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101 PERSONA Y SOCIEDAD / Universidad Alberto Hurtado | Vol. XXV / Nº 2 / 2011 / 101-123 Cuerpos en confrontación. Hacia un análisis del cuerpo y las emociones en la manifestación política en Chile neoliberal Sergio Urzúa* RESUMEN Este trabajo se centra en la relación existente entre la represión como procedimiento disciplinario, en tanto moldea y encauza a los cuerpos a aceptar el orden social dominante, y las emociones que surgen cuando los cuerpos se ven confrontados en el marco de una manifestación política. Se sostendrá que, en dicha confronta- ción, los cuerpos materializan emociones que tienen su origen en la legitimación política de la violencia que el Estado chileno ha realizado históricamente, lo que se convierte, frente a la posibilidad de subvertir el orden, en la emergencia de dos complejos de emociones: rabia-miedo y alegría-rebeldía. Palabras clave Represión, cuerpos, emociones, disciplinamiento, manifestaciones políticas Bodies in confrontation. Towards an analysis of the body and the emotions in political manifestations in Neoliberal Chile ABSTRACT is work focuses on the relationship between repression as a disciplinary process, insofar as it molds and directs bodies to accept the dominant social order, and the emotions that arise when bodies are confronted within the framework of a political demonstration. e article argues that in such confrontation, bodies will materialize emotions that originate in the political legitimization of violence historically carried out by the Chilean State, which lead when confronted by the possibility of subverting order, to the emergence of two complex sets of emotions: rage-fear and joy-rebellion. * Profesor de Estado en Filosofía Universidad de Santiago de Chile, magíster (c) en Sociología Universidad Alberto Hurtado. Correo electrónico: [email protected].

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el articulo examina el problema del cuerpo y las emociones en el contexto de la protesta política

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101PErSONa y SOcIEdad / Universidad alberto Hurtado |

Vol. XXV / Nº 2 / 2011 / 101-123

cuerpos en confrontación. Hacia un análisis del cuerpo y las emociones en la manifestación política

en chile neoliberal

Sergio Urzúa*

rESUMEN

Este trabajo se centra en la relación existente entre la represión como procedimiento disciplinario, en tanto moldea y encauza a los cuerpos a aceptar el orden social dominante, y las emociones que surgen cuando los cuerpos se ven confrontados en el marco de una manifestación política. Se sostendrá que, en dicha confronta-ción, los cuerpos materializan emociones que tienen su origen en la legitimación política de la violencia que el Estado chileno ha realizado históricamente, lo que se convierte, frente a la posibilidad de subvertir el orden, en la emergencia de dos complejos de emociones: rabia-miedo y alegría-rebeldía.

Palabras claveRepresión, cuerpos, emociones, disciplinamiento, manifestaciones políticas

bodies in confrontation. towards an analysis of the body and the emotions in political manifestations in Neoliberal chile

abStract

This work focuses on the relationship between repression as a disciplinary process, insofar as it molds and directs bodies to accept the dominant social order, and the emotions that arise when bodies are confronted within the framework of a political demonstration. The article argues that in such confrontation, bodies will materialize emotions that originate in the political legitimization of violence historically carried out by the Chilean State, which lead when confronted by the possibility of subverting order, to the emergence of two complex sets of emotions: rage-fear and joy-rebellion.

* Profesor de Estado en Filosofía Universidad de Santiago de Chile, magíster (c) en Sociología Universidad Alberto Hurtado. Correo electrónico: [email protected].

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Sergio Urzúa

KeywordsRepression, bodies, emotions, disciplining, political demonstrations

el hecho de que la gran mayoría de la población acepte, y sea obligada a aceptar esta sociedad,

no la hace menos irracional y menos reprobable Marcuse, el hombre unidimensional

Presentación

El presente trabajo es una reflexión teórica que da cuenta de las emociones que emergen al confrontarse los cuerpos en el marco de las protestas y manifestaciones políticas en la última década en Chile. Esto, teniendo como condicionante los mecanismos de represión que han operado para asegurar “la paz y la tranquili-dad social”, objetivos de la doctrina del Estado portaliano vigente hasta nuestros días. Así, la pregunta que guiará el trabajo es la siguiente: ¿cómo se relaciona la represión dirigida hacia los cuerpos en la historia de Chile, con la emergencia de determinado tipo de emociones en las protestas y manifestaciones políticas? Dicha discusión tiene como punto de partida el reconocimiento de la construc-ción social de las emociones y la capacidad de los cuerpos para materializarlas. De este modo, el objetivo que aquí se persigue es describir la relación que existe entre la historia de las manifestaciones políticas en Chile (a la luz de una represión institucionalizada y descarnada) y las emociones que se vivencian a través de los cuerpos confrontados en las manifestaciones políticas en el Chile neoliberal. Esto no supone una comprensión reduccionista de los procesos internos a los procesos histórico materiales, más bien apunta a entender la influencia de estos últimos en la emergencia de un complejo de emociones que, para el autor, constituyen una aproximación significativa al conocimiento sobre el carácter de la protesta y de las manifestaciones políticas en Chile.

Para entender las emociones que surgen en la manifestación política mediante los cuerpos,1 es necesario reconocer que, como construcción social, las emociones están condicionadas por una historia colectiva; en este sentido, ellas “participan de

1 Los cuerpos materializan y hacen visibles las emociones. Nuestro conocimiento respecto de ellas es in-directo y relativo, ya que sólo accedemos a las emociones mediante la interpretación que hacemos de los cuerpos.

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un sistema de sentidos y valores que son propios de un conjunto social” (Fernández 2010:85), que en el caso de Chile y para los efectos de este trabajo, remite a una represión institucionalizada que ha sido naturalizada2 por los sectores dominados, producto de las derrotas que ha enfrentado el campo popular (política, social, ideológica y militarmente), y que tiene su clímax con la instauración del modelo neoliberal en Chile.

Un análisis desde el cuerpo y las emociones permite entender cómo la represión constituye un procedimiento disciplinario, que posibilita la formación de cuerpos dóciles, manejables y obedientes. Así, la represión como disciplina, moldea y en-cauza al cuerpo dominado hacia un comportamiento funcional a los intereses de los sectores dominantes, y permite la apropiación y uso de las fuerzas de aquellos que son sometidos. La disciplina, dirá Foucault, “no puede identificarse ni con una institución ni con un aparato. Es un tipo de poder, una modalidad para ejercerlo” (2008:248).

A la luz de estos elementos se realizará en estas páginas un breve análisis histórico-social de las manifestaciones políticas en Chile y se describirá cómo la represión o ‘violencia estatalizada’ (Salazar 2010) se ha constituido en un elemento protagónico desde la conformación del Estado en Chile, dando cuenta de su im-pacto en la construcción de las emociones que emergen en aquellos cuerpos que expresan el malestar a partir de acciones colectivas de protesta.

Así, se tomarán intencionadamente tres momentos históricos, que se consideran demostrativos de la forma en que la represión se in-corpora en los cuerpos. Este disciplinamiento se expresa en el autocontrol, en la justificación y en la acepta-ción de su estado de exclusión y marginación. En primer lugar, encontramos la conformación del Estado portaliano y la militarización del Estado; en segundo, la cuestión social y el disciplinamiento del cuerpo obrero; y por último, la lucha contra la dictadura de Pinochet y el disciplinamiento del cuerpo popular. A conti-nuación se analizan los procesos de normalización y naturalización de la represión, elemento principal en la configuración disciplinaria; esto, a partir de la relación entre el ‘cuerpo represor’ y el ‘cuerpo reprimido’, como ‘sujetos’ del poder en el marco de las protestas y manifestaciones políticas. Para finalizar se expondrá el ‘malestar’ de los cuerpos que se confrontan, y de qué manera estos, frente a las posibilidades de subvertir el orden, materializan un complejo de emociones, las que se ilustrarán a partir de dos ideas: rabia: ‘puños y dientes apretados’, y alegría: ‘reencuentro y rebeldía’.

2 Los procesos de naturalización y normalización implican una posición pasiva e irreflexiva frente al mun-do, de aceptación de la realidad y de renuncia a la posibilidad de transformación de esta.

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represión y violencia política hacia los cuerpos

El cuerpo hace inteligibles las emociones. Es en la inmediatez de este donde se develan las emociones y se presentan al ‘otro’, razón por la cual nuestra existencia es eminentemente corporal, ya que “lo que sabemos del mundo lo sabemos por y a través de nuestros cuerpos” (Scribano 2009:144). El cuerpo es atravesado por acontecimientos, los que son experimentados a partir del marco cultural donde el sujeto se ha vinculado socialmente. Las emociones emergen de las significaciones dadas por los individuos a las circunstancias que enfrenta. Le Bretón dirá que “las emociones nacen de una evaluación más o menos lúcida de un acontecimiento por parte de un actor nutrido con una sensibilidad propia; son pensamientos en acto, apoyadas en un sistema de sentidos y valores” (Le Bretón 1999:11). En otras pala-bras, los acontecimientos impactan en los sujetos y generan movimientos, gestos, posturas, desplazamientos, miradas, etc., que no son neutros, sino que manifiestan valoraciones respecto de la situación vivenciada, y pueden ser inteligiblemente leídos por quienes comparten las significaciones culturales del sujeto emisor.

Así, la conducta se supedita a los esquemas de experiencias que posean los sujetos frente a una situación determinada. Le Bretón afirma que “la emoción es la resonancia propia de un acontecimiento pasado, presente o futuro, real o imaginario, en la relación del individuo con el mundo” (Le Bretón 1999:105), lo que refuerza la idea de que las emociones están social y culturalmente moldeadas, ya que la manera en la que impactan los acontecimientos está en directa relación con la interpretación que el sujeto realiza (a partir de la simbólica social adoptada mediante los procesos de socialización) de los acontecimientos. Dicha interpreta-ción modifica la relación que el sujeto tiene con el mundo, ya que incide sobre su conducta y comportamiento.

Lo anterior permite una aproximación para comprender cómo la represión aplicada en protestas y manifestaciones políticas se presenta como un acto nor-malizado en la sociedad chilena, en la cual emergen determinadas emociones que se expresan en determinados comportamientos (gestos, movimientos y miradas) cuando los miembros de una sociedad se ven en la necesidad de expresar su ma-lestar, por ejemplo, en una protesta política.

Para hablar acerca de la represión en las manifestaciones políticas en Chile, es necesario remitirse a la conformación del Estado, y a la vigencia que tiene la doctrina portaliana de “orden y paz social”, así como al papel que esta le asigna a la represión. Es el mismo Portales quien ilustra esto cuando afirma “Palo y biscochuelo, justa y oportunamente administrados, son los específicos con que se cura cualquier pueblo, por inveteradas que sean sus malas costumbres” (Grez

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1995:61; carta de Diego Portales enviada a Fernando Urízar, Santiago 1 de abril de 1837). La represión ha sido en Chile, entre los siglos XIX y XX, el instrumento utilizado por los sectores dominantes para cercenar y disciplinar, primero al cuerpo obrero y luego al cuerpo popular, de modo de asegurar sus privilegios y limitar las posibilidades de subvertir el orden social artificialmente creado, del cual, sin lugar a dudas, las elites obtienen los mayores dividendos. Así, estas se han contentado con “repetir y reponer una y otra vez la vieja teoría del ‘orden público’, ‘la defensa de la democracia’, los ‘valores de la cultura occidental’, etc.” (Salazar 2003:155), que hace que, hasta el día de hoy, no nos resulte extraño escuchar a ministros, intendentes, comandantes de policía, noticieros y prensa en general, señalar que “carabineros tuvo que actuar para controlar la situación” o “Fuerzas Especiales tuvo que intervenir para restaurar el orden”.

La historia de las protestas y manifestaciones políticas en Chile es una historia de represión, que impacta en los participantes, generando emociones que se mate-rializan en los cuerpos cuando estos se confrontan cuerpo-a-cuerpo en el ejercicio de la violencia estatalizada.

Es por esto que un análisis histórico-social de las protestas y manifestacio-nes políticas en Chile debe considerar la represión como elemento de control y mantención del orden. Esto, tanto por medio de acciones directas de violencia como por indiferencia política. Esta última “funciona como una condena de desaparición, pero también como orden de silencio, afirmación de inexistencia, y, por consiguiente, comprobación de que de todo eso nada hay que decir, ni ver, ni saber” (Foucault 2002:9). Ambos tipos de represión han sido puestos en prác-tica por el Estado chileno y las clases dominantes, cuando han sentido “temor a perder privilegios ilegítimos frente al único juez capaz de denunciar y condenar históricamente a los violadores de la soberanía popular” (Salazar 2003:262).

Asumir la construcción del Estado portaliano es asumir la premisa del orden y del progreso impulsada por las elites, para las cuales cualquier intento por romper el orden hegemónico implica al trasgresor un estigma que lo hace ‘desacreditable’ (Goffman 1989:56). Salazar dirá que “la historia como construcción de sistema, se agotó con el establecimiento del Estado portaliano, en el siglo XIX, lo que ha venido después de esta culminación, sólo ha sido o podría ser histórico en la me-dida que contribuya a la estabilidad de ese sistema.[…] No sería ‘histórico’ sino ‘subversivo’” (Salazar 2003:149).

José Victorino Lastarria, en 1849 (más de un siglo y medio atrás), realizaba el mismo análisis, y escribía en un artículo en la Revista de Santiago (tomo III), el que llamó alegóricamente “El manuscrito del Diablo”:

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La clase privilegiada pone en acción todos los medios sociales en cuanto le conviene a su defensa y conservación: arrogándose la tutela del pue-blo, manifiesta desear mucho su progreso, pero no hace jamás por él todo lo que desea. Poseída como está del gobierno, muestra propender el engrandecimiento y respetabilidad de la nación, pero cifra el engran-decimiento en el orden y hace consistir el orden en conservar todo lo que existe, en no reformar y en no admitir nada de nuevo ni en ideas, ni en administración, ni en política, ni en personas. (Grez 1995:108)

Se trata de un orden que asegura los privilegios de una elite; es esta la real necesidad de conservar tal orden y de reprimir los intentos por quebrantarlo. La represión se dirige a quienes sufren la explotación y marginación, como declara Bilbao cuando se refiere al pueblo, señalando que este “llena las cárceles, abastece el cadalso, gime en los carros, soporta insultos, trabaja para el cura, para el estado y para el rico, no tiene conciencia de su individualidad ni de su posición social y está animalizado por el trabajo” (Grez 1995:14). Son precisamente estos sectores explotados los que necesitan y pujan con más fuerza porque se concreticen transformaciones en sus condiciones de vida, lo que hace de ellos un blanco permanente de la represión. Salazar señala que estas clases, en tanto “‘necesitada’ es una mayoría que está dis-puesta a presionar más consistentemente que ningún otro sector para reformar o derribar el sistema nacional” (Salazar 2003:152).

El Estado portaliano se construye sobre la promesa de que las condiciones del pueblo mejorarían en tanto creciera la riqueza del país y se extendieran las ‘luces’ y la educación. Sin embargo, las elites no podían cumplir esta promesa, ya que sobre las diferencias estructurales descansaban, precisamente, sus privilegios de clase. Es el mismo Portales quien señala la ventaja que significa mantener al pueblo en la miseria material y espiritual: “la sumisión, atraso e ignorancia seculares del pueblo; aseguraban en Chile el orden social […] y porque no tenemos hombres sutiles, hábiles y cosquillosos: la tendencia casi general de la masa al reposo es la garantía de la tranquilidad pública” (Grez 1995:58; carta de Diego Portales enviada a Joaquín Tocornal, Valparaíso 16 de julio de 1832). De esta forma, la represión en la historia de Chile ha sido funcional a la mantención de los privilegios.

Como era de esperar, nunca llegaron las mejoras en las condiciones de vida del pueblo, promovidas por la doctrina portaliana, lo que provocó un aumento y agudización del malestar, y con esto la aparición del conflicto social.

A finales del siglo XIX, y principios del XX, las protestas y manifestaciones políticas en Chile estuvieron avocadas a las luchas de las masas trabajadoras por mejores condiciones de vida y trabajo. Así, la “emergencia de la cuestión social y

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las luchas políticas reivindicativas de las clases sociales dominadas y explotadas dentro del orden oligárquico [vinieron] a desestabilizar la armonía y la paz so-cial ‘tan arduamente construida’ a partir de la ideología del orden y el progreso” (Roitman 1998:174).

Las primeras manifestaciones sociales y políticas en Chile surgieron en los centros mineros, puertos y ciudades. Grez entrega una imagen de aquellas: “cada plaza, cada barrio, cada calle, era un centro de gente amotinada en donde oradores improvisa-dos hacían uso de la palabra, explicando cada cual lo que pasaba, comentando a su modo y proponiendo este plan o aquel otro” (Grez 1997:735). Los artesanos y obre-ros eran los protagonistas, y las mutuales, sus organizaciones, las que derivaron en mancomunales o sociedades de resistencia. Estas formas de organización aceleraron el quiebre de los sectores obreros y explotados en relación con las elites dominantes.

Los sectores obreros tuvieron que resolver sus requerimientos a través de la or-ganización comunitaria, las protestas y las manifestaciones políticas, generando un nuevo sentido de pertenencia, a través de determinadas acciones. Amartya Sen explica que un “sentido de pertenencia fuerte –y excluyente– a un grupo puede, en muchos casos, conllevar una percepción de distancia y divergencia respecto de otros grupos. La solidaridad interna de un grupo puede contribuir a alimentar la discordia entre grupos” (Sen 2007:23). Así, al activar redes de solidaridad, los obreros reconocieron el poder transformador que tenían sobre sus condiciones de explotación y miseria.

De esta forma, se impuso la huelga como instrumento para el logro de las demandas laborales y sociales. Es en este momento cuando comienza a dejar de tener sentido la ideología del orden y el progreso oligárquico para los sectores obreros. La ruptura se produce cuando los actores entienden que la única forma de terminar con sus carencias es por medio de la acción propia (clase para sí). La dominación, señala Salazar, “viola la condición innata de todo sujeto, la búsqueda de su autonomía. Producto de ello, el movimiento social popular reacciona, lu-chando en contra de la subordinación, resistiéndola de diversas maneras, algunas visibles y otras no tanto” (Salazar y Pinto 1999:98).

Esta noticia no fue bien recibida por los sectores dominantes que veían que el orden que se habían construido a sí mismos peligraba. Grez señala que se impulsó, así, una estrategia de “guerra preventiva contra el enemigo interno” (Grez 2007:8), que tiene su corolario en diciembre de 1907, con la matanza de la Escuela de Santa María de Iquique, la que serviría como ejemplo para quienes quisieran imitar la determinación de los pampinos.3 Así, “la acción puntual de guerra preventiva en

3 La estrategia de guerra preventiva contra el enemigo interno será aplicada nuevamente por parte de la oligarquía en el golpe militar de 1973.

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Iquique había dado sus frutos. El movimiento obrero entraba en un prolongado reflujo que debía ser aprovechado por la elite: la asistencialidad, la incipiente legisla-ción social

y otras medidas de cooptación ocuparían un lugar central en la estrategia

de contención del mundo popular por parte de la clase dirigente” (Grez 2007:9). La represión utilizada por la oligarquía logró someter al cuerpo obrero a la ex-

plotación, el miedo y la dependencia. Fue una represión sangrienta y descarnada, que no le permitirá ponerse de pie, al menos hasta finales de la década de 1960.

Esta forma de represión será una práctica común de las clases dominantes cuando sientan amenazados sus intereses:

Así, la represión con violencia física y sangrienta que ha sido puesta en marcha han revestido distintas formas. Una de ellas ha sido la repre-sión como “conservación del orden público”, tal vez la más frecuente y reconocida por las élites. A través de la declaración de estados de sitio o de emergencia, y en aras de la mantención de la paz pública, las elites han movilizado a la policía y el ejército para desbaratar con durezas las manifestaciones masivas de descontento. (Salazar 1999:25)

En este sentido, las estructuras de poder durante el período oligárquico se ca-racterizaron por un elevado grado de violencia social y de violencia política. Así, durante un tiempo, “la tranquilidad pública [estuvo] garantizada por la barbarie misma que [predominó] en la sociedad” (Jocelyn-Holt 1997:194). La violencia logró disciplinar al cuerpo obrero.4 Mediante la ley 4.057, aprobada en 1924, se consiguió la institucionalización de los conflictos laborales. Así, la entrega de ‘voz’ a los trabajadores, por medio de los sindicatos, implica un espacio de acción controlado, limitado, ordenado y vigilado, que posibilita la cooptación y la instru-mentalización política de los dirigentes en pos de la mantención de los privilegios de los sectores dominantes.

El golpe militar de 1973 marcó un nuevo repliegue por parte de los sectores explotados. A partir de ese momento comenzó una nueva oleada de represiones. Luego de la absorción de las experiencias límites, la superación de la ruptura histó-rica y el shock inicial, los sectores populares pasaron del diálogo introspectivo a la acción directa y de resistencia frente a las transformaciones neoliberales impulsadas

4 Otra manera de disciplinamiento es la que se presenta en el trabajo desarrollado por Catalina Labarca (2009): “Todo lo que usted debe saber sobre las enfermedades venéreas”. Allí, la autora da cuenta de la implementación, por parte del gobierno, de un programa de educación sexual a través del cual se difundi-eron nuevos conceptos de salud, enfermedad, feminidad y masculinidad, lo que impactó en la confor-mación de un imaginario colectivo, que entregó al Estado una efectiva herramienta de control social.

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por el gobierno militar. Respecto del liberalismo económico, Roitman sostiene que su objetivo es “impulsar las reformas del Estado para hacer compatible su modernización con la propuesta de modernización neo-oligárquica y excluyente. Se trata de articular el cambio en las estructuras sociales y de poder con un nue-vo tipo de racionalidad política sometida a los parámetros de una economía de mercado” (Roitman 1998:65).

Sin duda, los cambios más significativos vienen de la mano con la forma del sindicalismo, ya que en la Unidad Popular se pasó desde la reivindicación sectorial a un planteamiento de cambio radical de la estructura político social, razón por la cual el cuerpo obrero fue duramente castigado, atomizado y desmembrado luego del golpe militar de 1973.

Salazar y Pinto presentan la crisis sindical de la década de 1970 en Chile, en dos fases: la primera, de 1973 a 1979, en donde se aplica una “‘legislación de emer-gencia’, bajo los requerimientos de la ‘seguridad nacional’, en donde se fortaleció la empresa privada, y se evitó la eclosión de protestas populares en contra de las políticas de shock neoliberal” (1999:123). Esto, sumado a la disminución del gasto fiscal, que impacta negativamente en la calidad de los servicios (salud y educación), y a las privatizaciones que provocan desempleo e incapacidad de presionar por medio de la huelga, comienza a conformar una nueva subjetividad y a preparar el campo para la reacción de los sectores populares. La segunda fase que describe Salazar refiere al plan laboral estructurado por el régimen de Pinochet, para hacer frente al posible boicot patrocinado por la AFL-CIO (poderosa central sindical estadounidense), que obligó al gobierno a negociar un plan que incorporara la organización sindical, la negociación colectiva y los contratos de trabajo, lo cual sólo logró deslegitimar aún más el modelo económico al cual aquel adscribía.

Esta crisis de sentido y legitimidad, provocada tanto por el régimen como por el modelo económico imperante, hizo posible la reconfiguración del movimiento popular hacia la década de 1980, lo que permitió hacer frente a las transformaciones de las estructuras, que se habían levantado y mantenido únicamente gracias a la instauración del miedo entre la población. Sin embargo, a medida que el miedo se debilitó,5 el movimiento social-popular6 se pudo reorganizar.

5 La actuación de los sindicalistas fue fundamental para desmontar el pánico a la represión, después de diez años de ‘orden’ y silencio. El movimiento sindical reafirmo así su tradicional autonomía respecto del Estado. Ver en Salazar y Pinto (1999:125).

6 El concepto alude a ‘movimiento’, ‘acción’, ‘actividad’; supone que los actores históricos (en este caso los sujetos populares) se movilizan con el objeto de transformar una realidad considerada adversa o, por lo menos, problemática. Ver en Salazar y Pinto (1999:97).

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La expresión de las protestas y de la manifestación política es, en este marco, de ‘violencia política-popular’ (Salazar 2006), caracterizada por marchas, desmanes y violencia callejera, la que otorga a los sectores menos poderosos y organizados de la sociedad altos niveles de protagonismo. Salazar y Pinto señalan que “estos hechos de violencia política popular son la expresión de protesta del mundo popular ante las tendencias deshumanizantes de la modernización liberal” (1999:126). Se puede afirmar que esta expresión de malestar radica en la negación absoluta de los poderes supletorios del Estado, en tanto este es incapaz de satisfacer las demandas más mínimas, como es el derecho a la vida.

La transición a la ‘democracia’ en Chile fue la respuesta a las presiones que realizaron los sectores populares y sindicales. La clase política que se oponía al régimen se apresuró a conversar con este, frente a la ‘revuelta de los pobladores’, de modo de buscar un gobierno civil que restableciera y asegurara la legitimidad social. Esta transición operó a partir de los partidos políticos, y restringió a las organizaciones sociales de base, ricas en experiencias de autogestión y socialización del poder. Asimismo, el plebiscito de diciembre de 1988 se tradujo en una desva-loración de la acción directa y de la violencia político-popular como herramienta para subvertir el orden y para lograr mejores condiciones de vida en los sectores populares. De esta manera, las elites nuevamente someten a la explotación, la miseria y la dependencia a la mayoría de la población chilena, con el argumento de que la “seguridad y la paz provienen de un orden legítimo, del equilibrio de los poderes, de la contención de las diferencias” (Güell 2009:31). Para Salazar, “la conciencia social e histórica del bajo pueblo tiende, así, a girar en círculos en torno a una misma y larga identidad cargándose una y otra vez de energía rebelde” (Salazar 2003:154); y es precisamente este ciclo (aprendizajes y conocimientos) el que posibilita nuevos procesos de emancipación.

La posibilidad de emancipación de los cuerpos oprimidos entra en conflicto con la tendencia de los sectores dominantes a reforzar y renovar permanentemente la imposición al conjunto de la sociedad del “orden legal y tranquilidad requeridos por las transacciones mercantiles” (Salazar 2010:86). Así, una red de estrategias de poder, de corte disciplinario, se dirige hacia los cuerpos para posibilitar el desarrollo y evolución del capitalismo.

disciplinamiento y naturalización de la represión

Para que la doctrina portaliana de “orden y paz social” perdure, es necesario que ocurran dos procesos: el primero corresponde al disciplinamiento de la población

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y el segundo, a la naturalización de la violencia política. Para Foucault, esto ocurre cuando los sujetos reproducen “por su cuenta las coacciones del poder; y las ponen en juego espontáneamente sobre sí mismos” (Foucault 2008:235).

En el marco de una sociedad disciplinaria, la represión funciona como un meca-nismo de corrección que busca integrar a los sujetos ‘desviados’ al ‘progreso social’. Para conseguir esto es necesario que instituciones racionalicen dichos esfuerzos, en un proceso de diferenciación de la esfera política; así, la violencia aplicada contra las protestas y manifestaciones se entenderá como una lucha contra la barbarie, para asegurar el ‘progreso’ democrático. He aquí el origen de la despolitización de la violencia. Esto queda de manifiesto en la idea del poder de policía, que se entiende como la “facultad del Estado de restringir los derechos de las personas en relación con los derechos de los demás” (Carabineros de Chile 2010:77).

De esta forma, la disciplina integra un conjunto de instituciones de distinta índole, y las hace converger en un sistema de sumisión y de eficacia que propende al orden social y político. Le Bretón afirma que “todo orden político se produciría conjuntamente con un orden corporal” (2002:83), por lo que para garantizar el orden político es condición necesaria el disciplinamiento de los cuerpos.

En la dialéctica interna de la represión se requiere un cuerpo represor y un cuerpo reprimido. El cuerpo represor se encarna en la policía, que se define según la ley 18.961 (Ley Orgánica Constitucional de Carabineros) como “cuerpos armados, esencialmente obedientes y no deliberantes, profesionales, jerarquizados y disci-plinados”, el que se confronta con un cuerpo-a-reprimir, sospechoso y peligroso, que moviliza emociones, las que se alimentan de la historia colectiva e individual de los sujetos confrontados. Le Bretón señala que “la afectividad se entrelaza con acontecimientos significativos de la vida colectiva y personal […] una interpre-tación de los hechos según una clave moral específica” (Le Bretón 1999:109). Ya en 1850, en la editorial del Amigo del Pueblo, se leía: “pudiera haber una policía mejor servida y tal vez más económica, sin que sirviese únicamente para mantener e inspirar al pueblo el odio más profundo contra la autoridad” (Grez 1995:87). En este sentido, la represión no se sufre, sino que se interpreta al alero de una comunidad social determinada.

En la manifestación política en Chile, la confrontación de los cuerpos se vivencia como una amenaza, ya sea a la identidad, los valores, la cultura, los intereses que se representan o, simplemente, la vida. La confrontación expone al cuerpo al dolor, lo que implica la emergencia de una serie de emociones que tienen sentido a partir de la acumulación de experiencias (vivenciadas, internalizadas) de quienes se confrontan.

Pese a que la confrontación de los cuerpos puede adquirir niveles de violencia explícita, que devienen de la materialización de las emociones más encontradas,

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su intensidad “queda contenida dentro de un esquema previsible aun si los actores presentes actúan hasta el límite de la resolución física del conflicto” (Le Bretón 1999:134). Incluso en las manifestaciones políticas existe una moderación de las emociones, una controlada expresión del malestar, ya que resulta riesgoso exponerse a un juicio desfavorable por parte de una comunidad disciplinada.7 Esto funciona de la misma forma entre aquellos encargados de ejercer el poder represivo. Tanto el cuerpo reprimido como el cuerpo represor se encuentran sujetos al poder, se encuentran disciplinados. De esto da cuenta el Reglamento de Serenos de 1841, que desde ese entonces regulaba la represión, en tanto “permitía el empleo de las armas sólo en caso de defensa propia o de fuga del preso, y regula por primera vez el uso de la fuerza, particularmente respecto al detenido” (Carabineros de Chile 2010:32). La sociedad moderna se dota de instituciones para ‘regular’ la violen-cia; así, el marco del derecho entrega a los individuos la posibilidad de estar más “protegido de una agresión procedente de otros, pero como contrapartida queda sometido a una represión de sus pulsiones, a un uso moderado de su odio, su ira y su violencia” (Le Bretón 1999:125). De esta forma, en la sociedad moderna se funda un nuevo tipo de relaciones, la que tiene como principio la “regulación global de emociones, y una renuncia a los impulsos” (Porzecanski 2008:49).

La confrontación de los cuerpos reprimidos y represores se funda en la iden-tificación de roles, de los cuales el cuerpo habla, ya que “cada movimiento, cada gesto, por más pequeño y simple que sea, da cuenta de un orden del cuerpo que es orden social y moral singular” (Tijoux 2007:5). La identidad social se hace inteligible a través de los signos corporalizados.

En este sentido, la mirada formula un juicio de valor, aprueba, desaprueba, entrega existencia, la niega o la suspende, intimida, seduce, identifica y reúne. Le Bretón afirma que “en el interior de una misma comunidad social, las manifesta-ciones corporales y afectivas de un actor son virtualmente significantes a los ojos de sus interlocutores; están en resonancia mutua y se remiten unas a otras a través de un juego de espejos infinitos” (Le Bretón 1999:117).

La mirada del cuerpo represor funciona para identificar al cuerpo sospechoso de poseer mala reputación (quebrantar el orden), captando a los individuos “cuyos antecedentes y reputación los convirtieron en sospechosos, e incluso en ‘buscados’ por la justicia” (Goffman 1989:88).8 En una manifestación, donde no es posible controlar a todos los asistentes, la mirada represora buscará “la identidad social

7 Un ejemplo de esto es la crítica a la acción directa y la autodefensa en las manifestaciones políticas, incluso de parte de los sectores reprimidos.

8 En el marco de una sociedad disciplinada, en las manifestaciones políticas en Chile, la ‘capucha’ funciona como un elemento inmunizador de la mirada represiva. Ver Foucault (2008).

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de las personas que están con el individuo como fuente de información sobre la identidad social de ese sujeto en particular, basándose en el supuesto de que él es lo que los otros son” (Goffman 1989:63).

Existe una serie de estrategias que permiten descubrir la identidad social de un individuo, y con esto establecer si se puede considerar ‘peligroso’ de atentar contra la tranquilidad y el orden social. Goffman llama ‘reconocimiento cognos-citivo’, al “acto perceptual de ‘ubicar’ a un individuo, en tanto poseedor de una identidad social o personal particular” (1989:85), el que involucra un complejo de asociaciones mentales, donde se ponen en acción los prejuicios, en tanto disposi-ciones negativas, que funcionan a partir de la apariencia, ya que esta fácilmente puede convertirse “en índices dispuestos para orientar la mirada del otro o para ser clasificado, sin que uno lo quiera, bajo determinada etiqueta moral o social” (Le Bretón 2002:81). Así, por ejemplo, el ser ‘joven’ es sinónimo de peligro y desorden, sospecha que se incrementa si aquel está vestido de negro y lleva el pelo pintado, pues, como señala Eco (1976), el vestir expresa posiciones ideológicas. De esta manera, no sólo la mirada represiva sino también la del campo periodístico se centra en aquellos jóvenes cuya vestimenta dan prueba “inmediatamente de la pertenencia a un grupo social, a determinado estilo de vida” (Livolsi 1976:46), que irrumpe y se opone a la de los sectores dominantes. Es por esto que no es de extrañar que dichos jóvenes, entre otros, se conviertan en blanco de detenciones irregulares, basadas únicamente en la sospecha.9

Cuando un extranjero visita Chile y ve el despliegue de los cuerpos represivos en las calles, universidades, colegios y poblaciones (lo que alude a un verdadero ‘campo de batalla’), se sorprende de la militarización de nuestra vida cotidiana, cosa que no sucede entre aquellos que han normalizado y naturalizado este escenario.

Una explicación de esto se encuentra en el complejo funcionamiento de los ‘aparatos ideológicos de Estado’ (Althusser [1969] 2005), que se articulan para establecer una hegemonía (Gramsci 1986) en el pensamiento, y que sitúa el orden social y político como uno de los principios vitales y deseables para la continuidad de la sociedad democrática. Así, se ha revestido al Estado de una inmunidad sobe-rana (Brossat 2008), al cual nadie puede pedir cuenta alguna, ya que es garante de la integridad de la humanidad.

En este sentido, Patrick Champagne afirma que “los malestares sociales sólo tienen existencia visible cuando los medios hablan de ellos” (1999:51). La con-

9 La detención por sospecha fue eliminada de la legislación chilena a mediados de 1998 por ser incompat-ible con un Estado de Derecho. Sin embargo, ante el reclamo, especialmente de Carabineros, en enero de 2002 se modificó la legislación y se estableció el “control de identidad”.

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tribución que ha realizado el campo periodístico en la estigmatización y repro-ducción del orden oligárquico, se debe al tratamiento de los acontecimientos que realizan.10 En el abordaje que los medios hacen de los acontecimientos, estos sufren deformaciones, lo que da cuenta de un proceso de construcción que de-pende de los intereses del sector, esto es, colocarlos en la esfera de lo fuera de lo común, dramáticos o conmovedores, lo que se traduce en rentabilidad comercial (Champagne 1999). Esto queda de manifiesto en las siguientes frases recogidas del campo periodístico: “lamentablemente, jóvenes distorsionaron el fin real de la marcha [convocada por la Asociación Nacional de Empleados Fiscales, ANEF], causando disturbios como el corte de calles, por lo que Carabineros tuvo que actuar en beneficio del orden público” (08/09/2010, La Tercera); “Jóvenes secundarios y universitarios marcharon por el centro de Santiago en busca de una mejor educa-ción. La movilización no estaba autorizada por la Intendencia Metropolitana, por lo que Carabineros tuvo que intervenir” (18/08/2010, TVN 24 Horas); “Fueron al menos cuatro las ocasiones en que los efectivos de Fuerzas Especiales debieron intervenir para controlar las manifestaciones” (27/08/2010, El Austral); “Cerca de 4.000 personas llegaron a las dependencias del Serviu para poder acceder a la entrega del Subsidio del Fondo Solidario I. Carabineros tuvo que intervenir para poder controlar los desmanes” (22/11/2010, Chilevisión); “Anarquistas intentan marchar. Debido a que la marcha no estaba autorizada y obstaculizaba el normal tránsito de personas por Alameda, Fuerzas Especiales de Carabineros tuvo que intervenir con carros lanza aguas para impedir los planes de los manifestantes” (08/03/2007, radio Cooperativa). Ejemplos como estos, en donde se justifica el accionar represivo en pos de mantener el orden de las elites, se pueden reproducir indefinidamente. Incluso hoy, la tecnología es puesta al servicio de la violencia estatal, aumentando la eficiencia en el control de los cuerpos.11

El campo periodístico, en especial el televisivo, recorta la realidad, atomizándola de los sujetos que la vivencian e imponiéndola como una verdad incuestionable al todo social (opera así la dictadura de la imagen); de esta manera, se provoca la emer-gencia de emociones colectivas frente a una evidencia construida artificialmente y desde una posición de poder. Así, se construyen representaciones de los domina-

10 “Se entiende por ‘acontecimiento’ el resultado de la movilización de los medios alrededor de algo que, durante un cierto tiempo, estos convienen en considerar como tal” (Champagne 1999:53-54).

11 Un ejemplo de la utilización de tecnologías para reprimir los cuerpos es el Range Acoustic Device (LRAD), aparato que emite a largas distancias ondas de alta frecuencia molestas para el oído humano. Es instalado sobre un carro policial y manipulado por uniformados de Fuerzas Especiales. Busca la disper-sión de los grupos. Fue aplicado por primera vez en Chile, el 11 de septiembre de 2008, en la población Lo Hermida, en Santiago (12/09/2008, La Nación).

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dos, de las que estos tienen escaso o ningún control. En este sentido, Champagne afirma: “si esta representación deja poco lugar al discurso de los dominados, es porque éstos son particularmente difíciles de escuchar. Se habla de ellos más de lo que ellos mismos hablan, y cuando se dirigen a los dominantes, tienden a emplear un discurso prestado, el que éstos emiten a su respecto” (Champagne 1999:55).

El énfasis que ponen los medios de comunicación en los síntomas más que en las causas del malestar, contribuye a la estigmatización de los manifestantes. Así, al exhibir los enfrentamientos con la policía, el vandalismo y la violencia, se posibilita, por un lado, una justificación social de la violencia política estatal, inyectándole un carácter restaurador; y, por otro, la socialización del miedo en la población, que tiende a ser un contenedor del malestar de los individuos.

El malestar como posibilidad de transformación y origen de las emociones

El malestar como conceptualización refiere a un desequilibrio entre lo que los miembros de una sociedad reciben y lo que creen merecer por su participación en esta. La distancia entre estos dos polos constituye el fundamento de la experiencia de ‘injusticia’, la que se presenta como una amenaza en tanto insatisfacción de las necesidades y, al mismo tiempo, como una motivación, ya que son los sujetos los llamados a reducirla mediante acciones protagónicas.

Las protestas y manifestaciones políticas materializan el malestar en las socie-dades modernas. Son un tipo de comportamiento colectivo que busca expresar la insatisfacción. Las protestas y manifestaciones políticas son, por tanto, emociones movilizadas mediante los cuerpos.

La protesta en la modernidad adquiere sentido en tanto los altos niveles de diferenciación funcional de la sociedad moderna han posibilitado la contingencia, la que se traduce en movilidad social y posibilidad de cambio del estado de cosas imperante. Así, desde la emergencia de la modernidad, la “forma establecida de organizar la sociedad se mide enfrentándola a otras formas posibles, formas que se supone podrían ofrecer mejores oportunidades para aliviar la lucha del hombre por la existencia; una práctica histórica específica se mide contra sus propias alter-nativas históricas” (Marcuse 1993:20). La protesta en una sociedad estratificada carece de sentido ya que, debido a la clausura de los diferentes estratos, son con-tenidas las aspiraciones de los sujetos, negando la movilidad social e imponiendo la subordinación de un estrato a otro. Así, hombres y mujeres saben que por más que luchen por cambiar el estado de cosas, estas ‘permanecen igual’. A partir de

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la modernidad existe un quiebre, que abre el mundo como horizonte, en el cual el ser humano es gestor de su destino.

Como se ha señalado, es necesario observar la historia de la protesta en Chile a la luz de los actores que intervienen en ella, en una relación de dominado/domina-dor. Así se puede dar cuenta del conflicto que emerge a partir de la construcción de discursos y del esfuerzo de los sujetos por darle sentido a sus vivencias fuera de la ideología dominante. En este sentido, la protesta irrumpe en los espacios públicos, lo que permite a los cuerpos que expresan su malestar, competir con las elites por interpretar las experiencias individuales y comunicarlas a un colectivo. Es justamente esta lucha por generar sentido a partir de las experiencias, lo que permite la socialización del malestar. Gruner sostiene que el mundo de los signos se transforma en un escenario inconsciente de la lucha de clases, en la medida en que el discurso está “ fuertemente condicionado por los modos en que los distin-tos grupos sociales intentan acentuar sus ‘palabras’ de manera que expresen su experiencia y sus aspiraciones sociales” (Gruner 1998:42).

De este modo, la protesta encarna y pretende socializar el malestar que emerge con la negación de la satisfacción de las necesidades sociales de los sectores domi-nados, las que muchas veces se oponen y resultan excluyentes a los intereses de las elites. Esto, en razón de que las necesidades se formulan a partir de las diferentes ‘posiciones de clase’ (Bourdieu 1984) que los agentes ocupan.

El escenario global de corte neoliberal comporta una serie de transformaciones que irrumpen en la vida cotidiana de las comunidades. De esta forma, el males-tar es originado en el aumento “de la ansiedad acerca de la vulnerabilidad de los seres humanos dentro de un mundo social visto como más complejo, ambiguo e impredecible” (Porzecanski 2008:56).

Las protestas y manifestaciones políticas se traducen en expectativas de control por parte de los sectores dominados respecto de las condiciones en que desarrollan su vida. De este modo, al experimentarlas, los sujetos logran reducir la ansiedad y la incertidumbre. Al mismo tiempo de tener éxito, estas funcionan como una poderosa herramienta de transformación del mundo, mediante la cual se alcanza la satisfacción de las necesidades y se potencia la cohesión social.

Frente a la posibilidad de transformar y subvertir el orden, se abren dos complejos de emociones, que se observan en las protestas y manifestaciones políticas en Chile:

A) Rabia: dientes y puños apretadosEl malestar, expresado como impotencia, como incapacidad de revertir una

situación adversa por medio de las capacidades propias o del colectivo, sumado a una represión que se ha naturalizado, que se anticipa y genera una disposición especial

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de vulneración, hacen de la rabia la emoción que por excelencia se vivencia en los cuerpos durante cualquier manifestación política en Chile. Se pueden observar los cuerpos contraídos frente a la deshumanización de la represión, que se vuelcan hacia adentro, que se silencian, que gritan sin ser escuchados, que se contienen, que explotan y se diluyen en la masa y el anonimato, que rompen y corren, que se resignan, que se controlan, que se sienten sin fuerzas, que se sienten abandonados.

La construcción de un cuerpo disciplinado asegura un funcionamiento social autorregulado, sin capacidad de reacción; es, por lo tanto, un cuerpo dócil que renuncia a la razón y se adapta a la dominación. Como señala Bourdieu, “la adap-tación a una posición dominada implica una forma de aceptación de la domina-ción” (1979:392), en tanto operan elementos de contención del malestar, lo “que permite la aceptación por parte del sujeto y la sociedad toda, de que la vida social ‘se-hace’ como un-siempre-así” (Scribano 2009:146). Aun cuando sea violenta, inhumana y atente contra la dignidad, no se puede hacer más que aceptar la vida que ‘nos tocó’ sobre-vivir. La rabia emerge ante la creencia de la imposibilidad de transformar la realidad, por lo que se prefiere evitar el conflicto social a emprender acciones que se piensan como determinadas a fracasar. Scribano señala que operan, ‘casi desapercibidamente’, ‘mecanismos de soportabilidad social’, los que actúan “en la porosidad de la costumbre, en los entramados del común sentido, en las construcciones de las sensaciones que parecen lo más ‘íntimo’ y ‘único’ que todo individuo posee en tanto agente social” (Scribano 2009:146). Dichos mecanismos “se estructuran alrededor de un conjunto de prácticas hechas cuerpo que se orien-tan a la evitación sistemática del conflicto social” (Scribano 2009:145), y que se traducen en un cuerpo disciplinado que da cuenta de un proceso de moldeamiento emocional, individual y colectivo, y que implica la regulación de los instintos. Así, la rabia se presenta muchas veces como el último elemento de resistencia frente a la apropiación, depredación y reciclaje de las energías corporales, que devienen del capitalismo neoliberal (Scribano 2009).

El miedo es otra emoción que se entrelaza con la rabia y que es patente en las manifestaciones políticas en Chile. Una historia de violencia lo avala, lo justifica y lo reproduce. El terror que articuló la dictadura en base al ‘enemigo interno’ y al ‘extremista’, sirvió como fundamento para la aplicación de una violencia indiscriminada, que permitiría restaurar el orden perdido. Un peligro inminente requería de acciones ‘fuertes y decididas’. La violencia se configuró entonces como una herramienta “necesaria para mantener el orden de la comunidad, exorcizando el trauma. En materia política, el trauma se llama claramente terror” (Ranciere 2005:26). Es el terror que emerge desde los sectores dominantes frente a la posibi-lidad de perder sus privilegios de clase y es el profundo miedo que experimentan

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los sectores dominados ante la posibilidad de volver a enfrentarse cara a cara con el dolor. Taussig afirma que “el terror es lo que mantiene a estos extremos en aposición” (1995:28).

Operan, entonces, procesos psicológicos de aceptación de la dominación que se refuerzan en la medida en que quienes promueven la violencia política estatal lo hacen en nombre del orden y la tranquilad social. En este sentido, la participación en manifestaciones políticas se lee como una ‘desviación’ y, por lo tanto, como una exposición al dolor.

Es el riesgo de sentir dolor, en el marco de una sociedad anestesiada, lo que exige a los cuerpos el neutralizar la amenaza del dolor o el dolor mismo. Como señala Brossat: “rechazamos el dolor y lo consideramos como una anomalía, una pertur-bación ilegítima, al mismo tiempo que rechazamos la violencia, al considerar las manifestaciones vivas como separaciones peligrosas, fuera de la norma” (2008:68). Así, una aversión a la violencia y al dolor se manifiesta en el distanciamiento o en el no compromiso respecto de manifestaciones, protestas, insurrecciones, etc. Incluso, quienes participan de las manifestaciones en el Chile de posdictadura vivencian el miedo. Es el miedo a perder los pocos derechos que van quedando, un miedo real que se justifica y refuerza con los relatos de aquellos que incluso han sido privados de su personalidad jurídica y de su legítimo lugar en el marco legal del país en que viven (Arendt 2005).

En el contexto de una sociedad de consumo de corte neoliberal, se tiende a aceptar como algo normal la violencia y la explotación, se in-corpora y se naturaliza el orden social impuesto, lo que implica que el solo hecho de pensar en transfor-marlo se traduce en un efecto-pánico en aquellos que se encuentran sujetos a ese orden (Taussig 1995) .

Es por esto que cuando se habla de los cuerpos en las manifestaciones políticas en Chile, tal mención implica cuerpos rabiosos y cuerpos temerosos. Cuerpos que se encuentran en resistencia con sus miedos, que luchan por des-ordenarse. Cuer-pos con emociones que son el resultado de una historia colectiva, caracterizada por la violencia y el horror. Pero también hay cuerpos alegres, cuerpos rebeldes y cuerpos solidarios.

B) Alegría: reencuentro y rebeldía¿Qué hace que la gente concurra a las manifestaciones políticas? La respuesta

se puede encontrar en la alegría de los cuerpos al manifestarse. Los cuerpos la materializan cuando ríen, se abrazan, bailan, saltan y se protegen unos a otros. No se trata de cualquier tipo de alegría, sino de aquella que se relaciona con una posición moral, de rebeldía; esto es, la actitud de quien “no sólo se niega a par-

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ticipar en el juego siniestro que propone la sociedad sino que rechaza también convertirse en cómplice por pasividad. Se erige así en el rebelde en estado puro, y el rebelde es siempre aquel que abre nuevos rumbos a la sociedad” (Pellegrini 1971:69). Lo cierto es que las protestas y manifestaciones políticas abren un es-pacio de ‘retiro’ donde las personas pueden exponerse y no necesitan ocultar su estigma. Como afirma Goffman: “allí se sentirá cómodo entre sus compañeros, y descubrirá que personas conocidas, a quienes no consideraba sus iguales, en realidad lo son” (1989:100). La alegría se da en el reencuentro con el otro. En la copresencia frente a una realidad adversa, el sujeto se aleja del solipsismo y del carácter mercantil que puede tener la resolución de los problemas, y reduce, junto a otros, “la incertidumbre que provoca la precariedad social y la resignificación institucional” (Scribano 2008:213).

Cuerpos que incluso se rebelan cuando pueden recibir “una sanción social que atenta contra lo socialmente disruptivo, contra lo novedoso, contra lo no-habitual” (Vergara 2009:39). Las protestas y manifestaciones políticas son también espacios en los que los cuerpos se vuelven ‘posibilidad’ con el otro. Son cuerpos alegres y rebeldes que han decidido volver a confiar y creer, para no tener que resignarse al sufrimiento y a la dominación. Son cuerpos que se autoconstruyen, se rehacen en la acción colectiva y se erigen como uno solo. Son cuerpos que constituyen una especie de reserva moral frente al neoliberalismo, el que tiende a desgarrar la colectividad, posicionando al individuo en un escenario de mercado, en tanto es consumidor y consumido al mismo tiempo.

a modo de conclusión

El orden social es impensable sin el control de los cuerpos. La disciplina como estrategia de poder regula el comportamiento del cuerpo y también sus sensaciones y emociones, produciendo una doble negación, que se traduce en resignación y desesperanza.

La represión se dirige al cuerpo, lo moldea y encauza hacia la obediencia y la docilidad. El cuerpo se somete al orden social, lo respeta y lo reproduce. La repre-sión se constituye en uno de los procedimientos disciplinarios por excelencia, ya que permite a los sectores dominantes la corrección de los agentes ‘desviados’, de modo de despojar al cuerpo oprimido de la conciencia de sus propias fuerzas, las que utiliza para reforzar la explotación mediante mecanismos de autocontrol y de la inhibición de su propia conducta. La represión posibilita el disciplinamiento, que se puede leer como el condicionamiento de los sectores dominados en torno

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a la visión de mundo impuesta por las elites (Bourdieu 1984). De este modo, el aceptar la dominación es aceptar una representación del mundo, de tal forma que los agentes se inclinan “a tomar el mundo social tal cual es, a aceptarlo como natural, más que a rebelarse contra él, […] el sentido de la posición como sentido de lo que uno puede, o no ‘permitirse’ implica una aceptación tácita de la propia posición, un sentido de los límites” (Bourdieu 1984:7). De este modo, un cuerpo disciplinado es un cuerpo desmembrado, atomizado, descarnado, incapaz de hacer frente a la dominación de la cual está sujeto. También es un cuerpo que consume irracionalmente y que acepta el mundo como natural e inmutable.

En el presente trabajo se intentó mostrar que, a lo largo de la historia política en Chile, la represión se ha aplicado en función del principio de “orden y paz so-cial”, que permite la mantención de los ‘privilegios’ de los sectores dominantes. Es decir, la represión se ha aplicado como una política de Estado, institucionalizada y naturalizada por los chilenos, que genera la emergencia de emociones particulares en los sujetos que participan en una manifestación política pública.

Las manifestaciones políticas en Chile se corresponden con una lucha per-manente de los cuerpos por resistir la exclusión política, social y económica, y alcanzar la satisfacción social de sus necesidades. Sin embargo, los cuerpos que se manifiestan se convierten en cuerpos sospechosos y peligrosos. Se vuelven una amenaza cuando no reconocen el orden social y pretenden abatirlo, pues es el que origina su marginación. El “estado, detentador del monopolio de la violencia simbólica legítima” (Bourdieu 1984:11), activa y articula los diferen-tes aparatos ideológicos que definen el carácter marginal de los cuerpos. Así, jóvenes, mapuches, pobladores, sindicalistas son peligrosos y sospechosos de promover el desorden.

Mediante la marginación y la discriminación del ‘otro distinto’ se refuerza la cohesión social. Así, se trata de “darle un cuerpo al miedo, ponerle un rostro y un nombre, y poder así excluirlo del entorno humano inmediato, con la expec-tativa que nunca más regrese” (Borghi 2009:24). Esto contribuye a materializar las amenazas, difusas en el capitalismo globalizado, y a disminuir los riesgos de eclosión social para las elites.

Las manifestaciones políticas posibilitan a los cuerpos sometidos el ponerse de pie, iniciar procesos de reencuentro y recuperar las confianzas perdidas en el consumo. Entregan la oportunidad de gestar un cuerpo erguido, firme y unido, que pueda hacer frente a los embates del capitalismo neoliberal. Será un cuerpo solidario, sensible del dolor del otro, que no se anestesie de las injusticias y del horror de la violencia. Un cuerpo resistente a la represión y en resistencia, que pugne permanentemente por la emancipación y por salir del lugar de opresión que

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ocupa en las relaciones de poder. Un cuerpo en rebeldía permanente, que rompa con la naturalización de la violencia y el sufrimiento humano.

En resumidas cuentas, las protestas y manifestaciones políticas en Chile permiten la emergencia de un cuerpo que expresa el malestar, que se rebela a la dominación, a la mercantilización, a la explotación y a la depredación que el neoliberalismo promueve, condicionando la existencia humana, restringiendo la libertad y coartando la capacidad reflexiva de los cuerpos históricamente perjudicados. La confrontación de los cuerpos en el marco de las protestas y manifestaciones políticas es el escenario donde toda una historia se hace carne, donde las emociones expresadas por medio de los cuerpos se encuentran asociadas inexorablemente a una represión institucionalizada por los sectores dominantes, para la mantención del sistema que sostiene sus privilegios, y niega los derechos a una gran mayoría.

Rabia-miedo y alegría-rebeldía son complejos de emociones que se organizan dialécticamente, y que irrumpen en las protestas y manifestaciones políticas en Chile a propósito de una historia de legitimación de la violencia y represión estatal sobre los cuerpos. El cuerpo no solamente nos habla de las emociones, sino también de una historia de exclusión, de una historia de violencia: es por esta razón que el estudio del cuerpo, en la confrontación que acontece en las protestas y manifes-taciones políticas, permite situarlo e interrogarlo, no tan sólo por lo que cuenta o dice de sí, sino también por lo que calla o fue obligado a callar.

recibido enero 2011aceptado mayo 2011

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