una mirada hacia el otro lado

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Una historia sobre como la indiferencia nos condena.

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  • Vivaldi reson en mis odos. Los enredados cables del equipo de audio, que se

    extendan de extremo a extremo por toda la habitacin, permitan llevar la bella

    msica a cada rincn de mi departamento.

    Hace tres minutos me senta feliz, pues la Op 8 Allegro, elevaba el latir de mi

    corazn y evitaba que oyese los gritos infernales desde afuera de la ventana.

    Un rojo ocaso abraz la tierra. Rojo, pero rojo como nunca antes la humanidad lo

    haba visto. Rojo, un rojo indescriptible y cegador. Hermosos y aterrador.

    Consumidor.

    Podra verlo por das, por aos, por el resto de mi vida. Pero ese no era el plan.

    Op.8 Largo comenz. Su ritmo lento y angustioso trajo a mi memoria la idea de

    esos das. Esa idea que vag por mi mente mientras recorra un pasillo de

    supermercado o lo que quedaba de l.

    Recuerdo que haba un perro muerto, tendido sobre su sangre con sus ojos

    abiertos y lluviosos. Ojos que miraban y reflejaban; que te seguan con su muerta

    mirada. Ojos que te persegua por las gndolas, pero que en realidad, la ilusin de

    un depresivo final previsto no te dejaba ver la realidad.

    Un cachorro. Un cachorro que muri viendo a su dueo morir. Un hombre, un

    anciano. Un pobre anciano en ropas andrajosas, tal vez un vagabundo, tal vez

    simplemente un hombre que se olvid el sentido de vestirse bien aquel da.

    Porque a veces nos olvidamos el sentido de las cosas Verdad?

    El hombre estaba con un disparo en la espalda y su rostro estaba oculto tras la

    penumbra y el parpadeo del tubo del pasillo. Lo ignor, era normal en esos das.

    Pero ahora haba cambiado todo: 3 das. Eso es lo que dijo el tv, la radio, todos los

    medios de comunicacin. Solo 3 das.

    Ahora haban pasado 3 das y unas pocas horas, 3 das y un sol ms rojo que nunca.

    Un sol abrumador, cegador, un sol consumidor de millones de almas. Millones de

    inocentes, millones de asesinos, millones de cantantes, de escritores, de

    escultores, de pintores millones y yo.

    Millones que esperara al final del tercer da y millones que no. Millones como yo.

  • Las vigas del techo siempre fueron flojas pens. No sirven. Nunca le hice caso a

    mi to Albert; l fue lo nico que siempre tuve y no tena idea de donde estaba.

    - Esta vez aguantar Pens. Soy un hombre flaco, demasiado. No debo pesar

    ms de 70 kilos, tal vez menos. Si me saco los zapatos y me desnudo tal vez

    pese unos granos menos y entretenga a la pareja que me espiaba desde el

    balcn justo en frente.

    Abr los ventanales, corr las persianas y el rojo abrumador abraz mi piel. Mis

    muebles, mis cosas. Abraz a todos.

    Tom la soga, hice el nudo, ubiqu la silla y me sub a ella. Mis manos no

    temblaban uno pensara que en un momento as, sucumbiras al pnico pero

    nunca estuve ms seguro en toda mi vida. Era el sol o la soga. El sol o la soga.

    Luego de varios das de pensarlo y repensarlo en mi cabeza. De verme con cara de

    loco en el bus y de aquella seora en la calle que me ley, casi literalmente, el

    pensamiento No lo hagas nio Me dijo y se fue. Nunca supe su nombre pero

    pareca una seora agradable. Me dijo nio, pero tengo casi treinta y ocho. Treinta

    y ocho y varios minutos ms pues ya es el tercer da.

    At el nudo y antes de tensarlo sobre mi esqueltico cuello, pens muchas falacias

    y chistes que podra haber dicho a la gente que odiaba y amaba. Baj de la silla,

    tom una pluma y un repasados increblemente no haba papel en mi casa Ese

    repasador me lo regal mi to Albert y tena un bordado de alces. No quera

    arruinarlo as que lo voltee y comenc a rer Va a acabar el mundo Qu puto

    sentido tiene arruinar los alces? Re pero de todas maneras no quise arruinar el

    bordado as que escrib al reverso Por favor, pnganle agua al gato - Se

    imaginan?

    3 das. Eso es lo que anunciaron. 3 das y al tercero un maldito loco, desnudo con

    los ventanales abiertos de par en par, dejando entrar las clidas y casi

    perforadoras corrientes de aire calientes escribiendo Por favor, pnganle agua al

    gato en el repasador con bordado de alces que su to Albert le regal cuando se

    mud.

    Ya es tiempo.

  • Me subo a la silla. Una vieja silla de madera raspada y sin lustrar. Me subo en ella y

    su madera quema, quema tanto que no me permite dejar las plantas de mis pies

    tranquilas por pocos segundos. Lo ignoro y anudo la soga a mi cuello, pero no la

    tenso la cada har el trabajo.

    De repente escucho un silbido, al voltearme la pareja del balcn del edificio vecino

    me haca seas creo haber odo un detente pero lo ignoro y les sonro. Luego

    volteo en direccin a mi posicin original; frente a mi, varios metros, un espejo. Un

    espejo sobre el que poda ver el reflejo del gigante rojo. Un sol abrasador,

    abrumador, aterrorizante y asesino. Aniquilante.

    Pienso en las cosas que viv La escuela secundaria, la seora Puddy, mis

    hermanas, Gerald, quien era mi mejor amigo hasta el accidente, aquella ves en San

    Francisco oh, aquella vez tan divertida en San Francisco.

    Las lgrimas de despedida ondeaban como olas sobre la curvatura de mis mejillas,

    se perdan sobre la soga en mi cuello y algunas se deslizaban hasta mi trax y ms

    abajo. Lgrimas, lgrimas como las mas, como la de millones de inocentes.

    Conoc gente fantstica pero al final, al final siempre fui yo. Siempre fui yo y nadie

    ms y algn desgraciado en alguna parte del planeta parado sobre su silla con una

    soga en el cuello a punto de acabar con su vida pensar lo mismo. Tal vez en otro

    idioma Re. Mi humor era absurdo y fcil. A diario rea de todo.

    El sol quemaba Quemaba mi espalda. Pude sentirlo, pude sentir como sus brazas

    me tocaban, como perforaban mi piel, como la quemaban, como sucumba al

    ardor pero no a esa despiadada muerte. No permitir.

    No digo que no voy a ir al infierno por hacerlo, pero tampoco digo que tengo el

    cielo ganado. Hice cosas malas en esta vida pero esta no creo que sea una de ellas

    3 das dijeron y se ocultaron. El gobierno haba desaparecido y el vocero de la

    casa blanca dijo sus ltimas palabras Que Dios se apiade de la humanidad Que

    Dios se apiade de nuestros pecados.

    Miles de seres humanos rezando alrededor de un televisor, viendo a un tipo

    asustado y sudoroso, muy sudoroso. Pero basta pens. Basta de pensar, hazlo

    de una puta vez.

  • Empuj la silla y call hacia atrs. Mi cuerpo se desliz hacia abajo y luego rebot

    hacia arriba varios centmetros, pude ver como luca una soga en mi cuello en el

    espejo y me caus miedo, terror, pnico al final s lo hice. Al final sucumb ante

    l. Es el instinto de naturaleza la soga se tens como el acero, el peso de mi

    cuerpo equivala a la energa de la soga sobre mi cuello. Dirn que muchas cosas te

    pasan por la mente cuando lo ests intentando, pero en el momento justo en que

    corr esa silla solo pude pensar La soga se romper. Diablos Pero no lo hizo.

    Ahora estaba ms tensa y perda la capacidad de exhalar el aire. Con cada

    bocanada, ms me inflaba y menos poda soltar. Quise tocar la soga con mis

    manos para detener la tortura pero en tan solo una fraccin de segundo me di

    cuenta que no, que no deba hacerlo. Deba dejarme llevar.

    El dolor es un estado mental y este solo durara unos segundos solo debo

    concentrarme en el sol. Mira el sol. Mira el sol sobre tu hombro. Mira el sol sobre

    el espejo. Mira al gigante rojo devorador de humanidad. Mira al gigante gaseoso.

    Obsrvalo, obsrvalo incesante, rabioso e imparable.

    Observa la naturaleza en su estado puro sobre tu hombro. Observa como las olas

    de cegador rojo, naranja y blancos consumen los edificios en la lejana. Observa la

    ola acercndose, y devorando todo a su paso; destrozando a los edificios, tragando

    nubes y personas.

    Observa como el sol acaba en el fin de los das. Observa como el fin est sobre tu

    hombro, est por alcanzarte, est ah, a metros.

    Puedes ver la pareja del balcn vecino que se abrazan con fuerza. Que la mujer

    toma el rostro del hombre con el cario y el temor del fin de los tiempos.

    Obsrvalos y concntrate en ellos antes que dejes de ver, de respirar, de or, de

    vivir. Obsrvalos.

    Observa cmo se inclinan sobre el barandal y se pierden sobre el extremo final del

    tuyo, sus gritos se pierden en el barullo de millones de sonidos ms, millones y

    muchos ms.

    La ola de fuego ya est aqu. No hay vuelta atrs y aunque la hubiera, tu final sera

    inevitable. Ya est aqu, detrs de ti, a pocos segundos, a pocos metros, a pocos

    centmetros.

  • Vivaldi retumbaba como nunca; rebotaba sobre las paredes de mi departamento la

    decisiva meloda que marcar la hora final. Intent recordar cul era el nombre de

    la cancin pero me resign al no poder hacerlo. Solo la disfrut.

    Sentirs tanto calor del que nunca sentiste en tu vida que no habr explicacin

    para expresarlo, adems de que estars muerto Mi mente intenta pensar en una

    risa, pero esta no recuerda como son. Aqu, al final de todos los tiempos y de

    todos, mi mente no recuerda como suena una risa y se da cuenta de una sola cosa.

    Una cosa que le hubiese cambiado la vida por completo. Mi mente yo, me di

    cuenta de la nica cosa importante al final de todos los tiempos.

    Aquella pareja del balcn no intentaba detenerme aunque hubiese sido en vano,

    estamos a 40 pisos sobre el suelo y nunca hubiesen llegado Estaban tratando de

    advertirme. Advertirme que una cada de 40 pisos es una muerte ms rpida.