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La crítica de Paul K. Feyerabend a las nociones positivistas de explicación y reducción.
Saúl Pérez González.
1. Introducción.
En los años sesenta del siglo XX surgieron en filosofía de la ciencia nuevas
propuestas que cuestionaron los fundamentos del Positivismo lógico. Hay que tener en
cuenta que el Positivismo lógico había sido la concepción de las teorías científicas
predominante durante los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo XX. En este
contexto de ruptura se enmarca la crítica de Paul Karl Feyerabend a la teoría positivista
de la explicación, elaborada por Carl G. Hempel y Paul Oppenheim, y de la reducción,
elaborada por Ernest Nagel. Esta crítica fue desarrollada por Feyerabend en su artículo
«Explicación, reducción y empirismo» (en adelante ERE) publicado en 1962. El
objetivo de la presente comunicación es reconstruir el diálogo que, a través de dicha
crítica, se establece entre estos autores. Esta reconstrucción nos permitirá evaluar el
éxito y la profundidad de la crítica planteada por Feyerabend. Dicha evaluación es
importante porqué nos ofrece la posibilidad reflexionar sobre la noción de explicación,
la cual es de gran actualidad.
2. Las nociones positivistas de explicación y reducción.
Si nuestro objetivo es reconstruir la crítica de Feyerabend, parece claro que la
primera etapa de nuestro trayecto ha de ser reconstruir el objeto de dicha crítica; a saber,
la teoría de la explicación de Hempel y Oppenheim, y la teoría de la reducción de
Nagel.
Hempel y Oppenheim desarrollaron la teoría positivista de la explicación,
conocida como «modelo de cobertura legal». Este modelo se basa en la idea de que la
explicación ha de tener la forma de un argumento. Dicho argumento tiene dos
componentes: el explanans y el explanandum. El explanans, en el cual se especifica la
información explicativa, está constituido por las premisas del argumento. Éstas pueden
ser leyes o enunciados que hagan aseveraciones acerca de hechos concretos. Y el
enunciado explanandum, que describe el fenómeno a explicar, está constituido por la
conclusión del argumento. Hempel entiende que para explicar correctamente un
fenómeno hemos de subsumirlo bajo una ley natural. Hempel y Oppenheim defienden la
simetría entre la explicación y la predicción. Consideran que la explicación, la
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predicción y la retrodicción, comparten una misma estructura. Entienden que la
diferencia entre la explicación y la predicción es solo de carácter pragmático. Si el
fenómeno descrito por el enunciado explanandum ya ha ocurrido y es conocido, y
nuestra tarea consiste en proporcionar un conjunto de leyes y condiciones iniciales que
lo impliquen, se tratará de una explicación. Mientras que si conocemos esas leyes y
condiciones antecedentes antes de conocer el explanandum, y a partir de ellas hemos
deducirlo, se tratará de una predicción o de una retrodicción. Hablaremos de predicción
si el fenómeno descrito por el enunciado explanandum aún no ha ocurrido, y de
retrodicción si ese fenómeno ya ha tenido lugar. La simetría entre la explicación y la
predicción científica lleva a Hempel y Oppenheim a plantear que «la explicación de un
hecho no es enteramente adecuada a menos que su explanans, considerado a tiempo,
hubiera podido fundamentar el pronóstico del hecho que se analiza.» (Hempel y
Oppenheim 1988, 251)1.
Hempel planteó que había dos requisitos que debía satisfacer una explicación para
ser científica: el requisito de relevancia explicativa y el requisito de contrastabilidad. El
requisito de relevancia se cumple cuando «la información explicativa aducida
proporciona una buena base para creer que el fenómeno que se trata de explicar tuvo o
tiene lugar.» (Hempel 1999, 78). Por su parte, el requisito de contrastabilidad plantea
que «los enunciados que constituyen una explicación científica deben ser susceptibles
de contrastación empírica.» (Hempel 1999, 79). Estos dos requisitos están relacionados
entre sí, una explicación que cumpla el requisito de relevancia explicativa,
necesariamente cumplirá también el de contrastabilidad. Hempel planteó que hay
diferentes tipos de explicaciones que cumplen estos requisitos, y pueden considerarse
como válidas y científicas. Un tipo de explicaciones científicas son las explicaciones
nomológico-deductivas. Las explicaciones nomológico-deductivas pueden formularse
como un argumento deductivo, en el cual la verdad del explanans implica
necesariamente la verdad del enunciado explanandum. Un ejemplo de explicación
nomológico-deductiva, es la explicación de que al formarse imágenes por reflexión en
un espejo esférico, se cumple que l/u + 1/ v = 2/r. Donde u y v son las distancias desde
el punto objeto y desde el punto imagen, hasta el espejo. Y r es el radio de curvatura del
espejo. Esta explicación podría plantearse como un argumento deductivo en que la
conclusión es el enunciado explanandum, y las premisas son las leyes básicas de
1 En las citas de las obras de Feyerabend, Hempel y Nagel; va a utilizarse la paginación de las traducciones al castellano indicadas en la bibliografía.
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reflexión y de propagación rectilínea, junto con el enunciado que señala que la
superficie del espejo forma un segmento de esfera.
Otro tipo de explicación científica es la explicación estadístico-inductiva2. En
estas explicaciones el explanans está formado por leyes probabilísticas y por enunciados
descriptivos. En estos casos el enunciado explanandum no está deductivamente
implicado por el explanans. Podría darse el caso de que el explanans fuera verdadero y
el explanandum fuera falso. En las explicaciones estadístico-inductivas, del explanans
se sigue el explanandum con un cierto grado de probabilidad, pero no con certeza
deductiva. Un ejemplo de explicación estadístico-inductivas sería una explicación en
que el enunciado explanandum fuera: «Fritz Lang ha contraído el sarampión», y el
explanans estuviera formado por un enunciado que afirmara que Fritz Lang ha estado
expuesto al contagio del sarampión, junto con una ley probabilística según la cual las
personas expuestas al contagio del sarampión tienen una probabilidad muy alta de
contraer la enfermedad.
Como hemos indicado, Ernest Nagel desarrolló la teoría positivista de la
reducción. Nagel entiende por reducción «la explicación de una teoría o de un conjunto
de leyes experimentales establecidas en un campo de investigación por otra teoría
formulada habitualmente, aunque no invariablemente, para otro dominio.» (Nagel 1981,
445). Llamará ciencia secundaria a la teoría o leyes experimentales que son reducidas, y
ciencia primaria a la teoría a la cual se efectúa la reducción. Hay dos tipos de reducción.
Hablamos de reducción homogénea cuando la ciencia secundaría no usa términos
descriptivos que no hayan sido utilizados, aproximadamente con el mismo significado,
en la ciencia primaria. En este tipo de reducciones se establecen relaciones deductivas
entre dos conjuntos de enunciados que usan un vocabulario homogéneo. Un ejemplo de
reducción homogénea es la incorporación de la ley de caída de Galileo y las leyes de
Kepler, a la teoría mecánica y de la gravitación de Newton. Pero si el tema de la ciencia
primaria es cualitativamente distinto respecto de los fenómenos estudiados por la
ciencia secundaria, entonces se tratará de una reducción heterogénea. Nagel denomina
reducción heterogénea a aquellas reducciones en que la ciencia secundaria utiliza
términos descriptivos que no han sido usados en la ciencia primaria. Un ejemplo de
reducción heterogénea es la reducción de la termodinámica a la mecánica estadística y
la teoría cinética de la materia. Las reducciones heterogéneas dan lugar a un importante 2 Hempel también habló de un tipo de explicaciones científicas estadístico-deductivas. En ellas el explanandum, que tiene la forma de una ley estadística, ha de deducirse a partir de un explanans que contenga al menos una ley estadística. (Hempel, 1988)
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problema. Nagel considera que se realiza la reducción de una teoría a otra cuando se
demuestra que las leyes experimentales de la ciencia secundaria son consecuencias
lógicas de las suposiciones teóricas de la ciencia primaria. La reducción es la deducción
de un conjunto de enunciados empíricamente confirmables, a partir de otro conjunto de
enunciados empíricamente confirmables. Pero eso no es posible si las leyes de la teoría
secundaria contienen términos que no aparecen en la teoría primaria, rasgo que se da en
las reducciones heterogéneas. Pues en la conclusión de una demostración formal no
puede aparecer ningún término que no aparezca en las premisas. Para resolver este
problema y posibilitar que las reducciones heterogéneas sean reducciones válidas, Nagel
desarrolló las leyes puente. En el caso de que la ciencia secundaria contenga un término
«A» que está ausente en la ciencia primaria, la reducción es posible si se satisfacen dos
condiciones: la condición de conectabilidad y la condición de deducibilidad. La
condición de conectabilidad plantea que deben introducirse suposiciones adicionales, las
leyes puente, que postulen relaciones adecuadas entre lo significado por «A» y
características indicadas por términos ya presentes en la ciencia primaria. Por su parte,
la condición de deducibilidad exige que con ayuda de esas suposiciones adicionales,
todas las leyes de la ciencia secundaria, incluidas las que contienen el término «A», sean
lógicamente deducibles de los enunciados de la ciencia primaria. Estas suposiciones
adicionales pueden ser de diferentes tipos: conexiones lógicas, definiciones
coordinadoras que conecten «A» con expresiones de la ciencia primaria, o hipótesis
físicas que afirmen que el estado de cosas designado por la expresión «B» de la ciencia
primaria es condición suficiente del estado de cosas designado por «A».
Aparte de las condiciones formales, Nagel también plantea condiciones
informales para la reducción. Por ejemplo, es necesario que la cuestión de si una teoría
es reducible a otra se plantee en referencia a una etapa concreta del desarrollo de esas
teorías. No puede plantearse en abstracto, ya que las teorías sufren modificaciones con
el paso del tiempo. También se exige que los enunciados teóricos de la ciencia primaria,
desde los que hay poder realizar la deducción, reciban apoyo de elementos empíricos
que posean algún grado de fuerza probatoria. Es decir, no pueden ser meras hipótesis ad
hoc carentes de apoyo empírico e introducidas expresamente para posibilitar la
deducción.
3. La crítica de Paul K. Feyerabend.
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Ahora que hemos trazado las líneas principales de la teoría de la explicación de
Hempel y Oppenheim, y de la teoría de la reducción de Nagel, podemos abordar la
crítica planteada por Feyerabend en ERE. Feyerabend inicia el artículo con la siguiente
afirmación: «El tema principal que debate el presente ensayo lo constituye la afirmación
de que es imposible una concepción formal de la reducción y la explicación para las
teorías generales» (Feyerabend 1989, 37). Y para demostrar esta tesis inicial, va a tratar
de mostrar que «tanto la teoría de la reducción de Nagel como la teoría de la explicación
de Hempel y Oppenhein se alejan de la práctica científica real y de un empirismo
razonable.» (Feyerabend 1989, 38).
Feyerabend plantea que el paso de una teoría T a otra teoría T’ más amplia (que
engloba más fenómenos que T), no consiste simplemente en incorporar la teoría T al
contexto más amplio de T’. El cambio es mucho mayor. Con el cambio de teoría, se va a
producir un cambio ontológico. También se producirá un cambio en el significado de
los términos teóricos, y en el de ciertos términos descriptivos. Otra consecuencia será
que la frontera entre el dominio de lo observable y lo no observable variará. Para
respaldar tal postura Feyerabend se apoyará en dos ideas. La primera es considerar a las
teorías como formas de mirar al mundo. Esto explica por qué va a defenderse que la
adopción o el rechazo de una teoría afecta a nuestras creencias, a nuestras experiencias
y a nuestra concepción de la realidad. La segunda de las ideas en que se apoya
Feyerabend es la de que las teorías han de ser empíricamente contrastables. Y en el caso
de que alguna de sus contrastaciones no cumpla con nuestras expectativas, han de ser
abandonadas. La cuestión que se nos impone ahora es si estas dos ideas son o no
compatibles. Como indica Feyerabend, «Lo que necesitamos es una garantía de que, a
pesar del carácter omnicomprensivo de una teoría científica, como hemos afirmado en
la primera idea, sigue siendo posible especificar hechos que sean inconsistentes con
ella.» (Feyerabend 1989, 40). Esta posibilidad ha sido negada por algunos filósofos
anteriores. Pero Feyerabend considera que esto sí es posible, si se pasa de un modelo en
que se contrasta una única teoría con los hechos, a un modelo en el que recurramos a
dos teorías fácticamente adecuadas, pero inconsistentes entre sí. Feyerabend va a sumir
ese modelo pluralista de contrastación, que permite combinar el carácter
omnicomprensivo de las teorías y la exigencia de contrastabilidad. En este modelo, la
unidad metodológica para llevar a cabo contrastaciones es un conjunto de teorías con
dominios parcialmente solapados, fácticamente adecuadas, y mutuamente
inconsistentes. La forma de llevar a la práctica ese modelo es diseñar experimentos
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cruciales entre teorías, que permitan comparar una pluralidad de teorías entre sí y con la
experiencia. Dichas teorías, a pesar de estar todas de acuerdo con los hechos conocidos,
son mutuamente inconsistentes y proporcionan respuestas diferentes sobre dominios
inexplorados. Para contrastarlas hemos de explorar esos dominios.
Este modelo pluralista es incompatible con las teorías ortodoxas de la explicación
y la reducción. Pues dos de los presupuestos en que estas teorías se basan, son
incompatibles con las tesis que está defendiendo Feyerabend. El primero de ellos es el
principio de deducibilidad. Este plantea que la explicación y la reducción se realizan por
deducción lógica. Lo cual remite a la exigencia de que todas las teorías satisfactorias en
un dominio han de ser consistentes entre sí. Y esa afirmación es claramente contraria al
nuevo modelo de contrastación que está siendo planteado. El segundo de los
presupuestos es el principio de invariancia del significado. Dicho principio defiende que
los significados de los términos son invariables respecto al proceso de reducción y de
explicación. La noción de teoría que aquí está operando es opuesta a la defendida por
Feyerabend. Si las teorías son formas de mirar al mundo, entonces, inevitablemente los
cambios en las teorías producirán cambios fundamentales en los conceptos con que nos
referimos al mundo. No podría defenderse simultáneamente esta noción de teoría y las
teorías ortodoxas de la explicación y de la reducción.
Asumir estas dos ideas, implicaría asumir que «sólo son admisibles (para la
explicación y la predicción) en un dominio dado, aquellas teorías que contienen las
teorías ya usadas en este dominio, o que al menos son consistentes con ellas.»
(Feyerabend 1989, 64). Este principio se sigue de las dos ideas que hemos señalado, por
tanto, todo aquel que defienda esas ideas, deberá aceptar este principio. Feyerabend va a
servirse de esa implicación para llevar a cabo la crítica a la tesis según la cual la
explicación y la reducción deben realizarse por deducción. Tesis que él considera que es
defendida por Hempel y Nagel. En primer lugar, va a mostrar que la mayoría de
ejemplos presentados como explicaciones y reducciones científicas paradigmáticas, no
satisfacen el requisito de que la nueva teoría sea consistente con las teorías ya usadas en
ese dominio. Y mucho menos, el de contener esas teorías anteriores. También mostrará
que esos ejemplos no se ajustan al sistema deductivo. Para ello, va a analizar la
reducción de la física de Galileo a la física de Newton. O, lo que es lo mismo, la
explicación de las leyes de la física galileana sobre la base de la física de Newton. La
teoría ortodoxa defiende que las leyes de la física de Newton [T], junto con una
descripción de la tierra y su entorno [d], que exprese en términos de la teoría de Newton
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las condiciones validas en un dominio, implican las leyes de la física de Galileo [T’].
Feyerabend va a defender que eso no es así. Un supuesto básico de la teoría de Galileo,
es que la aceleración vertical que ocurre en la superficie de la tierra es constante en un
intervalo vertical finito. Si entendemos «H» como la variación del nivel de altura en el
proceso descrito, y «R» como el radio de la tierra. Mientras el resultado de H/R sea
finito, por muy pequeño que sea, la implicación defendida por la teoría ortodoxa será
falsa. No puede darse tal implicación, porque ese supuesto básico de T’, es inconsistente
con T. Y una de las condiciones necesarias para reducir una teoría en otra, es la
consistencia entre ellas. Según la teoría de la reducción de Nagel, la reducción debe
realizarse por deducción. Pero si la teoría primaria y la teoría secundaria son
inconsistentes, entonces es imposible que las leyes de la teoría secundaria puedan
deducirse lógicamente de la teoría primaria. Y por tanto, también es imposible que la
teoría secundaria pueda ser reducida a la teoría primaria. Lo que realmente se seguiría
de T y d sería una ley T’’, la cual sería experimentalmente indiscernible de T’ (sobre la
base experimental que en primer lugar formó la evidencia inductiva de T’), pero
inconsistente con ella. Para poder derivar lógicamente T’ de T y d, habría que falsear d.
Habría que convertir a d en d’, en un una descripción de la Tierra en términos
newtonianos, en la que se describieran las condiciones en las proximidades de la Tierra
como si condujeran a una aceleración constante en un intervalo finito de distancia
vertical. Y d’ no es la descripción que realmente da la teoría newtoniana de la Tierra y
sus proximidades.
Este ejemplo paradigmático de reducción no se ajusta a los presupuestos de la
teoría ortodoxa de la reducción que han sido señalados. No es cierto que la nueva teoría
sea consistente con las teorías anteriores que se ocuparon del mismo dominio que ella.
Y por tanto, en este ejemplo, la reducción y la explicación no han sido realizadas por
deducción. No es posible tal deducción entre estos dos planteamientos, y si se exige esa
deducción como requisito para realizar la reducción y la explicación, entonces éstas no
podrán realizarse. Esta situación, nos deja ante un dilema. Tenemos únicamente dos
opciones, «Podemos declarar que la ciencia galileana no puede ser reducida a, ni
explicada en, términos de la física de Newton, o podemos admitir que la reducción y la
explicación son posibles, pero negar que la deducibilidad, o incluso la consistencia
(basándonos en condiciones límite apropiadas), sea una condición necesaria para ello.»
(Feyerabend 1989, 70-71). Feyerabend va a optar por el segundo cuerno del dilema.
Pero abandonar el supuesto según el cual la explicación y la reducción se realizan por
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deducción, implica abandonar la teoría ortodoxa de la explicación y de la reducción.
Este contraejemplo nos ha revelado que ciertos supuestos en los cuales se apoya la
concepción ortodoxa de la explicación y la reducción, fracasan al ser comparados con
ejemplos paradigmáticos de explicación y de reducción. Pero no nos ha revelado el
porqué de este fracaso. Por tanto, hallar su causa es la nueva etapa que se impone a la
argumentación de Feyerabend. Esa situación se debe a que un conjunto de datos
observacionales es compatible con teorías distintas y mutuamente inconsistentes. Y hay
dos razones que explican esto. La primera es que las teorías, en tanto que
generalizaciones universales, van más allá de cualquier conjunto finito de
observaciones. La segunda es que la verdad de un enunciado de observación sólo puede
ser afirmada dentro de un margen de error. La primera de las razones permite que
diferentes teorías puedan diferir en un dominio que permanece aún inexplorado. La
segunda de las razones, complementa a esta, y permite que esa diferencia se manifieste
también en el seno de dominios donde sí se han realizado observaciones. En este caso,
las diferencias quedarían restringidas por el margen de error de las observaciones.
Estas dos razones señaladas provocan que los hechos no constriñan en exceso la
libertad de los científicos a la hora de constituir las teorías científicas. Pero, como indica
Feyerabend, «esta libertad que la experiencia otorga al teórico casi siempre es
restringida por condiciones de carácter totalmente distinto» (Feyerabend 1989, 74). Esta
libertad se ve restringida por elementos de muy diversa índole3; como la tradición a la
que pertenece el científico, sus creencias metafísicas y prejuicios, su idiosincrasia
personal, el aparato formal disponible, o la estructura del lenguaje que habla. La teoría
que el científico propone está, indudablemente, influida por los hechos. Pero también lo
está por estos elementos. Por tanto, si dos científicos parten de unos mismos hechos,
pero estos elementos son diferentes, es natural que varíe la teoría resultante. Y la
posibilidad de que estos elementos sean exactamente iguales en dos científicos es
bastante reducida, sobre todo si se trata de dos científicos que no son contemporáneos.
La evidencia experimental que en un dominio D’ confirma T y T’ no es la misma. La
evidencia experimental no consta sólo de hechos puros y simples, sino también de
hechos analizados, modelados y construidos de acuerdo con alguna teoría concreta. Esto
3 Es importante advertir que el conjunto de factores que influyen en el científico es muy heterogéneo. Aquí encontramos elementos enteramente subjetivos, como la idiosincrasia personal, que varían de un científico a otro. Pero también hay factores que son iguales para todos los científicos, como el aparato formal disponible. En su artículo, Feyerabend es descuidado con respecto a esta diversidad, y da a entender que todos esos elementos son subjetivos.
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se manifiesta en la corrección que el científico realiza sobre las lecturas obtenidas por
medio de un aparato de medición, y en el hecho de que los resultados observables
siempre son expresados en una determinada teoría que los hace inteligibles y los dota de
significado. Esto nos lleva a la siguiente consideración. Siendo T’ una teoría posterior a
T, los hechos que cuentan como evidencia para T’ son distintos de los que contaron
como evidencia para formular T. Por ejemplo, el desarrollo de las técnicas
experimentales puede permitir el acceso a datos desconocidos cuando se formulo T. Por
tanto, la aceptación de la teoría T’, obliga a rehacer la evidencia que condujo a T. La
exigencia de que T’ sea consistente con respecto a las teorías anteriores que se ocupan
del mismo dominio que ella, en ese caso T, implica la exigencia de no usar nuevas y
más refinadas mediciones. Y por tanto, nos fuerza a mantener la misma evidencia. Aquí
Feyerabend está considerando que si T’ realiza mediciones más refinadas que
contradigan las realizadas por T, entonces es que T’ y T son inconsistentes. Pero lo
cierto es que no es necesario que esto sea así. Habría que objetarle a Feyerabend que
ninguna teoría implica por sí sola un resultado experimental. La teoría requiere ser
complementada con supuestos auxiliares y condiciones iniciales. Si hay una
inconsistencia entre las mediciones de T y T’, es posible que esta no se deba a que T y
T’ son inconsistentes. Sino a que algunos de los supuestos usados por T son
inconsistentes con algunos de los supuestos usados por T’.
Feyerabend sostiene que sólo en la medida en que las teorías precedentes han sido
contrastadas y confirmadas será necesario que una teoría nueva esté de acuerdo con
ellas. Esta exigencia es más débil que aquella que obligaba a una teoría a ser consistente
con las teorías que se habían ocupado previamente del dominio del cual ella se ocupa.
Supongamos que tenemos una teoría T que es aceptada y que posteriormente se plantea
T’. A T’ sólo se le podría exigir que estuviera de acuerdo con T en aquellos lugares
donde T ha sido confirmada, pudiendo disentir con ella en el resto de ámbitos.
Supongamos que T’ coincide con T en aquellos lugares en que T ha sido confirmada, y
difiere en el resto. La teoría ortodoxa diría que hemos de elegir a T. La exigencia
ortodoxa de consistencia con las teorías previas haría que T’ fuera eliminada y
rechazada, no por ser inconsistente con los hechos, sino por serlo con respecto a una
teoría previa, hasta ahora irrefutada. Y la razón por la cual se aceptaría T y se rechazaría
T’ es porque T planteó con anterioridad. Esto daría estabilidad a la ciencia, pero a un
precio demasiado alto. Para elegir entre estas dos teorías podría recurrirse a criterios
adicionales, diferentes de la contrastación con los hechos. Aunque al hacer esto, nos
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veríamos obligados a romper con el la exigencia de consistencia con las teorías previas.
Por lo común, se prefieren las teorías más generales y coherentes a las leyes menos
generales y más ad hoc. Y Feyerabend considera que la exigencia de consistencia con
las teorías previas va en contra de esa preferencia. Pues normalmente las teorías
generales con un alto grado de coherencia violan esa exigencia.
Feyerabend concluye, tras haber realizado todas estas consideraciones, que una
nueva teoría T’ podría ser más satisfactoria que una teoría anterior T, aún siendo T y T’
inconmensurables e inconsistentes en el dominio en que se solapan. Es el caso de la
física de Newton. La física newtoniana es más satisfactoria que la física de Galileo, a
pesar de que ambas teorías son inconmensurables e inconsistentes en el dominio en que
se solapan. Una teoría T’ de este tipo, la cual sería satisfactoria según el criterio de
Feyerabend, no serviría como explanans para la teoría ortodoxa de la explicación, ni
podrá reducirse a ella la teoría T. Los cambios que deberían realizarse para que las
teorías ortodoxas de la explicación y la reducción pudieran admitir esa teoría
satisfactoria como explanans, o como teoría primaria, son inasumibles por aquellas. La
incorporación de estos cambios haría imposible mantener una teoría formal de la
explicación y de la reducción, ya que habría que introducir consideraciones subjetivas o
pragmáticas en las teorías de la explicación y la reducción. La propuesta de Feyerabend
ni es compatible con estas concepciones, ni puede llegar a serlo.
4. Comentarios a la crítica de Paul K. Feyerabend.
En ERE Paul K. Feyerabend trata de tumbar la teoría de la explicación de Hempel
y Oppenheim, y la teoría de la reducción de Nagel. Las cuales, como hemos visto, se
enmarcan dentro de lo que se denominó Concepción Heredada. La estrategia de
Feyerabend consistirá en atacar una serie de supuestos que él considera que subyacen a
estas teorías. Uno de esos supuestos es la condición de deducibilidad, según la cual la
explicación y la reducción deben realizarse por deducción. El otro supuesto es la
condición de invarianza de significado, que exige que el significado de los términos sea
invariable respecto a los procesos de explicación y de reducción. A partir de estos
supuestos, Feyerabend tratará de extraer una serie de consecuencias no deseables, que
nos fuercen a rechazar las teorías de Hempel y Nagel. Por eso, la primera cuestión que
se nos impone al evaluar la crítica de Feyerabend es si realmente Hempel y Nagel se
comprometen con esos dos supuestos. Para dar respuesta a esa cuestión, es necesario
que analicemos estas dos teorías por separado.
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En primer lugar vamos a ocuparnos de la teoría de la reducción de Nagel. Esta
teoría sí se compromete con la condición de deducibilidad. En la propia definición de
reducción ya se manifiesta ese compromiso. Nagel considera que «se efectúa una
reducción cuando se demuestra que las leyes experimentales de la ciencia secundaría (y,
si ésta posee una teoría adecuada, la teoría también) son consecuencias lógicas de las
suposiciones teóricas (inclusive de las definiciones coordinadoras) de la ciencia
primaria.» (Nagel 1981, 463). También parece claro que Nagel se compromete con la
exigencia de invarianza del significado. Con respecto a este tema señala que «las
expresiones características de una ciencia (como la palabra “temperatura” empleada en
la ciencia del calor) son inteligibles en términos de las reglas o hábitos de uso de esta
rama de la investigación; y cuando se usan esas expresiones en esta disciplina, se las
debe entender en los sentidos que se les ha asociado dentro de ésta, haya sido reducida o
no dicha ciencia a alguna otra.» (Nagel 1981, 462-463).
En segundo lugar, vamos a ver si Hempel y Oppenheim también se comprometen
con esos supuestos. Ciertamente, Feyerabend cita un fragmento del artículo de Hempel
y Oppenheim «Studies in logic of explanation» de 1948, en el que se comprometen con
la exigencia de deducibilidad. En este artículo plantean que «El explanandum debe ser
una consecuencia lógica del explanans» (Hempel y Oppenheim 1988, 149). La
información contenida en el explanans ha de implicar lógicamente la información
contenida en el explanandum. Y asumir esa exigencia implica asumir también la
exigencia de invarianza del significado. Ya que para que podamos deducir una teoría T’
de una teoría T, es necesario que T’ no contenga términos que no aparecen en T, y que
los términos que aparecen en T y T’ tengan el mismo significado en ambas teorías. Pues
en una demostración formal la conclusión no puede contener términos que no aparecen
en las premisas, ni términos que tengan un significado distinto al que tienen en las
premisas.
Pero la teoría de Hempel evolucionó, y en su obra Filosofía de la ciencia natural
de 1966, manifiesta que ya no considera la deducibilidad como una condición necesaria
de la explicación. En esta obra Hempel plantea que hay diferentes tipos de explicaciones
científicas válidas. En algunas explicaciones el explanans implica lógicamente el
explanandum, como en las nomológico- deductivas. Pero en otras no se da tal
implicación. En las explicaciones estadístico-inductivas el explanandum se sigue del
explanans con un cierto grado de probabilidad, pero no de forma deductiva. Hempel
admite que las explicaciones no deductivas pueden también ser válidas, porque
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considera que «el papel importante y cada vez más amplio que las leyes y las teorías
probabilísticas juegan en la ciencia y en sus aplicaciones hace que sea preferible
considerar las explicaciones basadas en esos principios como si fueran también
explicaciones, aunque de un tipo menos riguroso que las de la forma nomológico-
deductiva.» (Hempel 1999, 104). Hempel reconoce que las explicaciones nomológico-
deductivas dan certeza deductiva, mientras que las estadístico-inductivas o
probabilísticas sólo dan un cierto grado de probabilidad. No obstante, afirma que ambas
son explicaciones válidas. Ciertamente, las explicaciones nomológico-deductivas son
más rigurosas, y son preferibles frente a las estadístico-inductivas. Pero esto no se debe
a que las explicaciones estadístico-inductivas sean una versión inacabada o degenerada
de las nomológico-deductivas. Hay ciertos fenómenos de los que sólo puede darse una
explicación inductiva, como es el caso de los fenómenos cuánticos. Ya que se trata de
fenómenos que no están causalmente determinados. La existencia de tales fenómenos
nos coloca antes un dilema: o bien aceptamos que la explicación estadístico-inductiva es
válida, o bien aceptamos que hay ciertos fenómenos que no pueden ser explicados.
Hempel opta por el primer cuerno del dilema.
No pretendemos acusar a Feyerabend de falsear intencionadamente la posición de
Hempel y Oppenheim, atribuyéndoles un compromiso con la deducibilidad que ellos no
habían asumido. Pues cuando Feyerabend lleva a cabo su crítica, en 1962, justo se está
produciendo el cambio en la teoría de la explicación de Hempel. Es en este mismo año
cuando Hempel va a renunciar a la deducibilidad como condición necesaria para la
explicación, y va a admitir las explicaciones estadístico-inductivas como válidas. Como
señala Wesley C. Salmon «El primer modelo explícito [de la explicación estadística] se
ofreció en su "Deductive-Nomological vs. Statistical Explanation" (1962) en el volumen
III de los Minnesota Studies. Constituye el primer intento serio (del cual soy consciente)
de cualquier filósofo o científico de ofrecer un informe detallado y sistemático sobre
cualquier patrón de explicación estadística. En este trabajo, Hempel se ocupa de las
explicaciones estadísticas de hechos particulares» (Salmon 1989, 51). Por tanto, cuando
Feyerabend escribió ERE, que fue publicado en el mismo volumen de los Minnesota
Studies que «Deductive-Nomological vs. Statistical Explanation», aún no era conocedor
de la aceptación de las explicaciones estadístico-inductivas por parte de Hempel. Lo que
queremos señalar es que, aunque Feyerabend no falsea la posición de Hempel, la
evolución de éste provocó que casi de inmediato la crítica de Feyerabend perdiera su
vigencia, y se tornara inocua.
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La cuestión que ahora se nos plantea es: ¿qué pasa con la condición de invarianza
del significado? En ERE Feyerabend reconoce que Hempel no se ha comprometido de
forma explícita con la condición de invarianza. Pero como la condición de invarianza
del significado se sigue de la condición de deducibilidad -en el sentido de que la
invarianza se da por supuesta, ya que si el significado no se preserva, no podríamos
deducir- y Hempel acepta la exigencia de deducibilidad; Feyerabend infiere que Hempel
también ha de asumir la exigencia de invarianza. Feyerabend basa su convicción de que
Hempel se compromete con el principio de invarianza, únicamente en el hecho de que
éste se compromete con el de deducibilidad. Por tanto, una vez Hempel renuncia a la
exigencia de deducibilidad, la inferencia de Feyerabend queda totalmente injustificada.
En ERE no se dan razones suficientes para poder atribuir a Hempel el supuesto de
invarianza del significado, una vez éste ha aceptado las explicaciones no deductivas
como válidas. Como vemos, la evolución de la teoría de la explicación de Hempel hace
que sea un error atribuirle el supuesto de deducibilidad y el supuesto de invarianza del
significado. Lo cual tiene como consecuencia que la crítica de Feyerabend resulte
inocua; pues trata de enfrentarse a un enemigo que ya no está, que acaba de desaparecer.
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