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Documento de trabajo 04 APROXIMACIÓN TEORÍAS DEL CONFLICTO LECCIONES DEL AULA DE CLASE Y LA INVESTIGACIÓN SOCIAL

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POLÍTICA PÚBLICA DE DERECHOS HUMANOS

Y PAZ EN EL

Documento de trabajo 04

APROXIMACIÓN

TEORÍAS DEL CONFLICTO

LECCIONES DEL AULA DE CLASE

Y LA INVESTIGACIÓN SOCIAL

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Documento de trabajo 04

APROXIMACIÓN A LAS TEORÍAS DEL CONFLICTO:

LECCIONES DEL AULA DE CLASE Y LA INVESTIGACIÓN SOCIAL

Serie Documento de Trabajo CEREISSN 2711-4058Edición electrónicaPeriodicidad semestralNúmero 4OCTUBRE 2021

2021, Universidad del Tolima.Centro de Estudios Regionales, CERE - UT.

CERE, código postal 73001, barrio Santa HelenaIbagué - Tolima, Colombia.

Contacto: [email protected] - 2771212 ext 9186http://administrativos.ut.edu.co/

vicerrectoria-academica/cere-ut.html

Universidad del Tolima | Vigilada MinEducaciónReconocimiento personería jurídica:

Ordenanza No. 005 de 1945

Acreditada de Alta Calidad por el Ministerio de Educación Nacional

mediante Resolución 0131189 del 17 de julio de 2020

Con la serie Documento de Trabajo, el CERE promueve reflexiones en torno a distintos temas con fines académicos, y de cualificación de la discusión pública.

El contenido de la presente publicación se encuentra protegido por las normas internacionales y nacionales vigentes sobre propiedad intelectual, oir tanto su utilización, reproducción, comunicación pública, transformación, distribución, alquiles, préstamo público e importación, total o parcial, en todo o en parte, en formato impreso, digital o en cualquier formato conocido o por conocer, se encuentran prohibidos, y sólo serán lícitos en la medida en que se cuente con la autorización previa y expresa por escrito del autor o titular. Las limitaciones y excepciones al Derecho de Autor, sólo serán aplicables en la medida en que se den dentro de los denominados Usos Honrados (fair use), estén previa y expresamente establecidas, no causen un grave oinjustificado perjuicio a los intereses legítimos del autor o titular, y no atenten contra la normal explotación de la obra.

Omar Mejía PatiñoRector

John Jairo Mendez ArteagaVicerrector Académica

Andrés Tafur VillarrealDirector de Centro de Estudios Regionales

Oscar Giovanni Parra MuñozTerritorio, Conflicto y Cultura. Mg

Juliana Fernández MisnazaDiseño y Diagramación

Rodrigo Grajales ©Foto de portada

2711-4058ISSN

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TEORÍA DEL CONFLICTO: LECCIONES DEL AULA DE CLASE EN LA INVESTIGACIÓN SOCIAL

Oscar Giovanni Parra Muñoz. Profesor catedrático e investigador del Departamento de Ciencias Sociales

y Jurídicas de la Universidad del Tolima.

Trayectoria académica: Politólogo Universidad del Cauca, Magister en Territorio, Conflicto y Cultura de la Universidad del Tolima. Miembro activo del Grupo Interdisciplinario de Estudios sobre el Territorio YUMA IMA.

Resumen:

El aula de clase y la investigación social dieron los insumos para este escrito que busca aproximarse a las teorías del conflicto desde la perspectiva de autores clásicos (aquellos que identificaron la presencia inevitable y productiva de este fenómeno) y contemporáneos (quienes sistematizaron y estructuraron este campo de estudio). Este ejercicio ofrece una lectura tanto de las tesis como de los compromisos epistémicos y políticos de los autores.

Palabras clave: Conflicto, Hobbes, Maquiavelo, Marx, Weber, Coser Dahrendorf, Galtung, Lederach, cambio social, construcción de paz.

Abstract:

The classroom and social research provided the inputs for this writing that seeks to approach conflict theories from the perspective of classical authors (those who identified the inevitable and productive presence of this phenomenon) and contemporaries (who systematized and structured this field of study). This exercise offers a reading of both the theses and the epistemic and political commitments of the authors.

Key Words: Conflict, Hobbes, Maquiavelo, Marx, Weber, Coser Dahrendorf, Galtung, Lederach, social change, peace construction.

Resumo:

A sala de aula e a investigação social forneceram os insumos para este trabalho, que procura uma abordagem das teorias do conflito na perspetiva dos autores clássicos (aqueles que identificaram a presença inevitável e produtiva desse fenômeno) e contemporâneos (que sistematizaram e estruturaram este campo de estudo). Este exercício oferece uma leitura das teses e dos compromissos epistêmicos e políticos dos autores

Palavras-chave: Conflito, Hobbes, Maquiavelo, Marx, Weber, Coser Dahrendorf, Galtung, Lederach, mudança social, construção da paz.

APROXIMACIÓN A LAS TEORÍAS DEL CONFLICTO: LECCIONES DEL AULA DE CLASE Y

LA INVESTIGACIÓN SOCIAL

APPROACH TO CONFLICT THEORIES: LESSONS FROM THE CLASSROOM AND SOCIAL RESEARCH

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TABLA DE CONTENIDO

Introducción 05

Reflexiones clásicas sobre el conflicto 06

Reflexiones contemporáneas sobre el conflicto 12

Conclusiones 19

Bibliografía 36

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Lo consignado en este escrito es producto de las lecturas, reflexiones y experiencias de la clase “Teorías del conflicto” impartida en el programa de ciencia política de la Universidad del Tolima, además del proceso investigativo realizado en la maestría “Territorio, Conflicto y Cultura” de la misma universidad, especialmente como parte del marco teórico de la monografía titulada “Representaciones sociales del conflicto en jóvenes del barrio Tierra Firme de la ciudad de Ibagué”.

Para empezar, señalaremos que el primer impulso al cual puede ceder un iniciado en las teorías del conflicto es tratar de limitar la comprensión de este fenómeno a la búsqueda de una definición operativa desde la cual orientar las lecturas e interpretaciones sobre la realidad. Dicha delimitación conceptual, si bien es muy necesaria, podría dejar de lado la reflexión sobre el desarrollo que en diferentes momentos y desde diferentes autores ha tenido esta categoría en cuanto a sus implicaciones epistémicas y políticas. Es por ello, que se ha optado por dividir la exposición de esta lectura en dos partes: una parte dedicada a los aportes de los autores llamados “clásicos”, teniendo este adjetivo la intención de diferenciar a los pensadores que aportaron al edificio teórico de este fenómeno, sin hacer una referencia explícita al mismo, pero entreviendo que la comprensión del hombre en sociedad estaba atravesada por la presencia del conflicto. La segunda parte corresponde a los autores contemporáneos quienes desde un abordaje explícito y sistemático ayudaron a consolidar este campo de estudio en las ciencias sociales durante el siglo XX.

INTRODUCCIÓN

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En el pensamiento occidental, suele referenciarse a Thomas Hobbes como el filósofo que inauguró la comprensión de la sociedad como un derivado artificial y no divino, es decir, como el resultado de un pacto entre humanos que se condensa en un “Contrato” y del cual depende la existencia de todo lo que el hombre pueda llamar civilización. Este énfasis en el contrato y no en las condiciones previas del contrato, es lo que hace parecer a este autor como un representante del “consensualismo”1, no obstante, sus reflexiones sobre la naturaleza del hombre y lo que él llama “Estado de naturaleza” dan a entender que para este pensador la conflictividad es la principal condición desde la cual aprehender la constitución de la sociedad y del Estado.

En primer lugar, para este filósofo inglés era importante indagar por la constitución humana, siendo que de ella deviene la posibilidad de comprender el cuerpo político y la sociedad civil así como su incompatibilidad con el “Estado de naturaleza”: un estado belicoso y prepolítico que le impide al ser humano ver más allá de sus intereses inmediatos y eventualmente cooperar en la construcción de la sociedad. ¿Pero cuál es el origen de dicha belicosidad que impide la institución de lo social? Plata Pineda (2016) resuelve este interrogante retomando la distinción que hace Jhon Hampton entre los tres principales disparadores del conflicto hobbesiano: la competencia, la desconfianza y la gloria. Los dos primeros corresponderían a lo que Hampton (Citado en Plata 2016) llama el “análisis racional”, y el cual consistiría en que el individuo antes de salir del Estado de naturaleza se plantea el dilema entre sus deseos y sus objetos de deseo, siendo los primeros infinitos y los segundos finitos. En otras palabras: un ser que desea mucho pero que aquello que desea viene en porciones limitadas, calculará de manera racional que los otros querrán aquello que también desea, pues se sienten tan merecedores de estas fijaciones como él se siente de merecerlas. Esta desconfianza desprendida de la competencia sería el

REFLEXIONES CLÁSICAS SOBRE EL CONFLICTO

1 También llamada “Teoría del consenso” y parte de la idea de que lo social existe como una agregación de voluntades pactantes alrededor de valores, creencias y metas comunes que la cohesionan. Desde esta postura el Conflicto aparecería como una “disfunción” o una “desviación” indeseable (Anderson, R.W. 1966).

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combustible del conflicto, siendo este último una especie de cálculo “costo-beneficio” tramitado a través de la violencia que caracteriza al hombre sin Estado (Plata Pineda, 2016).

Otra interpretación sobre el origen del conflicto hobbesiano, es el llamado “análisis pasional” (2016), el cual plantea una motivación diferente en la naturaleza humana para emprender la “guerra de todos contra todos”. En esta lectura, el deseo de gloria hace que los hombres entren en conflicto, ya que dicha pasión logra nublar la racionalidad de los individuos y ponerlos en hostilidad y no buscar la paz que busca la ley natural (Plata, 2016). Para Hobbes: “Esta es la causa de que la doctrina de lo justo y de lo injusto sea objeto de perpetua disputa, por parte de la pluma y de la espada” (2005. Pág.80), por tanto, esta incompatibilidad de criterios entre lo deseable y lo no deseable moralmente llevarían a la ofensa, la cual desata una pasión irracional que lleva a la no cooperación necesaria para una sociedad civil. Aquí, es interesante resaltar como este autor parece adelantarse a la dialéctica presentada por Marx y en parte también por Weber entre los aspectos “objetivos” y “subjetivos” de los conflictos modernos, pues lo que él llama la disputa “con la pluma” de alguna forma nos deja entrever que para este autor la palabra y la representación del mundo, anteceden a la “espada”, o más bien a la violencia objetiva en la que pueden escalar los conflictos.

Lastimosamente, para el filósofo inglés el conflicto no ocupa un lugar constructivo en la sociedad, pues, ya sea desde la racionalidad competitiva y calculadora o desde las pasiones irracionales desatadas, el conflicto es presentado como algo que la sociedad debe evitar. La figura del Leviatán sería entonces la institucionalidad necesaria para suprimir cualquier manifestación del conflicto que eventualmente retorne al ser humano al Estado de naturaleza. Esta mala disposición hacia el conflicto, a pesar de mostrarlo como inevitable y latente en la naturaleza humana, se explica por el posicionamiento político del autor hacia el absolutismo, y en su fe en la institucionalidad estatal como principal regulador (o supresor) de la disidencia y la desobediencia.

Con alrededor de un siglo de diferencia, Nicolas Maquiavelo ya había planteado una serie de ideas qué, vistas en perspectiva, son un gran aporte a la teoría del conflicto, pero primero hay que señalar que este es un autor al cual rara vez se le vincula a la teoría del conflicto, y esto en buena medida se debe a la tendencia reduccionista que autores como Carl Schmitt han tenido sobre su obra, es decir, la perspectiva según la cual el filósofo italiano solo tuvo un interés técnico y procedimental respecto a la política (Laleff Ilieff, 2013). Lo anterior, soportado en la idea de que su obra más representativa: “El Príncipe”, no es sino un “manual” de cómo hacer política en el contexto de la Italia renacentista, de ahí que suela subvalorarse el trasfondo conflictivo que el autor trataba de advertir sobre los fenómenos políticos y sociales.

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El mejor ejemplo de la preocupación de Maquiavelo por el fenómeno del conflicto lo encontramos en su célebre teoría de los humores, la cual quedó magistralmente sintetizada en la siguiente frase que se cita a continuación:

“Porque en toda ciudad se encuentran estas dos fuerzas contrarias una de las cuales lucha por mandar y oprimir a la otra que no quiere ser mandada ni oprimida. Y del choque de las dos corrientes, surge uno de estos tres efectos: o principado, o libertad, o licencia.” (Pág.49)

Como se puede observar, para el autor florentino el conflicto es una fuerza constitutiva de lo social ya que los humores (o fuerzas contrarias) son expresión de voluntades en disputa alrededor de las relaciones de poder establecidas en determinado orden social. Esta reflexión, nos da entender que para Maquiavelo la vida política no es una suerte de tecnicismo operativo que se resuelve de manera mecánica al aplicar el “manual” de lo que debe o no hacer el príncipe; según Mc Donnell (2015), el hecho de que el gobernante deba decidir entre un curso de acción u otro, es una clara muestra del interés que este filosofo tenía por el conflicto, ya que: “la asociación política que el florentino está pensando contiene de base a la contradicción y al antagonismo que se presentan siempre en la vida de los hombres” (Pág. 86). El pragmatismo y el realismo con el que se debe hacer política no descansaría entonces en los recursos y procedimientos con los cuales el príncipe toma decisiones, sino en el reconocimiento de la conflictividad social como una realidad inevitable o si quiere como una fatalidad sobre la cual se imponen dos fuerzas: la virtud y la fortuna.

Al igual que Hobbes, Maquiavelo también tenía un interés explicito por el absolutismo como régimen necesario cuando la virtud pública se ha perdido, y guardándose sus preferencias republicanas para cuando las condiciones sociales fueran posibles (Sabine,2009). Sin embargo, el pesimismo antropológico que comparte con el autor inglés pone un límite a la posibilidad de ver en el conflicto una realidad no condicionada por las fuerzas inalterables de aquella supuesta naturaleza humana siempre egoísta.

Ya en el siglo XIX, encontramos en Karl Marx el mejor avance en lo que respecta a la comprensión del conflicto como eje transformador de la sociedad. Se puede decir que este autor sienta las bases de la teoría del conflicto con la cual trabajarán los autores posteriores a su obra. La esencia de sus aportes se encuentra en el cambio epistemológico con el que Marx aborda los problemas de la naciente sociedad industrial, y el cual se sustenta en una visión materialista y dialéctica de la historia. En ese sentido, primero nos propone comprender a la sociedad como un producto histórico (con lo cual supera las ficciones atemporales del contractualismo) y segundo, nos muestra como el producto de ese devenir histórico es la sociedad clasista.

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A diferencia de los esencialismos sobre la naturaleza humana que nos presentaban Hobbes y Maquiavelo (el hombre naturalmente malo), el filósofo alemán ve en el ser humano el “autoconstructor de su propia realidad” (Tejerina, 1991. Pág. 48), siendo determinantes las condiciones materiales de existencia con las cuales se procura su subsistencia. El primer conflicto al cual se enfrentaría el ser humano sería con la naturaleza, a la cual deberá intervenir para obtener sus medios de vida, constituyendo en ese ejercicio la sociedad humana. La dominación clasista sería el resultado histórico no lineal de esta intención por transformar la materia, proceso en el cual se crean inevitablemente las relaciones de producción, la cuales son en principio el reflejo de la división del trabajo, pero con el desarrollo de los diferentes modos de producción dichos relacionamientos se condensarían en relaciones sociales mucho más complejas.

Con la aparición del excedente de producción y la propiedad privada se establece una base material económica que Marx llama la “estructura” y desde la cual se proyectará la constitución política, legal e ideológica o también llamada “superestructura” y cuya función es establecer las percepciones del mundo como una especie de “producción espiritual” desde los intereses de la clase dominante (Marx & Engels, 1974. Pág. 50). Todo este proceso conflictivo es la base de todos los cambios cualitativos de la sociedad occidental, pues ésta, es el resultado de la dialéctica entre diferentes grupos sociales históricamente constituidos (amos-esclavos, señores-siervos, obreros-capitalistas).

Bajo ese entendido, Marx concluye que: “La historia de todas las sociedades habidas hasta hoy ha sido la historia de la lucha de clases” (1975. Pág. 2), sin embargo, para que dicho conflicto clasista tenga forma, debe darse una condición subjetiva que hace posible la articulación política de los grupos sociales en disputa: la conciencia de clase; desde ella, se permite la identificación política de los sujetos históricos identificados objetivamente en una situación de clase, por tanto, es el paso por el cual se politizan las contradicciones ocultas por la “superestructura” dominante, dando pie a que las clases organicen sus proyectos políticos de sociedad movilizando los recursos a su disposición (Tejerina, 1991). En la conciencia de clase y su correspondiente movilización política, se expresa el conflicto que da forma a toda sociedad histórica; siendo así, para el caso de la moderna sociedad capitalista (donde se ha consolidado el triunfo de la propiedad privada) dicho conflicto se reflejaría principalmente entre el capital y el trabajo (Boundi, 2014).

Marx, teniendo un posicionamiento político explicito en función de las luchas proletarias de su tiempo, no solo describió la transformación social, sino que quiso provocarla. Su enfoque materialista fue criticado por sus contemporáneos e inclusive hasta el día de hoy sus legatarios revisan con cuidado sus posturas sobre la forma en que se relación los elementos “objetivos” y “subjetivos” asociados el conflicto social. Algunas de las

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principales críticas a las teorías de Marx sobre los conflictos de la sociedad moderna fueron planteadas por otro pensador alemán cuya obra se ha vuelta fundamental para el estudio del conflicto: Max Weber.

En los umbrales del siglo XX, este último autor creó todo un entramado teórico para tratar de comprender el proceso de “modernización” ocurrido en Occidente, pues construcciones como el Estado moderno y el capitalismo parecían anclarse más fácilmente en esta parte del mundo que en otras civilizaciones. Esta particularidad (más no exclusividad) fue entendida como efecto del proceso de “racionalización” (o lo que Mardones (1997) llama más bien “secularización”) iniciado en la experiencia religiosa occidental y cuyos alcances se harían sentir en muchas más “esferas de la vida”, siendo allí donde Weber ubicaría los principales conflictos de la sociedad moderna.

Weber analiza el carácter de las sociedades premodernas, en las cuales las acciones (económicas, políticas, éticas y estéticas) se adecuaban a lo divino y sus valores, o como el autor lo llamaba: racionalidad “con arreglo a valores.” (2004. Pág.17) y que vendría a funcionar como una totalidad explicativa de toda la acción humana. Con la emergencia de la modernidad europea, la racionalidad “Teleológica” o “instrumental” (Aquella que adecúa la acción del mejor modo posible a los fines independientemente de los valores y principios) empieza a hacerse dominante en esferas clave de la vida, tales como: la economía, la política y la ciencia. No obstante, este avance en la racionalidad de los fines no significaba un retroceso de la racionalidad conforme a valores, ya que, en su lugar, lo que sucede es un tránsito hacia una pluralidad de “esferas de valor” en la que cada una aplica una racionalidad distintiva con una legitimidad y legalidad propia (Esquivel, 1999).

Así entonces, la religión reclamará una racionalidad y legitimidad en función de los valores y principios que le son propios y la economía (sobre todo de tipo capitalista) establecerá el lucro como finalidad única desde la cual legitimar su acción en el mundo2. Otro tanto pasará con la política y su racionalización en las estructuras burocráticas propias del Estado moderno, cuyos fines (dimensión moral) quedan separados de los medios que utiliza para el ejercicio de la dominación: el monopolio de la violencia legitima (Weber, 1979).

A diferencia de Marx, este autor no consideraba al conflicto de clases como el conflicto definitivo de la sociedad moderna, y en su lugar, propuso entender los conflictos como una serie de tensiones entre las distintas “racionalidades” que las esferas de la vida (religiosa, económica, política, ciencia, ética y estética) tienen entre sí (Aronson, 2008). Al no existir como en la premodernidad una esfera totalizante (la religión) que se imponga sobre todas las demás esferas de la vida, los dilemas entre seguir valores o seguir fines

2 Michael Lowy (2014), señala como Weber y Marx coinciden en la visión del capitalismo moderno como un universo en el que la acumulación de capital deviene en un “fin en sí mismo”.

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tangibles seguirá acelerando la “autonomización” de estos campos de la acción humana, siendo que cada una de las esferas de valor, acentúa su legitimidad en los vacíos que crea la otra (Esquivel,1999)3. Estos conflictos, no se pueden reducir a simples diferencias de opinión entre científicos, religiosos, empresarios y políticos, sino que van más allá y ponen en juego el sentido mismo de la realidad con el que los sujetos justifican su acción, pues como lo dice Weber:

“Algo puede ser sagrado, aunque no sea bello, sino porque no lo es y en la medida en que no lo es (...), algo puede ser bello, no sólo, aunque no sea bueno, sino justamente por aquello por lo que no lo es” (1979. Pág.216)

Weber fue llamado alguna vez el “Marx de la burguesía”, pues su filiación a la democracia liberal con fuertes tintes nacionalistas le hacían replantear las tesis clasistas del marxismo. En su lugar, propuso una comprensión de las clases en las que la dominación estaba presente, pero esta misma se expresaba de manera más delimitada en la esfera del mercado (Aronson, 2008), por lo cual no se hacía explicativa de toda la conflictividad de las diferentes esferas de la vida.

3 Por ejemplo: la religión y la estética abordan con más profundidad las inquietudes existenciales que la economía o la ciencia.

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Los siguientes autores se caracterizan por indagar de manera explícita por el fenómeno del conflicto, en ese sentido sus obras son sistematizaciones más especializadas pero que siguen estando apoyadas de los aportes de los pensadores “clásicos” que dieron forma a este campo de estudio. En ese orden de ideas, empezaremos referenciando a Lewis Coser, sociólogo alemán radicado en Estados Unidos quien indagó por las “funciones sociales del conflicto”. No esta demás resaltar que su acento en las “funciones” corresponde a su vinculación académica con las corrientes funcionalistas, siendo esta última una corriente sociológica poco dada a considerar el conflicto como elemento transformador y dinamizador de los cambios sociales.

Dentro de las premisas del funcionalismo encontramos una especie de patologización del conflicto y una tendencia a ver sus manifestaciones como desviaciones indeseables, es decir, como resultado de la no asimilación de los valores y pautas de la cultura dominante. Autores de esta corriente como Talcott Parssons, más enfocados en el “orden” y la “cohesión” a través de elementos simbólicos culturales, proponen una visión armónica de la sociedad en la que difícilmente el conflicto tiene un lugar productivo (Stropparo, 2006). Consciente de esta limitación, Coser (1970) intentará tender un puente entre las corrientes funcionalistas y la teoría del conflicto, y para ello, colocará como eje explicativo el cambio social, pero, distinguiendo entre lo que él llama cambio del sistema y el cambio dentro del sistema, siendo el primero: “todas aquellas alteraciones que se observan en las relaciones estructurales principales, en las instituciones básicas y en los sistemas prevalecientes de valor” (Pág.36). El segundo, por su parte deriva de la “flexibilidad” institucional que pueda regular los conflictos y que estos no sean “disduncionales” (Pág.36).

Para Coser, parece ser deseable que el conflicto produzca cambios “dentro del sistema” y no “cambios del sistema”, ya que de alguna forma este fenómeno ayudaría al fortalecimiento del sistema social en tanto impide su “osificación” al forzar “la innovación

REFLEXIONES CONTEMPORÁNEAS SOBRE EL CONFLICTO.

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y la creatividad” (1970. Pág.29). En su argumentación, las fuentes conflictivas son diversas: valores, expectativas sociales, grupos sociales nuevos, dominación, riqueza, estatus, etc. Y de ser canalizadas institucionalmente, ayudarían a renovar y mejorar al conjunto social. Una particularidad que este sociólogo destaca de las instituciones occidentales es que éstas permiten que el conflicto se pueda expresar, razón por la cual el autor consideraría que los cambios derivados del conflicto deben darse “dentro” y no fuera del sistema. Para que se dé un cambio del sistema, según este autor, debe darse una ruptura en el “consenso básico” es decir los valores y pautas que habían mantenido hasta el momento el equilibrio del sistema social. Así entonces, entre más rígido sea un sistema respecto al trato a la “desviación” generada por el conflicto, más susceptible es a que se dé un cambio total del sistema. Por otra parte, cuando las instituciones se muestran lo suficientemente flexibles, estas serán capaces de regular el conflicto y evitar que este se vuelva “disfuncional”.

Finalmente, vemos que Coser (1970) ve en el conflicto una función cohesionadora muy importante cuando sugiere que los grupos pobremente estructurados podrían solidificarse y encontrar puntos de integración y eventualmente metas comunes, lo cual es algo muy similar a la idea de consciencia de clase mencionada por Marx. La terminación de un conflicto estaría supeditada a la creación de un mínimo simbólico, desde el cual se puedan construir consensos entre las partes en disputa y eventualmente cierto grado entendimiento (Coser, 1970). La postura política de este autor parece estar más cercana a las tesis consensualistas que a la teoría del conflicto, pues su influencia funcionalista le hace considerar negativa la posibilidad de un cambio total del sistema y, si bien su obra es un avance en cuanto al reconocimiento del conflicto como una realidad inevitable y transformadora, aún se lee entrelineas un rechazo conservador a la posibilidad de que dicha potencialidad se salga de los márgenes establecidos.

Ralf Dahrendorf (a diferencia de Coser) es un autor que duda de que las tesis consensualistas puedan ayudar entender mejor las características sociales del conflicto. Este autor germano-británico, considera que el conflicto debe ser entendido por fuera de las premisas de la sociología funcionalista, pues su énfasis en la “cohesión” o el “orden estable” evaden el cuestionamiento por el cambio social y por lo que él llama: elementos explosivos (1996. Pág.342) de la sociedad. Para Dahrendorf (1996) la sociología contemporánea, debe atender principalmente a la siguiente pregunta: “¿Qué hay que entender por conflicto social y qué clases de conflictos podemos distinguir en las sociedades históricas?” (Pág. 334)

Al hablar de conflicto social, este pensador está lejos de hacer una redundancia, pues en su lugar, está proponiendo una variabilidad tal en las formas conflictivas que hacen que solo una cierta categoría de conflictos pueda ser catalogados como “sociales”. Desde

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esa perspectiva, las clasificaciones que el autor propone para los conflictos parten de diferenciar dos ejes: en el primero se identifican las unidades sociales menores (individuales) y otras mayores (colectivas o agregativas), dando lugar a la siguiente tipología:

“A) Dentro y entre roles sociales individuales. (como el del médico) B) Dentro de los grupos sociales dados. (por el liderazgo del grupo) C) Entre agrupaciones sociales organizadas (grupos de interés) o no organizadas (tenderos y gobierno municipal) D) Conflictos entre agrupaciones organizadas o sin organizar que afectan a toda una sociedad o unidad estatal. (partidos o entre regiones) E) Dentro de unidades mayores, estados o grupos supranacionales.” (Dahrendorf. 1996.Pág.338).

En el otro eje el autor toma los grupos o elementos que toman parte en los conflictos, como por ejemplo los conflictos en entre dos partes de una misma categoría (Escocia e Inglaterra), entre contendientes inferiores y/o superiores (sindicatos y empresarios) y entre el total de la respectiva unidad y una parte de la misma (España y los catalanes). A juicio de este autor, el conflicto social va más allá de las individualidades, por lo cual, aquellos conflictos que solo involucran unidades sociales menores no deben ser considerados como conflicto social. Bajo ese entendido, un conflicto en mujeres y hombres dentro de un salón de clase sería un conflicto, pero no sería un conflicto social ya que este se limita a las personalidades de los involucrados. Los conflictos sociales propiamente dichos derivan de la estructura de la sociedad, son supraindividuales y trascienden los caprichos personales de quienes los agencian (Dahrendorf. 1996).

Este intelectual tuvo entre sus mayores influencias a Marx y a Weber y en muchas partes de su obra se nota la intención de conciliar las premisas de ambos autores. Empezando por Marx, este autor rescata la concepción del conflicto como motor de cambio social, así como su raíz en la estructura de la sociedad, pero distanciándose al considerar que la base económica no es el principal escenario de conflicto social, pues, acercándose más a Weber prefirió poner el acento en la “Dominación” o como él mismo la llama: la “asociación de dominio” (Dahrendorf, 1996. Pág. 344) como estructura constitutiva de la sociedad. Razón por la cual, considerará que el conflicto social tiende a expresarse como el resultado del reparto desigual del poder entre los grupos sociales que se disputan el reparto del poder legítimo.

Otro aporte importante que el pensador hace a la teoría del conflicto es la diferenciación que propone entre conflicto y violencia, pues para este autor, esta última es una opción que toman los bandos del conflicto, pero no refleja la única posibilidad de canalización de este. La intensidad del conflicto no es siempre violenta y depende de las trabas que

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existan para el reconocimiento de la organización de los bandos y las identidades que eventualmente se construyan. Por lo anterior, la regulación de los conflictos debe ser un ejercicio que no busque terminar, resolver o (peor aún) eliminar su presencia de la vida social, sino buscar gestionarlos, canalizarlos y enfocar su “efectividad creadora” (1996. Pág. 343).

Dahrendorf fue llamado el “El gran europeo” debido a que desde las épocas de la Guerra Fría tuvo una intensa actividad política en pro de la formación de la Unión Europea. Sus posturas conciliadoras y críticas con el marxismo deben entenderse a la luz de sus esfuerzos europeístas por tratar de crear un punto de encuentro epistémico en un momento de rupturas que se mostraban irreconciliables en el plano intelectual y político europeo.

Los siguientes autores, tienen la particularidad de dedicar su obra tanto a la comprensión de los conflictos como a los estudios para la paz, papel en el que trabajaron acompañados de gobiernos e instituciones multilaterales. En primer lugar, referenciaremos a Johan Galtung, matemático y sociólogo noruego, cuya influencia en la teoría del conflicto se haya en la forma en que problematiza dimensiones sensibles como por ejemplo la violencia. Esta última, es una categoría indispensable para introducirse en su obra y la cual es presentada de forma tríadica como se muestra a continuación.

En primer lugar, tenemos la violencia directa, siendo entendida como aquellos sucesos visibles y evidentemente violentos que se pueden hasta grabar ya que su manifestación es explicita y accesible a los sentidos. En ella podemos encontrar desde agresiones físicas, abusos de autoridad, actos delincuenciales, desplazamientos, segregaciones, etc. Su particularidad es el reconocimiento inmediato (visible) de su naturaleza violenta. Le sigue la violencia cultural, la cual corresponde a aquellas formas violentas que recaen en la esfera simbólica de la existencia y que son utilizadas para justificar o legitimar cualquier otra forma de violencia. Este caso se puede ejemplarizar con fenómenos como la alienación, los prejuicios, los estereotipos, chistes ofensivos, invisibilización en el lenguaje, entre otros. Finalmente, el autor explica la violencia estructural, la que a su juicio es la peor de todas, ya que ella expresa la negación de las posibilidades existenciales mínimas de los seres humanos como el acceso a la alimentación, educación, vivienda, salud y trabajo digno, su base es la exclusión y la explotación e impiden la formación de la conciencia y la movilización (Galtung, 2016). Los ejemplos más útiles serían la marginalidad, la pobreza, el desempleo, el desamparo y la persecución a diferentes grupos sociales.

Galtung (2016) considera que la violencia cultural, funge como trasfondo simbólico que legitima y justifica las formas de violencia directa y estructural, por lo cual considerará

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importante afrontar y develar estas violencias que se esconden en la religión, las ideologías, el arte o la ciencia y así poder oponer una “cultura de paz” a una “cultura violenta”. Su teoría del conflicto coincide con los autores precedentes en reconocer que este fenómeno tiene una dimensión transformadora y estructural la cual involucra la dominación y la confrontación entre objetivos incompatibles, sin embargo, el noruego ve importante agregar un enfoque no antropocéntrico a la compresión de los conflictos, pues a su entender, la naturaleza también debe ser involucrada como una afectada por estas interacciones humanas ya sea por su depredación y/o explotación (2016).

El autor considera que se debe dar un giro epistemológico que evite caer en esquemas simplificadores que reduzcan la resolución de los conflictos a una disociación de medios y fines que hagan valer cualquier medio en función de lograr la paz (Calderón, P. 2009). Para este autor, a la paz debe llegarse a por medios pacíficos, pero sobre todo holísticos, por lo cual considera que una Teoría del Conflicto debe estar acompañada de una Teoría del Desarrollo desde la cual visibilizar la violencia estructural y el cómo intervenir sobre ella, punto seguido, el sociólogo noruego agrega los Estudios para la Paz, los cuales tendrían como objetivo transformar el conflicto en relaciones empáticas y creativas (2009). A su entender, esta transformación de los conflictos debe darse desde todos los niveles sociales (micro y macro), pues a diferencia de Dahrendorf quien solo considera relevantes los conflictos de unidades mayores, Galtung cree que las conductas y comportamientos violentos a nivel personal e individual, son reflejo de conflictos y estructuras violentas mucho mayores (2009). Tal es el caso de la violencia directa que un hombre puede ejercer hacia una mujer y que está justificada por recursos simbólicos propios de la violencia cultural e implicar formas de discriminación y exclusión estructural.

En conclusión, la tramitación y transformación de los conflictos (no su resolución o finalización) debe ante todo propender por la “potenciación de la vida” (2009), donde la conciencia sobre las formas de violencia explicitas e implícitas permita modificar comportamientos, actitudes y contradicciones hacia formas de relacionamiento pacíficas (Galtung, 2003). No muy lejos de estas premisas, encontramos a Jean Paul Lederach, quien en dialogo con Galtung (2003) propone ir más allá de la comprensión del conflicto y dar mayores luces para su abordaje y tramitación en situaciones concretas.

Lederach, nos presenta la construcción de paz y la reconciliación como el principal objetivo de su interés intelectual sobre el conflicto. Este sociólogo norteamericano, dice derivar sus apreciaciones de su experiencia como mediador y negociador en conflictos internacionales como Nicaragua, Somalia, Irlanda del Norte y Colombia. Antes de ofrecernos un posicionamiento sobre el conflicto, el autor nos presenta una idea de lo que implican los conflictos contemporáneos, es decir, aquellos que se dan después de la

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Guerra Fría y que por lo general se ubican en el hemisferio sur; en países subdesarrollados donde la respuesta bélica y el negocio de armas son capaces de regionalizar o inclusive internacionalizar las violencias que viven dichas sociedades. En estos contextos, se da lo que el autor estadounidense llama “sociedades divididas” (1998), las cuales tienen enormes fracturas y una gran falta de cohesión como ciudadanos, pues, es desde su experiencia local y comunitaria donde encuentran mayor reconocimiento mutuo.

Esta cercanía de los combatientes y no combatientes crea y profundiza enemistades entre los miembros de la comunidad, rompiendo además el tejido social a partir de percepciones, emociones y subjetividades encontradas. El reto de Lederach (1998) es presentar una propuesta para la “construcción de paz” pensada para estas realidades y desde la cual se puedan “transformar los conflictos en relaciones pacíficas y sostenibles.” (Pág. 54) El punto de partida para ello debe ser entonces la “Reconciliación”, entendida por este autor como un lugar de encuentro (locus) y un enfoque en las relaciones (focus); siendo ésta una aproximación que supera los tecnicismos burocráticos y jerárquicos con los cuales suele abordarse el encuentro entre partes enfrentadas y que pone el acento en las dimensiones humanas, para las cuales no existe ningún manual o proceso estandarizado (1998).

Esto último es la debilidad de la diplomacia tradicional de los Estados, pues no suele estar preparada para este tipo ejercicios, ya que parten de la idea de que solo los líderes militares o políticos son los autorizados para “crear” la paz. El “realismo” de las escuelas de relaciones internacionales parte de premisas bélicas de la llamada “Realpolitik” o como la llama el autor: “la política real del odio” (Lederach, Pág. 59), desde las cuales, la reconstrucción de las relaciones rotas no es tomada en serio y es vista como expresión de cierta ingenuidad (sino es que de debilidad). El núcleo de la Reconciliación tal como lo propone este sociólogo, tiene como objetivo catalizar las relaciones sociales a partir de encuentros que permitan expresar el trauma por la violencia vivida y visionar un futuro en el que las partes puedan coexistir. A esto Lederach lo llama una “tensión creativa” (1998.Pág. 65) en la cual se expresa un pasado doloroso y se visualiza un futuro interdependiente.

En términos prácticos, dicha “Reconciliación” implica un encuentro, en el cual los liderazgos y roles de los involucrados son claves para el éxito de la transformación del conflicto en relaciones pacíficas. Así entonces, los liderazgos de mayor nivel (líderes políticos o militares) tienen un roll importante al ser capaces de movilizar mayores recursos y dar mayor visibilidad a los procesos de negociación, pero se encuentran maniatados al “mantener una posición de fuerza ante sus adversarios y ante sus propias comunidades” (Lederach, 1998. Pág. 74), con lo cual pretenden no verse débiles o

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condescendientes con el enemigo. Los liderazgos de base o “locales” tienen la ventaja de ser cercanos a sus comunidades y estar directamente vinculados a sus necesidades obteniendo por ello un reconocimiento entre las poblaciones, lo cual es muy valioso para la reconciliación a nivel micro. Sin embargo, ellos deben sufrir los embates de la violencia y mantener una mentalidad de “supervivencia” (1998, Pág.129), ya que la poca visibilidad de sus causas y sus límites para movilizar recursos los hacen vulnerables a la belicosidad cotidiana. Los liderazgos de nivel medio son aquellos liderazgos que están presentes en ONGs, universidades, grupos religiosos, organizaciones civiles etc., los cuales tienen la ventaja de ser más visibles que los líderes de base, pero sin sufrir la cotidianidad de la guerra que estos últimos padecen. Igualmente, permiten crear opinión y movilizar un poco más de recursos sin estar atados a la posición de fuerza que se les exige a los niveles de liderazgo alto. Para el autor norteamericano, el liderazgo intermedio, por sus relativas desventajas y ventajas es el más oportuno para empezar a hacer los primeros encuentros y acercamientos en pro de la reconciliación y la construcción de paz (Lederach, 1998).

Esta última, es entendida por el autor como un continuum entre las relaciones más violentas a las más pacíficas, así, la resolución de conflictos debe abordar las manifestaciones múltiples del conflicto, las cuales se expresan desde los niveles más cotidianos o “cuestiones”, pasando a niveles relacionales, subsistémicos y sistémicos (lo cual entra en dialogo con la perspectiva holística de Galtung). El conflicto, según este autor, tiene cierto dinamismo en sus diferentes expresiones que lo hacen avanzar y retroceder, pues la “progresión del conflicto” (Lederach, 1998. Pág. 97) obliga a ubicar al mismo en un marco temporal en el que se suceden círculos viciosos de negociación y confrontación, por ello, el roll de todo negociador o mediador de conflictos debe estar en su capacidad de generar consciencia sobre el conflicto mismo y sobre las 4 dimensiones en las cuales se le debe intervenir: personal (emociones y percepciones), relacional (efectividad, comunicación y expresividad), estructural (contenido y sustancia, causas originarias del conflicto) y cultural (modelos mentales y simbólicos) (Lederach, 1998).

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Las preguntas por el lugar del conflicto en las sociedades humanas tienen un largo camino en el pensamiento occidental y muchos de sus interrogantes aún siguen teniendo pertinencia en la actualidad. Para empezar, sigue siendo necesario reconocer la presencia del conflicto sin caer en los esencialismos sobre la naturaleza humana de Hobbes o Maquiavelo, pero reconociendo (como lo hacen estos autores) que su escalamiento o supresión está relacionado con el papel de las instituciones políticas. Por lo mismo, se hace necesario explicar cómo desde el conflicto se hace posible la institución de lo social y las diferentes fórmulas de gobierno que rigen al ser humano (Maquiavelo).

Igualmente sigue siendo importante entender el papel de la sociedad clasista y de la distribución de la propiedad en los conflictos actuales, vinculándolos como hacía Marx con la acumulación de contradicciones históricas, asumiendo que la conciencia sobre su naturaleza y los intereses involucrados es necesaria para la politización del conflicto y su eventual papel transformador. Ello sin olvidar las pertinentes reflexiones Weberianas sobre la importancia de abordar aspectos subjetivos de la dominación que rebasan el conflicto clasista y que se expresan en la lucha por el “sentido” de la acción y de las diferentes formas en que la racionalidad humana se bifurca en las sociedades modernas.

Los autores contemporáneos ofrecen por su parte un abanico de cuestiones relevantes como, por ejemplo, si la relación entre conflicto y cambio social (una vez reconocida) debe ser tramitada dentro de las instituciones (propuesta que Coser llama “cambio dentro del sistema”) o como un cambio total del sistema social, algo más cercano a las tesis marxistas y que nos remite a la vieja discusión entre reformistas y revolucionarios. La relación entre la dimensión micro y macro de los conflictos también es una pregunta muy importante que se expresa primero en la postura de Dahrendorf, para quien el “conflicto social” es independiente de las voluntades individuales y se debe comprender mejor como un fenómeno más estructural, lo cual contrasta con las ideas de Galtung

CONCLUSIONES

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quien ve en las formas de violencia directas, culturales y estructurales una manifestación de tensiones que se retroalimentan tanto en lo micro como en lo macro. Por ello, al igual que Lederach insiste en que los estudios para la paz deben abordar todos los niveles de expresión del conflicto para que desde su creatividad se potencie la vida (Galtung) y se permita la Reconciliación de la que habla Lederach. Estos últimos autores plantean inquietudes que rebasan la comprensión teórica de los conflictos y proponen guiar su tramitación de forma pacífica, principalmente en sociedades que padecen conflictos armados, han roto su tejido social y lentamente avanzan en procesos de reconstrucción, reparación y reconciliación como lo es el caso colombiano.

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