valdelomar, abraham - la ciudad de los tisicos

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5/22/2018 Valdelomar,Abraham-LaCiudaddeLosTisicos-slidepdf.com http://slidepdf.com/reader/full/valdelomar-abraham-la-ciudad-de-los-tisicos 1/48 La ciudad de los tísicos Valdelomar, Abraham Published: 2010 Categorie(s): Tag(s): "Narrativa modernista" "Perú" 1

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  • La ciudad de los tsicosValdelomar, Abraham

    Published: 2010Categorie(s):Tag(s): "Narrativa modernista" "Per"

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  • I: El perfume

    E l recuerdo de aquella mujer est ntimamente ligado a esta historia.Era una de esas mujeres que slo se encuentran una vez en la vida,que dejan tras de s un agradable recuerdo y una misteriosa esperanza.sta pareca un dibujo de Gos. Gos es el caricaturista, como Boldini yLa Gndara son los pintores de las grandes mujeres. No importa de dn-de sean. Ellos son franceses en la forma, en el color, en la lnea. Y Gos esel nico caricaturista de las mujeres; las nias de Tourain son muybonitas, las de Fabiano, muy francesas, las de Gerbault muy grotescas.Caran D'Ache pintaba a las oficinistas, Roubille pintaba a las descocadasy Sem a las clebres. Gos, ms filsofo o ms frvolo la frivolidad esuna filosofa pintaba simplemente a las mujeres.

    sta, la de mi historia, era uno de sus dibujos. Pareca una estampa li-tografiada en Munich. Aquella esbeltez de talle, el cuello noble, rosado,surgiendo sobre el seno y bajo el cuello rubio y la elegantsima severidadde su vestido. La tarde lluviosa en que la vi, llevaba un traje ceido deterciopelo negro, con dos rosas rojas en el pecho y otras dos en el som-brero negro de pieles. Pareca una silueta en tinta china brillante; tinta delos dragones de Hokusai y de las acuarelas de Utamaro. Una eleganciade terciopelo negro y rojo, porque su cara de piel de melocotn madurono mostraba los ojos negros, azules, palos?, los ojos se perdan bajoel ala curva del sombrero. Pero la boca, la fresca boca, era de aquellasque no han nacido para la palabra sino para el gesto.

    La vi por primera vez en la tienda de perfumes de la capital, pero yoconoca a esa mujer sin saber dnde. Algo haba en ella que hablaba a mimemoria. Yo haba llegado aquel da. De la estacin me haba trasladadoal hotel y de all a la tienda de perfumes, de guantes y de sedas del jirncentral. Frente a mi mostrador atendan a la dama el jefe de la casa y undependiente. Su voz me hizo voltear la cara y qued impresionado. Ladama reclamaba, casi fuera de s:

    Fleur de lys! Es que no sabrn ustedes que soy la nica que lousa?

    Una verdadera locura, seora! Encargado especialmente, pero estostorpes empleados! Haberle vendido! Una locura, seora, una verdaderalocura!

    Fleur de lys!Poco despus pas triunfal, como una reina ofendida, ante los emplea-

    dos mudos, y me deslumbr.Flor de lis! Aquella dama no usar otro perfume; es caprichosa

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  • Ella desde la salida interrumpi al dependiente:Por favor, Vivert, bsquelo entre los que puedan tenerlo, dar lo que

    quieran por el frasco!Y se esfum. Yo no s si alegre o triste, pero intrigado, vea all una

    aventura. Yo tena en el fondo de mi maleta dos pomos de Fleur de lys.Pregunt:Dnde vive aquella seora?En la gran avenida, Villa VirginiaRpidamente se me ocurri y puse en prctica una idea; eran las cua-

    tro; a las cinco paseaba en la avenida perfumado con Fleur de lys. El co-che se desliz en los arenados y as buscara yo a la dama del perfume yla interrogara con l. Ya desesperaba de verla. Van a ser las seis y ella noapareca, entonces dej el coche en un lugar del paseo e hice a pie una ex-cursin a travs de los bosquecillos y jardines. Ya caa el sol y me dirigaa la explanada, cuando una silueta me hace mirar detenidamente al fon-do del paseo. Era ella, no haba duda alguna. Era ella que vena en direc-cin opuesta a la ma. El aire dndome en la espalda, favoreca mi plan.Ya se acercaba, estaba a treinta pasos. No senta an el perfume?Quera disimularlo? Se acercaba ms; una racha de aire le marca los pl-iegues del vestido y los lanza hacia atrs dndole la airada y triunfal acti-tud de la Victoire de Samotrace, el perfume la envuelve, entonces su ros-tro se transforma, palidece; la naricilla agita sus ventanas rpidamente yaspira como un pajarillo en la campana neumtica cuando principia a ex-traerse el aire. Qu delicioso momento! Mi perfume la embriagaba, ladominaba, la atraa. Y avanzaba, avanzaba. Pasa cerca de m, rozndomecasi, me buscan sus ojos y yo trato de no reconocerla y sigo. Entonces ellatuerce por un bosquecillo del paseo y vuelve tras de m. Es que se hacansado del paseo? Es que me persigue, que la atraigo con el perfume?Camino, tuerzo por un jardincillo; ella tuerce tambin y entonces volteola cara. Admirable! La mujer, plida, nerviosa, me sigue, me sigue apri-sa, como una fiera a un corderillo, las narices abiertas, el cuerpo inclina-do hacia adelante. Sigo desviando el camino y ella detrs. Entonces tengomiedo, debe ser una loca o una excntrica, y principia a obsesionarme ladama vestida de negro.

    Me arrepiento de haberla provocado, ha sido una locura, una cosa im-pensada. Pero ella me sigue, tres vueltas ms y me alcanza. Qu hacer?Cuando ya Cruzo directamente casi corriendo, ella apura el paso, y meva a tocar, y llego al coche:

    Arranca!

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  • Un fuetazo. Los caballos han partido violentamente y yo he sentidoque me quitaban un gran peso de encima.

    Y la dama!

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  • II: La quinta del virrey Amat

    H emos atravesado la ciudad. El coche nos ha llevado sobre el puen-te, ha descendido vertiginoso y se ha perdido en empedradas y te-rrosas callejuelas hasta llegar a una gran avenida rodeada de mseras ca-suchas y casas-quinta. Luego una bocacalle estrecha y una plazoleta ro-deada de sauces aosos, un arroyo pobre y desbordado y en el fondo elpalacio del Virrey Amat, de este castellano al que desdearan los cronis-tas a no estar perfumado el recuerdo por un amor clebre que le ha redi-mido de toda olvidanza.

    Pero su mayor encanto no est en los salones ni en los estucados, ni enlos mrmoles de las escalinatas, ni en los barandales. Est en los jardines.Es all donde vive, serena y silenciosa, toda el alma de los tiempos pret-ritos. Los huertos esos pequeos parasos de nuestros padres colonia-les an viven y conservan, como ste del Virrey, todo el encantador ysano refinamiento de esa poca. Todava se arrastran nudosos troncos devid y aprisionan los pedestales. Los viejos rosales exhalan sus aromas deagona entre las plantas salvajes que envuelven.

    en las noches de luna, melanclicamente,vienen las blancas sombras el jardn a poblar,y flota una quimera muy triste en el ambientey el alma de las rosas muertas suele volar

    Y estos rosales que en el jardn se multiplican, dan sombras y ptalosmarchitos al estanque donde se baaba el Virrey Galante, y se copian to-dava en las verdosidades de un agua que no se renueva nunca. La male-za ha crecido en el viejo huerto. El jardinero de hoy la respeta y al entrarnosotros a este jardn encantado, nos hacemos la impresin de que nadielo ha tocado desde entonces.

    Rosas descoloridas y viejas, glorietas moriscas coronadas con medialunas, verdosidades de aguas estancadas e inmviles, acueductos de pie-dra, helechos en las arcadas de los viejos puentes, surtidores cristalinos,profusin de cosas agonizantes, emparrados aosos, rincones de amoro-sas historias en los que florecen viejas rosas del Prncipe, rosadas y enor-mes; rosas rojas de la Pasin, sangrientas como heridas; rosas blancas deinocencia; rosas diminutas y prdigas en botones, como racimos de aza-hares; aquello ms que un jardn de flores es un paraso de recuerdosdonde el amor hizo nidos, levant estatuas bajo las frondas, perfum rin-cones, santific glorietas e inmortaliz pecados.

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  • La Perricholi con sus gasas, sus cintas de seda bordadas, sus careys es-culpidos, sus hebillados zapatos de raso y su gran abanico rosado hizouna pgina de encantador pecado para la historia galante de la Colonia.Ella puso sonrisas de amor, miradas de arte, coqueteras de cortesana yde artista en una poca en la cual la melancola, el dolor, el temor deDios, hacan el amor en silencio y sin pompa. Y esa falta de alegra y delocura de amor, ese misticismo a que obligaron al diosecillo pagano sereflejaba en sus lienzos, en sus casas, en sus estatuas; destempl las liras,descolor las paletas y puso en gesto de doloroso temor las mscaras deTala.

    pocas de aparecidos y de mistificaciones, las damas slo hacan su to-cado arte delicadsimo complejo y sutil para amar y para orar, los lab-ios slo daban besos y oraciones y los ojos slo lloraban el dolor del Na-zareno o la infidelidad del caballero. Pero todo con un santo temor deDios; cada pecado de amor se transformaba en ex voto y arrepentimien-to. pocas de pecadores y de torturados, de hechiceras y de santos ofic-ios, la sonrisa franca del amor haba huido de las moradas coloniales quese cerraban al ngelus con el amn del santsimo rosario. Fue, pues,la Perricholi, quien copindose en los espejos naturales del Paseo de Ag-uas, o paseando en los jardines del virrey sus esbelteces de artista, degran mujer y de gran apasionada, alegr no slo las tardes silenciosas yenervantes de la Colonia, sino que escribi una pgina de la Historia, nocon las plumas de nade que marcaban los pergaminos, sino con el dar-do del dios griego que encenda los corazones.

    El saln de pinturasMaana debo tomar el ferrocarril, hacer tres das en B. y volver para

    tomar el vapor el diecisiete. Antes, vengo a conocer el saln de pinturasdonde, olvidados, viven an lienzos de un gran pintor: Ignacio Merino.Un pincel republicano que, alejndose de sus das, evoc glorias, leyen-das y trofeos coloniales. Esfum damas entre golas blancos y fij perfilesnobles en la oscuridad de su lienzo.

    Su pincel fue en busca de color: amorosas escenas espaolas; hijos denobles peninsulares; esclavas etipicas con su piel de betn de Judea, ca-zadas vrgenes en sus hogares lejanos; garzones de nobles y esforzadasempresas, espaolas de labios apacibles y criollos de mirada clida. Elpincel de Merino pas por el mediolucismo de las nobles alcobas quemanch el pecado; por las severas, que ensombreci la muerte y por lasconventuales en las que vagaban secretos madrigales y amorosasintrigas.

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  • l supo jugar con la sonrisa leve y con el gesto trgico, copi la miradanmade de la locura y la ardiente del amor, el odio y la beatitud, la vejezque luchaba por no irse y la marchitada juventud.

    Y desfilan en sus cuadros damas e infanzones, jvenes criollos y viejoscastellanos, monjes y caballeros, soldados y sabios, santos y bandidos. Ypasan con ellos los crmenes silenciosos, los amores tolerados, las honrasmancilladas, apacible, oculta, misteriosamente. Luces enervantes, obscu-ridades pavorosas, cuerpos ensangrentados, santos famlicos, cadveresinsepultos; pero todo en silencio, sin ruido, casi sin luz.

    ste, ms que otra cosa, es un lugar de recuerdos, un arcn de cosasviejas, una hora colonial; pieles de gamos que se eternizan en un desma-yado rosa agnico, telas de Tours, ttulos de Santiago y tapicesalejandrinos.

    El noble de La venta de los ttulos es un nieto de reyes; marfilino,anmico, casi transparente, con una aristocrtica palidez de camafeo yuna desenvoltura en la actitud, digna de un vizconde joven y disipado.Las damas son dos flores de conservatorio, frgiles de cuerpo y de espri-tu, dos animalillos refinados con algo de vampiresas y algo de reinas. Lasangre de sus labios y la celeste sangre de sus venas, su piel de raso, suscabelleras rubias como un puado de viejas monedas de oro, sus mira-das que embriag de cansancio el insomnio galante; todo contrasta con larudeza del usurero que sufre la enfermedad del oro.

    Merino cogi, agonizantes, los ltimos restos de la Colonia. En suslienzos no hay sentencias; hay madrigales. Su Venta de los ttulos esun madrigal de vino y miel, su Venganza de Cornaro es un madrigalde sangre

    El Imperio del SolSi cabe idealismo en el arte, venid a buscarlo en los huacos. Venid a

    admirar smbolos, a interpretar miradas, a leer historias trgicas.Interpretad la risa de los huacos! No busquis la intensidad filosfica enellos entre los que representan mazorcas de maz o imitaciones de pelca-nos, como no buscarais ahora el arte entre las baratijas de un bazar demercado. Id ms arriba. Buscad el arte con vuestros propios ojos.

    La risa de estas figurillas de barro, la mirada de estos ojos sin luz, laactitud de estos hombres que luchan! No es una risa sana, definida, risade pueblo feliz bajo el sol fecundante. Es una mueca enfermiza, un gestode irona. Es la parte de caricaturas de aquellas edades. Un arte original,porque hay en l la escritura simblica, el culto a la verdad y la caricatu-ra filosfica. Estos hombres del Gran Imperio del Sol no tuvieron

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  • pinturas, ni libros, ni monedas, no tuvieron teatro, de manera que suspensamientos, sus deseos, sus creencias, sus amarguras, su alma toda lapusieron en sus huacos.

    Estos objetos de arcilla son, pues, obras de filosofa, piezas estatuarias,lienzos herldicos, libros de historia. En casi todos la risa es el motivo dela fisonoma. La risa en todas las gamas, desde el gesto imperceptible co-mo una insinuacin dulcsima de Monna Lisa, hasta el gesto doloroso ytorturador de las grandes bocas abiertas que ren a pleno pulmn, consus dos filas de dientes enormes. Y entre esos huacos simblicos los hayque llegan hasta nosotros, indescifrables, mudos, misteriosos y en algu-nos hay que venir hasta Leonardo, hasta Goya, hasta Baudelaire, s, hastaBaudelaire, porque esos objetos de barro son decadentes: hay que verlessonrer!

    Eran aquellos alfareros unos grandes ironistas. La risa, motivo triunfal,invadi en ellos todos los campos, desde los bufos de sus narraciones,hasta el simbolismo de sus estatuillas, en las que a travs de la risa saltasu espritu atormentado por miedos desconocidos.

    En este saln del museo donde la Repblica exhibe en pecaminosapromiscuidad la edad colonial y la incaica, puede resucitar, aunque nontegra, la vida de los hijos del Sol: largas filas de huacos, de vitrinas contelas, armas, diosecillos y momias; telas de lana suavsima de vicua, teji-das por femeninas manos, con dibujos simtricos, con guerreros nobles,con animales sagrados. Adornos de oro, pendientes de plata, piedras, co-llares de conchas opalinas, de semillas raras, de garras de fieras descono-cidas y de colmillos de animales fabulosos. Vestidos como los de los sol-dados romanos recamados de discos de oro y de plata. Gorros que cu-bren las orejas y que en los nios dan determinada forma al crneo. Co-ronas imperiales empenachadas con plumas rarsimas. Brazaletes. Diade-mas de oro y plata para las frentes reales y las cabelleras nobles.

    Hay en el centro grandes jarrones, ventrudos y esculpidos. Vasos pin-tados como bcaros, platos pequeines y coloreados con signos mitolgi-cos, pinzas de metal para depilar, piedras pulidas que acusan coqueterade las damas, instrumentos de tatuaje, alfileres con grandes cabezas pla-nas llenas de pedrera, y collares, muchos, muchsimos collares con cuen-tas de objetos raros. Pero en todo lo que de esas gentes queda, las plumasy las telas bien valen un tratado voluminoso y profundo de coquetera,de gracia y de frivolidad. Telas que acarician, pieles que electrizan, plu-mas que atraen. Y, dominndolo todo, como objeto de un culto msgrande, sus flautas, sus quenas, sus tamborcillos. Flautas que cantanamores, quenas que dicen penas y amarguras, tambores que ensordecen

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  • y aterran. Todo el espritu de esos artistas, de esas mujeres, de esosamantes que nos hablan desde el misterio de sus siglos remotos ydudosos.

    Y estos objetos muertos, estos trajes de pasadas fiestas raras, estosarreos descoloridos ya por el tiempo; estas muertas glorias del sol y desu imperio, mudas y abismadas, olvidadas o mistificadas por los profa-nos, quin sabe si hablan ms de su perdida gloria que los ltimos restosde la raza que hoy se pierde en los campos, se entumece en las punas yllora sin saber por qu en lo alto de las colinas incaicas?

    La mirada de los ojos blancosEl huaco representa a un indio sin arreos, sin distinciones, sin aros en

    las orejas ni penachos en las sienes. Apenas tiene su ordinaria uncju pa-cha sobre los hombros que le llega hasta los muslos. l est sentado, losbrazos y las piernas cruzadas y la cabeza inclinada hacia abajo. Una gransemejanza en la actitud con los budas colosales y en la mirada algo delPensador de Rodin. Pero los ojos son blancos, sin pupilas, como las estat-uas griegas. La arcilla roja que da su color de carne es pintada de blancoen lo que imita el traje y en el blanco natural de los ojos y los dientes. Es-ta cabeza se re con su grande bocaza abierta y sus enormes dientes decaricatura. Pero la risa muere en los labios, porque la expresin del blan-co de los ojos, perdidos bajo la frente inclinada, es trgica. Expresin dedolor inmenso, de impotencia fatal; el hombre re porque no puede o nodebe llorar, pero lo hace comprender. En esa cabeza, y en esa actitud seest desarrollando una crisis psicolgica.

    La escena ntima se ve, se comprende, se interpreta. Y el pobre indiomira, piensa, medita, bajo su risa descarada y sus ojos trgicos.

    La muerte toca el tambor!Este huaco es una muerte nueva, es un nuevo smbolo, Representa a la

    muerte, tal como la idearon los hijos del Imperio del Sol. La muerte crist-iana que conocemos es el esqueleto del hombre, con su tnica negra y suguadaa. He visto la muerte de Baltazar Gaviln, el genial criollo, y esuna muerte que horroriza. La muerte incaica cun distinta es! Si los ar-tistas del viejo Imperio de Manco se hubiesen limitado a copiar a la natu-raleza, sin infundir a sus obras todo su espritu, nos pintaran a la muerteencuadrada entre la vulgar y sencilla idea del smbolo con que la repre-sentamos nosotros los cristianos, pero su idealismo, su visin de un msall sereno, les hizo crear este smbolo que aventaja a todos los de lamuerte.

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  • sta representa a un hombre vivo, del que ha hecho presa una cruelenfermedad, pero el enfermo es musculoso y atltico. Los antiguos ind-ios llegaron a una concepcin verdadera de la vida y de la muerte, porq-ue en su smbolo, la vida es fuerte pero condenada a ser dolor; la muerteno es esqueleto que se va a deshacer, sino cosa que vive siempre, eterna-mente; la muerte, la triunfal, es pues como en el smbolo incaico, domi-nadora, poderosa y altiva. Est arrodillada sobre un montculo, a la izqu-ierda tiene un tambor que toca con la mano diestra, inclinando la cabezaamorosamente haca el tambor y como recrendose en su sonido apaga-do y sordo.

    Abajo, en relieve, danzan los hombres. En la ronda eterna, cogidos delas manos, van los curacas, llenos de pompa y majestad, nobles y pode-rosos, y, siguiendo la danza, los plebeyos, los viejos y los nios, los gran-des y los miserables; todos llevan sus flautas y sus quenas, sus joyas, susplumas y sus armas. Y en la cara musculosa y riente de la buena madreque cita con el tambor, la boca tiene un gesto indescifrable, una risa bon-dadosa y serena, pero, en cambio, sus ojos estn vacos. Ojos de calaveray cuerpo de viviente, ojos sin vida y cuerpo musculoso y triunfal!

    La idea de la muerte colocada sobre la vida misma. Entre los incas lamuerte no es cesacin sino actividad, cambio de lugar; y esta muerte inc-aica no tiene la guadaa que corta, que mata, que hace verter sangre, si-no el tambor que aterra, que seala una hora, que recuerda una cita. Y ci-ta sonriendo, con su graciosa, amable y amada sonrisa. Esta apacible son-risa de la muerte incaica me hace amar a la muerte que, con su cabecitainclinada, sin pompa y sin grandeza, parece decir, humilde y cariosa:Venid! Ha llegado la hora. El viaje es largo y, tras de los valles fres-cos y floridos, ms all de las nieves eternas, sobre los aires y las nubes,junto a su padre Sol, nos espera el padre Manco !

    Y toca su tamborcillo, sordo como un eco de lejanas tempestades. Lamuerte cristiana es terrible, cruel y macabra, odiosa y sanguinaria, suguadaa hiere sin piedad y la sonrisa de su boca sin dientes es irnica ymaligna. Esta muerte incaica no tiene guadaa; suena el tambor, cita ysonre desde el montculo, y, abajo, al son de sus flautas y de sus cancio-nes, todos sus hijos vienen

    La terrible arqueraEn los claustros agustinos est la escultura que simboliza a la muerte

    disparando su flecha. Esta escultura hecha en madera, tiene una actitudde diosa triunfadora y cnica. Su cuerpo no es ni cuerpo ni esqueleto, suvientre se contrae, sus msculos se alargan, sus brazos asestan.

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  • An hay sobre su cabeza unos mechones de cabellos, sobre sus mand-bulas unas muelas verdosas, entre sus fauces siniestras la lengua amora-tada y entre sus cuencas, las pupilas febriles. Las venas del cuello se en-sanchan pletricas de sangre morada, su vientre se sumerge apergamina-do y ella, toda encorvada, mira y atisba, mientras su mano izquierda sos-tiene el arco y su diestra gua el dardo. Una negra sbana le envuelve lacintura y se escapa replegndose hacia atrs.

    Estatua rara y simblica, con algo de moribundo y de resucitado, sumrito no est en las formas; est en la actitud de esos huesos y en la ori-ginalidad de esa cabeza de fiera; en esa boca de dragn que re. Mezclade espritu humano y de demonio. Poderoso es el espritu que domina laenvoltura miserable de sus carnes resecas. Tiene el cinismo en la risa y enlos ojos una pavorosa amargura, sonre con amor y amenaza de muerte,insinuadora y horrible, muerta y viva, realidad y smbolo. Tal es la muer-te triunfal. Su boca muestra un camino, sus ojos sealan una hora, su fle-cha hace abrir una herida.

    Vaga a travs de toda la escultura el soplo trgico de los genios. Esasonrisa cruel de la arquera fue la que puso Goya a sus vrgenes munda-nas y la que insinu en los labios sensuales de sus ngeles. Es la mismasonrisa que pas por los Edipos de Esquilo, por los personajes de Ibsen ypor las lneas de Gavarni y de Stienlein y los sonetos bodelarianos.

    La muerte incaica es misteriosamente buena; ms que una juez, parecela oficiante de una fiesta fatal. Es una muerte que hace pensar pero queno hace erizar el cabello ni hace correr con ms prisa la sangre. Por estamuerte cristiana, descarada y cruel, angustiada y pavorosa, negra comola noche, callada como el misterio, esta muerte inmortal y burlona, es te-rrible. Tal vez la flecha que en sus dedos reemplaza a la guadaa ha sidoinspirada en los amorcillos paganos, pero la actitud, la vida, la risa, losojos famlicos, el aire todo misterioso y aparentemente apacible, ha sidoinspirado en las tenebrosidades inquisitoriales. En esos retorcimientos,en esas carnes flacas, en esos ojos de fuego, estn los temores, los doloresy las lenguas de fuego de los santos oficios quemando a los herejes y alos incrdulos.

    Baltazar Gaviln fue un espritu enfermizo. So escenas lgubres, tu-vo alucinaciones y muri posedo. Debi ser plido, callado, enigmticoy sombro. En sus sueos debieron danzar Baco y el demonio porque ofi-ci l en sus altares. Gaviln fue la primera vctima de su obra; cuenta elviejo tradicionalista que el escultor despert una noche, olvidado de suobra y vio a la muerte disparndole su flecha desde la penumbra del

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  • rincn y que entonces tuvo el artista la alucinacin y la locura en mediode visiones horribles y crispantes.

    Y as debi ser, porque la terrible arquera no respeta ni perdona, nitransige, ni olvida. Amenaza y hiere, pero re, re, re

    La catedral y el conquistadorEntro por las naves silenciosas que me desenvuelven los pasos, hasta

    el fondo, donde se eleva el coro tallado, con apstoles, santos y vrgenesde caoba. En el centro oran obispos y familiares y elevan sus preces en la-tn; mientras el rgano suspira sus melodas sagradas y acompaa las ci-tas bblicas del cantor annimo. Los dorados techos reciben luz de lasventanas laterales cuyos vidrios azules vierten iris sobre las arcadas y lospilares. Un gran silencio se inicia. El eco denuncia los pasos profanos delos visitantes y, a lo lejos, entre lienzos y sombras, se esfuman los monag-uillos y los viejos sacristanes.

    En esta semioscuridad apenas se ven los cuadros. He pasado por unaltar que est detrs de una reja. Es el depsito. El lugar destinado entodos los templos a guardar los desechos del culto. All van, como a unhospicio, todos los santos y todas las vrgenes a los que se ha despegadoun brazo o se ha descolorido el rostro. Es ms que un hospicio, el espec-tculo que vera despus de una catstrofe. La muerte de los dioses, por-que all, en los templos, en estos rincones que los fieles no conocen, haydioses muertos e insepultos. Un San Juan yace en el fondo del cuarto, eldivino brazo quebrado y la capa descolorida. Era un San Juan que tenasu altar, con ornamentos dorados, con molduras multiformes. En los fri-sos de su nicho y en el pequeo entablamiento, un artista colonial, buencreyente, esculpi con simetra admirable racimos de vid, manzanas, fru-tos de olivo ovalados, palmas y guirnaldas, y todo ello fue baado en eloro imperecedero y conventual de los ornamentos catlicos, Y, a sus pies,brillaban los exvotos de los fieles, los cirios amarillos que no se apagabannunca, y los jarrones con lirios blancos y margaritas. Era un Santo prefe-rido. Haba llegado a imponerse por sus milagros al mismo San Jos,que, con su varita florecida, sin saberlo tal vez, era el nico que le hacacompetencia.

    Una tarde un monaguillo torpe al dejar un nuevo cirio, hizo caer el di-vino brazo de San Juan. Fue un da de desasosiego. El Santo fue traslada-do provisionalmente a la sacrista, cubierto de un velo espessimo. Mstarde se le llev a la casita que hay junto a la torre y, por fin, incurable, sele traslad al depsito. All se confundi con santos y vrgenes en desgra-cia, y all yace, con la corte divina, dispersados sus miembros, borrados

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  • sus colores, olvidado de sus fervientes hijos, y hoy, nadie recuerda al mi-lagroso San Juan, porque su heredad, los exvotos de oro y plata, se hanfundido en relucientes monedas que, convertidas en cirios, alumbran laspalideces de otros santos, las msticas sonrisas de otras vrgenes y las he-ridas sangrientas de otros Cristos

    No hay mrmoles. El mrmol es pagano para los hijos de Moiss. Enmrmol se levantan las Afroditas y las Victorias de la Hlade, los bajo re-lieves de Cupido y las Nereidas. Aqu, en los templos catlicos, la estat-uaria es en madera. La madera es ms blanda y obediente, menos blancay menos rebelde que el mrmol. El mrmol es la carne fresca, blanca, jo-ven y tentadora. La madera es la carne envejecida y rugosa, plida y ve-nerable. Un Apolo en madera sera un dios humillado; un Cristo en mr-mol parecera una irreverencia. En cambio, un Cristo de marfil me pare-cera un Cristo verdadero, porque el marfil es plido, plido como la ma-dera, como las carnes de los monjes ciliciados.

    A la madera, a esta clase de estatuara pertenecen esas vrgenes, vr-genes con cara de cera o de esmalte, con semblantes de muecas, con ca-belleras postizas, llenas de rizos y crespos, casi siempre con una sonrisadulce y compasiva. Son por lo general antinaturales, rgidas y fras, tie-nen algo de hiertico y de bizantino; sus caras recuerdan esas caras es-maltadas que los egipcios colocaban a sus muertos queridos.

    Junto a un altar en desgracia, un tmulo se descubre. Son los restos delconquistador don Francisco Pizarro. El cuerpo del marqus est desnudosobre una tela bermeja de terciopelo bordado en oro. Su cuerpo momifi-cado tiene un color de fina madera barnizada, de pergamino viejo, de pa-piro egipcio. La cabeza, que orgullosamente llevara esa blanca barba, selevanta y mira hacia arriba rellenada de sales, y, en su posicin horizon-tal, el brazo derecho, tendido y dirigido hacia la izquierda, parece an re-querir la espada ennoblecida, para cercenar cabezas de infieles, la espadaque traz la lnea del Gallo y que brill ante los ojos atnitos del ltimohijo del Sol.

    Slo queda del Gobernador un esqueleto carcomido y discutido, uncorazn secado en lcalis y una fecha. Apagados estn sus ojos que vie-ron las maravillas de un Imperio fabuloso, los cuartos llenos de oro hastalos techos, la magnificencia del Coricancha y los jardines ureos del msesplndido de los emperadores. Carcomidas estn sus manos que impus-ieron la cruz sobre el Sol de los Incas, carcomidos y secos estn sus labiosque dieron la inicua sentencia contra el ms regio de los prisioneros.

    Tales los restos del humilde porquero de Extremadura, del aventureroaudaz que ms tarde fue Conquistador del ms vasto y rico imperio de

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  • las Indias, marqus de la conquista, adelantado y alguacil mayor y capi-tn general de los reinos de Castilla nueva, que diez minutos antes demorir asesinado dominaba su reino con el mismo poder de los Ingas.

    Hasta ese sarcfago han ido a posarse la admiracin y homenaje de lasedades, durante ms de tres siglos, hasta que la erudicin les ha negadoautenticidad, deteniendo as las preces que se le dirigan; porque los quehoy van a verle no oran por l u oran condicionalmente. Surge en ellos laduda, y, antes de rezar por equivocacin a un desconocido, detienen enel camino sus oraciones.

    Sin embargo, la cabeza es autntica. La cabeza! Bien poco se conserva,mientras no se puedan admirar su corazn y su espada

    Salgo. El coro inicia un kyrie sacratsimo.

    14

  • III: La correspondencia de Abel Rosell

    H e terminado mis paseos. Maana debo tomar el ferrocarril que meconducir a B. Hoy he enviado el par de frascos de Fleur de lys ala dama desconocida y he tenido que enviarlos con una tarjeta para queel regalo no me sea devuelto.

    Ahora busco y ordeno por fechas las cartas de Abel y me preparo a le-erlas de todo corazn por centsima vez. Podra repetir de memoria al-gunas de ellas. Me parece como si hubiera vivido yo en esa ciudad pavo-rosa y trgica que en sus cartas me describe Abel; y he seguido con miimaginacin, al leer cada prrafo, todo ese viaje, toda esa vida, esa enfer-medad, paso a paso, da por da, como si hubiera ido del brazo de mi po-bre amigo enfermo. Con mi mente he ido a sus fiestas y he estado a su la-do, he ido a sus rondas y me pareca estar oculto en el follaje, en sus pa-seos solitarios lo he seguido y cada palabra que lea era un paso ms conl, en esa ciudad lejana y triste.

    Voy a leer solamente las cartas que a este viaje el ltimo se refieren.En ellas est condensado todo su espritu que sutilizaron las fiebres y laanemia. Las otras cartas son menos interesantes y me hablan de sus via-jes a travs del Atlntico.

    Abel sali de Pars, en el invierno de 19 , y all nos vimos por ltimavez, luego estuvo en Espaa una corta temporada y, sintindose mal,pens en su viaje a Amrica, donde los mdicos le recomendaron esa ciu-dad en que concluy su vida: B. Desde all me escribi todas sus cartasque ahora voy a leer, porque quiero tener vivo, clido, el recuerdo de suvida; hoy que muerto l, he de ir a B., para visitar su ciudad y su tumba.

    Son las once de la noche. Hace una luna clara y serena que se ve desdela ventana de este segundo piso; abajo, la poblacin se mueve perezosa-mente y las luces de los coches y carros giran como fantsticas lucirna-gas en torno de la manzana. Poco a poco el ruido de la poblacin se vamuriendo, el trfico es menos intenso y en la paz de esta noche que seinicia con la luna, voy a entrar, una vez ms, leyendo las cartas, en la ciu-dad de los tsicos. Me parece que voy a hablar con Abel

    La primera carta

    14 de noviembre, sobre el ferrocarril

    15

  • Qu camino tan largo! Llevamos doce horas sobre el ferrocarril, sub-iendo sobre los montes enormes, penetrando como balas en las oscursi-mas entraas de los cerros, pasando puentes inverosmiles, salvandoquebradas y hollando nieves perpetuas. Y siempre este silbar en los o-dos, ese intenso dolor de cabeza y este agotamiento que es el mal de lasalturas. Las tres de la tarde, una tarde fra, sin sol, sin ruidos violentos.Ahora oigo la voz del conductor:

    Seores! Descarga en S* Diez minutos!No quera bajar. Se est tan bien as, envuelto en un abrigo de pieles,

    enguantado, con la gorra hasta los ojos y en un rincn tibio del carro. Sinembargo he bajado. sta es la misma estacin que vengo conociendo entodos los lugares de parada; un tanque de agua para proveer la locomo-tora, una casita de madera pintada de azul, techada con tejas, y con rtu-lo: Estacin de S. Otro rtulo pequeo, sobre un nicho dentro del cual semueve una cabeza grasienta, congestionada por el fro de la sierra, quedice: Boletera. Sobre el andn varias personas esperan subir: una fami-lia notable del lugar acompaada del Gobernador y el jefe de estacin,compuesta de la mam, dos nias y la criada. Moda retrasada en veinteaos; mangas de jamn, sombreros pequeos como caperuzas y unascapas recortadas que pasan apenas del codo. Trajes claros, zapatos decharol.

    Los colores de sus mejillas parecen de piel de manzanas heladas. La cr-iada lleva grandes los hechos en pauelos de colores encendidos y congrandes dibujos. Suben. Llueve copiosamente. Hilos de agua se cruzanen el aire y hablan en secreto al caer sobre los charcos y las tejas. Sobrelas cumbres de los cerros se ciernen y agrupan las nubes, todo tiene uncolor plomizo. Todos han subido y no queda nadie bajo la lluvia. Vuelvoa mi sitio en el carro y veo desde el ventanillo cmo el agua corre sobrela tierra. La lluvia es ms fuerte; azota los cristales y los tejados.

    De pronto, de improviso, sale el sol y se oculta. Cambia la sensacin.Ahora cae granizo violentamente y abofetea los cristales, las calaminas yla enramada.

    Nieve! Por fin! La tierra se viste de un blanco sepulcral. El tren ini-cia su marcha mansamente, haciendo fuerza, sobre el blanco de la nieve,que al caer, ha ido poniendo una sinfona de color. Primero el gris oscu-ro, despus el plomo, el plata, el blanco lechoso, el blanco mrmol, la nie-ve. Todo se ha tornado blanco, blanco, blanco. Se cubri el suelo, las ca-suchas, los rieles La tierra se ha desangrado.

    Pasan por mi ventanillo el tanque, la boletera, las casuchas; todoabandonado y en silencio. Sobre la nieve blanca, el tren toma velocidad

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  • plena y seguimos. Ni una persona, ni un pauelo Siento que ya me in-vade la fiebre

    Los extranjeros

    8 de diciembre, en B*.Y como mi casa, "Villa Helena", tiene jardines alrededor del pabelln

    central, es recin construida y an sin estrenar, puedo decir que ha sidoconstruida para m. Desde sus ventanas amplas y sin barrotes, se domi-na todo, y la hiedra trepa en los alfizares como un enjambre de vboras.

    Hoy, despus de hacer la distribucin de los muebles, he salido a pase-ar la poblacin, sabe usted?, parece un puerto de mar. Todos, o casi to-dos, son extranjeros y no hay dos del mismo pueblo: europeos, yanquis,sudamericanos. Y, como nadie conoce a nadie, todos se renen y hacenfiestas y paseos, veladas y msica; los tsicos son los que ms se divier-ten, por lo mismo que tienen los das contados. Salir aqu es un suplicio,amigo mo. Slo se ve caras plidas, ojos afiebrados, ojeras profundas. Ytodava en las caras puede uno equivocarse, porque hay algunos que tie-nen los carrillos encendidos, pero en cambio los ojos los delatan y si nolos delataran las orejas transparentes o las uas encorvadas o las manosfiludas y clidas.

    He querido hacer un paseo por los prados vecinos, he visto los arbus-tos que se pierden a lo lejos cargndose de racimillos rojos y olorosos, laverdsima alfalfa con sus flores celestes en la que el viento hace oleajesviscosos y los surcos reventando, desgranndose como olas de un mar detierra que viniera a morir en las faldas de los cerros. Y hay algo de fecun-didad iniciada, algo que evoca vidas frescas, hombres musculosos, ara-dos de acero, bueyes pesados, como aquellos de los ritos egipcios, y can-ciones virgilianas; todo esto como la anunciacin de una falsa primavera,porque ahora, se iniciarn las lluvias, las nevadas y las tempestades. Elrayo se quebrar en el cielo y fulminar las cumbres, y el agua, precipi-tndose en torrentes sonoros caer sobre los tejados y producir un ruidocaracterstico.

    Voy ahora por el borde de un canal entre cuyos muros el ro jura, mal-dice y se desespera y suenan las piedras como el rechinar de monstruo-sas dentaduras, en medio de su prisin de muros de cal y arena.

    Al regreso he pasado por la casa de Margarita, "Villa Rosada", un pala-cete rodeado de flores exquisitas, de perfumes raros y de paisajes nicos.

    17

  • Margarita ella se llama Rosa urea, pero le decimos Margarita est en-cantada con su tisis de tercer grado. Qu ojos; no los he visto ms ard-ientes, ni he visto labios ms sensuales! Margarita se casar con Arman-do el jueves en la capilla junto a la estacin. Ella me lo acaba de contarcontentsima, con un gran impudor de su tuberculosis:

    Nos casamos, seor Rosell, nos casamos. No se admire; s, estamos t-sicos. Pero no es en nosotros la alegra de vivir, sino la alegra de amar.La salud ya no sirve en nosotros, los cuerpos estn carcomidos, pero elamor es todava joven; hemos asegurado el porvenir, que no es un pro-blema, una cosa dudosa como en los sanos de cuerpo. Para nosotros elporvenir es un da, tal vez una maana, quizs una hora; podemosquedarnos antes de concluir nuestra conversacin, pero el amor en no-sotros es tan grande que estamos seguros que nos durar hasta despusde la muerte. Y esto no pueden asegurar los otros mortales

    Y l:Nada tenemos que tememos. Usted sabe? Margarita y yo ramos sa-

    nos, buenos, fuertes. Nos ambamos. Una tarde ella ya sabe usted cmose comienza sinti un dolor agudo, acceso de tos y manch de sangresu pauelo de batista. Yo no tuve valor para dejarla y quiere creer?me alegraba de su enfermedad porque los ojos le crecan, los labios lequemaban y me amaba ms, mucho ms que antes Se vino aqu y mevine yo No fue desagradecida porque ya tengo la tos y la fiebre y tam-bin he manchado mi pauelo y hace tan poco tiempo!

    Y sonriendo ha besado a Margarita en la boca.Oscurece

    Actitudes redondas y actitudes cuadradas

    20 de enero Mi primer amigo, Alphonsin, es un tsico notable. Est perdido,

    porque la tisis le ha provocado una neurastenia que es como una locuragenial. Le obsesiona una rara teora y l ve, a travs de las cosas y de loshombres, de los objetos y de los espritus, leyes artsticas inmutables. Hareducido la expresin al gesto, la elegancia a la lnea, la idea al silencio yla msica al color. No s si l analiza o sintetiza, si desle o comprime, sidestruye o crea, pero llega a conclusiones a donde no llegan los que noson tsicos como l y como yo.

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  • En una poca Alphonsin vivi en Pars, donde hizo a una dama el ho-locausto de la primera sangre de sus pulmones, y asista a las leccionesde arte del Louvre. De all pas a Londres con los grmenes de su tisis ysus teoras que, junto al Tmesis, se desarrollaron a un tiempo, de mane-ra que a una nueva fiebre corresponda una nueva idea artstica. Desdeall datan su arte y su tuberculosis. Primero fue un simbolista. StfanoMallarm, Paul Verlaine, Rodin, La Gndara y Boldini, le ensearon aver las cosas con un ms all que, al principio, no vean sus ojosmortales.

    Yo s me deca ayer, yo s que Hugo es grande como un len, queD'Annunzio es inmenso como Esquilo su maestro y que Esquilo era co-mo un dios pagano, pero stos son los dioses de todos. Yo prefiero unapstol para orarle en silencio y para que l me escuche a m solo, y esteapstol cambiar siempre en mi altar. A veces es Baudelaire que me llevaa su pas oscuro, triste, trgico; otras veces voy a orar y a creer con lostrpticos del beato Anglico; he ido muchas a los lienzos de Goya. Hoy lerezar mi nueva admiracin a Poe, maana har un credo con los gestosde Rodin y luego me perder en las brumas edificadas de Hoffman.

    l es as. No cree en lo que quieren los dems sino en lo que l quierecreer. No ve con los ojos de los dems sino con sus propios ojos. He idopor primera vez a su casa y me ha recibido en un saln que es un prodig-io de buen gusto. Es de un color lila que recorre toda la gama, desde el li-la palo hasta el morado episcopal. Las paredes estn forradas en lila cla-ro, los decorados son hechos en lila intenso, los muebles son morado os-curo, las cortinas, los marcos, las persianas, las araas, todos los objetos,hasta los lienzos, son de una tonalidad de campnula.

    Yo admiro su buen gusto, su diligencia para armonizar tantas cosasdistintas, mientras que Alphonsin entra a sacar un lbum del Museo deLondres. Leo en tanto abandonadamente las hojas de un libro y as espe-ro a que mi amigo salga.

    Aparece Alphonsin y yo noto, al levantar la vista, un gran desconciertoen su cara que revela una intranquilidad intriga-dora por el desasosiegode sus gestos. Me ofrece el lbum y se sienta frente a m. A poco cambiade actitud, luego vuelve a tomar otra distinta y as cambia dos o tres ve-ces ms. Yo estoy mortificadsimo. Alphonsin sufre algo extraordinario.Y vuelve a cambiar de actitud. Yo observo sus poses, que se me anto-jan elegantsimas y noto, en cambio, que mi actitud no puede ser msvulgar al lado de las de mi amigo. Cambio, pues, de actitud tratando deimitarle en lo posible y al tomar mi otra posicin, la cara de Alphonsin seserena como por encanto y de sus labios sale un suspiro de satisfaccin.

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  • Siente usted algo?, usted ha sufrido algo. Alphonsin Nonada

    Vamos, usted tiene bastante amistad para decrmeloTiene usted razn, Abel. Usted, adems, puede comprenderme.

    Sabe? Usted acaba de tener una actitud redonda. Y yo slo puedo verlas actitudes cuadradas. Todos los movimientos que no estn dentro destas me provocan crisis nerviosas. Si usted ahora hubiera continuado ensu primitiva posicin, es decir, en una actitud redonda, yo, sintindoloinmensamente pero sin poder dominarme, le habra hecho un daoQu quiere usted; es cuestin de temperamento, de seleccin artstica

    Pero, desde cundo se siente ustedYo lo observ primero en las manos. Mi gran sensibilidad artstica me

    llev hacia la forma de las manos. Hay manos largas y manos redondas,lo mismo como ver ms tarde que las actitudes. Las manos largas sonmanos de gentes idealistas, de msticos, de creyentes, de individuos dereligiones profundas, de proslitos de cultos extraos. Son manos de ar-tistas y de profetas, de danzarines de bajo relieve y de vrgenes de orna-mentos gticos; las manos de los jeroglficos egipcios y de las armadurasarticuladas de la Edad Media.

    Manos largas, lnguidas y transparentes, esas manos que no doblanlos dedos en ningn movimiento; que toman el cigarro, la pluma, el librocon los dedos rectos como brazos de tenacillas y consiguen una gran dis-tincin y una suprema y delicada elegancia; esas manos que hacen mue-cas y gestos, que se elevan a Dios como las puertas de las capillas gticas,o al espritu como en las esculturas de Rodin, o al arte ideal, selecto y en-fermizo como en los cuadros de Boldini. Las manos largas representan lalnea recta, el smbolo, el espritu. Las manos redondas representan la l-nea curva, el realismo, la carne. Las manos largas son la aristocracia; lasredondas, son la burguesa

    Las manos y las religionesMe interesa demasiado. Alphonsin contina con un tono magistral,

    como si se sintiera el nico iniciado en estas sensaciones artsticas:Las manos, ms que las oraciones y que las miradas han sido el

    mdium entre el hombre y Dios, entre el cerebro y la idea, entre el cul-to y la divinidad, porque las manos dicen muchas cosas y son de gestos,como los ojos son de miradas. Pero las oraciones se dicen y se escuchan,las miradas se leen, los gestos se traducen o interpretan. Las miradascuentan, los gestos sugieren. De aqu la gran importancia, el porqu delas manos como mdiums religiosos.

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  • Pero las manos son smbolos en todas las edades y en todas las religio-nes. Ellas representan siempre el alma de las razas a que pertenecen y co-mo en los antiguos tiempos el alma de los pueblos estaba en sus religio-nes, de all que a travs de la Historia, las manos y las religiones hayanido paralelas y semejantes Conoce usted los viejos grabados fenicios?Observe usted la actitud de esas manos rapaces. Vea usted los jeroglfi-cos faranicos y observe las manos, todas tienen una mstica actitud. Losdedos largos y armnicos, inseparables, como sus principios. Eternos enla forma como sus dioses. Ms tarde llegue usted hasta los vasos pinta-dos de los griegos. Pirdase en los templos gticos. Hasta all las manos ylas religiones son inmutables. Las mismas actitudes en las manos acusanlas mismas creencias en los pueblos. La majestad de los dioses egipciosse encuentra en las manos plegadas de sus sacerdotes. La poesa de losritos paganos vive en esas manos grciles que se esfuman entre los velosy los perfumes de Alejandra.

    Ms tarde se perdi aquel dominio que tena la Iglesia; con la Reformatodo se haca ms a la desbandada. Todo tena la forma que quera el ar-tista y cada hombre pensaba segn sus inclinaciones. Entonces las manostambin decayeron. Dejaron de estar por derecho propio en las vrgenesy en los evangelistas y vinieron a exhibirse sobre la seda de las reinas, so-bre el terciopelo de los reyes, acariciando cetros o guiando bridas. Allfueron los comienzos de la pintura profana. Ya la discusin de un dogmaestaba al alcance de los sabios y la representacin de las manos iba en losprimeros cuadros de los reyes.

    Pero an ms tarde apareci un hombre, Voltaire, que destruy lascreencias y luego fueron Goya y Gavarni. Las manos, como los cultos, es-tuvieron en crisis, perdise la fe en las viejas formas; los dioses fueronsometidos al anlisis y las manos al escorzo. Apareci en ideas el primerincrdulo y en los cuadros la primera mano con los dedos abiertos.

    Y de all naci una nueva forma de filosofa con los ironistas y unanueva creacin artstica en las manos con los decadentes. En cuanto a losprimeros, crearon un bello y malfico arte; en cuanto a los ltimos, no ssi han hecho un Arte supremo o una degeneracin de las manos; no s sihan ascendido o han bajado de nivel; si han elevado la forma al conjuntoesttico o la han atormentado al capricho. Lo que s es que han hecho unnuevo culto de la humanidad que sirvi para todos los cultos. Vea ustedlas manos de Gndara, las manos de Boldoni, las manos de Leandre elcaricaturista. Dir usted: manos, irreales y desproporcionadas, absurdas,tsicas, largas; pero manos filosficas, profundas, evocadoras; manos quesugieren; manos sapientsimas

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  • Alphonsin ha ido exaltndose. En un momento principi insinuante,tendiendo la red, despus fue casi magistral; luego se fue tornando dog-mtico, y, por fin, cuando ya yo le perteneca, cuando conoci que yo es-taba iniciado en esa extraa teora, se sinti apostlico. Y yo le o deciran:

    Dentro de la lnea se encuadra todo en la vida. Las literaturas y las fi-losofas, los hombres y los objetos, las palabras y los colores, los gestos ylas actitudes. Por eso le deca: hay palabras redondas y palabras cuadra-das, actitudes redondas y actitudes cuadradas. Slo hay que ver cmo sedesarrolla la lnea en las cosas. En el Ingenioso Hidalgo, don Quijote es lalnea recta y Sancho es la lnea curva.

    Compare usted los panzudos caballos de Velzquez, llenos de arreos yde largas crines con los caballos grandes, finos y esbeltos, con sus crinesrecortadas de los frisos de Olimpia, y ver usted la lnea recta juguete-ando entre la esbeltez de los caballos del antiguo Hlade; y no le mientolos caballos de dos cuerpos y seis abdmenes lo menos, de Rafael, y atravs de todo esto encuentra usted el porqu de la distinguida eleganciade los elegantes ingleses, sobre los elegantes del resto del mundo. DanaGibson, el filsofo dibujante, slo dibujaba en lneas rectas; losgentlemen son delgados y altos como lamos, los dandies son de In-glaterra, y de all era el hombre que viendo pasar a Eduardo IV dijo des-preciativamente a un amigo:

    Quin es aquel hombre gordo a quien saludas?No hay duda, lo delgado es lo lineal, y lo elegante y lo bello. Compare

    usted la L con la A, la D con la O; la liblula con el escarabajo, la cigeacon el nade, hasta el cisne sera menos bello, a despecho de su blancura,sin la serpiente de su cuello divino.

    Slo en la lnea est la clave que busc Alejandro Dumas para explicarlas seculares leyendas de las serpientes que se enroscan en todas las na-rraciones de la Tierra, desde el pecado de Eva hasta la serpiente de Aa-rn el elocuente, desde la culebra simblica de los Incas peruanos hastala que acaricia en sueo a la helnica madre de Alejandro el Grande, sinhablar de la que hiri los divinos senos de Cleopatra, ni de las que se vol-van dragones en las leyendas catalanas, ni de las que en la India se tra-gaban a los hroes de los poemas, ni de esa grande y cruel serpiente con-tra la que, an despedazada, se debate el atormentado y roto cuerpo deLaoconte

    Alphonsin haba terminado y como el hombre que acaba de librar unagran batalla, descolg sus brazos sobre los de la silla, tapizados y fofos, yconcluy as:

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  • Yo estoy ahora en una actitud cuadrada. Vea usted el giro de mi cabe-za, la tensin de mis dedos largos

    Y, efectivamente, cramelo usted, Alphonsin tena la actitud ms belladel mundo. Una actitud sencillamente perfecta, un conjunto ideal. Ape-nas conceba yo que se pudiera colocar y distribuir tan artstica y admira-blemente los miembros del cuerpo humano.

    Poco despus me despeda de l. Alphonsin me acompa hasta laverja de su Villa, me tendi la mano de despedida con un adis afec-tuoso y, mientras yo sala, tom en la puerta una actitud rgida y me dijosonriendo:

    Observe usted, Abel; ahora estoy en una actitud cuadrada

    El matrimonio

    30 de marzoArmando y Margarita salen de casarse en el templo, seguidos de una

    gran fila de amigos.Parecen una pareja de muertos a los que escoltan un ejrcito de fantas-

    mones vestidos de negro. El da ha tenido una hora de luz esplndida,pero cuando salimos del templo, ya se haba tornado taciturno, la neblinaha envuelto los rboles y las horas, y hay en el paisaje el temor gris deuna cercana tempestad.

    La casa est enguirnaldada y llena de azahares. Han ido entrando su-cesivamente Margarita y Armando, el viejo francs, Rosalinda la tristetsica que agoniza en melancola, esperando algo que nunca ha de ve-nir, Eva Mara y la hija del Cnsul, dos ardientes inseparables, Claudiocon su gran palidez ha entrado solo y tras l, con sus grandes bigotes ru-dos, el millonario mexicano; detrs Leonardo, yo y tres o cuatro ms, to-dos tsicos, tsicos, tsicos.

    Subimos la escalera de mrmol regada de flores. Adentro las msicasnupciales se inician como un arrullo que quisiera crecer temerosamente;suea el champagne y pasan los criados. La desposada, tsica, con su pa-lidez de azahar de cera y su largo vestido blanco, sonre demacrada y an-siosa y atrae a Armando como para fundirse con l. Para ella la vida esuna fiebre de amor y de enfermedad y todo lo dems le es indiferente,todo, parece pasar en silencio y en olvido ante sus grandes ojos velados yprofundos. Su vida es un esfuerzo febril por aferrarse a los minutos quese van y lucha porque ninguno pase sin ser sentido ntegro.

    En la casa hoy oscura y fra, se ha puesto luz y estufas, Pasa algo afue-ra? La neblina lo envuelve todo. Pronto tendremos tempestad. Todo se

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  • ha oscurecido, y as es mejor, porque tendremos una noche artificial,mientras el viento silbe y la lluvia azote. En este medioda nosotros cree-remos que es la negra noche y perderemos la nocin del tiempo y la no-che llegar sin que lo sepamos. Este almuerzo se har como si fuese unacena, este da ser como una noche y esta fiesta nupcial ser una orga.Encantador Ahora todos bebemos.

    Caonea el champagne. Siento una alegra inexplicable. He dado unbeso a Margarita y qu beso! Armando se re, se re. Ahora toca Claudio,tambin est alegre y Rosalinda le besa.

    La cena! Luces, gritos, bailes, hurras; la cena! Se arrojan las flores, seechan las rosas deshojadas en champagne y se besa los jazmines en bo-tn. Afuera debe seguir la tempestad. Quin toca el piano? Rosalinda latriste. Qu algazara! Se suceden las viandas y los vinos.

    Brindis! Brindis! Hablad!Enseguida. Armando!Y Armando se levanta. Margarita a su lado le pasa el brazo por la cin-

    tura. Armando habla entusiasmado, ebrio de alegra, de fiebre, de amory de champagne.

    Yo no era Armando, mis hermanos. Yo era Anbal Besnardi, pero hoysoy Armando Duval; eh? Armando Duval, porque sta no es Rosa u-rea, sino Margarita Gauthier y todos sois Armandos y todas ellasMargaritas

    Bravo! Todos, todos!Margarita le atrae y le besa. l se sienta. Luego se eleva el Cnsul, con

    su grave calva, sus ojos hundidos, alto, seco, plido de marfil, en su granabrigo asolapado.

    Beber champagne con rosas, como en la Mi Careme!Oh! Oh! Hurra! Hip!Aplausos, algazara. l sigue:Por los ojos ojerosos, por los labios febriles y anmicos, por los cabe-

    llos pegados a las sienes, por la fiebre rosada de los pmulos! (Toca conla cucharilla la copa de champagne):

    Os? La campana de nuestros funerales, pero suena muy poco. So-mos los muertos empeados en no irnos an. Este vino no es como el vi-no bermejo y espumoso que hacen los racimos de nuestros pulmones, es-te vino es mbar y el de nuestros pulmones mancha de rosa los labiosComo ahora los de Alfredo (Alfredo arroja su pauelo teido desangre).

    Gran algazara: suenan las cucharillas en los platos, en las botellas; gri-tos, hurras

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  • Un ruido extrao y una luz deslumbradora.El rayo!Gritos, lamentos, suspiros en el patiecillo.Todos los criados aparecen al mismo tiempo en la puerta con los bra-

    zos extendidos:Seores, seores, el rayo!El rayo! La tempestad se desata en medio del gran silencio de estupe-

    faccin y terror del cenculo. Retumbar de cosas que se desploman, detablas que caen, de grandes caos que se desbaratan; todo se oye desde lamesa. De pronto otro rayo.

    Otro!Se han apagado las luces. Suena an el piano en la sala abandonada y

    cesa el champagne. Luego en la oscuridad del saln sombras que se mue-ven y dispersan. Yo extiendo los brazos y toco unas manos, un ramoenorme de flores, un canap. Las manos arden; me atraen, luego dos lab-ios ardientes se juntan a los mos y qu beso! Suspiros, suspiros y afuerala tempestad y la lluvia que azota los cristales; extiendo los brazos y enc-uentro hojas, luego ruedo por la alfombra llena de copas y de floresArmando Margarita Gauthier.

    El rayo! El rayo! Estoy ebrio de champagne Pierdo el equilibr-io y ruedo en la oscuridad, sintiendo an algo que no puedo precisarSonido? Luz?

    Rosalinda, la triste

    1. de febreroDos das sin salir de casa. Hoy he querido dar un paseo por el cerro

    lleno de grutas y andando pausadamente he llegado hasta la gruta delcerro azul. Desde el da de las bodas de Margarita y Armando, yo no ha-ba visto la luz. La tarde est hermossima, una brisa tranquila, un sol ve-lado y un cielo azul por el lado de la sierra. He venido por el camino delas caas junto al arroyo arenoso donde van a baarse las trtolas. Princi-pio a acercarme a la gruta. Entro Quin ora?

    El velo es de Margarita, mas el cuerpo y la actitud son de Rosalinda.Insensiblemente, sin hacer ruido me acerco. Ella, recostada sobre la

    gran piedra, tras la cual se eleva la virgencita musgosa entre los hele-chos, est dormida. Qu serenidad anglica en su cara suave, en sus pr-pados cados, en su boca rosada! Sus labios me llevan al beso, ella no loha sentido y duerme; quiero salir sin que se despierte, pero al ruido demis pisadas sobre los guijarros ella abre sus grandes ojos de tsica:

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  • Abel. Qu haca usted?No quera despertarla. Dorma usted tan bien! Soaba, amigo

    mo. Soaba con la pobre Eva Mara Usted no fue al cementerio?Cundo?Cmo! Ayer, la pobre Eva MaraHa muerto Eva Mara?Verdad; usted no lo saba. A usted le llevaron esa misma tarde. Eva

    amaneci en la sala de Margarita en un gran divn, con un ramo de flo-res en el regazo, serena, serensima No pareca una muerta Y a suspies, dormido, estaba usted cuando se lo llevaron Si hubiera visto aEva, qu mirada amorosa conservaba a travs de la muerte; y sus labiosentreabiertos como si hubiera dado un gran beso

    Luego yo era el que estaba dormido a los pies de la muerta? LuegoMe he quedado fro, he sentido las manos y el beso de la muerta. Esasmanos me atrajeron y esos labios entreabiertos Qu horrible! Rosalin-da ha continuado:

    Qu rgida y qu fra estaba, qu cara de amor Abel, quiere ustedacompaarme?

    S.Nos vamos deslizando, cogidos del brazo por entre las malezas. Ya va

    a caer la tarde, llegaremos a la poblacin cerca de la nocheRosalinda, por qu est usted siempre tan triste? Ella msticamen-

    te, en voz baja y profunda musita: tristezaalma de las cosascorazn del mundoUn dolor profundo,perfuma las rosas.La naturalezaes todo tristeza.Todo lo que existees un alma tristeque al misterio rezaLuego, silencio. La tarde se acaba. Los grillos inician su canto a la se-

    miluz. Las aves se pierden buscando las ramas gruesas. Nuestras manosse enlazan. Oscurece.

    Rosalinda usted espera algo que ha de venir; la salud, el amor, elplacer

    Si yo esperase, no sera mi tristeza serena y apacible. Yo s que nadavendr. Yo veo la vida desde un punto inaccesible para todo. Estoy en

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  • una distinta vida donde el tiempo no se mide. Sent que hubo un mo-mento en que terminaban las cosas y yo segua viviendo y yo no tengoqu esperar

    Avanzamos y una avecilla cruza delante de los dos. Se oye el ruido dela cascada lejana y dos luces rojas cruzan delante de nosotros en laoscuridad.

    Rosalinda, ve usted esas luces que corren?Se apagan y se encienden, el ave cruza ante nosotros. Yo me detengo

    instintivamente. Avanzamos muy juntos, ella mirando vagamente algoinvisible, yo viendo hacia lo oscuro del camino. Vuelven las lucecillas aencenderse.

    Rosalinda, mire usted, se encienden.Es la gallina ciega, amigo moPor fin llegamos. Hemos pasado por unas calles silenciosas y abando-

    nadas, hasta llegar a mi villa.Quiere usted entrar, Rosalinda?No. Ya tengo la fiebre. Siente usted cmo me queman las manos?

    Abel, maana en la grutaY se ha esfumado hacia las rejas de su villa en silencio, paso a paso,

    hasta que se ha perdido entre las sombras. Sus manos estaban tan clidascomo las de Eva Mara

    Egad y la seora de Liniers

    27 de marzoClaudio me ha tomado del brazo en la estacin a la llegada del tren

    para contarme algo interesante. Y cuando l deca algo interesante! Fi-grese usted que principia a hablarme de Liniers, Liniers, Felipe Liniers,es un hombre rico, tsico y licencioso; pero metdicamente licencioso. Sedira un burgus del pecado. Claudio me ha dicho:

    Este hombre, que no s a ciencia cierta si es un millonario o un arrui-nado, vive carcomindose en su villa. Sale muy poco, y cuando seexhibe es con esa ardorosa tsica Egad, que no lo deja un momento.Usted se acuerda de la fiesta en casa de Margarita? Egad junto a Liniersle robaba besos, le echaba rosas en el champagne, le besaba el dorso delas manos y le pasaba la cara ardiente por los carrillos.

    Pero Liniers es casado con esa Egad?Casado? No. Egad no es la autntica. La verdadera es otra, una

    amantsima quin sabe su nombre? que viene, cada quince das aofrecerse a Liniers, y se ofrece toda, ntegra, sin reservas; deseosa y ham-brienta. Las otras amantes de Liniers ya saben el da que deben dejarlo.

    27

  • Un da y una noche cada quince das que pertenece a la autntica. Ella vi-ve en la capital. Pero qu mujer, lindsima y enigmtica!

    Usted la ha conocido? le pregunto.No; pero la conocer: Ella no falta a su cita quincenal. Por amor, por

    capricho, o por extravagancia, ella es puntual a su amor tsico. El da deayer me lo ha contado la criada le perteneca a la dama autntica de Li-niers, mas Egad, la querida, contra los protocolos y las prcticas estable-cidas, no quiso salir y dejarle el campo a la reina. La villa estaba sola. Yohe visto a la dama bajar con su traje negro, brillante y su velo espeso yentrar a la casa de Liniers. Y Egad an no haba salido! La criada pesq-uisaba y me lo ha contado!

    Sal, Egad, sal deca Liniers sal, es ella!En la sala el timbre insista y afuera la dama de negro esperaba, Egad,

    en el fondo de un canap, iracunda, resuelta, no se mova. La campanillavolvi a llamar y la dama, creyndose sola, abri la puerta, sin ver a Ega-d, y se lanz hambrienta de amor hacia Liniers que estaba encorvado yenjuto, lo bes repetidas veces. Entonces salt Egad como una tigresa yse mezcl entre los dos disputndose a besos a Liniers, que deca cayen-do en el sof extenuado, jadeante:

    Egad! Vete!Vete? deca la tsica. sta slo viene cuando te desea. Yo te deseo

    siempre. Cuando ests con la fiebre, soy yo quien te ama. No te da ho-rror sentir un cuerpo fro, sano, sin fiebre, junto al tuyo? Ella no te besacuando te viene la tos kje! kje! Egad sufre un acceso de tos!kje!

    Kje, kje! (se le ha encendido el rostro y parece que sus mejillas van areventar en sangre) kje! kje! (Por fin!)

    Se pintan de sangre sus labios y ella se inclina sobre la escupidera,donde cae la sangre espumosa. Su respiracin es fatigada. Las manos co-gen dos brazos de sillas distintas y as, inclinada, tose, tose y arroja lasangre.

    Ha sido el esfuerzo! dice.Mas al volver el rostro no encuentra a nadie porque Liniers y la seora

    se han librado de ella.Egad se sienta en el alfombrado, reclina su cansada cabecita sobre la

    escalinata que va hacia la habitacin de sus fugitivos y, as, calladita, si-lenciosa, espera. La dama de Liniers sale a las siete y cincuenta del otroda para tomar el tren y entra Egad Egad es una mstica del amor quepara ella, como todas las religiones, tiene mitos, dioses, prcticas y creen-cias. Pero la desconocida no se me escapa verdad que es muy

    28

  • interesante? Ya la cazaremos, Abel, ya la cazaremos! Ya le contar elresto y estar al cuidado! Hoy se ha ido. Dentro de quince das organiza-remos la gran cacera! Ahora voy a buscar a Rosalinda, la triste queama

    Y, sin ms se ha despedido. Y tener que esperar quince das paraconocerla!

    La gran cacera

    Junio Por fin hoy le tocaba llegar, segn los clculos- que hemos hecho

    yo y Claudio. Hemos ido a la estacin. El tren llega a las ocho. Llueve co-piosamente y los que esperamos con nuestros grandes paraguas nos aco-gemos bajo los tejados de la estacin. Se anuncia la locomotora y en elfondo del camino de fierro aparece la linterna que va creciendo a medidaque se acerca.

    Usted estar, Abel, en el andn izquierdo me dice Claudio, yo en elderecho. Mucho cuidado! Viste de negro; tiene un gran velo en la cara yun perfume penetrante Ya sabe usted, cuando suene la sirenita y memuestra un precioso aparato que silba como una vbora furiosa.

    Los ojos le brillan y las manos le tiemblan: est en un desasosiego ho-rrible. Parece un perro de caza que ha sentido la presa sin verla. Principiaa temblar la tierra y la locomotora poderosa y pujante, con el sonido desu montono campaneo, pasa en el andn ante m. Se detiene. Principiana bajar las gentes. Entonces una extraa sensacin me invade. Podr verhoy, ahora, en este momento, a la mujer de Liniers, a la rival de Egad, ala esposa enamorada del tsico? Descienden gentes de todas clases en-fundadas en sus sacos de viaje de color claro y saludando a los suyosabren el paraguas que se hincha como una cola de pavo real. Los pasaje-ros charlan un momento y principian a escaparse. Pero yo no he encon-trado a la esquiva. Se habr ido? Paso rozando, metindoles la cara atodas las mujeres vestidas de negro, mas de pronto siento el silbar de lasirena de Claudio, una, dos, tres veces y veo su cimbreante figura que si-gue por la calle central, podra asegurarlo, a una mujer. No cabe duda: esella. Voy hacia all. Claudio toma ms prisa, termina la cuadra y, ver-dadero perro de presa, hace silbar la sirena insistente, llamndome,mientras ella, la perseguida, le adelantar diez metros. Es una caceradescarada, audaz, insolente. Terminan la tercera cuadra y ya a tres me-tros, cuando yo vea a la dama, oigo chirriar los goznes de una reja y est-oy junto a l, que se lleva las manos a la cabeza:

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  • Tarde! me dice desesperado. La hemos tenido entre las manos!Era ella?Ya ve usted que s y sealndome la reja entreabierta: es la villa

    de Liniers Pero generalmente sale despus de comer a dar una vueltapor el jardn y alrededor de la villa. A las diez podremos verla unosdos minutos. Venga usted a mi casa para seguir la pesquisa

    Y, como la lluvia segua, furiosa, insistente, montona, nos dimos prisapor llegar a nuestras casas, caminando pegados a la pared uno tras otro,perdidos bajo los paraguas que nos protegan y rasgando los hilos de lalluvia nuestras sombras negras y silenciosas

    La noche oscursima. Ha cesado de llover y de la tierra se eleva unvapor tibio. Pegados a la pared, Claudio delante, llegamos a la esquinade la villa de Liniers. La casa est encendida en el fondo del jardn, pe-ro slo se ve las luces porque lo dems, todo lo dems, se pierde en unaoscuridad profunda. De pronto tras de un rbol frondoso, en el jardn,que desde la calle se ve por entre los barrotes, Claudio cree adivinar al-go. Llegamos a la reja abierta y entonces Claudio avanza hacia el jardnolfateando.

    Venga de prisa, Abel! Vea me dice en voz bajsima, inclinado so-bre unos arbustos. Vea usted cmo se agitan; acaba de escaparse! Si semueven todava las hojas! Vea sus pisadas; estn frescas. Siente usted elperfume?

    Siente usted, siente?Y l aspiraba como un hambriento y con las narices abiertas se mova

    en el camino, husmeando el aireEfectivamente yo senta el perfume que pronto se diluy en el aire de

    esa noche de caza. Tena los nervios excitadsimos. Cualquier ruido delas ramas se me antojaba hecho por ella y buscaba con la vista los rinco-nes del jardn silencioso, mientras Claudio aspiraba an el perfume yaesfumado. Volvi a anunciarse la lluvia y silenciosos abandonamos eljardn.

    Tarde! me dijo Claudio. Siempre tarde! Maana habr necesi-dad de ir al tren!

    Y por encima de las hierbas que bordean los canales bajo la lluvia cop-iosa principiaron a encenderse las lucirnagas

    Al da siguiente Quiere usted creer? He cometido la locura de levantarme tempra-

    no, a las cinco de la maana, nada ms que por satisfacer el capricho dever a esa mujer de Liniers que tanto nos ha burlado. Y a fe que no me

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  • pesara si lo hubiera conseguido. Era de noche cuando sent la sirena deClaudio que me llamaba. Muy de prisa me levant y sal vestido y bienabrigado.

    Ms ligero, ms ligero, amigo mo, podemos perder la salida deltren! me deca mientras bamos. Ms de prisa

    Mi casa dista unas diez cuadras de la estacin del ferrocarril. Habra-mos caminado la sexta cuadra cuando son el tercer aviso del tren.

    Corramos me dijo Claudio an es posible ver algo, corramos!Y emprendimos a correr. Hemos llegado. Verdad que casi me ahogo.

    Qu locura! Pero alcanzamos el tren, por lo menos le vimos partir. Yoestaba excitadsimo. Cuando pude ver tras de los vidrios a los pasajerosinstalados ya en sus asientos, busqu a la desconocida desde el andn,olvidado de Claudio. Qu impresin! A travs de una ventanilla cerradacon el vidrio solamente, cre ver una cara y un busto envuelto en gasas ytelas negras. Es ella, pens, y entonces principi a examinar, me dispusea analizar pero oh imagen movible que yo no pude ver!, antes de que talhiciera, suavemente principi a moverse el tren. Yo quise ir sobre el an-dn al lado del ventanillo hasta donde la velocidad me lo permitiera, pe-ro cuando parta el ferrocarril, sent la sirena de Claudio, corr hacia l, y,desgraciado de m, o que me deca sealndome otro ventanillo que seescapaba de prisa:

    La vio usted? Aqu all en aquel ventanillo, el tercero, ve us-ted? Haber llegado tan tarde!

    Crame usted, si hubiera estado solo me habra echado a llorar comoun nio a quien le roban un lindo juguete. Y, para sufrir menos, contn-donos nuestras desilusiones con la dama perdida, dejamos el andn si-lenciosos y pensativos: atravesamos las calles, como dos sombras en laoscuridad de la noche que mora, y nos despedimos en silencio con unapretn de manos, como dos cmplices de un mismo delito, como dosvencidos de una misma batalla, muy aprisa, para no llorar uno en pre-sencia del otro l de rabia; yo de desilusin. Al entrar a mi alcoba creque volva de un sueo; volv a acostarme y sent las sbanas fras, muyfras, pero ya usted sabe que las fiebres no me abandonan nunca, y aquelda con la lluvia de la vspera, senta arder mi cuerpo, mi sangre, micerebro.

    Cuando me abandon en el lecho los gallos saludaron al da

    El silencio y las almas

    Agosto

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  • Hoy, comentando peridicos de Europa, pregunt a Alphonsin suopinin acerca del valor oratorio de Jaurs. Alphonsin ha querido expre-sarme con los ojos algo que yo no he comprendido y, a mi insistencia, harespondido:

    Jaurs es un hombre terciario!Me ha dicho esto as, abandonadamente, como quien no quiere seguir

    hablando por no molestarse, pero, despus, en un arranque sbito, casiviolento:

    Los oradores! Los oradores, amigo mo, desaparecern pronto, cuan-do los hombres se hayan sutilizado bastante. Estis, me ha dicho, recal-cando, estis todava en un estado terminal de la lenta transformacin devuestros cerebros.

    El orador es el hombre terciario. La palabra como medio de expresar elespritu es el ms primitivo, el ms grosero, el ms animal de los mediosde que dispone el hombre para hacer creer a sus semejantes que tienealma

    Imagnese usted al hombre, en un principio, cuando la clula princip-iaba a diferenciarse en l y en los dems animales, imagnese al primerhombre, con sus brazos largos, sus pies flexibles, su piel cubierta de ca-bello. A qu recurre este hombre para manifestar que quiere algo, a otroanimal igual a l, que va a grandes saltos entre las peas? Lanza un gru-ido salvaje, amigo mo. Ese gruido es el que evoluciona a travs deltiempo, y se transforma en el discurso que, sobre cuestiones sociales, aca-ba de pronunciar M. Jaurs.

    Lo instintivo es lo animal y el lenguaje es instintivo. Pero todo no esanimalidad. Cuando el hombre terciario principia a evolucionar y a dar-se cuenta de algunas cosas se realiza en l un primer proceso psicolgico:coge un hueso de asno y hace una lnea sobre la corteza de un abeto. Estalnea terciaria, nos llega, transformada, en el perfil de la Hebe. El dibujoacusa, pues, un poco de psicologa sobre el lenguaje. Pero el hombre terc-iario sigue viendo la vida. Un da, a la orilla del ro, coge la tierra, hme-da y ve que en sus manos cambia de aspecto y crea la forma que, influen-ciada ya por el arte asirio, fenicio y egipcio, se halla en el Louvre, entran-do en el pabelln de la izquierda; sta es la Venus de Milo.

    Todos estos descubrimientos provocan en aquel hombre este juicioso ydiscreto pensamiento: Hay muchas cosas que yo no conozco. Cuandosiente el dolor, grita; cuando lo recuerda, piensa. Entonces nace un med-io de expresin superior a los otros: la msica. Vea usted a qu grandedistancia nos encontramos ahora del lenguaje. No le parece que el leng-uaje es primitivo?

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  • El orador imagnese a Dantn tiene que dominar a las masas. Imag-neselo usted, exaltado, fogoso, desmelenado y gritando furiosamente.Para convencer, tiene que levantar los brazos, ensear los puos, conges-tionarse el rostro, sudar. Y todava, al final de un fro da del brumario,marcha a la guillotina, una prueba ms de que no ha convencido. Pienseusted en esto, amigo mo. Piense adems que todas las cosas terrenas ymuchas de las espirituales giran al derredor del frgil femenino y que,gritando, a la manera de los grandes oradores, desde Demstenes hastael honrado industrial que desde un coche ofrece su panacea, no se llega ala forma intangible.

    Efectivamente, Velzquez no necesit sudar ante una multitud paradecir algunas cosas que perduran sobre los hroes de la tribuna, a despe-cho de no poderse expresar verbalmente.

    Y no me niegue usted que para ver a Monna Lisa Gioconda, hay queacercarse de puntitas, pisando despacio, para no ahuyentar esa sonrisaleve y serena. Bien, Leonardo no hablaba. Hay an ms, amigo mo. Estebuen viejo Verlaine escribi en un da gris:

    Les sanglots longsdes violonsde l'autommeblessent mon coeurd'une longueur monotone.

    Y un seor Wagner ha hecho armona de algunas sensaciones que, enverdad, valen algo ms que los discursos acadmicos de Castelar. Cuan-do usted se acerca a su amada, le dice: Yo te amo. Ella no contesta. Us-ted dice a media voz, cogindola las manos: te amo. Ella silencia, perooprime dbilmente las vuestras, y cuando las dos almas estn a un mis-mo nivel, ella inclina la frente y usted la besa en silencio. Si hay la lnea,el color, la armona, el ritmo y el gesto, para qu hablar? Convnzaseusted, amigo mo. Las palabras ahuyentan el espritu. El silencio habla alas almas, porque el silencio es bueno.

    Y call

    Sor Luisa de la Purificacin

    Mayo Con su toca blanca y su tnica negra, su palidez de lirio de vitrina

    y su fragilidad porque sor Luisa parece que va a quebrarse al menor

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  • choque es como de porcelana. Es una mstica de las flores; cuando la hevisto en veces con su pesado Cristo de plata en el pecho y su rosario,siempre llevaba presas entre las hojas del libro de oraciones, cinco o seisrosas o lirios o jazmines blancos.

    A veces me evoca a Santa Teresa de Jess con sus grandes ojeras mora-das y sus ojos en xtasis, otras a Isabel Flores de Oliva, con sus rosas ro-sadas y sus manecitas en oracin, otras a Santa Isabel de Hungra, la Isa-bel de Murillo, toda amor, bondad y belleza. Y es una santa esta tsica.Una bella santa que vaga por los senderos de rosas y por las soledadesalmicas del parque, con menos sabidura y con ms serenidad que ladoctora de vila, pero con ms aire de flor que las flores mismas. Siem-pre me parece un lirio; pero cuando tose y se enciende su cara, me pareceuna gran rosa del Prncipe.

    Ayer la vea perderse en el jardn silvestre y junto al cerro. Me parecique iba rompiendo papeles y me intrig; he recogido los trozos pero slohaba palabras inconexas.

    Debe ser muy buena porque la han dejado salir del convento con unamonja muy viejita, pero ella sola y pasea con su pesado Cristo sobre elpecho y su breviario lleno de rosas, lirios o jazmines blancos

    Versos de Alphonsin

    MayoHoy, Alphonsin me ha ledo estos versos que le envo. Son una visin

    de la ciudad. Al principio el tsico describe amorosamente su patriaporque todos los que aqu venimos, hemos renunciado a nuestras patr-ias lejanas. Enseguida se burla de los que esperan, habla de su tisis quees la muerte el gran beso de la muerte. Dice cmo va a morir, pero tie-ne el temor lrico de la nueva ciudad. l me ha dicho: Cuando venganlos fuertes, los sanos, los musculosos a buscar el metal de los cerros, yalos tsicos no vendrn. Y esos hombres sanos y rosados, torpes, ambicio-sos y buenos, profanarn el encanto y el recuerdo de nuestra ciudad. Enlos rincones donde se besan nuestros tsicos, ellos fecundarn nuevas vi-das, y en la gruta donde ora Rosalinda la triste, ellos instalarn sus maq-uinarias. En lugar de jazmineros habr chimeneas: el humo de las mqui-nas manchar la limpidez azul del cielo y el sonido estridente de las sire-nas destrozar la paz de la aldea. Y nuestras tumbas, Abel, nuestrastumbas profanadas! Sacarn nuestros huesos para quemarlos, regarn l-quidos desinfectantes, volvern a nacer las casas, y sobre la vida nuestraque pas, sobre nuestros huesos carcomidos, sobre nuestro recuerdo,

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  • edificarn su vida. Una nueva vida, grmenes nuevos, generaciones fe-cundas. Y las bandadas de hombres fuertes, enormes, musculosos y tor-pes, desfilarn como un insulto al recuerdo de nuestros cuerpos dbiles,esbeltos, flexibles y sutiles Y el agua de la vertiente que est junto a laVirgen de la gruta, ya no servir para detener la sangre de los pulmonesde nosotros, sino para alimentar los motores de instalaciones futuras

    Lea usted los versos:

    ste es como un pequeo templo de la naturaleza,una hora de silencio, un oasis de paz,una aldea de ensueo Un paisaje hecho smboloen estas tardes de silenciosa musicalidad.Aqu sollozan los vencidos y los desengaados;oran los que fugaron de la loca bacanal;los que vieron romperse en mil pedazosla endeble y fina lanza de su idealidad,y el que tena una amada hecha de ensueo y de lirioque no lo quiso besar mscuando en su rostro anmico, afilado y marchitoapareci la fnebre sonrisa de la Margarita de Duval.Aqu sonren ideandoal caballero que las ha de libertarlas amantes que esperan en sus fiebres una horaque no es la de la muerte, sino la hora medioevalde la llegada del buen prncipeque ha de venir armado y amoroso del lado del mar;pero el caballero de la muerteen una hora neblinosa, viene y las hace cabalgaren el caballo negro del Misteriollevndolas hasta el distante reino sombro de la Eternidad.Todas las tardes pasan ojerosas y ardientesante la reja enmadejada por la yedra de mi mansin de soledadhaca el remanso, silenciosas,las caras ebrias de colores, interiormente carcomidas,como manzanas, por el mal.Y un temor lrico me envuelvey sin querer me hace pensaren los grandes cuerpos musculososde los pobladores que vendrncon sus rojas cabezas y sus picas como dobles guadaas,

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  • y, manchando la limpidez horizontalcon sus enormes mquinas y sus chimeneas enormesfijarn la silueta de la nueva ciudad;abrirn las entraas de los cerros moradosy las convertirn en metal;y entonces las amadas plidas y los desilusionados,los que suean con las cosas que nunca se han de realizar,y que son el encanto de esta ciudad de ensueo,desaparecern!Aqu hay una blanca amada que en las noches de luname ha dado su negra cabellera a besar,me ha oprimido con sus brazos temblorosos y clidos de fiebres,me ha envuelto en la agona de su maly me ha hecho la promesa de sus labiospara una hora que ella dice cercana y que yo veo llegar.Me ha dicho: Cuando la naturalezase haga sentir ntimamente ms,cuando la vida en un segundo nos sonra silenciosa,cuando sea un instante de pazque envuelva como un velo nuestras almas,entonces mis labios se te ofrecernY tengo un temor lricodel instante que va a llegar.Va a ser en una hora neblinosa:por la entreabierta celosa la Dicha, muerta, va a pasary espero, espero, espero,y en esta aldea de ensueos que es como un oasis de paz,en este pequeo templo de la naturaleza,en estas horas de silenciosa musicalidad,el beso de la amada que en una tarde neblinosajunte a sus labios mis labios, celebre el gran beso inmortaly me inicie en el camino de lo insondable, de lo oscuro,en el desconocido reino del ms all,en el espacio en que las grandes almas viven,en los tres tiempos de la vida: lo que ha sido, lo que es

    y lo que ser;y espero, espero, esperola hora del Gran Beso Inmortaly un temor lrico que anuncia la llegadadel caballero misterioso que ha de perderse en el lejano reino

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  • sombro de la eternidad.

    Lo ha escrito en tinta roja; me asegura que ello no es tinta sino sangrede sus pulmones

    Elizabeth

    AgostoQu quiere usted creer que ha nacido de Margarita y Armando? Un

    alma, amigo mo, un alma, pero completamente desarrollada. Un almacon los ojos de Margarita y un modo de mirar tan hbil como el de Mar-garita; crea usted, son ojos que yo no he podido mirar, porque me pareceque detrs de ellos est Margarita misma y esto me llena de espanto. Tie-ne la nia las manos largas de Armando, los labios insinuantes de l y del cierta severidad. Esta nia no sonre, est recin nacida, est pensativa,si, amigo mo, pensativa y seria Elizabeth! Es una cosa increble. Es paramorirse de pavor.

    La nia, entre sus sedas blancas, nada pide, no se mueve; mira, miratodo, seria como si hubiera estado en una crislida y saliera de ella hechamariposa a reconocer lo que vio de gusano. Es una nia silenciosa, pliday quieta. Armando y Margarita no la dejan un instante y no quieren dar-le ama para poderla y poderse besar ms.

    Y la nia mira, mira, mira reconoce

    La ronda

    JunioHoy, despus que entr en mi casa, vino a buscarme Eduardo, el hijo

    del Cnsul. Es un muchacho moreno de amplio vestido americano, gor-do y perfectamente tsico. Si viera usted sus acuarelas! Tiene impresio-nes de viaje, dibujadas sobre la baranda del barco. Quiere que vayamos ajugar esta noche en casa de Gastn, el buen mozo, a las diez. Se jugarfuerte. Asistir.

    He llegado muy temprano, son las nueve y media y voy a dar unavuelta por la villa de Gastn, que est rodeada por los cuatro lados dealamedas enormes y frondosas.

    Muy de prisa me oculto bajo un rbol, porque veo acercarse una som-bra misteriosa y olfatear hacia el jardn. Pasa delante de m sin verme.Arroja una piedrecita a los cristales. Baja alguien y abre la reja. Entra si-lenciosamente al pabelln de la izquierda. Una aventura de Gastn. Este

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  • buenmozo! Al poco rato, entre el jardn se esfuma otra sombra, sale algu-ien; hablan, discuten. Las voces se perciben.

    No, vete, vete no!Y el que ha salido echa al visitante hacia la calle. Y luego pasa algo ho-

    rrible; se mete l y ella vuelve, pero la reja est cerrada. Entonces ella jue-ga el picaporte, pero no puede abrir; busca furiosa la manera de pasar lasrejas y se va dando la vuelta por la villa, como los lobos hambrientosen las jaulas.

    Dos sombras rondan ahora como moscardones por el castillo, arrojanpiedrecitas, se esfuman, vuelven a aparecer; mas ahora, ser posible?S Es la hija del Cnsul que se acerca y arroja piedrecitas me decidoa salir. Ya est todo silencioso. Llamo a la puerta. Sale el criado y me ha-ce pasar. Era el criado que echaba a una importuna? Era una amanteque Gastn arrojaba, lo que yo haba visto?

    Detrs de m, llegaron, sucesivamente, el Cnsul, Gastn y EduardoY durante la sesin de tresillo las piedrecitas caan en los cristales y, a

    cada una, sonrea Alphonsin y yo me imaginaba a las tsicas, sedientas,febriles, enamoradas, impacientes, rondando la villa del hombre buen-mozo, como una bandada de moscones negros, de sombras trgicas delamor, de formas indecisas, de cadveres, de aparecidos, de almas enpena

    Hoy, al atardecer, he encontrado a Alphonsin junto a la gruta. Venadel campo.

    Lindsima excursin, amigo mo: luz, aire, sembros. Y, quiere ustedcreer?, versos! y me mostr unos borradores. Baladas; va usted a or-las; pero sentmonos a ver morir el sol

    Y nos sentamos junto al arroyo, sobre la grama fresca y verde, mien-tras susurraba el agua escapndose entre las piedras del cauce. Alphon-sin ley msticamente:

    IViene de las montaasun viento froy es como sangre de las entraasde las montaas,

    el ro.

    IICesa de silbar el vientoy del mar viene la brisa,

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  • eglogal eco del cuentoque nos ha contado el viento:

    la brisa.

    IIIEl sol marchita las rosasy hace iris en las fontanasdonde rondan mariposasque han venido de otras rosas

    lejanas.

    IVVa por el caaveralla nia en pos de una rosa,carcomida por el mal;va por el caaveralsilenciosa.

    VBajo la paz de los saucescrecen la sombra y la fey el dolor abre sus fauces,bajo la paz de los sauces

    de Musset.

    VICon el Angelus la penacrece en la paz forestaly dulce llora en la quenacon el Angelus, la pena

    del zagal.

    VIILos bueyes van desuncidosy sin cargas, en descanso,inclinados y vencidos;los bueyes van desuncidos

    al remanso.

    VIII

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  • El sol lanza como un vagoresplandor. La noche empiezacomo el conjuro de un magoy hay como el perfume vago

    de tristeza

    IXCesa de silbar el vientoy del mar viene la brisa;eglogal eco del cuentoque nos ha contado el viento:

    la brisa.

    Despus, en silencio hemos visto morir el sol que, al ocultarse, pintde lila la cima de los cerros; y nos hemos perdido como dos sombras enel camino del cerco

    El mes enemigoSeptiembre!Muchas cosas nuevas. Verdad que hace tiempo que no le escribo?

    Y no lo habra hecho a no tenerle este candoroso respeto al mes que se hainiciado. Qu quiere usted, ste es un pueblo, un pas de tsicos. Un cen-tro donde concurren tsicos de todas partes y como hay cierto intercamb-io comercial, pienso en la pavorosa ciudad del porvenir, toda llena de t-sicos. Tsicos para las grandes maquinarias, para las instalaciones, paralas oficinas pblicas. Y esta ciudad me obsesiona y este mes me horrori-za. Septiembre, se tiembla!, decimos los enfermos. Es el mes final yobligado. Los que no hemos muerto durante el verano ya sabemos queen este mes plido y odiable entregaremos, en una tarde de neblina, conun pequeo ahogo, una aspiracin intensa y un crispamiento dbil, nues-tro sutil espritu. Y los que pasamos septiembre podemos estar casi segu-ros que viviremos doce meses ms.

    En esos catorce das cuntos se han ido ya! La mayor de las hijas delcnsul Cortez, Mary, fue el dos, el cinco llevamos a Bernardi y el doce ala segunda de las G. Y. Sin embargo, vengo ahora del cementerio. Hoyha sido la palomita como le decamos aqu a sor Luisa de la Purifica-cin! La vi hoy sobre su lecho de muerte, blanca, como los cirios que laalumbraban, y tena las manos cruzadas y el pesado Cristo de plata sobreel pecho. Pero creo que entre el perfume de las rosas y el olor de los de-sinfectantes fenicados vagaba un olor hmedo y descompuesto. No

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  • poda ser otra cosa, sor Luisa tena un aspecto de cadver animado y am me haca el efecto de una persona que sala, caminaba y rezaba siem-pre, pero que haba muerto haca mucho tiempo.

    La ltima vez que la vi, coga lirios blancos en su jardincito. Ella mesonrea siempre, me trataba con esa familiaridad de las gentes que se hanconsagrado a hablar con los dioses y los santos.

    Oh, Abel! Cmo est usted? Ve usted qu hermosos lirios blan-cos? Son los ltimos que quedan en el jardn En este mes de sept-iembre ya no salen, y los que se atreven a salir se tuestan Son stos losltimos!

    Y sonrea serficamente. Todos saban que jams habl con nadie y erala primera vez que hablaba conmigo. Se sonrea como una virgen, todavestida de negro, con su toca blanca, evocando a Santa Teresa, pero unaSanta Teresa buena, una Santa Teresa sin sabidura, que no escriba orac-iones, pero que las sugera. Su voz apagada, llena de dulcedumbre, nopareca humana. Era apacible, inocente, blanca. Y su cuerpecito surgaentre los arbolillos como una visin de ensueo. Aquel da no era ella laque hablaba. Por sus labios hablaba la tarde sin sol, serena y fresca; ha-blaba el azul inmenso del cielo; hablaba la brisa que agitaba las hojas; ha-blaba la tierra santa, buena y generosa; hablaban los jazmines y los liriosblancos. Y entre los pliegues del lino de su pecho, la gran cruz simblicatenda sus brazos amorosamente. Cristo agonizaba en marfil con un su-premo gesto de dolorosa resignacin, su cuerpo extenuado, sus nerviostirantes y su cabeza divina de amor, inclinada bajo el peso de la coronade espinas que haca sangrar su frente. Los ltimos bros, las ltimas flo-res, los ltimos das!

    Qu da es hoy?

    SeptiembreY hoy, cuando vi a Sor Luisa en su lecho de muerte, me pareca en-

    contrar en su rostro esa serfica sonrisa, porque tena como aquella tar-de, entre las manos, un puado de lirios y sobre los pliegues inmvilesdel lino que cubra su pecho, el Cristo agonizante en marfil sobre la cruzde plata. Y ahora me pareca que Sor Luisa se haba dormido, pero que elCristo sonrea

    Qu da es hoy?, qu hora es? No lo s. Cuando me acost haba enel velador un jarro de rosas del Prncipe y ahora los ptalos riegan elmrmol y los clices se secan. Cunto tiempo he dormido? No he soa-do en nada. Haba un silencio absoluto en todas las cosas, y, ahora, que

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  • estoy despierto, el silencio sigue. Nada alegra esta vida montona. Ver-dad que estamos a fines de septiembre y ya no quedan flores en los jardi-nes que han principiado a secarse.

    Una niebla espesa lo invade todo y los objetos, las cosas, los tejidos seconfunden en el gris de este da ttrico. Salgo y no hay nadie. La plazaque es inmensa est despoblada y sopla el trgico viento de estas tardesmisteriosas y fras de septiembre. Septiembre! Los jardines secos y tosta-dos, las tardes grises, los tsicos arropados y temerosos en el rincn desus alcobas. Veo venir ahora, por el lado del puente viejo, un hombre.Quin? Viene de prisa. El trgico viento le arrebataba las telas de la ca-pa, como al Dante, en el Infierno. Se acerca, ah! es Mariguard. Marig-uard que quiere hacernos creer que no est tsico.

    Cmo est usted, Mariguard?Bien. Ahora he salido a gozar de esta tarde gris El bautizo

    Septiembre Amigo mo, nos preparan una gran fiesta. Qu sorpresa! Figrese

    que harn el bautizo de Elizabeth, Armando y Margarita, y apadrinarnLiniers y su seora autntica, la dama desconocida. Va a ser una fiesta tr-iunfal porque ser ms alegre que la del matrimonio. Slo la mujer de Li-niers y, dentro de ese tiempo no s si Margarita, Armando y la pequeaElizabeth, es decir, no s si todos estaremos vivos. Porque esta astuta dela Liniers para venir a la fiesta no quiso venir la ltima quincena. Se estarreglando la villa de Margarita con todo gusto. Han hecho poner sur-tidores y fuentes en el jardn y los han llenado de pececillos; en fin, pre-parativos para el gran da.

    Pero habr que darse prisa porque si no, crea usted que no habr qu-ien asista. Ayer llevamos al cementerio a Federico, el buen mozo, y e