IRENE RAMÍREZ ONTIVEROS

El concepto de estas fotografías es mostrar la llamada “zona de confort”, y como todos

deberíamos aprender a salir de ella y enfrentarnos al mundo real.

La “zona de confort” está compuesta por todas aquellas cosas que agradan a una persona y a

las que termina acostumbrándose; lo que provoca que no quiera probar nada nuevo ni

enfrentarse a cosas que desconoce. La persona se vuelve “cómoda” e incluso desarrolla un

miedo a lo desconocido.

En este proyecto se representa a la “zona de confort” como la zona central de cada fotografía,

con diferentes elementos como el sillón, la manta, la lámpara, el jersey y los calcetines,

además de las zapatillas; que representan algo que siempre vas a tener a tu lado, a mano,

como en este caso, para no pisar la tierra. Así como el mundo exterior se representa como el

bosque que hay alrededor, con plantas secas y caminos llenos de baches, ya que la vida es

bella, pero a la vez complicada.

En las primeras tres fotografías, el aspecto de la modelo es más aniñado, más cómodo; esto

representa la inocencia, el cómo cuando somos más jóvenes se nos dan todas las comodidades

y facilidades posibles. Y la tercera fotografía representa el primer contacto con el mundo

exterior.

En las tres siguientes fotografías se presenta a la modelo con un aspecto mucho más maduro,

sofisticado. Esto representa cómo después de que haya salido al mundo exterior, ha visto de lo

que es capaz el entorno hostil que hay a su alrededor y le ha hecho volverse más astuta, más

inteligente.

Sin embargo, también comprobamos que vuelve a estar en su “zona de confort” pues, a pesar

de lo mucho que maduremos y crezcamos, cuando nos hacen daño y sufrimos de verdad,

todos necesitamos tener nuestro propio espacio al que volver, en el que encontrarnos

cómodos, un lugar en el que nos sentimos como en casa y podemos ser nosotros mismos y

expresarnos sin miedo a ser juzgados.

Finalmente, una vez que nos sentimos preparados, hemos de salir de nuestra zona de confort y

volver a enfrentarnos al mundo exterior, seguir experimentando y descubriendo, porque al fin

y al cabo nunca maduramos del todo.