temas cuaresmales

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tema para reflexionar en cuaresma

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“En esto dijo Pedro: Voy a pescar. Los otros dijeron: Vamos contigo.

Salieron juntos y subieron en la barca…. Ellos echaron la red (como se los había

mandado Jesús) y se llenó de tal cantidad de peces que no podían moverla…

Jesús les dijo: vengan a comer algo”.

(Jn 21, 3.6.12)

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Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2015. página 3

Tema 1: El Kerigma, mensaje central del Evangelio que funda e impulsa la pastoral orgánica. página 8

Tema 2: El compromiso bautismal y el testimonio personal base de la comunión. página 13

Tema 3: La dimensión social de la fe en comunión orgánica con la pastoral profética y litúrgica página 16

Tema 4: La comunión orgánica al servicio del pueblo de Dios y de la misión. página 19

Tema 5: La mirada contemplativa de nuestro próximo plan de pastoral orgánica. página 23

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LA SANTA SEDE

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2015

Fortalezcan sus corazones (St 5,8)

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcan-zado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globaliza-ción de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.

Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.

La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristia-nos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.

Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la sal-vación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclama-ción de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.

El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta re-novación.

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1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) – La Iglesia

La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después enten-dió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.

La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramen-tos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indi-ferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).

La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez por-que es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca po-dríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.

2. « ¿Dónde está tu hermano? » (Gn 4,9) – Las parroquias y las comunidades

Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las pa-rroquias y 2comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).

Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confi-nes de la Iglesia visible en dos direcciones.

En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espal-da a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan,

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gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indife-rencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doc-tora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuen-to mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897).

También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victo-ria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.

Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturale-za es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.

Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) – La persona creyente

También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?

En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvide-mos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.

En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.

Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de

Arquidiócesis de Monterrey
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los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nues-tras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.

Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31). Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.

Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuares-ma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no cai-ga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.

Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial reco-rra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.

Vaticano, 4 de octubre de 2014

Fiesta de san Francisco de Asís

Franciscus

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Texto Bíblico para meditar: Mc.1, 14-20

Comienzo del ministerio de Jesús: el Kerigma

A diferencia de la predicación que ya se le escuchó a Juan el Bautista, la de Jesús es llamada desde el principio “Buena noticia”,

Este mensaje fundamental que viene de Dios y habla de Dios es la noticia de un he-cho real, de un acontecimiento; no se trata de una teoría, ni mucho menos de espe-culaciones sobre Dios, sino de la narración de un hecho. La realidad fundamental que Jesús viene a revelar es del acontecer concreto de Dios en medio de nosotros. Gracias a este anuncio sabemos qué tipo de relación Dios quiere establecer con no-sotros.

La noticia es “buena” porque nos aporta lo que necesitamos para ser felices, para que nuestra alegría sea real, de fondo y duradera. Ella es fuente de gozo.

Quien acoge la Buena Nueva, tomándosela en serio, se coloca enseguida en terreno firme: conoce la cercanía salvífica, poderosa y segura de Dios que le trae paz, soli-dez y gozo a su vida.

El mensaje del Kerigma nos anima a creer en el don gratuito, que Dios Padre ha querido participarnos por medio de Jesucristo, Señor Nuestro. Él nos ha enriquecido con su encar-nación, vida, pasión, muerte y resurrección, y ahora mediante los sacramentos de inicia-ción (bautismo, confirmación y eucaristía), con la acción del Espíritu Santo.

Así forma su pueblo que vive y da testimonio de su fe en comunión orgánica. Por la pro-clamación del kerigma, los no bautizados y los bautizados alejados, son también convoca-dos a ser parte activa del cuerpo de Cristo como verdaderos miembros suyos, y a caminar como discípulos suyos, unidos como Pueblo de Dios. Estos dos rasgos de la Iglesia, cuerpo místico en comunión orgánica, y pueblo de Dios, son las bases, que invitamos a asumir en este tiempo de cuaresma.

El modelo de Iglesia como comunión orgánica no sólo nos mueve a integrar en la vida de la Iglesia a quienes se acercan gracias a la predicación del Kerigma, sino además, nos impulsa a compartir la vida, con quienes ya servimos en las diferentes pastorales, en un programa que fortalezca las dimensiones básicas de la fe que debemos ofrecer, para que el encuentro con Cristo sea más pleno.

Las tres pastorales básicas (profética, litúrgica y social) que deben dejarse permear por el kerigma, son precisamente los lugares donde hoy podemos encontrar a Cristo en la Iglesia: En la Palabra de Dios (pastoral profética), en la oración-sacramentos (pastoral litúrgica), y en el compromiso testimonial con el hermano, especialmente el que sufre (pastoral social y moral).

Al impulsar el modelo de Iglesia Pueblo de Dios, asumimos que quienes vamos en el ca-mino de la fe, somos personas débiles y necesitadas del perdón y de la misericordia de Dios, por lo que la programación pastoral fiel a este modelo de Iglesia, debe llevarnos pre-cisamente a la misión de proclamar con palabras, pero además con la fuerza de los sacra-mentos, y mediante el testimonio personal y comunitario, la Buena Noticia de Jesús: El Reino de Dios ya está cerca, hay amor, hay perdón y misericordia para todos.

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La cercanía del Reino se debe expresar en programas y acciones que hagan accesibles a todos los discípulos de Cristo estas tres dimensiones básicas de la fe y del Kerigma, para que se encuentren con Cristo, y se les facilite su integración como miembros vivos de la Iglesia, pueblo de Dios en comunión orgánica.

La dimensión profética de la fe al servicio de la comunión orgánica del pueblo de Dios.

El día de Pentecostés, Pedro, citando la Escritura y explicando el misterio pascual de Cris-to, proclama por primera vez el kerigma ante la multitud, lo hace antes de invitar a la con-versión y a la recepción de los sacramentos (Cfr. Hch 2, 1-36). Por ello, todas las acciones que impulsan el anuncio, estudio y enseñanza de la Palabra de Dios, integran la pastoral profética, que es el cimiento de la evangelización, ya que, como afirma el Apóstol San Pa-blo: “La fe nace de la predicación y lo que se proclama es el mensaje de Cristo” (Rm 10, 17).

Aunque en el ministerio de la predicación, los Apóstoles y sus sucesores juegan un papel fundamental e insustituible, esta tarea es también de todos los miembros del cuerpo de Cristo. Si queremos asumir el modelo de Iglesia cuerpo místico en comunión orgánica y Pueblo de Dios, debemos estar convencidos de que todos los bautizados están llamados a proclamar la Buena Nueva, ya que como afirma el Papa Francisco, “en virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19).

Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilus-tración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protago-nismo de cada uno de los bautizados” (EG 120).

Ahora bien, siendo conscientes de que los miembros del Pueblo de Dios somos personas débiles y limitadas, por tanto, para poder llevar a cabo la misión a la que hoy se nos envía, necesitamos un nuevo Pentecostés: “La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impi-da instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente.

Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradia-ción de la vida en Cristo. “Cuánto deseo – ha dicho el Papa Francisco en su mensaje de Cuaresma,- que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras pa-rroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia”.

Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente;; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza”1. Este nuevo Pentecostés, entendido como una renovación de la gracia del bautismo y la confir-mación, debe concretarse en actitudes y acciones.

Por ello, insistimos en la necesidad de que todos tengamos una formación integral en la catequesis para conocer más profundamente la Palabra.

1 CELAM, Documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Cari-be, Aparecida, mayo 2007, 362

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La dimensión litúrgica de la fe en comunión orgánica con la pastoral profética. La predicación del Kerigma hecha por Pedro, el día de Pentecostés, llegó al corazón de quienes oyeron y por ello le preguntaron: ¿Qué debemos hacer, hermanos?, a lo que Pedro les propone: “Conviértanse y háganse bautizar invocando el nombre de Jesucristo, para que se les perdonen los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo” (Hch 2,37-38). La Iglesia, desde Pentecostés, ha asociado la predicación del Kerigma y la conversión con la recepción de los sacramentos de iniciación. Ante la limitación humana y ante nuestra inclinación al pecado que nos dificulta seguir a Jesús como Pueblo de Dios y a vivir en comunión orgánica, tenemos la inestimable riqueza y fuerza de los sacramentos. El corazón abrazado cariñosamente por Dios es regenerado con amor y misericordia en el sacramento del Bautismo. En él somos abrazados por el amor de Cristo crucificado; su amor mostrado en la cruz llega a nuestra historia personal individual y comunitaria, llamándonos a una vida nueva de comunión con Él. “Esta relación nuestra con Dios”, nos explica el Papa Benedicto XVI, “fundada en el bautismo, se convierte en nuevo criterio de pensamiento y acción a lo largo de toda nuestra vida, que llegará a su plenitud en la vida eterna”2. Un nuevo criterio de pensamiento es lo que hemos llamado cambio de paradigma. En este sentido, el modo como Dios nos ha amado gratuitamente y su manera de relacionarse con nosotros pecadores dándonos los dones del Espíritu Santo, se convierte en el “modelo o paradigma” de relación, que ahora nosotros, los bautizados y discípulos de Cristo, debemos tener para con quienes están aún lejos, ya que ellos también son llamados a la comunión orgánica. El Kerigma mueve a la conversión, pero también mueve a la misión, ya que el Espíritu Santo que nos es dado gratuitamente desde Pentecostés, mediante el sacramento de la Confirmación nos capacita para llevar los dones del amor salvífico de Dios a una nueva plenitud; y el Espíritu nos hace capaces y responsables de configurar nuestra vida individual y comunitaria como verdaderas personas abiertas a la gracia de Cristo, encarnando los valores del Reino de Dios, reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, del amor y de la paz3. Quienes se convierten a Cristo mediante el Kerigma, deben encontrar facilidades, no dificultades para dar el paso a recibir o completar los sacramentos que los lleven a vivir la plenitud de la vida cristiana como miembros vivos del cuerpo de Cristo. Ante la invitación de Pedro “háganse bautizar”, nos dice el libro de los Hechos de los Apóstoles que “los que aceptaron sus palabras se bautizaron y aquel día se incorporaron unas tres mil personas (Hch 2,41). El Papa Francisco nos ha estado haciendo una invitación insistente para que no cerremos las puertas de los sacramentos y para que facilitemos el acceso a ellos (EG 47). PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR

- ¿Cómo he vivido mi encuentro personal con Cristo? - ¿Cómo percibo en mi comunidad parroquial el encuentro con Cristo? - ¿Cuáles son los desafíos que se presentan y cómo los enfrento, personal y

comunitariamente?

2 Cf.. BENEDICTO XVI, Carta apostólica en forma motu proprio Porta Fide, 6. 3 MISAL ROMANO, Prefacio de Cristo Rey.

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Texto Bíblico para meditar: Hechos 2,14-40 Jesús es proclamado por primera vez Llamados a la Conversión El Bautismo es un don de Dios: Gracias al bautismo, los creyentes somos liberados

del pecado y nacemos a una nueva vida en Cristo, convirtiéndonos en hijos de Dios, hermanos de Jesucristo, Templos del Espíritu Santo y miembros plenos de la Igle-sia. Por el bautismo se abren las puertas a la vida cristiana y a los demás sacramen-tos.

El Bautismo es un gran compromiso: es fuente de responsabilidades. Nos compro-mete a dar crecimiento a la semilla de la fe que ha sido depositada en nuestro cora-zón y a dar testimonio, con palabras y obras, la fe recibida.

La predicación de Pedro, el día de Pentecostés llegó al corazón de “quienes oyeron” y tam-bién preguntaron: ¿Qué debemos hacer, hermanos? (Hch 2,37). La conciencia de quienes escuchan a Jesús lleva a interiorizar que el ser humano por sí solo no puede com-prender la anchura y la altura de la respuesta de fe ante el misterio del amor de Dios. Pedro les propone: “Conviértanse y que cada uno se haga bautizar en el nombre de Jesucristo para la remisión de los pecados y recibirán el don del Espíritu Santo” (Hch 2,28). La respuesta a la predicación del amor de Dios es el deseo humilde y sencillo de cambiar. Se trata de aceptar una manera de ser, un modo de vivir, tener una vida cerca de Dios; di-cho más sencillamente: ser un discípulo de Cristo. La conversión es ya una decisión ante Jesús: “ser su amigo e ir tras de Él, cambiando su forma de pensar y de vivir, aceptando la cruz de Cristo, consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida”4. La llamada a la conversión es también una invitación a la fidelidad al amor de Dios por parte de cada uno de nosotros. La fe es don de Dios y es respuesta del ser humano, res-puesta como determinación de vivir con el modo de vida que Cristo nos enseña. La fideli-dad es la fe en acción, la fortaleza de mantener la decisión, a través del tiempo, de vivir según el orden del amor de Cristo en toda circunstancia. La fidelidad se refiere a la vida moral de cada uno de nosotros iluminada, alentada y fortalecida por el amor de Dios. Jesús escucha la pregunta de aquel joven: ¿Qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna? (Mt 19,16b); y responde: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19,17b). Los mandamientos son el camino de la fe madura en fidelidad y el sendero de salvación para todos nosotros. Cristo nos enseña que la conversión y la madurez del discípulo se lo-gran guardando los mandamientos, son el trabajo cotidiano para formar los rasgos del ros-tro de Cristo en la comunidad cristiana. La vivencia de los mandamientos es lo que llama-mos testimonio de nuestro encuentro con Cristo y amor a Él, y muestra claramente la fuer-za de la verdad del Evangelio. Somos llamados a la santidad, nuestros progresos y retroce-sos en esta vocación los vemos reflejados en la vivencia de los mandamientos5. Guardar los mandamientos es una indicación de Cristo para cuidar las acciones que reali-zamos y los criterios que usamos para decidir hacer tal o cual acción. Se trata de la moral cristiana católica: nuestro modo de vivir concreto a partir de la fe en Cristo. Nuestra con-versión como discípulos de Cristo nos exige seguir esta ley moral, con el único objetivo de ser más fieles al amor de Dios.

4 CELAM, Documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Cari-be, Aparecida, mayo 2007, 278. 5 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2044-2046.

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La conversión moral de todos los discípulos nos permitirá ser luz del mundo y sal de la Tierra en nuestro tiempo, y nos conformará más claramente al modo en que Dios nos habla y nos ama: en palabras y acciones; y manifestará nuestra misión evangelizadora como ori-ginal, auténtica y verdaderamente cristiana. Nuestra sociedad, tan rica en humanidad y tan compleja en sus relaciones, tan cercana por sus redes sociales y a veces tan lejana en los corazones, ¡y tan amada por Cristo!, necesita de ciudadanos prudentes ante la desafiante realidad, fuertes en los retos, templados en sus sentimientos y emociones, justos en sus juicios y acciones. Con nuestra vida moral, nosotros los cristianos, podemos alentar a todos nuestros conciu-dadanos a una manera de vivir más justa, más santa; una sencilla y fuerte manera de vivir, por los caminos de la sabiduría de lo pequeño que nos conduce a la comprensión de lo ver-daderamente grande. Recordemos la reflexión de Aparecida: “La vida en Cristo incluye la alegría de comer jun-tos, el entusiasmo por progresar, el gusto de trabajar y de aprender, el gozo de servir a quien nos necesite, el contacto con la naturaleza, el entusiasmo de los proyectos comunita-rios, el placer de una sexualidad vivida según el Evangelio, y todas las cosas que el Padre nos regala como signos de su amor sincero. Podemos encontrar al Señor en medio de las alegrías de nuestra limitada existencia y, así, brota una gratitud sincera”6. Ante la propuesta de la vida nueva en Cristo, el corazón salta en nuestro interior; descubre que se trata de un estilo de vida que sana, fortalece y humaniza. Nuestra conversión como discípulos de Cristo pide seguir esta ley moral, con el único objetivo de ser más fieles al amor de Dios. Cristo nos ha dejado el sacramento de la reconciliación como el momento del perdón y la reconciliación con Dios y con los hermanos; acerquémonos a este sacramento con un cora-zón arrepentido, confiando en que el sacerdote pondrá su esfuerzo en propiciar el encuen-tro con “la misericordia del Señor, que nos estimula a hacer el bien posible”7. Que los sa-cerdotes dediquemos más tiempo a confesar a los fieles. Cada uno debe encontrar la manera de hacer presente a Jesús a sus hermanos en las cir-cunstancias en las que viva8, pero para ello es necesario acercarnos al Espíritu y dejar que renueve nuestra fe, acercarnos con humildad a los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación para ser alimentados y renovados en la vida, para pedir perdón y ser per-donados. PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR

- ¿Soy consciente de mi compromiso bautismal? - ¿Cómo lo he vivido? - ¿Soy testigo del amor de Dios en mi vida en medio de la comunidad? - ¿Cuáles son los desafíos que enfrentamos los bautizados para vivir nuestra fe?

6 CELAM, Documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Cari-be, Aparecida, mayo 2007, 356. 7 FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 44. 8 Cf., Ibid., 121

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Texto Bíblico para meditar: Mt 25, 31-46

Jesús, nos invita a vivir, como Él, en función del otro, de los otros, y haciendo del amor a Dios y a los hermanos la meta fundamental de nuestra vida

El tema fundamental del juicio será el amor, las obras de misericordia, expresadas en situaciones humanas bien concretas: hambre, sed, hospitalidad, desnudez, en-fermedad, prisión. Lo que se examinará serán directamente las acciones: “tuve hambre, tuve sed... y me dieron... y me visitaron y vinieron a verme” (25,35.36).

Jesús nos enseña que nuestro destino eterno se juega en nuestra capacidad de “ver” y “amar” al Señor en los hermanos, en los más pequeños. La Palabra del Maestro sigue resonando. Que ella toque nuestro corazón y encienda en él, el fuego de su mismo amor.

La consecuencia de la primera predicación y profundización del Kerigma realizada por Pedro el día de Pentecostés, así como la facilidad ofrecida de acceder a los sacramentos, tuvo una inmediata consecuencia en frutos para el crecimiento de la primitiva Iglesia, ya que “los que aceptaron sus palabras se bautizaron aquel día y se incorporaron unas tres mil personas” (Hch 2,41). La pastoral profética y litúrgica al servicio de la misión, tuvo además de las conversiones personales, gracias a la enseñanza de los Apóstoles, una conversión social de la comunidad. La predicación y escucha del Kerigma suscita la conversión y anima a los creyentes a inte-grarse a la comunidad cristiana. Con el corazón abierto a Dios el que escucha se pregunta qué debe hacer. La misericordia de Dios nos responde: formar una comunidad de herma-nos con Cristo a la cabeza, un solo pueblo de Dios con una manera especial de vivir: “Eran asiduos en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la solidaridad, en la fracción del pan y en las oraciones. Ante los prodigios y señales que hacían los apóstoles, un sentido de reverencia se apoderó de todos. Los creyentes estaban todos unidos y poseían todo en común. Vendían bienes y posesiones y las repartían según la necesidad de cada uno. A diario acudían fielmente y unánimes al templo; en sus casas partían el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera. Alababan a Dios y todo el mundo los estimaba. El Señor iba incorporando a la comunidad a cuantos se iban salvando” (Hch 2, 42-47). Como vemos, en las primeras comunidades que fueron fundadas desde la predicación del Kerigma por los Apóstoles, la Palabra y los sacramentos están estrechamente unidos al compromiso social, es decir, al compromiso de caridad con el hermano y con el necesitado. El encuentro con Cristo y la entrega que nace de la conversión hacen brotar del corazón el deseo de la unión entre todos, con una mirada de hermanos, sin soberbias ni orgullos ni pretensiones ventajosas, dejando que el corazón madure con el fuego lento y paciente del Espíritu y lo capacite para la solidaridad, para una vida conforme al llamado recibido, en comunión con todos los hermanos. La vida de comunión es la que hace presente el Reino de Dios en el mundo, ya que, como explicó el Papa Juan Pablo II: “el Reino tiende a transformar las relaciones humanas y se realiza progresivamente, a medida que los hombres aprenden a amarse, a perdonarse y a servirse mutuamente. Jesús se refiere a toda la ley, centrándola en el mandamiento del

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amor (Cf. Mt 22,34-40; Lc 10,25-28). Antes de dejar a los suyos les da un «mandamiento nuevo»: «Que se amen los unos a los otros como yo los he amado» (Jn 15,12;; Cf. 13,34)”9. Necesitamos un esfuerzo para renovar la acción pastoral en la comunión, la solidaridad y la compasión, con algunos compromisos concretos (en ca da una de nuestras zonas pastora-les), como la atención a quienes sufren por diversos motivos, como enfermedad, acciden-tes, muerte, violencia, injusticia, soledad y falta de oportunidades. O asistir a los Talleres de participación ciudadana, que preparará el Secretariado de Pastoral Social por el que todos los cristianos católicos renovaremos nuestro compromiso por la acción hacia el bien común. Que toda comunidad y todo grupo apostólico adquiera el compromiso de atender algún aspecto del rostro sufriente de Cristo en la Iglesia, que todo grupo asuma un apostolado social con acciones concretas para atender a los necesitados, exhortamos a todos los miembros de nuestra Iglesia Diocesana a unirse a este grito solidario. PREGUNTAS A REFLEXIONAR

- ¿Cómo identifico, en hechos concretos, que en la comunidad parroquial se vive la dimensión social de la fe?

- ¿En mi comunidad parroquial, se vive la fraternidad para con los alejados y margi-nados?

- ¿Qué acciones concretas realizamos y cuántas nos faltan por realizar?

9 JUAN PABLO II, Carta encíclica Redemptoris missio, 15.

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Texto Bíblico para meditar: 1 Co 12, 4-12 La diversidad de carismas, ministerios y servicios, abre el horizonte para el

ejercicio cotidiano de la comunión, a través de la cual los dones del Espíritu son puestos a disposición de los demás para que se viva y crezca la caridad.

Todo bautizado, en efecto, es portador de dones que debe desarrollar en unidad y complementariedad con los de los otros, a fin de formar el único Cuerpo de Cristo, entregado para la vida del mundo.

Cada comunidad está llamada a descubrir e integrar los talentos escondidos y silenciosos que el Espíritu regala a los fieles.

El Testimonio de amor al prójimo y de fidelidad a los mandamientos son elementales para que nuestra predicación sea creíble y para que la gracia de los sacramentos florezca en la misión; sin embargo, aún falta un elemento indispensable para la misión y para toda la evangelización: La comunión orgánica. El Papa Benedicto XVI presentó la comunión eclesial como clave de la misión evangelizadora. La comunión nace del encuentro con Jesús quien ha creado una nueva relación entre Dios y los hombres, y entre todos nosotros. Esa nueva relación es la comunión, vivida en el mandamiento del amor y es una condición indispensable para que el mundo pueda creer: “No sólo ruego por ellos, sino también por los que han de creer en mí por medio de sus palabras. Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste (Jn 17, 20-21). Este modelo de Iglesia comunión, debe inspirar nuestra programación y nuestras acciones concretas. Por ello, hacemos un llamado a todos los fieles de nuestra Iglesia de Monterrey a renovar nuestra fe: ¡un nuevo mundo es posible por el amor de Jesús! Unidos a la exhortación del Papa Francisco nos proponemos caminar hacia la comunión misionera que nuestra Iglesia tanto necesita en este tiempo: Que nuestras parroquias y todas las comunidades se encaminen con mayor determinación a ser lugares de comunión y participación, donde nadie sea ni se sienta marginado. Los obispos y sacerdotes vivamos la conversión pastoral necesaria para esta comunión: indicando el camino, siendo custodios de la esperanza del pueblo, buscando una cercanía sencilla, mediante momentos de participación y diálogo, con el deseo sincero de escucharnos unos a otros10. Que nuestros “grupos parroquiales” ya no sean sólo “agrupaciones”, sino verdaderas comunidades donde haya sentimiento y afectividad, pensamiento, oración, sentido de pertenencia a Dios Padre, a la Iglesia, y entre sus miembros, confianza y servicio mutuo, todo esto esperado pacientemente desde el encuentro con Cristo en la Sagrada Escritura, con afecto y compromiso recíproco, compartiendo los valores del Evangelio, reforzándonos unos a otros en las obras de caridad, corrigiéndonos como verdaderos hermanos en Cristo.

10 Cf.FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 28-31.

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Es el camino señalado por Aparecida al exhortarnos para hacer de nuestras parroquias comunidad de comunidades. Edificadas en el amor que nace de Cristo, presente en la Eucaristía, con la acción vivificadora del Espíritu Santo, y con la acción de la gracia acogida en los corazones. Al leer la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium del Papa Francisco, podemos encontrar muchas luces para este aliento pastoral. Así, los rasgos de la comunión misionera en nuestros días serían: a. La firme convicción de fe de reconocernos como hermanos, con la voluntad de apoyo mutuo, de abrir nuestro corazón para que el encuentro con Cristo sane las heridas causadas por las relaciones humanas egoístamente individualistas, con la voluntad de reconocer nuestros vínculos a todo nivel, personal y comunitario, con el deseo firme de construir puentes, estrechar lazos y de ayudarnos a llevar nuestras cargas (EG 67). b. El cuidado de unos por otros, especialmente de los débiles y los frágiles, sin abandonar ni marginar a nadie, dando aliento a los cansados y desesperados, y ofreciendo el consuelo mutuo necesario en el camino. Cuidado, aliento y consuelo son brillos de la caridad de Cristo en medio de su Pueblo (EG 99). c. La eclesialidad, como criterio de discernimiento de los carismas que edifican a nuestra Iglesia, nos pide evaluar si nuestras iniciativas pastorales tienen la capacidad de integrarse armónicamente en la vida del Pueblo de Dios y cuál es su aporte al bien de todos, cuidando que no procedan del capricho, de los proyectos meramente individualistas ni del aislamiento, ni de una falsa autonomía, mucho menos de la envidia que en ocasiones acecha nuestro corazón (EG 130.89.99). En la Iglesia hay lugar para todos: para las mujeres y hombres laicos, para los y las consagradas y para toda la gente de buena voluntad. d. La unidad es superior al conflicto. Este principio brilla en la actitud de un corazón maduro en la fe: conservar siempre a las personas como hermanos, manteniendo la mirada firme en la dignidad de hijos de Dios y no en la diferencia conflictiva, una mirada que permite conservar la unidad rica en la diversidad, conservando las ricas capacidades de quienes están en conflicto (EG 228). Buscar la unidad en medio de la violencia criminal y de la crisis social es una urgencia para todos. En la Evangelii Gaudium, el Papa Francisco nos pone en alerta frente a los retos que la comunión misionera enfrenta en nuestros días: individualismo, crisis de identidad cristiana y la caída del fervor evangelizador. Frente a ellos, propone los rasgos de la espiritualidad de la comunión misionera en una serie de afirmaciones y negaciones inspiradas por el amor apostólico que Cristo infunde a su Iglesia:

Sí a la espiritualidad misionera, por tanto, no nos dejemos robar el entusiasmo misionero (EG 80);

No a la acedía egoísta, por tanto, no nos dejemos robar la alegría evangelizadora (EG 83);

No al pesimismo estéril, por tanto, no nos dejemos robar la esperanza (EG 86);

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Sí a las relaciones nuevas que crea Jesucristo, por tanto, no nos dejemos robar la comunidad (EG 92);

No a la mundanidad espiritual, por tanto, no nos dejemos robar el Evangelio (EG

97);

No a la guerra entre nosotros, por tanto, no nos dejemos robar el ideal del amor fraterno (EG 101).

Frente a todos los desafíos eclesiales no nos dejemos robar la fuerza misionera (EG

109). Podemos reconocer los brillos de esta espiritualidad de la comunión misionera en la nueva evangelización: el entusiasmo, la alegría evangelizadora, la esperanza, la comunión, la vida del Evangelio, el amor fraterno y la fuerza misionera. Creo que estas reflexiones del Sumo Pontífice nos dan suficientes luces sobre la comunión eclesial en nuestros días, bajo la fe firme de que la comunión no es fruto simplemente de una mejor organización de los grupos, sino de una espiritualidad, de una mística y ascética, de una manera de ser y de vivir inspirada por el Evangelio de Jesús, Hijo de Dios y Señor Nuestro, y guiada y fecundada por el Espíritu Santo. Este discernimiento eclesial por una comunión misionera nos exige la contemplación en la acción, no podemos esperar a tener el programa pastoral ideal para actuar; tenemos ya el modelo: la Iglesia, Pueblo de Dios en Misión y Comunión, en constante conversión, en pobreza y libertad. PREGUNTAS A REFLEXIONAR. En estas realidades eclesiales:

- ¿Se tiene la experiencia como Iglesia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar?

- ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos?

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Texto Bíblico para meditar: Mt 14, 22-33 Jesús no deja nunca de orar. Cuando planifiquemos nuestras actividades, incluyamos unos minutos para

la oración, y dejemos esos instantes para dedicarnos con constancia a comu-nicarnos con nuestro Padre y que nada nos aparte de esta intención.

Jesús, en medio de la tempestad, anima a sus apóstoles que tienen miedo: “Tengan confianza. Soy yo. No teman.” ¡Qué seguridad nos infunde Cristo y disipa todos nuestros temores, miedos y angustias, sólo Él puede llenarnos de confianza.

Pedro dudó, desconfió del Señor, dejó de mirar a Cristo y comenzó a mirarse a sí mismo y la fuerza del viento, y fue cuando todo se vino abajo.

Ante todos los obstáculos y adversidades de la vida, Jesús se hace presente para tendernos su mano. Necesitamos de la FE y de una confianza absoluta en su gracia y en su poder.

Quisiera de forma breve, proponerles los desafíos, que vislumbro como horizontes pas-torales que deben guiar nuestro caminar y nuestra programación pastoral, en comunión orgánica como Pueblo de Dios los próximos años, de cara al año de evaluación del Plan de Pastoral Orgánica 2011-2015 y de elaboración del siguiente Plan de Pastoral. Esta mirada de amor frente a la crudeza de la realidad nos permitirá hacer un buen dis-cernimiento a la luz del Evangelio siguiendo las orientaciones que el Papa Francisco nos regala tanto en la Evangelii Gaudium, en su mensaje para esta Cuaresma, como en sus constantes intervenciones y homilías. Deseo que toda futura acción evangelizadora sea significativa, creativa y pronta. Saludo, sonrisa y diálogo con todos: He mencionado en varias ocasiones y estoy convencido que el ABC de la pastoral consis-te en acciones muy sencillas y a la vez muy humanas, como el saludo y la sonrisa con que nos presentamos como Iglesia ante nuestros mismos fieles y ante los que llamamos ale-jados e incluso indiferentes o ante quienes se confiesan no creyentes. En este sentido, ser una Iglesia de puertas abiertas como el Santo Padre nos pide ser, implica revisar los mo-dos y las actitudes, el lenguaje y procedimientos como tratamos a quienes se acercan, con menos burocracia, sin cara de funeral y evitando ser una aduana pastoral. Debemos reformarnos y programar acciones y procedimientos pastorales, así como estructuras que reflejen el rostro misericordioso, compasivo y alegre de Jesús. ¡Hay que volver a ser como los niños! Además, Evangelii Gaudium nos invita a un diálogo con el mundo, a no tener miedo a entrar en comunión con los ambientes que a veces nos dan miedo, por considerarlos lejanos a nuestra cultura eclesial. El diálogo no significa renuncia a nuestros valores, pero es el único camino para transformar las diversas culturas urbanas que forman parte de la pastoral, que no podemos desconocer y que hay que asumir con urgencia. Afectividad y espiritualidad: El ABC de la pastoral, el saludo y la sonrisa, así como el diálogo no son siempre posibles ya que muchos de nosotros hemos sido heridos y la desconfianza en los demás, así como la pobre auto-estima, nos impiden relacionarnos debidamente con los otros. La pastoral de hoy, así como la formación pastoral, debe partir de un adecuado desarrollo humano,

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pero integrado a una espiritualidad cristiana madura, basada en una adecuada antropo-logía. Como Iglesia tenemos muchísima riqueza en este campo, numerosos autores de libros y talleres, bastas experiencias espirituales; sin embargo, no siempre están al alcance de todo el Pueblo de Dios y no siempre se integran en un proceso humano-cristiano. Jesu-cristo es verdadero Dios y verdadero hombre y esta verdad de nuestra fe nos debe llevar a integrar los elementos humanos y cristianos que nos ayuden a un mejor desarrollo personal y comunitario.

Comunidades abiertas a la ciudadanía: Si logramos un buen desarrollo humano-espiritual, el ABC de la pastoral como Iglesia de puertas abiertas y en salida, podremos entonces incluir en nuestras acciones y programas no únicamente a los fieles cercanos o a los bautizados practicantes, sino, además, a todos los ciudadanos. Considero que también debemos atender los diversos campos que hoy demandan una creciente conciencia de participación ciudadana: Civismo, política, educación, ecología, desarrollo, etc. Un ejemplo iluminador en este horizonte ha sido la intervención del Papa Francisco en la restauración de las relaciones de Cuba con Estados Unidos que beneficiarán a miles de personas en ambos países. Pobreza y solidaridad: No basta tener buena intención y buenas ideas para ser aceptados los creyentes en la participación ciudadana. Si el Papa ha tenido la necesaria aceptación para intervenir y ser escuchado en espacios de dimensión internacional, se debe ante todo a su testimonio en la lucha por impulsar una Iglesia pobre y misionera al servicio de la solidaridad con quienes viven en las periferias existenciales. Como Iglesia diocesana no podemos dejar de escuchar la invitación constante del Papa Francisco a una reforma que nos ayude a vivir y reflejar mejor la vida y enseñanza de Jesús manifestada en los evangelios. Los exhorto a no tener miedo de soñar con ser una Iglesia pobre y solidaria, asumiendo con valentía las orientaciones de Evangelii Gaudium ya que, “cada Iglesia particular, porción de la Iglesia católica bajo la guía de su obispo, también está llamada a la conversión misionera... Su alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en su preocupación por anunciarlo en otros lugares más necesitados como en una salida constante hacia las periferias de su propio territorio o hacia los nuevos ámbitos socioculturales. Procura estar siempre allí donde hace más falta la luz y la vida del Resucitado. En orden a que este impulso misionero sea cada vez más intenso, generoso y fecundo, exhorto también a cada Iglesia particular a entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma" (EG 30). PREGUNTAS A REFLEXIONAR.

- ¿De qué manera vivimos o podemos aplicar todos estos principios a nuestra vida personal, religiosa o comunitaria?

- ¿Qué nos falta por hacer? - ¿A qué me comprometo?

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