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Totalidad e infinito Rostro y ética ALUMNO: Ero García Fernández MÁSTER: Pensament contemporani ASIGNATURA: Al costat del nihilisme

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Totalidad e infinito

Rostro y ética

ALUMNO: Ero García Fernández

MÁSTER: Pensament contemporani

ASIGNATURA: Al costat del nihilisme

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Índice

Introducción.....................................................................................................................................1

El poder y el rostro...........................................................................................................................2

El homicidio.....................................................................................................................................3

La ética.............................................................................................................................................5

El hambre.........................................................................................................................................8

La llamada......................................................................................................................................10

La respuesta...................................................................................................................................11

La primacía de la ética...................................................................................................................12

Conclusiones..................................................................................................................................13

Bibliografía....................................................................................................................................14

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Totalidad e infinito 3.II.2: Rostro y ética

Introducción

En el presente trabajo analizaremos un fragmento de la obra de Lévinas Totalidad e infinito:

Ensayo sobre la exterioridad. Este libro, publicado en 1961, es una de las grandes obras del filósofo

de Kaunas.

El libro analiza la dialéctica entre el Mismo y lo Otro. La totalidad es entendida como un poder

que el Mismo ejerce sobre el mundo, que es finito, pero que resulta completamente impotente ante

lo infinito del Otro. A continuación, sintetizaremos los capítulos del presente libro.

En el primer capítulo, El Mismo y lo Otro, se establece la distinción metafísica entre el Mismo y

lo Otro. Se afirma que la Metafísica es previa a la Ontología, lo que no ha sido habitual en la

Historia de la Filosofía. La Ontología se centra en el Mismo y su poder de reducirlo todo a una

única totalidad. A través de la Metafísica, el Mismo se confronta con el Otro.

En el segundo capítulo, Interioridad y economía, Lévinas analiza al Mismo. Se describe su

poder y su relación con el mundo.

El tercer capítulo, El rostro y la exterioridad, se centra en la descripción del Otro. El Otro

irrumpe ante el Mismo a través de la expresión del rostro. A pesar de su poder, el Mismo no puede

evitar la llamada del rostro ni dominar al Otro. Con el Otro sólo se puede tener una relación ética.

El cuarto capítulo, Más allá del rostro, se analiza la relación que se estable entre el Mismo y el

Otro a través de la ética. El amor surge como elemento fundamental. Entre otras cosas, es expresión

del respeto del Mismo por la diferencia irreductible del Otro.

El fragmento que analizaremos se titula Rostro y ética1. Corresponde al segundo subpunto del

segundo punto del tercer capítulo. En cada uno de los siguientes apartados iremos analizando uno a

uno y en orden los párrafos del del texto.

1LÉVINAS, Emmanuel. Totalidad e infinito. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2002. Pp. 211-214

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Ero García Fernández

El poder y el rostro2

En el primer párrafo del texto, Lévinas se centra en el poder del yo. Tras haber profundizado

durante todo el primer capítulo en el Mismo y descubrir su poder, Lévinas enfrenta ahora al yo con

el rostro del otro:

El rostro se niega a la posesión, a mis poderes.

El rostro es caracterizado por ser inmune al poder del yo. Sin embargo, esto es algo realmente

extraordinario. Para el yo, el rostro del otro no deja de ser algo sensible y por lo tanto apresable. El

rostro rompe la relación del yo con lo sensible abriendo un espacio distinto:

En su epifanía, en la expresión, lo sensible aún apresable se transforma en

resistencia total a la aprehensión. Esta mutación sólo es posible por la apertura de una

dimensión nueva.

La resistencia del rostro al poder del yo es especial. No es como la resistencia que nos pueden

ofrecer otros seres sensibles. No se trata de que mi poder sea insuficiente y que si éste fuese

cuantitativamente mayor, el rostro podría ser dominado. El rostro del Otro introduce una diferencia

cualitativa. Ante esta diferencia el poder del yo se revela inútil:

En efecto, la resistencia a la toma no se produce como una resistencia insuperable,

como la dureza de la roca contra la que el esfuerzo de la mano se estrella como la

distancia de una estrella en la inmensidad del espacio. La expresión que el rostro

introduce en el mundo no desafía la debilidad de mis poderes, sino mi poder de poder.

El rostro, fenómeno sensible a través del cual se presenta el otro, va mucho más allá de su mera

sensibilidad. Tras él aparece un ser que puede hablar y escuchar al yo. Esta característica hace que

la relación entre el Mismo y el Otro sea de una categoría irreductible a la relación del Mismo con

las meras cosas sin rostro:

El rostro, aún cosa entre cosas, perfora la forma que sin embargo lo delimita. Lo

que quiere decir concretamente: el rostro me habla y por ello me invita a una relación

sin paralelo con un poder que se ejerce, ya sea gozo o conocimiento.

2Ibid., p. 211.

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Totalidad e infinito 3.II.2: Rostro y ética

El homicidio3

El rostro abre una dimensión excepcional en la que el poder del yo se diluye. El otro tras la

apariencia del rostro escapa completamente al poder del yo. El yo no puede aprehender al otro, pero

existe una manera particular de ejercer poder sobre el otro que es inaplicable a las cosas. El rostro

se muestra mediante su expresión, que no deja de ser sensible, al otro. El yo puede destruir esta

expresión asesinando:

Y sin embargo, esta nueva dimensión se abre en la apariencia sensible del rostro.

La apertura permanente de los contornos de su forma en la expresión, aprisiona en una

caricatura esta apertura que hace estallar la forma. El rostro en el limite de la santidad

y de la caricatura se ofrece, pues, todavía. en un sentido al poder. En un sentido

solamente: la profundidad que se abre en esta sensibilidad modifica la naturaleza

misma del poder que no puede ya aprehender; pero puede matar.

El asesinato es un acto radicalmente distinto de todos los demás. El homicidio es la negación

total y absoluta de lo asesinado. Al contrario que la apropiación, tras la cual el objeto sigue

existiendo aunque modificado por mí, el homicidio tiene como finalidad la destrucción total del ser

con el que el yo se relaciona. En este acto el Mismo renuncia a cualquier tipo de comprehensión del

Otro:

El homicidio apunta aún a un dato sensible y, sin embargo, se encuentra ante un

dato cuyo ser no podría suspender por la apropiación. Se encuentra ante un dato

absolutamente no neutralizable. La «negación» efectuada por la apropiación y el uso

es siempre parcial. La aprehensión que pone a prueba la independencia de la cosa la

conserva «para mí». Ni la destrucción de las cosas, ni la caza ni la exterminación de

vivientes apuntan al rostro que no pertenece al mundo. Realizan un trabajo, tienen una

finalidad y responden a una necesidad. Solo el homicidio pretende la negación total. La

negación del trabajo y del uso, como la negación de la representación, efectúan. una

aprehensión o una comprehensión, reposan sobre la afirmación o la intentan, pueden.

Matar no es dominar sino aniquilar, renunciar absolutamente a la comprehensión.

El homicidio, único poder que el yo puede ejercer sobre el otro que existe tras el rostro, revela

3Ibid., pp. 211-212

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Ero García Fernández

una asimetría entre el otro y las meras cosas. El acto de asesinar sólo es aplicable a un otro que

posee rostro. Por ejemplo, a una piedra se la puede tocar, romper, pulir, afilar, triturar, acariciar,

mirar, mover... pero no se la puede matar. La negación absoluta, y no parcial como con las cosas,

sólo se puede aplicar a un ser que se manifiesta a través del movimiento de un rostro:

El homicidio ejerce un poder sobre aquello que se escapa al poder. Todavía sigue

siendo poder, porque el rostro se expresa en lo sensible; pero ya impotente, porque el

rostro desgarra lo sensible. La alteridad que se expresa en el rostro provee la única,

«materia» posible a la negación total. Yo solo puedo querer matar a un ente

absolutamente independiente, a aquel que sobrepasa infinitamente mis poderes. y que

por ello no se opone a ellos, sino que paraliza el poder mismo de poder. El Otro es el

único ser al que yo puedo querer matar.

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Totalidad e infinito 3.II.2: Rostro y ética

La ética4

Lévinas retoma la diferencia cualitativa entre la relación del yo con el otro y con los meros

objetos. Es más que evidente que el otro, en su sensibilidad, no difiere de las meras cosas. Un

cuchillo bien afilado corta igual de bien la materialidad de un rostro que una cuerda. Pero tampoco

debemos pensar que el otro se opone a mí por su fuerza, del mismo modo que yo poseo una fuerza

que me permite romper determinadas cosas:

¿Pero en qué difiere esta desproporción entre lo infinito y mis poderes de la

desproporción que separa un obstáculo muy grande de la fuerza que se aplica a él?

Sería inútil insistir sobre la trivialidad del homicidio que revela la resistencia casi nula

del obstáculo. Este incidente, el más trivial de la historia humana, corresponde a una

posibilidad excepcional ya que pretende la negación total de un ser. No afecta a la

fuerza que este ser pueda tener en tanto que parte del mundo.

La auténtica diferencia entre las cosas y el otro es que éste es imprevisible. Mientras que las

cosas se dejan asimilar por una totalidad que, eventualmente, podría englobarlo todo, el otro tiene el

poder de oponerse a la integración. Las piedras siempre reaccionan igual ante situaciones parecidas,

el otro es libre de actuar como quiera en cualquier situación. El otro, independientemente de la

cantidad de fuerza o poder que posea, es el que puede, al margen de mi poder o mis deseos, decirme

NO en el momento más inesperado:

El Otro que puede decirme soberanamente no, se ofrece a la punta de la espada o a

la bala del revólver y toda la dureza inamovible de su «para sí», con este no

intransigente que opone, se borra por el hecho de que la espada o la bala ha tocado los

ventrículos y las aurículas de su corazón. En el contexto del mundo es casi nada. Pero

me puede oponer lucha, es decir, oponer a la fuerza que lo golpea no una fuerza de

resistencia sino la imprevisibilidad misma,de su reacción. Así me opone no una fuerza

mayor -una energía evaluable y que se presenta a la conciencia como si fuese parte de

un todo- sino la trascendencia misma de su ser con relación a este todo; no un

superlativo del poder, sino precisamente lo infinito de su trascendencia.

Precisamente, es este tipo de relación tan excepcional la que justifica el campo de la ética. La

4Ibid., pp. 212-213.

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Ero García Fernández

ética surge como expresión de la relación única que se establece entre el Mismo y el Otro a quien

puede matar. Sólo se está en una relación ética con algo a lo que puedes matar. Seguramente, la

distinción gramatical entre algo y alguien, que se repite en tantas lenguas, tiene su origen en este

hecho. El asesinato en potencia es condición sine qua non de toda la ética. Es más, puede

considerarse que el no matarás, o mejor dicho el no me mates, constituye la comunicación más

primigenia e importante que se puede dar entre el yo y el otro:

Este infinito, más fuerte que el homicidio, ya nos resiste en su rostro y su rostro, es

la expresión original, es la primera palabra; «no matarás». Lo infinito paraliza el

poder con su resistencia infinita al homicidio, que, duro e insuperable, brilla en el

rostro del otro, en la desnudez total de sus ojos, sin defensa, en la desnudez de la

apertura absoluta de lo Trascendente. Ahí hay una relación, no con una resistencia

mayor, sino con algo absolutamente Otro: la resistencia del que no presenta

resistencia: la resistencia ética.

Así pues, es la ética la que nos coarta a la hora de llevar a cabo un homicidio:

La epifanía del rostro suscita esta posibilidad de medir lo infinito de la tentación de

homicidio no solamente como una tentación de destrucción total sino como una

imposibilidad -puramente ética- de esta tentación y tentativa.

Si este impedimento se diese al nivel del conocimiento, y no del de la ética, nos sería

tremendamente difícil establecer lo inadecuado del asesinato:

Si la resistencia al asesinato no fuese ética sino real tendríamos de ella una

percepción con todo lo que en la percepción se vuelve subjetivo. Permaneceríamos en

el idealismo de una conciencia de la lucha y no en relación con el Otro, relación que

puede convertirse en lucha, pero desborda ya la conciencia de la lucha.

El estado originario de relación ética no es la guerra, a pesar de que muchos sistemas éticos y

políticos parten de la guerra como situación originaria. Lévinas, por su parte, apuntala la ética sobre

la paz. Es la guerra la que debe entenderse como una situación excepcional de ausencia de paz, y no

al revés:

La epifanía del rostro es ética. La lucha con la que este rostro puede amenazar

presupone la trascendencia de la expresión. El rostro amenaza de lucha como una

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Totalidad e infinito 3.II.2: Rostro y ética

eventualidad, sin que esta amenaza agote la epifanía de lo infinito, sin que formule la

primera palabra. La guerra supone la paz, la presencia previa y no-alérgica del Otro;

no marca el primer hecho del encuentro.

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Ero García Fernández

El hambre5

La elevación del no matarás a precepto primigenio y base ética de la relación entre el Mismo y

el Otro, posibilita la existencia de empatía. El yo ha renunciado a su posibilidad de matar al otro,

pero es consciente de la posibilidad de muerte del otro. El otro es visto como un ser indefenso

análogo al propio yo:

La imposibilidad de matar no tiene simplemente una significación negativa y

formal; la relación con lo infinito, o la idea de lo infinito en nosotros, la condiciona

positivamente. Lo infinito se presenta como rostro en la resistencia ética que paraliza

mis poderes y se erige dura y absoluta desde el fondo de los ojos sin defensa con

desnudez y miseria. La comprehensión de esta miseria y de este hambre instaura la

proximidad misma del Otro.

Tras esta relación ética, es posible llegar a una relación comunicativa que, en todo caso, será

contingente a la existencia de la relación ética. La comunicación verbal, ya sea escrita o de viva

voz, es un fenómeno complejo cuya función primigenia dista mucho del intercambio de

información. La función más original de la comunicación es vocativa. Antes que para cualquier otra

cosa, la comunicación se establece como medio de llamar al otro:

Pero así es cómo la epifanía de lo infinito es expresión y discurso. La esencia

original de la expresión y del discurso no reside en la información que darían acerca

de un mundo interior y oculto. En la expresión un ser se presenta a sí mismo. El ser que

se manifiesta asiste a su propia manifestación y en consecuencia me llama. Esta

asistencia, no es lo neutro de una imagen, sino una solicitud que me toca desde su

miseria y desde su Grandeza.

En la comunicación, el otro se muestra ante el yo como un ser que trasciende su propia

manifestación sensible. Se revela como un ser lleno de necesidades, hambriento:

Hablarme es remontar permanentemente lo que hay de necesariamente plástico en

la manifestación. Manifestarse como rostro es imponerse más allá de la forma,

manifestada como puramente fenomenal, presentarse de una manera irreductible a la

manifestación, como la rectitud del cara a cara, sin la mediación de la imagen en su

5Ibid., p. 213.

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desnudez, es decir, en su miseria y en su hambre. En el Deseo se confunden los

movimientos que van hacia la Altura y hada la Humildad del Otro.

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Ero García Fernández

La llamada6

La función vocativa de la comunicación no se agota en el ser que llama. Toda llamada es una

apertura al ser que es llamado. Cuando llamo a alguien, no sólo pretendo que su mirada se fije en

mí, sino que además quedo expuesto ante él, que se ve posibilitado a interpelarme:

La expresión no brilla como un resplandor que se expande a espaldas del ser

radiante, que es tal vez la definición de la belleza. Manifestarse asistiendo a su

manifestación implica invocar al interlocutor y exponerse a su respuesta y su pregunta.

El fenómeno de la expresión es anterior a las clásicas distinciones de verdad y falsedad. Opera a

un nivel en el que dichas categorías no han hecho acto de aparición:

La expresión no se impone ni como una representación verdadera, ni como acto. El

ser ofrecido en la representación verdadera sigue siendo posibilidad de apariencia. El

mundo que me invade cuando me comprometo en él nada puede contra el «libre

pensamiento» que suspende este compromiso o aún lo niega interiormente, capaz de

vivir oculto.

La libertad desempeña un papel importante en este ámbito. A través de la responsabilidad, la

imposición de la llamada del otro se convierte en un acto de libertad y no de fatalidad:

El ser que se expresa se impone, pero precisamente al llamarme desde su miseria y

desde su desnudez -desde su hambre-, sin que pueda hacer oídos sordos a su llamada.

De suerte que, en la expresión, el ser que se impone no limita sino que promueve mi

libertad, al suscitar mi bondad. El orden de la responsabilidad en el que la gravedad

del ser ineluctable congela todo reír, es también el orden en el que la libertad es

ineluctablemente invocada, de suerte que el peso irremisible del ser hace surgir mi

libertad. Lo ineluctable no tiene ya la inhumanidad de lo fatal, sino la severa seriedad

de la bondad.

6Ibid., pp. 213-214.

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Totalidad e infinito 3.II.2: Rostro y ética

La respuesta7

Esta función expresiva que permite un primer acercamiento entre el yo y el otro se da al margen

de categorías como verdad/falsedad. La llamada del otro no surge como efecto de acontecimientos

anteriores, es un fenómeno primigenio:

Esta unión entre la expresión y la responsabilidad -esta condición o esta esencia

ética del lenguaje- esta función del lenguaje anterior a todo develamiento del ser y a su

resplandor frío permiten sustraer el lenguaje al yugo de un pensamiento preexistente,

con respecto al cual sólo tendría la función servil de traducir al exterior o de

universalizar sus movimientos interiores. La presentación del rostro no es verdadera,

porque lo verdadero se refiere a lo no-verdadero, su eterno contemporáneo que

encuentra ineluctablemente la sonrisa y el silencio del escéptico. La presentación del

ser en el rostro no deja lugar lógico a su contradictorio.

La llamada del otro es de obligada contestación. Incluso si optamos por no responder, estamos

dando una respuesta. Además, ante el hambre del ser que tenemos delante, la ética nos obliga a

responder, con lo que entramos en el juego del lenguaje:

Tampoco, en el discurso que abre la epifanía como rostro, puedo ocultarme en el

silencio, como intenta Transímaco irritado en el primer libro de la República (sin

conseguirlo, por otra parte). «Dejar a los hombres sin alimento es una falta que

ninguna circunstancia atenúa; a ella no se aplica la distinción de lo voluntario y lo

involuntaro», dice Rabi Yochanan. Ante el hambre de los hombres, la responsabilidad

sólo se mide «objetivamente». Es irrecusable. El rostro abre el discurso original, cuya

primera palabra es una obligación que ninguna «interioridad» permite evitar. Discurso

que obliga a entrar en el discurso, comienzo del discurso por el que el racionalismo

hace votos, «fuerza» que convence aún -«a la gente que no quiere entender» y funda así

la verdadera universalidad de la razón.

7Ibid., p. 214.

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Ero García Fernández

La primacía de la ética8

De todo lo anterior, lo más importante que podemos extraer es que la ética, la relación con el

otro, es filosófica, histórica y ontogenéticamente anterior a cualquier otra consideración que se

pueda hacer. La ética es la base de todo acontecimiento que implique a más de una persona, no un

simple complemento.

Al develamiento del ser en general, como base del conocimiento, como sentido del

ser, le antecede la relación con el ente que se expresa; el plano ético precede al plano

de la ontología.

8Ibid.

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Totalidad e infinito 3.II.2: Rostro y ética

Conclusiones

Lo más interesante de la obra de Lévinas es que sitúa a la ética como filosofía primera. En el

sistema levinasiano la ética es anterior y más importante que cualquier consideración científica,

sociológica, política, económica, religiosa... A diferencia de otros sistemas filosóficos, donde las

consideraciones éticas son secundarias y están subordinadas, el respeto por el Otro se convierte en

un principio filosófico central y originario.

El conflicto filosófico fundamental es metafísico y es necesario reescribir gran parte del

lenguaje para poder hablar desde esta nueva posición. Así, a medida que avanza el libro, Lévinas va

descubriendo y redefiniendo numerosos conceptos como verdad, gozo, morada, amor... Verlos a

través de una metafísica basada en la dialéctica entre el Mismo y el Otro les dan una nueva

dimensión filosófica.

Lévinas busca apuntalar el respeto por la diferencia y la libertad de cada ser humano. En el

sistema levinasiano hay una diferencia fundamental entre objeto y persona. La persona, por mucho

que pueda expresarse a través de una forma sensible, es radicalmente distinta del objeto sobre el que

el Mismo puede desplegar su poder. En la relación entre personas no se pueden aplicar los mismos

criterios que en la relación entre una persona y un objeto. Si a esto le añadimos el respeto

reverencial y casi místico que debemos tener por las demás personas, nos encontramos en un

panorama en el que atrocidades, como las vividas en Europa durante las Guerras Mundiales, no

podrían llegar a darse.

La relación con el Otro me hace humano, sólo puedo ser humano si hay alguien más. Pero el

simple hecho de aceptar la existencia del Otro es ya obedecer el no matarás, que podrá ser utilizado

en cualquier momento como límite del sistema. Si alguien infringe el no matarás está violando la

regla sagrada que diferencia lo humano de lo inhumano.

En resumen, el sistema filosófico planteado por Lévinas en Totalidad e Infinito es sólido y

coherente. Además, tiene interesantes consecuencias metafísicas, ontológicas, políticas y éticas.

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Ero García Fernández

Bibliografía

LÉVINAS, Emmanuel. Ética e infinito. Madrid: Machado Libros, 1991.

LÉVINAS, Emmanuel. Totalidad e infinito. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2002.

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