construcción. En los intervalos de un

madero a otro hacían con barro una espesa pared bien sólida.

Cuando ésta secaba ponían a manera de pañete una capa de greda

muy blanca, bien alisada, que les daba un aspecto agradable a la

vista. De lejos parecían blanqueadas con cal… Las cubrían con

paja” (Idem. P. 172).

“Verdaderos pueblos, es decir, con población nucleada,

encontraron los españoles entre los taironas” En el lugar llamado

314

Taironaca, había varias plazas pavimentadas con grandes lozas de

piedra y a su rededor grandes y espaciosas casas. En Arobare, en

el Valle de Buriticá, las casas estaban agrupadas en forma de

barrios. Así lo afirma Juan de Castellanos:

“Por barrios va digesta y ordenada

Su población, no grande ni pequeña,

Pero fuerte si fuera bien guardada

Por rodear los altos viva peña,

Y por la parte baja rodeada

De fondos pasos y de espesa breña:

Entradas son en cuatro cuestas,

Para se defender no mal dispuestos”.(Idem. P. 172).

Tumarame, provincia principal de los pacabuyes, estaba dividida

en tres barrios principales y se hallaba ubicada a orillas del río

Cesar. El poblado alcanzaba las seiscientas casas. Refiriéndose a

la entrada que hicieron los soldados de García Lerma a la región

de Pocigueyca, en la provincia de Santa Marta, el año de 1528, se

refiere Castellanos a la densa población que allí había y con

numerosas viviendas comunicadas con caminos empedrados

(Idem. P. 172).

La orografía de la región de San Agustín, caracterizada por suaves

colinas onduladas de origen volcánico y delimitadas por multitud

de arroyos y quebradas, le dan a la región un aspecto muy

parecido al del Quindío. Esta forma de relieve determinó una

pauta de poblamiento disperso en pequeños y muy numerosos

grupos, aunque no distanciados. En la zona del Alto Quinchana se

observan vestigios de habitaciones correspondientes a una

población que vivía nucleada, aunque no se alcanzó aquí el

desarrollo de una forma de vivienda de carácter urbano

propiamente dicha. Los planos de habitación explorados en el

Potrero de Lavapatas y los que han sido localizados en este

mismo sitio, están ubicados a corta distancia unos de otros, entre

diez y cien metros de separación y lo mismo sucede con los del

Alto de Quinchana. Estos núcleos de población coinciden

generalmente con el emplazamiento de grupos de estatuas y estas

315

últimas con los sitios donde se ubicaron los cementerios La

notable densidad de las sepulturas indica, bien una población

muy numerosa, o bien la existencia de un gran centro ceremonial

dedicado, particularmente al culto funerario. La existencia de

estas pautas y de cementerios en casi todas las lomas de la región,

indica la gran extensión de este supuesto centro que abarca un

dilatado ámbito territorial (los municipios de San Agustín,

Saladoblanco y San José de Isnos, para no referirnos sino a la

zona donde se extiende homogéneamente el complejo cultural,

desde el punto de vista de la estatutaria y de la cerámica). En la

época en que se desarrolló esta cultura, la construcción de

viviendas, de sementeras, de los aterrazamientos destinados a

cementerios, etc., debieron implicar un intenso desmonte de la

región, con sus consiguientes repercusiones en las condiciones

meteorológicas locales. Posteriormente, cuando los grupos

disminuyeron en población y terminaron casi por desaparecer

cuando vino la Conquista, una selva espesa cubrió nuevamente

aquellos campos (Idem. P.176).

Los sitios de habitación hallados en el Potrero de Lavapatas,

durante las exploraciones llevadas a cabo en 1957 y 1958,

demuestran que la vivienda era de estructura sencilla y de

construcción simple. Las casas estaban construidas de materiales

perecederos. Tenían una planta circular de poco más de tres

metros de diámetro. Una habitación la formaban generalmente

varios bohíos, los cuales se situaban a gran proximidad unos de

otros, casi unidos entre sí. Allí tenían sus dormitorios, sus

fogones, formados con tulpas, y sus pequeños talleres. Las

viviendas se construían cerca de los nacimientos o corrientes de

agua, a los cuales se llegaba por estrechos senderos, cuyas huellas

pueden observarse todavía en las zonas de reciente desmonte. En

las plantas de habitación excavadas hasta ese momento, fueron

halladas tumbas dentro del mismo perímetro de las habitaciones,

ya que, parece, enterrar allí a los muertos era una costumbre que

se hallaba muy extendida entre los pobladores de la actual

Colombia.

15.4.0 LA AGRICULTURA.

316

“En materia agrícola los pobladores prehispánicos americanos

hicieron notables descubrimientos y muchos de sus productos

fueron introducidos inmediatamente después de realizada la

Conquista, en la base alimenticia de los pueblos civilizados. Una

primicia, que complementa esta realidad ampliamente conocida,

es el descubrimiento del cultivo “en terrazas” en el área chibcha

de la región oriental de Colombia, algo que no había sido

descubierto y reconocido por los investigadores. Los cultivos en

terrazas fueron ampliamente practicados por los pobladores de los

Andes Centrales en Sur América, y fueron descubiertos en la

Sierra Nevada de Santa Marta como práctica agrícola de los

taironas, emparentados con los chibchas de Cundinamarca y

Boyacá, tal como ya se ha mencionado. Haury y Cubillos

informan de la existencia de terrazas para el cultivo y de restos de

cerámica en Pueblo Viejo, cerca de Facatativá, y en sitios

cercanos al cerro de Manjuí, al otro lado del río Checua, a una

altura cercana a los mil novecientos metros sobre el nivel del mar.

Los vestigios de alfarería aparecen en la superficie (Idem. P. 568).

Largo sería enumerar las plantas útiles de los indígenas y difícil

resumir en cortos párrafos el alcance de su aplicación en los

tiempos modernos. Tomaremos aquí los mismos ejemplos que

utiliza Rivet (1943) para ponderar la contribución de América

indígena a la civilización: el maíz, la yuca, la patata, el cacao, el

fríjol, el maní, la papa real, el tornasol, la quinua, el tomate, la

piña, el zapallo, el mate, el ají, el tabaco, las cactáceas textiles, la

coca, la cascarilla, la ipecacuana, el copaiva, el caucho, el cultivo

de la cochinilla sobre plantas de opuntia, para la producción del

color purpúreo etc., La mayor parte de estos productos, logrados

después de un largo proceso en el conocimiento empírico de la

naturaleza, estructuraron la base sobre la cuál descansó la

economía de los pueblos prehispánicos y sobre ellos edificaron

éstos sus formas culturales. Los indios de Colombia practicaron la

agricultura de muchas plantas, y no sería difícil pensar que en su

territorio se hicieron las primeras domesticaciones de algunas de

ellas. Gran número de cultivos agrícolas fueron encontrados por

los españoles y es indudable que aquellos estuvieron favorecidos

317

por las condiciones fisiográficas del país, particularmente por la

extraordinaria variedad de formas climáticas en la zona

cordillerana. Las técnicas agrícolas estaban igualmente avanzadas

y en su desarrollo se utilizaron los cultivos, el regadío, el sistema

de andanerías, etc., Así como la flora y la fauna modernas de

Colombia llaman hoy en día la atención por su riqueza, la

paleobotánica puede esperar aquí novedades de un alcance

insospechado en el campo de los orígenes y migraciones de

muchos de los cultivos prehispánicos” (Idem. P. 182).

Los trabajos arqueológicos realizados a mediados del siglo pasado

este nos descubren el impresionante avance de la agricultura entre

estos pueblos. En algunos sectores de la Costa Atlántica

colombiana han sido localizados vestigios de grandes terrazas de

cultivo, que indican hasta qué grado de adelanto llegó la

horticultura en esta región. De especial interés son los restos de

terrazas que existen en el valle del río San Miguel, Santa Rosa, y

Makotama, y en algunas partes del río Ancho. Estas

construcciones abarcan aquí más o menos la extensión de una

hectárea y están sostenidas, según las descripciones de Reichel

Dolmatoff (1950), por largos muros de piedra, cubriendo las

faldas de los valles a lo largo de muchos kilómetros. En las

terrazas se colocaron capas de tierra fértil y un sistema de

irrigación por medio de canales y zanjas. El regadío con acequias

lo tenían también los indios que vivían en la banda derecha del río

Medellín, en el valle de Aburrá. De los indios coronudos, que

vivían en una serranía situada cerca de Valledupar, escribe Simón,

que tenían canales de irrigación, que atraviesan “determinadas

lomas” En el territorio de los indios butaregua, del grupo guane,

los españoles encontraron una agricultura con regadío. Entre los

frutos de la tierra, cultivados y silvestres, que aprovechaban para

su subsistencia los indios y los españoles que moraban en la

provincia de Tunja, se mencionan en la descripción de 1610 los

siguientes:

“Guayacanes, algarrobos, guasumos, que son árboles que dan

fruto silvestre, que llaman soque, que comen los indios.; hay

magueyes, de cuya hoja , beneficiada como cáñamo, se hacen

318

cinchas y sobrecargas, y lías y maromas y suelas de las alpargatas

y otras cosas; hay mucho algodón y otros innumerables árboles….

Lasa frutas que hay demás de las silvestres que llevan los árboles

dichos arriba, son plátanos, guayaba, piñas, curas, que otros

llaman aguacates, higos, de tuna, aoyamas, que son calabazas de

la tierra, papayas, frutilla de chile, granadillas, guamas,

etc.,…tienen crisoles, habas turmas, que son las que en el Perú

llaman papas: siémbrense a mano; la semilla son ellas mismas

hechas pedacitos que tengan algún nudo por donde nazcan; el

fruto dan en la raíz colgado como gamones, y cuando están

maduras las arrancan y cogen apartándolas de las raíces; es cosa

de mucho provecho para los indios, porque teniendo turmas y

maíz tienen todo el sustento necesario. Hay también patatas y

otras raíces que llaman arracacha, que son casi como patatas”

(Idem. P 183).

Eran usadas muchas plantas medicinales en su farmacopea

tradicional. Según el mismo documento: “Uvas, guacas, rúchica,

chilca, bejuquillo, que es como planta de jazmín, tabaco, la raíz de

mechoacán y la yerba que llaman sorpa y otras muchas que por

falta de herbolarios no se conocen. Con las yerbas de bubas se

curan ellos que por eso se curan así. Las guacas, crudas o cocidas,

aprovechan al hígado y riñones, y con la rúchica se curan las

heridas frescas, poniéndolas encima, majada; con la chilca cocida

se lavan las piernas hinchadas; con la raíz de mechoacán se

purgan de ordinario; con la sorpa se purgan humores gruesos; el

bejuquillo sirve como la rúchica para heridas frescas; el tabaco se

usa mucho tomado en polvo por las narices y el humo por la boca;

y sirve para enfermedades frías”. Estos mismos indígenas habían

aprendido a identificar varias plantas tóxicas, para lo cual acudían

al “curioso expediente” de seguir el ejemplo de los micos en la

escogencia de las plantas útiles: “La raíz de ají menudito mata a

quien la come; la raíces de los demás ajíes son muy peligrosas.

Hay un árbol grande, que el que se pone debajo de él se hincha

todo y se pone leproso; cúrase con sangrarle y untarle con la

propia sangre. Hay muchas frutas venenosas en los arcabucos, y

para poder conocer las que no lo son, se mira si las comen los

319

micos porque las que ellos comen se tienen por seguras, y las

demás. Por venenosas” (Idem. P. 184).

Las plantas tuberosas ocuparon un lugar destacado en la

alimentación de las poblaciones aborígenes, no sólo de las que

vivían en la zona andina sino en la Amazonia y la Orinoquía: La

mafafa (xanthosoma mafafa, Scott), cultivada por los catíos, los

yurumanguíes; la achira (canna edulis, Kerr – Gawl), cultivada

por varios grupos de las cuencas de los ríos Cauca y Magdalena;

el ñame (dioscorea triphylla, Schimp), que consumían las tribus

de la Sierra Nevada de Santa Marta, de la Guajira, de los Llanos

Orientales y del occidente de los actuales territorios de Antioquia,

Córdoba, Tolima y Huila. Cita el autor a Víctor Manuel Patiño

(1964), que escribe sobre el ñame: “Como la introducción del

ñame africano data de mediados del siglo XVI, al cobrar fuerza la

importación de esclavos negros, todas las referencias de fines de

ese siglo y de los siguientes, tanto pueden atribuirse a especies

americanas como a las foráneas. Es hecho comprobado la suma

rapidez con que se difundieron ciertas plantas económicas en

América, hasta el punto de que observadores desprevenidos las

consideraban al poco tiempo como plantas terrígenas. Un ejemplo

es el plátano” (Idem. P. 185)

.Las hibias (oxalis tuberosa, Mol.) fueron cultivadas en

abundancia por los nativos de los altiplanos de Cundinamarca y

Boyacá, lo mismo que por los de Nariño. Se les denominaba

también ocas. Los cubios (tropaeolum tuberosum, R. Et P), eran

unos de los alimentos preferidos por los muiscas. También se les

llamaba majuas en el alto Magdalena. La yuca (manihot

esculenta, Crantz), constituye todavía la base de la alimentación

de los pueblos amazónicos y es conocido su producto derivado, el

cazabe, que, a pesar de no ser tan grato al paladar europeo, se

conserva fácil y bien. La yuca amarga la cultivan las tribus

amazónicas, pero la yuca dulce se cultivaba por los indígenas del

Sinú, del Golfo de Urabá, de Ayapel, de Cartagena, de Santa

Marta, del Valle de Aburrá , por los armas, quimbayas, ansermas,

pacabuyes, colimas, muzos, panches, páez, pijaos, chitareros, es

320

decir, casi todos los pueblos que habitaban el territorio del actual

Colombia (Idem. P. 186).

La arracacha (arracacia xanthorrhiza, Bancroft)), cuyo nombre es

de origen quechua, es muy cultivada, como la yuca, por las

poblaciones rurales de Colombia. En el sur, hacia la región de

Sibundoy, se conocen once variedades. La conocían los paeces y

los yolcones, los laboyos del Valle de Pitalito, los panches, pijaos

y catíos. Arocueche la llamaban los muzos. La batata (ipomea

batata, L. Poir), la conoció Cristóbal Colón en las costas de Cuba

y la Española. Se cultivaba en la cuenca del Atrato, en la costa,

entre el Sinú y el Magdalena, en la Sierra Nevada de Santa Marta,

en la cuenca del río Cauca. Su cultivo se comprobó también entre

los chibchas de la Sabana, entre los chitareros y otros grupos

indígenas del Nuevo Reino de Granada. Hoy en día, la batata se

consume en casi todo el país. (Idem. P. 186).

Las papas (solanum tuberarium, spp.), o “turmas de tierra”, como

las llamaron los primeros pobladores europeos, fueron cultivadas

en muchas regiones, tanto en el Occidente como en el oriente

Colombiano. En la actualidad se cultivan en todas las zonas frías

de todos los departamentos y su fruto constituye uno de los

productos básicos del pueblo. Hay numerosas variedades y

muchas especies silvestres, que ahora merecen la atención de los

investigadores y científicos. Entre los chibchas, su cultivo estaba

acompañado generalmente con el de la quinua (chenopodium

quinoa, Willd), según lo anotaba el sabio Caldas (Idem. P. 187).

Algunos autores consideran que la papa debió tener su centro de

dispersión en Colombia o en Chile. Hawkes sostiene que el

territorio colombiano es el que ofrece mayores probabilidades,

teniendo en cuenta las peculiaridades de las diferentes especies.

Mangelsdorf se inclina a pensar que la papa es originaria de las

tierras del Perú y su tesis se apoya en interesantes observaciones,

pero éstas no pueden considerarse todavía como definitivas. La

papa fue cultivada en México y Guatemala, en la época

prehispánica, pero de manera esporádica y nunca llegó a

constituir un producto básico en la alimentación popular. Todo

321

indica que su cultivo fue introducido allí desde Sur América. La

papa fue cultivada en la zona andina de Colombia por los indios

de Cundinamarca y Boyacá, por los panches, los guanes, los

chitareros, los quimbayas, los pastos y quillacingas, lo mismo que

los que vivían cerca de Popayán y en los alrededores de Buga.

Después del maíz, la papa fue, quizás, el cultivo americano más

importante de la época prehispánica (Idem. P.187).

El ulluco (ullucus tuberosus, Caldas), cuya raíz contiene mucha

fécula, fue cultivada por este motivo por los aborígenes para su

alimentación. El cultivo del ulluco estuvo extendido, según parece

en las regiones del sur de Colombia especialmente en Cauca y

Nariño.. En estos lugares, los campesinos y especialmente los

indígenas, acostumbran mucho las mencionadas raíces para la

alimentación diaria, como sucede entre los nativos de la parte

oriental del Departamento del Cauca. Por otra parte, la presencia

de la palabra ullucos en la toponimia actual de la región de San

Agustín (Huila) y en la de Tierradentro (Cauca), puede estar

confirmando esta creencia. En las culturas peruanas desempeñó

un papel muy importante, como parece desprenderse de la

existencia de su representación artística en la orfebrería antigua de

esta región (Idem. P. 189).

Siendo el maíz el principal cereal o grano cultivado en América,

es de anotar otros que tuvieron singular importancia en la época

prehispánica, algunos de los cuales desaparecieron prácticamente

para dar paso a granos de origen europeo tales como el trigo y la

cebada. Uno de ellos es la quinua (chenopodium quinua, Willd).

Caldas informa que era muy conocida en Cundinamarca, en

donde se sembraba con la papa. Leblond, citado por Salazar,

escribe que este cereal era el principal alimento de los habitantes

de la Sabana antes de la llegada de los conquistadores. En la

actualidad se cultiva en las partes frías de algunas regiones

andinas, especialmente en Nariño, Cauca y Huila, aunque en muy

pequeña escala. Los campesinos de San Agustín tienen pequeños

cultivos de quinua para su alimentación y para curar las

“irritaciones”. Es mucho más popular en otros países andinos

como Ecuador y Perú. En México y otras regiones de América

322

Central, donde se conoce la especie chenopodium nuttaliae,

Willd. Las variedades salvajes de la planta se han encontrado, en

especial, en la zona andina, por lo que se considera que es aquel el

centro de dispersión de la planta. La discusión se sigue agitando,

ya que, según ciertos autores, si bien las variedades mexicanas

parecen tener conexiones con las variedades suramericanas,

presentan cierta afinidad también con las norteamericanas

(chenopodium berlandieri), Moq.). Existe además, en México, la

especie chenopodium ambrosioides, L., muy usada para fines

medicinales (Idem. P. 190).

El cacao (theobroma cacao, L.), que es un árbol de tamaño

pequeño, fue cultivado antes de la llegada de los españoles, en las

tierras cálidas, en aquellas regiones donde las condiciones

climáticas y la calidad de los suelos favorecen este cultivo. “De

los indios que vivían en donde después se fundó San Juan de los

Llanos, refiere el padre Simón, que cultivaban un cacao especial,

cuyo fruto, “aunque menudo y morado, es graso y de muy buen

gusto”. El cacao existe todavía salvaje en varios lugares del

territorio colombiano, tanto en los territorios de la parte oriental

como occidental., y aunque ya se han hecho estudios sistemáticos

de éstos y se han dado resultados, son esporádicos y relativamente

fragmentarios. En México, el cacao tuvo un especial significado

en las culturas indígenas y en los últimos tiempos era usado como

medio de intercambio comercial. Fue usado en otras partes de

América como bebida y para muchos otros fines. Los botánicos

diferencian en México varias especies, de las cuales, las más

importantes son dos, el “Criollo” y el “Trinitario”. El primero se

piensa que proviene de América Central, aunque la misma

variedad se encuentra en Colombia y Venezuela, y el segundo

parece que es amazónico (Idem. P. 191).

La popularidad del cultivo del maíz entre las tribus americanas se

explica por su admirable adaptabilidad a todos los climas. De

hecho, se ha cultivado desde el nivel del mar hasta la parte baja de

los pisos paramunos. Es también resistente a muchas plagas,

puede almacenarse fácilmente y es muy durable (Idem. P. 192).

323

Dice Mesa Bernal (195 7), citado por Luis Duque Gómez:

“En el caso del maíz es necesario destacar la presencia de una

sola especie dentro del género Zea, que corresponde cabalmente

al maíz. Otro aspecto importante es que hasta el presente no se ha

encontrado en estado silvestre, por lo cual ese Centro de Origen

es aún más difícil de determinar”.

“Es necesario destacar que posiblemente no se encuentra silvestre,

en la forma como actualmente se presenta el maíz, ya que por la

formación de su infrutescencia no se puede perpetuar la especie, a

no ser que intervenga el hombree separando las semillas para

sembrarlas o dispersarlas”.

“Este aspecto reviste gran interés, ya que si las formas primitivas

del maíz son semejantes a las actuales es de suponer la

intervención del hombre desde la iniciación de la especie”.

“ “Varios son los lugares del Nuevo y del Viejo Mundo – asegura

el mismo autor – donde se ha supuesto tuvo su origen este cereal.

Cada una de estas hipótesis puede tener sus argumentos

favorables, pero en realidad no se cuenta con bases sólidas

suficientes para afirmar que una región dada debe ser considerada

como Centro de Origen”.

“A través de los años, que para algunos alcanza la cifra de 10.000

y para otros de 25.000, las huellas se han perdido y la

determinación de la región de origen de esta planta constituye

hasta el presente un problema sin solución”.

Pero la arqueología ha aportado un dato de gran peso: En el Valle

de México se ha hallado polen de 60.000 años de antigüedad. Por

lo que se sabe, la datación, más antigua de huellas humanas en

América obtenida por medio del carbono 14, datan de 28.000

años más o menos. En el sitio denominado Bat Cave (Nuevo

México, Estados Unidos de Norte América), se han hallado

huellas de maíz de una antigüedad que se calcula de 3.500 años

contados antes de Cristo. El danés Kaj Birket Smith considera que

324

una región clave para dilucidar este problema, es la margen

izquierda del río Magdalena. Además en su estudio The Origen of

Maize Cultivatrion, insinúa que Colombia pudo ser también el

origen del cultivo de la quinua, la arracacha, la yuca y algunas

variedades de papa”. De allí se deduce, pues, que es muy probable

que el origen del maíz, sí sea América. (Idem. P. 194)

“Según los estudios más recientes de clasificación del maíz, en

Colombia han sido identificadas hasta ahora 17 razas de las cuales

5 proceden de las tierras frías y 12 de los climas templados y

cálidos. Algunas de estas razas o variedades han sido

consideradas como muy primitivas por los botánicos, como es el

caso del llamado maíz chococito (Idem. P. 194).

En las tumbas excavadas en el Alto de Lavapatas por la Misión de

1937, en algunas de las cuales se hallaron sarcófagos de madera,

que analizados recientemente por el método de carbono 14 dieron

una antigüedad correspondiente al siglo VI antes de Cristo, se

encontraron también manos y piedras de moler, lo que indica que

desde esta remota época los agustinianos cultivaban la preciosa

planta, y quizá desde antes, según la complejidad que se advierte

ya en los elementos culturales que tipifican este período. Este

hecho es de gran importancia, para los estudios de la historia de la

agricultura en América del Sur, ya que según los últimos

hallazgos sobre el cultivo del maíz en los Andes Centrales (el

Perú), éstos sólo aparecen a partir del siglo VII antes de Cristo.

Gordon Willey (1961) anota que en América Nuclear se

desarrollaron por lo menos cuatro centros diferentes de cultivo de

plantas útiles: uno de ellos al norte, quizás el que propagó el

cultivo del maíz, localizado en Mesoamérica y en la zona

avecinada a los desiertos del Norte de México y suroeste de los

Estados Unidos. Otro al sur, cuyo centro principal se sitúa en la

costa peruana. El tercero se supone que estuvo en la cuenca

amazónica, en un lugar aún no precisado, o quizás en el Orinoco,

y el cuarto en la región oriental de Norte América en el valle del

río Misisipi (Idem. P. 195).

325

Teniendo en cuenta que las tumbas del Alto de Lavapatas,

fechadas, como ya dijimos, en el siglo VI antes de Cristo,

contenían como ajuar funerario piedras y manos de moler, es

posible pensar, que ya desde esa época el maíz constituía una de

las bases de la alimentación de los primitivos pobladores de la

región de San Agustín y, por lo tanto, sería uno de sus cultivos

más importantes. "Esa misma razón nos permite suponer que

varias de las representaciones escultóricas de las cuales

simbolizan seguramente deidades de la agricultura y de la

fertilidad, deben estar relacionadas con el cultivo de esta planta, la

cual tuvo, por su importancia económica, un carácter sagrado en

las altas culturas americanas, desde Mesoamérica hasta los Andes

Centrales”. En las culturas del período post – clásico que

florecieron en la costa norte y central del Perú y en las que las

antecedieron, el dios solar aparece en las manifestaciones

arqueológicas como una divinidad protectora del maíz y en

general de todos los frutos vegetales. El dios solar es al mismo

tiempo la deidad suprema, así, como la diosa Luna se identifica

con la diosa tierra. En la estatutaria de San Agustín parecen

predominar también en el período Mesitas Medio, las

representaciones de deidades solares, asociadas al culto de la

fertilidad y por lo tanto al cultivo de varias plantas, en especial el

maíz (Idem. P. 197).

No obstante la importancia que se le atribuye al maíz en la

formación y desenvolvimiento de la alta cultura americana, varios

autores se inclinan a pensar que no fue esta planta la primera que

se domesticó en el Nuevo Mundo. Thompson (1936) admite la

posibilidad de que el cultivo de la yuca hubiese precedido al del

maíz, y que aquel penetró en Mesoamérica posiblemente en época

antigua. En el Perú, esta planta que se considera como de origen

amazónico, se ha registrado en los más antiguos horizontes

culturales (Idem. P. 197).

Las tropas de Juan de San Martín hallaron el cultivo del maní

(arachis hypogea, L), en forma abundante entre las poblaciones

indígenas que vivían en los Llanos Orientales en el siglo XVI.

También cultivaban el maní las tribus del Alto Magdalena. En

326

nuestras exploraciones en los depósitos arqueológicos del Potrero

de Lavapatas, en San Agustín, depósitos que corresponden a la

última fase del desarrollo de esta cultura y que datan del siglo

XII) de la era cristiana, hallamos frutos carbonizados de maní,

asociados a fragmentos de cerámica y otros elementos. Friede

(1953) transcribe documentos según los cuales los indios de

Timaná pagaban en cultivos de maní los tributos que daban a sus

encomenderos (Idem. P. 198).

Los porotos o fríjoles de árbol ( phaseolus vulgareis, L) los

cultivaban y consumían varias tribus que vivían en el occidente de

Colombia. y en la Costa Atlántica, como los nativos de Cartagena

y del Sinú, de Ebéjico, de Santa Marta, los pantágoras y pijaos,

los andaquíes y los musos, los muiscas y los nutabes. Guarzo era

el nombre que le daban los nativos de Antioquia para designar

este fríjol de mata. “Esta palabra, - escribe Patiño citado por el

autor -, para indicar “fríjol de mata”, por oposición al enredador,

parece ser originaria de Antioquia. Como topónimo figura en

documentos coloniales” (Idem. P. 198).

Del fríjol de enredadera existen numerosas variedades en

Colombia. Su cultivo se extiende por casi todo el territorio

nacional y en algunas regiones, constituye, junto con el maíz, la

base de la alimentación de la población, como es el caso de

Antioquia, Caldas, norte del Tolima, y la región cordillerana del

Valle del Cauca, lugares donde había cultivos de esta planta en

tiempos prehispánicos. Sardilla refiere que losa indios de Angaza

y los del Valle de Aburrá comían fríjoles en distintas formas.

Sugiere don Luis Duque Gómez, el interés que podría tener un

estudio sobre el origen de las diversas variedades conocidas y su

distribución en el territorio, teniendo en cuenta que se trata de una

planta cultivada por aborígenes. En México ocupó un papel muy

importante, con el maíz, y otros productos, en la cultura nativa, y

hoy día constituye uno de los elementos principales en la

alimentación (Idem. P. 199).

La ahuyama (cucurbita moshata, Duch), una de las cucurbitáceas

más conocidas, fue cultivada por los naturales que vivían a orillas

327

del río Cauca, en la región comprendida por el norte de Caldas y

el sur de Antioquia en Colombia. El uso que se le dio a la planta,

fue el de fruto comestible y este uso se ha conservado hasta la

actualidad. Como fruto comestible se usa en todo el país hoy. La

consumían igualmente los indígenas de la Costa Atlántica

colombiana, los de la cuenca del río Magdalena, como los

pacabuyes y los patagoros, los páez y los andaquíes, los gorrones

y los zopías. En otras regiones de Sur América se le conoce con el

nombre de zapallo (Idem. P. 200).

Seco el fruto, se utiliza su epicarpio como recipiente de uso

doméstico. Las conocidas “cuyabras” o “coyabras” como se

denominan comúnmente esos recipientes, están generalizados en

las cocinas de todos los hogares campesinos. En Colombia hay

diez especies de ahuyama de formas y tamaños diferentes. Las C.

máximas se consideran como especies de origen suramericano y

su cultivo se registró en México en tiempos prehispánicos.

La cidrayota, huisquila o guasquila (sechium edule, SW), se

consumen en varias regiones de Antioquia cocidas con fríjoles y

en otras varias formas. Algunos autores se inclinan a pensar que

este fruto, conocido por su nombre náhuatl más o menos

deformado, -“huisquila”-, que era cultivada por los nativos

centroamericanos en el siglo XVI, fue introducida en Colombia

en tiempos recientes.

El hobo (spondias purpúrea, L), con esta denominación

toponímica, se le conoce en varios departamentos colombianos.

En México tiene un nombre idéntico (jobo). Fue usado por los

nativos como alimento y se sigue usando hoy preparado en

diversas formas. Castellanos refiere su abundancia en las tierras

del Zenú, en donde los indígenas lo comían. Su calidad la

describe así el historiador y poeta, citado por Luis Duque Gómez:

“Tallos de hobos sancochados

Alguna vez me fue manjar supremo

Y más si los comíamos con bledos

Porque les dan sabor por ser acedos”

328

Pérez Arbeláez distingue en Colombia dos variedades principales,

semejantes pero de diverso valor: la S. Purpúrea, L., de frutos

rojos comestibles, y la S. lutea, L O, o S. mombin, L., de frutos

amarillos y muy ácidos. “La corteza de ambos árboles da mucho

corcho”. La S. Purpúrea está difundida a través de América

Tropical y también en América Central, de donde se le considera

originaria (Idem. P. 201).

El cultivo del algodón constituyó uno de los elementos

primordiales en la base industrial de la cultura chibcha de los

altiplanos orientales, de Cundinamarca y Boyacá en Colombia.

Las tribus asentadas en estas regiones hicieron todo lo que les fue

posible para defender sus tierras algodoneras, templadas y cálidas,

en donde estaban situados sus cultivos, de la amenaza enemiga,

de origen karib, que día a día cerraban más y más el círculo en

torno a lo que pudiera llamarse, tal vez no propiamente, el

Imperio Chibcha. El algodón era necesario, no solamente para el

consumo local, sino que servía, a la vez, como medio de

intercambio comercial y cultural con otras tribus del Occidente,

del sur y del Bajo Magdalena, manufacturado en forma de “finas

y labradas” mantas, decoradas a pincel o entretejidas en

complicadas y armoniosas formas decorativas, a juzgar por los

restos más o menos bien conservados que se han hallado en

algunos sitios arqueológicos, especialmente los encontrados por

Schottelius en la Cueva de Los Santos, Santander (Idem. P. 201).

El grado de perfección de la industria textil y la extraordinaria

difusión de esta actividad en el momento de la llegada de los

españoles, supone una relativa antigüedad de la misma máxime si

se tiene en cuenta que aquella debió desarrollarse mucho antes de

que los chibchas arribaran al altiplano, cuando hacían el tránsito

por las tierras cálidas, que constituyen el medio adecuado para

este cultivo. Ya en el siglo XVI, debido al avance de tribus, como

los panches, los muzos y los colinas, todos de la familia karib, los

chibchas tenían ya bastante dificultad para asegurar su abasto de

algodón y defendían a todo costo los pocos territorios que les

restaba (Idem. P. 201).

329

Los frutales. En términos generales se han hecho muy pocos

estudios botánicos sobre los distintos frutales cultivados antes de

la venida de los europeos. No obstante, vamos a considerar tres

frutales de gran importancia comercial actual que ya se cultivaban

desde entonces:

Las piñas (ananas comosus), L.) Crecen en varias regiones

colombianas hasta los 1.800 metros de altura sobre el nivel del

mar. Las fuentes históricas hacen referencia de su cultivo entre

varias tribus indígenas particularmente en Antioquia y Caldas.

Una variedad peculiar ya, del país, es la A. pancheanus, André,

que se caracteriza por sus hojas muy largas, hasta de 1.50 metros;

está también la que cultivan los indígenas en las cabeceras del río

Caquetá, que se denomina piña huitota; la piña piamba, que se

produce en la región de Villavicencio, Departamento del Meta, y

la blanca de Castilla, que se encontraba a mediados del siglo en

los mercados de Medellín. Aquí se pueden apreciar variedades ya

bastante seleccionadas de piñas de sabor exquisito hoy día, como

la llamada “oro miel”, manzana, procedente de Santander, y otras.

Los botánicos atribuyen a las especies silvestres un origen

suramericano, tal vez de una región que no ha sido identificada

exactamente, entre Brasil y Paraguay (Idem. P. 202).

El aguacate (persea americana, Mill) es una fruta de alto valor

nutritivo y fue cultivada por varios grupos indígenas de

Colombia. En las crónicas del siglo XVI aparecen algunas

descripciones del fruto. A la llegada de los primeros colonos

españoles a la parte central de Antioquia, encontraron un lugar

que después llamaron “Pueblo de las Peras”, donde hallaron

muchos árboles de aguacate, que fueron descritos por Sandilla tal

como lo menciona Luis Duque Gómez: “…hay muchas de estas

frutas, que es como peras, eran tan grandes como las peras de

Castilla, de invierno; tienen dentro unos cuescos, redondos tan

grandes como nueces, son muy buenos para agua de piernas”

(Idem. P. 203).

330

En el pueblo de Ituango (Antioquia), los naturales tenían grandes

cultivos de estos árboles, lo mismo que las tribus de muchas otras

regiones del país. El aguacate es conocido en otras partes de

América con otros nombres: ahuácatl pahua, avocado, palta, etc.

En el oriente colombiano se le conoce como cura. Era un

ingrediente muy importante en la dieta de los pueblos

mesoamericanos. De todos los aguacates que se conocen han sido

establecidas tres variedades básicas, de las cuales se derivan las

demás. Una de ellas, la denominada hoy “West Indian” o

nantillana, parece ser originaria de las tierras bajas de América

Central y del norte de Suramérica, en tanto que la segunda, parece

propia de México y de las tierras altas de Guatemala. Algunos

autores afirman que el conjunto de las variedades silvestres más

conocidas, se han hallado en el territorio situado entre México y

Honduras, y quizás Costa Rica. El hecho que la presencia de la

tercera halla sido registrada en México en época tardía, induce a

pensar que su origen se remonta a algún lugar de las tierras bajas

de América Central. En Colombia no se han adelantado estudios

sobre las variedades existentes y su posible origen. La presencia

de amplios cultivos en la región antioqueña, haría muy

interesantes los estudios que llegasen a realizarse, ya que llegaría

a arrojar información sobre las relaciones comerciales de los

diferentes pueblos indígenas al nivel continental (Idem. P.204).

La granadilla. (passiflora, spp.). Cieza de León pondera el gusto y

el olor de las granadillas encontradas en las riberas del río Cauca,

a la altura de donde se fundó posteriormente la ciudad de Cali.

También fue encontrada en la región ocupada por los indios

pastos, según informó el mismo autor. El hábitat de la granadilla

está entre los 1.200 y los 2.200 metros sobre el nivel del mar. En

Colombia existen dos variedades: P. Bogotensis, Benth, de frutos

pequeños, y P. Lingularis, de frutos más grandes y cáscara

quebradiza (Idem. P. 204).

El chontaduro. La pulpa del fruto de esta palma, que

se da espontáneamente en los suelos de la selva

húmeda tropical, era usada para comer, por los

331

pueblos que habitaban el occidente colombiano,

cocida en agua, en forma parecida a como se

consume hoy en el Valle del Cauca. Las matas de

chontaduro eran cuidadosamente administradas y

miradas como verdaderas deidades, y sus cosechas

eran contabilizadas con sumo cuidado, como

complemento del maíz y la yuca para mantenerse

fuertes [es una importante fuente local de proteínas].

Sus caciques no iban a la guerra si no contaban con

una provisión suficiente del fruto. Cuando los

españoles se dieron cuenta del valor en que era

tenido en cuenta el chontaduro por los naturales,

empezaron una campaña sostenida para erradicarlo

de toda la región. Así empezaron a mantener un

control, cada vez más rígido, de aquellos indómitos

pueblos.

15.5.0 EL TRANSPORTE, LAS VÍAS,

LAS COMUNICACIONES.

El factor que retardó el desarrollo rápido de la civilización

indígena prehispánica en la región septentrional de América del

Sur fue su carencia de medios adecuados de transporte, lo que

puede entenderse si los comparamos con el uso de llamas, alpacas

y vicuñas en las culturas peruanas, donde se pudo hacer una mejor

vertebración socio – económica de las comunidades nativas. De la

misma manera que se hizo en las culturas mesoamericanas, la

movilización de las mercancías de intercambio se hizo siempre a

bordo de las espaldas de cargadores humanos, quienes disponían,

sí, de aparejos adecuados a la mejor comodidad para el

cumplimiento de su cometido. La práctica siguió vigente durante

la época colonial, y aún en los comienzos de la República. El

transporte entre el puerto de Buenaventura y el interior del Valle

del Cauca se hacía íntegramente con cargadores indígenas, e

332

incluso, la tasa del tributo de los nativos llegó a cobrárseles con la

prestación de ese servicio. “Tan denigrante práctica influyó

notablemente para que los grupos aborígenes, que otrora

formaban una densa población en esta parte de la vertiente del

Pacífico, se extinguieran casi por completo, debiendo ser

sustituidos por poblaciones negras” (Idem. P.205).

En las regiones de reciente desmonte pueden apreciarse, en

Colombia los restos de los caminos indígenas. Eran anchos y no

buscaban la comodidad de trazados de pendiente suave en las

lomas, sino que enfrentaban las pendientes de frente, a menudo

con escalas, para remontar las faldas empinadas de las cordilleras.

Dice Castellanos, refiriéndose a la provincia de Antioquia, citado

por Luis Duque Gómez:

“Proceden adelante por caminos

Bien anchos y seguidos que les daban

Indios de soberbias poblaciones”.

Robledo, haciendo el recuento de su viaje por el Valle de Aburrá,

citado por el mismo autor, afirma:

“De la provincia de Arma a la de Cenefaná habrá 20 leguas, y

desde Cenefaná a Avurrá puede haber 6; en todo este camino hay

grandes asientos de pueblos antiguos e muy grandes edificios de

caminos hechos a mano e grandes por las sierras e medias laderas,

que en el Cuzco no los hay mayores. Y todo esto perdido e

destruido, e no hay indio que sepa decir cómo ha sido ni de que se

ha despoblado” (Idem. P. 206).

Los naturales construyeron igualmente caminos para ponerse en

contacto comercial unos pueblos con otros, aún siendo enemigos

tradicionales, como era el caso de los muzos, colimas y chibchas.

Construyeron también grandes avenidas entre los poblados y los

centros ceremoniales, que en el caso de los muiscas eran muchas

veces las lagunas. Es muy conocido el caso de la laguna de

Guatavita. Pedro fray Simón describe estas calzadas, citado por

Luis Duque Gómez:

333

….”había muchas carreras o caminos anchos que estos indios

usaban para ir a sus santuarios, que llegaban a la laguna y cada

pueblo tenía y conocía el suyo, que guiaba por aquella parte por

donde venían como el de Tunja o Chocontá, Ubaté, Bogotá, etc.,

que venían hechos desde media legua antes de llegar a la laguna”

(Idem. P. 206).

El cruce de nuestros grandes ríos, que caracterizaban nuestro

territorio húmedo, se realizaba por medio de grandes puentes “de

bejuco” que llamaron poderosamente la atención de los españoles.

Don Manuel Ancízar trae en su Peregrinación de Alpha, una

detallada descripción de los puentes de bejuco en la Cordillera

Oriental, y atribuye a estas construcciones de nuestros nativos el

origen de los puentes colgantes de la ingeniería moderna. Esta es

otra cita del autor:

“Mide el río Contino – dice – en el lugar por donde se pasa, 40

varas granadinas de latitud y sus aguas ennegrecidas por la pizarra

que traen en disolución pasan rápidas y bastante profundas por un

lecho sembrado de piedras rodadas que hacen su curso tumultuoso

e invadeable. El ingenio de los indígenas halló el medio de

pasarlo valiéndose de un arte que luego imitó la sabia Europa

llevándolo a la perfección: los puentes colgantes. A flor de agua y

uno en frente de otro arrancan en el paso de que trato, dos

corpulentos árboles naturalmente inclinados hacia la mitad del río,

despidiendo numerosas ramas robustas en todas direcciones; de

estos árboles se valió el artífice del puente como de estribos

capaces de resistir el ímpetu de las corrientes y puntos de apoyo

de la fábrica. Una fuerte barbacoa de maderos lleva desde lo alto

del barranco hasta encontrar el tronco del árbol; desde aquí parten

cuatro gruesas guaduas trabadas a distancia de un palmo por

travesaños firmemente atados debajo, formando un piso

sustentado en el aire por un espeso tejido de bejucos que bajan de

las ramas del árbol y enlazan las guaduas, que añadidas unas a

otras se prolongan de ribera a ribera, hasta encontrarse sobre el

centro del río describiendo una curva irregular, cuya parte media

se levanta cerca de ocho varas encima de las aguas. Conforme

334

avanzan las guaduas hacia el ápice de la curva se multiplican los

bejucos de suspensión en términos que a la mitad del puente se

espesan y juntan, y se cruzan y entretejen los de allá y los de acá

con una profusión de nudos que indican el afán del artífice por

salir airoso del difícil paso. Sobre las guaduas y de media en

media vara, hay planchas sacadas de la misma planta y afirmadas

al piso con bejucos delgados: finalmente encima de estos

travesaños y en el sentido de la longitud del puente, hay un listón

central de una tercia de ancho, formado de cintas angostas de

guaduas y destinado a ser el piso transitable del puente. Lo

angosto de éste y la oscilación que le comunica el transeúnte, no

permiten pasarlo a caballo ni con bestia cargada”…”cerca de las

minas de esmeralda – agrega -, al otro lado de los cerros que

demoran al O de las casas (de Muzo), hay rancherías y labranzas

en las que habitan algunos indios Aripíes, restos de las numerosas

tribus enemigas de los muzos… a ellos se confía la construcción

de los puentes colgantes sobre el Minero” (Idem. P.208).

Fray Pedro Simón también consigna en su obra informaciones

sobre los puentes de bejuco, y dice que por medio de éstos los

nativos cruzan el río Cauca en varias partes. Sigue cita de Luis

Duque Gómez:

“Es dificultoso de vadear – escribe, refiriéndose a este río – desde

de imposible por ninguna parte ni en ningún tiempo, y así en

muchas le tenían los indios hechos puentes de bejuco, que son

(como hemos dicho) al modo de unas raíces muy largas y

correosas: de estas juntaban muchas y hacían sogas, y

amarrándolas a los árboles en fuertes troncos a una parte y otra, lo

pasaban bien ya con el uso” (Idem. P. 209).

Pero el tráfico más intenso que tuvieron los nativos del territorio

que hoy es Colombia, se realizaba con el uso de los ríos

navegables que son muy abundantes. Ello debió significar el

medio más disponible para la integración de las distintas culturas

del territorio en mención. Los ríos más importantes, el Cauca y el

Magdalena, recorren el territorio colombiano de sur a norte y

penetran profundamente el territorio en inmensos valles. Al

335

oriente, ríos como el Putumayo, el Caquetá, el Vaupéz el

Guaviare y el Meta penetran la llanura y la selva colombiana

también profundamente. Ello nos permite comprender el sentido

de las migraciones y las direcciones que siguió el comercio. Aún

entrada la colonia, estos procedimientos de transporte indígena

siguió siendo utilizado por el elemento español para el transporte

de su mercancía desde los puertos hasta Tierra Adentro. Simón

Pérez de Torres menciona en su relato de viaje por el río

Magdalena, el trafico fluvial de los indios, el empleo de la canoa

como elemento de transporte, la forma como la construían, etc.,

citado por Luis Duque Gómez:

“…son unos árboles muy gruesos, sácanle todo lo de dentro….

Vense seis indios en la popa y otros tantos en la proa, las

mercaderías en medio, cubiertas con bijau, que son unas hojas de

árboles de una vara de largo, poco más o menos… bogan con

unas palas como de horno, metiéndolas arrimado al bordo, las

llaman canaletes” (Idem P. 210).

15.6.0 LA METALURGIA

“Ya a mediados del siglo XVI, los cr4onistas españoles que

acompañaban a los conquistadores, ponderaban en sus relatos y

descripciones, la riqueza aurífera de las tierras del Nuevo Reino

de Granada y la forma como los nativos beneficiaban estos

minerales hasta producir una fastuosa joyería, que deslumbró a

los expedicionarios y alentó sus campañas de conquista y

descubrimiento” (Idem. P. 281).

La mayor parte de los pobladores indígenas, incluso los más

primitivos, explotaban o manufacturaban el oro principalmente, y

lo extraían de las minas de veta y de aluvión. Lo mezclaban con

cobre para elaborar una aleación llamada tumbaga o guanín. El

conocimiento de los yacimientos auríferos trabajados por estos

pueblos señaló de no despreciable manera la dirección de las rutas

de la Conquista (Idem. P. 282).

336

La industria de la orfebrería, una verdadera industria artesanal que

ocupaba gran cantidad de brazos, tuvo sus principales centros de

extracción y elaboración en los valles regados por los grandes

ríos, particularmente en la zona cordillerana situada entre el río

Magdalena y la vertiente del Pacífico y en algunos lugares de la

llanura del Atlántico. En términos generales, tal actividad floreció

donde la constitución del medio geográfico y su geología,

determinaron la existencia de yacimientos aprovechables con su

tecnología. Puede decirse que la minería del oro era una de las

ocupaciones básicas de las diversas poblaciones en la región

occidental del país (Idem. P. 282).

En Colombia no hay yacimientos de plata. Ello explica la razón

por la cual en los yacimientos arqueológicos de la región no se

encuentran piezas elaboradas en plata. Según los registros

modernos de los oros procedentes de la Vertiente del Pacífico,

intensamente explotada desde la época prehispánica, el oro

aparece mezclado con platino, y con cristales de osmio – iridio.

Un informe de 1756 señala la composición de algunos oros

procedentes de Quiebra Lomo y Marmato (Caldas) y de la

provincia de Mariquita ( Tolima): 15 y 16 kilates. Los aluviones

de Remedios (Antioquia) 17 y 18 kilates y en ocasiones subía

hasta 21 kilates; el de Nóvita y Zitará (Chocó), de 20 y 21 kilates;

en la gobernación de Popayán, en los lavados de minas de

Quinamayo, alcanzaban 21 y 22 kilates. En las provincias de San

Juan y de Pamplona se extraía oro de 21 y 22 kilates. Esos

informes provienen de la Casa de la Moneda de Santafé. Esos

eran procedentes de los mismos yacimientos explotados por los

naturales antes de la venida de los españoles. En los análisis

cuantitativos de piezas de orfebrería quimbaya, que menciona

Paul Rivet y Arsandaux (1946) en su obra, puede apreciarse, sin

embargo la presencia de una buena proporción de plata que

fluctúa entre el 13.8% y el 31.7%. En algunas piezas hay

pequeñas cantidades de cobre, 1.1% y 1.4%. En muestras de oros

del Departamento de Caldas se observan cantidades de plata que

fluctúan entre el 8.1% y el 26.48% (Idem. P. 290).

337

Los indios pijaos, de filiación karib, explotaban minas de cobre

situadas principalmente el Natagaima, Departamento del Tolima.

Posiblemente, - dice Luis Duque Gómez – fue de esta región de

donde se llevó el cobre que demandaba el intenso trabajo de

orfebrería del área quimbaya. En el Quindía y en Risaralda (viejo

Departamento de Caldas), se han encontrado, como ajuar

funerario, narigueras, pendientes, pectorales y cascabeles de

cobre, estos últimos de base semiesférica hendida y remate

troncónico, con ojal de suspensión. En el interior tiene

generalmente una bolita de piedra, que le sirve de sonajero. La

morfología de estas piezas ofrece grandes similitudes con los

cascabeles que han sido hallados en Panamá y en depósitos

arqueológicos de otros países centroamericanos (Luis Duque

Gómez, Historia Extensa de Colombia Volumen I Tomo 2. Tribus

Indígenas y Sitios Arqueológicos. Ediciones Lerner Ltda. 1967

Bogotá. P. 236)

El platino no era anteriormente un metal conocido. En Europa se

supo de él en |1739, “gracias a la noticia de Antonio Ulloa. En

1750 se identificó como metal, por primera vez, después de

análisis efectuados por Watson sobre muestras procedentes del río

Pinto (Chocó). El alto punto de fusión, 1.775 grados centígrados,

generó no pocas dificultades a los indígenas para su manufactura,

con la misma habilidad que trabajaban el oro y el cobre. Rivet y

Arsandaux opinan que los indígenas lograron hacer mezclas de

platino y oro a altas temperaturas relativas. Debiendo usar los

mismos procedimientos que empleaban los nativos de la región de

Tolita y Atacames, en donde mezclaban pequeños granos de

platino co oro en polvo, después de lo cual colocaban la muestra

en brazas de carbón de madera. Logrando la fusión del oro, el

platino se conformaba una mezcla que permitía el martillado en

caliente y con ella una masa más o menos homogénea. La misma

dificultad de su fusión, hizo que los nativos lo trabajaran también

sólo utilizando cristales naturales del metal, para hacer narigueras

por medio del martillado de los granos o “chicharrones”. Su

producción, por esta dificultad, fue muy escasa (Luis Duque

Gómez. Historia Extensa de Colombia. Volumen I Tomo 1

338

Etnohistoria y Arqueología. Ediciones Lerner Bogotá 1967. 290 y

291)

La metalurgia de la plata es desconocida en Colombia y se

desarrolló, como vimos, particularmente en el Perú, donde se

mezcló en aleaciones con cobre. Se han descubierto allí también

objetos de plomo, lo mismo que en los alrededores del Cuzco, en

Chile, en México y en Ecuador. El hierro solamente fue conocido

por los indígenas norteamericanos, procedente de meteoritos,

bastante maleable y fácil de trabajar por medio del martillado. El

bronce que fue común en la zona de Perú y Bolivia, no aparece en

los yacimientos arqueológicos de Colombia, ni siquiera como

producto del comercio regional. La tumbaga fue una de las

aleaciones más populares en la industria metalúrgica prehispánica

de Colombia. En algunas regiones fue particularmente usada,

como es el caso de los pueblos que habitaban las estribaciones de

la Sierra Nevada de Santa Marta (Departamento del Magdalena).

Y en los departamentos de Santander, Cundinamarca y Boyacá.

Se trata de una aleación de oro y cobre, en la que el oro está en

una proporción inferior al 30%. Los chibchas de Cundinamarca y

Boyacá lo extraían de las zonas de oxidación de Gachalá y

Moniquirá. No obstante fueron muchos los yacimientos de cobre

beneficiados en todo el país. Las fuentes históricas hablan de

yacimientos en otras regiones del Tolima, en Santa Marta, etc. En

la Tebaida fue hallada una tumba que contenía los restos de un

enterramiento que había sido adornado con un collar de canutillos

de cobre ensartados en hilo de algodón. En San Pedro, una tumba

contenía los restos de ocho individuos, cuyos cadáveres habían

sido prácticamente revestidos con adornos de cobre, pues llevaban

polainas, pulseras y cintos. En el sitio El Enchantado, se han

encontrado también numerosos objetos de cobre en las sepulturas.

Todo parece indicar que los nativos del sur del Departamento de

Caldas se aprovisionaban de cobre de la región vecina del Tolima

(Idem. P. 292). Las aleaciones de oro y cobre fueron usadas

frecuentemente por las tribus arawac y karib de las Antillas, las

Guayanas y de Venezuela. Rivet y Arsandaux piensan que su uso

se extendió de estas tribus hacia el sur, hasta el Amazonas y hacia

el norte hasta Florida. Afirman estos autores que la tumbaga no es

339

otra cosa que el guanín de los arawac o el karakolí de los karib.

La discusión todavía es acerca de la ruta de la introducción de

esta tecnología, aunque se cuenta con los testimonios

arqueológicos, lingüísticos y etnográficos de las invasiones de

origen karib, que bien pudieron traerlas a Colombia. Parece que la

extensión de palabras para designar ciertos tipos de adorno, como

caricurí, caricorí o caracolí, refuerzan esta tesis. Sin embargo

afirman, que fue en el territorio colombiano donde el uso y la

técnica de la tumbaga alcanzaron su máxima perfección.

Mezclando el cobre con el oro en la aleación llamada tumbaga,

los indígenas tenían una ventaja evidente: El cobre funde a 1083

grados centígrados. El oro funde a 1063 grados centígrados. Y la

mezcla de ambos funde a 880 grados centígrados (Idem. P. 292,

293 y 294).

Las herramientas más usadas eran agujas, cinceles, gradines,

espátulas y cuchillos, gratas, botadores, y buriles, hechos de oro,

de color amarillo. O rojizo y endurecidos en los cortes por

calentamiento y martillado. Completaban estos implementos con

sopletes de arcilla o de madera, con moldes y crisoles de piedra o

de arcilla refractaria. En las exploraciones arqueológicas del autor

en San Agustín, fue hallada una pequeña vasija de barro, que

pertenecía al ajuar funerario de una tumba, elaborada de un barro

tan consistente, como si fuera de piedra, lo que se explica por las

altas temperaturas a las que fue sometido, probablemente, cuando

fue usado como crisol para fundir oro (Idem. P. 294).

Las técnicas metalúrgicas más usadas eran: La fundición del

metal en moldes de arcilla refractaria, el vaciado en hueco y por

sistema de cera perdida, el martillado, el repujado, el recocido y

temple, la soldadura con oro, El moldeado en cera y en arcilla, El

moldeado del oro y sus aleaciones, en frío, la afinación del oro, la

soldadura puramente autógena, la disolución, reducción y

precipitación, y el dorado de las piezas. A estas técnicas se suman

otras más decorativas como: El hilo fundido, la llamada falsa

filigrana, el recorte, el calado, la incisión, la aplicación y la

engarzada o engastada. De todas ellas, la más notable y novedosa

era el trabajo del oro y de la tumbaga en frío, con la cual lograron

340

manufacturar las piezas más hermosas y delicadas que hoy se

guardan en el Museo del Oro del Banco de la República y en otras

colecciones públicas y privadas de Colombia y el exterior,

técnicas en que fueron verdaderos maestros los quimbayas y otros

pueblos del territorio caldense. Todo parece indicar que los

indígenas conseguían la afinación del o0ro, mezclándolo con

arcilla y sal común, para luego someterlo al fuego. (Idem. P. 295).

Cita Luis Duque Gómez, a Barriga Villalba quien describe el

procedimiento: “Las reacciones químicas en el proceso de

afinación del oro mezclado con arcilla y sal común, son las

siguientes: A la temperatura del rojo naciente, por la acción de la

sílice, se produce cloro naciente, el cual ataca todos los metales,

inclusive al oro. Los cloruros formados se volatilizan. El de plata,

en casi su totalidad es absorbido por la arcilla y el de oro se

descompone instantáneamente a medida que se va formando,

reduciéndose a oro fino. Así pues, los gránulos de oro quedan

recubiertos por una capa de metal fino, tanto más gruesa cuanto

mayor tiempo dure y más alta haya sido la temperatura. Por esta

razón, para el mayor éxito de la operación, la granulación del oro

debe ser bien fina para facilitar la acción del cloro naciente”. Este

ingenioso procedimiento, que es revelador de los conocimientos

físico – químicos que poseían ya nuestros orfebres, era

desconocido en Europa en aquella misma época. Barriga Villalba

anota que la Casa de Moneda de Bogotá aplicó este sistema de los

orfebres naturales desde el año de 1627, cuando empezó a acuñar

oro. Así se desprende del informe del Fiel Fundador, don Luis

Ortega y Padilla, del año de 1797, en el cual se describe en detalle

el proceso de afinación. (Idem. P. 299).

Uno de los mayores centros de explotación aurífera del Occidente

colombiano, estaba situado en la región de Buriticá, en el

territorio del actual Departamento de Antioquia.

La arqueología moderna ha permitido, por sus hallazgos,

encontrar objetos de muy diverso orden que han sido reunidos en

valiosas colecciones públicas y privadas, y que revelan el alto

sentido estético y la elevada inspiración artística de los antiguos

341

pobladores de la parte septentrional de América del Sur, y “ lo

mucho que alcanzaron a la concepción de la forma a través del

arte propiamente dicho y de la religión”. Los estudios

concienzudos hechos de aquellos hallazgos, registran el hecho

incontrovertible que vislumbraban los expertos, incontrovertible

ya, de que en aquellos tiempos la ocupación del artesano era

practicada por numerosos grupos de indígenas, que llevaban sus

productos no solamente a los pueblos vecinos, sino más allá de lo

que hoy comprenden las fronteras patrias: en la zona de Perijá y

regiones del Orinoco y el amazonas, hay formas, técnicas y estilos

de cerámica, cuyo origen debe buscarse en territorio colombiano,

según los especialistas (Idem. P. 213).

“Nuestros orfebres, los más famosos de América, como lo

comprueban las colecciones del Museo del Oro del Banco de la

República, llevaron sus figurillas hasta Centro América y

Yucatán. En el Zenote sagrado de Chichén Itzá se encontraron

piezas de orfebrería de evidente origen colombiano y en la zona

de Coclé, Panamá, Lothrop encontró un tipo de productos de

metalistería cuya técnica de fabricación y aún su inspiración

artística lo inclinan a situar su procedencia hacia el sur, en

territorio colombiano”. Esto para no considerar el intercambio

frecuente que se hacía de productos artesanales a lo largo y ancho

del país en la época prehispánica. Ello explica ciertas

correspondencias estilísticas, aún en su diversidad local, como es

el caso de la cerámica y de la orfebrería quimbayas, cuyas formas

y estilos decorativos fundamentales se extienden a lo largo de

toda la cuenca del Cauca y del Sinú (Idem. P. 214).

Multitud de formas tenían las piezas de oro halladas en los

distintos yacimientos arqueológicos. Vamos a ser muy sucintos,

ya que la producción artística es en este campo especialmente

fértil en la población prehispánica que pobló Colombia, a pesar de

que la dinámica de poblamiento, la competencia entre las varias

culturas que se superponían en el territorio, el estado de guerra

permanente, incluso entre tribus de la misma familia lingüística,

lo que era muy común entre los karib, mantenían una actividad

incesante y asumían un carácter brutal Ello era la vida ordinaria

342

especialmente en los territorios de la región occidental de

Colombia:

“La belleza formal de las joyas prehispánicas del territorio

caldense se evidencia, principalmente en la representación de

objetos a manera de recipientes y en las figuras antropomorfas.

Estas últimas ofrecen un particular interés etnográfico, pues

reflejan rasgos relacionados con el tipo físico, con la

indumentaria, con la religión y aún puede decirse que con la

dignidad y jerarquía de los personajes en ellas representados.

Algunas son de un acusado realismo yt otras ofrecen la figuración

plástica de algunos rasgos de su teogonía y de su religión”

Fueron representadas también figuras de animales: De insectos,

como moscas, mariposas, saltamontes, grillos, se encontraron en

el área quimbaya; narigueras, las cuales parecen corresponder a

las últimas fases del desarrollo artístico; los cronistas las

denominan caricuríes y les asignan, en especial, un origen karib.

Hay también cucharas, en Conto Valle, armadillos, en Los Frenos

al sur de Caldas; aves, en la temática religiosa de los grupos

indígenas de esta misma región, particularmente de aves rapaces

como el águila. Estas representaciones debieron tener un carácter

simbólico – religioso, relacionado con la luz, la autoridad, y aún

con el culto a los muertos. Estos mismos significados parecen

tener en los Andes Centrales, en San Agustín y entre los pueblos

chibchas que habitaban el territorio de la actual Colombia en el

siglo XVI.. Se encontraron diademas pecheras, coseletes entre los

grupos indígenas del Arma y el Carrapa, lo mismo que entre los

quimbayas; igualmente, pinzas, peces, tortugas, camaleones. En la

región del Quindío se han hallado los más hermosos ejemplares

de máscaras de oro de toda la producción prehispánica. Uno de

los mejores de ellos se conserva en el British Museum de Gran

Bretaña. (Idem. P. 302 a 310).

Pero no fueron solamente los quimbayas los que alcanzaron un

desarrollo apreciable en su industria metalúrgica, particularmente

de la orfebrería. A pesar de que esta industria se practicó sobre la

base de unas técnicas generalizadas, es evidente que en los

objetos que proceden de distintos sitios del país puede

343

establecerse un estilo en cada región, bien sea por la frecuencia en

la aplicación de determinadas técnicas en su manufactura o bien

por su aspecto formal, que corresponde, por otra parte, a un

concepto mágico – religioso. “Este hecho innegable ha inspirado

a investigadores como Margain (1951) y Pérez de Barradas

(1954) para hacer una primera clasificación de las colecciones del

Museo del Oro del Banco de la República, mediante una

identificación de estilos que conlleva la presencia más o menos

repetida de ciertos procesos tecnológicos y de determinados

motivos. Estilos calima, quimbaya, darién, sinú, tairona, muisca y

tolima, son los que se han definido hasta ahora y corresponden en

parte a las áreas donde la metalurgia del oro estuvo más

desarrollada, a juzgar por las noticias de los cronistas de la

Conquista”.(Idem. P. 311).

Debido a la riqueza de las minas y al sistema de explotación en

grande escala, las minas de Buriticá, al occidente de Antioquia, se

convirtieron en un centro comercial de los más importantes, si no

el más en la región noroccidental de Sur América.

Hernán Trimborn es el investigador moderno que más se ha

ocupado en desentrañar, a través de las fuentes históricas de los

siglos XVI y XVII, el papel que cumplía el centro minero de

Buriticá en el comercio de intercambio entre los pueblos que

moraban en la porción central y septentrional del occidente

colombiano. El halló información clave, en relación a la industria

aurífera regional que permite entenderla mejor y que se resume de

la siguiente manera:

1. La región minera de Buriticá estaba explotada por varios

pueblos.

2. Se trataba de una tierra pobre en cultivos y con poca

vegetación, a lo cual se sumaba la especialidad minera de sus

moradores. De las comarcas de Urabá y del Sinú, estos

mineros especializados se proveían de los artículos que

escaseaban en su territorio o que estaban en incapacidad de

producir por razón de sus ocupaciones específicas.

344

3. Las minas eran explotaciones privadas y éstas no constituían

privilegio ni monopolio de los caciques, si bien estos, al

disponer de la prestación personal de sus súbditos y de la

fuerza de trabajo de sus esclavos, tenían en aquellas una

porción ventajosa.

4. La explotación de las minas de aluvión se hacía después de

pasadas las crecientes de los arroyos, que dejaban al

descubierto los minerales de oro corrido. Para la extracción de

los minerales de veta, prendían fuego en las sierras, con lo cual

se facilitaba la localización de los yacimientos. Las venas

auríferas eran beneficiadas generalmente por el sistema de

pozos sin que se utilizaran galerías ni socavones horizontales.

5. Los talleres de fundición estaban por lo general situados en un

lugar distinto de las minas. Los únicos objetos manufacturados

eran los llamados caricuríes o “clavos retorcidos” y planchas

de oro batido.

6. Parece ser Buriticá, como decíamos arriba, uno de los

principales centros de explotación minera aurífera y de

comercio del oro, del el noreste de Sur América, si no era el

primero. De este centro irradiaban largas vías comerciales, que

ponían a Buriticá en contacto, pasando por las crestas de la

Cordillera Occidental, con Dabeiba, los cacicazgos de los

Cuevas, el Golfo de Urabá, siguiendo desde allí hasta el Istmo

del Darién; otra vía iba hasta el Sinú. Hacia el sur, estas vías

iban hasta el país de los quimbayas y hacia el oriente, hasta el

río Magdalena, casi en las fronteras de los Chibchas que

moraban en los altiplanos fríos de la cordillera Oriental (Idem.

P.314 y 315).

Los datos anteriores nos inducen a pensar que los pueblos

quimbayas debieron abastecerse de oro para sus talleres de

orfebrería en Buriticá, a través de un comercio de intercambio,

quizás basado en piezas terminadas de oro, pues las minas con las

cuales contaban no producían lo suficiente para abastecer la

tremenda demanda de su industria. Lo mismo ocurre con el oro

que llegaba a las regiones del Sinú y el San Jorge, que procedía de

rescates o intercambio comercial efectuados con indios de otras

comarcas, principalmente de la región de Buriticá, de donde lo

345

obtenían los nativos en forma de barras y caricuríes que luego

fundían para hacer luego sus diferentes piezas. Se sabe también

que mucha parte del oro que era manufacturado por los pueblos

de la Sierra Nevada de Santa Marta no procedía de yacimientos

locales, sino que sus fuentes de abastecimiento estaban

localizadas más al suroeste, en las comarcas del norte de

Antioquia (Buriticá) y muchos talleres de los localizados en el

Alto Sinú, pueblos con los cuales tenían un activo intercambio.

Dicho comercio se realizaba apoyado en las vías fluviales como

eran los ríos Sinú, San Jorge, Cauca y Magdalena, por donde se

movían intensamente sus canoas (Idem. Ps. 315 a 332).

Los indios que moraban cerca de la población de San Sebastián,

fundada por Alonso de Ojeda a cuatro leguas al oriente de la

desembocadura del río Atrato o Darién, poseían muchas joyas de

oro en el momento en que fueron conquistados por los españoles.

Cieza de León refiere que estos naturales guardaban los objetos

en unas canastillas que ellos llamaban habas y que los motivos

más frecuentemente representados en las piezas eran campanas,

platos, joyeles, caricuríes, zarcillos, cuentas menudas y caracoles

grandes que servían de estuche pénico. Este oro lo obtenían los

indios por medio de los “grandes mercaderes y contratantes” que

tenían y que llevaban a vender a la tierra adentro, puercos

salvajes, sal y pescado, a cambio de los objetos de orfebrería y de

algunos tejidos de algodón. La presencia de esta clase de

mercaderes y tratantes en el Golfo de Urabá es una noticia

histórica de mucha importancia para explicar los contactos

culturales entre el norte y occidente de Colombia con

Mesoamérica en la época prehispánica (Idem P. 313).

La existencia de la inmensa riqueza aurífera enterrada en los

cementerios indígenas, motivó el desarrollo de la gran industria

de la guaquería, desde la época de la Conquista, la que floreció

hasta hace muy poco tiempo. Ha sido de ella de donde se han

surtido los museos y colecciones privadas, pero más que todo, de

allí salieron los cargamentos gigantescos de oro hacia las

metrópolis europeas, después de haber reducido a lingotes una

346

parte apreciable de la las obras de arte indígena elaboradas en oro

(Idem. P. 315 a 332).

Todo lo anterior nos conduce a pensar en los fuertes lazos

comerciales que debieron funcionar entre los pueblos de Sur

América y Meso América, no solamente en el ámbito de las

piezas de orfebrería, sino en general, ya que las civilizaciones de

la región septentrional de Sur América son consideradas como

verdaderas potencias en la producción agrícola: Duncan Strong

sustenta la tesis de que durante centurias hubo fuertes estímulos

de intercambio entre la gran civilización agrícola desarrollada en

Sur América y las que florecieron al norte, en las regiones de

Oaxaca, Yucatán y México. Opina que el estudio de los

materiales arqueológicos de una y otra zona revela la evidencia de

antiguos contactos o influencias, los cuales se originaron

alternativamente por tierra y por mar, a través de la América

Central. Que en Salvador y Honduras, los antiguos horizontes

difieren marcadamente de los últimos y en cada caso hay

significativas semejanzas con los viejos niveles en Oaxaca, en las

tierras altas de Guatemala y con los antiguos horizontes

mayas….(Idem. P. 425).

15.7.0 LOS HILADOS Y TEJIDOS.

EL ARTE RUPESTRE.

LA CERÁMICA. LA ESCULTURA.

OTRAS ARTES

La gran industria de los hilados y tejidos de los altiplanos fríos de

Cundinamarca y Boyacá y de las zonas templadas de Antioquia y

Santander tienen un valor excepcional. El fique, el algodón, las

cortezas de ciertos árboles y otras fibras textiles fueron

admirablemente beneficiadas, tanto para la vestimenta cotidiana

como para los trajes ceremoniales. En las cuevas de Santander y

en las de los contrafuertes del Cocuy, se han conservado en

magnífico estado, lienzos hermosos, decorados con motivos

pintados y entretejidos, algunos de ellos inspirados en un

verdadero simbolismo religioso. Era tal su importancia en la

economía indígena, que ya entrada la Colonia y casi en los

347

albores de la República, el producto de los tejedores aborígenes

constituía una buena fuente de tributos para el reino, no obstante

las medidas de la Metrópoli para el fomento y conservación de la

industria, en su afán de abrir nuevos mercados

Ya habíamos visto cuán importante era el cultivo del algodón

parea los muiscas, la importante familia chibcha que poblaba

Cundinamarca y Boyacá. Dicen los cronistas de la época colonial

que éstos tenían grandes cultivos de algodón en las tierras

calientes que ocupaban los nativos de Chipatá, y que servían para

abastecer parte de la demanda de productos textiles en la Sabana

de Bogotá. Cita Luis Duque Gómez a uno de ellos:

“…han sido siempre grandes labradores de maíz, yuca, batatas,

arracachas, xequíneas, turmas [papas] cubios, y otras raíces y en

especial lo eran con el algodón en las tierras que alcanzaban

calientes, que eran todas las circunvecinas a las espaldas de las

serranías que cercan estos valles del Reino porque aunque por

todas partes estaban cercados de enemigos, a punta de lanza

defendían las labranzas que tenían en tierras calientes, de frutas,

raíces, y algodón, que no se dan en las frías” (Idem.. P. 265).

Cita a otro cronista, que habla del territorio habitado por los

muzos que era antes de del dominio de los muiscas:

“….que por ser caliente la estimaban [la tierra] para las cosechas

de frutos que no se daban en tierra fría, como algodón para

mantas, y vestidos, yucas, batatas y maíz, cuando los años eran

estériles en las frías” (Idem. P. 265).

Cita otro que habla de los muiscas:

“Usan vestidos de algodón de que tejen sus mantas cuadradas, que

les sirven de palio: las más comunes son blancas y la gente ilustre

las acostumbra pintadas de pincel, con tintas negras y coloradas, y

en estas fundan su mayor riqueza” (Idem. P. 265).

Del mismo autor menciona, que ”estos naturales usaban mantas

coloradas en señal de luto. Que los indios de Lenguazaque tenían

348

telas de algodón de diversos colores. Que los cortesanos de los

indios de Tunja, usaban ricas mantas” (Idem. P. 265).

Las excavaciones arqueológicas y los hallazgos ocasionales

verificados el los últimos años en distintos sitios de las tierras

altas de la Cordillera Oriental, han suministrado interesantes datos

sobre los textiles que fabricaban los indios que moraban en estas

regiones. El clima seco, de escasa lluviosidad, y las condiciones

abrigadas en que se han encontrado algunos de los depósitos

arqueológicos, han permitido la conservación de distintas mantas

de algodón y de otros objetos hilados y tejidos, en asocio con el

ajuar funerario de varias inhumaciones. Los hallazgos más

importantes han sido hechos en Los Santos (Santander), Chiscas y

Paz del Río (Boyacá y Ubaté (Cundinamarca. Todos estos lugares

parecen corresponder a emplazamientos de grupos y subgrupos

chibchas, según las fuentes históricas y como lo sugieren también

las características de los elementos culturales en ellos, tales como

piezas de cerámica, caracoles, textiles, piezas de cordelería,

adornos de plumas, etc. En el Museo Arqueológico Nacional

pueden verse varias mantas arqueológicas, procedentes de la

región que en la época prehispánica estuvo ocupada por el

subgrupo chibcha de los guanes, los cuales moraban en parte del

actual departamento de Santander. Fueron descubiertas en

grandes cuevas del río Chicamocha, cerca de la población de los

Santos por algunos campesinos de la zona. Loa hallazgos se

hicieron en el año de 1940 y estos yacimientos fueron estudiados

después, de manera sistemática, por el investigador Justus W.

Schottelius, según comisión que le confiara el Ministerio de

Educación Nacional (Idem. P. 266).

La actividad textil estuvo muy desarrollada entre los guanes. Para

estas labores utilizaron fibras de algodón, hiladas y torcidas, con

las cuales hicieron mantas grandes. La decoración se hacía por

medio de motivos estampados, entretejidos o dibujados con

pincel, según puede verse en los fragmentos que se conservan en

el Museo Arqueológico de Bogotá. La técnica decorativa fue la

última, o sea dibujos con pincel; gran variedad de motivos

349

geométricos y al parecer de carácter simbólico, fueron pintados en

estos mantos, con tinta roja sobre fondo blanco (Idem. P. 267).

Aunque la industria de los tejidos florecía en la primera mitad del

siglo XVI, se sabe que los cultivos de algodón que poseían los

muiscas en las faldas de la Cordillera Oriental, provenían incluso

desde épocas anteriores a aquella en que los muzos, de cultura

karib iniciaran el ascenso de la cordillera desde el Valle del Río

Magdalena. El grado de importancia comparativo con otras

actividades, en que era tenida en cuenta la actividad textil, y su

grado de desarrollo, influyeron en la visión religiosa de la Vida.

En el panteón de sus deidades tradicionales existía un dios,

Nencatacoa, que servía de patrono al gremio de los tejedores, lo

que indicaba, por otro lado, la relativa antigüedad de la misma

actividad, a no ser que esas manifestaciones hubieran sido

elementos culturales importados en el transcurso de diversas

corrientes migratorias (Idem. P 269).

La industria textil de los naturales no se interrumpió con la

llegada de los españoles; al contrario, se intensificó

considerablemente, al menos por un tiempo, pues sus productos

eran distribuidos en el territorio, y objeto, por lo tanto de un

activo comercio. Los tributos impuestos a los indios y las

contribuciones señaladas a los encomenderos se tasaban en

mantas de algodón, de tal manera que, desde la segunda mitad del

siglo XVI en los talleres domésticos se siguió trabajando

presurosamente para atender a las obligaciones económicas

contraídas con los nuevos amos. Por cada cien mantas que recogía

un encomendero tenía que pagar a la corona española tres. En

muchos lugares las telas sirvieron de moneda, como lo atestiguan

documentos de la época: En los papeles del Consejo de Indias, se

encuentran informes del año de 1609, en los cuales se dice: “En la

ciudad de Mérida se labra lienzo de algodón que sirve de moneda

dando por un peso de oro de 20 kilates cinco varas del dicho

lienzo” (Idem. P. 269).

Pocos cambios parece haber sufrido la técnica textil vigentes en la

época prehispánica. En el siglo XVIII se usaban como colorantes

350

numerosas plantas, según los relatos del padre Oviedo, tales como

las tunas (opuntia bomplandii, H. B. K. Webb., onpalea

cochenillífera, L. S. D) o cactus rojo de las telas con la grana o

cochinilla para el color rojo de las telas; el cultivo de estas pencas

estuvo muy extendido en la época colonial, hasta cuando vinieron

las anilinas; fue muy frecuentes en especial en los cerros cercanos

a la ciudad de Tunja, Duitama, Socotá, Sogamoso, Firavitoba, Iza,

Villa de Leiva y especialmente en Tinjacá, y Sutamarchán. El añil

(indigófera anil, L,) se cultivaba especialmente en las tierras

cálidas y templadas. No se sabe cuándo fue introducida al Nuevo

Reino de Granado. Los estudios actuales indican que fue

introducido desde México y Guatemala, donde era cultivada para

la extracción del color azul aplicado a los textiles. Las mujeres

mexicanas lo usaban también para teñir sus cabellos. Los

botánicos se inclinan a pensar que el origen de esta planta fue una

región situada entre Guatemala y México, al sur. El espino

llamado moral, lo usaban para conseguir el color amarillo;

revuelto con tierra lograban el negro y el naranja. El palo brasil, o

nazareno, sacaban el color morado que lo caracteriza. El chilco,

servía con un bejuco para teñir el verde, tal como lo hacían en

Chita, Boavita, y en otros lugares del Nuevo Reino. El árbol

llamado vela chica, cuyas hojas de color carmesí, sueltan el tinte

poniéndolas a fuego, lo…”usaban los indios gentiles para pintar

sus mantas de pincel (así las llaman) muy permanentes, según el

padre Oviedo, citado por Luis Duque Gómez. También fueron

usados los colorantes de origen mineral. Los indios de Bogotá ,

según Rodrígez Freile, “teñían sus mantas con barro”. Muy

conocida fue en la Colonia la mina de tierra azul del pueblo de

Siachoque, cerca de Tunja, empleada para el teñido de los

textiles; la de tierra colorada de la población de Suta, la de tierra

amarilla del pueblo de Sorocá, en fin, otros muchos lugares donde

los campesinos se aprovisionaban de los colorantes

acostumbrados en sus productos textiles. Vargas Machuca,

refiriéndose a algunas de las peculiaridades de la tribu de los

muzos y al lugar que habitaban, refiere, en cita de Luis Duque

Gómez: …”está una fuente, en un repartimiento, puesta al sol se

vuelve como una tinta, que con ella puede escribir muy bien. Los

naturales tiñen con ella sus mantas” (Idem. P. 270 y 271).

351

15.7.1 EL ARTE RUPESTRE

A través de los años y del coloniaje, aquellas manifestaciones del

ingenio nativo, que en un principio tenía estrictamente un carácter

popular, un mensaje religioso, una expresión estética y una

inspiración a veces abstracta, no obstante su índole marcadamente

utilitarista, terminaron finalmente por extinguirse y por ser

reemplazadas por productos extraños. Por eso resulta artificiosa la

idea de revivir aquellas viejas expresiones, en medio de pueblos

mestizos que ya no viven ni sienten como aquellos. Yace, sin

embargo el genio humano que, mediante el estímulo necesario

empiece a producir su propia expresión y a generar, si se quiere,

una nueva cultura en el arte popular. “Ráquira, La Chamba la

platería de Mompox, los tejidos reinosos de Santander y Boyacá,

la platería del Sinú, del Cauca y del Chocó, la espartería del

Magdalena, la cestería de los Llanos, la tagua, la sombrerería de

paja toquilla del Huila y Nariño, el barniz de Pasto, etc., para no

mencionar sino algunos, constituyen, podríamos decir, frutos

silvestres de una artesanía que todos los colombianos estamos en

el deber de cultivar” (Idem. P. 214).

Las artes gráficas las expresaron los nativos precolombinos

nuestros principalmente en las pinturas y en los grabados

rupestres. “Los ideogramas están hechos con pintura ruja, blanca

y negra, como casi todo el arte rupestre primitivo. Estas

manifestaciones se encuentran en todo el territorio de la república

y generalmente se hicieron utilizando pinturas de origen mineral,

o bien grabando directamente el signo en la roca, como se

observa en varios sitios que ocupaban en el momento de la

Conquista pueblos de origen karib. Los mismos sistemas fueron

empleados en casi todo el arte rupestre primitivo en el mundo

entero. Triángulos, rombos, concéntricos, figuras antropomorfas,

zoomorfas, manos y pies humanos, espirales, grecas, líneas

onduladas, etc., son los signos más frecuentes que se pintaron o

grabaron en las piedras, para lo cual prefirieron los indios casi

siempre las rocas areniscas” (Idem. P. 215).

352

“Los signos rupestres de Colombia han sido llamados

impropiamente pictografías, esto es, la representación gráfica de

cuadros y objetos, escenas, etcétera, como las que existen en

ciertos lugares de Australia, África y en algunas zonas de

Norteamérica. Sin embargo debe aclararse que en Colombia tales

manifestaciones deben interpretarse como ideogramas, definidos

por los tratadistas modernos de arte primitivo como “símbolos

pictóricos que se usan para sugerir objetos o ideas abstractos””

(Idem. P. 214).

“Consideramos nosotros que aún no se han allegado los elementos

de juicio necesarios para una interpretación científica del

significado del arte rupestre de chibchas, caribes, arawacos y

otros pueblos, si es que fueron estos los verdaderos autores de

aquellas expresiones artísticas y mágico – religiosas. Estas

manifestaciones tienen que basarse sobre un conocimiento a

fondo de las formas religiosas de tales pueblos. De ahí que la

lectura fácil que a veces se hace de los signos del arte rupestre,

deba tomarse con la reserva prudencial que exigen los rumbos de

la moderna investigación arqueológica. Tampoco puede aceptarse

la tesis radical que expone en su obra sobre los chibchas el

historiador Vicente Restrepo, sobre que nada significan los signos

pintados o grabados en las rocas”. Los investigadores Wenceslao

Cabrera y José Pérez de Barradas, han hecho los primeros intentos

metódicos en la iniciación del estudio de las artes rupestres de

Colombia (Idem. P. 215).

El tema del significado del arte rupestre en Colombia,

particularmente en el área chibcha, fue agitado por el doctor Darío

Rozo, en diferentes conferencias dictadas en la Academia de

Ciencias Exactas, Físico – Químicas y Naturaleza, y en la

Sociedad Geográfica de Colombia. Las primeras investigaciones

del doctor Rozo fuero publicadas en 1938. Bajo el título de

Mitología y escritura de los Chibchas y en ellas trata de

demostrar que, contrariamente a lo que sostienen los escritores

modernos, que se han ocupado de la civilización de los chibchas,

estos pueblos sí tuvieron una escritura y a ella pertenecen los

353

signos expresados en todas las piedras pintadas que se encuentran

en el área geográfica que se les ha señalado y en otros lugares de

la república”.

El doctor Luis Duque Gómez, autor de nuestra principal

referencia del tema, considera: …”será muy difícil, en el estado

actual de los conocimientos científicos sobre la prehistoria

americana, defender ante la crítica moderna, sugerencias como la

posible participación de elementos europeos en el poblamiento

antiguo del Nuevo Mundo y particularmente de lo que hoy es el

territorio de Colombia, siguiendo la vía de penetración de los ríos

Meta y Orinoco, después de haber utilizado la corriente marina

que arranca del norte de España y llega hasta donde vierte sus

aguas el Orinoco en el Océano; que dichos elementos fueron

presumiblemente vascos, a juzgar por las estrechas analogías que

pueden advertirse entre los signos de las piedras pintadas y la

escritura de los eúscaros antiguos, estudiada por el presbítero

Julio Cejador y Fruca” (Idem. P. 220).

“Con todo lo anterior, se tienen ya algunas interpretaciones a este

respecto, como la de que tales vestigios arqueológicos tienen un

carácter eminentemente simbólico; son la expresión de creencias

mágico – religiosas de los aborígenes y en general del hombre

primitivo, en todas partes del mundo”… “En consecuencia, la

investigación arqueológica se inclina a ver en el arte rupestre

americano, no el testimonio de ideografías, como audazmente lo

pretenden algunos, sino el mensaje perdurable del complicado

mundo mágico de los nativos” (Idem. P. 232).

Actualmente se viene trabajando intensamente para desentrañar el

misterio del significado de las pictografías y petroglifos

americanos. “Según algunos investigadores, el sapo, la rana, el

cuadrado, la cruz, son símbolos relacionados con un culto

atmosférico, íntimamente vinculado con la agricultura. Las líneas

en espiral se interpretan como símbolos de la fecundidad,

concepto que tiene una gran significación en las formas religiosas

amerindias y que inspiró, por lo tanto, muchas de las expresiones

artísticas de los pueblos prehispánicos. El triángulo representa en

354

casi todas las culturas primitivas el sexo femenino y está, por lo

tanto, en íntima relación con la maternidad. El círculo simple es el

símbolo de la luna y el círculo radiado exteriormente, del sol. Una

línea horizontal, con cuatro rayas verticales inferiores simboliza

los animales cuadrúpedos. Las deducciones anteriores se han

sacado a base de estudios sistemáticos del arte rupestre

correspondiente al Período Neolítico Europeo, que tantas

manifestaciones de esta índole dejó en cavernas y acantilados. En

términos generales, puede afirmarse, como bien lo anota Núñez

Jiménez, que el arte rupestre en América se caracteriza, como en

el viejo continente, por sus esquematizaciones y por la

estilización de las figuras que se quisieron representar con

finalidades mágico – religiosas (Idem. P. 222).

15.7.2 LA CERAMICA

Parece ser que en Colombia esta actividad era esencialmente

femenina. La elaboración de vasijas, como en muchos países de

América fue un trabajo en que las mujeres prehispánicas

ejercitaron su imaginación creadora. Muchos centros primitivos

de fabricación de cerámica desaparecieron porque los españoles

utilizaron, más bien cerámica importada e introdujeron nuevas

técnicas y estilos en la industria. Los centros que aún sobreviven

ofrecen un producto que da testimonio ya de un mestizaje cultural

que, por cierto, es bien inferior, en concepto de los expertos, a la

riqueza decorativa y de formas y motivos de la cerámica

arqueológica, como se aprecia en los museos y en las colecciones

privadas (Idem. P. 228).

Como es explicable, esta industria floreció en las localidades

donde es posible encontrar arcilla y tierras colorantes, esenciales

para la fabricación de estos objetos. No obstante, tuvo

manifestaciones diferentes en las regiones occidental y oriental

del país. La región occidental incluyendo el litoral Atlántico, en

su conjunto, fue el lugar donde la cerámica logró su mayor

desarrollo y más rápidamente, alcanzando la calidad y el nivel

artístico de otras latitudes americanas. En contraste, ello, no

355

ocurre lo mismo con la cerámica de la región oriental. Parece que

no es posible explicar esta diferenciación por la simple evolución

del proceso tecnológico.. Es muy posible la existencia de algún

factor externo que lo explique, como podría ser, por ejemplo, la

influencia de la cerámica de otras culturas, a través del

intercambio comercial (Idem. P. 239).

Otra novedad es que los primeros colonos españoles y

particularmente los escritores que se ocuparon de la descripción

de las costumbres indígenas, guardan mucho silencio respecto a la

cerámica. Ello contrasta, por ejemplo, con la forma detallada

como fueron descritas otras actividades e industrias de la cultura

material americana. Pudo ser que la época del desarrollo de la

cerámica en algunas de aquellas regiones debió darse en épocas

anteriores a la llegada de los europeos (Idem. P. 229).

La tecnología en la cerámica utiliza muy variados elementos. Para

conseguir la maleabilidad de las arcillas usaron la arena, el

cuarzo, las cenizas de carbón vegetal, la mica, fragmentos de

cerámica triturados, conchas y caracoles. La lechada blanca, el

rojo o amarillo ocre, el negro ferruginoso, el óxido de cobre y

algunos otros colorantes posiblemente de origen vegetal, fueron

usados para la decoración pintada. La fijación de los colores va

desde el empleo del simple baño hasta el sistema de pintura

negativa policroma. Como raspadores o afinadores se usaron

instrumentos de piedra y algunas semillas vegetales. En la

fabricación de vasijas se empleó el sistemas de bandas enrolladas

a manera de espiral y en otras ocasiones se usaron moldes.

Muchas piezas se hicieron por partes separadas que después se

soldaron o unieron. Por ejemplo en las vasijas trípode de San

Agustín y Tierradentro, los soportes fueron adheridos a la parte

baja del recipiente, después de que éste había sido completamente

terminado y aún pulimentado en su superficie externa (Idem. P.

233).

La técnica de la cera perdida se aplicó en la elaboración de piezas

pequeñas, especialmente en el caso de los instrumentos musicales,

como caracoles de arcilla, pitos, ocarinas, etc., La coroplastia o

356

empleo del molde para vaciar figuras en serie antropomorfas y

zoomorfas, floreció en forma muy evolucionada en la cultura

Tumaco, en la parte sur de la Vertiente del Pacifico. La incisión y

el relleno fueron las técnicas decorativas más frecuentes y se

hacían antes de cocinar las piezas. También se encuentran

ejemplares decorados así después de la cocción (Idem. P. 233).

La deshidratación o secado de los objetos de arcilla se llevaba a

cabo por sistemas bastante rudimentarios. El horneo a campo

abierto fue el más generalizado. Las vasijas eran reunidas en un

sitio, y cubiertas luego con leña que, al quemarse, producía una

cocción parcial e imperfecta. Sin embargo, existen en algunas

regiones, especialmente en el Quindío y en sitios de la Costa

Atlántica, objetos de una cocción tan pareja y de tan buena

consistencia, que hacen suponer el empleo de hornos más

evolucionados. En muchos casos, el color negro homogéneo en la

superficie de las vasijas, indica que se cocinaron a fuego lento

cuidadosamente, procurando la formación de mucho humo para

lograr este objetivo en la decoración de las mismas, o que en su

superficie fueran frotadas con grafito. Así se conseguía el negro

brillante, como el que se observa en las vasijas de algunos

depósitos arqueológicos del país (Idem. P. 233).

En especial en Occidente hay gran variedad de técnicas

decorativas, es decir, en el territorio que corresponde a los

departamentos del Valle, de Caldas, de Antioquia, de Nariño y

algunos sectores de la Costa Atlántica. En todas ellas se

encuentran las técnicas de ornamentación plástica y la aplicación

de la pintura, pero el mayor desarrollo de éstas se advierte en el

oeste. A medida que se avanza hacia el oriente tanto la pintura

como el tratamiento plástico son más pobres y rudimentarios. Esta

variedad se explica por el impacto de presiones muy señalado de

culturas foráneas, como las mesoamericanas y las amazónicas, y

de otro lado por los desarrollos locales en cierto aislamiento, tanto

por la formación laberíntica de las cordilleras, como por el estado

de guerra constante que generaba malestar permanente aún entre

pueblos que hablaban la misma lengua y poseían el mismo

patrimonio cultural. No obstante, en el Occidente colombiano y

357

en la Costa Atlántica, aparecen complejos cerámicos con amplia

distribución geográfica, lo cual permite pensar en auténticos

“horizontes” de cultura. El desarrollo de amplias relaciones

comerciales entre los pueblos a lo largo del río Cauca y del río

Magdalena, venció las barreras físicas y políticas, que durante

mucho tiempo fueron insalvables para una estrecha comunicación

cultural entre unos y otros (Idem. P. 234).

En algunas regiones la persistencia de algunas técnicas y formas

de cerámica es verdaderamente notable, como es el caso de los

materiales arqueológicos que proceden de Cundinamarca y

Boyacá, los cuales presentan un estilo muy característico en las

piezas encontradas en los diferentes sitios. Su tradición estuvo

muy fuertemente establecida y su producto ha llegado hasta la

actualidad. Entre los indios chamí, que actualmente viven en la

región occidental de los departamentos de Caldas y Antioquia, los

productos de la alfarería recuerdan también muchas de las formas

de las técnicas decorativas de la época primitiva que florecieron

en la misma región; otro tanto puede observarse en las joyas de

platería que ellos fabrican y se inspiran en motivos muy similares

a los que se advierten en la orfebrería arqueológica procedente de

esta zona, especialmente del área denominada calima (Idem. P.

234).

En la cerámica del área quimbaya se pueden observar como

principales formas decorativas: la pintura monocroma con notable

fijación de pigmentos por medio del fuego y con superficies

finamente pulimentadas; la técnica de la coloración negativa en

varios colores; la pintura positiva, por lo general bicolor; la

ornamentación con gran variedad de motivos zoomorfos y

antropomorfos, modelados directamente sobre las piezas, o

fabricados por separado para luego ser adheridos a éstas; el

grabado; la incisión de grabados geométricos curvilíneos y

rectilíneos; el relleno de pasta blanca en líneas, puntos y círculos

incisos, etc. En el área de la costa del Pacífico y en regiones

vecinas como Tumaco hacia el sur y Calima hacia el norte, la

plástica decorativa alcanza un desarrollo admirable que no es

superado por la cerámica arqueológica de otras zonas, en tanto

358

que la pintura, por el contrario, es escasa en colorido y su

pigmentación inconsistente. En algunas vasijas procedentes de la

región quimbaya han sido combinadas las técnicas de pintura

positiva y negativa para aumentar el número de colores en la

decoración de las piezas (Idem. P. 235).

El baño fue una técnica muy extendida. Se le encuentra con

mucha frecuencia en la zona arqueológica de San Agustín y en el

área Calima. El sistema fue particularmente usado en Sur

América, en especial en la cuenca del Amazonas. Con él se

pretendió, al tiempo que lograr un efecto decorativo, conseguir un

mayor pulimento y mejor impermeabilidad de la pieza (Idem.. P.

237).

La cloroplastia en la zona arqueológica de Tumaco indica con

claridad el alto grado de desarrollo que alcanzó la alfarería en esta

región de Colombia. Esta técnica está considerada como una de

las más avanzadas en la cerámica prehispánica. Tal técnica de

fabricación ha sido identificada en algunas figurillas que allí han

sido halladas, y por el hallazgo de los moldes mismos, algunos de

cuyos ejemplares se guardan ahora en el Museo Arqueológico

Nacional. Tumaco es el sitio de donde proviene una serie de

figurillas de arcilla admirablemente modeladas y con los más

variados motivos, en especial antropomorfos. En los últimos años

se han realizado excavaciones técnicas en las zonas avecinadas,

como la isla del Morro, el río Mataje y otras, con el fin de

localizar los principales emplazamientos del pueblo que produjo

estas interesantes manifestaciones artísticas. Los rasgos generales

de esta cultura corresponden al área cultural de Esmeraldas o La

Tolita, situada en territorio ecuatoriano. Una y otra presentan

extraordinarias similitudes con materiales de distintos sitios

arqueológicos mesoamericanos. La semejanza es tan marcada en

algunas piezas, que permite suponer contactos directos e

inmediatos entre las dos zonas, quizás por vía oceánica, pues no

se registra presencia de materiales similares en otras regiones al

norte del país, que puedan considerarse como un momento o

desarrollo de esta cultura (Idem. P. 237).

359

Igual que ocurre con otras culturas americanas, y observando la

inmensa variedad de aspectos culturales manifiestos en la

cerámica de la región septentrional de América, los cuales dan

testimonio del intrincado poblamiento que se dio allí, se ve cómo

el conocimiento de las peculiaridades de la cerámica indígena de

cada una de las regiones de Colombia es de gran importancia en

el estudio de las diferentes culturas que florecieron en el territorio.

Estos materiales han sido la base primordial sobre la cual se han

apoyado los más modernos estudios arqueológicos hecho en

América los últimos años (Idem. P. 240).

El primer trabajo metódico encaminado a señalar las

características que son propias de la cerámica indígena según su

distribución geográfica, fue realizado por el arqueólogo Gregorio

Hernández de Alba (1938). Wendell C. Bennett (1944),

arqueólogo norteamericano, después de visitar algunos sitios

arqueológicos y de estudiar las colecciones existentes en varios

museos públicos y privados, hizo una zonificación general de la

cerámica que difiere muy poco de la propuesta por Hernández de

Alba. El trabajo de Bennett termina con algunas propuestas

relacionadas con la clasificación cronológica de las diferentes

manifestaciones culturales basados en la morfología de la

cerámica y en ciertos aspectos de la cultural. De allí ha salido el

siguiente esquema para los procesos evolutivos de las culturas de

la región septentrional de América:

1- Período Antiguo, representado por el estilo de San Agustín

propiamente dicho y que parece estar seguido por el estilo de

Matanzas y luego por el de Tierradentro, aún cuando este

último está muy separado de San Agustín.

2- Período Medio, que estaría representado por Quimbaya y

Nariño, caracterizado por el desarrollo de la pintura negativa

en varios colores.. Y

3- Período reciente, representado por los estilos chibcha y Santa

Marta y por los encontrados por Ford en el Alto Cauca, que

parecen corresponder a pueblos que vivían en el momento en

que se efectuó la Conquista, los cuales tenían una adelantada

organización social y política y habían alcanzado algún

360

desarrollo urbano. Loa pintura negativa es muy escasa, en

tanto que es frecuente la pintura positiva en dos colores en el

área chibcha y la monocroma en Santa Martas y Alto Cauca.

Aunque todavía se avanzaba en el momento de ser publicada la

obra en el establecimiento de una cronología menos confusa, se

sabe que ya se habían hecho estudios con el carbono 14 en varios

materiales extraídos de los yacimientos arqueológicos, que

confirmaban las opiniones de los expertos.

15.7.3 LA ESCULTURA

La escultura en piedra floreció especialmente en el Alto

Magdalena, en los territorios pertenecientes a los actuales

departamentos del Cauca y Huila. Aquí grandes monolitos

aparecen junto a las necrópolis, sirviendo de cariátides en los

templetes o en el interio0r mismo de las tumbas, como ajuar

funerario (Idem. P. 271).

La fantasía de muchos observadores y viajeros han querido ver

en ellas el vestigio de un pueblo misterioso, de una civilización

perdida de los cuales se desconoce, incluso, su origen., su forma

de vida y la causa de su extinción. No obstante conocerse todavía

muy poco acerca de su “corpus cultural”, lo mismo que del

significado de su arte escultórico, quienes los han estudiado los

últimos años, han dado pasos firmes en el esclarecimiento de

muchas de las incógnitas que plantean aquellos vestigios

arqueológicos (Idem. P. 272).

El hallazgo de sarcófagos de madera en el Alto de Lavapatas, los

cuales datan del siglo VI antes de Cristo, es decir, aparentemente

una antigüedad de más de mil años con respecto al florecimiento

del arte escultórico en piedra que aparece el Montículo Noroeste

de la Mesita B. Según los analistas del carbono 14 que se

poseemos, presentan la misma morfología de los sarcófagos

monolíticos hallados en algunos montículos especialmente del

Alto de los Ídolos. Esto hace pensar que la talla de madera

antecedió a la escultura lítica. Sin embargo, aún no se han

361

encontrado hasta ahora, estatuas de madera en esta región, lo que

puede explicarse por la naturaleza perecedera del material,

máxime, tratándose de una región altamente lluviosa como es la

de San Agustín. Con todo, es posible que una exploración más

metódica y profunda, en los depósitos funerarios, por ejemplo del

Alto de Lavapatas, pueda arrojar el resultado esperado de algunas

esculturas en madera, arte que debió inspirar, “a nuestro juicio”,

el ulterior desarrollo de la talla de la piedra (Idem. P. 275).

“Los rasgos esenciales del arte escultórico de San Agustín y

Tierradentro, ofrecen algunas correspondencias con el que

floreció en otras comarcas americanas y permiten suponer, por lo

tanto, que algún contacto o comunicación debió existir entre sus

artífices, en unas y otras zonas, en el tiempo en que se

desarrollaron estas culturas, o al menos en una tradición artística

y religiosa común. “Ciertos detalles y figuraciones manifiestan

similitudes tan grandes, que sería un error pensar que se deban a

simples coincidencias, o bien, pudiendo ser, que esas expresiones

tengan que corresponder necesariamente a un tronco ancestral de

arte primitivo original” (Idem. P. 272).

Las comparaciones mas estrechas que pueden hacerse, según la

visión de los expertos, son entre las estatuas de San Agustín y las

que se han encontrado en Santa Lucía Cotzumalhuapa, en los

sitios denominados Baúl, Palo Verde, Chaculá, Castillo yt Los

Tarros, y en la Flora, al occidente de Guatemala. Con la de Santa

Ana, Auachapan, El Limón y Cara Sucia, en el Salvador. Con las

de las orillas de los lagos de Managua y Nicaragua y con las

gigantescas cabezas de la “Cultura Olmeca”, una “extraña

civilización mexicana“ que floreció en La Venta, Tabasco, Tres

Zapotes, Cerro de las Mesas, Veracruz. Lito – esculturas de estilo

agustiniano se han descubierto también en las ruinas de Comitán,

al suroeste de México en la Florida y en el Valle de Ulúa. Al

noroeste de Costa Rica. Hacia el sur pueden establecerse

estrechos paralelismo entre las esculturas de San Agustín y las

que se han hallado en Ecuador y Perú. Tello señaló las analogías

que se advierten entre el arte lítico de del Macizo Colombiano y

el de centros como el del río Pucará, como Manabí, Chavín y

362

Wari. En todos ellos aparecen elementos básicos comunes, como

son las representaciones del jaguar, el buho, el pez, y la serpiente,

incorporados a la simbología mitológica. Estas mismas analogías

pueden llevarse hasta las zonas de Paracas, Nazca y Tiahuanaco,

manifestaciones todas pertenecientes a la cultura troncal andina,

de relativa antigüedad en los comienzos de su desarrollo y cuyo

foco originario de dispersión en América del Sur constituye

todavía un interesante tema de discusión (Idem. P. 272).

La zona donde se encuentran los vestigios arqueológicos, son: El

actual municipio de San Agustín, San José de Inzá y Salado

Blanco. Los principales yacimientos son: Mesitas, que forma el

llamado “Parque Arqueológico Nacional”, Las Moyas, El

Cabuyal, El Batán, La Estrella, Lavapatas, Alto de Lavapatas, La

Candela, La Parada, Alto de Lavaderos, Naranjos, Ullumbe, El

Tablón, La Chaquira, Mulales, El Estrecho, El Azafrán, El

Purutal, Quebradillas, Cerro de la Pelota, Quinchana, El Jabón,

Alto de los Ídolos, Alto de las Guacas, Alto de las Piedras, El

Vegón, Matanzas, y otros. En estos lugares se han localizado

tumbas, montículos artificiales, estatuas de diferentes

proporciones, fuentes ceremoniales, sarcófagos monolíticos,

estelas, y otras huellas de un pueblo que se distinguió

especialmente por la habilidad de sus escultores y por un arte que

está vinculado íntimamente con el culto funerario. Al norte, en el

mismo departamento del Huila y en el vecino Cauca, se han

realizado hallazgos de estatutaria lítica monumental,

especialmente en Agua Bonita, Plata Vieja, Moscopán, y San

Andrés de Pisimbalá (Tierradentro, Inzá). Por el sur se registran

hallazgos en el Valle de lasa Papas, Briceño, La Cruz y Santa

Rosa del Caquetá. Estos yacimientos arqueológicos tienen

marcadas diferencias con San Agustín, en lo que hace a la

estructura de las tumbas y al estilo de la estatutaria. Sin embargo

es e}vidente para el experto la presencia de rasgos y elementos

comunes, que permiten considerar unos a y otros como

pertenecientes al mismo desarrollo cultural en sus diferentes

fases o períodos cronológicos (Idem. P. 273) (Idem. P. 273).

363

También en la Cordillera Oriental, en las regiones de Mongua y

Socha Viejo, Boyacá, se han encontrado esculturas de piedra de

mediano tamaño, labradas en forma bastante tosca y primitiva,

pero que presentan ciertas semejanzas con el arte escultórico de

Tierradentro, como puede advertirse en el tratamiento de las

caras y en la disposición de los brazos (Idem. P. 273).

“El arte de los antiguos agustinianos se orientó, como hemos

dicho, especialmente hacia la escultura lítica monumental, en el

cual estos pueblos desarrollaron un estilo simbólico, sin haber

dejado de alcanzar tampoco formas de un impresionante

naturalismo, Las lito – esculturas son el mensaje de su complejo

mundo religioso y muchas de ellas fueron colocadas al lado de

los despojos de sus muertos. Son deidades que representan el

origen de la vida y los atributos de la muerte, las fuerzas de la

naturaleza, los dioses protectores, los entes que pueblan el

camino que recorren los muertos hasta llegar al sitio donde

inician la vida ultraterrena (Idem. P. 274).

Los bloques de piedra en los cuales se labran las estatuas son

cantos rodados, algunos de ellos de gran dimensión, como hasta

cuatro metros de altura y de varias toneladas de peso. Este tipo de

piedras abunda en el terreno y ello desvirtúa la creencia de

algunos observadores que pensaban que esas piedras tuvieron que

ser transportadas desde muy lejos para ser emplazadas en los

lugares en que fueron halladas. “Las investigaciones adelantadas

por nosotros en varios sitios de la región, nos han permitido

establecer que el zócalo rígido del valle está a pocos metros de

profundidad y tiene numerosas aglomeraciones de estos bloques,

algunos de los cuales afloran en los taludes de los viejos caminos,

en donde fueron labradas directamente figuras antropomorfas y

zoomorfas, in situ, y veneradas tales imágenes en el lugar mismo

de su origen, como es el caso de los monumentos de “La

Chaquira”, de La Rana de Lavapatas” y de la Rana de Matanzas”.

De todas maneras varias de ellas sí fueron movidas algunas

centenas de metros, no obstante su enorme peso, lo que significa

la ejecución de la maniobra con la dotación de medios técnicos

364

adecuados. Los campesinos, por ejemplo, todavía utilizan

rodillos de madera para mover grandes pesos (Idem. P. 274).

Según el análisis practicado en el Museo de Berlín por el

profesor M. Bolowski, en algunas estatuas que llevó el profesor

K. Th. Preuss, para el efecto, el material rocoso utilizado por los

nativos para sus esculturas, estaba formado por dacitas micáceas,

basaltos feldespáticos, andesitas hornbléndicas y andesitas

augíticas, que se encuentran en la estratigrafía geológica de la

zona (Idem. P. 274).

Además de las manos y piedras de moler, útiles en las labores

con la piedra, que en buen número se han hallado en estas zonas

arqueológicas, es frecuente hallar también en los lugares

habitación, en las tumbas, en las colinas artificiales y en el

relleno de las llamadas Mesitas, núcleos y lascas de piedra dura,

particularmente basaltos, y andesitas; también aparece la

obsidiana. La morfología de estas piezas indica, indudablemente,

que fueron utilizadas como artefactos, así: Las lascas como

buriles, navajas, raspadores, cuchillos y puntas de proyectil; los

núcleos, como busardas y machacadores, empleados en las

labores escultóricas (Idem. P. 275).

“En nuestras exploraciones del año de 1959, realizadas en el

Montículo Oriental de la Mesita A, -dice el autor -, hallamos,

detrás de la deidad principal, debajo del túmulo, inhumados

intencionalmente y formando un amontonamiento, más de

cuatrocientos de estos núcleos, algunos con los filos muy vivos y

otros con ellos muertos. Después de golpear un poco con una de

estas busardas la superficie de un bloque de la misma calidad de

los que fueron utilizados para labrar las estatuas, se advierte que

sí es posible esculpir la piedra con tales instrumentos y que la

parte abusardada se torna en una superficie idéntica en su aspecto

a la que presentan las esculturas de la zona (Idem. P. 276).

“De acuerdo con estas observaciones, no vacilamos en afirmar

que éstos fueron los instrumentos utilizados por los escultores

agustinianos en sus talleres. Los núcleos de piedra dura, en forma

365

de cantos rodados, traídos posiblemente de las orillas del río

Magdalena, en donde abundan, eran trabajados por percusión

para obtener los filos, logrando desprender así lascas que, a la

vez, eran utilizadas como artefactos para otros menesteres.

Algunas de estas presentan retoques, bulbo de percusión y

plataforma de choque (Idem. P. 276).

El mismo autor cita a Eugenio Barney Cabrera (1964) y Luis

Ángel Rengifo (1962), como los primeros investigadores que han

tratado de analizar sistemáticamente los elementos artísticos

propiamente dichos y los detalles de la técnica escultórica de los

monumentos agustinianos. Sus obras respectivas, El Arte

Agustiniano, y El Águila Monolítica de San Agustín, “constituyen

dos importantes contribuciones en este inexplorado tema, cuyo

análisis contribuirá a esclarecer el proceso evolutivo de esta

significativa manifestación artística, que sólo alcanza su pleno

desarrollo en la zona del alto Magdalena”:

“Con aquellos instrumentos comprobados, - escribe Barney

Cabrera – aparentemente rústicos y primitivos, el artista

agustiniano obtuvo el más admirable procedimiento escultórico u

alcanzó desarrolladas técnicas artísticas. El sentido geométrico

guió al escultor bien pronto. Los estilos ortogonales que

predominan en San Agustín, son resultados de este conocimiento

de la geometría y de su cumplida observación en el proceso

lítico. Creo que existió, además, un canon de medida utilizado

por el artista de esta escultura; no se cuál fue, aunque sospecho

que, como ocurrió entre los incas y como pasa en todas las

culturas primitivas, tuvo por base alguna parte del cuerpo

humano. Es por esto ingenuo cuando no absurdo, pretender

reducir a nuestros sistemas métricos las dimensiones

monumentales de los monolitos agustinianos”. (Idem. P. 276).

“Para algunos efectos y en determinadas circunstancias, he creído

encontrar en el canon de medida fue el puño con el dedo pulgar

abierto o el jeme o media cuarta. Así aparece en estatuas como la

del gran dios de Quebradillas, de máscara geométrica, y en el

sacerdote que antes he mencionado, compañero de esta divinidad

366

por encontrarse en el mismo sitio y que porta los afilados tumis

del sacrificio humano. Cada uno de los detalles de estos

monolitos (ojos, boca, manos, birrete escalonado, etc.) está

distribuido en sectores múltiples del jeme o del puño abierto, y

todas sus proporciones en ritmos ortogonales, se resuelven dentro

de esas dimensiones, equivalentes aproximadamente a 14

centímetros” (Idem. P. 276).

“En otras esculturas, en cambio, el canon de medida parece ser

diferente. Lo que nos indicaría que el artista agustiniano no tuvo

un patrón universal, pero sí medidas particulares o caprichosas

utilizadas en cada taller, como cosa arbitrariamente seleccionada

por el respectivo autor. En esta forma habría talleres que

utilizaron el jeme, otros la cuarta, otros el puño abierto, etc., de

manera caprichosa. Pero eso sí, cuando era escogido un sistema,

ese guiaba la escultura desde el abocetamiento inicial sobre el

bloque pétreo rústico, hasta el final pulimento. Posiblemente,

además, el mismo canon de medida perdurara, como marca de

fábrica, en todas las obras producidas por el mismo taller” (Idem.

P. 277).

Luis Duque Gómez se expresa sobre la técnica usada por los

escultores agustinianos: “Según puede advertirse en una estatua

principiada, que se encuentra en el sitio denominado “El Tablón”

y en otros de la zona, el escultor agustiniano hacía primero un

boceto sobre el bloque, por medio de una línea incisa que fijaba

el contorno de la figura que se iba a esculpir, y con la cual se

señalaban sus principales partes, distribuidas generalmente en

tres sectores, delimitados previamente por líneas transversales: El

superior, en el que se enmarca la cabeza con sus adornos; el

medio, que comprendía el pecho, las manos y el abdomen, y el

inferior, en el que sólo se bosquejaban de manera imperfecta las

piernas, casi siempre rematadas en una parte sin trabajar, que

servía de zócalo o de base a la escultura” (Idem. P. 277).

El autor menciona cómo Barney Cabrera se entusiasma, cuando

se refiere al sentido de la perspectiva que poseía el artista

agustiniano, y lo cita:

367

“No hay, en efecto, cómo ni con quien compararlo por este

aspecto. Ni la perspectiva egipcia, ni la jerárquica de Asur, ni la

incásica, ni la maya, ni la olmeca, ni otra cualquiera de las

mesoamericanas contemporáneas de su cultura lítica.; ninguna,

que yo conozca, puede compararse exacta y fielmente con ésta

del escultor del Alto Magdalena. Existen, como es obvio,

semejanzas y analogías, pero en ningún caso, similitudes

absolutas. Y es que, así como lo primero que se siente cambiar en

el transcurso del tiempo, es el sentido espacial que tienen los

pueblos, también este de la perspectiva anuncia

transformaciones, indica individualización y marca linderos

precisos entre las distintas superestructuras de las sociedades

antiguas. Creo, por ello, que uno de los medios más eficaces y

dicientes que sirven para estudiar parentescos, u homologaciones

culturales, es éste de la perspectiva. Cuando la perspectiva es

igual o similar o análoga hay algo también de semejante en la

base cultural de dos colectividades diferentes; pero cuando esa

perspectiva es distinta, entonces resulta difícil aseverar

parentescos, aunque abunden los detalles simbólicos hermanables

o de fácil asimilación comparativa; estos detalles pueden venir

por vía de trueque comercial o de intercambio religioso, pero no,

seguramente, como gemelos engendros de un solo cuerpo social”

(Idem. P. 277).

15.8.0 LA ORGANIZACIÓN SOCIAL,

LA FAMILIA, EL PARENTESCO.

Es muy intrincado el panorama del tema entre los pueblos y las

interacciones tan complejas que se presentan en la región

estudiada. Por ello solamente vamos a puntualizar algunos

detalles no considerados en las observaciones de los cronistas de

la Conquista sobre los pueblos arwacos, chibchas y caribes

mencionados anteriormente, incluyendo algunos casos de

pueblos aislados o que plantean situaciones un tanto diferentes a

las que venimos tratando, como podría ser el caso de pueblos

amazónicos o de la Orinoquía que tienen variaciones importantes

368

a las pautas de cultura mencionadas, como puede ser, por

ejemplo el caso de la vivienda, muy relacionado con la estructura

familiar.. Para ello vamos a usar como referencia la obra de doña

Virginia Gutiérrez de Pineda, “La Familia en Colombia”,

Volumen I, Transfondo Histórico, Facultad de Sociología, Serie

Latinoamericana, Editorial Iqueima Bogotá 1963. Allí le dedica

una parte completa al estudio de la familia india o americana y

sus formas institucionales y de parentesco. Con ello lograremos

entender un poco su dinámica de evolución social y el papel de

sus principales agentes dentro del contexto social.

En el capítulo primero, “Sistemas y Normas de Parentesco entre

los Indios”, se refiere, de entrada, a las consideraciones

antropológicas fundamentales: “Definen los antropólogos el

parentesco como la relación real o ficticia trazada a través de las

relaciones de padres, hijos y hermanos, y reconocida con

propósitos sociales”. “Deriva de dos fuentes institucionales, una

del hogar donde se ha nacido o familia de orientación, y otra del

hogar que forma el individuo al unirse con otras personas de sexo

opuesto, para cumplir – entre otras – las funciones de

reproducción y crianza de los hijos. Esta es la familia de

procreación o génesis” (Idem. P. 15).

“De la primera nace el parentesco consanguíneo que ata a todos

los individuos relacionados por el factor biológico común, la

sangre, y vinculas generaciones verticales por encima y por

debajo del Ego, en líneas infinitas. También enlaza o se prolonga

a través de ramas colaterales”. “La familia de génesis conforma

el parentesco de afinidad al relacionar el Ego con los allegados

de su o cónyuge o cónyuges y, recíprocamente, en grados

similares a la forma precedente” …(Idem P. 15).

“El otro concepto que debemos aclarar sobre el parentesco, es el

relativo al sistema de filiación o de reglas de descendencia. Ellas

hacen relación al lugar que ocupa el recién nacido dentro de la

estructura social y el que le señala el sitio de su ubicación dentro

del sistema de parentesco” (Idem. P. 18).

369

La intención de aplicar el método científico al análisis de la

estructura familiar americana tropieza con no pocas dificultades:

“No existen fuentes históricas que permitan establecer un sistema

de filiación patrilineal. Los datos dan apenas lugar para fijar con

claridad un sistema unilineal, el uterino, con la exclusiva

eliminación de la rama paterna. Tampoco existen referencias

suficientes para poder hablar de un sistema bilateral o de otro

tipo de variantes. Y no existen quizás porque el español no fijó su

atención, ni hizo objeto de narración sino de aquellas formas que

contrastaban con su cultura de filiación doble y formas

patrilineales”. “Por otra parte conocer la estructura de la familia

en una cultura extraña, sin conocimiento del idioma ajeno, es una

tarea difícil en extremo. Y tenemos que recordar que los

contactos culturales, objeto de descripción de los cronistas, más

que fenómenos de interrelación entre los indios y los españoles,

eran luchas abiertas, no propicias al análisis ni al entendimiento

de los hechos sociales. Trabajos posteriores entre los grupos

aborígenes faltan, como también entre muchos de los que aún

quedan. En los actuales, es ya muy difícil indicar si las formas

mixtas que presentan son fenómenos de sincretismo en el que el

aporte hispánico tergiversó y dio contenidos distintos a las

instituciones indias, o esta era su forma original. Un estudio

exhaustivo de los retazos que los archivos históricos pueden

ofrecer, quizás permitan interpretaciones distintas a las que ahora

se presentan” (Idem. P. 18).

Dentro de esas pautas y posibilidades, la autora aporta un buen

avance en el conocimiento del parentesco entre los americanos,

fundamento de su organización social: “Un Ego indio, masculino

o femenino, contaba entonces con un grupo de ascendientes del

sexo femenino en línea infinita hacia arriba: madre, abuela,

bisabuela, etc., y ningún progenitor del sexo masculino, padre,

abuelo, bisabuelo, etc., porque estos no adquirían el status de

consanguíneos. En lo referente a las ramas colaterales, el

parentesco se extendía tan solo a los allegados de la madre: sus

hermanos, los hijos de las hermanas, y los descendientes habidos

en mujeres a través de estos consanguíneos. Verticalmente, cada

Ego femenino continuaba los trazos de descendencia en líneas

370

infinitas. No así los hombres, cuyas ramas de sucesión se veían

interrumpidas en ellos, pues sus hijos biológicos no tenían la

categoría de hijos sociales. Ellos no eran sus parientes; pero en

cambio los hijos de las hermanas tenían en sus tíos maternos la

imagen del progenitor en nuestra cultura”…. (Idem. P. 19).

Otro de los fenómenos que se analiza respecto de los parentescos,

es el que hace relación a la ubicación territorial de la familia de

procreación.

Cuando el matrimonio se ha cumplido por el sistema de compra o

por el de servicios, durante la etapa de pago o el tiempo que

transcurre en la hechura de la labranza, o el período de prueba,

mientras se hace evidente la gestación o el entendimiento de la

pareja, transcurre en la residencia de la mujer o forma uxorilocal.

Pero una vez que se superan estas etapas, la pareja se mueve al

territorio del marido alcanzando la familia la forma patrilocal

(Idem. P. 21).

La otra forma es la abiertamente virilocal. La pareja una vez

casada –por cualquier sistema – se mueve al asiento del hombre

Allí transcurre la vida de la familia y crecen los hijos. Si la

familia se desintegra por muerte del padre, de la madre o se

divorcian, la descendencia cambia de residencia: Se van a vivir a

la localidad de la progenitora. Si un Ego dado nace en la tierra de

su padre y familiares paternos, en este suelo, a pesar de todo,

sigue siendo un forastero, un extraño; su verdadera “ciudadanía”

la alcanza en la tierra de su madre y familiares maternos. En un

territorio indio, bajo este régimen, había dos clases de habitantes:

extranjeros los unos, constituidos por las esposas de los hombres

del lugar y su prole habida en ellas. Ciudadanos los otros,

conformando un grupo estructurado por los hombres adultos,

posiblemente sus hermanas solteras, y por las viudas y separadas

con su descendencia (Idem. P. 21).

Esas forma de relación se ajustan a otra costumbre de aquellos

indígenas: La exogamia. Tenían por muy sacrílego, que los

varones llegaran a desposarse con una mujer reconocida como su

371

parienta. En algunos casos, incluso las condiciones de la vivienda

se acomodaban a este tipo de organización familiar: “Entre los

indígenas del Golfo de Urabá, exógamos, hallamos que los

caciques “tenían juntas a todas las mujeres en un gran bohío”. O

la que también se encontraba entre los pantágoras [de filiación

karib], en igual sistema de regulación matrimonial donde “todas

las mujeres que tiene uno de estos bárbaros habitan y están juntas

(Idem. P. 22).

Otro aspecto a analizar es el que tiene que ver con las normas

reguladoras en la práctica de las sucesiones, por ejemplo, del

oficio, del rango social, etc. Ellas están orientadas por la filiación

que rija en la comunidad. Por las consecuencias, en este aspecto,

es que puede verse con mayor claridad el sistema de filiación

uterina que domina, en conjunto a la población aborigen

colombiana. En el país se hallan dos tipos de sucesión. Uno

claramente matrilineal, en que la sucesión en profesión, oficio o

rango se transmiten de hombre a hombre, pero a través de una

mujer, que es el caso clásico en que la sucesión se ve

reglamentada por el sistema de filiación uterino. Así, a la muerte

de un Ego masculino dado, pasa a su sobrino, hijo de hermana, el

título, el honor, etc., de que estaba investido. “La otra forma

predomina en todo el occidente colombiano y aparece a primer

análisis como régimen patrilineal. Pero ahondando en su estudio

se puede observar los lineamientos uterinos, a través de un

sistema matrilineal endógámico. Aquí hereda el hijo de la mujer

principal, que es parienta del hombre, sobrina prima o hermana, y

en su ausencia el sobrino hijo de hermana. Este sistema, comienzo

de la reglamentación del poder, en el fondo no es sino una

variante uterina instituida, según los cronistas, para concentración

del gobierno entre el mismo grupo consanguíneo. Este sistema

endogámico y la forma de herencia lo hallamos dentro de las

clases altas que son las que tienen las altas investiduras. Las bajas,

en este sentido, poco o nada tienen por legar dentro de estas

culturas” (Idem. P. 24).

Es así como, en primer lugar, los oficios artesanales fueron

transmitidos de unos a otros sobre la base de la filiación uterina.

372

Si el trabajo era actividad femenina como la cerámica y la

cestería, los oficios pasaban de madres a hijas. Si eran tarea

masculina, el hijo de la hermana aprendía los trámites de la

profesión u oficio. El sistema de la herencia por vía uterina se

aprecia mejor en actividades económicas como el tejido y las

técnicas metalúrgicas, particularmente en el manejo del oro, cuyas

técnicas representaban para sus artífices, reales y positivas

conquistas técnicas logradas. “También se hacían evidentes las

reglas de sucesión matrilineales, en la entrega del material mítico

– mágico que involucraban en sí. Es necesario recordar que cada

una de estas actividades llevaba consigo un patrón religioso que

presidía su cumplimiento y un complejo ceremonial de normas,

valores, tabúes, actitudes y prácticas que constituían el legado

anexo que cada tarea tenía. Y este legado se transmitía fielmente a

los que por regla de herencia uterina debían cumplir dicha

actividad” (Idem. P. 25).

“En el sacerdocio hallamos parte de estas reglas de herencia,

Entre los chibchas se observa que para los hoques (según Simón)

o buques (según Fernández de Piedrahíta), es decir, sacerdotes, su

cargo era hereditario en la forma matrilineal. Lo recibía el sobrino

hijo de hermana de manos de su tío. Así hablando de los neófitos

de jeque dice el citado documento “los jeques que son tíos de

estos entran a enseñarlos” en los cucas o seminarios, y luego, una

vez que han cumplido el tiempo reglamentario y la enseñanza

requerida, es nuevamente “el tío quien lleva a una casa de

adoración” en donde idéntica situación la hallamos en algunos de

los pueblos del occidente colombiano. Así observamos en los

naturales de la provincia de Urabá, que “los hijos heredan a los

padres, siendo habidos en la principal mujer”. Y esta principal

mujer es su sobrina” (Ide4m. P. 26).

“También observamos esta forma de sucesión en la versión

mitológica. Sogamoso y Ramiriquí, dos caciques muy

importantes, eran parientes: el segundo sobrino materno del

primero. Al comienzo de los tiempos en que había oscuridad,

“Sogamoso para que la tierra tuviera luz, mandó a Ramiriquí que

se subiese al cielo y alumbrase al mundo”. Ello implica no sola la

373

actitud de respeto y acatamiento que obliga al parentesco, sino

también la ubicación del rango en relación con la herencia

uterina” (Idem. P. 26).

“Esta ley se observa entre el grupo Mosca al cual pertenece este

aparte mitológico. El poder representado en el cacicazgo pasaba

de tío a sobrino y así hallamos en ellos “que además de haber de

ser sucesor hijo de la hermana mayor el señor de Bogotá, había de

ser primero cacique de Chía y desde allí había de pasar a serlo de

Bogotá” (Idem. P. 26).

..El indio libre, entre los moscas, “pertenecía al régimen de

filiación de su cultura. Pero la mujer esclava por la guerra, rompía

este nexo de relación con los suyos, y como era ella quien

transmitía el vínculo consanguíneo, al ser quebrantado su lazo de

parentesco, el hijo quedaba en el aire. Como ello no podía ocurrir,

la cultura extraña lo asimilaba, dándole un sistema propio de

afiliación a través del padre que era dueño de la madre. Con ello

se identificaba con la sangre paterna y podía heredar un cargo que

solo se centralizaba entre el grupo uterino” Este particularismo

cultural no se puede hacer extensivo otros grupos del país. Ni las

comunidades del occidente colombiano, ni las que vivían en la

hoya del Magdalena y sus afluentes, asimilaban al hijo habido en

mujer cautiva. El seguía siendo de la rama materna, y de ahí la

práctica de la antropofagia que estos grupos hacían con estas

mujeres y con sus hijos, y que no practicaban con las esposas

tomadas en la misma comunidad, ni tampoco con la descendencia

resultado de estas uniones. Hay que recordar que los chibchas no

eran antropófagos (Idem. P.29).

Estas normas también regulaban la herencia de patrimonio

material, entre este a las esposas del pariente muerto. Su monto no

ascendía a mucho, porque éste necesitaba en su vida de

ultratumba mantener su nivel de vida. Igualmente, reglamentaba

el matrimonio. Muchas prácticas que eran incestuosas para el

español no lo eran para el indio. Dentro del orden indígena, un

padre podía tomar en matrimonio a su propia hija, pues ésta no

era su parienta, sin ser considerada incestuosa. Sin embargo, no

374

podía tomar como esposa a ninguna parienta en ningún grado de

consanguinidad sin que lo fuera (Idem. P. 31). “Este concepto está

vinculado también a la estructura clanil de la sociedad indígena.

Cada clan aborigen poseía su propio territorio y el conjunto de

estos con su suelo propio estructuraba una tribu. Cada clan era en

otro sentido una unidad familiar consanguínea, por tanto las

uniones que se podían cumplir para un individuo estaban fuera de

su unidad familiar. Es decir, cada Ego aplicaba un principio de

exogamia clanil para buscar su cónyuge o cónyuges, mientras que

razones de estructura más amplia lo forzaban a practicar

conjuntamente un tipo de endogamia tribal. En algunos casos

particulares, el sistema de clases matrimoniales podía avanzar un

poco más, fuera del conjunto de la tribu, pero circunscrito a una

posible confederación de las mismas dentro de ciertos complejos

culturales, como el de los Chibchas y de otros grupos del río

Magdalena” (Idem. P. 32)

Con estas anotaciones puede conformarse un criterio acerca de la

naturaleza de las sociedades americanas, de su dinámica y de sus

posibilidades. No hemos avanzado mucho, en profundidad, en el

conocimiento de la estructura de la sociedad en las culturas

mexicanas, mayas e incas, pero podría decirse que, teniendo en

consideración algunas particularidades que puedan haber

ocurrido, en la mayoría de los casos para entender aquel concepto,

en sus generalidades, podemos aplicar estas pautas.

Las sociedades matrimoniales indígenas representan, con todo su

bagaje ceremonial, realmente un estadio más evolucionado, en

relación con lo que se daba en sus etapas iniciales en las

diferentes culturas. Aún en esas instituciones ya evolucionadas

queda la huella de una época bárbara, que, salvo en las relaciones

interculturales, aparece ya definitivamente superada. El caso del

matrimonio “por captura” es un ejemplo: “El sistema de

matrimonio por captura emanado de las guerras de exterminio

partía del principio de considerar al sexo débil como botín de

guerra. La mujer adquirida en la lucha entraba en calidad de

esposa secundaria o concubina, mientras paralelamente se la

consideraba como esclava o sierva, teniendo su captor o marido

375

derecho a sacrificarla, junto con su descendencia habida en ella

dentro de las comunidades antropófagas. Repitamos además que

este sistema de conseguir mujer no excluía otras formas

matrimoniales, pues la comunidad tenía sus sistemas peculiares

para adquirir esposas, dentro de ella, de manera que el

procedimiento de rapto era apenas complementario” (Idem. P 82).

“Parece que ningún grup indio escapó a esta forma matrimonial

bélica, porque aún entre los más pacíficos, los chibchas, por

ejemplo, hallamos las mujeres taparcaes , de las cuales el dueño

podía tomar como esposa la madre y la hija, lógica expresión de

del sistema matrilineal de parentesco. Pero en la zona donde los

cronistas hacen mayor alusión de mujeres cautivas de guerra en

calidad de concubinas, es en el occidente colombiano, tribus de

los actuales departamentos del Valle, Tolima, Caldas, Antioquia y

Cauca. Estas tribus, verdaderas bandas guerreras, atacaban

constantemente ocasionando represalias entre las que estaban las

del robo de mujeres. No tenemos datos en relación con el

complejo de comunidades del Valle medio y bajo del Magdalena,

pero dadas las condiciones e su estructura, no es extraño pensar

que ellas también vivieran la forma ya mencionada [de

matrimonio] como era costumbre entre los pueblos móviles de la

llanura herbosa del oriente colombiano” (Idem. P. 85).

Si puntualizamos un poco en ciertos temas, podemos observar la

estima existente de ciertos valores que ofrecían pautas morales

válidas en las sociedades indígenas. Miremos por ejemplo la

actitud frente al incesto. Luis Duque Gómez puntualiza con

mucha claridad sobre este tema: “De la lectura de las crónicas

salta a la vista la práctica entre muchas poblaciones

precolombinas de numerosos tabúes contra el incesto, al menos el

respeto por el régimen de parentesco de filiación uterina, que

parece haber sido el más generalizado entre los nativos que

poblaban el territorio que hoy es Colombia. Claro está que en este

sistema es necesario advertir – como se ha señalado un

mecanismo social y sicológico propio que, entre otras cosas,

aclara en forma más científica el origen del régimen del

matriarcado. En la sociedad de filiación uterina, la descendencia,

376

el parentesco y todas las relaciones sociales siguen la línea

materna y las mujeres tienen, por lo tanto, considerable

participación en la vida de la tribu. Entre los pueblos de orden

transpacífico, la idea de que sólo la madre estructura el cuerpo del

niño, en tanto que el hombre no contribuye en nada, es el factor

más importante en su organización social. Sus ideas sobre el

proceso de procreación, al lado de sus creencias religiosas,

afirman entre ellos el concepto de que el hijo es de la misma

sustancia de la madre, y que entre el padre y el niño no hay

relación alguna de parentesco. El marido es sólo un compañero de

la madre, un amigo, un huésped extraño en el hogar. Estas

creencias inciden, desde luego, en las reglas de descendencia,

herencia, sucesión en el rango, jefatura, oficios hereditarios y

magia; la posición social y política es transmitida por la línea

materna, del padre a los hijos de su hermana. Esta concepción

puramente matrilineal del parentesco influye de manera definitiva

en la regulación del matrimonio y en los tabúes del comercio

sexual” (Luis Duque Gómez. Historia Extensa de Colombia.

Volumen I Etno – historia y arqueología, Ediciones Lerner

Bogotá 1965. P 118).

Respecto a la práctica del canibalismo puede ocurrir algo

parecido: ".no vamos a negar nosotros su extensión entre gran

número de grupos indígenas, especialmente entre los que moraban

en la zona que hoy corresponde a los departamentos de Antioquia,

Caldas, Valle y Cauca. Numerosas noticias en tal sentido nos han

sido transmitidas por los historiadores de aquella época. Sería

pueril desvirtuar el carácter valedero de estos testimonios, como

lo han entendido algunos historiadores. Pero es necesario atribuir

a esta abominable práctica varias causas, entre ellas algunas de

carácter religioso, y no simplemente explicarla por la urgencia

alimenticia.”.

“Precisamente, el significado ritual de la antropofagia podría ser

causa de la inusitada frecuencia de esta práctica entre los nativos.

Ya los mismos cronistas de la Conquista anotaban el carácter

mágico de tal costumbre. Fray Pedro Simón anota lo siguiente

sobre la materia: [sigue la cita que hace el autor] …los Pijaos, los

cuales, entre las demás abominaciones que tienen o tenían

377

(porque ya hay pocos o ninguno), era una, que en señalándose uno

con valentía en la guerra o en otra ocasión, le mataban con grande

gusto del valiente y lo hacían pedazos y daban de comer a cada

uno de los demás indios, con que decían se hacían valientes como

aquel lo era. Esta costumbre estaba tan introducida entre ellos,

que para motejar a un flojo y de poco valor, lo baldonaban

diciendo: que nunca a él lo matarían para que comiesen otros sus

carnes y se hicieran con ellas valientes” (Idem P 119)

Entre esas mismas poblaciones se han registrado …” instituciones

de carácter social y normas ciertas de juridicidad. Tales

realidades sirvieron al investigador alemán, profesor Hermann

Trimborn, para estructurar su interesante obra Señorío y Barbarie

en el Valle del Cauca (MCMXLIX), que constituye un estudio

exhaustivo de las fuentes históricas de todas las épocas referentes

a esta región de Colombia”.

Trimborn señala los siguientes mecanismos sociales e

instituciones entre los referidos nativos, que contribuyeron a la

formación del carácter, a la regulación del orden y de la conducta

de las personas:

“Los grupos de vecindad, con predominio de la aldea y

ordenación de comunidades locales.

Organización familiar como base de las unidades económicas.

Existencia de la propiedad privada inmueble.

Derecho de usufructo de terrenos y propiedad de mejoras, como

árboles frutales, etc.

Existencia de la artesanía, como la cerámica, la orfebrería y los

hilados y tejidos.

Comercio de trueque.

Sobrantes de producción, mantas, oro físico, y productos de

orfebrería y sal como base de intenso comercio intertribal.

Explotación continua de la minería, tanto de minas de veta como

de aluvión, especialmente en Buriticá.

Existencia de vías comerciales entre Oriente y Occidente y hacia

Centro América.

Existencia de mercados en determinados lugares.

378

Empleo de un sistema de pesas y medidas, como las balanzas de

oro.

Empleo de joyas como medios de pago o moneda, tales como las

llamadas chagualas y los pendientes de oro (entre los catíos).

División regional del trabajo sobre la base de la disponibilidad de

ciertos recursos naturales y como consecuencia del comercio

intertribal.

Constitución de una familia mediante la unión con un cónyuge

una vez alcanzada la madurez sexual.

Variación de una localidad a otra, de los grados de parentesco

prohibidos para el comercio sexual. Entre los anserma, por

ejemplo, se evitaba, además de madres e hijos, las uniones con

hermanas, sobrinas, y otros parientes “fasta el tercer grado”, como

dice Robledo.

La exogamia en los casamientos políticos de los caciques.

El carácter contractual del matrimonio entre catíos y otras tribus.

El matrimonio por compra de la novia.

La poligamia como carácter estamental basada en las

posibilidades económicas y por lo tanto privilegio casi exclusivo

de caciques o jefes principales.

La existencia de una jerarquía de las mujeres dentro del régimen

de la poligamia

La idea religiosa del matrimonio ultraterreno, con el entierro de

las mujeres vivas a la muerte de los principales. La división del

trabajo según los sexos. La descendencia numerosa como una de

las metas en las uniones matrimoniales (catíos).

El castigo del adulterio (catíos). El derecho sucesorio aplicado a

la vivienda y a las parcelas de cultivo.

Existencia del mayorazgo entre algunos pueblos (siles, ansermas,

quimbayas, y armas).

Existencia de consejos de guerra.

Existencia de un orden político, no obstante el régimen de

“beherías”.

Expansión del señorío, entre algunos grupos (Guaca y Popayán),

con comienzos de un gran poder territorial.

Comienzos de un régimen administrativo, comprobado por la

existencia de mayordomos, músicos, correos e intérpretes,

mensajeros, etc.

379

Existencia de un sistema punitivo.

Prestación de servicios personales como fuente de ingresos

públicos en la explotación de recursos naturales.

Existencia de una clase de mercaderes o contratantes.

Formación de un sacerdocio, dedicado a las prácticas mágicas y al

comercio de las realidades sagradas.

Existencia de la esclavitud, condición a que quedaban reducidos

los prisioneros de guerra.

Existencia de la clase superior de la “nobleza” o de los

“principales”.

Concentración de poder en los caciques, con las características de

un gobierno despótico, ilimitado en tiempo de guerra. (Idem. P.

120).

15.9.0 ALGUNOS ASPECTOS

DE LA ORGANIZACIÓN POLÍTICA

En una complejidad poblacional como se da en la parte

septentrional de Sur América, donde convergen apretadamente

diferentes culturas y edades cronológicas, es difícil hablar de

algunas formas específicas, peculiares, típicas, de gobierno o

autoridad establecidos. El aislamiento de ciertos lugares

cordilleranos, como vimos atrás, perfila, aún entre pueblos de

común origen, diferencias sustanciales en la forma de percibir la

Vida y de darle sentido. Esta situación ofrece una pauta de

comportamiento que hace diferente esta región de otras, no sólo

en el ámbito americano sino, en general de las otras culturas del

Mundo. Así, podemos comprender el panorama que nos presenta

Luis Duque Gómez:

“De un lado las tensiones intertribales, motivadas por la estructura

misma de su organización social, y de otra las peculiares

características fisiográficas del terreno manifiestas en una

sucesión de faldas cordilleranas, y en numerosos valles y cuencas

interandinas, impidieron, hasta cierto punto, la unidad política de

los grupos, y fomentaron la formación de pequeños cacicazgos, a

veces con rasgos peculiares en sus manifestaciones culturales. Tal

fue el caso de las poblaciones indígenas que se asentaron en el

380

territorio caldense, en donde las crestas de la colinas o las hoyas

de los ríos, constituyeron límites arcifinios entre tribu y tribu e

influyeron no poco para la integración de esta especie de mosaico

etnográfico que existía aquí en el momento en que penetraron a

este territorio Vadillo, Belalcázar, Robledo y los demás

expedicionarios españoles, en el siglo XVI. En el área quimbaya

propiamente dicha, encontraron Robledo y sus soldados más de

80 pequeños señoríos. Puede decirse que en cada loma, en cada

valle, imperaba un jefe de familia o de tribu, casi siempre

independiente de su vecino, no obstante compartir muchas de sus

pautas culturales y de estar unidos a veces uno y otro grupo por

lazos de parentesco. Sólo en caso de guerra se confederaban para

luchar contra el enemigo común. Aún dentro de los mismos

cacicazgos, la institución del señorío se caracterizaba por una

autoridad que prácticamente no surgía sino en caso de conflictos

con los pueblos vecinos” (Idem. P 122).

“Así, lo que los conquistadores españoles denominaron provincias

no eran unidades homogéneas en lo político, ni siquiera en lo

cultural, sino comarcas integradas por varias tribus, que se unían

cuando el enemigo común ponía en peligro sus vidas y estancias.

En la tribu misma, la autoridad estaba considerablemente

parcelada, pues correspondía a veces a numerosos señores, como

fue el referido caso de los quimbayas” (Idem. P.123).

Una de las consecuencias inmediatas de la Conquista fue la

desorganización política de los distintos grupos indígenas, lo que

produjo también la desvertebración de sus principales pautas

culturales. Aún en los casos de más simple estructura social,

existía la autoridad de un jefe, cuyo estatus y el de sus allegados

determinaban ciertas diferencias entre la población. Los primeros

contactos con los españoles nivelaron los servicios y obligaciones

entre los nativos, perdiéndose así la cohesión de los distintos

núcleos. Advertida la corona de Castilla de los resultados

inconvenientes de esta situación, dictó normas especiales

encausadas a lograr la reconstrucción de los grupos, restaurando

algunas de las antiguas instituciones, tales como la del cacicazgo.

En 1558 y 1560, el rey firmó cédulas en que mandaba que: “a los

381

caciques les sean devueltos sus cacicazgos, para que los indios se

sigan gobernando como antiguamente en todo aquello que no

contradiga la Fe católica”. Se mandó igualmente: “Que los

caciques, antiguos señores de pueblos de indios, sean reconocidos

por las autoridades”” (Idem. P. 123).

“También se impartieron instrucciones para que las audiencias

reconocieran privativamente y de oficio los derechos de los

antiguos caciques y sus descendientes y para que sobre estas

bases se regulara la sucesión de os mismos. Las originales

prerrogativas de los señores principales fueron sometidas, sin

embargo, a ciertas limitaciones, tales como no permitir que

recibieran en tributo a las hijas de los indios, ni que a su muerte se

enterraran con él sus mujeres y gentes de servicio, ni vender a sus

súbditos como esclavos, etc.” (Idem. P. 123).

A pesar de aquellas medidas, que demuestran, ya en el año de

1513, el interés de la Corona de mantener las instituciones

políticas indígenas; el manejo práctico de la situación por parte de

los conquistadores hizo que la institución del cacicazgo se viniera

a tierra. “Años más tarde, la población indígena fue organizada en

parcialidades, que formaban capitanías en los pueblos; cada uno

de estos últimos estaba comandado por un cacique reconocido por

los nativos”. Sobre el cacicazgo pesaba una responsabilidad muy

grande frente a los compromisos tributarios del grupo y otras

obligaciones establecidas por las autoridades civiles y

eclesiásticas. Todo parece indica que este carácter de

intermediario de la institución del cacicazgo, entre los grupos

indígenas y las autoridades españolas contribuyó con mucha

fuerza al rápido desprestigio de la institución durante la Colonia,

sumada a los excesos del régimen tributario, que imponía fuertes

sanciones a aquellos que rehuían el pago de sus compromisos con

el rey y sus representantes (Idem. P. 124)

“Los exagerados tributos que pesaban sobre la población indígena

fue una de las principales causas de su pobreza y aún de la

extinción de muchos pueblos nativos, los cuales escasamente

alcanzaban a pagar con el fruto de su trabajo las sumas que

382

adeudaban a los encomenderos, a los curas doctrineros y al rey.

En la descripción de Tunja, se dice que en esta provincia los

indios pagaban a sus encomenderos generalmente dos mantas de

algodón, de un valor de cuatro pesos de oro, el quinto real y un

tomín de salario para el corregidor. “Estas contribuciones eran

obligatorias tanto para los que estaban en dentro de la encomienda

como para los que se hallaban fuera de ella”” (Idem. P. 1238).

En esta fuente se anotan varias causas de la decadencia y pobreza

de la población indígena de esta provincia así:

“…la muchedumbre de ministros de justicia que se han puesto y

añadido a los pueblos de los indios, que se pueden llamar

encomenderos añadidos, pues se sirven de ellos haciéndolos

trabajar en sementeras, crianza de ganados, labor de mantas y

otras grangerías, sin pagarles nada por su trabajo, demás de que

esta miserable gente paga el salario de los corregidores,

contribuyendo un tanto cada indio…el crecimiento que se ha

hecho en el alquiler de los indios, pues ha llegado a dos pesos y

cinco tomines cada mes; de donde resulta que los que alquilan los

hagan trabajar demasiado; y por esto sean muy pocos los que se

atreven a alquilarse”” (Idem. P. 128).

“Al igual de lo que sucedió en la mayor parte de las poblaciones

indígenas, el empobrecimiento de los nativos se hizo progresivo a

medida que avanzaba el proceso de la Conquista. Este

empobrecimiento se manifestó no solamente en el aspecto

económico, sino también en su cultura material. Los primeros

relatos del descubrimiento de la Meseta Chibcha, por ejemplo,

abunda en detalles acerca de la rica vestimenta de los naturales,

de los variados utensilios que poseían en sus cercados y

viviendas, de la profusión de adornos personales de plumería y

del lujo de las joyas de orfebrería que llevaban las gentes de

calidad y aún algunos súbditos de categoría. Pocos años después

de la llegada de los descubridores, el tributo excesivo había

aniquilado por completo su potencial económico, con los

consiguientes efectos en su estándar de vida y aún en sus mismas

manifestaciones artísticas. El presidente de la Real Audiencia,

383

doctor Andrés Díaz Venero de Leiva, informaba al rey de la

injusticia de la tasa de tributos para los indios de Bogotá, en los

términos siguientes:

“Por descargo de mi conciencia aviso a Vuestra Majestad que es

muy subida la tasa en perjuicio de los indios, y no creo que la

podrán pagar. Porque cada uno está tasado en su peso de buen

oro, y de media manta, que son otros seis reales, y entre veinte,

una fanega de sembradura de trigo y otra de maíz, sembrándola y

labrando las tierras y deshierbando y segándola con las manos, sin

hoces, y trillándola ellos sin animales, hasta poner todo el fruto en

casa de sus encomenderos; y allende les sirven de otras muchas

cosas. Y es gente tan pobre que parece imposible poder dar nada,

porque andan desnudos y descalzos y no tienen casas sino a

manera de las cabañas de los viñaderos de España, hechos de

hierba, y duermen en el suelo; y no tienen ninguna más hacienda

que una olla para coger algunas raíces y turmas de la tierra, que es

su comida, y una cantarilla para traer agua, y una escudilla de

palo para beber” (Idem. P. 129).

A las difíciles condiciones anotadas, a los estragos causados por

las enfermedades introducidas por los españoles, sumados al

carácter violento de los primeros contactos con los invasores, se

agregó la circunstancia de que los nativos resolvieron abandonar

el cultivo de la tierra, como una de las tácticas para cercar de

hambre a los recién llegados, en un esfuerzo por expulsarlos de su

territorio. Este sistema se tornó en contra de los mismos indios,

entre los cuales el hambre desencadenó la endo – antropofagia, la

peste, el desconcierto, con las consiguientes repercusiones en su

organización. En el valle de Pubenza y en el Valle del Cauca, por

ejemplo, miles de nativos perecieron rápidamente, y de una densa

población existente en aquellas regiones en el siglo XVI,

quedaron reducidos a pequeños y esporádicos grupos, pocos años

después de su conquista y descubrimiento” (Idem. P. 130).

“Por otra parte, la índole belicosa de muchos de los pueblos

indígenas, se acentuó considerablemente con la violencia puesta

en práctica por los españoles en sus primeros contactos con la

384

población aborigen. En varias ocasiones los nativos celebraron la

paz con los nuevos amos, pero la ambición o la imprudencia de

éstos forzó a los indígenas a defenderse contra quienes pretendían

reducirlos a la esclavitud o exterminarlos y despojarlos de sus

haciendas. Los impugnadores de García de Lerma informaban que

cuando el gobernador llegó a Santa Marta:

“…halló la tierra tan de paz, que sólo un cristiano iba cuarenta

leguas por toda la tierra, y los indios le daban todo lo que había

menester sin le hacer mal, y agora, quince de a caballo no osan

salir dos leguas y media de este puerto” (Idem. P. 130).

El militarismo era una institución, que empezaba a ganar terreno

en la influencia política en el momento en el momento de la

llegada de los españoles al territorio de los muiscas. La presencia

de tribus enemigas que moraban en las faldas de la Cordillera

Oriental y que bordeaban el altiplano, mantenían un estado de

inseguridad social en las fronteras del imperio chibcha, todo lo

cual hizo necesario el establecimiento de un cuerpo especial de

guerreros, cuyas moradas estaban localizadas en las zonas

fronterizas y cuya única misión era contener las irrupciones que

en forma sorpresiva y permanente estaban dispuestas a realizar las

tribus enemigas. Los soberanos de los muiscas establecieron una

serie de privilegios a favor de estos guerreros, con el fin de

estimularlos para el desempeño de su alta misión. Con estas

disposiciones empezó a estructurarse una clase social alrededor de

tales núcleos, cuya influencia en los destinos políticos de la

nación chibcha hubiera podido llegar a ser muy notable, si el

proceso de su estructuración no se hubiese interrumpido con el

descubrimiento y conquista de estas poblaciones por parte de los

españoles” (Idem. P. 132).

Es posible que la presencia española en “Tierra Firme”

americana, generara una nueva experiencia global e inesperada:

Que contribuyera decisivamente en la desestabilización de la

población original, generando grandes presiones y movimientos

migratorios que tienen su efecto en el dominio territorial de toda

la parte septentrional del Continente: “En el momento en que se

385

realiza el descubrimiento y la conquista de la mayor parte de los

territorios situados hacia el interior del país, segundo tercio del

siglo XVI, la situación de los nativos se caracteriza en gran parte,

especialmente a lo largo de los ríos Atrato, Magdalena y Cauca,

por una inestabilidad en el dominio territorial de las tribus y por

un carácter agresivo de su organización política. Las guerras de

conquista orientan el corpus cultural de los grupos panches,

muzos, colimas, y varios núcleos del valle del Río Cauca. La

variedad de los recursos bélicos es particularmente notable entre

las tribus del río Magdalena, y de su movimiento ascendente

sobre las faldas occidentales de la Cordillera Oriental tenían

fresca memoria los grupos chibchas del altiplano de

Cundinamarca y Boyacá, los cuales fueron desplazados por

aquellos de los territorios que antes ocupaban y explotaban en

esta zona andina. Este hecho indica la época relativamente tardía

de tales movimientos, pues la tradición de los muiscas fue

esencialmente limitada en materia cronológica” (Idem. P. 132).

En el territorio regado por los ríos Cauca y Magdalena, en la

porción que corresponde al departamento de Caldas y otras

regiones, los grupos indígenas que allí moraban vivían

prácticamente en pié de guerra contra sus vecinos: armas,

paucuras, pozos, pícaras, carrapas, irras, ansermas, quimbayas,

quindíos, pantágoros, amaníes y samanaes, mantenían frecuentes

contiendas, ocasionando un estado general de tensión entre los

diferentes grupos, situación ésta que, si bien dificultó la conquista

del territorio caldense, como lo anota el mismo capitán Jorge

Robledo en sus relatos, fue también aprovechada por los

españoles para movilizar numerosos contingentes de guerreros

indios, que gustosos se enrolaban en las huestes de los

peninsulares para combatir a sus comarcanos y realizar así crueles

venganzas, al amparo de la superioridad de los recursos bélicos de

los conquistadores” (Idem. P. 134).

“Es posible pensar que los movimientos migratorios a que hemos

hecho referencia, fueron causados por los primeros contactos

tenidos entre los colonos europeos y los nativos de la Costa

Atlántica, en la primera y segunda décadas del siglo XVI. Las

386

fuentes históricas registran el carácter violento de estas tempranas

relaciones, las cuales ocasionaron el abandono de muchos

territorios por parte de los nativos y la ruina de establecimientos

españoles que antes eran prósperos y florecientes, como Santa

María la Antigua del Darién y otras fundaciones. La llegada de

los ibéricos al litoral del norte, provoca una represión [un

repliegue] de grupos densos de nativos hacia el interior del

territorio, posiblemente sobre zonas que ya estaban pobladas por

otras tribus, ocasionando así una desorganización de los distintos

núcleos, la secularización de las guerras de conquista y el carácter

de inseguridad de las relaciones intertribales. Grandes cambios y

profundo impacto debieron producir estas nuevas circunstancias

en la “Tierra adentro”, en el transcurso de más de treinta años que

mediaron entre los primeros contactos registrados en la Costa

Atlántica y las expediciones de conquista y descubrimiento

realizadas hacia el interior, al finalizar la primera mitad del siglo

XVI. Los indios de Urabá no eran naturales de aquella comarca,

escribe Cieza de León”:

Sigue la cita que hace Luis Duque Gómez: “Antes era su antigua

patria la tierra que está junto al río Grande del Darién…y

deseando salir de la sujeción y mando que sobre ellos los

españoles, tenían, por librarse de estar sujetos a gentes que tan

mal los trataban, salieron de su provincia con sus armas, llevando

consigo sus hijos, y mujeres. Los cuales llegados a la Culata que

dicen Urabá, se hubieron de tal manera con los naturales de

aquella tierra, que con gran crueldad los mataron a todos y les

robaron sus haciendas, y quedaron por señores de sus campos y

heredad” (Idem. P. 132).

“Para las demás zonas del territorio colombiano, la industria de la

guerra fue una de las más esenciales actividades de los pueblos,

especialmente de los que moraban en el Litoral Atlántico y en las

regiones ribereñas de los ríos Cauca Magdalena. Gran variedad de

armas encontraron aquí los ibéricos, quienes tuvieron que

habérselas desde el primer momento con pueblos que manejaban

con destreza la flecha envenenada, el propulsor o tiradera, la

honda, la galga, los hachones incendiarios, la lanza de grandes

387

dimensiones, la cerbatana, la maza de macana, etc.,, y que

utilizaban también el palenque fortificado y el truco de las

trampas en los caminos de forzoso tránsito consistente en huecos

profundos sembrados de agudas y ponzoñosas flechas. La

seguridad colectiva estuvo aquí amparada por la fuerza de algunos

señores principales, en torno a los cuales se agrupaba la clase de

los hombres comunes en la condición de beherías, es decir, que

rendían vasallaje y pagaban servicios personales a cambio de la

defensa de sus vidas y haciendas” (Idem. P. 132).

Las actividades guerreras, que eran casi permanentes, le dieron

forma a algunos objetivos de su organización social y alcanzaron

a influir en sus manifestaciones religiosas. La construcción de

fuertes palenques, la instalación de trampas, como se mencionó

atrás, el uso de armas ofensivas y defensivas, la exhibición de

cráneos y cuerpos embalsamados de sus enemigos muertos en la

guerra, suspendidos en lo alto de cañas gordas o guaduas, en los

tablados que servían de centros ceremoniales fueron algunas

consecuencias; los sacrificios humanos a las divinidades de la

tribu, que en muchos casos se hacían con prisioneros de guerra; la

práctica de la antropofagia, que en varias regiones consistía en

comer los despojos de las víctimas humanas inmoladas a los

dioses, eran otras; el prestigio del señor principal o cacique, cuya

autoridad o acatamiento radicaban en buena parte en sus hazañas

de valor y en sus gestos heroicos; la esclavitud, etc., pueden

agregarse a ellas (Idem. P. 134).

15.10.0 LA VISIÓN RELIGIOSA Y EL CULTO

El culto a los muertos constituye, como es bien sabido, una de las

pautas culturales más desarrolladas en el mundo primitivo, no

solamente en América sino también en otros continentes. La idea

de la muerte [que afectó a los seres queridos antepasados] ha

conformado siempre en todos los países un complejo de creencias

y de prácticas ceremoniales, destinadas a mantener cierta

comunicación con ellos, los cuales han quedado perpetuadas en

monumentos, y en ofrendas colocadas en las necrópolis, y han

servido como base de reconstrucción arqueológica de las formas

388

de vida y de las concepciones religiosas de muchos pueblos

extinguidos (Idem. P. 376)

“El sentimiento religioso, - dice Luis Duque Gómez -, ha sido a

través de los tiempos una idea básica [rectora de la Vida] entre

todos los pueblos, desde los más primitivos hasta los más

civilizados. Desde las formas animistas, que pueblan de deidades

toda la naturaleza ambiente y personifican los fenómenos más

directamente relacionados con la vida del hombre, hasta las

creencias mágicas y las concepciones religiosas propiamente

dichas entre pueblos más civilizados. Como consecuencias de

estas creencias y sentimientos, surge entre los pueblos primitivos

el individuo dotado de poderes especiales, a quien se le asigna el

importante papel de servir de intermediario entre el mundo de los

humanos y el ultramundo de los espíritus y de las deidades. Es

este el depositario de la tradición mágico – religiosa de la tribu, el

que guarda el secreto de los sortilegios, el que hace los conjuros,

posee el poder de mejorar y de curar a los enfermos, detiene las

tempestades, invoca el espíritu de las lluvias y habla con los

dioses acerca de las cosas que convienen a su grupo y sobre los

peligros y castigos que los amenazan. Así nace la institución del

chamanismo, que a medida que evoluciona la cultura se convierte

en la capa sacerdotal y culmina en muchas sociedades con las

estructuras teocráticas” (Idem. P. 354).

“Como una forma naturista surge también el totemismo, que en un

principio se desarrolla particularmente entre los pueblos que

tienen como base principal de su economía la caza, la pesca y la

recolección. El tótem es generalmente entre estos pueblos el

símbolo que identifica la filiación de los individuos con respecto a

la organización clanil y el verdadero vínculo de parentesco entre

grupos y familias. En la simbología del totemismo, el mundo

animal ocupa un papel preponderante y el ceremonial mágico –

religioso está en íntima relación con las características [entre las

cuales están las virtudes que pretenden ser emuladas por el

hombre, como la majestad, el poder, la astucia, la fidelidad, etc.] y

con la especie [animal, inspiradora] que ha sido adoptada como

tótem. Algo queda de esas formas religiosas primitivas aún entre

389

las poblaciones más cultas y avanzadas de la tierra, incorporadas

[como símbolos elocuentes]ya en los emblemas y demás símbolos

de la heráldica. El león, y el águila rampante, el oso, el tigre, el

elefante etc., campean en los cuarteles de los escudos nobiliarios,

significando los vínculos de sangre de una familia o de un grupo,

así como antaño constituían el lazo religioso y social, sobre la

base del antepasado mítico que ellos representa “ (Idem. P. 353).

Con esta corta introducción es fácil comprender, el verdadero

significado de las deidades que poblaron el “Olimpo” americano

y, particularmente el de los pueblos de la parte septentrional de

Sur América que nos ocupa ahora. “Mas que pensamiento

religioso estructurado, las poblaciones aborígenes de Colombia,

como la mayoría de las que moraban en tiempos prehispánicos en

los demás países de América, alcanzaban sólo formas [muy

simples de sublimación] mitológicas. La imaginación primitiva

creó una serie de deidades y les dio forma corpórea visible y

viviente, para explicarse así el origen de las cosas y de los

hombres. Su mundo religioso, e, pues, el panteón de estos dioses,

su naturaleza, sus peculiaridades, sus cotidianas aventuras en bien

o en mal de la comunidad. El cosmos, los astros, desempeñan

aquí un papel de gran trascendencia e informan las bases

fundamentales de la mitología aborigen, puesto que actúan en casi

todos los mitos de la creación y de la destrucción del mundo”

(Idem. P. 356).

“Los fenómenos de la naturaleza y la presencia de los astros

constituyeron para los pueblos primitivos del mundo entero [y los

americanos no son la excepción], …un motivo de inquietud y de

zozobra, de asombro y de admiración, y estos sentimientos les

inspiraron sus primeras creencias religiosas. El sol, la luna las

estrellas, los eclipses, la lluvia, el viento fueron objeto de

adoración y culto entre tales grupos y sus efectos en la caza, la

pesca, la recolección y la agricultura, la razón última de sus

conjuros y de sus prácticas propiciatorias, en un complicado

ceremonial mágico – religioso” (Idem. P. 356).

390

“Los indios americanos, al igual que los nativos de otros

continentes, consideraron al Dios Sol como supremo benefactor

del hombre, como al dispensador del don de la fecundidad de la

tierra. Para los aztecas y los incas fue la deidad suprema y un

lugar de similar trascendencia ocupó entre muiscas, sinúes,

taironas, y quimbayas. En los grandes monolitos del Alto

Magdalena, en San Agustín está patente el deseo del artífice de

rendir culto, en la piedra perdurable, a esta que parece haber sido

su deidad principal desde las primeras décadas de la era cristiana

y a cuyo poder encomendaron la fertilidad de los campos” (Idem.

P. 357).

“El pueblo muisca fue el que logró, en el panorama de las culturas

prehispánicas de Colombia, una estructura más compleja en el

pensamiento mágico – religioso de aquellos tiempos. Las crónicas

de la Conquista y de la Colonia nos suministran datos bastante

completos acerca de las deidades de estos pueblos, recogidos

directamente de boca de los mismos indios por escritores y

cronistas, como el cura beneficiado de Tunja, don Juan de

Castellanos, Fray Pedro Simón, Fray Antonio de >Zamora, el

obispo Lucas Fernández de Piedrahíta, Juan Rodríguez Freile y

otros expedicionarios y misioneros que tuvieron ocasión de

convivir con estos grupos poco tiempo después de la llegada de

los peninsulares, cuando apenas si se iniciaba el proceso de

transculturación, y que conservaban, por lo tanto, casi íntegro el

corpus de su cultura tradicional” (Idem. P. 356).

El sacrificio de víctimas humanas y de animales fue una

modalidad muy peculiar del culto solar entre los indígenas

americanos, tanto de Mesoamérica como de Sur América. Entre

los aztecas, el corazón sangrante de los inmolados se ofrecía a

esta deidad desde la plataforma de los elevados templos y su

sangre se rociaba en los muros que circundaban estos recintos. Un

carácter sanguinario tuvo también el Dios Sol entre los pueblos

chibchas de Cundinamarca y Boyacá” (Idem. P. 357).

“”Moxas” era el nombre de los jóvenes destinados al sacrificio y

que eran solicitados por los sacerdotes para la práctica de estas

391

cruentas ceremonias. La víctima, después de transcurrir su

adolescencia en aislamiento para evitar toda contaminación con el

mundo de las gentes del común, era llevada al final al holocáusto,

que se cumplía en la eminencia rocosa de algún cerro [el émulo

de las pirámides centroamericanas]. Desnudo el pecho del

“Moxa” era abierto con cuchillos de piedra, y extraído el corazón,

la sangre corría a torrentes para apagar la sed del Dios Sol. Que

complacido aceptaba este tributo de quienes acá en la tierra

confiaban así en su acción bienhechora sobre los campos y en la

protección del grupo” (Idem P. 358).

“Para los chibchas Chiminigagua o la luz, fue el Dios creador,

surgido de la oscuridad, lo único que existía antes de la creación

del mundo. A este reconocían, al decir de Fray Pedro Simón, por:

“Omnipotente Señor Universal de todas las cosas y siempre

bueno, y que crió también todo lo demás que hay en este mundo,

con que quedó tan lleno y hermoso””(Idem. P 358).

“Chiminigagua se identifica así con el Dios Sol, al que rendían

culto y sacrificaban víctimas humanas y animales. A esta deidad

estaba consagrado el famoso Templo de Sugamuxi, incendiado

por los soldados de Jiménez de Quesada en su afán de apoderarse

de las riquezas que contenía” (Idem. P. 358).

“La Diosa Luna da origen a la leyenda de Chía que algunos

cronistas e historiadores identifican con Bachué. Esta emerge de

la laguna de Iguaque acompañada de un niño, a quien ve crecer

durante los años que vive en su compañía en una choza, hasta que

se hace hombre y con él contrae matrimonio. En cada parto

Bachué tenía seis hijos y esta fecundidad suya contribuyó a que la

tierra se poblara rápidamente, dando así origen al pueblo muisca”

(Idem. P. 360).

“Según Piedrahita, Chía habría sido creada para servir de esposa a

la divinidad solar, es decir, confirma la existencia de la idea del

dualismo, idea que es frecuente en el panteón de las deidades

religiosas de los pueblos andinos y que algunos investigadores

392

hacen remontar hasta el período formativo que precedió a las altas

culturas que florecieron en América en la época prehispánica”

(Idem. P. 361).

Bachué fue para el pueblo muisca, la diosa de la fertilidad y de la

abundancia; la deidad de la noche, y bajo la concepción de Chía,

la que propiciaba los placeres de los hombres. Este mismo

complejo religioso lunar desempeña también un papel de gran

significación en la organización política del pueblo muisca: para

alcanzar el zipazgo, se requería haber ejercido antes el cacicazgo

de Chía” (Idem. P. 361).

Tomagata era representado con una cola larga, cuatro orejas y un

solo ojo a la altura de la frente, era considerado el antecesor de los

soberanos de Tunja, Chibchachun o Chibchacun el dios

benefactor del pueblo asistía a sus súbditos en todo momento

especialmente a los mercaderes, los orfebres, y los agricultores.

Bochica lo había destinado a sostener la tierra sobre sus hombros,

y cuando mudaba de posición, provocaba los temblores,

Cuchaviva, o el arco-iris, a cuyo amparo se acogían las

parturientas y los enfermos de calentura. Nencatoa, quien asistía a

los bebedores y a los tejedores, lo mismo que a los encargados de

la construcción de los bohíos, cercados y templos, a quienes

ayudaba en el transporte de los materiales. Lo concebían en figura

de oso, cubierto con una manta, y los acompañaba en sus

jolgorios, en los cuales bailaba y bebía con los nativos hasta

emborracharse. Chaquén, quien presidía y servía de árbitro en las

justas deportivas. Guahajoque, el dios de la muerte, el que

presidía, por lo tanto el culto funerario (Idem. P. 363).

En otras regiones de Colombia las crónicas de los siglos XVI y

XVII son escasas. Sin embargo los hallazgos arqueológicos dan

razón de imágenes talladas en piedra o madera, elaboradas en oro,

cobre, arcilla, cera y algodón. A través de ellas materializaban la

forma corpórea de algunas de sus deidades, para hacer más verista

y patético su culto. Un ejemplo son las esculturas de San Agustín,

que nos refieren al culto de los muertos; también las grandes

figuras de madera recubiertas con una lámina delgada de oro a

393

loas que se refieren las crónicas sobre los sinúes; Las figuras

antropomorfas y zoomorfas de la cerámica, encontradas con

profusión en tumbas del área quimbaya.

15.11.0 SIMILITUDES CON LAS CULTURAS PERUANAS.

Muchos de los elementos que se señalan para la cultura básica en

los Andes Centrales, aparecen también a todo lo largo y ancho del

territorio colombiano: la agricultura intensiva, de tipo hortícola

(Sierra Nevada de Santa Marta, altiplano de Cundinamarca y

Boyacá, región del Quindío), riego artificial ( Sierra Nevada de

Santa Marta, zona Guane, región de Tubará), numerosas plantas

domesticadas para la alimentación y para usos industriales;

terrazas de cultivo, textiles con productos pintados y entretejidos

(Cundinamarca, Boyacá, y algunas regiones del Occidente,

especialmente en Antioquia); cerámica ceremonial y artística muy

desarrollada, particularmente en los departamentos de Antioquia y

Caldas y en la Sierra Nevada de Santa Marta); comienzos del

urbanismo (Sierra Nevada de Santa Marta) arte rupestre y textil

con símbolos de carácter mágico – religioso, el carácter

ceremonial de la coca; el ají como planta de condimentos, la

metalurgia del oro, del cobre y del platino, con técnicas muy

avanzadas en la manufactura de objetos religión de dioses celestes

(el sol, la luna el arco iris, el rayo, en la mitología chibcha)); los

espíritus malignos con moradas subterráneas; la serpiente de

cabeza felínica (San Agustín), adornos con cabezas humanas,

organización social con fundamentos económicos, formación de

la clase sacerdotal, conservación de los cadáveres por medio de la

momificación, etc.” (Idem. P. 437).

15.12.0 EXTENSIÓN DE LA MEMORIA ABORIGEN

AMERICANA SOBRE SU TRADICIÓN. TESTIMONIOS

SOBRE SU VIDA COTIDIANA

Y ACERCA DE SU PROYECCIÓN ESPIRITUAL.

Otro aspecto interesante de la vida de los aborígenes americanos,

se refiere a la interpretación que ellos mismos le daban a su

propia historia, a su propia vida. Es discutible que las prácticas

394

culturales tienen por objeto la superación de escollos que separan

una realidad dura de escasez y la satisfacción de necesidades

sentidas. El hambre, el frío, la falta de abrigo, el desconocimiento

de los ciclos del clima para asegurar buenas cosechas son varios

ejemplos. Sin embargo hay otros aspectos de la consciencia que

afectan el carácter de la Cultura. La concepción de su Cosmos, de

las fuerzas superiores que gobiernan su vida, de los

requerimientos de esas fuerzas personificadas en sus deidades,

que demandan satisfacciones que ellos imaginan, a veces de

manera cruel, pero que consideran inexorables, que tienen que

afrontar, como las ven, a despecho del sufrimiento de toda la

comunidad. Esa consciencia de la realidad tiñe de colores muy

concretos la vida aborigen y es, si se quiere, el aspecto más

esquivo por aclarar para el arqueólogo y el antropólogo.

Los restos arqueológicos nos muestran muchos de los logros de

estas culturas superiores, como lo hemos visto ya, parte de cuya

significación y magnificencia podemos comprenderlas por

comparación con los logros de otras culturas de estado evolutivo

comparable. Muchos aspectos de las culturas son, sin embargo,

completamente singulares y no resisten comparación, siendo a

menudo los más importantes. Podemos hablar, en este caso de la

escritura, del lenguaje, de la poesía, de las artes, de la mitología,

de la religión, entre otros aspectos, generados por, y a su vez

generadores de la mentalidad de los pueblos. En relación a estas

nociones, podemos decir que nos queda todavía un poco difícil de

interpretar el comportamiento de estas culturas, aunque en

muchas crónicas y en muchos trabajos, en especial de la época de

la Conquista española podemos encontrar descripciones de cómo

se vivía, por ejemplo en la vida cotidiana.

Respecto de los aztecas hay un trabajo novelado que tiene un

valor documental extraordinario:”Azteca”. Impreso en España,

por Printer Industria Gráfica SA. Provenza, 388, Barcelona. Sant

Vicenc dels Horts, 1981. En él recoge su autor, Gary Jennings el

testimonio de un hombre “mexicatl”, pues negaba los apelativos

de azteca e indio, que vivió gran parte de su vida en el período

crepuscular de un mundo “destinado a desaparecer”:

395

Hacia 1530, el Emperador Carlos V de Alemania, III de España,

le pidió al obispo de México, fray Juan de Zumárraga, que le

proporcionara información sobre la vida y las costumbres de los

indios americanos. El obispo le envió al Emperador el comienzo

de un relato autobiografiado, que hizo, de viva voz un indio de

unos sesenta años, y que fue tomado por escribas, relación que,

dada su crudeza, escandalizó a los copistas y al obispo. A pesar de

las observaciones en contra, por parte del obispo, el Monarca

insiste en su interés. “Nube Oscura”, o “Mixtli”, sigue contando

su vida: su niñez y su ambiente, la mentalidad y costumbres de su

pueblo su formación como escriba, la Corte, sus viajes de

mercader, sus amores, su vida familiar. Finalmente es emisario de

Monctezuma ante los españoles de Hernán Cortés. Es bautizado y

recibe el nombre de Juan Damasceno, aunque sigue fiel, hasta el

final de su vida a la cultura ancestral de los aztecas. El final de su

vida simboliza el choque mortal “de dos civilizaciones, de dos

maneras irreconciliables de ver el mundo”.

El arqueólogo, cuando se refiere a la consciencia de aquella

historia, habla de regiones recónditas que las tradiciones

mencionan, a veces casi al nivel mitológico, como es el caso de

Aztlán. De ese nombre se deriva el nombre azteca que le damos

hoy a ese pueblo, y pareciera imposible de ubicar en la geografía

americana. Mixtli se reconoce hijo de una estirpe descendiente del

antiguo pueblo de Aztlán, la de los mexicatl, cuya capital fue

Tenochtitlán, que no consideraba primitivos y pobres como

aquellos, sino ya entrados en una verdadera y memorable

civilización. Aunque los arqueólogos ven a Aztlán,

verdaderamente como un lugar mitológico, muy lejano en el

tiempo, según Mixtli, realmente existió. Incluso, él la visitó en

uno de sus viajes.

Algo parecido sucede cuando abordamos el estudio, en

profundidad, de otros pueblos de nuestro continente, aún de los

más avanzados, como los incas y los chibchas que habitaron la

región andina central y la parte septentrional de Suramérica,

principalmente, lo que hoy son Perú y Colombia respectivamente.

396

Una actitud muy común es asumir las historias y relatos con que

contamos para informarnos, no como fuente documental de

realidades que pueden tener su sentido mitológico, pero que

parecen como si fueran indescifrables mensajes simbólicos

generados y ubicados únicamente en la mente de quienes los

contaron.

Aztlán, el lugar legendario de donde partió el pueblo de Mixtli en

su migración hacia el sur, no es un lugar solamente colocado por

la imaginación en las tradiciones míticas de los mexicanos. Es

hoy día un lugar colocado cerca de la orilla pacífica en un sitio

concreto de la Baja California.

Hay otro mensaje de gran importancia antropológica, cuya

correcta interpretación abre horizontes inmensos a la

investigación en esta disciplina, lo que permitirá escribir una

historia de ese y de otros pueblos, apoyada en su propia tradición

y que podría ayudar a la incorporación de esas historias a la

Historia Universal:

Leyendo las obras de los arqueólogos, se habla de relatos, acerca

de los orígenes, en términos que son generalmente

incomprensibles. Los pueblos de Mesoamérica y los de la región

central de los Andes mencionan que sus antepasados salieron, en

época inmemorial, del seno de la Tierra. La comprensión de este y

otros mensajes se dificulta por las dificultades que encierran los

simbolismos de sus historias mitológicas. Es obvio, entre otras

cosas, que sus opiniones acerca del la Cosmos, estaban afectados

profundamente por sus métodos e instrumentos de observación

astronómica, algo que sucedía también en las culturas del Viejo

Mundo, incluso hasta muy entrada la Edad Moderna. Este mito,

incorporado a sus contextos religiosos, tiene mucho que ver con

sus construcciones ideológicas y con su visión de un cosmos

imaginado con su respectivo “inframundo” y su “cielo de siete

niveles “ y no nos dice mucho acerca de la realidad comprensible

de ese origen.

397

Pero leyendo una de las obras de uno de nuestros grandes

humanistas, el profesor Luis López de Mesa, no puedo menos que

sentirme gratamente sorprendido por una ocurrencia suya: “Los

padres de los antiguos aztecas, se dice, salieron de las entrañas de

la tierra. Con ello nos están diciendo que son hijos de antiguos

trogloditas, que habitaron cavernas ubicadas probablemente en

alguna región del suroeste del continente norteamericano”.

Interpretado el mensaje así, es posible entender que los aztecas se

pudieron desprender de antiguos pueblos de habla nahuatl,

pobladores de cavernas d los que el pueblo azteca no guarda

memoria. El estudio de fuentes arqueológicas actuales y de

tradiciones de otros pueblos de origen nahuatl del suroeste de EE.

UU., pueden arrojar nuevas luces sobre valiosos capítulos de la

prehistoria azteca, que actualmente ignoramos por completo, y

nos permitan avanzar en la reconstrucción del rompecabezas que,

entre otras, estas culturas representan.

398

CAPÍTULO 16

EL CHOQUE DE DOS MUNDOS.

Lecciones de esa experiencia humana, para la posteridad.

Una nueva consciencia sobre el Hombre.

Cuando se habla del Descubrimiento de América más que de un

contacto más entre dos mundos, puesto que hay indicios de

muchos y viejos contactos tanto desde la vertiente asiática como

africana, y aún de la antigua Europa, en cabeza de los vikingos,

puede hablarse mejor del contacto violento, terrible, catastrófico

de dos mundos, capaz de desquiciar el orden primitivo forjado por

pueblos y culturas americanos, en milenios de experiencia. El

genio humano se aniquila mutuamente, las hordas de hidalgos

españoles se abalanzan sobre los nativos americanos como

langostas tras de su riqueza, de la manera como era entendida ésta

por ellos, única forma de redimirse al haber quedado “cesantes” al

final de la guerra de reconquista española de su suelo natal de

manos de los moros. Como nobles, aún de la baja nobleza, les

quedaba, “de perlas” una nueva empresa conquistadora para

acceder a alguna fortuna, pues es preciso entender que hacerlo en

labores productivas y de trabajo, les estaba vedado, ya que en la

sociedad feudal española y europea, el trabajo, como tal, para

sostenerse, era visto como vil, humillante, indigno de su categoría

social, deshonroso.

No es que el mundo neolítico americano hubiera perdido el

equilibrio, su paz interior con la llegada del español. No. Como

hemos visto, ya estaba en ebullición. Lo que ocurrió fue, primero,

que no podía entender el alma de los europeos que habían dado

varios pasos más en la evolución de sus consciencias y segundo,

lo más doloroso, que el europeo no logró entender el proceso

cultural americano, dominado por la visión dogmática de sociedad

militar y teocrática. Debían pasar tres o cuatro siglos más para

399

que les fuera dado entender cabalmente el extraordinario aporte a

la cultura universal de aquel mundo primitivo, el significado del

talento desplegado por sus pueblos en el desarrollo de culturas

superiores comparables a civilizaciones antiguas del oriente de

Eurasia, en una época en que la evolución de la técnica y del

pensamiento científico han cambiado radicalmente su visión del

mundo, del fenómeno humano.

Por otra parte la actitud de la monarquía española tenía el

significado de una respuesta al reto militar de superar las

presiones de sus competidores en el juego estratégico y político

que se daba entonces en el escenario de la “arena internacional”.

Francia e Inglaterra empezaban a hacer acto de presencia en el

Caribe, usando en el ejercicio de su poderío, el apoyo encubierto

primero y destapado luego a las incursiones de sus corsarios y de

sus bucaneros, que fueron su instrumento militar para desvirtuar

el monopolio del poder español en dichas aguas. Además Portugal

avanzaba sin pausa en la posesión del territorio brasileño. El

apremio, la improvisación y sus efectos nocivos eran para España,

pues, un mal menor, si lograba superar la amenaza que se cernía

sobre ella, en su propósito de tomar para sí y defender

eficazmente la porción que “legalmente” le correspondía de

América, según los títulos de propiedad de los territorios

descubiertos, por bula papal.

Pero la realidad tosuda no la favoreció finalmente: Enredada en la

frivolidad, la ceguera política, los privilegios de su clase

aristocrática y de sus terratenientes, por lo cual quedó sometida al

estado de indefensión, su economía metropolitana fue tomada por

asalto por sus enemigos políticos, que no dudaron en utilizar

como medio, la manipulación de la influencia de los intereses

Imperiales, en las finanzas y negocios del país. España se vio

superpoblada, sin cómo sostener con los medios de que disponía a

una población que constreñida en un espacio minúsculo, no tenía

cómo ocuparse. Entonces, simplemente emigró en masa. Muchos

artesanos lo hicieron a otros territorios europeos, pero

sustancialmente, emigró a los nuevos territorios de ultramar. La

riqueza habida en América poco la favoreció. Poco a poco circuló

400

hacia otros territorios europeos, en parte, en virtud de las terribles

deudas contraídas por la Corona Española con los banqueros

alemanes y holandeses, principalmente, y de la industria artesanal

que empezó a florecer, competitivamente, con este patrimonio en

otros países, en parte obviamente, con el sustancial aporte de los

artesanos españoles emigrados. La riqueza de América fue a

nutrir entonces el intercambio comercial de Europa con el Oriente

y las bases artesanales del desarrollo industrial, que debía darse

unos dos siglos después como consecuencia de la Revolución

Industrial.

16.1.0 ¿ACASO TIENEN ALMA LOS INDIOS

AMERICANOS?

Es una dura y desobligante pregunta que denota el clima y las

actitudes que le sirven de marco a las relaciones entre europeos y

americanos, al drama humano que se cierne, que se ve venir, en

medio del cual se produce un verdadero choque, entre los

soberbios, los autosuficientes europeos en general, y españoles en

particular, ampliamente influidos por el Renacimiento y las

culturas americanas neolíticas. ¡Si hubiera sido formulada en

nuestro tiempo tal vez hubiera causado hilaridad! Pero hace

quinientos años lo fue seriamente, y llegó hasta las altas esferas

de la autoridad europea, del mismo Papa. En su respuesta, no

sustentada en una opinión general, sino en una evaluación

concienzuda de los valores fundamentales de la Cultura, bastante

exclusiva por cierto, se encierra el reconocimiento que surge de

una consciencia que evolucionó, por fortuna, desde sus raíces

originales, en pueblos bárbaros de la Edad del Bronce, de origen

indugermánico, que abrazaron la cultura romana y que se dejaron

influir, más tarde, por la sabiduría del Oriente, a través de la labor

apostólica de la Iglesia Católica Romana.

De esa respuesta, y como producto de una controversia mayúscula

que se da en medio de la intelectualidad española, que trasciende,

por completo la esfera privada de ese marco, para transformarse

en una controversia de carácter universal, nace en España el

401

Derecho de Gentes, el Derecho Internacional. Dice así Enrique

Caballero Escobar, en su obra “América una Equivocación”:

“La política de las potencias [europeas] frente a la América recién

descubierta constituyó una monstruosa equivocación, en la cual

los bárbaros fueron los blancos. Pero España rectificó

valerosamente ese error. De esa soberana y contundente

rectificación, nació, nada menos, que el Derecho Internacional y

se esbozaron por primera vez los derechos humanos. En esta

forma el Derecho de Gentes debe considerarse como una creación

española en favor del indio americano. Hay que reconocerlo y

proclamarlo” (Enrique Caballero Escobar. “América Una

Equivocación”. Editorial Pluma Ltda. Bogotá 1980. P. 240).

“Nace el Derecho Internacional en un país considerado la

potencia imperialista más despiadada de su tiempo. Es la sede del

imperialismo dogmático. Quien lo concibe es un fraile de la orden

de Santo Domingo, la cual tiene a su cargo nada menos que la

Inquisición. El fallo que da al respecto Francisco de Vitoria

perjudica en materia gravísima el supremo interés político, militar

y diplomático de su propia patria. Sirve, aparentemente, los

intereses de las naciones rivales y desvela y encabrita la codiciosa

ambición de éstas. Contrasta, por su radicalismo revolucionario,

con la vacilación que por medio siglo caracterizó la actitud del

Vaticano respecto del indio. Reivindica valerosamente los

derechos humanos del nativo de América, presa de abominaciones

y abusos sin orilla. Pone, en fin, en tela de juicio moral la

legislación del l trono español y obliga a Carlos V a emprender

una rectificación sin par y en extremo emocionante. No obstante

la paternidad del Derecho de Gentes ha sido atribuida, sin protesta

de España, que yo sepa, al holandés Hugo Grocio. Pero Francisco

de Vitoria tuvo la precaución de nacer un siglo antes. Grocio

viene al mundo en Délf en 1583. Vitoria Nace en la ciudad que le

da el nombre, en la provincia española de Alva, en 1486. A

Vitoria se le ha relegado a la categoría honorífica de precursor,

mientras que Grocio –con más suerte- recibe los honores

centrales. La actitud del español al escribir sus formidables

“reelecciones” tituladas “Del derecho de indios recientemente

402

descubiertos” y “Derecho de Guerra”, en los cuales se atreve a

cuestionar la potestad del papado y de los reinos adjudicatarios

del Continente, es de una independencia casi suicida si se tiene en

cuenta el dogmatismo de la época. Y, desde luego, de un interés

resplandeciente. En cambio la obra de Grocio titulada De Jure

Praedae no pasa de ser un brillante alegato de parte interesada.

En efecto, Grocio obró como abogado particular de la Compañía

de las Indias Orientales, para justificar un apresamiento o

incautación de mercancías pertenecientes a Portugal, sin que

mediara siquiera declaración de guerra. El alegato de Grocio es

una pieza bien estructurada y retumbante, pero no pasa de ser un

alegato. En cambio la obra de Vitoria es un intrépido fallo moral.

Y ese fallo, además de haber sido anterior, sirvió de sustento

jurídico a las alegaciones del propio Grocio. Lo dice con

irrefutable autoridad su compatriota Van Vollenhoven; “Este

joven –se refiere a Grocio-, de veintiún años por entonces, se puso

a leer las obras de Vitoria y de Soto, las de Vásquez y

Cobarrubias, las de Ayala y Gentilli, a propósito de un litigio

judicial de carácter internacional, relativas a algunas presas

hechas en las Indias Orientales por buques holandeses, en daño de

los portugueses. Ahora bien, aún siendo Vitoria español y

católico, Grocio, protestante, cuya patria llevaba una guerra

sangrienta con España, no vaciló en adoptar las doctrinas

vitorianas” (Idem. P 240).

16.2.0 LAS MISIONES JESUITAS.

Demostraron con lujo de competencia, que es posible el

rescate del Hombre, a pesar de la oposición cerrada de los

intereses creados. Todavía más, que debería ser

considerado un proyecto político inaplazable.

En el Libro 3 vimos algunas referencias relacionadas con las

misiones jesuitas en China y en América Española durante el

siglo XVI. Los colosales logros suyos en ambos casos son

increíblemente esperanzadores para quienes se preocupan hoy por

lograr cambios sustanciales en las realidades económicas, sociales

403

y políticas deprimentes que imperan sobre la vida humana en

nuestro tiempo. Tengo la convicción de que la inspiración de sus

artífices no es obra humana. Humana es la cerrada oposición que

sufrió su empresa mientras fue realizada y el olvido que vino

después, cómplice del mal indescriptible que reina en nuestro

tiempo. Tal vez, como piensan muchos opositores de la

institución religiosa patrocinadora del terrible instrumento de

represión que fue la Inquisición, en tiempos modernos es muy

difícil aceptar que de allí hubiera podido surgir el cumplimiento

de una tarea tan encomiable y sublime como fueron las misiones

jesuitas.

Es innegable la gran cantidad de pueblos atrasados y deprimidos

que medran en el mundo entero, no sólo en las naciones pobres

del planeta, sometidos a la dominación extranjera, a la violencia, a

la esclavitud, a la servidumbre, a la total dependencia de

voluntades extrañas que han determinado su mala suerte. Es

evidente que a la continuación de ese estado de cosas no ha

contribuido poco el enfoque que ha asumido la sociedad burguesa

en su plan de ordenamiento económico, alrededor de la idea del

lucro, entendido a corto plazo, de lo cual ha resultado que se

demore o se aplace el establecimiento de empresas de rendimiento

a largo plazo, socialmente útiles, como serían la protección

razonable, contra todo riesgo, y la educación, de las capas de

población más indefensas. La burguesía, solo logró plasmar en la

práctica un sistema propio de vida cuando se fueron formando las

clases medias en las diversas sociedades del mundo.

Originalmente los burgueses quisieron imitar las prácticas de vida

de los aristócratas, a quienes reemplazaron en la dirección de la

Economía. La reivindicación de las clases trabajadoras, que fue

buscada insistentemente durante todo el siglo XX, como ha sido

tradicional, por medio de la fuerza, particularmente, de la

conspiración, de la guerra, sin descontar los gigantescos e

irreparables daños causados por esa empresa a la humanidad en

nombre de la misma causa, demostró que había fracasado triste y

estruendosamente, con la caída del Muro de Berlín y el desplome

del Estado Soviético a finales del mismo siglo.

404

El reto de conseguirlo por métodos más civilizados, lo que

significa asumir el desafío de aplicar los instrumentos técnicos

que han sido desarrollados y que ofrece el mundo moderno, lo

que es, por otro lado, algo ineludible por cierto, está “sobre el

tapete”. Es la única carta que nos queda para convencer a los que

creen que solamente la manipulación económica o la Fuerza son

capaces de mover al cambio de actitudes del ser humano, y que

ellas conducen a la única forma confiable del Poder. El

convencimiento de que ello no es así, es preciso conseguirlo, so

pena de desperdiciar recursos preciosos y útiles en el desarrollo

de las condiciones actuales de vida, entre ellos el más precioso: el

recurso humano mismo; so pena, también, de llegar a una

destrucción irreparable del único y preciado medio natural

planetario con que contamos. Ese deberá ser el logro principal de

una sociedad humana en paz, de un hombre libre, con plena

consciencia de sus necesidades objetivas, de un hombre física y

mentalmente sano, y plenamente y eficazmente dirigido en su

ocupación por lograr la solución de sus necesidades.

Para lograr aquello, es preciso tomar consciencia de los

paradigmas que bloquean hoy nuestros esfuerzos, de los intereses

propios y ajenos que encubren aún inconscientemente nuestros

mejores caminos. Es preciso que venzamos nuestro aislamiento

físico y espiritual, que nuestras clases altas, aristocráticas y

privilegiadas, que se benefician exclusivamente de nuestro

trabajo, se transformen en los auténticos cuadros administrativos

líderes que necesitamos en nuestras sociedades modernas para

marcar nuestro rumbo y nuestro paso, hasta lograr que la difusión

de la cultura avance hasta los rincones más recónditos de nuestro

territorio, de nuestra sociedad. El poco alcance y la poca

profundidad en la educación de hoy, la escasa visión de nuestros

ingenieros, empresarios y estadistas, de nuestros juristas,

científicos y humanistas, quienes más que tomar razón de nuestra

múltiple idiosincracia han optado por desconocerla para adoptar e

imponernos modelos sociales extraños que no comprendemos,

nos han conducido a una sociedad estancada, presa de las

iniciativas y designios más caprichosos y descabellados. Si las

autoridades de las naciones que quedan libres en el mundo de hoy

405

no se ponen a la altura que exige el conocimiento de la realidad

que proporciona el avance de los recursos científico y técnico que

se da en al actualidad y que se difunden por doquier en el medio

social en extensión y profundidad, no tendrán, la menor capacidad

de asumir el reto seriamente, otros lo tomarán y les impondrán su

voluntad y sus condiciones y se generarán, seguramente, nuevos

motivos de guerra y de violencia.

Desde este punto de vista, la tarea que se impusieron las misiones

jesuitas en América es una tarea de civilización inconclusa. La

iniciativa naufragó, no por ser irrealizable, pues su alternativa se

constituyó en un poderoso competidor de la economía colonial, de

la sociedad colonial, establecidas en nuestro continente por los

europeos, no sólo, entonces, por los españoles. En parte por eso,

porque fue perseguida por los intereses económicos de la

aristocracia colonial del Nuevo y del Viejo Mundo, cuyos poderes

y cuyos intereses amenazaba. Pero también porque en el juego de

poderes mundiales en conflicto, el Imperio Español perdió toda su

influencia estratégica sobre sus territorios de ultramar.

“Paradogicamente”, y, a despecho de los que no lo crean así, esa

tares tiene el sentido real, en lo económico, en lo político y en lo

social, de una directriz, de un eje cultural que podría ser usado

como eje de referencia de nuestro desarrollo integral. Es preciso

para ello, analizar sus antecedentes históricos, reconocer los

aportes de la experiencia, de los valores humanos que la animan

como proyecto, superar los obstáculos generados por las

desviaciones aciagas del objetivo deseado: el mayor bien del ser

humano posible, su plena realización específica. Algo de eso

hemos procurado hacer en este trabajo. Solamente así, cuando los

resultados se vayan viendo, lograremos ser verdaderos

embajadores, en otros mundos, de una cultura occidental de la que

solamente se conocen, sus ejércitos, su demoledor poder

económico y la corteza técnica y científica de su esencia.

16.3.0 EL MUNDO FELIZ POSIBLE

Cuando hablamos de un mundo humano feliz no estamos

refiriéndonos a un mundo necesariamente pleno de emociones

406

dichosas, sin sentimientos de frustración, sin temores, sin odios,

sin inseguridades, sin incertidumbres, completamente justo, sin

envidias, sin recelos, etc. En la vida de un ser humano, como en la

de todos los seres sensibles, han de caber todas las emociones

posibles en su naturaleza. Los seres vivos, con sensibilidad

emocional, tienen en esta posibilidad un medio adicional para

orientarse en su vida. Nos referimos, más bien en este caso, a la

posibilidad de que el ser humano esté en capacidad de controlar y

manejar su propia vida, en el plan de alcanzar la mayor plenitud

posible en su realización. Puede decirse que, frente a este ideal, la

felicidad no ha sido el clima dentro del cual han vivido las bases

populares de la mayoría de las naciones del Mundo.

Se sabe, por medio de los datos arqueológicos, acerca del culto de

los muertos que se practicaba, de creencias mágico – religiosas

semejantes, respecto de la Naturaleza y los efectos sobre el

hombre de los fenómenos naturales. En ambos mundos, en el

viejo y en el nuevo, se practicaban rituales de la fertilidad, para

pedir lluvias y asegurar así buenas cosechas. En ambos mundos se

desarrolló un “lenguaje mítico” para comunicarse con las

deidades que representaban a los distintos fenómenos de la

Naturaleza. Estas asumían, entonces, una personalidad casi

humana, con las cuales era posible dialogar en términos humanos.

Hemos visto cómo hay algunos dioses bondadosos y otros

malignos. Obviamente la interpretación humana, apoyada en las

clases sacerdotales que trascienden las diferentes generaciones,

independientemente de que hoy los crea o no, los conserva así en

el tiempo. Perpetúa así una actitud reverente a las normas

tradicionales de relación social y el “populacho” no tiene manera

de cuestionarlas. Estas deidades se convierten en personajes muy

poderosos, pero con las que es posible comunicarse mediante ritos

mágicos especiales a través de los sacerdotes. En aquellas

culturas, realmente primitivas, el hombre se sabe dependiente

absolutamente de las fuerzas, a veces indescifrables del medio

natural representadas en aquellas deidades. Su actitud es sumisa;

carece de medios eficaces para defenderse. De ahí que su

evolución técnica, podría representar para él el sentido de una

verdadera liberación. Su actitud contrasta con la personalidad

407

optimista de nuestro tipo burgués occidental, segura de sí misma,

tal vez arrogante, del empresario, del hombre rico, de aquel

profesional de escuela que ocupa puestos de dirección en nuestra

sociedad moderna, que se siente competente y tenido en cuenta,

relativamente dueño de su propio porvenir, aceptablemente

seguro, que visualiza sus oportunidades, que sueña y puede

realizar sus sueños, que aprende a tomar decisiones útiles, que

aprende de los errores propios y ajenos, reconstruyendo así

constantemente su carácter.

Tanto los antropólogos que han estudiado las actitudes de la

población de base en Mesoamérica como en el Perú confirman

una visión sombría frente a la vida que antecede, salvo entre los

mayas, particularmente del Viejo Imperio, todos los eventos de la

vida de la gente en las culturas prehispánicas. El hombre se siente

impotente ante la magnitud de las fuerzas naturales y la manera de

conjurarlas no es menos cruel en sus efectos. El recién nacido era

recibido por la matrona con un duro mensaje pronunciado por la

partera: “Haz venido a sufrir”. Esa situación se repite entre las

poblaciones de México y Colombia. Las víctimas de los

sacrificios humanos en nuestro mundo prehispánico tomaban su

situación con resignación, con orgullo por el papel de

“redentores” de su comunidad, de servidores de la deidad a la cual

servían, con la aceptación que entre nosotros va el soldado al

campo de batalla, de donde no sabe si ha de regresar, con la del

mártir nuestro que ofrenda su vida con generosidad por amor a su

causa.

En casi todas partes, la vida no era recibida con entusiasmo, como

un regalo inefable y gozoso. Así como ciertos dioses eran

malignos y sólo se conmovían con sacrificios humanos, los

esclavos y los plebeyos estaban sometidos enteramente al

capricho de los nobles y de los sacerdotes, aunque éstos también

estaban sometidos a los albures de la Guerra, a ser tomados

prisioneros para ser llevados al altar de los sacrificios. El trabajo

del campesino la población más numerosa, correspondía a

hombres libres, regulados por la costumbre, y en su tarea

cotidiana, con plena obediencia al calendario anual administrado

408

por los sacerdotes. Sólo la descripción que hace Morley de los

rasgos de la sicología maya nos muestra un pueblo feliz, bromista,

que mira la vida con optimismo. En tiempos del Viejo Imperio se

forjó su espíritu, habiendo sido liderado por una casta sacerdotal

que se apoyó en sus conocimientos astronómicos para liderarlo en

su actividad principal, la agricultura del maíz. La sociedad feudal

europea fue construida sobre la base del trabajo del siervo y el

vasallo, en beneficio de las clases aristocráticas.

En tiempos de la Conquista, no ocurre en México ni en

Guatemala ni en Perú, pero en Colombia sucede un fenómeno

“muy extraño”: Frente a la consciencia del inminente cautiverio,

toda una raza de múltiples pueblos reacciona de la misma manera.

Se repliega desesperada, recurre al suicidio en masa y se niega a

reproducirse. Se injerta, más bien voluntariamente en el

dominador con el ánimo de eliminarse, de olvidar su cultura. Los

episodios de resistencia heroica, como la de los karib son la

excepción” Esa actitud es el origen del llamado “cataclismo

demográfico del indio”, junto con otros factores que, como las

enfermedades traídas de Europa, convergen todos y causan la

aniquilación de las bases económicas de la sociedad feudal que

los europeos quisieron fundar en América, y que lograron

remediar, en parte, con la importación de esclavos africanos

(Idem. P. 144).

Enrique Caballero Escobar cita al padre José Gumilla cuando

habla de una práctica inconcebible de las mujeres indígenas en los

Llanos Orientales de Colombia, que era sacrificar a sus hijas

mujeres en el momento del parto. En la cita, se ven las palabras

dramáticas con que una india defiende su práctica:

“Ojala cuando mi madre me parió me hubiera querido bien y me

hubiera tenido lástima, librándome de tantos trabajos como hasta

hoy he padecido y habré de padecer hasta morir. Si mi madre me

hubiera enterrado luego que nací, hubiera muerto. Pero no hubiera

sentido la muerte que vendrá, y me hubiera escapado de tantos

trabajos, tan amargos como la muerte; y quien sabe cuántos otros

sufriré antes de morir. Tú padre, piensa bien los trabajos que

409

tolera una pobre india entre estos indios: ellos van con nosotras a

la labranza, con su arco y flechas en mano, no más. Nosotras

vamos con un canasto de trastos a la espalda, un muchacho al

pecho y otro sobre el canasto; ellos van a flechar un pájaro o un

pez y nosotras cavamos, reventamos en la sementera; ellos a la

tarde vuelven a la casa sin carga alguna, y nosotras, fuera de la

carga de nuestros hijos, llevamos las raíces para comer y el maíz

para hacer su bebida; ellos, en llegando a la casa se van a parlar

con sus amigos, y nosotras a buscar leña, a traer agua y a hacerles

la cena: en cenando ellos se echan a dormir; mas nosotras casi

toda la noche estamos moliendo el maíz para hacerles su chicha.

¿Y en qué para este nuestro desvelo? Beben la chicha, se

emborrachan, y, ya sin juicio nos dan de palos, nos cogen de los

cabellos, nos arrastran y nos pisan. Ah! Mi padre, ojala mi madre

me hubiera enterrado luego que me parió. ¿Sabes padre la agonía

que es ver que la pobre india sirve al indio como esclava, en el

campo sudando, y en la casa, sin dormir, y al cabo de veinte años

toma (éste) otra mujer, muchacha sin juicio? A esta quiere. Y

aunque les pegue y castigue a nuestros hijos, no podemos hablar,

porque ya no nos hace caso ni nos quiere; la muchacha nos ha de

mandar y tratar como a sus criadas, y si hablamos, con el palo nos

hace callar” (Enrique Caballero Escobar. “América una

Equivocación”. Editorial Pluma Bogotá 1980. P 140).

“El por qué deben ser las mujeres quienes siembran y no los

hombres, obedece a un gracioso raciocinio y a una cómoda

jurisprudencia de origen machista, desde luego. Hermanos les

dice el misionero a un grupo de varones que bostezan a la sombra,

viendo sembrar a las mujeres; hermanos, ¿por qué no ayudais a

sembrar a vuestras pobres mujeres que están fatigadas al sol,

trabajando con sus hijos a los pechos? Uno se incorpora

lentamente, y con desdeñoso aplomo pone al padre en su puesto:

Tú, padre, tú no entiendes de estas cosas. Has de saber que

únicamente son las mujeres quienes entienden de esto de parir. Y

como saben parir, saben también cómo han de mandar parir el

grano que siembran. Si son ellas las que siembran, la caña de

maíz da dos o tres mazorcas; la mata de yuca da dos o tres

canastos, y así se multiplica todo. Como nosotros no sabemos

410

parir, no sabemos ordenar que paran las matas; en cambio las

mujeres sí saben. Por eso son ellas las que siembran y no

nosotros. De suerte, padre, que cada uno a lo suyo…inclusive su

paternidad” (Idem. P. 240).

“Si ya la mujer se consideraba martirizada – y lo estaba – dentro

de la sociedad primitiva, con la irrupción de los conquistadores a

quienes inicialmente consideró dioses bajados del sol, se yergue y

lanza un alarido de protesta. “No queremos parir criados y criadas

para los advenedizos”. Es la actitud sexual de las indias de

muchas tribus durante la Conquista. Lo singular está en que, para

no engendrar seres inferiores, las indias se entregan

voluntariamente al blanco, deseosas de que su descendencia se

eleve en la escala social. O engendran con mestizos, con negros, y

mulatos. Pero no con indios, aunque con ellos convivían. Se

encuentra en Gumilla esta frase tremenda: “Por no parir criados y

criadas para los advenedizos, se resolvieron muchas a esterilizarse

con yerbas y bebidas que tomaron para su intento” (Idem P. 142).

En opinión de muchos entendidos, el mundo moderno, “carga” en

su avance, “como lastre”, si se mira hacia atrás con la perspectiva

de la modernidad, con los residuos de múltiples viejas costumbres

y culturas que modelan el carácter humano dentro de ambientes

sombríos, que le inspiran poco entusiasmo parea vivir y que

dificultan inmensamente su evolución. La gente hoy, en general,

no percibe cómo el peso de ese lastre deprime a quien lo lleva,

hasta el punto en que le plantea una verdadera desventaja en la

vida competitiva, tal como se plantea en la “selva social” en que

vivimos. “Aprender a vivir” significa para muchas personas entre

nosotros, en ese medio, aprender a mirar la oportunidad de

aprovecharse en bien propio de la inconsciencia del ignorante, del

desadaptado al agresivo mundo moderno. En este sentido las

viejas costumbres y culturas no son un lastre. Mejor, son una de

tantas “oportunidades” a aprovechar que existen, para explotar, en

beneficio propio, a como dé lugar, a quienes esas costumbres y

culturas caracterizan, como ocurre con muchas de nuestras

poblaciones campesinas, o bien, son abandona a su suerte.

411

. En la historia de las relaciones entre el Viejo y el Nuevo Mundo

ocurrió así. El Nuevo Mundo fue sacrificado, sin el menor reato

de consciencia, por el Viejo. Sin embargo, ni en el mundo actual

en el seno de las potencias de la vieja Europa puede decirse que el

mundo moderno haya logrado una transformación masiva de las

viejas maneras de comportarse, muy especialmente en los estratos

más populares de las ciudades y en los sectores más alejados del

campesinado. Y en la práctica, el proceso de modernización lo

desarrolla las elites gubernamentales, en casi todo el mundo, no

abriendo nuevas opciones, no abriendo nuevos espacios para que

la vida humana se difunda, se desarrolle, se actualice, se mueva,

sino imponiendo condiciones que les permite a estas, conducir a

los hombres a donde están particularmente interesadas que vallan.

Hoy, en el mundo globalizado, todos nos tenemos que mover bajo

las pautas que provengan de las “autoridades”, de hecho, de la

Economía, según sus propios intereses, según sus propias

valoraciones de los medios de intercambio, del valor económico

que le asignan a la vida humana, o aislarnos, retirarnos a nuestro

propio "geto", o simplemente perecer de inanición. En nuestro

mundo moderno “occidentalizado”, el alcohol y los

estupefacientes llenan el vacío de la autoestima perdida, de la

soledad, del abandono, del futuro incierto, imposible, poco

prometedor. Sirven para huir de la realidad, tal como es

experimentada. Tampoco es para todos un mundo feliz.

La vida de los estratos populares es igualmente sencilla y

semejante en su implementación en todo el Mundo. La técnica

moderna no ha transformado por completo y masivamente las

condiciones de vida reales de los diferentes pueblos. Por ejemplo,

pocas diferencias podrían mencionarse entre el tipo de vivienda

común en muchas aldeas de la región campesina europea del

Mediterráneo, por ejemplo, y su dotación de servicios de

abastecimiento de agua y luz, comparados con lo que encontró

Hernán Cortés en México, estableciendo, obviamente, las

diferencias básicas entre las respectivas costumbres, entre dos

mundos que se desarrollaron en condiciones de casi total

aislamiento el uno del otro, según entendemos. El pueblo de las

412

diferentes naciones europeas ha tenido que soportar el dominio

draconiano de la superestructura militar de la sociedad feudal, el

peso de sus conflictos, a costa de su miseria, de su8 vida, de la

misma manera que los pueblos de las naciones americanas

tuvieron que soportar, aún sin ser completamente conscientes de

ello, la carga impuesta por una superestructura imperial fundada

en una tradición de dominación de origen religioso.

Esos episodios puntuales de la vida en la base popular de nuestras

naciones, solamente nos muestra cuán inmensa es la labor que

falta para alcanzar un nivel de vida razonablemente feliz. Hay

motivos muy antiguos y hay otros que se van generando en

nuestro mundo actual, y cuyo inventario puede ser la base de una

política de recuperación del nivel de vida del ser humano.

16.4.0 HACIA LA BÚSQUEDA

DE UN SINCRETISMO CULTURAL

La tarea de generar un nuevo proceso de cultura, no puede tener

nunca el sentido de un enterrar en el olvido las viejas raíces sobre

las que se soporta la realidad actual. Es precisamente sembrar y

hacer crecer el “árbol” de una cultura más universal sustentado en

todas aquellas “raíces” que estén dispuestas a brindarle a ese árbol

nutrición física y espiritual.

La autosuficiencia de la especie humana, como una realidad del

individuo o de pequeñas comunidades, tal vez de familias

extensas, no se da sino en tiempos muy tempranos de la

prehistoria. La sola consideración de las diferencias entre los

géneros masculino y femenino da testimonio muy claro de que

esa autosuficiencia es una fantasía. La fuerza de la unión de la

pareja humana va pareja con la diferenciación entre los géneros y

sin sus diferencias orgánicas es imposible la procreación y

perpetuación de la Especie. Las diferencias plantean, pues, la

razón de ser de la complementación. De la misma manera que los

caracteres de los géneros se han diversificado para permitir la

supervivencia de la Especie, la especialización del trabajo, tiene

un propósito: Mejorar la aplicación de los recursos disponibles,

413

particularmente, las habilidades desarrolladas para el trabajo por

las distintas personas, según los propósitos de su labor y los

recursos a utilizar por las distintas asociaciones o comunidades de

personas que los transforman. Tenemos formas tradicionales de

especialización del trabajo, algunas de ellas poco equitativas.

Si alguien busca lograr cierta autosuficiencia en su propia vida,

esa búsqueda puede conducir, ya al convencimiento de que es

necesaria la asociación con otros, para lograr objetivos que en

forma solitaria pueden ser difíciles de obtener; o ya a la urgencia

de alcanzar el Poder para dominar a los posibles competidores e

imponer la voluntad, reducirlos y tomar sus opciones para sí o

ponerlos a trabajar para el propio beneficio. El desarrollo de las

pequeñas comunidades y de infinidad de empresas colectivas, se

han formado siguiendo el primer patrón. Muchas naciones y

muchos pueblos han perdido su autonomía y su libertad bajo la

ambición de hombres poderosos u organizaciones imperiales que

han extendido su dominio tradicionalmente en el mundo, según el

segundo patrón. En gran parte, la transformación del mundo hacia

formas más justa de especialización del trabajo y de asociación,

podría tener, por uno de sus motivos, la búsqueda de grandes

economías en el costo del aprovechamiento de los recursos

naturales o su mejor distribución entre la población. La búsqueda

de un sincretismo cultural, como expresión de la voluntad integral

de ciertas poblaciones puede ser el propósito consciente de la

Cultura, lo cual puede conducir a un nuevo estadio de

civilización.

En las áreas que trataremos luego, nos proponemos mostrar, no

solamente la posibilidad de semejante objetivo, sino que la

humanidad, en su totalidad, se encuentra integrada en el seno de

todo un sistema económico natural, formando parte de la Vida, en

su conjunto, quiéralo o no, sea o no consciente de su situación y

que sus posibilidades reales de supervivencia dependen de cómo

aproveche las oportunidades vitales que ese sistema le provea.

Vale decir, que, una de las aplicaciones más feliz de las

concepciones religiosas de todos los pueblos del mundo, desde los

más antiguos, no es más que la interpretación de esas opciones de

414

vida para aprovecharlas de la mejor manera posible. Esas

concepciones representan una aproximación muy aceptable del

marco natural donde debieron desarrollarse la mayoría de las

culturas antiguas, obviamente, con la consideración, en términos

míticos, de las “fuerzas naturales” que apoyaban o amenazaban su

gestión vital. Frente a esa visión, que se puede apoyar y

desarrollar sólidamente con la ayuda complementaria del

pensamiento científico, podemos colocar la visión económica

“globalizadora” y el orden que quieren implantar, a presión,

ciertas autoridades financieras mundiales, como las únicas

opciones con que cuenta el género humano para salir de la

pobreza.

No olvidemos que la Economía Clásica, no es, en el fondo, más

que un modelo conceptual que describe el universo simbólico,

dentro del cual la humanidad ha estado acostumbrada

tradicionalmente a entender la riqueza, la pobreza y todo aquello

que en materia económica a ellas se refiere. Ambas nociones

tienen sus símbolos propios. El oro es el más antiguo; su posesión

o su carencia hasta hace muy pocos años marcaba la diferencia

entre la posesión de fortuna y la pobreza. Hoy día los símbolos

que representan la riqueza han variado mucho; y en el comercio,

en todos los tiempos, y en todas las regiones, multitud de signos

de la riqueza fueron usados como medios de pago en el comercio,

porque facilitaban las posibilidades del trueque. Un carro último

modelo, una casa lujosa, una vida de viajes y lujos dice de la

riqueza de sus protagonistas. En tiempos antiguos se usaba la sal

como moneda, entre los chibchas hemos visto que se usaban las

mantas, entre otras cosas. Entre los Aztecas se usaban las frutas

de cacao, de las cuales se elaboraba el chocolate, que era la

bebida de los reyes. Hoy el papel moneda, el “dinero plástico”,

cumplen la misión de expresar el valor del dinero, de medir la

cuantía de las fortunas, de los capitales; la tierra productiva, la

propiedad raíz representan también simbólicamente la riqueza que

se posee, etc.

Pero además hay algo que es preciso tener en cuenta: El valor

económico del patrimonio de aquellos bienes, como medios de

415

vida, de que dispone el ser humano, está relacionado íntimamente

en la sociedad moderna, con la operabilidad de la sociedad

humana en términos de obtener los recursos naturales,

transformarlos y distribuirlos entre los hombres equitativamente,

para que todos, en conjunto e individualmente puedan

beneficiarse de sus servicios. La demanda de ellos transformados

ya en bienes de consumo, en medios de vida, mueve, obviamente

a la sociedad entera, representa el “motor” que mueve aquella

máquina inmensa de la Industria Humana. Esa función económica

de la Sociedad Humana, no se cumple, hoy, con eficacia y su

manipulación genera inmensos problemas de pobreza, y hoy,

también, muchos otros derivados de la posesión de demasiada

riqueza. Entre ellas están el derroche de la misma, la generación

de hábitos insanos de vida, que conducen a problemas como el

sobrepeso, la obesidad, que afectan a cantidad creciente y tal de

seres humanos, que llega ya a constituirse, junto al Hambre, a los

estupefacientes, y el alcohol, en un verdadero problema de salud

pública global, en una grave amenaza para la supervivencia de la

Especie.

El hacer posible la tarea de demostrar convincentemente la

realidad del marco, dentro del cual se mueve efectivamente la

economía humana, ese sí, un marco muy próximo a la realidad,

corresponde a la Ciencia, a la Técnica, Ingeniería, pero para que

pueda hacerlo eficazmente, tienen que trabajar integrada con las

diferentes disciplinas humanas en forma mancomunada.

La Realidad es, que la Sociedad Humana es, objetivamente, parte

estructural de todo un sistema de relaciones simbióticas entre

seres que dependen mutuamente de las fuentes de vida, de que

disponen, que, además, les permiten moverse, en todos los

sentidos. Esa fuente de vida es la energía. La Sociedad Humana,

considerada desde este punto de vista, representa, entre muchas

otras cosas, el elemento mecánico que le permite a los seres

humanos, individualmente o colectivamente considerados, su

implante feliz en el Medio.

416

El ser humano como todos los demás seres vivos, es un ser social.

Sus posibilidades de supervivencia dependen de que entienda esto

correctamente. Realmente no es un ser autosuficiente, como ha

aprendido a sentirse en nuestro mundo de “libres albedríos”, de

libertades absolutas, de procesos sociales turbulentos, de

aislamientos psicológicos, que conducen a un sentimiento de

soledad y a enfermedades mentales como la esquizofrenia y la

paranoia. El hombre occidental, con su carácter individualista

formado a partir de la Revolución Francesa en el seno de la

sociedad burguesa, si percibe en su vida real que no es

autosuficiente, se siente inseguro, dependiente, y lucha por la

posesión individual de los medios que, considera, “garanticen su

existencia”. Quizás, la presentación adecuada de las razones por

las cuales, él mismo, como persona, debe cuidar su entorno social,

debe respetar las condiciones éticas que hacen posible ese orden,

entienda que vale la pena, por su propia seguridad, cambiar de

actitud.