un buen invierno

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Un Buen Invierno, relato indie incluido en el volumen Desmemoria de los Espejos. Recomendamos encarecidamente la escucha del For Emma, Forever Ago de Bon Iver.

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RODRIGO D. SANCHO FERRER

UN BUEN INVIERNO

OCHOACOSTADO,NARRATIVA

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La reproducción parcial o total de este libro no autorizada por el editor, violaderechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.

DISEÑO; Giovanni Drogo

Primera Edición; Agosto de 2011

© Rodrigo D. Sancho Ferrer, 2oo8

edicionesochoacostado@gmail.comwww.edicionesochoacostado.blogspot.com

IMPRESO EN ESPAÑA

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U N B U E N I N V I E R N O

Recomendamos acompañar la lecturade la escucha del disco

For Emma, Forever Ago de Bon Iver

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Un brazo se mece como un péndulo. Cuelga de un cuerpo tumbado boca abajo en una cama cubierta por un edredón nórdico. Una larga cabellera remata ese cuerpo. Negra. En el suelo de la habitación calcetines usados, discos de vinilo, un cenicero, papeles arrugados, un teléfono modelo vintage, pinzas de tender la ropa. Suena algo Folk en un reproductor de música. Afuera, obviamente, llueve. Se ha traspapelado una tarde de otoño entre las de junio. Alguien pide responsables en un imaginario Instituto Divino de la Meteorología. Todos callan. Esta lluvia no estaba estipulada. Es una excepción, repone el becario. Y quién eres tú para permitirte hacer excepciones. Sólo cumplo órdenes. Lo cierto es que no queda nada mal. No queda. A la chica tumbada todo esto le pilla muy lejos. Deja que se le distribuya ordenadamente la suave pena por las venas. Cada átomo es de tristeza. Incluso los orbitales aparecen nubosos. Todo

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lo visible toma la patina de una de esas películas de Super 8; la porosidad del recuerdo. Ciertos titilares. No es una imagen fija, nunca, la del recuerdo. Un paraguas colgado de un perchero, absolutamente seco. Lo bello, si es que existe, queda más allá de esa infinita cortina de lluvia. Lo bello, en todo caso, existió hace mucho tiempo. No hay posibilidad de que se repita. En un catálogo mental de venenos que elabora cuidadosamente la chica el elegido es Arsénico. Más que nada porque tampoco conoce muchos más. Pero hasta esa idea le produce cierta pereza. El término médico adecuado podría ser ASTENIA. Él no la llamará. Esta máxima, convertida en la mente de la chica en una suerte de Reclamo Publicitario, aparece repetida cada poco tiempo sobre el deslizarse de los pensamientos, interrumpiéndolos unos segundos. Durante esos segundos el péndulo del brazo desciende su velocidad. No es pues esa extremidad un reloj de fiar. Valdría, como mucho, el latido del corazón. El corazón de la chica. Dicho así, y contemplando con detenimiento la escena, a uno le entran ganas de acariciarlo. Pero los corazones no son de peluche –en su mayoría-. Puestos en fila sobre un aparador de cristal esmerilado ese órgano y el del quiosquero que fuma en la puerta del bar en la calle no se distinguirían en mucho. Pero algo me dice que debemos considerar el corazón de la chica más como un concepto no-físico; tampoco pues podemos servirnos de su dedo. Acariciable o no, ese dolor de la chica se ve incrementado por la sucesión de acordes menores en las canciones que escupe el reproductor. También por el sonido de la lluvia tras los cristales, por la teatral iluminación que ha elegido –apenas dos pequeñas bombillas en dos lámparas veladas ambas por piezas de tela amarillas semitransparentes-, por el día de la semana en el

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que transcurre la “acción” – es domingo – y quizá en cierto modo por la postura adoptada sobre la cama mullida. Boca abajo-fetal no es precisamente una postura que contribuya al optimismo; la marcada negación del mundo que rodea al individuo es evidente, ya que la mirada se pierde siempre en horizontes físicos excesivamente cercanos, sino es que, directamente, esa mirada se ve interrumpida por la oscuridad de la piel interior de los párpados. La mullidez de la cama tampoco ayuda en nada a mejorar la disposición vital de nuestra chica; lo mullido, y por extensión lo excesivamente cómodo, es siempre sinónimo de melancolía. Si alguien le preguntara por un elemento de la tabla periódica de elementos ahora mismo, tras dudar unos segundos, seguramente respondería Flúor. Esta conclusión, aparentemente trivial, y claramente metida aquí con el maravilloso calzador del excurso amanerado, no es tal. Una encuesta realizada por una cadena privada de televisión aseguraba que en las personas tristes o depresivas, este es el primer elemento químico que se les viene a la cabeza. Al preguntarles, claro está. Puede que tenga que ver –esto ya es una conclusión del autor- con el recuerdo de aquellos insufribles tragos de flúor rosáceo que en la primera infancia eran administrados por los colegios públicos en aras de la higiene bucal de sus alumnos.

El peso atómico del Flúor es 18.8894. El autor no es químico, por si alguien empezaba a sentir cierta animadversión por el mismo. La chica piensa en el hombre que canta las canciones que flotan en el aire de la habitación. Según su revista favorita de tendencias musicales –la de la chica- ese hombre se aisló en una cabaña propiedad de sus padres al norte del estado de Wisconsin, Estados Unidos

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para cortar madera y cazar ciervos, tras perder a su novia y a su grupo (DeYardond Edison). El disco titulado “For Emma, forever ago” es según la revista –y cito textualmente- “un pequeño clásico instantáneo hecho de temas folk embrujados y autistas, rústicos pero retorcidos en magia digital, con letras sugestivas sobre la nieve y las rocas alrededor de la cabaña y las blusas y los sostenes alrededor del alma”. La chica –que también ha leído esta crítica- no puede dejar de imaginarse caminando con un largo abrigo de pieles sintéticas por uno de esos bosques sempiternamente húmedos guiada por la tenue melodía de una aguda voz acompañada de los cálidos acordes de una guitarra acústica. En un momento del ensueño vespertino ella aparece ante él, que la mira sin dejar de cantar para luego, tras terminar la canción, invitarla con mudos gestos a acompañarla hasta el calor de su cabaña donde, tras sorber en silencio un caldo caliente, se desnudan mutuamente y extienden sus cuerpos sobre una piel de ciervo. El fuego crepita en la chimenea. No se tocan y sólo dejan pasar las horas mirando con los ojos como platos el techo de madera de la estancia. Este fragmento del ensueño se estira infinitamente sin devenir en un final o clímax concreto, en un eterno preámbulo a algo que los lectores y el autor, maliciosamente, imaginamos como un Twister carnal. El disco compuesto de 9 canciones tiene una duración de 37 minutos y 13 segundos. El espacio que ocupa en el disco duro del ordenador es de 34,9 megabytes. Durante todo este tiempo el brazo de la chica sigue meciéndose como un péndulo sobre el suelo de parqué junto a la cama donde ella yace melancólica. Él no la llamara. Cuando el disco llega a su final, automáticamente vuelve a sonar desde el principio. El cantante se hace llamar Bon Iver, aunque su nombre real es Justin Vernon. En sus reflexiones metapsicológicas

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Freud dice de la melancolía que “se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo”. Este sentimiento –por llamarlo de alguna manera- que se desarrolla durante esta tarde de domingo en la chica tumbada boca abajo en la cama viene quizá dado por la acumulación en la mente de la protagonista de recuerdos de una relación afectiva reciente con un chico que ciertamente, esa tarde, no la llamará por teléfono. Los recuerdos son por lo general agradables y constituyen un fresco animado de situaciones placenteras que, con la pátina que concede a toda imagen recordada el filtro del Super 8, cobran además un aspecto acogedor y doméstico. La consciencia de la pérdida de todas esas cosas buenas y bonitas es seguramente lo que entristece a la chica. La absoluta certeza de que él no la llamará esa tarde para proponerle una continuación de todos aquellos episodios entrañables tiñe esa consciencia de la pérdida de un negro opaco, diríamos de una supraconsciencia de que todo aquello es irrecuperable.

Las únicas dos palabras asiáticas que conoce la chica son Harakiri y Sayonara. Lo piensa en ese instante porque la mirada de su ojo izquierdo ha viajado hasta la superpie de un póster de Lost in Translation que cuelga de la pared oeste de la habitación, sobre una de las lámparas cuidadosamente veladas con tela amarilla y junto a otro donde aparecen –con un dibujo a mano para cada una de ellas- las principales razas de perros que habitan los hogares del hemisferio norte. Esta

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es una película eminentemente melancólica. A la chica, tras ver la película, le apetecía estudiar japonés. Ese deseo, que a la salida del cine era intenso y proyectaba hacia el futuro un variado ramo de posibles posibilidades, se esfumó con casi toda seguridad después de la segunda cerveza que consumió esa noche junto con el chico que esta tarde no la llamará y cuya ausencia le provoca esa desazón profundamente dolida que menciona el doctor Freud. La idea de estudiar lenguas orientales está ligada ahora inevitablemente en su mente al recuerdo de la visión de aquella película y, por lo tanto, al recuerdo de aquel chico. La serie de acontecimientos que provocaron que nuestra protagonista y su partenaire se separaran pertenecen ahora al ámbito de lo RECORDADO DE FORMA BORROSA o al de COSAS QUE HE DE OLVIDAR CUANTO ANTES. Para el autor, que no se ve condicionado por la vivencia directa de las situaciones y disfruta con ellas de una relación absolutamente profesional y pro-visional, no supone ningún esfuerzo revelarlas; él le declaró una noche de embriaguez –tanto física como emocional- que se había enamorado de un viejo amigo de la infancia con el que, casualmente se había encontrado una tarde mientras se acercaba a su casa- a la de ella- para regalarle el disco de Bon Iver. Que luego de eso habían vuelto a quedar un par de tardes para tomar unas cañas y ver algún que otro partido de fútbol. Que todo lo demás había sido una espiral de sentimientos incontrolable y que aunque él seguía sintiendo un gran afecto –y cuando dijo esto abrió como alas sus brazos y abarcó con ellos una gran cantidad de espacio - hacia ella ya no podía considerarla en los mismos términos afectivos que antes de encontrarse con su viejo amigo, y tomar cañas, y ver fútbol, y escuchar desnudos sobre una alfombra peluda de Ikea el disco “For Emma, forever ago” de Bon Iver en la copia pirata que ella le había regalado

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simétricamente a él y para la que se había currado una portada dibujada a mano con bolígrafo Bic negro en la que de un fondo vegetal enmarañado surgían vermicularmente dos potentes trazos que al unirse en el ángulo inferior izquierdo del cuadrado de papel de 12x12 generaban un corazón –representado aquí según la convención gráfica establecida-. El autor ha empleado las mismas estructuras sintácticas que el chico que no la llamará esta tarde utilizó e incluso ha respetado el léxico y la acentuación. De ahí que el pequeño discurso aparezca representado en letra cursiva. La neblina que cubre aquella conversación y aquella noche de marzo en la mente de la chica tiene el espesor de las grandes estructuras de hormigón que se disponen alrededor de los núcleos radioactivos de los reactores nucleares. A cada día que pasa ella le añade un centímetro. Un amigo valenciano le comentó irónicamente un día, tras relatarle ella la historia, que Bon Iver es un sintagma homófono al catalán Bon Hivern, que traducido al castellano siginifica Buen Invierno. Es una de esas situaciones en las que CÍNICO es el mejor adjetivo que define al destino.

El bolígrafo de tinta negra Bic que había utilizado la chica para realizar la portada de la copia pirata del disco que le regaló al chico que le puso los cuernos con un viejo amigo de la infancia es el mismo que utilizó la tarde siguiente a la ruptura para tachar línea a línea todo lo que desde que habían comenzado la relación había ido anotando en un pequeño cuaderno con tapas de cartón reciclado color ocre y que constituía una precisa bitácora de la relación afectiva mantenida, no sin antes, meticulosamente, transcribir toda la información –también línea por línea- a un archivo de Word

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que tituló cariñosamente LOS DÍAS QUE PASAMOS JUNTOS y que guardó en una carpeta del escritorio de su ordenador llamada PAPELERA DE RECICLAJE que era donde solía guardar -peligrosamente- los archivos que consideraba de mayor valía sentimental. Este dato revela subliminalmente al lector que su ordenador funcionaba con el sistema operativo Windows. El cuaderno con todas y cada una de sus líneas tachadas fue encerrado en una caja de zapatos en el fondo de su armario donde se podía leer en la tapa escrito a rotulador – no sin cierta sorna- PAPELERA DE RECICLAJE. Aunque tachar con una sola línea lo escrito se considere más elegante que esos famosos borrones de tinta bajo los cuales se suelen ocultar en los exámenes de física o matemáticas resultados inverosímiles previos a otros más aceptables-generalmente los del compañero más cercano y no por ello los acertados- no deja de plantear la cuestión de que en un caso como este todo aquello que supuestamente ha sido destruido puede ser –no sin poco esfuerzo- releído en ocasiones ulteriores. En definitiva; la fina frontera que dispone la línea de tinta negra no deja de ocultar lo escrito. ¿Deseaba secretamente la chica volver sobre esas páginas con el paso de los años a pesar del dolor que aquel día le quemaba en lo más profundo de su alma?. Es probable y también ella así lo pensaba pues creía que de todo, hasta de lo que deseamos con fuerza borrar de nuestro pasado, se puede aprender. BORRÓN Y CUENTA NUEVA no era el tipo de expresión que fascinaba a la chica así como tampoco HOMBRE HECHO A SÍ MISMO o NO ME ARREPIENTO DE NADA o la más ambigua NO HAY SEGUNDO MALO –¿se referían al ordinal o la medida de tiempo?. El disco de Bon Iver iba ya por su quinta reproducción por lo que el tiempo transcurrido en esa posición y con la misma

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y exacta disposición del mobiliario interno y externo – la lluvia continuaba, así como el quiosquero, que consumaba su decimoséptimo cigarrillo en la puerta del bar- era de 3 horas 6 minutos y 5 segundos, es decir, de 11165 segundos, de los cuales se podía considerar – y así lo hacía la chica yacente- que el 91% habían sido malos. De ahí lo dicho sobre el dicho.

A escasos treinta centímetros del límite último de la mano de la chica formando con esta misma y el suelo un ángulo oblicuo de 37º descansaba un paquete de cigarrillos. La chica no solía fumar pero quizá aquella tarde-folkie –así llamaba ella a ese tipo de tardes en la intimidad- merecía ser acompañada también con algo de humo y largas caladas meditativas durante las que rehundir las mejillas y entrecerrar los ojos como si delante de los mismos se extendieran infinitas praderas verdes consteladas de blancos caballos susurrados por el indómito actor rubio americano R.R. La cuestión era si valía la pena el esfuerzo de abandonar la posición corporal que a esas alturas de la tarde-noche se había convertido en parte principal del paisaje junto con el balanceo hipnótico del brazo y todo aquello de la mullidez y la melancolía. Pasar a fumarse un cigarrillo suponía iniciar una actividad y eso conllevaba relegar durante unos segundos el nife último de la tristeza supina –no sé si se puede decir de una manera más paroxística- a un plano secundario, por lo que toda la escenografía de la tarde-folkie podía ser tomada como artificiosa o no del todo verdadera. Es preciso indicar que en muchas ocasiones el hombre o mujer que atraviesa estados de gran tristeza, depresión o melancolía llega a desarrollar un aguerrido Síndrome de Estocolmo para con el sentimiento que por dentro le secuestra y asola. Una

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sensación de pertenencia a ese estado psicológico profunda, real y agradecida. De ahí que lo del cigarrillo pudiera resultar un tanto peligroso; pero entre estas divagaciones la necesidad de nicotina de su organismo –alimentada por la posibilidad cercana del consumo(secreciones hormonales, ese tipo de cosas)- se había multiplicado descontroladamente. Así que en un esfuerzo titánico la chica abandona su letargo cinético y estirando el brazo toma uno de los cigarrillos del paquete, se incorpora, se sienta sobre la cama apoyando la espalda en el cabezal floreado, toma un mechero de la mesita de noche, enciende su LUCKY STRIKE y da una larga calada mientras sobre la pradera imaginaria se eleva majestuosa una familia de Cumulus Congestus que prometen una tormenta como esas que sólo pueden verse en las infinitas llanuras del interior de los Estados Unidos de América. PFUA. El autor considera que esta es la onomatopeya más aproximada al sonido que emite la chica al expulsar el humo de la primera de las caladas. Cambiar uno solo de los elementos en un escenario a priori detenido, calmo y quedo conlleva inevitablemente –por las sencillísimas ecuaciones que rigen la teoría del caos- que algún elemento más entre en escena interactuando de algún modo con los cambios precedentes o venideros, como sucede en una de esas instalaciones de fichas de dominó colocadas unas al lado de las otras; así que el aletear de esa masa gaseosa de humo en la pequeña habitación donde la chica pasa una tarde-folkie mientras recuerda al chico que no la llamará produce una alteración evidente en el comportamiento de un Bulldog Francés –especie de cánido- en la otra punta de la ciudad generando en el dueño del mismo una profunda preocupación que a esas horas, un día de lluvia y domingo, multiplica su gravedad por la imposibilidad

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aparente de solucionar el problema acudiendo a algún centro especializado en el tratamiento de animales con extraños comportamientos –fundamentalmente aletargamiento-. Como esas alambradas de tinta negra que se arrastraban sobre los renglones de la bitácora amorosa LOS DÍAS QUE PASAMOS JUNTOS un hilo invisible se desliza entonces entre los dos cabos de la historia uniendo la depresión del Bulldog Francés con la de la chica que fuma un cigarrillo mientras escucha por sexta vez la canción Blindsided del –ahora- cantautor americano de moda Bon Iver. El hilo se formaliza en fibra óptica atravesando la ciudad y el teléfono dormido en la habitación de la chica que llevaba esperando toda la tarde –aunque no lo reconociera- que sonara ese maldito teléfono vintage color rosa dormido suena con ese sonido estridente que para ella en ese instante es música celestial en mitad del preámbulo a una tormenta en el estado de Montana, EE.UU. La cuidada disposición del cuadro se deshace por completo cuando la chica se abalanza balanceándose sobre el teléfono y descuelga y tras esperar unos segundos eternos dice diga. Aún así la melancolía y su capacidad para transformar a la persona en un ser resignado y pesimista le ayudan durante esas mismas décimas de segundos a darse cuenta de que con toda seguridad el ser humano al otro lado del teléfono no es la persona que esa tarde no la llamará sino seguramente alguno de los clientes de la clínica veterinaria donde trabaja y a los que debe atender en un Servicio Especial de Urgencias A Domicilio que ideó su maravilloso Jefe y del que se encarga exclusivamente ella los domingos primero y tercero de cada mes. Así que la concatenación de estados (psico)somáticos es la siguiente;1.Suena el teléfono/Alegría-2.Avance hacia el teléfono/

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Esperanza-3.Descuelgue del auricular(primera fracción de segundo)Ilusión-4.Descuelgue del auricular(segunda fracción de segundo)/Precaución-5.Voz al otro lado del auricular-Decepción Absoluta y por otro lado pereza incalculable teniendo en cuenta la lluvia que prosigue en su empeño ideado por un becario en prácticas alado y estratosférico, el día de la semana, lo bien de triste que iba la tarde folkie y todo eso, el flúor, los vinilos, la batahola de falsetes pre-coitales de Justin Vernon. Un Bulldog Francés parece encontrarse realmente deprimido al otro lado de la ciudad, Dos años y medio, Hembra, Desde hace como una hora, Nunca antes, No-Está castrada, Marco, Calle Almirante 3- 3ºDerecha, Pagaré lo que sea, Gracias, Gracias, ¿Cómo has dicho que te llamas?, ¿Cómo?, Emma, ¡Qué gracia!, Por nada. La última palabra que escucha saliendo del reproductor musical es Ago que, así suelta, y que ella sepa, no tiene una traducción clara en castellano. Recuerda ante la brevísima sesión de espejo que el número atómico del flúor es el 9 y que debe coger la bata y todos sus bártulos de veterinaria en prácticas y quitarse de encima esa película granoblástica de ceniza que detectaría cualquier paciente deprimido como son también capaces de percibir los terremotos mucho antes que los humanos y que esos finísimos pies de bailarina que son los sismógrafos. Aún le da tiempo para una calada y para despedirse de R.R que algo le susurra sensualmente al oído. Olvida el paraguas pero recuerda haberlo olvidado en el segundo peldaño de la escalera que parte del descansillo frente a su apartamento, vuelve, lo coge, baja hasta su coche, sube al mismo y agota al autor del texto con una serie de rutinas pre-conducción que omitiremos. Por capricho, la posición del –excesivamente- citado autor durante el trayecto en automóvil se encuentra a

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cuarenta metros de altura sobre la ciudad por lo que todo este episodio se reduce a la descripción de una partícula dotada de movimiento trasladándose por un sistema circulatorio laberíntico que desde lo alto recuerda precisamente a las imágenes aéreas que ofrece el programa en descarga directa gratuita Google Earth de la ciudad donde ella –anteriormente- estaba tumbada sobre una cama y donde ahora se dirige –izquierda, derecha, derecha, izquierda, delante, detrás, uno, dos, tres- a la casa de un desconocido para intentar aliviar la supuesta patología de una raza de cánido que en realidad-ahora se da cuenta y lo que percibimos es un leve aminorarse de la velocidad del vehículo- detesta.

Aproximadamente, y tomando como escala temporal el famoso disco “For Emma, forever ago”, el recorrido dura hasta la canción 6, Creature Fear. No tenemos constancia de que la chica – a la que podemos ya ir llamando por su nombre- lo haya ido escuchando en el coche. En esa ya noche de Junio donde no cesa de llover, Emma, veterinaria en prácticas, llega a la casa de Marco, potencial cliente para su Clínica, para tratar a un Bulldog Francés color azabache y que aparece a los ojos de la chica en su primer contacto visual tumbado sobre unos mullidos cojines de Ikea, con la mirada perdida y las orejas –terroríficamente desproporcionadas respecto al resto del animal- echadas para atrás –señal inequívoca de sumisión canina-. El engranaje que accionó el deseo de nicotina en el cuerpo de la chica ex-yacente responde ahora con la primera o segunda de las casualidades que aparecen en la diégesis narrativa; tras las breves presentaciones Emma identifica la melodía que se escucha como un rumor atmosférico en la casa; es la del

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tema 3 del disco de Bon Iver –con quien ella yace estática y extática todavía en una cabaña del norte de Wisconsin, EE.UU- Skinny Love; en ese momento lo socialmente aceptable sería compartir la sorpresa y la coincidencia en la elección de la música para pasar la tarde lluviosa del domingo pero en horario de urgencias suele actuar en consecuencia al nombre del servicio ofrecido por lo que cierra la boca y se acerca al perro para examinarlo visual y manualmente. Es Marco, el propietario, el que no puede evitar, dado evidente nerviosismo ante el estado de salud de su mascota, comentarle a la veterinaria en prácticas que el disco que está sonando se llama “For Emma, forever ago”, y que qué le parece. Ella que en ese preciso instante tiene una mano examinando los genitales del Bulldog Francés responde tímidamente con un No, soy más de música étnica. A mí también me gusta todo eso, repone Marco –incansable-, cosas tipo Oumou Sangare o Ali Farka Touré, si quieres te pongo algo mientras…No, no es necesario, ¿cuántos años dijiste que tenía? Dos y medio. Durante la inspección táctil Emma pasea la mirada por el salón donde improvisa la consulta; títulos al azar en la estantería; Luís Cernuda, Antología/Pequeños Equívocos sin Importancia-Tabucchi/La Sombra del Viento-CRZafión/(Ininteligible) Jorge Bucay/ Las 101 mejores recetas de la cocina vietnamita/Etcétera/.El cliente es un hombre ordenado; la mesa baja de Ikea sobre una alfombra blanca impoluta de Ikea, los jarrones de vidrio verde botella de Ikea con flores recién compradas, los estores de Ikea a medio cerrar en las ventanas, los sillones y el sofá colocados perpendicularmente sobre una retícula hipodámica imaginaria, algunas reproducciones de pintores impresionistas, una fotografía familiar, una fotografía. Alto.

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STOP. ¿Qué pasa?. La chica con la sobredosis de melancolía con la mano en la garganta del Bulldog Francés –se llama Sofie- detenida súbitamente, como una estatua, mientras esa quietud aparente se antepone drásticamente a una suerte de bisturí mental que avanza sobre toda la ceniza acumulada durante la tarde y los últimos meses de su vida, una afilada cuchilla que avanza abriendo un pedazo de carne –dos hemisferios sanguinolientos- una línea negra de boli Bic que tacha –no borra-, una…Esta perra está embarazada. ¿Cómo? Embarazada. ¡Pero si está castrada!. Pseudogestación Canina. ¿Qué es eso? Embarazo psicológico.¿Fuma?¿Cómo? Si tiene un cigarrillo. ¿Ahora? Pero…Es insubstancial. ¿El embarazo? No, no, que fume, digo. Que da lo mismo. ¿Por qué? Me trae ese cigarrillo. Sí, claro, pero, Sofie…Quiero decir que da igual, voy a tener que sacrificarla. (Marco que es un hombre educado y contenido se lleva las manos a la cabeza lo que supone para su limitadísimo lenguaje corporal una especie de exceso que sólo se concede en contadísimas ocasiones relacionadas con una fuerte alegría o con el preámbulo a un ataque de pánico). NO PUEDE SER. Por eso le pedía el cigarrillo,…estas situaciones me enervan. Se dan pocos casos, pero cuando se dan no hay nada que hacer. Lo siento. Lo siento muchísimo. No sabe cómo lo siento. Pero llevándole a una clínica, pagando lo que sea. Es inútil, lo único que conseguiría es prolongar la agonía de la pobre Sofie. Marco le enciende un MARLBORO, R.R saluda desde su caballo, en la distancia. El cánido observa despreocupado la conversación, dos volúmenes animados que se mueven graciosamente. Fuman. O sea que nada…Pero y cómo, y …No te preocupes, MARCO. No sufrirá. Es sólo una inyección, una sobredosis de barbitúricos. No sufrirá, piensa, si lo hizo Marylin, sí, es

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el método más extendido, No sufrirá, No llores, hombre,… Los sillones y el sofá colocados perpendicularmente sobre una retícula hipodámica imaginaria, algunas reproducciones de pintores impresionistas, una fotografía familiar, una fotografía de Marco con el chico que no la llamó esa tarde, la carátula de un CD pirata con una portada dibujada a mano con bolígrafo Bic negro en la que de un fondo vegetal enmarañado surgen vermicularmente dos potentes trazos que al unirse en el ángulo inferior izquierdo del cuadrado de papel de 12x12 generan un corazón, un candelabro, y un largo etcétera de objetos y bibelots que llegados a este punto aportan realmente poco a todo este engranaje de casualidades y encuentros fortuitos, en una casa en la otra punta de la ciudad donde la veterinaria en prácticas se dispone con una larga aguja en las manos a eutanasiar –es el término eufemístico que utilizan en el gremio- al Bulldog Francés que no entiende nada y que se encuentra estupendamente a pesar de su Embarazo Psicológico y una leve Alopecia Estacional de Flanco y que no morirá por ninguna de estas dos enfermedades pasajeras y sí en cambio, en apenas unos minutos, cuando el Pentotal penetre en sus venas como una suave pena que irá dormitando todo su cuerpo, son apenas unos segundos en un proceso que podríamos enumerar así; 1ºPinchazo 2º.K.O 3ºCaricia teatralmente afectada de Emma, qué casualidad que ese disco lleve mi nombre y que haya dibujado una portada igual a esa que tienes ahí, que fortuito todo, que asco de alfombra asquerosamente blanca, Lo siento Marco, de verdad, lo siento, Lo mejor será que lo lleves a una Clínica para que lo incineren, era una perra preciosa, Ya estaba sufriendo aunque no lo notaras, Sí, coágulos, tumores, estaba podrida por dentro, podrida, así, sabes sino tuviera

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esa piel y ese pelaje tan bonitos habría estado rodeado de moscas verdes todo el día de aquí para allá con las moscas, Marco, dos besos, Sí, Gracias, Emma, has tratado todo esto con una humanidad poco corriente en la gente de tu oficio, de verdad, normalmente, en otras ocasiones, No me lo agradezcas, has sido muy amable, al final no estaba tan mal esa música, melancólica, Sí, a Sofie le encantaba, si quieres te grabo el disco en un segundo, No, no, ya lo buscaré por ahí, Venga Hasta Luego, Venga Dos besos, Hasta Luego, Ah, se me olvidaba, Dime Emma, Sé que es un momento duro, pero esto ya sabes, Son 100 euros, claro, Es obvio, llueve es domingo, la veterinaria ha tenido que cruzar toda la ciudad, los productos utilizados son costosos, Marco saca la cartera y paga a esta dulce sicaria melancólica que al rozar uno de tus sillones lo ha expulsado a un orbital de desorden cósmico.

Por qué razón en los anuncios de pastas dentífricas el montaje consiste siempre en una sucesión de planos cortos medios o largos de un supuestamente reputado dentista que se suceden sin aparente control, de forma oblicua, algo borrosos, qué tiene que ver todo eso, todo esto, cuánto desorden hay ahí también, cómo se balancea el brazo de la chica triste fuera de la ventanilla del coche mojándose bajo la eviterna lluvia, qué hay de malo en el tema 8 del disco de Bon Iver qué hay de malo en volver al eterno preámbulo de la cabaña de sus padres al norte de Wisconsin, qué en buscar formas reconocibles en la madera del techo, qué en escuchar el canto de los búhos y el mugir de los ciervos, o el sonido lejano de un árbol que cae en medio del bosque cuando no hay nadie escuchando, qué de malo en los buenos inviernos de eterna lluvia, qué de malo en esperar unos segundos y

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escuchar, en la quietud de la estancia, esa voz de barítono susurrarte al oído, ¿Quieres que echemos un Twister?

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El relato Un Buen Invierno fue escrito los últimos días de la primavera de 2008 en Canals, Valencia, Hemisferio Norte

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Esta edición virtual de Un Buen Invierno se terminó en Agosto de 2011 en Canals, Valencia

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