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TRAVESÍA TIERRA ADENTRO Jhenny Elena Zambrano Sierra

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TRAVESÍA TIERRA ADENTRO

Jhenny Elena Zambrano Sierra

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Dijo un día mamá mientras me abrazaba:

-¿Vas a ser una gran escritora?

Yo, solamente asentí.

Luego tomé nota de ese momento

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EL PLANETA AZUL.

Hubo un tiempo y un lugar en el que existió Solaris, su suelo, ese cascarón que

recubría el corazón del planeta era de colores azules, todos los tonos

imaginables entre los violetascasinegros y los turquesacasiblancos, un

espectáculo bellísimo, sin embargo, ya no es como lo fue en sus inicios…

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Al principio, Solaris fue una estrella pequeñita del

tamaño de una nuez, su corazón atraía el polvo

de las lunas de los otros planetas que pasaban

por su lado y así fue creciendo, tanto que luego

sería la casa de unos dioses muy particulares; los

dos primeros nacieron de dos fragmentos de la

estrella mayor que cayeron sobre el caparazón

de Solaris, uno se convirtió en Silentyus que tenía su

piel de color índigo, con unas betas turquesa del mismo

color de sus ojos que al mirarlos fijamente podía sentirse como si estuvieras siendo

abrazado por el universo entero en ellos se podía ver la danza de las estrellas, las

de los tiempos pasados y futuros. Del otro fragmento surgió Aleyian, una figura

esbelta, alta, con piel de un cristal duro de tonos morados y sus ojos violeta, de

ella se desprendía un aura que podía calmar cualquier alma solitaria, era luz en

todo lugar incluso en el corazón de Silentyus.

Ellos dos, los primeros habitantes de Solaris, aprendieron a crear y dar vida a todo

lo que imaginaban, Silentyus pasaba horas tallando delicadamente sus

creaciones en las rocas de Solaris, mientras Aleyian pasaba esas mismas horas

poniendo en el pensamiento de él las próximas piezas a crear, luego bastaba

con un beso de los dos para que la figura cobrara vida y desde ese

momento todo lo que necesitaran para vivir vendría

del suelo de Solaris. En ese juego clásico de los

dioses, Silentyus descubrió que podía además

crear el sonido, de su soplo venía la cualidad

de la palabra, mientras que del soplo de

Aleyian venía el amor y la lealtad, esa

devoción inquebrantable hacia todo aquel

capaz de tocar un corazón.

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La primera diosa que crearon fue Amentys, de piel blanca, cabello rojizo

ondulado, de ojos tan oscuros como el océano de la galaxia, de figura

incomparablemente bella, envidiablemente armónica, manos suaves e inquietas

y la juventud parecía haberse apoderado de ella. Amentys se había enamorado

de la única Luna que tenía Solaris, había perdido por completo la razón al

parecer vagando por todo el planeta persiguiéndola, y viendo como noche a

noche la Luna perdía un pedazo de sí hasta desaparecer por completo, ella

solamente podía preguntarse si acaso aquella majestuosa pureza se había

olvidado de su incondicional y devota seguidora, si en verdad se marcharía

eternamente, si era posible que no hubiese notado que ella seguiría noche a

noche mirándola tan fija y maravillada, Amentys no lo sabría nunca, al igual que

no sabía que sus años habían dejado de correr presurosos hace mucho tiempo.

En las noches de Luna nueva se sentía tan vacía e intranquila como una

partícula en medio del espacio, una sensación que se había repetido

incontablemente y aunque ya las había olvidado.

Caminando meditabunda,

desconsolada, con la mirada

perdida en la misma oscuridad

que le acompañaba, olvidaba

cómo su majestad Luna hacía

siempre lo mismo, que nunca

se iba, solamente giraba en su

trono de aire, no recordaba

que ésta desaparecía

solamente mientras buscaba en

los susurros del universo otro cuento,

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otra historia que contarle, para luego estar de nuevo frente a ella acariciándola,

observándola, otra vez con ese brillo blanco inmenso al tiempo que Amentys

creaba figurillas inspiradas en éstas historias. Ella tenía un poder particular e

insospechado que aprendió a controlar con la sabiduría de la Luna, ese poder

era la soledad y lo conjuraba con sus lágrimas, con ellas le dio vida a sus figurillas

que ya eran ejércitos completos de magos a quienes los habitantes de Solaris

llamaban poetas.

Los poetas nacían en las noches de Luna nueva en los brazos de Amentys, esas

noches en que la soledad lloraba de soledad intentando encontrar compañía.

Ellos tenían la capacidad de dar vida a los pensamientos de todos los seres del

universo, a los vivos y a los que ya no vivían, pues la magia de los poetas nunca

ha conocido la palabra olvido, capaces de las más bellas y conmovedoras

imágenes esculpían con la palabra, los colores, los sonidos, poco se sabe de los

límites de sus poderes porque siempre nace alguno que logra hacer lo que los

otros aún no, sin dudas, resultado del misterio y la profundidad de la soledad.

La siguiente fue Sientya, un ave gigantesca

dorada, las puntas de sus alas y su cola

eran de color turquesa e índigo,

Silentyus y Aleyian le habían dado

la capacidad de adivinar la

pregunta escondida en

cualquier pensamiento, la

respuesta correcta y aquella otra

que siempre se quiere escuchar

aun cuando no sea la correcta,

pero además fue dotada con todo

el conocimiento del universo desde el

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día en que dio su primer vuelo y fue alcanzada por un rayo de la estrella mayor.

De sus plumas caídas habían brotado muchos de sus hijos, eran pequeñas aves

que no podían volar porque sus cuerpos eran de piedra, estaban alrededor de

todo el planeta y les llamaban sabios; vivían encantando a todas los seres con

su sabiduría y parecían disfrutarlo, eran los consejeros del universo, algunos seres

los seguían con valor, a donde fueran sin rechistar, también habían otros que

parecían sentir curiosidad por todo lo que decían, sin embargo, optaban por

seguir su camino reflexionando cada palabra, también los había quienes de

otra manera parecían huir tan pronto les veían, lo cierto es que el conocimiento

siempre ha causa todo tipo de reacciones, los sabios simplemente saben y

pocas veces eligen a quién dar lo que saben, son otros los que deciden qué

escuchar y qué creer.

Luego fue creado Ángor, era un dragón rojo y toda su piel era de cristal e

irradiaba calor, era realmente bello, perfecto, sus padres le dieron la cualidad

del amor y de la música, producía sonidos guturales que podían

tranquilizar el sentir más afligido, furioso o

enloquecido y el calor de su piel

abrigaba acogiendo a quien se le

acercara. Su alma noble, tierna,

cálida, en realidad enamoraba,

era el reflejo del lado más

hermoso de sus padres, aún

cuando no producía palabras,

sus sonidos llegaban a cualquier

corazón como el de Amentys que

lo amaba profundamente, aunque

jamás tanto como a la Luna, pero le

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encantaba cómo la piel de Ángor era capaz de copiar en cada una de sus

escamas el brillo de la Luna llena, ella completamente feliz se dejaba abrazar

con la enorme cola de cristal, pues sentía como si miles de Lunas se posaran a su

alrededor cobijándola. Ángor había sido su único compañero y testigo de cada

una de sus angustias y alegrías y vio nacer a miles de poetas de los brazos de

Amentys, solo él podía ver el amor que salía de sus lágrimas.

Silentyus y Aleyian eran realmente felices, orgullosos de sus creaciones, de cómo

su consagrada unión había sido capaz de crear seres tan bellos. Jamás

sospecharían que algún día su mundo cambiaría tanto.

Todo ocurrió una noche en la que un gran planeta plateado muy brillante

llamado Ego, quien tenía un corazón de aire caliente de donde venía su vida,

había endurecido tanto su corteza que ni siquiera su propio centro podía

respirar. Mientras más duro se volvía su suelo, más caliente se hacía su aire y más

grande la necesidad de respirar. Ego estaba completamente deshabitado,

quería ser el planeta más fuerte, pues había visto

cómo otros planetas más pequeños y

más frágiles, aunque hermosos,

habían sucumbido ante el golpe

de los más grandes. Había

pasado su vida admirando la

dureza de la estrella mayor,

que era casi intocable y

cualquier golpe hubiera sido

devorado sin problema por el

líquido caliente que le recubría. Así

Ego llegó a ser una esfera sólida

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perfectamente lisa, muy rígida, igual de brillante que las Lunas de los otros

planetas, indudablemente no había nada más fuerte que su caparazón, sin

embargo, no pudo aguantar toda la fuerza que habitaba en su interior, así que

estalló en miles de fragmentos que alcanzaron casi todos los lugares y seres del

universo. Ego, hecho astillas llego a ser mucho más grande que cualquier otro

astro.

Por supuesto, Solaris no escapó de recibir los fragmentos de Ego que se posaron

en los grandes dioses y sus hijos, haciendo que alucinaran situaciones y cosas

que jamás habían sucedido. Ahora solo podían ver maldad, defectos y

carencias en los demás. Así Silentyus se sumió en una profunda ausencia de

sonidos y la luz de Aleyian no alcanzaba a iluminar tanta tristeza, él no volvió a

crear y parecía haber olvidado que una vez fue quien le regaló sus sonidos no

solamente a Solaris y a sus hijos, sino también a todo el universo, Silentuys dejó de

hablar, por más esfuerzo que hiciera, no lograba producir sonido alguno, así que

en un ataque de tristeza se prometió no volver a intentar hablar, tenía miedo de

que en algún intento él sonara mal, creía que si

tal vez solo se quedara quieto sin

mostrar señal de preocupación,

como si no sintiera

absolutamente nada, se

mantendría en secreto que

el dios del sonido ya no

podía producirlo.

Aleyian, por su lado, no podía

parar de llorar, el silencio de su

compañero se tornaba ahora en

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indiferencia, lo que para ella era injusto, haciendo que se lamentara por haberle

dado los mejores de sus pensamientos a Silentyus pues creía, ahora, que de ella

venían todas las mejores ideas y que nadie lo reconocía, pensó que era

demasiado leal y que él se había aprovechado de ella, que tal vez él la había

hechizado haciéndole callar todas sus inconformidades y que hasta ahora

estaba viendo las cosas como eran en realidad, tal vez era el momento de ser

leal a ella misma, pero también empezaba a sentir el peso de la distancia de

Silentyus, sus ojos estaban nublados y sentía una fuerte necesidad de

permanecer firme a su lado, estaba dispuesta a dejar a un lado sus

pensamientos negativos, ella permanecería fuerte para él y para sus hijos como

la diosa de la lealtad, sintiera lo que sintiera, ella estaría para siempre a su lado,

quizá esa innata capacidad con la que nació Aleyian de ver los defectos en los

otros como una cosa demasiado pequeña y su gran capacidad de exaltar la

virtud de cada ser, era lo que le hacía permanecer en pie, realmente Aleyian

había nacido para admirar con devoción las bondades de cualquier otro ser.

Amentys, quién se encontraba

escuchando a la Luna, envuelta en

la gran cola de cristal de Ángor,

no recibió ninguna astilla pero él

sí, la astilla cayó en el centro

de su frente, en un pequeño

espacio entre sus escamas,

Ángor no lo sintió, lo que en

realidad si sintió fue un gran susto

cuando de manera repentina dejó

de escuchar, no oía absolutamente

nada, ni las historias de la Luna, ni la risa de

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Amentys, ni sus propios sonidos. Ángor realmente enloqueció, sacudió su cabeza

y gritó muy fuerte arrojando bocanadas de fuego en todas direcciones, se

estremeció Solaris y todo lo que había a su alrededor. Amentys lo único que

pudo hacer fue colgarse en la parte de atrás de él, entre sus alas, donde no

podía ser alcanzada por el fuego, sin embargo, fue tanto el miedo que sintió

Ángor, que sus piel también empezó a arder, no había rastro de su ternura ni de

su nobleza, estaba completamente invadido por el miedo, sin sus sonidos

capaces de calmar los sentires más terribles se juzgaba vulnerable, la paranoia y

las alucinaciones le hacían disparar fuego a todas partes y su piel no dejaba de

arder, por lo que era imposible acercarse a él.

Ni siquiera Amentys podía calmarlo un poco, todo el tiempo él estaba alerta y

dispuesto a atacar mientras poco a poco sentía como crecía dentro de sí un

poder muy grande, ahora el amor con el que fue creado se convertía en orgullo

y altivez, veía con nitidez el lado oscuro de todos los seres y él tenía el suficiente

poder para detenerlos si alguno intentara hacerle daño, no daría una sola

oportunidad de que lo lograran.

Algo similar pasaba con Sientya, la esquirla de Ego cayó justo en su pecho que

ahora se hinchaba de orgullo, el universo entero sabe que el conocimiento es

poder, él al tenerlo todo, sería entonces el más poderoso de todos los dioses que

jamás se hubiera conocido, así que al igual que sus hijos los sabios empezaron a

hacer uso de lo que sabían, ahora daban las respuestas que todos quería

escuchar, fueron capaces de argumentar perfectamente sus respuestas

haciendo que la discordia entre los habitantes del universo y de Solaris creciera,

todo aquel que les hiciera una pregunta, quedaba hechizado por sus palabras,

convenciéndose de que esa era la verdad y poco a poco fueron alejándose de

la intuición con la que nacen todos los seres, no había ahora ninguna

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conversación que produjera nuevas ideas,

las conversaciones eran

confrontaciones interminables en las

que cada quién tenía la razón, así,

los seguidores de los sabios, esos

que les seguían con valor, se

volvieron mucho más aguerridos

y combativos, dispuestos a dar su

vida por la verdad que se había

sembrado en su corazón, aquellos

que alguna vez optaron por solo

escucharlos y reflexionar ahora estaban

concentrados en sus propias ideas, podían

pasar días enteros sin comer absolutamente nada, únicamente pensaban y

escribían teorías, leyes, tratados, absortos por completo con la mirada fija en sus

pensamientos y esos otros que parecían huir de los sabios y sus palabras, corrían

ahora de un lado para otro llevando y trayendo ideas como si se tratara de

chismes cualesquiera, aumentando la discordia y el malestar entre aquellos que

les escuchaban.

Ciertamente, Solaris estaba hecho un caos de envidias, odios, celos, silencios

llenos de tristeza y ruidos llenos de miedo, estaba muy lejos de ser el planeta

hermoso de colores azules en el que todos sus habitantes podían convivir

tranquilos. La única que parecía haberse salvado de los fragmentos de Ego, era

Amentys quien ahora se encontraba desconsolada porque la Luna, que también

había recibido una de esas esquirlas, solo contaba historias tristes, de odio,

terroríficas, historias que ya prefería no escuchar, fue eso lo que sacó a Amentys

de su amor cegador a la Luna. Ya no contaba con Ángor ni su calidez, ni su

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amor, él ahora era intocable y ella estaba decidida a encontrar un remedio

para la Luna y para el dragón, así que emprendió su viaje alrededor de Solaris en

busca de ayuda, ajena aún de lo que estaba sucediendo, empezó por sus

siempre fieles criaturas, los poetas, que para ese momento habían realizado las

más hermosas obras gracias a que los fragmentos de Ego habían acentuado sus

sentimientos de soledad.

Los poetas habían hecho cánticos, esculturas, poemas, pinturas, melodías, todas

nacidas de su soledad, de sus sensaciones agudizadas; Ego había logrado

aflorar en ellos la más grande gama de emociones y sensaciones, su creatividad

estaba embotada, era como si el peor momento de Solaris hubiese traído a sus

manos y a sus almas la mejor de las musas. Amentys más enamorada que nunca,

ahora de sus poetas, les pidió reunirse, en conjunto parecían un una galaxia,

ellos las estrellas, ella el sol. Les contó lo que le sucedía a la Luna y a su hermano

Ángor pidiéndoles que en su infinito poder de crear, hicieran una cura para ellos,

pero varios le explicaron que no solo la Luna y el dragón actuaban extraño, sino

que todos los demás también, todo Solaris parecía haber sufrido un daño terrible,

ellos, siendo los más pacientes y sabios observadores, concluyeron que eso era

producto de Ego.

Pasaron unos días más en los que Amentys y sus poetas deliberaban sobre algún

plan que lograra disipar el poder de Ego, sus eternas memorias recordaron que

una vez, en alguna clase de pacto, todos los habitantes de Solaris obtendrían lo

esencial para vivir desde el corazón de éste. Así pues, una noche de luna nueva,

absolutamente oscura, se reunió Amentys con su gran ejército de poetas y en

una especie de llamado se concentraron en buscar en una imagen interior esa

raíz que los mantenía unidos a Solaris. De pronto, el suelo empezó a temblar y

lejos de perder la calma, Amentys y los poetas comprendieron que su planeta los

escuchaba.

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En medio de ellos, justo al lado de Amentys, se empezó a abrir un agujero del

que emanaba una luz azul muy potente con una figura muy parecida a una

pequeña planta, fue creciendo con más fuerza sin detenerse. En ellos también

crecía al mismo tiempo una tranquilidad que no habían experimentado en su

vida, no fueron necesarias las palabras pues el vínculo entre todos era muy

fuerte, transparente y un montón de imágenes de la vida se Solaris en el pasado

y en el futuro empezó a rodar por sus pensamientos. Luego todo empezó a

ocurrir. Ésta gigante luz abrió sus brazos mirando con ternura hacia abajo

mientras que todos los demás, como atendiendo a un llamado muy superior,

volteaban a verle con una mirada que mostraba culpa, miedo y algo de

vergüenza.

Ésta luz que era el alma misma de

Solaris, se expandió alrededor del

gran caparazón que le recubría y

en él a todas sus criaturas, giró

con mucha fuerza alrededor de sí

misma, los granes dioses se

convirtieron en estatuas de cristal

blanco y luego en pequeñas

partículas que se mezclaron con los

fragmentos de Ego, de ella se

formarían todas las cosas del nuevo

planeta que recibiría el nombre de Tierra, el planeta

azul. Amentys de pie y a un lado de la raíz de aquella poderosa luz se deshizo

por completo y no fue una lágrima sino un inmenso océano lo que surgió de ella,

siendo sus hijos, los poetas, los únicos que permanecieron intactos, fueron los

primeros seres de éste lugar.

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Ellos, que nunca han conocido la palabra olvido, nacidos en las noches de luna

nueva, cuando la soledad llora de soledad, le hicieron la promesa de

conmemorarla siempre, por lo que no es de extrañar que cada vez que alguien

queriendo encontrar la calma de la soledad, emprenda un camino hacia el

agua, de la lluvia, del mar, de los ríos. Es por ello que siempre en cada corazón

habita un poeta que recuerda y que crea, y aún cuando no se sintiera capaz de

crear, habrá una imagen lanzada a éste tejido de memorias que se posará en

otra mano, en otra voz y ella será viva en cualquier parte del universo, en algún

alma, que rindiendo tributo a la soledad, a esa que todos llevamos dentro y nos

hace libres, que es testigo y guardiana viva de lo más sincero que hay en cada

ser, que además es hija del silencio y la lealtad, hermana del amor y del

conocimiento, madre de los poetas, ha recordado que somos universo, nacimos

de él y volvemos a él siendo recuerdo eterno.

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LA MUJER DE ARENA.

Venía de esa calle oscura, mojada, llena de lágrimas, soledades, olvidos y pasos

ebrios. Esa calle donde camina el amor indigno, mendigo de un capitán de

barco ciego.

Ya al borde del puente en plena oscuridad, contemplando la noche, las luces

de los carros y el vacío, en una noche fría que hacía juego con la tristeza, la

nostalgia y la amargura, al borde de la vida fumo el último suspiro y se dejó caer.

La mujer de arena se quebró en tantos pedazos que fue imposible adivinar que

alguna vez tuvo forma de mujer.

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UN PAR DE EXTRAÑOS.

Él era extraño, pensó. Lo veía como a un hombre luchando contra una marea

invisible para verse como un hombre cualquiera, su mirada estaba clavada a

algún libreto que sus gestos no lograban interpretar.

Al borde del saludo al sol, casi se habían convencido de ser un par de humanos,

en una situación y en una noche corriente, hasta que Ella se aventuró a contar

algo: ¿has oído hablar de los gigantes de pascua?. Él no dijo nada. Ella continuó:

una vez soñé que el primer paseo al que sus papás los llevaron cuando niños, fue

a Egipto, estaban felices porque amaban la arena....

De repente, la mirada de Él se salió de su libreto imaginario y por fin coincidió

con todos sus gestos, pidiendo silencio Él continuó: ...en ese viaje, tardaron horas

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jugando a hacer castillos en la arena, hicieron tres muy grandes, puntiagudos y

no descansaron hasta dejarlos perfectos. Los gigantes de Pascua, ya adultos,

siguieron jugando con la arena a enterrar sus cuerpos hasta la altura del cuello,

la última vez lo hicieron todos juntos y no pudieron salir nunca más.

Ella sonrió, y se dijo victoriosa y en silencio "¡lo sabía!", Él también sonrío perplejo,

ahora había alguien que literalmente y lejos de cualquier romanticismo

compartía sus sueños sin tacharlo de excéntrico. El sol pasó tres veces sobre sus

cabezas, mientras hablaban de sus sueños favoritos, de los personajes horribles

como los gigantes de hielo que jugando a tirar piedras al mar del la galaxia,

habían arrojado una que había terminado con la vida de los primeros seres del

planeta azul y desportillado una canica blanca que estaba a su lado. Fue ese el

primer encuentro de dos hijos de los dioses, en sus sueños tenían grabados todos

los grandes misterios de la humanidad.

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CONJUNTOS VACÍOS.

En el cuaderno de Jacobo la lección de conjuntos: nueve flores, cinco

manzanas, tres lápices, un perrito y ocho árboles.

En la cabeza de Jacobo una historia: los árboles verdes, sus manzanas rojas, sus

flores de muchos colores, tres lápices hijos del manzano mayor y el perrito “guau,

guau”, con más fuerza “¡¡GUAU!!”.

La clase sin tiempo, la maestra sin paciencia, los conjuntos vacíos. En el

cuaderno una carita triste, una nota a sus padres y una historia secreta.

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¡INDEPENDENCIA!

Aquel día, bajo un fuerte sol de verano, el balón de parches negros y blancos

intentó huir de nuevo. Corrió loma abajo porque estaba cansado de su trajinada

vida, y de su fracaso en los diálogos con los pies de los muchachos que no le

daban tregua.

Corrió lejos, e inspirado en los aviones del desfile de independencia, el 20 de

Julio del año pasado, dio un último salto contra la llanta de un camión, tomó

mucho aire y estalló feliz. Sonó como otro taco de pólvora en el cielo. Fue su

grito de libertad.

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ADIÓS

Anoche lloré con dios.

De nuevo silencio, de nuevo nada.

Anoche lloré con dios.

mientras el callaba yo me ahogaba

en un mar de inquisiciones y sinsalidas.

Anoche lloré y dios estaba.

Como si se tratara de una sumatoria de soledades,

se sentó a la derecha de la mía.

Aquí frente a la iglesia,

sin poder entrar porque el pecado y la culpa

me han cerrado el paso.

Aquí, en frente, como alma perdida

en el limbo de esta tierra fría,

incapaz de ir a otro lugar,

ni adentro ni afuera,

esperando que la divinidad

alcanzara a cubrirme al otro lado de la pared.

Fue aquí, en la iglesia, donde dios me miró

desde su lugar más preciado –arriba-,

en las alturas, en silencio como siempre,

desde el podio del amor celestial

humanamente consagrado.

En silencio y apenado de éste despojo de mujer

hoy me mira de frente,

no sé si él ha caído

o yo ahora cuelgo en otra cruz.

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SUEÑOS

Te desee soñando,

te soñé deseando.

Soñando el amor,

deseando el amor.

Te soñaba viva, te soñaba feliz.

Sonreías en el revoloteo de una mariposa,

vivías en la lágrima de savia del árbol,

sonreías en el viento acunando sus hojas,

vivías en la humedad bajo las rocas.

Te deseaba eterna, te deseaba silenciosa.

Permanecías perfecta, viva, feliz.

Hablaban tus manos, tu cuerpo, tu aliento,

permanecías en el aire, en la savia, húmeda.

Hablaban tu alma, la mía, tus ojos, mi boca.

Te desee soñándome,

te soñé deseándome.

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REFLEJO

Me han preguntado de nuevo por ti

y de nuevo enmudecí con todas las palabras en mi boca.

¿Pero a caso qué es lo que debo decir?

Si en éste lugar de espanto, plagado de razones

¡Concretamente eres todo y nada a la vez!

¿Cómo conjugarte en una sola expresión?

Si eres una infinidad de opuestos.

Así que he respondido desconfiada y perpleja:

La soledad es espejo, es ficción, es reflejo.

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ROJO

Como la rabia que se cernía en su piel

Como los ojos cristalizados ya sin lágrimas

Como la mancha temporal de la piel

Como el aire que se corta suplicando.

Rojo como el amor, como la sangre.

Como el miedo envuelto en golpes

Como el veneno de las palabras

Como la incertidumbre

Como el silencio que golpea en el alma

Rojo como el amor, como la sangre.

Rojo el dolor cansado, el odio vencido,

el corazón que pide tregua,

la pregunta con respuesta,

la voz que no tiembla, un grito sin eco,

una advertencia caducada,

la cadena de un pacto mudo ahora rota.

Rojo el amor, el abrazo que se extiende

y suena en el alma como perdón sincero,

el final necesario,

el hielo roto entre dos que se quieren,

la palabra que comprende,

los ojos que se cierran alegres.

Rojo como la sangre que hoy nos llama,

porque somos uno, porque lo hemos sido,

porque lo seremos.

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Te diría ahora mamá

que aún no lo sé

pero mientras lo descubro

sígueme abrazando

mientras tanto mi corazón y mi mano

toman nota de éste infinito momento.