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Módulo IV. Psicología, Pedagogía y ética del hecho religioso Unidad 1: Religión y espiritualidad “Las religiones son puntos de vista. Sólo Dios es al Punto desde el cual todo es mirado” (Javier Melloni) Contextualización La religión tiene siempre una visión concreta de Dios, del hombre y del mundo. Y por ser experiencial, esta visión tiene forzosamente formas múltiples: es historia de las religiones. (Xavier Zubiri) A lo largo de la historia el hombre se ha mostrado como un ser en busca de sentido, tendiendo más allá de sí mismo, consciente de su finitud y sediento de infinito. Su relación con el Misterio se ha plasmado en las diversas religiones que han articulado no sólo su vida personal sino también la dimensión social. En los últimos siglos hemos vivido un cambio de paradigma. El discurso sobre Dios en la edad moderna cambió radicalmente al dejar de ser considerado la realidad verdadera para caer bajo la sospecha de ser reflejo del hombre o del mundo. Y todos hemos oído expresiones como "la muerte de Dios”, la "ausencia de Dios” o "el eclipse de Dios” que parecen ser diagnóstico de nuestro tiempo. De ahí que el Vaticano II se ocupara del ateísmo como "uno de los fenómenos más graves de nuestra época” (GS 19). Son muchos los factores que han contribuido a la situación de indiferencia religiosa que vivimos en la sociedad postmoderna en la que lo sagrado parece no tener cabida. Hace algunos años José Luis Pinillos, en un estudio realizado sobre la ciudad moderna desde el punto de vista psicológico señalaba lo siguiente: ”La ciudad contemporánea es una ciudad verdaderamente profana, donde el templo carece de lugar apropiado (...) En la técnópolis, los templos se pierden, en cambio, entre un ingente enjambre de edificios ajenos al culto; unas veces pasan desapercibidos, otras parecen ocultarse tras disfraces mundanos, en ocasiones recuerdan el interior de un gran taller, pero nunca imprimen carácter sagrado a la ciudad”, quedando ahora sustituidos por "las majestuosas entradas de las grandes corporaciones y bancos, los halls de los hoteles y de los espectáculos... nada en fin que recuerde la casa de Dios. La ciudad se muestra como lo que es: la casa del hombre, y la profanidad constituye uno de sus rasgos más destacados. Secularidad y profanidad aparecen íntimamente unidas en la tecnópolis(PINILLOS, J.L., Psicopatología de la vida urbana, Espasa-Calpe, Madrid, 1977, pp. 118 s.) Como indica José María Mardonés el hombre de hoy parece estar instalado en la inmanencia.

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Espiritualidad 1

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Page 1: Unidad 1

Módulo IV. Psicología, Pedagogía y ética del hecho religioso

Unidad 1: Religión y espiritualidad

“Las religiones son puntos de vista. Sólo Dios es al Punto desde el cual todo es mirado” (Javier Melloni)

Contextualización

La religión tiene siempre una visión concreta de Dios, del hombre y del mundo.

Y por ser experiencial, esta visión tiene forzosamente formas múltiples:

es historia de las religiones. (Xavier Zubiri)

A lo largo de la historia el hombre se ha mostrado como un ser en busca de sentido, tendiendo más allá de sí mismo, consciente de su finitud y sediento de infinito. Su relación con el Misterio se ha plasmado en las diversas religiones que han articulado no sólo su vida personal sino también la dimensión social. En los últimos siglos hemos vivido un cambio de paradigma. El discurso sobre Dios en la edad moderna cambió radicalmente al dejar de ser considerado la realidad verdadera para caer bajo la sospecha de ser reflejo del hombre o del mundo. Y todos hemos oído expresiones como "la muerte de Dios”, la "ausencia de Dios” o "el eclipse de Dios” que parecen ser diagnóstico de nuestro tiempo. De ahí que el Vaticano II se ocupara del ateísmo como "uno de los fenómenos más graves de nuestra época” (GS 19).

Son muchos los factores que han contribuido a la situación de indiferencia religiosa que vivimos en la

sociedad postmoderna en la que lo sagrado parece no tener cabida. Hace algunos años José Luis Pinillos, en

un estudio realizado sobre la ciudad moderna desde el punto de vista psicológico señalaba lo siguiente:

”La ciudad contemporánea es una ciudad verdaderamente profana, donde el templo carece de lugar apropiado (...) En la técnópolis, los templos se pierden, en cambio, entre un ingente enjambre de edificios ajenos al culto; unas veces pasan desapercibidos, otras parecen ocultarse tras disfraces mundanos, en ocasiones recuerdan el interior de un gran taller, pero nunca imprimen carácter sagrado a la ciudad”, quedando ahora sustituidos por "las majestuosas entradas de las grandes corporaciones y bancos, los halls de los hoteles y de los espectáculos... nada en fin que recuerde la casa de Dios. La ciudad se muestra como lo que es: la casa del hombre, y la profanidad constituye uno de sus rasgos más destacados. Secularidad y profanidad aparecen íntimamente unidas en la tecnópolis”

(PINILLOS, J.L., Psicopatología de la vida urbana, Espasa-Calpe, Madrid, 1977, pp. 118 s.) Como indica José María Mardonés el hombre de hoy parece estar instalado en la inmanencia.

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"Hubo tiempos en que Dios habitaba con normalidad en la cultura occidental.Hoy Dios es un ausente. Y lo más llamativo es que no se nota. No se le echa en falta a este huésped,que era lo necesario y fundamental para la vida de otros hombres en otras épocas.El hombre de la sociedad contemporánea se ha instaladoen un sentido de la vida inmanente”

(José María MARDONES, J.M., Raíces sociales del ateísmo, Fundación Santa María, Madrid, 1985, p. 9.) Pero, al mismo tiempo, encontramos un resurgir del interés por lo espiritual de un modo nuevo, más allá de lo institucionalizado. Vamos a asomarnos al panorama contemporáneo desde distintas perspectivas para ver de dónde y cómo surge ese nuevo interés por lo espiritual.

Observación Reflexiva

¿Te has parado a pensar cuál es la relación entre espiritualidad y religión?

Actualmente el tema de la espiritualidad está de moda y podemos apreciar el interés que despierta no sólo

en ambientes ligados a tradiciones espirituales, sino también en cursos de desarrollo personal y empresarial.

A través del siguiente enlace accede a una conocida contraposición entre espiritualidad y religión.

¿Estás de acuerdo con todas las afirmaciones?

La diferencia entre religión y espiritualidad Redacción de Atrio, 29-Agosto-2010 (http://www.atrio.org/2010/08/la-diferencia-entre-religion-y-

espiritualidad/)

Teresa Tumini, desde Tornquist (Argentina) nos envía un texto anónimo que encaja muy bien en el sentido hacia donde quiere ir ATRIO. Claro, que en cuestión de terminología no hay nada definitivo. Alguien puede traducir el par religión-espiritualidad por religión mágicaritual-religión místicaespiritual. Lo importante es al fondo de la diferencia, que coincide con lo que en este ATRIO se debate. ¡Gracias, Teresa!

¿Quieren ver la Diferencia?

* La religión no es solo una, sino cientos. * La espiritualidad es una.

* La religión es para los que quieren seguir los rituales y la formalidad. * La espiritualidad es para los que quieren alcanzar la Ascensión Espiritual sin dogmas.

* La religión es para los dormidos. * La espiritualidad es para los despiertos.

* La religión es para aquellos que necesitan que alguien mas les diga que hacer, quieren ser guiados. * La espiritualidad es para los que prestan oídos a su voz interior.

* La religión tiene un conjunto de reglas dogmáticas e incuestionables que has de seguirse sin chistar. * La espiritualidad te invita a razonarlo todo, cuestionarlo todo y decidir tus acciones asumiendo las consecuencias.

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* La religión amenaza y amedrenta * La espiritualidad te da paz interior.

* La religión habla de pecado y de culpa. * La espiritualidad te dice ya pasó, no te remuerdas por lo que ya pasó, más bien levántate y aprende del error.

* La religión lo reprime todo, te vuelve falso. * La espiritualidad lo trasciende todo, te hace verdadero.

* La religión se te inculca desde niño, como la sopa que no quieres tomar. * La espiritualidad es el alimento que tú mismo buscas, que te satisface y es gustoso a los sentidos.

* La religión no es Dios. * La espiritualidad es el TODO y por lo tanto es Dios.

* La religión inventa. * La espiritualidad descubre.

* La religión no indaga ni cuestiona. * La espiritualidad lo cuestiona todo.

* La religión es humana, es una organización con reglas. * La espiritualidad es DIVINA, SIN reglas.

* La religión es causa de división. * La espiritualidad es causa de unión.

* La religión te busca para que creas. * La espiritualidad la tienes que buscar tu.

* La religión sigue los preceptos de un libro sagrado. * La espiritualidad busca lo sagrado en todos los libros.

* La religión se alimenta del miedo. * La espiritualidad se alimenta de la confianza.

* La religión te hace vivir en el pensamiento. * La espiritualidad te hace vivir en la conciencia.

* La religión se ocupa del hacer * La espiritualidad se ocupa del SER.

* La religión es lógica * La espiritualidad es dialéctica

* La religión te alimenta el ego. * La espiritualidad te hace trascenderlo.

* La religión te hace renunciar al mundo * La espiritualidad te hace vivir en Dios, no renunciar a El.

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* la religión es seguir formando parte de la psicología de las masas. * La espiritualidad es individualidad.

* La religión sueña con la gloria y el paraíso * La espiritualidad te hace vivirlo aquí y ahora.

* La religión vive en el pasado y en el futuro. * La espiritualidad vive en el presente, en el aquí y ahora.

* La religión es un encierro en tu memoria * La espiritualidad es LIBERTAD en CONSCIENCIA.

* La religión cree en la vida eterna. * La espiritualidad te hace consciente de ella.

* La religión te da (promesas) para después de la muerte. * La espiritualidad te da (la iluminación) es encontrar a Dios en tu interior en esta vida en el presente en el aquí y el ahora.

Desconozco su autor.

Conceptualización

En el mundo occidental, la crisis de las religiones tradicionales ha derivado en distintas posturas:

proliferación de nuevas manifestaciones religiosas o parareligiosas, refugio en el consumismo y la

superficialidad, o actitudes fundamentalistas como reacción a un entorno considerado adverso.

Por otra parte, hay voces que reivindican, con seriedad, una vida en la inmanencia o el cultivo de una

espiritualidad no inscrita en una tradición religiosa.

A continuación tienes una serie de artículos que te permitirán conocer y valorar este proceso y situar la

espiritualidad en relación con las diversas manifestaciones religiosas.

ESTUDIOS. UNA TENDENCIA ACTUAL: LA ESPIRITUALIDAD SIN DIOS

(HTTP://WWW.MISIONJOVEN.ORG/09/11/394_2.HTML)

Jesús Rojano Martínez es director del Centro Juvenil Paseo y profesor en el Instituto Superior de Pastoral y en

el CES Don Bosco de Madrid.

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO El autor comienza el artículo afirmando que hay una gran inquietud por la espiritualidad. Buscando la palabra espiritualidad en google recibimos mucha información; la mayor parte de ella puede ser calificada como espiritualidad sin Dios. Hay una gran necesidad espiritual y muchas personas buscan fuera de las Iglesias. ¿Qué está pasando? ¿Qué preguntas nos plantean esta búsqueda? El autor afirma que quizás lo que

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muchas personas rechacen es un rostro deformado de Dios. Por eso propone un camino pastoral para limpiar este rostro, para que resplandezca el rostro misericordioso del Dios de Jesucristo dibujado en la parábola del Hijo pródigo.

El tema que vamos a tratar en este artículo es sólo un pequeño episodio o un caso particular de una historia mucho más larga y compleja. Podríamos titular esa historia “Vicisitudes de la religión en la modernidad tardía o posmodernidad”. En otro artículo publicado en Misión Joven ofrecí un encuadre general. A él me remito para abordar aquí directamente el tema que se me ha propuesto[1]. Confío en que el lector tenga presente que la búsqueda de espiritualidad sin Dios es sólo uno más de los rasgos de la religiosidad silvestre o salvaje (F. Champion) y fragmentada de la actualidad occidental. Las iglesias oficiales han perdido el monopolio de lo sagrado y se dan hoy múltiples posibilidades de vivencia religiosa. Por ejemplo, ese deseo de espiritualidad sin Dios o de religión sin Dios. A nosotros nos puede sonar muy extraño, pero, al menos en parte, es tan antiguo como ciertas ramas del budismo (unos 2500 años).

1. ¿Qué es eso de “Espiritualidad sin Dios”?

El lector nos va a permitir ser un poco posmodernos en el punto de partida y que, en vez de comenzar citando a los grandes filósofos, sociólogos y teólogos europeos, preguntemos al nuevo Gran Hermano: por supuesto, el Sr. Google. En efecto, seleccionemos tres de las diez primeras entradas que resultan de buscar la expresión “Espiritualidad sin Dios”. Nos van a proporcionar un retrato muy revelador. Para empezar, ninguna de ellas está escrito por un autor católico. Hace años hubiera sido casi imposible reunir en una página web redactada en castellano las palabras “Dios” y “espiritualidad” y que dicha página no perteneciera al ámbito cristiano y, casi siempre, católico. Hemos preferido citar extensamente los textos encontrados, para que el lector capte por sí mismo la mentalidad de fondo que late en ellos. Luego sacaremos algunas conclusiones.

a) En primer lugar, nos encontramos un texto extenso y bien escrito de Sarah Oelberg, titulado precisamente Espiritualidad sin Dios

[2]. La autora pertenece a la denominada Fraternidad Unitaria

Universalista de Mankato, de Minnesota. Así pues, parece que en la casa de la espiritualidad actual hay muchas y variadas estancias. Todo el texto que sigue hasta el epígrafe b está escrito por Sarah Oelberg:

“Solía detestar la palabra espiritualidad. Era, para mí, una palabra que trataba de evitar a toda costa. Tal vez la evitaba porque no la entendía —probablemente debido a que parece significar muchas cosas […] Si les preguntas a 10 personas qué significa la 'espiritualidad' para ellas, obtendrás 50 ó más respuestas. Así que es difícil decir qué es esta espiritualidad que tantos buscan. Se ha llegado a convertir en una especie de palabra basura, que puede significar cualquier cosa, desde la astrología, al budismo Zen. Supongo que parte de mi resistencia a usar la palabra espiritualidad se debía a algunos de los significados que tiene para la gente —significados que no me decían nada desde mi experiencia. Por ejemplo, para algunos, la espiritualidad equivale a aceptar al Cristo como Señor y salvador. Las nociones tradicionales de espiritualidad se refieren a un ámbito no-físico del mundo, separado de la tierra y de sus habitantes, un ámbito lleno de dioses, espíritus, fantasmas y cosas así. Se trata de la creencia descarada en dioses, diosas y espíritus. En ese sentido, me parece que no es sino una nueva manera de hablar de las mismas viejas cosas.

Pero la espiritualidad también se ha convertido en un mantra para los neopaganos, wiccas y todo un surtido de religiones New Age o Nueva Era, que lo usan para referirse a algún espíritu trascendente, personaje que sería entendible para ellos, pero que no estaría disponible para el resto de nosotros que no compartimos sus visiones particulares. Si les pides que intenten explicar lo que espiritualidad significa para ellos, una cierta mirada ausente celestial se manifiesta en sus ojos y te hablan de alguna experiencia espiritual y esperan que la compartas y la creas sin mayor explicación. La palabra espiritualidad se usa frecuentemente para describir

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todo lo que se clasifica dentro de la categoría de New Age: por ejemplo, los cristales, los ángeles guardianes, el canalizar, diferentes entidades, varias formas de adivinación, magia blanca, experiencias extracorpóreas, y otras semejantes. Como humanista racional, supongo que tengo dificultades con esta representación de la espiritualidad, y si es así como la gente interpretará la dichosa palabra, no quiero ser acusada de usarla en ese sentido. La gente 'muy espiritual' que discurre largo y tendido en estos ámbitos no es la clase de gente que se junta con otros para construir servicios para la gente sin hogar, o que lleva a cabo obras de amor; ellos desprecian la religión organizada, y prefieren la evanescencia personal, en vez de desempeñarse bien en colectividad.

Tengo también la impresión de que, para algunos, la 'espiritualidad' les sirve como una forma de escapismo. Parece que carece de fundamento: no se basa en el mundo real; no se basa en lo que conocemos en nuestra época sobre la naturaleza del mundo y del universo. Parece, frecuentemente, ser un regreso hacia un mundo prístino anterior, el mundo anterior de los nativos americanos, o de alguna otra religión mundial, o de lo que sea. Y me parece que una auténtica espiritualidad requiere de nosotros que enfrentemos decidida y valientemente nuestro mundo, el mundo de nuestro tiempo, el mundo como lo conocemos hoy —que le hagamos frente incorporándonos a él.

También encuentro que algunos que usan la dichosa palabra, lo hacen para expresar su mala disposición hacia la religión organizada. Dirán, "Bien, ¿sabes?, no soy una persona religiosa. No voy a la iglesia (o templo, o sinagoga) ¡Pero soy muy espiritual!". Pienso que esto podría significar: "He tenido una mala experiencia con la religión organizada, o pienso que todas me parecen sospechosas, o incluso malvadas, pero disfruto de una sensación de asombro al estar solo bajo las estrellas". O tal vez significa: "La religión institucional me aburre, no me llama la atención, me resultó fría y tuve que encontrar un grupo de 12 pasos, o un curso de milagros, o un grupo de afinidad, o una clase de estudio sobre los ángeles, o alguna otra variedad de grupo extraeclesial para llenar mis necesidades espirituales".

Así que decidí repensar —o reconsiderar— la dichosa palabra, para ver si podía descubrir algunos significados que me dijeran algo; algunas experiencias en mi vida que no son realmente religiosas (al menos no en el sentido tradicional), pero podrían ser… bueno, espirituales. He aquí algo de lo que descubrí. Podrías llamarlo mi "Espiritualidad más allá de Dios" —o sin Dios. Podría ser la mejor palabra para describir un acontecimiento indescriptible como una puesta de sol, la fragancia de una rosa, caminar a solas en un bosque tranquilo, estar enamorada, o la sensación de admiración al ver o experimentar algo maravilloso, o bello. Pienso que así habrá sentido Laurel Clark

[3] cuando miró hacia fuera de la ventana del Columbia, y se

embebió de la gloria de lo que aparecía ante sus ojos.

Tal vez es así como nos conectamos con lo divino, con lo que sea que haya hecho este universo y todo lo que hay en él. Pienso que tal vez la espiritualidad es el sentimiento de conexión que tenemos los unos hacia los otros y hacia el todo. Se trata de la idea de que nunca estamos solos en realidad, de que no importa lo aislados y atomizados que podamos sentirnos, somos parte de una vasta e interdependiente trama del ser; somos un pequeño pero importante engranaje del mecanismo del mundo. Nunca estamos realmente separados del campo mismo de la existencia, y lo que mueve a una parte nos afecta a todos. Pienso que la espiritualidad consiste en estar en contacto con el núcleo mismo de nuestro ser. También es esforzarse para conseguir aquello que nos da sentido e integridad. Es una postura hacia la vida; una actitud que se origina dentro de uno mismo. No se deriva de ningunas creencias o prácticas, en particular, ni de hábitos heredados, ni de presiones sociales. Para lograr la espiritualidad, una persona debe estar alerta hacia su voz interior. Hablamos de espiritualidad en el arte, la música y la literatura, con lo que queremos decir que el artista, escritor, o compositor tiene una conciencia interior de lo que sobrepasa la vida ordinaria; ellos fueron capaces de ver más allá de lo mundano y dentro del espíritu de una cosa.

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Hay otro sentido en el que se puede entender que la espiritualidad tiene que ver con la manera en que vivimos nuestras vidas. Se trata de la manera que sugiere Sharon Welch para llevarnos a un compromiso con el mundo que nos rodea, y que abre vías para el activismo y el servicio. Se trata de usar nuestras experiencias para ofrecer las conexiones con otras personas y con la naturaleza que nos motiven a trabajar por la justicia, a honrar a esa naturaleza, y a servir a los otros: "No creo en Dios. Nada sé de conceptos, símbolos o imágenes de Dios... que me resulten creíbles intelectualmente, así como satisfactorios emocionalmente, o desafiantes éticamente, con vistas hacia la maldad y la complejidad de la vida. Pero sí sé, en cualquier caso, de prácticas espirituales que cambian nuestras vidas, que nos ayudan a ver en dónde nos equivocamos, que nos impulsan a trabajar por la justicia, que nos proporcionan una noción de sentido y gozo... No tienes que creer en Dios para servir a Dios"

[4].

La noción de espiritualidad como independiente y opuesta al mundo natural me parece completamente retrógrada. Mi experiencia de la dimensión espiritual de la vida surge de mi compromiso con el mundo natural y con mi —ciertamente limitado— conocimiento de cómo opera este mundo. Me recuerda que justo fuera del alcance normal de mi visión existe un mundo de verdad que escasamente contemplo, pero que influye sobre mi vida, de manera diaria y plena. La dimensión espiritual es aquella que sirve para profundizar y ampliar el alcance de mi entendimiento de mí misma, de los otros, y de el mundo que constituye nuestra realidad material. Ayuda a reconciliar los diferentes aspectos de la vida que resultaría demasiado tentador mantener separados. Me recuerda que hay otras formas de conocer y de ver otras realidades que contienen la posibilidad de transformarnos en tanto que no podemos transformarnos deliberadamente a nosotros mismos. Añadiría que la espiritualidad nos proporciona sentido y valores sin un dios que nos diga qué está bien y qué está mal. Podría ser una especie de substituto para ser piadosos. La "espiritualidad", dice Kierkegaard, "es el poder del entendimiento de una persona sobre su vida". Matthew Fox nos recuerda la tensión que existe entre misticismo (admiración) y la tradición profética, la lucha por la justicia. Siempre debemos lograr un balance en esa tensión, de manera que la espiritualidad no se convierta en un escape que nos evite trabajar por la justicia, o que nos sirva para evadirnos de los procesos de vivir en el mundo.

La espiritualidad comienza donde la vida comienza. No es algo de lo que podamos escapar, si consideramos su significado literal. Proviene de la raíz latina, "spiritus", que significa "aliento", "soplo", relacionada con el verbo "spirare" que significa "soplar", "respirar", "vivir". En otras palabras, es como respirar —no podemos vivir sin ello. La espiritualidad puede pensarse como una especie de respiración sagrada, sin la cual, desde luego, no podemos vivir. La espiritualidad, según me parece, no se relaciona con la iglesia ni con la religión organizada. Para mí, la espiritualidad existe en tanto que representa la mejor parte de la vida de una buena persona. No creo que pueda ser empacada dentro de la piedad y la devoción, o de la meditación, ni en "ismos", dogmas o definiciones. La espiritualidad no tiene una conexión necesaria con las fes religiosas; tiene todo que ver con la humanidad. La espiritualidad es ese algo indefinible que todos sentimos pero que no podemos fabricar. Es verdad y amor, ética y moralidad, paz y justicia, la fuente de la luz y el amor. Es, finalmente, la vida —la vida en su integridad; la vida tal como es experimentada de todas las formas”.

b) En segundo lugar, Google nos remite a una recensión del libro que ha planteado el tema de la espiritualidad sin Dios de modo más claro en el mundo del pensamiento académico. Nos referimos al libro del filósofo francés André Comte-Sponville El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios

[5]. Llama la atención la adhesión entusiasta del autor de la recensión, Gustavo Estrada

[6]. Estas son sus

reflexiones:

“El sentido de las expresiones cambia con el tiempo. La palabra «espiritualidad», aceptada generalmente como la cualidad de los seres inmateriales (Dios, alma, ángeles…) y la conexión de naturaleza sagrada con tales seres, es otro ejemplo de la evolución semántica. La definición moderna de espiritualidad (o la definición de moderna espiritualidad), con la cual yo concuerdo, es la de Jaron Lanier, el científico norteamericano de la computación y uno de los pioneros de la «realidad virtual»: «Espiritualidad es nuestra

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relación emocional con las preguntas que no tienen respuesta». Dentro de este contexto bien cabe la «espiritualidad atea».

El alma del ateísmo: Introducción a una espiritualidad sin Dios nos da luces sobre estas paradojas. ¿Qué es esto del alma del ateísmo? ¿Cómo puede haber espiritualidad sin Dios? ¿Tienen tan contradictorios títulos algún sentido? La respuesta del autor es afirmativa y reconfortante, además de razonada y espiritual. Podemos vivir sin religión pero no podemos vivir (o no debemos hacerlo) sin sentido comunitario ni sin fidelidad a un conjunto de principios ni sin amor. Comunidad, fidelidad y amor son tres características implícitas en la mayoría de las religiones.

El pensador afirma: se puede ser espiritual sin creer en una Divinidad; lo importante, según el escritor, no es ni Dios ni la religión ni el ateísmo sino la vida espiritual. Dice el filósofo francés: «El espíritu no es una substancia sino más bien una función, una capacidad, un acto —la capacidad y el acto de pensar, desear, imaginar, de hacer cosas inteligentes—. Esta capacidad y este acto —este espíritu— son irrefutables porque para refutarlos se necesita utilizarlos». El espíritu como substancia, a más de intangible, es fácilmente controvertible. ¿Qué es espiritualidad entonces? Escribe el autor: «Somos seres limitados que nos abrimos a lo infinito, seres efímeros que nos abrimos a lo eterno, seres relativos que nos abrimos a lo absoluto. Esta apertura es el espíritu mismo». Y cierra hacia final en el epílogo del libro, con frases muy semejantes: «Espiritualidad es nuestra conexión finita con lo infinito, nuestra experiencia temporal de lo eterno y nuestra aproximación relativa a lo absoluto».

El alma del ateísmo es una obra excelente. El tema es cubierto con una amplia erudición y con un profundo respeto hacia los creyentes (cosa que no hacen otros ateos famosos como Charles Dawkins y Sam Harris). En su escrito el autor muestra que lo religioso y lo sagrado no necesariamente tienen que involucrar creencias metafísicas. El Buda, Confucio y Lao-Tzu no solo no se consideraron ellos mismos dioses o enviados, sino que no se identificaron con ninguna deidad ni con ninguna forma de trascendencia. En consecuencia, el budismo, el confucianismo y el taoísmo, en sus formas puras y originales, tuvieron más que ver con prácticas de vida que con rituales, más con meditación que con declaraciones de fe. Percibo una notable influencia budista (o, como mínimo, una similitud de doctrina) en el pensamiento de André Comte-Sponville. Dentro de estas filosofías antiguas es pues posible ser «religioso» sin ser necesariamente deísta; la espiritualidad atea, que ya se manifestaba en los sabios de hace veinticinco siglos, está lejos entonces de ser contemporánea. En conclusión: Cinco estrellas para El alma del ateísmo; es una explicación meridiana de la espiritualidad de Jaron Lanier, moderna como definición actualizada pero milenaria como característica humana.

c) Por fin, encontramos un tercer texto bastante revelador. Está escrito por Alejandro Sentis, un psicólogo chileno de la corriente transpersonalista. Este autor, si nuestros hallazgos en Google no mienten, ha adoptado un nuevo nombre: Sw. Anand Vikrant, y es fundador de un Centro Experiencial para el Desarrollo Humano (www.centroexperiencial.cl):

“Mi experiencia es que no existe otro Dios que la vida misma. Y tampoco necesitamos nada más. Estamos vivos en un misterioso universo que parece ser una unidad orgánica. ¿Para qué queremos a Dios? Qué necesidad real tenemos de un padre o madre en el cielo si somos adultos que podemos hacernos cargo de nuestra vida y sus elecciones. Para qué queremos a alguien que nos diga qué hacer si podemos aprender del hecho mismo del estar vivo con la capacidad de aprender, experimentar y crecer. Me considero una persona espiritual y he practicado meditación por los últimos 20 años, pero ciertamente no soy un creyente. De hecho la espiritualidad para mí tiene que ver con sentirme profundamente conmovido con el misterio de la existencia y la posibilidad de sentirme uno y parte con todo lo que me rodea. Alguna gente dirá “pero eso es Dios”. Quizás poéticamente pudiese llamarlo así en algún contexto, pero prefiero no personalizar, no darle

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características del ego humano a fenómenos que trascienden mi comprensión. Así que prefiero reconocer que no sé si existe alguien en algún lugar con estas características. No digo que quizás en algún rincón del universo no esté Dios escondido. Pero a lo que mi experiencia se refiere, no hay ningún ser superior revisando y controlando lo que ocurre en este verde y azul planeta de este lado del universo. Y creo que es bueno que así sea. Pues mientras exista un Dios el ser humano no puede ser libre. Este será sólo un títere sin posibilidades de crecimiento y aprendizaje. Si hay un dios omnisciente, él sabe todo lo que vamos a hacer, por lo tanto no hay posibilidades de cambio y evolución. Y entonces el fenómeno de la vida humana es sólo una obra de marionetas celestial donde sólo necesitamos hacer nuestra parte de acuerdo con los designios del titiritero”

[7].

2. Reflexión sobre estos datos

Ante todo, hay dos constataciones que surgen de estos tres textos y de muchos otros testimonios que podríamos aducir:

Existe una fuerte sed de espiritualidad en el sentido que explica Comte-Sponville.

Muchos en Occidente dan por seguro que esa espiritualidad no la van a encontrar en el cristianismo y en las iglesias oficiales. Más bien éstas se le presentan como un obstáculo en ese camino de búsqueda.

Podemos despreciar o reírnos de esa búsqueda espiritual que elige prescindir de Dios. Sin embargo, el fenómeno va en aumento y se adhieren a él personas intelectualmente formadas y que saben explicar razonadamente su posición, como es el caso de Comte-Sponville. Así que mejor haríamos en comprender por qué se da esa situación. Por ejemplo: ¿Qué lagunas o carencias no llenan ya nuestra propuestas pastorales hasta el punto de que muchos prefieran una espiritualidad sin Dios?

Tengo la sensación de que los análisis, documentos y declaraciones de las diversas iglesias occidentales no aciertan con el punto decisivo. Con frecuencia se limitan a decir que estas nuevas espiritualidades no son católicas. Pero eso ya lo sabemos. Si vemos delante de nuestra casa una columna de humo, no basta con decir que debe haber un fuego allí y que nos parece mal. Ya, si a casi todos nos parece mal… Pero, ¿por qué surgió el fuego? ¿Cómo lo apagamos…?

En el ámbito juvenil también se está dando esa búsqueda de una cierta espiritualidad que prescinde de Dios. Quizá no empleen la palabra espiritualidad, pero tienen muchos puntos de convergencia con los textos citados. Se trata de una mentalidad que está en el ambiente y se está difundiendo poco a poco. Ciertas películas y novelas juveniles de éxito (Harry Potter y tantas otras) nos lo muestran. Recuerdo que hace un tiempo una joven animadora-catequista, que se había confirmado y llevaba (o lo intentaba) grupos de fe, expresaba así su peculiar fe en la resurrección en el entierro de un familiar: “Sé que mi abuelo está en las piedras, en la arena, en las flores…”. No era capaz de concebir un Dios personal con el que esperamos encontrarnos. Es un modo de ver en el fondo muy cercano a las ideas antes mencionadas. En la práctica, pues, las fronteras no están tan claras.

Por citar un ejemplo reciente, en una entrevista la cantante Mónica Naranjo confesaba lo siguiente: “Mi hijo me preguntó qué es Dios. Estábamos junto a un lago y le dije: Dios es todo lo que es bonito: los árboles, los lagos…”[8]. En este caso no se trata exactamente de una espiritualidad sin Dios, incluso unos párrafos más adelante la artista se confiesa cristiana a su modo. Sin embargo, tengo la impresión de que la consideración de Dios como una fuerza impersonal, una especie de vaga energía difusa, es el paso

experiencia de Dios como manipulador
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inmediatamente anterior a prescindir de Dios en la propia espiritualidad. Es un dato constatado en las últimas encuestas sobre valores juveniles, por ejemplo, los de la Fundación Santa María de 1999 y 2005.

En el fondo, la espiritualidad sin Dios es el punto final de un proceso que ya describía en su tiempo San Francisco de Sales, cuando denunciaba el peligro de “preferir buscar los consuelos de Dios, antes que al Dios de los consuelos”. La falta de experiencia de encuentro personal con Dios lleva a muchos cristianos a estar de acuerdo con la afirmación antes citada de A. Sentis: en el fondo un día descubren de pronto (o poco a poco) que no necesitan a Dios para nada… O, al menos, eso creen.

3. Pistas pastorales o caminos de futuro a partir de aquí

Las nuevas formas de religiosidad, incluida esta espiritualidad sin Dios que venimos describiendo, están hoy muy extendidas entre los jóvenes. Ellos no lo formulan filosófica o teológicamente, sino más bien vital y experiencialmente. Pero ha llegado un momento en que la pastoral juvenil debe ser capaz de plantearse cómo abordar con sensatez esta situación y tener voluntad de dar soluciones de futuro. Volver a Trento o a la Edad Media es la peor opción. Adaptarse acríticamente a las corrientes actuales y plantear una “pastoral con menos Dios” o “con poco Dios” por comodidad es un error aún más grave. Pienso que ambas posiciones se están dando en la práctica pastoral.

Jon Sobrino suele repetir que nuestra práctica pastoral y nuestro modo de hablar de Dios debería hacer que la gente (también los jóvenes) saquen dos conclusiones: que Dios es bueno y que es bueno que haya Dios. ¿Por qué ese deseo de espiritualidad sin Dios? ¿Por qué muchos contemporáneos nuestros no logran descubrir la bondad de Dios? ¿Por qué creen que Dios estorba? Para mí, la respuesta pastoral a esta situación debe ser purificar y limpiar la imagen de Dios. Tengo la sensación de que los que rechazan poner a Dios en el centro de su búsqueda espiritual, no reniegan del Dios de Jesús, del Dios del evangelio, sino de otra imagen de Dios. Una imagen de Dios más basada en la reflexión onto-teológica medieval que en la Biblia.

Por ejemplo, el filósofo turinés Gianni Vattimo viene reflexionando desde hace años sobre las contradicciones o paradojas a las que lleva la pretensión onto-teológica a la reflexión cristiana, sobre todo cuando se toma en sentido literal: “Estoy convencido de que el mérito del Cristianismo es haber vaciado un poco toda la fuerza de "lo verdadero". Dietrich Bonhoeffer decía "Einen Gott, den "es gibt", gibt es nicht", "un Dios que existe, no existe". O sea, Dios no es un objeto, ni su existencia puede ser un artículo de fe. ¿Qué quiere decir que Dios existe? ¿No está aquí?, ¿está en el cielo?, ¿está escondido debajo de la mesa?, ¿está sólo en la Iglesia? Jesús dice que cuando dos o más personas están reunidas en su nombre, él está con ellos. Pero, ¿se debe entender que se encuentra también allí o sólo allí? No sé en qué otro sitio podría estar. Podemos reunirnos en ciertos sitios, pero esto no quiere decir que Dios esté en ciertos lugares privilegiados, como los santuarios, las iglesias, los templos. Todo esto para decir que la misión ecuménica del Cristianismo me parece estrictamente dependiente de que sepa desprenderse de declaraciones metafísicas, de definir la naturaleza humana, o cómo está hecho Dios, o cómo están hechas las sociedades humanas, y así sucesivamente”[9]. En otro texto vuelve sobre esa idea: “Cuando decimos que Dios es, o existe, no sabemos después qué significa de verdad eso: no que Dios se da, es gibt, como un ente encontrable en el espacio-tiempo, como un objeto del que se puede una experiencia común”[10]. Por tanto, Vattimo concluye que “demostrar que no existe el Dios de los filósofos no toca para nada la verdad del Evangelio”[11]. Por eso, afirma Vattimo en un coloquio con los filósofos ateos Onfray y Flores D’Arcais, enredarse en el debate metafísico de la existencia de Dios en un pseudodebate trampa en el que no es necesario entrar para vivir la experiencia religiosa[12]. Unas palabras suyas en una entrevista aclaran algo más lo anterior: “Es importante tener en cuenta que creer en Dios no significa que Dios sea más real que este vaso de agua. Quizá es menos

dos errores de la pastoral volver a Trento o hablar menos de Dios
abandonar las explicaciones metafisicas
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real, pero es más profundo. Si pensamos que el lenguaje sólo tiene sentido cuando denota objetos visibles, la mayor parte de nuestra vida no tiene sentido”[13].

No pretendemos presentar a este filósofo turinés como un teólogo consumado. Muchas de sus posiciones son cristianamente muy discutibles; pero sus preguntas no son nada simples, y la intuición de fondo que le guía hace (o debería hacer) pensar a la reflexión pastoral actual. ¿Cómo nos imaginamos a Dios? ¿Todavía como un ente o ser más entre otros, aunque mucho mayor? ¿Todavía como situado en algún sitio, “por ahí fuera” o “por ahí arriba”? ¿Aún decimos que Él maneja todas las causas segundas, que nos manda sequías o lluvias torrenciales, que nos envía accidentes o tragedias para probarnos…? ¿Estamos sirviendo a Dios cuando le damos aún tan mala prensa? ¿No deberíamos cuidar nuestra imagen y nuestro lenguaje sobre él, por amor y fidelidad a él y a los/as jóvenes que nos escuchan hablar así? Hay quien ha hecho notar que no debemos imaginar a Dios sólo como un ser mayor que el cual nada hay (San Anselmo), sino como un Dios mejor que el cual nada hay (San Buenaventura)[14]. El Dios cristiano es el descrito por Jesús en la parábola del hijo pródigo (cf. Lc 15). Es el Dios mejor que podemos concebir, y aún así nos quedaremos cortos. Una imagen de Dios menos misericordioso o menos bondadoso, o más indiferente a nuestra vida (¿recuerdan la imagen del Motor Inmóvil?) es injusta con Dios y alejará a los hombres y mujeres de hoy, especialmente jóvenes.

Por alergia a una mala imagen de Dios muchos han elegido una espiritualidad sin Dios. Debemos mostrar que hay una solución mejor: purificar la imagen de Dios, o sea, transmitir al dios Padre-Abba que transmitió Jesús con palabras y obras. Volviendo a Vattimo, cuando el periodista Giovanni Ruggeri le preguntó en este contexto si no sería mejor prescindir de Dios para entender sólo humanísticamente a Jesús, el pensador italiano respondió: “El hecho es que Jesús habla de Dios: sería difícil eliminar esta pieza de la construcción del Antiguo y Nuevo Testamento”[15]. La expresión pieza es poco afortunada, pero no la intuición de fondo. Pongamos a Dios en el centro de nuestra vida espiritual, pero no a cualquier Dios, sino al que Jesús transmite en el Evangelio, es decir, a Él mismo, al Padre, al Espíritu. Así cumpliremos la recomendación de San Pablo: que no sea por nuestra culpa que se blasfeme del nombre de Dios entre las gentes (cf. Rom 2,24).

El lector nos permitirá acabar con una poesía. En junio de 2009 se publicaba un poema inédito del poeta Juan Ramón Jiménez. El poeta distingue entre el dios con minúscula, el de nuestras imágenes falsas que le desfiguran, y el Dios verdadero, con mayúscula. Ojalá la pastoral juvenil busque y transmita el segundo. Nos jugamos mucho.

DIOS DESEADO Y DESEANTE[16]

Partimos de Dios

en busca de Dios,

sin saber qué buscamos.

El dios con minúscula,

el dios bajo cielo,

el cielo que es mar,

sobre aire que es cielo,

¡entre aire y marcielo,

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y que es pleamar, y que es pleacielo!

El dios deseante,

el dios deseado,

-¡el dios deseado y deseante!-

me trae este Dios,

un dios Dios tan DIOS,

¡un dios: DIOS DIOS DIOS!

… que al cabo de todos los cabos,

que al borde de todos los bordes

un día encontramos.

Cada vez más suelto, y más desasido;

cada vez más libre, más ¡y más! ¡y más!

a una libertad de puertas de Dios.

Y entonces la puerta se abre… y ¡más libertad!

Estoy pasando la cuerda,

cuerda que Tú me has tendido,

Dios mío, mi dios, ¡Dios mío!

¡Dios mío, no soples, Dios!

Siento la inminencia del dios Dios,

del Dios con mayúscula,

-el que nos enseñaron cuando niños

y no aprendimos-.

¡Dios se me cierne en apretura de aire!

¡Se me está viniendo Dios

en inminencia de alma!

¡Se me está acercando Dios

en inminencia de amor!

¡Se me está llegando Dios

en inminencia de Dios!

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JESÚS ROJANO MARTÍNEZ

[1]

Cf. JESÚS ROJANO MARTÍNEZ, Nuevas creencias de hoy: una pequeña guía para no perderse, en Misión Joven 363 (abril 2007), pp. 15.23. Cf. una visión más completa en JOSÉ Mª MARDONES, La transformación de la religión. Cambio en lo sagrado y cristianismo, Madrid, PPC, 2005, y en JUAN MARTÍN VELASCO, Metamorfosis de lo sagrado y futuro del cristianismo, Santander, Sal Terrae, Cuadernos Aquí y Ahora, nº 37, 1998.

[2] Cf. http://buscaunitaria.blogspot.com/2008/05/espiritualidad-sin-dios.html, <9 de mayo de 2008>.

[3]

La Dra. Laurel Blair Salton Clark fue médico especialista de misión en el último y malogrado vuelo del transbordador espacial Columbia (Misión STS-107, 1° de febrero de 2003). Fue Unitaria Universalista practicante (N. del A.- La nota es de la autora que estamos citando). [4]

SHARON WELCH, Spirituality Without God, Meadville Lombard Newsletter, 21:1, Spring, 2002 (Esta nota es también de la autora). [5]

Cf. ANDRÉ COMTE-SPONVILLE, El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios, Barcelona, Paidós, 2006. Cf. un resumen del libro en el artículo antes citado de Misión Joven: Nuevas creencias de hoy: una pequeña guía para no perderse. [6]

Cf. http://lacomunidad.elpais.com/gustrada/2008/7/5/la-espiritualidad-sin-dios, <05.08.2008>. [7]

http://www.centroexperiencial.com/blog/?p=8, <09.03.2006>. [8]

Entrevista en El Mundo del 17.08.2009. [9]

GIANNI VATTIMO – RENÉ GIRARD, Verità o fede debole? Dialogo su cristianesimo e relativismo, Massa, Transeuropa, 2006, p. 36.

[10] G. VATTIMO, La vita dell’altro. Bioetica senza metafisica, Lungro di Cosenza, Marco Editore, 2006, p. 171.

[11] G. VATTIMO, La vita dell’altro. Bioetica senza metafisica, p. 172.

[12] Cf. G. VATTIMO – P. FLORES D’ARCAIS – M. ONFRAY, Atei o credenti. Filosofia, politica, etica,

scienzia, Roma, Fazi Editore, 2007, p. 15. [13]

G. VATTIMO – N. NAVARRO, El comunismo real ha muerto, ya podemos ser comunistas. Entrevista, en El Periódico, 17 de enero de 2004. [14]

Tomo la referencia a San Buenaventura de una obra póstuma de José Mª Mardones, que recomendamos para ese proceso de purificación de la imagen de Dios: Matar nuestros dioses. Un Dios para un creyente adulto, Madrid, PPC, 2006. [15]

G. VATTIMO – P. SEQUERI – G. RUGGERI, Interrogazioni sul cristianesimo. Cosa possiamo ancora attenderci dal Vangelo?, Roma-Fossano, Edizioni Lavoro-Editrice Esperienze, 2000, p. 51. [16]

Poema publicado en ABC, 28 de junio de 2009.

INVITACIÓN A LA ESPIRITUALIDAD

(http://www.feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/1569-invitaci%C3%B3n-a-la-espiritualidad.html)

Escrito por José Arregi

Quiero proponeros una invitación a la espiritualidad. También hoy, hoy de nuevo, necesitamos de espiritualidad. Una espiritualidad de siempre y, a la vez, una espiritualidad nueva, que responda a las luces y a las sombras de nuestra cultura. Y al decir espiritualidad, quiero decir: una vida alentada por el Espíritu que ilumina y consuela.

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Voy a señalaros algunos rasgos de la espiritualidad que necesitamos hoy.

1. Una espiritualidad necesaria

Necesitamos de espiritualidad como de oxígeno, de agua, de pan.

Hace 25 años, J. Moltmann escribió:

"A mí me parece que hoy necesitamos de hombres que se encaminen hacia el desierto interior del alma y bajen hasta los abismos del yo para combatir a los demonios y experimentar la victoria de Cristo, o más sencillamente para garantizar una esfera de vida interior y, a través de la experiencia del alma, abrir el camino a los demás.

Y en nuestro contexto esto significa comprender el sentido positivo de la soledad, del silencio, del vacío interior, del sufrimiento, de la pobreza, de la sequedad espiritual y del 'saber que ignora'.

Para los místicos este sentimiento consistía –según su forma paradójica de expresarse– en aprender a existir en la ausencia del Dios presente, o en la presencia del Dios ausente, y en soportar la 'noche oscura del alma' (Juan de la Cruz).

¿Puede valer esto mismo para nuestros días?"

(J. Moltmann, "Contemplación, mística, martirio", en T. Goffi - B. Secondin, Problemas y perspectivas de espiritualidad, Sígueme, Salamanca 1986, p. 401).

Sí, puede valer para nuestros días, porque necesitamos liberarnos del miedo y reconciliarnos con nosotros mismos; porque no nos basta lo que tenemos, lo que sabemos, lo que podemos; porque necesitamos seguir creyendo en la bondad a pesar de todos los males que hacemos y padecemos; porque es preciso seguir esperando activamente en otro mundo mejor.

La espiritualidad no es un conjunto de creencias más o menos articuladas, aunque las creencias puedan existir e incluso inspirar.

La espiritualidad no es una serie de ritos, aunque los ritos pueden ser bellos y sanadores.

La espiritualidad no es un sistema de normas morales, aunque unos principios morales pueden ayudar a mantener abierto un horizonte ético sin el que la espiritualidad es puro engaño.

¿Qué es la espiritualidad? Es la vida con espíritu, la vida que respira, la vida alentada y empujada por el soplo, la brisa o el huracán. La espiritualidad es vivir en el Espíritu que habita en todos los seres, en el Espíritu que acompaña y consuela, que libera y da anchura, que nos hace prójimos y compasivos, nos hace capaces de paz y de armonía, nos enseña a mirar a todos los seres con atención, respeto, miramiento.

Nos permite ver que todo es sagrado y admirarlo y cuidarlo. También nosotros somos sagrados y debemos cuidarnos.

2. Espiritualidad para un tiempo nuevo

Sería pretencioso pensar que justo a nosotros nos ha tocado vivir la mayor transición de la historia universal. Todos los tiempos son de transición. Pero no todos los tiempos conocen una significativa transición cultural o epocal, y hay muchos indicadores de que hoy nos hallamos en medio de una de esas grandes transformaciones de la historia humana, de que estamos en el umbral de una nueva época.

El paso de la cultura nómada de los cazadores/recolectores a la cultura sedentaria de la agricultura, hace 9.000 años, constituyó un hecho crucial en la humanidad, lleno de consecuencias religiosas (todas las grandes religiones universales del pasado o del presente nacieron en la cultura agraria y responden a su cosmovisión, reproducen sus instituciones).

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Hace solamente 200 años, la industrialización empezó a cambiar la agricultura y la visión del mundo (las religiones se resistieron).

En nuestros días, la era industrial está dando paso a la era de la información: la información aumenta en un grado hasta hace pocos años inimaginable y circula a una velocidad inusitada hasta ahora, y el futuro no lo podemos ni imaginar; el conocimiento se fragmenta, las verdades se tambalean, las instituciones se resquebrajan. El pluralismo es inevitable. Pero las religiones se siguen resistiendo.

Sin embargo, se puede prever que la transformación cultural, tarde o temprano, traerá consigo una transformación espiritual y religiosa, análoga a aquella que se dio en torno al año 500 a.C., el llamado "tiempo eje" (de Buda, Mahavira, Confucio y Lao zi; de Isaías, Jeremías y Ezequiel; de Heráclito, Sócrates, Platón y Aristóteles...).

Se va abriendo una nueva visión integral del mundo, un nuevo paradigma: el paradigma evolutivo y holístico, el paradigma de la interrelación dinámica. Todo está relacionado con todo en todos sus puntos, y todo está en evolución y transformación permanente.

El mundo antiguo está en crisis. La crisis económica es la crisis de todo un modelo cultural, de una forma de desarrollo, de producción, de relación, de ser. Y Einstein dijo con razón: "Los problemas provocados por un modelo no se pueden resolver dentro de ese modelo". Eso vale, sin duda, para la ciencia, pero también debiera valer para la política y la economía. Y debiera valer igualmente para la religión.

¿Qué sucedería si las religiones asumieran, que algún día tendrán que asumir, este nuevo paradigma? Promoverían una enorme transformación espiritual planetaria. No podrá darse la transformación planetaria sin esta transformación espiritual. La transformación ha de ser también espiritual, y la espiritualidad ha de promover la transformación. Pero es indispensable para ello que las religiones desplieguen su alma espiritual más allá y a través de todas las formas.

3. Una espiritualidad más allá de la religión

Nuestras iglesias, espacios tan bellos de luz serena y de piedra silenciosa, empezaron a quedarse vacías en los años 50. Aún vacías –llenas del vacío de todas las cosas que no son el Todo pero son su sacramento– siguen siendo bellas y sagradas, están habitadas por el Misterio que nos acoge a todos (¡y todos estamos tan necesitados de ser acogidos!).

Pero las iglesias vacías empezaron a ser el síntoma de un éxodo más profundo. Fue quedando desierta la Iglesia, patria espiritual de innumerable gente buena, pero también gigantesco andamiaje histórico sin espíritu y sin vida.

Los intelectuales no encontraban inspiración en ella, y la mayoría se fue, muy a menudo en silencio, por pura asfixia espiritual no pocas veces.

La gente de izquierda no hallaba en ella eco a sus protestas y esperanzas y, profundamente decepcionados durante siglos, casi todos se fueron.

Los jóvenes no se sentían acogidos por ella en sus críticas y anhelos, y también se fueron, se fueron en masa.

No obstante, muchos tuvieron la sensación de que, al irse, se llevaban lo mejor: Jesús de Nazaret con su rebeldía y sus bienaventuranzas. Jesús el profeta inspirado y arriesgado. Jesús el manso y humilde de corazón. "No a la Iglesia, sí a Cristo", declaraban entonces muchos, para excusar su marcha y no sentirse huérfanos del todo. No les faltaba razón.

Luego, entre los años 60 y 90, se fueron sucediendo otras divisas distintas, testigos elocuentes de la transformación, insospechada como imparable, que se está produciendo en la cultura religiosa del mundo actual, al menos en el Occidente europeo. "No a Cristo, sí a Dios", alegaron algunos, viendo que Dios podía unir a muchos creyentes separados por dogmas cristológicos ("de la misma sustancia que el Padre",

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"naturaleza humana y naturaleza divina"...). También ellos tenían sus buenas razones, pues era claro que el lenguaje de los dogmas resultaba ininteligible.

Pero otros no tardaron en anunciar: "No a Dios, sí a la religión", pues, entretanto, "Dios" se les había antojado como una estatua muerta o un soberano peligroso, mientras que la religión podía ser algo todavía necesario, un mundo de sentimientos humanos y vivos, más allá y más acá, eso sí, de toda religión establecida o de toda institución religiosa.

En esta perspectiva abundan quienes, en la última década, proclaman abiertamente: "No a la religión, sí a la espiritualidad". Sí a una espiritualidad mística y laica, liberada de credos y jerarquías. No a una religión apresada en las mallas, tan sutiles y obstinadas, del dogma, de la moral y del poder, o simplemente del miedo.

El miedo es muy humano, pero fácilmente deshumaniza. Y donde hay miedo, tal vez haya religión, pero ciertamente no hay espiritualidad, porque el miedo impide respirar y la espiritualidad es respiro.

Yo no creo que sea bueno reivindicar la espiritualidad contra la religión, a no ser que uno haya llegado a aquel estado de plenitud simple, de vacío pleno, en que el Espíritu anima del todo cada respiración y cada paso. La inmensa mayoría no estamos todavía ahí, y es bueno cuidar el rito y la palabra, volver a los textos "sagrados" y los dogmas de siempre para releerlos y dejarnos inspirar; es bueno reunirnos para rezar las oraciones de siempre, para danzar, cantar y callar, para mantener encendida la llamita común de la esperanza, para consolarnos de las penas de la vida y –así los cristianos–fortalecernos con el pan de Jesús.

Creo que la inmensa mayoría de los que nos llamamos "creyentes" y queremos vivir la espiritualidad necesitamos de alguna forma de religión, sin sujetarnos a ella, y sin censurar a los que quieran prescindir en absoluto de toda forma establecida.

Es bueno que sigamos practicando la religión aquellos que la necesitemos para vivir la espiritualidad, y que el Espíritu nos inspire en las formas. Pero no es bueno que dejemos ahogar el Espíritu en las formas religiosas. Entonces la religión está muerta o ha de morir.

"Las religiones mueren cuando fallan sus luces", escribió el gran teólogo W. Pannenberg.

Las religiones mueren cuando dejan de inspirar, iluminar, consolar.

Las religiones mueren cuando obligan a los creyentes a aferrarse a las creencias, por fundamentales que se consideren y por esenciales que parezcan ser (en realidad, nunca son esenciales; la "esencia" de toda religión es el Espíritu que sopla, refresca y relanza).

Las religiones mueren cuando ligan el amor a unos mandamientos absolutos y supeditan el consuelo del perdón a unas condiciones.

Las religiones mueren cuando se convierten en sistemas de dominación y de subordinación mutua. Y hay síntomas que no engañan: una religión está muerta o se va muriendo cuando estrecha espacios para la pluralidad y la tolerancia, cuando apela de continuo a la autoridad, cuando blande la amenaza, cuando multiplica condenas y advertencias, cuando olvida la misericordia y exhibe el poder.

Y no hablo sólo de instituciones religiosas. Ningún creyente está exento de estas tentaciones, y cada uno debe empezar por mirarse a sí mismo y dejar que el Espíritu detecte nuestros engaños dándonos consuelo, pues Él no sabe juzgar si no es consolando. "Luz que penetra las almas, fuente del mayor consuelo". Fuente del mayor consuelo.

4. El mayor peligro es el fundamentalismo

El cristianismo en el que hemos sido formados y que en buena parte sigue aún en pie se ha desarrollado en una sociedad sólida y muy estable. La fe se apoyaba en una cosmovisión de certezas firmes y, a su vez,

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contribuía como lo que más a dotar a la cultura de cohesión y estabilidad. Los creyentes se hallaban firmemente enraizados en la realidad, y la religión ofrecía el sistema último de certezas que les sostenían y fundaban.

Pero he aquí que se ha producido un cambio drástico de panorama. La Modernidad y la industrialización han ido plasmando unos cambios profundos que el Renacimiento ya anunciaba de lejos. La era postindustrial de la información en la que nos hallamos no hace sino radicalizar esos cambios.

Mal que bien, la Iglesia ha podido resistir en los últimos siglos a lo que se consideraban embates del mal. Pero todos los indicios apuntan a que la resistencia se está agotando. La realidad acaba por imponerse.

¿Y cuál es hoy esta realidad? Una realidad absolutamente compleja y marcada por la conciencia de la complejidad. Con todos nuestros saberes, o tal vez por ellos, el mundo nos resulta hoy mucho menos evidente que hace unos siglos o que hace solamente cincuenta años.

Los sociólogos hablan de una "intransparencia irreductible", o del "final de la evidencia y la visibilidad" o, más en general aún, de "la falta de rotundidad" (D. Innerarity) de la realidad en su conjunto y de la sociedad en particular. Efectivamente, nada es rotundo y seguro.

Y la espiritualidad es esa libertad interior para vivir en paz en la intemperie, sin aferrarse a ninguna seguridad. La búsqueda de sistemas de seguridad vuelve a ser hoy la gran tentación de las religiones.

El gran peligro espiritual de hoy no es el agnosticismo, ni es el ateísmo. Ni el hedonismo, el relativismo, el indiferentismo y esas cosas que tantas veces escuchamos denunciar en los discursos eclesiásticos. El gran peligro de hoy para las religiones es el fundamentalismo.

La espiritualidad nos reconcilia con la duda, la incertidumbre, la búsqueda. Necesitamos una espiritualidad sin espíritu de secta, sin pesimismo apocalíptico, sin actitudes defensivas, sin agresividad doctrinaria.

Una espiritualidad que cuida la identidad y la mantiene abierta, flexible, viva.

Una espiritualidad a menudo perpleja, sí, pero no resignada, ni amargada, ni escéptica.

Una espiritualidad dialogante y amable, que sabe que la verdad y el bien no son posesión suya, pero que no por ello renuncia a ser testigo de la gracia que la hace vivir.

5. Espiritualidad de la vida

"Espiritualidad de la vida" es una expresión redundante. La espiritualidad no es algo específico y separado, sino la confianza en la vida que se expresa en todas nuestras manifestaciones vitales. Por eso se podría mirar esta nueva espiritualidad como un nuevo estilo de vida: una manera de mirar, sentir, relacionarse, vivir.

La vida es un gran misterio, envuelto en un misterio más grande aun. Cuanto más avanzan las ciencias, más se maravillan, no solamente de cómo es la realidad, sino de que sea y viva. En realidad, más allá del concepto estricto de vida biológica, se puede decir todo cuanto es vive, está animado, se mueve, se transforma.

El Espíritu es "aliento vital" presente en el corazón de cuanto es. Es fons vitae, fuente de vida. Es la viriditas primaveral de la vida, como lo llama Hildegarda de Bingen. Es como el verdor de la primavera y de todo cuanto vive.

Es vitalitas de Dios que está presente en todos los seres vivientes y se traduce en "amor a la vida". El amor a la vida, el querer vivir se manifiesta en todos los seres vivos. No sólo viven, sino que también quieren vivir.

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"En las rebeliones de los cuerpos y de la tierra se detectan hoy signos que indican que las criaturas quieren vivir. En este mundo, con su moderna enfermedad mortal, la verdadera espiritualidad consistirá en recuperar el amor a la vida y, por tanto, la vitalidad. El sí total y si reservas a la vida y el amor total y sin reservas a todo lo que vive son las primeras experiencias del Espíritu de Dios"

(J. Moltmann, El Espíritu de la vida, Sígueme, Salamanca 1998, p. 111).

Cuanto es quiere ser más plenamente, porque está animado por el Espíritu de Dios. Cuanto vive quiere vivir más plenamente, porque está atravesado por la corriente de la vida. La creación no está acabada. La vida, la conciencia, la libertad... todo está en camino, movido por la aspiración e inspiración universal del Espíritu. Y la muerte forma parte de la vida en su forma actual, pero también cuanto muere quiere seguir viviendo, quiere transfigurarse, quiere "resucitar" en una vida sin daño ni muerte, en la primavera definitiva y universal de la vida.

6. Espiritualidad de la carne, del cuerpo

"Espíritu" nos sugiere lo que no es materia o carne o cuerpo. Ahora bien, en la Biblia "espíritu" no es lo opuesto a la carne, ni lo separado de la carne, sino el aliento, el soplo o el viento de Dios que anima la carne, toda carne.

Y decir carne es decir la realidad del mundo tal como es en su finitud y apertura misteriosa. Decir carne es decir el mundo del que formamos parte los seres humanos en comunidad de ser con todos los seres. No hay mística del alma sin mística del cuerpo.

La espiritualidad ha de ser, pues, necesariamente una "espiritualidad del cuerpo"

(J. Moltmann, El Espíritu Santo y la teología de la vida, Sígueme, Salamanca 2000, p. 102).

Amamos como cuerpo, confiamos como cuerpo, oramos como cuerpo. Para ser espirituales necesitamos relajarnos, liberarnos de las tensiones físicas y mentales. Para ser espirituales necesitamos respirar bien y sentirse bien en nuestro cuerpo, lo que no significa que hayamos de tener un cuerpo perfecto y gozar de una salud perfecta.

Moltmann observa atinadamente que el amor a la vida...

"nada tiene que ver con los ídolos de la salud, propios de la sociedad tardoburguesa, que venera la fuerza vital como 'fuente de rendimiento'. La angustia por la pérdida de sentido de la vida real es lo que lleva al hombre moderno a recurrir a medios que potencien la vitalidad.

Así pues, no sólo hay que proteger la vitalidad que surge del amor a la vida contra su entumecimiento en las rutinas de la sociedad tecnológica, sino también contra el culto a la salud, tan propio de la moderna sociedad del rendimiento, y que tantas enfermedades procura al hombre").

El Espíritu de la vida, o.c., p. 100

El placer es bueno, es necesario, y es espiritual. Todos nuestros placeres son placer de Dios. El Espíritu de Dios se place en nuestros placeres y en los placeres de toda la creación.

También (aún hace falta decirlo para muchos cristianos), también el placer sexual. El placer sexual es bueno y santo. Es la proyección distorsionada del deseo y el afán de posesión los que hieren la vida (y eso tiene más que ver con las construcciones de nuestra mente o de nuestra alma que con la biología propiamente dicha, aunque naturalmente la mente o el alma son, naturalmente, la "nueva dimensión humana" que "emerge" de las células del cerebro biológico).

7. Espiritualidad de todos los sentidos

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La espiritualidad del cuerpo es espiritualidad de los sentidos. Somos cuerpo del mundo que siente. Somos cuerpo de Dios que siente, ¿por qué no decirlo?

He aquí un bello texto de J. Moltmann, comentario crítico de un bello texto de San Agustín:

"Una tarde leí en Agustín [Confesiones X 6, 8]:

«¿Pero qué es lo que yo amo, cuando Te amo a Ti? No amo la belleza de un cuerpo ni el ritmo del tiempo que se mueve; no amo el brillo de la luz, tan amable a los ojos, ni las dulces melodías en el mundo de toda suerte de tonos; no amo el aroma de las flores, de los ungüentos y especias; no amo el maná ni la miel; no amo los miembros del cuerpo, tan deliciosos en el abrazo carnal. Nada de todo eso amo yo, cuando amo a mi Dios.

Y sin embargo, amo una luz y un sonido y un aroma y un alimento y un abrazo de mi hombre interior. Allí brilla a mi alma lo que no abarca ningún espacio, allí suena lo que no arrebata ningún tiempo: allí se exhala un perfume que ningún viento disipa: allí se paladea lo que no vuelve insípida ninguna saciedad; allí se une lo que ningún hastío separa. Eso es lo que yo amo, cuando amo a mi Dios».

"Y yo le respondí aquella noche:

«Cuando yo amo a Dios, entonces yo amo la belleza de los cuerpos, el ritmo de los movimientos, el brillo de los ojos, los abrazos, los sentimientos, los perfumes, los sonidos de esta creación variopinta. Todo quisiera yo abrazarlo cuando yo, Dios mío, te amo a ti, porque yo te amo con todos mis sentidos puestos en las criaturas de tu amor. Tú me esperas en todas las cosas que se encuentran conmigo»".

Ves el sol ponerse en el horizonte y tus ojos contemplan a Dios en su anchura, o es como si Dios contemplara en tus ojos sin fin. Hueles una flor y hueles los aromas de Dios, o es como si Dios se gozara en todos los aromas. En la piel que palpas a Dios, o es Dios que te palpa y te acaricia. Y así con todos los sentidos.

Los sentidos nos abren acceso al mundo como sacramento de Dios. Cada ser es el Todo. Cada instante, en el aquí y el ahora, es la eternidad.

La espiritualidad de los sentidos es la espiritualidad del gozo, del respiro, del descanso para todas las criaturas. Tras seis días de trabajo, los seres humanos descansan, respiran, se sienten hermanos de todos los seres, dejan descansar a la naturaleza en la paz y el gozo de Dios. Y sienten que es verdad aquel estribillo del poema de la creación: "Todo era bueno", "todo era muy bueno". El día del descanso, todos nuestros sentidos sienten que algún día habremos de gozar en el sábado de la vida en la comunión de todos los seres.

8. Espiritualidad ecológica y liberadora

"Cuando hablo de espiritualidad pienso en un nuevo sentido de ser, en un nuevo sueño colectivo, entretejido de valores infinitos como la cooperación, la solidaridad, el respeto a cada ser, el cuidado de toda la vida, la armonía con la naturaleza, el amor a la Madre Tierra y la pluralidad de expresiones de lo Sagrado"

(Boff, "Crisis y ejemplos-semilla", en Atrio, el 3-04-2009).

Necesitamos una espiritualidad ecológica, una nueva manera de situarse ante la naturaleza que somos, ante todos los seres que son nuestros hermanos y hermanas. "El grito de los pobres y el grito de la Tierra" son el mismo grito.

Necesitamos una espiritualidad basada en la interrelación de cosmos y humanidad, materia y espíritu. Una espiritualidad que propicie nuestra armonía con el Cosmos.

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Una espiritualidad que repare la ruptura secular entre Dios y creación, una ruptura que ha predominado en la tradición occidental y que ha convertido a Dios en una figura separada, alejada del mundo. Una espiritualidad que redescubra el misterio de Dios en el corazón del Cosmos y contemple el Cosmos en el misterio de Dios.

Una espiritualidad que "profetiza la jovialidad del Verbo que asumió la carne humana en su eterna fragilidad y, a través de ella, de todo el cosmos, y del Espíritu que habita con sus energías la totalidad del Universo"

(L. Boff, Ecología: grito de la tierra, grito de los pobres, Trotta, Madrid 1996, pp. 85-86).

Es preciso reconocer la espiritualidad y la "divinidad" de toda la materia. Es preciso entonar un nuevo "himno a la materia", que tal vez no sea sino pura energía y espíritu, que ciertamente no es -para los ojos del creyente- sino una manifestación del Espíritu de Dios.

Es preciso que hagamos nuestra la vieja sabiduría de las tribus que afirman: "El espíritu duerme en la materia, se despierta en la flor, siente en el animal, sabe que siente en el hombre" y -ha añadido Boff- "siente que siente en la mujer".

Necesitamos una espiritualidad animada por la cortesía y la gentileza para con todas las criaturas, tratadas como hermanas.

Una espiritualidad que percibe la materia no con los ojos de Descartes, como una extensión inerte y opuesta al espíritu, sino con los ojos de Francisco de Asís, como criatura hermana: hermana agua, hermano fuego y hermano aire, hermana madre tierra que somos y que nos hace ser.

Una espiritualidad capaz de intuir en un trozo de piedra el Espíritu que duerme y danza, que sueña y juega y crea.

Necesitamos una espiritualidad que mira el universo como una trama de relaciones, en la que todo está en comunión con todo, y todo está fundado en un Dios que es "fundamental y esencialmente comunión, vida en relación, energía en expresión y amor supremo".

Una espiritualidad que mira en "el universo en formación, una metáfora de Dios mismo, una imagen de su exuberancia de ser, de vivir y de colaborar"

(L. Boff, Ecología, o.c., p. 185).

Una espiritualidad fundada sobre la presencia universal del Espíritu y del Logos de Dios en todo el universo, desde la partícula subatómica hasta las galaxias más lejanas.

Una espiritualidad fundada sobre la fe en un Dios que sigue creando, cuyo dinamismo creador es universal y siempre activo desde dentro mismo de la creación, de la que formamos parte; un Dios que ha dado a cada ser el poder de ir haciéndose en relación con todos los seres; un Dios que ama cuanto es y que "sostiene todas las cosas con su palabra poderosa" (Heb 1,3).

Una espiritualidad de "la ternura del Dios de los oprimidos", de todas las criaturas oprimidas. Necesitamos una espiritualidad que comparta la esperanza de liberación y el gemido de la creación entera (Rm 8,20-22).

Una espiritualidad corpórea y sensible, convencida de que "no hay redención personal sin la redención de la naturaleza humana y de la naturaleza de la tierra, a la que los seres humanos están ligados indisolublemente porque conviven con ella"

(J. Moltmann, El camino de Jesucristo, Sígueme, Salamanca 1993, p. 382).

La bendición del descanso sabático se extiende a todos: hombres y mujeres. padres e hijos, empresarios y trabajadores, hombres y animales.

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En el séptimo día, según la concepción judía, se hospeda «la reina Sabbat» en las familias de Israel, y se realiza la shekiná o la presencia de Dios en su pueblo y en el mundo entero. Dios habita en medio de su pueblo exiliado, Él mismo exiliado, hasta que se realice enteramente la morada conjunta de Dios y de todas las criaturas.

9. Reinventar a Dios

"Inventar" viene del latín invenire, que significa "encontrar". "Inventar a Dios" no significa crearlo de la nada, sino descubrirlo siempre nuevo y creador en el corazón de toda la creación en marcha, para decirlo con palabras también nuevas, con imágenes sugerentes capaces de expresar lo inexpresable.

No queremos ni podemos dejar de creer en Dios en nuestro tiempo. Pero tal vez no podamos creer de la misma manera en que lo hemos hecho. Todo lo que vive se transforma, y también se transforman la fe viva y la palabra.

Nuestros tiempos nos ofrecen la gracia de creer en un Dios más creíble. Y nos damos cuenta de que los pocos ateos que quedan y los muchos agnósticos que aumentan nos ayudan precisamente a creer en un Dios más digno de fe.

No podemos creer en un Dios Padre, Señor, Rey, soberano, omnipotente. Un Dios inmutable, separado y lejano. Un Dios autoritario, providente y vigilante. Un Dios que se revela solamente a quien quiere, que ha elegido a un pueblo más que a otros, que atiende e interviene cuando quiere. Un Dios que impone normas intocables y exige culto. Un Dios que se ofende y aíra, que pone a prueba y castiga. Un Dios que se impone y da miedo.

No, en ese Dios no podemos creer, porque no es verdadero, porque simplemente no existe. "Los conceptos de Dios rancios, simples u obsoletos ya no satisfacen. Sin embargo, nacientes ideas de diversos contextos del mundo recogidas en la teología se prevén mucho más sabrosas"

(E. Johnson, La búsqueda del Dios vivo, Sal Terrae, Santander 2008, p. 18).

Así, por ejemplo: Dios crucificado de la compasión, Dios liberador de la vida, Dios en femenino, Dios que rompe las cadenas, Dios compañero de fiesta, Dios siempre mayor de todas las religiones, Espíritu creador en un mundo en evolución, Dios vivo del amor "trinitario"...

Creo que nuestro tiempo nos invita a revisar en buena parte nuestra representación de Dios, tanto imaginaria como conceptual. Y "el eje de esa nueva concepción no será la distinción entre Dios y el mundo, sino el conocimiento de la presencia de Dios en el mundo y de la presencia del mundo en Dios"

(J. Moltmann, Dios en la creación. Doctrina ecológica de la creación, Sígueme, Salamanca 1997, p. 26)

Es bueno creer en el Dios que lo habita todo y en quien todo habita, el "Dios, en quien vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28). Un Dios que no es parte del mundo ni la totalidad del mundo, pero que tampoco es alguien ni algo exterior al mundo y separado de él.

Un Dios en quien el mundo es y todos somos como el niño en la madre y mucho más, como la luz en la llama y mucho más, como el sentido en la palabra y mucho más, como el espíritu en el cuerpo y mucho más.

Un Dios que es la Gran Realidad de toda realidad, y que no está "más allá, fuera del mundo, sino más acá, en la profundidad de las cosas, como su fundamento y su misterio"

(J. Alvilares, Dios en los límites, PPC, Madrid 1999, p. 40).

Un Dios que es el corazón de la realidad que nos rodea, que nos constituye, que somos. Un Dios que todo lo anima, lo sostiene, lo habita.

una oportunidad abierta por nuestro tiempo
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Dios no es ni trascendente ni inmanente al mundo y a todos los entes. No es un objeto que podemos ver, conocer, pensar. No es un ente entre los entes. No es el Super-Ente. Es el Ser de todo cuanto es.

O, como dicen los Upanishads indios, no es lo que el ojo ve, sino El que ve en el ojo; no es lo que el oído oye, sino El que oye en el oído; no es lo que el pensamiento piensa, sino El que piensa en el pensamiento; no es lo que los sentidos sienten, sino El que siente en todos los sentidos...

Dios es el Misterio que funda, precede, acompaña. La presencia que sufre y goza en todos los seres.

"El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve"

O también:

"Los ojos porque suspiras, sábelo bien,

los ojos en que te miras son ojos porque te ven."

(A. Machado).

San Juan de la Cruz lo dijo con la imagen, de incomparable belleza, de los ojos por los que somos dulcemente mirados desde el fondo de nuestro ser.

"Oh cristalina fuente si en esos tus semblantes plateados

formases de repente los ojos deseados

que tengo en mis entrañas dibujados".

Termino con esta bella oración de Javier Melloni:

"¡Oh Profundidad infinita que asomas por doquier!, danos la obertura de la mente y del corazón

para que podamos reconocerte en todo. Que cada instante sea el camino por el que volvamos a ti

del mismo modo que tú vienes a nosotros en cada situación. Que todo momento sea la oportunidad y la celebración

de este encuentro que se hace transparente a tu Presencia".

José Arregi

Comunicación con motivo de la presentación de su libro en Donostia (8 nov) y Madrid (11 nov)

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Para profundizar.

La espiritualidad resurge y la religión decae en la modernidad líquida

(http://www.tendencias21.net/La-espiritualidad-resurge-y-la-religion-decae-en-la-modernidad-

liquida_a14896.html)

Analistas afirman que nos encontramos ante el umbral de una etapa transreligiosa, transconfesional y

postcristiana

Ni las personas ni los grupos humanos pueden soportar por mucho tiempo el vacío existencial. En un primer momento, quizás se eche mano de la compensación y de la "distracción", pero la insatisfacción creciente desencadenará una actitud de búsqueda de la plenitud presentida: es la búsqueda espiritual. Algo así parece estar sucediendo entre nosotros. A ojos de muchos analistas, resulta innegable que, en nuestro medio sociocultural, nos hallamos frente a un creciente resurgir de la espiritualidad. Y que dicho resurgir corre paralelo a un no menos evidente declive de la religión institucional. Hasta el punto de que, según ellos, nos encontraríamos ante el umbral de una etapa transreligiosa, transconfesional y postcristiana. ¿Es así en realidad? Por Enrique Martínez Lozano y María Dolores Prieto Santana.

En diversos artículos recientes de Tendencias21 de las Religiones se ha abundado en la tendencia emergente

en el siglo XXI hacia la espiritualidad. Un mundo dominado por la modernidad líquida necesita interiorizarse.

La sociedad efímera necesita recuperar consistencia, solidificar la columna vertebral con valores que la

reconstruya con solidez. Este proceso no es monopolio de las religiones establecidas. Está siendo asumido

por movimientos sociales muy diferentes.

En el presente trabajo Enrique Martínez Lozano (tomando como referencia temas aparecidos en la Revista

Aragonesa de Teología y en www.feadulta.com, ofrece unas claves que permitan facilitar la comprensión de

lo que nos toca vivir en este campo, así como las perspectivas que se abren ante nuestros ojos.

En un reciente escrito inédito, expone que “me parece oportuno empezar por aproximarnos al concepto

mismo de "espiritualidad", para saber a qué nos referimos exactamente. Habrá que delimitar luego las

relaciones entre religión y espiritualidad, así como el lugar de esta en el diálogo con la ciencia. Trataremos

de comprender qué se quiere significar cuando se habla de "postcristianismo" y terminaremos reivindicando

la importancia de cuidar –ya desde la infancia- la inteligencia espiritual, si queremos avanzar hacia una vida

de mayor plenitud”.

Qué es espiritualidad

Para Martínez Lozano, cuando se habla de "espiritualidad" desde una opción religiosa o confesional, parece

inevitable que aquella sea comprendida y explicada a partir de la perspectiva de la propia religión, a la que

se le asignará un estatus superior.

En efecto, al dar por sentada la verdad "mayor" de la propia creencia, se entenderá la espiritualidad como la

práctica por medio de la cual se busca ahondar en la vivencia de la fe que se ha asumido. Como

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consecuencia de este modo de hacer, se adopta un concepto reductor y estrecho de espiritualidad, a la que,

intencionadamente o no, se le ha sobreimpuesto el corsé de la religión.

Más adelante, nos detendremos expresamente en la relación que se da entre ambas. Por ahora, solo quiero

llamar la atención sobre la importancia de empezar hablando de la espiritualidad, sin someterla a los

cánones rígidos de una u otra religión.

Para Martínez Lozano, “la llamada dimensión espiritual constituye una dimensión absolutamente básica de

la persona y de la realidad. Sobre ella precisamente se asientan las diferentes "formas" religiosas o

religiones, como soporte y vehículo a la vez de aquella dimensión que empuja por vivirse”.

Por eso le parece importante iniciar esta reflexión acercándonos a la espiritualidad, como una realidad

previa a las religiones en cuanto tales. Pero antes aún, hay que aludir a lo que esa misma palabra suele

despertar en nuestros contemporáneos.

El contexto social

Nuestra sociedad tiene borroso y deformado el concepto de “espiritualidad”. Tal vez porque las jerarquías

religiosas teman que van a perder poder si los creyentes empiezan a sentir y gustar por su cuenta.

"Espiritualidad" ha llegado a ser una palabra desafortunada. Para muchos significa algo alejado de la vida

real, algo inútil que no se sabe exactamente para qué puede servir o, como mucho, un "añadido", superfluo

o poco significativo, a lo que es la vida ordinaria.

Frente a eso llamado "espiritual", de lo que se podría fácilmente prescindir, lo que interesa es lo concreto, lo

práctico, lo tangible.

Pero "espiritualidad" es, además, una palabra gastada. Gastada y estropeada, porque ha sido víctima de una

doble confusión: el pensamiento dualista que contraponía espíritu a materia, alma a cuerpo, y la reducción

de la espiritualidad a la religión.

Como consecuencia de estas concepciones, se produjo un rechazo más y más generalizado hacia ella en la

cultura moderna. Por una parte, la modernidad, celosa de la racionalidad y de la autonomía, arremetía

contra una religión (institución religiosa) poderosa, autoritaria y dogmática, que parecía desconfiar de lo

humano. Por otra, cegada en su propio espejismo adolescente, la misma modernidad cayó en un

reduccionismo tan estrecho que no aceptaba sino aquello que fuera materialmente mensurable.

“Ambos factores –el rechazo de la religión y el encierro en unmaterialismo cientificista condujeron al olvido

de la dimensión más básica de lo real, promoviendo con ello una cultura chata y empobrecedora de lo

humano, que todavía sigue estando mayoritariamente vigente”, afirma Martínez Lozano.

Pero el contraste continúa. En medio de esta cultura heredera de la que desechó la religión y, con ella, la

espiritualidad, estamos asistiendo a un emerger notable del anhelo espiritual. Y, como en cualquier moda,

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no es infrecuente que aparezcan sucedáneos, a los que se coloca la etiqueta de "espiritual", pero que no

encajan en lo que es una espiritualidad auténtica. Los riesgos de engaño o reducción vienen de dos

direcciones.

Por un lado, en ciertos círculos de la Nueva Era o influidos por ella, suele presentarse la espiritualidad como

la búsqueda de un bienestar que, por más que se designe como "integral", no parece superar los límites del

narcisismo y de la charlatanería. Frente a la "dureza" de la situación cotidiana, es tentadora la huida a

"paraísos narcisistas", refugios de un ensimismamiento adolescente, que nuestra propia cultura promueve.

Por otro lado, en los grupos religiosos más estrictos, probablemente por un instintivo mecanismo de

defensa, se promueve una "espiritualidad" rígida y exclusiva, con notables tintes dogmáticos y autoritarios.

En el primer caso, parece imperar la ley del "todo vale", con tal de que favorezca el bienestar: representaría

al postmodernismo extremo. En el segundo, el criterio parece ser la creencia mental de estar en posesión de

la verdad: sería la voz del integrismo mítico.

Hacia una definición de espiritualidad

Pues bien, con todo este trasfondo, queremos hacer luz a partir de la pregunta primera: ¿qué es la

espiritualidad? Para Martínez Lozano, “en una aproximación suficientemente amplia e inclusiva, puede

entenderse la espiritualidad como la dimensión de Profundidad de lo real.

Bajo mi punto de vista, de este modo, se hace justicia a la dimensión espiritual como parte constitutiva de

toda la realidad. Ello significa reconocer que no existe absolutamente nada al margen de esta dimensión.

Más aún, todo lo que podemos percibir, como "formas" infinitamente variadas, no son sino "expresión" de

aquella Profundidad de la que todo emerge”.

Con esto, no se afirma ningún dualismo entre aquella dimensión última y las manifestaciones que

percibimos. Al contrario, en admirable sintonía con lo que vamos percibiendo desde diferentes ámbitos del

saber –desde lafísica cuántica hasta la psicología transpersonal, desde la mística hasta recientes estudios en

el campo de lasneurociencias -, lo que se nos muestra es una admirable y elegante no-dualidad, en la que

nada se halla separado de nada, siendo solo la mente la que nos hace creer en una realidad fraccionada y

separada en partes, tal como ella misma la ve.

De entrada, el término "espiritualidad" –de acuerdo con Martínez Lozano- nombra una cualidad, una

capacidad o incluso un ámbito del saber que tiene como referencia directa e inmediata al "espíritu". Por

tanto, solo lo podremos entender si previamente desciframos el sentido de este otro. Pero no es una tarea

fácil. Basta intentarlo para que se ponga de manifiesto la incapacidad de la mente para referirse

adecuadamente a todo lo que no es objetivable.

Si rastreamos esa palabra en la tradición judeocristiana, hallamos algún dato significativo. En la Biblia

hebrea, el espíritu presenta forma femenina: es "la Ruaj", la brisa, "aleteo" de Dios sobre las aguas, soplo

impetuoso que genera vida. Aliento, soplo, viento, respiración, fuerza, fuego..., con nombre femenino que

habla de maternidad y de ternura, de vitalidad y de caricia. Si Ruaj es femenino, su traducción griega lo

convierte en el neutro "lo Pneuma". Como si en su intrínseca dificultad para imaginarlo, el mismo término

nos estuviera diciendo que se trata de una Realidad que, no solo trasciende el género (está más allá de la

Page 26: Unidad 1

distinción sexual), sino también el concepto de "individuo" y hasta de "persona" (por definición, lo neutro no

puede ser "personal"; en todo caso, transpersonal).

Con la traducción latina (Spiritus), el Espíritu se hizo masculino, y así ha llegado hasta nuestras lenguas

modernas. Pareciera como si, con este cambio, volviéramos a sentirnos cómodos: finalmente, podríamos

dirigirnos a él como una persona y en masculino. Eso casaba bien con nuestra conciencia egoica y patriarcal.

Si algo tienen en común todos esos nombres es que remiten a la intuición de un "principio vital" o "latido"

(hálito, respiración), que se encontraría en el origen de todo lo que es. No es extraño que "Espíritu" haya

sido uno de los términos más comunes para nombrar a la Divinidad, en cuanto Dinamismo de Vida.

Fuente de todo lo que es, principio vital, dinamismo de vida, el espíritu constituye, por tanto, el núcleo más

hondo, la identidad última de todo lo que es, la Mismidad de lo Real. Pero no como una "entidad" separada,

sino como "constituyente" de todas las formas, en un abrazo no-dual. En razón de esa misma no-dualidad,

podemos ver, palpar y saborear al Espíritu en todas las formas de la realidad: todas lo expresan y en todas se

manifiesta, sin negarlas ni anular las diferencias.

Una vez más, es necesario decir que no hay ningún tipo de dualismo, como si, además del espíritu, hubiera

"otra" realidad al margen de él; pero tampoco se trata de un panteísmo indiferenciado. Es todo más sutil y,

en cierto modo, más simple: el Uno expresado en lo Múltiple, como dos caras de la única Realidad.

Si entendemos por "espíritu" el principio vital y constitutivo de todo lo que es, habremos de concluir que

"espiritualidad" es la capacidad de "ver" esa dimensión profunda y última de lo real y vivir en coherencia con

ello.

Despertar la inteligencia espiritual

En esta acepción primera y genuina del término, no hay todavía conceptos ni creencias. Hay, sencillamente,

un reconocimiento y una capacidad. Una percepción intuitiva –preconceptual- del misterio mismo del

existir. A esta capacidad podemos designarla, por tanto, como "inteligencia espiritual". Es ella la que nos

permite intuir el Misterio y, simultáneamente, reconocer nuestra identidad más profunda.

Se suele decir que el "despertar espiritual" consiste en la capacidad de separar la conciencia de los

pensamientos. De eso se trata exactamente. Caer en la cuenta de la identificación con la mente, de la que

provenimos, y reconocer que ahí no está nuestra verdadera identidad. La espiritualidad o inteligencia

espiritual, al hacernos crecer en comprensión de nuestra verdad, nos pone en camino de desapropiación.

Por eso, a más espiritualidad, menos ego y menos egocentración.

Es fácil advertir que el criterio decisivo de una existencia espiritual no puede ser otro que la

desegocentración, la bondad y la compasión, unidos a la ecuanimidad de quien ya ha descubierto que su

verdadera identidad trasciende todo vaivén y toda impermanencia.

Lo expresa con nitidez Xavier Melloni, cuando escribe que "la dirección que no ha de variar, aunque se

cambien los vehículos y los caminos, es el progresivo descentramiento del yo, tanto personal como

comunitariamente... Esta es la única certeza, el único discernimiento: ir convirtiendo nuestra existencia en

receptividad y donación". Porque, ¿cuál es la meta? Y responde el propio Melloni de una manera sabia y

hermosa: "La tierra pura de un yo descentrado de sí mismo que se hace capaz de acoger y de entregarse sin

muy proximo al budismo y a algunas tendencias hindues
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devorar, porque sabe que proviene de un Fondo al que todo vuelve sin haberse separado nunca de él".

A partir de este concepto de espiritualidad, se desprenden dos primeras conclusiones: por un lado, la

percepción de que el cuidado de la espiritualidad y el cultivo de la inteligencia espiritual son decisivos si se

quiere acceder a una vida plena; por otro, la constatación de que, así entendida, la espiritualidad es previa a

cualquier religión, de modo que las diferentes confesiones religiosas no serán sino "modulaciones" o formas

(mentales) específicas de aquella intuición original.

Religión y espiritualidad

Para Martínez Lozano, hay dos imágenes que se suelen utilizar habitualmente para hablar de la relación

entre ambas: la del vaso y el agua, o la del mapa y el territorio. La espiritualidad es el agua que necesitamos

si queremos vivir y crecer; la religión es el vaso que contiene el agua. La espiritualidad es el territorio último

que anhelamos, porque constituye nuestra identidad más profunda; la religión es el mapa que quiere

orientar hacia él. Cuando se vive al servicio de aquella, la religión constituye un medio valioso o una "cinta

transportadora" –en palabras de Ken Wilber- que facilita la conexión con la dimensión espiritual: es el vaso

que proporciona el acceso al agua; el mapa que baliza el camino hacia el territorio.

Sin embargo, cuando la religión se absolutiza, todo se desencaja. Lo que no es sino un medio, se arroga

cualidad de fin último, haciendo que todo gire en torno a ella. Se hacen presentes el dogmatismo y la

exclusión. En esa misma medida, la persona religiosa proyecta en la religión la seguridad con la que sueña.

Quizás no esté de más señalar que esa tendencia a la absolutización constituye una característica del modo

de funcionar de nuestra mente. Es consecuencia de la propia limitación de la misma y va de la mano de la

necesidad psicológica de seguridad.

Con todo, sin embargo, -según Martínez Lozano - parece claro que entre religión y espiritualidad no tiene

por qué haber enfrentamiento, así como tampoco identificación. Esta afirmación conlleva dos conclusiones

inmediatas: por un lado, una religión conscientemente alentada por la espiritualidad resulta beneficiosa y

eficaz. Por otro, la afirmación de la no-identificación entre ambas permite reconocer la existencia de una

espiritualidad laica o incluso atea.

Porque el Territorio de la espiritualidad es siempre compartido: ahí nos encontramos con todo lo que es,

con el Misterio que se expresa en toda la realidad, y del que las religiones –hijas de su tiempo- han querido

dar una explicación. Por eso creo que, valorando la riqueza propia de cada religión, tenemos que dar un

paso más... hacia el Horizonte o Territorio al que las religiones (mapas) apuntan: ese es el camino de la

espiritualidad.

La construcción social de las religiones

Las religiones son una construcción social, a través de la cual los humanos han tratado de canalizar, expresar

y sostener –consciente o inconscientemente- el Anhelo espiritual que reconocen como dimensión

constitutiva de su mismo ser. En ese sentido, puede decirse que las religiones son interpretaciones o

lecturas del misterio mismo del existir. Presentándose en complejas configuraciones, ofrecen caminos y

propuestas de sentido. Como dice Xavier Melloni, cada religión es un camino hacia el desvelamiento de lo

Real.

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Eso explica que la religión afecte a los grandes enigmas de la vida. En ellas, el ser humano pretende

encontrar la luz que necesita para desvelar el misterio que envuelve su origen y su destino, para interpretar

el sentido y el propósito de la existencia, para descubrir las causas del dolor que lo aqueja y, en fin, para

encontrar un poco de alivio a sus incontables males.

Sin embargo, todas ellas se ven acechadas por dos graves peligros: aliarse con el poder y confundir su

creencia con la verdad. Cuando eso ocurre –y ha ocurrido históricamente en todas ellas-, se produce la

absolutización de la religión. Lo que era solo una construcción humana y un medio para facilitar la

percepción y vivencia del Misterio, se convierte en un fin en sí mismo. En ese preciso momento, la religión

se torna peligrosa.

“Del mismo proceso de construcción de la religión forma parte la presunción de ser revelada por la

Divinidad. A partir de ahí, el paso siguiente es sencillo: si nuestras creencias han sido reveladas, eso significa

que son verdaderas; poseemos la verdad. De ahí que el innegable conflicto que supone el hecho de que

religiones diferentes tengan la misma pretensión –el conflicto de "verdades" enfrentadas- se haya de

resolver forzosamente declarando cada una que todas las demás están equivocadas”, concluye Martínez

Lozano.

En un nivel de conciencia mítica, en el que aparecen las religiones, era inevitable que, en las configuraciones

teístas, se concibiese a Dios como un "ser separado", y que se entendiese la así llamada revelación como un

"dictado divino". ¿Cómo no iba a producirse el paso siguiente que llevaba a creer al propio pueblo como el

"elegido", y al propio libro sagrado como "la verdad" dada a conocer por Dios? En cuanto tomamos

conciencia de aquel nivel de conciencia y, simultáneamente, trascendemos el modelo mental (dual) de

conocer, el concepto mismo de "revelación" se modifica radicalmente.

En ese momento, también, reconocemos con facilidad la distinción entre la religión, en cuanto forma

histórica concreta, y la espiritualidad, como dimensión constitutiva del ser humano y de toda la realidad.

Con esta toma de conciencia, la religión queda desnudada de cualquier pretensión absolutizadora. Más aún,

el objetivo mismo se reorienta: ya no se trata de propagar la religión y lograr que tenga cada vez más fuerza,

sino de potenciar la dimensión espiritual, es decir, la consciencia de nuestra identidad más profunda.

En esa tarea nos encontramos con todos los seres humanos, más allá de las referencias, religiosas o no, de

cada cual. Podremos seguir valorando las religiones –los "mapas"- en toda la riqueza que han vehiculado y

las capacidades espirituales que despiertan, pero sin olvidar que son solo medios relativos. Pueden, por

tanto, ser trascendidas. Y, de hecho, podemos encontrarnos con todas las personas, sean religiosas o no, en

el cuidado y cultivo de aquella dimensión espiritual irrenunciable.

Hay vida más allá de la ciencia

De acuerdo con el texto de Martínez Lozano, “el trato que ha recibido la espiritualidad explica, en gran

medida, no pocas características del modo de comprendernos, percibirnos y vivirnos en nuestro contexto

sociocultural. Consumismo, economicismo, egocentrismo, vacío existencial... son manifestaciones de un

mundo en el que se ha olvidado la dimensión genuinamente espiritual del ser humano.

Al alejarnos de nuestra identidad profunda, han de aparecer necesariamente la ignorancia, la confusión y el

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sufrimiento. Hemos logrado increíbles avances en el campo científico, técnico y tecnológico pero, al

desconectar de quienes realmente somos, apenas hemos crecido en sabiduría ni en plenitud. Y venimos a

constatar que tanto el poderío material como el mismo pensamiento filosófico no han logrado liberarnos del

sufrimiento inútil y estéril”.

En el origen de esa "desconexión" de nuestra verdadera identidad, han jugado papeles diferentes la religión

y la ciencia. Como decía en el parágrafo anterior, la religión, al tiempo que se absolutizaba, ha manejado un

concepto reductor y empobrecedor de la espiritualidad.

En consecuencia, la atención se desviaba hacia las prácticas religiosas, las creencias y los rituales, en lugar de

ofrecer prácticas espirituales que hubieran permitido a las personas vivirse conectadas con su raíz última.

Además, y debido a aquella "reducción", fue la misma religión la que, aun inadvertidamente, provocó entre

sus adversarios un rechazo de la propia espiritualidad.

Los reduccionismos de las ciencias

Las ciencias modernas, por su parte, cayeron en otro reduccionismo no menos empobrecedor, al arrojarse,

de un modo totalmente acrítico, en los brazos de lo que conocemos como materialismo, positivismo o

cientificismo. El origen de la trampa, sin embargo, fue el mismo en ambos casos.Tanto la religión como la

ciencia se absolutizaron, como si no existiera otra cosa más allá de ellas, tal como ha desarrollado Leandro

Sequeiros. Hemos tenido que padecer las consecuencias de tales posturas reductoras para empezar a

despertar y venir a reconocer que, tanto más allá de la religión como más allá de la ciencia, sigue habiendo

vida...

Para empezar, hoy nadie duda de que los postulados básicos del materialismo (y del cientificismo) son

creencias metafísicas absolutamente indemostrables y peligrosamente reductoras. ¿En nombre de qué se

puede sostener que no existe sino lo que puede ser comprobado "científicamente"? ¿Quién decide los

límites de lo real? ¿Qué fundamento tiene la afirmación de que la razón es el modo supremo de

conocimiento? ¿Dónde se apoya la arrogancia de que fuera de la ciencia no hay verdad?...

No es que se rechace la ciencia, sino únicamente sus pretensiones absolutistas. La ciencia es una

herramienta extraordinaria para operar en el mundo de los objetos. Y la razón crítica constituye un logro

irrenunciable de la humanidad. Los llamados "maestros de la sospecha" (Nietzsche, Marx, Freud) nos

abrieron los ojos para ver que las cosas no son lo que parecen y que haremos bien en someter a crítica todo

tipo de creencias.

Y eso mismo vale también para la ciencia..., a no ser que se arrogue un estatus "religioso" de intocabilidad

(intangibilidad), con el que ha aparecido con demasiada frecuencia. Es entonces, al aproximarnos a ella

desde una actitud crítica, cuando caemos en la cuenta de la trampa del cientificismo: ha olvidado que existe

otro modo de conocer superior y previo a la razón.

Es un modo de conocer al que tenemos acceso justamente cuando somos capaces de acallar el pensamiento

y "conectar", de una manera directa, inmediata y experiencial, con la verdad que somos. El modo racional

(mental, dual, cartesiano) funciona admirablemente en el mundo de los objetos, pero es incapaz de ir más

allá; cuando lo intenta, no hace sino objetivar toda la realidad, reduciendo y empobreciendo nuestra

percepción.

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Reconociendo la validez de ese acceso, es innegable que existe otro, anterior a la razón, que nos pone

directamente en contacto con aquella dimensión de lo real que escapa a la razón y la ciencia. Este es el

terreno de la espiritualidad; y a la capacidad para adentrarse en él se le está empezando a llamar

"inteligencia espiritual".

Cuando esta dimensión se olvida, se produce una amputación grave del ser humano, con consecuencias

sumamente empobrecedoras para la vida de las personas, que son condenadas a una sensación de vacío y

nihilismo. Es lo que ha ocurrido, en parte, en nuestro ámbito cultural: la ciencia ha propiciado un desarrollo

material inimaginable, pero el cientificismo ha empobrecido la experiencia humana hasta límites

insostenibles.

Por eso me parece, a la vez, profundamente revelador y esperanzador el hecho de que sea, dentro mismo

de la ciencia, donde se haya producido un cuestionamiento radical de los postulados materialistas y de las

pretensiones cientificistas.

La aportación de la física cuántica

A pesar de que las implicaciones de sus resultados no se hayan plasmado todavía en el imaginario cultural

colectivo, la física cuántica ha revolucionado los presupuestos sobre los que se asentaba la física clásica o

newtoniana. En sus escasos cien años de vida, ha supuesto un cambio radical de paradigma, de

consecuencias enriquecedoras. Efectivamente, a tenor de sus descubrimientos incontestables, las cosas no

son lo que parecen: la mente –y el llamado "sentido común"- nos engañan con mucha facilidad.

Curiosamente, la principal intuición procedente del nuevo paradigma científico no es tecnológica. La física

cuántica viene a confirmar algo para lo que no se hallaba explicación racional: la estrecha relación entre

nosotros y con todo el cosmos. Experimentos contrastados en el mundo de las partículas elementales han

superado las viejas concepciones atomistas, para afirmar que la realidad a la que denominamos universo es

un todo integrado, sin fisuras.

Y, curiosamente, esa es la experiencia espiritual genuina. A partir de ahí, parece que la actitud sabia consiste

en abrirnos a esa nueva visión que está emergiendo, ya que –como decía Krishnamurti- "de esta crisis solo

podremos salir mediante una transformación radical de la mente".

El denominador común de esta nueva cultura emergente es el holismo: Como ha escrito Ervin Laszlo, "entre

nosotros se extiende una nueva epidemia: cada vez son más las personas infectadas por el reconocimiento

de su unidad". Es así: crece por doquier la conciencia de la interrelación de todo, de la no-separación, de la

no-dualidad radical. Y esa nueva conciencia, que va conformando una nueva cultura, afecta también a todas

las dimensiones de nuestra experiencia: a la economía, a la ecología, a la política, a las relaciones, a la

religión...

Por eso, tanto en las discusiones en torno a la ciencia, como las que ocurren en el ámbito de la religión, sería

bueno partir del reconocimiento expreso de lo que realmente se halla en juego. De otro modo, parece

inevitable que se sucedan los enfrentamientos y controversias estériles en torno a "mapas" y "etiquetas",

que nos lleven a confundir nuestras creencias con la verdad.

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Y lo que se halla en juego no es algo baladí. Se trata, nada menos, que de un cambio en el modelo de

cognición. Probablemente, el giro más revolucionario de esto que llamamos "postmodernidad".

Venimos de un modelo mental, dual, egoico o cartesiano. Tal modelo, basado en la dualidad inicial

sujeto/objeto, perceptor/percibido, se revela adecuadamente operativo en el mundo de los objetos. Sin

embargo, ese es también su límite. Dado que pensar es sinónimo de objetivar, cuando desde ese modelo

queremos aproximarnos a realidades que no son "objetos", el modelo se colapsa y nos engaña. Naturaleza,

seres humanos, vida, verdad, realidad, "lo que es", Dios... Se trata de realidades inobjetivables: cuando las

pensamos, las convertimos en objetos, al tiempo que toda la realidad queda separada, fraccionada y, de ese

modo, distorsionada.

Basta salir del estrecho cerco del modelo mental para captar su engaño y su trampa. Podemos recurrir a la

imagen (metáfora) del océano y las olas. El modelo mental se detendría exclusivamente en la singularidad

de cada ola, absolutizando la separación entre ellas y olvidando la naturaleza común de agua, que

comparten.

Sin embargo, hay otro modo de ver, desde la no-dualidad. Y ahí las cosas cambian por completo. Esa nueva

visión nace de otro modo de conocer, el modelo no-dual, que se basa en la aproximación no-mental a lo

real. Se trata de una aproximación respetuosa a "lo que es" en la que, silenciada la mente, acogemos el

Misterio que se muestra, nos reconocemos y descansamos en él.

Volviendo a la metáfora antes aludida, desde el modelo no-dual se advierte, antes que nada, el agua que

constituye, conforma y se expresa en cada una de las olas. La perspectiva cambia radicalmente. Sin forzar

demasiado la imagen, puede afirmarse también que el referente natural de la religión es la "ola", mientras

que el de la espiritualidad es el "agua". El paso del modelo mental al no-dual es coherente con aquel que va

de la religión a la espiritualidad. ¿Significa esto el final de la religión?

¿Hacia un horizonte postcristiano?

En un reciente artículo en Tendencias21 se alude a la quiebra de las religiones neolíticas. A veces se escucha

decir que, cuando pase esta generación, "las iglesias se quedarán vacías". Con esa frase se estaría

expresando el innegable y acelerado declive que está experimentando, en nuestro medio, la religión

institucional y, concretamente, el cristianismo.

Sin entrar ahora en las circunstancias históricas que, durante siglos, han podido ir acumulando, en la

memoria colectiva, un rechazo visceral hacia la religión, concretamente en nuestro país –por ejemplificarlo

en una sola frase: el anticlericalismo encuentra su caldo de cultivo en el clericalismo-, me parece indudable

que, debido sencillamente al nivel de conciencia en el que históricamente aparecen, las religiones traen con

ellas algunos elementos que, si se toman literalmente, chocan frontalmente con los nuevos paradigmas

culturales.

“Me refiero, en concreto, a cuatro de sus características más destacadas: el carácter mítico, la visión

heterónoma, la insistencia en la creencia (mental) o credo y la idea de un dios separado e intervencionista.

Es fácil apreciar cómo cada uno de esos rasgos característicos de la religión entra en franca contradicción

con la nueva sensibilidad que nace con la modernidad y que se acentúa con el paso al nivel transpersonal de

conciencia”.

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No es extraño que la religión haya entrado en una crisis que alcanza a sus propios cimientos. Por eso, parece

inútil, a la par que engañoso, tratar de sortearla, eludiendo la confrontación con la modernidad y con la más

reciente perspectiva transpersonal. A mi modo de ver, esa crisis únicamente podrá resolverse en la medida

en que la religión renuncie, consciente y radicalmente, a cualquier absolutización y asuma vivirse al servicio

de la espiritualidad, es decir, al servicio del ser humano que anhela vivir en toda su verdad.

Ello le exigirá la humildad de reconocer abiertamente que su credo no puede ser nunca la verdad, sino un

"mapa", entre otros, que apunta hacia el Territorio inefable y la Verdad inaprensible. Así, relativizando las

creencias, podrá dedicar sus esfuerzos a una doble práctica: la práctica de la transformación individual –en

la línea de trascender la mente y favorecer la desapropiación del ego- y la práctica de la justicia, como

expresión de la Unidad que somos. Es decir, podrá pasarse del particularismo religioso a la espiritualidad

inclusiva.

“¿Significa esto el fin del cristianismo? ¿Será cierto que caminamos hacia una espiritualidad postcristiana ?

Lo que importa, a mi modo de ver, no son las respuestas, más o menos acertadas, a esas cuestiones, sino las

implicaciones que la misma pregunta encierra. Personalmente, no me parecería extraño que las religiones,

tal como hoy las conocemos, llegaran a desaparecer. En cuanto configuraciones históricas, deudoras del

momento en el que nacieron, son formas transitorias y perecederas”- apunta Martínez Lozano.

Otra cosa es la intuición de la que son portadoras, y en la que los humanos nos "re-conocemos: el mismo

Anhelo vital, el núcleo de la genuina espiritualidad. En concreto, en el caso cristiano, aquella intuición es la

que pivota en torno a la figura y el mensaje de Jesús. Y lo que vengo diciendo todavía cobra más relevancia

cuando tenemos en cuenta que el Maestro de Nazaret no pertenecía a la clase religiosa ni fundó ninguna

religión. El suyo es un mensaje de sabiduría dirigido al corazón humano, que fácilmente resuena en

nosotros. Por tanto, ese mensaje puede vivirse en clave religiosa, pero también en otra clave laica o,

simplemente, no-religiosa.

Recuperar la amplitud y hondura

Al reconocer la no-identificación de la espiritualidad con la religión, aquella vuelve a recuperar la "amplitud"

y la "hondura" que la caracteriza, así como su capacidad de poder ser vivida en cualquier paradigma cultural,

porque lleva en sí misma las claves de la imprescindible "traducción" a los nuevos "idiomas" que van

apareciendo a lo largo de la historia de la humanidad.

En la "amplitud" que caracteriza a la espiritualidad, se trasciende el estrecho marco de las creencias y de las

formas históricas y somos conducidos al territorio sin límites de la Vida, que experimentamos de un modo

inmediato y autoevidente y que percibimos compartido por todos. La espiritualidad es amplia e inclusiva:

puede ser religiosa, pero puede ser también no-religiosa, laica, agnóstica o atea. Se trata solo de "mapas"

diferentes que no impiden el reconocimiento del territorio vital compartido.

Y también, más allá de las formas religiosas, la espiritualidad manifiesta la "hondura" que la define: la misma

hondura que nos constituye. De ahí que la espiritualidad no viene a ofrecer nada "añadido", sino

sencillamente a desvelar la profundidad de lo que somos. Todo lo demás –credos, no-credos, ritos,

normas...- son solo parte de aquellos "mapas", que dejan de absolutizarse, porque el interés está puesto en

el territorio cuya voz nos reclama. Un territorio que ya no situamos en un "Paraíso lejano", ni tampoco en un

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"Dios separado", sino que constituye el Fondo de todo lo real, en la no-dualidad que todo lo abraza y que en

todo se manifiesta.

Pero, para sortear las trampas reductoras de las que venimos –tanto religiosas como científicas-,

necesitamos impulsar el cuidado de la inteligencia espiritual.

Una cuestión decisiva: el cuidado de la inteligencia espiritual

Frente a un concepto reduccionista, que limitaba la inteligencia a la capacidad de resolver problemas

mediante un razonamiento lógico, en los últimos treinta años estamos asistiendo al reconocimiento de las

diferentes "líneas" o dimensiones que implica. Entre ellas, H. Gardner, el primero en hablar de

las "inteligencias múltiples", señala las siguientes: lingüística, musical, lógico-matemática, corporal o

kinestésica, espacial o visual, intrapersonal, interpersonal y naturista.

Por su parte, K. Wilber se refiere a las distintas "líneas de desarrollo" que puede recorrer la inteligencia:

cognitiva, interpersonal, psicosexual, emocional, moral...

En concreto, en los últimos años se está prestando una atención especial al cuidado de la "inteligencia

emocional", con todas sus repercusiones, y más recientemente aún, a la "inteligencia espiritual". Si la

primera se refiere a la capacidad de nombrar y gestionar las propias emociones, y de relacionarnos con los

otros constructivamente, la segunda puede definirse como la capacidad de trascender el yo, separando la

conciencia de los pensamientos.

La inteligencia espiritual dotaría a las personas de las siguientes capacidades:

• capacidad de reconocer, nombrar y dar respuesta a las necesidades espirituales;

• capacidad de trascender la mente y el yo: somos más que la mente;

• capacidad de separar la conciencia de los pensamientos;

• capacidad de percibir la dimensión profunda de lo real;

• capacidad de percibir y vivir la Unidad (No-dualidad) que somos.

De un modo sencillo, podría decirse que la inteligencia espiritual es la capacidad de leer la realidad desde su

dimensión más profunda y vivir en coherencia con ello. Pero más allá, incluso, de las definiciones que

podamos dar, lo que parece innegable es que –como ha escrito Francesc Torralba- el ser humano,

independientemente de su credo religioso o adscripción confesional, sea religioso o no, "padece unas

necesidades de orden espiritual que no puede satisfacer ni desarrollar si no es cultivando la inteligencia

espiritual".

La inteligencia espiritual abre ante nosotros un horizonte ilimitado, que nos permite ubicar todo lo que

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ocurre en su verdadero contexto. Nos capacita para ver en profundidad, superando la visión estrecha de una

mente absolutizada. Es el cuidado de esta capacidad que llamamos inteligencia espiritual lo que nos va a

permitir crecer en conciencia de lo que somos. Sin ella, no lograremos salir de la confusión ni del

sufrimiento.

Esto nos hace ver también la importancia de cuidar esta capacidad en el proceso educativo de niños y

adolescentes. De otro modo, les estaremos privando de una de las mayores riquezas con las que puede

contar el ser humano. Afortunadamente, cada vez es mayor el interés de padres y educadores por ayudar a

los niños y jóvenes a entrar en contacto con esa dimensión. De formas distintas, se está buscando el modo y

las "herramientas" para que los más jóvenes puedan experimentar la dimensión profunda de la realidad,

empezar a vivirse desde ella y comprobar que es "desde dentro" como se operan los cambios eficaces y

donde se encuentra la felicidad.

En cierto sentido, esa demanda podría sintetizarse diciendo que, así como desde hace unos años se ha

empezado a tener en cuenta la llamada "inteligencia emocional", quizás sea hora de abrirnos a la riqueza

que aporta la "inteligencia espiritual".

No hace mucho tiempo, un profesor de primaria me decía: "Cada vez tengo más claro que uno de los

mejores servicios que podemos hacerles a los chicos es ayudarles a observar su mente". Lo que planteaba

con esas palabras es claro: hay que trabajar el desarrollo de la mente, pero tienen que descubrir que son

más que la mente.

Hablar de "inteligencia espiritual" no significa hablar de religión, sino de "interioridad", "profundidad", de

"conciencia transpersonal, transmental o transegoica", de "no-dualidad". Significa experimentar que somos

más que nuestros pensamientos y emociones y que, cuando accedemos a esa dimensión, todo es percibido

de un modo radicalmente nuevo.

Cualquiera que entra por ese camino puede comprobar por sí mismo cómo la llamada "inteligencia

espiritual" potencia capacidades como la serenidad, la observación desapegada de lo que ocurre, la

ecuanimidad, la libertad interior, la compasión...

De hecho, en aquellos centros educativos en los que se ha empezado a trabajar la "educación de la

interioridad", hasta los profesores más escépticos han terminado reconociendo que, tanto la vivencia

personal de los muchachos como las relaciones entre ellos, se han enriquecido notablemente. Y que, para

sorpresa de muchos, terminan siendo los propios alumnos quienes reclaman la práctica de la meditación,

como modo de acallar la mente y aprender a vivir en el presente.

Educación de la interioridad

Como decía al inicio, el interés de los educadores por esta cuestión es cada vez más claro. Y, paralelamente,

son más los colegios que se hallan embarcados en esta tarea, como una inquietud que se contagia.

Genéricamente, se suele hablar de "Educación de la interioridad", debido a que, para muchos de nuestros

contemporáneos, la palabra "espiritualidad" viene cargada de connotaciones negativas. Porque se asocia a

algo anacrónico, obsoleto, doctrinario, confesional... Sin embargo, al mismo tiempo, se está empezando a

revalorizar aquello a lo que la espiritualidad genuina se refiere: la dimensión profunda, sin la que todo lo

humano se empobrece, abriéndose camino el vacío existencial.

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Debido precisamente a esta nueva consciencia que está emergiendo, y superados los arcaicos y reductores

prejuicios materialistas de donde veníamos, son cada vez más las personas que están "saliendo del armario

espiritual". Quizás nos estamos haciendo más conscientes de que el olvido de esa dimensión profunda

conduce a una "anemia espiritual" insoportable (Mónica Cavallé), cuya consecuencia es la egocentración y el

vacío.

Por el contrario, el trabajo con los niños en este campo, puede realizar un gran sueño: que, traspasando el

reduccionismo del "mundo chato" (Ken Wilber), que ha caracterizado a gran parte de nuestra cultura –

anclada en una visión obsoleta de la realidad, que depende del modelo materialista de la física clásica, hoy

ya superado-, seamos capaces de acompañar a los niños en el encuentro con su interioridad.

Para que, a la vez que construyen y afirman su identidad psicológica (el "yo"), aprendan que son

infinitamente más que él y, gracias a la práctica de la atención, sean capaces de vivir en el presente y de

reconocer su Identidad más profunda, aquella identidad "compartida", en la que experimentamos,

simultáneamente, la Plenitud de ser y la Unidad con todos y con todo.

Conclusión

El sueño es que, en el siglo XXI, se reconozca la dimensión espiritual (transpersonal) de la vida humana, con

todo lo que ello implica a todos los niveles. Porque negar o no tener en cuenta la dimensión espiritual es

reducir al ser humano, olvidando precisamente aquello que lo constituye en su verdad última. El cultivo de

la auténtica espiritualidad no es una huida del mundo real; no es tampoco la adhesión a una confesión

religiosa, a unas creencias o dogmas.

Es la práctica que conduce nada menos que a experimentar y vivir lo que realmente somos. Por eso, solo

esta experiencia nos garantiza encontrar "nuestra casa", hallarnos a nosotros mismos en aquel "lugar",

donde hacemos la experiencia de Unidad con todos y con todo, donde "todo está bien".

Únicamente ahí nos encontramos -más allá de nuestro "pequeño yo"- con nuestro verdadero Ser. Y eso lo

cambia todo... ¿Cómo privar a los niños del descubrimiento y vivencia de esta dimensión (interior, profunda,

espiritual, transpersonal...) en la que, frente al vacío nihilista, propio del yo, se juega la plenitud de la vida?

Enrique Martínez Lozano es teólogo y escritor, María Dolores Prieto Santana es Educadora y Antropóloga,

ambos colaboradores de la Cátedra CTR.