un suizo en la guerra del paraguay

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Lopacher en el Asilo de Ancianos de Trogen. //IL Autografo de Lopacher Un suizo en la Guerra del Paraguay

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Relato de un mercenario suizo que formó parte del ejército de la Triple Alianza en la Guerra del Paraguay

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  • r~

    Lopacher en el Asilo de Ancianos de Trogen.

    JJM~ p~ //IL

    Autografo de Lopacher

    Un suizo en la Guerra del Paraguay

  • Tobler I Lopacher 1 LA. I r-1'Un suizo (~n la Guerra del Paraguay

    Traducci6n y nota preliminar de . Arturo Nagy y Francisco Perez-Markevich

    Editorial del Centenario S. R. L. Asuncion 1969

  • C o 1 e c c i o n "PARAQUARIA"

    N9 3

    Titulo original: Abenteuer eines Reislaeufers/Ulrich Lo-packers Soel.dnerkben Copyright by Buchdruckerei Fritz Meili CH-9043 Trogen

    Derechos de traduccion Copyright by Editorial del Centenario S.R.L. Asuncion

    Hecho el deposito que marca la Ley 94.

    Centenario de la Epopeya Nacional

    In dice

    Nolil preliminar pag. 9 .\,

  • N ota preliminar

    /.11.~ p

  • garibaldinas, le hicieron merecedor de una medal"la al valor y su ascenso a cabo. Poco despues, Lormcher dio con sus ilusiones en Marsella. Alli cayo - no fue el unico - en 'las redes pecaminosas de cierto agente del gobierno argentino que reclutaba inge-nuos so capa de colonos. Firmado el contrato, Lo-rmcher abordo el navio y se vino a "hacer la Ame rica". Venia a "labrar la tierra - Lopacher se sentia capaz de cualquier cosa - pero se encontro a su lle-gada al puerto de Buenos Aires con una realidad que le dejo estupefacto: no lo querian de ninguna manera como colono sino como soldado. Se entero entonces de que el Rio de la. Plata ardia en guerra. f amas habia escuchado de tal cosa ~n Europa y, como no contaba entre sus virtudes capitales la de la re-signacion, acogio su fatalidad con un sentimiento de extrema amargura. El resentimiento inacabable con-tra lo argentino - contra lo americano, en gene-ral - en que desemboco esa amargura res-talla a cada paso en su relato. Y es explicable: enga nado y burlado en SUS ilusiones, America le habra parecido, desde que puso el pie en ella, una especie de caldera infernal. No solo no le dieron tierra que labrar, sino que le trataron como a una bestia aun menos valiosa que un mulo. De cierto que la bella-queria ~ incalificable con que enganaron al pobre Lopacher y companeros bien merece el mas enfatico repudio. Los ochenta "colonos" sin que tuviesen nin-guna vela en ese entierro fueron, pues, enrolados en la llamada "Legion Militar" del ejercito argentino. Las privaciones, las penalidades, las torturas, las en-fermedades y la nostalgia - angustia y desesperacion unidas - fueron s,ucesivamente asesinando a esos in

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    felices. Solo salvaron Lormcher y algunos mas.

    El relato

    El dolorido recuerdo de esas inhumanidades es lo que, ayudandose de Tobler, rescata Lopacher en este libro. Los sucesos que refiere estan, explicablemente, tleturpados en muchos puntos. Si bien mantiene lu-cidamente la secuencia oronoMgica de sus aconte-ceres, no parece suceder lo mismo en el diseno de los detalles. ]unto con el relato de sus aventuras 111il~tares, Lo'(Jau,er nos tr .. 11 smitt> el reiiejo de las noticias, opiniones y juicios que llegaban al campa-mento. Lopacher ~ da ingenuamente por verdaderas, ,,in hacerse, coma es natural en un hombre de su con-tlicion, ninguna cuestion critica acerca de ellas. En ,,us afirmaciones con respecto a Lopez, por ejemplo, repite sencillamente la infamante propaganda enemi-ga contra el. Esa propaganda funcionaba coma mo tivacion poderosa en el comun de las tropas aliadas, y era, coma es notorio, un arma sicologica usada por la estrategia aliada en la moral de sus propios sol-tlados para infundirles el ardor belico (ardor que Uego, coma es sabido, a inauditos extremos de cruel-tlad). En este sentido revelador de lo que constituia la conciencia anti-Lopez en los campamentos aliados, r.., donde reside el gran interes que tienen para noso-lros estos relatos de Lormcher. Y aumenta mas este in-leres por el hecho de que este suizo estaba por com pleto desposeido de tado tipo de vinculaci6n ideologi-co-mercenaria con la propaganda argentina en rela

    la guerra. Ademas, esa propaganda anti-segun nos la revela el testimonio ingenuo

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  • ~I

    de Lopacher -, pone al desnudo el engaiio dia-bolico con que fueron lanzados a la aniquila-cion de un pueblo los soldados de la Triple Invasion. Por otra parte - y esto es un dato de gran importancia -, el mismo hecho de la presencia de Lopacher en el ejercito de Mitre a traves del vil en-gaiio que la causo, revela con indudable elocuencia la tremenda impopularidad de esa guerra en el pueblo argentino, que lucho abiertamente por no participar, camo soldados, de ese orimen anatematizado por Alberdi, por Jose Hernandez, por cuantos llevaban limpia el alma.

    Razon de esta edicion

    Tales fueron las razones que impulsaron a la Editorial a verter al espaiiol este relato. Unidos a ellas se encuentran los v

  • ' 4\'.WWW&i ::;, 1 JU

    AL SERVICIO ARGENTINO (1868-1870)

    El 5 de abril zarpamos para Buenos Aires a hordo del velero "Antre Maria". Un viento desfavorable nos empujo hacia la costa espaiiola, de manera que gas-tamos seis dias deside Marsella a Gibraltar. Esta po-derosa fortaleza construida en la roca nos recordo a Gaeta. Luego de dos dias de navegar el Adiintico, el capitan del velero, un italianc> que fuera nuestro agen-te en Marsella, pidi6 nuestros documentos junto cn el contrato como colonos, aduciendo que debia firmar algo en este ultimo. s:n embargo, solo nos devolvi6 papeles con los cuales no sabiamos que hacer: jamas volvimos a ver el contrato. Contestaba a nuestras pro-testas alzandc> los hombros y dicienfdo: "Esto nc> es asunto mio". Esperabamos, sin embargo, queen Bue-nos Aires se nos hiciese justicia. A los 46 dias de viaje, contados desde Gibraltar, entramos en la bahia del Rio de la Plata, donde fuimos atacados por los fuertes temblores y los escalofrios del chucho -Ia malaria-. Sudabamos y nos helabamos al mismo tiempo y perdimos por cc>mpleto el apetito. Los mas debiles perecieron. A mi no me ha abandonadc> esta enfermedad hasta hoy dia, aunque sus manifestacio-nes ya no son tan violentas.

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    Un viento contrario dificultaba el avance del navio. El piloto, que en dos dias pudo habernos conducido sanos y salvos a Buenos Aires, exigi6 6.000 francos del capitan. Este juzgo muy elevado el precio y se arriesg6 a realizar el el viaje bajo su propia respon-sabilidad, i necesitando 16 dias para concluirlo ! En Buenos Aires fuimos llevados prestamente a bordo de un transporte militar denominado "Ponto", y sin mas quisieron obligarnos a vestir el uniforme militar argentino. Nos opusimos a esta exigencia aduciendo nuestra condici6n de colonos y declarando que nues-tros contratos se hallaban en manos del capitan del "Antre Maria". El oficial, que hablaba aleman, al-zaba los hombros, riendose. Exigimos entonces hablar con nuestros consules. Aparecio el

  • "! I

    la intencion de hacerse rey o emperador de un gran imperio guaranitico, y que ya se estaria construyendo en su capital, Asunc:on, un palacio correspondiente a tal dignidad. Se nos conto que su padre, Carlos An-tonio Lopez, al morir ep 1862, se le dejo el pais en herencia, un pais que, en cuanto a comercio, comuni-caciones, justicia, instruccion, etc., estaba sin deudas, con un tesoro de muchos millones, y en condiciones florecientes. Condiciones favorables que su hijo, sin embargo, por inmiscuirse arbitrariamente en las lu-chas internas del Uruguay, que ya mencione, ha comprometido irresponsablemente. Se dijo que Lopez se volvio despues un sangriento tirano, cuya pa-sion de matar ya no conoce limites y de cuyos sica-rios nadie puede sentirse seguro. Refiriosenos que la guerra comenzo en el aiio 1865 y que habria podido terminar ya, si las empresas mllitares no hubiesen sido entorpecidas por las discordias entre el Brasil, que mandaba la mayoria de las fuerzas combatientes, y la Argentina; el Brasil ambicionaria para si el mando supremo de las operac:ones, con lo que la Argentina no estaria conforme. Finalmente, se habia sustituido al comandante en jefe argentino. Mitre, por el brasileiio "Kaschiess" o "Dugge de Kaschiess" ( Caxias) , con el cual la guerra se llevo un poco mas adelante. Lo que se logro en los afios 1865--67, fue la conquista del campamento paraguayo de Tuyuty, cerca de Passa da Patria, en la confluencia del Pa-rana con el Paraguay. Ahora se trataria de conquis-tar los campamentos de Homaita y Timbo para domi-nar el rio hasta Asuncion y nosotros debiamos ope-rar en este lugar. Se nos dijo que todos anhelaban la terminacion de esta terrible y larga guerra de los aliados o de la Triple Alianza - Brasil, Argentina y Uruguay - contra el dictador de la Republica del Paraguay.

    Fortalezas o fuertes, segiin lo que por tales enten-demos nosotros, no los habia en el Paraguay. Los

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    puestos fortificados eran, mas o menos, campamen-tos atrincherados, que nosotros llamamos reductos. Estos campamentos estaban defendidos esencialmen-te con parapetos de tierra, de unos diez metros de alto, y por cercos de mimbre entretejido. El parapeto emergia perpendicularmente de un foso de agua de cuatro metros de ancho y de tres metros de profun-didad; foso que, en los terrenos pantanosos, solo podia transponerse a nado. El acceso a estos fosos de agua debia conquistarselo abatiendo un cerco de postes pun-tiagudos, clavados estrechamente unidos en el suelo. Luego de abatido el cerco y cruzado a nado el foso, trepar el parapeto era s6lo posible hundiendo los sa-bles, uno sobre otro, profundamente en la tierra y el mimbre del muro y luego pisando de sable en sable, tratar de llegar a lo alto. Es superfluo decir que estos ataques costaron mucha sangre. En cada campamento habia un mirador, una torre de guardia. Estos mira-dores estaban construidos con v gas que llegaban a una altura de hasta 30 o 40 metros contando en medio con una escalera. De este modo los vigias podian ver las posiciones e intenciones d'el enemigo, ya que eran regiones mayormente llanas o con pocas lomas y sel-vas. Homaita era un campamento extraordinariamente reforzado, pues dominaba el paso de barcos hacia Asuncion. Por esta razon estaba defendida a todo lo largo de la costa del rio Paraguay por una larga mu-ralla como de unos diez metros de alto, detras de la cual estaban en poscion ocho o diez cafiones; a la de-

    re~ha y a la izquierda de la muralla, a cada lado, ha~ bia unos 25. Detras de estos bastiones se encontraban la iglesia, un hospital, la casa de LOpez y algunos cuarteles: todo esto era la Hamada fortaleza de Hu-maita. Cruzaba el rio una inmensa cadena, cuyos ani-llos tenian el grosor de un brazo y que dificultaba, o, de acuerdo al nivel de agua, imposibilitaba el paso de los barcos.

    Nuestro vapor paro a la altura del Campamento de

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  • Tuyuty, donde se halla~a la fuerza principal brasileiia. Sin embargo, no pudimos verlo, porque las tropas de nuestra division fueron destinadas al Chaco y transladaronselas sin dilacion, a bordo de un barco de guerra. Luego de un viaje de tres horas por el Pa-raguay, fondeamos a unas cuatro horas aguas abajo de Homaita, y desembarcamos en un lugar salvaje y. pantanoso, con arboles y malezas tan altas como un hombre. Como no se podia desembarcar normalmente, nos ayudamos de la siguiente manera: por un tablon, asegurado al barco y con un peso en la otra extremi-dad, nos deslizamos, con todo nuestro bagaje, al rio; frecuentemente alguien caia al agua, de modo que quienes hasta entonces nunca habian tragado agua baiiandose o aprendiendo a nadar, ahora lo experi-mentaban. En tanto, los compafieros de baja estatura debian defenderse vivamente de hundirse; nosotros, los altos, entrabamos en el agua has ta el pecho; pero nadie se ahogo. Con el fusil en alto alcanzamos la ori-lla; estabamos en el famoso y malhadado Chaco. Lue-go de algunos minutos llegamos a un camino cons-truido con troncos de madera, pero que servia solo para transportar municiones y viveres; terminaba en unos pantanos que debian transponerse en canoas pa-ra alcanzar el campamento. De a seis hombres por canoa, se nos condujo a. el. Remaban dos soldados y durante dos horas empujaron y palanquearon al bote, por aguas profundas y hajisimas, a traves de fango, islotes, yuyos altisimos y arbustos. Varias veces no hubiesemos podido avanzar, de no haber dado tambien nosotros una mano para empujar y desencallar las canoas. A orillas del estero nos esperaban los compa-fieros del campamento, dandonos sefiales corrian cu-riosos a recibirnos y nos saludaron; parecian espiri-tus; enflaquecidos por el hambre, aohicados; se la-mentaban despotricando de la vida de perros o de esclavos que llevaban, de la arbitrariedad reinante tanto abajo como arriba y del absoluto desconocimien-

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    to de los derechos humanos. Cuando supieron que se nos habian destinado a la "Lesch!on Militar" (Legion Militar), nos envidiaron y dijeron: "Podeis alegraros, porque os ira mejor que a nosotros". Llegamos a nues-tro campamento el 8 de julio de 1868. Desde Marsella hasta aqui habiamos pasado 91 dias sobre el agua.

    La fuerza principal de los aliados, 60.000-65.000 soldados brasileiios, estaban acampados en Tuiti (Tu-yuty). Originariamente, los argentinos pusieron 28.000 hombres: 1) Doce batallones nacionales, de mil hombres cada uno, exclusivamente sudamericanos, cuyos batallones llevaban el nombre de la provincia de los soldados, por ejemplo, Batallon Santa Fe, Ba-tallon San Nicolas, etc. 2) Cuatro divisiones de linea, cada una de cuatro mil hombres. Estos dieciseis ha- tallones o lineas se formaban con elementos de cual-quier pais; los argentinos los llamaban ironicamente "gringos", extranjeros, con un sentido peyorativo. Nuestro batallon, la "Leschion Militar'', pertenecia a la primera division de estos batallones de linea. En el comienzo, tuvimos una posicion algo ventajosa, y nos envidiaron, como dije, como a un "batallon afortu-nado". Fuimos mantenidos y abastecidos, no por el estado, sino por una sociedad o asociacion de Buenos Aires; teniamos abastecimiento, cocina y cocineros aparte, podfamos movernos mas libremente fuera del campamento, mientras los otros nunca debian abando-narlo y de esta manera, por unos trabajos, podiamos ganar algo extra, y sufriamos un poco menos los te-rribles castigos. 3) Un regimiento de caballeria de Buenos Aires, otro de la provincia Laguna y un re-gimiento de correntinos, de la provincia de Corrientes, equipados al modo de los indios: baj o sombreros flo-j os, de fieltro y paja, sus Jargas cabelleras caian sobre los hombros como crines; en vez de pantalones lle-vaban, la mayoria, la "Schilipa" india, es decir, un poncho, o "puntsch'', como llamamos nosotros a este manto sudamericano, que ellos, alzandoselos por so-

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  • tiembre hasta abril, y de tela azul, mas espesa y mas estrecha para la temporada mas fresca de las lluvias, desde abril a setiembre; y un quepi rojo con las le-tras L.M. En los tiempos del presidente Mitre recib'.-mos, mej or dicho, se nos prometio un sueldo mensual de cinco patacones, equivalentes a cincuenta reales, es decir, unos veinte francos, mas o menos. El sucesor de Mitre, Sarmiento, aument6 el sueldo en dos francos por mes. Las 6rdenes se daban en espaiiol. A mi no me gustaban, en absoluto; j el ranees era muy otra cosa! Ordenes en espaiiol eran, por ejemplo: "jFirmi!", "jFusil al hombro!", "jPresente Fusil!", "j Flanka dereetschi ! ", "j Flanka issgyoda ! ", "j Garica arma!", "jPongo la bajonet!", "jAvanti marsch!", etc.

    Para nosotros, los gringos en servicio militar ar-', gentino, no habia ni derechos ni justicia. Fuimos en-_ ;tregados al capricho y a las malas ganas de nuestros

    \ ' superiores, empezando desde los suboficiales; ellos ,. \. tenian siempre la autoridad, o por lo menos la usur-

    paban, para castigarnos, por hechos irrisorios, arbi trariamente, con pufios, sables, bastones, o lo que tu-viesen a mano. Pddian, a su antojo, desenvainar su afila:do sable; para las heridas, las mutilaciones y has-ta las muertes, solo encontraban, alzando el hombro, las palabras: "Un gringo menos". (Un extranjero, es decir, un vagabundo, un pordiosero menos). Es ca-racteristico el siguiente hecho: el capitan de nuestra cuarta compaiiia, Paunero, de Buenos Aires, se va-nagloriaba de esta costumbre: Cuantas veces ordenaba "vista a la derecha", marchaba a lo largo de la for-maci6n blandiendo el agudo sable cerca de los pechos de los soldados que, como podian, miraban a la de-recha, para examinar la linea de la manera .mas exacta posible. De este brutal modo traspas6 el pecho extraor-, dinariamente abultado de un compafiero, que cay6 muerto. N osotros teniamos que asistir indiferentes,

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    a esta escena escandalosa. Sin embargo, Paunero foe trasladado poco despues.

    De lo que significaba estar presos, podra dar idea el siguiente caso: cuando, despues de la caida de Ho-maita nos ejercitabamos alli mismo, dos compaiieros pretextaron sentir malestares, abandonaron el campo de ejercicios y desaparecieron en la selva. Como una desercion perfecta en esos salvajes lugares pertenecia casi al reino de lo imposible, despues de corto tiempo estos dos desgraciados fueron arrestados y se los pu-s:eron en las cuatro estacas de la muerte. Uno de ellos era Bertsch, de Aargau. Sin embargo, tambien noso-tros debiamos ser castigados por esa desercion, como si hubiesemos sido tan estup:1dos para aconsej ar. a nuestros compaiieros a realizar este paso imposible, o como si los hub'.esemos ayudado. Se nos arresto, es dec:r, se nos encerro en las barracas, en terreno inun-dado, .con agua hasta las rodillas, donde tuvimos que luchar durante la noche con el frio, el cansancio, el hambre, la sed y el suefio; como nadie se preocupaba de nuestra suerte, nos habriamos podido caer y aho-garnos. Y, no obstante, habia bastante sitio seco junto a, esta prision inundada. En todo, desde la A hasta la Z, habia en este servicio milita!_ una disciplina para,_ crimillates; piles eUos gozaban con las penas que su-fTianros' soldados. Esta brutalidad inaudita se mani-festaba claramente en lOscastigos diarios: que eran de refinada crueldad. NombrareJffimeramente a la tortura Hamada "5epte-Campani'', a la que nosotros Ilamabamos "tender en el caballete". Esto quiere de-c'.r, que los cabos ataban fuertemente con tientos de la mochila las muiiecas del condenado; una vez he-cho esto, doblaban, hasta donde se pudiese, las rodi-llas hacia el pecho, de modo que entrasen a la fuerza en el hueco que formaban los brazos atados; presio naban luego estos hacia abajo hasta que pasasen por debajo de las piernas y una vez alli, atravesaban un fusil en la cavidad formada por los brazos y la parte

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  • posterior de las rodillas, produciendo todo esto una presion tan dolorosa y fuerte que la p:el se rompia. Como la sangre circulaba insuficientemente a causa de la pres1on y el alien to, por el terr :ble esfuerzo, se volvia jadeante, las manos se hinchaban adquiriendo coloraciones violaceas y el corazon golpeteaba con vio-lenc:a y como enloquecido. Este castigo, como todos los demas, se alargaba a capricho, a una, dos o mas horas; cuanto mas grandes eran los sufrimientos, tan-to mas contentos estaban los torturadores. A causa de haberse impugnado con indignaci4n unas acusacio-nes, tuve que someterme 9eis vece!J' a este castigo, una hora por vez. ,

    Otro de los castigos consistia en suspender al de-lincuente de una mano, colgandolo de una viga del techo. Puesto el condenado sobre tres o cuatro mo-ch las y una vez que su brazo estuviese bien sujeto a la viga, los cabos o sargentos retiraban las mochilas y el torturado oscilaba una, dos o mas horas en el aire; si moria, pues bien, jhabia un gringo menos! Este castigo se empleaba mas bien con los desertores.

    El castigo mas terrible, sin embargo, era el "Ponga la quatra stacca", esto es el estar tend'ido Pntre> cuatro estacas. El condenado, cabeza para abajo, era acos-tado en medio die cuatro estacas distantes entre si, a las cuales se aseguraban los brazos y los pies de la victima. En el tormento, que era breve, el torturado gritaba terriblemente, aunque sus gritos duraban po-co; luego gemia y se lo desataba; pero, a poco, lan-z:lba un grito que hacia estremecer a uno hasta la medula, y el desgraciado caia muerto al suelo. Todos los dias escuchabamos gritar a estos desventurados, y por fin tuvimos que cerrarnos los oidos para no es-cu;;har estos lamentos. Mi companero Ackermann, uno de Friburgo, murio entre las cuatro estacas, come> ccm-secuencia de un punetazo que prop:no a un villano de teniente. Durante la noche y cuando la oportunidad

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    era prop1cia, saliamos a castigar a estos oficiales, en debida forma.

    Nuestro campamento se hallaba en una region de-solada, cubierta de alto y cortante pasto Santa Fe, y llena de rastrojos, sobre los cuales se nos hacia correr descalzos y arbitrariamente, en una persecucion que se llamaba "ejercicio". El campamento estaba cir-cundadc> por selvas, pantanos o lagunas y por el rio Paraguay que podria tener en ese s ho unos 150 me-tros de anchura. Estabamos expuestos al fuego cru-zado de Homa;ta, situada al norte de nuestra posicion, lo que podia resultarnos fatal. A causa del obstaculo que signifcaban los altos arboles no podian disparar directamente sobre nosotros, pero cuando las enormes halas chocaban contra alglin arbol gigantesco, las grandes ramas rotas actuaban aniquiladoramente. Asi acontec o con tres soldados heridos, yacentes en una cabana de bambiies que hacia de hospital, que fueron aplastados, juntamente con la cabana, por una rnma tronchada que se precipito sobre ellos. El fuego cru-zado no duro mucho. Estas guarniciones carecian de todo y estaban muriendose de hambre, especialmente Humaita que, estando sitiada por los brasilenos desde hacia diez meses, era defendida valerosamenle por su dotacion. A este propos:to se contaba el chiste de que el Mariscal de campo Caxias habria prometido a Martinez, comandante de la fortaleza de Humaita, ele-varlo a presidente de la Repiiblica del Paraguay, si se rendia, y que Martinez habria respondido: "Y yo hare d'e Ud. el Emperador del Brasil, si Ud. me con-fiere el mando que tiene". Inmediatamente despues de mi incorporacion a la Legion Militar enviaronse al campamento, como refuerzos, a unos 5.000 brasilefios. Como ya mencione, rio abajo de Humaita estaba ten-dida a traves del rio la enorme cadena de hierro. Bar-cos de guerra del Brasil la destruyeron y seis de ellos, a pesar del canoneo, pasaron Humaita y fondearon mas arriba de TimbO. Con lo cual se realizo el pa-

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  • ;,, . ,,':

    saje fluvial y TimbO, junto con Humaita, quedo aislada de Asuncion. Cerca de nuestro campamento los paraguayos atacaron, de noche, un barco de guerra hrasilefio. Entre los barcos de guerra estahan los lla-mados monitores, a bordo de los cuales la tripulacion podia refugiarse en lugar seguro, de manera que el barco daba la impresion de estar ahandonado. Con esta ilusoria conviccion los paraguayos quisieron apo-derarse del barco. Vin:eron remando en numerosas canoas y saltaron a bordo del monitor, pero se les echo encima agua hirviendo desde bocas de agua in-visibles. Muchos saltaron al agua y se ahogaron, unos pocos pudieron salvarse a nado, y muriendo muchos a causa de las quemaduras sufridas. En canoas se hadan reconocimientos de las lagunas y del rio, mien-tras noche y dia vig'labamos los pantanos y esteros. En una oportunidad descubrimos una estratagema de la guarnicion de Timbo. Pescamos algunas botellas en las que se mandaban a Humaita pianos de una accion comun contra nosotros, lo que posibilito que una sa-lida de la guarnicion de TimbO, bajo el mando de Caballero, fuera rechazada por los brasilefios, mien-tras, al mismo tiempo, nosotros esperabamos prepa-rados un ataque similar de los de Humaita. Como Humaita y Timbo carecian de todo, sus guarniciones podrian escoger entre la muerte por hambre, el rom-p' miento de nuestro frente o la capitulacion. De esta man era, la guarnic on de Humaita, en la noche del 23 de julio, cruzo el rio en canoas sobrecargadas con armas sin municion. Nuestras patrullas la descubrie-ron navegando por las lagunas, a bordo de sus 50 o 60 canoas, hacia T'mbo. Estaban tan deb!litados por el hambre y las enfermedades, que despues de breve resistencia, se retiraron. Nuestro capellan paso delante de nosotros con el crucifijo en alto, presentose a la guarnicion enemiga y la convencio de las horrorosas .::onsecuencias de una resistencia inutil. Ellos contes-taron que se rendirian a los argentinos, pero jamas

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    a los brasilefios. El capellan conduj o a esta tropa de-sarmada de unos 1.500 hombres ante el General Mitre. Nosotros Jes formabamos el tune! por donde pasaron. Marchaba a la cabeza el comandante Martinez, quien no debio haber comido en los u.It;mos dos 0 tres dias, dado que tenia que apoyarse: mas parecia un esque-leto que un ser humano. La tropa fue repartida entre Tuyuty y alglin lugar mas al sur; unos 300 enfermos y debilitados por el hambre murieron durante el trans-porte, para decirlo asi, en nuestros brazos. Ya que el comandante Martinez esperaba reunirse con Caballero en Timbo, la guarnicion, muerta ya a medias por el hambre, debia sobrecargarse con las armas, cuyo nu-mero y clase nos maravillo. Se trataba de un con-junto de armas de todos los paises y tiempos: junto a anticuados mosquetes de chispa yacian fusiles d'e aguja y hasta carabinas suizas. Casi todos los de la guarnicion de Humaita, ademas de otras armas, te-nian un "faggon", un sable curvo con el cual los pa-raguayos cortaban cabezas con verdadero virtuosismo. Solo con la violencia pudimos despojarles de ellos. Por tres dias enteros acarreamos estas armas a la orilla del rio, desde donde los brasilefios se las lle-varon.

    Durante la rendicion de los de Humaita acontecio algo notable: uno de los que se rendian, abandono, de pronto, a sus compafieros, se precipito, como loco, sobre uno de los nuestros y lo abrazo, lo beso y no qu:so desprenderse de el: era un sargento de la ar-tilleria de la fortaleza. Resulto, sin embargo, que este sargento era una sargenta en uniforme de artillero y que habia participad'o del sitio en la fortaleza de Humaita. Nuestro compafiero, un paraguayo, resulto ser su marido y luchaba, como prisionero, contra el odiado tirano Lopez, como el lo llamaba. En realidad, debio de haber habido todo un batallon de prisio-neros y desertores paraguayos que, al mando de los brasilefios, combatian contra LOpez. Esta valerosa

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  • sargenta pudo vivir con su esposo, haciendo de lavan dera del batallon, y s endo la unica mujer en el cam pamento. Se sabia que LOpez habia advertido al mariscal Cax as que "si no tuv ese mas hombres para la guerra, tomare mujeres". Se hablaba acerca de compaiiias femeninas, que Lopez utilizaba para la excavac:on de trincheras, fabricac'.on de polvora, abas-tecimiento de comida y lefia para el ejercito y aun para combatir. Despues de la caida de Humaita Ca-ballero intent6 nuevamente romper el cerco de Timbo; pero los brasilefios en esta ocasion mataron en las lagunas a unos 1.500 - 2.000 paraguayos, aproxi madamente. Un paraguayo nunca se rendia; no daba

    , y no pedia perdon (lo mismo haciamos nosotros) . Esa ace' on fue un infernal bafio de sangre realizado muy cerca de nosotros. Caballero pudo, sin embargo, al-canzar a su am go Lopez: su capacidad para esca parse de situaciones dificiles me hacia recordar siem-pre a Garibaldi. Luego de estos acontecimientos fuj. mos, a mediados de agosto, destacados a Humaita, donde no enr.:ontramos s;no balas de caiion sin pol-vora. Destruyeronse todas las fortifcaciones y bate rias situadas sobre el rio, que los mismos paraguayos no destruyeron echandolas al agua. La iglesia, el hos pital, la casa del mariscal-presidente y todo lo que debio ser edificios y cuarteles, estaba en ruinas. Luego transcurrimos los dias subsiguientes con ejercitacio-nes de batallon y de division. El servicio de re,~onocim'.ento en los pantanos era menos agradable y acep table que aquellos.

    Despues de la caida de Humaita y Timbo Lopez vio o quiso exageradamente ver traicion por todas partes. Para lograr sus objefvos orgullosos, ningun medio le era lo suficientemente odioso para no usarlo. Todo aquello que contradijera a sus proyectos, era alejado con violencia y del modo mas brutal. Eje cuciones individuales o de grupos, estuvieron a la orden del dia durante meses y frer.:uentemente el die-

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    tador las presenciaba. No se contentaba con ejecu ciones normales, sino que las hacia preceder de las mas dolorosas torturas. Sus brutales ejecuciones eran de diversa indole. Menciono la de la muerte a lati-gazos; la de dejar a uno medio muerto a golpes y fus;Jarlo por fin; y el ya mencionado cepo, que de-formaba los brazos y las piernas. Lopez aumentaba las penas de la tortura de manera refinada. Hizo mo rir de hambre a mur.:hos sospechosos y hasta llego a hablarse de torturas por fuego, ordenando asar vivas a SUS victimas. En la selecc on de estas Lopez no res-petaba nacion, posicion social, cargo, sexo o edad. Junto a paraguayos, argentinos y brasilefios, hizo tor-turar y ejecutar sin consecuencia ninguna, a ingle-ses, franceses, alemanes, espafioles, italianos, nortea mericanos, etc.; lo m:smo a soldados rasos que a generales, a empleados y a ministros, a sacerdotes y a ob'spos; incluso trato de despachar al propio minis-tro norteamericano, pero acabo contentandose con empleados consulares. Sacrificaba a su avidez de san-gre, hombres, mujeres y nifios de todas las edades, V engo la entrega de la fortaleza de Humaita en la persona de la inocente esposa del comandante Marti-nez. Cuentan algunos que Lopez la h'zo encarcelar en Santa Rosa, donde ella residia, ordenando se la atase a un tablon y, jurito con las hijas, exponerlas en la plaza de la igles'.a a los quemantes rayos del sol; mientras otros dicen que repetidas veces la hizo poner en el cepo y le hizo dar latigazos, mandandola fusilar por ultimo. Lopez mando torturar y ejecutar a dos hermanos suyos. A uno de ellos debe de haberlo hecho untar con miel de abeja, coserlo a un cuero de vaca y e~harselo entre las hormigas. Otros referian que Lopez, antes de fusilarlo, ordeno se lo h'.riera y cas-tigara. Lopez hizo torturar a sus cufiados, que eran generales, y obligo a sus hermanas a presenciar las torturas y el fusilamiento de sus esposos. Fueron lue-go castigadas por sus expresiones de indignacion al

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    ver a sus esposos sufrientes, ya que su hermano les hizo dar latigazos de la manera mas desvergonzada, encerrandolas en una jaula hecha de cueros de vaca. Lopez ordeno el engrillamiento de su anciana madre y la encarcelo por meses, en Trinidad; ella ni por un momento estuvo segura de su vida, ya que se dice que su hijo la amenazo de muerte. Esta amenaza se habria realizado por cierto, si los bras.leiios no lo hu-biesen muerto antes. En Trinidad hizo matar a al-gunos centenares de extranjeros. Se hablaba de 300; en los cuatro meses siguientes a la rendicion de Hu-maita y Timbo mando ejecutar a centenares de ino-centes, en sus campamentos de San Fernando, Trinidad y Villeta. Se hablaba a este proposito de 500, 600, 700 y mas. Cada dia se daban fusilamientos en masa. Lopez tenia verdugos especializados en la manera pa-raguay a de ejecucion, la denominada "corta la hes-cossa", el degiiello, en que, como dije, los paraguayos eran unos virtuosos. Se servian para ello del mencio-nado "faggon", que era un largo cuchillo en forma de sable. Lopez, durante su fuga, hizo enterrar sus te-soros, en lugares secretos, por soldados que eran fu-silados una vez cumplida la orden, para estar seguro de su secreto. Para dar idea de como Lopez actuaba hrutalmente, bastara referir lo siguiente: antes de retirarse de un lugar o despues de haber recluta:do a los hombres ap-tos, ordenaba a todos los otros habitantes del pueblo, hombres, mujeres y-niiios, a abandonar sus casas den-tro de las 24 horas y refugiarse en las selvas, para no resultar utiles al enemigo de ninguna manera. Pasado este breve termino, sus verdugos repasaban cada pue-blo, casa por casa y a los que quedaban retrasados se los degollaba. Durante un reconocimiento, tropas bra-sileiias descubrieron a un grupo de gente en miserable estado, formado por unas 50 o 60 famil:as de hombres viejos, mujeres y niiios. Los brasileiios, que querian lle-var a su campamento a esta gente hambrienta para sal-

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    varlos, fueron obstaculizados por el ataque de gran numero de soldados paraguayos. Cuando volvieron, con refuerzos, de su campamento con el proposito de recoger a estos infelices, solo encontraron unos cente-nares de muertos con las gargantas cortadas. -Para-guay es, aproximadamente, cinco o seis veces mas grande que Suiza, y antes de esta guerra de cinco aiios sus habitantes sumaban un millon y tres cuartos, en cifra redonda; despues de la guerra habia solo unos 220.000, de los cuales 28.000 hombres.

    El 7 de setiembre los brasileiios conmemoraron en Humaita su fiesta nacional, la de la declaracion de la independencia del Brasil. Sono musica, y al salir el sol, los barcos de guerra dispararon sus caiiones, res-pondiendoles los batallones con fuego de fusiles. A mediodia los generales hicieron discursos solemnes y la mus:ca resonaba sin interrupcion.

    La 5~ y la 6~ lineas de la segunda division fueron destacadas a Tuyuty. Los brasileiios y nosotros, la division de reserva de 1.000 a 1.200 hombres, zarpa-mos a fines de setiembre, a bordo de dos vapores, dirigiendonos hacia el norte, al campamento tempo-rario llamado "Palmas'', y en cuya vecindad, en las Lomas Valentinas, Lopez se habia atrincherado. Se-guiamos el grueso de las fuerzas brasileiias, por el interior d'el pais. En Oliva, los buques demoraron ca-torce dias, y nos detuvimos mas tarde en Villa Franca, permitiendo asi que nos quedasemos siempre a la mis-ma altura con los brasileiios. En octubre llegamos a Palmas, donde todo el ejercito aliado, unos 80.000 hombres, se reuniria por unos tres meses. El campa-mento de Palmas tenia una circunferencia de unas tres horas de marcha. Se vio la manera de resolver la falta de caballos y de mulas, mas fuertes y resisten-tes y como tales, mas requeridas, tanto como la cues-tion de viveres, municiones y uniformes. La orga-nizacion de los transportes dejaba mucho que desear, y a veces no habia ninguna. Hasta donde estos

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    marchaban, se podian utilizar vapores y trenes, pero a medida que se internaba uno en el interior del pais, tanto mas d'esolador se presentaba el problema. Las condiciones del terreno en estas horrorosas regiones pantanosas eran frecuentemente tan malas, que los transportes de viveres que-daban paralizados y se echaban a perder, o lle-gaban solo en parte 0 con las mercaderias inutiliza-das. En tal caso cada uno debia haberselas, como y d6nde pudiese. El gobierno pagaba las mercade-rias, abastecidas segll.n acuerdo, sin que existie-sen mayores inspecciones de los bienes o de los ter-minos de entrega. De una organizacion del trans-porte, a decir verdad, no podia hablarse, reinaba la arbitrariedad. Por eso nosotros, los soldados, cono-ciamos a esta guerra solo bajo el nombre de "guerra de viveres". Cuiintas veces llegamos, por esta causa, a acordarnos de las palabras del valeroso general uruguayo Flores, quien, al estallar la guerra, dijo: "j Dadme 60.000 hombres y terminare la guerra en seis meses!" - Los animales sufrian malos tratos indescriptibles. La tortura de animales era normal, y tan cruel que avergonzaba. El nombre, el termino "tortura .de los animales" es ahi desconocido, pero

    . conviene decir que esta genle no trataba tampoco de otra manera a sus enemigos o adversarios. Sohre eso yo podria contar cosas vistas por mi, que harian erizar los cabellos a cualquiera.

    La infanteria estaba acampada a lo largo de la orilla del rio ; la artilleria y la caballeria, a causa del forraje, mas en el interior. Cuando llegamos, Palm as era un desierto; con nuestro campamento nacio en pocas semanas un pueblo considerable, donde los oficiales hacian comercio como mercade-res; nosotros, los soldados, les ayudabamos ganando buen dinero. Entre otras cosas tuve que excavar dos pozos y recibi, por dos meses de trabajo, unas 34 libras esterlinas = 850 francos. El agua del rio Pa-

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    raguay era imbebible por lo fangosa; pero tierra adentro se encontraba agua buena a poca profundi-dad, la cual, por el uso en gran escala de las naran-j adas, era muy requerida y bien pagada. En nuestro campamento no tardo en establecerse el habitual barrio de bol"ches, es decir, un conjunto de hodego-nes transportables, donde uno podia comer y beber bien, si tenia dinero, y hastante; porque todo era vergonzosamente caro. Por ejemplo, un panecito pe-queiio y duro, que se podia despachar en un santiamen, costaba un patac6n = tres francos; una botellita bien pequeiia de ginebra, un destilado holandes, que era una porqueria dulce y asquerosa, costaba lo mismo un patac6n. Los boliches, en la mayoria de los casos, eran manej ados por italianos, entre los cuales habia hasta organilleros con su instrumento. El soldado podia hacerse dar del capitan de su compaiiia un vale para retirar mercaderia. Cuando el cuartel-maestre pagaba los sueldos, el capitan, que estaha a su lado, retiraba inmediatamente la deuda del sol-dado. En este comercio no debian perder ni los capita-nes ni los comerciantes y abastecedores. Cuando las tropas se movian, se levantaban tambien los boliches, con sus cuatro postes de hierro circundados por harras y su techo de carpa para ir a clavarselos de nuevo ahi donde las tropas quedasen.

    Despues de una violenta lluvia, tuvimos que com-poner para los seiiores oficiales y suboficiales, el ca-mino que iba del campamento al barrio de boliches, excavando fosos a la derecha y a la izquierda. Ter-minado el trabajo quise irme, por la noche, hasta la hora de la retreta, al boliche muy frecuentado de Ziindt, de Sankt Gallen, a ver si encontraba algun tra-baj o auxiliar y comer y beber algo bueno. En la os-curidad viene a mi encuentro un oficial, del lado de los boliches, y sin mas desenvaina SU sable, diciendo "Gringo, un gran butta"'; yo lo agarro, caigo con el en el foso Ueno de barro y, pisoteiindolo, lo sumerjo

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    en el lodo. Por esta vez, pues, estaba terminado con el bolicheo. Corri al campamento y no paso media hora, cuando la trompeta toco a la revista. Se procedio a contar a los hombres, uno por uno, j y no falto nadie ! Si me hubiesen cogido, seguro me pondrian en las es-tacas de la muerte. Pense en el caso a la mafiana si-guiente, viendo a un soldado limpiar el uniforme su-cio del oficiaI. Sin embargo, una vez me foe mal, pues llegue tarde al campamento del boliche de Ziindt: Me tendieron en el caballete con la panza llena, por una hora que me parecio una eternidad.

    Ya desde tiempo atras la idea de la desercion :me estaba girando en la cabeza. El timonel de un velero de transporte, un sujeto de Hannover, debia, seglin acuerdo, llevarme a Montevideo. Se fijo el dia y la hora. Pero un gran dolor en el costado me llevo por catorce dias al hospital, en vez de a Montevideo. Por esta vez, la desercion fue aplazada.

    Mientras tanto, el ejercito abandono Palmas y :mar-cho hacia Angosturo, Viletta y las Lomas Valentinas; en la cima de una de estas tres lomas, Ata Ivate, se habia atrincherado Lopez. Antes que nada, se debia 9ortar el camino entre Angosturo y Asuncion. Las fuerzas principales se movian hacia Angosturo, a la orilla izquierda del rio Paraguay, pero unos 3.000 hombres, de caballeria y artilleria, que estaban al otro lado del rio tenian. que cruzarlo a traves de obstacu-los casi invencibles que provocaban grandes perdidas, pasando los pantanos del Chaco. Muchos hombres y animales quedaron en el camino y perecieron. Los que quedaron con vida, cruzaron el rio al norte de An-gostura, se reunieron con las otras tropas y Angostura quedo cortada. Se conquista a Ivate; LOpez pudo es-caparse; Angosturo y Villeta cayeron tambien en ma-nos de los aliados cuando yo, a fines de diciembre de 1868, sali del hospital de Pahnas y volvi a mi unidad. El ataque a las trincheras de Loma Ivate, segiin me lo contaron mis compafieros, tuvo que ser algo horro-

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    roso. Me contaron de fortificaciones de arcilla, de unos cinco metros de alto, cercadas por fosos de agua anchos y profundos. Debieron conquistar las escar-pas, del modo ya descrito, clavando sus sables en el muro para que por ellos trepasen los soldados que a su vez colocaban otros sables, hasta que, con enormes perdidas, quedaron vencedores. Decian que LOpez abandon

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    pueblo lta, a "Quasibira", una estacion puesta en me-dio de una region abandonada; en frente, sobre una altura arbolada, la posicion enemiga atrincherada de Ascurra, aqui estaban nuestras divisiones 1., 3., y 4., unos 3.000 hombres, desde hacia un mes, como van-guardia. Lopez residia en Pir .bebui, no lej os de As-curra. Los brasilefios debian, desde el norte, empujar a los paraguayos, a nuestras manos, pero Lopez pudo escapar otra vez y con unos 5.000 o 6.000 hombres se retiro a la cadena de lomas selvaticas, "Serda Sant Bernhard"; desde donde esperaba llegar a Asuncion a traves de una "Bigada" (picada) ; nosotros lo recha-zamos y el, a traves de Altos, hacia el norte, se foe a Caraguatay, donde tenia la reserva. Lo segu:mos en marcha ininterrumpida de dos dias y dos noches, mientras el abastecimiento debia ser transportado aparte. Dos horas antes de llegar a Caraguatay va-deamos un r acho bastante ancho pero poco profundo. Al horde de la p.cada de Caraguatay dejamos nuestras mochilas, custodiadas por soldados debilitados y en-fermos. En Caraguatay, los habitantes hambrientos huian, por el temor de que nosotros fuesemos "cambai" (monos) como ellos llamaban despectivamente a los brasJefios. Caraguatay es un pueblo grande, de caba-

    . fias de ladrillos, y una iglesia, un nido pantanoso in-r sano e infame en el cual, durante el verano, solo pue-

    den res.stir los lugarefios. Despues de dos dias de reposo continuo la caza de Lopez. Hasta donde lle-gaba la vista, solo veiamos pantanos y campo inun-dado. Lopez queria dificultarnos adrede la persecu-cion. Apenas saliamos de un pantano, y ya estabamos entrando en otro. Lo infame de esta inundada region consistia en el pasto Santa Fe, filoso como un cu-chillo, cuyos rastrojos puntiagudos nos ensangrenta-ron desde el comienzo piernas y pies. Pensar en za-patos y calcetines era una ilusion. Tambien los ofi-ciales abandonaron sus zapatos en el barro y sufrie-ron lo que nosotros. Se volvieron mas blandos, por lo

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    menos momentaneamente, con nosotros, y se aterro-rizaban cada vez que sus delicados pies pisaban los rastrojos. No sentiamos ninguna compas on hacia ellos, mas bien nos regocijabamos de SU ridiculo pa-taleo. En un rio encontramos las ruinas de 18 bar-cos que L6pez, en el apuro de la huida, mando in-cendiar, ya que, a causa del bajo nivel del agua, quedaron inutiles. En el cruce del rio se ahogaron algunos. En el Paraguay, los rios y arroyos normal-mente estan bordeados por muros de arboles, que se Haman "campones". En un campon encontramos a unas 80 o 100 personas hambrientas, hombres, mu-jeres y nifios, viejos y jovenes, que Lopez, segiln su costumbre, habia echado de sus casas y campos con la amenaza de cortarles el cuello. Tenian consigo al-gunas yuntas de bueyes. El general Mitre hizo fae-nar dos bueyes, ya que los paraguayos ya no tenian fuerza para hacerlo. Esta pobre gente consumio con avidez la came de los dos animales; los otros fue-ron destinados para la tropa. Mas adelante, nuestro capitan Biggo, encontro un hacha con que me cargo. Como tenia bastante para cruzar los pantanos, la eche, y cuando, por la noche, el capitan me la pidio y ya no la tenia, me hizo poner en el cepo, del cual, un cuarto de hora mas tarde, nuestro coman-dante de batallon, Moralis, escandalizado, me hizo sacar. Seguimos marchando s:empre a traves de tierras anegadas y llegamos a un tabacal de L6pez, defendido por cuarenta fosos bastante profundos y anchos que tuvimos que saltar, mientras la artilleria y la caballeria los rebasaron rodeandolos. De esta manera nos martirizamos durante seis dias marchan-do por pantanos, hasta que, por fin, al septimo dia, alcanzamos delante de una picada a la retaguardia del mariscal perseguido. Quedamos 10 o 12 hombres, como reserva, al lado de cada canon, m:entras la art'lleria disparaba sobre la selva, la caballeria le rodeo, y la primera division y nosotros avanzamos;

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  • la caballeria hizo una curva y empujo a la retaguar-dia, con dos cafiones, en el pantano, donde foeron aniquilados.

    Este foe el ultimo acontecimiento que experimen-te en esta guerra. La ulterior persecucion del maris-cal, la tomaron los brasilefios a su cargo. Se'.s meses despues, el 1 Q de marzo de 1870, se le dio alcance en un arroyo cerca del Aquidaban, y foe muerto. Sohre este suceso me conto mi amigo Peter Licht, mas tarde, en San Borja, del Brasil, lo siguiente: "Schiggo Diabel (Chico Diabo) , ordenanza del ge-neral Camara, que habia lanceado al mariscal-pre-sidente Lopez por orden de su comandante, me pre-sentaba el hecho de esta manera: los brasilefios, guiados por dos bomberos (espias) de Lopez, que habian descubierto en un arbol, sorprendieron a este en un abra, junto con sus oficiales, su madre, la ma-dama y sus hijos. Lopez, que estaba a caballo, se defendia, y al recibir un lanzazo, huyo adentran-dose en la selva y nuestra caballeria, con el general Camara a la cabeza, salio en su persecucion. En un pantano cerca del Aquidaban el mariscal se detuvo, se apeo del caballo, lo dej o, cruzo el arroyo y quiso trepar por la escarpada orilla, pero sus foerzas lo abandonaron. El general Camara intimo rendic;on. Lopez, sin embargo, repuso: "El presidente del Pa-raguay no se rinae a los brasilefios'', y desenvai-nando su espada, intento matar al general. A una se-fial de este mate de un lanzazo a Lopez; SU hijo Pan-cho tuvo el mismo destino. Su madre y Madame Lynch, con cuatro hijos, fueron conducidas a otra parte. Madame Lynch era inglesa, cantante de la Opera de Paris; ahi le conocio LOpez y la llevo a su pais, muy a pesar de sus padres" .

    La pesada marcha de vuelta que duro seis dias, se realizo como la de ida. En un pantano los jinetes mataron algunos cocodrilos, los llamados "schagga~ re", que nuestros italianos cogieron avidamente. Les

    extrajeron ios intestinos y se los comieron asados. Al septimo dia, entramos en Caraguatay, hambrien-tos, cansados y semidesnudos, con pies y piernas lla-gados y sanguinolentos.

    Durante los catorce dias de marcha por los pan-tanos, nuestros pantalones caian de nuestro cuerpo literalmente a pedazos, alrededor de las piernas pen-dian aun algunos jirones; la parte inferior de las camisas habia desaparecido. Nuestro uniforme se re-duj o a la chaqueta raida, el quepi, el sable y las car-tucheras. Si alguien tenia aun mantos de lana o re-c ,bia alguna bolsa, podia arreglarselas. En estas con-diciones estabamos acampados en Caraguatay unos 6.000 soldados. A nuestro equipo correspondia la co-mida. Nuestros alimentos principales eran naranjas agrias y granos de maiz, duros como piedra, que re-cogiamos con avidez cuando caian del forraje de los caballos, y los tragabamos sin remojarlos. Se nos daba una clase de came, argentina o brasilefia, Hamada "Schaarggi"; las fcibricas la envian seca y salada, en manojos, asi como en Suiza se manda heno o paja. Esta came era muy salada, dura como piedra y en condiciones descuidadas y sucias, asi que apenas la recibimos, la echamos a los caranchos. Muchos solda-dos murieron de hambre, pasto de los caracaraes. En nuestras campafias militares en Italia se nos conside-raba y trataba como seres humanos. Pero lo que yo hube de experimentar ahi, era un juego de nifios con respecto a lo que vi en el servicio argentino; esta era una vida de hambruna, autentica vida de perro, de bandido, de asesino: no podria calificarla de otro modo. Docenas de soldados murieron de nostalgia, no importaba de que pais viniesen. En Napoles, yo ya habia padecido de nostalgia, que es una enfermedad. descomunalmente peligrosa e insidiosa, y de la cual cayeron victimas, en seguida, dos compafieros gigan-tescos, de Berna, los hermanos Brigg. En la miseria del servicio militar argentino, podria hablarse de una ver-

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    dadera epidemia nostalgica, de la cual los soldados morian en masa. Perdieron la alegria y el coraje de vivir, y al debilitarse, estaban perdidos. Yo no senti nostalgia ni un momento ya que me habia ido al ex-tranj ero por mis insoportables condiciones familia-res; y era feliz, en tan to no tenia que pensar en ellas. En las situaciones adversas de la vida, solia decirme: "Ahora las cosas andan asi, pero ya cambiaran alguna vez".

    No se podia hablar de hospitales mas o menos or-denados, en las miserables barracas o en campo abier-to, ni de medicos diplomados, y especialmente de ci-rujanos; ni tampoco de anestesia en las operaciories. Los lamentos y gritos de las victimas de estos "apren-dices" llegaban hasta la medula; me paso como a J acobeli, quien me habia contado: "Murio mi padre. Tuvo pulmonia y por anadidura lo cuidaron los me-dicos".

    En Caraguatay llego la linea NQ 9, demasiado tarde para nosotros; venian con ella seis soldados de Berna, atados de los pies de dos en dos, y tan estrechamente que podian avanzar solo con gran dolor. Solo el he-rrero del batallon podia abrir los grillos. Ellos me contaron que habian matado a un oficial, en razon ele que este, durante la marcha en los pantanos, desde SU caba!lo los latigueaba para hacerlos andar mas rapidamente. De resistir los grillos un afio y un dia, estaban libres. Se les veian los huesos desnudos entre la came purulenta de modo que para mitigar sus do-lores, ponian pedazos de tela entre los grillos y las lla-gas. Como su division volvia con nosotros, estos en-grillados tuvieron que marchar inmediatamente duran-te seis dias. En Patino-cue debia escribir una carta a la familia de uno de elios. Luego de leer la carta, cayo muerto, y paso un largo rato antes de que se encon-trara al herrero del batallon. Los otros c:nco de Berna resistieron los 101 dias. Durante el retorno, retoma-mos en la picada nuestras mochilas. La mia me era

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    'muy predosa porque contenia mis escritos. Como la marcha era acelerada, no podiamos demorar mucho; y en tanto buscaba mi mochila, siento caer subitamente sobre mi espada una lluvia de sablazos, tan furiosa-mente que supuse que mi chaqueta se habria ido al d'.ablo. Yo no podia decir nada, pero me anote bien a este buen senor. Lamentablemente , nunca pude en-contrarmelo en el lugar y tiempo adecuado para ma tarlo. A los cinco dias de marcha forzada llegamos a Ascurra y pasarnos la noche a la intemperie, echados por las pulgas que pululaban en las cabanas abando-nadas por los paraguayos. A la media hora de yacer ahi, arrancabamos a estos bichos de nuestras piernas, como si fuesen una larga escorza negra. Me recor-daban a las pulgas napolitanas en Quatroventi de Pa-lermo. Por la manana, antes de salir, curioseamos un poco en Ascurra. Unos prisioneros paraguayos nos ensefiaron unos aparatos con barras de hterro trans-versales, en los que Lopez hizo asar a los desertores y a qu enes le disgustaban, incluso a prisioneros. A estos les habia preguntado siempre, si servian volun-tarios en las filas aliadas, o si fueron obligados a ello. Hacia asar a los voluntarios; a los otros, no. Como ya dije, Lopez dio el nombre despectivo de cambai = monos, a los brasileiios. Mando hacer dibujos de bra silenos en forma de monos. Si alguien daba a Lopez la respuesta de que los dibujos representaban a bra. sllenos, era condenado a muerte; si respondia: "Son monos", se salvaba.

    Luego de una jornada de marcha real'zada hajo un dia casi insoportablemente caluroso, llegamos de nue-vo a Patino-cue y pudimos reponernos. Muchos mu rieron aqui a consecuenc; a tan to de los sufrimientos causados por el hamhre y las marchas, como por la malaria. Cuatro semanas despues llego una partida de un'formes con que pudimos vestirnos, pero fa}. taron zapatos. Quedamos ahi durante tres meses. Como los que L6pez hahia echado de sus pueblos ya no

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    tenian nada que temerle, retornaron desde las selvas. Viejos, mujeres y nifios trataban de sernos utiles, para no morir de hambre. Su numero era por lo me-nos tan alto como el de nuestros soldados: 6.000. Se nos aproximaban especialmente las mujeres y las mu-chachas nubiles pudiendo cada uno de nosotros ele-gir una ayuda y casarse; muchos oficiales, suboficia-les y soldados lo hicieron. Como yo ignoraba aun de que manera iba a zafarme, me quede alejado de esta miseria. Antes que nada, durante toda mi vida, cuide mucho de mi fuerza y salud. Esfas mujeres es-taban enfermas. Diariamente y a cada hora, se escu chaban los gritos desaforados de los soldados enfer-mos que sufrian bajo el cuchillo de los medicos; pero morian en masa. Durante estos tres meses experimen-te algo caracterist;co de la manera como se nos trato durante la guerra. Acontecio que el comandante quiso adornar la entrada de su casa con plantas acuaticas, "Schungge" de la jungla cercana y pantanosa del Iago Tacuaral o laguna de Tacuaral. Fuimos comisio-nados 15 hombres, al mando del cabo argentino Abreo. Antes de desvestirme, controle meticulosamen-te el dinero que tenia: 3 holivianos = 3 rancos 30. Al no encontrarlos en mis pantalones luego de ter-tninado el trabajo y dado que solo Abreo habia que-dado en la orilla, bote encolerizado los pantalones al suelo, en vez de vestirme. El cabo Abreo se me acer-co y pregunto: "l Che vos e teng?" ( l Que tienes?). Yo lo miro y contesto: "io perde un bedasso de furn; chere fasser un sigaro" (perdi un pedazo de tahaco, quise hacerme un cigarro) . Una palabra de descon-fianza y el deseo de una investigacion me habrian llevado invariablemente a las cuatro estacas de la mue!_!e. Al termino de los tres meses marchamos por el valle del Tacuaral, a lo largo de la linea ferrovia ria, hasta Asuncion, una marcha inolvidablemente pesada de l& horas, durante la cual muchos murieron.

    Asuncion se halla a orillas del rio Paraguay, con

    una ligera subida hacia la estacion ferroviaria. Las casas de dos pisos, hechas de ladrillo, se defienden con arcadas o frondas contra el calor oprimente, es-pecialmente en los meses de diciemhre y enero. Las calles estaban llenas de fosos, mas bien trincheras y agujeros. La capital del Paraguay me parecio un de-sierto cumulo de arena y ladrillos. Como antes dije, Lopez dehio tener grandes proyectos para su grandeza futura; como prueba hemos visto las bases de su pa-lacio, que empezo a construir como futuro "Empera-dor de Sudamerica". No se veian civiles; solo fuerzas de ocupacion brasilefias y nuestra Legion Militar. Debiamos montar guardia, en Asuncion y en la cer-cana colonia Villa Occidentale, en la orilla opuesta del rio Paraguay, en el Chaco, y que fue antes de la guerra una colonia de castigo, donde los detenidos trabajaban para el Presidente Lopez en fabricas de azucar, destilerias de cafia y olerias. Hahia, sin em-bargo, ahi comerciantes residentes. Cuando estallo la guerra, Lopez alisto a los presos en el ej ercito y los comerciantes abandonaron el lugar por miedo a los ataques de los indios "Waiguru" (Guaycuru) ... Des-pues de la caida de Asuncion, en 186&, los brasilefios limpiaron Villa Occidental de los salvajes y mantu-vieron en ella fuerzas de ocupacion, asi que las plan-taciones de tabaco y cafia de azucar, y los ingenios volvieron a nueva vida. Relevamos a los brasilefios, y cada una de nuestras cuatro compafiias fue desti-nada a ello, consecutivamente, por dos meses segui-dos. La nuestra debio iniciar el servicio. Sin aconte-cimientos especiales, entregamos la guardia a la se-gunda compafiia y volvimos a nuestros cuarteles en Asuncion, en la Hamada "Ginta-Ferdi" (Quinta Verde) . Alli dormiamos en la arena atacados por las pulgas, pero especialmente por las enormes y asque-rosamente desfachatadas ratas. Se introducian en nuestras mochilas buscando "Bolaschi" galletas, y se las comian, Las escondimos entonces en nuestros hol-

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    sillos, durante la noche, pero las ratas que las olfa-teaban, arrastrabanse por doquier, incluso bajo nues tros mantos, como si se tratase de sus propios nidos.

    Nuestro servicio de Asuncion consistia en montar guardia en el cuartel general del general Ovedio (Julio Vedia); en el cuartel de nuestra Quinta verde; en el hospital; en la linea ferroviaria y en la estacion. Ascendi a cabo. El sueldo se nos pago, con atraso du rante toda la guerra. El primero lo obtuvimos en Tr:nidad, 15 pesos por tres meses, unos 75 francos; el segundo, en Patino-cue por cinco meses, unos 125 francos y el tercero y ultimo aqui en Asuncion, por dos meses, unos 55 francos. Por mi servicio de 26 me-ses, de los cuales 13 meses en servicio de linea, reci-bi summa summarum 255 francos. El sueldo por los otros 16 meses no lo he recibido nunca. El sueldo se nos pago en oro ingles, en piezas francesas de cinco francos y en patacones brasileiios. Un patacon era igual a diez reales, estos a dos milreis, que hacian unos 3 francos 40. El p~so argentino era igual a cinco francos.

    Estando de guardia en el hospital, y basandome en mi autoridad de cabo, di permiso a un soldado para que fuera a comprarse pan. El j oven teniente Bar-sello de Buenos Aires, un r'.co hijo de papa, detuvo al soldado y luego empezo la tremolina conmigo: por haber abusado de mi autoridad me dieron 15 dias de arresto. Al tener q1:1e montar nuevamente guardia en el hospital, proteste diciendo que no lo haria mas como cabo, sino como soldado raso. Me dieron seis dias de arresto y me degradaron.

    El batallon fue completado con fuerzas jovenes; a mi compaiiia se vino, entre otros, cierto llamado "cadete" muy joven, es decir, un aspirante a teniente, de nombre Alferis. Durante una inspeccion este saco del fusil de un soldado que formaba a mi lado, de nombre Alsermo, el sucio trapito con que se limpia el arma, y me lo paso repetidamente bajo la nariz, di-

    ciendo ironicamente: "jda limpe! jda l;mpe! jGrin-go ! " (" G Es este limpio, gringo?) De un puiietazo en la cara lo bote al suelo. El sargento ordeno: "jPon-ga la quatra stagga ! " Los soldados ya colocahan las cuatro estacas de la muerte: no tenia otra esperanza que mi compatriota, Caflisch, de Biinden; lo hago Hamar desde la oficina del comandante Biggo. Vinie-ron ambos, y luego de investigar los hechos, desa-parecieron inmediatamente las estacas y yo recibi 14 dias de arresto y Alferis fue trasladado a otra com-paiiia. Esto, sin embargo, era ya otro lenguaje, con que se nos hablo, . despues de la guerra; ya que du-rante ella yo hubiese muerto sin salvacion bajo las torturas. Mas 'larde se me informo que Caffsch habia amenazado llevar el asunto ante el ministerio de guerra. Pero ya estaba harto del servicio argentino. Nosotros, los 85 "colonizadores de Santa Fe", habia-mos sido dos aiios ha, puestos en el ejercito argen-tino como esclavos. De estos 85 viviamos aun sola-mente 5. El general Vedia contesto a nuestra recla-macion de ser dados de alta, basandonos en este pro-cedimiento ilegal, de amenazarnos con la muerte si re-petiamos nuestros reclamos, y nos echo rudamente de su oficina.

    La guerra estaba terminada, pero nuestro servicio militar, no. Mi compaiiia tenia que ir otra vez a Villa Occidental; esto me vino bien. Mi proyecto estaba hecho: iO la vida, o la muerte!

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    LA DESERCION

    22 dias en las selvas del Gran Chaco (27. IX - 20. X. 1870).

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    El servicio de guardia en la ciudad de Asunci61 hahia concluido; salude entonces mis dos meses pr6xl mos de comision de Villa Occidental. j Que sorpreta En el espacio de una noche, el pueblo adquiri6 pu mi apariencia de ciudad. Donde seis meses antes pa sabamos delante de edificios solitarios, ahora mal chabamos por calles rectas, largas y anchas: la call de la Legion Militar, la del General Mitre, una tm cera, en recuerdo de su inauguracion, llevaba el nom bre de Calle 15 de diciembre. Las construccionee, 11 industria y el comercio estaban floreciendo; habf1 plantaciones de cafia de azucar y de tabaco, fabrlc1 de tabaco, olerias, destilacion de cafia, producci6n d' carbon de lefia. Cualquiera podia cortar y sacar Ar holes gratuitamente y a su antoj o. Una compafifa m1 derera de Montevideo ya trabajaba con cien obraro y trescientos bueyes. Nosotros estabamos ahf para de fender la colonia contra los ataques de los indlo1. Ei el verano la trompeta tocaba a las cuatro de la maft1 na, en el invierno una hora mas tarde. La lectura d1

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    LA DESERCION

    22 dias en las selvas del Gran Chaco (27. IX - 20. X. 1870).

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    El servicio de guardia en la ciudad de Asuncion habia concluido; salude entonces mis dos meses proxi-mos de comision de Villa Occidental. jQue sorpresa! En el espacio de una noche, el pueblo adquirio para mi apariencia de ciudad. Donde seis meses antes pa-sabamos delante de edificios solitarios, ahora mar-chabamos por calles rectas, largas y anchas: la calle de la Legion Militar, la del General Mitre, una ter-cera, en recuerdo de su inauguracion, llevaba el nom-bre de Calle 15 de diciembre. Las construcciones, la industria y el comercio estaban floreciendo; habia plantaciones de cafia de azucar y de tabaco, fabrica de tabaco, olerias, destilacion de cafia, produccion de carbon de lefia. Cualquiera podia cortar y sacar ar boles gratuitamente y a su antojo. Una compafiia ma derera de Montevideo ya trabajaba con cien obreros y trescientos bueyes. Nosotros estabamos ahi para de-fender la colonia contra los ataques de los indios. En el verano la trompeta tocaba a las cuatro de la mafia-na, en el invierno una hora mas tarde. La lecture. del

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  • orden del dia sustituia, desde que estabamos en el servic:o, al calendario; a veces debia calcular bien si queria estar seguro de la fecha. Despues de la diana venian las maniobras de caza, es decir, que el ins tructor teniente Barsello, de Buenos Aires, nos orde-naba correr, descalzos, sobre el pasto alto y las motas punzantes. Poseido de sospechas, cada mafiana, duran-te la inspeccion, controlaba s! alguien llevaba alguna municion consigo. Bien sabia que la buena ocasion habria inducido a alguien a matarlo, sin duda. Su pre-decesor, Scharlon ( l Chari one?) cuidaba de sus sol-dados y se lo respetaba, pero Barsello nos mantenia con porciones minusculas y sin valor. Sin las ganan-c as secundarias que obteniamos de los comerciantes y fabr'cantes, habriamos pasado hambre. Ganabamos una linda suma transportando agua desde el rio Pa-raguay a las plantaciones de tabaco; la llevabamos de a dos, en recipientes, como en las cantinas se lleva el v:no en baldes.

    \ ., En el Paraguay hay indios salvajes y civilizados. ,l)' Los nativos Haman a Ios indios salvajes "Waiguru" ...

    .' 1 ' Estos hab'tan en el Gran Chaco. Los indios civilizados por los jesuitas, hace tiempo, se Haman Guaranies. La lengua guarani, desde_ el tiempo de los espafioles ... es la del pueblo y la de Ia convivencia hasta hoy. La lengua de los que han estudiado, el idioma oficial es el espafiol. Yo hablab_t!-___JlJTIQ9S !diomas. Son carac-teristicos los nomhres de las Iocalidii'des en el Para-guay, porque; por una parte, demuestran el nacimien-to de este estado de las m:siones jesuiticas y, por otra, re:)uerdan Ios antiguos tiempos indigenas. Por ejem-plo, la capital se llama Asuncion, y su fiesta es la de la fundacion de la ciudad; luego, Rosario, fiesta del rosario; Trin;dad, fiesta de la Santisima Trin:dad y hay otra Trinidad, en las Misiones; Encarnacion, la encamacion de Cristo; Concepcion, fiesta de la inma-culada concepc'.on de Maria; Corpus; ademas los nombres de santos, S. Lorenzo, San Pedro, San Lucas

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    (Luque), San Rafael, Santa Maria, etc. Nombres in-dios de localidades son, por ej emplo: "Biribipuy", Caraguatay, Curuguaty, Tujuty, Curuzu, Curupaity, etc.

    En el territorio sujeto a nuestro control estaban acampadas tres comunidades o sociedades de indios. El jefe de una banda tal de guaikurues lleva, desde los viejos ti:empos patr:arcales de los jesuitas, el titulo de "Gassigg" ( cacique) . Estos fpos interesantes nos vi-sitaban frecuentemente y siempre con toda la comu-nidad de unas 50 a 60 personas, hombres y mujeres, jovenes y viejos. Antes de entrar en nuestro campa mento, se bafiaban siempre en el rio. Acabado este~ visitaban a nuestro capitan, es decir, era el cacique ' quien entraba en la casa del capitan mientras los de- ' ' '" mas acampaban delante de la casa, llegando hasta a las escaleras. Estas vis'tas debian significar buenas relaciones reciprocas, sin embargo, nunca podia con-fiarse en estos salvajes; debiamos estar preparados siempre para lo que ellos pud:esen maquinar. Cuando 1 .~ nos visitaron por primera vez, quedamos bocabiertos como 1000s. La muchedumbre semidesnuda de hom-bres, mujeres y nifios de color amarillento-bronceado, se aprox maba con pasos mesurados, en fila de uno co-mo los patos: delante el cacique, tieso como un palo; todos, mientras caminaban, giraban constantemente la cabeza a derecha e :zquierda; los brillantes oj os bien abiertos miraban alrededor con suspicacia; los cabellos, negros, duros, con un mechon sobre la frente, llegaban hasta los hombros; en las caderas Tievaban un corto delantal de dos piezas, semejante a un aba-n'co, hecho de lianas y bejucos. Co!gaban del hombro los arcos y las flechas. Los guaikurues descono0en los ornamentos de la cabeza, sea de trenzas multicolores, de plumas u otras cosas; ni llevan adorno en las ma-nos, orejas o pies. Tampoco se pintan los bronceados cuerpos. Solo el cacique Heva, como alhaja, multico-lores cadenas de conchas alrededor del cuello y de la

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  • muiieca. Sin embargo, tanto los hombres como las mujeres, joV'enes y viejos, se ornan en las orejas y labios inferiores, que se les hincha y abulta. Perforan las orejas de los niiios para introducir un pequeiio dis-co hecho de una madera ligera, como esponja, que crece en el pantano, y este disco, al correr de los aiios, es sustituido luego por uno de mas diametro; los dis-cos mas grandes, de unos 3 a 5 centimetros de dia-metro, son considerados como los mas hermosos y deseables. Lo mismo vale de los tabios inferiores, en cuanto al diametro de los disquitos. Sin embargo, el labio inferior no se perfora, solo se extiende siempre mas, poniendo discos siempre mas grandes. El caci-que no lleva discos en Ia oreja, ni en el Iabio. Durante las comidas estos discos labiales se quitan, pero no durant:e Ia conversacion. Con el cacique hablamos en castellano, con sus compaiieros solo por seiiales. Sus discursos eran incomprensibles para nosotros y nos da-ban la impresion de escuchar solo los sonidos: "rumm-rumm-rumm-bidibidibidibumm-rumm-rumm".

    La cola de. la procesion indigena estaba formada por las mujeres y los niiios. jEra una cosa lamen-table y miserable de ver! Estas mujeres guaikuriies se encorvaban, flacas y cansadas, a los 20 o 25 aiios, si ya no antes, avejentadas y secas. Los guaikuriies tratan a sus mujeres como animales de carga, mien-tras que ellos, hombres hermosos y fuertes, ca~n o se ocupan del ganado, de la pesca y del robo. Las mu-jeres, en cada visita, arrastraban consigo a todos SUS hijos, pequeiios y grandes. Si, por ejemplo, la madre tenia tres pequeiios, los dos mayorcitos se ahorcaja-ban a las caderas de la madre y esta los sostenia con los brazos, en tanto el mas pequeiio yacia en una red que pendia a las espaldas de la madre y se aseguraba a la frente die la mujer. (Se trata de la bolsa Hama-da "vona". Los editores). Ella, para aplacar los chi-llidos del chico, echaba hacia atras las enormes ma:mas con movimiento agil y el nene esforzabase en cogerlas.

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    Las chicas estallaban de salud y tenian un aspecto flo-reciente y, a veces, con solo diez, once o doce aiios eran madres felices. Yo podria contar verdaderamente cosas maravillosas sobre la fuerza de la naturaleza.

    Nosotros cambalacheabamos con estos guaikuriies. Ellos nos traian liiias de pescar, miel de abeja y cua-tro especies de sabrosos armadillos: el ta tu de cam-po, el tatu de Matto (de la selva) , que se considera el mas limpio y el mejor; el tatu peludo, es decir, de cola dura (los indigenas aborrecen a este tatu, porque tienen la supersticion de que se come los cadaveres en los cementerios; pero a nosotros nos gustaba ex-traordinariamente); el tabu "raba mole'', es decir, ar-madillo de cola blanda. Nuestro capitan les compro un oso hormiguero vivo, un tamandua bandera, que re-cibe su nombre de la cola, semejante a una bandera o a un plumero de color roj o y negro. El tamandua, sin embargo, como no recibia bastante hormigas, pe recio al poco tiempo. l-os indio.i>, al canie_ai su mer-canci!! n_o]" viejas chaquetas mili_tares . p.antalones, ca-misas y calzoncillos, se Ilenaban de una fel'icidad in-

    'fantil. Era para: morirse de risa, ver a uno de estos saTVajes pasearse hinchado de orgullo, puesta la ha-raposa ohaqueta sobre su taparrabos, o cuando, pues-tos los pantalones o los calzoncillos miserablemente rotos, miraba desbordante de contento a su alrededor. Las tres comunidades de guaikurues estaban celosas de estos harapos y luchaban entre si para visitarnos.

    Durante una de estas visitas, dos muchachas se aproximaron a nuestro desfachatado teniente Barselfo y este Se las Ilevo a SU casita y, Una Vez dentro, cerro la puerta. El inmediato grito hostil de los indios le abrio los oj os y nosotros nos precipitamos sobre fas armas. Barsello solto a las muchachas y los salvajes se marcharon irritados sin perdonar la tentada vio-lacion de sus compaiieras. Cierta noche incendiaron el seco -pastizal extendido ante el campamento y avan-zaron detras del fuego, para cercarnos, segun su ma-

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  • nera de combatir. Nosotros, sin embargo, fuimos mas listos. Con gran sorpresa les caimos a las espaldas y disparamos sobre ellos. A los que no murieron, cogi-mos prisioneros, lo que, dada la extraordinaria fuerza de estos hombres gigantescos, no fue tarea fa~'ly sin peligros; tres y cuatro de nosotros tuvimos que luchar a v:va fuerza para reducir a uno de ellos, cuidandonos especialmente de sus terribles mordeduras. Los B:i:.ras-tramos atados al vapor andado en el rio y este los transporto hasta Buenos Aires, donde los domaron y

    ' los metieron en el ejercito para toda la vida. -En Villa Occidental se debia estar constantemente

    preparado tambien para repeler fos ataques noctur-nos de las\ panteras, o "tigres'\ como las Haman los indigenas. Durante nuestro servicio habian vuelto dos hermanas ar rancho que habian abandonado durante la guerra. La barraca estaba algo distante de la pobla-cion y fuera ya del departamento que controlabamos. Un dia llegose ante er capitan una de ellas, atemo-r' zada, y diciendo que un tigre se habia llevado a su hermana la noche anterior. Sol;cito se le concediese

    '' ' una guardia, pero el capitan l'amento no poder sa-- tisfacerla, porque los hombres estaban destinados solo ' para la colonia; ella debia buscar seguridad sbro tras-

    ladandose del rancho. Ella evit6 hacerlo y arriesg6, por supuesto, er destino de SU hermana.

    El teniente Barsello era un tipo inaguantable. Su lema favor to era: "i Rebuskedi ! " ( arreglate). Una vez debia preparatse un lavatorio, de acuerdo con la ullfma moda. Guillerl!l_Q_~on13.~lmann, mi guerido .~Q.IDpafiero desde los tiempos Cfel. servicio pontificio, era el

    carpinlero;-cantoi yrec!tacfoi cre1a compafiia. Reci-taba o cantaba con voz hermosa las canciones de Suabia y lograba que uno se s'ntiese verdaderamente b'.en. Frecuentemente sus canciones eran, para noso-tros, una buena accion, que nos daba alegria y coraje para ir resistiendo. Guill'ermo no encontro madera adecuada para el lavatorio e informo de este contra

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    t;empo a su teniente. Barsello le grito:: "jRehuskedi, gringo!" j arreglate, gr ngo ! y le orden6 arran~ar las puertas de cedro de una casa abandonada, y usar-las en su lavator o. Cuando Guillermo, acarreando es-tas puertas, se encontro con el comandante de la guar-nicion, tuvo que informarle del caso, y este l'e ordeno llevarlas de vuelta, sin perdida de tiempo. Por afia-d:dura, el comandante castigo a Guillermo con 14 dias de arresto nocturno, luego de haber trabajado durante todo el dia como carpintero, bajo vigilancia. Su cancerbero fue el rudo Wenz, de Bavier a, que me miraba con cierta frria por el hecho de ser algo mas fuert-e que H Sin embargo, como tipos forzudos, nos soportabamos bastante bi en. Wenz se alegraba de tener ahi a su compatriota de Suabia. El calabozo se alzaba en la orilla alta de~ rio Paraguay, y era una construccion l:gera, como todas las cabanas y harra-cas en el pais, es decir: postes, poco distantes entre si, davados en el suelo, atados con bambues horizon-tales y unidos por un tejido de lianas, semejante a un cesto; el todo trabajado con arcilla y con un techo de pasto Santa Fe. A causa del agua estancada desde el periodo de las 11uvias, las extremidades inferiores de los postes se pudrian, pero nadie se cuidaba de eso. Cuando los centinelas se dormian, lo que en este clima y con la vida atroz que se llevaha, no era nada ex-traordinario, podia conversarse tranquilamente desde afuera con los prisioneros. Sucedio que tuve que en-tregar a un destilador ingles, de cafia, en tres dias, 150 manojos de pasto Santa Fe. Barsello me dio ef permiso. Pocos se presentaban para hacer este traha-j o desagradable; yo recibi 150 francos. Cuando volvi con el dinero, Barsello me grito: "(,Ande sta dinero?". "Vose non importa" y le mostre mis manos y mis pies ensangrentados. Desde este momento fuimos enemi gos mortalles: i el o yo! Una noche se permitio tomarse mi t'.empo libre para que le espantara los mosquitos. Me orden6 en tono rudo, que mantuviese vivos unos

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  • fuegitos en las esquinas de su casa, hasta que el se tomara la molestia de cerrarla e ir a dormir. Como me resistiera, me collmo de improperios: "iPor che, Gringo, una gran butta, non fess fuogo?". Y yo: "Por che non chere". Desenvaino entonces su sable, pero fui mas rapido que el y lo despedia al suelo con un golpe y lo castigue debidamente. i Fue una suerte para mi que estuviese oscuro, oscurisimo ! Corri a mi cuar-tel, tome mi fusi!I, los cartuchos mios y los del sar-gento, algunas galletas, azucar, mate y l'iia de pescar, los cargue en mi mochila y me lance afuera, hacia la selva: en veinte minutos alcance el boscaje. Estaba, sin embargo, sin compaiieros que podian salvarme en la region salivaje del Chaco. Volvi junto al calabozo de Guillermo. El debio escuchar mi golpe; yo como sa-bia que el estaba tambien harto de esta vida de es-clavos, supuse que el debia venir conmigo. Llegue ha-cia medianoche. ED centinela, el viej o,cansado italiano, duerme acuchillado junto a la puerta, con el arma al brazo, la cabeza caida sobre el pecho, y roncando. "jRoncas bien, viejo compaiiero!" y me voy, a gatas, hacia atras. Escucho un ligero ruido, me detengo, acercome y escucho: "iUDrico! iEres tu?" - "jSoy y9, Guillermo!" - j IBrico, maiiana voy contigo, Wenz tambien ! i La canoa de vela esta lista ! j Maiiana, a medianoche ! i Vete, listo ! " Regreso arrastrandome. Saludo al centine!ia dormido, vuelvo a mi escondite y espero. Los espias t~ene oj os agudos, pues la captura les concede un premio jugoso. A la segunda noche voy a la orilla debajo del local de guardia, fijo mi liiia de pescar a un poste, me aproximo a la canoa, no puedo llegar a ella sin nadar. Sostengo la l'iiia entre los dien-tes, alcanzo la embarcacion, subo a eUa, levanto el ancla, pero su ruidosa cadena me hace ser mas cui-dadoso. Alrededor, oscuridad y silencio; el ancla ya esta afuera. Con Ta liiia de pescar acerco la canoa a la orilla, coloco el fusil, la municion y la mochila, y me arrastro ev .tan do a] guardia dormido: "i Ven,

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    Guillermo, todo esta listo ! " Guillermo sale afuera ga-teando entre los postes podridos y desplazados. Wenz, un poco mas tarde, sale del rancho, vestido de guardia, con equipo y arma. Nos reunimos en ]a orilla cerca de la canoa que esta sin vela. Wenz trae un pedazo de tela impermeable, y dos remos, robados la noche anterior y escondidos dentro de un haz de bambues, los carga en la canoa y por fin - i por fin! - debe-mos esforzarnos en pasar rapidamente ]a pr;mera cur-va del rio para escapar a la vista de los perseguidores, con lo que estaremos seguros. Sin embargo, ya son las dos de la madrugada y viene el alba. Nadie de nosotros sabe remar y no debemos entrar en la corriente, porque nos empujaria de vuelta al cam-pamento. Remamos en zig-zag y avanzamos lenta-mente; iuna vela sin palo! No hay otra salvacion que dirigirnos otra vez a la orilla y remar a lo largo de esta, hacia Bolivia. La selva es impenetrable y ha-bria sido para nosotros la muerte segura. Este se-tiembre seco, sin embargo, nos hizo pensar en la po-sibifalad de salarnos yendonos a lo largo del rio. En condiciones climaticas normales la salvacion habria sido completamente imposible a causa de las inunda-ciones invadeables: aun asi, sin embargo, Ta situacion era bastante peligrosa. Pero, siempre y en todas partes: i salud, fuerza y confianza en si mismo ! Sin embar-go, la suerte debia darnos la ultima palabra. Todo sumado, puedo considerarme afortunado con mi des-tino: j Me zafe otra vez del peligro L.~fo acorde de ~o que me habia dicho una v'.ez la adiviria de las fiestas patronales de Altstatt: "Cada--ano- debe arreglarsela de solo".

    Comenzamos a escuchar detras de nosotros Ta voz conocida de nuestros compaiieros que venian remando. Los veiamos aproximarse en algunas canoas, cada vez mas cercanas; escuchaba ya a Bertsch, de Aargau, que me gritaba: "jF.spera no mas, Lopacher, ya te aga-rraremos en seguida ! " j Wenz blasfema, Guillermo se

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    lamenta ! Yo continuo remando sin para r; llegamos a la orilTa, pusimos sobre la pesada vela la carga res-tante y trepamos por la escarpada. Llegamos arriba y los otros nos re::onocen. jAdelante! jAdelante! De-bido a las marchas en los pantanos de Caraguatay y a ]a guardia por noches enteras en los esteros del Chaco y Humaita, me vienen dolorosas contracciones en las piernas, i pero debo ir adelante ! Me lanzo en los pastos y por los matorrales, altos como-iiff liom:bre, no -aeEeran coger vivo al jefe de Ta desercion y - en el peor cfe los casos - algunosdeberan morir con-migo. Escuchamos a los perseguidores que llegan siem-pre mas cerca; Wenz los ve desde un pun to alto, pero escondido, avanzar en lfoea de caza. Estan muy cerca, los escuchamos decir: "No los apresaremos", y otros: "jQue lastima serial j6.000 pesos por Lopacher! Se-rian 500 francos de premio por cabeza. jNo hay que ceder!" Algunos pasos mas y nos hubieran cogido. Pero no debia ser. Nos quedamos tendidos y pasamos la noche vigilantes. A la Jlladrugada sal:mos, con ham-bre, sed, y cansados: yo seguia a los otros dos, cojean-do. Un estero nos detiene. Estos pantanos causados por fa inundac. on pueden signiEcar nuestro fin; pero v_olvernos significa la muerte segura. Adelante; con los bambues no podemos medir la profundidad del pantano. Por lo tanto, nos construimos una balsa con ramas secas y bambues. Wenz ata la lifia de pescar a la balsa, Ia sost:ene. con los dientes y nada hasta que toca tierra con los p'es y nos arrastra, a Guil:ermo y a mi, hasta l'a orilla. Ya en ella y al horde de la selva, sacamos mate,--azll.car---Y-nuesJras ~--Ull... te ca liente nos haria b:en, pero, l de donde s1car fuego? Los indios rozan dos palillos hasta que estos empie zan a chispear. Como yo aprendiera solo mas tar.:le este metodo de hacer fuego, la necesidad hizo que inventara uno prop:o. Qu~te algunas fibras de mi chaqueta, po niendolas en una capsula explosiva que fje a la punta de mi bayoneta. Wenz, a falta de piedras, golpeo la

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    capsula con la suya y, al explotar, se encendieron las fibras; con estas se hizo fuego: e~ mate cocido estuvq gustoso y excitante. _ _ ; ~uillermo, desde_ sus dias de escolar en Suabia, co nociaiosprincipios de las plantas comestibles y las que no fo eran. Encontraba yuyos comestibles y los preparaba a la manera de gustosas esp:nacas y mien-tras comiamos, cantaba y recitaba. j Como nos ale-graba estimulandonos en nuestra azarosa aventura este querido cantor de Suabia, este muchacho incompara-ble! De esta manera el destino nos conducia por dias y noches enteras. Los viveres que iban mermando, nos causaban preocupacion, lo mismo que las capsulas que debian ser ahorradas, pues no sabiamos lo que debiamos encontrar a-Un. Andando llegamos otra vez a un gran pantano de aspecto inseguro. Era una laguna, como nunca habia visto antes ni vi despues; era un pastizal g;gantesco, columpiandose aqui y alla y al que podiamos tentar con nuestros bambues. Soto sabiamos que debajo de estas formac:ones podian estar peli grosas alimafias, especialmente serpientes y, con todo, no teniamos otra alternativa que transponerlo. Yo ra-zonaba: este cam po flotante es tan espeso que, si le poniamos encima los bambues, podria soportar nues-tro peso. i Probar val'e mas que estudiar ! Preparamos suficientes bambues de metro y medio de largo, co-locamos los primeros en el campo flotante, lo empu jamos con los nuestros y pusimos otros en:::ima; des-pues, con un calor terr;bre nos desvestimos para mo-vernos con libertad, extend'mos la vela y los vestidos como una alfombra sobre los bambues y nos largamos: j a~ otro lado, o tragados por el agua ! Yo, el j efe, me deslizo lentamente, de rodillas, sob re los bambues: el continuo columpiarme me desagrada; el minimo des-pfazarse del centro de equilibrio seria nuestro fin; logro deslizarme, de puigada en pulgada, sobre los bambues anteriores; Guillermo me s gue deslizandose; tiemhra y se lamenta, lo ayudo; Wenz blasfema, nos

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  • I !

    da las armas y las mochilas y se desliza siguiendonos. Deslizandonos hacia adelante, los bambiies de atras se vuelven superf1uos; Wenz me los tiende y yo los coloco delante. Durante cinco horas nos torturamos bajo el sol ardiente. Terribles calambres nos lastiman las piernas y sentimos dolores en las rodrllas. Cuando llegamos a la orilla opuesta, cai de dofor y de cansan-cio. No pudimos continuar. Guillermo y Wenz tendie-ron la tela impermeable. A la maiiana, comimos el resto de nuestros viveres; ya no podriamos alimen-tarnos sino de cocodrilos, que los indigenas Haman yacare. Este reptil, largo hasta de tres metros y de color verde, huye de los hombres; sin embargo, el hom-bre lo mata, porque es comestible, y especialmente para servirse de su grasa, iitil para di versos fines. Yo me sabia bien todo eso, gracias a lo aprendido durante nuestra marcha en los pantanos de Caraguatay. Los guaranies Haman a otra clase de cocodrilos "pappa-marella", de! mismo tamafio, pero que no es comesti-ble y ataca al hombre para devorarlo. Debe su nombre a la amaril'lez de su garganta, semej ante a un hocio; pappa = bocio, merella = amarillo, es decir: hocio amarillo. Al hombre con bocio los guaranies lo Haman "pappuda". Los yacares yacian por docenas en la playa soleada o tendian desde el agua su larga nariz. Para cazados, uno se les debia acercar cuidadosamente y sin ser vis to. Un ruido, o la vista de uno que se acerca, lanza a toda la compaiiia siibitamente a la profundidad de los rios o de los pantanos, sin que vuelvan a ahando-narlos sino mucho tiempo despues. Hay que llegar hasta el animal sigilosamente, dispararle entre los ojos, un poquito mas arriba de ellos y de hacerlo, la presa boya muerta panza arriba en el agua. Asi lo hicimos. Wenz salto a la orilla para sacar el yacare del agua, lanzose sob re et en el rio, yo lo coj o de las piernas y lo arrastro con el animal a tierra. Gustamos de la came y de la grasa de! yacare; jel hambre es siempre el me

    j or cocinero ! Guardamos los restos de la comida en nuestras mochilas y reiniciamos la marcha. Debiamos cruzar un rio tributario del Paraguay; se llamaba Sa-lado, o algo asi. Como no era ni muy ancho, ni es-pecialmente profundo, buscamos un vado. Entramos a una abertura de la selva, y sin percatarnos, dimos ante un grupo de unos diez indios, acampados alre-dedor de un fuego, asando pescado. Se asustaron tan-to como nosotros. Cogieron inmediatamente sus ar-cos, pero yo apunte, mate a uno y despues a otro con el fusil de Wenz. Los guaikuriies dieron a gritar ho-rrendamente y huyeron con sus muertos. N osotros sa-biamos que iban a volver, con refuerzos. Por lo que, ( sin examinar nada del rio, cargamos a Guillermo que no sabia nadar, Wenz y yo. El agua nos llegaba hasta el hombro; con 1as armas y municiones en alto, alcan-zamos la mitad del rio, cuya profundidad mermaba a medida que nos acercabamos a la orilla. Llegamos a suelo firme y en pocos pasos alcanzamos la orilla. Aparecieron, poco despues, con gritos y gestos salva-j es unos 80 a 100 indios allende el rio prestos a ata-carnos. Sabiamos de la terrible muerte que nos espe-raba. Ellos atan a los prisioneros a un arbol y los mechan con flechas, cuyos punzones prev'iamente han acortado por medio de pedazos redondos de cuero. Una vez aplacada su crueldad a la vista del herido cuerpo baiiado de sangre, que excita su apetito, lo cor-tan en pedazos y se lo comen. Wenz tiraba ma], pero era inteligente y me escuchaba: siempre me tendia un fusil cargado. Yo estaha listo para disparar. Los indios se dividieron en dos grupos y trataron de apre-surarnos, bordeandonos. Por nuestra suerte, no se pre-sentaron unidos, sino divididos en grupos de unos 10 a 20 hombres que se sumergian con arco y flechas en el agua y se venian hajo ella hasta una playada situada a unos 100 a llO metros de nosotros. Ten dian sus arcos y disparaban las flechas, envenenadas con cadaverina, tan por lo alto que pudimos evitarlas

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  • eludiendolas al caer. Los indios temian terriblemente al estampido del fusil, pues gritaban a cada disparo echando los brazos al aire y saltando, mientras yo mataba a dos o tres de ellos. Fuimos afortunados en que, como di j e, ellos no nos atacaron unidos, sino que llevaban a sus muertos a la otra orilla, mientras otro grupo trataba de atacarnos de la misma manera y con analogos resultados. Esta excitante batalla con los indios duro unas cinco horas. Luego de haber ma-tado o herido a unos 35 de entre ellos, se reunieron en consej o de guerra y se marcharon gritando y gesti-culando salvajemente, llevando a sus muertos y heri-dos. A pesar de que, durante estas maniobras, llegue a reirme de sus simples estratagemas, fue una suerte que, en vista de mis fuerzas declinantes y de la merma de los cartuchos, el asunto hubiese terminado.

    Puedo mencionar otro acontecimiento: un enorme tronco viejo habia caido sobre el agua, causando un pequefio embalse, llamado "sangrador". Me acerque, con el fus l a la cazadora y buscando afguna presa entre las ramas de los arboles. Guillermo, ex-c. tadisimo, me dio un empujon gritando: jUn tigre, un tigre!" Tome el fusil y me volvi prestamente. Ahi estaba en acecho el maravilloso felino, de color verde-amarillo, con manchas negras, redondas, semej antes a grandes monedas. El grito de Guillermo y nuestras armas que brillaban al sol, habrian atraido su aten-cion. El tigre retira sus patas delanteras del embalse y se nos aproxima comodamente sobre el tronco. De-tienese a una distancia de tres metros, mueve la cola y se estira como un gato; yo lo miro fijamente en los ojos y veo que esta listo para saltar; saco el seguro y Guillermo me toma el fusil y me dice casi llorando: "jNo d'ispares, no dispares; si no lo matas, estamos perdidos ! " En el mismo momento la pantera da un enorme salto lateral y desaparece aullando en la selva. Yo - fuera de mi por haberseme escapado esta pre-sa - durante dos dias no hable ni una palabra con

    Guillermo. La pantera nos siguio durante dos dias y dos noches, a cierta distancia, rugiendo. En esas dos noches dormimos en los arboles, alternativamente,

    - Ilileiiffas-siempre aos- de -nosutros vigilaban. p or lo demas, un barullo terrible bajo el agua del rio ale-jaba el suefio; habia un ruido que parecia el mugido de una manada de vacas. Eran noches de claro de luna, y los yacares luchaban invisiblemente entre ellos o con los carpinchos.

    Aun tenia unos pocos cartuchos. Si los disparaba, nuestra vida estaria expuesta a riesgos insalvables. El estomago nos requeria y mate el quinto y ultimo ya-care, que no tenfa ya sino un solo pie, pues los de-mas los habria perdido luchando en el agua. Al v'i-gesimo segundo dia, por fin, sin municiones ni viveres, con los trajes harapientos, descalzos y en condiciones lamentables, alcanzamos la orilla del rio Paraguay en un lugar, desd~,~veiamos, al otro lado