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146 1 147 Una infancia en RacalmutO De niña, e incluso de muchacha, me sentía turbada y junto a Leonardo Sciascia molesta si alguien me sorprendía mientras leía, y más aún si las páginas que tenía entre manos habían sido Arma María Sciascia escritas por mi padre. Casi como si la mía fuese una intrusión, una acción de la que avergonzarme; tenía la sensación de que iba a ser descubierta robando lo que no me podía pertenecer, y no podía pertenecerme porque no lo podía compren- der. Esta confusa percepción de inadecuación e inferio- ridad me provocaba un estado de abatimiento y de des- confianza que me llevaba a encerrarme en mí misma, al rechazo, a la fuga hacia el mundo de los "otros", hacia la vida tal y como es, sin el color, sin la luz y sin la emoción que sólo la literatura consigue darle. Y en esta fuga hay un sentido de liberación y, al mismo tiempo, de priva- ción, de renuncia, de pena, de autocastigo. Carminedda, la mujer que asistió a mi madre cuan- do nací, una sabia mujer de pueblo cuya filosofía, según mi padre, coincidía con la de Pascal, después de haber examinado atentamente mi manita, sacó la conclusión de que sería una óptima ama de casa; del mismo modo que dos años antes le había predicho a mi hermana su futuro como profesora. Esta predicción llegaría a coin- cidir con mi natural inclinación y, con los años, se con- virtió para todos, y especialmente para mí, en una ver- dad absoluta. A menudo, en las noches de invierno que reunían a la familia en torno al brasero, entre una lectura y otra, mi padre bromeando me decía que yo no era su hija, sino hija de una "grottese" (Grotte es un pueblo próximo y rival). Yo intuía que era una burla, pero al mismo tiempo experimentaba un gran sentido de inseguridad, de no pertenencia, de diversidad. También porque real- Revisiones i 03 1 2007 1 147-151 mente yo era diferente, y sentía todo el peso de esta dife-

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Una infancia en RacalmutO D e niña, e incluso de muchacha , m e sentía turbada y junto a Leonardo Sciascia molesta si alguien m e sorprendía mientras leía, y más

aún si las páginas q u e tenía entre m a n o s habían sido A r m a Mar ía Sciascia escritas p o r m i padre .

Casi c o m o si la m í a fuese u n a intrusión, u n a acc ión d e la q u e avergonzarme; tenía la sensación de q u e iba a ser descubierta r o b a n d o l o q u e n o m e p o d í a pertenecer, y n o p o d í a pertenecerme p o r q u e n o lo p o d í a c o m p r e n ­der. Esta confusa percepc ión d e inadecuac ión e infer io­ridad m e p r o v o c a b a un estado de abatimiento y de d e s ­conf ianza que m e l levaba a encerrarme en m í misma , al rechazo, a la fuga hacia el m u n d o de los "otros" , hacia la v ida tal y c o m o es, sin el color, sin la luz y sin la e m o c i ó n q u e só lo la literatura consigue darle. Y en esta fuga hay un sent ido d e l iberación y, al m i s m o t i e m p o , d e pr iva­c ión, d e renuncia, d e pena , d e autocastigo.

Carminedda , la m u j e r q u e asistió a m i m a d r e c u a n ­d o nací, u n a sabia m u j e r de p u e b l o cuya filosofía, según m i padre , co inc id ía c o n la de Pascal, después de haber examinado atentamente m i manita , sacó la conc lus ión de q u e sería u n a ó p t i m a a m a de casa; del m i s m o m o d o q u e d o s años antes le había pred i cho a m i h e r m a n a su futuro c o m o profesora. Esta pred icc ión llegaría a c o i n ­cidir c o n m i natural incl inación y, c o n los años , se c o n ­virtió para t odos , y especialmente para mí , en u n a ver­d a d absoluta.

A m e n u d o , e n las noches d e invierno q u e reunían a la familia en t o r n o al brasero, entre u n a lectura y otra, m i padre b r o m e a n d o m e decía q u e y o n o era su hija, s ino hija de u n a "grottese" (Grotte es u n pueb lo p r ó x i m o y rival). Yo intuía q u e era u n a burla, pe ro al m i s m o t i e m p o exper imentaba u n gran sentido de inseguridad, de n o pertenencia, de diversidad. También p o r q u e real-

Revisiones i 0 3 1 2 0 0 7 1 1 4 7 - 1 5 1 m e n t e y o era diferente, y sentía t o d o el peso de esta di fe -

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rencia. Aquel las interrupciones eran debidas a m i lenti ­tud, a las cont inuas explicaciones q u e só lo y o necesita­b a para proseguir. Y m i hermana , q u e era la maestra c u a n d o j u g á b a m o s c o n otros n iños "a la escuela", s i e m ­pre m e d a b a la no ta m á s baja, en la mayor ía d e las o c a ­siones d e f o r m a gratuita y p r o v o c a n d o m i l lanto; o pon ía en evidencia m i ignorancia c o n sutiles argucias para m í incomprensib les .

Vagaba perdida p o r la casa: m i padre leía o escribía, y m i m a d r e casi s iempre tenía también u n l ibro entre las m a n o s ; e m b l e m a de m i soledad, insondable m u r o que m e separaba de ella, las tapas verdes y blancas de la co lecc ión "Medusa" , c o n aquella od iosa cabecilla alada, eran m i pesadilla. T í m i d a m e n t e trataba d e r o m p e r el silencio c o n alguna pregunta, recibía a lguna lacónica y distraída respuesta, si insistía la distracción se l lenaba de impaciencia y de malestar.

Desconsolada, ba jaba al p iso inferior d o n d e vivía m i tía, la maestra, c o n su mar ido , y d o n d e estaba, t o d o el día, m i hermana ; y o tenía esperanzas e n ella, sabía que era b u e n a inventando j u e g o s , p e r o m u c h a s veces m e decepc ionaba . L a veía sentada e n el sillón, intentando leer o d iscut iendo c o n la tía, inmediatamente m e d a b a cuenta de que y o estaba de más , ni siquiera procuraba un i rme a ellas, ni ellas l o alentaban. Abat ida , m e dirigía al p iso inferior d o n d e vivían otras d o s tías solteras que j a m á s salían d e casa, pero q u e recibían muchís imas visitas d e parientes y amigos , y q u e cot id ianamente daban a p o y o material y mora l , c o n espíritu cristiano, aunque laico , ( n o las veía n u n c a en la iglesia, ni t a m p o ­c o las veía rezar), a los desheredados y a los q u e sufren. Apenas abría la puertecilla que desde la escalera c o n ­fluía en la gran habitac ión d o n d e había un cont inuo ir y venir d e gente, s iempre m e acogían c o n las mismas

palabras "mischina la picciridda, ch'avi a fari ca su

tutti allittratti" ( "pobrecita niña, qué vienes a hacer aquí c o n nosotros" ) .

Reconfor tada , m e co locaba j u n t o a la puerta-venta­na, escuchaba t o d o lo q u e se decía dentro y, al m i s m o t i e m p o , mi raba fuera. Para m í , aquella apertura al m u n d o era c o m o si fuese c ine , o quizás m e j o r q u e el c ine: las vidas de las pobres familias del pueb lo se desa­rrollaban todas en el exterior, n o había espacio dentro de aquellas míseras casas. Maravillosas historias de a m o r nacían ba j o mis o jos y y o las seguía c o m o una novela p o r entregas: pr imero , las miradas desde le jos ; luego , el embarazoso acercarse d e él para ayudar a la m u c h a c h a q u e llevaba el cántaro l leno de agua, etcéte­ra, etcétera, en u n in crescendo q u e casi s iempre t e rmi ­naba c o n la clásica "escapada". En aquella confus ión fáci lmente m e convertía en presencia invisible; y o oía hablar de argumentos trágicos y prohib idos , ese recor ­dar viejas historias y desgracias familiares, hasta que alguien, d e repente, aunque demas iado tarde, se daba cuenta d e q u e y o estaba allí, entonces c o n gran apren­sión y p reocupac i ón las tías se vo l caban sobre m í para m i m a r m e , trataban de minimizar , m e pedían q u e olvi ­dara y n o se lo di jera a m i h e r m a n a p o r q u e era frágil y se habría impres ionado .

A m e n u d o , p o r la calle pasaba u n n iño , h i jo d e un p intor d e b r o c h a gorda , cargado de utensilios; a c o m p a ­ñaba al trabajo al padre q u e se detenía a hablar c o n m i tía, y él c o n m i g o ; u n d ía d e verano en el q u e y o estaba en el c a m p o se fue c o n la familia a Canadá; antes de marcharse se detuvo bastante t i e m p o , melancó l i co , frente a aquella puerta, luego , c oh ib ido , de jó u n p o b r e anillo de lata para aquella n iña d e la que - d i j o - n o sabía su n o m b r e .

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Por la p e q u e ñ a puerta que c o m u n i c a b a c o n la esca­lera sobre la cual se abría el p o r t ó n d e entrada, p o r la n o c h e , regresando del c írculo y del a c o s t u m b r a d o paseo , se a s o m a b a m i padre, m e l lamaba "gattuffu!" y yo , de inmediato , prec isamente c o m o un gato , saltaba y lo seguía hacia arriba p o r las escaleras, hasta casa, y mientras tanto le contaba algún episodio que c ons ide ­raba q u e le pod ía divertir, mientras él, du lcemente , m e acariciaba la nuca m e t i é n d o m e los d e d o s p o r los c a b e ­llos. Por la m a ñ a n a y p o r la n o c h e p o d í a contar c o n él, y y o era feliz, p lenamente feliz.

Sabía, ya desde entonces , que tenía j u n t o a m í a un h o m b r e especial: nadie tenía u n padre c o m o el m í o , tan j o v e n y, a mis o jos , h e r m o s o c o m o u n actor amer icano , que f u m a b a Chesterfield, prec isamente c o m o y o m e imaginaba q u e hac ían los actores americanos ; escribía tan b ien y c o n tanta facil idad que t o d o s aquéllos q u e en R a c a l m u t o tenían q u e examinarse d e italiano se dirigí­an a él: dar clase o desarrollar u n t e m a era para él un j u e g o que , desapasionadamente , hacía c o n los amigos y para los amigos . Se despertaba recitando poesías y c o n ­tando fábulas, alegre y s iempre dispuesto a jugar, nos hacía a m í y a m i h e r m a n a u n t ipo de cosquillas espe ­cial, agujereándonos c o n los d e d o s c o m o ficticias p is to ­las, y también sabía disparar realmente. E n los días estivales, en el c a m p o , en la "Noce", a lrededor d e las 11, c u a n d o hab ía acabado d e escribir, aparecía c o n el fusil al h o m b r o , b a j o el gran árbol d e pistachos q u e h a d a d o a tres generaciones de n iños alegría y reparo del calor y, en o t o ñ o , también reparo de la lluvia ligera, assuppa-

viddana.

D e caza, d a b a u n breve paseo p o r el c a m p o a la b ú s ­queda de alguna curruca o de u n pájaro que p o r la n o c h e asaría en las cenizas de u n a "l lamarada", sabia­

m e n t e al iñado y envuelto en papel d e parafina. S iempre iba detrás de él, e n silencio, el paso sigiloso y, apenas terminada la mis ión , él m e co l o caba el fusil descargado, sacaba del bolsi l lo u n a p e q u e ñ a navaja y se ded icaba a recoger coles siccagni, de fuerte sabor. Aque l fusil m e era m u y quer ido ; hab ía s ido de Giuseppe , tío d e s c o n o ­c ido pero a m a d o y miti f icado, el ú n i c o que p o d í a c o m ­petir c o n m i padre . Tocarlo m e procuraba u n a e m o c i ó n intensa, l o acariciaba c o n ternura, casi c o m o si fuese u n a parte todavía viva d e él, m e detenía e n la correa y, c o n insistencia, en los p u n t o s m á s desgastados d o n d e c o n t o d a segur idad sus m a n o s se h a b í a n p o s a d o m u c h a s veces; y y o m e sentía privilegiada respecto a los otros niños p o r q u e había s ido bautizada p o r él, era m i "padrino" , de alguna f o r m a m e pertenecía. C o n los años aquel fusil pasó p o r muchas m a n o s , y ahora es d e m i hi jo V i t o : apenas c u m p l i ó la mayor ía d e e d ad se sacó la l icencia de armas y l o trajo a c a s a Para m í fue u n día de e m o c i ó n y a legr ía

E n las paredes, carteles d e la guerra civil, y en el aire, versos de los poetas a m a d o s ; este padre, tan fascinante y diverso, sentía p o r España u n a pas ión m u y fuerte y pro funda, y su corazón estaba tan l leno que se desbor ­daba e inundaba el m í o , m a r c á n d o l o para s iempre. Es el más h e r m o s o regalo q u e m e h izo : m e m o r i a de una felicidad perdida, España es para m í u n a incontenible e m o c i ó n , encanto , éxtasis. A España vuelvo s iempre j o v e n y enamorada , perd idamente enamorada . Só lo la voz de A r n a l d o Foá, que recitaba el Lamento por la

muerte de Ignacio Sánchez Mejías valía ese a m o r de melancol ía , m e hacía sufrir. Entonces , m e encerraba en el dormi tor i o y p o n í a tras la puerta sillas y taburetes en el inútil intento de mantener alejada la tristeza de la que aquella casa estaba llena. Ventanas entornadas en

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señal de luto , mujeres vestidas d e negro y, c u a n d o venía la abuela, su l lanto sumerg ido , c ont inuo , desesperado; y o la seguía c o m o u n a sombra , y c o n u n n u d o en la gar ­ganta y desgarrada p o r el dolor , hacía un grandís imo esfuerzo p o r retener las lágrimas.

L a hab i tac i ón d o n d e d o r m í a c o n m i h e r m a n a , carente d e ventanas y amueblada c o n viejos y l óbregos muebles , era desoladora. Entre las d o s camas sobresalía u n a horrenda mesita d e n o c h e c o n cariátides q u e soste­nían el m á r m o l b l a n c o d o n d e , p o r turnos , n o s go lpeá ­b a m o s la frente; y en las paredes dos cuadros luctuosos y opresivos creaban u n a atmósfera pesada, funesta; u n e n o r m e descendimiento de Cristo amenazaba nuestras cabezas y, en frente, u n a Do lo rosa b l oqueaba cualquier posible veleidad de distracción. N o r m a l m e n t e n o c o n ­seguía d o r m i r m e p o r la noche , m e invadía u n a angus ­tia sin fin, y c o m e n z a b a a llorar y a pedirles a mis padres que m e dejaran ir a d o r m i r c o n ellos. Pr imero , trataban de tranquil izarme c o n u n a pizca de mal d is imulada irri­tac ión q u e agudizaba ese sentido de so ledad y de m i e d o que p o c o a p o c o aumentaba hasta convertirse en c o n s ­ternación; luego , m e reñían, y cuanto m á s m e reñían m á s l l o raba , has ta q u e o b t e n í a l o q u e quer ía . H e r m o s í s i m a era la m a ñ a n a siguiente, l iberada de los fantasmas d e la n o c h e ya superada y lejana, les pedía s iempre los m i s m o s cuentos , p r imero a m i m a d r e y d e s ­pués a m i padre, al q u e le costaba m á s despertarse. Bostezaba, se quejaba, refunfuñaba, ronroneaba apre ­m i a d o p o r mis besos , p o r las repetidas caricias sobre sus brazos pe ludos q u e la b lanca camiseta de jaba al descu ­bierto , y lentamente c o m e n z a b a a narrar. D o s eran mis historias preferidas, ambas de W i l l i a m Saroyan, "El h o m b r e q u e tenía el c o r a z ó n en los alt iplanos" e "Historia q u e m e c o n t ó u n barbero" .

D e la pr imera, m e impres ionaba y encantaba el estri­bi l lo : " M i corazón n o está aquí, s ino q u e está en los alti­p lanos de Escocia". Por el contrario , la otra, q u e quería q u e quedase para el final, para cerrar dulcís in fondo,

hablaba de un n i ñ o que se o p o n í a a q u e se le cortase el pe lo hasta que u n día u n pájaro intentó hacer en él un n ido , y m i padre m e decía q u e p r o n t o m e ocurriría eso a m í y, al decirlo , j u g a b a c o n m i pe lo , m e lo despeinaba y enredaba tota lmente ; m e gustaba m u c h í s i m o , y yo sentía cuánto le gustaba a él. E n la oscuridad, en la que sería su úl t ima n o c h e , u n a vez m á s desobediente , n o le dejaré so lo , volveré a estos recuerdos , de nuevo mis besos , mis caricias, sus m a n o s en m i pelo .

P o c o después m e lo volvía a encontrar en la coc ina para el rito del café que , l igero y sin cu idado , casi s i e m ­pre preparaba él. Yo también quería, y m e p o n í a u n p o c o en u n vasito de rosoli del servicio de la bisabuela, y s iempre , cada mañana , m i r a n d o el b o t e d e olivas que sobresalía en la vieja despensa, recitaba: "Por u n a oliva pál ida se p u e d e delirar". Cont inuaba d e c l a m a n d o otros versos, la bata le hacía parecer m á s alto, elegante, y el Chesterfield e n c e n d i d o entre los labios le d a b a a su voz una inflexión especial, la hacía cálida, seductora, única. M i h e r m a n a se levantaba tarde, e inc luso para las otras c omidas apenas si se sentaba en la mesa , c o m í a en casa de nuestra tía maestra, p o q u í s i m o , sentada en el sillón y, al m i s m o t i empo , leía. Llevaba u n a al imentación m u y particular, vegetariana, compl i cada , insuficiente, y se en fermaba c o n facil idad. Yo advertía q u e las mujeres de m i famil ia tendían a d iscr iminarme, y o deb ía ceder ante ella y era obv io e inevitable q u e tuviese s iempre lo me jo r : la m u ñ e c a vestida de rosa y el m u ñ e c o adquir i ­d o c o n las etiquetas Cirio, la tela c o n las flores m á s her ­mosas y la manta nueva. S iempre acepté t o d o sin rebe -

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larme, es más , cons ideraba q u e era jus to que así fuese; la quería m u c h o y, aunque y o era m á s pequeña , era p r o ­tectora c o n ella, prec isamente p o r q u e la veía físicamen­te débil y delicada, y la admiraba p o r su inteligencia y p o r todas las cosas que sabía, pero y o también era una niña: sufría p o r tener que darle la razón c u a n d o se había equivocado , y si se lo demostraba m e t i ldaban de envidiosa. A esta ca lumnia q u e m e indignaba, reacc io ­naba c o n estallidos de cólera q u e divertían a m i padre, pero n o a m i m a d r e ni a mis tías q u e m e consideraban maldic iente y pendenciera. Yo m e sentía sola e i n c o m -prendida , pero e n p lena sintonía afectiva c o n m i padre al que s iempre traté de conquistar de todas las maneras posibles y que a m é y admiré de f o r m a absoluta.

Espontánea y extrovertida, y o era también go losa y vanidosa, y estos d o s defectos han s ido s iempre esencia­les en m i entendimiento c o n él, q u e n o sólo era amante de la b u e n a m e s a sino también u n coc inero refinado. Coc inaba c o n frecuencia, y exclusivamente para mí , platos especiales y m i aceptación era aún m á s aprecia­da en la m e d i d a en q u e m i h e r m a n a los rechazaba. Degustar su c o m i d a era u n m o d o de hacerle feliz, para n o desilusionarlo cedía a sus insistencias y c o m í a inc lu­so c u a n d o m e encontraba mal , naturalmente después vomi taba y él se afligía m u c h í s i m o .

Esa aflicción m e gratificaba y c o m p e n s a b a ; era la conf i rmación q u e buscaba : en las enfermedades y en los pequeños incidentes tan frecuentes en la infancia, en los sufrimientos d e m i v ida c o m o mujer , s iempre, tener­lo cerca, ansioso y p r e o c u p a d o , dulc ís imo y l leno de p r e ­mura , creaba u n m o m e n t o especial en el q u e alegría y sufrimiento se entremezclaban en u n a única sensación de subl ime delirio. N o recuerdo palabras d e amor , era un a m o r h e c h o de gestos, de miradas, de continuas

atenciones, y su rostro apesadumbrado queda c o m o atormentada m e m o r i a d e este padre , tan padre , tan vis­ceral e i n t e n s a m e n t e v i n c u l a d o , q u e fue t a m b i é n madre .

E n cuanto a la vanidad, en aquella casa habi tada casi exclusivamente p o r mujeres , y o era la única que usaba el espejo en su sentido estricto d e vanidad, e insistía en hacerlo cuanto m á s veía su complacenc ia . Yo disfrutaba al de jarme sorprender mientras m e miraba en el espe ­j o , y más aún p o r sus ocurrencias c o n t o n o socarrón, p o r su cómpl i ce ironía. Y también disfrutaba al sor ­prenderle mientras se preparaba para salir, háb i lmente m e acercaba a él, le anudaba la corbata y le hacía mi l carantoñas: era u n j u e g o fascinante q u e se repitió t o d o s los días hasta el ú l t imo día de soltera en aquella casa. Entró en m i habitación, p r e o c u p a d o p o r tener q u e dar el brazo a u n a novia afectada y formal ; nos c ruzamos las miradas en el espejo , sus o jos eran para m í el verdade ­ro espe jo ; sonreían complac idos a m i esencial e insólito vestido mex i cano que hab ía cos tado p o q u í s i m o , al r a m o de pomelie del florista de la calle. Yo había adivi­n a d o t o d o , había consegu ido ser c o m o él m e quería. C o n los años m e regalaría m u c h o s espejos, muchas joyas , t o d o s ellos bel l ís imos y especiales; fomentar ía y cultivaría de m u c h a s maneras m i feminidad . Yo m e veía llena de defectos, pero su mirada los cancelaba; él m e hacía sentir h e r m o s a y amada , y es el ún i co h o m b r e c o n el cual he s ido realmente seductora y coqueta. I

Traducción de Pedro Luis Ladrón de Guevara