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Un cuento de humanidad Caminaban tomados de la mano. El niño y su madre subían silenciosos por una de las tantas pendientes de los cerros que alumbran una ciudad aún extraña para ellos. Entre la algarabía de la pobreza y los vallenatos cansinos de Diomedes Díaz. El niño apretó un poco más duro la mano de su madre, y le pregunto: -Mamá, ¿yo soy humano?- -Claro cariño, eres tan humano como yo, como tu papa, como tu hermanito, o como tus compañeritos del colegio- -O sea que, ¿todas las personas que conozco son humanas?- -Claro mi vida- -Y, ¿las que no conozco?- -También, obviamente. Pero por qué haces esas preguntas, ¿acaso no te enseñan eso en la escuela?- -Si mamá, perdóname, es que sigo sin entender- El silencio se apodero de la corta conversación. El niño dejó perder su mirada en el horizonte, mientras la madre contaba algunas monedas de manera incómoda para no dejar caer a su otro hijo de brazos. De pronto, el ruido estrambótico de una moto bajando la montaña los saco de la pesadumbre. Y de nuevo el niño pregunto con una voz baja. -Si es así, ¿Por qué unas vidas valen más que otras?- -¡Que dices!- grito la madre un poco desesperada. El niño repitió -Si es así, ¿Por qué unas vidas valen más que otras?- -Ah, no más, ve y le preguntas eso en la escuela a tus profes, ahora más bien ve hasta donde doña Rita y pídele que nos fie 1500 de pan. Dile que tu papa le cancela todo lo que le debemos la otra semana- El niño bajó corriendo por entre las sinuosas calles y escalinatas a medio hacer. Volvió con el mandado a su casa, pero sin dejar de pensar en el lugar de la humanidad. La noche fue complicada. Tuvo que cuidar el llanto de su hermanito mientras su mamá intentaba controlar la borrachera de su padre. La mañana despunto en medio de la neblina y un frio intenso. El niño salió presuroso para la escuela. Tenía la costumbre de ir pateando alguna cosa, para demostrar sus habilidades futbolísticas. El día pasaba en su aplastante rutina, y mientras tomaba su refrigerio, el niño se acercó al escritorio de su profesor. -Profe, le puedo hacer una pregunta- Dijo el niño poniendo la pequeña bolsa de leche sobre la mesa. El profesor no sacó los ojos de una planilla. Y en una rítmica tradición ponía rojos y negros, rojos y negros, rojos y negros. Era un pequeño rito. Después de unos segundos dijo con voz pretenciosamente sabia: -Dígame señor Jaime- -Profesor, ¿Por qué unas vidas valen más que otras, si todos somos humanos?- El profesor miro a Jaime, ese niño desparpajado que soñaba con el futbol. -Pero Jaime, tu sabes que todos somos iguales, todas las vidas valen lo mismo. ¿Por qué dices eso?- Pregunto el profesor tomándose las gafas. -Profe, es que mire lo que me encontré esta semana cuando acompañe a mi papá a donde el patrón- El niño saco de su bolsillo una hoja de revista vieja, y con cuidado la desdobló y se la entregó al profesor. Con curiosidad el profesor leyó rápidamente: “URGENTE, después de un difícil combate, nuestro ejército nacional dio de baja 30 terroristas de las FARC. En el combate cayo un héroe de la Patria”. Más abajo del titular, la hoja mostraba algunas cifras de bajas enemigas y pérdidas militares. Interrumpiendo la concentración del profesor, el niño pregunto:

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Caminaban tomados de la mano. El niño y su madre subían silenciosos por una de las tantas pendientes de los cerros que alumbran una ciudad aún extraña para ellos. Entre la algarabía de la pobreza y los vallenatos cansinos de Diomedes Díaz. El niño apretó un poco más duro la mano de su madre, y le pregunto: -Mamá, ¿yo soy humano?--Claro cariño, eres tan humano como yo, como tu papa, como tu hermanito, o como tus compañeritos del colegio- -O sea que, ¿todas las personas que conozco son humanas?--Claro mi vida--Y, ¿las que no conozco?--También, obviamente. Pero por qué haces esas preguntas, ¿acaso no te enseñan eso en la escuela?-

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Un cuento de humanidad

Caminaban tomados de la mano. El niño y su madre subían silenciosos por una de las

tantas pendientes de los cerros que alumbran una ciudad aún extraña para ellos. Entre la

algarabía de la pobreza y los vallenatos cansinos de Diomedes Díaz. El niño apretó un

poco más duro la mano de su madre, y le pregunto:

-Mamá, ¿yo soy humano?-

-Claro cariño, eres tan humano como yo, como tu papa, como tu hermanito, o como tus

compañeritos del colegio-

-O sea que, ¿todas las personas que conozco son humanas?-

-Claro mi vida-

-Y, ¿las que no conozco?-

-También, obviamente. Pero por qué haces esas preguntas, ¿acaso no te enseñan eso en

la escuela?-

-Si mamá, perdóname, es que sigo sin entender-

El silencio se apodero de la corta conversación. El niño dejó perder su mirada en el

horizonte, mientras la madre contaba algunas monedas de manera incómoda para no

dejar caer a su otro hijo de brazos. De pronto, el ruido estrambótico de una moto

bajando la montaña los saco de la pesadumbre. Y de nuevo el niño pregunto con una

voz baja.

-Si es así, ¿Por qué unas vidas valen más que otras?-

-¡Que dices!- grito la madre un poco desesperada.

El niño repitió -Si es así, ¿Por qué unas vidas valen más que otras?-

-Ah, no más, ve y le preguntas eso en la escuela a tus profes, ahora más bien ve hasta

donde doña Rita y pídele que nos fie 1500 de pan. Dile que tu papa le cancela todo lo

que le debemos la otra semana-

El niño bajó corriendo por entre las sinuosas calles y escalinatas a medio hacer. Volvió

con el mandado a su casa, pero sin dejar de pensar en el lugar de la humanidad. La

noche fue complicada. Tuvo que cuidar el llanto de su hermanito mientras su mamá

intentaba controlar la borrachera de su padre.

La mañana despunto en medio de la neblina y un frio intenso. El niño salió presuroso

para la escuela. Tenía la costumbre de ir pateando alguna cosa, para demostrar sus

habilidades futbolísticas. El día pasaba en su aplastante rutina, y mientras tomaba su

refrigerio, el niño se acercó al escritorio de su profesor.

-Profe, le puedo hacer una pregunta- Dijo el niño poniendo la pequeña bolsa de leche

sobre la mesa. El profesor no sacó los ojos de una planilla. Y en una rítmica tradición

ponía rojos y negros, rojos y negros, rojos y negros. Era un pequeño rito. Después de

unos segundos dijo con voz pretenciosamente sabia:

-Dígame señor Jaime-

-Profesor, ¿Por qué unas vidas valen más que otras, si todos somos humanos?-

El profesor miro a Jaime, ese niño desparpajado que soñaba con el futbol.

-Pero Jaime, tu sabes que todos somos iguales, todas las vidas valen lo mismo. ¿Por qué

dices eso?- Pregunto el profesor tomándose las gafas.

-Profe, es que mire lo que me encontré esta semana cuando acompañe a mi papá a

donde el patrón- El niño saco de su bolsillo una hoja de revista vieja, y con cuidado la

desdobló y se la entregó al profesor. Con curiosidad el profesor leyó rápidamente:

“URGENTE, después de un difícil combate, nuestro ejército nacional dio de baja 30

terroristas de las FARC. En el combate cayo un héroe de la Patria”. Más abajo del

titular, la hoja mostraba algunas cifras de bajas enemigas y pérdidas militares.

Interrumpiendo la concentración del profesor, el niño pregunto:

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-Profe, ¿cierto que bajas son muertes?... Pero entonces no entiendo, si todos somos

humanos, y todas la vidas valen lo mismo, ¿por qué las personas se alegran cuando

matan a unos, y se entristecen cuando matan a otros?-

En un gesto un poco nervioso, el profesor se quitó las gafas y miro fijamente a Jaimito.

-Mira Jaime, resulta que en el mundo algunas personas son buenas y otras son malas, y

generalmente cuando las personas malas mueren, los buenos nos alegramos, porque sin

los malos el mundo sería mejor-

-Ah, ya entiendo, pero, ¿Cómo sabemos quiénes son los buenos y los malos? ¿Usted es

bueno o malo profesor?- El profesor sonrió un poco.

-Obviamente soy bueno Jaime. Pero ya Jaime, ve a tu puesto que voy a empezar la

clase-

El niño se alegró, y con una gran sonrisa en la cara le dijo al profesor.

-Profe, o sea que cuando matemos a todos los malos, que no son seres humanos, y el

mundo sea mejor, vamos a poder pagar la deuda que tenemos en la panadería de la

señora Rita.- Al decir esto el niño salió corriendo a su puesto, mientras el profesor

fruncía el ceño. Tuvo que salir y tomar un poco de aire. Y como Jaimito, el niño que le

gusta el futbol, nosotros seguimos esperando que nos diga quien es nuestro enemigo.

Eduard Moreno T.