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<anyzeta ver=”1.0”> <portada> <título> Las Aventuras De AnyZeta </título> <subtítulo> VOLUMEN 1: Acinú </subtítulo> <ilustración> </ilustración> <autor> Julio Forniés Gancedo </autor>

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Page 1:  · Web viewLas Aventuras De AnyZeta   VOLUMEN 1: Acinú Author Julio Forniés Created Date 03/13/2018 13:08:00 Last modified by Julio

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Las Aventuras De AnyZeta

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Julio Forniés Gancedo</autor>

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Page 2:  · Web viewLas Aventuras De AnyZeta   VOLUMEN 1: Acinú Author Julio Forniés Created Date 03/13/2018 13:08:00 Last modified by Julio

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<lugar>España

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<año>2012

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<situación internacional>España es una de las tres potencias mundiales que deciden el destino del mundo. Ha financiado y llevado a cabo el único viaje a La Luna en 1982, y ahora afronta junto a sus aliados una nueva era tecnológica.

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<relato>

Hola, soy AnyZeta. Esta historia es tu historia. Habla de ti, aunque no quieras leerla. Habla de tu muerte y de tu inmortalidad, aunque no sepas lo que eso signifique. No habla de creencias, sino de la verdad. Esto eres tú, es Todo. Ningún imbécil con creencias radicales podrá cambiarlo. Puedes cambiar tus actos o los actos de los demás. No puedes cambiar lo que eres. No puedes cambiar que tu cuerpo esté hecho de átomos y esos átomos de algo que no entiendes.Si nunca has sentido esa sensación de eureka al comprender algo, este relato te supera. Si nunca has sentido la emoción del triunfo a solas, vuelve con tu grupo protector.Te consolará saber que yo era como tú aquel viernes de principios de verano. Mucho más lista, pero muy parecida a ti. Creía saber más por conocer más teorías, pero aún no sabía la verdad. No sabía nada. Y, en mi búsqueda de la verdad, aquella tarde asistía a la conferencia del profesor Forniés con injustificado interés.Mi frustración aumentaba con cada palabra del ponente. El profesor estaba muy equivocado. No vivimos en una simulación, nadie ha creado conscientemente un universo para que en él existan ridículas criaturas como nosotros. Sostener ese argumento conllevaba admitir que existe un dios creador. No, el mundo no era así. El mundo es tan imperfecto que no puede ser la creación voluntaria de algún ente.En aquel momento, yo creía que existíamos dentro de algo creado por algún tipo de azar guiado. No el azar que se describe en los diccionarios, ese que acatan los científicos más obtusos. Tampoco esa estricta relación de causa-efecto de fichas de dominó desplomándose unas contra otras.Creía en la teoría de la evolución, al menos en parte, y creía, aunque en aquel momento negase con la cabeza las ideas del profesor Forniés, en un dios creador, al menos en parte.No era partidaria del creacionismo, que combina la evolución y un dios que la guía, pero, en parte, también me gustaba. Para mí, aunque no tenía muy claro en qué creer, nuestro universo era algo parecido a un sueño. El universo era algo que había crecido de forma involuntaria dentro de algún ser huésped, ya fuese una máquina o un ser vivo. ¿Cuál será la diferencia dentro de millones de años?

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No siempre había tenido la misma opinión, había ido cambiándola a lo largo de toda mi vida conforme aprendía diferentes disciplinas de nuestro supuesto mundo real: historia, filosofía, matemáticas, informática… Y aquella tarde, todo ese conocimiento me había traído hasta el auditorio de la facultad, donde el profesor Forniés aburría imperdonablemente a la audiencia. No era partidaria de casi ninguna de las ideas de aquel pomposo profesor de informática venido a más, aunque había sabido transmitir su idea de forma clara y fácil de entender por el gran público. Era algo muy simple hoy en día, pero que un ciudadano de principios del siglo XX jamás hubiese entendido. Implicaba saber qué es un ordenador y admitir que dentro de este vasto universo es imposible que estemos solos. La premisa era clara: si nosotros, cavernícolas informáticos, estamos en los albores de crear mundos virtuales casi idénticos al real, ¿qué habrán podido crear civilizaciones millones de años anteriores a nosotros?Con seguridad, una de esas civilizaciones habría creado esa máquina dentro de la cual nosotros existimos.Yo respetaba esa teoría, pero también me apasionaban otras más. Creía fervientemente en la telepatía, los extraterrestres, por supuesto, e, incluso, desde un enfoque cuasi científico, en los espíritus. Era, en definitiva, una friki.Siempre había creído demostrado que había situaciones en el universo que, de alguna manera aún no conocida, vulneraban aparentemente sus reglas. La telepatía, por ejemplo, algo que todos hemos creído sentir alguna vez, debería estar asociado necesariamente a algo que ligase todas nuestras mentes. Pero ese algo que lo unía todo, invisible para nosotros, de existir dentro de una realidad virtual habría sido creado adrede por sus programadores. Es decir, esos dioses, por llamarlos de alguna manera divina, habrían dicho: “vamos a permitir que los seres de nuestro universo compartan pensamientos”.A estas conclusiones había llegado devanándome la cabeza para intentar desentrañar cómo un ser de una realidad virtual sería capaz de hackear su propio universo, siendo él mismo parte de dicho universo. Para mí, en aquel momento, era algo imposible de hacer. Desde dentro no debería poderse hacer, ya que el que lo intentase estaría limitado por la interfaz que el programador del universo hubiese creado para él.Había barajado también la posibilidad de inyectar código desde dentro, pero también se me antojaba inverosímil, aunque seguía albergando dudas. Quizás también crear algún tipo de condición

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dentro de ese universo que generase algo como un bucle infinito dentro de un entorno cuántico. Sin embargo, si el universo estaba bien programado, tendría sus propios mecanismos para auto regularse.En los últimos meses había tenido la cabeza llena de ideas vinculadas con la computación cuántica, aquella que ofrecía la posibilidad de realizar operaciones de manera instantánea, en lugar de constreñirse bajo el modelo clásico secuencial, en el que las instrucciones se ejecutan una detrás de la otra. Estaba obsesionada con el entrelazamiento cuántico, gracias al cual dos partículas podían comunicarse instantáneamente, aunque estuvieran separadas millones de kilómetros. Era algo que parecía vulnerar lo que defendía Einstein, quien aseguraba que la información nunca podría viajar más rápido que la luz. Y era en definitiva ese hecho de que existiesen en nuestro universo eventos instantáneos lo que me había hecho interesarme por la teoría de la simulación, aquella que defendía más torpemente de lo que esperaba el profesor Forniés.Dentro de una simulación, aunque estuviese limitada por la velocidad de la luz, podría haber eventos que se produjesen dentro de ella y otros que se computasen fuera. Como cuando grabamos una película, paramos la grabación, movemos de lugar los actores y continuamos grabando. El espectador que vea la película verá que todo el mundo se ha movido instantáneamente de lugar. Nuestro universo sería como esa película.La teoría de la simulación era bastante buena, pero dudaba de que hubiese espacio para la telepatía, los viajes astrales o, aún más inverosímil, la premonición, la capacidad de poder ver eventos futuros en el presente. ¿Cómo se podría ver el futuro de una simulación que aún no se hubiese producido? Debo decirte, que, para mí, también estaba demostrado que, en ciertas circunstancias, ciertas personas, podían tener esa capacidad.Para que esto pudiese suceder es una simulación nuestro futuro debería estar ya escrito, y existiríamos entonces dentro de una película ya grabada.Esa era una de las partes de la teoría de la simulación que no me encajaban, y me empujaba a quedarme con mi creencia de que vivimos dentro de una especie de sueño, en donde todo es posible y donde pasado, presente y futuro son uno y se modulan a antojo. En los sueños ocurren cosas imposibles.Para mí, y acabo ya con esta aburrida disertación, de ser todo un sueño, entendiendo ese sueño como algo que se genera dentro de algún ser mayor de forma involuntaria, todos seríamos parte de ese

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ser, todos seríamos proyecciones de ese ser, seríamos ese ser. En consecuencia, todos podríamos manipular el universo de algún modo. Seríamos al mismo tiempo creaciones y creador. Podríamos ver el futuro porque nosotros lo crearíamos, podríamos leer la mente de otros porque nosotros mismos seríamos los otros.Y en todo esto seguía pensando sin apenas prestar atención al profesor. Aquel gris ponente nunca se aventuraba más allá de los márgenes de la teoría de la simulación. Eso era un error, me recordaba que defender una teoría delante de mucha gente te convierte al final en esclavo de la misma. Julio Forniés ya era un esclavo de su propia creación, y cuando hablaba ya no era él quien hablaba, sino que lo hacía su creación. Ya no se cuestionaba su idea, y, ante las preguntas de la audiencia que así lo hacían, no alcanzaba a ver la lógica que en ellas había. Se aferraba a menudo a explicaciones rocambolescas para refutar cualquier opinión contraria a la suya. Había terminado haciendo todo aquello que él mismo odiaba de los científicos obtusos que tanto criticaba en sus conferencias.En definitiva, la conferencia se había convertido en su tramo final en un sin sentido de preguntas retóricas de los partidarios del profesor. Tan solo buscaban la aprobación de su ídolo: “Entonces, profesor, entiendo que todo es una simulación y que podrían existir más simulaciones dentro de ese ordenador. ¿Podríamos entrar en contacto con esas otras simulaciones, esos otros universos? ¿Podríamos llamar a esas otras simulaciones dimensiones?”, “¿Podríamos hackear nuestro universo?Todas eran cuestiones ya oídas mil veces por mí. Comenzaba aburrirme mortalmente. De hecho, si estaba allí, no era por admiración al patético conferenciante, sino porque no tenía con quién malgastar aquella tarde de viernes. En mi primer año de carrera había hecho algunos amigos, pero era difícil encajar entre tanto individuo sin habilidades sociales. Me parecía increíble que, entre ellos, frikis sin emociones reales, se pudiesen relacionar tan bien. Su sentido del humor era infantil y simple dentro su pretendida complejidad, eran tontos de mente rápida para las matemáticas, como los ordenadores. No me juzgues por definirles así, querido enano mental bien pensante, yo también era una friki sin habilidades sociales, y me consolaba pensando que, a diferencia de ellos, yo no ansiaba relacionarme con nadie. Había elegido vivir sola, conmigo misma. A fin de cuentas, si mi teoría era cierta, nunca estaría sola, sino que existiría siendo todo el mundo, y, al mismo tiempo, sólo una. Relacionarse con los demás sería

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relacionarme conmigo misma, y, en consecuencia, hiciese lo que hiciese, siempre estaría sola.Me fui de ahí, no me aguantaba más a mí misma y mi recurrente fijación por intentar desentrañar los mecanismos ocultos del universo.El auditorio se encontraba en el mismo corazón de la facultad de informática. Caminé en completa soledad por el pasillo que finalizaba en la monumental puerta de acceso al edificio. El lugar era magnífico, con forma de cruz y techos altísimos que filtraban una luz siempre inspiradora a través de sus cristales translúcidos. En aquel momento, la iluminación era de un color púrpura intenso, y tras los borrosos paneles semitransparentes se adivinaban retorciéndose gelatinosas nubes de tormenta.Ya en la puerta, miré al exterior con desgana. La salida era un enorme muro vestido de cristal hasta el lejano techo, y al pie de ese ciclópeo muro una ridícula puerta por la que apenas cabían dos personas al mismo tiempo. Afuera el viento tumbaba los árboles del campus y había empezado a llover. Primero sólo unas gotas, pero un instante después un azote de agua golpeó el edificio. Se había convertido en una tormenta apocalíptica, de una belleza insuperable. Quedé hechizada mientras mi mente se relajaba y encontraba confort en aquella anodina tarde. Decidí no regresar todavía a casa y dirigirme a la sala de ordenadores.Los asistentes a la conferencia abandonaban ahora el edificio. No eran muchos y no era de extrañar dado el pésimo espectáculo, y más teniendo en cuenta que era un viernes por la tarde y principios de vacaciones de verano. Caminé contra corriente sorteando los anodinos estudiantes hasta conseguir encontrarme sola. Bajé las escaleras que conducían hasta los sótanos de la facultad y empujé la puerta de la sala de ordenadores. Era una sala inmensa. Cien pantallas de negro mate me observaban en silencio. Cien ordenadores que se distribuían a lo largo de una gran instancia de techo opresivamente bajo y sin ventanas. Los cables de datos se deslizaban por las paredes como venas fantásticas, naciendo desde cada terminal como raíces plastificadas. No había suficiente altura como para haber optado por un falso suelo o techo.Algunos opinaban que aquello era grotesco y disfuncional, pero a mí me gustaba así: una masa de cables cuasi orgánica iluminada por la blanca luz de los tubos fluorescentes del cercano techo. Una iluminación no muy intensa que delataba cada imperfección de la sala, y manchaba de sombras misteriosas cada rincón.

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Me deslicé por la fila más cercana a la puerta hasta llegar a la pared. Allí estaba medio oculta en una de las esquinas de la sala. Las sillas eran de madera y terriblemente incómodas. En la otra esquina de la habitación, mirando en diagonal, pude divisar a otro inadaptado.Presioné el botón de encendido del QL Spectrum 2012 y la máquina empezó a sisear mostrando los primeros mensajes por pantalla. ¡Despierta ya! Le gritaba mentalmente.Allí me encontraba a gusto, no hubiese deseado estar en ningún otro lado del planeta. El olor a tecnología, mezcla de plástico y metal caliente. El soplido profundo del ventilador de la pequeña caja y el quejido del disco duro al ser interrogado por la cpu. En mi imaginación podía ver cómo fluían los datos hasta las microscópicas celdas de memoria, en donde viviría temporalmente el sistema operativo. Cada vez que hundía uno de mis dedos en el teclado sentía como si realmente mi alma conectase con el ordenador, como si un hilo de pura energía uniese mi ser con el microprocesador. Era algo mágico y espiritual.A mi izquierda oí la puerta cerrarse. Levanté la vista. El triste personaje que me acompañaba había decidido abandonarme. Seguramente le había incomodado tanto como él me incomodaba a mí. La pantalla de mi ordenador mostró al fin el escudo de la facultad. El puntero del ratón titilaba sobre la imagen como un pulsar en el espacio infinito.Saqué de mi mochila una pequeña caja de diez disquetes, abrí la tapa y extraje el primero de la pila. Me encantaba el aroma de los disquetes, su tacto. Despacio, inserté en el lector del ordenador hasta que quedó enganchado con un chasquido. Era el código fuente de mi última creación: un programa que predecía el futuro.Había fantaseado cientos de veces con cómo presentaría el programa en sociedad cuando lo hubiese terminado, y había concluido que no debía utilizar jamás la palabra “adivinar” para definir lo que mi creación podía hacer. El programa predecía el futuro como una consecuencia de lo que sucedía en el presente, y para hacer esto necesitaba un periodo de aprendizaje. Recogería datos de infinidad de fuentes de Internet y los relacionaría tiempo más tarde con los acontecimientos que sucediesen en el futuro cercano e incluso lejano, estableciendo relaciones de causa-efecto. Y gracias a esto podría arrojar pronósticos como que cuando en España hay tormenta, que además es junio, y que la bolsa ha subido un 3% junto con otros incontables parámetros, inevitablemente el primer número de la lotería nacional sería un 6.

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No era así realmente como funcionaba mi aplicación, pero era una aproximación simple que la mayoría de la ignorante población podría entender.Una vez la aplicación fuese más conocida la gente ya podría ir asimilando conceptos más complejos, y entender, someramente, que funciona gracias a algoritmos holísticos que estudian el pulso de la red de redes. Aunque cualquier explicación no dejaría de ser un acercamiento para mentes infantiles.Opinaba que Internet estaba aún muy lejos de explotar todo su potencial. Era solamente el año 2012 y estaba segura que para el 2030 ya todo el mundo utilizaría esa red. A no ser que las grandes corporaciones empezasen a limitar su uso.El continuo bramido del ordenador resultaba anestesiante. Un eco lejano se filtró por las paredes abrazando la sala entera. Era el rugido de un trueno que debía haberse magnificado al abrir la puerta del edificio el último estudiante que quedaba. Miré a mi alrededor para asegurarme que seguía completamente sola. Me levanté de la dolorosa silla de madera y encendí uno por uno todos los ordenadores de mi fila. Hubiese querido encender los cien, pero no me atreví ante la amenaza de que apareciese alguien. Volví a mi sitio, me senté de nuevo, y esperé paciente a que todas las máquinas hubiesen despertado. Pulsé entonces la tecla Intro liberando mi ingenio de software.Ya eran míos. Los diez ordenadores de la fila comenzaron a funcionar como partes de un organismo mayor. Cada uno con una tarea distinta, y todos ellos reportando al ordenador de la esquina en donde yo cruzaba los dedos. Recoger todas las infinitas variables que se esparcían por la red hubiese sido una tarea lenta para un ordenador, pero mi programa hacía que cada máquina se pudiese centrar en un entorno concreto, y explotar sus recursos al máximo.Me levanté ridículamente satisfecha, bloqueé todos los ordenadores para evitar visitas inesperadas, y dejé trabajar a mi enjambre electrónico. Si algún visitante curioso intentase acceder uno de los ordenadores recibiría un falso mensaje de error, como si el ordenador estuviese en un estado de mal funcionamiento.Salí del aula y ascendí por las escaleras que escapaban de las profundidades de la facultad. El pasillo principal estaba borrado por oscuras sombras. Arriba, muy lejos, podía ver el techo de cristal translúcido martilleado por la lluvia. Esos días eran mis preferidos. Todo el mundo estaría a resguardo en sus casas, y eso me hacía no

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sentirme tristemente extraña al estar un viernes por la tarde sola en la facultad.La luz era inspiradora, gris azulada, y se reflejaban por todo el edificio las formas laberínticas de las densas nubes. Dibujaban un cambiante y laberíntico cerebro planetario. ¿Sería yo acaso un pensamiento del planeta?Me detuve ante la puerta que daba al exterior. A través de sus fríos cristales contemplaba el campus retorcerse con el viento. Difuminado por el bisel de lluvia veía el edificio del museo. Era un edificio de forma cilíndrica hecho por entero de grueso vidrio amarillento, e iluminado en su interior por una débil luz azulada. El tejado era un embudo que se adentraba en su cabeza absorbiendo la lluvia, la recogía y la arrastraba a su interior por una descomunal columna hecha del mismo material transparente que recubría toda la estructura. Me preguntaba dónde vertería toda aquella agua. Debía existir una extraordinaria canalización que la desalojase por el subsuelo de la universidad hasta algún río cercano. Pensaba en aquello y sobre todo en el gran artilugio que se abrazaba a esa columna: el super ordenador.Miré al cielo. La lluvia no arreciaría en horas. Para otra persona significaría un hándicap, para mí era la coartada perfecta. A aquellas horas nunca había nadie visitando el museo, pero ahora estaba segura de que nadie se atrevería a salir con aquel tiempo.Entreabrí la puerta y el incansable bramido de la tormenta llenó de ecos el interior del edificio. El agua aporreando el suelo salpicó y empapó mis zapatillas en un instante. En segundos estaría calada hasta los huesos. Me aseguré de que en los bolsillos de mis vaqueros no hubiese nada que pudiese estropearse, abrí del todo la hoja de cristal y empecé a correr, casi apartando la lluvia con las manos. Una riada me acompañaba cuesta abajo por el camino de baldosas azules. Levanté la vista para intentar localizar mi destino y resbalé para caer de espaldas sobre la helada corriente. Me incorporé desorientada y aparté el pelo de mi cara. Se me había soltado la coleta y mi larga melena se adhería ahora molesta sobre mi cuerpo.Casi por milagro alcancé el museo en estado de semiinconsciencia, como si alguien hubiese acortado el tiempo y ya no recordase los últimos momentos vividos. Empujé la puerta, que cedió amablemente, avancé un par de pasos al interior y ya aliviada casi me derrumbo sobre mis rodillas. Mi cuerpo chorreaba sobre el suelo de mármol eléctrico. La puerta se cerró lentamente a mi espalda, y cuando terminó de hacerlo el rugido de la tormenta desapareció

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por completo. Ahora sólo se oía el zumbido cordial del super ordenador.La temperatura era más fría a causa de la refrigeración del monstruoso ingenio, y la débil luz azulada, que provenía de infinitos y pequeños focos incrustados en la pared, contribuía a incrementar la gélida sensación térmica. Aterida, crucé los brazos y observé el museo. Ocupando el centro de la sala se encontraba la monumental máquina. Alrededor, pegados a la pared del cilíndrico edificio, se distribuían los expositores mostrando la tecnología desde sus rudimentarios orígenes. Había prototipos de computadoras pensadas en el siglo XIX, e incluso modelos completamente funcionales de las primeras que usaban energía eléctrica a mediados del siglo XX. Toda la evolución nos terminaba llevando hasta los primeras Sinclair, mostrando los últimos modelos del mercado. Observando esa evolución no podía dejar de pensar en cómo había sido creada por el ingenio humano. No había sido algo casual, el ordenador era la creación guiada, depurada, de las distintas mentes humanas que habían contribuido a evolucionarlo. Y me preguntaba si, en un futuro lejano, gobernado por máquinas con inteligencia “real”, éstas podrían pensar que su existencia se había debido a una serie de consecuencias lógicamente naturales.Todos aquellos insustanciales pensamientos se esfumaron al enfrentar con la mirada la pequeña pantalla verde incrustada en el super ordenador, justo a la altura de mis ojos. Parecía haber sido hecha a mi medida. Un pequeño teclado asomaba bajo el monitor ofreciéndose a los visitantes. Cualquier persona podía utilizarlo. Todo el mundo podía crear programas, con una única limitación: los programas se almacenaban sólo en la RAM, y cada vez que alguien pulsaba la tecla Escape se reiniciaba dicha memoria. Se podía crear un programa que realizase millones de operaciones y el ordenador devolvería el resultado al instante. ¡La magia del mundo cuántico!A pesar de ser un magnífico ordenador no estaba conectado a ninguna red, por lo que no podía intercambiar datos con ningún otro ordenador. Su verdadera y única función era la de mostrar al mundo el poder de su núcleo de tancol, y no la de buscar una alternativa a la computación actual.El tancol era el más formidable material creado por el ser humano. El corazón del super ordenador contenía apenas un miligramo de este exótico material, que lo dotaba de la capacidad de realizar cualquier operación al instante. Sólo tenía un límite: la llamada Frontera Dop, que establecía un número de cálculos instantáneos antes de consumir una micro porción de tiempo para poder

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continuarlos. Una micro porción de tiempo que fue popularmente conocida como “the second hand of time”, o, como se conocía en España, “el segundero del tiempo”.Estiré el brazo hasta casi tocar con la yema de mis dedos el teclado. Sentía en la palma el vibrante pulso de la máquina. Tenía toda la tarde para mí, no había ninguna prisa para transcribir una serie de instrucciones que conocía de memoria de tantas veces que las había tecleado. Era un programa simple y elegante que descifraba contraseñas utilizando la fuerza bruta; es decir, probando todas las combinaciones posibles. El código era mínimo, incluso la clave que introducía de prueba era mayor en número de caracteres.Era un juego simple que hasta tú podrás entender: el programa iría buscando todas las combinaciones de caracteres posibles empezando con un único carácter y todas sus variantes posibles (a, A, b, B…), luego dos caracteres y todas sus combinaciones posibles (aa, aA, ab, aB…), luego tres caracteres y así sucesivamente en tanto no coincidiese ninguna combinación con la clave que había escrito en mi programa.La clave era larguísima y siempre era la misma: los nombres con apellidos de todos los antiguos compañeros de mi último año de colegio. Los introducía en orden de lista según recordaba cómo los recitaba mi maestra todas las mañanas.Y era en el momento de descifrar la clave cuando se había empezado a producir algo curioso los últimos cuatro días, una singularidad en el universo. El programa era siempre el mismo, línea por línea, registrando en un archivo de log el momento en el que empezaba y en el que terminaba su ejecución, según un infinitesimalmente preciso reloj interno del ordenador. La clave a descifrar era también la misma siempre y, sin embargo, cada vez que se ejecutaba el programa, éste tardaba en descifrar la clave unas billonésimas de segundo más que la vez anterior. Lo que significaba que la Frontera Dop, aquella que, al igual que la velocidad de luz se había postulado como una constante cosmológica, estaba cambiando.La lluvia seguía golpeando el edificio torrencialmente, pero en su interior apenas parecía un espectáculo mudo. Comprobé de nuevo los números que salían por pantalla, no cabía duda de que algo estaba sucediendo. Me dejé llevar por mis pensamientos y abandoné el super ordenador para distraerme con los expositores que había pegados contra el muro de vidrio amarillento. Una rampa de unos tres metros de ancho subía pegada a la pared, como la

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rosca de un tornillo hasta alcanzar a unos diez metros del suelo el cono invertido que era el techo. Había también expositores a lo largo de todo el recorrido ascendente pegados a la pared. En ellos se mostraban fotografías del proceso de construcción del super ordenador. No era una pieza única en el mundo, sino que existían otros noventa y nueve más como él repartidos por todo el mundo. La creación del tancol había sido posible gracias a la unificación de recursos de casi todas las naciones del planeta. Y gracias a esta comunión se había hecho realidad el sueño teórico de unos ambiciosos físicos españoles. Se consiguieron sintetizar cien miligramos, un miligramo para cada ordenador.No era ningún secreto el proceso de creación, se había publicado en todos los medios científicos y creados cientos de documentales. No obstante, su fabricación era casi imposible, dado que dependía de muchos recursos naturales casi inexistentes en nuestro planeta. Yo nunca había mostrado el menor interés en dicho proceso, y sólo recordaba que uno de los elementos necesarios se había encontrado en La Luna, en el único viaje que la humanidad había realizado en la década de los ochenta. Por aquellas fechas yo ni siquiera había nacido, y me parecía en consecuencia y una época aburrida y prescindible para mi conocimiento.Llegué al final de la rampa que acaba en una pequeña terraza. Casi podía tocar el transparente techo amarillento por el que descendía una riada. Seguí con la mirada el recorrido del agua confluyendo en el gran desagüe que era la cristalina columna central. El agua caía por su centro y se perdía ya en el suelo donde el super ordenador abrazaba la columna. El ruido de la tormenta irrumpió dentro del edificio, luego volvió enmudecer. En frente del super ordenador pude advertir la presencia de alguien. Permanecí unos segundos quieta por instinto, luego retrocedí un par de pasos alejándome de la barandilla de la terraza. Las sombras de la tormenta me ocultaban.Abajo, la figura le daba la espalda y no podía identificarla con claridad, pero por un instante se volvió para mirar a su alrededor y pude reconocer a mi invitado. Era el profesor Forniés, el mismo que unas horas antes había conjurado a la lluvia con su aburrida conferencia. ¿Qué hacía allí? El fragor de la tormenta fue en aumento hasta empezar a escucharse lejanamente dentro del edificio. Desde donde yo estaba era imposible que me pudiese ver.El profesor sacó una tarjeta rosa de uno de sus bolsillos y la insertó en una fina ranura a la derecha del monitor. No era un dispositivo de almacenamiento, el super ordenador no tenía disquetera ni

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ningún otro método por el cual se pudiese volcar información en él. Lo que había introducido era una tarjeta de identificación. El color era el de más rango, sólo al alcance de investigadores. Yo nunca había sabido qué permitían esas tarjetas y qué mecanismos desbloqueaban en el super ordenador. Sentí la cómica excitación de desvelar al fin aquel misterio.Cerró la manilla que aseguraba la tarjeta en el interior de la ranura y la pantalla se llenó al instante de caracteres, al siguiente segundo volvió a quedar sólo el puntero parpadeando en la esquina superior izquierda. El profesor aguardó un momento inmóvil. Intenté alargar el cuello para ver mejor pero no podía discernir si acaso estaba haciendo algo. Comenzó a escribir, primero despacio, usando una sola mano, luego posó la otra sobre el teclado y empezó a pulsar las teclas a gran velocidad. Desde mi posición era imposible adivinar lo que estaba escribiendo, pero si se advertía que no presionaba en ningún momento la barra espaciadora. Lo que estuviese escribiendo no tenía pausas ni separaciones. Era un eterno párrafo con el que ya casi había llenado la pantalla entera.Se paró. No pulsó siquiera la tecla Intro. Posó el dedo sobre la pantalla y pareció repasar lo que había escrito. Bajó el dedo por el texto, y cuando alcanzó la mitad de lo escrito la pantalla se vació. Retiró el dedo sorprendido, no asustado, parecía incluso satisfecho, como si esperase algo similar.El puntero empezó a escribir solo, esta vez dejando espacios. Se detuvo. Lo leyó, dirigió su mano hasta el teclado y escribió algo muy despacio, meditando cada tecla que presionaba. Según estaba escribiendo el puntero saltó a otro párrafo, pero él no había pulsado la tecla Intro. Una inteligencia, quizás la del propio ordenador, le había interrumpido y escribía bajo el texto que había dejado el profesor.¿Era eso lo que hacía la tarjeta de investigador? ¿Permitía acceder a un programa de inteligencia artificial? Si era así ¿qué quería saber el profesor? Yo sentía cóm hervían mis sentidos; desde donde me encontraba sólo podía distinguir puntos brillantes agujereando el fósforo verde de la pantalla. De lo que no cabía duda era de que aquel personaje estaba entablando algún tipo de diálogo con el ordenador. La situación me daba vueltas en la cabeza. Posiblemente, la respuesta fuese más obvia y sencilla. Aquella tarjeta simplemente conectaba el ordenador con alguna red. En algún lugar del mundo debía haber otra persona conectada con el super ordenador.

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Un trueno sacudió el museo entero, la tormenta se había embravecido aún más. El ruido del aguacero empezó a penetrar dentro del edificio. Me costaba incluso oír mis pensamientos. El profesor se apartó un instante del ordenador y empezó a caminar despacio hacía la puerta de entrada. No parecía tener intención de salir. Miraba al exterior, quizás comprobando si seguía completamente solo. El estruendo aumentaba dentro del edificio, parecía el mundo entero fuese a colapsar.Sin pensarlo bajé corriendo la rampa. Actuaba por instinto. Llegué hasta el ordenador justo cuando el profesor alcanzaba la puerta y pegaba su cara en el cristal, estaba de espaldas a mí y el ruido no le alertó de mi presencia. Saqué la tarjeta rosa de la ranura y me escabullí en dirección contraria a su dueño. Al otro lado del museo había una pequeña puerta de servicio. La empujé bruscamente confundiéndose mi envite con el atronador apocalipsis que se estaba desencadenando. En mi apresurada carrera lamenté no haber tenido tiempo de poder mirar lo que estaba escrito en la pantalla.Corrí ensordecida en dirección a la facultad de biología. No sé cuánto tiempo tarde en llegar y sólo recuerdo encontrarme ya dentro, mientras un grupo de estudiantes se giraba para observarme. Chorreaba sobre el pasillo. En mi mano derecha se encontraba la tarjeta rosa de plástico, a donde se dirigían todas las miradas. La había protegido contra mi cuerpo y sólo la habían tocado unas pocas gotas. Avancé hasta el baño. Mi camiseta era un trapo empapado, mi pelo una madeja oscura que se acumulaba empastado sobre mis hombros.Me quité la camiseta, la escurrí en el lavabo y la extendía ente el secador de aire caliente. La sequé durante unos diez minutos y me la volví a poner. Guardé la tarjeta en el sujetador ya que mis pantalones seguían húmedos. Al salir al pasillo no encontré a nadie, a lo lejos se escuchaban voces lejanas provenientes de la cafetería. Me acerqué a la puerta de entrada. Había dejado de llover y apenas unas pocas gotas flotaban destelleando a través de los rayos de Sol que taladraban brutalmente el cielo. Debía regresar a la facultad de informática.Salí al exterior y caminé nerviosa, me sentía una sucia criminal, y el sentimiento se acentuó al pasar junto al museo y ver un agente de policía entrar en él. A través de los muros de vidrio amarillento advertí la presencia del profesor Forniés. Crucé los dedos deseando no haber dejado ninguna pista de mi delito. El aburrido ponente volvió la vista hacia mí, tras la pared transparente nuestras

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miradas se cruzaron. Posiblemente mi desatada imaginación estuviese jugando conmigo, pero sentí cómo me reconocía. Pasé de largo sin volverme.Al llegar por fin a la facultad de informática sentí cómo mis piernas perdían fuerza, y tuve prácticamente que arrastrarlas hasta llegar al sótano. Los ordenadores seguían zumbando acogedoramente. Me senté en la esquina, frente al ordenador que los gobernaba a todos, y pulsé la combinación de teclas secreta que los desbloqueaba. Una pantalla de error apareció ante mis asombrados ojos. ¡Qué estúpida! Se había llenado el disco duro. Mi extraordinario programa era capaz de explorar casi todas las fuentes de información que albergaba Internet, y no había reparado en la capacidad de almacenaje de cada una de las máquinas.Todos los ordenadores que había utilizado estaban inoperativos, se habían quedado bloqueados. Los reinicié un par de veces, pero el sistema operativo no podía cargarse. Sólo me quedaban dos opciones: iniciar el ordenador con un disco de arranque, o extraer el disco duro del ordenador y conectarlo a otro como secundario para poder limpiarlo. No disponía de ningún disco de arranque ni tampoco de herramientas con las que operar las entrañas de las máquinas.Encendí un ordenador de la fila que tenía justo en frente y busqué por foros gente que compartiese el disco que necesitaba. Cuando finalmente lo encontré lo descargué y grabé en uno de los discos vírgenes que tenía. Pude arrancar uno a uno todos los ordenadores saturados e invertir lo que me quedaba de tarde en limpiarlos. Cuando terminé ya era noche cerrada. La universidad habría las veinticuatro horas del día, por lo que, más allá de la triste imagen que proyectaba una chica joven allí sola un viernes por la noche, no era ningún problema. Incluso me sentía más cómoda sabiendo que no habría nadie por los alrededores. Podía moverme a mi antojo.Abandoné la sala de informática y subí las escaleras acompañada por la mortecina iluminación de emergencia. Por el techo translúcido pude entrever que había dejado de llover. Tenía la intención de volver a casa, pero en el momento en el que empujé la puerta principal de la facultad de informática, y vi ante mí la estructura de ámbar brillante que era el museo, me sentí irremediablemente atraída como un insecto nocturno. Nadie pensaría que el criminal que había hurtado la tarjeta volvería tan pronto al lugar del crimen. La tarjeta tenía numerosas ventajas, aparte de la de poder ser utilizada en el superordenador. Te permitía acceder a innumerables fuentes de información e incluso

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te abría las puertas de edificios sólo destinados a la investigación. Nadie pensaría que la iba a utilizar tan pronto, y menos en el museo en el que desapareció.Procuré caminar como lo haría cualquier estudiante, despacio. Según me acercaba a los dominios de la formidable máquina mi corazón latían con más fuerza. Las nubes de tormenta se retiraban y la noche estaba ahora iluminada por las estrellas.Entré en el museo en el más absoluto silencio, solo el rumor de la ventilación del super ordenador. Contrastaba con el estruendo que apenas unas horas atrás devoraba el edificio. Casi podía oír los latidos de mi corazón. Mis pasos resonaban indiscretos con un eco mortecino. El super ordenador ganaba en presencia en aquel universo de soledad. La mano me temblaba al sacar la tarjeta rosa, y apenas lograba acertar a introducirla en la fina ranura que ofrecía el monstro electrónico. Ya dentro, cerré la manilla que aseguraba la hoja de plástico en su interior y la pantalla se tornó verde oscuro. Apareció un menú con dos opciones: empezar un proyecto nuevo o continuar con el último realizado.Pulsé la tecla con el número dos, los misterios que escondía la tarjeta empezaban a revelarse. ¿La tarjeta permitía guardar información en el super ordenador o se guardaba en la tarjeta? Un trueno lejano me hizo volverme nerviosa, y cuando regresé la mirada al monitor lo encontré inundado de caracteres. Era una conversación. No se podía saber quién era la persona que escribía en cada momento porque no se identificaban los párrafos, pero alguno daba sentido a todo el diálogo.

<super ordenador>#Claro, profesor Forniés

</super ordenador>

Pulsé la tecla con la flecha hacia arriba. El puntero escaló por el texto hasta alcanzar su principio. La conversación se había iniciado con una serie de caracteres sin sentido. Presintiendo su utilidad saqué de mi mochila un cuaderno y apunté minuciosamente aquella retahíla infinita. Aún no sabía por qué, pero no eran caracteres volcados al azar, recordaba perfectamente cómo el profesor los había introducido sin hacer pausa alguna. Era algún tipo de código. Quizás el código que hacía que el super ordenador tuviese acceso a la red, o una especie de prefijo para iniciar una conferencia con alguien en concreto.

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Mis dedos tanteaban el teclado mientras descendía por la conversación. Era un diálogo extraño. Hablaba de un proyecto en el que el profesor Forniés estaba involucrado. La persona que escribía al otro lado daba las directrices técnicas para poder crear un “entorno multiubicuo”. Dicho de otra forma, se hablaba de cómo transportar materia a través de diferentes “duplicaciones”.Aunque yo entonces ya era tremendamente inteligente apenas entendía los detalles técnicos, pero hasta una persona vulgar como tú podría haber comprendido que lo ahí tratado no era tecnología de mi tiempo.Mi dedo índice se deslizó sin querer desde la tecla de la flecha hasta pulsar la tecla del punto. Me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo al ver cómo aparecía en pantalla el minúsculo carácter. Lo eliminé rápidamente con la tecla Retroceso y decidí retirarme a casa antes de que alguien la encontrase allí. Alargué la mano para retirar la tarjeta, y en el momento en el que iba a girar la manilla para liberarla, apareció un nuevo párrafo en la pantalla.

<super ordenador>#Lo siento profesor, pero sólo estoy yo ahora

</super ordenador>

Me quedé paralizada, quería sacar el plástico rosa de la ranura, pero mi mente, mi propia voluntad, me traicionaba. Titubeante escribí:

<super ordenador>#El profesor ya se ha ido también

</super ordenador>

Una pausa y otro párrafo.

<super ordenador>#¿Quién eres?

</super ordenador>

Respondí sin pensar.

<super ordenador>#Una amiga del profesor. ¿Quién eres tú?

</super ordenador>

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Desde el otro lado respondieron casi al instante, como reaccionando a una orden.

<super ordenador>#Ángel, el becario#Hola, Ángel. ¿Dónde estás?#Nosotros somos la duplicación 1031789.458 ¿Estás hablando con otras duplicaciones?#¿Qué es una duplicación?

</super ordenador>

Una larga pausa. No sabía por qué realizaba aquellas preguntas, mi sed de saber me había arrebatado el miedo, mi voraz curiosidad me cegaba ante la posibilidad de ser descubierta. La respuesta del becario llegó en forma de pregunta.

<super ordenador>#¿Quién eres tú?

</super ordenador>

No parecía un ataque, o, al menos, no me sonó como tal. Parecía más una puerta abierta hacia la confidencialidad. Sin temor alguno le conté brevemente la historia de cómo había conseguido la tarjeta. Por momentos me parecía todo imaginario y terriblemente absurdo, me estaba incluso delatando ante un extraño. No sabía por qué, pero me sentía segura hablando con Ángel.Al otro lado el becario le presentó la realidad. Aquello vulneraba frontalmente todas las reglas que le habían obligado a aceptar, pero allí estaba hablando con una completa extraña en un mundo ajeno al suyo.

<super ordenador>#AnyZeta, lo que nosotros llamamos duplicaciones es lo que vosotros llamaríais, si no recuerdo mal, dimensiones. Estamos en una dimensión distinta a la tuya

</super ordenador>

Sentía cada fibra de mi cuerpo estremecerse de emoción. Era algo tan irreal que mi propio ser me parecía pertenecer a otro mundo, un mundo de fantasía, de fábulas sobre aventuras imposibles. Seguí escribiendo.

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<super ordenador>#¿Cuántas duplicaciones hay?#Nadie lo sabe. Conocidas algo más de un trillón#¿Y cómo podéis comunicaros con nosotros?#AnyZeta, esto va a ser largo. Intentaré ser breve. El universo es como un gran ordenador. De hecho, es muy probable que lo sea, según algunos estudios, y que cada duplicación sea un programa en ejecución. Como cuando tienes un montón de programas abiertos al mismo tiempo#Ya, ok, soy programadora. Puedes ser más técnico si quieres#Perfecto. Entonces sabrás que los programas pueden mandar mensajes entre ellos usando los canales que pone a su disposición el sistema operativo#Sí, pero esas pipies, los canales, están ahí porque los ha creado previamente el desarrollador del sistema operativo y los habrá puesto adrede a la disposición de cada programa#A no ser que consigas hackear el sistema, que se pueda inyectar código, AnyZeta#Aún así, si el universo funciona como tu dices, como un ordenador, trabajaría en modo protegido, es decir, que ningún programa podría invadir el espacio de memoria de otro. Yo he sido últimamente defensora de que nosotros vivimos dentro de la conciencia de otro ser, más que dentro de una estricta simulación#AnyZeta… Incluso aquí tenemos distintas teorías al respecto. Yo, aquí, trabajo con gente que piensa que es una simulación. De hecho, el proyecto se basa en que lo sea y es tabú decir lo contrario. Las pruebas empíricas apuntan a que funciona como tal, e incluso gracias a seguir este paradigma se ha logrado desentrañar algo de su funcionamiento y conseguir contactar con otras duplicaciones, como estoy haciendo yo ahora. Pero yo, personalmente, creo que la realidad puede ser otra. Si no, no se justificarían muchas cosas#¿Qué cosas?#Por ejemplo, la telepatía

</super ordenador>

Se me cortó la respiración ante aquella respuesta exacta a la que yo misma hubiese dado. Siguió escribiendo al ver que no le replicaba.

<super ordenador>#AnyZeta, nosotros damos por hecho que funciona, a diferencia de lo que sé de vosotros. Pero se discute su

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funcionamiento. Yo, como mucha gente, considero que funciona porque todos formamos parte del mismo ser, somos el mismo ser que, de alguna manera, sueña con nosotros. Somos parte de su subconsciente. Por eso existen cosas como la telepatía. Si no fuese así, si todo fuese una simulación, cada uno de nosotros tendría su espacio protegido e inviolable en el ordenador, y sus capacidades nunca podrían exceder, de forma natural, las limitaciones que el programador hubiese establecido

</super ordenador>

Le escuchaba maravillada, por primera vez en mucho tiempo no me sentía en medio de una isla junto a estúpidos actores. Había expresado textualmente lo que yo misma pensaba, y así se lo dije.

<super ordenador>#¡Eso mismo pienso yo!#Pues aquí hay un fuerte debate, porque para muchos eso implica la pérdida del individuo. De hecho, los más férreos detractores de esa idea son los ricos#Ja, ja, ja. Les aterra ser aquellos a los que pisan. Yo pienso igual, que un personaje de un videojuego nunca podría salir de los márgenes que le hubiese impuesto el programador. Aunque lo de hackear el sistema siempre es una opción. A lo mejor, en este universo virtual, se podría configurar o crear algo que, a bajo nivel, cuando lo ejecutase la computadora, lo confundiese con una instrucción del microprocesador en lugar de datos, no sé. Aunque para eso habría que tener un conocimiento excepcional de toro el sistema operativo, e incluso del hardware. Puede que sea imposible la opción del hackeo”.#Entiendo lo que dices, AnyZeta. De hecho, voy a confesarte algo que me obligará a borrar después el registro de todo lo que estamos hablando. Estoy en un grupo que defiende la teoría del sueño, o lo que llamamos ‘El Universo Vivo’. Apúntate esta dirección

</super ordenador>

Ángel escribió una dirección demasiado familiar para mí. Era la de las cuatro torres de Madrid. Allí, en mi misma duplicación, encontraría gente que había sido contactada desde la duplicación de mi nuevo amigo. A partir de entonces, ya nunca volví a usar la palabra “dimensión” para referirme a las “duplicaciones”, como hacía Ángel.Según me explicó, lo que nosotros entendíamos por dimensión se dividía constantemente en otras más, se duplicaba. De tal forma

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que, de mi propia duplicación, un infinitésimo instante después saldría otra réplica exacta que poco a poco iría divergiendo, tomando caminos totalmente distintos.Estuvimos hablando durante horas, hasta que las primeras luces del nuevo día limpiaron de estrellas el cielo de principios de verano. A lo lejos creí escuchar un murmullo de gente, debía despedirme. Lo hablado había sido abundante, sobre todo de cómo se generaban las duplicaciones. Antes de cortar la comunicación me proporcionó un código que debía presentar en la recepción de las cuatro torres. Tardé bastante en apuntar en mi cuaderno la larguísima fila de caracteres. Ángel se despidió y, acto seguido, la pantalla se borró.Extraje la tarjeta, la limpié a conciencia procurando no dejar huellas, y la volví a insertar. Atravesé el campus de camino al tren, y, llegando al rectorando, entré para advertir al personal de guardia del abandono por descuido de aquel fino plástico rosa en el super ordenador. Salí confiando haber sido natural, aunque caminé a un ritmo demasiado acelerado hasta llegar al tren. Volvía a casa.Ya en mi dulce hogar me encontré como casi siempre sola, mis padres no estaban y no recordaba muy bien dónde me habían dicho que se iban ese fin de semana. Dormí la siesta, me duché, comí someramente, y con la mochila de nuevo a la espalda salí en dirección a las cuatro torres.En el tren rememoraba mi conversación con Ángel. Lo que más me había impresionado era la inseguridad social que existía en su duplicación: casi todo estaba prohibido o era inseguro hacerlo. En el mundo de Ángel era impensable que un ordenador, el super ordenador, estuviese disponible para el uso de cualquier persona que lo desease. Había mucha delincuencia, sobos, asesinatos… Me sorprendía que en algún momento de la existencia del universo nuestras duplicaciones hubiesen tenido un mismo origen.

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<el profesor>Mientras yo me dirigía hacia las cuatro torres, el profesor Forniés recibía una llamada telefónica de la Universidad Autónoma de Madrid. Una persona del rectorado le comentaba que tenían allí su tarjeta rosa de investigador. Se vistió sin prisas, tranquilo, repasando mentalmente el día anterior. Era obvio que alguien la había vuelto a dejar en la ranura. Llamó por teléfono a la policía para informarles de los hechos, y el inspector Martínez insistió en acercarse él también a las dependencias universitarias. En media hora, ambos llegaban en sus respectivos coches al enorme y vacío aparcamiento, e iban caminando hacia el rectorado. Al llegar les entregaron el extraviado plástico.-¿Y para qué alguien querría usar esta tarjeta? -Inquirió el orondo inspector Martínez.-Ya le dije que no tengo ni idea, y menos de por qué luego la han devuelto. Usted mismo vio que la tarjeta no estaba en la ranura.-Ya, profesor, si lo que realmente quiero saber es si merece la pena dejar abierto el caso porque pueda tener implicaciones que desconozca.El profesor pensó unos segundos.-No… No siga con el caso. No creo que tenga sentido.Los dos caminaron comentando lo sucedido hasta llegar a la puerta del museo. El inspector Martínez observó desde el exterior la basta figura de vidrio amarillento.-A fin de cuentas -dijo-. No creo que le sirviese a nadie de mucho su tarjeta.El profesor Forniés esbozó una sonrisa forzada.-Claro -respondió-, no es como si el mismo destino del universo dependiese de ello.Martínez se cuadró buscando un poco de dignidad en su cómica anatomía. Y continuó hablando.-No quería decir que no fuese importante, claro, sino… Ya sabe usted, que son cosas de informáticos.Se despidieron con un apretón de manos. Martínez se encaminó de regreso a la ciudad y el profesor entró al museo. Dentro del edificio sólo había un chico joven que se disponía a abandonarlo. El profesor aguantaba aún la tarjeta en la mano, y al verse por fin solo la introdujo en la ranura y esperó. En seguida descubrió que todo el historial de actividad había sido borrado. No había nada guardado, como si fuese la primera vez que accedía al super ordenador.

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Introdujo el larguísimo código de memoria. Volvió a asegurarse que seguía solo y esperó unos segundos. En la pantalla apareció un mensaje.

<super ordenador>#Hola, profesor Forniés. ¿Qué necesita? ¿Todo bien? Se suponía que nuestro próximo encuentro sería en una semana#Lo sé, pero ha ocurrido algo. Creo que alguien ha usado mi tarjeta. ¿Tenéis constancia de haber hablado con alguien ayer?#No, sólo hablamos con usted#Ok#¿Qué tal con los ingenieros de su duplicación?#Están todavía tratando de entender cómo hacer lo que queréis. Los materiales que necesitan no se fabrican en nuestra duplicación#Bien, profesor, trataremos de encontrar algún rodeo a ese problema#Otra pregunta que me hicieron. Parece ser que para hacer la teletransportación de un objeto, es decir, cambiarlo de lugar instantáneamente, primero habría que mover ese objeto a una duplicación diferente y luego ponerlo de nuevo en su duplicación de origen, pero en otro lugar. ¿Es así?#Así es. Realmente no es que se mueva a otra, sino que se crea una duplicación para ese objeto en concreto. Así nos aseguramos de que no hay conflictos de espacio y tiempo con otro objeto#Ya, pero el problema que me plantean es que luego lo que se hace no es devolver el objeto a la duplicación de origen, sino crear una duplicación entera nueva con el objeto en otro lado

</super ordenador>

Una pequeña pausa en la conversación, casi imperceptible, pero que dilató la respuesta del otro lado unas milésimas de segundo más de lo que hubiese sido normal.

<super ordenador>#Claro, por lo mismo: asegurarnos de que no hay conflictos#Entonces no nos movemos en la misma duplicación, sino que creamos otra nueva…#Se destruye la duplicación y se asigna su identificador a la nueva duplicación. Es la misma duplicación de origen. El mismo identificador provoca que el universo

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redireccione toda la información de la duplicación extinta a la nueva

</super ordenador>

El profesor valoró lo que le estaban diciendo. No tenía el menos sentido. El objeto no se transportaba dentro de la misma duplicación, sino que se destruía la duplicación. Dudaba si transmitir sus dudas o reservárselas. Ellos también conocerían los riesgos que aquello entrañaba, y, seguramente, fuese ese el motivo de que quisiesen ponerlo en práctica en una duplicación que no fuese la suya.Lo más terrible era que le habían comentado que, igual que hablaban con él, también lo hacían con otros científicos de su misma duplicación. Decidió parecer cooperativo y pensar más adelante en una solución.

<super ordenador>#Ok, seguimos en contacto. Os mantendré informado de los progresos#Gracias, profesor

</super ordenador>

Retiró la tarjeta y respiró hondo.</el profesor>

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Ya me encontraba a los pies de una de las cuatro torres. Tres de las torres eran de color metalizado, la cuarta, junto a la que me encontraba, de un color negro oscuro, un jirón de noche rompiendo el abrasador verano.Saqué de la mochila el cuaderno en el que había apuntado el código que Ángel me había dado, y entré por una enorme puerta giratoria de cristales también negros, como toda su fachada. La recepción era una larguísima mesa que abrazaba en arco la mitad del edificio. Posé mi cuaderno sobre el mostrador y el chico de recepción me indicó con el dedo una pequeña puerta a mi derecha. No articulé palabra alguna.La puerta se acercó al acercarse. Avancé nerviosa, tratando de ocultar mis infantiles temores. Al entrar apenas lograba mantenerme en pie. Escuché cerrarse la puerta a mi espalda, pero mis sentidos estaban demasiado aturdidos como para preocuparme. La realidad parecía un caleidoscopio, una sucesión de capas translúcidas lo llenaba todo.No me moví, tenía miedo a adelantar uno solo de mis pies e invadir sin querer una de las mil realidades que me ahogaban. Desde casi todas las imágenes que me rodeaban vi venir a una silueta femenina, me agarró el brazo y sentí un frio picotazo por debajo del hombro. La espuma de realidades se esfumó en un parpadeo, y pude ver como una mujer extraía una jeringuilla de mi brazo mientras me miraba con ojos compasivos.-Ya está -dijo, y se fue antes de que pudiese siquiera abrir la boca.Ahora lo que me rodeaba parecía tangible, una única realidad. Las paredes de la habitación estaban muy alejadas y todo era de un color blanco vibrante. No había lámparas, la luz era parte del ambiente, el mismo aire que respiraba parecía brillar. La estancia era demasiado grande como para caber dentro de la torre en la que había entrado. No veía a nadie alrededor, pero no me sentía sola.Escuché una voz proveniente de ningún lugar concreto. Quizás sólo estaba en mi cabeza.-Hola, AnyZeta. Ángel ya nos dijo que vendrías. Avanza, por favor.Caminé despacio, y al dar un paso apareció ante mí un grupo de personas sentada en el suelo. Retrocedí por instinto y desaparecieron, volví a adelantar el paso y reaparecieron.Me tomé unos segundos para intentar comprender la situación. La gente que estaba sentada en el suelo ni siquiera me miraba, lo que, de alguna forma, me tranquilizaba. Como una pompa de jabón que eclosiona apareció de pronto una chica caminando hacia mí, posiblemente la misma que me había puesto la inyección.

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-Te cuento cómo va esto, AnyZeta -le dijo. Aparte de mi nombre, seguramente conocería muchas cosas más de mí.-¿Qué hacen? -Pregunté, mirando a un chico joven que parecía absorto mirando al frente, sentado, las piernas cruzadas, ni si quiera pestañeaba.La chica sonrió débilmente, más como una rutina socializadora que por dar sentido a la situación.-Está muriendo -me explicó.La miré a los ojos confundida.-¿Cómo has dicho? -Volví a bajar la vista hacia el joven y advertí que no respiraba, incluso sus ojos parecían opacos, inertes como me había anunciado la chica.-AnyZeta, asimila esto sin preguntar más por ahora. Muere aquí su cuerpo y viaja hasta allí -dijo apuntando al inexistente techo de luz.-¿Allí dónde? ¿A la cima de las torres?La chica rio entonces sinceramente. Por un instante olvidé mis miedos y la odié por burlarse.-A La Luna, tonta, si quisiéramos subir al último piso cogeríamos el ascensor. Veo que ángel tampoco te ha contado mucho. Ni siquiera te habrá contado lo que hacemos aquí.-Me dijo que erais seguidores… de la idea de que vivimos en un sueño y no en una realidad virtual…-No todos -me interrumpió la odiosa chica-. Es cierto que la mayoría creemos que debe ser así, pero también consideramos que, en parte, podemos estar involucrados en una simulación. Son muchas cosas como para contártelas aquí y ahora. Podríamos estar viviendo, existiendo, dentro del sueño de un ordenador, ¡quién lo sabe! Pero bueno, eso el que creemos, pero no lo que hacemos ni por qué lo hacemos. Aquí, AnyZeta, buscamos llegar a una duplicación segura, y, por el camino, encontrar el sentido de nuestra existencia… incluso saber si hay un creador. En definitiva, buscamos afianzar la existencia de nuestra sociedad a nivel físico y espiritual. Suena muy hippy, ¿verdad? Pero poco a poco te irás dando cuenta de las amenazas que hay ahí fuera, en todos lados, y que conspiran para extinguirnos a todos los niveles.-Entonces, ¿qué queréis de mí?-Sólo que comprendas cuál es la realidad y, en tu caso, que nos ayudes a evitar que desde otra duplicación destruyan la nuestra. No tengo que recordarte que el profesor Forniés también está en contracto con los de la otra duplicación. Debes evitar que continúe con su trabajo cueste lo que cueste.-¿Cómo?

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-¿Cómo que cómo? Matándolo, obviamente.-¿Matándolo? No…-Mira, AnyZeta, sé que ahora la muerte te parece algo horrible y criminal, pero para eso estás aquí. Ahora entenderás cuál es la realidad y por qué, por ejemplo, este chico -señaló al inmóvil joven que observaba al infinito-, no le imporat morir… Lo que tú entiendes por muerte no es la verdad. A veces hay que morir para que podamos liberarnos del cuerpo. Ven, siéntante.Di un paso atrás inconscientemente. La chica encogió el brazo que me acababa de tender.-No, no te preocupes. Nos vas a morir. Al menos no ahora, ni en un futuro próximo. No estás preparada. Sólo daremos una vuelta por la realidad. No te pido que confíes en mí porque no me conoces, sólo te pido que me hagas caso ya que eres tú quien ha venido hasta aquí.Era cierto, no había llegado hasta allí para huir. Quería conocer y afrontar esa nueva realidad, la realidad que ya no parecía tangible. Todo parecía hundirse en un sueño brumoso y la sólida existencia se rompía ahora entre mis manos. Me sentí repentinamente relajada.-¿Qué hago? -Le pregunté a la chica.La joven posó la mano sobre mi hombro y me empujó con suavidad hacia el suelo.-Siéntate. Hoy sólo pasearás. Dentro de poco, lo que te he inyectado hará su efecto.Me senté en el suelo con las piernas cruzadas, y en seguida me vi flotando hacia el cielo. Miré hacia abajo y descubrí mi propio cuerpo, inmóvil. ¿Había muerto?-No, no has muerto, AnyZeta. Sólo vamos a dar un paseo -escuché en mi cabeza la voz de la chica.Atravesé todo muro que me separaba del cielo y alcancé en fugaz ascensión el espacio exterior. Todo era más real que la realidad que había vivido hasta entonces. Te contaría todo lo que pasó entonces, todo lo que viví, pero si mi antiguo yo no podría entenderlo, dudo que tú lo pudieses siquiera asimilar. Resumiré en este párrafo lo que para mí fueron mil vidas, mil maneras de sentir que nunca alcanzarás a comprender. Desperté, o al menos lo percibí como un despertar cuando regresé a mi cuerpo tras haber visto mil mundos, mil duplicaciones. Había entrado en contacto con otras mil mentes que viajaban conmigo, y otras que me había sorprendido como un fantasma. Había sentido una presencia por encima de todas. ¿Sería Dios? ¿Algún creador? O, simplemente,

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algo superior. Todo eso, que había vivido con absoluta paciencia y pausado ritmo, se concentró a mi vuelta en un único segundo. No había durado más mi viaje en mi duplicación. Me sentí anciana por ese segundo, pero en el momento en el que mi alma se reacomodó en mi cuerpo adolescente volví a sentirme joven otra vez.-Ahora ya has dado el primer paso, AnyZeta -me dijo la jove.Miré a mi alrededor. Ahora entendía lo que veía. Entendía que la gente muriera para viajar a otros lugares, entendía el universo. Lo que no entendía todavía era en qué cuerpos se introducían allí en La Luna. Había viajado por mil lugares, pero había respuestas que, sin haberme dado cuenta, se me había ocultado. Me había desviado en mi exploración como el viento arrastra una hoja por un infinito pantano.-Sólo tengo una pregunta -inquirí a mi enigmática compañera.Ella levantó la mano con suavidad y hablo con muchísima calma.-No, eso después. Hoy ya has aprendido más que ninguna persona en todos los años de su vida. Ahora debes hacer lo que te he comentado. Nuestra duplicación está en peligro y tú puedes evitarlo. Vete ahora.Me levanté y volví sobre mis pasos, abandonando el grupo de gente. Ahora sabía perfectamente por dónde volver. Salí de la torre y el sol de verano golpeó mi cabeza como un caldero de aceite hirviendo. Sabía que mi propia existencia corría peligro, pero también que no iba a suceder nada hasta dentro de un tiempo.Ya era sábado, y por la tarde harían la fiesta de despedida de curso en el club de programación. Me reí de lo triste que sonaba aquel nombre. Esa era yo. Antes me importaba lo que opinasen, ahora ya sabía que no hay más recompensa en el universo que el saber. No tenía planeado asistir, pero las actuales circunstancias habían alterado mis planes.El bullicioso tráfico interrumpía mis pensamientos., todo parecía haber sido un sueño. Aquello que fuera tan real, más real que esta realidad, parecía ahora una simple ilusión, una alucinación. Mil vidas, mil experiencias, degradadas a un espejismo que parecía empezase a olvidar. Como si en mi cerebro mortal no hubiese más espacio que para una sola vida.Volví a mi casa, merendé, me tumbé en la cama un rato sin poder dormir, y cuando el Sol se rindió tras el horizonte de edificios volví a la universidad.Ya en el campus, de camino a la facultad de informática, me encontré con Pedro, un chico callado, sin ninguna habilidad social, pero uno de los mejores programadores que había conocido.

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Carecía de visión autocrítica y por tanto de inventiva, jamás era original en nada de lo que hacía, y, en consecuencia, su manera de programar era perfecta, dado que respetaba y seguía al pie de la letra los más estrictos manuales de estilo. Si le encargabas desarrollar algo, sin haberlo definido antes por completo, se sentía perdido; pero si le dabas un programa ya hecho era capaz de optimizar el código hasta reducirlo a unas pocas líneas.-¿Qué tal? -Le saludé.Sabía que al ser chica contaba con un extra de atención al hablar con los compañeros de la facultad. Sin embargo, había aprendido que con gente como Pedro aquella táctica de acercamiento era inútil. O bien no le gustaban las chicas, o, simplemente, no se planteaba su vida sexual. No era tímido, sino neutral ante situaciones que implicaban lívido. Por tanto, mi manera de tratarlo era directa, y siempre hablando de informática.-Bien -respondió Pedro tras unos segundos.Me planteaba la idea de compartir mi conocimiento con más gente. Necesitaba detener los experimentos que realizaban en la otra duplicación y evitar la aniquilación de mi propia realidad. Si reunía a la gente adecuada podría incluso alcanzar el objetivo de transportarme entre duplicaciones. Mi experiencia de mil vidas me daba una visión distinta del universo. Había aprendido sobre su funcionamiento y creía saber cómo reprogramarlo. Para cuando llegamos caminando hasta el edificio ya había decidido qué hacer.La música se escuchaba a lo largo del pasillo. La fiesta se había organizado en el auditorio. Cuando llegamos encontramos a seis miembros del club atacando los platos de comida. Un grupo de inadaptados e inválidos sociales, pensaba para mí, mientras recordaba que yo misma encajaba en esa definición. Sería fácil reclutarles para mi proyecto. Iba a hacerlo incluso en ese momento, pero primero les dejé que bebiesen algo de cerveza.Sabía cómo llamar su atención. Esperé a que la fiesta alcanzase su ecuador comiendo y escuchando música junto a mis presas, paciente, hablando de temas triviales. Y llegó el momento. Me acerqué a la pizarra, agarré el rotulador y empecé a dibujar sobre la blanca superficie un diagrama de grandes rectángulos unidos por flechas, y dentro de esos rectángulos pequeños cuadrados.-¿Qué haces? -Me preguntó Adrián, uno de los personajes menos talentosos del grupo.Miré a lo que había dibujado, luego a los participantes de la fiesta. Apenas éramos diez contándome a mí misma.

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-Trato de hackear el universo -respondí, procurando ser escuchada por todos.Pedro se acercó intrigado a la pizarra.-¿Qué es esto? -Preguntó señalando uno de los objetos que había dibujado.Reí interiormente. Pedro ni siquiera se había planteado si la premisa de hacear el universo era ridícula, lo que le importaba era saber cómo lo iba a hacer.-Eso es uno de nosotros -le respondí.-Pues lo has conectado con esto… Es que por el dibujo parecía una interfaz.-Lo es. Ese de ahí, que podría ser tú, estaría controlado por esto. Necesitamos conectarnos de alguna manera al universo, y la única interfaz que tenemos para ellos somos nosotros mismos -posé mi dedo índice sobre la frente de Pedro-. Ese cerebro tuyo esta conectado con El Todo.Fernando, un chico alto y algo más hábil socialmente que el resto del grupo, se acercó al esquema.-Entonces -dijo plantando la palma entera de su mano sobre la pizarra-, esto que has dibujado sobre la persona será un casco o algo similar. Vamos, la interfaz entre el ordenador y la otra interfaz que es la mente de un hombre.-O mujer -puntualicé inmersa en la situación.Hubo un silencio. Uno de esos leves instantes que rompen la magia de una fantasía acelerada. Un destello de cordura que pareció devolver a los presentes a la lógica y simplista realidad. A la estricta visión del universo que nunca se planteaba quimeras. Pero ya solo me quedaba proporcionar el golpe definitivo.-¿Qué diríais si os dijese que podríamos hacerlo?Los chicos me miraron extrañados, incluso algunos rieron creyendo que era una broma.-En serio -continué-, me van a dar fondos ilimitados para conseguir hacer esto. Estamos subvencionados.Fernando abrió la boca para hablar, seguramente para pedirme que acabase con la pantomima, pero Pedro se le adelantó.-¿Cuándo empezamos? -Preguntó.-Mañana, aquí mismo a las seis de la tarde -improvisé.¿De dónde iba a sacar el dinero? Había sido todo muy precipitado, pero, aunque tras mis viajes fuera del cuerpo volvía a ser una chica adolescente, mis numerosas vidas me habían proporcionado un poso de sabiduría inmenso. Ahora conocía todas las formas de hackear cualquier banco sin dejar rastro. Después de eso, vulnerar

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los sistemas informáticos de la facultad para reservar los próximos meses el auditorio, sería algo ridículamente sencillo.

<salto de tiempo/>

Al día siguiente, a las 18:00, ya me encontraba de nuevo en el auditorio con cuatro de mis compañeros: Pedro, Fernando, Adrián y Luis. Respiré aliviada cuando vi que, al menos, aparecía alguien. Nunca había compartido tiempo con Luis, un chico callado del que apenas sabía nada. Pero ahí estaba también.-Bueno -dijo Fernando-, ¿por dónde empezamos?Su cara reflejaba una divertida curiosidad, más que la ilusión que debería despertar nuestro extraordinario proyecto. Su burlesca actitud cambiaría pronto.-Bien -comenté tras haber tenido toda la noche para planificar la puesta en escena-, lo primero es concretar el equipamiento que vamos a necesitar para el proyecto.Alegremente apunté un largo número en la pizarra y debajo un nombre y un código.-Antes de nada -continué golpeando con el rotulador lo que había escrito-, apuntar este número de cuenta, usuario y contraseña. Como os dije ayer, tenemos carta blanca para gastar cuanto necesitemos. Esto es secreto, por si no lo habéis adivinadoy y no debéis hablar con nadie de lo que aquí hagamos.Hice una pausa dramática, disfrutaba del momento. Seguí hablando ante el silencio de mis nuevos socios.-Quien nos paga es el gobierno -dije levantando el dedo índice-, y, por tanto, esto es un secreto de estado.Fernando levantó la mano como si estuviese en alguna clase de oyente. Le hice un gesto condescendiente para permitirle hablar.-¿Y nos han elegido a nosotros? -Preguntó ahora en un tono más serio.-No -le corregí-, me han elegido a mí. Y yo a vosotros. Trabajaremos por las tardes desde las seis. Aquí hay un ordenador, pero necesitaremos más y mejores. Mínimo uno por persona, más los dedicado al proyecto. No he hecho la compra porque aún no sabía con quien contaba.Medité un segundo cómo continuar con mi exposición. Señalé a Fernando.-Fernando -dije con autoridad-, si no te importa, puedes empezar a hacer uso de la cuenta y a comprar lo mejor que veas.Fernando se acercó al ordenador y se sentó en la silla que lo enfrentaba. No volvió a preguntar nada más, se limitó a navegar

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por la red buscando los mejores ordenadores que se pudiesen encontrar. El último modelo de Sinclair había salido al mercado a un precio sólo apto para grandes empresas.-¿Compro el Sinclair Main Frame 2012? -Preguntó casi de broma mientras sus ojos se mareaban con el precio.-Uno para cada uno -le sonreí.Fernando se me quedó mirando. Afirmé con la cabeza esta vez más seria. Mi mente era ahora una maquinaria multitarea. Ahora, tras mis mil vivencias, estaba conectada al universo de una manera imposible para aquellos chicos que, sólo habían agotado una cuarta parte de sus tristes vidas. Seguí hablando para terminar de convencer a Fernando.-Si es el mejor del mercado -miré a los otros tres con decisión-, adelante. De todas formas, si no nos gustan al probarlos, compramos otros. Tal vez tengamos que diseñar al final el nuestro propio.Volví la vista de nuevo a Fernando, quien ya había iniciado la compra.-Acuérdate, Fernando, de comprar también los destinados al proyecto -le arengué.-Bueno -vaciló Fernando en tomar su decisión-, igual pillo uno, lo probamos, y si nos gusta ya pillo el resto.-No -le tuve que volver a exigir-, no hay tiempo para eso, compra todos y si no nos sirven ya compramos otros, como te he dicho.-Pues entonces somos cinco, y pongamos otros cinco dedicados. En total diez. Los compro.En dos días había convencido por completo a mis compañeros de la veracidad del proyecto. Los ordenadores, así como un montón de material que había pedido, llegó puntual a un piso alquilado de la residencia de estudiantes.Sería difícil explicarte las distintas fases por las que avanzó el proyecto, pero sí te será fácil entender que, como en todo proyecto, una vez superada la febril e ilusionante fase de investigación, empezó el trabajo rutinario, el que debía traer a la realidad tangible las fantásticas ideas que habíamos bosquejado. Ya sabíamos cómo íbamos a crear la interfaz con El Todo, y sabíamos que no íbamos a necesitar a una persona para eso. Un gato serviría. Habíamos debatido sobre qué ser vivo utilizar, pues moriría físicamente. ¡Qué horrible! ¿Verdad? Estarás pensando. Te volvería a explicar lo que realmente significa la muerte, pero tampoco me importa tu opinión lobotomizada por propaganda social adolescente.

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Trabajábamos toda la noche hasta que el sol asomaba por detrás del edificio de la residencia, amenazando con abrasar a cualquiera se atreviese a abandonar la facultad más tarde.Al principio del proyecto me quedaba algunos días a dormir en el piso que habíamos alquilado en la residencia, y en un par de semanas acabé por instalarme allí definitivamente. Y una semana más tarde, aprovechando que la residencia entera estaba vacía en verano, cada uno de los miembros del proyecto tenía su propio piso alquilado a costa del inagotable presupuesto del que disponíamos. De hecho, cada uno de nosotros inició en su piso su propia investigación.Fernando me había preguntado en privado por la verdadera motivación del proyecto. Y yo, más sabia que nunca, supe que era el momento y la persona idónea en la que confiar el secreto. Le hablé del profesor Forniés y de las duplicaciones, y le hablé de mis mil vidas entrando casi en detalle de cada una de ellas. Fernando quedó tan fascinado que una mañana me pidió que le llevase a las cuatro torres, y dentro, lejos de rechazarnos, pareció que nos estuviesen esperando. Allí le dejé, y empezó a volver solo todas las mañanas para proseguir con los viajes astrales en los que le había iniciado. Yo sólo había estado allí una vez y había vivido mil vidas. Transcurrida una semana de continuas visitas de Fernando a las cuatro torres, ahora me preguntaba cuánto habría progresado. A la tercera semana, alguien llamó a la puerta de mi piso en la residencia.Era por la tarde y me disponía a ir a la facultad. La forma de golpear era inconfundible, pues Fernando había adoptado la costumbre de reproducir en código morse las letras “AZ”. Cuando abrí no me encontré con el Fernando que yo conocía, sino con una chica de mi misma edad que me sonreía amablemente. Una sonrisa de miles de vidas.-Hola, Fernando -le saludé-. Me preguntaba cuándo lo harías.-Era una consecuencia lógica -respondió la chica-. Lo que me extraña es que tú no lo hayas hecho.-Bueno, y ahora ¿qué le decimos a los demás?-Lo más fácil. Les diremos que Fernando ha tenido que abandonar el proyecto por motivos personales y que has tenido que reclutar a otro miembro, que, por casualidad, se llama Fernanda. Así es más fácil para todos.No le pregunte a Fernand@ de quién había sido anteriormente el cuerpo, y no me fue difícil integrar a una chica en el grupo, ya que

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Fernanda era llamativamente guapa y, como dijo inocentemente Pedro, más inteligente incluso que Fernando.Fue más difícil cuando Fernand@ volvió a ser un de nuevo un chico, luego otro chico más alto, y más tarde una mujer de belleza extraordinaria. Al principio cambiaba de cuerpo cada semana, pero acabó cambiando a diario.Debía haberle apartado directamente del proyecto, pero convencí al grupo de que el gobierno lo quería así, y que eran colaboradores enviados directamente por ellos. Llegó un momento en el que nadie se preguntaba por qué la persona que venía aquel día tenía tantos conocimientos o más que el anterior.Fernand@ podía ahora incluso leer la mente de quien quisiera, por lo que ni siquiera tuve que verbalizarse que finalmente me había parecido una mala idea iniciarle en los asuntos de las cuatro torres.No obstante, el proyecto avanzaba a pasos agigantados gracias a las aportaciones de Fernand@, tanto que acabó pseudo dirigiendolo junto a mí, mientras yo ahora disponía de más tiempo para investigar lo que quería. Me pasaba el día lanzando ecos a posibles duplicaciones. Había encontrado algo a lo que había bautizado “Dios”, pues era distinto de todo y parecía estar en todas partes. Mientras, Fernand@ ya había descubierto el método para generar nuevas duplicaciones, algo que, poco a poco, iría desestabilizando el universo.Pasó un mes entero y prácticamente ya había delegado en Fernand@ toda la gestión del proyecto. De hecho, aquel día me lo había solicitado como libre, y ahora me encontraba, ya casi las cuatro de la madrugada, probando mi nuevo ingenio electrónico. Había montado una pequeña granja de cobayas a las que mutilaba para extraerlas el cerebro, e integrárselo con lo que había dado en llamar la interfaz interna, ya que conectada desde dentro de El Todo con ese Todo.Cada noche que probaba mi interfaz debía sacrificar un roedor. Los cerebros se deterioraban rápidamente después de extraerlos. Era ya casi una experta en preservarlos, pero sólo había logrado una ventana de tiempo de media hora.A aquellas horas de la madrugada ya tenía todo instalado y la interfaz siseaba encendida. Desde una pantalla observaba los resultados de mi programa, que había desarrollado duranta la última semana. Era un programa que lanzaba ecos al universo, hacia “ping”, como técnicamente se debería llamar. Los resultados eran prometedores, cada minuto un eco de los millones que lanzaba regresaba con los datos de una nueva duplicación. Los

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datos que retornaba ofrecían una vista resumida de dicha duplicación: si usaba muchos ciclos de tiempo del universo, si era relativamente nueva o vieja, de qué duplicación se había dividido, y muchos otros parámetros que había conseguido extraer como números, pero que aún no sabía su utilidad y qué representaban en la duplicación.A groso modo, todos los resultados de cada duplicación mostraban un incuestionable parecido entre ellos. Hasta que uno de esos “ping” mostró algo diferente. Algo que, por los datos, parecía eterno. Devolvía los ecos como una duplicación, pero había datos que la hacía distinta a las demás. Ya era el segundo día que conseguía localizarla y, lo más sorprendente, es que algunos parámetros habían cambiado. Antes parecía una duplicación eterna, lo que me hizo pensar en la duplicación original, la primera desde la que se había dividido las demás; pero ahora parecía como si sólo tuviese un par de años de existencia; algo posible, si no fuese porque el parámetro que indicaba la duplicación desde donde se había dividido, su origen, estaba vacío, no tenía padre, se había creado de la nada.La máquina que había creado recogía los datos en binario y los mostraba por pantalla en decimal. Algunas veces, en el parámetro de la edad de esa duplicación, tras lanzar una ráfaga de ecos recogía de vuelta: 1, 2, 4, 8, 16… No tenía sentido, a menos que yo no fuese la única que había “ping” al universo y estuviesen jugando conmigo. Y lo confirmé cuando al recoger otra ráfaga de esos resultados descubrí que representaban mi nombre escrito con caracteres ASCII. No me asusté, casi lo esperaba.El cerebro del roedor se deterioró y perdí la conexión con el universo. Miré de reojo la jaula en la que correteaban otros cinco pequeños mamíferos. Me extrañé al sentir misericordia por aquellas indefensas criaturas. Desde mi experiencia de mil vidas había adoptado una percepción de la vida y la muerte diferente. La vida era algo artificial y la muerte sólo una anécdota. Sin embargo, algo de mi antigua humanidad protestaba cada vez que amputaba la vida a una de las cobayas. Decidí no luchar, por el momento, contra ese sentimiento, y me fui a la facultad de informática a compartir mis descubrimientos con Fernand@. Ya eran casi las seis de la mañana, pero sabía que estaría allí.Cuando llegué me encontré con Pedro, Adrián, Luis y un joven altísimo y de atractivo insuperable: [email protected]¿Qué tal vais? -Indagué al entrar.Pedro se volvió. De sus manos colgaban unos cables de colores.

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-¿No te habías tomado el día libre? -Preguntó.-Sí, pero necesitaba compartir y debatir algunos temas con nuestro enlace en el gobierno -respondí restando importancia a mis acciones. -Ese soy yo -dijo el chico alto y guapo con suficiencia.Fernand@ y yo salimos del auditorio para pasear por los solitarios pasillos. El edificio estaba sumido en la oscuridad de la noche, pero nosotros caminábamos sin titubear, conocíamos cada escondido rincón de la facultad.-Escucha -dije a mi compañero, mientras observaba el borroso cielo estrellado que atravesaba el techo de cristal translúcido-, quería preguntarte…-Sobre lo que has percibido -continuó Fernand@ mis pensamientos-. Sí, la respuesta es sí, yo también he sentido algo cuando incluso saltaba de cuerpo. No sé si es El Todo, si soy yo mismo integrado en ese Todo, o si es algo externo a él. Independientemente de lo que yo opine, la realidad es que ahora, más consciente e integrado con El Todo, es verdad que sé que hay alguien que nos observa, que parece estar a veces en todas partes. Puede que incluso seamos nosotros mismos.Fernand@ hablaba elocuentemente y no se entretuvo en leer mi mente para anticipar mi siguiente pregunta.-¿Y qué me dices de las señales que he recibido? -Pregunté acostumbrada a que Fernand@ supiese de qué estaba hablando gracias a sus poderes telepáticos.-Sí -dijo tras estar un segundo en mi mente-, eso es curioso. ¿Te he dicho, AnyZeta, que ya está casi completado nuestro dispositivo transportador?Me reí.-Sabes que no, sabes lo que yo sé. Es una gran noticia.-Podremos ir al origen de esas misteriosas señales tuyas.-¿Y cómo lo habéis conseguido al final? -Inquirí-. Ayer mismo ya hubiésemos podido hacerlo, pero era como proponían en la otra duplicación: clonando la nuestra y luego destruyéndola. Espero que no vayas a decir que es la única solución.-No, claro. Hemos dado un paso más allá. Si antes teníamos que crear la nuestra era porque no podíamos modificarla. Hacíamos un clon del que éramos propietarios, y en esa duplicación creábamos el objeto, ya que podíamos manipularla a nuestro antojo. Luego intercambiábamos el identificador entre la antigua duplicación y la nueva y ya está. La duplicación origen no se destruía, pero quedaba fuera de los ciclos del universo, y, poco a poco, las celdas

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de memoria que ocupase, como en un ordenador ordinario, se irían borrando por acción de su propietario, el universo, quien las ocuparía con nuevos datos. Pero adivina qué, no es solo que hayamos conseguido hacer esa transportación, que antes era realmente una clonación, sino que ahora podemos movernos entre duplicaciones, hemos conseguido hacernos con la propiedad de la duplicación que queramos, control total, AnyZeta. ¡Le hemos quitado el control al mismo universo! Fascinante.-Pero… -Dije esperando que Fernand@ me explicase las contras de aquella situación.-Sí, hay un pero, claro. El pero es que le quitamos la propiedad al universo, y con ello nos salimos, obviamente, de los ciclos que mueven el tiempo en las duplicaciones, ya que no la encuentra. Esto se traduce en que aquellas duplicaciones de las cuales tomamos el control se quedan congeladas, paradas, y esto implica, en consecuencia, que si quieres transportar algo de una duplicación a otra tienes que controlarlo todo desde una tercera duplicación. Una tercera que se haga propietaria de las dos, que mueva el objeto de duplicación, y que vuelva a devolver la propiedad al universo.-Bien, y ¿cómo lo probamos? -Pregunté ilusionada.Fernand@ me miró a través de la oscuridad del pasillo, débilmente iluminada por las luces de emergencia. Sus ojos brillaban con cada tenue destello que atravesaba el lejano techo.-AnyZeta, obviamente sé que tu pregunta es retórica. Ya lo hemos probado y funciona. Y sí, hemos hecho pruebas antes que han fracasado, y duplicaciones enteras se han perdido y quedado congeladas hasta el fin de nuestro universo.Apenas me inmuté, ya entonces mi visión del universo era tan diferente a lo ordinario que veía lógica la pérdida. Era lo natural si quieres ajustar el resultado de un proyecto tan importante. El destino de esas duplicaciones sería que el universo las reconociese como espacio reutilizable y, en consecuencia, reciclase su espacio ocupándolo con datos de otras duplicaciones. No obstante, si era ese realmente el comportamiento del universo, eso significaría que sus recursos son limitados. Si fuesen infinitos, no se preocuparía por optimizar nada, y crearía constantemente nuevos espacios en donde fundar nuevas duplicaciones. A fin de cuentas, quizás funcionase así.-A menos que -me leyó la mente Fernand@-, por algún motivo, haya un ente o proceso que guste del orden, y al que no le agradasen los espacios vacíos.

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-Ya, nuestro Dios.-Tu Dios, AnyZeta, yo aún no lo he visto. Aunque ya sabes que coincido contigo en que hay algo que nos observa. Tú, AnyZeta, en tus mil vidas has podido comprobar que ya no eres la simple humana que eras. Yo he vivido cientos de miles y puedo incluso penetrar en la mente de cualquier ser del universo. Imagina qué podrá hacer alguien con el bagaje de millones, billones de vidas. No tendría por qué ser un dios, sino, simplemente, alguien que nos ha cogido ventaja. Si tú lo has hecho, si yo lo he hecho, puede haber millones, billones o trillones de seres viajando ahora mismo entre duplicaciones.-Pues yo, en mis mil viajes, no me encontré con ninguno que saliese de su propia duplicación.-Ya, yo tampoco, y ese es otro enigma que me interesa. Hay infinitas duplicaciones en las que el tiempo pasa millones de veces más rápido que en esta y, sin embargo, a pesar de que nos llevan trillones de años de ventaja, en ninguna he encontrado a otro como nosotros.Fernand@ sacó de uno de sus bolsillos una pequeña canica negra y la alzó ante su cara sujetándola entre el índice y el pulgar.-¿Qué es eso? -Pregunté intentando ver mejor el objeto en la oscuridad.Fernand@ rodó la canica negra entre sus dedos y rodeándonos se desplegó una burbuja vibrante que nos rodeó, estábamos ahora rodeados de por un cegador caleidoscopio de infinitas realidades. Recordé la primera vez que entré en las cuatro torres. Fernand@ giraba rápidamente la pequeña bola y las realidades aparecían y se esfumaban atravesándonos el cuerpo. Dejó de girar la diminuta esfera y las realidades dejaron de superponerse para fusionarse en una sola. La realidad era clara de nuevo.Fernand@ señaló al techo del edificio. Ya no se veía el difuso cielo. Salimos por una de las puertas de emergencia y entonces pudimos ver con claridad qué era lo que ocultaba las estrellas. Sobre nuestras cabezas, a la altura de las nubes, una impensable telaraña de metal brillante cubría toda la bóveda celeste.-Esto es lo que quería enseñarte, AnyZeta. No estamos solos en el universo y eso ya lo sabías. Pero lo curioso es que no estamos solos ni siquiera aquí en La Tierra.Me pareció curioso descubrir lo que Fernand@ me contó entonces. Que millones de años atrás en el tiempo, en una de las infinitas duplicaciones que se separaron de la nuestra, se desarrolló un ser humano distino. Físicamente parecido al que nosotros

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pertenecemos; algo más delgado, de piel mortecina y ojos diminutos como los de un murciélago. Tecnológicamente más avanzados, habían construido sus ciudades en el cielo. No les gustaba el suelo, porque desde tiempos lejanos se habían visto fantasmas en el suelo, formas o sombras que asustaban tanto a niños como a adultos.Fernand@ sonreía al contarme esta historia. Había descubierto que tales espectros eran en verdad la humanidad que nosotros conocemos, nuestra humanidad. Y que nuestra duplicación interfería, quizás por azar, con la de estos hyper humanos.Para subir a la ciudad bastaba con utilizar uno de los pasillos levitadores, que consistían, básicamente, en situarse en un punto determinado abajo en la tierra y ser izado mágicamente hasta la distante ciudad.-¿Nos pueden ver? -Pregunté mientras era alzada por la fuerza de uno de esos pasillos.En la ciudad la luz provenía de todas partes, igual que en las cuatro torres. No había ventanas y sólo un pasillo se estiraba ante ella, sin junturas ni remaches. Era un sistema sanguíneo de pasillos-No pueden vernos -respondió [email protected] hyper humano pasó a nuestro lado. No nos vio, sin embargo, modificó su trayectoria para, al parecer, esquivarnos. No tenía sentido.Más tarde me di cuenta de que realmente no nos esquivaban, sino que nos movíamos dentro de una burbuja que deformaba el espacio a nuestro alrededor.-Sí, AnyZeta, estamos y no estamos. Podemos interactuar con su duplicación, pero no formamos parte de ella, por lo que tenemos que abrirnos un hueco en su interior.Fernand@ me ofreció la canica negra.-Toma -me dijo-, explora tú sola.-¿Y tú?-¿Yo? Yo no la necesito, la he hecho para ti. Por estos pasillos podrás ir siempre segura a cualquier parte. Avanzarás rápido, cada paso que das aquí avanzas cien en nuestra duplicación. Te explicaría por qué, pero creo que no te interesa ahora, tal como escucho en tu mente.Fernand@ simplemente desapareció. No me preocupé por lo que había sucedido. Suponía que habría abierto de alguna manera otro túnel de alguna manera que le llevase de vuelta hasta la facultad.Observé la canica en mi mano. Sabía como funcionaba, seguramente porque Fernand@ me habría implantado ese

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conocimiento. Eran todas estas cosas algo que ya nunca me extrañaba. Tampoco me extrañaría con el tiempo, trillones de vidas más tarde, terminase por ser capaz de transportarse a otras duplicaciones con el único uso de su mente. Si yo había llegado a esta conclusión, obviamente Fernand@ también lo había hecho.Caminé sin rumbo por los pasillos de la futurística ciudad, y cuando ya había decidido volver a la residencia de estudiantes, vislumbré lejana, caminando como yo por los pasillos, una figura que no vestía la indumentaria de los hyper humanos. Era el profesor Forniés. No tenía la menor idea de cómo él había llegado también hasta allí, aunque tampoco me sorprendía. Sorprenderse es una cualidad que vas perdiendo con la experiencia de unas pocas vidas. Ahora procuraba simplemente observar y analizar la realidad. El profesor me había visto también, y no tenía sentido esconderse. Me acerqué a él y le saludé.-Hola, profesor Forniés.El profesor me miró sin apenas parpadear. Él si parecía sorprendido, pero también, de algún modo, tranquilo y liberado al verse delatado. Seguía teniendo el comportamiento propio de aquel que no ha vivido más vidas que la actual.-Hola… Tú estabas en mi conferencia. Te recuerdo…-Sí, fue interesante -mentí-. ¿Qué hace aquí, profesor?Él vaciló un instante en responder, pero recordó en dónde se encontraba y de lo ridículo de ocultar cualquier información.-Iba de camino al super ordenador, necesito ponerme en contacto con gente de otra duplicación.-¿Para el proyecto de transportar objetos entre duplicaciones? -Pregunté sin miramientos-. Demasiado arriesgado, ¿no?-Veo que sabes más de lo que me imaginaba. Tampoco me sorprende estando donde estamos. Iba a proponerles una alternativa que han desarrollado nuestros ingenieros -el profesor se rio y levantó unos papeles que llevaba agarrados en una de sus manos-. Es una mierda, tengo que teclear todo esto para que ellos lo vean.Me reí también.-¿Le importa si le acompaño?-La verdad es que no -se encogió de hombros.Paseamos en silencio por la red de iluminados pasillos hasta un punto desde el que podíamos descender prácticamente delante de la puerta del museo. Por aquellas fechas, y a aquellas horas de la mañana, era lógico que no hubiese nadie. Aun así, el campus parecía más solitario incluso, unas instalaciones abandonadas.

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Ya con los pies en la tierra entramos al amarillento edificio. El super ordenador siseaba con sus potentes pero discretos ventiladores. En días en los que el museo estaba lleno ni siquiera se oían. Era fruto de un trabajo magnífico, teniendo en cuenta que era uno de los cien ordenadores que más se calentaban del mundo.El profesor sacó de su bolsillo la tarjeta rosa y la insertó en la ranura. La pantalla mostró el puntero titilante.-Bien -dijo estirando las palmas de sus manos-, pongamos el código de contacto.Esperé mientras el profesor tecleaba vivamente. Cada línea que escribía se detenía y la revisaba sobrevolándola con el dedo. Diez minutos más tarde terminó de introducir el código. Esperó. El puntero parpadeaba exhausto al final del telar de caracteres.-Estoy esperando a que ellos lo detecten -me explicó-. Yo meto el código y ellos, escaneando periódicamente esta zona de nuestra duplicación, pueden detectar si hay algún objeto con una configuración concreta. Ya sabes que al poner aquí esto se modifican elementos de la micro computación del universo, que ellos pueden detectar.Yo asentí. El aburrido profesor no sabía que mi conocimiento se encontraba mil vidas por delante del suyo.La pantalla se vació de caracteres, estuvo unos segundos mostrando sólo el tamiz de fósforo verde. Apareció una fila de caracteres ininteligibles. Tratamos de leer. Eran una sucesión de caracteres sin sentido. El profesor pulsó una de las teclas para intentar escribir algo; sin duda, había algún tipo de problema con la comunicación. El teclado no respondía. El ordenador parecía bloqueado, mostrando sólo aquel mensaje sin sentido.-Reiniciémoslo -propuse.Ni siquiera sabía cómo hacerlo, o si se podía hacer, pero parecía la única opción.Tiempo atrás había estudiado el hardware del super ordenador, y sabía que, aparte del suministro eléctrico que le daba vida, también disponía de un sistema de batería de respaldo ante cortes inesperados.-Podríamos quitar la electricidad del edificio -propuso el profesor, sin quitar la vista de los caracteres de la pantalla.-Creo que tiene una toma exclusiva para él. Para desconectarlo hay que hacerlo desde la central que hay junto al rectorado.-Vamos allí entonces.Me encogí de hombros. Mientras hablaba con el profesor observaba también los caracteres. Aunque, a diferencia de mi compañero, a

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mí me recordaban algo que había visto en sus mil vidas. No conseguía recordar.-El super ordenador tiene un sistema eléctrico de respaldo, no conseguiríamos nada -detuve al profesor.-Probemos. ¿Cuánto duran esas baterías?-Como mucho media hora… Sí, probemos.Salimos y nos dirigimos hasta la pequeña caseta que se escondía junto al rectorado. Abrí la puerta con la maestría de un ladrón de guante blanco. El profesor ni siquiera preguntó cómo lo había hecho. Observé unos segundos los interruptores que se distribuían a mi alrededor, buscaba alguna referencia al super ordenador. El profesor estiró el brazo por encima de mí y accionó el más grande de todos. La luz de la habitación se apagó.-Ya que estamos -se justificó-, tiramos el general.Al salir comprobamos con las primeras luces del alba que el campus estaba completamente a oscuras. No sabíamos qué hacer, esperar allí la media hora que duraban las baterías del super ordenador o alejarnos de allí para evitar ser visto por alguien. Seguramente, nuestro acto habría tenido más consecuencias de las que habíamos supuesto en un principio. Una de esas consecuencias se acercaba a nosotros corriendo. Era Fernand@, que jadeaba exhausto por la carrera.-¿Qué habéis hecho? -Nos preguntó entrecortadamente.-Hemos quitado la luz del campus -le respondí-. Era la única manera de resetear el super ordenador.-No se apagará, ignorante -dijo Fernand@ recuperando el aliento, fijando la mirada en mí con cierto reproche, quizás decepción. Como si las mil vidas que había vivido hubiesen sido en vano.-Ya sé que tendremos que esperar media hora o más…Fernand@ respiró hondo.-No, estás equivocada. Primero, tenías que habérmelo dicho, estábamos en mitad de un experimento, ya éramos los propietarios de dos duplicaciones y tú las acabas de dejar en el limbo…-¿No usáis ningún sistema de respaldo? -Le devolví la mirada de reproche.-La cantidad de energía que necesitamos nos se puede respaldar, AnyZeta… Bueno, ya está hecho. Lo que te decía es que el super ordenador tiene un suministro independiente, así que lo que habéis hecho no ha servido para nada.No cuestioné el conocimiento de Fernand@, quien con sus incontables vidas tendría un conocimiento más preciso que el mío del super ordenador. Volví a la caseta y reestablecí la corriente.

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Caminé apesadumbrada hasta el museo y allí me esperaban Fernand@ y el profesor en la entrada. El profesor guarda silencio. Hacía menos de una hora pensaba que él era uno de los pocos poseedores del mayor secreto del universo. Ahora se veía como un mero espectador sentado en la última fila.El super ordenador seguía encendido y mostrando por pantalla el mismo mensaje incoherente. El profesor volvió a pulsar algunas teclas para asegurarse de que seguía bloqueado. Fernand@, por el contrario, sólo necesitó una mirada a la pantalla para que su perfecto rostro se descompusiera en una mueca de preocupación. Algo que, para un ser que había vivido millares de vidas, era alarmante.-¿Qué pasa? -Le pregunté.A mi también me evocaban algún recuerdo, pero no lograba localizarlo en mi memoria milenaria.-Es -dijo Fernand@ lentamente- un mensaje. Nos han bloqueado.-¿Cómo? -Intervino el profesor.-¿Y no podemos hacer nada? Apagarlo, no sé… -propuse.Fernand@ se giró hacia mí.-En circunstancias normales podríamos…-Hazlo entonces -le insistí.Su rostro estaba blanco, mortecino. Algo casi imposible para alguien que ya no ligaba las emociones a su cuerpo físico, que usaba la naturaleza más como una prenda de vestir que algo necesario. Miró de nuevo a la pantalla y permaneció unos segundos observándola.-No es el super ordenador lo único que han bloqueado, AnyZeta. Nos han bloqueado. Han bloqueado nuestra duplicación entera. Alguien se ha apropiado de nuestra duplicación. El universo ya no es nuestro propietario… Lo extraño es que sigamos hablando. Ya sabes que salirse de la propiedad del universo también implica no ser partícipe de los ciclos del tiempo.-¿Qué es lo que está pasando? -Preguntó desconcertado el profesor.-Pues que hay alguien más listo que nosotros -le respondí, cansada del diminuto intelecto que siempre demostraba.-¿Nos habrán bloqueado ellos? -preguntó de nuevo el profesor Forniés, señalando los papeles que pretendía transcribir en el super ordenador.-No -respondío Fernand@ esta vez-. Esos no son nadie comparados con quien haya hecho esto.Fernand@ señaló la pantalla y siguió hablando.

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-Además, esto está escrito en un código que sólo he visto dos veces en todas mis vidas. Es de otra duplicación, mucho más antigua que la nuestra. De un tiempo en el que las propias duplicaciones eran distintas.Los tres parecimos olvidar por un momento la criticidad de la situación. Fernand@ siguió con su monólogo.-Hace trillones de años, de los años de nuestra duplicación, el universo era más simple, tan simple que incluso yo mismo pensaba que aún no existía. Simplemente, funcionaba de otra forma. Como los Macintosh y los Spectrum, AnyZeta. Era como si estuviese programado en otro lenguaje, en otro… Es imposible explicarlo mejor. Pero hace mucho tiempo, algo pasó. El universo entero cambió, algo o alguien lo reprogramó. La duplicación desde la que se ha escrito este mensaje de bloqueo fue una de las primeras en aparecer, sino la primera, pues aparecieron millones de golpe.-¿Pero qué pone en el mensaje? -Inquirí intentando recordar por qué me era tan familiar.-Es difícil, quizás imposible, expresar con palabra lo que pone en el mensaje. AnyZeta, esta manera de expresarse es sólo entendible junto a su contexto…El profesor apenas comprendía la situación.-¿Cómo dice? -Preguntó con un hilo de voz.Fernand@ se encogió de hombros.-Es como una parte del código, un script. Algo que sólo funciona sobre otra parte mayor, y que dependiendo de en qué parte está hace una cosa u otra. No creo que pueda explicártelo mejor, mi querido profesor -concluyó casi en tono de burla.-Entonces -insistió el atolondrado personaje desde su insignificante conocimiento de una única vida-, lo que podría significar es que el ordenador está bloqueado, pero otros igual no…Fernand@ le miró inexpresivamente.-No significa eso en absoluto -dijo con tono cansado-, nos han quitado la duplicación entera, toda la duplicación, profesor. Toda es toda… -se detuvo un segundo-. No obstante, es una posibilidad que haya otros super ordenadores iguales que aún se puedan utilizar, porque…Intervine emocionada.-Tengo un amigo en Alemania, allí él tiene acceso a uno de los cien ordenadores que se hicieron. Es igual que este. Si funciona, podríamos pedir ayuda a los de la duplicación amiga. Con instrucciones precisas igual consiguen devolver la propiedad de nuestra duplicación al universo.

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El profesor Forniés regresó a su posición de mero espectador. De hecho, seguramente se preguntase por qué aún le dejábamos ser partícipe, aunque fuese solo presencialmente, de aquella aventura.Fernand@ y yo decidimos viajar a Alemania sin llamar primero a mi amigo. El medio que íbamos a utilizar era tan rápido que no merecía la pena.Volvimos a la realidad de los hyper humanos y subimos a su ciudad de pasillos infinitos, recorrimos sus venas brillantes guiados por Fernand@ y accedimos a una plataforma gigantesca, al aire libre, desde la que se podía disfrutar del eterno cielo azul. Las nubes, más pesadas que la magnifica civilización, no alcanzaban aquella altura.Sobre la plataforma se veían decenas de pastillas de cristal, más o menos del tamaño de un coche.-Vamos -instó Fernand@-, ahí espera nuestro transporte.Se acercó al artefacto que estaba más cerca de nosotros y atravesó, como un fantasma, su caparazón cristalino. Me preguntaba si aquel era el comportamiento natural del objeto o si había podido atravesarlo al encontrarse entre dos realidades.El profesor y yo entramos también, como si su envoltura solo fuese una proyección de mi imaginación.-Vámonos -dijo Fernand@ en tono autoritario.La pastilla transparente se alzó lentamente en el aire con nosotros dentro. A través de sus paredes se podía ver nítido el exterior. Ascendimos unos diez metros, nos detuvimos un par de segundos suspendidos en el vacío, y el artefacto empezó a avanzar lentamente hacia el norte. Al principio muy despacio, luego un poco más rápido, pero a una velocidad decepcionante.-¿No puede esto ir más rápido? -Me impacienté.-¿Tan rápido como un avión? -Señaló Fernand@ un enorme avión de pasajeros que se alejaba por el horizonte.El avión se encontraba a gran distancia, pero empezó a parecerme que le estábamos alcanzando lentamente. La velocidad de nuestra nave era frustrante, pero terminamos por alcanzarlo. Casi tocamos la cola, nos paramos, se desvió nuestra nave en ángulo recto unos metros, se paró de nuevo, y continuamos hacia el norte. Parecía que la nave no podía dar curvas, sino que debía realizar en su lugar estas torpes maniobras.El avión era un monstruo de metal inmóvil en el cielo. Observé la cara de los pasajeros a través de las ventanillas, parecían congelados en el tiempo.

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-Para ellos seremos una luz que les supera a una velocidad imposible -dijo [email protected]é en los avistamientos OVNI: luces a velocidades supersónicas haciendo maniobras inverosímiles que aplastarían a sus ocupantes. Me reí al comprobar cuán lentos eran estos OVNIS. No eran maniobras imposibles, sino que viajábamos en el interior de una burbuja espacio-temporal. El tiempo de la gente del avión transcurría más lentamente.-Si mirásemos el reloj de estos tipos veríamos que vamos a llegar a Alemania en cinco minutos, pero en los nuestros… -Me desanimé.-Esta nave aprovecha más ciclos de tiempo -intervino Fernand@-, pero es desesperante.El viaje transcurría lento, mortalmente lento. Me tumbé en el suelo casi invisible, miré al cielo intangible y luego a [email protected]¿Qué sabes del origen del universo? -Le pregunté, con mezcla de curiosidad y aburrimiento.-Nada, comparado con lo que me gustaría saber. Sé que nuestra duplicación es heredera de otras mucho más antiguas, y, por un tiempo, incluso creí conocer cuál era la duplicación original. Creí haber encontrado incluso a Dios. Él me permitió ver esa duplicación. ¿Sabes que hay duplicaciones ocultas? Ocultas, al menos, a quienes no les está permitido verlas. Yo tampoco lo sabía. Creía que el universo era algo salvaje e inexplorado, pero mucho antes de nosotros existía ya un universo con sus viajeros entre duplicaciones. Y mucho antes que nosotros ya dominaban las leyes del universo.Fernand@ se detuvo pensando en sus propias palabras. Continuó su explicación.-Como te dije, por un tiempo pensé que conocía la duplicación original, porque Dios me la había mostrado, un dios que gobierna todo y que dejaba certezas en mi cabeza.-¿En esa? -Bromeé señalando su frente prestada.-En esta y en todas las demás -me siguió la broma Fernand@-. Luego, esa misma energía me reveló que ella también ignoraba cosas, y, por un breve instante, me dejó compartir uno de sus pensamientos. En él me reveló que la que yo consideraba como la duplicación original no era sino la primera del nuevo universo, antes de su “reprogramación”. Ese dios, esa energía, supe entonces que era algo conocido…-Acinú -intervine abruptamente.-Sí, Acinú. Tú también lo has conocido.-Sólo de labios de otros.

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-Yo lo he sentido, AnyZeta. He… hablado, de alguna manera, con él. Necesito conocerle. Necesito llegar hasta él. Y ahora es imposible. Con nuestra duplicación bloqueada no puedo volver a salir de aquí -se tocó el pecho.El viaje se me estaba haciendo infinito. La nave había ganado velocidad y seguió acelerando hasta alcanzar cotas supersónicas.Fernand@ no me preguntó dónde encontrar a mi amigo ni dónde se encontraría el super ordenador alemán. Ya lo sabía. Podía adentrarse en mi mente con facilidad.Nuestro transporte tardó una eternidad en acelerar y le llevó el mismo tiempo frenarse paulatinamente. Justo para detenerse sobre el enorme edificio que era el museo donde Alemania exhibía su super ordenador. Era un edificio cuadrado, despojado de todo ornamento. Un titánico bloque de cristal de diez plantas atravesado por una columna impresionante que lo ensartaba desde el piso más alto hasta el bajo.Al aterrizar en la azotea descubrimos que la columna era el super ordenador, y que, por su parte alta, como una chimenea, expulsaba un impresionante torrente de aire caliente que distorsionaba el aire a su alrededor.Salimos de la nave de la misma forma en la que entramos: atravesando la carrocería de cristal. El universo entero volvía a moverse a una velocidad normal. El tiempo fluía de manera natural. Escuchaba los agobiantes ventiladores bramando por la boca de la columna. Sin lugar a dudas, la ventilación de aquel super ordenador estaba peor optimizada que la del español.A nuestras espaldas la nave se elevó verticalmente a una velocidad imposible, y haciendo un ángulo recto volvió a España en un parpadeo. Desde nuestro punto de vista eran maniobras inauditas.Una puerta blanca de metal nos dio paso al interior del edificio. Al entrar y cerrarla tras nosotros el ruido de los ventiladores desapareció por completo. En la azotea la columna electrónica parecía agonizar, pero dentro del edificio no se percibía lo más mínimo su lamento.Un ascensor nos llevó hasta la planta baja donde nos encontramos con una réplica exacta del super ordenador que había en España. Como Fernand@ había anticipado, no estaba bloqueado. A nuestro alrededor paseaban una decena de visitantes.Los cien ordenadores eran exactamente iguales a lo largo de sus cien ubicaciones por todo el mundo. Fue uno de los requisitos de la alianza de naciones. Eran accesibles por cualquier persona que así lo quisiera, y sólo algunas funcionalidades extra se habilitarían para

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los poseedores de tarjetas de investigador, gobierno, ejército… Hasta donde yo había podido descubrir, la tarjeta del profesor permitía guardar los programas que se tecleasen, ya que hay que recordar que el pago por utilizar libremente el super ordenador era que su memoria se reseteaba cada vez que otro usuario lo utilizaba.Esperamos hasta que uno de los visitantes terminó de escribir su programa, lo probase obteniendo instantáneamente el resultado de las operaciones, y, satisfecho, apuntase los datos en un papel. Fernand@ y yo esperábamos pacientes. El profesor, por el contrario, resoplaba a cada momento. Aquel estúpido ciudadano estaba entretenido con su ridículo programa mientras su propia existencia pendía de un finísimo hilo. El profesor movía impacientemente la tarjeta rosa en su mano. Cuando finalmente el hombre se retiró, se adelantó rápidamente a insertar la lámina de plástico en el lector.El profesor tecleó con pulso tembloroso el largo código que nos pondría en contacto con la otra duplicación. Cuando hubo terminado espero unos segundos antes de hablar.-Igual no nos están monitorizando ahora… Vamos, que no hay nadie allí. O no monitorizan el de Alemania…-No creo que sea un sistema manual, profesor -le replicó condescendientemente Fernand@-. Y que no monitoricen más que una ínfima parte del planeta sería decepcionante por su parte.El putero seguía parpadeando al final de todos aquellos caracteres. El profesor repasó con la mano el código en busca de algún posible error. Parecía correcto.Una mujer esperaba su turno para usar el super ordenador. Fernand@ la miró, le dijo algo en alemán, y la mujer se marchó. La pantalla se tornó entonces amarilla por completo y luego retornó a su color verde pálido. El puntero coronaba ahora un espacio vacío. Empezó a moverse y verter caracteres a su paso.

<super ordenador>#Hola, profesor Forniés

</super ordenador>

El profesor respondió.

<super ordenador>#Hola

</super ordenador>

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Por fin la conexión se había establecido.

<super ordenador>#Está utilizando otro ordenador. ¿Por qué?#El otro está estropeado

</super ordenador>

El profesor lanzó aquella mentira antes de que Fernand@ y yo pudiésemos impedírselo. Desde el otro lado seguían escribiendo.

<super ordenador>#No nos pasó las instrucciones que decía

</super ordenador>

Fernand@ apartó suvemente al profesor de la pantalla y posó sus largos y elegantes dedos sobre el teclado. Contestó al mensaje.

<super ordenador>#Lo siento, es que había que recopilar muchos datos

</super ordenador>

Fernand@ nos miró entonces.-Voy a darles instrucciones de cómo desbloquear nuestra duplciación.Fernand@ tecleó fugazmente el complejo mensaje sin vacilar un segundo. Sólo se detenía cuando desde la otra duplicación le escribían una pregunta. El texto de ellos se entremezclaba con el suyo y tenía que recomponerlo para seguir. En apenas cinco minutos ya había escrito millares de líneas.-¿Crees que podrán hacerlo? -Pregunté mientras Fernand@ tecleaba incesantemente.-Ya queda poco -respondió sin detenerse-. Si siguen las instrucciones…La pantalla enmudeció. Como tantas veces se tornó completamente amarilla para volver un segundo después a su habitual color verde pálido. La parte alta estaba ahora colonizada por una serie de caracteres ahora familiares. Fernand@ ni siquiera intentó desbloquear el ordenador. Ya les habían localizado. Los tres nos quedamos en un estado de parálisis. El profesor desconcertado como siempre, Fernand@, apenas una estatua de carne, calculando en su físicamente limitada cabeza todas las posibilidades, y yo, una paria de mil vidas, que tampoco tenía la respuesta.

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-Yo creo… -dijo Fernand@ con la mirada perdida en el monitor- que lo que no me ha dado tiempo a escribir lo pueden deducir.Una voz a nuestras espaldas nos liberó del trance.-¡AnyZeta!Me volví. Era mi antiguo amigo Roberto: un chico bajo, rubio y con algo de sobrepeso. Su voz, muy grave, no correspondía con su pequeña anatomía.-¡Roberto! -Le saludé.Nos abrazamos y le presenté a mis, supuestamente, íntimos amigos con lo que acababa de llegar en avión a Alemania. Me inventé una historia rocambolesca de un aventurado proyecto subvencionado por la alianza de naciones para mejorar los super ordenadores, y lo mezclé todo con algo de aburrida burocracia para hacerlo más creíble. Una mentira siempre hay que tornarla aburrida para no despertar mucho interés, y así evitar suspicacias.Roberto me escuchó sin pronunciar una sola palabra, pero con una sonrisa agradable que siempre hacía confiable a aquel pequeño personaje.-Bueno -dijo al fin-, veo entonces que te has hecho amiga del profesor Forniés y de alguien que ha vivido millares de vidas.No me molesté en desmentirlo. Una de las infinitas lecciones que había aprendida a lo largo de mis vidas era que si alguien te dice de frente la verdad es absurdo disimular.-¿Cómo lo sabes? -Le pregunté.Roberto miró un momento la pantalla del super ordenador y luego a mí.-Esto está pasando en todo el mundo, AnyZeta. Yo también he entrado en contacto en el supuesto becario de la otra duplicación. Y ya no sé si es real o una farsa de los otros -dijo levantando levemente la mano.-¿Qué otros? -Intervino el profesor, al cual casi habíamos olvidado.-No sé, todos, ni idea. Es como si todo fuese una conspiración. Y luego está lo de Acinú. AnyZeta, debéis volver a Madrid ya, a las torres, tenéis que encontrar a Acinú. Sólo él puede desbloquearnos.Roberto miraba alrededor nervioso.-Ahora debemos irnos de aquí -apremió-. Éste no es un lugar muy seguro. Sólo vine porque sabía lo que estabas haciendo.-¿Cómo? -Preguntó el profesor ingenuamente.Fernand@ leyó la mente de Roberto para saber qué es lo que realmente estaba pasando.-No podemos volver a la azotea -dijo tras comprender la gravedad de la situación.

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Roberto miraba hacia el ascensor.-Debemos salir por la puerta de atrás. Vamos-gruñó.Seguimos a Roberto a paso acelerado, empujamos la puerta de emergencia y salimos a la calle.-Están ahí -Roberto señaló una bruma blanquecina a unos veinte metros de nosotros.La informe bruma dejaba entrever en su núcleo una figura humana cristalina, que nos miró y empezó a avanzar hacia nosotros. Roberto sacó de uno de sus bolsillos un puñado de diminutas canicas negras y las lanzó contra la etérea formación. Las pequeñas esferas brillaron con cada bote en el pavimento. El repiqueteo hizo detenerse a toda la gente que caminaba por la calle. El ser transparente parecía ahora desconcertado y empezó seguir a todas las esferitas como un animal adiestrado. A primera vista las canicas parecían metálicas, pero botaban sobre el húmedo suelo como si fuesen de goma. El profesor empezó a reír.-Pues para estar tan avanzados tecnológicamente tampoco es que sean muy listos…Roberto seguía andando a gran velocidad.-Vamos, tenemos que alejarnos de aquí.En silencio atravesamos el barrio y llegamos hasta la facultad de ciencias, que se extendía sobre un campus muy parecido al que yo había disfrutado en España.A lo lejos, se escuchaban sirenas de policía anegando el ambiente. Atravesamos el campus y llegamos al pie de un edificio cuadrado de fachada gris plomo. La residencia de estudiantes.-En mi cuarto estaremos a salvo -dijo Roberto.Por aquellas fechas, igual que en España, la residencia estaba prácticamente vacía. Subimos en un viejo ascensor hasta la planta séptima y Roberto abrió con una oxidada llave la puerta de su habitación. La vieja hoja de madera se abrió y dejó escapar un incesante zumbido de ventiladores. Pasamos los cuatro al interior y Roberto echó el cerrojo a su espalda. Los ventiladores pertenecían a una pared entera de ordenadores, apilados unos encima de otros, e interconectados por una imposible maraña de cables multicolor.-Mi pequeño centro de datos -anunció Roberto.Había una pantalla similar a la del super ordenador. Incluso mostraba el críptico mensaje de bloqueo.-¿También a ti te han bloqueado? -Le pregunté.-No, no -agitó su pequeña mano. Se sentó en una silla de oficina y se acercó hasta un pequeño teclado, haciendo rodar las cuatro pequeñas ruedas sobre la moqueta.

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La habitación entera parecía un vertedero de paquetes de comida basura. Roberto tecleó una clave de desbloqueo y la pantalla dejó de mostrar el aterrador mensaje, para mostrar una lista de nombres. Pude ver en seguida que eran los nombres de las cien capitales del mundo que albergaban un super ordenador. Roberto pulsaba las teclas de dirección y se seleccionaban las distintas ciudades.-Son las localizaciones de todos los super ordenadores -dijo-. Y esto -seleccionó Irak y pulsó la tecla Intro-, es lo que se ve en el ordenador de Irak.La pantalla se llenó de caracteres árabes.-¿Estás conectado a todos? -Se asombró el profesor. Se supone que no tienen conexión externa.-Y no la tienen -confirmó Roberto-. Al menos, no física, pero sí forman parte del Todo. Sí están, como nosotros, conectados con el universo.Roberto pulsó una combinación de teclas y en la pantalla volvieron a aparecer las localizaciones de todos los super ordenadores. Pulsó sobre el primero, y apareció el código de bloqueo, volvió de nuevo a la lista y probó el siguiente. La mayoría estaban bloqueados.-Espero que, al menos, desde la otra duplicación sepan cómo desbloquearnos -comentó [email protected] le respondió si mirarle.-Tantas vidas que has vivido y todavía confías en los demás así. Con la información que les has dado simplemente experimentarán.Yo miraba al exterior por la única ventana que iluminaba la habitación con la mortecina luz de Berlín. Empezaba a plantearme otras opciones.-Debemos hacer lo que has dicho antes, Roberto. Hay que volver a Madrid, a las torres. Pero también podríamos probar a terminar la máquina para movernos entre duplicaciones. Ahora sabemos un método que no sirve si nos bloquean, pero con ayuda de la gente de las cuatro torres igual podemos encontrar una manera de salir de aquí.Algo llamó mi atención en el campus, era la misma bruma que había visto en el museo, pero ahora parecía haber dos pequeños cúmulos independientes.-Además -les dije golpeando con el dedo el frío cristal de la ventana-, tenemos visita.Roberto se levantó y miró también al exterior.-No hay por qué alarmarse -nos tranquilizó-. Mas o menos ellos hacen lo mismo que yo: buscan patrones en el universo, y así

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localizan recursos como los super ordenadores. Pero vamos, que en esta sala ni a mí ni a nadie le pueden detectar, y mi pequeño gran amigo -señaló al conjunto de ordenadores que se extendían por toda la pared-, tiene un sistema de alarma que detecta si le están monitorizando, y justo ahora…Tres luces del tamaño de una cabeza de alfiler se encendieron una detrás de la otra, hasta completar una delgada dila de luz ámbar en el frontal del ordenador.-Tenemos que irnos ya -dijo Roberto.Regresó hasta el teclado de su mesa e introdujo unos comandos. Un segundo más tarde los ordenadores comenzaron a rugir como la turbina de un avión. Estaban destruyendo toda la información que contenían.-¡Vámonos! -Insistió.Salimos de la habitación y subimos corriendo a la azotea.-¿Cómo te han encontrado? -Preguntó jadeando el profesor a Roberto.-A mí no me han detectado. Seguramente haya sido a alguno de tus amigos. Son un patrón fácilmente diferenciable si estás cerca. Sus conexiones con el universo son muchas más de las normales.La puerta de la azotea se abrió chirriante. Roberto señaló una pasarela que unía el edificio con otro contiguo.-Espera -nos frenó Fernand@-. Puedo llamar a nuestro transporte.Se detuvo mirando al cielo. Un punto de luz cruzó el firmamento en un parpadeo y descendió a una velocidad imposible hasta detenerse en seco sobre la azotea, a unos diez metros de nosotros.En el momento en el que avanzamos hacia la nave otros dos puntos luminosos arañaron el cielo y bajaron hasta detenerse junto a nuestra nave. Eran dos cápsulas cristalinas del tamaño de una persona. Dentro se veía una bruma blanquecina que empezó a filtrarse hacia el exterior. De las dos capsulas salió la niebla pálida que en su centro dibujaba una enigmática figura humana. Roberto sacó más canicas negras de sus bolsillos y las arrojó contra los seres que parecieron desconcertados.Corrimos por instinto hacia nuestra nave, atravesamos su cobertura transparente y la nave se elevó lentamente. Desde dentro vimos como el tiempo parecía congelado en el exterior. Las bolitas que había lanzado Roberto se veían suspendidas en el aire como pequeñas burbujas de alquitrán en el fluido del universo.Lentamente los seres de humo nos miraron. Sus movimientos serían fugaces, pero nosotros los advertíamos como lentos despertares. Y cuando ya estábamos a unos cien metros sobre la

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azotea los dos seres vaporosos aparecieron en un instante dentro de sus respectivos transportes. Empezaron a subir. Nuestra nave ya había comenzado a moverse horizontalmente hacia Madrid. Era una persecución ridículamente lenta, pero desde el exterior seríamos puntos luminosos apenas perceptibles por su velocidad.-Si vamos a ir a Madrid -comentó Roberto-, tendremos que despistarlos de alguna manera. En el momento en el que saliéramos de la nave estaríamos perdidos.-Podemos dividirnos -propuso Fernand@-, pero ellos son dos y quizás también se dividan para seguirnos. No obstante, no veo otra alternativa.Sacó de uno de sus bolsillos un frasco del tamaño del un pulgar, lo abrió y se escuchó un leve siseo. Un olor rancio inundó el habitáculo.-¿Qué es eso? -Pregunté, aunque creía saberlo.-Lo que vas a tomar, AnyZeta -me respondió-. Tienes que ir a las cuatro torres y contactar con el becario.-¿No sería mejor que fueses tú? -Protesté.-No, te siguen a ti.-No pienso cambiar de cuerpo.-Tienes que hacerlo. Ya volverás al tuyo en otra duplicación cuando consigamos salir de esta situación.Recogí el frasco de las manos de Fernand@ y me tomé el contenido si vacilar. Una de las características de las almas que hemos experimentado mil vidas es que una vez tomas una decisión no te la vuelves a cuestionar, ya que has analizado todas y cada una de las posibilidades.Un par de segundos más tarde, ya sentada en el suelo, los ojos perdidos en la distancia, mi cuerpo murió.Viajar hasta las cuatro torres era fácil, pues ya no era como viajar en un cuerpo físico hasta allí. Cuando abandonas el cascarón terrenal, lo que subyace, lo que eres, queda sujeto Al Todo. Es otra manera de existir. No sabes más que cuando estabas vivo ni te encuentras en un estado de paz mayor, simplemente, es como si la filmación de tu vida se alejase. El Todo pasa a ser tu cuerpo. Moverse hasta cualquier punto del universo es entonces tan sencillo como tocarse una parte de tu propio cuerpo. Eres consciente de todo cuanto sucede en El Todo, porque eres Todo. Aun así, sientes que hay algo superior.Elegí un cuerpo de los que meditaban en las cuatro torres y lo llené con mi existencia. No me sentí extraña, porque ahora era esa persona. Me encontraba en ese cuerpo por primera vez, pero, al

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mismo tiempo, había estado allí desde el principio. Si nunca has abandonado tu cuerpo, no puedes entenderlo.Me levanté. En un lado de la sala vi a la que fuera mi mentora en la primera visita que realicé como AnyZeta. Ya no era siquiera una chica, sin un chico joven, alto y desgarbado. La mentora me miró y habló suavemente.-Necesitarás ayuda si quieres conectar con otra duplicación para encontrar la respuesta -dijo.Permanecí callada. Estaba escrutando cada centímetro de mi flamante organismo, de mi mente, de mi conocimiento conectado en El Todo. Había lago más que no estaba allí cuando abandoné la nave. Me estaba asegurando de que no fuese algo que poseía con anterioridad mi nuevo cuerpo. No era eso, era algo que me habían enlazado durante el traslado. Era otro conocimiento que, como todo saber, no me habían añadido, sino que me lo habían conectado.Algo que se aprendía en los primeros viajes astrales es que nada se aprende. El conocimiento no se adquiere, no se posee. La fuente del conocimiento real siempre está en el mismo lugar porque está formada de verdades absolutas, a través de las cuales se construye el universo. Estas verdades no son equiparables al simple conocimiento de una palabra, una frase o una historia. Es conocer todas las letras y todas sus combinaciones; y, más aún, conocer el origen de las letras y el origen de su origen. Si enlazas con eso, puedes saber todo sobre algo. Y ese algo que yo ahora sabía era cómo crear la máquina con la que escapar de nuestra secuestrada duplicación.-Tengo que irme -dije a la chica, quien aceptó con la cabeza sin realizar pregunta alguna.Salí de la torre. Afuera el sol de verano relampagueaba en las carrocerías de los coches. Tanta gente existiendo, inconscientes de lo frágil que es esa existencia. Podrían frenar su vida durante billones de años, y al volver a reanudarla ni siquiera se habrían dado cuenta.Me dirigí a la estación de tren para poner rumbo a la facultad. Mi plan era simple: construir una máquina que me sacase de la duplicación; luego, desde fuera, en otra duplicación del universo, reconfiguraría la duplicación en la que ahora estaba para devolverle la propiedad Al Todo, arrebatándosela a los secuestradores.En cuento llegué al campus me dirigí al museo. Lo primero que necesitaba para que mi máquina funcionase era el preciado tancol,

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aquella exótica sustancia que obraba el milagro de la computación instantánea.Un de los regalos que me habían dejado enlazado en mi mente era el conocimiento de cada recoveco del super ordenador. Podía desmontarlo pieza por pieza y volverlo a ensamblar con precisión de relojero. Sabía incluso que en el museo había una pequeña sala de mantenimiento, en donde se guardaban las herramientas que me permitirían llegar hasta mi objetivo.Fui a la escondida sala. Curiosamente sólo necesitaba un destornillador especial y, por su puesto, saber qué tornillos desatornillar. Recogí la herramienta y regresé a los pies del monstruo electrónico.Desatornillé una plancha de metal de uno de los laterales y la retiré sin apenas esfuerzo. Casi no se podía ver en su interior, pero mi mano sabía cómo introducirse entre la maraña de cables y encontrar el mecanismo que liberaba la pieza de tancol. La pantalla de fósforo verde mostró esta vez unos signos de error. Entre mis dedos sostenía el pequeño cubito del tamaño de un grano de café, pero de un color blanco tan puro que parecía un agujero en mi extremidad. Observando aquella mano grande y huesuda recordé mi cambio de cuerpo.No guardé el pequeño terrón de tancol en ningún sitio, simplemente cerré el puño y caminé hacia la facultad de informática. No había nadie, mis compañeros estarían durmiendo en la residencia. Dejé la diminuta pieza sobre una de las mesas y empecé a reorganizar la posición de los ordenadores. Los cablee interconectándolos como necesitaba y reprogramé uno de ellos para que los gobernase a todos. Crear el software necesario era sencillo, pero obtener el hardware necesario para aprovechar las propiedades del tancol era mucho más delicado.-¿Te ayudo? -Escuché a mi espalda la voz de [email protected] profesor Forniés y Roberto entraban también por la puerta del auditorio. A la velocidad que iba su nave la habían alcanzado en poco tiempo. Sin embargo, para ellos habría pasado casi un día dentro de su transporte.En la sala había todo tipo de herramientas con las que fabricar una interfaz entre los ordenadores y el pedacito de tancol.Lo lógico en un grupo de trabajo hubiese sido repartirse las tareas, pero en aquel caso Fernand@ y yo lo hacíamos casi todo. Podíamos trabajar más rápido si directamente lo hacíamos, en lugar de invertir tiempo en explicar qué hacer al profesor y Roberto, por lo

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que ambos acabaron por salir a pasear por la facultad a la espera de resultados. Dichos resultados sólo tardaron tres horas en llegar.-Pruébalo -me pidió Fernand@ mientras miraba el cubito blanco en mitad de una placa cubierta de calbes.Introduje una serie de códigos en el ordenador.-Parece que sí… Pero no creo que con solo esto podamos liberar nuestra duplicación.Fernand@ se encogió de hombros.-Eso ya lo sabíamos. Es imposible, pero, al menos, tu y yo podemos liberarnos.La afirmación de Fernand@ no sonó egoísta, simplemente era lógica: éramos la elección, allí no había nadie más que hubiese vivido más de una vida, y el artefacto que estábamos construyendo exigía eso.El profesor y Roberto se acostumbraron a pasear por el campus intercambiando conocimiento y aprendiendo el uno del otro cómo funcionaba el universo. Era todo fascinante para ellos, y, a la vez, descorazonador. El universo ya no era aquello tangible dentro de lo que existíamos, sino que parecía algo abstracto, quizás un sueño o un despropósito simulado por un impensable ordenador. Quizás las dos cosas al mismo tiempo.Fernand@ y yo mientras tanto culminábamos nuestra obra.-Ya está -anunció [email protected] dio tiempo a más. Fernand@ pulsó la tecla de su Sinclair último modelo y yo me hallé liberada de mi actual cuerpo. No sabía en que duplicación me encontraba, pero sí sabía que mi antiguo cuerpo, en el que recordaba haber nacido y crecido por primera vez, estaba aún vivo. Volví a él, y ya en su interior me encontré en mi cuarto en la residencia de estudiantes.Ahora de nuevo en mi antiguo cuerpo observé los ordenadores que se extendían por toda la pared. Eran distintos a lo que recordaba, más pequeños. La marca ya no era Sinclair, sino Google. La disquetera había sido añadida como un elemento externo, conectado por un fino cable a uno de los ordenadores. Era una tecnología más avanzada, pero emulando la antigua. Como si hubiesen reproducido mis experimentos utilizando ordenadores del futuro.Observé también el oscuro reflejo que me devolvía uno de los monitores. Eran monitores del grosor de un folio, tan finos que apenas me atrevía a tocarlos. Mi rostro aparecía con el pelo cortísimo y de punta. Los pómulos marcados, más delgada de lo

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que yo era. Busqué un espejo en la habitación, sólo había ordenadores alrededor.Salí al pasillo de la residencia y entré en los baños cumunes. Allí confirmé lo que ya intuía. Era yo, pero unos diez años más viejo. Estaría en la treintena. ¿No lo sabía? Debería saberlo, debería tener todo el saber de mi nuevo cuerpo sumado al mío. Mi cara era huesuda y unas cuencas hundidas me devolvían la mirada. No había dejado de ser atractiva, pero era obvio que había seguido una senda vinculada con las drogas.Volví a la habitación. ¿Qué hacía en la residencia? Era seguro que no podía ser una estudiante. Escruté de nuevo lo que me rodeaba. La habitación era un completo caos. Había ordenadores esparcidos por el suelo. Eran muy finos, de apenas un dedo de grosor, y había de casi todos los colores: azul, rojo, amarillo, púrpura, naranja… No tenían cables conectados, sólo algunos, que descansaban sobre la poblada estantería, parecían estar unidos por un finísimo cableado.Sobre la única mesa que había descubrí una tarjeta. En ella se veía mi foto y todos los datos de mi cátedra en la facultad. Era profesora de informática.Mi bolsillo comenzó a vibrar, ni siquiera había registrado mis propios pantalones. El objeto que vibraba era una fina lámina rectangular. Al volverla descubrí que era una diminuta pantalla de ordenador en la que aparecía un nombre parpadeando en el centro: Alejandro. La palabra “llamando” titilaba bajo el nombre. Era un sofisticado sistema de comunicación.Volví a recordar que todo eso debería haberlo sabido, debería saber lo mismo que la futurista AnyZeta. Pero no era así, de hecho, muchas cosas que antes sabía parecían haberse perdido, abandonadas en la otra duplicación.El aparato dejó de vibrar. Bajé al campus y me dirigí al super ordenador. El museo parecía igual al que había dejado en mi duplicación, pero al acercarme más pude ver a través de sus muros de vidrio amarillento que sólo el exterior semejaba a lo que yo recordaba. Ahora la columna centra donde se abrazaba el super ordenador era de un color negro azabache, y la pantalla para para interactuar con él era enorme. En mi duplicación era de apenas doce pulgadas: un palmo de ancho. Ahora parecía tener más de treinta. Tampoco era fósforo verde, sino que se veía un limpio fondo púrpura y caracteres amarillos.Al empujar la puerta de entrada descubrí que estaba cerrada. En mi duplicación nunca lo estaba, siempre permanecía abierta independientemente de la hora o la fecha del año. Había perdido

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mucho del conocimiento adquirido en mis mil vidas, pero ahora descubría que tenía acceso a algunos conocimientos, no a todos, de mi actual cuerpo. Recordaba que era la responsable del mantenimiento del super ordenador. Miré a la derecha y encontré una pequeña pantalla táctil con los números del cero al nueve. Sabía la combinación para entrar.Por lo poco que extraía de mi nuevo cuerpo sabía que era una duplicación socialmente distinta, menos respetuosa, en la que dejar abierto el museo podría suponer algún acto de vandalismo.Tecleé la combinación y empujé de nuevo la puerta, permitiéndome esta vez entrar. Había algo más distinto. El ruido era distinto. No escuchaba el continuo zumbido al que estaba acostumbrada. Aguanté la respiración. Ni un solo ruido. Como encargada de su mantenimiento recordé que la refrigeración no la realizaban ventiladores, sino unos sofisticados campos de enfriamiento que refrescaban cada nano espacio entre los circuitos. En esta duplicación los avances tecnológicos habían sido asombrosos, y uno de esos milagros era la posibilidad de alterar la materia a distancia. ¿Realmente era silenciosa la refrigeración del super ordenador? No, en absoluto. La realidad era que existía una enorme nave de tratamiento de materia desde la que se enfriaba a distancia cada hueco. La ruidosa maquinaria que evitaba que se fundiese bajo su propio calor el super ordenador se encontraba a kilómetros de allí.Me acerqué al teclado blanco y fino de la venerada máquina e introduje una clave personal que recordé en ese momento. El ordenador aceptó la contraseña y la cotejó con la huella que proyectaba mi cuerpo en el universo.Empezaba a acostumbrarme a mi cuerpo en aquella duplicación y ya utilizaba con soltura mis nuevos conocimientos. En la mayoría de los casos la gente actúa por instinto, no piensa en cada paso que da. Todo lo que son, todo lo que les ha forjado, queda escondido en su recuerdo, oculto a la consciencia. Y eso era lo que yo trataba ahora de hacer: recordar cada paso que había dado en aquella duplicación. Era una duplicación fascinante. Estaba en el año 2022, pero lo más llamativo era que en el 2016 había ocurrido algo asombroso. El mundo estaba en guerra, la más devastadora conocida hasta la fecha. Parte de Norte América era ya una llanura arrasada por el terror nuclear, y, en respuesta a tal ataque, el Medio Oriente había prácticamente desaparecido. Las bombas habían empezado a caer también en Asia Occidental, pero algo pasó. En mitad de aquel desafortunado caos aparecieron de la

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nada, como de un velo invisible que los hubiese ocultado hasta entonces, los ángeles. Quizás fuesen más parecidos a fantasmas. Seres vaporosos, esveltos, que aparecieron para deambular entre nosotros. Simplemente se paseaban. Y todo paró. La humanidad dejó de guerrear. No nos amenazaron, ni siquiera entraron en contacto directo con nosotros. Nadie habló jamás con ellos, ni ellos con nadie. Pero hubo paz. Y, con la misma facilidad que aparecieron, habiendo sido millones entre nosotros, desaparecieron.Medio mundo aniquilado y el otro medio reinventándose. Surgieron nuevas tecnologías, muchas fascinantes, la mayoría fruto de la aceleración de la guerra. Una de esas tecnologías, casi mística, facilitaba la comunicación con gente muerta. Al principio la sociedad lo tomó a broma, pero luego fuero vislumbrando el mecanismo por el que el universo favorece nuestra existencia. La gente empezó a comprender que nuestra mente no es sólo esa gelatina gris arrugada aprisionada en nuestro cráneo. Ahora todos tenían la prueba de que formaban parte inseparable del universo. El cerebro es una interfaz, un terminal. Lo que somos se guarda en alguna parte de ese universo, aunque el gran público realmente tampoco lo entendía muy bien.Me maravillaba la cantidad de conocimientos que tenía en esta duplicación. Sabía incluso todo lo que se podía saber sobre cómo conectarse con esos rincones del universo en donde se guardan nuestros datos. También sabía que no todo el mundo podía conectarse, no solo por la complejidad que entrañaba, sino porque se había limitado y restringido su acceso. Sólo ordenadores identificados y, por supuesto, ordenadores del mercado negro, podían conectarse. Uno de esos ordenadores desde el que podías acceder a los secretos del universo era el super ordenador.Toqué la pantalla y se tornó por entero de color blanco pálido. Aparecieron multitud de iconos. Acaricié uno de color azul con un círculo blanco en su interior. Se desplegó un mapa. Era un buscador de gente que había fallecido en los últimos cuatro años, y que había firmado un documento por el cual permitían acceder a los datos de su mente que aún contenía el universo. Realmente no se podía acceder a cualquier dato, sino que el super ordenador creaba un cerebro virtual que actuaba de interfaz con los datos alojados en el universo. Gracias a esto se podía hablar realmente con los muertos, y era el propio difunto, quien bajo su propia voluntad, se manifestaba. Podías incluso contactar con la inteligencia de alguien que aún estuviese vivo, pero parecía que el actual vínculo que se

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tenía con el cuerpo físico no permitía establecer una conexión clara, y se rompía al instante la comunicación.Había un gran debate sobre si la gente volvía a vivir cada vez que se la contactaba, o si realmente su alma, aquello que realmente somos, ya no estaba allí. Los muertos aseguraban que seguían siendo ellos, e incluso la motivación de aquellos que firmaban el documento para permitir ser contactados albergaban ese anhelo, la inmortalidad.Sólo había dos grandes problemas con el sistema. El primera era que se perdía la conexión cada poco tiempo. A veces a los veinte minutos, otras a los dos segundos. Se sabía por qué. Se teorizaba con que los datos de la persona cambiaban de lugar en el universo, y esto creaba una nueva conexión que producía el corte. Esto podía implicar a su vez que tampoco conocíamos el universo, sino que contactábamos con otro tipo de interfaz entre los datos y nosotros.El segundo problema era que los datos de esa persona desaparecían al llegar un momento que nadie había logrado determinar: a veces un minuto tras la muerte, a veces años. Se esfumaban, y se creía que, posiblemente, el universo los eliminase. Las investigaciones, sobre todo las financiadas por grandes fortunas, se afanaban en investigar cómo proteger esos datos, con lo que lograrían, de alguna forma, la vida eterna. Pero, hasta el momento, aquello que gobernaba el universo no era sólo un poder irrefrenable, sino invisible.Mi cuerpo en esta duplicación no había perdido el tiempo, y, como responsable del mantenimiento del super ordenador, había aprovechado para realizar algunas mejoras en el sistema. Había creado una aplicación que buscaba y registraba restos de conciencias perdidos por el universo. Sólo un ordenador con aquella capacidad podía realizar dichas tareas, dado que se necesitaba realizarlas al mismo tiempo. El mismo acto de detectar esas conciencias las alteraba, y desaparecían. Había que modificarlas levemente en el momento de encontrarlas para añadirlas lo que se podría denominar como un localizador.Con esta aplicación ya había registrado un millón de conciencias. Algunas de ellas eran compatibles con la interfaz de un cerebro humano, pero algunas inteligencias no se asemejaban a ninguna humana, en capacidades y lógica funcional. De hecho, había encontrado una que parecía estar en medio de una zona totalmente despoblada de otras inteligencias.Con los conocimientos que ya tenía, y los que ahora adquiría, pude discernir cómo mejorar el programa para que no sólo detectase

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inteligencias de la duplicación en la que estaba, sino que lo pudiese hacer en otras tantas que había encontrado. Por un momento, sentí la ilusión que ya casi había olvidado. Ya no tenía el conocimiento de mil vidas, pero me sentía tranquila. Era verano, nadie me perseguía y el universo no parecía encontrarse bajo ninguna amenaza.Los siguientes días los pasé en mi cuarto de la residencia y en el museo. Desarrollaba nuevos programas, los guardaba en mi tarjeta de memoria, y los desplegaba en el super ordenador. Mi vida social en aquella duplicación se reducía a un novio diez años mayor que yo, con el que apenas llevaba dos meses de relación. No me fue difícil romper con él mandándole un mensaje por correo electrónico. Quería tranquilidad y la había conseguido. Deseé incluso poder crear una duplicación en la que no pasase el tiempo, o, al menos, que siempre fuese verano. Era feliz. Sentí pena cuando probé el código compilado de mi nuevo buscador de duplicaciones y, tras unos segundos, confirmé que funcionaba.Pero era imposible lo que veía. Me aseguré de seguir sola en el museo, aunque lo que aquello sólo yo lo comprendía.Cerré mi aplicación y la volví a iniciar. Busqué de nuevo aquella inteligencia misteriosa que se encontraba en un lugar aislado del universo. Cuando la encontré volví a explorar sus características. Parecía no tener apenas propiedades, y las que podía ver eran confusas. Probé con las características de otras inteligencias. Todo parecía correcto, la aplicación funcionaba bien, pero al volver a la extraña inteligencia me encontré de nuevo con esos datos imposibles.Algo había hecho mal. Una de las propiedades que se podía identificar era la fecha de creación de la instancia, que era cuándo el universo la había creado. La verdadera fecha de nacimiento de cualquier conciencia. Y en este caso era la misma fecha que la creación de la duplicación en la que la estaba rastreando. Pero eso no era lo más raro. Lo verdaderamente insólito era que podía detectar con mi aplicación millones de duplicaciones, y, en todas ellas, la veía, me encontraba con esa inteligencia con fecha de nacimiento igual a la de la creación de cada una de las duplicaciones en las que miraba.-Acinú -escapó de mis labios, repitiendo una idea, un recuerdo que pareció llamar a mi mente. Un vestigio de mis casi olvidadas mil vidas.En ese momento recordé haber sabido historias de Acinú en sus cuantiosas vidas, pero ya no tenía el recuerdo. Sólo conservaba la

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idea de que era algo similar a un dios, si acaso no era el mismo Dios.Intentaría contactar con esa inteligencia. Había mejorado la aplicación estándar del super ordenador y ahora podía contactar con cualquier inteligencia, no necesitaba su consentimiento. Tenía el problema de que Acinú fuese un ser físico conectado a esa inteligencia, un ser vivo que existiese, de alguna forma, en todas las duplicaciones al mismo tiempo. Ya te comenté que contactar con la inteligencia de seres vivos era infructuoso, pero no perdía nada por intentarlo.Introduje los parámetros de Acinú en una de las duplicaciones y el ordenador comenzó a fabricar la interfaz. Calculó en un instante cómo crear ese cerebro virtual que enlazaría con dicha inteligencia y en la pantalla apareció el mensaje de confirmación. Me sorprendí de lo rápido que lo había creado, el proceso solía ser tan costoso que se sobrepasaba varias veces la Frontera Dop. Sólo se tardaba tan poco con inteligencias muy simples, usualmente niños.El super ordenador no tenía altavoz ni micrófono. La razón era que crear un cerebro virtual implicaba que podías reproducir todos los sentidos de esa persona muerta, y el devolver al mundo de los vivos algo como el habla se había comprobado que era traumático para los familiares y amigos que lo escuchaban. Por tanto, se prescindió de ese sentido en favor de una interfaz escrita para comunicarse. El del otro lado, como se referían al difunto, recibía los mensajes directamente es su conciencia, y, a través de ella, respondía.Naturalmente, en el mercado negro habían proliferado, a precios imposibles, dispositivos que reproducían al del otro lado en su totalidad, hospedándolo en un grotesco cuerpo robótico el tiempo que duraba la conexión.Escribí en la pantalla la palabra “Hola” y presioné la tecla Enter. Esperé. Acerqué de nuevo mis manos al teclado, pero mis dedos parecían ser repelidos como los polos opuestos de un imán. El teclado empezó a escribir solo. Las teclas se fueron hundiendo suavemente hasta conformar en la pantalla la misma palabra “Hola” por debajo de la mía. Miré alrededor.Al volver a acercar las manos al teclado nada me impidió teclear un nuevo mensaje.

<super ordenador>#¿Quién eres?

</super ordenador>

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Apenas bajé el cursor al siguiente párrafo apareció la respuesta en el siguiente párrafo sin siquiera teclearla.

<super ordenador>#Ya lo sabes

</super ordenador>

Recordé cómo era yo tras vivir mil vidas y cómo Fernand@ tras experimentar muchas más. Sin duda, aquella inteligencia, presente en cada duplicación desde su origen, tendría un conocimiento infinito, sabría incluso de su propio destino. Le seguí interrogando.

<super ordenador>#Acinú, ¿Por qué te he buscado?#¿Por qué lo quieres saber?#¿Cómo es que estás en todas las duplicaciones?#No es lo que quieres saber. Quieres saber cómo salir de esa duplicación en la que estás, quieres huir del control de aquellos que te persiguen, quieres ser como yo

</super ordenador>

Respiré hondo. Tenía que ser más precisa y sincera conmigo misma. Tenía que ahondar en mi propio ser y descubrir mis propias motivaciones.

<super ordenador>#¿Y cómo puedo llegar a ser a tú?#Primero, conociéndome en persona

</super ordenador>

Me quedé bloqueada. ¿Había un ser de carne y hueso detrás de todo esto?

<super ordenador>#¿Cómo te conozco?#Estoy creando una zona libre. Aún es pequeña. Ahí nos encontraremos. Ahora, corre

</super ordenador>

Miré a la pared de vidrio de mi derecha. A través de los muros amarillentos advertí una bruma acercándose. Rodeé el super ordenador y corrí hasta la puerta de emergencia, la empujé y salí al campus. ¿A dónde ir? Si volvía a la residencia seguramente me

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estuviesen esperando. La única alternativa se encontraba en mis propios recuerdos en esta dimensión. La razón de tener un cuerpo tan escuálido había sido la ingesta abusiva de drogas, y ahora era importante saber dónde las había adquirido. En aquella duplicación las cuatro torres era algo parecido a un refugio para toxicómanos. Intuí que allí podría encontrar gente que me ayudase.Seguí caminando rápido. Nadie me seguía. ¿Podría haber sido una simple ilusión? Imposible. Acinú me había advertido. Tenía que llegar hasta las cuatro torres para que me ayudasen a viajar fuera de mi cuerpo y así poder conocerle.Era extraño viajar en tren. De alguna forma todo era prácticamente igual a mi propia duplicación, y, de hecho, en algún momento del tiempo ambas duplicaciones habían sido una. Sin embargo, había cosas distintas. La gente era distinta, más taciturna y, de algún modo, amenazadora.Llegué al pie de las cuatro torres. La AnyZeta de aquella duplicación sólo había accedido a aquel lugar para expandir su limitado conocimiento de su única vida. A aquella AnyZeta nunca se le hubiese ocurrido pensar que había algo más. Siempre entraba a una habitación por una puerta y salía por la misma. Ahora, con los conocimientos que tenía, sabía que no era una habitación, sino un hall de entrada, un recibidor en el cual sólo se quedaban los menos preparados.Ya dentro de esa habitación, vi aparecer por una de las puertas que nos rodeaban a la chica que conocía de mi anterior duplicación, aquella que me ayudó a viajar fuera de mi cuerpo por primera vez.-Perdona -interrumpí a la joven.La chica se volvió hacia mí. Obviamente era más mayor en esta duplicación. Prácticamente de mi misma edad. La ahora mujer me miró con una expresión extraña en la cara. No estaba acostumbrada a que nadie la hablase, y menos una desconocida. Sus ojos denotaban la sabiduría de quien había vivido más que el resto de los que la rodeaban.-¿Sí? -Respondió abriendo el silencio entre nosotras.Valoré cómo iniciar la conversación. No sabía si tendría una segunda oportunidad. Decidí ser directa.-Busco a Acinú -dije con determinación.La mujer me miró inexpresivamente, luego desvió su mirada dando lentamente un rodeo a la habitación. Parecía estar reproduciendo es su cabeza todas las posibles opciones y caminos en la conversación. Seguramente se preguntaba por qué aquella extraña

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sabía de la existencia de Acinú. Unos segundos más tarde respondió.-Aquí no lo vas a encontrar.-¿Y dónde lo encuentro?-En cualquier parte. Pero eso ya lo sabes. Coge ese ascensor y di que vas a ver a Acinú.La mujer señaló unas puertas metálicas a mi espalda.-Pulsa el botón del último piso -dijo, y se volvió para desaparecer entre un grupo de personas que entraba atropelladamente en la habitación.Me fui hasta la puerta, pulsé el botón de llamada y esperé paciente. Justo cuando llegó el ascensor y las puertas se abrieron advertí que alguien se acercaba corriendo. Simulando tranquilidad me adentré en el ascensor, presioné el botón del último piso, y en el momento en el que empezaban a cerrarse las puertas un chico joven irrumpió en el ascensor. Ni siquiera me miró, apoyó su espalda contra la pared y permaneció en silencio.-Voy a ver a Acinú -le dije mientras volvía a pulsar el botón del último piso.El chico sonrió sin apenas dirigirme la mirada. Al parecer él también iba al último piso. La puerta se cerró y el ascensor subió vertiginosamente, a juzgar por la velocidad con la que cambiaban los números en el marcador electrónico que había sobre las puertas. Se fue deteniendo hasta pararse completamente. Las puertas metálicas se abrieron y un ruido de infinidad de voces hablando al unísono llenó el silencio del elevador. El brillante Sol me cegó momentáneamente, estaba en la azotea. Cuando acostumbré mi vista descubrí a una muchedumbre que se agolpaba sobre la plataforma.El chico que había subido conmigo pasó a mi lado y se perdió entre la gente. Le intenté seguir desorientada. Una mano se posó sobre mi hombro y, al enfrentar la mirada de quien me sujetaba, me encontré con un hombre mayor, de unos cincuenta años. No le conocía, pero su mirada le delataba. El hombre sonrió. Era [email protected] que no me equivocaba al venir aquí a buscarte -me dijo.-Saliste también de la duplicación.-No salí. El programa que hicimos sólo funcionaba para mandarte fuera a ti. Realmente yo he estado siempre aquí, en esta duplicación. Una de las cosas que aprendí con las distintas vidas es a no vivir en un solo… contenedor.Reí secamente.

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-Te habías provisto una solución de alta disponibilidad.Fernand@ compartió mi risa.Sí, en clúster más o menos. Sólo que aquí, en cada duplicación, mis instancias hacen lo que les da la gana, no actúan al unísono, aunque son solo una.-¿Y toda esta gente? -Le pregunté cambiando de tema.-Toda esta gente está aquí como tú o como yo. Quieren ir a ver a Acinú.-Pensaba que eso sería algo más…-¿Secreto? ¿Mito?-Sí, no sé. Esto parece más un grupo de turistas.-Lo es. Desde aquí, a donde vamos, es al último lugar en donde vivió Acinú. La diferencia es que ellos lo ven desde una perspectiva, más o menos, religiosa. Para ellos Acinú es quel que abrió el camino al viaje entre duplicaciones, a demostrar que los seres vivos, que el universo entero, es más de lo que se puede ver con los ojos. Pero ellos no lo ven como tú. Tú sabes que Acinú…-Sigue ahí, en todas partes.-Eso es. Bueno, creo que en breve sale uno de los transportes.Fernand@ señaló a una nave transparente igual a la que habían utilizado para viajar a Alemania, aunque su tamaño era notablemente diferente. Tenía dos plantas y medía más de cien metros de diámetro. La gente caminaba directamente hacia el artefacto y accedía a su interior atravesando mágicamente su caparazón. Aquellos que deseaban ocupar la planta superior subían por unas escaleras de metal brillante hasta una plataforma del mismo material, y desde ahí avanzaban introduciéndose en la enorme estructura cristalina.Fernand@ y yo caminamos en línea recta por la azotea y atravesamos el cuerpo transparente de la nave. En la planta de arriba, paseando sobre nuestras cabezas, había unas cincuenta personas que apenas llenaban la estancia. Por un momento tuve una crisis existencial. El mundo ya no me parecía fantástico ni un infinito laboratorio en el que experimentar. Ahora lo veía como una despiadada mentira, un innecesario escenario donde se representaban innecesarias existencias. Vía a todas aquellas personas, algunos tremendamente alegres ante aquel viaje iniciático hacia los orígenes de se icono espiritual. Veía también aquellos insignificantes pájaros sobrevolando la nave. A ellos les daba igual si su existencia era o no artificial, o si acaso lo artificial no era más que un atributo en la existencia de un ser vivo. De una

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forma u otra, habían sido creados por la naturaleza, por un dios, por el ser humano… ¡Qué más da!Escapé de mi ensoñación, justo para ver la bandada de pájaros, congelada en el tiempo, quedar muy abajo según ascendíamos verticalmente. Todo, fuera de las paredes de cristal, permanecía estático. ¡Ni siquiera el tiempo era real!En nuestra planta había otras cincuenta personas, con lo que en toda la nave debía haber un centenar de ilusionados turistas. Algunos fascinados y cautivados por la experiencia. Al verles me sentía aún más decepcionada con el universo. Lo que para mí había sido hasta entonces un secreto impenetrable, un conocimiento arcano inaccesible, para aquella gente era sólo una atracción.La nave siguió ascendiendo despacio, llegó a una altura increíble sobre las nubes y empezó a avanzar en horizontal. Aceleró más rápido que la pequeña nave en la que habíamos viajado antes. Por la posición del Sol en el cielo nos dirigíamos al sur.-¿Dónde vamos? -Pregunté a [email protected] desierto.-¿Allí empezó todo con Acinú?-No, allí está la puerta que nos llevará a donde empezó todo.La gente hablaba a nuestro alrededor de lo emocionante que iba a ser conocer el lugar en el que su ídolo había dado sus primeros pasos. Acinú, en contraposición a los mesías tradicionales, no había sido enviado por ningún tipo de dios creador, sino que se había definido a sí mismo como un ser humano normal, con una existencia normal, hasta que inició sus viajes, su expansión de conciencia. Así se convirtió en un cuasi dios, y, gracias a ese nuevo estatus, promulgó que había entrado en contacto con esa fuerza creadora a las que podría llamarse Dios.Tras ese anuncio, unos años más tarde, Acinú desapareció. No fue una desaparición dramática, sino esperada. Él mismo había advertido que en su estado desaparecería pronto del mundo de los seres vivos, y que para poder acercarse realmente a ese dios debía transformarse en uno. Por tanto, ahora era recordado al mismo tiempo como ser humano y dios, y aquellos que expandían su conciencia al máximo decían no haber percibido a ese dios absoluto, pero sí a Acinú, quien les hablaba y aconsejaba.Algo en el piso de arriba me liberó de mi nueva ensoñación. Creí en principio que podría ser un reflejo del Sol. La segunda vez que lo percibí ya era tan claro que todos los tripulantes de la nave también lo vieron. Era una bruma blanquecina que empezó a progresar por el piso superior. Se estiraba como una hebra de

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algodón y vaporizaba a la persona que tocaba. Parecía detenerse en cada víctima, como si decidiera si era la que realmente buscaba.-Nos han encontrado -dijo [email protected]¿Qué hacemos? -Pregunté viendo como la nube se acercaba por el piso superior.-Nada, no hace falta. La nave tiene sus propios mecanismos.-¿Pero quiénes son?-Nadie lo sabe.-¿Tienen algo que ver con Acinú? ¿Con ese dios que estaría por encima de todo?-No, lo poco que se sabe es que en algún momento se autoproclamaron custodios del universo y todas sus duplicaciones. Es cierto que con ellos Acinú tuvo problemas. Se supone que puede hablar con ellos, y, en su momento, intentaron llegar a un acuerdo para preservar el orden de Todo. Nadie sabe qué pasó realmente, sólo que atentaron contra la existencia de Acinú. Para ellos era una amenaza a erradicar, y fue entonces cuando desapareció. A partir de ahí es más o menos lo que ya sabes. Se supone que sigue existiendo, que está en todas partes, y que el único lugar que se conoce a ciencia cierta en el que existió físicamente es donde impartió su evangelio. Resumiendo, la iglesia de Acinú, que es a donde nos dirigimos.En el mismo momento en el que Fernand@ dejó de hablar el piso superior fue ocupado por una luz cegadora, un destello como el flash de una cámara fotográfica. Todos los tripulantes de esa planta, incluida la bruma blanca, desaparecieron.-¿Qué ha pasado? -Pregunté.-La nave los ha eliminado.Decidí no volver a pensar en lo que acaba de suceder, y centrarme en lo que me había traído hasta allí: Acinú. Era una de las destrezas que aún guardaba de mis lejanas mil vidas. Podía dejar de pensar en lo que carecía de relevancia para el momento presente, y enfocar mis esfuerzos en lo transcendental.La nave seguía en dirección al desierto. Atravesamos en un parpadeo la franja de agua que separa España del continente africano, y surcamos a velocidad supersónica las últimas poblaciones antes de avanzar sobre el estéril y yermo paraje que era el desierto. Desde el punto de vista de un observador externo no seríamos ni siquiera un punto fugaz en el cielo. A aquella velocidad, con el cambio de ciclos de tiempo, seríamos invisibles. Al mirar a cada lado descubría también destellos, líneas que rasgaban

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el cielo. ¿Serían otras naves en ciclos temporales superiores al nuestro?-Queda podo- Anunció Fernand@ cuando el paisaje era ya apenas un manto eterno de arena.La nave empezó a decelerar. A nuestro alrededor sólo podía ver desierto.Todos los pasajeros que nos acompañaban en la planta inferior se agolparon contra uno de los lados. Ninguno parecía afectado por lo sucedido a sus vecinos de arriba. Simplemente, lo asumían como un devenir más de la existencia. Ellos ya entendían que la vida, la existencia, no se resumía sólo a aquellos recipientes de piel y entrañas en el que residían temporalmente.Alguien señaló un punto en la distancia, pero yo seguía viendo sólo desierto. La gente fijó su la mirada para luego separarse del borde de la nave desilusionada. Pero justo cuando todo el mundo volvía a deambular libremente por la transparente superficie atravesamos algún tipo de barrera invisible. Ante nosotros apareció de golpe una ciudad de cristal negro. Los edificios eran monolitos enormes del mismo material tintado, y en su interior se veían personas moviéndose.En el centro de la ciudad se erigía una monstruosa pirámide invertida. Se sustentaba sobre su pico en misterioso equilibrio, como si un gigante la hubiese arrancado de la tierra y clavado boca abajo.La nave se detuvo paulatinamente hasta colocarse sobre la azotea de la gigantesca construcción. Nuestro transporte inició el descenso suavemente. La base de la pirámide invertida era tan grande como una ciudad, y sobre ella se encontraban millares de personas. Alguna de ellas reunidas en correo, en lo que parecía un rezo. Otras caminaban, visiblemente alegres, hacia una enorme cavidad en el centro de la descomunal plataforma. Era una rampa que se sumergía en las profundidades de la pirámide. El cristal negro del que estaba hecha toda la pirámide permitía adivinar la existencia de un piso inferior. Sin embargo, conforme nos habíamos acercado en la nave, había advertido que las plantas inferiores eran completamente opacas.La gente de la plataforma se apartó para permitir aterrizar a la nave, y fue en ese momento cuando advertí que, todo el mundo en el exterior, se movía a la misma velocidad que nosotros lo hacíamos en el interior de la nave.-¿Cómo es que se mueven a la misma…? -balbuceé.

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-Seguramente porque ya no estamos en La Tierra, AnyZeta -me aclaró Fernand@-. Ahora estamos en otro planeta, en otra duplicación, con otro uso de los ciclos del tiempo.-¿Otra duplicación? Creía que era más difícil viajar entre duplicaciones, que la única forma de hacerlo conocida era cambiar de cuerpo.-Ya, y así es. A no ser que seas Acinú, por lo visto. Nadie sabe cómo lo hizo, pero está hecho.Fernand@ y bajamos de la nave atravesando el fuselaje de cristal. El aire era cálido y agradable. La cantidad de gente que veía no se correspondía con el poco ruido que se escuchaba. Todo estaba amortiguado por una atmósfera de paz inconmensurable. Incluso mis pensamientos eran placenteros. Era el paraíso terrenal.Todo el mundo se movía en grupos pequeños y apenas hablaban entre ellos. Por su forma de comportarse se podría deducir que habían vivido más de una vida. Mi sensación de incomprensión, e incluso a menudo de superioridad, que solía afectarme se desvaneció y fue sustituida por un calmado sentimiento de desesperanza e inferioridad. El universo estaba lleno de gente como yo, incluso más sabia.Llegamos hasta la rampa que se adentraba en la pirámide y descendimos tranquilamente por ella, al igual que el resto de nuestros acompañantes.-¿Dónde estará este planeta? -Comenté intrigada.Fernand@ miró a su alrededor.-Llegando a aquí, sé lo mismo que tú, AnyZeta. Ni siquiera sé cómo podremos encontrar a Acinú desde aquí.La sala era diáfana, enorme, tan grande como la azotea. Escudriñé los alrededores, no había ninguna escalera que bajase al piso inferior. La gente ya no permanecía en grupo, sino que, por el contrario, parecían querer aislarse sentándose en el suelo de cristal negro, casi opaco, pero que permitía entrever figuras moviéndose. ¿Cómo habían llegado hasta allí?Me percaté entonces que la gente no dejaba de estar en grupos, sino que formaban uno mayor, uno que ocupaba toda la planta. La atmósfera era embriagadora, parecía no transcurrir el tiempo, que no hubiese prisa para hacer nada, y, seguramente, no la hubiese.-Hola -me saludó una voz a mi espalda. Me volví.Fernand@ se había sentado y permanecía inmóvil con los ojos cerrados. Quien me había saludado era una niña preadolescente con la mirada de una anciana. Su pero rizado era negro como el cristal que nos rodeaba.

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-Hola -le devolví el saludo.-¿Por qué no te sientas? -Me preguntó con su voz infantil.Su expresión era indescifrable. Al mismo tiempo expresaba alegría y pena. Tampoco me extrañaba esa disonancia.-Ya lo sabes -le respondí.Sabía por experiencia que un ser como aquel simplemente estaría tanteándome.-Para bajar debes estar preparada -sin apenas permitir un silencio entre sus palabras y las mías.Volví a mirar al suelo, esta vez prestando mayor atención. Anteriormente había visto figuras moviéndose, ahora descubría que no eran más que sombras informes, espectros que incluso se esfumaban a antojo.La niña volvió a hablar.-Ni siquiera sabes lo que hay abajo.-¿Qué hay abajo?-Arriba, abajo… Otro lugar, simplemente. Otro planeta, otra duplicación.-¿Otra duplicación?Vi como Fernand@ se levantaba lentamente. Miraba a la niña con interés y no se resistió a hablarla.-Pero tú… para ti eso da igua, ¿verdad? -espetó.La niña ni siquiera apartó la mirada de mí para responder.-No, claro. Son otros lugares. Si queréis llegar a Acinú debéis primero pasar por otros lugares. Es más seguro así.-Como un proxy -dije.La niña no respondió ya que la respuesta era obvia. Me impacientaban sus silencios. Seguí hablando en busca de las respuestas que había venido a buscar.-¿Y cómo pasamos al siguiente lugar?-Primero tienes que poder. Tú puedes -me dijo-, pero no todos puedes -señaló a [email protected]@ no dijo nada, simplemente mostró curiosidad por aquella aseveración.-¿Por qué? -Preguntó.-Porque no eres especial, como ella -respondió la pequeña sin titubear-. Me mandó Acinú a buscarla y ahora sé por qué.Fernand@ aguantó un eterno segundo es silencio antes de volver a preguntar.-¿Y qué la diferencia? -Insistió.La niña nos miró a ambos, luego sólo a mí.

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-Que ella, como yo, no es de este mundo. Ella no está en este universo.-¿A qué te refieres? -Intervine.-Tú, lo que eres, se encuentra en algún lugar que por ahora desconocemos. Tu ser está guardado fuera de los límites…La interrumpí levantando mi mano derecha. Trataba de ordenar mis pensamientos.-Vamos, que mis datos se guardan en otro lugar, fuera de este universo. ¿En otro universo?-No lo sabemos. Sólo sabemos que hay seres, como tú, como yo, como el mismo Acinú, cuyos datos no se encuentran aquí, y eso nos permite viajar entre duplicaciones ocupando otros cuerpos, como también pueden hacer otras personas -señaló a Fernand@-. Pero nosotros podemos, además, viajar con nuestro propio cuerpo, si así lo deseamos.-Osea, que podría volver a mi antiguo cuerpo y usarlo para viajar. ¿Cómo? ¿Con alguna máquina?-¿Máquina? -rio la niña.Parpadeé y todo a mi alrededor cambió. No seguía en la misma sala junto a Fernand@. No estaba siquiera dentro de la pirámide invertida. Me encontraba dentro de una cúpula de cristal de unos cinco metros de diámetro. El suelo era de metal áspero y de un color rojo intenso. Fuera de la bóveda se veía un infinito mar. Ahora, a mi lado, sólo tenía por compañía a la niña.-¿Cómo hemos viajada hasta aquí? ¿La pirámide tiene algún mecanismo? -Pregunté.-No, no hay ningún mecanismo -respondió la niña mirando al exterior-. Lo he hecho yo.Decidí no hacer más preguntas cuyas respuestas aún no podía entender. Estaba segura de que lo que acaba de suceder lo entendería en el futuro.-¿Y ahora? -acerté a decir.-Ahora iremos a otro lugar -dijo señalando al suelo.El suelo, que al principio me pareció metálico, era translúcido como el de la pirámide invertida.-¿Ese es el siguiente nivel? -Pregunté señalando al suelo.-Sí, ¿vamos ya?-Claro, cuando quieras. Sólo una cosa: ¿Por qué no tenemos otro nivel arriba? Es decir, igual que vislumbramos el siguiente nivel, ¿por qué no vemos el exterior en algún lado?-Porque no ha anterior. Esto es un camino de un único sentido. Una vez llegas al primer nodo, hablando en términos informáticos ya

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que sé que te gusta más así, sólo puedes avanzar o quedarte aquí para siempre.-Vamos, que si quieres podrías dejarme aquí abandonada y no tendría posibilidad de escapar.-Podrías si supieras cómo. Pero a día de hoy no sabes nada, AnyZeta. Dentro de poco tiempo sabrás. Tú, aunque aún lo ignores, tienes más poder que yo.De pronto apareció un hombre al lado de la niña. Se había materializado al instante, como si hubiese estado siempre ahí. Su rostro se mostraba pálido de terror.-¡Vámonos! -Gritó desencajado-. ¡Están por todos lados!-¿Qué ocurre? -Le preguntó la niña.El hombre parecía confundido. Sus ojos miraban al suelo como queriendo traspasarlo para escapar. La niña, que no había mostrado apenas emociones hasta el momento ahora parecía preocupada. Seguramente esto nunca había sucedido.-Tranquilo -la niña volvió a dirigirse al hombre-. Dinos, al menos, qué sucede.El visitante no apartaba la vista del suelo y hablaba entre dientes.-No me puedo concentrar… no puedo pasar al siguiente punto, los están cortando.Levantó la vista, me miró y luego a la niña.-Son ellos -dijo-. Han aparecido sin que nadie los esperase. No debería ser posible. Eran tantos, tantos, que las defensas de la pirámide no han podido contenerlos.-¿En la pirámide de Acinú? -La niña se sorprendía mientras miraba ella también al suelo-. Debemos dar el salto, AnyZeta.El hombre también mantenía la vista clavada en sus pies.-Iros -dijo, y me señaló-. Acinú os espera y que tú estés aquí no es casualidad.Me sentí culpable de aquella situación que ni siquiera entendía. La niña posó una de sus pequeñas manos sobre el brazo del hombre.-¿Podrías cerrar el paso? -le preguntó.El hombre afirmó con la cabeza.Apareció una bruma blanquecina, y con la misma facilidad que se había materializado desapareció. Un segundo más tarde volvió a aparecer, pero en otro lugar, más cerca de donde estábamos. Esta vez la vaporosa aparición permaneció unas milésimas de segundo más que la vez anterior y desapareció.-Lo están intentando -explicó la niña-. Eso significa que al otro lado no queda nadie.El hombre tendió su mano a la niña.

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-¿Tienes algo para sacarme de aquí? -Preguntó.No se refería a sacarle de aquel lugar físicamente, sino de su cárcel física, de su cuerpo.La niña le tendió una bolita azul del tamaño de una canica. El hombre la cogió y se la metió en la boca sin tragársela. Nos hizo un gesto con los ojos apremiándonos a que nos fuésemos. Esa fue la última imagen que tuve del hombre y de aquel sitio. En un instante imperceptible ya estaba en otro lugar, planeta o incluso duplicación.Me encontraba junto a la niña en una pequeña sala de paredes metálicas. La luz era también metálica y no tenía origen preciso, flotaba en el aire. Mi pequeña compañera estaba absorta, concentrada.-Ya está -dijo-, la ha cerrado, no hay peligro.Miré alrededor pero no había mucho que ver.-¿Cuántos saltos quedan? -Pregunté caminando hasta una de las paredes y tocando su fría superficie.-Menos -me resopndió.Según acabó la frase aparecí mágicamente de nuevo en el centro de la sala. La niña, que posiblemente estuviese leyendo mi mente, me explicó lo sucedido.-Hemos dado otro salto -comentó-. Aún nos quedan bastantes.A partir de aquel momento vi cambiar a la niña constantemente de lugar, incluso yo misma me veía teletransportada de punto a punto de lo que parecía siempre la misma habitación.El camino hasta Acinú era el más seguro del universo. Habríamos dado más de cien saltos cuando los cambios cesaron.-¿Es aquí? -Pregunté.Imposible saber con certeza dónde nos encontrábamos. Era una sala distinta a las demás, infinita, con un suelo liso de piedra pulida gris perla. Sobre mi cabeza, muy lejos, a unos cien metros, un techo transparente soportaba un mar de aguas metalizadas. Podríamos estar en el fondo de un océano de plomo. La luz provenía como siempre del ambiente.Me percaté entonces de que estaba sola. No veía a la niña por ningún lado. La temperatura era agradable y las vibraciones del lugar calmaban el alma más inquieta. Me sentí feliz. Era una felicidad que transcendía mi cuerpo, mi química. Era una felicidad del alma, de mi ser.-Gracias por venir -dijo una voz.

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No logré identificar el origen de la voz, aunque parecía cercana. Agucé la vista y me sorprendió descubrir ante mí una figura humana casi invisible, como hecha de cristal fino.-Acinú -dije.La imagen apenas se movió.-Algo de él -respondió el espectro.La figura era casi transparente, pero no vaporosa o difusa como correspondería a la clásica imagen de un fantasma. Por el contrario, era algo tangible, como una burbuja con forma humana. Su rostro era el de un joven andrógino. El cuerpo, el de un adolescente aún por desarrollar y sin sexo alguno que lo definiese. Seguramente era una creación artificial del todo poderoso Acinú.-¿Dónde estoy? -Le pregunté intrigada.-Muy lejos -contestó la figura-. En las entrañas de un planeta que vaga sin óbita por una duplicación cualquiera. No tiene estrella que lo alumbre ni sistema planetario que lo acoja. Estamos a la deriva en el universo.Se me ocurrían millones de preguntas que hacerle, pero sólo me atrevía a seguir hablando de aquel lugar.-¿Por qué tan solitario?-Más difícil de encontrar. Si ellos lo encuentran -dijo refiriéndose a las nieblas blanquecinas-, no lo pueden destruir. Si no hay estrella que lo posea, al morir dicho astro no lo devorará. Estamos en una duplicación en la que un año de tu planeta natal, AnyZeta, es un millón aquí. No me puedo arriesgar a salir de paseo un día por otras duplicaciones y volver un millón de años más tarde para comprobar que ya no existe este lugar. La única manera de asegurarse la continuidad es la soledad, el aislamiento. No dependes de nada, nada te destruye.Sentía que había llegado a un punto muerto en mi aventura. Había comprendido cómo funcionaba el universo e, incluso, había viajado usando esas leyes que lo regían. Mi duplicación ya no existía y, en ese momento, me di cuenta de que realmente no sabía por qué estaba allí. Acababa de conocer a Acinú, un dios entre parias, y ahora no sabía que buscaba. Acinú, dentro de mi mente, capaz de espiar mi propia alma, respondió a mis dudas sin que yo se las formulase.-Buscas más respuestas, AnyZeta. Estas aquí porque ya sabes cómo funciona el universo, pero no por qué lo hace así. ¿Azar? ¿Crees que el universo funciona así por azar? Que de alguna manera se creó el universo, con su capa de datos donde está tu alma y una capa de realidad donde jugamos entre duplicaciones.

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Te diré que yo tampoco lo sé y quiero saberlo. Y, para saberlo, necesitas tiempo, AnyZeta, necesitamos crear nuestro propio mundo, nuestra duplicación.-¿Pero quiénes son ellos? -Espeté instintivamente.-¿Ellos? -repitió mi pregunta.La figura cristalina se quedó paralizada, como un por un momento se hubiese convertido en estatua. En un segundo volvió a la vida.-Las brumas -dijo-. Ellos… -se volvió a interrumpir y siguió-. No, no tengo miedo de ellos, AnyZeta -concluyó respondiendo a una pregunta nunca expresada.En efecto, eran esos mis pensamientos. Acinú estaba en mi cabeza y me pregunta por qué necesitaba tener una conversación con alguien que perfectamente podía anticiparla. La figura volvió a hablar interrumpiendo mis cavilaciones.-Porque no siempre sé todo lo que piensas, AnyZeta. Por eso antes me he ausentado de este cuerpo. Otros antes han creído leer tu ser, pero no lo han hecho al nivel de pureza que yo lo hago para darse cuenta de que no pueden ver todo. He necesitado de toda mi concentración para entrar en ti, para encontrar tu alma. No la he encontrado. No consigo saber dónde se guarda tu alma en este universo. Y lo que me bloquea es que lo que tenía por cierto, que universo sólo hay uno y hay infinitas duplicaciones, ahora, por tu culpa, me hace creer que no es así. Tu ser no está en ningún lado. No está aquí.-¿Y qué hago aquí? -Inquirí.Acinú volvió a quedarse congelado, detenido en el tiempo unos segundos. Tras esa pequeña pausa, contestó.AnyZeta, es la primera vez en millones de años que tengo una conversación con alguien. Me refiero a una conversación real, no a intercambiar pensamientos, sino a tener que pensar una respuesta a una pregunta incierta. Realmente, el no poder penetrar por entero en tu mente me inquieta. ¿Qué haces aquí? Me preguntas. Lo mismo que todos, seguir existiendo. Aquellos que nos acosan son igual que tú o que yo, buscan lo mismo. Aniquilan a aquellos que, según su criterio, amenazan la existencia del mismo universo, y, por consiguiente, la suya propia. Yo mismo también he aniquilado duplicaciones enteras porque amenazaban con destruirlo todo y tú, AnyZeta, no eres diferente a nosotros. ¿Quieres recuperar tu duplicación? La original, aquella en la que tienes veinte años.-Sí -contesté-. Pero ¿para qué necesitaría volver…?-Hagámoslo entonces -me interrumpió sin más explicaciones.

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-¿Puedes? ¿Puedes recuperar una duplicación?-No puedo recuperarla realmente. No se hace backup diario, si es lo que estás preguntando.Me sorprendieron aquellas palabras. ¿Había sido aquello una muestra de sentido del humor?-Entonces cómo… -Apremié.-Recreando su origen. No puedo devolverla de la nada, pero puedo volver a crearla en las mismas condiciones, o casi. Puedo volver a hacerlas, solo que ocupará otras celdas de memoria en el universo. El origen será exacto, el cómo se desarrolle no lo será. Hay infinidad de duplicaciones, algunas se están acercando temporalmente al punto en el que se creó la tuya.Acinú calló por un momento.-Ya está. Hecho -dijo.-¿Y ahora?-Ahora debes ira a ella. Pasarás primero por una duplicación que use pocos ciclos de tiempo para dejar a la tuya que se ponga al día, y volverás a tu antiguo cuerpo. Debes ir a las cuatro torres y contactar conmigo. Sabrás cómo hacerlo.-Para ti eso serán millones de años -dije, no por preocupación, sino por curiosidad.-Un año, un millón… ¿Qué más da, AnyZeta?Tuve la sensación de haber parpadeado y me vi de pronto en una sala pequeña de paredes oscuras. No había puertas ni ventanas. Un instante después aparecí en el campus de la universidad. El Sol brillaba en lo más alto de la bóveda celeste. No había una sola nube, y comencé a notar el sofocante calor del verano. Me enjuagué el sudor con la mano. ¿De quién era ahora esta mano? Parecía la de una chica joven, la de la auténtica AnyZeta. Volvía al principio. Todo era igual, solo que millones de años más tarde.Vacilé en ir al edificio de informática, en donde, seguro, estarían mis compañeros de aventura. Fernando aún no habría empezado a mudar de cuerpo, y todo lo que ahora recordaba aún no habría acontecido.Miré al museo del super ordenador. Ahora todo me parecía arcaico. El mundo parecía pasado de moda, y me volvía a preguntar qué hacía allí. Por qué querría rescatar esta duplicación de entre las infinitas que había. Ni siquiera era la mía realmente, sino una réplica de la original. ¿Por qué rescatarla?Acinú me había propuesto llevarme a una zona segura. ¿Y entonces qué? ¿Viviría allí para siempre? No, no tenía sentido. Tenía que haber algo que Acinú quisiese. Decía que ni él podía a veces entrar

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en mi mente, porque no era de este universo. ¿Eso es lo que quería? ¿Quería conocimiento? Saber si había otros universos.Un destello blanquecino titilo a mi lado. Dudé de lo que había vislumbrado, creí que era una de las brumas blanquecinas, y, entonces, apareció una figura humana semi transparente. Se parecía a la forma que había tomado Acinú, pero ésta parecía tener menos vida. Se había materializado y avanzaba suavemente hacia mí. Aún estaba a unos diez metros. ¿Cómo debía reaccionar? A aquella velocidad jamás me cogería si me movía rápido, incluso andando podría alejarme sin problemas. Apareció otra figura, pero esta vez en frente de mí, mucho más cerca. Eché a correr, y, cuando estuve alejada de ellas, ambas desaparecieron. Respiré, miré a mi alrededor y comprobé que seguía sola. Antes de que pudiese volver a ordenar mis pensamientos se materializó otra figura a mi lado. Empecé a caminar deprisa. Según me alejé la nueva aparición se esfumó como las demás. Ahora sabía que no podía estar quieta.La primera persona con la que se cruzó fue con la taquillera del tren, apenas me fijé en ella ya que seguía concentrada en no detenerme. Por suerte, el tren pasó en el momento justo para recogerme en el anden de la universidad. Entré en el vagón. Parecía vacío, los únicos ocupantes del tren debíamos ser el maquinista y yo. La suplicación en general parecía más vacía de gente de lo normal. Las puertas mecánicas se cerraron a mi espalda e iniciamos la marcha hacia las cuatro torres.Mientras estuviese moviéndome no me encontrarían, o así lo creía. Me senté y observé por la ventanilla aquel mundo nuevo. Se suponía que era mi mundo, pero era una burda réplica. Todo parecía igual a mi verdadero hogar, y me preguntaba si algo parecido habría sucedido antes: si acaso mi duplicación, como otras tantas, se habría destruido antes y reconstruido más de una vez. Lo único que cambiaba era que ahora era consciente.Estaba distraída, inmersa en mis pensamientos mirando los árboles pasar fugazmente tras la ventana, cuando vi la figura reflejada en el cristal. Se había materializado prácticamente a mi lado. No tenía salida. Permanecí inmóvil, paralizada. Pensé en matarme de alguna manera para saltar a otro cuerpo, pero no se me ocurría ningún sistema rápido y efectivo antes de que me cogiese. Y si lo hacía ¿Qué pasaría?-No huyas, por favor -dijo la figura. Me quedé atónita. La voz era familiar. Miré con detenimiento la figura. ¿Era Acinú?

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-¿Acinú? -Pregunté.La figura aguantó estática. Realmente se parecía a la forma que había conocido.Una certeza apareció en mi mente, una iluminación. Supe que aquella figura era una impostora.-¿Quién eres? -Pregunté esta vez.El espectro habló.-Te lo ha dicho él, ¿verdad? -Dijo con otra voz aún más familiar.La voz era de Fernando, la del chico que la había ayudado en el proyecto antes de convertirse en otro fabuloso ser.-¿Eres tú de verdad, Fernando?La figura asintió lenta y mecánicamente con la cabeza.-Y espero que vengas conmigo -dijo alargando uno de sus transparentes miembros.Me aparté cuanto pude contra la ventana, pero el espectro alargó aún más su brazo hasta posar la mano sobre mi hombro. No sentí nada, apenas un escalofrío en la piel.-¿Quién eres? -Dijo la figura-. ¿Por qué no te encuentro?Me levanté bruscamente y la mano que se había posado sobre mi hombro atravesó fantasmalmente mi cuerpo. Otra figura apareció a unos metros, en mitad del vagón. Avancé contra la figura que aún tenía su ser hundido en mis entrañas y la atravesé por entero como si no existiese. Decidí traspasar la nueva aparición también, pero al lanzarme contra ella reboté como contra un muro de goma. Al instante se materializó otro espectro a mi espalda. Ya había tres.Agarré la manilla de la parada de emergencia y tiré con fuerza. El tren empezó a frenar abruptamente. Tuve que agarrarme a una de las barras de sujeción para no salir lanzada por el pasillo. Los espectros, por el contrario, seguían anclados a su posición. Forcé las puertas para abrirlas y logré separar las dos hojas de metal un par de palmos en el momento en el que se detenía el tren por completo. Me deslicé por el estrecho hueco al exterior. ¿Dónde estaba? Sólo había campo y, a unos cien metros, los primeros edificios en donde comenzaba la civilización.Corrí. Nadie me seguía, por lo que continué andando. En la distancia vi un punto blanquecino, una bruma. Luego otra aparición. Incluso creí ver otra neblina manifestarse tras las ventanas de uno de los edificios más cercanos. Me recordó a la historia que había aprendido en mis viajes, a cómo aparecieron ángeles que acabaron con la guerra. ¿Sería algo así?En otro punto aún más lejano se materializó una figura. No estaban buscándome, estaban colonizando la duplicación. A lo lejas

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sobresalían las cuatro torres. Tardaría un día entero en llegar hasta ellas a pie.Cada vez había más espectros. Estaban por todas partes. Un grito sobrecogedor procedió de una calle lejana, luego otro alarido de terror resonó mucho más cerca, hasta que por todos lados se escuchaba el sonido del pánico. No sabía qué hacer. Aquella duplicación estaba condenada, ya no tenía sentido seguir allí. Me consolaba pensar que ni siquiera era mi verdadera duplicación.Había aprendido que Acinú podía inyectarme ideas en la mente. Esperaba que no tuviese problemas para leérmela esta vez.-¡Acinú! -Grité.Las figuras seguían surgiendo de la nada.En mi mente apareció lo que tenía que hacer y cómo. Me concentré, miré a las cuatro torres y aparecí en la puerta de la torre negra. Tenía además la certeza de que Acinú no me sacaría de allí hasta que obtuviese lo que deseaba. Por algún motivo, la duplicación era una piedra angular sobre la que construir su nuevo universo. Eso es lo que realmente quería. A diferencia de otros pensamientos que me había transferido, esa certeza parecía habérsela extraído yo a él, como sí, por una vez, hubiese podido entrar en la mente de aquel semi dios. Acinú ahora sabía que podía haber otros universos, quería uno para sí mismo, y el único contacto con esos otros recónditos lugares donde existir era yo y aquella duplicación.

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