turguéniev - suelo virgen

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IVÁN TURGUENEV SUELO VIRGEN Digitalizado por

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SUELO VIRGEN

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IVN TURGUENEVSUELO VIRGEN

Digitalizado por http://www.librodot.com

PRIMERA PARTE

Para hacer que aflore el suelo virgen no debe usarse el arado de madera, que se desliza por la superficie, sino un arado que penetre hondo.

De las notas de un agricultor

I

A

la una de la tarde de un da de la primavera del 1868 un joven de veintisiete aos, vestido de manera descuidada y pobre, suba la escalera oscura de una casa de cinco pisos en la calle de los Oficiales, en San Petersburgo. Golpeando pesadamente con las galochas gastadas, balanceando lentamente su cuerpo pesado, torpe, lleg finalmente al ltimo rellano, se detuvo ante una estropeada puerta entreabierta y, sin tocar el timbre, entr en un pequeo pasillo oscuro.

-Est Nezhdnov? -pregunt con voz alta y ruda. -No. Pero yo s; entre -respondi desde la sala de

al lado una voz, tambin bastante ruda, de mujer. -Es Mashrina? -pregunt el recin llegado. -S, soy yo. Y usted, es Ostrodmov?

-Pimen Ostrodmov -respondi l y, despus de quitarse cuidadosamente las galochas y colgar en un clavo el abrigo gastado por el uso, entr en la habitacin de donde vena la voz femenina.

Era un cuarto pequeo, desordenado, con las paredes pintadas de verde oscuro, mal iluminado por dos ventanas llenas de polvo. Todo el mobiliario consista en una cama de hierro en un rincn, una mesa en el centro, algunas sillas y un estante hacinado de libros. En la mesa estaba sentada una mujer de unos treinta aos, sin sombrero, con un vestido negro de lana. Fumaba un cigarillo. Al ver a Ostrodmov le alarg en silencio su

mano grande y colorada. l, tambin en silencio, la apret y, dejndose caer sobre una silla, sac del bolsillo un puro partido por la mitad. Mashrina le dio lumbre, l empez a fumar y, sin mediar palabra, y ni tan siquiera mirarse, ambos empezaron a lanzar bocanadas de humo azul hacia la atmsfera estancada de la habitacin, ya bastante cargada.

Aunque sus rasgos no tuvieran ningn parecido, entre ambos fumadores haba algo en comn. En sus desaliadas figuras, labios gruesos, dientes largos, as como en el considerable volumen de su nariz (Ostrodmov estaba adems picado de viruelas), se intua honestidad, firmeza y perseverancia.

-No ha visto a Nezhdnov? -pregunt, por fin, Ostrodmov.

-S. Volver en seguida. Fue a recoger unos libros a la biblioteca.

Ostrodmov escupi hacia un lado.

Por qu va siempre de un sitio a otro? Nunca consigo encontrarle.

Mashrina cogi otro cigarillo.

-Se aburre -dijo ella y lo encendi cuidadosamente.

-Se aburre! -repiti Ostrodmov en un tono de censura-. Qu sensibilidad! Cmo si no tuviramos qu hacer! Sabe Dios si conseguiremos salirnos con la nuestra... y l se aburre!

-Lleg alguna carta de Mosc? -pregunt Mashrina, haciendo una pausa.

-S... hace tres das.

-La ley?

Ostrodmov slo movi la cabeza.

Y qu? Qu hay?

Qu? Que tenemos que ir all pronto.

Mashrina se quit el cigarrillo de la boca.

-Pero por qu? Dicen que por all todo va bien.

-S. Pero hay uno que se volvi poco seguro y es preciso deshacemos de l. Pero no es slo eso. Hay otras cosas. La llaman tambin a usted.

En la carta?

-En la carta.

Mashrina sacudi su pelo pesado, cuidadosamente enroscado en un pequeo moo, hacindolo caer hacia adelante cubrindole la frente hasta las cejas.

-Bien -dijo-, si ya se decidi, no hay nada que discutir.

-Claro que no. Lo que pasa es que sin dinero no se puede hacer nada. Y de dnde vamos nosotros a sacar dinero?

Mashrina qued pensativa.

-Nezhdnov debe de poder conseguirlo -dijo en voz baja.

-Por eso mismo he venido -observ Ostrodmov. Tiene la carta? -pregunt de golpe Mashrina. -Quiere leerla?

-Dmela... o no, no es preciso. Podemos leerla cuando estemos todos... despus.

-Yo digo la verdad -gru Ostrodmov-, no lo dude.

Y ambos se callaron de nuevo y slo nubes de humo, como antes, les salan de las bocas silenciosas, subiendo y curvndose delicadamente por encima de sus cabezas crespas.

Se oy un ruido de galochas en el corredor.

-Aqu est! -susurr Mashrina.

La puerta se abri un poco y por la hendidura apareci una cabeza, pero no era la de Nezhdnov.

Era una cabeza redonda, con el pelo negro y crespo, una gran frente arrugada, ojos castaos muy vivos bajo unas cejas gruesas, una nariz remachada, como de pato, y una boca de color rosa, gruesa, guasona. Aquella cabeza mir, se agit, sonri -exhibiendo numerosos dientes pequeos y blancos- y entr juntamente con un cuerpo frgil, brazos cortos y piernas un poco curvas

y un poco cojas. Y en seguida que Mashrina y Ostrodmov vieron aquella cabeza, una expresin de desprecio y condescendencia les vino al rostro, como si pensaran: Ah, es ste!, y no dijeron una sola palabra ni se movieron. Adems, el recin llegado no slo no se sinti vejado por aquella recepcin sino que pareci haber quedado muy satisfecho.

-Qu quiere decir esto? -pregunt l con voz chillona-. Un dueto? Y por qu no un tro? Dnde est el primer tenor?

-Se refiere a Nezhdnov, seor Paklin? -pregunt Ostrodmov muy serio.

-Precisamente, seor Ostrodmov, a l mismo. -Debe de estar al llegar, seor Paklin.

-Estoy muy contento de saberlo, seor Ostrodmov.

El pequeo cojo se gir hacia Mashrina, que estaba sentada frunciendo las cejas y segua chupando ociosamente su cigarrillo.

Cmo est, mi querida... mi querida...? Oh, qu fastidio! Siempre olvido su nombre y el nombre de su padre!

Mashrina se encogi de hombros.

-Y no necesita saberlo! Conoce mi apellido. Para qu necesita ms? Y por qu siempre est preguntando cmo estoy? No ve que estoy viva?

-Claro, es lgico! -exclam Paklin dilatando las narices y torciendo las cejas-. Si no estuviera viva, este su humilde servidor no tendra la satisfaccin de verla aqu y de estar hablando con usted! Mi curiosidad es debida a una mala y anticuada costumbre. Pero en cuanto a su nombre... Es muy poco cordial tratarla simplemente por Mashrina. Ya s que slo firma sus cartas con el nombre de Bonaparte. Perdn, Mashrina! De todas maneras, en conversacin... -Y quin le pide que converse conmigo?

Paklin sonri nerviosamente, como atragantado.

-Bien, disculpe, mi querida. Dme su mano, no se irrite. Ya s que sus intenciones son buenas... y las mas tambin... Entonces?

Paklin le alarg la mano. Mashrina le mir con antipata... pero le alarg la suya.

-Si quiere realmente saber mi nombre -dijo ella con la misma expresin severa-, me llamo Fielka.

-Y yo Pimen -aadi Ostrodmov con su voz de bajo.

-Ah, esto es muy... muy edificante! Pero, de todas formas, decidme, oh Fielka!, y vos, oh Pimen!, decidme por que razn sois ambos tan poco cordiales, tan persistentemente antipticos conmigo, mientras yo...

-Mashrina piensa -le interrumpi Ostrodmov-, y no es la nica, que no se puede tener confianza en usted, porque se re siempre de todo.

Paklin se gir sbitamente sobre los talones.

-Es este el error que las personas cometen habitualmente cuando me juzgan, mi querido Pimen. En primer lugar, yo no me ro siempre; en segundo lugar eso no molesta a nadie, y se puede confiar en m, que ya he sido honrado con vuestra confianza en ms de una ocasin. Yo soy un hombre honesto, mi querido Pimen!

Ostrodmov murmur algo entre dientes, pero Paklin sacudi la cabeza y repiti, ya sin sonrer:

-No, no me estoy riendo siempre! No soy de manera alguna un hombre alegre! Basta con mirarme!

Ostrodmov le mir. Realmente, cuando Paklin no rea, cuando estaba callado, su rostro tena una expresin casi desesperada, casi aterrorizada; se volva alegre y hasta sarcstico slo cuando abra la boca. Pero Ostrodmov no dijo nada.

Paklin se dirigi de nuevo a Mashrina:

-Bien, y sus estudios, cmo van? Ha tenido xito con su verdadero arte filantrpico? Es muy difcil ayudar a un ciudadano inexperto en sus primeros pasos en este mundo de Dios?

-Nada. No hay nada ms fcil si no es ms grande que usted -respondi Mashrina, que haba acabado de aprobar su examen para comadrona, con una sonrisa de satisfaccin.

Haca cerca de un ao haba dejado a su familia, de aristcratas pobres, al sur de Rusia, y haba venido a San Petersburgo con doce rublos en el bolsillo; entr en una escuela de comadronas y trabaj mucho para obtener el diploma. Era soltera... y muy casta. No sorprende!, podra decir un escptico recordando lo que dijimos de su figura. Pero es sorprendente por ser tan raro, nos permitimos declarar.

Oyendo esta respuesta, Paklin sonri de nuevo.

-Bravo, mi querida! -exclam-. Me doy por vencido! Pero qu puedo hacer si soy tan chaparro? No obstante estoy sorprendido: a dnde habr ido nuestro anfitrin?

Paklin cambi intencionalmente el tema de la conversacin. No poda reconciliarse con su pequea estatura, con toda su figura poco agradable. Lo senta an ms porque las mujeres le gustaban terriblemente. Lo dara todo para poder agradarles. La conciencia de su miserable apariencia le dola ms que su bajo origen y que su poco envidiable posicin en la sociedad. El padre de Paklin era un simple pequeo burgus que, a travs de todo tipo de medios deshonestos, haba llegado a la posicin de consejero titular. Administraba propiedades, fincas y haba hecho dinero de las maneras ms impensadas; pero al final de su vida empez a beber demasiado y no dej nada cuando muri. El joven Paklin (se llamaba Sila... Sila Samsonich, y siempre haba considerado este nombre una irona) estudi en una escuela comercial, donde aprendi correctamente el alemn. Despus de muchas y duras dificultades, entr finalmente en un despacho privado, con un sueldo de mil quinientos rublos de plata al ao. Con ese dinero tenan que sustentarse l, una ta enferma y una hermana que era jorobada. En el momento de nuestra historia, acababa de cumplir veintiocho aos. Paklin conoca a muchos estudiantes y a otros jvenes, que le apreciaban a causa de su espritu cnico, de sus discursos divertidamente biliosos y llenos de seguridad, de su cultura tendenciosa pero genuina, sin pedantera. Pero a veces le atacaban. En cierta ocasin, lleg tarde a una reunin poltica... empez en seguida a pedir disculpas apresuradamente... El pobre Paklin tiene miedo, enton burlonamente alguien desde un rincn. Y todos rieron. Paklin acab por rer con ellos, aunque aquello fuera como una pualada en su corazn. Dijo la verdad, el bandido!, pens. Haba conocido a Nezhdnov en un pequeo restaurante griego, donde cenaba a menudo y donde ventilaba libre y audazmente sus opiniones. Aseguraba que la principal causa de su actitud democrtica era la mala cocina griega que le destrua el hgado.

-Dnde habr ido nuestro anfitrin? -repiti Paklin-. Ya me he dado cuenta de que desde hace algn tiempo parece que est fuera de s. Al menos que no se enamore, Dios nos ayude!

Mashrina frunci las cejas.

-Fue a la biblioteca a recoger unos libros. En cuanto a enamorarse, no tiene ni tiempo ni de quien.

Y de usted?, casi se escap de los labios de Paklin.

-Quera verle -dijo en voz alta-, porque necesito discutir con l un asunto muy importante.

Qu asunto? -interfiri Ostrodmov-. De nuestras cosas?

-Quiz vuestras... o sea, nuestras, comunes. Ostrodmov canturre. No le crea, pero pens: Pero quin sabe! Tiene siempre tantos trucos!

Ya viene, por fin -dijo de repente Mashrina, y sus ojos pequeos y poco atractivos, fijos en la puerta, se iluminaron como encendidos por una luz ntima que los hizo cariosos y tiernos...

La puerta se abri y esta vez, con una gorra en la cabeza y un montn de libros bajo el brazo, entr un muchacho joven, de unos veintitrs aos. Era Nezhdnov.

II

CUANDO vio a los visitantes que estaban en su habitacin, se detuvo en el umbral, pas los ojos por ellos, se quit la gorra, dej caer los libros en el suelo y, caminando hasta el fondo, se sent al borde de la cama. Su bello rostro blanco, que pareca an ms plido en contraste con el color rojo oscuro de su pelo rizado, asumi una expresin de aburrimiento y desagrado.

Mashrina se volvi ligeramente y se mordi el labio. Ostrodmov murmur:

-Por fin!

Paklin fue el primero que se acerc a Nezhdnov.

Qu tienes t, Alexi Dmtrievich, Hamlet ruso? Quin te tortura? O ests simplemente deprimido sin razn?

-Calla, por favor, Mefistfeles ruso -respondi Nezhdnov, irritado-. No estoy dispuesto a esgrimir contigo gracejos triviales.

Paklin sonri.

-No te expresas correctamente: si son gracejos no pueden ser triviales, si son triviales no son gracejos.

-De acuerdo, de acuerdo... Ya sabemos que eres muy inteligente.

-Y que t ests nervioso -observ Paklin, vacilando-. O habr realmente pasado algo?

-No pas nada especial. La nica cosa que pasa es que no se puede poner la nariz fuera de casa en esta odiosa ciudad sin dar con cualquier vulgaridad, estupidez, injusticia o imbecilidad. Ya no se puede vivir aqu.

-Es por eso que pusiste el anuncio buscando empleo incluso fuera de San Petersburgo? -pregunt de nuevo Ostrodmov.

-Y me largar de aqu con el mayor placer! Si aparece algn chalado que me ofrezca un trabajo!

-Primero es necesario cumplir el deber aqu -dijo significativamente Mashrina, sin dejar de mirar de lado.

Qu deber? -pregunt Nezhdnov, girndose bruscamente hacia ella. Mashrina se mordi el labio.

-Que Ostrodmov te lo diga.

Nezhdnov se gir hacia l. Pero ste slo canturre y tosi:

-Espera.

-No, nada de bromas, en serio -se meti Paklin-. Has odo alguna noticia desagradable?

Nezhdnov salt de la cama como si lo empujaran.

-Quieres algo desagradable? -grit de repente con voz cantante-. Media Rusia se muere de hambre! La Gaceta de Mosc est triunfante! Quieren introducir los estudios clsicos, las cajas de ayuda estudiantiles han sido suprimidas, hay espas por todas partes, opresin, traiciones, mentiras y falsedades... no puedes dar un paso en ningn sitio... y an le parece poco, quiere ms cosas desagradables, cree que me estoy divirtiendo... Basnov fue arrestado -aadi, bajando un poco la voz-. Me lo dijeron en la biblioteca.

Ostrodmov y Mashrina levantaron la cabeza a la par.

-Mi querido amigo Alexi Dmtrievich -empez Paklin-, ests preocupado... y con razn. Pero olvidas en qu tiempos y en qu pas vivimos? Entre nosotros, el mismo hombre que se ahoga tiene que inventar la paja a la que tiene que agarrarse. Por qu demonios tenemos que ponernos sentimentales? Es necesario, hermanos, enfrentarnos al diablo y no excitarnos como nios...

-Ah, por favor, por favor! -interrumpi desesperadamente Nezhdnov y hasta hizo una mueca como si le doliera algo-. Ya sabemos que t eres un hombre enrgico y que nada te da miedo...

-Nada me da miedo? -replic Paklin.

-Quin puede haber traicionado a Basnov? -prosigui Nezhdnov-. No lo entiendo!

-Un amigo, ya se sabe. Son muy buenos para eso, los amigos. Hay que ser siempre desconfiado! A m, una vez, un amigo... y pareca un buen tipo; estaba preocupado por m y por mi reputacin! Un da, mira, llega y grita: Vea las historias tan horribles que cuentan de usted! Aseguran que usted envenen a su padre y que una vez, en una visita, se sent de espaldas a la seora de la casa y estuvo toda la noche as. Y que ella incluso llor por el insulto. Vean bien que cosa ms absurda, qu tontera! Slo un idiota podra creer algo as! Y qu? Un ao despus tuve una ria con ese mismo amigo... y me escribi en su carta de despedida: Usted, que asesin a su to! Usted, que no tuvo vergenza de insultar a una seora digna sentndose de espaldas a ella!... y as hasta el final. Vean lo que son los amigos!

Ostrodmov cambi una mirada con Mashrina.

-Alexi Dmtrievich! -exclam l con su voz pesada de bajo. Quera evidentemente evitar una discusin intil-. Lleg una carta de Mosc, de Vasili Nikolievich.

Nezhdnov se estremeci ligeramente y baj los ojos.

Qu quiere? -pregunt por fin.

-Nosotros... esto es, yo y ella... -Ostrodmov indic a Mashrina con las cejas-, tenemos que ir all. -Cmo? Tambin ella?

-Tambin.

Y que problema hay?

-Ya se sabe... dinero.

Nezhdnov se levant de la cama y camin hasta la ventana.

Mucho?

-Cincuenta rublos... Menos no llega.

Nezhdnov qued silencioso.

-En este momento no tengo -murmur por fin, golpeando con los dedos en el cristal-, pero... puedo conseguirlos. Los conseguir. Tienes aqu la carta?

-La carta? Bien... claro... claro...

-Por qu motivo me lo ocultan todo? -grit Paklin-. No merezco vuestra confianza? Aunque no estuviera de acuerdo completamente... con lo que ustedes pretenden, temen que yo pueda cambiar o revelarlo?

-Sin querer... quiz! -dijo Ostrodmov.

-Ni sin querer ni queriendo! Vean a la seorita Mashrina mirndome y sonriendo... pero yo digo... -Yo no sonro -cort Mashrina.

-Y yo digo -continu Paklin-, que ustedes no tienen perspicacia, no saben reconocer quines son sus verdaderos amigos! Un hombre re y piensan en seguida que no es una persona seria...

-Y no es as? -cort de nuevo Mashrina.

-Ustedes, por ejemplo -continu Paklin con nueva energa, esta vez sin prestar atencin a Mashrina-, ustedes necesitan dinero... y Nezhdnov no lo tiene... Pues yo puedo conseguirlo.

Nezhdnov se volvi rpidamente hacia la ventana.

-No... no... No es necesario. Pedir un adelanto sobre mi mensualidad... Ahora recuerdo que ellos me deben dinero. Y t, Ostrodmov, mustrame la carta.

Ostrodmov primero se qued quieto durante unos instantes, despus mir alrededor, se levant, curv todo el cuerpo y, levantndose los pantalones, sac de la caa de la bota un trozo de papel azul, por una razn cualquiera lo sopl y lo entreg a Nezhdnov.

Este cogi el papel, lo desdobl, lo ley atentamente y lo pas a Mashrina, que se levant, lo ley tambin y lo devolvi a Nezhdnov, a pesar de que Paklin haba tambin alargado la mano. Nezhdnov se encogi de hombros y pas la carta secreta a Paklin. Este examin el papel y, apretando los labios significativamente, lo deposit sobre la mesa con un aire solemne. Entonces Ostrodmov lo cogi, encendi una cerilla grande, que echaba un fuerte olor a azufre, levant el papel por encima de la cabeza, como mostrndolo a todos los presentes, lo acerc a la cerilla, sin preocuparse por sus dedos, y dej las cenizas en la chimenea. Nadie profiri palabra ni se movi durante toda la operacin. Todos los ojos estaban bajos. Ostrodmov tena un aire concentrado y vivo, el rostro de Nezhdnov pareca furioso, el de Paklin intenso, el de Mashrina como si asistiera a. una ceremonia religiosa.

As pasaron dos minutos... Seguidamente todos se sintieron un poco incmodos. Paklin fue el primero que tuvo necesidad de romper el silencio.

Qu? -empez-. Mi sacrificio en el altar de la patria es recibido o no? Me es permitido traer si no los cincuenta, por lo menos veinticinco o treinta rublos para la causa comn?

De repente Nezhdnov explot. Pareca que herva de fastidio..., que la solemne quema de la carta no haba hecho disminuir y slo esperaba una oportunidad para reventar.

-Ya te he dicho que no es necesario, no es necesario... no es necesario! No lo permito ni lo acepto. Yo mismo conseguir el dinero, lo conseguir inmediatamente. No necesito la ayuda de nadie!

-Bien, hermano -observ Paklin-, veo que a pesar de que eres un revolucionario, no eres demcrata.

-Por qu no dices directamente que soy un aristcrata?

-Claro que eres un aristcrata... hasta cierto punto.

Nezhdnov dej escapar una sonrisa forzada.

Quieres aludir al hecho de que soy hijo ilegtimo? Te molestas en vano, querido amigo... No te necesito para no olvidarlo.

Paklin extendi los brazos afligido.

-Aliosha, por favor, qu te ocurre? Cmo puedes entender mis palabras de esa manera? Hoy no te reconozco -Nezhdnov hizo un gesto impaciente con la cabeza y con los hombros-. El arresto de Basnov te ha desorientado, pero l tena tan poco cuidado...

-No ocultaba sus convicciones -observ Mashrina con aire abatido-. No nos corresponde juzgarle!

-S, pero tambin deba pensar en los otros, a quienes ahora puede comprometer.

Por qu? -exclam Ostrodmov-. Basnov es un hombre de gran carcter, no denunciar a nadie. Y por qu deba ser cuidadoso? No todos pueden ser cuidadosos, seor Paklin!

Paklin se senta ofendido y quera discutir, pero Nezhdnov no le dej.

-Seores! -grit-, por favor dejen la poltica durante un rato!Sigui una pausa.

-Hoy encontr a Skoropijin -dijo, por fin, Paklin-, nuestro gran crtico y esteta y entusiasta. Qu tipo tan insoportable! Est siempre hirviendo y resollando como una botella de sopa de col agria podrida... El criado corre con ella, tapndola con el dedo en vez del tapn, con la respiracin suspendida... la botella espumea y silba y despus de echar toda la espuma... todo lo que queda en el fondo es un poco de materia aguada, asquerosa, que no slo no apaga la sed a nadie, sino que llegara para hacemos enfermar... Es un individuo muy peligroso para los jvenes!

La comparacin de Paklin, tan verdadera y acertada, no provoc ninguna sonrisa. Slo Ostrodmov observ que los jvenes que se interesaban por la esttica no tenan nada de qu quejarse, aunque Skoropijin los desviara.

-Pero naturalmente -exclam Paklin con calor (cuanta menos simpata encontraba ms se excitaba)-, esta cuestin no es poltica pero as mismo es importante. Segn Skoropijin, todas las obras de arte antiguas no tienen ningn valor slo por el simple hecho de que son viejas... De ese modo, el arte, el arte en general, es slo moda, y no vale la pena hablar seriamente de arte. Si el arte no tiene nada de firme, de permanente... que se lo lleve el demonio. Mirad la ciencia, la matemtica, por ejemplo, reconocen a Euler, Laplace, Gauss como locos? Estn dispuestos a aceptar su autoridad, pero en cuanto a Rafael o a Mozart... son chiflados. Y por qu nos levantamos contra su autoridad? Las leyes del arte son ms difciles de definir que las de la ciencia... de acuerdo, pero existen... y quien no las ve es porque est ciego, tanto si cierra los ojos voluntaria como involuntariamente... da igual!

Paklin se call... y nadie dijo nada. Todos apretaban los labios como si les diera mucha pena. Slo Ostrodmov observ:

-De todas formas, no siento ninguna lstima por esos jvenes que van tras Skoropijin.

Ah, ustedes son imposibles!, pens Paklin. Vale ms que me largue!

Haba ido a casa de Nezhdnov para pedir su opinin sobre la revista Estrella Polar, pasada clandestinamente del extranjero (La campana ya no exista), pero la conversacin haba seguido tal rumbo que sera mejor no plantearle la cuestin. Paklin ya haba cogido el sombrero cuando, de golpe, sin ningn ruido previo, se oy en el pasillo una voz admirablemente agradable de bartono, cuyo sonido sugera a alguien inusitadamente noble, educado, incluso fragante.

-Est el seor Nezhdnov?

Todos se miraron sorprendidos.

Est el seor Nezhdnov? -repiti la voz. -S -respondi finalmente Nezhdnov.

La puerta se abri despacio y, quitndose lentamente el sombrero lustroso de su bella y elegante cabeza, entr en la habitacin un hombre de unos cuarenta aos, alto, fuerte y majestuoso. Llevaba una chaqueta de bella tela con un excelente cuello de castor, aunque ya estaba a punto de finalizar abril. Impresion a todos -a Nezhdnov, a Paklin, incluso a Mashrina... incluso a Ostrodmov!- por su porte elegante, simple y corts. Todos se levantaron instintivamente a su entrada.

III

AQUEL hombre tan elegante se dirigi a Nezhdnov y, con una sonrisa amable, dijo: -Tuve ya el placer de encontrarle e incluso de conversar con usted, seor Nezhdnov, anteayer, debe acordarse... en el teatro. -El visitante se detuvo, como si esperara; Nezhdnov baj ligeramente la cabeza y se ruboriz-. S!... y hoy he venido a verle a causa del anuncio que he ledo en el peridico... Me gustara conversar con usted, si a sus visitas no les importa...

Hizo una reverencia delicada con la cintura y, cogiendo una silla por el respaldo, la atrajo hacia s, pero no se sent -pues todos estaban de pie-, y slo mir alrededor con sus ojos brillantes, aunque entreabiertos.

-Adis, Alexi Dmtrievich -dijo de golpe Mashrina-, volver ms tarde.

-Y yo -aadi Ostrodmov-. Yo tambin... despus.

Sin la mnima atencin hacia el visitante cuando pas por su lado, Mashrina alarg la mano a Nezhdnov, la apret con fuerza y sali sin mirar a nadie. Ostrodmov la sigui, haciendo un ruido innecesario con las botas e incluso resoplando una o dos veces: Ah te quedas con un cuello de castor! El visitante los sigui con una mirada educada pero ligeramente curiosa. Dirigi despus esa mirada a Paklin, como esperando que siguiera el ejemplo de los otros, pero Paklin, en cuyo rostro, desde su llegada, jugueteaba una sonrisa peculiarmente reprimida, se retir hacia un rincn y se instal all. Entonces el visitante se sent. Nezhdnov tambin.

-Mi nombre es Sipiaguin. Quiz ya haya odo hablar de m -empez el visitante con modesto orgullo.

Pero antes tenemos que contar las circunstancias en las que Nezhdnov se haba encontrado anteriormente con l.

Con ocasin de la venida de Sadovski a San Petersburgo, fue presentada la pieza de Ostrovski Cada cual a su trineo. El papel de Rusakov es, como se sabe, uno de los preferidos del conocido actor. Antes de la cena, Nezhdnov fue a la taquilla, donde haba mucha gente. Quera un lugar de platea, pero en el momento en que iba a llegar a la ventanilla, un oficial que estaba detrs alarg a la empleada, por encima de la cabeza de Nezhdnov, un billete de tres rublos:

-l -o sea, Nezhdnov- seguramente espera el cambio y yo no. Dme un asiento de primera fila... tengo mucha prisa!

-Disculpe, seor oficial -exclam rudamente Nezhdnov-, yo tambin quiero un asiento de primera fila -y alarg un billete de tres rublos, todo el dinero que tena en aquel momento.

Recibi la entrada y por la noche apareci en el sector aristocrtico del teatro Alexandrinski.

Iba mal vestido, sin guantes, con las botas sucias, incmodo y furioso consigo mismo por sentirse tan molesto. Sentado a su derecha estaba un general con numerosas estrellas; a la izquierda, el mismo hombre elegante llamado Sipiaguin, cuya aparicin dos das despus tanto asombr a Mashrina y Ostrodmov. El general, de vez en cuando, miraba a Nezhdnov, como a algo indecente, inusual y hasta ofensivo; Sipiaguin le observaba de lado, pero sin animosidad. Todos los rostros que rodeaban a Nezhdnov parecan grandes personajes. Se conocan muy bien unos a otros y cambiaban pequeas conversaciones, observaciones, exclamaciones, saludos, incluso por encima de su cabeza. Pero l se qued all sentado sin moverse, incmodo en su gran y confortable poltrona, sintindose como un paria. Amargado y avergonzado, se sinti mal, la comedia de Ostrovski, as como la representacin de Sadovski, le produjeron poco placer. Y de golpe -oh, maravilla!-en uno de los intervalos, su vecino de la izquierda -no el general lleno de estrellas sino el otro, sin ninguna seal de distincin en el pecho- le habl delicadamente y con amabilidad, con una cierta timidez. Empez a hablar de la pieza de Ostrovski, quera saber la opinin de Nezhdnov por ser un representante de la nueva generacin. Sorprendido y un poco receloso, al principio Nezhdnov le respondi bruscamente y con monoslabos... hasta que el corazn le empez a latir y se sinti vejado. Por qu haba de preocuparse? No era un hombre como otro cualquiera? Y empez a expresar sus opiniones libremente, sin restringirse, abierto, y cerca del final incluso en una voz tan alta y con tanto entusiasmo, que alarm a su vecino estrellado. Nezhdnov era un ardiente admirador de Ostrovski, pero a pesar de todo el talento y genio del conocido autor, en la comedia Cada cual a su trineo no poda dejar de sentir claramente que quera disminuir la civilizacin a travs del personaje burlesco de Vijoriov. Su amable vecino le escuch con la mayor atencin, con simpata, y en el segundo intervalo le habl de nuevo, no ya de la comedia de Ostrovski sino de varios asuntos de la vida, de la ciencia y hasta de problemas polticos. Estaba evidentemente interesado en su joven y elocuente vecino. Nezhdnov no slo no se sinti constreido, sino que incluso empez a exagerar, como si dijera: Si tienes curiosidad, aqu tienes! Pero el general ya no estaba intranquilo sino indignado y desconfiado. Cuando la pieza termin, Sipiaguin se despidi muy amablemente de Nezhdnov, pero no le pregunt el nombre ni le dio el suyo. Mientras esperaba su carruaje a la puerta, encontr un viejo amigo, ayudante de campo, el Prncipe G. Te vi desde mi palco, le dijo el Prncipe a travs del bigote perfumado, sabes con quin estuviste hablando? No, no lo s... Un muchacho muy listo, verdad? Muy listo. Quin es? El Prncipe se acerc a l y le murmur al odo, en francs: Es mi hermano. S, es mi hermano. Ilegtimo, claro... se llama Nezhdnov. Un da te contar... Mi padre no esperaba una de estas, por eso le llam Nezhdnov. Pero le cuid... il lui a fait un sort... Le damos una mensualidad. Es listo y tuvo una buena educacin gracias al padre. Pero perdi el juicio, parece que es republicano... No lo recibimos... Il est impossiblen Pero disculpa, mi carruaje est all. El Prncipe se march, y al da siguiente Sipiaguin ley en el peridico La Gaceta de la Polica el anuncio con las seas de Nezhdnov y fue a verle.

-Mi nombre es Sipiaguin -dijo, sentndose en una silla de mimbre y examinndole con una mirada dignificante-. Supe por el peridico que desea trabajo y he venido a ofrecerle una posicin. Estoy casado y tengo un hijo de nueve aos, un nio, debo decirle francamente, muy dotado. Pasamos la mayor parte del verano y el otoo en la provincia, en S., a menos de cinco verstas de la capital del distrito. Mi propuesta es esta: le interesa estar all durante las vacaciones y ensear gramtica e historia a mi hijo? No son esas las asignaturas que menciona en su anuncio? Creo que se llevar bien conmigo, con mi familia y con el vecindario. Tenemos un bello jardn, un ro, el aire es excelente, la casa espaciosa... Est de acuerdo? En ese caso slo nos queda saber sus condiciones, aunque no creo -aadi Sipiaguin con una pequea mueca- que a ese respecto pueda surgir ninguna dificultad entre nosotros.

Durante todo el tiempo que Sipiaguin habl, Nezhdnov no apart los ojos de l, de su pequea cabeza un poco inclinada hacia un lado, de su frente baja, estrecha, pero inteligente, de su fina nariz romana, de sus ojos agradables, de sus labios rectos, por donde salan sus palabras amables, de sus patillas a la manera inglesa; miraba y pensaba: Pero qu es esto? Por qu razn este hombre me busca? Este aristcrata y yo! Qu tenemos nosotros en comn? Qu le trae hasta m?

Estaba tan perdido en sus pensamientos que no abri la boca cuando Sipiaguin call esperando una respuesta. Ech una mirada hacia el rincn donde, observndole tambin, se encontraba Paklin. Quiz la presencia de una tercera persona le impida contestar! Levant las cejas, como subordinndose a aquel ambiente donde haba entrado de libre voluntad y, levantando tambin la voz, repiti la pregunta.

Nezhdnov se estremeci.

-La verdad es que -dijo apresuradamente-, estoy... acepto... con placer... slo tengo que admitir... que no puedo dejar de sentirme sorprendido... no tengo recomendaciones... y las opiniones que manifest anteayer en el teatro deberan haberle ahuyentado...

-En eso est completamente equivocado, mi querido Alexi... Alexi Dmtrich! Es ste su nombre, verdad? -dijo Sipiaguin con una sonrisa-. Me atrevo a decirle que soy conocido como un hombre de convicciones liberales, progresistas. Y, por el contrario, sus opiniones, con la nica reserva de lo que en ellas haba de juvenil, de exagerado... no se ofenda!... no divergen mucho de las mas... y hasta me encant el entusiasmo propio de su juventud.

Sipiaguin habl sin la mnima vacilacin. Como miel, sus palabras escurran suavemente.

-Mi mujer comparte mis ideas -continu-. Los puntos de vista de usted quiz estn ms cerca de los de ella que de los mos, lo que es natural, puesto que ella es ms joven que yo. Cuando el otro da, despus de nuestro encuentro, le su nombre en el peridico y, contra la costumbre general, su direccin (haba sabido ya su nombre en el teatro) entonces... ese... hecho me choc. Vi en l... en esa coincidencia... perdneme por ser supersticioso... por decirlo de alguna manera, el dedo del destino. Usted habl tambin de recomendaciones. Pero no me hacen ninguna falta. Su aire, su personalidad despertaron mi simpata. Estoy acostumbrado a creer en mi intuicin. Entonces... est de acuerdo?

-S... ciertamente... -respondi Nezhdnov-. Intentar ser digno de su confianza. Slo hay una cosa de la que quiero informarle antes: estoy dispuesto a ser profesor de su hijo, pero no a cuidarle. No tengo aptitud para eso... y no quiero atarme, no quiero perder mi libertad.

Sipiaguin agit levemente la mano como si ahuyentara una mosca.

-Puede estar tranquilo... Usted no est hecho para eso, para ser criado. Yo no necesito un criado. Buscaba un profesor... y le encontr. Bien, y sobre las condiciones? Ya sabe..., las condiciones financieras... el vil metal...

Nezhdnov no saba qu decir.

-Mire -dijo Sipiaguin, inclinando el cuerpo hacia adelante y tocndose la rodilla con la punta de los dedos- entre gente seria estas cosas se resuelven con dos palabras. Le doy cien rublos al mes y gastos de viaje por mi cuenta. De acuerdo?

Nezhdnov se ruboriz de nuevo.

-Es mucho ms de lo que yo habra pedido... porque... yo...

-Magnfico, magnfico... -interrumpi Sipiaguin-. Considero el asunto resuelto... y le considero ya un miembro de la casa -se levant de la silla y, de repente, estaba muy alegre y expansivo, como si hubiese recibido un regalo. Todos sus movimientos exhiban una cierta familiaridad amable e incluso juguetona-. Marchamos dentro de pocos das -dijo con desenvoltura-, me agrada mucho estar en el campo cuando llega la primavera, aunque sea un hombre siempre muy ocupado, agarrado a la ciudad... Me gustara que empezara a contar su primer mes a partir de hoy. Mi mujer y mi hijo ya estn en Mosc. Me precedieron. Les encontraremos en el campo... en el seno de la naturaleza. Nosotros iremos juntos... como solteros. Ah! Ah! -Sipiaguin ri por la nariz de una manera coqueta-. Y ahora...

Sac del bolsillo de su abrigo una cartera plateada y negra, de la cual extrajo una tarjeta.

-Aqu est mi morada de invierno. Venga a verme maana... a eso del medioda. All hablaremos mejor. Me gustara contarle algunas de mis ideas sobre educacin... Bien... y convendremos el da de la partida -Sipiaguin apret la mano de Nezhdnov-. Y, a propsito -dijo, bajando la voz e inclinando un poco la cabeza-, si necesita un anticipo... Por favor, sin cumplidos! Puedo darle un mes de adelanto.

Nezhdnov no saba qu responder y miraba pensativo aquel rostro brillante, amistoso y a la vez extrao, pero que le era a la vez tan ntimo y que le sonrea animosamente.

No necesita? No? -susurr Sipiaguin.

-Si me permite, se lo dir maana -murmur por fin Nezhdnov.

-Esplndido! En ese caso, adis! Hasta maana! -Sipiaguin dej la mano de Nezhdnov y se dispuso a salir.

-Me dijo hace poco que supo mi nombre en el teatro -dijo Nezhdnov antes de que el otro marchara-. Puedo preguntarle quin se lo dijo?

Quin? Ah, una persona que le conoce muy bien, parece que es pariente suyo, el Prncipe... el Prncipe G. -El ayudante de campo?

-S, l mismo.

Nezhdnov se ruboriz an ms que antes y abri la boca... pero no dijo nada. Sipiaguin le apret de nuevo la mano, pero esta vez sin mediar palabra y, haciendo una reverencia primero a l y despus a

Paklin, junto a la puerta se puso el sombrero y sali con una sonrisa de satisfaccin en el rostro, lo que revelaba la profunda impresin que aquella visita le haba causado.

IV

APENAS Sipiaguin haba tenido tiempo de pasar el umbral, ya Paklin saltaba de su silla y, corriendo hacia Nezhdnov, le felicitaba.

-Que magnfico pez! -repeta Paklin, riendo y moviendo las piernas-. Y sabe quin es? Es un hombre famoso, un chambeln, uno de los pilares de nuestra sociedad, futuro ministro!

-Me es totalmente desconocido -observ Nezhdnov, abatido.

Paklin abri los ojos desesperado.

-He ah nuestro problema, Alexi Dmtrich: no conocemos a nadie! Queremos actuar, queremos girar el mundo cabeza abajo, pero vivimos fuera de ese mismo mundo, slo con dos o tres amigos, apretados en el mismo lugar...

-Disculpe -dijo Nezhdnov-, pero eso no es verdad. Lo que en realidad nos ocurre, es que no queremos mezclarnos con nuestros enemigos, sino con nuestros amigos, con el pueblo...

-Espera, espera, espera! -le interrumpi Paklin-. En primer lugar, y relativo a los enemigos, recuerda los versos de Goethe:

Wer den Dichter will versteh'n,Muss in Dichter's Lande geh'n...

a los que yo aado:

Wer die Feinde will versteh 'n

Muss in Feindes Lande geh'n

Estar apartado de nuestros enemigos, no conocer sus hbitos ni su vida... es absurdo. Ab-sur-do!... S! S! Si yo quiero matar un lobo en el monte, he de conocer todos sus escondites... Adems, ahora mismo hablaste de mezclarte con el pueblo... Oh, amigo mo! En 1862, los polacos formaron sus bandas en el monte y nosotros vamos ahora a ese mismo monte, o sea al pueblo, que para nosotros es tan denso y oscuro como el monte para los polacos.

-Entonces, segn tu opinin, que deberamos hacer?

-Los hindes se lanzaban bajo las medas del Juggernaut -continu Paklin tristemente-, que les aplastaba, y moran en xtasis. Nosotros tambin tenemos nuestro Juggernaut... Y tambin nos aplasta, pero sin xtasis.

-Entonces, en tu opinin, qu deberamos hacer? -repiti Nezhdnov, casi gritando-. Escribir novelas de propaganda?

Paklin junt las manos e inclin la cabeza hacia su hombro izquierdo.

-Sea como sea, t podras escribir novelas, ya que tienes una vena literaria... Bien, no te enfades, no dir nada ms. S perfectamente que no te gusta que te hable de eso, pero estoy de acuerdo contigo: escribir estas ancdotas tan rellenas y encima en estilo moderno: Ah! Te quiero! -salt ella..., Da igual! -dijo l rascndose, es muy triste. Por eso repito: conoce primero todas las clases empezando por las ms altas. No debemos depender slo de tipos como Ostrodmov. Son personas muy dignas y honestas... pero son muy estpidos.

Mira slo a nuestro amigo. Ni tan siquiera las suelas de sus botas son como las que usan las personas inteligentes. Por qu razn huy hace poco? No quera estar en la misma sala con un aristcrata, respirar el mismo aire que l!

-Por favor, no hables as de Ostrodmov delante de m -contest Nezhdnov groseramente-. Usa botas gruesas porque son baratas.

-No quera decir eso... -replic Paklin.

-Y si no quiere estar en la misma sala con un aristcrata -continu Nezhdnov levantando la voz-, slo merece elogios, y lo que es ms, significa que es capaz de sacrificarse, afrontar la muerte, cosa que nosotros nunca haremos.

Paklin hizo una mueca triste y seal sus piernas torcidas y flacas.

-Cmo puedo yo luchar, mi querido Alexi Dmtrich? Por favor! Pero ms all de todo eso... repito: estoy muy contento de que te hayas acercado al seor Sipiaguin ya que en este acercamiento preveo incluso gran utilidad a nuestra causa. Llegars a los altos crculos! Vers las leonas, esas mujeres con cuerpos de terciopelo y resortes de acero, como se dice en las Cartas sobre Espaa. Concelas, mi querido, concelas! Si t fueras un epicreo, tendra miedo por ti. Pero esos no son realmente tus objetivos.

-Voy a trabajar -dijo Nezhdnov-, para no tener que apretarme el cinturn... -Y para desembarazarme de vosotros, pens.

-Claro, claro! Y por eso te digo: aprende! Qu perfume dej ese brin!

Paklin oli el aire.

-El autntico mbar con el que soaba la mujer del gobernador en El inspector de Gogol!

-Habl de m con el Prncipe G. -observ Nezhdnov sordamente, acercndose de nuevo a la ventana-. Ahora debe de saber toda mi historia.

-No debe, puedes estar seguro de que la sabe! Pero que importancia tiene eso? Apuesto a que fue precisamente por eso por lo que pens contratarte. Es evidente que t eres un aristcrata... por la sangre, o sea, uno de los suyos. Pero me estoy retrasando. Tengo que volver a mi despacho, al despacho del explotador. Adis, hermano!

Paklin se dirigi hacia la puerta, pero se detuvo y se volvi.

-Oye, Aliosha -dijo con una voz insinuante-, ya me rechazaste hace poco y ahora tendrs dinero, ya lo s, pero an as permteme que me sacrifique un poco por nuestra causa comn! No puedo hacer nada ms, excepto con el bolsillo. Mira, he puesto un billete de diez rublos sobre la mesa. Aceptas?

Nezhdnov no respondi ni se movi.

-Quien calla otorga. Gracias! -exclam Paklin alegremente. Y desapareci.

Nezhadnov se qued solo. Continu mirando por la ventana el patio triste, donde ni siquiera en el verano entraba el sol, y se sinti descorazonado.

Nezhdnov era hijo, como ya sabemos, del Prncipe G., un rico ayudante de campo, y de la seorita de compaa de su hija, una muchacha muy bonita que muri en el parto. Nezhdnov tuvo la primera educacin como interno en un colegio dirigido por un suizo, un pedagogo enrgico y severo, y despus entr en la universidad. Quera estudiar Derecho, pero el general, su padre, que odiaba a los nihilistas, lo dirigi hacia la esttica, como Nezhdnov deca con una sonrisa amarga, o sea, hacia la facultad de Historia y Filologa. Su padre acostumbraba a verle como mximo tres o cuatro veces al ao, pero se interesaba por l, y cuando se muri le dej en memoria de Nastionka (la madre), un capital de seis mil rublos de plata, cuyos intereses, con el nombre de mensualidad, le daba su hermano, el Prncipe G. Con razn, pues, Paklin deca que era un aristcrata. Todo en l recordaba su origen: la pequeez de las orejas, las manos, los pies, las facciones pequeas pero finas, la piel delicada, el pelo ondeado, la propia voz, ligeramente gutural pero agradable. Era muy nervioso, muy presumido, susceptible e incluso antojadizo. La falsa posicin con que se encontr desde la infancia le torn sensible e irritable, pero su generosidad natural no haba permitido que se volviese desconfiado y receloso. Esta misma falsa posicin de Nezhdnov era la causa de una profunda inconsistencia que dominaba todo su ser. Aseado hasta la exageracin, horriblemente sensible, intentaba ser cnico y hablar con rudeza; era un idealista por naturaleza, apasionado y casto, osado y tmido a la vez y, como un pecador arrepentido, se avergonzaba de sus pecados y de su castidad y consideraba un deber rerse del idealismo. Tena un corazn tierno y evitaba a los dems; se amargaba, pero nunca olvidaba el mal. Se enfureci con el padre por haberle lanzado a la esttica, y se interes abiertamente por la poltica y las cuestiones sociales, abraz las opiniones ms extremistas (que para l no eran simples frases!), pero secretamente sacaba gran placer de las artes, de la poesa, de la belleza en todas sus manifestaciones... e incluso escriba versos. Ocultaba cuidadosamente el cuaderno donde los copiaba, y de sus amigos en San Petersburgo, slo Paklin, debido a su especial intuicin, sospechaba de su existencia. Nada hera ni ofenda ms a Nezhdnov que cualquier mencin a su poesa, a esa su, como l deca, imperdonable debilidad. El profesor suizo le haba enseado muchas cosas y no tema el trabajo; trabajaba con placer, bastante, honesta y febrilmente, pero sin continuidad. Los amigos le apreciaban... Les atraa su sentido natural de la justicia, su generosidad y pureza de intenciones; pero Nezhdnov no haba nacido bajo una buena estrella y la vida no le era fcil. Pensaba que estaba bien que fuese as, pero se senta solo, a pesar del afecto de los amigos.

Continu de pie meditando delante de la ventana. Le venan pensamientos tristes y opresivos sobre su prximo viaje, sobre el nuevo e inesperado cambio de su destino... Pero le daba pena abandonar San Petersburgo; no dejara nada que le fuera particularmente querido; y saba que estara de regreso en el otoo. Sin embargo, dudaba: se senta involuntariamente melanclico.

Qu magnfico profesor!, pens. Qu pedagogo!

Casi estaba a punto de censurarse por haber aceptado los deberes de profesor. Y hubiera sido injusto hacerlo. Nezhdnov tena suficiente cultura y, a pesar de su temperamento inestable, los nios le aceptaban sin dificultad y a l mismo le gustaban los nios. La tristeza que le dominaba se deba a la sensacin que generalmente siente una persona cuando tiene que mudarse de lugar, un sentimiento experimentado por todas las personas soadoras y desconocido por los temperamentos enrgicos, sanguneos, que siempre se alegran con cualquier interrupcin que destruya la rutina de la vida. Nezhdnov estaba tan inmerso en sus pensamientos, que, poco a poco, casi sin darse cuenta, empezaron a tomar la forma de palabras; sus sensaciones divagadoras empezaron a ordenarse en cadencias medidas...

-Diablo! exclam en voz alta-. Parece que est escribiendo poesa!

Se encogi de hombros y se apart de la ventana; vio sobre la mesa el billete de diez rublos de Paklin, se lo meti en el bolsillo y empez a pasear por la habitacin.

-Tengo que conseguir el anticipo -pens-. Qu buena sugerencia! Cien rublos... de mis hermanos, de Sus Excelencias, cien rublos... Necesito cincuenta para pagar las deudas, cincuenta o sesenta para el viaje... el resto es para Ostrodmov. Hay todava lo que me hadado Paklin. Es tambin para l... Y an puedo conseguir algo de Merklov...

Durante estos clculos, las anteriores cadencias rtmicas se reafirmaron. Se qued all, pensando... con los ojos fijos en el mismo lugar. Despus, sus manos, como a tientas, buscaron y abrieron el cajn de la mesa, del cual sacaron un cuaderno muy usado...

Se dej caer en la silla, con la misma mirada, cogi la pluma y, canturreando a media voz y sacudiendo de vez en cuando el pelo ondeado, empez a escribir lnea tras lnea, a veces tachando y volviendo a escribir.

La puerta que daba al corredor se abri un poco y apareci la cabeza de Mashrina. Nezhdnov no se dio cuenta y continu con su trabajo. Mashrina estuvo mucho tiempo de pie mirndole atentamente y, sacudiendo la cabeza, retrocedi. Pero Nezhdnov se enderez de golpe, mir alrededor y, al verla, exclam aburrido:

-Ah, es usted! -y lanz el cuaderno al cajn.

Entonces Mashrina entr de nuevo en la habitacin con pasos firmes.

-Ostrodmov me pidi que viniera -dijo ella lentamente-, para saber cundo podremos tener el dinero. Si puede tenerlo hoy, an podramos marchar esta noche.

-Hoy no puede ser -dijo Nezhdnov frunciendo la frente-. Puede venir maana?

-A qu hora?

-A las dos.

-De acuerdo.

Mashrina qued callada durante unos instantes y, de golpe, le alarg la mano.

-Parece que le interrump, perdn. Pero... me marcho. Quin sabe si volveremos a vernos! Quera despedirme.

Nezhdnov apret sus dedos colorados, fros.

-Vio a aquel hombre aqu hace poco? -empez l-. Llegamos a un acuerdo. Me voy a su casa en la provincia S., cerca de la capital.

El rostro de Mashrina se abri con una sonrisa alegre.

-Cerca de S.! Entonces quiz an nos encontremos. Es posible que nos manden all -Mashrina suspir-. Ah, Alexi Dmtrich...

-Qu hay? -pregunt Nezhdnov.

Mashrina tena un aire tenso.

-Nada, perdn! Nada!

Le apret la mano una vez ms y sali.

En todo San Petersburgo no hay nadie que me trate tan amablemente como esta... persona tan excntrica, pens. Pero no deba haberme interrumpido... Sin embargo, era con la mejor de las intenciones.

A la maana siguiente, Nezhdnov se dirigi a casa de Sipiaguin y fue recibido en un magnfico despacho amueblado al viejo estilo pero de acuerdo con la dignidad de un estadista liberal. Este, sentado tras una enorme mesa sobre la cual se acumulaban numerosos papeles intiles, en el orden ms rgido, y numerosos cortaplumas de marfil que nunca haban cortado nada, habl, y durante una hora entera Nezhdnov escuch al librepensador haciendo brotar sus sabias, corteses, condescendientes palabras. Al final recibi un anticipo de cien rublos, y diez das despus se sentaba en el asiento de terciopelo de un compartimiento reservado de primera clase, al lado de aquel estadista sabio y liberal, camino de Mosc; a travs de los rales trepidantes del ferrocarril de Nikolievski.

V

EN la sala de visitas de una gran casa de piedra con columnas y un frontispicio griego, construida en los aos veinte del presente siglo por el padre de Sipiaguin, conocido agrnomo y pendenciero, Valentina Mijilovna, esposa de Sipiaguin, una mujer muy bella, esperaba en cualquier momento la llegada del marido, despus de haber recibido un telegrama. La decoracin de la sala de visitas era del mejor estilo moderno, de gusto delicado: todo all era bello y acogedor, todo, desde los agradables paos de cretona y las cortinas a las variadas porcelanas, bronces y cristaleras dispuestos sobre mesas y aparadores, todo armonizndose suave y ordenadamente -y bien combinado- con los alegres rayos de sol de un da de mayo que entraban por las grandes ventanas abiertas. La atmsfera de la sala, pesada por el olor de lirios de los valles (grandes ramos de estas bellas flores primaverales estaban distribuidos por la sala), era agitada de vez en cuando por una brisa leve que soplaba suavemente procedente del jardn.

Qu bello cuadro! Y la propia seora de la casa, Valentina Mijilovna Sipiaguin, lo completaba, le daba significado y vida. Era una mujer alta, de unos treinta aos, pelo castao oscuro, morena, pero fresca, con un rostro semejante al de la Madonna Sixtina, con los ojos aterciopelados, maravillosos, profundos. Tena los labios algo gruesos y plidos, los hombros un poco altos, las manos un poco grandes... Pero, a pesar de todo eso, cualquier persona que la viera caminando por la sala de visitas, inclinando su frgil cintura sobre las flores y con una sonrisa en los labios o arreglando alguna maceta china, o componiendo rpidamente el pelo reluciente delante de un espejo, entreabriendo los ojos tan bellos; cualquier persona, decimos nosotros, ciertamente dira para s, o incluso en voz alta, que nunca haba encontrado un ser ms fascinante.

Un bello chiquillo de unos nueve aos, con un traje de cuadros, las piernas descubiertas, embadurnado de pomadas y con el pelo muy rizado, entr corriendo a la sala y par de golpe al ver Valentina Mijilovna.

-Qu hay, Kolia? -pregunt ella. Tena la voz suave y aterciopelada como los ojos.

-Mam, mira -empez el muchacho, confuso-, la ta me mand... a buscar unos lirios de los valles... para su habitacin... ella no tiene...

Valentina Mijilovna puso la mano bajo la barbilla del hijo y levant su cabeza llena de pomada.

-Di a la ta que pida lirios de los valles al jardinero, que estos son mos... No quiero que los toquen. Dile que no me gusta que me desordenen las cosas. Puedes repetir todo esto?

-S... -murmur el pequeo.

-Entonces, repite.

-Digo... digo... que tu no quieres.

Valentina Mijilovna ri. Y tambin su risa era suave. -Veo que an no se te pueden dar recados. Da igual, dile lo que quieras.

El muchacho bes apresuradamente la mano adornada de anillos de la madre y corri hacia fuera.

Valentina Mijilovna le sigui con la vista, suspir, se dirigi hasta una jaula de alambre dorado cerca de la pared, donde, equilibrndose cuidadosamente con el pico y las garras, se encontraba un papagayo verde, le acarici con la punta del dedo; despus se dej caer en un sof estrecho y, cogiendo de una pequea mesa redonda el ltimo nmero de la Revue des Deux Mondes, empez a hojearla.

Una tos respetuosa la hizo mirar alrededor. En la puerta estaba un criado con una bella librea y corbata blanca.

-Qu hay, Agafn? -pregunt Valentina Mijilovna con la misma voz suave.

-Est aqu Semin Petrvich Kalomitsev. Le hago pasar?

-S, claro. Y di a Marianna Vikntievna que venga a la sala de visitas.

Valentina Mijilovna lanz la Revue des Deux Mondes encima de la mesita y, recostndose en el sof, levant los ojos hacia el techo, pensativa, en una actitud que le sentaba muy bien.

Por la manera como Semin Petrvich Kalomitsev, un hombre joven, de treinta y dos aos, entr en la sala, familiar, desenvuelto y lnguido; por la manera como, de golpe, se ilumin agradablemente, como hizo una reverencia de lado y como se enderez graciosamente despus; como le habl no muy austeramente ni con demasiada amabilidad; como cogi respetuosamente y depuso un beso en la mano de Valentina Mijilovna, por todo eso se poda ver que el recin venido no era un provinciano, no era un simple vecino rico, sino un autntico gran seor de San Petersburgo, de la ms alta sociedad. Iba vestido a la ltima moda inglesa: la punta_ colorida del pauelo de cambray le sala del bolsillo de la chaqueta matinal; en una cinta negra bastante ancha se balanceaba un monculo; el tono claro de los guantes de gamuza armonizaba con los pantalones de cuadros. Iba muy bien afeitado, tena el pelo corto y el rostro un poco afeminado, con los ojos pequeos, juntos, la nariz achatada, los labios carnosos y rojos, hacan patente la buena disposicin de un caballero bien nacido. Respiraba afabilidad... que fcilmente se transformaba en desprecio, incluso en rudeza, si alguien se atreva a molestarle o perturbar sus principios conservadores, patriticos y religiosos. Entonces el refinamiento se transformaba instantneamente; sus ojos delicados se encendan con un brillo cruel; su bella boca profera palabras malsonantes -y recurra a las autoridades!

La familia de Semin Petrvich proceda de sencillos jardineros. Su bisabuelo haba recibido el nombre del lugar donde haba nacido: Kolomntsov... Pero su abuelo ya lo haba transformado, pasando a escribirlo Kolomitsev, su padre escriba Kalomitsev y, por fin, Semin Petrvich le cambi la e en iat y, muy seriamente, se consideraba un autntico aristcrata; llegaba a decir que su familia descenda de los famosos barones Von-Gallenmeier, uno de los cuales haba sido mariscal de campo durante la Guerra de los Treinta Aos. Semin Petrvich trabajaba en la corte ministerial, donde era chambeln; su patriotismo le haba impedido entrar en la carrera diplomtica para la que todo pareca llamarle: la educacin, los hbitos de sociedad, el xito con las mujeres, y el mismo porte... mais quiter la Russie?Jamais! Kalomitsev ocupaba las mejores posiciones y tena las mejores relaciones. Pasaba por ser un hombre prometedor y de confianza -un peu trop... fodal dans ses opinions, como observ el prncipe B., una de las lumbreras del mundo oficial de San Petersburgo. Kalomitsev haba venido a pasar dos meses en el campo, para cuidar de la finca, o sea, para amenazar y tiranizar a sus campesinos. De otra manera no se avanza!, acostumbraba a decir.

-Crea que Boris Andrech ya haba llegado -empez l balancendose suavemente de una pierna a otra. De golpe se enderez y mir de lado, en una pose muy significativa.

Valentina Mijilovna hizo una pequea mueca. De otro modo no hubiera venido?

Kalomitsev retrocedi un paso ante esta respuesta tan injusta y absurda de la seora Sipiaguin.

-Valentina Mijilovna! -exclam-. Por favor, cmo puede decir tal cosa...?

-Bien, bien, bien, sintese. Boris Andrech no tardar. Ya envi el carruaje a la estacin a recogerle. Si espera un poco... podr verle. Qu hora es?

-Las dos y media -respondi Kalomitsev, sacando del bolsillo del chaleco un gran reloj de oro esmaltado y mostrndolo a Valentina Mijilovna-. Ya vio mi reloj? Es un regalo de Mijal, sabe... el prncipe servio... Obrnovich. Aqu estn sus iniciales... vea. Gran compaero! Y tiene una mano de hierro, como debe tener un gobernante. Oh, no le gustan nada las bromas! No... no... nada!

Kalomitsev se dej caer en un silln, cruz las piernas y empez lentamente a quitarse el guante izquierdo.

-Aqu, en nuestra provincia, s que nos hara falta un hombre como Mijal!

Y por qu? No est satisfecho con la situacin? Kalomitsev frunci la nariz.

-Es este Consejo Rural! Este Consejo Rural! Para qu sirve esto? Slo debilita la administracin y excita... las ideas equivocadas... -Kalomitsev hizo gestos enel aire con la mano izquierda liberada de la presin del guante- ...y las falsas esperanzas -se sopl la mano-. Ya habl del caso en San Petersburgo... mais, bah! Es aqu donde soplan los malos vientos. Incluso su marido... por ejemplo, pero l es un conocido liberal!

La seora Sipiaguin se enderez en el sof.

-Cmo? Usted, m'si Kalomitsev, oponindose al Gobierno?

-Yo? Oponindome? Nunca! Nada de eso! Mais j'ai mon franc parler. Algunas veces puedo criticar, pero siempre obediente.

-Pues en mi caso es lo contrario: no critico... y no soy obediente.

-Ah, mais c'est un mot! Yo, si me lo permite, repetir esa frase a mi amigo Ladislas, vous savez, que est escribiendo una novela sobre la alta sociedad y ya me ley algunas partes. Ser fascinante! Nous aurons enfin le grand monde russe peint par lu mme.

-Dnde se publicar?

-Evidentemente, en El heraldo ruso. Es nuestra Revue des Deux Mondes. Veo que la lee.

-S, pero en los ltimos tiempos ha estado muy aburrida.

-Quiz... quiz... Y El heraldo ruso tambin, hace algn tiempo, por usar una expresin vulgar, es algo tostn.

Kalomitsev sonri abiertamente. Le divirti haber dicho la palabra tostn.

-Mais c'est un journal qui se respecte -continu-. Y eso es lo principal. Lamento tener que decrselo, pero... la literatura rusa me interesa poco. Es todo tan horriblemente vulgar actualmente. Hemos llegado al punto en que la protagonista de una novela es una cocinera, parole d'honneur! Pero la novela de Ladislas, s, esa s la leer. Il y aura le pett mot pour rre... y tendr objetivo. Objetivo! Los nihilistas sern aplastados... y en eso estoy de acuerdo con el pensamiento de Ladislas, qui est tras correct.

-Lo que ya no puede decirse de su pasado -observ la seora Sipiaguin.

Ah!Jetons un voile sur les erreurs de sa jeunesse! -exclam Kalomitsev, quitndose el otro guante.

La seora Sipiaguin entreabri los ojos y le mir con coquetera.

-Semin Petrvich -exclam-, puedo preguntarle por qu razn, cuando habla ruso, utiliza tantas palabras francesas? Me parece un poco pasado de moda, si me permite la observacin...

-Por qu? Por qu? No todos dominan magistralmente su idioma materno como, por ejemplo, Valentina Mijilovna. En cuanto a m, tengo un gran respeto por la lengua rusa. No hay como el ruso para dar rdenes o para fines gubernamentales. Me gusta mantener el idioma puro! Me inclino ante Karamzn!... Pero el ruso, por decirlo as, como idioma de cada da... Cmo ser posible utilizarlo? Por ejemplo, cmo dira de repente, de tout l'heure: C'est un motes? Es una palabra? No!

-Yo dira: una expresin feliz.

Kalomitsev ri.

-Una expresin feliz! Mi querida Valentina Mijilovna! Realmente, no siente que... huele a instituto... que desapareci toda la sal?

-No me convence. Pero dnde est Marianna? Son el timbre y entr un criado.

-Mand llamar a Marianna. No se lo han dicho?

El criado iba a responder, cuando detrs de l, en la puerta, apareci una muchacha con una blusa amplia, oscura, y con el pelo corto. Era Marianna Vikntievna Sinitskaia, sobrina de Sipiaguin por el lado materno.

VI

PERDON, Valentina Mijilovna -dijo Marianna acercndose-, estaba ocupada y me demor. Despus hizo una reverencia a Kalomitsev y, retirndose un poco de lado, se sent en un pequeo taburete cerca del papagayo que, tan pronto la vio, empez a aletear y a acercarse a ella.

-Por qu te sientas tan lejos, Marianna? -pregunt la seora Sipiaguin, que la haba seguido con la mirada hasta el taburete-. Quieres estar cerca de tu amiguito? Vea esto, Semin Petrvich -dijo ella, volvindose hacia Kalomitsev-, el papagayo est simplemente perdido de amores por nuestra Marianna...

-No me sorprende nada!

-Y a m no me soporta.

-Eso, s, es sorprendente! Quiz le haya reido?

-Nunca, al contrario. Incluso le doy terrones de azcar. Pero no come nada de mi mano. No... es un caso de simpata... y antipata...

Marianna mir severamente a la seora Sipiaguin... y la seora Sipiaguin le devolvi la mirada.

Aquellas dos mujeres no se gustaban.

Comparada con su ta, Marianna poda parecer casi grosera. Su rostro era redondo, con una nariz grande, aquilina, los ojos grises, tambin grandes y muy brillantes, cejas finas, labios finos. Su pelo era castao y espeso, y lo llevaba corto. Pareca tmida. Pero de todo su ser se desprenda algo fuerte e impetuoso, algo atrevido y apasionado. Tena las manos y los pies pequeos. Su cuerpo, bajo, fuerte y flexible, recordaba una estatuilla florentina del siglo XVI. Sus movimientos eran grciles y suaves.

La posicin de Sintskaia en la casa de Sipiaguin era bastante difcil. Su padre haba sido un hombre muy inteligente y progresista, de origen polaco, que haba llegado al puesto de general. Pero cuando se descubri que haba desviado fondos del cuartel... fue juzgado y condenado a la prdida del puesto, de la nobleza, y al exilio en Siberia. Despus fue indultado... Regres, pero no tuvo fuerzas para empezar de nuevo. Muri en la miseria. Su esposa, hermana de Sipiaguin, madre de Marianna (no tenan ms hijos que ella), no aguant el choque de la prdida de la posicin y muri poco despus que el marido. El to Sipiaguin recibi a Marianna en su casa. Pero a ella, vivir con esta dependencia le repugnaba; deseaba la libertad con todas las fuerzas de su alma tenaz, y entre ella y la ta herva una constante lucha latente. La seora Sipiaguin la consideraba una nihilista y una atea y, por su lado, Marianna odiaba a la ta por su involuntario despotismo. Evitaba al to, como evitaba a las dems personas. Las evitaba, pero no les tena miedo; su naturaleza no era cobarde.

-La antipata -repiti Kalomitsev-, es un sentimiento extrao. Todo el mundo sabe, por ejemplo, que yo soy un hombre profundamente religioso, ortodoxo, en toda la acepcin de la palabra, pero a la vista de la cabellera revoloteante de un cura... no puedo quedarme indiferente: en seguida me irrito.

Para ilustrarlo, Kalomitsev incluso levant dos veces las manos cerradas como si el pecho se le agitase.

-De una manera general, el pelo le molesta mucho, Semin Petrvich -observ Marianna-. Estoy segura de que tampoco le agrada verlo corto, como el mo.

La seora Sipiaguin levant las cejas lentamente y dej caer la cabeza, como sorprendida por la familiaridad con que hoy en da las muchachas se metan en las conversaciones, pero Kalomitsev sonri con condescendencia.

-Claro -dijo-, no puedo dejar de lamentar que unos bellos caracoles como los suyos, Marianna Vikntievna, caigan bajo las hojas impas de un par de tijeras, pero no me despiertan antipata: de cualquier manera...

su ejemplo incluso me podra... me podra... convertir!

Kalomitsev no encontraba la palabra rusa, pero no quera hablar francs despus de la observacin de la seora de la casa.

-Gracias a Dios, Marianna todava no usa gafas -observ la seora Sipiaguin-, y an no ha dejado de lado cuellos y puos, aunque desgraciadamente estudie ciencias naturales y se interese por cuestiones feministas... Verdad, Marianna?

Aquello era dicho con el fin evidente de molestarla, pero Marianna no se dej perturbar.

-S, ta -respondi-, leo todo lo que se escribe sobre esos problemas. Tengo que comprender lo que es esta cuestin.

-Eso es juventud! -exclam la seora Sipiaguin dirigindose a Kalomitsev-. Nosotros ya no nos ocupamos de esas cosas, verdad?

Kalomitsev sonri con simpata: tena que entrar en el juego de aquella seora tan amable.

-Marianna Vikntievna -continu l- an est llena de ideas... el romanticismo de la juventud... que... con el tiempo...

-Por otro lado, estoy siendo injusta para conmigo -le interrumpi la seora Sipiaguin-, pues esas cuestiones tambin me interesan. An no soy vieja.

-Tambin a mi me interesan -aadi Kalomitsev apresuradamente-. Lo que pasa es que yo prohibo que se hable de esas cosas.

Prohibe que se hable de eso? -interrumpi Marianna.

-S! Yo dira al pblico: Intersense a gusto... pero hablar... chitn! -y se puso un dedo en los labios-. Por lo menos, sin la menor duda, prohibira que se hablara de eso en la prensa!

La seora Sipiaguin sonri.

Qu? Tendra una comisin nombrada por los ministros para controlar esta cuestin?

-Naturalmente. No cree que decidiramos mejor nosotros que no todos esos gandules hambrientos que no ven ms all de sus narices e imaginan que son... genios? Podramos nombrar a Bors Andrievich como presidente.

La seora Sipiaguin ri an ms.

-Tiene que tener prudencia, porque Boris Andrech acostumbra a ser un poco jacobino...

-Jac, jac, jac -grit el papagayo.

Valentina Mijilovna agit el pauelo en su direccin.

-No interrumpas a las personas inteligentes cuando conversan!... Marianna, ensale buenas maneras.

Marianna se volvi hacia la jaula y empez a golpear suavemente con el dedo el cuello del papagayo, que en seguida se acerc a ella.

-S -continu la seora Sipiaguin-, Bors Andrech a menudo me sorprende incluso a m. Hay en l un talante... un talante... de tribuno.

-C'est parce qu'il est orateur! -exclam entusisticamente Kalomitsev en francs-. Su marido tiene el don de la palabra como nadie, y est acostumbrado...ses propres paroles le grisent y hay en l el deseo de popularidad... Sin embargo, actualmente est un poco preocupado, verdad? Il bonde? Eh?

La seora Sipiaguin puso los ojos en Marianna.

-Yo no me he dado cuenta de nada -dijo, despus de una corta pausa.

-S -continu Kalomitsev, pensativo-, por Pascua estaba un poco preocupado.

La seora Sipiaguin dirigi de nuevo la mirada hacia Marianna.

Kalomitsev sonri y entorn los ojos, dando a entender que comprenda.

-Marianna Vikntievna! -exclam l de golpe, con un tono de voz innecesariamente alto-. Este ao piensa dar de nuevo clases en la escuela?

Marianna respondi:

Y eso le interesa, Semin Petrvich?

-Sin duda, me interesa mucho.

-Prohibira eso?

-A los nihilistas les prohibira incluso pensar en escuelas. Pero con stas en manos del clero... incluso yo sera capaz de dirigir una!

-Mire, pues no s qu har este ao. El ao pasado fue todo tan mal. Y cmo se puede organizar una escuela en verano?

Mientras hablaba, Marianna estaba muy colorada, como si le costara un gran esfuerzo continuar. An se senta muy observada.

-No ests suficientemente preparada? -pregunt la seora Sipiaguin con irona en la voz.

-Quiz no.

Cmo? exclam de nuevo Kalomitsev-. Qu oigo? Oh dioses! Qu preparacin se necesita para ensear el abec a las hijas de los campesinos?

En ese momento, Kolia entr en la sala a grandes voces: Mam, mam! Pap ya llega!, y detrs de l, bambolendose en sus gruesas piernas, apareci una vieja de pelo blanco, sombrero y un chal amarillo, que tambin comunic que haba llegado Brenka.

La vieja era Anna Zajrovna, una ta de Sipiaguin. Todos corrieron a la entrada, bajo la escalera y hacia los peldaos de la puerta principal. Una larga alameda de pequeos abetos corra directamente hacia la carretera y por ella rodaba un carruaje de cuatro caballos. Valentina Mijilovna, de pie, delante de todos, agitaba un pauelo. Kolia gritaba de satisfaccin. El cochero detuvo calmosamente los caballos, que resollaban. Un criado baj del asiento y casi arranc la puerta del carruaje en su esfuerzo para abrirla. Y, con una sonrisa condescendiente en los labios, en los ojos, en todo el rostro, con un movimiento gracioso de hombros, dejando caer su capa, Boris Andrievich salt al suelo. Valentina Mijilovna le envolvi graciosamente el cuello con sus brazos y le bes tres veces. Kolia, pateando, tiraba de la chaqueta del padre... pero ste bes antes a Anna Zajrovna y, quitndose rpidamente el sombrero de cuadros, salud a Marianna y Kalomitsev, que haban llegado tambin a la puerta (Kalomitsev le dio un fuerte shakehands ingls, de badajo, como una campana tocando) y slo entonces se volvi hacia el hijo. Le cogi, levantndole por debajo de los brazos y se lo acerc al rostro.

Durante toda esta escena, Nezhdnov haba salido del carruaje inadvertidamente, como un culpable, y se haba quedado junto a la puerta del carruaje, sin quitarse el sombrero y observando todo por debajo de las cejas... Mientras haba estado abrazando a su marido, Valentina Mijilovna, haba mirado penetrantemente por encima de su hombro a aquel nuevo personaje. Sipiaguin ya la haba informado de que llevaba consigo un profesor.

Todo el grupo continu cambiando abrazos y apretones de mano con el seor de la casa, mientras suban la escalera, donde se alineaban, a ambos lados, los principales criados. No le besaron la mano -esa costumbre asitica haba sido abandonada haca mucho- y slo hicieron una reverencia respetuosa, pero Sipiaguin respondi ms con las cejas y la nariz que con la cabeza.

Nezhdnov tambin sigui al grupo escalera arriba. Inmediatamente despus de llegar al vestbulo, Sipiaguin, que ya le haba buscado con la mirada, le present a la mujer, a Anna Zajrovna y a Marianna, y dijo a Kolia:

-Es tu profesor. Debes escucharle! Estrchale la mano!

Kolia alarg tmidamente la mano a Nezhdnov, despus le mir fijamente pero, como no encontr evidentemente all nada de interesante, de nuevo se volvi hacia su pap. Nezhdnov se sinti incmodo, como en el teatro. Llevaba una chaqueta vieja, bastante simple; su rostro y sus manos estaban cubiertos de polvo del viaje. Valentina Mijilovna le dijo algo amablemente, pero l no comprendi y no contest, slo observ que ella era muy bella y abrazaba al marido con extraordinario afecto. No le gust el pelo rizado y lleno de pomada de Kolia y, cuando mir a Kalomitsev pens: Qu tipo tan lustroso!, y no prest ms atencin a los otros. Sipiaguin gir la cabeza dos veces con un gesto majestuoso, como observando sus penates, una pose que sentaba muy bien a sus largas patillas y a su cuello corto. Despus, con una voz alta y resonante, y algo ronca a causa del viaje, grit a uno de los criados:

-Ivn! Acompaa al seor profesor al cuarto verde y cuida de su equipaje -y explic a Nezhdnov que poda ir a descansar un poco y arreglarse, pues la cena era servida a las cinco en punto. Nezhdnov hizo una reverencia y sigui a Ivn al cuarto verde, que estaba en el segundo piso.

Todos se fueron a la sala de visitas. All, una vez ms se repitieron los saludos. Una vieja nodriza ciega apareci con una reverencia. Por consideracin a sus aos, Sipiaguin le dio la mano a besar y, pidiendo disculpas a Kalomitsev, se retir a su habitacin acompaado de la esposa.

VII

L cuarto al que Nezhdnov fue conducido era espacioso y limpio, y tena ventanas que daban al jardn. Estaban abiertas y una leve brisa agitaba las cortinas blancas, que revoloteaban como velas, y las dejaba caer de nuevo. Por el techo se deslizaban suave mente reflejos dorados; toda la habitacin estaba llena de la humedad fresca de la primavera. Nezhdnov empez por dispensar al criado. Despus sac sus cosas de la maleta, se lav y se visti. El viaje le haba agotado completamente. La presencia constante, durante dos das, de un extrao con quien convers mucho, le haba arruinado los nervios; una cierta amargura, que no era tedio ni mal humor, se haba acumulado misteriosamente dentro de su ser. Estaba furioso consigo mismo por su falta de coraje, pero el corazn le gema.

Se acerc a la ventana y mir hacia el jardn. Era un parque a la manera antigua, con la tierra muy negra, como ya no se vean cerca de Mosc. Se encontraba en una gran colina que bajaba en cuatro partes separadas: Delante de la casa, a unos doscientos pasos, haba un jardn con flores, paseos rectos de cascajo, grupos de acacias y lilas y bancales redondos. A la izquierda, pasada la puerta del establo, junto a la era, haba un pomar densamente poblado de manzanos, perales, ciruelos, morales y madroos. Delante mismo de la casa se extenda una gran alameda, cuadrada, de tilos. A la derecha una avenida de chopos plateados se extenda ante la vista; a travs de un grupo de sauces se avistaba un naranjal. Todo el parque estaba envuelto con sus primeras hojas verdes; an no se oa el zumbido fuerte de los insectos de verano; las hojas tiernas susurraban, los pinzones cantaban por all, dos trtolas arrullaban en un rbol, se oa un cuco solitario mudando cada vez de lugar; desde lejos, ms all de la laguna de la fbrica, vena el ruido agudo de los grajos, as como el crujido de las ruedas de un sinnmero de carros. Y, por encima de todo, flotaban soadoramente leves nubes, esparcindose como el pecho de un pjaro enorme y perezoso. Nezhdnov mir, escuch, y sorbi el aire fresco a travs de sus labios entreabiertos...

El desnimo casi le dej y le domin una gran serenidad.

Entretanto, abajo, en la habitacin, hablaban de l. Sipiaguin contaba a su mujer cmo le haba conocido y lo que le haba dicho el Prncipe G., as como las conversaciones que haban mantenido durante el viaje.

-Un muchacho listo -repiti-, y educado. Es cierto que es un revolucionario, pero sabes bien que para m eso no tiene importancia. Sea como fuere, esa gente tiene ambiciones. Y Kolia es demasiado pequeo para poder ser influido por esos disparates.

Valentina Mijilovna escuch al marido con afecto y al mismo tiempo con una sonrisa divertida, casi como si le estuviese contando una broma extraa y graciosa. Era muy agradable que su seigneur et maitre, un hombre tan respetable e importante, pudiera ser tan travieso, como si slo tuviera veinte aos. De pie delante del espejo, con una camisa blanca como la nieve y tirantes azules, Sipiaguin se cepillaba la cabeza a la manera inglesa, con dos cepillos, mientras Valentina Mijilovna, encogiendo los pies bajo el pequeo divn turco donde estaba sentada, empez a contarle cosas de la administracin de la casa, de la fbrica de papel, que -ah!- no iba tan bien como se poda esperar, del cocinero, que haba que cambiar, de la iglesia, cuyo estuco se haba cado, de Marianna, de Kalomitsev...

Entre marido y mujer haba la ms completa confianza y comprensin; ciertamente vivan en amor y armona, como se deca en los viejos tiempos; as, cuando Sipiaguin, despus de arreglarse, pidi galantemente las manos de Valentina Mijilovna, y ella se las alarg y vio, con orgullo y afecto, cmo l se las besaba una tras otra, el sentimiento que se expresaba en las caras de ambos era un sentimiento bello y autntico, aunque en ella brillasen un par de ojos dignos de Rafael, y en l los ojos normales de un simple funcionario.

A las cinco en punto, Nezhdnov baj para la cena, que fue anunciada no con una campanilla sino con un gong chino. Todos estaban ya reunidos en el comedor.

Sipiaguin de nuevo le salud desde detrs de su alta corbata y le mostr su plaza en la mesa, entre Anna Zajrovna y Kolia. Anna Zajrovna era una vieja solterona, hermana del padre de Sipiaguin; se desprenda de ella un olor de alcanfor, como de un vestido viejo, y tena un aire nervioso y abatido. Haca en la casa el papel de ama o aya de Kolia y de su rostro arrugado surgi una expresin de desagrado cuando Nezhdnov se sent entre ella y su pupilo. Kolia mir hacia el lado, a su nuevo vecino, y vio en seguida que el profesor estaba confuso y no muy relajado: no levantaba la cabeza y casi no coma nada. Kolia qued satisfecho pues tema que el profesor fuese severo y se enfadase. Valentina Mijilovna miraba tambin a Nezhdnov.

Parece un estudiante, pensaba ella, y sin experiencia de la sociedad, pero tiene una cara interesante y el color del cabello es original, como el de aquellos apstoles que los viejos maestros italianos siempre pintaban de rojo. Y tiene las manos finas.

Realmente todos miraban a Nezhdnov, pero tuvieron pena de l y le dejaron en paz de momento. El se dio cuenta de ello y qued satisfecho a la vez que furioso. Kalomitsev y Sipiaguin llevaban el peso de la conversacin. Hablaron del Consejo Rural, del gobernador, del impuesto de carreteras, de los campesinos que rediman las tierras, de conocidos comunes de Mosc y San Petersburgo, del instituto del seor Katkov que ahora estaba de moda, de la dificultad de encontrar personal, de multas y de daos causados por el ganado en los campos, incluso hablaron de Bismarck, de la guerra de 1866, y de Napolen III, que Kalomitsev apoyaba con todo entusiasmo. El joven chambeln exhibi las opiniones ms retrgradas y lleg al punto, jugueteando, claro, de proponer un brindis que un conocido suyo hizo en una fiesta de su santo: Bebo al nico principio que reconozco: el azote y Roederer!

Valentina Mijilovna frunci la frente y observ que aquella frase era de trs mauvais got. Sipiaguin expres, por el contrario, las opiniones ms liberales; refut delicadamente los argumentos de Kalomitsev e incluso se mof un poco de l.

-Su terror a la emancipacin, mi querido Semin Petrvich -le dijo-, me recuerda una nota que nuestro muy respetado Alexi Ivanych Tveritnov escribi en 1860 y que lea en todos los salones de San Petersburgo. Era particularmente notable una frase sobre el siervo liberado, que marchara por la faz de la patria con una antorcha en la mano. Debera haber visto a nuestro querido Alexi Ivnovich soplando con todas sus fuerzas y pestaeando sus ojos pequeos, cmo exclamaba con su boca de muchacho:.An-toorcha! Vendrn de antorcha! Bien, lleg la emancipacin... Dnde est ese mujik de antorcha?

-Tveritnov -dijo Kalomitsev, con simpata-, estaba equivocado slo con el mujik, pero hay otros.

A estas palabras, Nezhdnov, que hasta entonces apenas haba advertido a Marianna, que estaba sentada un poco ms adelante, cambi una mirada con ella y en seguida sinti que ambos, l y aquella muchacha solemne, tenan las mismas convicciones y el mismo pensamiento. Ella no le haba producido ninguna impresin cuando Sipiaguin les haba presentado; por qu motivo, pues, cambiaba ahora una mirada precisamente con ella? Se preguntaba si no era triste estar all sentado escuchando opiniones como aquellas y no protestar, y con su silencio dejar que los otros pensaran que l estaba de acuerdo. Nezhdnov mir de nuevo a Marianna y le pareci que en sus ojos encontraba la respuesta a su pregunta: Espera un poco, an no es el momento... no vale la pena... ms tarde... hay tiempo...

Se alegr de pensar que ella le comprenda. Continu escuchando la conversacin. Valentina Mijilovna apoyaba al marido y se mostraba an ms liberal, an ms radical que l. No comprenda, decididamente no comprenda, cmo un hombre joven y educado poda sostener ideas tan anticuadas.

-De todos modos -aadi-, estoy convencida de que dice estas cosas slo como pretexto para discutir. Qu le parece, Alexi Dmtrich? -se dirigi con una sonrisa amable a Nezhdnov (que se admir de que_ ella supiera su nombre y patronmico)-, s que no comparte las opiniones de Semin Petrvich: Boris me habl de las conversaciones que tuvo con l durante el viaje.

Nezhdnov se ruboriz, se inclin sobre el plato y murmur cualquier cosa imperceptible: no porque fuera tmido, pero no estaba acostumbrado a conversar con personajes tan importantes. La seora Sipiaguin continu sonrindole; el marido baj la cabeza aprobando... Entonces Kalomitsev puso, sin prisa, el monculo entre la rbita y la nariz y mir a aquel estudiante que se atreva a no compartir sus temores.

Bien, de esa manera era difcil turbar a Nezhdnov; por lo contrario, en seguida se enderez y fij la mirada en aquel funcionario de la alta sociedad y, tan instintivamente como haba sentido en Marianna a una camarada, en Kalomitsev sinti a un enemigo. Kalomitsev tuvo el mismo sentimiento; se quit el monculo, se gir e intent rer descuidadamente... pero no le sali bien. Slo Anna Zajrovna, que le adoraba secretamente, estaba mentalmente de su lado y se puso an ms furiosa con el indeseable vecino que la separaba de Kolia.

Poco despus la cena termin. Todos fueron a la terraza a tomar caf. Sipiaguin y Kalomitsev encendieron un puro cada uno. Sipiaguin ofreci a Nezhdnov un regalia autntico, pero ste lo rehus.

-Ah, s! -exclam Sipiaguin-. Olvid que slo fuma de sus cigarillos.

-Un gusto curioso -observ Kalomitsev entre dientes.

Nezhdnov por poco no revent. Conozco muy bien la diferencia entre un regalia y un cigarillo, pero no quiero depender de nadie, casi le salt de la lengua. Pero se contuvo; puso esta segunda insolencia a la cuenta de su enemigo.

-Marianna! -llam de golpe la seora Sipiaguin en voz alta-. No hagas cumplidos a causa del nuevo amigo... fuma tu cigarillo tranquilamente. Tanto ms -aadi ella, dirigindose a Nezhdnov-, que, segn parece, entre los vuestros todas las seoras fuman.

-E... exactamente -respondi Nezhdnov con sequedad. Fue la primera palabra que dirigi a la seora Sipiaguin.

-Yo no fumo -continu ella, entornando con galantera sus ojos de terciopelo-. Estoy anticuada.

Como para irritar a la ta, Marianna cogi, lenta y cuidadosamente, un cigarillo y una pequea caja de cerillas y empez a fumar. Nezhdnov tambin empez a fumar, despus de pedir lumbre a Marianna.

La tarde era magnfica. Kolia y Anna Zajrovna fueron hacia el jardn; los dems se quedaron an casi una hora en la terraza para disfrutar del fresco. La conversacin estaba muy animada... Kalomitsev condenaba la literatura; Sipiaguin se mostr liberal, insisti en la libertad e independencia de la literatura, seal su utilidad, incluso indic el ejemplo de Chateaubriand, a quien el Emperador Alexi Pvlovich haba otorgado la orden de San Andrs. Nezhdnov no tom parte en la discusin; Sipiaguin le observaba con una expresin de aprobacin por su modestia y, por otro lado, con sorpresa.

Despus pasaron a la sala de visitas para tomar el t.

-Aqu en casa, Alexi Dmtrich -dijo Sipiaguin a Nezhdnov-, hay el mal hbito de jugar a las cartas e incluso jugamos a un juego prohibido, la stukolka... No insisto en que tome parte... pero quiz Marianna quiera tocarnos algo al piano. Espero que le guste la msica. Y, sin esperar respuesta, Sipiaguin cogi una baraja de naipes. Marianna se sent al piano y toc, ni bien ni mal, algunas romanzas sin palabras de Mendelssohn.

-Charmant! Charmant! Quel touch! -gritaba de vez en cuando Kalomitsev, pero la exclamacin era slo fruto de la delicadeza. A Nezhdnov, en contra de la esperanza manifestada por Sipiaguin, no le gustaba la msica.

Mientras, Sipiaguin y su esposa, Kalomitsev y Anna Zajrovna, se sentaron para jugar a cartas... Kolia vino a despedirse y, habiendo recibido la bendicin de los padres y un gran vaso de leche con t, se fue a la cama; el padre le llam an para decirle que maana empezaran sus clases con Alexi Dmtrich. Poco despus, al ver que Nezhdnov estaba desocupado por la sala y hojeaba sin inters los lbumes fotogrficos, Sipiaguin le dijo que no hiciera cumplidos y se fuese a descansar, pues seguro que estaba fatigado del viaje y que en su casa la principal divisa era la libertad.

Nezhdnov aprovech esta oportunidad y, haciendo una reverencia a todos, sali. En la puerta, top con Marianna y, mirndola de nuevo a los ojos, qued convencido de que seran camaradas, aunque ella no slo no le hubiese sonredo sino que incluso le frunci la frente.

Fue a su habitacin, que estaba rebosante de una suave frescura: la ventana haba estado abierta todo el da. En el jardn de delante, un ruiseor haca or su trino alto y suave; en el cielo nocturno, nublado y caliente, la luna brillaba sobre la copa redonda de los tilos. Nezhdnov encendi una vela; una mariposa nocturna gris vino del jardn oscuro directamente hacia la llama, vol a su alrededor, mientras la brisa soplaba y agitaba la llama azulamarillenta.

-Es extrao! -pens Nezhdnov, ya en la cama-. Esta gente... parecen buenas personas, liberales, incluso humanos... pero estoy tan confuso. El chambeln... Bien, la maana es ms sensata que la noche... Sentimentalismos no sirven.

Pero en ese momento, fuera, el guardia de la finca golpe con fuerza su bastn y grit:

-Estoy... aqu!

-Atencin! -le respondi otra voz triste.

-Ah, Dios mo! Es como estar en una crcel!

VIII

NZHDNOV se despert temprano y, sin esperar a que el criado apareciera, se visti y se fue al gran jardn, bello y bien cuidado. Algunos jornaleros rastrillaban los paseos; por entre los arbustos verdes se vean los pauelos rojos en las cabezas de las muchachas campesinas con rastrillos. Nezhdnov fue hasta el lago: la niebla matinal ya se haba levantado, slo algunas curvas de sus mrgenes an estaban ocultas. El sol, todava bajo, lanzaba una luz rosada sobre el metlico sedoso de su gran superficie. Cinco carpinteros estaban ocupados con la balsa; un barco pintado haca poco se balanceaba de un lado a otro, creando una leve ondulacin en el agua. Las voces de los hombres sonaban poco y con un tono preocupado; todo estaba inmerso en la calma de la maana, y todos estaban ocupados con el trabajo matinal, todo daba una sensacin de orden y regularidad en la vida cotidiana. Y de golpe, en el otro extremo de la alameda, avist a la encarnacin misma del orden y la regularidad: Sipiaguin, que se acercaba.

Llevaba una chaqueta marrn, como si fuera una bata, y un sombrero de cuadros; se apoyaba en un bastn ingls de bamb, y su rostro acabado de afeitar respiraba satisfaccin; inspeccionaba su propiedad. Sipiaguin salud amablemente a Nezhdnov.

-Ah! exclam-. Veo que es un joven madrugador! -evidentemente con eso quera no tanto expresar con un tpico su aprobacin, sino destacar el hecho de que Nezhdnov, como l mismo, no se quedaba mucho tiempo en la cama-. A las ocho todos tomamos t en el comedor y a las doce almorzamos. A las diez dar su primera clase de ruso a Kolia y a a las dos la de historia. Maana, 9 de mayo, es el da de su nombre y no habr clases, pero me gustara que empezaran hoy.

Nezhdnov baj la cabeza y Sipiaguin se despidi a la manera francesa, esto es, levantando varias veces muy deprisa la mano hacia los labios y a la nariz, y sigui su camino silbando y agitando el bastn enrgicamente, no como un funcionario o un dignatario importante sino como un buen country gentleman ruso.

Nezhdnov estuvo en el jardn hasta las ocho, disfrutando de la sombra de los viejos rboles, del aire fresco, del canto de los pjaros. El sonido del gong le llam y fue a encontrarse con todos en el comedor. Valentina Mijilovna le salud amistosamente. En su vestido matinal, le pareci verdaderamente bella. El rostro de Marianna tena su habitual expresin seria y severa. A las diez en punto empez la primera clase en presencia de Valentina Mijilovna, que pregunt antes a Nezhdnov si le molestaba y se qued todo el tiempo sentada y quieta. Kolia era un chico inteligente; despus de los inevitables primeros momentos de incertidumbre e incomodidad, la clase fue muy bien. Valentina Mijilovna qued claramente satisfecha con Nezhdnov y se dirigi a l varias veces con simpata. l resisti... aunque no demasiado. Valentina Mijilovna estuvo presente tambin en la segunda clase, la de historia de Rusia. Explic, con una sonrisa, que en este tema le hacia falta instruccin no menos que a Kolia, y estuvo igualmente quieta y callada como durante la primera clase. Entre las tres y las cinco, Nezhdnov se qued en su habitacin escribiendo cartas y sintindose... exactamente ni aburrido ni desesperado; sus nervios cansados se haban tranquilizado un poco. A la hora de la cena, estuvieron otra vez tensos, aunque Kalomitsev no haba aparecido y la actitud delicada de los seores de la casa no haba cambiado; pero esa misma atencin puso a Nezhdnov furioso. Para empeorar las cosas, su vecina, la vieja solterona Anna Zajrovna, estaba claramente enfadada, Marianna segua muy seria y el mismo Kolia ya le daba puntapis sin cumplidos bajo la mesa. Sipiaguin tambin parecia indispuesto. Estaba muy descontento con el administrador de la fbrica de papel, un alemn, que, sin embargo, cobraba un gran sueldo. Empez por insultar a todos los alemanes en general, despus anunci que era en cierta manera un eslavfilo, aunque no fantico, y se refiri a un joven ruso que, segn se deca, diriga de una manera excelente una fbrica perteneciente a un comerciante de la vecindad; tena muchas ganas de conocer a ese Solomin. Por la noche apareci Kalomitsev. Su propiedad estaba slo a diez verstas de Arzhnov, el pueblo de Sipiaguin. Apareci tambin un cierto juez de paz, un mayorazgo, del tipo tan admirablemente descrito por Lrmontov en sus conocidos versos:

Todo escondido tras la corbata, frac hasta los pies...

Bigote, voz temblorosa -y mirada triste.

Lleg otro vecino con aire abatido, desdentado, pero impecablemente vestido; lleg el mdico comarcal, un psimo mdico pero a quien le gustaba exhibirse con palabras difciles: afirmaba, por ejemplo, que prefera a Kkolnik antes que a Pshkin porque Kkolnik tena mucho protoplasma. Se sentaron a jugar a las cartas. Nezhdnov se retir a su habitacin y estuvo leyendo y escribiendo hasta la media noche.

El da siguiente, 9 de marzo, era el da del santo de Kolia. Tres carruajes descubiertos, con lacayos detrs, llevaron los seores a la misa, aunque la iglesia no estuviera a ms de un cuarto de versta. Todo tena un aire muy alegre y festivo. Sipiaguin se acical a su manera; Valentina Mijilovna se puso un bello vestido parisiense lila plido y, en la iglesia, durante la misa, us un pequeo breviario forrado de terciopelo escarlata. Dicho breviario preocu