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I La palabra desplazada Volumen 2-1-Litocamargo.p65 14/04/00, 11:25 7

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literatura colombiana

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  • ILa palabra desplazada

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  • Fin del siglo XX: por un nuevo lenguaje(1960-1996)1

    LUZ MARY GIRALDOUniversidad Nacional de Colombia

    La edad moderna estaba obsesionada por la produccin y la revolucin,

    la edad postmoderna lo est por la informacin y la expresin [...]; cuanto

    mayores son los medios de expresin menos cosas se tienen por decir; cuanto

    ms se solicita la subjetividad, ms annimo y vaco es el efecto.

    GILLES LIPOVETSKY

    La literatura latinoamericana de los ltimos lustros oscila entreutopa y vaco. Hablar de utopa es referirse a la fe en el cam-bio, a la esperanza redentora, a la creencia en los valores y a lanecesidad de construir un mundo mejor; es decir, ampararse enlas expectativas de la modernidad. Hablar de vaco es recono-cer, segn el diccionario, la falta de contenido, la ausencia de

    1 Este artculo es una versin ampliada de la conferencia Narrativa colombianade fin de siglo. Entre la utopa y el vaco que form parte del Seminario Narra-tiva Colombiana Contempornea organizado por la Cmara del Libro en la IXFeria Internacional del Libro de Bogot (1997). Se public en el libro Crtica yficcin. Una mirada a la literatura colombiana contempornea (Bogot: Cooperativa Edi-torial Magisterio, 1998), 11-30.

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    valor o solidez, la carencia de perfeccin, la presencia de abis-mos o precipicios; en este caso se hablara de crisis de los va-lores modernos y sus manifestaciones en la postmodernidad.En el mundo contemporneo hay una honda relacin entre laexperiencia vital y las diversas expresiones que se manifiestanen las artes plsticas, literarias, arquitectnicas y musicales, lavida poltica, cultural o social o las reflexiones filosficas y losanlisis tericos y cientficos: unos y otros hablan de una ten-sin interna en la vida cotidiana. Esta relacin demuestra unmundo que parece dar vueltas en redondo al dispararse en lasdirecciones que el inmediatismo seala, regodearse en la frivo-lidad, lo transitorio, lo escandaloso y lo escabroso, y amparar-se en un presente que constata el desinters por el futuro.

    En la narrativa, tal multiplicidad se explicita de diversasmodos: desde tendencias y actitudes que oscilan entre un nue-vo regreso al pasado, la instalacin en un presente vaco, la acep-tacin o el escepticismo ante las experiencias que ofrece la rea-lidad inmediata, una constante experimentacin ldica, lairreverencia, el gusto por la frivolidad, el consumismo y la rup-tura de las fronteras. Ese estado de crisis evidencia el abando-no de grandes relatos.

    Para llevar a cabo una lectura del desarrollo y del estadoactual de la narrativa colombiana sera necesario revisar las ideasque dieron paso a ciertas concepciones (el regionalismo y elcostumbrismo difundidos entre los aos veinte y los cincuen-ta; el sentimiento de marginalidad y subdesarrollo de la pro-vincia ante el centralismo capitalino; las separaciones entre lite-ratura infantil, femenina y gran literatura; las expresionesorales que en ciertos casos definen lo legendario de algunas tra-diciones o aquellas que han dado paso a la cuentera; y el com-

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    promiso poltico e ideolgico del escritor que influy en lanarrativa de los sesenta y parte de los setenta), para apuntar aaquellas manifestaciones propias del mundo actual, asociadosimultneamente al fin del siglo y/o al fin del milenio. Enten-demos que en nuestros pases el fin de milenio empieza a per-filarse en los estertores de la dcada del setenta y se ratifica,como en el resto de occidente, con la cada de las utopas.

    Narrativa: afirmacin y bsqueda

    A fines de los aos setenta se evidencia una nueva actitud enla narrativa colombiana que da comienzo a propuestas diver-sas y novedosas, vidas de explorar otros lenguajes, otras posi-bilidades para la fbula y distintos modos de indagar en la rea-lidad nacional y contempornea. Abocados a un sinnmero deposibilidades, y amenazados por el silencio de una crtica acos-tumbrada a los planteamientos narrativos y temticos del boom,lo arquetpico, mtico y fabulesco, el nuevo escritor se lanz ala ardua tarea de hallar un nuevo lector para entregarle unmundo segn las exigencias y coordenadas de su tiempo. Estanueva actitud empez a llamar la atencin de la crtica acad-mica y a sembrar inquietudes acerca de nuestra historia litera-ria y cultural e invit a revisar el canon, a cuestionar la validezde ser slo tierra de poetas y espacio para la fructificacindel realismo mgico y lo real maravilloso2.

    2 Para el mundo actual, la edad de las profecas y los mitos ha muerto, aunqueciertos personajes o situaciones que apelan a lo escatolgico surjan de las cenizas,reafirmndose en obras de los ochenta y los noventa, como Maqroll, pber eter-no, que desde lo moderno cumple un itinerario sin sueo ni destino.

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    De los sesenta a los noventa

    Es necesario reconocer el papel renovador de aquella genera-cin de narradores que se dieron a conocer a finales de la dca-da de los sesenta y a principios de los setenta y entre quienesse hallaban Daro Ruiz Gmez, scar Collazos, Germn Espi-nosa, Nicols Suescn, Eutiquio Leal, Fanny Buitrago, HctorSnchez y Gustavo lvarez Gardeazbal. Su cuentstica y sunovelstica remozaron las letras colombianas, pues no slo te-nan una impecable factura sino discursos y temas acordes conlas inquietudes contemporneas, como la vivencia de la ciu-dad (la transicin entre la provincia y la urbe), los conflictossociales de supervivencia econmica o existencial, la realidadhistrica y poltica y la problemtica de la escritura.

    Esta generacin se dio a conocer paralelamente al boom la-tinoamericano, a Gabriel Garca Mrquez, Hctor Rojas Hera-zo, lvaro Cepeda Samudio, Pedro Gmez Valderrama y Ma-nuel Zapata Olivella, y dio origen a una narrativa de actitudcontestataria, crtica, analtica y, en la mayora de los casos, deruptura con la literatura sobre la violencia partidista. Cuentis-tas por excelencia y novelistas por conviccin, en gran parte desus narradores se aprecia una ininterrumpida relacin particu-lar con la escritura. Por ellos es posible definir un corpus quetestimonia la historia literaria de nuestro pas y al que ya ini-ciada la dcada del setenta se sumarn (o se aceptarn comopartcipes generacionales) Luis Fayad, Fernando Cruz Kronfly,Albaluca ngel, Umberto Valverde y Marco Tulio Aguilera Ga-rramuo; a finales de la dcada, R. H. Moreno-Durn y Rodri-go Parra Sandoval, con sus respectivas Fmina suite y El rbolsecreto del Sagrado Corazn, inician una verdadera ruptura de los

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    cnones con una expresin novedosamente contestataria, irre-verente y cuestionadora que aprovech la parodia como pos-tura crtica y relacion la escritura ldica con recurrencias yreferencias al erotismo y a la cultura. Su actitud se prolonghasta la ltima dcada de nuestro siglo en una narrativa que,aunque demuestra cierto desencanto ante la quiebra de los va-lores, enfatiza en el goce vital, haciendo del texto literario unespacio para el placer de la palabra puesta en escena.

    En los aos sesenta, el reconocimiento internacional a Ga-briel Garca Mrquez por Cien aos de soledad (1967) no sloopac la obra de sus contemporneos Hctor Rojas Herazo, l-varo Cepeda Samudio, Manuel Zapata Olivella y Eduardo Ca-ballero Caldern (con amplio prestigio hasta entonces), sinoque desvi la atencin de la crtica y del mercado editorial conconsecuencias ampliamente conocidas para estos autores y parasus imitadores, junto con grandes y justos beneficios para elNobel, quien desde entonces se reconoce como paradigma dela literatura colombiana del siglo XX.

    En los aos ochenta, la historia, la ciudad y la escritura to-maron nueva forma en las letras y los diversos escritores mar-caron nuevos rumbos con el impulso de romper lmites, rein-ventar modos narrativos, apelar al nuevo lector, reconocer lamentalidad problemtica arraigada en las ciudades, testimo-niar la prdida de coordenadas en el espacio urbano, indagaren la historia y la intrahistoria, la sociedad de consumo, la nuevamsica, el nuevo periodismo, las diversas formas de poder, lasnuevas clases y rdenes sociales, y al aprovechar todo tipo dediscursos buscaron su legitimacin en la literatura, orientandolos caminos de fin de siglo. Recientemente, la llamada modaretro intenta un retorno a estticas pasadas y con temticas

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    de cierta turbulencia se desromantiza la vida contempornea;con la fusin de las tcnicas periodsticas y la ficcin se apela ala verosimilitud; con propuestas cuya temtica tiende a unadifusin y un mercadeo mayores se cautiva un pblico consu-mista e incorporando asuntos acordes con la moda y las nece-sidades metafsicas del momento (la angelologa, por ejem-plo) se multiplican las orientaciones que contrastan con obrasde franca preocupacin experimental, existencial, epistmica,histrica, cuestionadora, irreverente y de diatriba.

    Fatigados por la problemtica de la identidad latinoameri-cana cultivada en la narrativa del boom, desencantados de lasutopas de un pasado no lejano, agobiados por la aceleracindel tiempo, la masificacin y el individualismo, acosados porel desarrollo tcnico-cientfico y acorralados por el inmediatis-mo de los medios de comunicacin y la sociedad de consumo,los escritores y los intelectuales de nuestra Amrica se sabentestigos de un vertiginoso cambio de valores y lo expresan enuniversos anlogos al caos de la realidad, mientras persiguenun lugar en la historia de las letras, aunque algunos reconoz-can que en el mundo actual el escritor, el artista y el intelec-tual ya no son ni modelos patriarcales ni principios de autori-dad. Desde fines de los setenta hasta hoy el proceso apunta ala conformacin de un canon diferente, acorde con la crisis devalores nacionales y mundiales y con la fatiga por el macon-dismo y las propuestas de los aos sesenta y setenta3.

    3 Se percibe cierto existencialismo que en la ms reciente narrativa de GarcaMrquez, Rojas Herazo y lvaro Mutis, enfatiza desde cierto tono el deterioro, ladesesperanza, el erotismo y la muerte, especialmente en el ltimo, marcado por elabsurdo de la postguerra y el demonismo romntico.

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    La necesidad de afirmar la conquista de un lenguaje, unosdiscursos y unos temas orient a algunos autores a la cancela-cin del garcamarquismo, el macondismo y lo real maravillo-so buscando, desde la cultura y los imaginarios urbanos, vocesdiversas. Otros demuestran su admiracin por Jorge Luis Bor-ges y sus laberintos metafsicos, su irona y su autorreflexinpermanente, o por las propuestas experimentales y analticasde Julio Cortzar. Los narradores ms recientes nada discutensobre los modelos fundacionales o patriarcales; existen peregri-nos manifiestos contra la ponderacin narrativa de los sesen-ta4, y es cada vez ms frecuente la valoracin de quienes abrie-ron posibilidades en cada momento literario, reconociendo aaquellos que fueron decisivos, as como los que fueron conde-nados injustamente al silencio de la lectura y la crtica5.

    En el trnsito de los aos setenta a los ochenta marcaronposibilidades de cambio varias obras, entre ellas, en 1975, Elamanecer de la noche, de Alberto Aguirre; en 1977, Juego de da-mas, de R. H. Moreno-Durn; en 1978, Los parientes de Ester,de Luis Fayad; Prytaneum, de Ricardo Cano Gaviria; El lbumsecreto del Sagrado Corazn, de Rodrigo Parra Sandoval, y Memo-ria compartida, de scar Collazos (sin ignorar sus otras nove-

    4 Eduardo Garca Aguilar en varias ocasiones ha expresado su desacuerdo antela persistente exaltacin de algunos narradores del boom, al considerar algunos ca-sos de herencia nefasta para la narrativa actual.5 Sobre Soledad Acosta de Samper hay muy serios estudios acadmicos de Mont-

    serrat Ordez, Gilberto Gmez y Mara Graciela Calle; sobre Silva y De sobreme-sa se encuentran lecturas contextualizadoras de David Jimnez, Hctor H. Orjuelay Rafael Gutirrez Girardot, entre otros; sobre Vargas Vila existen estudios de Con-suelo Trivio y Gilberto Gmez; y respecto a la obra de Arturo Echeverry ha ade-lantado anlisis Augusto Escobar.

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    las, Son de mquina, de 1964, y El verano tambin moja las espal-das, de 1969); en 1979, La casa infinita, de Augusto Pinilla, yFalleba (posteriormente conocida como Cmara ardiente), de Fer-nando Cruz Kronfly; en 1980, Juego de mentes, de Carlos Perozzo;en 1982, La tejedora de coronas, de Germn Espinosa (de quienno deben olvidarse sus valiosos aportes con La noche de la tra-pa, de 1964, y Los cortejos del diablo, de 1970); en 1981, CeliaCruz, reina rumba, de Umberto Valverde, y, en 1984, Sala Capi-tular, de Francisco Snchez Jimnez.

    Las nuevas posibilidades narrativas de estas obras se suma-ban a la importancia alcanzada por autores que ahondaron enla violencia partidista o la vivencia en la ciudad, dando origeno perfilando nuevas visiones, como en el caso de Andrs Caicedocon su narrativa de carcter urbano y juvenil que expone condesparpajo la crisis de la sociedad tradicional; de Albaluca n-gel con sus innovaciones cuentsticas y la revisin a la literatu-ra sobre la violencia expresada desde perspectivas femeninas;de Jorge Elicer Pardo y sus renovaciones lricas y erticas entorno de la violencia rural; de Manuel Giraldo, Magil, y ladesintegracin del sujeto en perodos de crisis; de FannyBuitrago, que desde los sesenta exploraba temas y formas conlos cuales impugna a la sociedad y a la cultura; y de Gustavolvarez Gardeazbal, con su realismo regionalista, ante todoen Cndores no entierran todos los das (1972), verdadera radio-grafa sociocultural de la poca de la violencia.

    Asimismo, la tensin entre lo rural y lo urbano abordadapor Roberto Burgos Cantor muestra en la dcada de los ochentala dinmica de trnsito a la vida moderna en sociedades y ciu-dades seoriales; el neorrealismo de scar Collazos, Hugo Ruizy Daro Ruiz Gmez apunta a realidades sociales y existenciales;

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    el erotismo es explorado por Marco Tulio Aguilera Garramuoy las interacciones nacionales entre lo poltico, lo existencial ylo intelectual se vislumbran en la obra de Plinio Apuleyo Men-doza (ganador en 1979 del premio nacional de novela Plaza yJans, con Aos de fuga).

    Y a todo ello habra que agregar la valiosa y no suficiente-mente reconocida trayectoria de Hctor Rojas Herazo, ManuelZapata Olivella, Manuel Meja Vallejo, Pedro Gmez Valderra-ma, lvaro Cepeda Samudio y Eduardo Caballero Caldern. Alborde del siglo XXI, algunos de los nombres de este amplio lis-tado cuentan con ninguna o una muy pobre referencia. Tal vezalgn da la historia los rescate, as como quiz agregue al olvi-do a otros reconocidos de hoy.

    Si el proceso ideolgico, social, poltico y artstico durantelos sesenta marca un cambio notorio en Amrica Latina, moti-vado por la revolucin cubana y sus inquietudes en torno de laidentidad cultural, la igualdad y la independencia en nuestrasliteraturas, esos cambios se relacionaron tambin con otras cir-cunstancias de orden mundial cuya dinmica posterior dio pasoa frustraciones, desencantos, bsquedas y cuestionamientosque explican las crisis contemporneas. Basta con recordar fe-nmenos tan significativos como la revolucin hippie vivida co-mo protesta por la guerra de Vietnam; las manifestaciones es-tudiantiles de Pars en mayo de 1968; la paulatina presenciade la mujer en la vida pblica, intelectual y cultural; los distin-tos avances y las investigaciones cientficas que llevaron, porejemplo, a la exploracin interespacial, entre tantos otros suce-sos que identificaron una poca. Tales fenmenos se constituye-ron en fuente para la bsqueda de utopas y alimentaron en di-versos terrenos el deseo de cambio. Las expectativas, empero,

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    se frustraron, y las bsquedas utpicas dejaron un sentimientode vaco, frustracin y derrota que agudiz la sensacin de pr-dida y la vivencia de la crisis fundindose con otras situacionescotidianas, religiosas o polticas: la muerte de algunos hroesrevolucionaros o la desaparicin de ciertos paradigmas (la ca-da de Allende en Chile o ms recientemente la del muro de Ber-ln, con la disolucin de la Unin Sovitica, que trajo consigoconflictos internos y externos a los pases socialistas y, en nues-tra Amrica, a Cuba y Nicaragua, entre otros); el nfasis en eldesarrollo tcnico-cientfico con la deshumanizacin y la alie-nacin consiguientes; la masificacin y la individualizacin enlas sociedades capitalistas; la desintegracin de la unidad fa-miliar y la progresiva ruptura con los modelos del pasado, etc.

    Utopas y frustraciones, nostalgias e idealizaciones se con-vierten, as, en presencia y materia viva de la literatura latinoa-mericana desde finales de los aos setenta hasta los ochenta ylos noventa. En esta ltima dcada, las expresiones artsticastanto de autores de amplia trayectoria como de otros que ape-nas comienzan revelan mltiples orientaciones que dificultanla definicin y la precisin de tendencias, pues la heterogenei-dad de los temas y los problemas que tratan revelan el convi-vir, como dice Marshall Berman,

    [...] en un entorno que no promete aventuras, poder, alegra,

    crecimiento, transformacin de nosotros y del mundo y que, al

    mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo

    lo que sabemos, todo lo que somos [1-27].

    Se trata de un mundo en el que todos los comportamientospueden cohabitar sin excluirse y en el que existe una unidad

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    paradjica: la de la desunin, la desintegracin, la ambigedady la angustia. As, pues, se asiste al abandono de las profecasseculares y al mismo tiempo se buscan parasos perdidos; lasconvicciones escatolgicas que alimentaron los ideales revolu-cionarios y los sueos de cambio se hunden en las arenas mo-vedizas de la realidad y paulatinamente se ingresa en el impe-rio de lo nuevo que se impone con la fuerza de lo efmero, comolo sostiene Lipovetsky en su libro La era del vaco.

    La poesa: tradicin sin rupturas?

    Al hacer un mapa de la produccin potica colombiana no esdifcil encontrar el arraigo de una tradicin en la que con difi-cultad fructifica la ruptura que propicia cambios definitivos.Tradicional y formalista por excelencia, Colombia ha alimen-tado el gusto y el respeto por el pasado ancestral que se sus-tenta en una fuerte lnea intimista en la que prevalece la formacuidada, el gusto por la imagen metafrica y el cultivo del rit-mo y la musicalidad, unidos a la sugerencia y la ensoacin.

    Es til reconocer que desde la poesa, en la segunda mitaddel siglo XX se dan tres momentos fundamentales y decisivosque proyectan la cultura y muestran un importante forcejeoentre la tradicin y la ruptura. El primero de ellos aglutina aun grupo de intelectuales de diversas corrientes y formas ex-presivas que giran alrededor de la revista Mito (1955-1962); elsegundo, a los jvenes rebeldes antipoetas que se lanzan a com-batir desde la tribuna del Nadasmo; el tercero, al grupo hete-rogneo de poetas conocidos como Generacin sin nombre.

    A Mito, la revista fundada por Jorge Gaitn Durn, EduardoCote Lamus y Hernando Valencia Goelkel, se debe la propuesta

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    de desprovincializar la sociedad y la cultura colombianas al ac-tualizarlas y relacionarlas con el momento histrico universaly generar un verdadero dilogo e intercambio cultural que pro-piciara el encuentro de formas y manifestaciones. La pginaeditorial del primer nmero lanz como manifiesto la idea dela libertad de expresin a travs de una palabra que deberalimpiarse de toda retrica gastada y fuera de poca. El lemalas palabras estn en situacin se convirti en un llamado deatencin contra el anacronismo de nuestra sociedad. La recep-cin a temas polticos, sociales, filosficos, cientficos, litera-rios, cinematogrficos y artsticos, junto a las traducciones deescritores europeos y la publicacin de autores entonces des-conocidos, hicieron de la revista una plataforma de lanzamientode las ideas de la poca y los escritores de ese tiempo: GarcaMrquez, Cepeda Samudio, Gmez Valderrama, lvaro Mu-tis, Marta Traba, Georges Bataille, Sartre, Camus, Beauvoir y,ya en el ltimo nmero, los nadastas. Lo trascendental y lotab se hicieron cotidianos, como el erotismo, la muerte, elexistencialismo y el absurdo; sin ignorar la violencia partidis-ta, una actitud de desesperanza lcida proclamada por lvaroMutis se asumi como modo de vida y principio de creacin.

    En los aos sesenta y en parte de los setenta, con sus ges-tos contestatarios, irreverentes, iconoclastas e histrinicos, losnadastas asumen una actitud de franco reproche al status quoy en sus escritos antipoticos o apoticos, antiliterarios yextraliterarios, proponen una vanguardia criolla. Como nge-les exterminadores, en la aventura de construir un nuevo modode vida trascienden los lmites de un movimiento revolucionarioy atentan contra lo establecido y contra las ms rancias tradi-ciones y convenciones religiosas, sociales y literarias (profanan

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    por igual la novela Mara como las iglesias y todo recinto o con-cepto sagrado). Cercanos al hippismo, a los beatniks y a los re-beldes del momento, se erigen en nuevos profetas y sacerdotesque reclaman un trono para su ejercicio vital y literario. Consus exploraciones en un lenguaje voluntariamente transgresorde la tradicin lrica, ampliamente irnico y desmitificador, ex-presan su desencanto. Sus voces y temas, que apelan a lo in-mediato real y cotidiano, lejos de toda retrica convencional,dislocan la palabra para acercarse a la realidad de su tiempo,perturbando, desafiando, cuestionando y degradando.

    Con gran lucidez, en su estudio sobre la poesa postnadastaen Colombia Samuel Jaramillo muestra la imposibilidad de stade asumir la rebelda y las propuestas novedosas, aunque la cr-tica tradicional haya sealado desconcierto, desintegracin, pr-dida del sentido de las referencias y falta de coordenadas paralos jvenes poetas de entonces:

    Nuestra percepcin es [...] que a partir del Nadasmo la poe-

    sa colombiana sigue desarrollndose con su consistencia habi-

    tual, aunque con sus contradicciones inevitables, introduciendo

    al Nadasmo como una de sus referencias. Por su parte, la Ge-

    neracin sin nombre con su diversidad de tendencias demostr

    la movilidad del mundo contemporneo e intent restituirle el

    sentido a la palabra degradada por los nadastas y abrir el abani-

    co de las expresiones [2].

    Estos tres momentos literarios y culturales que desembo-caron en creacin potica concentran el paso de la moderni-dad y de sus utopas al desencanto de ellas; la generacin depoetas y dems intelectuales de la revista Mito apelaron a la

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    conciencia histrica y nutrieron con visiones universales el pen-samiento colombiano; el nadasmo transform la conciencia deverdad y veracidad en incertidumbre y rebelda, mientras quela Generacin sin nombre retorn a los valores eternos delarte y del artista y renov la conciencia de la palabra sugeren-te, ensimismada, formalista, musical e incluso arcaizante, queen todos sus aspectos se opuso a las propuestas apocalpticas yteatrales de los anteriores. Como muchos han afirmado, la poe-sa posterior se dispara en mltiples direcciones6, sin consoli-dar an nuevas generaciones ni decisivas propuestas de ruptu-ra o renovacin de la lrica contempornea.

    Los narradores de finales de los aos setenta heredan deMito y del Nadasmo, como propuestas literarias, el carcterldico, irreverente y/o solemne de sus textos, la intertextualidady la transtextualidad, la conciencia urbana y de la contempo-raneidad, junto con el inters por la historia y las relacionessupraregionales y supranacionales. A la Generacin sin nom-bre la une la conciencia de la escritura como oficio, el tonodesencantado y el sentimiento de prdida. Entre la tradicin yla ruptura, unos y otros anticiparon en nuestro pas de manerasistemtica la conciencia de crisis, de reflexin y autoevaluacin;su deliberada postura analtica permiti ir ms all de loparroquial y provinciano, establecer dilogos interdisciplinares,buscar la legitimacin de otros lenguajes y asumir el desencan-to y la desesperanza como condiciones del presente.

    6 Una visin actualizada de la poesa colombiana se encuentra en el artculo deHenry Luque Muoz Tendencias de la nueva poesa colombiana: una carta denavegacin, en Universitas Humanistica XXV, 43-44 (enero-diciembre de 1996).

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    Narrativa: una escritura sin tradicin

    Hemos afirmado que nuestro anacrnico sistema tradicionalis-ta no est ni ha estado preparado para acceder a la comprensindel cambio de perspectivas ni mucho menos a la constatacindel mundo escindido en el que prolifera la crisis de valores queactivan la duda, la conciencia de desastre, de desencanto y decrtica, expresados en la desintegracin de la forma, en la susti-tucin de la irona por el juego y el gesto cnico, en el individua-lismo narcisista y la afirmacin de lo transitorio y lo falaz. Esamisma falta de rigor crtico y analtico sigue debatiendo la per-manencia de la tierra de poetas y, en el caso de la narrativa, lanegacin de sta se une al sentimiento de la marginalidad o dela marginacin de quienes reclaman la mirada a las regiones encuyos escenarios se sustenta la oralidad y sobre todo lo localista,lo cual impide salir de la comarca al mundo como propuso enla dcada del setenta Mario Benedetti.

    En la narrativa colombiana de los ltimos ciento treinta aosse constatan largos espacios de tiempo entre el surgimiento y larecepcin de las obras consideradas paradigmticas: en 1867 sepublica Mara, de Jorge Isaacs; en 1924, La vorgine, de Jos E.Rivera, y en 1967, Cien aos de soledad, de Gabriel Garca Mr-quez. Es decir, entre la primera y la segunda hay poco ms demedio siglo, y entre la novela de Isaacs y la del Nobel un siglocompleto de distancia. De lo anterior surge una inquietud: qupas durante ese lapso, qu obras se produjeron, cules se edita-ron y qu recepcin encontraron? Lo anterior explica la dificul-tad para romper con los cnones y ha dado paso a la necesidadde revisar, estudiar y reeditar las obras condenadas por el silen-cio de la recepcin, la lectura y la crtica.

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    La memoria se desentiende cada vez ms de muchas obrasque se destacaron en su momento y que surgieron entre aque-llas que asumimos como paradigmticas. Qu pas con El moro(1897), de Jos Manuel Marroqun, antes acogida como una ex-celente muestra costumbrista? De sobremesa (1929), de J. A. Sil-va, despus de un largo silencio hoy vive su proceso de rescate yrevaloracin; Soledad Acosta de Samper empieza a ser estudia-da y reconocida; La Marquesa de Yolomb (1924), pilar de la no-vela histrica, regionalista y costumbrista, y las dems obras deToms Carrasquilla cada vez se estudian menos (salvo por eltrabajo investigativo y analtico de algunos especialistas); JosMara Vargas Vila, controvertido iconoclasta de fines del sigloXIX y comienzos del XX, es citado de forma espordica; EduardoCaballero Caldern, quien goz entre los aos cincuenta y lossesenta de mucha acogida entre sus lectores y cuya gil plumase enfil a lo social, lo regional, lo rural y lo urbano, lo conven-cional, lo moderno y lo novedoso, es poco mencionado hoy.Cmo no recordar a Jos Flix Fuenmayor y a lvaro CepedaSamudio, integrantes del grupo de Barranquilla y pioneros delrealismo mgico y la narrativa moderna en Colombia, o a Ma-nuel Meja Vallejo y Gustavo lvarez Gardeazbal, cultores delneorregionalismo y del neocostumbrismo?

    En ms de una ocasin se ha afirmado que Gabriel GarcaMrquez es nuestra figura modelo en las letras de este siglo, ydesde fines de los ochenta lo acompaa lvaro Mutis. Los dosson nuestros embajadores literarios y desde ellos se lee e inter-preta nuestra cultura. Cada cual tiene su mundo propio, su len-guaje, su visin de Colombia, de Amrica, del hombre y delmundo, y aporta al conocimiento del modo de ser latinoame-ricano y universal. Asimismo, a los dos los une una idea co-

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    mn sobre el escritor y la literatura: el poeta es un creadorprivilegiado que conoce el lado oscuro de las cosas y logra atra-vesar las fronteras, vislumbrar el principio y vaticinar el fin. Laescritura, al nacer del contacto con la vida y el misterio, per-mite la creacin de textos sagrados. Sus personajes viven aven-turas heroicas en tiempos de miseria; expresan la crisis dram-tica del sentido y buscan, con incertidumbre, respuesta a laexistencia. El primero se mueve en el universo mtico de lo realmaravilloso y el segundo en el universo de los personajesarquetipales y universales impelidos a la aventura antiheroica.

    Hay que tener en cuenta dos puntos fundamentales a la horade dividir la literatura colombiana en antes y despus de la obrade Gabriel Garca Mrquez. Primero, que sobre todo con la pu-blicacin de Cien aos de soledad se lleg al clmax del america-nismo, del regionalismo y del costumbrismo, universalizndo-los con la multiplicidad de mitos y tradiciones culturales; con laexpresin ldica de la condicin humana que desde las formasms primarias de conciencia y estructura mtica concentran lavida, la soledad y la desesperanza; con la reiteracin cclica delos actos humanos; con la plasmacin de la historia situada enla cuerda floja de la verdad profana que se impone sobre la ver-dad sagrada y con la constatacin del valor del profeta, del poe-ta vidente que, como el escritor, se encarna en la figura del gita-no Melquades para dotar la historia de verdades legendarias.Segundo, que la metaficcin est entronizada en la novela an-tes sealada, como en la conciencia de la palabra que gira sobres misma, se conoce y se reconoce en el tejido intertextual y sefunde en lo potico de un lenguaje que se hace escritura. As, elautor que teji ancdotas, en El otoo del Patriarca (1975), supe-ra las mismas, sin ignorarlas, y apela a los temas latinoamerica-

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    nos y universales de la tirana y las dictaduras, hasta confluir enel repliegue del lenguaje, de las estructuras, del juego lrico e hi-perblico y de la emocin esttica que rinde culto a la poesa.Entre una y otra, y antes y despus de ellas, Macondo, el espa-cio literario, el mundo de los espejos y los espejismos, se tras-muta sin diluirse y constituye un lugar, un estado de nimo, unmodo de ser y unas formas escriturales.

    Gabriel Garca Mrquez exprime el zumo del americanis-mo y en 1967 lo expresa con la magia del mito, de la oralidady de la escritura. En 1975 adiciona a otros problemas latinoa-mericanos categoras universales, al explorarlos con todas lasformas posibles de sugerencia de la palabra que se vuelve so-bre s misma. As, la conciencia del mito se asume desde lahistoria y la escritura, oscilando entre lo premoderno y lomoderno y aventurndose, ocasionalmente, en peripeciasescriturales definidas con el calificativo de postmodernas, comosucede en el controvertido libro Doce cuentos peregrinos (1992).

    La construccin de su mundo y de su lenguaje al canoni-zarse, se convirtieron para muchos de sus contemporneos, co-mo para los nuevos narradores, en un estigma. ste se registrentre los seguidores del macondismo o gabfilos, los que bus-caron y buscan una voz propia, los que intentan dar muerteal padre poderoso y nefasto y, de los ms recientes, los quereconociendo la fuerza de su presencia buscan la expresin se-gn las coordenadas de su propio tiempo.

    Lectores y crticos

    Ante la produccin posterior al fenmeno de Garca Mrquezel lector corriente acepta difcilmente los autores y las propues-

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    tas nuevas. La crtica y algunos lectores especializados determi-nan un corpus, definen unas fechas de publicacin, destacan aunos cuantos narradores, mientras que otros dan cuenta del de-sarrollo de un proceso posterior y diferente no slo a GabrielGarca Mrquez sino al boom, sin comprometerse a apostar porl. En muchos casos algunos lectores se atreven a caracterizar yvaticinar catstrofes, sin un verdadero conocimiento del hechonarrativo, la multiplicidad de orientaciones y bsquedas o la di-versidad de obras que se producen. Algunos, con vlidas razo-nes, se refieren a la experiencia vital que en otros pases tienenlos escritores colombianos de generaciones en proceso de crea-cin como una determinante para una literatura propia del homoviator moderno, que dialoga con el mundo y desde el mundo, ylos identifican como los escritores de la dispora (scar Colla-zos) o la generacin trashumante (R. H. Moreno-Durn). Asi-mismo, Eduardo Mrceles Daconte, Jonathan Tittler y otros co-lombianistas se refieren al biculturismo al estudiar a aquellosautores con largos aos de estada en otros pases que incorpo-ran en sus obras formas de vida, lenguajes, vivencias y experien-cias que denotan encuentros culturales y transculturaciones.

    Con respecto a la ms reciente narrativa colombiana hayque tener en cuenta varias concepciones respetables, interesan-tes y controvertidas. Por una parte, el novelista Moreno-Durnseal la importancia magistral de Gabriel Garca Mrquez por-que ha incitado pblicamente al garcamarquicidio, a su imi-tacin (por los gabotas) o a guardar una prudente distancia,segn el caso. Y para definir y caracterizar esa ficcin contem-pornea en Colombia identifica dos tipos de escritura: una quellama elucubrata y otra que llama incomposita; aqulla se distin-gue, segn l, por ser una prosa culta y refinada, alejada de

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    los tpicos y comprometida con la universalidad y la renovacinformal. A la segunda, que considera predominante, la tilda desimple y provinciana, sin ms pretensiones que el mimetismo yla rancia tradicin, seguidora de proclamas maniquestas y cm-plice de toda clase de temas que presenten el tercermundismo (32).

    Por otra parte, algunos crticos estudian la narrativa de losltimos lustros en conjunto, como el crtico y novelista lvaroPineda Botero, quien las clasifica segn su mundo argumental,temtico y formal, para relacionar sus tendencias en el caminoDel mito a la postmodernidad (1990). Igualmente, en el libro Au-toconciencia y postmodernidad. Metaficcin en la novela colombiana(1995), Jaime Alejandro Rodrguez define un corpus a partir delos ochenta y analiza la escritura metaficcional y autoconscien-te, demostrando la continuidad de una tradicin anunciada aprincipios del siglo7. Al iniciarse la dcada de los ochenta Fer-nando Ayala Poveda propuso tomar conciencia del nuevo fen-meno narrativo en el volumen Novelistas colombianos contempor-neos, el cual inclua autores destacados que entonces, en su granmayora, atentaban contra los modelos convencionales: PedroGmez Valderrama, Plinio Apuleyo Mendoza, Luis Fayad, R.H. Moreno-Durn, Rodrigo Parra Sandoval, Fernando CruzKronfly, Carlos Perozzo y Jorge Elicer Pardo. A su vez, el cono-cido comentarista Isaas Pea Gutirrez ha seguido durante va-rios lustros el proceso de la narrativa colombiana en La narrati-va del Frente Nacional (1982), partiendo de los autores y las obraspremiadas, las manifestaciones literarias de provincia y los ta-

    7 El ejercicio crtico de Rodrguez se da tambin en sus ficciones, que recrean elsentido de la literatura como obra de autorreflexin y conciencia de escritura.

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    lleres literarios, de todo lo cual lleva un registro en sus columnasperiodsticas, al igual que Alonso Aristizbal, quien tambin re-sea, comenta y analiza la actual narrativa en publicaciones di-versas. Ignacio Ramrez, un seguidor de las letras colombianasdel siglo XX con gran conocimiento de obras y autores, en suscolumnas periodsticas y conferencias se pronuncia con fe antela proliferacin y la multiplicidad de tendencias calificando eldesarrollo de una obra en marcha con interesantes propues-tas que definen y caracterizan el fin del siglo. Y en El deseo y eldecoro (1995), J. Eduardo Jaramillo Zuluaga estudia la narrati-va del siglo XX a partir de los elementos de tradicin y de rup-tura y en funcin de la ambigedad contenida en el trminotra(d)icin.

    En resumen, en los ambientes acadmicos algunos estudio-sos definen un corpus; otros seleccionan obras u autores; otrosms trabajan a partir del concepto de gnero y algunos incur-sionan en diversos tipos de lectura y consignan la existenciade una narrativa en proceso de madurez y de consolidacin queanuncia un canon acorde con la poca8.

    8 Varios estudios y tipologas de la narrativa colombiana reciente se encuentranen dos volmenes compilados por Luz Mery Giraldo, La novela colombiana ante lacrtica. 1975-1990 (Bogot: CEJA, 1994) y Fin de siglo. Narrativa colombiana (Bogot:CEJA, 1995). Igualmente vase los estudios sobre escritoras colombianas incluidosen las antologas de Mara Mercedes Jaramillo, Flor Mara Rodrguez y ngela I.Robledo Y las mujeres? Ensayos sobre literatura colombiana (Medelln: Universidadde Antioquia, 1991) y Literatura y diferencia. Autoras colombianas del siglo XX (Bogo-t: Universidad de los Andes, Universidad de Antioquia, 1995). Asimismo, parauna revisin de las ltimas tendencias del cuento, consltese las antologas deEduardo Garca Aguilar, Veinte ante el milenio (Bogot: Biblioteca Familiar de laPresidencia de la Repblica, 1997) y de Luz Mary Giraldo (seleccin y prlogo),Nuevo cuento colombiano (Mxico: Fondo de Cultura Econmica, en prensa).

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    En vsperas de un nuevo siglo: de la utopa al vaco

    La insumisin en las expresiones de este fin de milenio se veri-fica en la diversidad de tendencias que algunos crticos han de-finido en trminos de recapitulacin, eclecticismo y confusionismo ehibridacin9, que implican una intrnseca heterodoxia expresi-va del trnsito hacia el siglo XXI. La realizacin se expresa, comohemos afirmado, en la reciprocidad de la conciencia histrica, laconciencia urbana y la conciencia de la escritura que, vertidas en larevisin, el cuestionamiento o el reintegro en la historia, se di-namizan con la complejidad propia del hombre urbano y lacaotizacin de las ciudades, la metaficcin y la autoconcienciaescritural, al igual que con las diversas expresiones y modos devida y pensamiento en torno a la promocin del placer consu-mista surge la llamada literatura light, caracterizada por el n-fasis en el entretenimiento inmediato, la lectura fcil y la pocao ninguna propuesta reflexiva y analtica.

    Segn las propuestas narrativas ms recientes, se destacanla nueva novela histrica (alimentada por la historia, su revisin osu reinvencin); la novela urbana y la de ciudad que recrean tantoel imaginario de las ciudades como la complejidad de su univer-so y sus habitantes; y la novela de experimentacin y fragmentacinformal, asumidas desde la metaficcin, la autoconciencia, el jue-

    9 Para una ampliacin de los conceptos vase el estudio de Vctor Gudez Losochenta, los noventa y el trnsito hacia el siglo XXI en Universitas Humanistica,XXIII, 39 (enero-junio de 1994), s. p. Gudez reflexiona sobre el arte actual y lacongregacin de visiones heterodoxas, relacionando la multiplicidad y el agota-miento con diversas formas de recapitulacin. Para estudiarlos ve en ellos el juegoesclarecedor entre recapitulismo, revivalismo, derivalismo, eclecticismo,confusionismo, recesionismo, apropiacionismo, casualismo, caducismo, etc.

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    go, la superposicin o la recurrencia a modelos narrativos o cul-turales del pasado romntico y modernista. En el trayecto delos noventa estas tendencias se multiplican hacia el escepticis-mo, la frivolidad consumista y la preocupacin testimonial, dela mano de las nuevas ciencias sociales, de la cultura light y de lalas representaciones urbanas del fin de siglo.

    Nueva novela histrica. Asumida, como en el resto de AmricaLatina, desde la idea de reforzar la memoria mediante laretrospeccin y la introspeccin, mirando hacia atrs en actitudde recogimiento, meditacin, reflexin y toma de conciencia paraentender el pasado en sus repercusiones en el presente, el nuevonarrador de ficcin histrica o con base en la historia proponediversas alternativas ante un pasado vuelto a visitar.

    Las estrategias varan de un autor a otro y tienen puntosde convergencia segn la visin contempornea del narradorante el pasado. La mayora relativiza las versiones oficiales ytradicionales de la historia, pone en crisis la autoridad tantodel historiador del pasado como la del narrador del presente,confronta textos oficiales en los archivos, en las crnicas y endiversas fuentes y los reactiva con estructuras actuales que dia-logan con las formas del pasado recreado o al que se hace refe-rencia y proyectan simultneamente una doble visin: la de ayery la hoy, sin la mediacin del futuro. El resultado proyecta larecusacin del poder oficial ante o frente a la historia y ladesmitificacin de la misma. Al poner en crisis la tradicionalhistoria patria se desentronizan figuras e ideologas ejempla-res, se humanizan hroes, se caricaturizan o degradan valoresy se ajusta a la retrica tradicional nuevas formas de escrituray de estructura narrativa. Esto ha dado origen a una narrativaque recorre diversos perodos, momentos o personajes: la po-

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    ca precolombina, el descubrimiento, la colonia, la independen-cia, la repblica y el siglo XX, as como a las figuras de Bolvary Manuelita Senz, en el caso colombiano.

    Como indudables novelas neo-histricas deben tenerse encuenta las obras de Germn Espinosa, cuyo nfasis en el pensa-miento liberal es aprovechado como recurso para la reflexinanaltica, y en las cuales se reingresa al pasado, se lo re-visita y selo re-conoce en sus perodos pre-cristianos (El signo del pez, de1990); en los coloniales (Los cortejos del diablo, de 1970, y La te-jedora de coronas, de 1980); en la poca de la emancipacin (Sin-fona desde el nuevo mundo, de 1987) y en los albores republicanos(Los ojos del basilisco, de 1993). Prspero Morales Pradilla, ba-sndose en uno de los captulos de El carnero, de Rodrguez Freyle,y aprovechando la historia de una mestiza, recrea en su novelaLos pecados de Ins de Hinojosa (1986) la poca de la colonia en laplenitud del barroco criollo, con sus escenarios y sus costum-bres polticas, econmicas, religiosas y sociales. La colonizacinalemana en el departamento de Santander, junto con las cos-tumbres de la regin, el pensamiento liberal, el comercio, el sen-tido de la aventura decimonnica y los valores propios del serromntico son replanteados por Pedro Gmez Valderrama en sunovela La otra raya del tigre (1977), en la que prima la necesidadde recuperacin a travs de la memoria y la leyenda.

    Un regreso al mundo precolombino se encuentra en las no-velas de Bernardo Valderrama Andrade El Gran Jaguar (1992)y Los ojos del cielo (1993), que mediante la investigacin antropo-lgica, la bsqueda de fuentes y la visita al espacio geogrficopermitieron la recreacin de determinadas culturas americanasprximas a la Sierra Nevada de Santa Marta. El conocimientode aquella cosmogona sirve de base para impugnar la funcin

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    Fin del siglo XX: por un nuevo lenguaje (1960-1996)

    del descubrimiento y la conquista a la vez que proyecta, desdeuna erotizada lectura contempornea, el imaginario de la po-ca, las costumbres, creencias, mitos y formas culturales.

    En La risa del cuervo (1992), lvaro Miranda plantea unalectura diferente de la relacin entre Bolvar y Manuelita Senzal recrearla fantasmagrica y esperpnticamente desde variasperspectivas. En una de ellas los personajes son fragmentariosen sus cuerpos y en sus pensamientos y parecen provenir de lamuerte; en otra Humboldt lee un texto que contiene la histo-ria de Manuelita, la de Jos Flix Ribas y la suya propia desta-cando la correspondencia de fechas que aluden a la historia deAmrica Latina: la lectura de ese libro grueso forrado en pielde carnero corresponde a la misma novela y establece una pues-ta en abismo de la misma. En otra perspectiva estn narradaslas historias independientes de Manuelita y de Ribas, relacio-nados de manera diferente con Bolvar. Por otra parte, se mues-tra el proceso creador de la obra leda por Humboldt en la re-lacin existente entre David Curtis de Forest y VirginiaCuperman. Asimismo, por la alusin del ttulo y el desarrollometanovelesco, el lector puede deducir que el poeta Edgar AllanPoe, autor del poema El cuervo, es el verdadero iluminador,origen de la fbula o, ficcionalmente, escritor de la misma. Tam-bin cabe advertir que Seferino escribe la historia en un cua-dro que es exhibido en Pars y observado por el joven Bolvar,de lo cual se infiere que la historia es tergiversada y parodiadaen la interaccin del texto literario y el motivo artstico, demodo que la literatura se privilegia con la metaficcin.

    Del mismo ao es la novela Conviene a los felices permaneceren cas, de Andrs Hoyos, en la que un escritor ficticio se dirigeburlescamente a momentos culminantes el siglo XIX.

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    Imaginarios urbanos. Si la narrativa sobre la historia cuentacada da con ms seguidores, la de la realidad urbana es msamplia y problemtica y ampla las perspectivas que en su mo-mento tuvieron Osorio Lizarazo o Caballero Caldern. La ciu-dad se traduce en la visin de un mundo complejo, asumidocomo una forma de vida y pensamiento, un verdadero espacioen el cual todos los caminos se cruzan. Su vivencia concen-tra la individualidad y la multiplicidad en las ideas, las creen-cias, las costumbres, las condiciones sociales y culturales y estrepresentada por personajes problemticos, solitarios, escpti-cos y con frecuancia ablicos; se revela en muchos casos en lamsica (el rock, el pop, el rap, etc., en contraste con el boleroo el tango del arrabal o de la ciudad provinciana). Si la novelay los cuentos de Andrs Caicedo abran un universo dinmico,escptico, cuestionador, crtico y problemtico, la nueva litera-tura que aborda la experiencia urbana se ha vuelto acorde noslo con el momento histrico del autor, sino con el del mun-do contemporneo. Es posible incluir en esa categora las obrasde Nicols Suescn, en especial Los cuadernos de N (1995); loslibros de Pedro Badrn y en particular su novela Lecciones de vr-tigo (1993); Trapos al sol (1990), de Julio Olaciregui, y las no-velas de Evelio J. Rosero, junto a los cuentos y las novelas deRoberto Burgos Cantor, en cuyos espacios se entreteje la visinde las ciudades y de las mentalidades en transicin de lo pro-vinciano a lo urbano. El rumor del astracn (1991), de AzrielBibliowicz, recrea por igual escenarios urbanos en la fase ini-cial de la masificacin de las ciudades colombianas y la inmi-gracin de judos a causa de la segunda guerra mundial, conun anlisis de la vida de la ciudad en la poca aludida y losconflictos de desarraigo de una raza. Las novelas de Germn

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    Espinosa pueden ser ledas en funcin no slo de su trasfondohistrico, sino de sus escenarios: as, Los cortejos del diablo y Latejedora de coronas son novelas urbanas que recrean a Cartagena;en Los ojos del basilisco est presentada la Bogot del siglo XIX. Lasnovelas y los cuentos de Luis Fayad, Rafael Humberto Moreno-Durn, Rodrigo Parra Sandoval, Fanny Buitrago, Albaluca n-gel y Marvel Moreno, entre otros, dan luces sobre el dinamismoque se vive en la ciudad literaria, en la ciudad real y en la ciudadde la noche amenazada por la moral del sicariato y el ajuste decuentas. Esto puede verse en Opio en las nubes (1993), de RafaelChaparro Madiedo; En tierra de paganos (1993), de Daro RuizGmez; La virgen de los sicarios (1994), de Fernando Vallejo, oPerder es cuestin de mtodo (1997), de Santiago Gamboa.

    La escritura o de lo mnimo a lo mximo. Lo experimental y lofragmentario, cuyo nfasis radica en la autoconciencia, en lametaficcin y la autoreflexin, se despliegan en discursos quehacen trizas las formas novelsticas tradicionales. Toda la pro-duccin narrativa de R. H. Moreno-Durn y las novelas El l-bum secreto del sagrado Corazn (1978) y Tarzn o el filsofo desnu-do (1996), de Rodrigo Parra Sandoval, son buenos ejemplos deello. En estas obras los autores aprovechan la investigacin endocumentos sociolgicos, histricos, archivsticos y de las nue-vas ciencias sociales, para dar apoyo a sus visiones de la vida y elpensamiento contemporneo e impugnar la tradicin y la cul-tura. Recursos como la parodia, la intertextualidad, el juego, lareflexin sobre la escritura, el erotismo asociado a los cuerpos yal lenguaje, la superposicin de planos narrativos y la alternan-cia temporal, se asocian a la escritura que se multiplica exigien-do un lector atento, dispuesto a seguir el reto de la comprensiny la reflexin que la obra exige. De ningn modo se debe desco-

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    nocer la ruptura sostenida por estos dos narradores, en especialMoreno-Durn, quien nos sirve de base para definir la relacinexistente entre la lectura mxima y la mnima que debe propi-ciar un texto que accede por igual a la tradicin y a su recusa-cin, a la confrontacin y la afirmacin, a la documentacin yla recreacin, y a la exploracin escritural de la palabra, las es-tructuras novelescas y las histrico-culturales.

    La multiplicidad. Entre ms nos acercamos al final del sigloXX las artes muestran el espritu errante del vaco y las expre-siones lo manifiestan como consigna y espritu de nuestro tiem-po. Los escritores dan testimonio de la prdida del centro y laprevalencia del vaco. Habitantes de una poca que testimoniala prdida del centro y la paradoja de la plenitud del vaco, losescritores reflejan, caleidoscpicamente, la realidad del mun-do y de la literatura en el movimiento inestable e inclasificablede sus expresiones: la convivencia de tonos, la arbitrariedad dedeterminados gestos, el nfasis en lo ertico y lo ldico, la bur-la, la irreverencia y la desacralizacin, lo popular y lo culto, loselecto y lo kitsch, la voluntad de estilo, de desorden o de fbu-la, la multiplicidad fragmentada, la recusacin de la historia yla trivializacin del arte y de la vida, dan muestra de la diver-sidad cultural y de mosaico en que estamos inmersos.

    As, las parodias de Fanny Buitrago, Rodrigo ParraSandoval, Andrs Hoyos o R. H. Moreno-Durn, afines a lasversiones pictricas de Marypaz Jaramillo y Beatriz Gonzlez10,

    10 En las artes plsticas recientes se evidencia en mayor medida lo iconoclasta y locontestatario. En el caso de las artistas mencionadas, la reflexin sobre el desgastede los mitos y la ineficacia de los valores tradicionales aniquila toda posibilidad denostalgia y actitud pasiva. Son famosas las versiones burlescas de Beatriz Gonzlez

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    se conciben de tal manera que al parodiar aprovechan elemen-tos de la cultura de saln, de la oficial y de la popular o la kits-ch, y al articular la risa, la burla y el sarcasmo, interactan conel contraste complementario de la irona solemne en las ficcio-nes sobre la historia elaboradas por Germn Espinosa o Ber-nardo Valderrama Andrade y la irona burlesca de Hctor AbadFaciolince o de Andrs Hoyos.

    Las apropiaciones culteranas y el repliegue constante del artesobre s mismo transmiten una potica y una ertica en la obrade Philip Potdevin y en los juegos intertextuales de R. H. More-no-Durn y de Germn Espinosa, que contrastan con la escritu-ra autoconsciente y metaficcional de Freddy Tllez, lvaro Pi-neda Botero, Julio Olaciregui, Jos Luis Daz-Granados, JaimeAlejandro Rodrguez y Francisco Snchez Jimnez.

    El vaco genera escenarios propicios en las obras de EvelioJos Rosero y de Pedro Badrn y controvierte la conciencia deprdida y la nostalgia de los pasados literarios y fundacionalesrecreados en las novelas de Eduardo Garca Aguilar y RicardoCano Gaviria. Los fantasmas culturales de este escritor radica-do en Espaa, junto con los de Mario Mendoza, los de DaroJaramillo Agudelo y los de lvaro Miranda, se mueven entre lahistoria poltica latinoamericana y colombiana y la historia li-

    en las que las figuras de nuestra historia poltica, los estandartes y los emblemashan descendido de sus convencionales pedestales para tomar un lugar entre losobjetos cotidianos y populares. Mara de la Paz Jaramillo se acerca a los estereoti-pos de la burguesa caricaturizndolos en fuertes pinceladas que logran una vi-sin ldico-grotesca de su mundo. Las cermicas de Andrea Echeverri, no tan co-nocida como las anteriores pero con una obra muy interesante, son el resultadode un trabajo en relacin con la cultura urbana popular, en lo kitsch, en sus moti-vos y en su condicin nav.

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    teraria, emulndolas o aorndolas en su valor intrnseco o ca-ricaturizndolas en su visin tradicional.

    Desde lo retro se intenta exorcizar el presente y buscarun pasado falsamente paradisaco: Cano Gaviria, JaramilloAgudelo y Garca Aguilar apuntan a diversos modelos cultura-les cuyo anclaje se encuentra en el mundo modernista. Su con-traste se confirma en la nueva palabra regionalista, iconoclas-ta y de diatriba de Fernando Vallejo y en la catica y vacua deRafael Chaparro Madiedo. La memoria se hace nostalgia y res-cata el pasado arraigado en la provincia, donde la civilizacinmoderna se torna amenaza en las novelas de Roberto BurgosCantor o de Arturo Alape, riendo con el desencanto que pro-lifera en las obras de Nicols Suescn, Luis Fayad o CarlosPerozzo, en quienes la abulia y el absurdo se acoplan a la sor-didez desgarradora del presente.

    La llamada literatura infantil sufre un quiebre en las obrasde Triunfo Arciniegas, quien la pervierte y la dirige a un lectorcontemporneo y escptico, opuesto a los tradicionales efec-tos moralizantes, didcticos y felices. El microcuento ominicuento adquiere categora desde lo absurdo, la cotidianidady la plasmacin del instante en narradores como HaroldKremer, Jaime Echeverri o Juan Carlos Botero. La cultura aris-tocrtica y de raigambre cortesana se opone a la de carcterpopular y de la nueva mentalidad burguesa al oscilar entre losautores cultos o eruditos que tejen sus obras con regodeointertextual y los que aprovechan ciertas realidades sociolgi-cas, cotidianas, del mbito urbano y de hombres corrientes,como puede verse en Moreno-Durn, Espinosa y Potdevin,entre los primeros, y Fayad, Ruiz Gmez y Collazos, entre lossegundos.

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    ltimos coletazos

    Se ha edificado una nueva civilizacin que ya no se dedica a vencer el

    deseo sino a exacerbarlo y desculpabilizarlo: los goces del presente, el tem-

    plo del yo, del cuerpo y de la comodidad se han convertido en la nueva

    Jerusaln de los tiempos postmodernos.

    GILLES LIPOVETSKY

    Entre el nuevo testimonio y el inquietante vaco. El mundo mgico ymaravilloso que caracteriz a la narrativa de finales de la dca-da del sesenta hasta los setenta y que fortaleci el universo deGabriel Garca Mrquez, aunque permanecen en su literaturase alejan, como las mariposas amarillas, por laberintos oscurosahogando sus nostalgias en un universo donde reina la disolu-cin de los valores, la presencia de la muerte, la racionalidad, latrivialidad y trivializacin, la agona y la degradacin, como seobserva en Diatriba de amor para un hombre sentado y convivencon los hroes cados que se amparan en su condicin arquetipalpara, como en las novelas de lvaro Mutis, hacer de la vida unagesta y una aventura rutinaria donde la desesperanza lcida yuna secreta sacralidad garantizan la permanencia en el absurdo,en la aventura vital y en el ya citado demonismo romntico.

    La literatura y las expresiones actuales se interrelacionantejiendo la muerte de los grandes ejes modernos (la revolucin,las disciplinas, el laicismo, la fe en la tcnica y el progreso) y alsepultar sus dolos y sus proyectos no otorgan sentido a su es-tado apocalptico. Los jirones de la cultura se superponen y des-plazan entre un lenguaje y otro: los medios de comunicacinalternan entre el documento periodstico y el testimonial paraser retomados en la fantasa ldica; la parodia grotesca, los ester-

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    tores del existencialismo, la nueva historia y el placer del tex-to y del cuerpo demuestran tambin esa combinatoria. La his-toria secreta de las naciones ldicamente se hace pblica, la vidacotidiana marcada por nuevas formas de violencia pasa de laspginas de los diarios y de los noticieros a la novela o a otrasformas hbridas, en las que impera la investigacin, que comotestimonio con elaboracin literaria se presenta en los libros deGermn Castro Caicedo y en Ciudad Bolvar. La hoguera de lasilusiones (1995), de Arturo Alape. Los mitos se diluyen en reali-dades, las modas se yuxtaponen segn las diversas estticas (retro,grotesca, sublime, pastiche), dinamizando la intrascendencia yvacuidad de la mitologa cotidiana contempornea.

    En este territorio de nuestra literatura los escritores, en sugran mayora, se separan de los cnones de una tradicin in-mediata (la del macondismo y lo real maravilloso), de una an-terior (la de la violencia rural, la regionalista y la de denuncia),y de los cauces de las utopas revolucionarias que alimentaronel deseo de cambio en Amrica Latina, en su constante tratocon las variantes de la vida actual, con la historia de nuestropas y del mundo contemporneo.

    Cmo no identificar esas patrias hurfanas en La virgen delos sicarios, de Fernando Vallejo; en los relatos descarnados deEn tierra de paganos; en algunos de los cuentos de Morir con pap(1997), de scar Collazos, o en El resto es silencio (1993) deCarlos Perozzo. Cmo no reconocer la experiencia del vaco enlas pginas de Un espejo despus (1994), de Luis Fayad, o en losescenarios absurdos y pesadillescos de Oniromana (1996), elms reciente libro de cuentos de Nicols Suescn, o en las ver-siones ertico-metaficcionales de los Los estragos de la lujuria(1996), libro de Philip Potdevin.

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    Fin del siglo XX: por un nuevo lenguaje (1960-1996)

    Cmo no vivenciar el contrapunto entre la intensidad deacontecimientos, situaciones y sistemas que se multiplican demanera cuestionadora en la narrativa pardica y burlesca deRodrigo Parra Sandoval en Tarzn o el filsofo desnudo (1996); elgolpe de la vida y del arte en Primas personas (1993), de Fran-cisco Snchez Jimnez; la fuerza del deterioro en La ceremoniade la soledad (1992), de Fernando Cruz Kronfly, o la dimensinde la nada y del absurdo en las Lecciones de vrtigo (1995), dePedro Badrn, y en Seor que no conoce la luna (1992), de EvelioJos Rosero, o en novelas de apocalipsis, como la premiada ycitada novela de Rafael Chaparro Madiedo o La ciudad de losumbrales (1995) de Mario Mendoza.

    Cmo, en este caleidoscopio, ignorar la simplicidad de quienapela a un lector acostumbrado a los giros y las visiones real-maravillosas que, ambientadas en un paisaje urbano cuyos ima-ginarios alternan lo inverosmil con lo trascendente y lo mti-co (mitificable) con lo prosaico en Dulce compaa (1996), deLaura Restrepo11. Cmo obviar la incuestionable recepcin alerotismo de Un vestido rojo para bailar boleros (1988), de Car-men Cecilia Surez. O la radiografa de un pas signado por laviolencia y la deshonestidad administrativa que desde los lo-gros de la estructura policaca de Perder es cuestin de mtodo

    11 Aunque algunos lectores han clasificado esta novela dentro de la llamada lite-ratura light, y otros dentro de aquellas que aprovechan los efectos del garciamarquis-mo, lvaro Mutis, en una presentacin en Mxico (junio 10 de 1997), reconocila seriedad de las exploraciones en lo sagrado y sobre todo destac la capacidadpersuasiva de la invencin fresca que permite un efecto participativo, ya que elplanteamiento que se hace en el libro pertenece al gran estilo de las novelas detodos los tiempos, que es plantearle al lector, casi entrando, una situacin absolu-tamente impredecible, que ni se la espera el personaje, ni tampoco el lector.

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    ampla la visin urbana (prxima a la experiencia de aprendi-zaje, bsqueda y desarraigo en el extranjero, explorada aosatrs por Plinio Apuleyo Mendoza en Aos de fuga) que aportaSantiago Gamboa, el autor de Pginas de vuelta (1995). En estaobra Gamboa hace hincapi en la narrativa que ofrece una te-mtica y una estructura para lectores dispuestos a la lecturaentretenida en la que prima, antes que la complejidad vital oestructural, la ancdota de fcil seguimiento y la transmisinde determinada sensibilidad de nuestro tiempo. Esto contras-ta con el retorno a la escritura epistolar que proyecta visin depoca, situacin, estructura y lenguaje, como puede verse enCartas en el asunto (1995) de R.H. Moreno-Durn; o en la nos-talgia por un mundo feliz (tal vez mejor, por una literatura feliz)que en Una leccin de abismo (1991) de Ricardo Cano Gaviria,apela a la cotidiana imitacin de Europa.

    Cmo desdear las retrospectivas de un pasado cercano eirrecuperable que mediante la estructura epistolar y de diario serevela en Cartas cruzadas (1995) de Daro Jaramillo Agudelo.Estos artificios haban sido utilizados por el mismo autor en Lamuerte de Alec (1983) para releer el pasado cercano, reflexionarsobre la poesa, cuestionar las teoras literarias y enmarcar (so-bre todo en su ltima novela) de manera catrquica, en el pre-sente histrico con las consabidas crisis de valores y elresquebrajamiento de las utopias, relee el pasado cercano (prxi-mo a la biografa del autor y su generacin) y proyecta incerti-dumbre ante el futuro, estableciendo como principio reveladorque lo literario se salva; as en la La muerte de Alec la vida se su-cede como en una sorprendente ficcin de Felisberto Hernndezy en la ms reciente, uno de los personajes busca la escritura li-teraria en los modelos del ms perfecto modernismo.

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    Fin del siglo XX: por un nuevo lenguaje (1960-1996)

    Renovaciones. Algunas tendencias renovadoras generan unadinmica distinta en este movimiento narrativo. La bsquedaen el intimismo del paisaje, de las evocaciones familiares y delas emociones humanas se abre paso en la nouvelle de Ivn Her-nndez Las hermanas (1994), as como la intimidad ms profun-da en Recuerdas Juana? (1989), de Helena Iriarte. La participa-cin y gradual conquista de la escritura narrativa de las mujeresda en nuestro medio un interesante viraje que puede analizarsedesde varias tendencias. Una de ellas es la revitalizacin de loreal-maravilloso reelaborada pardicamente por Fanny Buitra-go en su novela Seora de la miel (1993); otra, las visiones crti-cas y burlescas de Lbranos de todo mal! (1989); los juegos entrela oralidad y la escritura se funden, en la narrativa de MarvelMoreno, a la recusacin al sistema patriarcal; la intensidad emo-cional, el entrecruce temporal, la identidad y la memoria y losjuegos narrativos, alternan en la citada novela de Helena Iriarte;el dinamismo crtico y analtico en los relatos de Ana Mara Jara-millo; la consolidacin de una escritura erotizada en CarmenCecilia Surez y la exploracin en el espacio propio en Colom-bia Truque, entre otras, demuestran diversidad de expresionesen la escritura femenina, estableciendo una clara ruptura conlos parmetros convencionales que la relegaban a ser una sumi-sa y sensiblera guardiana del hogar.

    A estas tendencias se agrega la accin de mundos dondeimpera la actitud detectivesca y en mbitos de postguerra enDbora Kruel (1990), de Ramn Illn Bacca; en La tragedia deBelinda Elsner (1992), de Germn Espinosa, o en la menciona-da Perder es cuestin de mtodo, de Santiago Gamboa; o la reani-macin y la renovacin del cuento en escritores de diferentesgeneraciones: la conquista de la literatura negra en Roberto

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    Rubiano Vargas y en Hugo Chaparro Valderrama; la creacin decuentos fantsticos de Mario Mendoza; la exploracin narrati-va de corte convencional de gran riqueza sugestiva en los relatosde Julio Paredes; la rigurosa precisin de una escritura que comouna pieza de reloj se ajusta en los cuentos de Juan Carlos Botero(ganador de los premios Juan Rulfo en 1986 y del XIX ConcursoLatinoamericano de Cuento en Mxico en 1990) que amplansus propuestas en Las semillas del tiempo (1992); y ms reciente-mente la aproximacin a la retrica neo-naturalista de los cuen-tos Cinema Arbol, (ganador del Premio Nacional de Cuento,Colcultura, en 1995), del cartagenero Efraim Medina Reyes, cuyaescritura y ambientacin estn determinadas por lo instantneo,la injuria, el grotesco y la esttica garbage emanada, sin duda, dellenguaje de Charles Bukoski, en el cual la irona escptica pre-tende escandalizar sociedades pacatas y encierra la vivencia delvaco que contrasta con la infancia perdida y evocada.

    En esta poca en que la ruptura de las fronteras se impone,puede concluirse que la nueva ficcin colombiana ha dicho suadis a Macondo y se desdobla entre la irona solemne y laldica, la nostalgia por un pasado irresuelto que se expresa en laesttica del retorno, del absurdo, de lo light o del vaco, la trivializaciny el consumismo, lo culteranista como retrica y ertica y ciertasincursiones que pueden leerse como literatura de gnero12. La in-

    12 Aunque no todas las escritoras pueden considerarse cultoras de esta tendencia,es frecuente en este tipo de literatura el aporte temtico que prevalece sobre el for-mal y el esttico. Llaman la atencin por la diversidad de aportes a nuestra narrati-va las obras de estirpe urbana de Helena Arajo y las agudas crticas de la periodistaSilvia Galvis; las novelas de Carmen Cecilia Sarez; la diversidad temtica de FlorRomero, quien aborda lo histrico, lo social, lo infantil y lo mtico; la capacidadinvestigativa y periodstica de Laura Restrepo; la profundidad vital en los cuentos

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    Fin del siglo XX: por un nuevo lenguaje (1960-1996)

    dudable convivencia de narrativas (a la vez tensas entre la pro-vincia y sus regiones con respecto al centralismo de la capital)oscilan entre la seriedad, la reflexin, la solemnidad y la irona,el hedonismo, la evasin y el periodismo que busca el espacioinformativo y recreativo en las ficciones para, como afirma laescritora mexicana Rosa Beltrn, involucrar al lector y situarloen medio de la escena, al ofrecerle la huida de la realidad na-cional que cada uno lleva por dentro13.

    La cuentstica y la novelstica se abren camino testimonian-do su poca a travs de autores que en muchos casos logranser, como dira Elas Canetti, sabuesos de su tiempo, al ex-presarse (o intentar hacerlo) con un lenguaje que espera serapropiado para ello. Un lenguaje que dice, a la vez que sugierey que construye un universo anlogo a la realidad o, mejor, ununiverso que aspira no slo a simular la verdad sino a decirla

    de Colombia Truque o de su hermana Sonia; las visiones sobre la violencia y lapoltica de Albaluca ngel y la sugestin del lenguaje narrativo de Marvel More-no en sus libros de cuentos, Algo tan feo en la vida de una seora bien (1980) y Elencuentro y otros relatos (1994), y en la novela En diciembre llegaban las brisas (1982).13 Rosa Beltrn, No todo lo que relumbra es periodismo, Tinta Fresca, 4 (Bogo-t, agosto de 1997), s. p. Al hacer una revisin sucinta de los narradores colom-bianos que durante la segunda mitad del siglo XX han participado en el periodis-mo o se han formado literariamente en ste hay que reconocer, entre otros, alvaro Cepeda Samudio, Gabriel Garca Mrquez, Plinio Apuleyo Mendoza,Germn Santamara de quien no debe ignorarse No morirs (1992), llevada a lapantalla chica (1997), en la que aprovecha como base un doloroso episodio de lacatstrofes de Armero, Silvia Galvis, Laura Restrepo, Santiago Gamboa y GermnCastro Caicedo, quien merece un estudio cuidadoso y un anlisis de sus truculenciasliterarias no exentas de valor informativo de gran acogida entre sus lectores y edi-tores, pues su trabajo puede considerarse, en trminos de la autora que citamos,propio del periodista que no se conforma con escribir una novela, pues quierecontar lo que ocurre, ya que el mundo es lo que ocurre.

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    en/y con todas las formas posibles. Para hacerlo, los escritoresmenos propensos al consumismo, la tentacin por el best sellery el pacto con los efmeros medios de publicidad no buscanlectores convencionales, ni reivindican los regionalismos ni lasvisiones prometeicas y mucho menos los temas que se convier-ten en modas del momento sino por el contrario, en su postu-ra de rplica analtica, crtica y contestataria, se acogen a la es-critura y la lectura que desinstalan, a la temtica que cuestiona,juegan con la realidad cotidiana, con la historia y con los prin-cipios normativos, dispuestos a descentrar y a problematizar.

    Esas propuestas constatan, pues, la realidad de un mundoque apela a la actitud de revisin crtica, a la tentacin por el vaco ola banalidad (en gran parte sostenidos por los medios y fortaleci-do por la traduccin y el consumismo), en convivencia con lavisin utpica de quienes apelan a la inmortalidad del arte y delartista, el misterio de la creacin, la sensibilidad visionaria y elcarcter proftico. Tal es el caso del poeta y narrador AugustoPinilla en su ensayo novelado El inmortal poeta (1995). O el delvaro Mutis, quien apela a la necesidad de lo sagrado, al retor-no a los mitos, a las culturas primitivas, a la nostalgia por unpasado premoderno marcado por los poderes jerrquicos, comoen varias ocasiones lo ha afirmado y lo reiter al recibimientodel premio Prncipe de Asturias en 1997 o como con insistencialo propone Gabriel Garca Mrquez al abogar por una literaturaque salve de sus horrores a la vida cotidiana al aportarle a stala visin de la fantasa y de la fbula. Los contrastes demuestrany enfatizan la diferencia entre la literatura cercana al asuntocrtico y contestatario que revela la ineficacia de los sistemas, lade temas que aspiran a lo universal y aquella de asunto frvo-lo que no teme a lo efmero y transitorio.

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    Fin del siglo XX: por un nuevo lenguaje (1960-1996)

    Como acabamos de ver, afn a la contemporaneidad, la na-rrativa se mueve en diversas direcciones en un constante de-seo de modernizacin, actualizacin y legitimacin de un nuevolenguaje, con rupturas que implican la transgresin de conven-ciones literarias y la necesidad de regreso a otras. Las relacio-nes muestran la convivencia y/o la mezcla que superponeoralidad y escritura, registros literarios y no literarios, recrea-cin de la cultura corriente y la cultura postmoderna (sub-cul-tura), msica, plstica, folletn, cine, ciencia, etc., que obliganal lector a adoptar una actitud abierta, atenta y prevenida odesprevenida, segn el caso.

    Las palabras de Lipovetsky aluden a esta diversificacin queno slo demuestra la crisis de las normas, sino las nuevas acti-tudes de los proyectos individuales: Se acabaron los felices dasdel fin del siglo pasado y de principios del siglo XX en que elarte escandalizaba: ahora, las obras ms desnudas, las ms pro-blemticas, las ms mnimas sobre todo stas tienen unefecto cmico, independientemente de su contenido (163).

    Aunque el parricidio a las figuras patriarcales no se ha dadode manera rotunda, varios autores se la juegan al cambio en lanocin de literatura. La crtica debe consignarlo y los lectoresaceptarlo. Cada vez se escribe menos a favor o a partir de losmodelos, y se reconoce a Gabriel Garca Mrquez como el au-tor que defini una forma de escritura y concepcin de mun-do tpicamente latinoamericano, ruralista y colombiano durantela segunda mitad del siglo XX. Asimismo, se admite a lvaroMutis como escritor de una prosa limpia, cuyo pensamientopotico y existencialista alimenta un imaginario de arquetiposuniversales donde la aventura del hroe se realiza en la banali-dad de una existencia transitoria y falaz.

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  • Obras de referencia

    Jaramillo, Samuel. Cinco tendencias de la poesa post-nadastaen Colombia. Gaceta, 2, 5, abril-mayo de 1980.

    Lipovestsky, Gilles. La era del vaco. Ensayos sobre el individualis-mo contemporneo. Barcelona: Anagrama, 1986.

    Moreno-Durn, R. H. La narrativa colombiana ante el fin delmilenio. Quimera, 131/132, 1995, 32-35.

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  • Rodrigo Parra Sandoval: fundacin de un mundoy carnavalizacin de la cultura

    LUZ MARY GIRALDOUniversidad Nacional de Colombia

    Seor, no has notado lo raro, extrao o sospechoso que discurro a veces,

    que me parece Lazarillo de Tormes gua a mi ciega pluma y me avienta

    contra el malhadado poste con violencia, o sin darme cuenta del todo se

    me destie el habla, se me empiezan a chorrear palabritas desinfectadas

    ellas, se me metamorfosea la parlanchinera en chchara blanquiosa.

    RODRIGO PARRA SANDOVAL, El lbum secreto del Sagrado Corazn

    En el trnsito de los aos setenta a los ochenta se dieron cam-bios definitivos para el desarrollo de la narrativa colombiana,pues una nueva generacin de escritores, considerada contes-tataria y de ruptura, en palabras de ngel Rama, problematizla continuidad y los modos convencionales de novelar.

    Varias novelas, como Juego de damas (1977), de R. H. Mo-reno-Durn; Que viva la msica! (1977), de Andrs Caicedo, Ellbum secreto del Sagrado Corazn (1978), de Rodrigo Parra San-doval; Aos de fuga (1978), de Plinio Apuleyo Mendoza; Fiestaen Teusaquillo (1981), de Helena Arajo; Prytaneum (1981), deRicardo Cano Gaviria; Juegos de mentes (1981), de Carlos Perozzo,y La tejedora de coronas (1981), de Germn Espinosa, entre las

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    ms nombradas, sirven de parmetro cuando se pretende expli-car con ellas la bsqueda y la construccin de un nuevo canon.

    Si antes de 1975, y al margen del boom narrativo, autorescomo scar Collazos, Daro Ruz Gmez, Fernando CruzKronfly, Fanny Buitrago, Andrs Caicedo, Umberto Valverde,Luis Fayad y el mismo Espinosa lanzaron nuevas propuestas te-mticas y formales, al llamar la atencin con su narrativa atentaa problemas sociolgicos y ticos, a conflictos de orden histri-co, epistmico y urbano, fue con la publicacin de El otoo delPatriarca que algunos lectores aceptaron el cambio en la nocinde literatura. El papel protagnico de la palabra y la escriturafragmentaria, la sugerencia del lenguaje potico y el sentido mxi-mo de la parodia y de la irona, obligaron al lector a detenersems en la enunciacin que en el enunciado1. La ruptura propues-ta por esta heterognea generacin busc adems el distancia-miento de los compromisos ideolgicos que alimentaran a losnarradores del boom y propici el cuestionamiento de losparmetros literarios y culturales considerados anacrnicos.

    Aqu debe ubicarse a Rodrigo Parra Sandoval (Cali, 1937)2,quien ha agrupado su produccin narrativa bajo el polismico

    1 As Gabriel Garca Mrquez alcanz un verdadero manejo del lenguaje prota-gnico dotado de sentido. El auge del nouveau roman que entonces se desplaza dela narrativa francesa a la occidental adquiri con el Nobel otro sentido: la palabrase mueve entre lo mtico y lo temtico, entrelaza mitos y temas universales (laescritura y el poder y la tirana), generando una dinmica que toca lo latinoamericanoy dota de movimiento la totalidad del mundo mediante la intertextualidad que con-tribuye al sentido dialgico y al discurso polismico.2 Parra Sandoval es un reconocido socilogo e investigador en las reas de edu-

    cacin, cuyos resultados han sido ampliamente divulgados en publicaciones dereconocimiento nacional e internacional.

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    R. Parra Sandoval: fundacin de un mundo y carnavalizacin de la cultura

    ttulo Las historias del Paraso, el cual alude a la obra cumbre denuestro romanticismo, la novela Mara, e induce al reconoci-miento del espacio literario y cultural paradigmtico de Colom-bia en la hacienda El Paraso, en cuyo escenario se consu-man muchos de los ideales sociales, morales, polticos, religiososy amorosos del siglo XIX. Al aprovechar este contenido y dinami-zarlo en sus ficciones, Parra Sandoval pretende desvirtuar lapermanencia de ese estadio original de perfeccin, proyectn-dolo, mediante la desmitificacin, a dimensiones como la edu-cacin, las diversas formas de poder, la historia, la tradicin, lafamilia, las clases y los modos sociales, etc. El autor, entonces,se sirve de convicciones profundamente arraigadas, converti-das en refugios de identidad y asociadas a la nocin de pa-raso para, con irona y stira, hacer ver a los lectores que staspertenecen a un mundo cuyos valores fueron forjados por ge-neraciones del pasado y se asimilaron al horizonte cultural.

    En esta perspectiva, Las historias del Paraso apuntan a la per-sistencia del anacronismo en Colombia que, estructurado par-dicamente, propone un cuestionamiento de los principios y delas convenciones, del lenguaje y de la escritura tradicional. Sudesmitificacin proyecta una crisis de valores tal que ligada alcarcter experimental y a la reestructuracin narrativa (en algu-nas de sus ficciones) logra refigurar el mundo en lo antinovelesco.As tambin la irona, lograda con la abigarrada yuxtaposicin

    Indudablemente este trabajo en las ciencias sociales ha nutrido su cosmovisin alrecrear un imaginario y una cultura nacional que se refleja en sus diversas nove-las, enfticamente en El lbum del Sagrado Corazn y Tarzn o el filsofo desnudo, querecorren espacios y ambientes propios de la educacin y el aprendizaje, como elseminario y la universidad, respectivamente.

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    de lenguajes (la parlachinera que se metamorfosea), tienecomo consecuencia y como mtodo la burla sarcstica al for-malismo literario y social3. Entre una novela y otra la irona seune a la parodia de determinados hechos, gestos y situaciones,enfatiza el sentido crtico y transmite el afn de totalizar la burlaa lo establecido e impuesto como norma.

    Desarrollo novelstico y construccin del imaginario

    El lector de Parra Sandoval puede acercarse a sus novelas pu-blicadas4 desde una doble direccin: segn su proceso narrativo,es decir siguiendo el orden de aparicin de las novelas, o revi-sando el proceso de creacin de un mundo cuyo orden es dife-rente al de la publicacin de stas. En el primer caso, el lector seencuentra con El lbum secreto del Sagrado Corazn (1978) y per-cibe su carcter experimental, de juego narrativo y de exposicinde un mundo abierto que parece detenerse sucesivamente en laspublicaciones siguientes, como una especie de dilatacin del re-lato, de los temas y de las fuentes que pudieron servir de basepara la exposicin crtica, hasta encontrarse con Tarzn y el filso-fo desnudo (1996), donde se ratifica la afirmacin del mundo ini-cialmente desplegado con irona pardica, experimental yantinovelstica. As, estas dos novelas actan como bisagras que

    3 Es muy ilustrativa la conferencia del profesor Gilberto Gmez O. en la Univer-sidad de Eichstatt, Alemania, en el Congreso sobre Literatura y Sociedad Colom-biana en los inicios de los aos noventa: Ricardo Cano Gaviria, Rodrigo ParraSandoval y la persistencia del tiempo: dos visiones del anacronismo colombiano.4 Se publicaron en este orden: El lbum secreto del Sagrado Corazn (1978), Un pa-

    sado para Micaela (1988), La amante de Shakespeare (1989), La hora de los cuerpos (1990)y Tarzn o el filsofo desnudo (1996). La ltima, indita, es Informe a Julio Verne.

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    R. Parra Sandoval: fundacin de un mundo y carnavalizacin de la cultura

    abren y cierran la construccin literaria y contienen la totalidadde elementos reelaborados en las que estn entre ellas. El proce-so de configuracin y desarrollo del mundo narrativo puede ver-se segn tres momentos, determinados por el trnsito de lo ru-ral a lo provinciano y de ste a lo urbano. En esa trayectoria laidentidad y lo fundacional se definen en lo rural y lo provincia-no; lo urbano est tanto en la consolidacin de un mundo y unlenguaje como en la representacin de crisis de totalidad.

    La construccin y el proceso

    Como se ha afirmado, la construccin del imaginario en ParraSandoval no est relacionada con el orden de aparicin de susnovelas, aunque s est determinada por un permanente cuestio-namiento a la cultura y la historia nacional y el autocuestiona-miento al escritor y la escritura. De esto depende que en sus obrasse proyecten historias de vida e historias de cultura, no ajenas aperodos de nuestra llamada historia patria, que no cabran den-tro de la llamada nueva novela histrica, pues en ellas se presen-ta la crisis de la cultura, su formacin y su desarrollo.

    Una interesante relacin entre unas y otras novelas da cuen-ta de esa construccin de mundo, proyectndose lo fundacio-nal, el aprendizaje y la crisis del conocimiento. As, las vocesfemeninas que sirven de disculpa para el enunciado y la enun-ciacin permiten deducir que se trata de momentos fun-dacionales: el paso de lo rural a lo urbano que se cumple entreUn pasado para Micaela (1988), La amante de Shakespeare (1989)y La hora de los cuerpos (1990), muestra en las protagonistas ynarradoras femeninas un asidero en los orgenes del territorioy de la escritura. Con la voz de cada una se da a conocer la histo-

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    5 Cristo Rafael Figueroa relaciona los vnculos de la obra narrativa de Parra ysubraya los nexos entre la primera y la ltima novela; asimismo tiene en cuentaque El lbum secreto del Sagrado Corazn cuestiona la visin estereotipada de nove-la y Tarzn o el filsofo desnudo intensifica la autoconciencia narrativa; vase Eljuego de la escritura en Gaceta, 35 (agosto de 1996): 65-69. Tambin hay uncuidadoso anlisis suyo de la primera novela de Parra: El lbum secreto del SagradoCorazn o el saber de la novela autoconciente, en Luz Mary Giraldo (comp.), Lanovela colombiana ante la crtica. 1975-1990 (Bogot: CEJA, 1994), 259-274. Res-pecto a los conceptos sobre el mundo expuestos en sus diferentes novelas vase elartculo Rodrigo Parra Sandoval: la desacralizacin en la literatura en Luz MaryGiraldo (comp.), Fin de siglo. Narrativa colombiana (Bogot: CEJA, 1995), 125-138.

    ria de una culpa, de una cultura, de un afn libertador y de unproceso de desarrollo que va de lo rural a lo provinciano y deste a lo urbano. Tanto El lbum secreto del Sagrado Corazn comoLa didctica vida de Anbal Grandas (1990) dan cuenta, en un m-bito urbano con visos de provincia, de la necesidad de asumirun aprendizaje vital frente a la conciencia opresora de los valo-res y la importancia de la palabra que rompe los esquemas de lasolemnidad. De ah que las voces se metaforseen pugnando porla liberacin de los esquemas, hasta realizarse de manera msproliferativa en Tarzn y el filsofo desnudo, en que la ciudad re-presenta la crisis de la totalidad y la desmitificacin del saber.

    El proceso de aparicin de las novelas revela cmo se cons-truyen sus mundos y consolidan diversos imaginarios. Con laprimera, Parra Sandoval se inicia como un transgresor. Su ca-rcter iconoclasta, su voluntad desacralizadora, la yuxtaposicinde lenguajes tradicionales que busca una ruptura mediante laburla y la stira, adems de la estructura que atenta contra loconvencional, se unen a una condicin normalmente inespera-da en un autor nuevo: que la primera novela sea totalizadoradel mundo que ser explorado en las ficciones posteriores5.

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    R. Parra Sandoval: fundacin de un mundo y carnavalizacin de la cultura

    El ttulo de la primera novela alude a la consagracin ofi-cial de la Repblica de Colombia al Sagrado Corazn de Jess,ceremonia que se cumpla de manera pomposa en Bogot, cada22 de junio6. Las puertas de ingreso al texto novelesco (9-10)muestran un atentado a la solemnidad, pues el ttulo y la citaexacta de la ley 1 de 1952 ubican al lector en el mbito de lastira que se desarrollar a lo largo de los ocho lbumes que laestructuran, cada uno de los cuales es identificado con subttu-los que aluden al sentido de la palabra tradicional pero inexac-ta, de modo que el narrador se multiplica en Arnovio Filigrana,Primus Arnovius, Teophilus Arnovius, Arny, Arnovio de Hoff-man y Alvarado, El gran Desarnoviador, Atiligrana Nebulensisy Alba Multicolor. Asimismo, cada uno de los captulos se frag-menta como todo lbum de fotografas o recortes, y est prece-dido de uno o varios epgrafes (recurso permanente del autor)tomados de textos bblicos. Con ellas el lector entiende que estante un juego con la palabra sagrada, esa otra palabra de la cul-tura oficial que sostiene la alianza entre la Iglesia y el Estado.El resultado demuestra que los dos primeros lbumes se refie-ren a la palabra entrecortada pero neblinosa (11) y al dichopopular de que los cuatro evangelistas eran tres y en la novelason dos: Tefilo y Arnovio (33). El tercero presenta un nue-vo ngulo de la burla al asumir que contar es inventar (67). Elcuarto asocia el lenguaje de la tradicin cristiana con la cultu-ra popular y la de las tiras cmicas mediante el refrn ms sabeel Diablo por Zorro que por Batman (93). En el quinto, la reli-gin del amor manifestada en los boleros se expresa en cosas

    6 Fue abolida por la Constitucin de 1991, en defensa de la libertad de cultos.

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    LUZ MARY GIRALDO

    como t son para adorarlas (123), mientras el sexto retoma,burlando, los finales felices de los cuentos de hadas (159). Enel sptimo lbum regresa a la palabra neblinosa que se tornaautoconciente y relativiza la verdad del narrador y la autori-dad del discurso al informar sobre los secretos de narradoresno confiables (189), para culminar en el ltimo lbum con laparadoja contenida en el subttulo: lbum negro de BlancaMoreno (215).

    El autor desautorizado, el narrador multiplicado y la diver-sidad de versiones en un mundo mltiple e inestable ponen derelieve la desacralizacin de la cultura que se inscribe carnava-lescamente7, asociada con procesos histricos y culturales quevan del espacio rural al provinciano y de ste al urbano.

    Una actitud bufesca distingue la narrativa de Parra Sando-val, exacerbada en la primera y en la ltima novela, la que pro-picia una mirada desestabilizadora del mundo. Lo logrado poneen accin las diversas formas de violencia y poder desprendidasde la educacin (la ideologa de clase, las ideas religiosas impues-tas, la moral, la cultura, el conocimiento y el saber), unidas a lamanipulacin de las leyes y los principios (la poltica, la econo-ma, el desarrollo industrial y el concepto del progreso), los con-

    7 Los diversos estudios de Mijail Bajtin acerca de la carnavalizacin de la litera-tura, dem