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www.facebook.com/luishornstein 1 [email protected] UNA PRIMERA ENTREVISTA: Pensar la clínica En esta iniciación de un análisis, de un paciente al que llamaré Roberto, transcribiré textualmente la primera entrevista siguiendo la recomendación de Freud: “En resumen, tratamos como un texto sagrado lo que en opinión de otros autores no sería sino una improvisación arbitraria, recompuesta a toda prisa en el aprieto del momento” (solo modifiqué aquellos datos que pudieran identificar al paciente). En la iniciación del tratamiento nos impregnamos de todo un mundo que nos es ajeno, un mundo de objetos, de deseos, de relaciones, de modalidades defensivas, de ideales. Intentamos crear (recrear) una atmósfera. Nos "familiarizamos" (literalmente) con la "historia oficial" del paciente, así como con aquella que construimos a partir de esos recuerdos fragmentarios, de esas repeticiones, del vivenciar actual, de la transferencia, de los sueños, de los síntomas, de los vínculos significativos, de los logros, de los proyectos. El psicoanalista procura dar respuesta a la siguiente interrogación: ¿cómo era la infancia? Pero, sobre todo, ¿para quién? Ese "para quién" remite al niño que vivió aquello. La historia en el trabajo analítico no es un registro olvidado y congelado del pasado que convendría descifrar, sino que la historia se hace en el tratamiento mismo apuntalándose en el pasado, apropiándose de él y transformándolo. Hablar de historia en psicoanálisis es una abstracción. Más bien habría que hablar de historias: historia identificatoria; historia vincular (cuáles han sido los objetos del pasado, del presente, relaciones entre ambos); historia del narcisismo (pasaje del yo ideal al ideal del yo, constitución del yo); historia de la sexualidad (sexualidad infantil, adolescente, actual); historia sintomática; historia de acontecimientos; historia de los duelos; de los traumas. Desde el nacimiento el ser humano enfrenta duelos, “elige” mecanismos de defensa, compone una realidad vincular. Es de esta historia que el psicoanalista tratará de forjar una nueva versión sin sustituir la historia singular por una universal, supuestamente proporcionada por la teoría. Claro que hay aspectos no comunicables en un análisis, lo cual da pie a discursos místico- esotéricos sobre lo inefable del encuentro de dos inconcientes. Debemos enumerar esos aspectos no comunicables. Estudiarlos. Y sobre todo avanzar sobre ellos. Son muchos los ejemplos de que es posible. ¿Cuánto puede haber de no compartido en nuestro proceder técnico? ¿Cuál es el conjunto de condiciones necesarias y generalizables que permita ese evitado debate clínico? Mientras que algunos psicoanalistas optan por el “tenedor libre” y algunos por la “verdadera teoría”, otros se dan tiempo para pensar las condiciones de posibilidad de la heterogeneidad. Es urgente disminuir el hiato entre lo que se dice en las reuniones de colegas y una praxis enfrentada con apremiantes demandas. No digo que ese sinceramiento sea fácil sino que es ineludible. Sobre la palabra “debate” el diccionario trae dos acepciones. En la primera es sinónimo de controversia. Y en la segunda es contienda, lucha, combate. En una contienda el objetivo no es la verdad, sino triunfar sobre el enemigo. Ojalá que en nuestros debates, nuestro enemigo sea el anquilosamiento, el dogmatismo. ¿Y qué es “controversia” según el diccionario? Una discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más personas. No es un altercado entre dos o más personas. Sin embargo, como dice Freud (1917): “ La controversia teórica es la más de las veces infecunda. Tan pronto como empieza a distanciarse del material del que debe nutrirse, corre el riesgo de embriagarse con sus propias aseveraciones y terminar sustentando opiniones que cualquier observación habría refutado. Por eso considero muchísimo más adecuado combatir concepciones divergentes poniéndolas a prueba en casos y problemas singulares”. El encuentro analítico supone intenciones e ilusiones, esperanza, confianza. Ponemos en juego y a prueba nuestras ideas, si dialogamos, si contrarrestamos el solipsismo que a veces nos ahoga. Freud

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UNA PRIMERA ENTREVISTA: Pensar la clínica

En esta iniciación de un análisis, de un paciente al que llamaré Roberto, transcribiré textualmente la primera entrevista siguiendo la recomendación de Freud: “En resumen, tratamos como un texto sagrado lo que en opinión de otros autores no sería sino una improvisación arbitraria, recompuesta a toda prisa en el aprieto del momento” (solo modifiqué aquellos datos que pudieran identificar al paciente).

En la iniciación del tratamiento nos impregnamos de todo un mundo que nos es ajeno, un mundo de objetos, de deseos, de relaciones, de modalidades defensivas, de ideales. Intentamos crear (recrear) una atmósfera. Nos "familiarizamos" (literalmente) con la "historia oficial" del paciente, así como con aquella que construimos a partir de esos recuerdos fragmentarios, de esas repeticiones, del vivenciar actual, de la transferencia, de los sueños, de los síntomas, de los vínculos significativos, de los logros, de los proyectos.

El psicoanalista procura dar respuesta a la siguiente interrogación: ¿cómo era la infancia? Pero, sobre todo, ¿para quién? Ese "para quién" remite al niño que vivió aquello.

La historia en el trabajo analítico no es un registro olvidado y congelado del pasado que convendría descifrar, sino que la historia se hace en el tratamiento mismo apuntalándose en el pasado, apropiándose de él y transformándolo. Hablar de historia en psicoanálisis es una abstracción. Más bien habría que hablar de historias: historia identificatoria; historia vincular (cuáles han sido los objetos del pasado, del presente, relaciones entre ambos); historia del narcisismo (pasaje del yo ideal al ideal del yo, constitución del yo); historia de la sexualidad (sexualidad infantil, adolescente, actual); historia sintomática; historia de acontecimientos; historia de los duelos; de los traumas.

Desde el nacimiento el ser humano enfrenta duelos, “elige” mecanismos de defensa, compone una realidad vincular. Es de esta historia que el psicoanalista tratará de forjar una nueva versión sin sustituir la historia singular por una universal, supuestamente proporcionada por la teoría.

Claro que hay aspectos no comunicables en un análisis, lo cual da pie a discursos místico-esotéricos sobre lo inefable del encuentro de dos inconcientes. Debemos enumerar esos aspectos no comunicables. Estudiarlos. Y sobre todo avanzar sobre ellos. Son muchos los ejemplos de que es posible.

¿Cuánto puede haber de no compartido en nuestro proceder técnico? ¿Cuál es el conjunto de condiciones necesarias y generalizables que permita ese evitado debate clínico? Mientras que algunos psicoanalistas optan por el “tenedor libre” y algunos por la “verdadera teoría”, otros se dan tiempo para pensar las condiciones de posibilidad de la heterogeneidad. Es urgente disminuir el hiato entre lo que se dice en las reuniones de colegas y una praxis enfrentada con apremiantes demandas. No digo que ese sinceramiento sea fácil sino que es ineludible.

Sobre la palabra “debate” el diccionario trae dos acepciones. En la primera es sinónimo de controversia. Y en la segunda es contienda, lucha, combate. En una contienda el objetivo no es la verdad, sino triunfar sobre el enemigo. Ojalá que en nuestros debates, nuestro enemigo sea el anquilosamiento, el dogmatismo. ¿Y qué es “controversia” según el diccionario? Una discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más personas. No es un altercado entre dos o más personas. Sin embargo, como dice Freud (1917): “La controversia teórica es la más de las veces infecunda. Tan pronto como empieza a distanciarse del material del que debe nutrirse, corre el riesgo de embriagarse con sus propias aseveraciones y terminar sustentando opiniones que cualquier observación habría refutado. Por eso considero muchísimo más adecuado combatir concepciones divergentes poniéndolas a prueba en casos y problemas singulares”.

El encuentro analítico supone intenciones e ilusiones, esperanza, confianza. Ponemos en juego y a prueba nuestras ideas, si dialogamos, si contrarrestamos el solipsismo que a veces nos ahoga. Freud

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recomendaba: “Es muy difícil ejercer el psicoanálisis en calidad de solitario; pues se trata de una empresa exquisitamente comunitaria. Y en cualquier caso sería mucho mejor que todos rugiéramos o aulláramos a coro y en armonía, en lugar de que cada cual se limite a gruñir en su rincón”. El intercambio nos permite pensar la clínica. No hay garantías. ¿Lograremos que el psicoanálisis sea una tarea “exquisitamente comunitaria” sin conformarnos con “gruñir en un rincón”?

El relato de Roberto: nací a los diez años Roberto: Tengo un problema puntual bastante serio pero también tengo un problema de fondo. El fondo de la cuestión es que hay toda una serie de cuestiones y de forma de ser, y resulta que tengo que cambiar porque, en definitiva, no soy ni feliz ni infeliz así pero tampoco puedo vivir el resto de mi vida de esta manera. En concreto, el problema que tengo en este momento es que —yo soy casado, tengo tres hijos— mi mujer se ha enamorado de otro tipo, tiene relaciones con él, una cosa explícita; y bueno, en definitiva estamos a punto de llegar a terminar con nuestro matrimonio si es que yo no tomo una actitud un poco más inteligente y ella no termina con ese deslumbramiento que tiene con respecto a ese tipo. Eso es un poco el problema puntual. El problema de fondo es que realmente, yo entiendo -soy una persona bastante inteligente-, he llevado una posición en la vida de una cierta comodidad económica y todo lo que he hecho lo he hecho de manera victoriosa en contraposición, es decir, no soy un fracasado, en todos los aspectos intelectuales de la vida. Pero en el fondo no soy ni infeliz ni feliz. Me doy cuenta de que no tengo una capacidad de conmocionarme que noto en el común de la gente. Que pienso que eso también es lo que hizo que mi mujer, que es profundamente sensible, sienta un gran rechazo por mí. Que no es rechazo, sino que sienta que yo —como ella dice— que yo no le alcanzo, que no le basto. Eso es el planteo —digamos— grosero de la situación. Yo, las causas que me llevan a ser como soy las entiendo, he tenido una vida afectiva bastante complicada: mi padre se suicidó, siempre he estado rodeado por la muerte. Y bueno, puedo racionalmente entender por qué soy como soy. Lo que pasa es que no me satisface como soy; y si bien puedo seguir toda mi vida persiguiendo objetivos intelectuales o laborales o de ese tipo de cosas, me doy cuenta de que declamo, de forma declamatoria digo que no me gustaría ser más así. Pero no tengo manera de lograrlo. Ese es más o menos el problema planteado groseramente. Entonces, un poco a partir de este problema puntual con mi mujer me planteo la necesidad realmente de cambiar, sea cual sea el final de la situación con mi señora. Yo me casé cuando tenía 25 años y mi señora tenía en ese momento 18 años. No fue un casamiento de apuro pero yo pienso que le hice trampa. Pienso que yo venía de una bruta calentura y en definitiva no creo que haya sido un error. Pienso que a partir de eso se creó toda una cosa que tiene una cierta solidez. Es el quererse como los viejos, el entendernos el uno al otro y nada más. Indudablemente ella de pronto se ha encontrado con un tipo que tiene 28 años, que toca la guitarra y que es todo lo opuesto a lo que soy yo desde el punto de vista de sensibilidad y todas esas cosas. Bueno yo —desde mi aspecto racional— veo que tiene una calentura, como una especie de deslumbramiento hacia una persona totalmente distinta de la persona que tenía a su lado; y pienso que se le va a pasar o que, en el mejor de los casos, se va a terminar destruyendo todo lo que hemos hecho juntos con gran daño hacia nosotros, hacia los chicos. Entonces, de todas maneras por mi forma de ser la he dejado seguir avanzando en esa relación. En algún momento yo le dije: "Mira, yo no soy un italiano que te hubiera dado dos cachetazos y te hubiera dicho que te quedes en casa". Pienso que es lo que ella hubiera necesitado, ella hubiera preferido de mí que fuera así. Pero, bueno, cosa que yo no soy y nunca voy a poder ser; y estoy manejando las cosas de una manera que en el fondo no sé si es la mejor. No sé si es la mejor por el tipo de persona que tengo como pareja o que eventualmente tuve como pareja.

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L.H.: ¿Cómo las está manejando?

Roberto: Todo esto se inició hace varios meses. Yo reconozco una gran parte de la culpa de estas situaciones; nosotros nos separamos tres veces ya. Vivimos separados. Inclusive en una de las oportunidades yo me fui a vivir a Estados Unidos, después vino ella. La cuestión es tan obvia, tan sencilla racionalmente que a mí me parece hasta ridículo que yo mismo no pueda manejarla. Yo soy un tipo que se mete mucho en las cosas que hace. Cuando yo la conocí militaba en la facultad. Militaba de una manera muy militante, es decir, vivía con la militancia, vivía trabajando para el partido, era militante, militante nato. De pronto me la encuentro a ella, dejé de lado la militancia. Me casé, la enganché. La enganché y de nuevo me metí en la militancia con esa vehemencia y esa cosa de vivir para militar. Y me fui como alejando. Es como si fuera una curva en la cual me voy alejando de lo que yo declamo lo que es una forma de vivir. Me fui alejando, alejando, alejando hasta que se produjo la crisis y nos separamos. Ella todavía era muy jovencita, se fue a vivir con los padres y estuvimos separados hasta el 24 de marzo del 76 que, bueno, yo ahí tomé conciencia de toda una serie de cosas. Dije: "estoy loco". Era todo un absurdo. El 24 de marzo no es sólo una toma de conciencia individual. Yo lo pasé en una casa medio abandonada. Fue todo una derrota de una forma de pensar. Después volví a la casa de mis suegros porque no tenía dónde estar. Además era un lugar seguro. Todo muy lindo, nos juntamos en la casa donde yo había vivido mi juventud. Estaba vacía la casa. Y pasamos un pequeño período muy bien y después yo pasé a la siguiente absorción que fue la facultad y recibirme. Terminaba de trabajar a las siete de la tarde, y me iba a la facultad, terminaba a la una de la mañana. La cosa se empezó a deteriorar porque me puse a estudiar de una manera absoluta y total. En el ínterin hubo otra cosa muy fea porque primero lo mataron a mi primo en un asalto, en el mismo escritorio donde yo estaba sentado; yo había ido al banco y él se quedó en mi escritorio. Cuando volví lo habían matado. Después también murió mi hermana, en un accidente automovilístico. Todo eso fue generando una situación muy mala porque mi mujer estaba peleada con mi hermana. Mi mujer empezó a estudiar teatro y se enganchó en toda una onda de teatro. Creo que ella buscaba todo lo que le faltaba en casa: amor y todo ese tipo de cosas. No me cabe duda, además, que enganchó con estos tipos. Me recibí en noviembre y en diciembre del 78 nos separamos nuevamente. Ahora ya me recibí, ahora ya podemos hacer todo lo que tenía ganas. No, es tarde. Fui a vivir solo, y ella se fue a vivir con los padres. Después de un mes muy mal me enganché con mi secretaria; tres o cuatro meses después ella se fue para Estados Unidos y a los dos meses me fui yo. Yo pensé que ya no la quería más a mi mujer y dije: "bueno, me voy, no existís más para mí"; ella, de pronto, me empezaba a amar enloquecidamente de nuevo. Yo me fui a Estados Unidos. La chica con la que me había enganchado estaba en otra cosa, y a los tres meses mi mujer me escribió una serie de cartas donde se veía que quería volver a estar conmigo. Yo le dije "venite a Estados Unidos"; donde vivimos un año. Empezó, todo un proceso de desgaste, de alejamiento. Ella se volvió y yo me quedé. Volvió por quince días, y yo le escribí una carta en la cual le dije que estaba muy bien solo. Ella lo tomó mal, como que me quería separar, y ella dijo: "me quedo", y yo me quedé un año más, después volví y nos volvimos a arreglar. Vivimos en casa de mis suegros un tiempo. Yo enganché un trabajo que es en el que estoy actualmente y en el que estoy muy bien. Obtengo muchas satisfacciones de orden intelectual porque es muy respetada mi opinión. Pude comprarme una casa vieja cerca de la casa de mis suegros; la empezamos a arreglar. Yo cargué mucho la casa con todo lo que significaba arreglar, que iba a ser nuestro continente, nuestro hogar, que sé yo. Tuvimos nuestro tercer hijo y me fui metiendo nuevamente cada vez más en el trabajo, en el trabajo, en el trabajo, y todo llegó —si se quiere— a la explosión de este año. Yo verdaderamente estaba trabajando doce horas por día y estaba muy insatisfecho también en mi vida de relación, en mi casa. Y de pronto mi mujer en vez de decirme que las cosas van mal o en vez de prender la luz roja, lo que hizo fue engancharse con otro tipo y bueno, así estamos.

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Yo en un primer momento reaccioné como que se me había caído el mundo a pedazos. Yo siempre he sido una persona que piensa que hay que considerar a los demás. Por lo menos racionalmente. La gran contradicción que tuve al principio fue que en realidad darle todo lo que ella quería significaba destruirme a mí mismo, significaba dejarle la casa, su barrio, los chicos y hacer que el guitarrista se vaya a vivir a mi casa. Eso sería —si se quiere— lo mejor para ella. Pero eso sería lo peor para mí. Primero fue esa tremenda contradicción de sentir que el bien de ella es mi mal absoluto. Después charlando con un amigo —un tipo que es bastante práctico— me dijo: "Vos lo que tenés que hacer es realmente ganar tiempo. Proponéle seis o siete meses de espera en una situación ambigua y después trata de ganar en ese tiempo". Cosa que hice. Le dije: "bueno, vamos a establecer un período de espera, hasta que la cosa se aclare"; y después un poco por eso que yo decía antes de esa necesidad de darle al otro lo que necesita, y como nosotros siempre fuimos muy de vida familiar, siempre hemos estado en el entendimiento de la familia no occidental y cristiana, sino en la familia tipo hippie: hacemos todo juntos, con los chicos. Nunca habíamos tenido servicio doméstico. Entonces para que ella se pueda ver con su amante la única manera es que yo le haga la cobertura formal. A lo que hemos llegado es que hace un mes y medio los sábados a la noche salimos juntos y yo me quedo boludeando por el centro y ella se va a ver con su amante. De 9 de la noche a 3 de la mañana ella está con el tipo y después volvemos juntos a casa. Cosa que es una situación de mierda. La verdad que es una situación de mierda. Lo que me sorprende es que no me termina de disgustar porque en el fondo, es decir, es lo que yo quería decir al principio, que me ha pasado mucho en la vida: yo no termino de ser ni feliz ni infeliz por la situación. Racionalmente me doy cuenta de que es una locura, y que me hace daño, y que está mal, no es normal. Porque es totalmente absurdo lo que estoy haciendo. Pero de pronto camino por Corrientes y me compro un libro o voy a ver una película, ceno solo. Enton-ces no está tan mal, no me disgusta pero me doy cuenta de que no es bueno. El sábado a la noche engañamos a los chicos. Los chicos se quedan. Hemos establecido todo un sistema: viene una baby sitter, y nosotros salimos juntos. Se crean situaciones ridículas porque al otro día nos preguntan. "Y, ¿qué fueron a ver?". Es absurdo. Yo me doy cuenta de que a corto o a largo plazo no va aguantar esto. Lo increíble es que durante los otros seis días y veinte horas estamos como la mejor pareja del mundo. Realmente bien. Lo único que ella no acepta es tener relaciones sexuales conmigo. A veces pienso que si ella aceptara mantener relaciones sexuales conmigo yo me bancaría toda la situación. Porque sería todo normal, todo diez puntos, salvo que los sábados de 21 a 3 de la mañana ella sale con su amante. Esa es más o menos la situación actual. Yo pienso que además hay un problema de fondo mío al margen de esta situación: se me está pasando la vida y no estoy satisfecho. No termino de saber qué es lo que quiero. Si bien en el trabajo estoy bien, si bien he armado una hermosa casa, si bien me gusta estar con los chicos, si bien todo, todo bien, todas las cosas, yo no puedo decir que soy un tipo fracasado. Pero evidentemente no estoy satisfecho. L.H.: Usted me dijo que su padre se suicidó.

Roberto: Bueno, eso creo que tiene que ver con una cosa de fondo. Yo tengo 36 años. Toda mi infancia, yo diría hasta los 10 años, realmente no tengo ningún recuerdo emotivo, ningún recuerdo en serio porque mi padre murió cuando yo tenía, creo, 9 o 10 años, no lo sé bien. Mi padre murió y hubo una especie de corte muy definitivo. Yo algunas veces he dicho que —creo que debemos pensarlo en serio— que en realidad mi madre mató a mi padre dos veces: una porque se murió y otra porque mi madre anuló totalmente la existencia de mi padre, las fotos, que se hablara de papá y ese tipo de cosas. De hecho, mi madre decía que mi papá era malo. El corte fue absoluto. Cuando murió mi padre nosotros vivíamos en Lomas de Zamora en una casita y de un día para otro nos fuimos a vivir a casa de una tía mía. Me dijeron el día que murió, que había muerto mi padre y nada más, nunca más se volvió a hablar de mi padre. Salvo que había sido malo, y que había tenido un tratamiento pero que en ese tratamiento él mentía. Al poco tiempo de que murió mi padre, murió mi tío, esposo de la tía donde estábamos viviendo. Yo me acuerdo que me dijeron: "vos tenés que rezar por tu tío, porque tu tío era

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bueno". Yo estaba muy indignado porque por mi padre nadie me había dicho que rezara. Bueno, pasó el tiempo. A los 19 años yo estaba muy mal y fui a una psicoanalista. Fue una mala experiencia. En algún momento me dijo "lo que pasa que usted es consciente de que su padre se suicidó". Yo no sabía nada de todo esto y, bueno, siguió pasando el tiempo... L.H.: ¿Ella sabía?

Roberto: Es una duda existencial. Por eso, a eso voy. Bueno, la cosa es que cuando yo me fui a Estados Unidos tres días antes de que yo me fuera —mi vieja estaba hecha mierda— en la cena de despedida ella me dijo: "Bueno, te tengo que decir una cosa". Ella, pienso, sentía que yo me iba y que nun-ca más me iba a ver y un poco por eso me dijo: 'mira yo te quiero decir que en realidad tu padre se mató, se suicidó. El no es que falleció en un accidente ferroviario, se tiró abajo de un tren y yo nunca te lo había dicho". Entonces yo le dije en ese momento: 'Yo ya lo sabía". Le dije: "Me lo dijo la psicoanalista". Y ahí quedó. No tuve los huevos de preguntarle: "¿Vos se lo habías dicho?". Quedó como inconcluso eso. Me dijo que se había suicidado porque era homosexual —eso es lo que mi madre me ha dicho—. Cuando yo le pregunté: "¿ Cómo sabías que era?" Me dijo: "Bueno, porque había unas cartas muy terribles de tu padre, cartas de él". Y le dije: "Bueno, ¿pero esas cartas están?". “No, las quemé.” Hasta tal punto llegó. Entiendo -a los 37 años-, eso habrá sido muy terrible. Hoy quizás que estuvieran las cartas, haber tenido un más profundo de todo eso. Lo que es mi infancia la tengo como anulada. mucho tiempo dije que yo nací a los 10 años. Todos recuerdos, todo lo que son recuerdos racionales o emotivos son posteriores. A punto tal de que cuando salía con esa chica, me atreví a ir con el lugar donde yo vivía cuando era chico. Pero lo vi, lo vi como cosa física, ahí está, en esa casa yo viví cuando era un niño. A mí me sorprende cuando la gente habla de cuando tenía 6 años, 5 años, 7 años y lo que pasa es que yo puedo contar cosas pero más sintiéndolas como que las contaron que como que las viví. L.H.: ¿Qué más le contó su madre?

Roberto: Mi madre decía que él había tenido un surmenage en algún momento. El era de una situación muy pobre realmente, de gente pobre de pobre, y bueno, había sido persona de mucha polenta para el estudio e inclusive -yo creo que a una situación parecida a la mía- a hombre de confianza de un importante empresario. Aparentemente después de ese surmenage tuvo que tener algún tipo de tratamiento psicoanalítico o algún retiro, alguna vez mi madre me ha contado que le aplicaban Pentotal y que él salía de las sesiones diciendo: “A pesar de todo mentí, tuve la fuerza de poder mentir a pesar del Pentotal". Y eso de que era malo, y que había sido malo. Lo que pasa es que ha sido como una negación, nunca se habló de mi padre. Y aún hoy quisiera saber. A punto tal de que a mí a veces me pone medio mal que mi madre hable con mis hijos de mi padre. Me resulta sorprendente que una cosa que me fue negada me sigue siendo negada pero no ahora porque mi vieja me lo niegue sino porque yo tampoco le pregunto. Es decir una cosa que está anulada pueda ser tomada con tanta naturalidad por mis hijos. No creo que ellos sepan mucho más, pero hablan de mi padre con una naturalidad que a mí me resulta hasta chocante. L.H.: ¿Cuál es la versión que da actualmente su madre de su padre?

Roberto: No es mucho lo que habla. No es demasiado explicativa. Mi familia se compone actualmente de mi madre, su hermana con la cual vive y su hijo. Salvo mi tía, a nadie más podría yo recurrir para enterarme si efectivamente me quisiera enterar. Presumo que mi vieja no tiene por qué engañarme en ese tipo de cosas y pienso que realmente debe de haber sido así. Además no creo que el saber la verdad me aclararía demasiado. Lo voy a tener que hacer, eso sí lo quiero averiguar; yo lo que necesito saber es si mi madre habló con la psicoanalista. Yo siempre tuve un pobre concepto de esa psicoanalista porque terminó mal esa terapia. Pero si efectivamente fuera cierto que yo ya lo sabía, entonces, acá dentro (se señala la cabeza) yo tengo muchas cosas que no sé. Muchas cosas que sé y no quiero saber. Esa es la única cosa que tengo en duda y que necesito saber. Por lo demás, bueno, realmente ya es historia vieja. Es historia vieja en cuanto a esa necesidad de hacer una investigación,

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esa necesidad de desarrollar un conocimiento racional. Probablemente lo que tenga que tener es la necesidad de emocionarme al respecto pero no una necesidad de saber datos en concreto. L.H.: Esa fue una época muy conmocionante, la de la muerte de su padre. Usted se presentó al principio de la entrevista como alguien que no siente.

Roberto: Eso es definitivo. No siento ni para bien ni para mal. Mi mujer me decía hace poco: "Vos lo que pasa es que necesitás cosas muy chocantes para emocionarte; necesitas que yo te diga que me enamoré de otro tipo o necesitas tener un hijo, vos necesitas ese tipo de cosas. Pero a vos te falta emocionarte de las cosas de todos los días, te falta ser feliz o infeliz" -eso no me lo dijo, eso-. Desde una posición racional pienso que proviene de ese haber matado al chico, el haber nacido a los 10 años. Pero es puramente racional, es entender que ahí debe de estar el nudo de la cuestión. Porque tiene que ser así, porque el resto de las cosas que me han pasado en la vida han sido positivas. En todo aspecto. Todo lo que yo he hecho ha sido victorioso. Me encuentro en el opuesto a fracaso. No ninguna razón para que yo no sea feliz. Ninguna. Es estupidez. Toda esta forma de vivir es estúpida. Y lo pretendo es cambiar. No sé hasta qué límite pero tengo que cambiar. Yo durante mucho tiempo dijo que el psicoanálisis no me sirve, es para una etapa de la vida, uno tiene joven. Hoy me doy cuenta de que estoy igual que cuando tenía 20 años. Creo que la única manera de alterarme es por golpazos, que me den un trompazo en la cabeza y entonces ahí reacciono y pretendo cambiar. L.H.: Usted me habló de una hermana.

Roberto: Éramos dos. Cuando murió mi padre yo tenía 10 años, mi hermana tenía 9 y mi vieja se la vio mal realmente. Mi padre estaba como estoy yo hoy, en situación cómoda para el día. Pero no nos dejó nada, solo la casa. Es muy similar. No sé qué interpretación le da a la similaridad. Si yo me muriera hoy mi mujer, tendría que salir a laburar; y fue lo que le pasó a mi madre tuvo que salir a trabajar, mal, porque no tenía experiencia. Vivimos con mi tía durante un tiempo. Después pudo vender la casa y nunca volvimos a vivir en esa casa; y nos compramos un departamento en Villa Urquiza. Yo siempre he pensado, además es cierto, que fui el preferido de mi madre, y mi hermana era la preferida de mi padre. Mi madre siempre decía: "Yo tuve que elegir entre tener dos hijos mediocres o un hijo bueno y un hijo malo y elegí lo segundo". Y mi madre siempre tendió a eso: yo fui a un colegio privado, siempre tuve lo mejor y mi hermana estuvo pupila, después vivió con unos tíos. Era la mala de casa, tuvo una vida muy fea mi hermana, muy triste. A los 19 años me fui a vivir solo y mi hermana, más o menos un año después, se casó con un hombre grande. Mi madre, después de pasar un período viviendo sola, alquiló la casa y se fue a vivir a un cuchitril de mierda. Ahora está viviendo con mi tía. Mi vieja sufre por todo, siente que es una fracasada. Es muy inteligente. Yo a mi padre no lo recuerdo físicamente pero pienso que hubo una identificación muy grande para mi madre: que mi hermana era la hija de mi padre y yo era el hijo de ella. Siempre mi hermana fue la raleada. Yo siempre fui muy distante y muy egoísta y sigo siéndolo porque a mi vieja prácticamente no la trato, me cuesta mucho, a pesar de que desde el punto de vista formal y racional le doy todo lo que necesita, cumplo con ella. La palabra es ésa: "cumplo". El año pasado, después de tres o cuatro años sin vacaciones, fuimos a Europa. Fui con mi mujer y mis hijos y, como no teníamos con quien dejarlos, llevé a mi vieja también. Fue una especie de partida de caza. Fue una locura. Pero sé que a mi vieja le gustó, fue muy feliz, era el sueño de su vida: 45 días en Europa. Cumplí con ella pero me choca su presencia, su forma de ser, su sufrimiento permanente. L.H.: ¿Cómo le afectó a ella la muerte de su hermana?

Roberto: Sufrió mucho pero me da la impresión de que se sintió muy culpable. Ahí es donde se dio cuenta de todo lo que no le había dado. Pienso que era más culpa que sufrimiento. L.H.: Y a usted, ¿cómo le afectó?

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Roberto: Y yo qué sé, realmente. Se había dado otra situación muy terrible que es que, en la separación previa, mi mujer se peleó con mi hermana y no la quiso ver más y me dijo: “Y además te prohíbo que nuestra hija la vea". Eso me dolió mucho, y la cosa es que mi hermana termina muriendo. Sentí como irreparable que mi hermana no pudo ver a mi hija nunca más. Y pienso que la segunda separación fue consecuencia de eso: yo me vengué de mi mujer. A mí me ha quedado siempre y la aplico mucho una frase: "Lo terrible de la muerte es que uno se termina acostumbrando" y sigue vivo, y en todo los órdenes, por más terribles que sean las cosas, uno se termina acostumbrando y convive con ellas y al poco tiempo o al mucho tiempo termina hablando de ellas con una naturalidad casi racional. El noventa por ciento de lo que me está pasando es culpa mía. ¿Sabe? Quizá tenía dos opciones: o decirle a mi mujer que haga terapia o decirle, "Mirá, vos estás en pedo, no te das cuenta de que dentro de cinco años vas a estar con el guitarrista igual que conmigo", o tratar de cambiar yo. Porque en el fondo la forma de vivir de mi mujer es la correcta, la incorrecta es la mía.

De la escucha a la teorización flotante. La primera meta del tratamiento sigue siendo allegarlo al paciente a la persona del médico. Para ello no hace falta más que darle tiempo. Si se le testimonia un serio interés, se pone cuidado en eliminar las resistencias que afloran al comienzo y se evitan ciertos yerros, el paciente por sí solo produce ese allegamiento y enhebra al médico en una de las imagos de aquellas personas de quienes estuvo acostumbrado a recibir amor (Freud, La iniciación del tratamiento, 1913).

Reducir la complejidad de una historia -así sea la que se teja en una primera entrevista- a un conjunto de hipótesis sólo es legítimo si éstas asumen la modalidad interrogativa y se toman con pinzas, con tacto, no sólo clínico. El análisis de una historia es inabarcable, sobre todo a partir de estos elementos fragmentarios que nos brinda Roberto en esta entrevista. Quedan (y no pueden sino quedar) franjas oscuras: nada menos que los primeros 10 años.

Un psicoanalista es alguien que inscribe una trayectoria, que la inscribe día a día, cuando procesa sus lecturas, su experiencia clínica, su propio análisis, su participación en diversos colectivos. Procesando y siendo procesado, va complejizando su escucha, liberándola de una teorización insuficiente o de una teorización tan consciente, tan sistemática, que deja de ser teorización flotante. Una teorización insuficiente a veces se disfraza de espontaneidad, que es más bien espontaneísmo, una conducta previsible, no menos rígida que la teoricista.

El psicoanalista está ante un enigma exigido a un pensar y a un hacer. ¿Huye o lo enfrenta? Lo enfrenta mediante su atención flotante y su contratransferencia. Invistiendo la totalidad de lo psíquico, aunque en sus investigaciones privilegie ciertos aspectos de la teoría. Ese investirlo todo, ese no rehusarse es la atención flotante. Una atención quizá más mentada que practicada. Es el prerrequisito para una interpretación a salvo de un saber preestablecido, congelado, una mera “aplicación” de la metapsicología.

La atención flotante no es solo un correlato, algo paralelo o complementario de la asociación libre: supone mayor complejidad y pone en juego la trayectoria del psicoanalista: historia personal, psicoanalítica, teórica, práctica. Es una asociación libre restringida por la escucha y por la teorización flotante y no una remisión sin fin al mundo fantasmático del psicoanalista.

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"Recordar para poder olvidar", convertir la historia en pasado, constituirla en memoria, significa construir un presente que no es mera reminiscencia sino resignificación del pasado. En Roberto ni reminiscencias tenemos. Bueno, tenemos, pero pocas. No podemos esperar demasiado del recuerdo pero, ¿podremos reconstruir algo a partir de las repeticiones? Podremos ver algo de aquello que según él está muerto. Roberto dice que nació a los 10 años. Atribuye su no emocionarse a "haber matado al chico, el haber nacido a los 10 años". ¿Tuvo que matar al chico para nacer?

La amnesia infantil designa un trabajo del olvido que no torna menos eficaz al pasado, sino que -al contrario- lo torna perpetuo. El olvido sólo anula lo vivido para el sistema preconsciente-consciente, pero no lo aniquila psíquicamente. El pasado no está abolido sino encerrado y pugna por manifestarse. Lo olvidado por la amnesia infantil es incluso más activo que lo recordado.

El primer "problema de fondo" que comenta Roberto es: "no soy ni feliz ni infeliz". Dice no poder emocionarse. Comenta no ser un fracasado "en todos los aspectos intelectuales de la vida", dice ser más bien un "victorioso" pero se lamenta de que no tiene capacidad de conmocionarse. Conmociones, por cierto, no faltaron ni en su infancia ni en su vida adulta.

La mujer siente un rechazo por él "que no es rechazo, sino que siente que yo -como ella dice- que yo no le alcanzo, que no le basto". Dice entender las causas que lo llevan a ser como es, que la muerte lo ha rodeado y lo ha hecho ser así. Pero no le satisface esta comprensión. Tiene logros intelectuales y laborales, y Roberto siente que domina esa esfera de su vida.

Quiere lo intelectual, lo domina pero parece que no se quiere demasiado a sí mismo tan intelectual. Comenta: "Con mi mujer nos queremos", pero: "Es el quererse como los viejos". En su propia historia, ¿cómo se quieren los viejos? Afirma: "En el mejor de los casos se va a terminar destruyendo todo lo que hemos hecho juntos". ¿Será un lapsus? ¿Tendremos que lidiar con el sentimiento inconsciente de culpabilidad y, como Freud recomienda (1937): "desmontar poco a poco ese superyó hostil"?

Dice Roberto que teme tener que "dejarle la casa, su barrio". La historia de Roberto, ¿repite la historia de Roberto? Roberto milita y milita, "enganchó" a su mujer y luego sigue militando. Dice ser un militante nato. ¿Por qué milita con esa vehemencia? ¿A qué obedecerá ese activismo en los distintos órdenes de su vida?

Roberto se aleja: es un fugitivo; pero, ¿de quién se aleja? El 24 de marzo de 1976 fue "todo un absurdo". Absurdo constituido por la militancia, los militares y la soledad, también la distancia y la lejanía; aparece entonces un lugar seguro: la casa de los suegros. Pero, ¿hay lugares seguros?

Reconstruyamos la historia de los lugares en su vida, de sus diversos "exilios": a algunos de esos lugares no pudo volver nunca más. En su relato hay referencias permanentes a casas. Casas vacías y abandonadas. Hubo también conmociones en las casas. Pero él dice que no puede conmocionarse. Una duda: ¿si pudiera conmocionarse, qué pasaría? ¿Cuántas conmociones contenidas hay en él? No se conmociona pero pasa de una "absorción" a otra: militancia, estudios, trabajo; "después yo pasé a la siguiente absorción que fue la facultad y recibirme". ¿Se protege con las "absorciones"? ¿Qué habrá en la "otra escena"?

Como si hubiera sido poco, otra vez la muerte se le presenta cercana, muy cercana. En su mismo escritorio alguien murió en lugar de él. El banco lo salvó. ¿Qué hipoteca le dejó este banco? Habrá entonces tres muertes "no naturales" en su vida.

Cuenta que su mujer se "enganchó" en el teatro, que ella buscó afuera lo que le faltaba en casa: "amor y todo ese tipo de cosas". ¿Hay algo erótico en esos "enganches"? ¿Cómo se diferencian de sus "absorciones"? ¿Qué busca ella y qué busca Roberto? Dice que se aleja de lo que su yo declama "que es una forma de vivir". ¿Quién o qué lo aleja? Nos habla de sus "absorciones": "Me recibí en noviembre y en diciembre de 1978 nos separamos nuevamente". La mujer le responde "es tarde", siempre las ganas llegan tarde, ya que él le decía: "ya podemos hacer todo lo que tenemos ganas". Qué desencuentro

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constante. Un poco sospechoso. Desencuentro constante, ¿será estructural? --como se usa decir actualmente-. Nos dice Roberto: .. “Cuando yo me desenganché, ella me empezó a amar enloquecidamente”. Luego vino el desencuentro norteamericano: desgaste -alejamiento- todo se desgasta. A su vuelta todo empezó esta vez en la casa de los suegros. Cargué mucho la casa -nos dice-, continente, hogar, "y yo me fui metiendo más en el trabajo, en el trabajo, en el trabajo. Y todo llegó -si se quiere- a la explosión de este año". Nos dice que no se prendió la luz roja. ¿A qué remite la luz roja?

Sábados a la noche, Corrientes. Los chicos preguntan a dónde van (no como él, que nunca preguntó). El hace la "cobertura formal". Desde las 21 a las 3 ella está con el guitarrista y él camina por Corrientes: "Me compro un libro o voy a ver una película, ceno solo. Entonces no está tan mal, no me disgusta". Engañamos a los chicos, pero ¿es igual al engaño de mamá? ¿Quién es Roberto en esta escena: el padre o el chico al que le es ocultado un vínculo erótico de mamá? ¿Cómo habrá sido el erotismo de mamá con papá suicida, malo, homosexual y mentiroso? Nos dice Roberto: "Hemos establecido un sistema". Sistema sin lugar a duda de encubrimiento, de silencio. Una vez más un sistema de engaño a los chicos.

Más adelante cuenta: "Mi madre mató a mi padre dos veces". No hay fotos, no hay recuerdos. ¿Habrá sido Robertito, en su fantasía, cómplice? "Perdimos la casa y ni siquiera podía rezar por mi padre." No podía rezar, no podía recordarlo y tal vez ni siquiera estar triste. No podía -seguramente-expresar nada de esa conmoción. Roberto aprendió -demasiado bien- esa lección.

Irrumpe en su relato la experiencia analítica previa con una afirmación de la analista: "Usted sabe que su padre se suicidó". ¿Cómo? ¿Quién sabe? , se pregunta Roberto. ¿Es que yo sé? Lo cual implica que hay un saber sobre mí que mi yo consciente no sabe. Así como Freud decía que el inconsciente no obedece al deseo de dormir, parece ser que su inconsciente no obedeció a la consigna materna: "Nada de papá". Algo de papá queda en el inconsciente. O, solución simple, la mamá le contó al analista. Este enigma parece angustiarlo y no tiene demasiadas intenciones de averiguar dónde está ubicado ese saber.” No insiste ante su madre, quien le había confesado antes de su viaje en una despedida que ella consideraba definitiva- que el padre se había suicidado y había sido homosexual, que las cartas están quemadas, que la historia está borrada. "Nací a los 10 años."

"El resto de las cosas -me cuenta- que me han pasado en la vida, han sido todas positivas." El es victorioso, él es lo opuesto al fracaso. Un triunfo edípico completo. Pero triunfo sin batalla. Un triunfo frente a un homosexual, frente a un suicida; contra el guitarrista sí que hay batallar, fantasear, seducir. Nos dice que quiere trompazos y golpazos en la cabeza. ¿Querrá que le pongan límites? ¿Será esto un deseo de castración? (Tema oscuro el de deseo de castración.) ¿Estará buscando en los otros aquello que el padre no pudo hacer?

Esta situación con el guitarrista, tal vez, ¿le permite tener-ser su padre en esa soledad de los sábados a la noche?¿Qué significa esta escena primaria compuesta por su mujer y el guitarrista? Se requeriría interpretarla no desde una visión exógena a su realidad histórica, evitar tanto el reduccionismo nosografista como una perspectiva moralista. ¿Cómo no dejarse arrastrar por lo aparente? ¿Qué condensará de su historia libidinal e identificatoria? ¿Quién es el guitarrista, quién es la mujer, quién es el deambulador por Corrientes? ¿Acaso lo opuesto al triunfador? ¿Un marginal? ¿Está expuesto a una escena primaria traumática o triangularizante? ¿Hay en juego una dimensión perversa o la reinstalación de la triangularidad edípica interrumpida tan traumáticamente?

La vida actual de Roberto es un desafío constante. La falta de desafío la aburre. "Con mamá cumplo": la llevé a Europa, realicé "el sueño de su vida". ¿Por qué él tiene que realizar los sueños de mamá? ¿Por qué habla de ese viaje a Europa como de una partida de caza? Hubo partidas de casa (esta vez con ese), con presas y víctimas. Nos dice: "Uno se termina acostumbrando a la muerte y sigue vivo". Es cierto, pero, ¿cuál habrá sido el precio?

Otras preguntas: ¿Quién fue Roberto para la madre? ¿Qué lugar ocupó en sus deseos, en sus pasiones, en sus furores, en sus angustias, en sus anhelos? ¿Qué podemos postular de su escena

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primaria? ¿Qué pasó hasta sus 10 años? ¿Quién era el padre? ¿Qué efectos habrán tenido en Roberto la muerte de su padre, la de su hermana, la del primo?

¿Cómo pensar la relación de Roberto con su historia, con ese antes que la precedió y la constituye? Sus diversos logros, ¿son formaciones reactivas o sublimaciones? ¿Cómo trabajar sobre este campo de intelectualizaciones y de erotización del pensamiento sin descompensarlo abruptamente?

El analista escucha cosas que la mayoría de las veces sólo con retroactividad podrá entender (Freud, 1913). ¡Qué alivio sería poder considerar al paciente como una mera ilustración de la teoría! ¡Qué sencillo sería limitarse a hacer derivar lo singular de lo universal! Cómo nos cuesta -diría Roberto- conmocionarnos, cómo nos caracteropatizamos analíticamente, cómo evitamos las sorpresas con -diría Roberto- las previsiones, con las extravagancias y la arrogancia.

El inconsciente para Freud es reactualizable. ¿Se habrá fracturado esa barrera de contrainvestiduras que Roberto estableció? Su inteligencia, sus intelectualizaciones no parecen poder contener esta conmoción. Porque no otra cosa que una conmoción es la que está viviendo. "Reaccioné como que se me había caído el mundo a pedazos." ¿Será el mundo que él construyó para evitar los afectos? ¿Qué pedazos de su mundo retornan? Tal vez entonces no nació a los 10 años.

¿Qué significó el abandono de esa casa a la cual nunca pudo volver? ¿Qué antecedió al suicidio del padre? ¿Ese oscuro surmenage? ¿Tal vez una profunda depresión? ¿Qué condensa ese recuerdo del padre mintiéndole a un psiquiatra, resistiéndose al Pentotal? ¿Qué secretos querrían arrancarIe?

¿Sombras nada más? ¿Cómo se elaboraron los duelos en Roberto y qué identificaciones dejaron como sedimento?

¿Qué sombras de los objetos fueron cayendo en su yo?

Íbamos por el mundo con el tener y el ser diferenciados. Cada quien sabía quién era y qué buscaba. Esa internalización, que era el paradigma, hoy es un corsé, porque nadie está ya, si alguna vez lo estuvo, tan “ internalizado”. Más bien estamos sostenidos. Sostenidos por nuestra historia individual pero también por los vínculos y por nuestros logros. Y por lo histórico-social y sus diversos espacios. He ahí el nuevo paradigma. El sujeto es un sistema abierto autoorganizador porque los encuentros, vínculos, traumas, realidad, duelos lo autoorganizan y él recrea aquello que recibe. (Hornstein, 2006)

¿En qué se habrá identificado con el padre? Su actividad laboral es casi la misma. Y así como vacila en relación con su edad en la primera entrevista ("Yo tengo 36 años [...] a los 37 años entiendo"), en una entrevista posterior vacila entre 36 y 37 años, en la edad del padre cuando se suicidó. ¿Qué es lo que cambia y qué es lo que permanece en su proceso identificatorio?

¿Qué pudo haber significado esa muerte, esa desaparición brusca del padre, de todo rastro del padre en la escena? Esa muerte nos ilustra acerca de una madre que decidió matar el vínculo de Roberto tanático con su padre. Hay en ella una dimensión tanática a desligar, desunir. Como "contraposición", para usar el término de Roberto, la meta analítica será ligar, restablecer relaciones entre ese antes (nací a los diez años) y lo actual. Neutralizar, en la medida de nuestras posibilidades, ese uxoricidio-infanticidio perpetrado por la madre. La muerte del padre es un acontecimiento. Un acontecimiento a partir del cual es posible revelar parte de la trama, la que será inteligible si entendemos ese acontecimiento no como un átomo aislado de la realidad sino como aquello que cobra sentido dentro de un campo relacional. El suicidio del padre, si bien no es el origen de su historia, es el origen de la historia que por ahora se cuenta (o se contaba) el paciente: "Durante mucho tiempo dije que yo nací a los 10 años".

El yo sustituye el tiempo pasado por un relato. Esta historización de lo vivido es una condición necesaria para investir el tiempo futuro. El sujeto necesita retrotraer a un pasado la causa de lo que él es, de lo que vive, de lo que anhela para el futuro. Roberto infiere: "Yo, las causas que me llevan a ser como soy las entiendo, he tenido una vida afectiva bastante complicada: mi padre se suicidó, siempre he

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estado un poco rodeado por la muerte en muchos aspectos. y bueno, puedo racionalmente entender por qué soy como soy". El sujeto deberá preservar una ligazón entre presente y pasado y postular una causalidad que torne sensata la experiencia que vive.

¿Cuál es la realidad actual de Roberto? ¿Qué transferencias habrá en sus relaciones de objeto: su mujer, sus hijos, sus amigos, sus primos, sus jefes, sus colegas?

Cuando interrogamos una relación real-actual, interrogamos simultáneamente la historia de las sucesivas elecciones de objeto. Si las sombras de los objetos del pasado caen sobre todos los objetos del presente, ¿por dónde entra el sol de las pulsiones de vida? Dependerá de la pulsión de muerte que lo actual sea sólo sombras o que tenga brillo propio. Cuando el pasado "ensombrece" lo actual seguramente habrá que buscar exceso de fijación, duelos no elaborados, predominio de la compulsión a la repetición.

Historia lineal o recursiva: repetición y creación.

De alguna manera, toda vida narrada es ejemplar; se escribe para atacar o para defender un sistema del mundo, para definir un método que nos es propio. Y no es menos cierto que por la idealización o la destrucción deliberadas, por el detalle exagerado o prudentemente omitido, se descalifica casi toda biografía.: el hombre así construido sustituye al hombre comprendido. No perder nunca de vista el diagrama de una vida humana, que no se compone, por más que se diga, de una horizontal y de dos perpendiculares, sino más bien de tres líneas sinuosas, perdidas hacia el infinito, constantemente próximas y divergentes: lo que un hombre ha creído ser, lo que ha querido ser, y lo que fue. (Yourcenar, M., Memorias de Adriano.)

Historizar la repetición es hacer, de la repetición, un recuerdo. Recordar desactualiza el pasado al

temporalizarlo. Convertir la historia en pasado permite un futuro que no será pura repetición, sino que aportará la diferencia.

¿Cómo recuperar con Roberto algo de la verdad histórica? ¿Cómo descubrir las verdades ligadas al desamparo, a la angustia, a los traumatismos? Se accede a esas verdades mediante aquello que se repite. Será, entonces, la transferencia, como campo de repetición, desde donde recuperaremos algo que contrarreste esa prohibición procedente de la madre de recordar el pasado. No somos anticuarios, trabajamos con verdades en movimiento: verdades que se reiterarán en el campo de esa reimpresión del pasado en el presente llamada "vida", llamada "análisis".

En "Construcciones en el análisis" Freud destaca, entre los materiales que el paciente provee: “Los retoños de las mociones de afecto sofocadas, así como de las reacciones contra éstas; por último, indicios de repeticiones de los afectos pertenecientes a lo reprimido en las acciones más importantes o ínfimas del paciente, tanto dentro de la situación analítica como fuera de ella”.

La historia se construye partiendo de las inscripciones del pasado, pero es el trabajo compartido el que generará nuevas simbolizaciones. La historización simbolizante se produce por la conjugación del recuerdo compartido y comunicado.

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Tendremos que retrabajar nuestra noción de cambio. “Que todo cambie”, como meta analítica, sería apenas menos dañina que “que nada cambie”. El analizando se despojaría de sus parapetos: su historia, sus referentes identificatorios, su patrimonio como sujeto singular.

¿Por qué sacarse de encima aquello que se nos impone: las huellas de ese pasado concreto? El psicoanalista debe ser imaginativo -cuanto más imaginativo, mejor- en su manera de reunir el material. Otra cosa es imaginar el material.

¿Qué "retoños de las mociones de afecto sofocadas" y qué "reacciones contra éstas" son detectables en Roberto? Indicaré algunas "reacciones contra estas" mociones de afecto. Roberto sufrió mudanzas traumáticas y ahora proyecta dónde vivirá dentro de varios años. Prevalece un yo defensivo cuando dice que no es ni feliz ni infeliz, cuando comenta el lugar que tiene lo intelectual en su vida, el no poder conmocionarse, el hecho de ser extravagante y su deleite con los proyectos intelectuales, cuando plantea como consigna "cambiar y lo de atrás no existe", cuando comenta el lugar que ocupa la arrogancia y la máscara extravagante como forma calculada de ser.

La presentación "extravagante" que configura la cuestión de "los sábados a la noche, Corrientes". ¿No será una máscara extravagante que debe ser atravesada?

Esa imagen de sí (que él no puede emocionarse, que él no se conmociona) no es confirmada por el material clínico. Más bien parece una ilusión yoica. A medida que se fue desplegando su decir, ese yo-ideal omnipotente e invulnerable admitió ser cuestionado: Roberto puede ser afectado por los afectos. Afectado por el rechazo de su mujer, por el sufrimiento que siente ante la madre, por la sensación de aquello que choca en su afecto, por la permeabilidad ante sus afectos en la situación analítica.

¿Quién es yo?, parece preguntarse Roberto cuando lo surgido cuestiona esa representación de sí como del que no se emociona, no se conmociona, ese Roberto lógico y racional. Lo "increíble" parecerían ser esos aspectos del yo contradictorios en los cuales no puede reconocerse a sí mismo. Tal vez Roberto debiera procurarse la respuesta que da el poeta: "que me contradigo, ¿y qué? Yo soy inmenso... y contengo multitudes" (Walt Whitman).

El sentir no sólo lo atemoriza con respecto al "sí mismo" sino también por los otros: en primera instancia surge el guitarrista. ¿Dónde habrá alojado la hostilidad (hacia la mujer, hacia la madre y, finalmente, hacia ese padre que lo abandonó)?

Al final de la entrevista pareciera que la tormenta ya ha pasado. Roberto vuelve a saber quién es quién: él es lógico y la mujer debiera ser distinta: una pasional regida por el impulso y no por el intelecto, la lógica.

¿Qué lugar ocupa su mujer en su vida? ¿Cómo retomar ese "no soy feliz ni infeliz"? ¿Cómo hacer más permeable el sistema defensivo que Roberto construyó? ¿Cómo facilitar la regresión necesaria pero modulándola?

¿Qué imagen de sí nos ofrece Roberto? ¿Cuáles rasgos de carácter? ¿Cuáles son sus defensas predominantes? ¿Inhibiciones? No las hay en el campo intelectual pero sí en el campo afectivo. Parece que su autocrítica es implacable en relación en relación con sus dificultades afectivas, no así en cuanto a sus capacidades intelectuales.

¿Qué lugar transferencial me otorgará? ¿Cómo vivirá las interrupciones y las separaciones? ¿Cómo pensar sus investimientos objetales y las realizaciones sublimatorias tanto presentes como futuras? ¿Cómo orientarnos laberinto de esta historia sin distraernos en lo accesorio?

¿Cómo trabajamos?: el proyecto analítico Durante varios siglos predominó en la ciencia la idea de simplicidad, pero ahora busca dar cuenta

de la complejidad con las herramientas adecuadas a este nuevo contexto. La consideración del

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movimiento y sus fluctuaciones predomina sobre la de las estructuras y las permanencias. La clave es otra dinámica, denominada no lineal, que permite acceder a la lógica de los fenómenos caóticos. Esta conmoción del saber se desplaza de la física hacia las ciencias de la vida y la sociedad. En física, los sistemas complejos se convirtieron en el centro de las investigaciones. La biología molecular no redujo lo complejo a lo simple (lo biológico a lo físico-químico) sino, por el contrario, recurrió a conceptos organizacionales desconocidos en el dominio estrictamente físico-químico como información, código, mensaje, jerarquía. La biología propone la autoorganización para comprender cómo el azar produce complejidad. Lo psíquico incluye un nivel de complejidad aun mayor. Donde en el siglo XVIII se veía un mecanismo de relojería y en el XIX una entidad orgánica, actualmente se ve un flujo turbulento. (Hornstein, 2013)

La inmersión en lo nuevo inquieta, violenta nuestras rutinas. Pero además de inquietarnos, los modelos actuales de las ciencias nos hacen trabajar, nos brindan metáforas. “Metáforas” fértiles más que modelos. Metáforas que evocan e ilustran. Que permiten atravesar clausuras disciplinarias y representar de otra manera los procesos psíquicos si eludiendo los isomorfismos (es decir: conjunto de relaciones comunes en el seno de entidades diferentes) entre disciplinas, las usamos estratégicamente, como instrumentos y no como argumentos, (Pragier y Pragier). No es fácil pero es posible lograr un psicoanálisis contemporáneo de su presente, renunciando al reduccionismo y a las idealizaciones simplificantes y absteniéndose de lo que antes no solo estaba autorizado sino que era exigido.

¿Cómo trabajamos? Los más abiertos se diferencian por sus prácticas y/o sus producciones. Los otros se diferencian por sus emblemas, por sus fueros, dialectos y pertenencias a parroquias. Las “teorías” cuando se las congela para conservar la identidad son sólo “contraseñas”. Cierto tedio que suele haber en las reuniones psicoanalíticas está vinculado con no desembuchar la riqueza de nuestro día a día analítico.

Al psiquismo como sistema abierto (Hornstein, 2000) le corresponde un contrato abierto, que no es perfecto. Pero sí es el mejor contrato que podemos ofrecer sustentado en una actualización constante, que no consiste en cambiar de opinión según los vientos de la moda, sino en nuestros atravesamientos por lecturas y prácticas.

No digamos de la boca para afuera que el proceso analítico es hipercomplejo. Trabajemos. Mostremos y demostremos el enmarañamiento de acciones, de interacciones, de retroacciones. Y defendamos la complejidad, porque el reduccionismo siempre deja sus huevitos. Cada día hay nuevos reduccionismos porque cada día hay nuevas complejidades. Una forma de pensar compleja se prolonga en una forma de actuar compleja. En el análisis el método debe incluir iniciativa, invención, arte y devenir estrategia. Estrategia y no programa. Un programa es una secuencia de actos fijos y sin variantes.

Cuando leemos, cuando pensamos, tenemos derecho que unos temas nos gusten más que otros. Pero cuando se ha aceptado una persona como paciente, ya no caben los gustos. En la clínica, ponemos entre paréntesis nuestros intereses teóricos en beneficio de la singularidad del tratamiento.

La clínica no puede ser abordada sino desde el paradigma de la complejidad. Puede haber desequilibrios neuroquímicos pero lo que siempre habrá será la acción conjunta, y difícilmente deslindable, de la herencia, la situación personal, la historia, los conflictos neuróticos y humanos, las condiciones histórico-sociales y las vivencias.

En el trabajo analítico estamos preparados (deberíamos estarlo) para lo impredictible, lo azaroso, el desorden; para convivir con azar y determinismo, ya que un psiquismo totalmente determinado no podría albergar nada nuevo y un psiquismo totalmente abandonado al azar -que fuera sólo desorden- no constituiría organización y no accedería a la historicidad. Aquél sería incapaz de transformarse. Este, incapaz siquiera de nacer (Morin, 1982).

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La teoría de la complejidad es relativamente reciente pero la complejidad es vieja como el mundo y analizar siempre fue complejo: escuchar con atención flotante, representar, fantasear, experimentar afectos, identificarse, recordar, autoanalizarse, contener, señalar, interpretar y construir.

La iniciación de un psicoanálisis resulta de un encuentro único, irrepetible, de un analizando con su historia y un psicoanalista con su historia y una disponibilidad para la escucha. Ese encuentro será el punto de partida de una historia transferencial que permitirá al paciente resignificar su historia y al psicoanalista afianzar o cuestionar su práctica y sus teorías.

Pensar la historia transferencial como un producto del espacio analítico implica encarar su metapsicología: encuentro de dos psiquis, dos historias, dos proyectos, dos sistemas abiertos, descubriendo sus múltiples relaciones.

Nuestro trabajo nos confronta al riesgo de la “violencia secundaria” (a la que antes llamábamos abusos de transferencia). La ejercemos cuando no escuchamos al otro en su

alteridad, cuando nos atribuimos un poder de transformación que desconozca lo propio de

ese sujeto. Esa violencia secundaria “puede ser ejercida a través de la interpretación a ultranza y, podríamos decir prefabricada, o a través de la persistencia de un silencio que vendrá a probarle al analizando que en el encuentro no hay intercambio de saber, y que lo que él dice no aporta ningún nuevo pensamiento al analista” (Aulagnier, 1979).

Cuando Freud, en "Construcciones en el análisis" (1937), previene frente al riesgo de sugestión, dice que el primer reproche que debe hacerse un analista es "no haberle concedido la palabra al paciente". ¿Cuántas estratagemas usamos para no otorgarle la palabra al paciente? Mis elaboraciones no dejan de correr un riesgo: o están al servicio de desentrañar, ponerle palabras a las cosas, ayudarlo a recuperar su propia historia o son una contrainvestidura, para no escuchar al otro como otro: otro de nosotros mismos, pero también otro de nuestras referencias teóricas, a las que a veces nos aferramos, como Roberto se refugia en sus intelectualizaciones, en su erotización del pensamiento, en su prestancia narcisista, en esa imagen enaltecida, respetada que consigue producir en los demás.

Es un hecho que la denominación de psicoanálisis abarca prácticas muy heterogéneas. ¿Qué piensa cada uno de nosotros? ¿Qué todas lo son o que sólo es psicoanálisis lo que uno piensa y hace? Quisiera insistir en esto: el psicoanálisis es una práctica. Sin teoría la práctica sería solo sugestión. Disponemos de una teoría, un método y una técnica pero precisamente la metapsicología freudiana indica los límites de la teoría en la práctica. No sólo la teoría no debe hacer intrusión en la cura, sino que está ahí para marcar límites a la intrusión de toda teoría extraña al sujeto. Laplanche afirma que el analista debe "rehusar el saber, pero también, y sobre todo, rehusárselo a sí mismo" (1987).

En condiciones óptimas iniciamos un análisis cuando el consultante supone que la causa de su padecer es resultante de lo inconsciente; que el hacer consciente lo inconsciente contribuiría a aliviar su padecimiento, y que esta experiencia analítica le permitiría apropiarse de aquellas determinaciones.

Roberto reúne estas condiciones. En la entrevista dice: "Yo, las causas que me llevan a ser como soy las entiendo" y se refiere a que "siempre he estado un poco rodeado por la muerte". En otro momento agrega que piensa que lo que le pasa proviene "de ese haber matado al chico, el haber nacido a los 10 años".

Al mismo tiempo cree que ese niño, más que muerto, está sólo olvidado. "Es que pienso que las tengo grabadas yo. Pienso que las tengo adentro. Yo sé que están acá. Lo que pasa es como si yo supiera que las tengo y que si yo quisiera las puedo rescatar, pero en el fondo no es que no quiera pero que tengo miedo de probarlo. Tengo miedo de que me falte la fuerza para rescatarlo."

¿Cómo supone que el hacer consciente lo inconsciente contribuiría a aliviar su padecimiento? Se refiere entonces a aquellas cosas que sabe pero no quiere saber y plantea que no se trata sólo de

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recordar sino de revivir; que aquello que lo aqueja es "historia vieja en cuanto a la necesidad de hacer una investigación, esa necesidad de desarrollar un conocimiento racional. Probablemente lo que tenga que tener es la necesidad de emocionarme al respecto pero no una necesidad de saber datos en concreto".

Roberto no quiere saber, sino emocionarse. y creo que tiene razón. El riesgo es un saber intelectualizado en todos nuestros pacientes, pero especialmente en él. Es ése su pedido: ¿poder emocionarse en un ámbito protegido? Es una advertencia a tener en cuenta: que no se trata de lograr un conocimiento puramente racional. ¿Revivirá en la transferencia ese niño asesinado?

La experiencia analítica incluye una dimensión afectiva. Si con el pretexto de la neutralidad se eliminara todo intercambio en esa dimensión, el analista se reduciría a ser tan sólo un soporte silencioso de proyecciones y de afectos movilizados por la regresión del paciente. Y para que un "saber teórico" se transforme en un discurso viviente y singular, el analista debe investir sus intervenciones con el potencial afectivo que procede de la relación transferencial. Esta le revelará al analista no sólo su "saber" sino también su acervo libidinal que remite a su propia historia.

Se idealiza un psicoanalista objetivo, frustrante, distante, silencioso, espectador de un proceso unipersonal que se desarrolla únicamente en el paciente según ciertas etapas previsib les. Al psicoanálisis “clásico” se lo presentó como garante de la ortodoxia freudiana. Semejante exigencia mutila un análisis o abre las puertas a ese escepticismo al que tantos psicoanalistas se han precipitado (como siempre que se enuncia un ideal cuya realización práctica tropieza con obstáculos infranqueables).

Los analistas sabemos cómo analizaba Freud. Si nos atenemos a su práctica en lugar de imaginarle otra, lo vemos evitar la actuación de sentimientos contratransferenciales, no los sentimientos mismos. Es él quien descubre el amor de transferencia y sabe que la frialdad no es más que una defensa.

La búsqueda del paciente no es sólo la de tener una aventura intelectual sino el apropiarse de un saber al servicio del alivio de su sufrimiento. ¿Cuál es para Roberto el sufrimiento que le hace pedir ayuda? En el comienzo de la primera entrevista diferencia los problemas de fondo de los problemas puntuales. "El fondo de la cuestión es que hay toda una serie de cuestiones y de forma de ser y resulta que tengo que cambiar porque en definitiva no soy ni feliz ni infeliz pero tampoco puedo vivir el resto de mi vida de esta manera". Hacia el final de la primera entrevista insiste: "Toda esta forma de vivir es estúpida y lo que pretendo es cambiar."

El sufrimiento es la experiencia de una persona enfrentada a la pérdida, al rechazo, a la desilusión que le impone alguien significativo. El sufrimiento es una necesidad porque obliga a reconocer la diferencia entre realidad y fantasía. Y es un riesgo porque, si aumenta hasta lo insoportable, la persona puede convencerse de que hay que evitar comprometerse afectivamente.

Cuando alguien nos pide análisis nos transmite que no puede continuar pagando el precio de ese sufrimiento. No podemos permanecer sordos al sufrimiento que se expresa en toda demanda de análisis, incluso en aquellas más "sofisticadas". Si despojamos al psicoanálisis de su dimensión terapéutica lo reducimos a una acumulación de reverberaciones con pretensiones filosofantes.

No hay práctica sin proyecto. ¿Cuáles son nuestras convicciones concernientes al proyecto del psicoanálisis? El psicoanálisis debe aportar herramientas conceptuales que intenten responder a las demandas terapéuticas. Eso en oposición a convertirnos en custodios de no se sabe qué inmaculada pureza del psicoanálisis.

En la cura postulamos como meta que el paciente, invista narcisísticamente su actualidad, pero también el tiempo futuro valorizando su cambio, su alteración, ya que, un sujeto en devenir sólo puede persistir tornándose otro, aceptando descubrirse distinto del que era y del que “debe devenir”.

Page 16: UNA PRIMERA ENTREVISTA: Pensar la clínica · UNA PRIMERA ENTREVISTA: Pensar la clínica ... El psicoanalista procura dar respuesta a la siguiente interrogación: ¿cómo era la infancia?

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En toda práctica el “cómo” se subordina al “para qué”, lo que conduce a reflexionar acerca de los ideales que están en juego. Se puede diferenciar entre ideales intra-analíticos y extra-analíticos. La cura debe considerar los ideales colectivos, entre ellos el religioso, el pedagógico (civilizar al niño), el médico (curar), el social (normalizar), el estético y el político.

Y las consignas freudianas en cuanto al objetivo del análisis: rellenar lagunas mnémicas (las lagunas son océanos en Roberto), hacer consciente lo inconsciente, resolver fijaciones, mayor capacidad de rendimiento y de goce; donde ello era, yo debo devenir. ¿Cómo plantearlas en este paciente?

Lo confiese o no, el analista tiene metas. Un kleiniano, que el paciente alcance la posición depresiva; otros analistas, que se trabajen los aspectos psicóticos clivados del yo; los lacanianos, el atravesamiento del fantasma; los norteamericanos, un reforzamiento del yo; los kohutianos, la internalización transmutadora.

No se me escapa que esta larga y por momentos fatigosa lista de interrogantes puede resultarle al lector deshilvanada e ingenua. No encuentro otro modo de mantenerme abierto al futuro. Es mi forma de entender esa docta ignorancia que caracteriza la atención flotante.

Luis Hornstein Premio Konex de platino en psicoanálisis (década 1996 a 2006). Sus últimos libros son Narcisismo (Paidós, 2000), Intersubjetividad y Clínica (Paidós, 2003), Proyecto terapéutico (Paidós, 2004), Las depresiones (Paidós, 2006), Autoestima e identidad (F.C.E., 2011) Las encrucijadas actuales del psicoanálisisis (F.C.E, 2013). Puedes escribirle a su email: [email protected] o consultar su página www.LuisHornstein.com