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El día estaba demasiado soleado para aquella temprana primavera. Hacía arder todas las miradas, y aquellos rayos de calor transmitían energía de sobra a las jugadoras del partido de semifinal de Roller Derby. Casi todos ya habían ocupado sus asientos. Las gradas eran impresionantes, y estaban repletas de gente. Era uno de los grandes acontecimientos del año. Las competiciones deportivas siempre habían sido algo sagrado en todos los institutos, y más si los equipos son femeninos, ya que así, los tíos aprovecharían para ver cómo una panda de zorras se daban empujones con tal de que la jugadora de su equipo adelante a las del equipo contrario. Diana se colocaba los patines con aquel pesimismo en la mente. Ya veía cómo algunos fichaban a las que más dejaban ver lo que escondían por debajo de sus ajustadas camisetas de tirantes. Asquerosas. Sólo tenía que aguantar poco más de una hora y el partido habría acabado. Con suerte, incluso podría quedarse sentada en el banquillo. Contemplaba a toda esa gente que había asistido al partido. Algunos incluso se habían molestado en hacer pancartas, otros mientras decían tacos en voz alta, y los más salidos se limitaban tan sólo a silbarle a las más resultonas. A Diana le hizo gracia ver cómo los más pequeños del instituto los imitaban. “Menos mal. Por lo menos, a mí no me dicen nada…” pensaba de forma algo hipócrita, ya que sabía que nadie se daría ni la más mínima cuenta de que ella estaba allí, y si por lo que fuera perdía su equipo, gran parte de la culpa iría para ella. Pero debía aguantarse. Ése era el deporte que había elegido para no suspender el trimestre y a ese deporte había que jugar. Su profesor de educación física las estaría mirando a todas, así que, por lo menos, debía fingir un mínimo de interés. -Bueno, Arturo. ¿Tú por quién apuestas? -¡Tss! ¿Pues por quién va a ser? ¡Por las de nuestro equipo! Venga, apunta. -Vale, Arturo cincuenta…ganamos-Pablo decía en voz alta lo que apuntaba en su libreta de apuestas- ¿Y tú, Alberto, por quién vas a apostar? -Uuuuh…chungo. Ya me dejaste seco la otra vez, no estoy para apuestas. No tengo ni un céntimo. -¿No? ¿Seguro? Que como aciertes te llevas un pastón. -Qué va. No puedo. No tengo nada que apostar, así que… -¿Y los profes? ¿Quieren apostar?-preguntaba a los adultos sentados en

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El día estaba demasiado soleado para aquella temprana primavera. Hacía arder todas las miradas, y aquellos rayos de calor transmitían energía de sobra a las jugadoras del partido de semifinal de Roller Derby.

Casi todos ya habían ocupado sus asientos. Las gradas eran impresionantes, y estaban repletas de gente. Era uno de los grandes acontecimientos del año. Las competiciones deportivas siempre habían sido algo sagrado en todos los institutos, y más si los equipos son femeninos, ya que así, los tíos aprovecharían para ver cómo una panda de zorras se daban empujones con tal de que la jugadora de su equipo adelante a las del equipo contrario.

Diana se colocaba los patines con aquel pesimismo en la mente. Ya veía cómo algunos fichaban a las que más dejaban ver lo que escondían por debajo de sus ajustadas camisetas de tirantes. Asquerosas. Sólo tenía que aguantar poco más de una hora y el partido habría acabado. Con suerte, incluso podría quedarse sentada en el banquillo.

Contemplaba a toda esa gente que había asistido al partido. Algunos incluso se habían molestado en hacer pancartas, otros mientras decían tacos en voz alta, y los más salidos se limitaban tan sólo a silbarle a las más resultonas. A Diana le hizo gracia ver cómo los más pequeños del instituto los imitaban. 

“Menos mal. Por lo menos, a mí no me dicen nada…” pensaba de forma algo hipócrita, ya que sabía que nadie se daría ni la más mínima cuenta de que ella estaba allí, y si por lo que fuera perdía su equipo, gran parte de la culpa iría para ella. Pero debía aguantarse. Ése era el deporte que había elegido para no suspender el trimestre y a ese deporte había que jugar. Su profesor de educación física las estaría mirando a todas, así que, por lo menos, debía fingir un mínimo de interés.

-Bueno, Arturo. ¿Tú por quién apuestas?-¡Tss! ¿Pues por quién va a ser? ¡Por las de nuestro equipo! Venga, apunta.-Vale, Arturo cincuenta…ganamos-Pablo decía en voz alta lo que apuntaba en su libreta de apuestas- ¿Y tú, Alberto, por quién vas a apostar?-Uuuuh…chungo. Ya me dejaste seco la otra vez, no estoy para apuestas. No tengo ni un céntimo.-¿No? ¿Seguro? Que como aciertes te llevas un pastón.-Qué va. No puedo. No tengo nada que apostar, así que…-¿Y los profes? ¿Quieren apostar?-preguntaba a los adultos sentados en la fila de adelante, que los miraban con cara divertida.-Oye, ¿Sabéis que se supone que debemos poneros un parte si os pillamos haciendo apuestas?-¿Qué? Bah, pero si sólo apostamos chuches.-Sí, venga. ¿Y ese cincuenta de qué es? Porque eso a mí más bien me suena a dinero.-Claro. Cincuenta céntimos en chuches.

Ambos mantenían las apariencias, y sabían que el otro mentía. Pablo no se arriesgaría nunca a dejar participar en una apuesta a algún profesor suyo, y su profesor de matemáticas, simplemente, no tenía ganas de meterse en las complicaciones de los jóvenes de hoy en día. Ya no son de la vieja escuela de hacía treinta años. Ahora que ya tenía cincuentaicinco, las cosas han cambiado demasiado.

-Mmmm…no, déjalo. Hoy no vengo con ganas. Cuando sea la final, si ganamos, sí que apostaré alguna que otra golosina. O tal vez algún parte que te puedas ahorrar, no sé…-Jajaja, ojalá, profe, ojalá. Y tú, ¿Daniel? ¿No te apuestas nada con nosotros?-¿Yo? ¿Apostarme algo contigo? ¿Pero tú me ves a mí que me llegue el sueldo para apuestas?

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Además, que de ti yo no me fío un pelo.-Bueno, bueno. Ya está profe, como tú quieras.-Anda, tira. Que lo que deberías estar haciendo ahora mismo es estudiar el examen de recuperación de mañana, que todavía no sé que ponerte, y como me enfades, te pregunto lo más difícil que haya.-¿Y tú, profe? ¿No deberías estar haciendo el examen ahora?Daniel se giró y miró a Pablo con cara interrogante, mientras Pablo se encogía de hombros, en señal de evidencia. Si él le vacilaba a Pablo, Pablo le vacilaba a él.-Oye, no me cabrees que te pongo el examen difícil.-No, no. Profe, no te cabreo. Además, si yo he estudiado.-Sí, sí, ya. Eso espero.

El profesor de matemáticas se reía de aquella situación. Profesor contra alumno. Aquel espectáculo podía ser mejor que incluso el partido que iban a ver. Y no lo vería, de no ser porque justo después tenía un claustro y todos comentarían sobre el juego.

Daniel estaba sentado a su lado. Aquel joven de veintitantos parecía algo aburrido mirando cómo las chicas se daban ánimos y paveaban entre ellas, entre risas nerviosas y chillonas, preparándose para jugar. Pero, en cierto modo, le gustaba el deporte, y no se perdería uno de los acontecimientos más importantes del instituto, así que…

-¿No tienes ganas de estar aquí?-¿Qué?-preguntó Dani, después de haber despertado de un estado de semiinconsciencia.-¿Que si quieres irte ya?-¿Yo? ¡Qué va! ¡Pero si ni siquiera ha empezado el partido!-Hombre, es que como te veía que estabas a punto de caerte del sueño…-Antonio-dijo mirándolo a los ojos-, nadie puede dormirse con el chillido de todas esas niñas a la vez. Es para volverse loco.-Sí, en cierto modo sí. Y además, parece que anima a la gente-dijo señalando al grupo de chicos que silbaban y decían alguna que otra cochinada.-Sí, no hay duda.-Creo que todos están fijándose en aquella rubia de ahí. Creo que tú la tienes en la clase. ¿Cómo se llama?-¿Quién?

Antonio le señaló aquella chica de pelo rubio largo con la camiseta rosa fucsia de su equipo y los pantalones cortos negros-uniforme del equipo-. Sabía perfectamente de quién se trataba. Podía considerarse que Anna era una de las niñas más guapas del instituto. En realidad, incluso podía ser una de las chicas más hermosas que había visto en su vida. Su melena larga y dorada brillaba intensamente con los rallos del sol, y sus pequeños ojos verdes aparentaban mostrar una inmensa e inocente alegría, acompañada de esos tiernos labios finos y esa nariz pequeñita. Sí, parecía un ángel perfecto, pero casi todos desconocían de la cruel persona que se escondía detrás de ese rostro angelical. Daniel casi la había pillado en un par de ocasiones haciendo de las suyas, y seguía dudando si su apariencia era realmente tan simpática como lo era su personalidad.

-Ah, sí, esa. Se llama Anna. Es una estudiante de intercambio, pero lleva aquí un par de años. Viene de Nueva York.-Oh, Nueva York. Bonito sitio. Es una chica exótica.-Sí, exótica…

Daniel veía a unas pocas alumnas suyas jugando en el campo. Tan sólo estaban Anna, Alicia, Blanca y Diana, que torpemente se acercaba a sus compañeras de equipo, reunidas pensando

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qué hacer.

Se hizo un hueco como pudo, fingiendo oír todo lo que decía Blanca-que era capitana del equipo- para que la gente no comenzara a etiquetarla como mala jugadora, pero era difícil actuar, ya que todas las jugadoras les daban la espalda. Seguramente habrían hablado mal de ella sus compañeras de clase y la fama se habría propagado entre las jugadoras. También todas aquellas humillaciones que les hacían, todos esos comentarios y rumores falsos, todo…seguro que ya se lo habían tragado. Y de no ser porque…“BAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAM”La bocina dio comienzo al partido, y fin a los pensamientos de Diana. Hora de comenzar.

Las jugadoras de los dos equipos se disponían a colocarse. Equipo rosa contra equipo azul. Casa contra visitantes. Fieras contra fieras. Todas tenían muy claro que ninguna va a cortarse a la hora de dar empujones.

Miradas furtivas entre las jugadoras. Todas sabían lo que tenían que hacer. Diana fingía estar igual, aunque en el fondo estuviera sumida en su mundo, y pensando que debía tocar lo menos posible al equipo contrario, o si no, la cosa no saldría muy bien.Suena el silbato. Empieza el partido.

Todas las chicas empezaron a dar vueltas por el patio, intentando adelantarse y hacer que la jugadora jammer pasara al campo del equipo contrario para conseguir puntos.La cosa comenzó tranquila. El público, ansioso, gritaba para que empezara a pasar lo que ella más temía. La parte del juego que ella más odiaba. Dios, cómo odiaba ese maldito juego. De no ser porque estaba a punto de suspender educación física…

-¡Ah! ¡Joder!

El primer empujón se lo había llevado ella. Por despistada. Debía estar más atenta, ahora que los golpes y puñetazos empezarían a abundar. Por suerte, no se había llegado a caer.Otra chica volvía a acercarse a ella para echarla del campo, pero esta vez consiguió esquivarla. No la llegó a empujar, pero sabía que en algún momento debería hacerlo. Era norma del juego, y eso lo evaluaría el profesor.

Blanca estaba junto a Anna, apartándole toda la gente que le impedía pasar al otro equipo a base de codazos y golpes. Se suponía que los codazos estaban prohibidos, pero con la mierda de árbitro que tenían en su instituto –su profesor de Educación Física-, no se podía pedir más, pensaba Diana.

Un último esfuerzo por parte de una de las jugadoras del equipo contrario bastó para tirar al suelo a Anna justo antes de que consiguieran ventaja en el partido. Diana echó un vistazo a su profesor de educación física, Javier, que la miraba algo serio, haciéndole ver que debía participar más. “Venga, algo habrá que hacer” pensó.

De nuevo, patinando en círculos por el patio. Ese amplio patio, limitado por muros y verjas afiladas de las que nadie se preocupaba. El día que algún niño pequeño se hiciera daño con ellas, lo lamentarían.

Las gradas, sumidas en el juego, estaban ya más que satisfechas por haber podido presenciar los primeros empujones del partido. Los jóvenes gritaban eufóricos, deseosos de ver más, y los profesores, aterrorizados por la violencia tan grande que había entre las jugadoras, miraban a Javier con cara de “¿Pero qué narices le enseñas a tus alumnas?”.

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Daniel, algo atemorizado por que alguna saliera herida de allí, se divertía en cierto modo. En realidad hacía gracia ver cómo sus alumnas demostraban al público que pueden ser violentas y bruscas como los chicos, y no les da miedo el deporte. Cada una a su manera, alguna más agresiva que otra. Sobre todo por Diana, que parecía algo perdida en el partido. Daniel la miraba sonriente, dándose cuenta de la inocencia que mostraba, y lo inofensiva que se mostraba ante las jugadoras. Notaba cómo evitaba hacerle daño a alguien, y cómo perdía de vez en cuando el equilibrio con los patines, aunque fingiera saber lo que estaba haciendo. 

La miraba de forma tierna. Aquella chica le transmitía algo. Tenía algo distinto, algo desconocido, que era fácilmente visible nada más mirarla a los ojos, nada más hablar con ella. No sabía que era. Una mezcla entre inocencia y madurez, que la hacía resaltar entre todos sus compañeros. En realidad, ni siquiera pasaba tiempo con ellos. Ni siquiera la veía con ellos en el recreo. Eso lo desconcertaba. Ahora que habían cerrado la biblioteca, no había forma de encontrarla en el patio.

Otro empujón apartó a Diana del campo. Esta vez consiguió tirarla al suelo. Pero no bastó para evitar que el equipo rosa consiguiera de una vez por todas el primer punto.-¡Bien!- gritó Antonio, levantándose de su asiento.Alberto, Pablo y Arturo también se levantaron, gritando y dando palmas, al contrario que Daniel, que seguía sentado, con los ojos muy abiertos y asustado al ver lo que le habían hecho a Diana.

-¡Genial! ¡Ya vamos ganando!- comentaba Antonio mientras se sentaba.

Daniel seguía con la mirada fija en Diana, asustado, intentando controlarse para no salir corriendo a levantarla.

-Em…Daniel… ¿Es que estás de parte del otro equipo?-¿Perdona? ¿Qué has dicho?-respondió después de volver de sus pensamientos.-No pareces muy contento.-Ya…es que he visto que habían tirado a una de las de nuestro equipo y me he…asustado.-¿Asustarse por qué? ¡Llevamos ventaja!-Sí, ya…es que algunas son alumnas mías, y no estoy acostumbrado a ver cómo se hacen daño unas a otras.-Anda, déjalo. Están acostumbradas a eso. Total, lo practican siempre en Educación Física, seguro que ya han aprendido a no hacerse moratones.

En ese momento, Daniel imaginó cómo sería la situación de sus alumnos, desesperados, cayéndose al suelo cada vez que tienen esa clase, con tal de conseguir un maldito aprobado.

-¿De qué te ríes?- le preguntó Antonio.-¿Qué? Ah, nada, nada. Es que me compadezco por todos los moratones por los que tienen que pasar para no catear.

Antonio se rió con él, y a continuación siguieron viendo el partido, que comenzaba a volverse algo aburrido. Las jugadoras no hacían más que dar vueltas, y vueltas, y vueltas…Diana empezó a tranquilizarse. De momento no había ninguna jugadora dispuesta a partirle un hueso. Iba tranquila, sin preocupaciones, contemplando la multitud, en la cual se encontraba Javier, mirándola con cara de enfado, haciéndole saber que debía pasar ya a la acción. Unos segundos más pasaron hasta que se escuchó a alguien decir en la grada “¡¡MATAROS YA!!”. En ese instante, Diana empujó a la jugadora que tenía al lado-inconscientemente, por inercia, por alguna fuerza que la impulsó a que lo hiciera, o por qué sabía ella-, y sin darse cuenta, su

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equipo volvió a conseguir otro punto. Todo el público se puso en pie, y ella se sentía algo perdida. ¿Qué había pasado? ¿Habían ganado otra vez? ¿Gracias a ella? ¿De verdad? La cara de su profesor de Educación Física y su mano levantando el pulgar se lo confirmaron. Había conseguido que su equipo ganase un punto. Diana sintió algo que le recorrió todo el cuerpo. Una especie de motivación que le daba fuerzas, algo que daba permiso para soltarse y tener la seguridad en sí misma que tanto le faltaba.

Las jugadoras volvieron a ponerse en posición. Esta vez, Diana notaba que las jugadoras del equipo azul iban a por ella, pero no le importaba. Todas volvieron a patinar en círculos, e inmediatamente una jugadora se le acercaba, dispuesta a echarla de una vez, pero ella fue capaz de esquivarla, consiguiendo que la chica de azul perdiera el equilibrio. Las gradas se iban animando, y Daniel se estaba sorprendiendo cada vez más y más. Jamás hubiera imaginado que Diana tuviera esa faceta “agresiva”. 

El equipo visitante comenzaba a jugar estratégicamente, y la jammer estaba a punto de cruzar el campo de las jugadoras de rosa. Anna se dirigió inmediatamente para echarla pero, sin ni siquiera ella darse cuenta, Diana se le adelantó y la tiró al suelo, consiguiendo que el equipo azul no consiguiera el primer punto que tanto buscaba.

La gente aplaudía y chillaba, y algunos que otros repetían su nombre. Diana se sonrojaba un poco, pero en el fondo le gustaba, y le hacía sentirse feliz. ¿Cuánto hacía que nadie confiaba en ella?

Anna, al ver esa situación, sintió una gran rabia por dentro. ¿Desde cuándo la animaban a ella? Esa niña era una friki gilipollas, ¿Por qué la gente estaba a su favor? ¡Si era una inútil! ¡Ella lo hubiera hecho mejor! pensó Anna.

Daniel gritaba junto a la multitud el nombre de Diana, entusiasmado. Lo estaba haciendo realmente bien, y le encantaba verla sonreír más que nunca. Era increíble, esa chica siempre conseguía sorprenderlo, y además, aquel uniforme le favorecía mucho. Aquellos pantalones negros cortos hacían resaltar sus largas, bronceadas y estilizadas piernas. Daniel comenzó a recorrerla con la mirada, y hubiera continuado con aquellos pensamientos, de no ser porque vio algo extraño en el partido. Mientras las jugadoras volvían a ponerse en posición, vio cómo Anna le decía algo en privado a Blanca y Alicia, sin contar con Diana. Qué raro. ¿Por qué no querrían que la jugadora de su equipo se enterara? Estaba en su equipo. ¿Qué problema había? ¿O a lo mejor les estaría contando algo que no tuviera que ver con el partido? No, no podía ser. No era el momento. ¿Qué sería? 

Las chicas volvieron a ponerse en posición, y Daniel lo dejó pasar, pero decidió no quitarle ojo de encima a las jugadoras.

-Oye, esa alumna tuya es bastante buena, ¿Eh?-¿Quién? ¿Diana?-Sí, esa, creo. Parecía que en realidad estaba de adorno al principio, no se la veía muy allá, pero oye, no ha sido así al parecer.-Sí, si la verdad, yo también estoy sorprendido. Veamos a ver qué pasa.

La cosa seguía igual. Las jugadoras no paraban de dibujar círculos, y los empujones, ligeritos, iban abundando.Diana estaba atenta, esperando a que Anna empezara a acercarse en el campo contrario, a ver a quién debía tirar al suelo esta vez. Pero no lo hacía. Era raro. ¿Qué narices estaba haciendo con Alicia y Blanca? Seguro que estarían haciendo una súper estrategia y no habrían contado con ella. Típico. Bueno, qué más daba. Ya había metido un par de leches, ya podía dormir

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tranquila.

Diana veía cómo el equipo contrario se metía en su campo. Inmediatamente, fue a por ellas, dejando su posición para atacar a las contrincantes.

Daniel tenía la mirada fija en el partido. Algo pasaba. Habían cambiado de estrategia o algo, pero no parecía mejorar la situación. Bah, seguramente serían cosas suyas. O tal vez no. ¿Por qué Alicia se había parado a hablar con Javier? ¿Qué narices estaba intentando decirle? Estaba haciendo el ridículo. Él no hacía más que pitarle con el silbato y decirle que siguiera en el juego. Aquello parecía divertir al público, pero a Daniel no le hacía ninguna gracia lo que hacía esa niña, y giró inmediatamente la vista a ver lo que hacían las demás jugadoras. Y en ese instante lo vio. Vio cómo Anna le dio un fuerte empujón con el codo a Diana en el costado, sacándola de la línea del campo y estrellándola contra las verjas que limitaban el patio.

-¡¡Aaaaaaah!!

De no ser por el grito frustrado de Diana, nadie hubiera posado sus ojos en ella y en su brazo herido, que se había hincado en las afiladas verjas.

Toda la grada se quedó asustada, murmurando y contemplando la situación tan trágica.

-¡Aaah! ¡Joder!

El árbitro, soplando el silbato, haciendo entender a las jugadoras que se detenía el partido, se acercó inmediatamente a ella.

-¿Qué te ha pasado? ¿Cómo ha sido eso?-¡Diana! ¿Te encuentras bien? ¿Dónde te han dado?Diana contempló a Anna ferozmente, intentando mostrarle la cara de mayor menosprecio al gesto hipócrita de Anna.Daniel reaccionó de inmediato y corriendo fue a socorrerla antes de que todos empezaran a colapsar la zona.-¿Sabes quién ha sido? Esto se nota que ha sido a conciencia, podríamos hasta ponerle una denuncia a la que te haya hecho esto.-¿Te ha hecho mucho daño? ¿Cómo ha sido?Anna, al escuchar la palabra “denuncia”, intentaba mantener las apariencias lo máximo posible y cambiar el tema de conversación.-¡Suéltame!-dijo Diana, apartándole el brazo de un tirón.

Daniel, haciéndose hueco en el grupo de gente que se encontraba allí, cogió fuertemente del brazo a Anna y la apartó para que se alejara de Diana y lo dejara verla.

-¡Aaah! ¡Profe, me has hecho daño!-Pues más cuidadito la próxima vez-le dijo sin ni siquiera mirarla a la cara.-Diana, dime ¿Quién ha sido?- Javier insistía, pero Diana parecía demasiado aturdida para responder. Todo le daba vueltas, y el dolor la mareaba. Daniel lo notaba, y decidió actuar.-Javier, yo me la llevo a la enfermería, no te preocupes.-Bien. Vamos a ponerla de pie, a ver si puede al menos caminar.

Javier le quitó los patines y, entre los dos, intentaron levantarla, pero en cuanto apoyaba el pie derecho, volvía a quejarse.

-Parece que se ha torcido el tobillo. Mejor me la llevo en brazos, ya te contaré.

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-Vale. Nosotros continuamos con el partido. Ven en cuanto termines.

Daniel la tomó en brazos y, recorriendo el patio a paso rápido, la llevó al pequeño cuarto que había cerca del patio. Abrió la puerta como pudo y la cerró con el pie. La dirigió con cuidado a la camilla, separándose lentamente de ella, ya que, en cierto modo, le gustaba tenerla en sus manos. Diana estaba semiinconsciente. Casi no sabía dónde se encontraba. El dolor seguía siendo muy fuerte, y tenía la mirada algo perdida.

-Diana, Diana… ¿Me escuchas? ¿Estás ahí?-decía intentando hacer que no se durmiera, sentándola en la camilla y acariciándole su rostro delicadamente.

-¿…qué?-dijo medio dormida, abriendo poco a poco los ojos al oír su voz.

De repente, la dulce sonrisa de Daniel la trajo de vuelta a la Tierra, a pesar del dolor que seguía sintiendo en su brazo dañado, que tenía alambres clavados que la hacían sangrar.

-¡Dios! ¡Cómo me alegro de que sigas viva! –le dijo él mientras le daba un intenso abrazo.-¡Aaaah-aaah! ¡Joder! ¡Mi brazo!-Ay, perdona, lo siento.

En ese momento, los dos se separaron, y mientras Daniel preparaba las cosas del botiquín, ella giraba la mirada hacia otro lado que no fuera el brazo. No quería ni ver lo que le había hecho esa mala pécora. Ni quería mirar a los ojos a Daniel. Ya había pasado tiempo desde que hablaron del tema, la cosa no quedó en nada, y en nada quedó. ¿Fue tonta? Claro que sí, siempre toma la peor decisión. Ya lo sabía. No dejó las cosas claras, y eso no estaba bien. Podría haber dicho que sí. ¿Y poner en peligro su vida y la de él? Ni hablar. Aunque seguía viendo algo en él. Algo…tan intenso…contra lo que debía luchar, igualmente. De todas formas, seguro que él ya no sentiría nada por ella. No. Sería una cosa pasajera, quién sabe si a lo mejor le dijo todo eso para reírse de ella, como todos los demás…

-¿De acuerdo?-¿Qué?-Que si de acuerdo-¿Qué si de acuerdo qué?- seguía replicando Diana a la preguntita de Daniel.-Que si de acuerdo a lo que te he dicho antes.-¿Me has dicho algo antes?

Daniel arqueó una ceja, y Diana agachó la cabeza, algo avergonzada.

-Perdóname, no era mi intención no escucharte. No quería pasar de ti, en serio. Es que estoy muy mareada por todo, y el brazo me duele y…

-Ey, ey, ¿A qué viene eso?-¿Eso qué?-¿Qué?-¿Qué de qué?

Los dos rieron en ese momento. La tensión entre los dos se iba alejando a gran velocidad, por suerte. A pesar de todas las dificultades y dudas, seguían echándose de menos. 

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"...pero la vida continúa. El tiempo no se detiene, y aunque sea imposible, debemos ser más rápido que él. La hermosura de estar seguro de estar sintiendo cada segundo de la manera más intensa, y darse cuenta de la fugacidad de los instantes. Vive el día de hoy, porque es más tarde de lo que crees."

"Ya está. Otro ensayo para mi libro." pensaba Daniel mientras guardaba su nueva obra del día en su desordenada carpeta. Unos últimos segundos para asegurarse de que no se le ha perdido nada durante el tiempo que ha estado junto a ese riachuelo reflexionando sobre las cosas más simples de la vida. Pero él era así. Hacer un mundo de un granito de arena, sacar conclusiones y atravesar millones de ideas y miedos para estar seguro de ellas.

Cogió su mochila y se fue de allí con una sonrisa, pensando que ése había sido el mejor momento del día. ¿Cuál sería el siguiente lugar que elegiría para inspirarse? ¿Un parque? ¿La montaña? ¿O simplemente el dormitorio de su casa?

Que fuera lo que fuese. Las cosas inesperadas son las que le daban chispa a la vida, según él.

Caminaba con los auriculares puestos, escuchando la canción "I'm yours", de Jason Mraz. Natural, sencilla, como él, como la vida misma. En realidad se sentía afortunado de todo lo que tenía. Asumía que los problemas eran parte de la vida, como debía ser. Resolverlos es la mejor manera de hacerse fuerte y evolucionar.

Por fin había llegado a casa. Se dispuso a desconectar la música mientras atravesaba la puerta. Allí sabía quién lo esperaba. No estaba en el sofá. Qué raro. ¿Estaría en el jardín?

Sí, exacto. Ahí estaba. Disfrutando del dulce aroma de las lavandas que habían cultivado. Daniel la miraba con dulzura. Ojalá no estuvieran las cosas como están ahora, y esa persona a la que estaba mirando no se alejara nunca de su lado, pero sabía que ese día tendría que llegar en poco tiempo, y lo mejor era asegurarse de que la mujer que le dio la vida pasara sus últimos años lo más feliz posible.

- ¿Qué tal te ha ido en el río?-dijo su madre sin ni siquiera darse la vuelta.Daniel se sorprendió.- ¿Cómo sabías que estaba en el río?- Soy más lista de lo que crees. Y también que llevas las botas mojadas.- ¡Pero si ni siquiera las has mirado!- Claro que sí.-se giró dedicándole una sonrisa.Daniel se acercó y le dio un beso en la mejilla. Pícara e inteligente, como siempre fue.- ¿Te has tomado la pastilla?-le recordó Daniel.- Sabes que sí.- Sólo quería asegurarme.- Y haces bien.-le mostró otra sonrisa.Estaban muy unidos. Daniel siempre tuvo claro que la familia era lo único que no te dejaría tirado. Las demás personas vienen y van en tu vida. Por eso hay que aprender a conservarla.- ¿Vas a enseñarme después lo que has escrito?- Sí, enseguida te lo traigo. Déjame llevar mis cosas arriba.- Bien, yo estaré en el salón.A la madre de Daniel le costaba andar, pero luchaba por seguir manteniéndose lo más fuerte posible.

Daniel subió corriendo las escaleras a dejar su mochila en su cuarto. Sacó su carpeta y cogió el nuevo relato que había escrito. Miró a su alrededor y se fijó en su escritorio. De repente vio el reflejo de un joven estudiando con desganas ese maldito examen de la Revolución Industrial

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que tanto le costó aprobar. Suponía que a lo mejor por eso le daba lo mismo que sus alumnos se durmieran en frente de sus narices en mitad de sus explicaciones de historia. Lo sabía. Lo había vivido. Él también había sido víctima de su propia asignatura. La que, muchos años después, acabó impartiendo. 

Menuda situación. Se imagina cómo hubiera reaccionado el Daniel de quince años si le mostraran su futuro.

Bajó con la hoja en la mano cuando se dio cuenta de que su madre estaba dormida en el sillón. No roncaba. Siempre fue muy silenciosa.

Volvió a su cuarto a guardar su escrito y a continuación salió a la calle. Caminaba por las aceras buscando el bar de siempre. Era poco probable que allí estuvieran sus colegas de toda la vida, pero no perdía nada por probar.

Sus amigos...aquéllos que también consideraba familia...

Un día espléndido hacía. No le venía nada mal despejarse un poco después de tanto lío en el trabajo.

Ahora que lo pensaba, todavía no había vuelto a hablar con Diana después de...

Debía afrontarlo de la mejor manera posible, pero en realidad se moría de ganas por saber lo que en realidad pensaba ella de él, aunque él nunca lo manifestase. Jamás se mostraba suplicante hacia algo, o alguien.

"Lo sabía, si nunca quedamos los jueves." pensó al no ver a nadie conocido en el bar. Bueno, el camarero sí, algo lo conocía. Bastante amable era, la verdad. Lo veía ocupado, lo saludaría después.

Se sentó en una de las mesas que había fuera, y enseguida un camarero desconocido lo atendió. Una cerveza. Nada más. No tenía ganas de picar.

Diana...Diana...Quién iba a pensarlo, fijarse en una chiquilla de dieciséis añitos. ¿Cuántos años le saca? ¿Diecinueve? ¿Tanto?

Buff, demasiado, pero...

...había algo en ella que lo atraía. No sabía exactamente, pero le encantaba ese algo, fuese lo que fuese.

El camarero interrumpe en sus pensamientos con la cerveza. En realidad ya no tiene tantas ganas. Está tan sumido en sus preocupaciones que ni se acordaba ya de por qué estaba allí.Consiguió continuar con sus pensamientos y siguió pensando en ella. En Diana. En cómo y por qué ella había sido quien hubiera despertado algo dentro de él. Era una chica misteriosa, no solía juntarse con nadie, y no compartía los mismos intereses que sus compañeros. Siempre la encontraba junto a la ventana, sentada encima de la mesa del profesor, con sus largas piernas estiradas, y su mirada hacia el paisaje, olvidándose de todo cuanto está a su alrededor. Tanto, que ni siquiera se daba cuenta de cuándo entraba él en la clase. Eso le hacía reír. 

Además, no abría la boca para decir chorradas, como las niñas tontas de su edad. Nunca la veía con el grupito de niñas pavas de su clase. Ese grupito que se dedicaba a pelotear a todo profe que se encontrara en su instituto. A él no lo engañaban, aunque ahora que lo pensaba...

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...la verdad es que nunca la ve con nadie...siempre se pasaba los recreos en la biblioteca, adelantando deberes o estudiando. O simplemente leyendo algún que otro libro de Shakespeare o Bécquer. Y siempre que lo veía, lo saludaba con esa tímida sonrisa y esos ojos brillantes. A veces aparentaban ser llorosos, pero no podía ser. Solía tenerlos casi siempre así. Esos ojos que siempre se fijaban directamente en los de él. Quién sabía, a lo mejor eso significaba algo. A lo mejor.Había llegado a tener conversaciones con ella sobre literatura, el tiempo, deberes y demás tonterías en algún que otro recreo, pero nada especial. Ni siquiera había conseguido contarle que él escribía...

Eso le dio una idea.

Buscó bolígrafo y papel, pero por desgracia, había dejado su mochila en casa. 

Atrapó al camarero que lo atendió antes-que pasaba por allí caminando rápido-y le pagó la cerveza, marchándose corriendo hacia su casa. 

En cuanto llegara, se pondría manos a la obra. Aquello no debía fallar.

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El movimiento de sus manos alcanzaba la perfección. Alcanzaba la libertad a cada paso que daba en el escenario, y conseguía transmitírselo al mundo. Olvidaba su propio ser, quién era completamente, y se dejaba llevar. Su pequeña pasión desde que apenas había descubierto el mundo evolucionaba a medida que crecía, en esos momentos que le pertenecían. Esos momentos que deberían servirle para descansar, para recapacitar e incluso estudiar, se los dedicaba al baile, y eso hacía que poco a poco fuera decayendo en todo lo que hacía.

Todo, absolutamente todo...

- ¡Aaayyy!La realidad se apoderó de su cuerpo, una vez más.- ¡Diana! ¿Estás bien?Tirada en el suelo, rezaba para que no se hubiera hecho daño.- Sí, eso creo. Lo siento, perdona...- Mira que bailar con los ojos cerrados. No puedes seguir practicando así. Te di el papel porque creía que así te centrarías más. Pero si sigues así se lo tendré que dar a...-¡Nononononono! No te preocupes Lucía. Es que me he dejado llevar y...- Sí, si se ve que te gusta el papel.- Muchísimo.- Pues entonces demuestra que puedes llevarlo a cabo sin darte tropezones ¿Vale? Estoy preocupada de que esto no salga bien.- Bueno, todavía quedan dos semanas.- ¿Y crees que eso es mucho?- Bueno...creo que es suficiente.-contestaba con una sonrisa.Lucía la miraba algo dudosa, pero confiaba en ella. Aquella alumna era especial. No era la típica adolescente que sólo se preocupaba por los chicos y salir de botellón. Tenía una inocencia peculiar, una sonrisa natural que asomaba a todas horas a pesar de que sus ojos no mostraran lo mismo. Quizá eso era lo que conseguía hacer que, a la hora de bailar, ella demostrara un talento sin igual. No tenía la mejor técnica, pero estaba claro que, con ella, podías sentir esa elegancia sin igual en la que consistía la danza.- Quiero verte una tarde. Necesito alguna garantía de que podrás enfrentarte al público el gran día."¡Una tarde! ¡No! ¡No puede ser! ¿No te das cuenta de que hasta me falta tiempo para respirar?" pensaba Diana.- Pues, no sé. Yo te llamaré esta noche o mañana.- Esta noche si puede ser, mejor.- Vale. De acuerdo.El ensayo por fin había acabado. Le encantaba bailar así, pero por otra parte también sabía que tenía que ponerse a estudiar. Dedicarle esas cuatro horitas que debía empollarse de biología para sacar un seis con algo, sólo porque hay profesores que se dejan vender y alumnos que se dejan engañar pagando las clases extraescolares de esa mierda de colegio privado en el que estaba y jamás deseó estar.-...pues como siga así esto va a ser un desastre. Yo no sé, a lo mejor puede hacerlo, pero mira cómo le va, que no puede ni mantenerse en pie...- ¡Pero si está más tiempo en el suelo que de pie!- Shh... calla, que está ahí."Imbéciles, saben perfectamente que las estoy escuchando". Pensaba mientras recogía sus cosas.- Ups, sí.Aquel grupito de amigas se fue a un lado un poco-sólo un poco-alejado de donde estaba Diana recogiendo sus cosas. Siguieron cuchicheando sobre ella en un tono de voz en el que estuvieran seguras de que conseguirían herirla.- Bueno, pues eso-continuó Rósali-, yo te digo una cosa Alicia, como esto siga así, yo le digo a

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la profesora que me dé a mí el papel, porque para que lo haga ella tan mal como lo hace...es que no, mañana mismo le digo que vuelva a hacer la prueba para el personaje.- No, si a mí también me encantaría hacerlo. A lo mejor el del cisne negro...o el blanco, no sé.- Sí, a ti te pegaría el blanco. Tienes mucha técnica, y eso es lo que necesita el personaje. No como...-Rósali señalaba a Diana con la cabeza, que estaba atándose las zapatillas para salir de ahí corriendo, antes de que nadie la viera llorando.- Será patética-dijo Rósali cuando vio que Diana salió andando deprisa de allí-...como antes era la mejor en todo se cree que puede ser la reina de aquí. Qué imbécil, no se entera de que no vale nada ya.-Pss, ya...Alicia se limitaba darle la razón. Ella era la que mandaba de las dos, y era lista. Muy lista. Sabía darle las ideas a Rósali y parecer que ella no había roto un plato. La conocía de cerca. Demasiado. Y verla todos los días en el instituto le daba una ventaja muy grande para que Diana sufriera por todo el talento que tenía. Pero la envidia de todas era algo que no podían evitar, a pesar de que algunas tuvieran que haber perdido su amistad por ello.

Diana caminaba rápido hacia la sala de práctica de los músicos que los acompañarían el día de la obra. Los del conservatorio de música. Los rivales. Esos coleguillas con los que se siente tan bien. No estaban en esos momentos allí. Lo sabía. El ensayo había terminado para todos.

Tragaba sus lágrimas, pero su cara manifestaba angustia de una manera exagerada. Ahora que podía estar sola, podría llorar desconsoladamente en aquella habitación insonorizada.

Eso era rutinario. Que las compañeras la engañaran fingiendo ser sus amigas para después apuñalarla por la espalda. Hijas de puta. No les había hecho nada. ¿Por qué a ella?

No estuvo más de treinta segundos llorando cuando miró su reloj y decidió salir de aquella sala como si nada. Le era fácil dejar de llorar de inmediato una vez había conseguido desahogarse. Cerraba la boca, pasaba sus manos fuertemente por sus ojos y tomaba aire por la nariz para despejarse la mucosidad. En unos minutos desaparecería la rojez de los ojos, y con ella la de la cara.

Caminaba deprisa pensando que su madre la estaría esperando en el coche, fuera del teatro. Por suerte, nadie la veía. Unos pocos metros le quedaban para alcanzar la puerta.

- ¡Diana! No te olvides del mensaje.-gritó Lucía.- Vale..."¡Mierda! La voz temblorosa otra vez..."Su profesora notó el llanto en su respuesta, y fue rápido a hablar con ella antes de que saliera corriendo.- ¡Diana, espera!Diana estaba a punto de abrir la puerta, pero Lucía la había atrapado. Ahora comenzaría a llorar de nuevo. Otra vez. No podía evitarlo cada vez que alguien se compadecía de ella. - Diana, Diana, ¿Qué te pasa?- Nada, déjalo Lucía.- No, me lo vas a decir ahora.- No, ahora no. Mi madre me está esperando.- Dile que se espere. O que venga aquí a hablar con nosotras.- ¡NO! ¡NO! ¡Ya te lo contaré pero ahora no, por favor!Y apartando el brazo que le agarraba de un tirón salió de allí.

La miraba preocupada. Algo le pasaba. Seguro. Y ella debía ayudarla.

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Diana era para ella más que una alumna. Era una persona importante en su vida. Lucía era su profesora y, sin embargo, ella aprendía de su alumna. No sólo bailando, sino viviendo la vida. Era como una amiga. Sí. Así era. Además, el hecho de que se llevaran menos de diez años de edad creaba entre ellas una gran afinidad.

Lucía era joven. Alta, guapa, de pelo rubio abundante y largo, algo morenita de piel, nariz pequeñita, creativa y siempre abierta a nuevas ideas, y a pesar de su mente madura y su seriedad a la hora de llevar sus proyectos a cabo, no era nada difícil confundirla a veces con una jovencita de quince años, a pesar de que ella tenía veintitrés, pero no le importaba.

Lucía se asomó a la puerta y veía cómo Diana se montaba en el coche. Por lo que vio, no parecía que su madre se hubiera dado cuenta. Le dio un beso y ya está. Como si no hubiera pasado nada.

Las otras chicas estaban ahí, parloteando sobre sus tonterías. Alguna que otra sacaba un cigarrillo. Lucía odiaba verlo. Odiaba ver a gente fumando y más si eran niñas que todavía no habían visto la mitad de las cosas en la vida.

Abrió la puerta y salió caminando con una sonrisa, dispuesta a despedirse de sus alumnas.- ¿Nadie os ha dicho que el tabaco es malo para los pulmones?- Señooo...-se quejaban cómicamente.- No, nada de quejarse. Sabéis que es malo. Quién sabe si algún día os pillará alguna enfermedad.- Ya pero bueno, eso le pasa a muy poca gente...- Ya, ya. Pero recordad que podéis caer vosotras, y que igualmente os estáis jodiendo los pulmones así.- Profe, ¿Quieres uno?-le ofreció Rósali.Lucía le lanzó una mirada seria.- Rosi, ¿Tú escuchas lo que yo te digo?- ¡No me llames Rosi!- ¡Claro, es verdad, lo olvidé! Que en realidad te llamas "Rosalííííííííaaaa"- ¡Tampoco así! ¡Es peor!- Sí, bueno, chicas, tengo que irme. Mañana nos vemos en el conservatorio, ¿De acuerdo?- Chaooooo-dijeron todas en unísono.

Lucía subió a su coche. El carné de conducir a mano por si algún policía dudaba de si tenía más de dieciocho de verdad. Esa divertida situación le había pasado ya un par de veces. Pero lo tenía asumido. Su carita dulce y redondeada recordaba a la de una niña. Puso el coche en marcha y se dispuso a arrancar, pensando en lo que acababa de pasar. Ninguna de sus otras alumnas parecía molesta o enfadada, en cambio, Diana sí. En unos pocos minutos estaría en casa, continuando con los preparativos y diseñando los vestidos de la gran actuación de “El lago de los cisnes”. Todo debía ser perfecto. Todo, absolutamente todo…

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-Diana, tú quédate aquí un momento, tengo que hablar contigo.

Diana sabía que ese momento iba a llegar. Todos comentaban qué podría ocurrir mientras buscaban sus bocadillos para salir al patio.

-Diana, ¿Qué pasa?

-No sé, de verdad.-mentía. Sabía perfectamente lo que rondaba por la mente de su profesor. Lo mismo que a ella también le impidió dormir.

-Bueno, tía, que te esperamos fuera, ¿Vale?

-Vale, vale. Ahora voy.

Daniel se quedó sentado en la silla del profesor, como bien le correspondía, esperando a que el pesado de siempre parara de gritarle a todo el mundo que saliera de la clase.

El delegado cerró la puerta, y Diana comenzó a sentir cómo se le detenía el corazón.

Sabía que tenía que enfrentarse a eso, pero había imaginado que a lo mejor él pasaría del tema, olvidando todo lo que pasó en aquella excursión.

-Siéntate, por favor.-le dijo mientras colocaba una silla en frente suya.

Diana se resignó a sentarse. Ella lo miraba, esperando que todo eso fuera lo más rápido posible. Daniel terminaba de recoger unos cuantos papeles. “Esta vez estamos a una mesa de distancia” pensó al recordar que sobrepasó los límites en aquella excursión de hace dos días. Además, “hoy también está mostrando su cara más seria, no como entonces”.

Daniel terminó de recoger todas sus cosas y agachó la cabeza, cerrando los puños, intentando asimilar la situación, escogiendo las palabras más adecuadas para expresarse.

-Tenemos que hablar.-se limitó a decir.

-Ya lo sé.-dijo Diana, intentando parecer algo indiferente.

-¿No tienes nada que decir?-dijo su profesor después de un pequeño rato de silencio.

-Es usted quien me ha llamado para hablar.

Daniel mostró una leve sonrisa, y Diana comenzó a estar un poco confusa.

-Ya te he dicho que no me trates así.

-¿Así cómo?

-Te dije que no me hablaras de usted.

Daniel le sonreía muy poco, pero lo hacía. Repetiría esa noche una y otra vez hasta que, por fin, ella le correspondiese también.

Diana se estremeció un poco. Recordó en qué momento ocurrió eso. Aquella playa de arena fina, la luna dorada e inmensa, y el canto de las suaves olas para relajar sus oídos…demasiado

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tentador como para evitar lo que momentos después ocurrió.

-Diana, tenemos que hablar sobre lo que pasó el otro día en la excursión. Sé que puede que quieras olvidar todo lo que pasó y no quieras recordar más ese tema, pero antes necesito saber qué piensas sobre todo.

-¿Qué es lo que pienso?

-Sí.

-Ust…tú ya lo has supuesto, ¿Verdad?

-Sí, pero necesito que me digas si es eso exactamente lo que piensas.

Por una parte, en realidad sí era lo que quería, olvidarlo todo y no hablar más del tema, pero sentía muchísimas cosas más por dentro que necesitaba desahogar: pasión, timidez, confusión…e incluso miedo.

-Pues…no es eso, exactamente. La verdad es que…soy muy consciente de lo que puede ocurrir si alguien se entera de todo esto. Sabes que es ilegal, ¿Verdad?

Daniel notaba como su alumna mostraba una pose de firmeza y completa seguridad, pero el hecho de que no lo mirara a los ojos le hacía darse cuenta de que por dentro no se sentía igual. Eso conseguía aumentar su sonrisa.

-Ya sé que se supone que no tendría que haberte besado, y también sé que me estoy equivocando en todo esto, pero-Diana se fijó en cómo la contemplaba mientras le hablaba. Comenzó a mirarlo a los ojos, y eso a él lo sorprendió un poco, pero decidió continuar-…no me importaría seguir con todo esto si tú también lo deseas.

Diana sintió cómo todos sus esquemas se desmoronaron de una vez. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué no le indicaba las distancias? ¿Por qué no le decía que lo olvidara todo y que no se lo contase a nadie o si no, su trabajo estaría en peligro?

-¿Qué quieres decir?

-Quiero decir que, en parte, no me arrepiento de lo que pasó anteayer por la noche. La verdad, es que sentía la necesidad de decirte lo que sentía. Y ya por fin lo he hecho. Y aunque esto te suene un poco raro, que sepas que me importa poco lo que diga la ley sobre todo esto. Yo no voy a cambiar esta situación, ni voy a negar que en realidad…bueno…eres importante para mí. Pero claro, sólo si tú quieres. Por eso necesito saber qué piensas de todo esto.

Diana se quedó paralizada. Aquello no le parecía real. Debía haber algo que aclarara esa gran encrucijada.

-Y bien… ¿Qué es lo que piensas?-Diana seguía en silencio.- Yo ya te he contado todo lo que necesitabas saber. Ahora te toca a ti decirlo.

-A…ahora mismo no sé qué pensar…estoy muy confusa.

-Es sencillo. Tan sólo dime lo que tengo que hacer. Puede quitarme de en medio si tú quieres.

La situación se complicaba para ambos. A él le costaba ocultar el miedo a que ella lo

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rechazase, y ella se sentía algo forzada. No podía irse de allí sin dar alguna explicación.

-Diana, será mejor que te des prisa, tus amigos te están esperando.

-Intentas hacer de esto algo muy sencillo, pero sabes que no es así.

Daniel decidió callarse ante eso. Diana tenía toda la razón del mundo, y en ese momento era él el que estaba revolviendo las cosas.

-Además-continuó-, sabes que las cosas últimamente no me están yendo tan bien, y que alguien sienta algo así por mí por primera vez…y más si eres tú…no debería estar diciéndote esto…

“…y más si eres tú…” ¿Qué quería decir con eso? ¿Le estaría diciendo que a ella también le importaba a él? ¿Le estaría correspondiendo a sus sentimientos? ¿O que le estaba dificultando las cosas?

De repente, se dio cuenta de que, mientras él estaba sumido en sus pensamientos, una lágrima débil recorría la mejilla de Diana, que de nuevo volvía a apartarle la mirada.Daniel se levantó de su silla, rodeó la mesa y se arrodilló en frente de ella, intentando mostrar cercanía y apoyo, procurando apartar las lágrimas de sus ojos, pero ella se negaba a mirarlo. Retiraba la cara cada vez que él se la acariciaba con ternura.

-No, no, Daniel. Por favor…

-Eh, eh. Escucha, escucha…

Diana seguía poniendo resistencia, pero cada vez menos. Debía admitir que el roce de su mano en su mejilla le hacía sentir nuevas sensaciones. Un cosquilleo que la hacía confundirse entre sus pensamientos…

-Diana, mírame.

Y ella lo contempló directamente a los ojos. Se dio cuenta de que él había conseguido agarrarle la mano con dulzura, en un vano intento suyo por apartarla.

-Ya sé que lo estás pasando mal, y que esto no te ha llegado a sentar del todo bien, pero- Diana volvía a agachar la mirada, pensando en todas las cosas que le estaban sucediendo últimamente-…tú sabes que estoy aquí para lo que sea, y sé que no debería meterme en tus asuntos si tú no quieres, pero-su voz iba perdiendo potencia, y le costaba cada vez más mostrar sus sentimientos-…te quiero, y…quiero decirte que no sólo estoy enamorado de ti, sino que…necesito saber que pase lo que pase voy a estar yo ahí para ayudarte, porque ahora mismo lo único que quiero es verte feliz…conmigo.

“Estoy enamorado de ti”, “quiero verte feliz…conmigo”…Esas palabras retumbaban en la cabeza de ambos. A Diana por escucharlas por primera vez dirigidas a ella, y a Daniel por no creerse capaz de haberlas podido decir.

-Así que, por favor, lo único que te pido es…

Diana seguía con la mirada agachada.

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-Diana.

Ella lo miró inmediatamente y, al igual que él, lo contempló directamente a los ojos. Esos ojos, azul oscuro, tan sumamente hermosos…ni siquiera se daba cuenta de que se estaban aproximando a los suyos cada vez más y más.Daniel había conseguido agarrarle las dos manos sin ni siquiera ella haberse dado cuenta. Seguía de rodillas, frente a ella, aproximándose poco a poco, un poquito más…Casi podía sentir el ligero roce de sus gruesos labios con los suyos, que se acercaron delicadamente para poder acariciar los de Diana lentamente, de nuevo, por fin.Diana no se movía. Permanecía inmóvil, y se dejaba llevar por aquel suave y estático beso. Largo, tímido, Daniel procuraba que no se asustara demasiado. Después de unos largos segundos, deshizo el beso con una palabra que pronunció susurrando.

-…piénsatelo.

Los dos juntaron sus frentes y se volvieron a mirar a los ojos. Un par de segundos en los que intentarían averiguar qué se oculta en los pensamientos del otro.Sin darse cuenta, los volvieron a cerrar y comenzaron a fundirse en otro beso. Esta vez, Diana empezó a moverlos un poco. Sólo un poco, olvidándose de dónde estaba.

Daniel la besaba con la máxima delicadeza posible, y conseguía hipnotizarla, mientras una de sus manos las posicionaba en su cintura, y la otra en su cuello, entrelazando sus dedos en su densa melena de color oscuro. Las manos de Diana, vacías, sintieron la necesidad de seguir rozando la piel de su profesor, dejando caer sus brazos sobre su cuello.

Al notar Daniel ese tímido gesto, sintió que podría ser verdad que su amor hacia ella pudiera ser realmente correspondido. Deslizó sus labios poco a poco, abandonando los gruesos labios de su alumna y dirigiendo los suyos hacia su cuello muy sutilmente. Le daba pequeños besos, y las caricias en el pelo la hacían estremecerse cada vez más y más. Daniel continuó acariciando su cuello con sus labios, ascendiendo hasta su oreja, donde comenzó a mordisquearla suavemente, en la parte del lóbulo, haciéndole escuchar su respiración más que nunca, que parecía conservar la calma, aunque en realidad estuviera ardiendo por dentro.

Diana optó por desenvolverse un poco, y con algo de vergüenza, comenzó a dibujar figuras con los dedos en el cuello de su profesor. Se sentía insegura e incapaz de hacer más, pero se dejaba llevar, y eso a él le gustaba. Que se dejara aprisionar, para hacerla sólo suya.

Volvió a darle un beso en el cuello. Esta vez más apasionado, y decidió otra vez apoderarse de sus labios. Daniel la empujaba hacia él, mientras se adueñaba de su boca, besándola con más energía y pasión, manifestando más cariño y menos sutileza que antes, que era lo que necesitaba hacer; sacar a la luz todo el amor que tenía dentro.

Diana se limitaba a seguirlo con timidez, algo avergonzada, sin ser muy consciente de lo que ocurría. Sólo sabía que se encontraba a gusto. Que paralizaría el tiempo con tal de que ese instante jamás terminase. Sólo quería estar con él. Sólo quería…

“POOM” “POOM”

Aquellos golpes en la puerta la bajaron del cielo. Abrió los ojos de golpe y cortó el beso en seco, apartando las manos de Daniel de su cuerpo y dejándolo completamente anonadado. Anduvo rápido hacia su mochila para coger su bocadillo y se alejó dirigiéndose hacia la puerta.

-¡Ya voy!-dijo dando una voz, sabiendo que eran sus amigos quienes aporreaban la puerta.

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Diana se sentía como recién sacada de un sueño maravilloso. Maravilloso y peligroso a la vez, pensaba, mientras notaba su cuerpo acalorado por lo que acababa de pasar.

-¿A dónde vas?

-Al patio, donde debo estar.

-Espera.

-¿Qué?-el humor de Diana parecía haber cambiado por completo. Ahora volvía a ser la misma chica de pose dura que todo le resbalaba.

Daniel se asustó por un momento, pero tenía el rostro de ella clavado en el suyo, así que se limitó a decir:

-Piénsatelo.

Diana se marchó con cara seria, dando imagen de estar algo enfadada, aunque en realidad no fuese así.

-Diana- la agarró con dos dedos del brazo. Se giró para pedirle una última explicación, pero no lo hizo. Aquel ligero roce y su penetrante mirada de nuevo admirándola la hicieron estremecerse otra vez, pero esta vez no lo hizo notar.

-Piénsalo, por favor.Antes de volver a perderse en sus ojos, Diana se volvió y abrió la puerta para irse, adelantando a sus dos compañeros que la estaban esperando.

Daniel se quedó confuso. Mucho más confuso de lo que había estado ella todo ese tiempo. Había reaccionado demasiado deprisa, distante. Como si pasase de adorarlo a sentir desprecio por él. Y eso lo confundía, otra vez. Cuanto más lo pensaba, más le daba todo vueltas. Decidió recoger sus cosas e irse a casa cuanto antes.

Diana intentaba evitar todo aquel bombardeo de preguntas que recibía de sus amigos. Cotillas, como siempre. No estaban mal para tener un rato de compañía.

Sumida en sus pensamientos, recapacitaba una y otra vez sobre lo que minutos antes había pasado. Se notaba distinta, extraña. Había notado sensaciones que jamás había sentido. Unas sensaciones realmente agradables, y eso la preocupaba. La preocupaba dejarse llevar demasiado. Olvidarse de sus problemas y que le resultara más difícil la situación por la que estaba pasando, ahora aumentada por aquella mirada hermosa, de ojos azul oscuro, que jamás la dejaría en paz…a menos que ella lo dijese.

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La oscuridad del frío, en mitad de una dulce noche de otoño, va quebrando cada una de las respiraciones que salen de tu cuerpo, transformando el brillo de tus ojos en una permanente súplica por escapar del paraíso.

Dibujos trazándose con suma sensualidad en tus brazos, siguiendo el camino de tus curvas, tu tez rígida, cada una de tus terminaciones nerviosas...sucumbiendo a la magia de un breve cuento de hadas. 

Todas las palabras acusadoras, las promesas hacia el rechazo, la imagen de una persona fría y distante. Todos los esfuerzos por no creer en el amor, caen. Se desploman, uno tras otro, con cada caricia que recibes. Te embelesas de forma forzada, cuando juraste que jamás te dejarías poseer.

Y sientes tu derrota. La elegancia de ser destruida tras una vida de soberbio orgullo. Sientes la angustia saboreando las últimas lágrimas tras un largo sollozo, y la compasión de una persona que por primera vez se atreve a amarte.

Tienes miedo de la piedad, de perder tu fama de luchadora atormentada, y casi te es imposible resignarte a tu temida derrota. Una derrota que te liberaría de un sufrimiento no superado. Un suplicio viejo y olvidado, que sigue habitando en el abismo de tu destrozado corazón. No quieres admitirlo. No puedes, porque no quieres estar preparada para ser feliz otra vez. 

Sus manos cruzan tu pecho, mientras la vergüenza intenta cubrir tu torso desnudo, aun sabiendo que es una defensa inútil. Palabras en el oído que carecen de sentido, por culpa de ese seductor aroma que tienen las palabras que salen de sus labios. Las rodillas te tiemblan, y luchan por no caer al suelo. Luchas por no desplomarte, a pesar de que, de una forma u otra, te será inevitable en algún momento de la noche. 

Tus ojos parecen enormes, y tu mirada, hundida, se limita a mirar a cualquier horizonte sin rumbo, pero solo ve deseos, cariño y belleza inmerecida. Sabes que recibes más de lo que deberías, y te sientes culpable. No puedes rechazar el regalo del destino, y tampoco puedes huir de él. No puedes hacer nada, salvo dejarte llevar, y el tiempo, y los recuerdos...notas como todos te perforan el pecho antes de desvanecerse, uno por uno, haciéndote madurar.

Tu cuerpo recostado, bajo esos brazos arrolladores que no te dejan elección. La tensión del espacio es reconfortante, impera en una situación de odio y vergüenza, borrando todos los prejuicios y culpas pasadas, y dando paso al cariño, en un juego de seducción que tan sólo durará unas horas.

El primer beso te acorrala. Sientes debilidad. No es la misma debilidad en la que te sumías cuando te despreciaban. No es la misma debilidad en la que te escondías cuando te humillaban. No es desprecio lo que te aprisiona, y eso te bloquea aún más. Admítelo, pequeña. Has temido toda tu vida a que esta situación no fuera real.

Y transcurren los minutos, mientras te dejas llevar por la incertidumbre de mañana. Resígnate a la derrota, caprichosa guerrera. Hermosa mujer, déjate llevar por los sentimientos. Las personas no están hechas para evitar, ni para aprisionarse del mundo. Las personas se pertenecen unas otras, y es inevitable sentir aprecio por los demás. Valoramos, deseamos, sentimos curiosidad, y en algún momento de nuestra vida, caemos, y vemos cómo el orgullo se derriba cuando es amor lo que se interpone entre nosotros. Cada caricia, cada instante de esta maldita noche, saborearás el mayor de los tesoros de la humanidad. Porque de eso se alimenta nuestro mundo. Porque es amor de todo lo que trata nuestra historia.

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[10 de septiembre de 2012-12 de octubre de 2012]