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Facultad de Filosofía y Letras Trabajo de Fin de Grado El nacimiento del castellano como lengua de cultura. Grado en Filología Hispánica Tutor: DR. ANTONIO MARTÍNEZ GONZÁLEZ ADORACIÓN BENITO ANDREU Curso académico 2014_2015 Convocatoria de junio (ordinaria)

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Grado en Filología Hispánica

F a c u l t a d d e F i l o s o f í a y L e t r a s

Trabajo de Fin de Grado

El nacimiento del castellano como lengua de cultura.

Grado en Filología Hispánica

Tutor: DR. ANTONIO MARTÍNEZ GONZÁLEZ

ADORACIÓN BENITO ANDREU

Curso académico 2014_2015

Convocatoria de junio (ordinaria)

DECLARACIÓN DE AUTORÍA Y ORIGINALIDAD DEL TRABAJO FIN DE GRADO

Yo, ADORACIÓN BENITO ANDREU, con documento de identificación 45606968, y

estudiante del Grado en Filología Hispánica de la Facultad de Filosofía y Letras de la

Universidad de Granada, en relación con el Trabajo Fin de Grado presentado para su defensa y

evaluación en el curso 2014-2015 declara que asume la originalidad de dicho trabajo, entendida

en el sentido de que no ha utilizado fuentes sin citarlas debidamente.

Granada, a 19 de mayo de 2015

Fdo.: ADORACIÓN BENITO ANDREU

1

ÍNDICE.

1. Introducción. ............................................................................................................................. 2

2. Alfonso X el Sabio. ................................................................................................................... 3

2.1. Idea estilística de Alfonso el Sabio. ................................................................................... 5

3. La primera modalidad estándar del español. ............................................................................. 7

3.1. Cuestión del idioma: «castellano derecho» ....................................................................... 9

3.2. Español, lenguaje de España. .......................................................................................... 10

3.3. Preponderancia del castellano. ........................................................................................ 11

4. El estilo personal de Don Juan Manuel y de El Marqués de Santillana. ................................ 11

5. Los albores del humanismo. ................................................................................................... 12

5.1. Conceptismo poético del Cancionero General. .............................................................. 14

6. La época de los reyes católicos y el Humanismo. .................................................................. 14

6.1. El castellano, objeto de atención y estudio. De Villena a Nebrija. .................................. 16

6.2. Vida y obra de Antonio de Nebrija. ................................................................................. 17

7. Difusión del español en el Renacimiento y en la Época Barroca. .......................................... 20

8. Conclusión. ............................................................................................................................. 21

9. Bibliografía. ............................................................................................................................ 24

Consultas en web. ....................................................................................................................... 24

10. Memoria individual. ................................................................................................................ 25

2

1. Introducción.

El nacimiento de una lengua es un proceso muy complejo de evolución, lento y costoso,

que conlleva sus años de adaptación hasta la llegada de su fijación y la creación de una norma

lingüística relativamente homogénea y más general para sus gentes.

Este mismo proceso sufrió el castellano desde su nacimiento, puesto que se constituyó en

sus inicios como un dialecto original e independiente. El dialecto castellano poseía lo que

muchos dialectos de la Península no tenían en dicha época, dinamismo. Esta particular

característica es lo que hacía que rebasara sobre el resto de dialectos presentes en ese momento.

Este permitía ir más allá, mientras que otros dialectos se detuvieron y dejaron de evolucionar, él

mismo seguirá su progreso dando lugar al castellano que se forjará con el paso de los años como

lengua de cultura y como la lengua principal de la Península. Además, el castellano era un

dialecto seguro de sí mismo, mientras que otros dialectos dudaban dilatadamente en sus

elecciones lingüísticas entre la diversidad existente que estaba en confluencia.

La llegada del castellano a la escritura sufrió un proceso lento, ya que pocos rasgos se

dejan percibir en documentos del siglo X. Sus características orales más evidentes no empiezan a

darse con normalidad hasta mediados del siglo XI. Gracias a la intensa labor de Alfonso X el

Sabio es cuando verdaderamente se comienza a forjar un castellano auténtico, una lengua propia

de un país. Su preferencia hacia los textos romances, y la renuncia de escribirlos en latín,

responde a los deseos que tenía el rey en cuanto a la difusión de la cultura. El castellano nos va a

servir como medio de difusión por el cual transmitir toda esa cultura. La consecuencia principal

será la creación por parte de Alfonso X de la prosa castellana.

Tras esto, hacia finales del siglo XIV contaremos con la presencia de escritores

importantes que dejarán su huella a través de sus escritos y estilos. La prosa de Alfonso X será

perfeccionada en manos de Don Juan Manuel, el cual aportará su estilo más personal

preocupándose por la fiel transmisión de sus escritos. Él dice escribir en una lengua llana, más

simple, en cambio tenemos a otro buen autor, como es el Marqués de Santillana, el cual repudia

el estilo ‘plano’ de Don Juan Manuel, despreciando a todo aquel que no esté lo bastante bien

3

educado como para no entenderle. Es un autor que no se preocupa por la compresibilidad de sus

textos, ni por sus lectores; es un autor vuelto a la Edad Media.

Aproximadamente en estos años y a principios del siglo XV se comienza a tomar un

nuevo rumbo cultural, empieza a crecer el interés por el mundo antiguo, por el mundo

grecolatino. Para estos autores esa antigüedad no es solo una simple fuente de conocimiento, sino

un ideal que admiran profundamente y pretenden avivar, mientras que desprecian el mundo en el

que viven, la Edad Media para ellos es una época bárbara en comparación con el mundo clásico.

Cuando todo el interés se centraba en ese mundo grecolatino, admirando sus lenguas casi

perfectas para ellos, el romance que se utilizaba en esos momentos se calificaba de «rudo y

desierto», como nos decía el propio Juan de Mena.

Llega una de las épocas más importantes para el panorama cultural de la Península, la

época de los Reyes Católicos. La lengua en estos momentos esperaba ser fijada gramaticalmente.

La reina Isabel tuvo un papel muy importante respecto a la vida cultural del momento, fue una

gran animadora del panorama intelectual. En estos momentos se da una de las figuras humanistas

más representativas, Antonio de Nebrija, gran humanista del Renacimiento que se ganó un sitio

de honor en la historia de la lengua española ya que fue el primer autor que escribió la primera

gramática española en 1492 y más tarde en 1495 el primer vocabulario de nuestra lengua,

superior a los glosarios medievales escritos por estudiantes.

Este trabajo se ha centrado principalmente en el nacimiento del castellano como lengua de

cultura, en la formación de la lengua principal del imperio.

2. Alfonso X el Sabio.

Como dice Lapesa (2008: 208-212), el reinado de Alfonso X (1252-1284) es un período

de intensa actividad científica y literaria dirigida por el mismo rey.

Esta preferencia por un texto romance, absteniéndose de pasarlo al latín, respondía a los

afanes del monarca en punto a difusión de la cultura; pero es indudable que obedeció también a la

intervención de los judíos, poco amigos de la lengua litúrgica de los cristianos. La consecuencia

fue la creación de la prosa castellana. El esfuerzo aunado de la corte alfonsí dio como resultado

una ingente producción: las Cantigas, el más copioso cancionero dedicado a la Virgen; obras

jurídicas que culminan en el admirable código de las Siete Partidas; una historia de España, la

4

Primera Crónica General, y otra universal, la General Estoria; tratados de astronomía,

mineralogía y astrología (Saber de Astronomía, Lapidario, Libro de las Cruzes); obras relativas a

juegos y entretenimientos (Libro de Ajedrez), y una serie de traducciones y adaptaciones que, si

no proceden todas directamente del Rey Sabio, fueron hechas siguiendo su ejemplo, en la corte o

fuera de ella. Muerto Alfonso X, continuó la labor iniciada por él, y algunas de sus obras se

acabaron durante los reinados de sus sucesores.

Otras diferencias corresponden al cambio del gusto lingüístico según los tiempos: los 116

primeros capítulos de la Crónica General, compuestos hacia 1270, tienen arcaísmos que no

aparecen, con tanta intensidad por lo menos, en los capítulos restantes, escritos más tarde. La

diferencia entre unos y otros nos ilustra acerca de la fijación interna de la lengua a lo largo del

reino de Alfonso X. La parte más vieja de la Crónica presenta, como los textos del siglo XII o

principios del XIII, gran intensidad en la pérdida de la /-e/ final, que es muy general en los

pronombres enclíticos (dim ‘dime’); y ofrece también amalgamas fonéticas de palabras distintas

(nimbla ‘ni me la’ de Mio Cid). En las partes más recientes la lengua de la Crónica posee mayor

fijeza. Disminuye ostensiblemente la pérdida de /-e/ final, y sin llegar a una regularidad completa

(queda todavía alguna alternancia entre mont y monte, pris y prise, etc.), domina el

mantenimiento de la vocal en las palabras que hoy la conservan; desaparecen las formas

reducidas, -m, -t por me, te enclíticos, y amengua –s por se, quedando sólo abundante uso de –l

en lugar de le o lo. De igual modo tienden a eliminarse las alteraciones producidas por el contacto

fortuito de unas palabras con otras: no es tan frecuente ya encontrar tod esto o casos similares, y

faltan en absoluto los conglomerados como quemblo.

Desde las primeras obras que salen de su corte se advierte que los prólogos reales no

participan en algunos rasgos –como la apócope extrema de /-e/- que abundan en los textos

prologados. Pero en 1276 el monarca dio un paso más: descontento con la versión que sus

colaboradores habían hecho años antes del Libro de la Ochava Espera, resolvió darle él la forma

definitiva, para lo cual «tolló las razones que entendió eran sobejanas et dobladas et que non eran

en castellano drecho, et puso las otras que entendió que complían; et cuanto en el lenguaje,

endreçólo él por sise»: Alfonso X, por sí mismo, suprimió las repeticiones y enmendó la

expresión hasta conseguir la corrección pretendida.

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El «castellano drecho» era refractario a la apócope extrajerizante: aunque los

colaboradores regios de la General Estoria siguieran empleando en 1280 fuert, huest, yent, dix y

hasta lech, nief, laf ‘llave’ (probablemente por influjo de versiones bíblicas anteriores) y aunque

no falten doblet, baldrac, etc., en la nomenclatura del Libro de Acedrex, de 1283, el ejemplo del

rey contribuyó decisivamente a la reposición o adición de la vocal, triunfantes por completo en

tiempo de sus sucesores. Por otra parte ese «castellano drecho» respondía en general al gusto de

Burgos, pero con ciertas concesiones al lenguaje de Toledo y León. Algunos rasgos burgaleses

demasiado regionales, como el paso de /f-/> [h] (fijo-hijo). La reducción de –iello a –illo

(castiello-castillo) y la igualación de /v/ y /b/, quedaron todavía fuera de la lengua literaria,

deslizándose en ella subrepticiamente.

En cambio se incrementó la interposición de palabras entre el pronombre y el verbo (que

me non den; se de mí partió; que me tú diziés), menos desarrollada antes en Castilla y

característica de León, Galicia y Portugal. Toledo, donde con más frecuencia se hallaba la corte,

había eliminado ya los rasgos más salientes de su anterior dialecto mozárabe. No parece tener

base histórica la tradición, persistentemente alegada siglos más tarde, según la cual Alfonso X

ordenó que en los usos jurídicos el sentido de las palabras ambiguas o regionales se determinase

de acuerdo con el uso de Toledo; pero aunque no hubiera disposición legal del rey en tal sentido,

el habla toledana, castellanizada, pero sin los exclusivismos de la de Burgos o la Bureba, sirvió

de modelo en la nivelación lingüística del reino.

La grafía quedó sólidamente establecida; puede decirse que hasta el siglo XVI la

transcripción de los sonidos españoles se atiene a normas fijadas por la cancillería y los escritos

alfonsíes.

2.1.Idea estilística de Alfonso el Sabio.

Alfonso X hacía corrección personal de lo escrito por el colaborador que lo ayudaba. El

lenguaje lo enderezaba por sí mismo (por sise < sibi ipsi), y su principal cuidado es el de quitar

las palabras superfluas (sobejanas) o dobles; tal esmero de concisión fue muy estimado en la

generación siguiente por don Juan Manuel, quien lo hace resaltar cuando elogia el lenguaje del

rey de su tío: «et púsolo todo complido e por muy apuestas razones e en las menos que se podía

poner» (Menéndez Pidal, 2007: 528)

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La prosa alfonsí descuida aún muchos aspectos tocantes a su esmero por construir la

lengua escrita como algo decididamente distinto y superior al improvisado fluir de la prosa

hablada. De ella conserva la excesiva suspensión del sentido a través de largas series de

cláusulas, en vez de una más reflexiva estructuración del pensamiento repartido en agrupaciones

más cortas y lógicamente homogéneas. El hilo del discurso se prolonga persistentemente en

elemental yuxtaposición de ideas, enlazando coordinativamente multitud de oraciones, a elipsis,

que en la viveza de la lengua oral son claras, pero no lo son tanto en la lengua escrita, y, en

ocasiones, a anacolutos en la construcción de los períodos. (Menéndez Pidal, 2007: 529-530)

La lengua de sus obras científico-didácticas la llama a menudo nuestro lenguaje. Se

refiere con ello, claro está, a España y a sus habitantes, cuya Historia había comenzado a escribir

el Rey Sabio en su Estoria de Espanna. Sin embargo, España no se concibe apenas como una

unidad lingüística, y solo podemos ilustrar, por tanto, nuestros asertos con dos ejemplos, en los

que hace referencia al lenguaje de Espanna o al espannol.

El honor de haber dado el nombre al futuro idioma nacional recae sobre la provincia de

Castilla, y, por tanto, ya es lo más normal para Alfonso el Sabio hablar de nuestro lenguage de

Castiella o del castellano para referirse al idioma empleado en su obra no lírica. (Niederehe,

1987: 114-115)

Para Alfonso el Sabio, la cuestión lingüística no se plantea en términos de pro y contra (a

favor de la lengua popular, en contra del latín). Antes bien ha aprendido de las lenguas vecinas la

variedad de los medios de comunicación interregionales, ya que se discuten abiertamente –por

ejemplo- cuestiones de la lírica de corte en provenzal. Ya desde hace un siglo hay en Francia

obras monumentales en la lengua propia de la que también se sirven extranjeros como Marco

Polo y Brunetto Latini, que se encontraba por cierto tiempo en misión diplomática en su corte.

Pero la misma situación de la lengua española hacía difícil atenerse a la estricta

separación entre el latín –como lengua culta- y la lengua vulgar, la lengua de todos los días. Aquí

interviene un elemento nuevo: el árabe, en tanto que lengua erudita, cobra una importancia cada

vez mayor aun entre los mismos cristianos y promueve así una tendencia a entender la lengua

desde un punto de vista fundamentalmente pragmático y su uso como medio de expresión que se

rige por aquel a quien se dirige.

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Así, en tanto que no se tenía la intención de escribir una obra reservada al latín por

motivos de tradición, podía elegirse con toda libertad una lengua romance. (Niederehe, 1987:

117)

3. La primera modalidad estándar del español.

Como dice Penny (2002: 35-37), la actuación de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y

León (1252-1284), fue decisiva para la creación de la primera modalidad estándar del español.

Anteriormente, las reformas que se habían establecido en el Concilio de Burgos de 1080 (véase

Wright, 1982) habían dado lugar al empleo de un sistema gráfico que especificaba la

pronunciación del romance en contraste con las escritura latina; de este modo surgió el modelo de

escritura utilizado en los documentos y textos literarios del reino de Castilla, que se fue

afianzando progresivamente durante el siglo XII y la primera parte del siglo XIII. Sin embargo,

hasta la etapa de Alfonso X observamos que los escritos contienen bastantes dialectalismos

propios de la región del escritor o del copista, sin atenderse a una norma suprarregional. Así, el

Auto de los Reyes Magos, de finales del siglo XII, revela características del habla de Toledo

(quizás debido al contacto con el mozárabe) no compartidas por el resto del reino, mientras que el

Poema de mio Cid muestra un cierto número de hechos lingüísticos que permiten situar su

modalidad en el nordeste de Castilla. Lo mismo ocurre en los textos no literarios: el Fuero de

Madrid, que alcanzó su redacción final en 1202, se nos presenta con rasgos propios de Castilla la

Nueva.

Las particularidades regionales –y hasta las meramente normativas de las diferentes

escuelas de escribanos- desaparecerán paulatinamente durante la segunda mitad del siglo XIII,

como resultado del formidable trabajo de erudición (científico, historiográfico, legal y literario)

que realizan el rey y sus colaboradores. Por un lado, la utilización que se hace del castellano en

esta ingente tarea cultural proporciona gran prestigio a esta lengua, lo que contrasta con la

situación de otras variedades romances peninsulares, como el leonés o el aragonés, que conocen

un cultivo literario muy restringido. Por otro lado, la preocupación del monarca por la

«corrección» lingüística de la vasta producción erudita que había emprendido contribuyó

decisivamente a la elaboración de una forma estándar del castellano.

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Así pues, como acabamos de señalar, al final del reinado de Alfonzo X ha desaparecido,

en la práctica, cualquier regusto por reflejar las peculiaridades regionales en la manera de escribir

de los castellanos. El nuevo estándar literario suprarregional debió de basarse en la manera de

hablar de las clases altas de Toledo donde aquel castellano nacido en Burgos se extendió durante

la Reconquista de Castilla la Nueva.

Un hecho adicional de gran importancia para el éxito de este romance fue su constante

uso como lengua de la administración en el reinado de Alfonso el Sabio. Si durante el gobierno

del monarca anterior el latín había ido cediendo terreno, ahora es sustituido definitivamente por el

castellano. Por otro lado, esta lengua tenía la ventaja, frente al latín, el árabe o el hebreo, de ser

neutral para los creyentes de las tres religiones –cristiana, musulmana y hebrea- que convivían en

Castilla: de ahí su capacidad unificadora de las tres culturas. En este reinado los documentos de la

Cancillería regia se redactaron en una modalidad cada vez más estandarizada, de suerte que

servían como modelo de corrección en la escritura para quienes los leían, copiaban o imitaban.

El uso del castellano en los escritos científicos, legales y administrativos necesitaba el

desarrollo de sus recursos expresivos; por ello, la sintaxis se hace considerablemente más

compleja y sutil a lo largo del período alfonsí, en tanto el vocabulario se incrementa

enormemente, en parte mediante préstamos del latín y árabe, en parte mediante sus posibilidades

derivativas.

Con todo, no debe pensarse que el modelo de la corte toledana, que servía de base al

estándar escrito, había dado lugar también a un único estándar hablado. Otras ciudades

rivalizaban con Toledo, y la manera de hablar de sus clases cultas competía con la de la capital,

particularmente la de la recién conquistada Sevilla. Dicha ciudad andaluza fue, durante la

Reconquista y los siglos siguientes, la mayor del reino y la de la economía más floreciente; el

habla de sus elites debía de gozar, por tanto, de gran prestigio en su región. Este factor, junto con

su lejanía geográfica respecto a las ciudades centrales, fue la causa de la existencia de una lengua

hablada que, hasta cierto punto, pugnaba con la de Toledo; su norma se caracterizaba por unos

cuantos rasgos fonológicos, entre los que antes del XVI se incluyen el seseo, el yeísmo, la

conservación del fonema /h/ descendiente de F- latina, el debilitamiento de la /s/ implosiva y el

debilitamiento y confusión de /r/ y /l/ en final de sílaba. En el plano morfosintáctico, entre otras

características del español sevillano, figura la distinción etimológica de los pronombres lo y le, en

9

contraste con el español central, que era leísta. Además estas dos variedades presentaban, sin

duda, considerables diferencias léxicas que ahora difícilmente podemos reconstruir.

En síntesis: en el momento de la expansión del español fuera de la Península rivalizaban

dos normas principales, la de Toledo (reemplazada en el decenio de 1560 por la de Madrid) y la

de Sevilla (véase Penny, 2000: 118-128). Claro está que la variedad toledana y la sevillana no

gozarían de similar autoridad: Madrid, continuadora de Toledo, sirvió de norma a la literatura

española durante el Siglo de Oro. Sin embargo, ambas normas conocieron una situación más

pareja en las zonas extrapeninsulares a las que se extendió el español.

Fue también durante el Siglo de Oro cuando el castellano se convirtió en la lengua

literaria y culta de Galicia y de las zonas catalanohablantes, provocando la aparición en esas áreas

de fenómenos de bilingüismo; esta situación se fue agudizando progresivamente durante los

siglos siguientes, a casusa del uso casi exclusivo del español como lengua vehicular de la

educación. No obstante, desde mediados del XIX, el catalán y, en menor grado, el gallego han

recuperado su uso como lenguas literarias y de cultura –a pesar de su prohibición durante el

franquismo-. El vasco, que no llegó a plasmarse por escrito en la Edad Media, comenzó su

cultivo literario en el siglo XVI; actualmente coexiste con el castellano en Guipúzcoa, este de

Vizcaya, norte de Navarra y la franja septentrional de Álava.

3.1.Cuestión del idioma: «castellano derecho»

El rey ha declarado como norma lingüística el castellano drecho, pero no es fácil precisar

el alcance de esa declaración. Al hacerla, se emplean las palabras drecho, endreço aragonesas, en

vez de «derecho», «enderezó», y luego en el texto que sigue se hallan diseminadas algunas

palabras: agoas, fruito, yenero, yuñir, que todas son formas aragonesas, en vez de las castellanas:

«aguas», «frucho», «fruto», «enero», «uncir». El clérigo que escribió el Libro de la Ochava

Espera, donde se hallan esa declaración y esas palabras, sabemos que se llamaba Guillén

Arremón de Aspa, un aragonés por sus cuatro costados, pero procede del puerto de Aspa, en el

Pirineo al Norte de Jaca, y añade a la r- inicial de Remón la a- protética íbero-vasca. Este

Arremón deslizó esos aragonesismos en el libro astronómico, y el rey los dejó pasar,

considerándolos tolerables dentro del castellano drecho. Salvemos empero el atraso en que se

hallan los estudios alfonsíes; carecemos de una buena edición de los libros astronómicos; en otro

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pasaje de ellos, donde el editor de 1863 sigue un códice que pone «çerco drecho», el códice regio

complutense escribe «cerco derecho» (Menéndez Pidal, 2007: 531).

3.2.Español, lenguaje de España.

Como dice Menéndez Pidal (2007: 535-536), así los tres dialectos; leonés, aragonés y

castellano, que por lo demás tenían una evolución vocálica casi idéntica en oposición al gallego-

portugués y al catalán, se destacaban en el siglo XIII como un conjunto bastante uniforme,

representando ya el español común, la lengua más fecunda, la usada por los autores que en todo

tiempo más contribuyeron al desarrollo cultural de España, la lengua más extendida en la

Península y más generalmente conocida fuera. Como Castilla y León representaban a toda

España, y Alfonso X era el extranjero, por antonomasia, el Rex Hispaniae, también se

mencionaba un lenguaje espaignol.

Por esto, el Rey Sabio no solo usa las frecuentes denominaciones castellano, «proprio

romanz castellano», o el significativo aragonesismo «castellano drecho», sino que emplea

también español, «lenguaje de España»; o la simple antonomasia romanz. Esta mezcla de

denominaciones nos indica que el rey, aun implantando resueltamente la norma lingüística

castellana, la concebía con participación de los dialectos gemelos; no se sentía totalmente opuesto

a una idea análoga a la que Dante había de sostener: que la lengua común de Italia no fuese el

florentino ni el toscano, sino «el vulgar ilustre, áulico o curial» de todas las ciudades italianas, no

particular a ninguna de ellas. También Alfonso en la Partida Segunda propone como tipo de

lenguaje el curial, el de la corte, «en latín curia…corte, segund lenguaje de España», porque en la

corte se usan «las palabras buenas et apuestas» y se aprende la cortesía «así en dicho como de

fecho»; en los palacios se ejercita la conversación culta y distinguida, por eso es llamado

palanciano al que «se sabe guardar de palabras sobejanas et desapuestas». Pero Alfonso X, al

mezclar las calificaciones de lenguaje palanciano y cortés con las de castellano y español, está

más en la realidad de las cosas que Dante, cuando este desatiende la evidente supremacía del

toscano.

11

3.3.Preponderancia del castellano.

En adelante seguirán escribiéndose textos dialectales, tanto leoneses como aragoneses,

pero la acción de Alfonso X fue decisiva. La lengua común se extiende y afirma rápidamente,

sobre todo en León; los documentos notariales, lo mismo de Salamanca que de Asturias, a partir

de 1275, manifiestan una repentina preponderancia de rasgos comunes con el castellano y una

correspondiente disminución, muy rápida, de los más pronunciados rasgos leoneses o asturianos

que por tradición se venían conservando en la lengua escrita de esas regiones. El castellano actúa

cada vez más como guía de la evolución en los dialectos gemelos que habían precedido a Castilla

en la literatura escrita y que seguirán contribuyendo al enriquecimiento literario del lenguaje de

España, como contribuyeron los colaboradores aragoneses y leoneses del Rey Sabio (Menéndez

Pidal, 2007: 541).

4. El estilo personal de Don Juan Manuel y de El Marqués de Santillana.

Desde el segundo cuarto del siglo XIV la literatura castellana cuenta con escritores de

fuerte personalidad que dejan huella inconfundible en su respectivo estilo.

La prosa de Alfonso X se continúa y perfecciona en la obra de don Juan Manuel, que le da

acento más personal y reflexivo. Don Juan Manuel es el primer autor preocupado por la fiel

transmisión de sus escritos, que corrige de su propia mano, dejándolos en un monasterio para que

no le sean imputables los errores de copia. Es también el primero en tener conciencia de sus

procedimientos estilísticos: «Sabed que todas las razones son dichas por muy buenas palabras et

por los más fermosos latines que yo nunca oí decir en libro que fuese fecho en romance; et

poniendo declaradamente complida la razón que quiere decir, pónelo en las menos palabras que

pueden seer». El estilo de don Juan Manuel basado en la expresión selecta y concisa, era el que

convenía a su espíritu de grave moralista. Su frase es densa, cargada de intención, precisa. Pero

tal justeza no evita repeticiones debidas a la insistencia en el encadenamiento lógico: «et porque

cada hombre aprende mejor aquello de que más paga, por ende el que alguna cosa quiere

mostrar a otro, débegelo mostrar en la manera que entendiese que será más pagado el que lo ha

de aprender» (Lapesa, 2008: 217-218).

12

Don Juan Manuel dice escribir una lengua llana, porque escribe para legos. Santillana

repudia el estilo plano (así con nombre no llano, con el docto grupo de consonantes iniciales), y

desprecia al que no sea bastante instruido para entenderle

Si mi baxo estilo aún non es tan plano,

bien como querrían los que lo leyeron,

culpen sus ingenios, que jamás se dieron

a ver las estorias que toco y no esplano.

He aquí proclamado el sistema de las alusiones para entendidos, «tocadas» de paso y no

«esplanadas». En las épocas de afectación el escritor no se preocupa de la comprensibilidad; si el

lector no entiende, peor para él; la culpa es suya, como Santillana dice, y como repite Juan de

Lucena, quien al poner en boca del obispo Alonso de Cartagena la teoría de la latinización del

lenguaje, añade «fablemos romance perfecto y do será menester fablemos latino; qui lo entiende

lo entienda; e otro quede por necio».

El Marqués de Santillana aprecia bien la ruptura con el pasado, cuando en su Prohemio al

Condestable de Portugal (1449) tuvo la ocurrencia de esbozar una historia de la poesía de los

varios pueblos románicos cuatro siglos y medio antes que se volviese a pensar en lo mismo. En

ese Prohemio establece un corte profundo entre los autores del tiempo de la Cuaderna Vía y los

del Arte Mayor: los antiguos son trovadores o decidores, pero Francisco Imperial es el primero al

que juzga merecedor del título de poeta, y Fernán Manuel de Lando escribe también de poesía.

Ahora, teniendo entendido que, según explica Juan del Encima, entre trovador y poeta hay la

misma diferencia que entre soldado y capitán, entre siervo y señor, se comprende cuánto la época

del Arte Mayor desprecia a la de la Cuaderna Vía. La palabra poeta, que para Alfonso X era puro

latín y necesitaba declaración, fue puesta en uso hacia 1400 por la escuela sevillana, precisamente

buscando una distinción respecto del pasado (Menéndez Pidal, 2007: 616-617).

5. Los albores del humanismo.

En los últimos años del siglo XIV y primeros del XV se empiezan a observar síntomas de

un nuevo rumbo cultural. La conquista de Nápoles por Alfonso V de Aragón (1443) intensificó

las relaciones literarias con Italia. En Castilla, los paladines de la nueva orientación son, primero,

13

micer Francisco Imperial y don Enrique de Villena; después, el Marqués de Santillana y Juan de

Mena.

Al mismo tiempo crecía el interés por el mundo grecolatino, atestiguado ya en el último

tercio del siglo XIV por las traducciones de Fernández de Heredia y Ayala. Don Enrique de

Villena traslada la Eneida, y tanto su versión como sus nutridas glosas al poema virgiliano

dejaron larga huella en la literatura castellana. Juan de Mena puso en romance la Ilias latina, el

compendio homérico atribuido entonces a «Píndaro Tebano» (Lapesa, 2008: 231-232)

La antigüedad no es para los hombres del siglo XV simple materia de conocimiento, sino

ideal superior que admiran ciegamente y pretenden resucitar, mientras desdeñan la Edad Media

en que viven todavía y que se les antoja bárbara en comparación con el mundo clásico. Alfonso V

concierta una paz a cambio de un manuscrito de Tito Livio. Juan de Mena siente por la Ilíada una

veneración religiosa, llamando al poema homérico «sancta e seráphica obra». Cuando la atención

se ahincaba en las lenguas griega y latina, aureoladas de todas las perfecciones, el romance

parecía «rudo y desierto», según lo califica el mismo Juan de Mena.

Resultado de tanta admiración fue el intento de trasplantar al romance usos sintácticos

latinos sin dilucidar antes si encajaban o no dentro del sistema lingüístico del español.

La prosa busca amplitud y magnificencia, desarrollando las ideas de manera reposada y

profusa, y repitiéndolas a veces con términos equivalentes: «Cómmo, pues, o por quál manera,

señor muy virtuoso, estas sciencias hayan primeramente venido en mano de los romancistas o

vulgares creo sería difícil inquisición e una trabajosa pesquisa». 1

El latinismo alcanza todavía con más intensidad al vocabulario. Ávidos de mostrarse a la

altura de las nuevas maneras italianas, refinadas y sabias, los escritores introducen sin medida

enorme cantidad de palabras cultas. Muchos de los cultismos que saltan a la vista cuando

tomamos un fragmento de la época no resultan hoy extraños porque llegaron a arraigar, ya en el

lenguaje elevado, ya también en el habla llana; pero el aluvión latinista del siglo XV rebasaba las

posibilidades de absorción del idioma; muchos neologismos no consiguieron sedimentarse y

fueron olvidados pronto, como sucedió con geno, ultriz ‘vengadora’, sciente ‘sabio’, fruir

‘gozar’, punir ‘castigar’ y otros semejantes. (Lapesa, 2008: 233-235)

1 Santillana, Prohemio al Condestable de Portugal.

14

En la primera mitad del siglo XV pervivían en la lengua muchas inseguridades: no se

había llegado a la elección definitiva entre las distintas soluciones que en muchos casos

contendían. Así alternaban indiferentemente las grafías t y d finales, edat, voluntat y edad,

voluntad; la f- inicial de fazer, folgar, fuego, preferida por la literatura, luchaba con la [h]

aspirada de hazer, holgar, huego, dominantes en el habla; en Castilla la Vieja se extendía la

omisión de esta [h] (ebrero ‘febrero’). Se vacilaba entre dubda y duda, ome y hombre, judgar y

juzgar. (Lapesa, 2008: 237)

5.1.Conceptismo poético del Cancionero General.

Como la prosa de la Celestina representa una transición, acogiendo muchas formas

lingüísticas arcaizantes, muchos restos de retoricismo y primer culteranismo del tiempo de Juan

II, también en la poesía del Cancionero General de 1511 hallamos un tránsito en el lenguaje y en

el estilo literario, pues dentro del ambiente cortesano ni aún el mismo Jorge Manrique solía

adoptar la ejemplar llaneza de la famosa elegía. El estilo que más privaba consistía en un primer

conceptismo, anuncio del segundo que floreció en el siglo XVII. Los poetas contemporáneos de

los Reyes Católicos, coleccionados por el gran Cancionero, reaccionan mediante ese conceptismo

contra el retoricismo de antes, de igual modo que el conceptismo seiscentista combatirá al

gongorismo. Ellos, como los conceptistas de la época barroca, cultivan, por lo común, una

artificiosidad de pensamiento expresada con claridad de lenguaje. Así, ellos agradaron en la

época barroca a un poeta también de transición como Lope de Vega y a un conceptista como

Gracián. Lope en 1620 admira las «agudezas» y sutiles rasgos de ingenio que halla en los poetas

del Cancionero General, expresados con lengua clara, en contraposición con la poesía culterana,

llena de metáforas e hipérbatos. Gracián en 1648 cita a docenas muestras de agudeza en el mismo

Cancionero, llenas de «alma conceptuosa», oponiéndolas a la poesía gongorista, que todo su

cuidado pone en la cultedad del estilo y oscuridad de la frase. (Menéndez Pidal, 2007: 680)

6. La época de los reyes católicos y el Humanismo.

Esta lengua literaria, tanto prosística como poética, vacilante aún en conservar varios

sincretismos arcaizantes, mal olvidada aún del retoricismo, o empeñada en reacciones de

complicada agudeza, esperaba ser fijada gramaticalmente; necesitaba, conforme al verdadero

humanismo clarificar el desbordado caudal de erudición, algo turbio aún en La Celestina. En

15

ambas tareas debemos reconocer la parte que cupo a la reina Isabel, como animadora de la vida

cultural.

La reina ejercía sobre aquella sociedad muy directo influjo educativo. Ella fue gran

propagadora de la afición a las letras clásicas que la Celestina literaliza extendiéndola hasta las

clases más bajas. Cuando Nebrija publicó su Gramática latina en Salamanca (1481), Isabel se

puso a estudiar latín, y al año sabía ya traducirlo. Juan de Lucena, el empedernido retórico de la

época anterior, nos dice cómo aquella «muy resplandeciente Diana» cuidaba de restaurar la

latinidad de Castilla con igual afán que cuidaba de los campamentos y batallas en la guerra de

Granada o de la justicia en el gobierno y, comparándola a su hermano y antecesor Enrique IV,

exclama: «jugaba el rey, éramos todos tahúres; studiaba la reina, somos agora studiantes»; y en

efecto, todos querían emular con la laboriosidad erudita de la soberana. Ella, sin cejar en su

propósito con los años, en cuanto reconquistó Granada, encargó al humanista milanés Pedro

Mártir de Anghiera el educar a los jóvenes de la nobleza, y se preocupaba de amonestar a los

duques de Villahermosa y de Guimaraes, que no faltasen nunca a las lecciones. En 1495 asistían

a las clases cuarenta jóvenes, a quienes el viajero alemán Münzer oía recitar a Horacio y Juvenal.

El estudio de Pedro Mártir acompañada a la corte en Granada, en Zaragoza o en Madrid. El

primer Duque de Alba a los cincuenta años estudiaba las humanidades, y el Duque de Denia a los

cincuenta y seis empezó a aprender latín. (Menéndez Pidal, 2007: 681-682)

Esta afición al latín no se detenía, naturalmente, en el aspecto filológico, sino que buscaba

a través de las obras de la antigüedad el espíritu de aquellas culturas, con su peculiar concepto de

la vida, pero muy en particular el ejemplo de Roma para las nacientes ambiciones imperiales.

Entre estas contaba primordialmente la expansión del idioma. Imponiendo su lengua única, Roma

y España, por el mismo camino, tiende entonces a realizar idéntica universalidad idiomática en

las tierras de su imperio para que fuese a la par de la unificación política. Ante el ejemplo del rey

Fernando, que abandonaba las formas dialectales aragonesas, Aragón se dio al cultivo del

castellano lo mismo que Cataluña y Valencia. Numerosos poetas catalanes de la corte de

Alfonso V habían ya compuesto sus poesías en lengua castellana en el Cancionero de Stúñiga;

ahora son los poetas valencianos quienes cultivan la lengua de Castilla en el Cancionero General,

publicado en Valencia en 1511.

16

La conquista de Granada había planteado el problema de que los moros de aquel reino

usasen la lengua castellana; para ello, su primer Arzobispo, fray Hernando de Talavera, impulsó,

bajo la dirección del fraile Pedro de Alcalá, la publicación en 1505 de un Diccionario hispano-

árabe, primero que se componía en el mundo para traducir a ña arábiga una lengua moderna.

Idéntico problema, pero en proporción infinitamente mayor, se presentaba en relación con los

pobladores de América, a los que era fuerza enseñar la lengua de la metrópoli para llegar a su

auténtica incorporación.

He aquí, pues, de qué modo el ejemplo del latín, vehículo común de la Roma imperial,

impulsaba el idioma de Castilla por el camino de su expansión. En esta tarea encontraron los

Reyes un eficacísimo auxiliar en Elio Antonio de Nebrija. (Alborg, 1970: 518)

6.1.El castellano, objeto de atención y estudio. De Villena a Nebrija.

El enfrentamiento con las dificultades en las traducciones y el afán por crear nuevos

moldes expresivos hicieron reflexionar a los escritores sobre la lengua que aspiraban a ilustrar.

Villena traza en su Arte de trobar el primer esbozo de una fonética y ortografía castellanas, con

certeras observaciones a veces; en sus obras es frecuente –como antes en las alfonsíes- que un

término culto o poco conocido vaya acompañado por otro aclarador. La preocupación por la

sinonimia, por las diferencias de matiz semántico y por el sentido etimológico de las palabras se

manifiestan reiteradamente en el Oracional de don Alonso de Cartagena.

El proceso lingüístico de unificación y expansión coincidía con el afortunado momento

histórico en que las energías hasta entonces dispersas se congregaban para fructificar en

grandiosas empresas nacionales. En agosto de 1492, meses después de la rendición de Granada y

estando en viaje las naves de Colón, salía de la imprenta la Gramática castellana de Antonio de

Nebrija. El concepto de «artificio» o «arte», esto es, regulación gramatical, estaba reservado a la

enseñanza de las lenguas cultas, esto es, latín y griego: era una novedad aplicarlo a la lengua

vulgar, pues se creía que, aprendida de los labios maternos, bastaban la práctica y el buen sentido

para hablarla debidamente. Es cierto que – limitándonos a las lenguas romances – había habido

Donatos provenzales, y que desde fines del siglo XIII el uso del francés en la corte inglesa había

hecho necesario el empleo de manuales para que los anglosajones aprendieran algo de la

pronunciación, grafía, elementos gramaticales y léxico franceses. Pero estos tratados

rudimentarios no se pueden comparar con el de Nebrija, infinitamente superior a ellos en valor

17

científico y alteza de miras. Pertrechado de sólidos conocimientos humanísticos, Nebrija los

aprovecha para desentrañar el funcionamiento de nuestro idioma; su clarividencia le hace

observar los rasgos en que el castellano difiere del latín, y así son pocas las ocasiones en que le

atribuye clasificaciones o accidentes inadecuados. (Lapesa, 2008: 248-250)

6.2.Vida y obra de Antonio de Nebrija.

Antonio de Nebrija, uno de los grandes humanistas del Renacimiento y ciertamente el más

grande de España, conquistó un sitial de honor en la historia de la lengua española como autor de

la primera gramática española (1492) y el primer diccionario de nuestra lengua (1495). Fue

filólogo, historiador, pedagogo, gramático, astrónomo y poeta.

Nacido en 1444 en Lebrija, en la provincia de Sevilla, hijo de Juan y Catalina, bautizado

como Antonio Martínez de Cala e Hinojosa, Nebrija empezó sus estudios a los 15 años en la

Universidad de Salamanca, donde se graduó cuatro años más tarde en Retórica y Gramática.

Tras recibir su diploma, viajó a Italia y se inscribió en la Universidad de Bolonia,

alegando que le interesaban, sobre todo, el buen decir y un perfecto aprendizaje de griego y latín,

lenguas que él creía que en Salamanca no eran tratadas como merecían. En Bolonia, prosiguió sus

estudios durante diez años más, consagrándose a la Teología, al latín, al griego, al hebreo, y

aprendió también Medicina, Derecho, Cosmografía, Matemáticas, Geografía, Historia y, por

supuesto, la Gramática, materia en la que tuvo como maestro a Martino Galeotto. También

recordaría más tarde con cariño las clases de ética de Pedro de Osma.

En Italia bebió con avidez de la fuente del naciente humanismo, que estaba mucho más

avanzado que en España, probablemente debido a la Inquisición, que temía y perseguía las

nuevas ideas.

En 1470, Nebrija volvió a España como portador el humanismo renacentista, «para

desbaratar la barbarie por todas partes de España tan ancha y luengamente derramada». Fue por

entonces que adoptó el nombre con el cual lo conocemos. Añadió Elio como homenaje al

conquistador romano que conquistó la Bética, que era el nombre latino de Sevilla y «de Nebrija»,

por ser Nebrissa el nombre en latín de su Lebrija natal.

A su regreso, contrajo matrimonio con Isabel de Solís, con quien tuvo seis hijos y una

hija. Pero el matrimonio no atemperó sus ímpetus de conquistador y se cuenta que durante

18

muchos años pasó por dificultades económicas debido a sus gastos con un incontable número de

hijos habidos fuera del matrimonio y de ex amantes que lo acosaban.

En esta época, Nebrija trabajó durante algún tiempo para el obispo Fonseca, pero su

ambición lo llamaba a Salamanca, adonde finalmente fue en 1475, decidido a revolucionar la

enseñanza del latín en España. Con ese fin, publicó en 1481 Introductiones latinae, que serviría

como texto de los estudiantes de la lengua de los césares hasta el siglo XIX.

Esta gramática latina se dividía en dos partes: La Analogía, que trataba sobre morfología

y otra parte que versaba sobre problemas de sintaxis, ortografía, prosodia, figuras de dicción y un

léxico que no era muy extenso. Sorprendido por el retumbante éxito de su obra, Nebrija se lanzó

a la tarea de traducirla a la «lengua vulgar», como se llamaba por entonces al castellano. En diez

años, llevó a cabo en Salamanca una labor titánica y, a la llegada de los humanistas italianos

Mártir de Anglería y Luigi Marineo, él había formado ya varias generaciones de alumnos.

Confiado en su saber y dueño de la cátedra de Retórica, arremetió contra sus compañeros

claustro por el carácter poco científico de sus enseñanzas. En medio de esta lucha, cuando

intentaban expulsarlo de la Universidad, Nebrija obtuvo el apoyo del maestre de la Orden de

Alcántara y frecuentó Alcalá de Henares, con la tarea de corregir la Biblia Políglota. En 1490, se

consagró como poeta y conquistó el cargo de cronista real, en el que permaneció hasta 1509,

cuando decidió volver a Salamanca como catedrático de Retórica.

En la vieja universidad donde había comenzado sus estudios, fue perseguido por sus

colegas, que le impidieron concursar en la cátedra de Gramática, por lo que decidió abandonar

Salamanca y volver a Sevilla.

Pero su permanencia en Andalucía duró menos de un año; el cardenal Cisneros lo llamó a

la Universidad de Alcalá donde enseñó retórica y escribió un texto de esa disciplina, además de

terminar sus gramáticas y léxicos.

Su Introductiones Latinae, que había publicado en 1481, se constituyó en el texto más

importante escrito hasta entonces sobre ese tema y se convirtió en manual para los estudiantes

hasta el siglo XIX.

Lo más importante de su obra se completó en la última década del siglo XV, con su

Gramática de la lengua castellana y sus dos diccionarios de latín y castellano.

19

De todas sus obras, ninguna tuvo el peso y la importancia histórica de su Gramática, que

se adelantó a todos los estudios hechos en todas las lenguas romances sobre esta materia. Fue el

primer gramático de destaque en considerar una lengua romance (por entonces llamada «lengua

vulgar») como digna de ser estudiada.

La novedad de la gramática residía en que nunca antes se había escrito una gramática en

una lengua contemporánea. Para los hombres de la Edad Media, sólo el latín y el griego estaban

dotados de una grandeza que hacía esas lenguas merecedoras de estudio y análisis, mientras que

las «lenguas vulgares» se regían apenas por el gusto de los hablantes, sin necesidad de que éste

fuera estudiado ni de que sus reglas se establecieran.

Razones políticas habían llevado a Nebrija a escribir su Gramática castellana. Como

explicó en una extraña premonición al presentarla a Isabel la Católica, era preciso fijar la lengua,

que sería «la compañera del Imperio» que nacería tras la Reconquista de Granada y la llegada del

Colón al Nuevo Mundo. Nadie soñaba aún las consecuencias del Descubrimiento de América,

pero es como si Nebrija de algún modo hubiera intuido que aquella oscura lengua nacida en la

tierra de los bárdulos, en el Norte de España, estaba en vías de convertirse en el gran idioma

internacional, segundo del planeta, que es hoy el castellano.2

La Gramática de Nebrija inspiró el surgimiento de una serie de obras similares que fue

surgiendo en toda Europa, a medida que los idiomas del Viejo Continente cobraban conciencia de

que eran tan nobles como el viejo latín.

En cuanto a los propósitos de Nebrija, expuestos en el memorable prólogo que dirigió a la

reina, fue el primero en fijar normas para dar consistencia al idioma, a fin de que

«lo que agora i de aquí adelante en él se escribiere, pueda quedar en un tenor i estenderse por

toda la duración de los tiempos que están por venir, como vemos que se ha hecho en la lengua griega y

latina, las cuales, por aver estado debaxo de arte, aunque sobre ellas han pasado muchos siglos, todavía

quedan en una uniformidad» 3 afán de perpetuidad, netamente renacentista.

En segundo lugar, el saber gramatical de la lengua vulgar facilitaría el

aprendizaje del latín.

Finalmente, la exaltación nacional que ardía en aquel momento supremo convenció

a Nebrija de que «siempre la lengua fue compañera del imperio», por lo que añade

«El tercero provecho deste mi trabajo puede ser aquel que, cuando en Salamanca di al muestra de aquesta

obra a vuestra real Majestad e me preguntó que para qué podía aprovechar, el mui reverendo padre Obispo de Avila

2 Biografía de Antonio de Nebrija (tomado de http://www.antoniodenebrija.org/biografia.html). 3 Prólogo de Antonio de Nebrija (tomado de http://www.antoniodenebrija.org/lapesa.html).

20

me arrebató la respuesta; e respondiendo por mí, dixo que después que vuestra Alteça metiesse debaxo de su iugo

muchos pueblos bárbaros e naciones de peregrinas lenguas, e con el vencimiento aquéllos ternían necessidad de

reçebir las leies quel vencedor pone al vencido, e con ellas nuestra lengua, entonces por esta mi Arte podrían venir en

el conocimiento della, como agora nosotros deprendemos el arte de la gramática latina para deprender el latín».

Estos presentimientos se convirtieron pronto en realidad: el descubrimiento de América

abrió mundos inmensos para la extensión de la lengua castellana. 4

Un diccionario latino-castellano y castellano-latino y una Ortografía completan la obra

romance de Nebrija. Error suyo fue creer que el español se encontraba «tanto en la cumbre, que

más se puede temer el descendimiento que esperar la subida». La espléndida floración literaria

del Siglo de Oro se encargó en desmentirlo. (Lapesa, 2008: 250-251)

En 1495, publicó una nueva obra en la misma dirección: Su vocabulario español latín,

latín-español, el primer diccionario de nuestra lengua.

Pero Nebrija fue mucho más que un filólogo y un lingüista. Hombre de su tiempo, con la

amplitud de horizontes que caracterizaba a los intelectuales del Renacimiento, se ocupó también

la Teología, de la que trató en Quinquagenas; del Derecho, que abordó en Lexicon Iurus Civilis;

de Arqueología, con Antigüedades de España; y de Pedagogía, con De liberis educandis.

Si como hombre de su tiempo, se empeñó en difundir los clásicos, su obra estuvo marcada

también por deseo de sistematizar el conocimiento que había adquirido en Salamanca y en

Bolonia y tornarlo accesible al mayor número posible de personas.

Nebrija murió en Alcalá de Henares el 5 de julio de 1522.5

7. Difusión del español en el Renacimiento y en la Época Barroca.

Como dice Alborg (1970: 28-29), el Renacimiento y la Época Barroca representan en su

conjunto la Edad de Oro de nuestra literatura. Un período previo, o de preparación, corresponde

al último tercio del siglo XV y primeros años del XVI (época de los Reyes Católicos); el

humanismo de Nebrija, el teatro y la poesía de Juan del Encina, las quimeras caballerescas del

Amadís de Gaula y el portento de la Celestina representan las más altas creaciones de este

momento inicial.

4 Prólogo de Antonio de Nebrija (tomado de http://www.antoniodenebrija.org/lapesa.html). 5 Biografía de Antonio de Nebrija (tomado de http://www.antoniodenebrija.org/biografia.html).

21

El Renacimiento cubre, en términos aproximados, la totalidad del siglo XVI, y en él

suelen distinguirse dos períodos, las dos mitades del siglo, correspondientes casi exactamente a

los reinados de Carlos V y de Felipe II. Durante el primero se introducen y difunden las nuevas

ideas y formas artísticas en un ambiente de universalismo, de alegría vital y de pagana libertad.

Al tiempo de Felipe II corresponde la aclimatación y nacionalización del nuevo mundo

ideológico, dentro de un clima de firme sentido religioso, como corresponde a las directrices de la

Contrarreforma, de las que España es la mantenedora principal: es el momento de la mística. Es

frecuente denominar a estas dos partes como Primero y Segundo Renacimiento Español,

calificados respectivamente de “pagano” y “cristiano”.

En el último tercio del siglo XVI la aludida nacionalización del mundo renacentista,

superado y desarrollado ya en muchos sentidos, y su fusión con las nuevas actitudes espirituales

traídas por la Contrarreforma preparan el advenimiento del Barroco, muchos de cuyos elementos

se manifiestan ya en los escritores de este período. Sirviendo de lazo de unión a ambas centurias,

de las cuales constituyen incomparables síntesis, encontramos los dos genios mayores de nuestra

historia literaria, Cervantes y Lope de Vega, que crean respectivamente la novela y el teatro de

los tiempos modernos, con fórmulas de validez nacional y universal al mismo tiempo.

El siglo XVII, con la plena maduración del Barroco, representa la total nacionalización de

los temas y el espíritu renacentista; se desarrolla la picaresca y el teatro y se intensifican –en

acelerado proceso- el conceptismo y el culteranismo, tendencias específicamente barrocas, al

tiempo que se acrecienta el aislamiento ideológico de España respecto de las demás naciones

europeas. La muerte de Calderón, cima del teatro de este período, en 1681, suele considerarse

como el fin de la época y a la vez del período áureo español en literatura. Los años que siguen

hasta el comienzo de la nueva centuria, conservan los caracteres generales del siglo, pero en

medio de una decadencia general.

8. Conclusión.

Durante la Edad Media España se había dedicado a defenderse a sí misma del peligro

musulmán, pero una vez pasada la Reconquista comenzó a llevar su iniciativa a la política

Europea. Cuando España es elevada a gran potencia por los Reyes Católicos, Carlos V se lanza a

regir los destinos de Europa.

22

Considera Vossler que

«los triunfos del idioma castellano en Europa y América se deben más al poder político que al cultivo

literario. El español llegó, sí, a hacerse lengua internacional, pero su propaganda fue tan rápida, poderosa y vasta,

que los cuidados estéticos y el análisis filológico del idioma y su organización literaria no tuvieron el tiempo

necesario para progresar con análogo vigor». 6 7

Sobre la lingüística española del Renacimiento nada se dice, prácticamente, en las

modernas historias de la lingüística general. El único nombre español que figura en ellas

regularmente es el de Antonio de Nebrija; y, con menos regularidad, el de Francisco Sánchez de

Las Brozas. Muy esporádicamente, algún otro, como Gonzalo de Correas o Mateo Alemán. Tres

o cuatro nombres no son, en verdad, gran cosa, frente a la legión de poetas, novelistas,

dramaturgos y ensayistas que con sus obras engalanaron a España durante la época áurea. Lo cual

inclinaría a conceder la razón a Vossler: los españoles del Siglo de Oro no fueron dados a

gramatiquerías.8

Según dice Lapesa (2008: 253), traducidos a varios idiomas, el Amadís, la Cárcel de

Amor y la Celestina inauguraron los triunfos de nuestras letras en el extranjero. Después, el

Marco Aurelio y el Relox de príncipes de Guevara, el Lazarillo, la Diana de Montemayor, fray

Luisa de Granada, santa Teresa y san Juan de la Cruz, Cervantes, el teatro del siglo XVII, la

novela picaresca, pedagogos como Huarte, políticos como Saavedra Fajardo y moralistas como

Gracián, fueron objeto de la admiración de toda Europa, que los tradujo, imitó o recogió sus

enseñanzas.

La lengua española alcanzó entonces extraordinaria difusión. En Italia, según Valdés, «así

entre damas como entre cavalleros se tiene por gentileza y galanía saber hablar castellano».

En el siglo XVI se completa la unificación de la lengua literaria. Con el auge del

castellano coincide el descenso vertical de la literatura catalana, tan rica en las centurias

precedentes. La unidad política nacional, la necesidad de comunicación con las demás regiones y

6 La lingüística española del siglo de Oro (tomado de http://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/08/aih_08_1_010.pdf)

7 Aunque en la segunda edición, reelaborada, de su obra modifica —o, más bien, matiza— Vossler

el texto aquí transcrito, los conceptos son fundamentalmente los mismos; tal vez, algo más precisos:

«El castellano se convirtió, en efecto, en el idioma mundial español, pero su extensión por otros

países y su conquista de los ánimos tuvo lugar harto rápida e impetuosamente para que las preocupaciones

artísticas, las diferenciaciones filológicas y la conformación literaria del vocabulario pudieran

seguir a la par y acompañar con la correspondiente eficacia esta carrera triunfal» (Buenos Aires,

Espasa-Calpe, 1945, p. 18. Trad. del alemán por Felipe González Vicen).

8 La lingüística española del siglo de Oro (tomado de http://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/08/aih_08_1_010.pdf)

23

el extranjero, donde sólo tenía curso el castellano, y el uso de este en la corte, que atraía a la

nobleza de toda España, acabaron por recluir al catalán en los límites del habla familiar.

La comunidad hispánica tenía su idioma. « La lengua castellana –decía Juan de Valdés en

1535– se habla no solamente por toda Castilla, pero en el reino de Aragón, en el de Murcia con

toda la Andaluzía y en Galizia, Asturias y Navarra; y esto aun hasta entre gente vulgar, porque

entre la gente noble tanto bien se habla en todo el resto de Spaña». Esta afirmación de Valdés

respondía a un hecho innegable: el castellano se había convertido en idioma nacional. Y el

nombre de lengua española, empleado alguna vez en la Edad Media con antonomasia demasiado

exclusivista entonces, tiene desde el siglo XVI absoluta justificación y se sobrepone al de lengua

castellana. En esta preferencia confluyeron dos factores: fuera de España la designación

adecuada para representar el idioma de la nación recién unificada era lengua española; dentro de

España aragoneses y andaluces no se sentían partícipes del adjetivo castellano y sí de español.

(Lapesa, 2008: 257-258)

24

9. Bibliografía.

ALBORG, JOSÉ LUIS (1970): Historia de la literatura española. Tomo 1, Edad

Media y Renacimiento, Madrid: Gredos.

LAPESA, RAFAEL (2008): Historia de la lengua española, Madrid: Gredos.

MENÉNDEZ PIDAL, RAMÓN (2007): Historia de la lengua española, Madrid:

Fundación Ramón Menéndez Pidal.

NIEDEREHE, HANS-JOSEF (1987): Alfonso X el Sabio y la lingüística de su

tiempo. Madrid: Sociedad General Española de Librería.

PENNY, RALPH (2002): Gramática histórica del español, Barcelona: Ariel.

WRIGHT, ROGER (1982): Late Latin and Early Romance in Spain and Caroligian

France (ARCA Clasical and Medieval Texts, Papers and Monographs), Francis Cairns.

Liverpool. [Traducción española: Latín tardío y romance temprano, Madrid: Gredos,

1986.]

Consultas en web.

Biografía y prólogo de Antonio de Nebrija.: Asociación cultural Antonio de

Nebrija, http://www.antoniodenebrija.org/ (25 de abril de 2015)

LOPE BLANCH, JUAN M.: La lingüística española del siglo de Oro,

http://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/08/aih_08_1_010.pdf (8 de mayo de 2015)

25

10. Memoria individual.

En primer lugar, la elaboración de mi Trabajo de Fin de Grado ha estado

conformada por cuatro reuniones con el tutor.

La fecha de la primera reunión en grupo fue el día 14 de Octubre. En esta presenté

al tutor el tema de mi trabajo; El nacimiento del castellano como lengua de cultura. He

mantenido este tema de trabajo hasta el final, no he cambiado de temática.

La segunda reunión tuvo lugar al inicio del segundo cuatrimestre, el día 17 de

Febrero. En esta reunión llevé la bibliografía principal sobre la que me iba a basar para la

redacción de mi trabajo. También pregunté al tutor sobre más obras relevantes en torno a

mi temática, obras que me pudieran interesar para la elaboración del cuerpo del trabajo.

La fecha de la tercera reunión fue el día 27 de Abril. Le presenté a mi tutor el índice

aproximado sobre el que iba a asentar las bases principales del trabajo. Asimismo, le

mostré la redacción principal del cuerpo del trabajo. Me aconsejó un par de obras más para

ampliar la información de ciertos puntos.

El último día que nos reunimos fue el 12 de Mayo, en una reunión grupal. Llevé el

trabajo casi terminado para que el tutor le echase un vistazo. Se lo mandé por correo

electrónico para que lo mirara con más detenimiento y me contestó con las correcciones

precisas.

Además de las reuniones hemos estado en contacto mediante el correo electrónico

de la universidad, por el cual me ha resuelto numerosas dudas sobre citación de

bibliografía, la estructura del documento: márgenes y espaciados, sangrías, etc.

Respecto a la razón principal por la que he elegido este tema, es que no nos

llegamos a preguntar desde un primer momento qué sucedió para que se iniciara el

nacimiento de la lengua castellana, nuestra lengua.

Como bien he explicado en el trabajo, la lengua castellana tiene su nacimiento en el

reino de Castilla, aunque bien sabemos que la conformación del castellano es el resultado

de un proceso complejo de unificación en el que las distintas lenguas de todos los

26

habitantes que han dejado su huella a lo largo de la Península, fueron cambiando por la

influencia de los romanos, godos y árabes.

Durante el nacimiento de castilla se conquistaron numerosos territorios, en los

cuales comenzaría a germinar esa nueva lengua romance. Fue en la naciente castilla donde

comenzó a darse la deformación de dicho romance, lo que dio lugar a la alteración de esa

forma romance homogénea que se daba en la mayoría de la Península. Esta lengua romance

irá transformándose lentamente en un nuevo dialecto, pues fue fruto de una mezcla entre

distintas lenguas.

Por último, como resultado de este proceso complejo de evolución que sufrirá el

dialecto del castellano, se dará el nacimiento de este como lengua del imperio, que pasará

de ser una lengua considerada vulgar, a ser una lengua cultural.

En esta última parte he querido centrar mi trabajo, ver la evolución que ha sufrido

dicha lengua, es decir, todas sus variaciones con el paso de los años, para acabar siendo

considerada una lengua digna de una nación.