ultimos días en lota

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  • 8/18/2019 Ultimos días en Lota

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    fibra 18

    Reportaje:

    Últimos días en Lota

    Por:Roberto Farías

    Fotografía:Lorenzo Moscia

    Cuando en Chile se cierra una mina de salitre, cobre o carbón –y han cerrado muchas–queda para la posteridad un hoyo gigante y un pueblo fantasma. Pero no es un cambioespontáneo, es un abandono lento y triste. Más bien una muerte. El vino apacigua las almasen pena. Otros ruegan a Dios como última esperanza.

    Polvo y edificios viejos es lo que queda; viejos asomados en las ventanas; viejos que marchancuesta arriba hacia su propio funeral; viejos que emergen día y noche de baruchos y cantinas, queallá llaman bodegas. Hay una o dos por calle. Cientos por todo Lota. Donde la Tencha, elNaquenveque, la Zorra Negra, la Caleta 1 y 2, el Tío Kelo, Barbuza, Chincao, Donde Camiseta, laTrampa.Viejos empinando el codo. Bebiendo el vino más barato imaginable. A 50 pesos la pituca (un vasopequeño), 100 la caña y 400 el litro. Viejos de sólo 45 años, que aparentan 60. Con dientes

    postizos, infinitas arrugas parduscas, miradas apagadas y ojos vidriosos, el pelo encanecido,hígados deshechos. Sentados en bancas y mesones sebosos. Absorbiendo como esponjas.El inmenso barco que era la mina de carbón de Lota se hundió un día de abril de 1997 y dejó milesde náufragos. Muertos en vida, flotando en vasos de vino.El parloteo siempre es el mismo. Que el cierre de la mina; que la vida era así; que los sueldos deEnacar eran asá; que venían los mejores artistas; que el plan de reconversión nunca resultó; quelas marchas a Santiago; que los supervisores, que las máquinas, que la jaula, que el casco, que lalámpara, que el pique.Los recuerdos se van haciendo confusos y surgen divergencias. Pero en las bodegas discuten yasin ningún interés. Se invitan una copa y zanjan la cuestión. Lo importante para los ex mineros essoportar lo que queda de vida y darle a la botella.Cada bodega tiene lo suyo. Donde la Tencha la coqueta patrona es el centro de atracción; en laCaleta 1 hay un diario mural que arranca risas con recortes como “Vino beneficia a los pulmones”;

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    “Director porno paga actores con copete”. Donde Leal hay un parrón que da sombra. Donde el TíoKelo se reúnen ex sindicalistas lateros; en las bodegas de Matta beben prostitutas; en la ZorraNegra se comen ajíes en escabeche.

    En la bodega Naquenveque, de la cuesta Schneider, una brigada comunista pintó un mural conversos de Neruda: “Cuando llueve en Lota, llueve en mi alma”. Los viejos se sientan junto al muralcuando hay buen tiempo. Miran pasar a las chicas y cotejan los culos. Entran, tragan y vuelven asalir. A media noche bajan la cortina metálica y beben encerrados. Pero día y noche dan golpes enun portón y entran por el patio.La decoración del Naquenveque es normal. Un par de toneles sebosos sobre piso de cemento.Pobremente iluminado por dos ampolletas. Al fondo el baño, unas garrafas y la barra grasientadonde los parroquianos apoyan el codo desocupado.Cada parroquiano tiene su sobrenombre. Está el Velorio, cuyos ojos navegan en órbitas jugosas.Tiene 47 pero representa más de 60. El Frank Sinatra, el tipo de curado que perdió el habla, sonríesin entender ni pío. El Ñato, minero y ex boxeador que a decir por su nariz recibió más de lo quedio. El Terremoto, un viejo chiflado de enormes lentes de carey que en ciertas noches cantaremeciendo a medio barrio con su sorprendente voz de barítono. El Chester también deambula porahí fantasmalmente. Es un cabro de sólo 22 años que vaga a su suerte, negro de piñén, totalmentealcoholizado. A veces se para en medio de la calle y cobra peaje. Los viejos aplauden la gracia yríen. Chester coge la moneda del pavimento ardiente y se empina de inmediato una caña en elNaquenveque.

     Acude también el Cofla, Ibáñez, Sanzana, el Caballo, Cayuca, otros más. El grupo más organizadoes el Club de los Chantas. Una docena de ex mineros de poncheras blandengues que organizanpaseos y cosas por el estilo.El Cofla interrumpe el diálogo. Ex minero de 45 años, de párpados flojos y labios hinchados. Suvida se destruyó también tras el cierre de la mina. Muy pocos matrimonios de minerossobrevivieron el trance. Tiene cuatro hijos dispersos. Camina con un hombro caído como si lefallara un amortiguador. Su anciana madre le dio cobijo pese a su alcoholismo.

     –Ibáñez, ¿alguien ha visto a Ibáñez? –pregunta traposamente el Cofla.

    La noche boca arriba

    Ibáñez yace desde la noche botado en una cancha de tierra a medio camino entre el Naquenvequey la casa de su madre que le da cobijo. Salió del antro en la madrugada, caminó unos metros ycayó sin poder incorporarse. Tiene sólo 39 años y parece un anciano. De ojos claros, barbacanosa, la mandíbula corrida en un rictus deforme, la piel grisácea.Ibáñez flota en su hedor nauseabundo a las diez de la mañana del día más caluroso del año. DelNaquenveque nadie asoma ni un pelo a la calle. Ha intentado dejar el vino varias veces pero sufrióuna recaída en Año Nuevo. Lleva tomando una semana, sino más. Se revuelca en el suelo, delira,llora. Le vienen contracciones temblorosas. Una pelota de fútbol rueda hasta él. Los niños,acostumbrados a ver viejos botados, lo miran y continúan el partido.¿Cuándo empezó todo, Ibáñez? ¿El 15 de abril del 97, cuando cerraron la mina definitivamente?No, porque él no era minero sino carabinero. Todo iba bien hasta entonces. Estaba casado conuna mujer bonita. Tuvo su casa en Santiago, auto. Pero no le quedó nada. Fue tan grande la crisisde Lota, tan profunda, que arrasó no sólo con la vida de los siete mil mineros sino de un sinfín de

    otras personas en un torbellino de desesperación. Cerraron negocios, se fueron empresas, serompieron familias, la población disminuye, los jóvenes se van, el alcoholismo es lo único quecrece.Lota es una herradura de cerros que encierran el calor. Pica el sol. Las viejas mironas del barriopasan junto a Ibáñez rumbo a la feria de Lota Bajo. Cuando horas después vuelven con pesadasbolsas de las que asoman pescados de ojos saltones, comentan el bulto con asco.

     –Y pensar que era bueno este chiquillo. –¡Mire que botado en la calle! Pobre señora María.

    FuneralesEn la bodega se arma un barullo. A las doce en punto aparece Freddy Kruger, un anciano de 76 denariz deformada por las espinillas alcohólicas, idéntico al malvado de las películas Pesadilla.Freddy anda con sombrero y todo, sólo le falta la polera a rayas. Su hígado forjado en acero ha

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    sobrevivido a varias generaciones del Naquenveque. Le alargan una caña y como buen sommelierde Lota, se la despacha al seco. Todas sus frases las termina con un “Je je” y se limpia la boca conun pañuelo.

    De su casa divisó al ebrio tirado en la cancha. “¿Será el Monita?”, pregunta. Pero desde lapenumbra le responden que no. El Monita murió en diciembre. Lo encontraron cuando llevabacinco días pudriéndose en su catre. Tenía la cabeza rota por un certero palo, pero nadie investigónada. “¡Qué gracioso hablaba el Monita pronunciando las zetas! Je je”.Hace poco también murió el “Rájate con un medio”, otro fiel del Naquenveque de 52 años. Lopillaron en su cama. Al parecer un ataque ulceroso se lo llevó al infierno. Ubicaron a sus parientes.No les sorprendió tanto que muriera, sino que aún estuviera vivo. No hubo funeral. Sólo hicieronsalud a su nombre.El entierro del Piscola fue distinto. Ese sí que estuvo bueno. Era miembro del Club de los Chantasen la bodega. Un enorme gordo cabezón del fenotipo Don Francisco. Vivía en Santiago pero suhígado lo convocaba periódicamente a Lota y al Naquenveque. Por eso sus hijas decidieronsepultarlo en la ciudad. Casi todos los parroquianos que estiran la pata son enterrados sin laureles,así que éste fue un evento social. La carroza hizo un largo rodeo bajando por Schneider, CalleUno, Serrano, subiendo al cementerio de Lota Alto.El cortejo caminaba detrás con parsimonia. Pero el trayecto es largo. Así que cada tantodesaparecía un par a empinarse una caña de vino en las bodegas de la ruta. Otros vejetes corríanhacia una puerta y salían por otra. La mitad llegó al entierro a duras penas.

     –¿Qué le pasará al Ibáñez que no aparece?, interrumpe de nuevo el Cofla entre copa y copa.

    Plato único A mediodía, hordas de viejos alcohólicos salen de las cantinas y se dejan caer por la inmensa feriade Lota Bajo. Ahí los aromas voltean los intestinos. El olor a melón podrido se confunde con elaroma axilar del pescado y el perfume de gordas prostibularias. Gritos chillones, peleas a cuchillo,fritangas, fruta reventada en los adoquines, mariscales que parecen cultivos bacteriológicos. Denoche aquellos callejones húmedos parecen un escenario para Jack el Destripador.Los viejos cruzan la feria y se ubican en la larga cola del comedor del Hogar de Cristo. El menúcuesta 100 pesos. Pescado. Porotos. Sopas. Cazuelas. Se apretujan treinta viejos por vez en los

    mesones con mantel de hule y bancas en vez de sillas. A menudo se arman camorras. Esta vez la presencia de un habitué del Naquenveque desata unatrifulca. “Este tiene pensión, no debería comer, tiene pensión”, le gritan a Terremoto. Sujeta susenormes lentes de carey e intenta discutir con su lenta voz grave. Lo empujan de la cola. Resiste.Interviene el gigante que administra el cucharón:

     –A ver, ¿cuánto gana usted? –le pregunta bocajarro a Terremoto. –Treinta y seis mil pesos, señor. –Pase –ordena. ¡Con esa plata no vive nadie!Y enarbolando el cucharón hacia los vejetes de la cola, grita: “Y venga cuando quiera no más.¿Oyeron?”Los hoscos ancianos refunfuñan. Echan a los nuevos porque la comida no alcanza para todos.Desde que el gobierno cerró la mina con un intrincado sistema de retiros y compensaciones, lospobres de Lota se dividen entre los que agarraron o no una pensión. Mineros retirados, jubilados,

    ancianos, montepiadas, subsidiados, inválidos constituyen hoy día un “estrato superior” dentro dela mayor miseria que se haya podido ver. La mitad de la población vive de pensiones que oscilanentre 35 y 90 mil pesos. La municipalidad es hoy la principal empresa de Lota, con 1.150trabajadores en los programas de empleo de emergencia. Muy poca gente tiene un trabajo y muypocos ganan más que el mínimo.Terremoto logra almorzar. Traga rápido. Chupetea los huesos de la cazuela y parte de vuelta arefugiarse en el Naquenveque. Llega y pide una caña de 100 pesos. Sobrevivir el día de hoy le hacostado 200 pesos y una sola pelea. A menudo son más.

    Frío sofocanteLos cerros de Lota duermen la siesta hasta las cuatro. Sólo Lota Alto trabaja un poco. El “Lotasorprendente” según dice un afiche de Sernatur: ahí está la zona del museo minero, el parque

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    Isidora Goyenechea y el Chiflón del diablo, que sobreviven con algunos turistas que muerden elanzuelo de vez en cuando.

     A pocos metros del Naquenveque, Ibáñez cumplió dieciséis horas tirado en el suelo de la cuesta

    Schneider sin que nadie lo recoja. Con un ojo totalmente abierto, parece hacer un guiño a suhermano con quien se ha peleado por el alcoholismo. A su madre católica que no sabe qué hacer. A sus amigos ex mineros que lo acompañan en la bodega. Pero nadie acude a su guiño mortuorio.Los vecinos están acostumbrados a ver borrachos durmiendo en la calle, así que de las casas máscercanas sólo retumban las teleseries.

    El cuerpo de Ibáñez está frío pese al intenso sol del 12 de enero. El día de más calor del año, con35 grados. No se ve un alma. El pavimento encandila. Las últimas gotas de sudor de su cuerpodeshidratado y empalado ruedan por sus parpados antes de evaporarse. Sus ojos se cierran sinfuerza.Entonces, el ángel de los borrachos baja del cielo y le toca el hombro.

     –¡Ibáñez soy yo, el Cofla, tu amigo! ¡Ibáñez, despierta! –le grita, pero Ibáñez no reacciona.El Cofla sacude el cuerpo henchido. Hinca la rodilla en la tierra y pone el oído en su pecho.Escucha un ronquido profundo que viene de las entrañas. Alerta a los vecinos. Grita que llamenuna ambulancia. Ibáñez se está muriendo.Recién cuando sienten la sirena, se asoman las viejas mironas. Se entretienen llevando la cuentade quiénes entran y salen de las bodegas. Y la lista de los muertos.

    Sin aliento A Ibáñez lo dejaron en un pasillo del hospital. “Es sólo una solución temporal”, le dijeron a losfamiliares. Y era cierto, pues en el Hospital de Lota se deshacen pronto de los numerososalcohólicos moribundos que recogen en la calle. Los despachan al hospital regional de Concepciónque, supuestamente, “cuenta con mejor tecnología”. Pero casi nadie vuelve de ese viaje.Los médicos sólo se pasean como embajadores del terror. No daban un cinco por Ibáñez. Porconsideración lo enchufaron a un tubo de oxígeno como gran cosa. Estuvo a punto de que loenviaran a morir a Concepción. Pero al tercer día de estar en el pasillo de los moribundos, Ibáñez,contra todo pronóstico, recuperó el aliento.

    Una semana después su organismo pudo retener algún alimento sólido. Y vinieron los peoresmomentos de febril estupor: la angustia etílica, los espasmos, temblores incontenibles. Despertabagritando en la noche, le salían gemidos y sollozos por nada. Sólo tenía fuerzas para incorporarse arecibir cansinas cucharadas de sopa. Pasó un mes y medio en la “ubicación temporal”.En el Naquenveque la noticia de que Ibáñez sobrevivió arrancó numerosos brindis. El Cofla fue averlo invariablemente todos los días de visita. Partía de la bodega pero casi siempre hacía una odos paradas en las cantinas del camino para darse ánimo. “Es que los hospitales son tandeprimentes”.En las otras camillas solía encontrar amigos de las bodegas que caían con “la Rosita”, es decir, lacirrosis. Vio partir a varios a Concepción y de ahí al cementerio, como si se tratara de un siniestroplan de exterminio.Se sentaba en el pasillo junto a Ibáñez con los ojos inyectados y la lengua traposa. Le contaba lasnovedades de la bodega. La muerte del Rájate con un medio, la pelea del Terremoto, las últimas

    gracias del Chester.Un médico en una ocasión le sintió el tufo y lo reprendió: –¡Usted no puede ingresar en esas condiciones! –¡Pero si estoy en las mismas condiciones que ellos! –respondió el Cofla indicando la sala repletade alcohólicos cadavéricos–. ¡Sólo que yo todavía camino!

     Al principio el tema de las visitas hospitalarias giraba sobre la preocupante salud de Ibáñez, peropoco a poco se notaban signos de recuperación.

     –Mira qué enfermera. –Uhhh, qué piernas. –Ayayaicito. –Mamacita.

    Las otras minas

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    Lota parece estar lleno de mujeres. Quizás porque los hombres están encerrados en las bodegas.El subir y bajar cerros fortifica sus cuartos traseros y ciertamente sus admirables piernas. Pero nohay que hacerse muchas ilusiones. La mayoría son puritanas evangélicas.

    Tanto en la mañana como en las tardes marchan a las numerosas iglesias de toda la ciudad. Haymás de 130. Según el último censo, Lota es la “capital evangélica” de Chile, con un 52% deprotestantes y menos de 30% de católicos y otras sectas.Tras el cierre de la mina parece que mucha gente se volcó al cielo en busca de una esperanza queno encuentran en la tierra. “Total, pedirle a Dios es gratis y no hay que hacer marchas”, dice elCofla. “Y capaz que éste sí cumpla”.Supervisores de Enacar, empleados de banco, jubilados, despertaron un día convertidos enpastores de iglesias como Unidos por Cristo, Metodista Libre, Metodistas de Antioquia, MinisterioViento Recio, Ministerio del Derramamiento Divino, Vencedores en Cristo, Iglesia del EvangelioCuadrangular.En cada recoveco hay un templo evangélico, quizá tantos como bodegas. A veces una simple casacon un atrio y una cruz en el techo.Es tanto el fervor evangélico surgido después del cierre de la mina, que incluso en un pequeñobosque de espinos, en los cerros, todas las mañanas se juntan grupos espontáneos a orar al airelibre. Le llaman “la cancha de orar”.Dada la cercanía de las comunidades mapuches de Lanalhue, Arauco y Lebu, no extraña lamescolanza que ahí se produce. En parte misa evangélica, en parte nguillatún. Las mujeres con supelo canoso y largo, vestidas de negro, parecen machis urbanas. En diversos claros del bosque seubican en círculo, cantan y aplauden. Llevan un cartón o arrancan una rama de espino para noensuciarse. Caen de rodillas y tocan la tierra bendita con su cabeza. Imploran con los ojoscerrados. A veces al centro del círculo “Dios se manifiesta” y alguien empieza a sacudirse enespasmos dignos de El exorcista. Comienza a llorar a gritos mientras otra le reza en el oído.

     Ahí va la madre del Cofla, la esposa de Sanzana. Muchas ruegan para que sus maridos, padres ehijos se alejen de las bodegas. Poco caso les hacen a esas pobres mujeres.

    Hasta ver el fondo Ante el negro panorama, la esperanza es lo único que queda. Todo en Lota tiene nombres

    alusivos. El diario y la radio Renacer, el sindicato Esperanza, el club Nueva Lota, el CentroPorvenir.Este centro es de Alcohólicos Anónimos y está en el barrio de la feria. Ahí dan la batalla concharlas, jugando a la brisca, a la rayuela, al fútbol, y sobre todo con abstinencia. Asisten viejosconsumados y jóvenes de veinte años. Pero uno tras otro se van muriendo del aburrimiento orecaídas mortales. La cuenta semanal parece un obituario. Empieza el grupo 3.

     –Gracias, señor presidente. Se nos comisionó asistir al funeral del compañero González. Nosperdimos en la micro a Concepción, pero al final llegamos al cementerio. Dejamos la corona,estuvimos un rato y volvimos. Eso sería.Sigue el grupo 4.

     –Bueno, señor presidente, fuimos al hospital a ver a nuestro compañero Pérez. Le llevamos ropaque conseguimos, una frazada. Se veía re mal el compañero Pérez. Están viendo si lo derivan aConcepción. Gracias.

    Y así. Semana tras semana. Registrando la extinción.Por lo mismo, quizás el crecimiento de los evangélicos se debe a que son los únicos que, a sumodo, combaten el profundo alcoholismo de la zona y logran algunos resultados. El ex supervisorde Enacar y actual pastor, Arturo Maldonado, visitó a Ibáñez en el hospital y lo convenció de queasistiera a su iglesia si quería salir del alcohol.Es una pequeña casa rosada. A pocos metros de la casa de Ibáñez y a dos cuadras delNaquenveque. En 60 metros cuadrados logra meter 78 fieles cada noche; como queda dicho, lamayoría mujeres. Aplauden, cantan y oran en medio de un calor sofocante.¿Qué hacen los evangélicos para que los bebedores dejen el alcohol? Ibáñez fue en busca de esarespuesta con un Nuevo Testamento en su mano temblorosa. En ocasiones lo acompaña suinseparable amigo Cofla. Ruegan y cantan. Ibáñez intenta arrodillarse pero su dañada fibramuscular le juega malas pasadas. Los temblores hasta le impiden manipular las hojas de la Biblia.El Cofla lo asiste.

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    El pastor Maldonado divisa al parcito en las bancas y arremete: “Oremos por nuestro hermano LuisIbáñez, porque se siga recuperando, con la ayuda del Señor”. Desde el público se escuchanaleluyas, amén, ¡sí, señor! Nombra luego a Omar Garrido –el Cofla–, “oremos por él también”. Se

    escuchan un par de amén.¿Ese es todo el secreto? ¿Aceptarlos sin remilgos, darles consideración y respeto para que dejenel vicio y vuelvan a tener ganas de vivir? Las mujeres los miran con compasión y oran por ellos.Incluso una morena crespa, como de 1.80 y formidable figura, cierra los ojos y pide a Dios confervor por los dos compinches.Cuando la morena se adelanta bamboleándose hasta el púlpito, el Cofla e Ibáñez se miran por lobajo con gesto de dolor de muelas. Ahí está la respuesta, Señor. Gracias Dios mío. Sí, ¡aleluya!Caderas como esas son lo único que todavía podría salvar a estos moribundos de convertirserápido en el polvo que revoloteará entre las ruinas fantasmales de la mina.

     Al salir de la iglesia, a las diez de la noche, la sed acecha. Pasan por el Naquenveque. El Coflapide una caña de blanco. Ibáñez, un agua mineral. Por un segundo creen ver a la morena pasarcalle abajo. Salen y no ven a nadie. Sin querer, miran en dirección al cementerio.