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TEORÍA DE LA HISTORIATRANSCRIPT
20/10/2015 Teoría de la historia | Instituto Superior del Profesorado "Dr. Joaquín V. González". Departamento de Historia ● Universidad Nacional de General Sarm…
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Teoría de la historia
Instituto Superior del Profesorado ʺDr. Joaquín V. Gonzálezʺ. Departamento de Historia ● UniversidadNacional de General Sarmiento. Instituto de Ciencias BUENOS AIRES ❖ ARGENTINA
Estado | 20 de octubre de 2015
✍ Conceptos políticos, tiempo e historia. Nuevos enfoques enhistoria conceptual [2013]
(https://introduccionalahistoriajvg.files.wordpress.com/2015/10/9788481026108.jpg)Elestudio histórico de los lenguajes y conceptos políticos despierta un interés crecienteentre sectores académicos cada vez más amplios. Junto a muchos historiadores, no pocosestudiosos en ciencias sociales, filosofía y humanidades han encontrado en la obra deReinhart Koselleck una fuente de inspiración y un estímulo para sus trabajos. Losensayos reunidos en este volumen, escritos por reconocidos especialistas de muy diversaformación y procedencia, ofrecen un panorama de los principales enfoques y desafíosmetodológicos que afronta hoy en día la historia conceptual, así como algunos trabajos
específicos sobre ciertos conceptos fundamentales de la Modernidad. Este libro, ‑editado por EdicionesUniversidad de Cantabria y McGraw‑Hill Interamericana de España‑, combina reflexiones teóricas yorientaciones generales sobre la investigación en la historia de conceptos con una serie de textos referidos alcaso de España y al mundo iberoamericano. Los ensayos se agrupan en tres divisiones: “Historia conceptualy disciplinas afines”, “En torno a la semántica histórica de los tiempos modernos”, y “Sobre temporalidad ynacionalidad de los conceptos: lenguajes y experiencias en el espacio y en el tiempo”.
[J. C. R. “Una nueva forma de mirar la historia a través de las palabras”, in El Diario Montañés(Santander), 25 de marzo de 2014]
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Estado | 19 de octubre de 2015
✍ Tradición e innovación en la historia intelectual. Métodoshistoriográficos [2013]
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(https://introduccionalahistoriajvg.files.wordpress.com/2015/10/9788499407357.jpg)Ladicotomía que preside este polifónico volumen está lejos de constituir un terreno firmedesde el que examinar el recorrido de la historia intelectual, pese a la alegre presunciónque toma la continuidad y la ruptura por ambientes estancos, sometidos a lógicasdivergentes. Una de las primeras contribuciones que lo forman, «Ex innovatiotraditio/Ex traditio innovatio. Continuidad y ruptura en la historia intelectual» (pp. 51‑74), firmada por Javier Fernández Sebastián, se encarga de hacer explícito lo que será unrumor que recorrerá el conjunto de la obra, a saber, el recelo hacia el excesivo
esquematismo de la polarización tradición/innovación y todas sus variantes (nuevo/ viejo,cambio/permanencia, continuidad/ruptura e incluso sociedad moderna/sociedad tradicional). No sólo setratará de evidenciar su inoperancia por la estrechez a la que pretende someter una entidad tan complejacomo la historia intelectual, sino también de poner de relieve los problemas metodológicos aparejados alestablecimiento según criterios en absoluto desinteresados de aquello que deba contar como una genuinafractura. La hermenéutica gadameriana, los trabajos de la Escuela de Cambridge y, muy especialmente, lasemántica de Reinhard Koselleck, constituirán propuestas cuya capacidad para ofrecer una alternativa a lamentada dicotomía será discutida no sólo en este, sino en el grosso de los escritos que forman el volumen quenos ocupa. Así pues, Tradición e innovación en la historia intelectual está compuesta por 15 textos, ademásde la introducción del editor, «Historia Conceptual: ¿Algo más que un método? » (pp. 11‑38) –que amén deservir de fundamento y argamasa teórica es una suerte de memoria del grupo de investigación que dirige.Dichos textos provienen de las intervenciones que tuvieron lugar en un congreso con el mismo nombrecelebrado en la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad de Valencia entre los días7 y 9 de noviembre de 2012. Este trabajo colectivo pone en práctica el cultivo de la interdisciplinaridad y latransversalidad, pero no lo hace desde la nada, sino como consecuencia de su objeto preeminente deinvestigación: la Historia Conceptual (Begriffsgesischte), que es abordada desde diferentes ángulos como loatestiguan los trabajos de Faustino Oncina, Ernst Müller, Falko Schmieder, Gaetano Rametta y Juan deDios Bares, que vamos a presentar a continuación. Gracias a la contribución de Ernst Müller, «HistoriaConceptual interdisciplinar» (pp. 39‑49), tenemos noticias de las tendencias actuales (agrupadas en seispuntos) de investigación en torno a la Historia Conceptual en Alemania así como un desarrollo exhaustivode una Historia Conceptual interdisciplinar que está cultivando el prestigioso Zentrum für Literatur‑ undKulturforschung Berlin –y que sirve, como afirma Faustino Oncina en la introducción, de ideal regulativode ésta y otras obras editadas por él mismo, entre las que se anuncia Conceptos nómadas: Auto‑determinación, que verá la luz en los próximos meses. Su objeto de investigación son los denominadosconceptos interdisciplinares, en la medida en que no prioriza los conceptos como resultado de procesos deuniversalización, sino como efecto de transferencias en las fronteras entre las disciplinas, las culturas y ellenguaje cotidiano. Si el capítulo de Müller está dedicado a mostrar las innovaciones dentro de la HistoriaConceptual, «Formas de pensar la temporalización y su transformación histórica. Una discusión conReinhart Koselleck» (pp. 81‑94) de Falko Schmieder se adentra en la tradición de la misma a través de unode los conceptos metodológicos capitales tanto de la teoría como de la práctica de la Historia Conceptual deKoselleck: el concepto de temporalización, que es seguido en sus distintas dimensiones históricas para, acontinuación, discutir su significado sistemático en la metodología y la teoría de la obra de Koselleck. Porotro lado, en el diálogo de la Historia Conceptual con otras metodologías o perspectivas afines que constituyeTradición e innovación en la historia intelectual cabe destacar el capítulo que Gaetano Rametta dedica a la«Teoría del discurso y arqueología: una lectura de Foucault en clave histórico‑conceptual» (pp. 141‑149).En dicho trabajo se emprende la interesante tarea de entrecruzar de forma fructífera la Historia Conceptual
y la arqueología foucaultiana con el objetivo de mostrar si y cómo esta última puede proporcionar
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y la arqueología foucaultiana con el objetivo de mostrar si y cómo esta última puede proporcionarinstrumentos útiles para una reconstrucción en clave histórico‑conceptual de los acontecimientosintelectuales que caracterizan la formación de la Europa moderna. Para ello, se confrontan y comparan eldiscurso ofrecido por Koselleck con ocasión del 85 cumpleaños de Gadamer (titulado “Histórica yHermenéutica” y recogido en R. Koselleck y H.‑G. Gadamer, Historia y hermenéutica) y la Arqueología delsaber señalando ciertas afinidades y puntos de encuentro para concluir, no obstante, que el proyectoarqueológico foucaultiano es más radical en la medida en que cortocircuita la deriva trascendental de laHistórica de Koselleck, pero celebrando las fecundas aplicaciones de la Begriffsgeschichte. En la senda deprofundizar en las posibles aplicaciones de ésta se encamina el trabajo de Juan de Dios Bares titulado «LaHistoria Conceptual de Koselleck y la Historia Antigua» (pp. 200‑213). Tras denunciar que la centralidadatribuida por el autor de Futuro Pasado a la Modernidad lastra hasta cierto punto sus observaciones sobre elMundo Antiguo, el capítulo pretende examinar su utilidad para la comprensión de la evolución de losconceptos en la Antigüedad a través de los trabajos de Christian Meier, quien emplea las herramientasproporcionadas por la Historia Conceptual en un estudio de la evolución de los conceptos en el mundogriego que va más allá de desvelar su papel propedéutico respecto a los conceptos de la Modernidad. Lacuestión de la recepción de la Antigüedad es retomada por Salvador Mas en el capítulo «El poeta GottfriedBenn visita el mundo dórico (pero se marcha pronto)» (pp. 215‑228), trabajo en el que se exploran lascomplejas y tensas relaciones del poeta alemán con el Mundo Antiguo, entremezclándose cuestiones éticas,estéticas y políticas. Si en sus primeras obras Benn defendía y poetizaba un anti‑clasicismo y un vitalismoórfico‑dionisíaco, entendiendo los problemas del yo moderno como destino de la cultura occidental, másadelante se identificará con las tesis nacionalsocialistas, aproximación que culmina en el ensayo «Mundodórico», seguida sin embargo de un rápido desencanto respecto de estas tesis: aparece entonces una nuevaconcepción de la Antigüedad, caracterizada por un explícito rechazo de todo lo político. Con los trabajos deJuan de Dios Bares y Salvador Mas se tiende un puente con el mundo antiguo, aunque el volumen tampocose olvida del Barroco y el cultivo que en ese período se hizo de la historiografía. De ello da cuenta ElenaCantarino en «Genio de la historia para entenderla y escribirla. Naturaleza y método de la Historia en elBarroco español» (pp. 229‑237), contribución con la que se cierra la obra y en la que se destacan algunosaspectos importantes de la concepción y el método de la historia que desarrollaron diversos tratadistasespañoles durante el reinado de los Austria. Además de este primer bloque de textos en los que se abordaalgún aspecto de la Historia Conceptual, encontramos un segundo bloque de trabajos que tratanmetodologías historiográficas afines. Entre ellos destacamos, en primer lugar, el ensayo que Ángel Priordedica a las relaciones entre «Historia, conceptos y experiencia en Hannah Arendt» (pp. 105‑122). En él sereplantea la relación de Arendt con la historia de las ideas revisando la conexión entre conceptos yexperiencias en su reflexión sobre la historia. La ruptura de la tradición que supone el totalitarismo aparececomo premisa de su refutación de las filosofías de la historia, a la que Arendt opone una noción de historiabasada en la conexión con la acción, en la ruptura de la continuidad y específicamente en el análisis deltotalitarismo en términos de cristalización y que tiene en su base un tipo de experiencia tipificada comoalienación del mundo, fundamento de su diagnóstico de la Modernidad. En segundo lugar, Antonio Lastraexamina la pertinencia de la micrología tal y como la entendía Leo Strauss, pero sin olvidar el uso que de ellase ha hecho tanto en la filosofía antigua como contemporánea, no sólo para leer sino también para escribir lahistoria de la filosofía, especialmente, la historia de la filosofía política, en un trabajo titulado «Micrología.Leo Strauss y la historia de la filosofía» (pp. 131‑140). En tercer lugar, Enrique Bocardo, en «El Dogma delas Intenciones Ilocutivas» (pp. 151‑172), lanza una dura invectiva contra la metodología seguida por unode los paladines de la historia de las ideas de origen anglosajón: Quentin Skinner. Movilizando al comienzola concepción wittgensteiniana de «mitología», Bocardo reconstruye el núcleo de la metodología elaboradapor Skinner. Una vez delineada, señala que en ella intervienen elementos incompatibles como es defenderuna concepción ilocutiva del acto de comunicación y, a la vez, incorporar la noción de «paradigma»
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por Skinner. Una vez delineada, señala que en ella intervienen elementos incompatibles como es defenderuna concepción ilocutiva del acto de comunicación y, a la vez, incorporar la noción de «paradigma»elaborada por Ernst Gombrich. También queda reservado un espacio para albergar y dar noticia de losdenominados «giros» que, cada cierto tiempo, irrumpen en el ámbito de las humanidades. Sobre los peligrosepistemológicos que pueden entrañar parece prevenirnos el texto de Tomás Gil que trata los «Efectosnegativos de innovaciones conceptuales» (pp. 75‑80). Como decíamos, dos son las intervenciones que dannoticia de ese tipo de transformaciones o innovaciones metodológicas que, consideramos, tienen especialproyección. Por un lado, en «Biographical Turn? Sobre el retorno de la biografía como métodohistoriográfico» (pp. 188‑199) Giovanna Pinna plantea la cuestión de la biografía filosófica comoinstrumento de investigación historiográfica a la vez que reconstruye el aumento exponencial de las mismasen las dos últimas décadas examinando su base metodológica como reacción al antisubjetivismoestructuralista y posmoderno. Por otro lado, en «El giro pictórico, icónico o visual en la historia delpensamiento: el caso de Aby Warburg» (pp. 173‑188), Karina P. Trilles disuelve, en parte, las pretensionesde absoluta novedad del denominado, dependiendo de la tradición, giro icónico o pictorial, defendiendo comoprecursor (olvidado) al historiador del arte alemán Aby Warburg al tiempo que realiza una magníficapanorámica de su obra mostrando qué paradigma de pensamiento pretendió derribar y las herramientasmetodológicas de las que se sirvió para la comprensión viviente del arte: las nociones de «Nachleben derAntike» y «Pathosformel». Para finalizar, tenemos que referirnos a los textos de Johannes Rohbeck e IvesRadrizziani que llevan a cabo sendas reflexiones sobre la historia en general y su interpretación. Así, en«Acción e historia» (pp. 95‑104) Rohbeck plantea que la tarea del historiador y del filósofo no es describir lahistoria como un hecho de la realidad objetiva, sino darle un sentido a la historia, por lo que es necesarioinvestigar ese sentido. Frente a la narratología, que pone todo el acento en el sentido de la interpretación, elautor se propone prestar especial atención al sentido de acción y hacerlo mediar con el sentido de lainterpretación, destacando la interdependencia entre ambos. Por último, en «Reflexiones sobre el estatuto dela historia de la filosofía» (pp. 123‑130), Radrizzani trata de establecer una vía intermedia entre elhistoricismo y la filosofía analítica, al considerar que ambos amenazan la posibilidad misma de una historiade la filosofía. El artículo intenta establecer un difícil equilibro al mantener, por un lado, una irreductibletranshistoricidad de la filosofía ligada a su estatuto de metaciencia al tiempo que, por otro lado, denuncia launilateralidad de un acercamiento que afirme el primado de lo teórico, pues conduciría a ocultar la raízpráctica y la necesaria historicidad de todos los conceptos. Tradición e innovación en la historia intelectual.Métodos historiográficos sigue la estela de otras obras editadas por Faustino Oncina como Teorías yPrácticas de la Historia Conceptual (2009), Palabras, conceptos, ideas (2010), Estética de la memoria (2011)y Giros narrativos e historias del saber (2013), mostrando la vitalidad del grupo de investigación que laanima.
[Nerea Miravet SALVADOR y Héctor VIZCAÍNO REBERTOS. “Faustino Oncina Coves (editor),Tradición e innovación en la historia intelectual. Métodos historiográficos, Madrid, Biblioteca Nueva, 2013,237 pp.” (reseña), in Revista de Libros de la Torre del Virrey (Valencia), nº 3, 2014]
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Estado | 18 de octubre de 2015
✍ La Escuela de Fráncfort [1986]
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(https://introduccionalahistoriajvg.files.wordpress.com/2015/10/francfort1.jpg)Inútilbuscar una definición sintética de la Escuela de Fráncfort. Existieron diferencias (nosiempre las mismas ni en el mismo momento) entre sus integrantes más ilustres comoTheodor W. Adorno, Max Horkheimer y Herbert Marcuse. Cada uno de ellos exploró asu manera y con distintos acentos la dialéctica, el marxismo y el freudismo. Algunoshicieron sus contribuciones más profundas en la estética y otros, en lo social.Finalmente, un nombre icónico, como el de Walter Benjamin, no perteneció realmente alInstituto que fue la base administrativa de la Escuela; y la teoría de la acción
comunicativa de Jürgen Habermas no es una consecuencia inevitable del pensamiento de sus mentores dejuventud. Sin embargo, casi todos creemos saber de qué se habla cuando se menciona a la Escuela deFráncfort y la Teoría Crítica. Versiones difundidas en el sentido común culto fusionan las posiciones deAdorno sobre estética y su intervención decisiva en el campo de la música moderna, la mirada detallista einnovadora de Benjamin sobre la cultura urbana y material, la gran suma filosófico‑histórica de Horkheimery Adorno sobre la razón ilustrada, las exploraciones de Marcuse sobre la subjetividad en el capitalismo.Ellos, los francfortianos, discutieron largamente mientras mantenían una identidad que, pese a losconflictos, es rara en otros grupos. Son un mosaico, pero los unía una tarea común que hoy ya podemosdefinir (sin olvidar, por supuesto, el proyecto de Sartre) como el último gran capítulo de la dialéctica, elúltimo capítulo posible del marxismo filosófico. La Escuela de Fráncfort, de Rolf Wiggershaus, publicado enalemán en 1986 y ahora editado en castellano, es una historia de este grupo excepcional. En 1940, murió,después de años de parálisis física e inhabilidad mental, el primer director del Instituto para la InvestigaciónSocial que se fundó en 1924 con dinero aportado por Felix Weil, hijo de un exportador de cereales que sehabía enriquecido en la Argentina. Los tres años y medio que lo dirigió Carl Grünberg son un comienzo. Lasautoridades universitarias alemanas miraban con desconfianza a ese Instituto financiado por un jovenmecenas marxista, que promovía un programa marxista de investigaciones y repartía sus becas entreestudiantes también marxistas, muchos de ellos militantes del Partido Comunista. Providencialmente, laenfermedad de Grünberg hizo posible un nuevo comienzo. Cuando, en 1930, dejó la dirección del Instituto,el nombramiento de un casi desconocido Max Horkheimer fue una decisión administrativa que contenía ensu centro el futuro institucional de la Teoría Crítica. Los anales del Instituto pasaron a llamarse Zeitschriftfür Sozialforschung, nombre que se volvió clásico. En su conferencia inaugural, Horkheimer establecía undelicado equilibrio entre el programa francamente marxista de su antecesor (suscripto por el mecenas Weil)y una fórmula que pudiera sonar aceptable en el medio universitario alemán que, aunque singularmenteavanzado en Fráncfort, de todos modos no habría tolerado por mucho tiempo un programa de investigaciónexclusivamente centrado sobre el marxismo. Así, Horkheimer se refiere a la filosofía clásica alemana, a laidea de totalidad en Hegel y extrae de allí la fundación metodológica y teórica de un proyecto que investigaralas relaciones de economía, sociedad y cultura. Como queda ampliamente probado por Rolf Wiggershaus, lallegada de Horkheimer fue inesperada, estratégicamente astuta y finalmente providencial. Con tododetallismo, Wiggershaus cita las cartas, las instrucciones y las observaciones ministeriales que armaron eltinglado en el cual pareció prudente aprovechar la enfermedad de Grünberg para imprimir un giro. En laextensa lista de nombres que protagonizan o son figuras secundarias de este primer capítulo, Wiggershausofrece pruebas de una recurrencia: son muchos los judíos (conservadores o liberales, pero siempre ilustradosy de sentimientos profundamente alemanes, es decir, judíos integrados), burgueses urbanos, grandescomerciantes o industriales con inclinaciones a la acción pública prestigiosa y el mecenazgo de las artes y lasciencias. Aunque Wiggershaus no lo subraya especialmente, es significativa esta tipología porque, frente aella, las persecuciones del nazismo, que sucederían muy pocos años después, no se vuelven incomprensibles
para quienes las desataron, pero sí, en gran medida, para quienes las padecieron en esta franja que no estaba
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para quienes las desataron, pero sí, en gran medida, para quienes las padecieron en esta franja que no estabahabituada ni a la segregación ni al desprecio. Después del “relato de comienzos”, se pasa a las biografíastempranas de los principales integrantes del grupo: desde las novelas escritas por Horkheimer en sujuventud a la formación judaica y psicoanalítica de Erich Fromm, que se plantea el cruce teórico entre lateoría de los instintos y la teoría de clases, y termina fijando en el Instituto la primera sede universitaria delpsicoanálisis en Alemania. Estas detalladas e interesantes “vidas francfortianas”, de todos modos,interrumpen el curso de una historia. Arman un friso biográfico, donde no es posible detenerse en lo quequizás hubieran sido algunos paralelos significativos (Horkheimer como una especie de Engels joven y judío,por ejemplo, poniendo de manifiesto, por si hiciera falta una vez más, la pertenencia de los judíos al suelo dela cultura alemana, y también las insospechadas supervivencias de romanticismo social en sus obrasjuveniles). Quizás, el intercalado de las vidas en curso de formación intelectual no haya sido la mejorestrategia expositiva, aunque cada vida tomada en sí misma es interesante como una miniatura. Otraestrategia de exposición habría partido de los grandes teóricos leídos por casi todos, como Lukacs o Korsch oWeber, para delinear un trayecto común a la época. Sin embargo, aunque las biografías juvenilesinterrumpan la historia de los primeros años del Instituto, abren una perspectiva desde la que se compruebaque allí se reunieron tendencias que estaban un poco por todas partes en la izquierda marxista alemanaintelectual y juvenil, que se consolidaron porque el Instituto les dio una adscripción académica y el dineroque la universidad de Fráncfort no habría invertido. El capítulo donde transcurren estos primeros años llevael nombre significativo pero intrigante de “El ocaso” (Dämmerung, que la edición en inglés traduce, menosherméticamente, por “Amanecer”, tal como lo permite la palabra alemana). El título es el de un libro deHorkheimer, publicado en 1934, donde Wiggershaus encuentra la prueba de que tenía ya el programa de unafilosofía futura y de una “teoría científica de la sociedad”. Ese programa atravesó más de tres décadas, comoconvicción, como promesa, como horizonte discutido por la propia Teoría Crítica. José Sazbón, granespecialista argentino desparecido hace dos años, sintetizó el conflicto finalmente generado por la idea detotalidad que los lineamientos de Horkheimer compartían con Lukacs. Sazbón concluye que el hegelianismototalizante del programa de Horkheimer se “dislocará” en las vías recorridas por muchos francfortianos: elpsicoanálisis, la antropología, la crítica nietzscheana. Las historias intelectuales que incluye Wiggershaus eneste primer capítulo son una demostración de que, desde el comienzo, la teoría crítica era mucho más ymucho menos de lo que prometía. Lo muestra el itinerario, en los años veinte, de Theodor Adorno, que haceun pasaje breve y frustrante por el Instituto, se va a Berlín donde tiene una relación fundamental conBenjamin y regresa para trabajar con Paul Tillich y establecerse en ese marco institucional, aunquedesconfiando o recusando la idea de una totalidad inalcanzable en la filosofía contemporánea. Pero unverdadero ocaso, no simplemente el de la idea hegeliana de totalidad, amenazaba a los jóvenes de Fráncfort.El mismo día en que Hitler fue nombrado canciller del Reich, las SA (tropas de choque de camisas pardas) seapoderaron de la casa de Horkheimer. Comenzó el exilio que llevó a los francfortianos a Estados Unidos.Adorno, siempre siguiendo un camino diferido o diferente, intentó una carrera en Oxford, donde se lo ubicó,para su humillación, en el lugar del estudiante de doctorado. Wiggershaus cita largamente lacorrespondencia de 1934 entre Adorno y Horkheimer: “Usted (le escribe Horkheimer) si no ha cambiadomucho, es una de las pocas personas de las cuales el Instituto y la especial tarea teórica que busca cumplirtienen algo que esperar en el plano intelectual”. Aunque la afirmación fuera, en ese momento, injusta conErich Fromm, todo acontece en el relato de Wiggershaus como si Horkheimer conociera el borrador delfuturo o como si algunos rasgos personales de Adorno alcanzaran para explicarlo. “Fijaciones” o celos,desconfianza hacia otros intelectuales como Kracauer, disidencias pequeñas pero significativas queterminaron en separaciones, como con Erich Fromm. Ambos, Adorno y Horkheimer, sentían en cambio unarara atracción por Benjamin, precisamente el que no llegó nunca al exilio. Wiggershaus deja dos cosas enclaro. La primera, más indiscutible por menos teleológica, es que tanto Horkheimer como Adorno estabanfascinados con Benjamin, y se lo comunicaban mutuamente en varias cartas de 1936, aunque quizá nunca
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claro. La primera, más indiscutible por menos teleológica, es que tanto Horkheimer como Adorno estabanfascinados con Benjamin, y se lo comunicaban mutuamente en varias cartas de 1936, aunque quizá nuncapensaron que pudiera integrarse del todo a la empresa común, por la persistencia en Benjamin en “conceptosteológicos” insertados en una filosofía donde tampoco terminaba de reconocerse la dialéctica. La segunda,que era casi inevitable que Adorno y Horkheimer terminaran trabajando juntos en la Dialéctica de laIlustración, como si el nazismo, los desencuentros del año 34, en que uno ya estaba en Nueva York y el otrotodavía tentado en seguir una carrera como(https://introduccionalahistoriajvg.files.wordpress.com/2015/10/remote_nza4nty.jpg)crítico musical en Alemania, hubieran sido detalles de una historia empírica que nuncallegaron a poner en peligro esa obra esencial. Sin embargo, Wiggershaus también muestraque Horkheimer, siempre tajante en sus intervenciones como organizador, vaciló entre unacolaboración filosófica de gran alcance con Adorno y el camino multidisciplinario inscriptoen el programa fundador nunca abandonado, incluso cuando el Instituto regresó a suprimera sede alemana después de la guerra. Durante el período norteamericano, esa víamultidisciplinaria hizo posible la alianza con Paul Lazarsfeld, trazando un desvío más académico yempirista. Eran, sin embargo, hombres de texturas intelectuales muy diferentes: Lazarsfeld, cuando en 1938Adorno se sumó al proyecto de investigación sobre la radio y sus efectos, le estampó el estereotipo del“profesor alemán que, no obstante, dice una cantidad de cosas interesantes”. Por esta misma extrañeza deorigen y formación, Horkheimer se ve obligado a explicar varias veces por qué la Zeitschrift fürSozialforschung siguió siendo publicada en alemán hasta 1939, evitando las traducciones siempre peligrosas(por su tendencia a las “simplificaciones y popularizaciones”), y también porque en ese momento era laúnica revista independiente publicada en esa lengua. Precisamente en su último número en alemán, sepublicó un artículo de alto impacto de Horkheimer: “Los judíos y Europa”. Es característico del relato deWiggershaus recorrer cuántos caminos laterales aparezcan. El proyecto inconcluso de Benjamin sobre París,capital del siglo XIX es abordado en una pequeña monografía intercalada en uno de los capítulos dedicadosal Instituto en Estados Unidos. Con excelentes fuentes documentales sigue el tortuoso itinerario delintercambio entre Adorno y Benjamin, y las objeciones de Horkheimer, que son menos significativas. Sinduda, el intercambio entre Adorno y Benjamin es un punto muy alto de debate y colaboración, dedesacuerdo, reconocimiento y también ceguera, pero surge el legítimo interrogante de si también lo fue en lahistoria del Instituto, donde Benjamin no aparece nunca como una figura central, sino como aquelintelectual magnético que atrae a algunos de sus miembros. Otro ejemplo de excelente análisis intercalado esel de Filosofía de la nueva música; Wiggershaus rastrea las razones del extraordinario impacto y la“felicidad intelectual” que el texto de Adorno le produjo a Horkheimer. Esas páginas, como las dedicadas aBenjamin, son también intermezzi felices dentro del tono predominante de análisis de relacionesintelectuales e institucionales. La tercera inserción monográfica de estas características es dedicada a lagénesis y discusión de Dialéctica de la Ilustración, esa obra magna que se convierte en una clave de bóvedadel proyecto, recoge líneas inconclusas del pensamiento benjaminiano y le da una centralidad a Horkheimery Adorno, desplazando hacia otros espacios, de manera definitiva o por bastantes años, a Fromm, Pollock yMarcuse. El libro de Wiggershaus es una historia de la línea central y de múltiples caminos laterales. Cadauna de las ocasiones en que Adorno disiente con Horkheimer (por ejemplo acerca del ensayo de Marcusesobre el carácter afirmativo de la cultura, para mencionar sólo un caso), prueba que el mismo término deEscuela es poco apropiado. Parece mejor, referirse al Instituto, ya que esta denominación administrativa yacadémica no establece los mismos compromisos de unidad que estuvo siempre amenazada por lasdesavenencias filosóficas de un grupo que se diferencia a medida que pasa el tiempo. Pero las disensiones nofueron solamente teóricas o metodológicas. Sobre todo en los Estados Unidos, en los difíciles años de fines delos treinta y comienzos de los cuarenta, cuando llegan definitivamente todos los emigrados, valen tambiénlos conflictos por la escasez de fondos; los manejos financieros de Horkheimer que, secretamente, se reservauna parte importante de los de la Fundación que había financiado al Instituto en Alemania; su tenacidad
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los conflictos por la escasez de fondos; los manejos financieros de Horkheimer que, secretamente, se reservauna parte importante de los de la Fundación que había financiado al Instituto en Alemania; su tenacidadpara presentar proyectos que intersectaran aquello que los financiadores académicos americanos y tambiéndel American Jewish Committee podían aceptar y lo que la gente del Instituto podía y se interesaba en hacer.Horkheimer, por otra parte, incitaba a los miembros con quienes simpatizaba menos a buscar sus medios devida en otras agencias, especialmente en las del Estado norteamericano, como en los casos de Marcuse yPollock. El proyecto sobre antisemitismo fue el último gran proyecto diseñado en los Estados Unidos. En elcomité consultivo de la investigación se alinearon celebridades no sólo originadas en el Instituto sinotambién grandes nombres como Margaret Mead o Robert Merton. Wiggershaus, al compilar esos nombres,pone en evidencia que, originarios de Fráncfort, sólo quedaban Adorno y Horkheimer, además de LeoLöwenthal. En las infinitas maniobras que exigió la aceptación del proyecto queda de manifiesto no sólo ladestreza administrativa de Horkheimer sino también la inserción lograda en el exilio. Llega, justo en esemomento, el fin de la guerra. Quienes, como Marcuse, trabajaban en agencias de los Estados Unidosespecializadas en los problemas del conflicto, se quedaron sin trabajo y Horkheimer les hizo saber que no lesestaban esperando sus antiguos puestos, aunque el futuro de la Zeitschrift ocupara a Marcuse tanto como aél y a Adorno. En la nueva situación, la revista podía recuperar un espacio público europeo que estuvoclausurado durante el nazismo. Europa, visitada en esos años de posguerra, puede que “esté condenada porla historia”, pero “el hecho de que todavía existe pertenece también a la imagen histórica y abriga la débilesperanza de que algo de lo humano sobreviva” (escribía Adorno a Horkheimer en 1949). Muchos de losexiliados regresaron. En este punto del relato de Wiggershaus podría hacerse un señalamiento. Su historia esincreíblemente detallada en lo que concierne a la génesis de obras y proyectos; los desplazamientos internosdel grupo por afinidades filosóficas y personales; y las infinitas tácticas ensayadas frente a las institucionesnorteamericanas en los planos financiero y académico. Una dimensión se extraña en toda esta prodigiosareconstrucción: la del campo del exilio en su conjunto y la del impacto en estos europeos pura cepa de lasociedad americana en la que se insertaron. En este punto, el relato, que sigue todos los desvíos necesarios,no se propone la reconstrucción de una escena más amplia. Digamos que no es suficientemente materialistaen lo que concierne al paisaje urbano, cultural y social en el que los exiliados vivieron y que había provocadoen ellos el famoso reflejo del “espléndido aislamiento”. Esa ausencia de atmósfera no ocurre, en cambio, en elcomienzo del sexto capítulo, el del regreso definitivo a Fráncfort. El choque es violento porque los hombresdel Instituto habían emigrado de una Alemania donde la cultura producida por judíos e influida por ellos eraesencial. La nación dividida a la que regresaban les presenta sólo el vacío donde esa cultura había vividoenérgicamente. Fráncfort los recibió en triunfo. Sin embargo, para refundar el Instituto, era necesarioconseguir los fondos. Para convencer no a inexistentes mecenas judíos sino a la burocracia estatal,Horkheimer argumenta casi con las mismas palabras de su programa inicial: unir la tradición filosófica ysocial alemana con las investigaciones empíricas, sólo que, en esta ocasión acaecida veinte años después,sumando los aportes metodológicos de la sociología norteamericana (con la que Adorno ya no tendrá másnada que ver). En 1951 se reabre el Instituto. Pero sus miembros van y vienen. En 1952, Adorno vuelve aEstados Unidos, en un viaje que le resulta más duro que el exilio. Marcuse, que desea regresar a Fráncfort yestrechar una colaboración con Horkheimer, una vez más, fracasa. Pero en 1955 él publica Eros ycivilización, el libro que Wiggershaus llama con justicia la Dialéctica de la Ilustración de Marcuse. Fue laconsagración intelectual y pública de los fundadores. Pero también la aparición de nuevos personajes, comoJürgen Habermas, nacido en 1929 cuando se estaba fundando el Instituto, y que elegía escribir en los diariossobre autores por los que Adorno sentía lejanía y hostilidad. Habermas recuerda el impacto de su primerareunión con Adorno: lo escuchó como si estuvieran hablándole Marx o Freud, los grandes de la culturaalemana en el pasado. Prevaleció la continuidad y, en 1965, Habermas obtuvo la cátedra que había sido deHorkheimer. La doble imagen que se le ocurre a Habermas (la de una envergadura pretérita aunquepresente) es también la que ilustra el final del libro de Wiggershaus. Los jóvenes de los sesenta encontraronuna referencia en Fráncfort y, sobre todo, en las fórmulas que sintetizaban su proyecto marxista y dialéctico
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presente) es también la que ilustra el final del libro de Wiggershaus. Los jóvenes de los sesenta encontraronuna referencia en Fráncfort y, sobre todo, en las fórmulas que sintetizaban su proyecto marxista y dialéctico
original. Pero quienes habían(https://introduccionalahistoriajvg.files.wordpress.com/2015/10/41psi5gifwl‑_uy250_.jpg)escrito y hecho posible ese proyecto estaban cada vez más lejos de ese nuevomundo insurreccional y culturalmente revulsivo. Quizá la única excepción fueraMarcuse, que miraba intensamente esa sociedad capitalista tardía mientras Adorno,alejado, coronaba su obra filosófica y estética. Wiggershaus reconstruye, con testimoniosmuy próximos a los hechos, el año 1967, donde Adorno va de un malentendido a otro enreuniones y conferencias con los estudiantes radicalizados. El relato deja ver
perfectamente la naturaleza cultural, ideológica y generacional de una comunicación casi imposible: ni aAdorno le interesa la reforma de la universidad (que fue la bandera con la que comenzaron muchas de lasrevueltas juveniles de esos años), ni los estudiantes están en condiciones de seguirlo en el proyecto másduro, más difícil, con que el filósofo está terminando su vida. Malentendidos diferentes, pero igualmenteinsalvables, separaron a los estudiantes de Marcuse, que fue recibido por ellos como una voz de la revoluciónpara escuchar que, en vez de darles un lugar de primera fila en ese futuro, les dice que no son ellos, losestudiantes, los principales protagonistas. Este final, melancólico pero inevitable en esta gran biografíaintelectual colectiva, tiene una vibración personal y el lector adivina en Rolf Wiggershaus (nacido en 1944)un testigo muy próximo de los avatares con los que compone su historia de la génesis y realización de laTeoría Crítica, de la revista y el Instituto. Toda ella provocaba a construir un libro al que es difícil llamarsimplemente extenso. Es, al mismo tiempo, agotador e imprescindible. Wiggershaus ha sido implacable en larecopilación de fuentes documentales inéditas y en la revisión de las ya conocidas; se mueve en un terrenoque le es familiar desde su doctorado con Habermas, pero no da nada por descontado: revisa todo y no sepermite una elipsis en el relato; no da respiro, porque es un investigador que tampoco se lo permite. Laescuela de Fráncfort es un atlas, una guía exhaustiva, un repertorio bibliográfico completo y unaenciclopedia razonada.
[Beatriz SARLO. “El último capítulo del marxismo filosófico”, in Revista Ñ (Buenos Aires), 27 de marzo de2010]
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Estado | 18 de octubre de 2015
✍ La imaginación dialéctica. Una historia de la Escuela deFrankfurt y el Instituto de Investigación Social, 19231950 [1973]
(https://introduccionalahistoriajvg.files.wordpress.com/2015/10/unknown1.jpeg)Si, empalmando con lo quedecíamos el otro día sobre los esfuerzos de reincorporación de la cultura española a la cultura europea,recordamos los años universitarios de las gentes de mi edad, podríamos lamentarnos de que no se noshubiese enseñado nada del Círculo de Viena o del de Cambridge, pero perderíamos la razón si incluyésemosen el conjunto de las informaciones filosóficas que nos fueron por entonces vedadas la referente a la Escuela
de Francfort. ¿Por qué? Porque pese a que su Instituto para la Investigación Social había
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de Francfort. ¿Por qué? Porque pese a que su Instituto para la Investigación Social habíasido inaugurado ya en 1924; pese a que autores tan tempranamente traducidos alcastellano como Scheler y Landsberg estaban relacionados con ella, el primero en tanto quecultivador de la «Sociología del Saber», polémicamente próxima a las tareas del Instituto,y el segundo porque era «un filósofo en quien el Institut había puesto grandesesperanzas»; y porque pese, en fin, a que Karl Mannheim, también muy pronto conocidoaquí haya sido, con su sociología del conocimiento, decisivo para la configuración de latarea de la Escuela, ésta no cobró verdadera existencia social hasta muchos años después y,
curiosamente, dándose a conocer, sobre todo, al desgajarse, en sus ramas antes que en el tronco, del quesurgieron. Y también en su doctrina, mejor que en su historia. Es a esta última a la que Martin Jay hadedicado un libro (1) traducido al castellano antes que a ninguna otra lengua y que, como era de esperar, nosllega desde América. En efecto, fue allí adonde casi todos sus miembros se trasladaron con la guerramundial. El institut funcionó primero en Nueva York, en Los Angeles después, bastante apartado de la vidaacadémica americana —en contraste con los inmigrantes del Círculo de Viena, con Lazarsfeld y con elfilósofo‑ teólogo Paul Tillich, tan amigo de ellos—, publicando en alemán, en una «espera» que, hasta ciertopunto recuerda la de los núcleos de españoles exiliados poco tiempo antes, en 1939. Y sin embargo, estoshombres, que se resistieron a «americanizar» su estilo de pensar acabaron haciéndose ciudadanosamericanos, e incluso conservando tal nacionalidad al volver (los que volvieron) a Alemania, y puededecirse, sin exageración, que deben a América la gran reputación que la Escuela ha adquirido. Durante losprimeros años de funcionamiento, el Instituto no llevó una vida culturalmente importante. En realidad,hasta 1930 o comienzos de 1931, en que Max Horkheimer —catedrático ya de «Filosofía social», títuloexpresivo de lo que ha sido la Escuela toda—, asumió su dirección, su proyecto era confuso. Fue él quien violo que había de hacerse y, con su capacidad de organización, dotó de figura y sentido al grupo. Grupoencrucijada, esencialmente interdisciplinar, y sometido a diversas influencias. La inicial y ya aludida deKarl Mannheim, por muy criticado que fuese, es innegable en su relativismo, en su mayor interés por las no‑verdades que por la verdad. La del psiconanálisis, no hay que decir. El neohegelianismo de casi todos susmiembros, notorio. La impronta de Husserl y Heidegger (de este sobre Marcuse), visible. El marxismo conimaginación —«imaginación dialéctica», buen lema de lo que la escuela ha querido ser, con su gransensibilidad para el arte y la literatura— por nadie ha estado mejor representado que por ellos durante años.Marxismo imaginativo pero, a la vez, crítico y aun negativo. Todos los que pensamos hemos aprendido deellos la lección, y Javier Muguerza, en el número de la Revista de Occidente, sobre «Análisis y Dialéctica» alque me refería el otro día, hablando precisamente de ellos, de quienes, como se sabe, no está demasiado cerca,decía sin embargo, al final de su excelente artículo, que la filosofía ya no puede ser más que crítica y máscrítica. Pero hay otro aspecto del Instituto, y consiguientemente de la Escuela, más discutible: el de susiempre bien asegurada viabilidad económica. ¿Es casualidad que todos sus miembros procediesen deadineradas familias judías, qué fuera la familia judía Weil la que aportó el fondo financiero principal y que,ya en los Estados Unidos, encontraran sin gran dificultad el apoyo de las fundaciones americanas, cuandono colaboraron directamente ellos mismos con el Departamento de Estado, cuya política, de todos modos, enaquellos tiempos en que acababa de terminarse la guerra, fuese todavía muy diferente de lo que había de seren seguida? Bertolt Brecht fue uno de quienes denunciaron esas dependencias y no hay duda de que uno delos rasgos decisivos en la simpatía que hoy suscita Walter Benjamin es su relativa marginación del grupo,su gran aprecio de Brecht, su desarraigo económico, y el precio que por todo ello hubo de pagar, penuriaeconómica, semiabandono, soledad y triste muerte. ¿Es en fin casualidad el perfecto ajustamiento académico‑social de! Instituto y de sus miembros a la americanizada universidad alemana de la postguerra? Encualquier caso, la escuela de Francfort es una prueba más de la imposibilidad de la pureza absoluta. Siempre«usamos» o «somos usados» y, con frecuencia, ambas cosas a la vez. Lo que no puede negarse es que estaescuela constituyó el primer círculo marxista independiente, heterodoxo, abierto, lo que en gran parte se
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«usamos» o «somos usados» y, con frecuencia, ambas cosas a la vez. Lo que no puede negarse es que estaescuela constituyó el primer círculo marxista independiente, heterodoxo, abierto, lo que en gran parte sedebió, sin duda, a que sus miembros se formaron filosóficamente fuera del marxismo, antes de adscribirse aél. El libro de Jay pone de relieve, a lo largo de todo un capítulo, «La génesis de la teoría crítica», las raícesde un pensamiento de grupo que, con indudable simplificación, tiende a atribuirse sin más a Marcuse, que seincorporó a aquél tras su alejamiento de Heidegger. Hoy mismo seguimos moviéndonos en torno a losgrandes problemas planteados por la Escuela. Así, el de la vigilancia frente al neopositivismo y toda suertede empirismos, punto éste muy bien tratado en el trabajo de Muguerza que antes cité. Del mismo modo, encuanto al buscado equilibrio entre la repulsa de una fusión pasiva e irracional con la naturaleza, a lo KnutHamsun —exaltación de lo Volkisch, camino del nazismo— y la negativa a ver en el hombre el «amo» deaquélla, reducida así a una especie de taller gigantesco (peligro, a la vez, del marxismo ortodoxo y del primerHeidegger). La Dialéctica de la Ilustración fue, en este,sentido, y con toda su posible exageración, librocapital. Martin Jay tiene mucha razón al considerar injusta la afirmación del discípulo de Althusser, GóranTherborn (2), de que el tema de la no‑dominación de la naturaleza fue relativamente secundario para laEscuela. Más bien habría que decir lo contrario y, desde este punto de vista, extraña que en libro tan biendocumentado como el que comentamos no se cite á M. Theunissen, cuya crítica de la escuela subraya suexcesiva dependencia hegeliana de un sentido «natural» de la historia, y del hombre en ella. De cualquiermodo, la conciencia de nuevas alienaciones, la de la cultura de masas —en principio, para la escuela, la(https://introduccionalahistoriajvg.files.wordpress.com/2015/10/51i89uom0al‑_sx331_bo1204203200_.jpg) cultura popular que sus miembros vivieron en América—,así como la del consumismo (y tanto, o más, contra el ascetismo puritano), a este grupo sela debemos. Y tantas cosas más, entre las cuales es imprescindible citar, frente a la «razóntecnológica» o reducción de la razón a «razón instrumental», su voluntad de distinguirentre la técnica y la praxis. Veíamos antes que, frente al marxismo ortodoxo, la escuela deFrancfort afirmó enérgicamente el carácter de praxis que posee toda auténtica teoría.Vemos ahora que, frente a la tecnocracia, distinguió, con no menor energía, la auténticarazón práctica de la mera razón tecnológica. Los hombres de este grupo, por reticentes que se mostrasen encuanto a la posibilidad de alcanzar lo absoluto, tras ese absoluto, buscándolo, se movieron siempre. Miexperiencia del trato directo con sus textos está envuelta en nostalgia, lo que de ningún modo les va mal.Jesús Aguirre, recién terminados sus estudios en Alemania, retornó entusiasmado de ellos, mas habían depasar bastantes años hasta que estuviese en condiciones de poder, él mismo, traducirlos y editarlos. Sin dudatuvo que ser él quien me convenció —lo que no fue difícil— de que en el Seminario de Etica comentásemos,en el comienzo de los años 60, Mínima Moralia, de Adorno. El ponente, mucho más que por afinidad con loque el libro decía, par voluntad de cooperación y por la falta de traducción, que él podía suplir, fue VíctorSánchez de Zavala. Muy probablemente ha sido la primera vez que se trató en la universidad española de loque pensaban aquellos «vecchi signori —un po’ nichilisti e un po’ démodés— in lite con la storia» (3).
NOTAS. (1) La imaginación dialéctica. Una historia de la Escuela de Frankfurt, Taurus Ediciones, Madrid1974. (2) Véase La Escuela de Frankfurt, Cuadernos Anagrama, Editorial Anagrama, Barcelona, 1972 (3)Lucio Colietti, final de su artículo «Da Hegel a Marcuse», en De Homine, Centro di ricerca per le ScienzeMorali é Sociali. Istituto di Filosofía della Universitá di Roma, nº 26, Junio de 1968.
[José Luis L. ARANGUREN. “Diario de un lector. Imaginación dialéctica”, in La Vanguardia (Barcelona),6 de noviembre de 1974, p. 17]
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Estado | 12 de octubre de 2015
✍ Hemisferio izquierda. Un mapa de los nuevos pensamientoscríticos [2010]
(https://introduccionalahistoriajvg.files.wordpress.com/2015/10/arton3400.jpg)Traducidarecientemente al español por Siglo XXI España, Hemisferio Izquierda Un mapa de los nuevos pensamientoscríticos, de Razmig Keucheyan, sociólogo de la Universidad de la Sorbona y militante del Nuevo PartidoAnticapitalista, se propone recrear una cartografía de las principales producciones del pensamiento críticode las últimas décadas. La categoría pensamiento crítico en sí es una categoría demasiado amplia cuyoslímites son difíciles de definir y ello genera una dificultad a la hora de reconstruir una teoría y unaestrategia que se planteen seriamente la tarea de revertir el orden social que se cuestiona. Keucheyanentiende que la dimensión crítica de un pensamiento radica “en la generalidad de su cuestionamiento socialcontemporáneo” (p. 11). Desde este punto de vista, el mapa de los autores que entran en esta categoría esdemasiado abarcador. Allí se incluye la producción de autores como Negri y Hardt sobre el Imperio, laMultitud y el capitalismo cognitivo, los debates en torno al nacionalismo de Benedict Anderson y Tom Nair,la solución espacial y la acumulación por desposesión de David Harvey, el estado de excepción permanentede Agamben. Recorre también la obra de Rancière, Badiou y Zizek, la teoría queer de Judith Butler, lanoción sobre clase social de E.P. Thompson, la propuesta de “capitalismo andino” de García Linera y lalectura sobre la posmodernidad de Jameson, por nombrar solo algunos de ellos. Keucheyan retoma buenaparte de las definiciones de “Consideraciones sobre el marxismo occidental” de Perry Anderson paraconsiderar su caso. Las teorías críticas actuales, señala, son herederas del marxismo occidental, nutridas porotras tradiciones teóricas como el estructuralismo y post‑estructuralismo (se insiste mucho en elentrelazamiento de estos con las tradiciones marxistas). Si lo que marcó al marxismo occidental segúnAnderson fue la derrota de la Revolución Alemana de 1923 y de la ola revolucionaria de entre guerras, lateoría que de ella se deriva es una teoría situada y condicionada por la derrota, una reflexión sobre la derrota.Ésta había significado por un lado una producción teórica cada vez más alejada de la práctica política, másrefugiada en los centros académicos, por lo tanto menos centrada en los problemas estratégicos; y por otrolado, más abocadas al desarrollo de problemáticas abstractas. La derrota del ascenso revolucionario de 1968para Keucheyan va a ser el contexto histórico en donde se va a gestar el “nuevo” pensamiento crítico. De elloel autor desprende por lo menos tres conclusiones significativas. La primera la producción de las obras seremontan a problemáticas heredadas de la década del 60´ y del 70´ fundamentalmente los debates en torno al
sujeto de la emancipación y a los problemas del poder que se siguieron desarrollando en las últimas dos
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sujeto de la emancipación y a los problemas del poder que se siguieron desarrollando en las últimas dosdécadas. De hecho, también se señala, que la trayectoria política de gran parte de los pensadores en cuestiónse inicia en estos años. La segunda es que se ha profundizado la tendencia iniciada por el marxismooccidental, en donde los autores tienen poca o nula relación con las organizaciones políticas, tendencia quese profundizó al mismo tiempo por un “deslizamiento geográfico” de los núcleos de producción teórica deEuropa a las universidades de Estados Unidos, cuyo régimen elitista y hermético acentúa aún más eldivorcio entre teoría y práctica. Si bien también señala que el pensamiento crítico se “internacionalizó” y laproducción de teorías críticas también se puede encontrar en países de América Latina y Asia, EstadosUnidos sigue cumpliendo un rol preponderante en este sentido. La tercera es la incorporación de otrastradiciones teóricas y políticas al corpus del pensamiento crítico, especialmente del estructuralismo y delpost‑estructuralismo, como los problemas de la lingüística, la producción de Lacan, las conceptualizacionesen torno al poder de Foucault, las referencias a Carl Schmitt, así como también la rehabilitación de conceptoscomo ciudadanía y soberanía. Después de transitar por la producción de los autores en cuestión, Keucheyanreflexiona alrededor de los posibles “destinos del socialismo”. Una vez más la referencia es Perry Anderson ysu artículo “Los fines de la Historia”. Keucheyan plantea que el destino del socialismo se puede dirimir endos direcciones, la primera enuncia que las experiencias revolucionarias del ciclo 1848‑1989 fueron“acumulativas”, por lo tanto darán lugar a procesos de transformación en un lapso de tiempo breve. Lasegunda hipótesis sostiene que se necesitarán lapsos más largos para que aparezcan acontecimientos de estanaturaleza. Keucheyan se inclina por esta última opción, señala que la temporalidad política que transitamospara la reconstrucción del(https://introduccionalahistoriajvg.files.wordpress.com/2015/10/unknown.jpeg) marxismoes análoga a la que recorrió el liberalismo desde la Revolución Inglesa a la RevoluciónFrancesa, una temporalidad de largo alcance. En este caso el socialismo sería objeto de unaprofunda reconsideración. Muchos de los enfoques de Keucheyan son certeros, sobre todola relación entre teoría y práctica que atraviesa el pensamiento crítico en las últimasdécadas. También es un trabajo útil para un primer acercamiento a la abundanteproducción teórica de los últimos años. No obstante, épocas como la actual requierenacortar al máximo la temporalidad política de largo alcance por la que se inclina Keucheyan. El mismoAnderson sostiene que el trotskismo constituyó una corriente que ligó la elaboración teórica con lasnecesidades de la lucha revolucionaria durante todo el siglo XX. La crisis económica actual y la lucha declases abren entonces la perspectiva para apostar a que la experiencia acumulada del período 1848‑1989 setraduzcan en la elaboración de un marxismo, que no sólo dé respuestas a las preguntas que aborda el nuevopensamiento crítico, sino que también se transforme en una herramienta para apostar por una estrategiapara que la clase trabajadora y los oprimidos tomen el cielo por asalto, una perspectiva teórica que ligue suproducción a una estrategia por la revolución socialista y la lucha por el comunismo.
[Rodrigo LÓPEZ. “Hemisferio Izquierda. Un mapa de los nuevos pensamientos críticos” (reseña), in LaIzquierda Diario (Buenos Aires), 8 de octubre de 2014]
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