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WATT El señor Hackett dobló la esquina y vio, en la luz que disminuía, a una cierta distancia, su banco. Parecía ocupado. Este banco, propiedad muy probablemente de la municipalidad, o público, no era por supuesto suyo, pero él lo consideraba suyo. Esta era la actitud del señor Hackett hacia las cosas que le gustaban. El sabía que no eran suyas, pero las consideraba como suyas. Sabía que no eran suyas, porque le gustaban. Vacilante, miró el banco con mayor atención. Si, no estaba vacante. El señor Hackett veía las cosas un poco más claramente cuando él estaba quieto. Su forma de caminar era muy agitada. El señor Hackett no sabía si debía seguir o volver. Había espacio libre en su mano derecha y en su mano izquierda, pero él sabía que no debía tomar ventaja de eso. Sabía además que no quería permanecer inmóvil mucho más tiempo, ya que el estado de su salud hacía eso desafortunadamente imposible. El dilema era entonces de extrema simplicidad: seguir adelante o dar la vuelta y regresar, por la esquina, en la dirección en que había venido. En otras palabras, ¿debía regresar a casa de una vez, o debía permanecer afuera un poco más? Extendiendo su mano izquierda, se sujetó de una baranda. Esto le permitió golpear su bastón contra el pavimento. La sensación, en la palma de su mano, del sordo plástico, lo tranquilizaba, ligeramente. Pero él no había alcanzado todavía la esquina cuando se volvió de nuevo y corrió hacía el banco, tan rápido como sus piernas se lo permitían. Cuando estuvo tan cerca del banco, que podía tocarlo con el bastón si lo deseaba, se detuvo nuevamente y examinó a sus ocupantes. Tenía derecho, suponía, a quedarse de pie y esperar el tranvía. Ellos esperaban quizás también al tranvía, un tranvía, por muchos tranvías que paraban acá, cuando eran requeridos, desde afuera o desde adentro.

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Watt Samuel Beckett

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WATT

El señor Hackett dobló la esquina y vio, en la luz que disminuía, a una cierta distancia, su banco. Parecía ocupado. Este banco, propiedad muy probablemente de la municipalidad, o público, no era por supuesto suyo, pero él lo consideraba suyo. Esta era la actitud del señor Hackett hacia las cosas que le gustaban. El sabía que no eran suyas, pero las consideraba como suyas. Sabía que no eran suyas, porque le gustaban.

Vacilante, miró el banco con mayor atención. Si, no estaba vacante. El señor Hackett veía las cosas un poco más claramente cuando él estaba quieto. Su forma de caminar era muy agitada.

El señor Hackett no sabía si debía seguir o volver. Había espacio libre en su mano derecha y en su mano izquierda, pero él sabía que no debía tomar ventaja de eso. Sabía además que no quería permanecer inmóvil mucho más tiempo, ya que el estado de su salud hacía eso desafortunadamente imposible. El dilema era entonces de extrema simplicidad: seguir adelante o dar la vuelta y regresar, por la esquina, en la dirección en que había venido. En otras palabras, ¿debía regresar a casa de una vez, o debía permanecer afuera un poco más?

Extendiendo su mano izquierda, se sujetó de una baranda. Esto le permitió golpear su bastón contra el pavimento. La sensación, en la palma de su mano, del sordo plástico, lo tranquilizaba, ligeramente.

Pero él no había alcanzado todavía la esquina cuando se volvió de nuevo y corrió hacía el banco, tan rápido como sus piernas se lo permitían. Cuando estuvo tan cerca del banco, que podía tocarlo con el bastón si lo deseaba, se detuvo nuevamente y examinó a sus ocupantes. Tenía derecho, suponía, a quedarse de pie y esperar el tranvía. Ellos esperaban quizás también al tranvía, un tranvía, por muchos tranvías que paraban acá, cuando eran requeridos, desde afuera o desde adentro.

Luego de unos momentos el señor Hackett resolvió que si ellos habían estado esperando por un tranvía, lo habían estado haciendo ya por un tiempo, porque la dama tenía tomado al caballero de las orejas; la mano del caballero, estaba sobre el muslo de la dama, y la lengua de la dama estaba en la boca del caballero. “Cansados de esperar un tranvía, - dijo el señor Hackett- ellos se conocieron”. La dama ahora mueve su lengua por la boca del caballero, y el pone la suya dentro de la de ella. “Bien hecho” dice el señor Hackett. Adelantándose un paso, para comprobarse a sí mismo que la otra mano del caballero no permanece inutilizada, se conmociona al encontrarla inerte sobre la parte trasera del banco, sosteniendo entre sus dedos las tres cuartas partes de un cigarrillo.

No veo ninguna indecencia, dice el policíaLlegamos demasiado tarde, dice el señor Hackett. Qué vergüenza.¿Me tomás por tonto?, dice el policía.El señor Hackett retrocedió un paso, echó hacia atrás su cabeza hasta que pensó que

su cuello se rompería, y vio finalmente, a lo lejos, torcida con enojo sobre él, la violenta cara roja.

Oficial, gritó, Dios es testigo, la está tocando.Dios es un testigo que no puede jurar.Discúlpeme si lo interrumpí, dice el señor Hackett, mil perdones. Lo hice con las

mejores intenciones por usted, por mí, por toda la comunidad.

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El policía respondió a esto brevemente.Si imagina que no tengo su número, dice el señor Hackett, está equivocado. Puede

que este enfermo, pero mi vista es excelente. El señor Hackett se sentó en el banco, todavía caliente, por el amor. Buenas tardes y gracias, dijo el señor Hackett. Era un banco bajo y gastado, La nuca del señor Hackett descansaba contra el respaldo solitario, debajo de ella su joroba sobresalía sin problemas, sus pies apenas tocaban el suelo. Los extremos de los brazos extendidos se apoyaban en los apoyabrazos, y el bastón colgaba entre sus rodillas.

Entonces desde las sombras él observó el último tranvía pasar, o no el último, pero casi, y en el cielo, y en el canal inmóvil, los prolongados verdes y amarillos del anochecer de verano.

Pero ahora un señor que pasa, con una dama de su brazo, lo divisó.Oh, mi querida, él dijo, acá está Hackett.Hackett, dijo la dama. Qué Hackett? Dónde?Vos sabés qué Hackett, dijo el caballero. Tenés que haberme oído hablar a menudo

de Hackett. Hunchy Hackett. En el banquito.La dama miró atentamente al señor Hackett.Así que este es el señor Hackett, ella dijo.Si, dijo el caballero.Pobre hombre, ella dijo.Uh, dijo el hombre, detengámonos ahora, te importa, y deseemos con él el tiempo

del anochecer. Avanzó, exclamando: mi querido amigo, mí querido amigo, ¿cómo estás?El señor Hackett levantó sus ojos, desde el día moribundo.Mi esposa, gritó el caballero. Conocé a mi esposa. Mi esposa, señor Hackett.He oído hablar mucho sobre vos, dijo la dama, y ahora, finalmente, te conozco,

señor Hackett!No puedo levantarme, no tengo la fuerza, dijo el señor Hackett.No lo creo realmente, dijo la dama. Ella se inclinó hacia él, temblando con solicitud.

Espero que no, dijo. El señor Hackett pensó que ella iba a tocarle la cabeza, o por lo menos a acariciarle

su joroba. Él pidió sus manos y los sentó a su lado, la dama de uno, y el caballero en el otro. Así el señor Hackett se encontraba entre ellos. Su cabeza a la altura de sus axilas, sus manos por encima de su joroba, en el respaldo. Caían con ternura hacía él.

¿Se acuerdan de Graham?, dijo el señor Hackett.El envenenador, dijo el caballero. El abogado, dijo el señor Hackett. Lo conocía un poco, dijo el caballero. Le dieron seis años.Siete, dijo el señor Hackett. Raramente dan seis.El merecía diez, en mi opinión, dijo el caballero.O veinte, dijo el señor Hackett.¿Qué es lo que hizo?, dijo la dama. Sobrepasó un poco sus prerrogativas, dijo el caballero. Recibí una carta suya esta mañana, dijo el señor Hackett. Uh, dijo el caballero, no sabía que podía comunicarse con el mundo exterior.El es un abogado, dijo el señor Hackett. Y agregó: yo soy apenas ese mundo

exterior.Qué basura, dijo el caballero.Qué pavada, dijo la dama.

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La carta contenía un documento, dijo el señor Hackett, el cual, conociendo tu amor por la literatura, me gustaría que lo vieras primero, si no fuera porque está demasiado oscuro para mirar.

Primero, dijo la dama.Eso es lo que dije, dijo el señor Hackett.Tengo un encendedor, dijo el caballero.El señor Hackett sacó un papel de su bolsillo, y el caballero prendió su encendedor.El señor Hackett leyó:

PARA NELLYPara Nelly, dijo la dama.Para Nelly, dijo el señor Hackett.Hubo un silencio.¿Continúo?, dijo el señor Hackett.El nombre de mi mamá era Nelly, dijo la dama.No es un nombre poco común, dijo el señor Hackett, conozco muchas Nellys.Siga leyendo, mi querido amigo, dijo el caballero.El señor Hackett leyó:

PARA NELLY

To thee, sweet Nell, when shadows fallJug-jug! Jug-jug!I here in thrallMy wanton thoughts do turn.Walks she out yet with Byrne?Moves Hyde his hand amid her skirtsAs erst? I ask, and Echo answers: Certes.Tis well! Tis well! Far, far be itPu-we! Pu-we!From me, my tit,Such innocent joys to chide.Burn, burn with Byrne, from HydeHide naught — hide naught save whatIs Greh’n’s. IT hide from Hyde, with Byrne burn not.It! Peerless gage of maidenhood!Cuckoo! Cuckoo!Would that I couldBe certain in my mindUpon discharge to findNeath Cupid’s flow’r, hey nonny O!Diana’s blushing bud in statu quo.Then darkly kindle durst my soulTuwhit! Tuwhoo!As on it stoleThe murmur to becomeEpithalamium,

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And Hymen o’er my senses shedThe dewy forejoys of the marriage-bed.

Amplio, dijo la dama.Una mujer con un chal pasó ante ellos. Su panza sobresalía de el vagamente, como una pelota.Nunca fui así, querido, dijo la dama, ¿verdad?No que yo sepa, mi amor, dijo el caballero.Vos recordás la noche en que nació Larry, dijo la dama.Lo recuerdo, dijo el caballero.¿Qué edad tiene ahora Larry?, dijo el señor Hackett.¿Qué edad tiene, querida?, dijo el caballero.Qué edad tiene, dijo la dama. Larry va a cumplir cuarenta años el próximo mayo.Es la clase de cosa que Dee siempre sabe, dijo el señor Hackett.Yo no iría tan lejos con eso, dijo el caballero.¿Querrías escuchar, señor Hackett, dijo la dama, acerca de la noche en que Larry nació?Dale, contáselo, querida, dijo el caballero.Bueno, dijo la dama, esa mañana en el desayuno Goff me miró y dijo, Tetty, dijo, Tetty, mi mascota, me gustaría mucho invitar a Thompson, Cream y Colquhoun para ayudarnos a comer el pato, si estoy seguro de que vos te sentís bien. Por qué esa pregunta, querido, dije yo, si nunca me sentí mejor en mi vida. Esas fueron mis palabras, ¿no?Creo que lo fueron, dijo Goff.Bueno, dijo Tetty, cuando Thompson entró al comedor, seguido por Cream y Berry (Colquhoun tenía un compromiso previo, me acuerdo), yo estaba lista sentada a la mesa. No había nada extraño en eso, viendo que yo era la única dama presente. ¿Vos no ves nada extraño en eso, mi amor, verdad?Ciertamente no, dijo Goff, es natural.El primer bocado de pato apenas había entrado en mi boca, dijo Tetty, cuando Larry saltó en mi wom.¿Tu qué?, dijo el señor Hackett.My wom, dijo Tetty.Sabés, dijo Goff, su wom.Qué vergonzoso para vos, dijo el señor Hackett.Hubo momentos, te lo aseguro, en que pensé, que el caería al suelo, a mis pies.Santo Cielo, lo sentiste deslizarse, dijo el señor Hackett.Ni rastro de esto se vio en mi cara, dijo Tetty. ¿No cierto, querido?Ni rastro, dijo Goff. Tampoco mi sentido del humor me abandonó. Qué bicho, dijo el señor Berry, recuerdo, mirándome con una sonrisa, qué delicioso bicho, se me deshace en la boca. No solo en la boca, señor, yo respondí, sin un instante de vacilación, no solo en la boca, mi señor. No demasiado osy con el dulce, creo.¿No demasiado qué?, dijo el señor Hackett.Osy, dijo Goff. Vos sabés, no demasiado osy.Con el café y los licores, la labor era perfecta, señor Hackett, le doy mi palabra, en el comedor.Perfecto es la palabra, dijo Goff. Vos sabías que ella estaba embarazada, dijo el señor Hackett.

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Por qué ella, lo ves, yo lo veo, lo vemos.La mano de Tetty cayó sobre la pierna del señor Hackett.El pensó que yo era estaba tímida, ella gritó. Jajajaja. Jaja. Ja.Jaja, dijo el señor Hackett.Yo estaba muy preocupado, lo admito, dijo Goff.Finalmente ellos se fueron, ¿no?, dijo el señor Hackett.Si, dijo Goff, nos fuimos al cuarto de billar, for un juego de slosh.Yo subí arriba las escaleras, señor Hackett, dijo Tetty, en cuatro patas, retorciéndome, como si estuvieran hechos de rafia.Estabas angustiada, dijo el señor Hackett.Tres minutos después yo era madre.Inasistida, dijo Goff.Hice todo con mis propias manos, dijo Tetty, todo.Ella cortó el cordón con sus dientes, dijo Goff, no tenía una tijera a mano. ¿Qué opinás de eso?Me habría roto la pierna, si era necesario, dijo Tetty.Eso debe ser como cortar una cuerda.