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Sociología de las Profesiones Marta Jiménez Jaén Tema 3. Mercados de trabajo y carreras profesionales 1. Introducción Así como en el estudio de la problemática de las cualificaciones y el control del trabajo tomamos como referencias principales las aportaciones del análisis marxista de la división del trabajo y de las diversas teorías feministas sobre la división sexual del trabajo, cuando nos enfrentamos al análisis de las singulares condiciones del mercado de trabajo profesional y de las carreras que a lo largo de su vida protagonizan los y las profesionales se nos muestran como enfoques de más interés tanto el denominado “interaccionismo simbólico” como las tesis neoweberianas de las profesiones, siendo autores centrales, entre otros, E. Hughes, H. Becker, M. S. Larson, F. Parkin, R. Collins, E. Freidson y A. Witz (esta autora hace aportaciones centradas en las singulares características y experiencias de las mujeres en el mercado de trabajo y las carreras profesionales). Entendemos por la sociología interaccionista una tradición sociológica que tiene sus raíces en la Escuela de Chicago. El nombre de esta corriente fue acuñado en 1938 por Herbert Blumer, siendo su principal objeto de estudio “los procesos de interacción –acción social que se caracteriza por una orientación inmediatamente recíproca-, y las investigaciones de estos procesos se basan en un particular concepto de interacción que subraya el carácter simbólico de la acción social1 . Especialmente nos ocuparemos de las elaboraciones de Everett Hughes, en los años 1950-1960 y sus seguidores Howard Becker y Anselm Strauss, por tratarse de los autores que dedicaron sus esfuerzos especialmente al análisis de grupos profesionales muy diversos. Hughes se enfrenta en sus análisis a los planteamientos más generalizados en su tiempo en la sociología del trabajo <clásica> que, en aquellos tiempos, privilegiaba el trabajo industrial y especialmente obrero, y a la sociología de las profesiones encarnada, en la misma época, por Parsons y sus seguidores funcionalistas, que analizaban los grupos profesionales centrándose exclusivamente en aquellas que se organizaban en torno a los títulos universitarios. Para él, la opción privilegiada de los sociólogos por el estudio de las profesiones estaba lejos de ser inocente y llevaba en germen un sesgo considerable: el de ser acríticos ante los discursos que los profesionales elaboran sobre sí mismos, desde una actitud que consiste en justificar el oficio que se ejerce como superiory excepcional. En vez de dar cuenta de los procesos efectivos que han conducido a una persona a ejercer su actividad, y de describir las prácticas concretas a las que se enfrenta, la sociología funcionalista reproducía la retórica profesional de los que tienden a presentar su trabajo como una profesión, es decir, como una actividad noble, prestigiosa y desinteresada, conforme a las normas sociales en vigor. ¿Cuál es entonces ese punto de vista que permite encontrar los procesos, prácticas y problemas comunes a todas las actividades laborales? El doble punto de vista definido por los términos interacciones y biografía implica que todas las actividades laborales sean analizadas a la vez como procesos subjetivamente significativos y como relaciones dinámicas con los otros. El cruce de estos dos principios especifica el punto de vista interaccionista de Hughes y justifica el postulado crítico de base (en relación al funcionalismo) de su aproximación por la cual todas las actividades laborales tienen una misma dignidad y un mismo interés sociológico: “El oficio de un hombre es uno de los componentes más importantes de su identidad social, de sí mismo e incluso de su destino en una existencia que no le está dada sino una vez. En este sentido, la elección de un oficio es casi tan irrevocable como la elección de una pareja.2 Por su parte, y compartiendo el espacio de la Sociología de las Profesiones con los análisis estructural- funcionalistas, pero a partir también de un posicionamiento crítico frente a sus realizaciones, los estudios de 1 Dubar, C. Tripier, P. (1998): Sociologie des Professions , Paris, Armand Colin, p. 93. 2 Hughes, E. (1952): “The sociological Study of Work: An Editorial Foreword”, The American Journal of Sociology , vol. 57, May. Citado por Dubar, C. y Tripier, P. (1998): ibídem, p. 95.

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Sociología de las Profesiones

Marta Jiménez Jaén

Tema 3. Mercados de trabajo y carreras profesionales

1. Introducción

Así como en el estudio de la problemática de las cualificaciones y el control del trabajo tomamos como referencias principales las aportaciones del análisis marxista de la división del trabajo y de las diversas teorías feministas sobre la división sexual del trabajo, cuando nos enfrentamos al análisis de las singulares condiciones del mercado de trabajo profesional y de las carreras que a lo largo de su vida protagonizan los y las profesionales se nos muestran como enfoques de más interés tanto el denominado “interaccionismo simbólico” como las tesis neoweberianas de las profesiones, siendo autores centrales, entre otros, E. Hughes, H. Becker, M. S. Larson, F. Parkin, R. Collins, E. Freidson y A. Witz (esta autora hace aportaciones centradas en las singulares características y experiencias de las mujeres en el mercado de trabajo y las carreras profesionales).

Entendemos por la sociología interaccionista una tradición sociológica que tiene sus raíces en la Escuela de Chicago. El nombre de esta corriente fue acuñado en 1938 por Herbert Blumer, siendo su principal objeto de estudio “los procesos de interacción –acción social que se caracteriza por una orientación inmediatamente recíproca-, y las investigaciones de estos procesos se basan en un particular concepto de interacción que subraya el carácter simbólico de la acción social”1. Especialmente nos ocuparemos de las elaboraciones de Everett Hughes, en los años 1950-1960 y sus seguidores Howard Becker y Anselm Strauss, por tratarse de los autores que dedicaron sus esfuerzos especialmente al análisis de grupos profesionales muy diversos. Hughes se enfrenta en sus análisis a los planteamientos más generalizados en su tiempo en la sociología del trabajo <clásica> que, en aquellos tiempos, privilegiaba el trabajo industrial y especialmente obrero, y a la sociología de las profesiones encarnada, en la misma época, por Parsons y sus seguidores funcionalistas, que analizaban los grupos profesionales centrándose exclusivamente en aquellas que se organizaban en torno a los títulos universitarios. Para él, la opción privilegiada de los sociólogos por el estudio de las profesiones estaba lejos de ser inocente y llevaba en germen un sesgo considerable: el de ser acríticos ante los discursos que los profesionales elaboran sobre sí mismos, desde una actitud que consiste en justificar el oficio que se ejerce como “superior” y excepcional. En vez de dar cuenta de los procesos efectivos que han conducido a una persona a ejercer su actividad, y de describir las prácticas concretas a las que se enfrenta, la sociología funcionalista reproducía la retórica profesional de los que tienden a presentar su trabajo como una profesión, es decir, como una actividad noble, prestigiosa y desinteresada, conforme a las normas sociales en vigor. ¿Cuál es entonces ese punto de vista que permite encontrar los procesos, prácticas y problemas comunes a todas las actividades laborales? El doble punto de vista definido por los términos interacciones y biografía implica que todas las actividades laborales sean analizadas a la vez como procesos subjetivamente significativos y como relaciones dinámicas con los otros. El cruce de estos dos principios especifica el punto de vista interaccionista de Hughes y justifica el postulado crítico de base (en relación al funcionalismo) de su aproximación por la cual todas las actividades laborales tienen una misma dignidad y un mismo interés sociológico:

“El oficio de un hombre es uno de los componentes más importantes de su

identidad social, de sí mismo e incluso de su destino en una existencia que no le está dada sino una vez. En este sentido, la elección de un oficio es casi tan irrevocable como la elección de una pareja.”2

Por su parte, y compartiendo el espacio de la Sociología de las Profesiones con los análisis estructural-funcionalistas, pero a partir también de un posicionamiento crítico frente a sus realizaciones, los estudios de

1 Dubar, C. – Tripier, P. (1998): Sociologie des Professions, Paris, Armand Colin, p. 93. 2 Hughes, E. (1952): “The sociological Study of Work: An Editorial Foreword”, The American Journal of Sociology, vol. 57, May. Citado por Dubar, C. y Tripier, P. (1998): ibídem, p. 95.

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inspiración neoweberiana acometen la reflexión sobre los grupos profesionales en las sociedades modernas tratando de desentrañar los contenidos y formas que en las dinámicas sociales han adoptado históricamente los procesos de profesionalización. Como ya vimos en los temas anteriores, a partir de los años sesenta del siglo pasado, en la Sociología de las Profesiones "se pasa de la aprobación a la desaprobación, se ataca la idea de las profesiones, y se abandona el estudio de de las normas profesionales y la relación con los clientes. Los atributos profesionales clásicos ya no son interpretados como componentes de un tipo ideal, sino más bien como instrumentos utilizados por diversas ocupaciones para aumentar su poder con respecto a otros grupos sociales. Se analizan sus actividades en términos políticos, y se destaca la autonomía como el corazón político del profesionalismo."

3 Con estas concepciones, la

configuración de la Sociología de las Profesiones cambia, concediendo un lugar mucho más importante a los mecanismos económicos de control de los mercados, de donde deriva la crítica de las profesiones por sus prácticas monopolizadoras y por los excesivos privilegios de los que disfrutan, considerándolas como grupos específicos de trabajadores pertenecientes a sectores de clase media, que comparten creencias comunes y que despliegan acciones colectivas dirigidas a establecer un monopolio sobre un mercado para mejorar su estatus social. De acuerdo con la perspectiva weberiana, de hecho, los grupos profesionales no son sólo entidades económicas, sino también “grupos de estatus” que heredan o se dotan de recursos culturales para intentar hacer validar su visión del mundo.

A lo largo de este tema nos dedicaremos a reflejar las posiciones de estas dos corrientes que, a su vez, sustentan las tesis de E. Freidson sobre la configuración de distintos tipos de mercados laborales y carreras profesionales en los marcos organizativos de la lógica de la competencia, la lógica burocrática y la lógica del profesionalismo. El mercado y las carreras son dos elementos a los que se da una central importancia en los enfoques interaccionista y neoweberiano, si bien las aportaciones de ambas perspectivas remiten a dimensiones diferentes del problema. Dedicaremos varios apartados a ofrecer las elaboraciones teóricas de ambas corrientes, para finalizar con las aportaciones de E. Freidson.

1. El interaccionismo simbólico: biografía e interacción

El punto de vista sobre las actividades y grupos profesionales defendido por Hughes proviene de la tradición sociológica y etnológica de Chicago, inaugurada, desde comienzos del siglo XX, por Williams Thomas (1919-1920), seguido por Robert Park, siendo algunos de sus principios básicos los siguientes:

1. “A diferencia de los animales inferiores, los seres humanos están dotados de capacidad de

pensamiento. 2. La capacidad de pensamiento está modelada por la interacción social. 3. En la interacción social las personas aprenden los significados y los símbolos que les permiten

ejercer su capacidad de pensamiento distintivamente humana. 4. Los significados y los símbolos permiten a las personas actuar e interactuar de una manera

distintivamente humana. 5. Las personas son capaces de modificar o alterar los significados y los símbolos que usan en la

acción y la interacción sobre la base de su interpretación de la situación. 6. Las personas son capaces de introducir estas modificaciones y alteraciones debido, en parte, a su

capacidad para interactuar consigo mismas, lo que les permite examinar los posibles cursos de acción, y valorar sus ventajas y desventajas relativas para luego elegir uno.

7. Las pautas entretejidas de acción e interacción constituyen los grupos y las sociedades.”4

3 Rodríguez, J. A. y Guillén, M. (1992): “Organizaciones y profesiones en la sociedad contemporánea”, REIS, nº 59, p. 12. 4 Ritzer, G. (1993): Teoriía sociológica contemporánea, Madrid, MacGraw-Hill, p. 237.

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La premisa básica de este enfoque es que la realidad social no existe de por sí independientemente de los

sujetos, sino que sólo es explicable a partir de las acciones intersubjetivas de las personas (las interacciones), de sus actos interpretativos y de los actos humanos que a la vez son constitutivos para el mundo social. Por lo tanto, dejan de ser centrales en la comprensión de las acciones sociales los “motivos individuales de las personas”, en los que se apoyaban los análisis funcionalistas; es más, “estos motivos se conciben como el objeto y resultado de las interacciones y, por tanto, se entienden intersubjetivamente construidos y constituidos.”

5 El sujeto en esta perspectiva adquiere una

papel activo en su ubicación ante el orden establecido e institucionalizado, y ante los roles que vienen dados a cada posición social. Puede actuar reflexivamente consigo mismo y con los demás, y a través de su experiencia aprende a actuar en distintos roles sociales y a desarrollar identidad y reflexividad. En esta experiencia el sujeto es un agente activo, es decir, experimenta su propia construcción del rol, las normas y valores institucionalizados.

No cabe duda de las diferencias con el funcionalismo, y la lectura de Parsons por la cual los actores tienden a

adaptarse al código de conducta institucionalizado por la combinación entre los procesos de socialización y la estructura de la acción social que viene dada a cada situación: “se evidencia que en la tradición del Interaccionismo Simbólico se estima que desempeñar un rol no es un hecho exclusivamente exterior, sino que del grado de la interiorización y del modo de realizarla depende la existencia de una distancia hacia los roles con los cuales el sujeto se enfrenta. La identidad como categoría social representa un acto creativo y reflexivo que se conforma en cada situación concreta tanto en relación con las expectativas especiales, como con las distintas identidades de los respectivos participantes en estos actos. La identidad significa precisamente el esfuerzo de los sujetos para realizar acciones comunes, y se manifiesta cada vez de nuevo en las interrelaciones entre las necesidades y expectativas que aparecen en una situación dada, y las participaciones interactivas anteriores y posteriores.”

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Esta perspectiva retoma las concepciones de Simmel, para quien las profesiones modernas constiían formas de

socialización (Vergesellschaftung) que diferían de las antiguas comunidades o cofradías porque implicaban una nueva sociabilidad, interactiva e interiorizada, voluntaria y emergente y nunca más impuesta y súbita. Es la extensión de estas actitudes, conductas y normas, por ajuste mutuo, lo que constituye el espíritu colectivo de un grupo y no su integración en un orden preestablecido. El orden emerge de las interacciones y se reproduce por interiorización en las personalidades de los miembros. Según las tesis de Simmel, retomadas por Park, la vida de un grupo no es ni reductible a los comportamientos de las personas que lo componen, ni asimilable a un organismo guiado por un sistema nervioso central. Es en la tensión entre estos dos puntos de vista, en la puesta en evidencia de procesos de interacción, como se puede comprender mejor la vida de los grupos y de las individualidades que los componen.

Con este planteamiento, se creó por parte de R. Park un flexible marco de referencia para múltiples estudios

empíricos de los fenómenos de la vida cotidiana en la gran ciudad moderna entre los que podemos situar algunos de los estudios más destacados de los grupos profesionales en esta tradición, entre los que se encuentran las aportaciones de Everett Hughes, el sociólogo del trabajo y las ocupaciones más destacado de la Escuela de Chicago.

Hughes centró su atención en las profesiones liberales, las que requieren formación universitaria, por el mayor

margen que ofrecen para que los individuos configuren su propio trabajo, lo cual permite evidenciar que la división del trabajo no está determinada ni tecnológica, ni ecológica, ni normativamente, y que sólo puede entenderse por referencia a la acción de los individuos o grupos ocupacionales pertinentes. Como Hughes no se planteaba la cuestión de una comunidad macrosocial institucionalizada, no tuvo dificultad en hacer de las profesiones el objeto de su reflexión e investigación sin albergar creencia alguna respecto a su autojustificación. Examinó críticamente las ideologías de diferentes tipos de profesiones como medios de liberarse del control y alcanzar un status elevado. Estaba interesado en las técnicas y tácticas empleadas para evitar tareas no deseables y para ocultar los errores a los subordinados y clientes.

5 Radl Philipp, R. (1996): Sociología crítica: perspectivas actuales, Madrid, Síntesis, pp. 104-105 6 Ibídem, pp. 111-112.

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Por consiguiente, el hecho de que centrara su atención en profesiones en las que las rígidas pautas normativas externas tienen escasa importancia, y en las que quienes las ejercen se ven obligados a “crear” sus propios roles, no se debe de ninguna manera a una actitud acrítica hacia la ideología de estas profesiones. En el transcurso de la investigación de Hughes también se efectuaron estudios de centros de trabajo industrial. En estas investigaciones el punto crucial era que, incluso bajo las condiciones más restrictivas, la actividad ocupacional no podía entenderse sin tomar en consideración las definiciones que los propios trabajadores hacían de su situación y su lucha por la autonomía.”

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Según Dubar y Tripier

8, “contrariamente al funcionalismo, que privilegia el orden de la organización social, la

postura interaccionista valora las profesiones (ocupaciones, empleos) como formas de realización del yo. Cualquier actividad profesional debe ser estudiada como un proceso biográfico e incluso identitario. Hughes ha escrito en diversas ocasiones que era cada persona la que estaba en la mejor posición para describir y analizar su propio trabajo. Ella misma se inscribe en una trayectoria, un ciclo de vida que permite comprender cómo un sujeto humano ha llegado a hacer lo que hace. La expresión, numerosas veces empleada por Hughes, <drama social del trabajo> (social drama of work) rinde buena cuenta de este punto de vista que implica que se comprenda la subjetividad biográfica de las personas implicadas. (…) Lo esencial es poder resituar una actividad profesional en una dinámica temporal, en una vida laboral que incluye el acceso al oficio o al empleo, el desarrollo de la actividad, las bifurcaciones (turning points), las anticipaciones, los logros y fracasos. Nadie mejor que la persona implicada lo puede hacer, sobre todo a través en una entrevista biográfica. Pero este punto de vista es insuficiente y debe articularse con otro que considera toda actividad como relacional e interactiva, es decir, producida por un grupo de pares, orientada hacia la creación de un <orden interno>, seguramente provisional pero necesario. Lo que Hughes llama a menudo el orden de la interacción, es, en el campo profesional, el resultado contingente de la acción de un grupo de trabajo que valoriza el trabajo bien hecho, tratando de controlar su territorio y de defenderse de la competencia. Es aquí donde la sociología funcionalista de las profesiones tiene que aprender algo de la perspectiva interaccionista: la búsqueda de la autonomía y la auto-organización constituyen puntos comunes del universo profesional, pero este universo no está reservado a unos pocos. Todos los grupos (occupational groups) intentan protegerse del control, de la dominación o de la dependencia; ninguno lo logra siempre y completamente, pero tampoco ninguno está privado de un margen de maniobra. Los sociólogos deben estudiar la dinámica de las interacciones, sobre un territorio dado, entre un grupo profesional (u otro) y todos los que participan en sus actividades.”

Los trabajos empíricos derivados de este punto de vista están generalmente inspirados por este espíritu y

aplican, en formas y grados diversos, los principios que Hughes sintetizó y que se pueden resumir como sigue9:

El punto de vista interaccionista sobre las profesiones

1. Los grupos profesionales (occupational groups) son procesos de interacciones que conducen a los miembros de una misma actividad laboral a auto-organizarse, a defender su autonomía y su territorio y a protegerse de la competencia;

2. La vida profesional es un proceso biográfico que construye las identidades a lo largo del desarrollo del ciclo vital, desde la entrada en la actividad hasta el retiro, pasando por todos los giros que da la vida (turning points).

3. Los procesos biográficos y los mecanismos de interacción tienen una relación de interdependencia: la dinámica de un grupo profesional depende de las trayectorias biográficas (careers) de sus miembros, y a su vez éstas están influenciadas por las interacciones entre ellos y con el entorno;

4. Los grupos profesionales buscan obtener el reconocimiento por sus iguales desarrollando retóricas profesionales y luchando por protecciones legales. Unos tienen más éxito que otros, gracias a su posición en la división moral del trabajo y su capacidad de establecer coaliciones. Pero todos aspiran a obtener un estatus protegido.

7 Joas H. (1990), “Interaccionismo simbólico”, en Giddens A., Turner J. y otros, La teoría social hoy, Madrid, Alianza, pp. 140-141. 8 Dubar, C. – Tripier, P. (1998): opus cit., p. 98. 9 Ibídem, p. 95.

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Esta perspectiva es de entrada polémica. Denuncia la manera como los sociólogos funcionalistas asumen

en sus estudios las justificaciones de los miembros de las profesiones, para diferenciarse de las simples ocupaciones. Pone en cuestión la existencia de criterios universales y racionales de delimitación entre ambos tipos de actividades. Permite aclarar los procesos comunes a todas las actividades laborales y las estrategias diferenciadoras de los grupos profesionales, en función del contexto donde se desenvuelven, de la tradición jurídica en la cual obtienen relevancia, en la cual se separan nítidamente los derechos y deberes de las professions y las occupations, estableciendo para las primeras el derecho al cierre de su mercado de trabajo al reservar el acceso al ejercicio de ciertas actividades a quienes poseen certificaciones académicas y que están admitidos por las asociaciones profesionales jurídicamente reconocidas.

Mientras que sociólogos como Parsons, Goode o Wilensky se amoldaban a este orden jurídico diferenciado, los

interaccionistas lo consideraban objeto de análisis e intentaban comprender cómo ciertos grupos profesionales aspiraban a obtener privilegios legales para sus miembros.

Dubar y Tripier10 nos ofrecen sendos resúmenes de algunos de los estudios empíricos más destacados de esta

tradición, dirigidos a demostrar cómo en ocupaciones tan lejanas de las “profesiones”, se es capaz de experimentar señas de identidad similares a las que estas ocupaciones defienden para sí mismas. Ello se hace particularmente evidente en el libro de E. H. Sutherland, titulado El ladrón profesional, que se apoya, como lo indica su título original (Professional Thief: by a Professional Thief), en las confidencias de un ladrón, llamado Chick Conwell. Es el mismo Conwell el que utiliza sin cortapisas, en sus relatos, el término “profesional”, y desde el inicio en su biografía, en cuyo desarrollo explica extensamente cómo diferenciar a los verdaderos ladrones, profesionales como él, de los amateurs que no saben robar sin dejarse atrapar. Primero, el sentido del “trabajo bien hecho”. El arte del ladrón profesional consiste en subutilizar objetos sin dejar señales, lo que supone coraje y una destreza que no se adquiere sino al final de un largo aprendizaje. Se requiere paciencia y consejos de los experimentados. No es cuestión de lanzarse, como los aficionados, antes de estar preparado. Conwell ha ido a la escuela de ancianos, ha adquirido técnicas especializadas, múltiples destrezas (desviar la atención, dar un golpe seguro, desarrollar sus sensaciones). Pero también y sobre todo se necesita saber elegir a sus víctimas y el momento más propicio para actuar. Se tiene que adquirir el golpe de oído, saber meterse en el lugar del <cliente>, conocer perfectamente el terreno donde opera. Es un segundo punto esencial: no basta con haber adquirido el saber hacer, sino que se precisa también lo que Freidson (1986) llamaría “la soberanía territorial”. Conwell ha sabido conquistar su espacio, conocer todos los recodos y sobre todo, a fuerza de astucia y de estrategias, convencer a todos sus iguales territoriales para que pacten con él. Lo más difícil está ahí: saber “entrar en contacto”, “tentar el terreno”, “hacerse respetar” por todos los actores del lugar, de lo que depende el éxito de su empresa. Pero, finalmente, de nada sirve robar si no se sabe “colocar la mercancía”. Conwell ha debido constituirse redes de distribución sin hacerse denunciar, conquistando la confianza de revendedores sin “hacerse malversador”, adquirir complicidades en el poder administrativo y político. Para ello, ha tenido primero que localizar la red de recogida, comprender cómo funciona, apreciar las diferentes ramificaciones posibles, elegir lugares privilegiados, “generar confianza para recibir confianza”. El camino ha sido arriesgado, sembrado de trampas, pero es su porvenir… porque él ha sido el mejor.

Una cuestión se plantea evidentemente: Esos mecanismos, relejados por los relatos de Conwell, ¿son

extrapolables a grupos profesionales “ordenados”, no desviados ni marginales? En la sociología interaccionista, de manera inductiva y a menudo comparativa, efectivamente encontramos procesos significativos de socialización profesional que pueden ser parcialmente generalizados: aprendizaje “sobre el conjunto”, rol de los “ancianos”, “sentido del trabajo bien hecho”, “soberanía territorial”, “capacidad de negociación”… Esos procesos difieren de la imagen habitual que las profesiones dan de sí mismas. Y, sin embargo, ¿no les conciernen también a ellas?

10 Ibídem, pp. 98 y ss.

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Finalmente, y a pesar de que el esfuerzo principal de esta corriente se orientó hacia los estudios empíricos,

encontramos un marco conceptual desde el que analizar las ocupaciones y las estrategias que las profesiones ponen en marcha en el mercado y en las carreras a lo largo de la vida.

Licencia y mandato

La licencia es la “autorización para ejercer”, y el mandato es entendido como la “obligación de misión”11. Para Hughes, ambos conceptos explicitan lo que él llama la “división moral del trabajo” y dan cuenta, desde un punto de vista interaccionista, de la distinción jurídica de los países anglosajones, entre profesiones y ocupaciones: todo empleo (ocupación) conlleva una reivindicación de ser autorizado (“licencia”) para ejercer ciertas actividades que otros no puedan ejercer, para asegurarse una cierta seguridad en el empleo limitando la competencia; una vez se obtiene esta autorización, cada uno intenta reivindicar una misión (“mandato”), de manera que “se fije lo que debe ser la conducta específica de otros considerando los campos abarcados por su trabajo”. Así, todo colectivo que ejerce una actividad, un oficio, un empleo, aspira a estabilizar su campo, su territorio, su definición, obteniendo de sus iguales (y particularmente de quienes tienen ese “poder”) una autorización específica, limitando la competencia, y una misión reconocida, que da valor al grupo. Cuando un grupo consigue esto, se convierte, al menos durante un tiempo, en una “profesión”. Ciertas actividades tienen más oportunidades de conseguir esto que otras: son las que intervienen en lo que es considerado como “sagrado”, en un espacio y en un periodo dados, porque manejan saberes responsables de, por ejemplo, el nacimiento y la muerte, el crimen o la sexualidad, la enfermedad o la desgracia. Es porque la sociedad transfiere una parte de esas funciones vitales que asumen ciertos grupos (juristas, médicos, enseñantes,…) por lo que tienen derecho, a cambio, a algunos privilegios. Pero, subjetivamente, todos tendemos a considerar lo que hacemos como importante, vital. Todos intentamos, con los demás, argumentar el valor eminente de nuestra actividad profesional para obtener esta licencia que nos protegerá de la competencia y ese mandato que nos dará un reconocimiento en nuestro trabajo. Por ello licencia y mandato son el objetivo de conflictos, de luchas políticas entre grupos profesionales en competencia por la protección y la valoración de sus empleos. Como consecuencia de estas luchas y de la evolución de la división del trabajo, los criterios de autorización para el ejercicio o de las obligaciones de la misión evolucionan, lo que modifica, permanentemente, la configuración de las profesiones.

Carrera

El concepto de “carrera” se inscribe también en la dinámica anterior. Como sinónimo de “recorrido de una persona en el curso de su ciclo vital”, se aplica a todo el mundo. Pero si bien todo el mundo tiene una carrera, no todos tienen la suerte de desarrollar una carrera totalmente trazada, en una institución que asegura a sus miembros un incremento regular de dinero, de autoridad y de prestigio12. Así, para la mayoría de los trabajadores no existen sino “carreras informales”, generalmente no organizadas ni definidas conscientemente. Existen, sin embargo, regularidades “que el sociólogo debe poder descubrir y más o menos anticipar”. Junto a la ”vía real”, existen diversos medios de permitir reorientaciones, reconversiones, redefiniciones de la actividad, a medida que se avanza en la edad de las personas y que evolucionan las instituciones laborales.

Una de las cuestiones críticas abordadas por Hughes es la siguiente: “¿qué le sucedería a diversas categorías

de trabajadores después del “punto sin retorno” (turning point) que constituye la necesidad de abandonar su actividad

11 Hughes, E. (1958), Men and their Work, Glencoe, The Free Press, pp. 78-87. 12 Hughes, E. (1952): opus cit.

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principal?” Tomando distintos ejemplos (deportistas de alto nivel, comediantes, obreros maquinistas), compara numerosas maneras de redefinir su actividad (actividad secundaria que se convierte en principal) y de reorientar su carrera (“por lo alto” o “por debajo”) según las características de los sistemas de empleo (piramidal, plano) y las trayectorias anteriores de las personas seleccionadas. Este ejercicio permite a Hughes redefinir la carrera como “una serie de alternativas condicionada por la división del trabajo, en sí misma evolutiva”.

Es esta relación entre la estructuración de las organizaciones laborales (y principalmente de las carreras de

una ocupación) y las trayectorias de los trabajadores (y especialmente sus recorridos biográficos) lo que constituye, para los sociólogos interaccionistas, el corazón del análisis de las carreras. Se encuentran numerosos ejemplos en los trabajos de discípulos de Hughes consagrados a grupos profesionales tan diversos como los taxistas (Fred Davis), los funerarios (Robert Habenstein), los peleteros (Louis Kriesberg), los estudiantes de medicina (Blanche Geer), etc.

Segmentos profesionales

Entre las aportaciones más fecundas de la perspectiva interaccionista sobre los grupos profesionales, el artículo de Bucher y Strauss (1961) titulado Profession in process constituye un verdadero programa de investigación en una perspectiva abiertamente alternativa al funcionalismo. En efecto, su punto de partida no es la unidad comunitaria de una profesión, sino lo contrario, los conflictos de interés y los cambios. No definen la profesión como “compartir una misma identidad o valores comunes” sino como “un conglomerado de segmentos en competición y en continua reestructuración”.

Bucher y Strauss retoman el ejemplo de la profesión médica en los Estados Unidos. Contrariamente a

Parsons, no la definen a partir de valores o de una configuración abstracta de “variables”, sino como “una coalición contingente de segmentos correspondientes a instituciones empleadoras diferentes (hospitales, facultades, gabinetes médicos), estatus diferentes (generalistas, especialistas, investigadores) y asociaciones diversas”. Lo que domina, en esta perspectiva, es “la diversidad, las alianzas y los movimientos”.

Incluso el estatuto principal, en el sentido de Hughes, varía según los segmentos profesionales. Más allá de

las retóricas profesionales estereotipadas (curar las enfermedades), muchos se consagran a la terapéutica, otros a la prevención, otros a la investigación,… Además, cada nueva especialidad aspira a dotarse de un lugar, a distinguirse de las anteriores y a argumentar su eficacia. De hecho, procesos de segmentación son siempre obra de quienes animan la confrontación y a veces el enfrentamiento de definiciones diferentes de actividades laborales. Cada segmento tiene, de hecho, su propia definición de lo que constituye el centro de su vida profesional y esas definiciones son fuertemente estructuradoras de identidades profesionales. Lo que distingue los segmentos entre ellos no son tanto las definiciones oficiales, las clasificaciones establecidas, sino “una construcción común de su situación” y creencias compartidas sobre el “sentido subjetivo de la actividad profesional”.

Bucher y Strauss toman el ejemplo de los psiquiatras: ellos están divididos sobre lo que hay que hacer

prioritariamente para enfrentarse a la angustia de sus pacientes y, más aún, sobre su concepción misma del psiquismo humano. Muchos sitúan, en el centro de su actividad, la interacción directa con sus pacientes, otros la terapia física, otros incluso la dirección de las acciones del otro. Cada segmento se refiere por tanto a una técnica privilegiada que remite a la vez a una concepción específica del funcionamiento psíquico y a instituciones y medios de formación diferentes. Así, constatan los autores, “los rasgos que parecen compartir todos los miembros de un grupo profesional –como la fraternidad o el espíritu corporativo- son también los que contribuyen más a disociarlos en segmentos”. De hecho, las únicas verdades “fraternales” son las de los que comparten la misma identidad profesional y que pertenecen al mismo segmento.

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Sociología de las Profesiones

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Un segmento es una “comunidad invisible” que no se visualiza sino al organizar acciones colectivas visibles

como, por ejemplo, apropiarse de posiciones de poder en las asociaciones o comités oficiales. Debe dotarse, para ello, de portavoces específicos y de medios de comunicación públicos. Pero, saliendo de la sombra, se hace más vulnerable y se expone a contraofensivas por parte de otros segmentos. Deberá entablar alianzas, asumir compromisos, puede incluso que tenga que renegociar las fronteras con otros segmentos. En caso de victoria de un nuevo segmento, el grupo que formaba el antiguo núcleo duro puede ser reemplazado por otro y provocar una reestructuración en profundidad del grupo profesional en su conjunto. En sus análisis, los autores redefinen los grupos profesionales como movimientos sociales. La competencia permanente entre segmentos no puede aislarse de su contexto económico, social y político. Se trata, también, para un segmento que se organiza, de asegurarse una alianza con otros segmentos, la adhesión de ciertos clientes, de negociar ventajas materiales y simbólicas por parte del Estado, de revisar en su beneficio las reglas del mercado.

2. Cierre social, credencialismo y monopolio profesional: las teorías neoweberianas

Aunque E. Freidson en 1970 había publicado su obra Profession of Medecine13

donde empezaba a plantear nuevas cuestiones que iban más allá del enfoque interaccionista concernientes a las formas de organización y de control profesional de los médicos con algunos elementos de inspiración weberiana, en realidad el estudio que marcaría la pauta para dar paso al intento de elaborar una teoría general de la constitución de las profesiones dando importancia a las estrategias profesionales de mercado fue la obra de M. S. Larson "La emergencia del profesionalismo" (The Rise of Professionalism14), un estudio sobre casos históricos concretos (la medicina, el derecho, la ingeniería, el trabajo social y la planificación) en los que se realizaba una comparación de las tendencias profesionalizadoras aparecidas desde los principios del siglo XIX. Este nuevo intento teórico se apoyaría, según Dubar y Tripier15, en tres elementos:

1. La configuración de un marco conceptual original, desde el que realizar los estudios empíricos.

2. La comparación de los procesos de profesionalización surgidos a principios del siglo XIX en las principales profesiones liberales en Inglaterra y Estados Unidos.

3. Finalmente, la autora intenta afrontar el análisis de movimientos profesionalizadotes contemporáneos, tratando de buscar evidencias sobre una hipótesis central de partida: “la recuperación y extensión de la ideología del profesionalismo entre numerosos sectores de asalariados medios en el seno de grandes organizaciones modernas.”

Para Larson, el “grupo profesional” constituyó históricamente un modo de organización del mercado de servicios profesionales, allí donde los movimientos profesionalizadores habían surgido de la sociedad civil (básicamente, Inglaterra y Estados Unidos). Estas profesiones estaban explícitamente orientadas desde la voluntad de crear un mercado institucional protegido de los servicios y del trabajo de individuos cuya competencia debía estar acreditada institucionalmente16. Por lo tanto, los "grupos profesionales" constituyen históricamente verdaderas organizaciones que intentan acceder a controlar intelectual y organizativamente áreas de interés para la sociedad. La autora considera los procesos de profesionalización, en el orden social, como "proyectos de movilidad social", en los que los grupos profesionales "intentan convertir un orden de escasos recursos sociales -conocimiento y destrezas- en otro orden de recompensas sociales y económicas"17.

13

Freidson, E. (1988): Profession of medicine: a study of the sociology of applied knowledge, Chicago, Chicago University Press. 14 Larson, M. S. (1977): The Rise of professionalism, Berkeley, University of California Press. 15 Dubar y Tripier (1998): opus cit., p. 129. 16 Larson, M.S. (1990): "Acerca de los expertos y los profesionales o la imposibilidad de haberlo dicho todo", Revista de Educación, monográfico "Los usos de la comparación en Ciencias Sociales y en Educación", nº extraordinario, p. 202. 17 Larson, M. S. (1977): opus cit., p. XVII.

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En este proyecto de movilidad social, se utiliza la ideología del profesionalismo para justificar la acción colectiva, buscando el apoyo del Estado para conseguir la restricción del acceso al mercado y la defensa ante ocupaciones que pueden suponer una competencia. Para Larson, en definitiva, el profesionalismo es una ideología que persigue justificar una estrategia de restricción del mercado:

"en primer lugar, la profesión debe convencer al público en general de que posee el conocimiento y las destrezas para ofrecer una mercancía regularizada. En segundo lugar, la profesión debe regular <la producción de los productores> de esa mercancía, lo que significa que debe restringirse el acceso a la profesión a sólo aquellos que muestran su acuerdo con la definición comúnmente aceptada de la competencia profesional. El éxito del proyecto de movilidad colectiva, que depende de la existencia de un mercado estable, llevará a la integración de los profesionales en la sociedad capitalista"18.

El estudio de Larson se circunscribe a los modelos de profesionalización concretos y particulares de países anglosajones, cuya peculiaridad principal es que se trataba de movimientos surgidos en la sociedad civil, en un momento histórico (inicios del siglo XX) posterior a los amplios procesos de mercantilización y libre competencia que acompañaron a la Revolución Industrial. La meta y las orientaciones de estos grupos profesionales fueron marcadamente mercantilistas, es decir, esta reforma profesional persiguió el objetivo de “conectar los conocimientos certificados con los mercados de trabajo o de servicios”, pero el Estado se sitúa en las miras del propio movimiento, al que se le demanda una garantía de los mecanismos monopólicos imprescindibles para el proyecto profesionalizador

19.

Para analizar estos planteamientos, vamos a centrarnos en el marco conceptual de Larson20

.

El concepto básico de la obra The Rise of Professionalism es el de “Proyecto Profesional” (Professional Proyect= PP). Por tal proyecto se entiende “el proceso histórico por el cual ciertos grupos profesionales consiguieron objetivamente establecer un monopolio sobre un segmento específico del mercado de trabajo, y obtuvieron el reconocimiento su competencia por el público, con la ayuda del Estado.” Más que de proyectos individuales, hablamos de estrategias colectivas.

El segundo concepto básico del modelo es el de “Cierre Social” (Social Closure= CS). Se entiende por ello el resultado final de estos proyectos. Inspirado directamente en M. Weber, este concepto significa dos procesos distintos, pero relacionados entre sí:

1) Un cierre “económico”: la consecución de un mercado de trabajo “cerrado”, es decir, de un monopolio legal de ciertas personas sobre ciertas actividades.

2) Un cierre “social y cultural, o simbólico”: el reconocimiento de la adquisición de un saber legítimo adquirido, sin el cual el ejercicio profesional sería imposible. Ello implica, por tanto, un cierre cultural de ciertos grupos profesionales frente a los que no pueden probar la posesión de ese saber.

Por lo tanto, para M.S. Larson el cierre social (CS) resulta de la combinación entre un cierre en el orden económico de un mercado de trabajo y un cierre cultural de un grupo por la apropiación de un saber legítimo. Esta unión se obtiene al final de un proyecto o estrategia profesional (PP).

El proyecto profesionalizador afecta primero al orden económico, es decir, afecta primero al funcionamiento de los mercados; y, dentro de estos, al mercado de los servicios (de salud, justicia, educación…) para a continuación

18 Finkel, L. (1999): “¿Qué es un profesional? Las principales conceptualizaciones de la sociología de las profesiones”, en Castillo Mendoza, C. A. (coord...): Economía, organización y trabajo, Madrid, Pirámide, p. 204. 19 Larson, M. S. (1990): opus cit., p. 202. 20 Nos apoyamos en la síntesis expuesta por Dubar y Tripier (1998): opus cit., pp. 129 y ss.

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afectar al mercado de trabajo (es decir, trabajadores de salud, de justicia, de educación,…). El resultado es la constitución de un “Mercado Profesional” (MP), que se define como un “tipo de mercado –o de segmento del mercado- sobre el cual un servicio no puede ser comprado o vendido sino a un profesional que pertenece a un mercado cerrado y específico de trabajo”. El profesional está por tanto en una doble posición de monopolio: él mismo (o su fuerza de trabajo) en el mercado de trabajo y su servicio (o su trabajo de servicio) en el mercado de servicios.

Este doble monopolio se garantiza por la vía legal, jurídica, constituyendo un monopolio de venta de un servicio a los que reúnen ciertos requisitos legales. En general, estos requisitos suelen ser las credenciales educativas, que atestiguan que un individuo domina un conocimiento intercambiable en un mercado (marketability), es decir, ante todo, un saber derivado de una educación formal y operativa.

Pero el cierre afecta también, como planteó Freidson, al “orden socio-simbólico” o cultural. Por tal orden socio-simbólico la autora entiende “la <estructura social global> en el seno de la cual funcionan estos <mercados cerrados> y que determina <lo que puede ser considerado cognitiva e ideológicamente como un saber legítimo en un periodo dado>.”21 En otras palabras, Larson llama la atención sobre el papel de legitimación que juega el cierre social para justificar el acceso de los grupos profesionales a ciertas posiciones sociales privilegiadas en la estratificación social. Larson constata que el cierre social implica generalmente el acceso a un “Estatus Social” elevado (SS), al menos en Inglaterra y en Estados Unidos, y en un largo periodo de tiempo. Los Professional Project (PP) de esos grupos profesionales fueron, por tanto, inseparables de estrategias de movilidad social ascendente, individual y colectiva. Pero el reconocimiento de ese estatus social (SS) no aporta solamente beneficios económicos: implica también adquirir “disposiciones culturales”, siempre asociadas a la superación de un proceso formativo prolongado, desarrollado en centros dotados de prestigio social y, por lo tanto, con un carácter selectivo.

Lo que vincula el orden económico del monopolio de una actividad de servicio y el orden socio-simbólico legitimador del acceso a esas posiciones sociales elevadas, es el dotarse de “marcas de distinción” específicas de una élite: los títulos universitarios. Las universidades modernas se sitúan, por tanto, en el centro de los procesos que vinculan la producción de conocimientos a su aplicación en un mercado cerrado de servicios. Es la certificación concedida por esas instituciones y validada por el Estado la que opera de puente entre el saber legítimo y el mercado profesional.

El último eslabón de este marco conceptual viene dado por la “autonomía profesional”, a la que Larson le otorga la función de permitir “el establecimiento de la confianza entre los profesionales y sus clientes”. Los profesionales se controlan a sí mismos “porque el proceso mismo del doble cierre hace imposible cualquier otra forma de control”22. Disponen para ello de todos los ingredientes necesarios: el “monopolio legal” (MP) del saber legítimo y certificado, y el estatus social (SS). Pueden por ello lograr el cierre al “construir y controlar los criterios de su propia pericia”. Es la razón por la cual, según Larson, no son solamente “profesionales”, sino que se convierten también en “expertos” que se controlan a sí mismos. La élite profesional desempeña generalmente tareas de formación y de control/evaluación de sus pares. Son por tanto “expertos” que comparten la misma cultura y se benefician del mismo monopolio que los profesionales. Se puede resumir este sistema teórico por el esquema que viene a continuación, que Dubar y Tripier toman prestado de Mac Donald23 (1995, p. 32).

Orden económico (articulación) Orden socio-simbólico

21 Ibídem, p. 130. 22 Ibídem, p. 132. 23 Mac Donald, K. (1995): The Sociology of Professions, London, Sage.

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PROYECTO PROFESIONAL

(PP)

MONOPOLIO legal de SERVICIOS En un MERCADO PROFESIONAL ESTATUS SOCIAL (MP) (SS)

Instituciones de Formación: SABER LEGÍTIMO

Garantía del Estado AUTONOMÍA PROFESIONAL Normas y Valores Profesionales

CIERRE SOCIAL (CS)

Estas ideas las sintetiza la propia autora en su texto "El poder de los expertos: ciencia y educación de masas como fundamentos de una ideología" (1990):

"...los segmentos intelectuales especializados de la burguesía propiciaron un proyecto característico de movilidad social colectiva dentro de lo que Karl Polanyi llama la <gran transformación>. Este proyecto suponía la creación activa de mercados protegidos dentro de la <libertad para todos> del capitalismo triunfante. Los reformadores profesionales, lógicamente, definían la función del experto como lo que ellos hacían o pensaban cuando ejercían el derecho, la medicina, la ingeniería civil, la arquitectura, etc. A fin de crear oportunidades de mercado para su tipo especial de servicios expertos (o, en las sociedades Ancien Régime, para acabar con los monopolios de quienes prestaban tradicionalmente los servicios expertos), los nuevos líderes profesionales tuvieron que recurrir al Estado. Tenían que conseguir de éste el apoyo y las garantías necesarias para crear su propio tipo de competencia y afirmar así su superioridad frente al libre mercado. De este modo, un conocimiento que era inseparable de la persona del experto podía convertirse gradualmente en un tipo especial de propiedad. Este tipo de activo mercantil sólo podía proporcionar ingresos y autoridad social en la medida en que el público aceptase, por elección o por resignación, la definición profesional de sus necesidades y de los medios para satisfacerlas. La profesionalización siempre tendía, pues, a implicar al Estado en un papel positivo. Este confió la tarea de definir las necesidades y los servicios a categorías especiales de agentes y, aunque su patrocinio fue más o menos directo e implicó una mayor o menor regulación y supervisión por su parte, el resultado fue que se creó un nuevo aparato de disciplina y de control social. Además de esta penetrante tecnología de poder -<le dispositif de pouvoir>, como la llamó Michel Foucault (Foucault, 1975, 1976)- los profesionales e intelectuales se preocuparon de afirmar su monopolio sobre el discurso.

Durante la Gran Transformación, dentro de los estratos cada vez más amplios de profesionales e intelectuales que se habían liberado de las relaciones de patronazgo, algunos líderes empezaron a construir las bases ideológicas e institucionales para un tipo especial de

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propiedad no física. Este tipo de propiedad sólo proporcionaba beneficios materiales si se invertía en mercados especiales de servicios, de trabajo o de ideas. Por sus acciones -aunque no siempre por lo que decían- los líderes profesionales e intelectuales demostraron un agudo sentido de la potencia impersonal del discurso como forma no coercitiva de poder. Al nivel más general, los discursos invocaban una trascendencia todavía superior a las leyes del mercado: la objetividad trascendente de la razón, aprehendida por procedimientos científicos que, por sí sola, podía descubrir el determinismo inmanente tanto en la naturaleza como en la sociedad.

Por muy poderosos que fueran, los factores de legitimación a los que me he referido hasta aquí -la fe en la ciencia, confirmada por el progreso tecnológico; la sumisión de todos a leyes impersonales del mercado, aunque fuese encubierta- no son suficientes para conferir a los expertos todo el poder que parecen ejercer actualmente. Los análisis realizados tampoco han demostrado en qué medida la degradación del orden político en la sociedad liberal contribuyó al auge de una ideología arraigada en el monopolio de la <función del experto>. El elemento que falta en ambos argumentos es la aparición de un sistema formalmente libre de educación de masas. Fue esto precisamente, es decir, un sistema educativo ostensiblemente meritocrático, lo que suavizó y difundió el impacto de los compromisos ideológicos igualitarios en una sociedad cada vez más desigual, ayudando a legitimar tanto la desigualdad económica como la exigencia de privilegios por parte de los expertos. La igualdad de oportunidades educativas hace que el principio de igualdad entre individuos socialmente desiguales pase de ser una fuente de contradicción a ser una fuente de legitimación del sistema de clases. Basándose aparentemente en diferencias de aptitud y de motivación, las diferencias en la condición de <experto> parecen explicar gran parte de las diferencias sociales basadas en la posición ocupacional. Estas últimas pueden entenderse, por tanto, como recompensas diferenciales al carácter y a la competencia. La relación entre educación y privilegio ocupacional, que los reformadores profesionales preconizaron en el siglo XIX, se ha convertido, en el siglo XX, en la base que ha impulsado una extendida ideología de movilidad a través de la educación."24

Sin embargo, Magali S. Larson reconoce que la tendencia a que los servicios profesionales fueran abarcados por corporaciones o directamente por la burocracia estatal ha tenido como efecto una creciente subordinación de los servicios profesionales al control estatal o corporativo que ha conducido a la transformación de muchas profesiones "libres" en empleos burocráticos "dependientes", asumiendo los profesionales la condición de trabajadores asalariados sujetos al control burocrático administrativo.

El "profesionalismo", esto es, el discurso que tiende a reforzar la identidad de estos grupos como "profesionales", bajo estas condiciones se convierte o en un "mecanismo interno de control del experto subordinado" por parte del Estado o las corporaciones25, o en una ideología a la que recurren los propios grupos profesionales para justificar diferencias y privilegios. Juega, por tanto, un papel e minentemente legitimador que puede carecer de bases materiales de apoyo (en los casos de plena subordinación al control burocrático), pero que puede interesar particularmente al Estado, dado que puede facilitar el consenso y amortiguar la lucha de clases, al reforzar la imagen de la sociedad capitalista como aquella donde cualquier individuo está en disposición de acceder -por la igualdad de oportunidades educativas- al status profesional

26.

24 Larson, M. S. (1990): opus cit. 25 Larson, M. S. (1977): opus cit., p. 193. 26 Larson, M. S. (1988): "El poder de los expertos: ciencia y educación de masas como fundamentos de una ideología", Revista de Educación, nº 285, p. 158.

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Con todo, las fisuras abiertas en la teoría de las profesiones por la obra de Larson se han visto continuadas en

posteriores elaboraciones más abiertamente herederas de los planteamientos weberianos sobre la extensión de la dominación burocrática en las sociedades modernas. De un lado, se han desarrollado líneas de trabajo que, retomando la investigación histórica, han tratado de ofrecer aproximaciones a modelos de profesionalización en sociedades no contempladas inicialmente por M. Larson, donde los procesos de gestación y crecimiento de los grupos profesionales han tenido lugar precisamente al amparo del crecimiento de las estructuras burocráticas del Estado. En estos procesos, de dirección contraria a la apuntada por la autora de monopolización por iniciativa de los grupos profesionales, ha sido en el seno de las estructuras estatales donde se ha inducido a la defensa de un status y privilegios que han tomado como referencia las condiciones de las profesiones liberales, gestándose modelos diferenciados de identidad profesional.27 Especial interés revisten, para el análisis de estos grupos insertos en la estructura del Estado, las elaboraciones de R. Collins, F. Parkin y de R. Murphy respecto al "cierre social".

El punto de partida de R. Collins en La sociedad credencialista28 viene dado por la constatación de que, a pesar de que los estudios empíricos ponen en duda la relación efectiva entre las cualificaciones aportadas por el sistema educativo y la productividad en los puestos de trabajo, la sociedad (tanto los empresarios como los aspirantes a profesionales y trabajadores) sigue considerando que las titulaciones educativas son útiles para la ubicación de los individuos en la jerarquía ocupacional. En palabras de M. Fernández Enguita, para esta corriente, “la escuela era únicamente un lugar donde adquirir títulos que luego serían utilizados por los individuos y los grupos como instrumento legítimo –es decir, aceptado- en la pugna por las ventajas relativas en la vida adulta, especialmente en la esfera ocupacional.”29 El credencialismo está detrás del crecimiento que se produce de los grupos profesionales en la estructura ocupacional en países como Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX, pero “lejos de indicar el triunfo de la meritocracia tecnocrática, el desenvolvimiento de las modernas profesiones en América es sólo una nueva variante del proceso ya conocido de estratificación social mediante la monopolización de oportunidades.”30

Nos encontramos ante planteamientos que aplican esencialmente el concepto weberiano de “cierre social” al análisis de los grupos profesionales, situando, frente a los análisis neomarxistas, el eje de los procesos profesionalizadores en el mercado y no tanto en los propios procesos de trabajo, pero compartiendo con este enfoque la crítica a las tesis funcionalistas y a los discursos autojustificativos de los propios grupos profesionales cuando se mostraban como “los salvadores del mundo moderno”31. En lo relativo a las dinámicas colectivas de los profesionales y sus respuestas a la burocratización, estos autores, en particular R. Collins, intentan articular sus análisis a partir de la conceptualización weberiana32 sobre los grupos estamentales o “grupos de estatus”:

“Los <grupos de status> se forman sobre la base de experiencias, intereses comunes y distintivos. Pueden derivar de situaciones profesionales y territoriales (étnicas): los grupos con un status basado en una clase social provienen de

27 Jarausch, K. H. (1990): The Unfree professions: German Lawyers, Teachers and Engineers, 1900-1950, Nueva York, Oxford University Press. 28 Collins, R. (1989): La sociedad credencialista, Madrid, Akal. 29 Fernández Enguita, M. (1989): “¿Hacia dónde va la sociología de la educación?, en Ortega, F. y otros (comps.): Manual de Sociología de la Educación, Madrid, Visor. 30 Collins, R. (1989): opus cit., p. 149. 31 Ibídem, p. 150. 32 En Economía y Sociedad, Weber definió los estamentos como "...un conjunto de personas que, dentro de una asociación, reclaman de un modo efectivo: a) Una consideración estamental exclusiva. b) Un monopolio exclusivo de carácter estamental". Los estamentos pueden originarse "...por un modo de vida estamental propio, y en particular, dentro de lo anterior, por la naturaleza de la PROFESIÓN..." (Weber, M. (1979): Economía y Sociedad, México, Fondo de Cultura Económica, pp. 245-246). Cualquier análisis de las dinámicas orientadas desde el "profesionalismo", aunque sea frente a la pérdida de control y de autonomía por la burocratización, debe contemplar las tesis de Weber en sus vertientes más significadas: los estamentos conllevan una distribución del prestigio social en función de cualidades que poseen sólo ciertos individuos (en este caso, el conocimiento especializado) y siempre presuponen una actitud ACTIVA de búsqueda de poder social.

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experiencias profesionales, intereses comunes en la lucha por el poder y la riqueza, y recursos diferenciales que facilitan un estilo de vida, una movilización de grupo y una idealización cultural.”33

En el caso de las profesiones, se convierten en “comunidades ocupacionales”:

“Son, pues un tipo de grupo de status basado en la clase, salvo en el hecho de que la comunidad se organiza explícitamente en la esfera del trabajo más que en la esfera del consumo. Su base es la práctica de ciertas actividades esotéricas y fácilmente monopolizables y el uso de procedimientos que por su propia naturaleza trabajan muy eficazmente a favor del secreto y la idealización. La experiencia de vender tales servicios y hacer lo posible por proteger su calidad esotérica y su imagen ideal proporciona una base común para la formación de un grupo asociativo. Los intereses de sus miembros en la riqueza, poder y prestigio los motiva para instituir fuertes controles colectivos sobre los mismos y para buscar sanciones monopolísticas contra los intrusos. Y sus recursos –prácticas misteriosas, técnicas y oportunidades para actuar sobre las emociones de las gentes, riqueza y relaciones personales que pueden trasladarse a la influencia política- les permite organizar una comunidad ocupacional con sólidos controles y defensas.”34

Las profesiones, en definitiva, han protagonizado estrategias y conflictos por establecer “formas distintivas” de canales de movilidad social ascendente en el sistema de estratificación social, practicando el “cierre social” excluyente, definido por Parkin como "el proceso mediante el cual las colectividades sociales buscan ampliar al máximo sus recompensas limitando el acceso a los recursos y oportunidades a un número restringido de candidatos. Ello supone la necesidad de designar ciertos atributos sociales o físicos como bases justificativas de tal exclusión."35

En el caso de los grupos profesionales, los procesos de "cierre social" se despliegan a partir del credencialismo: esto es, la exclusión a partir de las titulaciones educativas. La "profesionalización" de un grupo ocupacional constituye, entonces, una estrategia que no responde a asegurar la eficacia en un servicio o función, como se afirma desde el estructuro-funcionalismo, sino que se dirige ante todo a limitar y controlar la oferta de aspirantes a una determinada ocupación con objeto de preservar o mejorar su valor en el mercado. Se asigna un papel central a la “producción cultural” en los procesos de diferenciación económica y social: “la cultura, según Collins, es el vehículo crucial para la organización de la lucha por los bienes económicos (y por cualquier otro bien) y para la división del trabajo productivo en cada una de las distintas ocupaciones”36. De hecho, según Parkin y Collins, en las sociedades modernas, la propiedad incluso puede perder importancia en tanto que factor generador de desigualdad social frente al "cierre ocupacional": “la organización cultural conforma la lucha de clases en uno de sus más cruciales puntos: la formación de varios grados de propiedad en la forma de “posiciones” ocupacionales.”37

En realidad, este cierre social "excluyente" no puede ser concebido, no obstante, al margen de una respuesta al mismo por los agentes excluidos que, en este tipo de situaciones, protagonizarían estrategias de "usurpación":

"Se entiende por usurpación el tipo de cierre social puesto en práctica por un grupo en respuesta a su status de excluido y a las experiencias colectivas que lleva consigo la exclusión. El

33

Collins, R. (1989): opus cit., p. 152. 34 Ibídem, pp. 152-153. 35 Parkin, F. (1984): Marxismo y teoría de clases. Una crítica burguesa, Madrid, Espasa-Calpe, p. 69. 36 Collins, R. (1989): opus cit., p. 193. 37 Ibídem. Parkin desarrolla explícitamente sus tesis sobre el papel del cierre ocupacional en la división de clases en su obra de 1978: Orden político y desigualdades de clase, Madrid, Debate, p. 34.

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denominador común a todas las acciones de usurpación es el objetivo compartido de apoderarse de una parte de los beneficios y recursos propios de los grupos dominantes en la sociedad."38

La "usurpación", practicada por agentes excluidos como ciertos colectivos obreros, grupos étnicos y de mujeres, tiende a apoyarse no tanto en la legalidad como en la movilización pública de miembros del colectivo y partidarios (huelgas, manifestaciones, marchas...), y tiende a marcarse como objetivo la redistribución de las oportunidades de mercado. No se trata, en sí, de una lucha entendida en los términos marxistas de la "lucha de clases": el cierre social excluyente constituye una estrategia de división y conflicto no solo entre distintas clases sociales, sino también dentro de ellas

39.

Con todo, el concepto que ha tenido mayor peso para el análisis de los colectivos burocratizados es el de “cierre social dual”, que es característico de los grupos "semiprofesionales". Para Parkin, las "semiprofesiones" son:

"...ocupaciones que justifican su demanda de recompensas sobre la base de calificaciones formales, pero que no han sido capaces de establecer un estricto cierre social profesional mediante un monopolio legal o el control del número y la calidad de los aspirantes a ejercerlas."40

El "fracaso" de la profesionalización de estos grupos no viene dado, como se ha intentado argumentar desde la teoría de los "rasgos", por problemas derivados de la débil base de conocimientos, o de la incapacidad efectiva para obtener un reconocimiento legal de la autonomía. Para el autor, la "semi-profesionalización" es posible comprenderla si se considera que el crecimiento de estas ocupaciones ha estado vinculado a la instauración del "Estado del Bienestar", por el cual se articularon numerosos servicios sociales como parte de los servicios públicos. La aparición de una "crisis fiscal del Estado", en los términos en que fue analizada por J. O'Connors

41, ha obligado al Estado a desviar

muchos de los recursos al sistema productivo, en detrimento del avance en estos servicios. Estos recortes presupuestarios se han traducido en la imposibilidad de que estos grupos realizaran un "cierre profesional" completo (no parece muy convincente esta explicación, al menos en todos los casos de semiprofesiones: al fin y al cabo, la situación no es demasiado diferente de unos países a otros en función del grado de desarrollo del Estado del Bienestar). Antes bien, parece que incluso en sociedades más tradicionales estos grupos pueden disfrutar de condiciones y rasgos más próximos al modelo profesional. Ante esta situación, los grupos "semiprofesionales" responden, de forma específica, a través de un "cierre social dual", por el que se combinan las tácticas de solidaridad y los instrumentos de lucha de los procesos de "usurpación" (huelgas, sindicalismo...) con el uso de los dispositivos excluyentes de las titulaciones42. Así, según Murphy, los fenómenos de sindicación en estos colectivos precisan un análisis que desentrañe las orientaciones particularistas de estos grupos:

"La táctica sindical, las huelgas y las alianzas con la fracción organizada del proletariado (movimiento obrero), son en conjunto medios estratégicos que los profesionales y grupos titulados pueden usar en coyunturas particulares para mantener, reforzar o mejorar sus privilegios, incluyendo sus ventajas tradicionales (condiciones de trabajo, poder discrecional, salarios y beneficios...) sobre el proletariado."43

De forma importante, en estos procesos los grupos semiprofesionales -a diferencia del proletariado- han incorporado la ideología del servicio para avanzar en estos objetivos: cuando enseñantes, trabajadores sociales, y otros profesionales van a la huelga, nunca admiten que es por dinero o por beneficios, siempre plantean que es para mejorar o mantener la calidad del servicio. Pero la calidad del servicio es definida normalmente por el grupo semiprofesional

38 Ibídem, p. 109. 39

Ibídem, p. 126. 40 Ibídem, p. 146. 41 O'Connors, J. (1981): La crisis fiscal del Estado, Barcelona, Península. 42 Parkin, F. (1984): opus cit., pp. 146-147. 43 Murphy, R. (1988): "Proletarianization or bureaucratization: The fall of the professional?", artículo presentado a The Swedish Collegium for Advanced Study in the Social Sciences, p. 13.

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para negociar sus intereses materiales: lo que es bueno para la profesión es bueno para los clientes y para la sociedad en general44. Por lo tanto, en esta perspectiva se concibe la posibilidad de que, en las semiprofesiones, los objetivos profesionales y el sindicalismo pueden complementarse; no se trata, entonces, de una posición "contradictoria", sino que los procesos de racionalización y las limitaciones impuestas a estos colectivos han llegado a transformar las propias prácticas organizativas.

Lo que sí parece claro, después de la revisión que hemos realizado en este tema, es que a partir de los debates sobre la burocratización y el monopolio credencialista, no es posible seguir afrontando el análisis de las organizaciones y las profesiones sin considerar efectivamente las relaciones de poder en la sociedad. Según M. Saks

45, realmente los

estudios neoweberianos –y también algunas aportaciones dentro del marxismo- han mostrado potencialidades que han permitido superar el marco abstracto impulsado por el enfoque estructuro-funcionalista, generando una cantidad importante de estudios empíricos que han permitido no sólo conocer las dinámicas históricas de numerosas profesiones, sino también las diferencias y singularidades que se han presentado en los grupos profesionales entre países y en momentos diferentes. Han impulsado, además, el análisis de estos procesos en contextos macrosociales amplios, poniendo en evidencia no sólo las relaciones con las políticas del Estado sino con diversas dinámicas económicas, sociales y culturales, evidenciando los conflictos y relaciones de poder en las que se han visto inmersos los grupos profesionales. Sin embargo, según el autor, todo el esfuerzo ha tendido a afrontar fundamentalmente lo que él denomina las dinámicas de las “profesiones centrales”, con lo cual no se ha podido analizar en toda su complejidad el fenómeno de las profesiones en el marco de la división ocupacional del trabajo en general. Ese es el reto de futuro de la Sociología de las profesiones que, como él afirma, debe atreverse a estudiar estas ocupaciones identificando tanto su lado negativo (el más enfatizado hasta la actualidad) como lo que puedan tener de positivo. Es precisamente en esta orientación en la que creemos que se sitúan las aportaciones de E. Freidson sobre la “lógica del profesionalismo”.

3. Mercados de trabajo y carreras profesionales: E. Freidson

Para E. Freidson46, es preciso integrar el análisis de los mercados de trabajo dentro de las diferentes divisiones del trabajo, puesto que son los que aportan los recursos a los trabajadores y a los consumidores de trabajo. Los modelos de división del trabajo (competitiva, burocrática y profesional) están estrechamente relacionados con modelos de mercados de trabajo, que son los que organizan las relaciones de intercambio entre los trabajadores y los consumidores de trabajo. Por lo tanto, existen también para el autor tres tipos ideales de mercados laborales: el mercado libre, el mercado burocrático y el mercado ocupacional. El mercado libre opera sin limitaciones, es controlado por las decisiones individuales de sus participantes, es decir, los trabajadores (que venden su fuerza de trabajo) y los empleadores (consumidores de fuerza de trabajo). El mercado burocrático se organiza jerárquicamente y es controlado por la autoridad administrativa. Y el mercado ocupacional es organizado y controlado por los que ofrecen su trabajo especializado. Los mercados, a su vez, llevan aparejados modelos diferentes de carrera a lo largo del ciclo vital de los trabajadores/as. El mercado libre, en su forma más pura, es inviable en economías complejas en su conjunto, pero se realiza en determinados ámbitos con más frecuencia: el trabajo descualificado, sectores de la economía informal. La carrera

44 Ibídem, p. 14. 45 Saks, M. (2003): “Las limitaciones de la sociología de las profesiones anglo-americanas: una crítica de la actual ortodoxia neo-weberiana”, en Sánchez Martínez, M., Sáez Carreras, J. y Svensson, L. (coord.): Sociología de las profesiones. Pasado, presente y futuro, Murcia, Diego Marín Editor. 46 Freidson, E. (2001): Professionalism: The Third Logic, Chicago, Chicago University Press.

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laboral en estos casos no tiene consistencia ni orientación, sino que resulta más determinante la “suerte” como fuente de oportunidades que la movilidad ascendente. El mercado burocrático es, al contrario, un mercado regulado por una autoridad o por un staff de especialistas en gestión, diseño y planificación de recursos humanos, que rinden cuentas más ante el estado burocrático, el sector industrial o la empresa que ante los productores o consumidores. Para Freidson,

“son monocráticos en su estructura, con una división del trabajo sistemática compuesta por posiciones o puestos cuyas tareas están definidas por normas escritas y que se establecen jerárquicamente (o verticalmente) tanto como funcionalmente (u horizontalmente). El acceso a esas posiciones o puestos, así como el traslado o la promoción entre ellas, está determinado por criterios impersonales especificados de competencia así como por otras políticas formales de personal. Los salarios o ingresos están graduados según la posición en la jerarquía y excepto el caso de los incrementos basados en el cargo tienden a ser uniformes para todos dentro de cada posición y además pueden ser percibidos como en equilibrio.”47

El autor destaca, como consecuencias peculiares de este modelo, que los trabajadores buscarán formarse específicamente para promocionar o acceder a un trabajo; la formación variará según el nivel de autoridad y la naturaleza de los puestos a los que aspiran, pues los mercados de trabajo burocráticos están organizados jerárquica y funcionalmente. La dimensión jerárquica implica un escalafón de puestos a través de los cuales se puede promocionar. La dimensión funcional refiere a diferentes tipos de trabajo que requieren diferentes cualificaciones y que implican quizás escalas de puestos separadas. De nuevo, lo que destaca del mercado ocupacional típico del profesionalismo es el papel activo de las ocupaciones en su estructuración. El tipo ideal, a juicio de Freidson, presenta los siguientes rasgos:

- Los grupos profesionales organizados tienen el derecho exclusivo a determinar la cualificación requerida para empleos particulares y la naturaleza de las tareas que se tienen que realizar en éstos.

- Su jurisdicción es el resultado de negociaciones o conflictos con otros grupos profesionales cercanos en la división del trabajo. La jurisdicción puede ser establecida unilateralmente por el Estado en algunos ámbitos, tras consultar a los grupos profesionales. También se negocia con los consumidores del trabajo, que sólo pueden contratar a los miembros auténticos de la profesión. Los grupos ocupacionales que pueden competir con el grupo autorizado deben tener asignada otra jurisdicción o pueden ser excluidos del mercado de trabajo.

- La autorización de la exclusividad del ejercicio profesional para aquellos que tienen la cualificación reconocida por la ocupación es un mandato legal.

- Teóricamente, los trabajadores controlan el acceso a la ocupación, de modo que su cuantía global no dificulte la maximización de sus ingresos medios en relación con la demanda. Las diferencias retributivas en un mercado laboral ocupacional no se establecen por la administración, ni son el resultado del libe intercambio con los consumidores en el mercado: se establecen por negociaciones entre los propios grupos ocupacionales, o entre estos y los consumidores de su trabajo.

- El mercado de trabajo ocupacional puede organizarse de varias formas: división entre firmas ocupacionales que producen bienes y servicios (lo que Derber denominaba “logofirmas”48), la exclusividad

47 Ibídem, p. 68. 48 Derber, Ch. y Schwartz, W. (1992): “¿Nuevos mandarines o nuevo proletariado?: poder profesional en el trabajo”, R.E.I.S., nº 59.

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en el acceso a ciertas posiciones (“profesionales”) integradas en firmas “heterónomas”, es decir, controladas por administradores (en las que se establecen lo que Derber denominó “logofirmas internas”49), y ejercicio autónomo de la profesión, en el que los miembros individuales de la ocupación ofrecen sus cualificaciones especializadas en el mercado directamente, con la protección legal de la “licencia”, que permite que el autoempleo pueda ser una opción relativamente segura y atractiva, tal como hemos estudiado en los apartados anteriores.

En general, el acceso y la propia organización del mercado de trabajo están limitados por el rasgo principal de las profesiones: “antes de entrar en el mercado de trabajo como miembro pleno de la profesión se debe obtener la formación que cualifica para el empleo”50. Por lo tanto, ni las burocracias ni las empresas son libres para diseñar los puestos de trabajo y establecer la división del trabajo en la firma ni en el mercado. Este rasgo también afecta de manera genuina a las “carreras profesionales”: aunque el modelo típico pueda ser la permanencia en una ocupación durante toda la vida laboral, la diversidad de carreras profesionales es mayor que en el mercado burocrático, sin embargo el mercado ocupacional se caracteriza por la preeminencia de una carrera horizontal frente a las carreras verticales (más típicas de las organizaciones burocráticas). La carrera horizontal deriva de una creciente reputación o prestigio basado en el dominio de la profesión. También supone la posibilidad de movilidad entre empresas controladas ocupacionalmente, e incluso entre posiciones de “socio contratante” o “ejerciente”. Los profesionales, de hecho, se enfrentan al dilema de la posibilidad de optar entre dos tipos de “movilidad ascendente” en sus carreras: una que deriva de la práctica continuada de la profesión, que puede dar con el tiempo la posibilidad de intervenir como supervisor de otros miembros de la profesión, y otra que supone el abandono del ejercicio de la profesión para acceder a posiciones directivas y ascender en la jerarquía de la autoridad de una empresa. En definitiva, el mercado de trabajo profesional responde básicamente a este tipo ideal: se organiza, como hemos podido constatar a partir de las tesis de Larson, Collins y Parkin, a partir del cierre social, lo que lo define como un “mercado de trabajo protegido”, en el cual las credenciales educativas son centrales, jugando un papel de “señales

en el mercado de trabajo”51

que, como R. Collins ha demostrado, además no sólo reflejan los conocimientos formales, sino también otras cualidades no formales. Freidson sintetiza las diferencias entre los tipos de mercado y carreras en la siguiente tabla52

Tabla 2. Profesionalismo, mercado de trabajo y carrera

Tipo de mercado

Puerto de Entrada

Requisitos para el acceso

Carrera Típica

Conocimiento predominante

Libre

Abierto

Opción del consumidor

Desordenada, irregular

Cotidiano

49 Ibídem. 50 Freidson, E. (2001): opus cit., p. 74. 51 Según Spence (1974, citado por Freidson (2001): opus cit., p. 80), el concepto de “señal en el mercado de trabajo” es más general que el de “credencial”, pues se usa “para abarcar todas aquellas estrategias empleadas para afrontar el problema actual de la información en el mercado”. Se trata, en definitiva, de todas las formas indirectas de información de las que se puede hacer uso para tomar decisiones en el mercado de trabajo, pudiendo ser utilizadas tanto por quienes ofrecen su fuerza de trabajo como por los que la compran, incluyendo desde características biológicas (edad, sexo) a culturales (origen étnico, religión), así como las credenciales educativas o la misma experiencia laboral acumulada. 52 Freidson, E. (2001): opus cit., p. 82.

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Burocrático Ocupacional

Oficina de Personal Práctica institucional

Descripción formal del puesto variable según la posición Credencial educativa

Regular, vertical dentro de la empresa Horizontal entre empresas

Variable según la posición pero específico para la empresa Discrecional, transferible

En los diferentes desarrollos de este tema, hemos visto cómo las corrientes interaccionista y neoweberiana

dan un estatuto diferente a la aproximación a las profesiones funcionalista: aportan una matriz de estudio en tanto que actividades organizadas, debilitando la imagen heroica que los cuerpos tradicionales aportan de sí mismos, subrayando su carácter segmentado y poco coherente, extendiendo los principales procesos productores de esos mismos cuerpos a toda una panoplia de actividades poco prestigiosas, demostrando que ellas pueden defender tanto su utilidad para el interés general, el mantenimiento de un equilibrio moral de la sociedad, como hacerlo igualmente como consecuencia de la necesidad de controlar su mercado de trabajo para seleccionar a sus miembros. Sin embargo, aún queda una dimensión de la organización de los mercados y carreras profesionales que no fue contemplada en estos enfoques, pero que ha adquirido relevancia y ha supuesto una importante revisión de sus planteamientos: la dimensión de género de los procesos que aquí se han analizado, aportada sobre todo por A. Witz.

4. Las estrategias profesionales desde la perspectiva de género

En el texto que ya hemos citado de A. Witz, la autora ofrece un excelente ejemplo de revisión crítica de la Sociología desde la perspectiva de género, llamando la atención sobre cómo la conceptualización neoweberiana de las profesiones debe ser sometida a una revisión para integrar efectivamente las singularidades de las dinámicas profesionales típicas de las mujeres y los conflictos de género que han ido aparejados a numerosos proyectos profesionalizadores, estrategias de “cierre social” y al ejercicio del poder profesional. Para la autora, tiene interés el concepto de “cierre” para investigar la naturaleza de género de las estrategias de cierre profesional, pues nos permite ubicarnos en los mismos procesos de “formación de género” en la sociedad moderna53. Así, partiendo de las elaboraciones de Parkin, Murphy, Larkin y M.S. Larson que ya hemos estudiado en temas anteriores, la autora realiza un ejercicio de definición, en claves de género, de un nuevo esquema conceptual de las estrategias de cierre ocupacional, identificando sus “formas de género”. Considera cuatro conceptos de “cierre ocupacional”:

- “Cierre excluyente”: partiendo del concepto de Parkin, establece que “las formas de género de la estrategia excluyente han sido empleadas para asegurar que los hombres tuviesen un acceso privilegiado a recompensas y oportunidades en el mercado de trabajo ocupacional. Estas estrategias emplean criterios colectivistas de género excluyentes para con las mujeres y criterios individualistas de género inclusivos con relación a los hombres. Sirven para hacer de las mujeres una clase de “inelegibles” al excluirlas de las rutas de acceso a recursos tales como destrezas, conocimiento, credenciales de entrada o competencia técnica, imposibilitando de este modo a las mujeres para el acceso y el ejercicio en una ocupación.”54

53 Witz, A. (2003): “Patriarcado y profesiones”, en Sánchez Martínez, M., Sáez Carreras, J. y Svensson, L. (coords.): Sociología de las profesiones. Pasado, presente y futuro, Murcia, Diego Marín Editor, p. 97. 54 Ibídem, p. 96.

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- “Cierre de demarcación”: se trata de estrategias dirigidas a “hacerse con el control inter-ocupacional de

los asuntos de ocupaciones afines o adyacentes en la división del trabajo”55, estando estrechamente relacionadas con lo que se ha dado en llamar la “segregación horizontal” de las ocupaciones. Siguiendo a Larkin, A. Witz llama la atención sobre el hecho de que esta división “horizontal” del trabajo entre ocupaciones supone un “imperialismo ocupacional”, que hace referencia “a los intentos de una serie de ocupaciones de moldear la división del trabajo a su favor (…), implicando mecanismos de “robo” de habilidades a otras ocupaciones o de delegación de las mismas con el fin de asegurarse ingresos, status y control”

56. Se trata de un escenario de tensión y conflicto entre grupos, y aunque Larkin no contempló su

dimensión de género, para Witz ésta es una estrategia esencial en el establecimiento de los proyectos profesionales de género:

“Las estrategias de género del cierre demarcador describen proceso de control inter-ocupacional interesados en la creación y el control de fronteras entre ocupaciones de género en una división del trabajo. No se centran en la exclusión sino en el enclaustramiento de las mujeres dentro de una esfera de competencia relacionada pero distinta dentro de una división ocupacional del trabajo y, además, en la posible (más bien probable) subordinación de las competencias de las mujeres a las ocupaciones dominadas por los hombres. El concepto de estrategia de género de cierre demarcador llama la atención sobre la posibilidad de que la creación y el control de fronteras ocupacionales y de relaciones inter-ocupacionales puedan estar mediados de forma crucial por relaciones de poder patriarcales. También establece que el género de los grupos ocupacionales inmersos en conflictos inter-ocupacionales y de demarcación, sea como artífices o como objetivos de las prácticas demarcadoras, no es un elemento fortuito ni contingente, sino un factor necesario para explicar tanto la forma como el resultado de tales estrategias.”57

- “Usurpación inclusiva”: El concepto de Parkin de las respuestas de “usurpación” pasa a ser matizado con la noción de “inclusión”. Según Witz, “una estrategia de género de usurpación inclusiva describe las formas por las cuales las mujeres, sujetas a estrategias excluyentes de género, no aceptan sin más las prácticas de cierre patriarcal sino que desafían el monopolio masculino sobre la competencia. Pretenden ser incluidas en una estructura de posiciones de la cual son excluidas debido a su género. Esta estrategia es usurpadora porque es compensatoria y entra en conflicto con una estrategia de exclusión. Asimismo, es una estrategia inclusiva de usurpación porque pretende sustituir criterios de exclusión colectivista de género por criterios de inclusión individualistas no sesgados por el género.”58.

- “Cierre social dual”: se trata de otro mecanismo compensatorio ante la exclusión, pero a través de estrategias de género mediante las cuales las mujeres pueden contrarrestar la “demarcación”, ejerciendo el poder bajo dos formas: “en dirección ascendente, como forma de usurpación, y en dirección descendente, como forma de exclusión”

59. Para la autora, se trata de la forma adoptada por lo que ella

denomina los “proyectos profesionales femeninos”.

La caracterización de las estrategias de género es crucial para el análisis de los procesos y dinámicas de profesionalización, en tanto en cuanto “en primer lugar, los actores que ponen en marcha esas estrategias tienen un género y, en segundo lugar, los criterios de género de la exclusión o de la inclusión pueden ser rasgos inherentes a las

55 Ibídem, p. 98. 56 Ibídem, p. 99. 57 Ibídem, p. 100. 58 Ibídem, p. 101. 59 Ibídem.

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estrategias de cierre”. El género, de hecho, “puede constituir la base de la solidaridad entre hombres y entre mujeres”, pero, sobre todo, para Witz se debe considerar también la situación de estas estrategias dentro de las “estructuras patriarcales que históricamente han sido facilitadoras o controladoras de dichas estrategias”60. Así es como enlaza más claramente con las aportaciones del enfoque neomarxista, entendiendo las estrategias como “procesos” y la estructura como “recursos para la acción”. Para ella, la principal dificultad del enfoque neoweberiano es la confusión implícita a los estudios de los diversos autores entre “posesión” y “ejercicio” del poder, que ha derivado en considerar que el ejercicio del poder equivale a su posesión. Es así como se ha eludido en esta perspectiva un problema estructural central, sobre el que el marxismo ha llamado la atención más claramente: la cuestión de las “fuentes sociales del poder”, que nos conducen a ir más allá de las estrategias seguidas en los mercados de trabajo (las “relaciones de distribución”) para integrarlas en una explicación de la estructura social en su conjunto (las “relaciones de producción”). El concepto de “capitalismo patriarcal” permite esta articulación:

“Al referirnos a las estrategias de género y a las estructuras patriarcales,

estamos sosteniendo que los actores, de uno u otro género, que se implican en proyectos profesionales como parte estratégica de su acción, tendrán diferente acceso a los medios tácticos para lograr sus objetivos en una sociedad patriarcal en la que el poder masculino está institucionalizado y organizado. Ha habido recursos de poder cuyo acceso ha sido denegado a las mujeres y que, por tanto, éstas no han podido movilizar.”61

Es por ello que se debe distinguir entre “líneas de actuación estratégicas”, dotadas de género, y “estructuras

facilitadoras o limitadoras”, que son patriarcales. Ambas están mediadas por la institucionalización y la organización del poder masculino en distintos lugares de las relaciones sociales, económicas y políticas. Pero también influyen los criterios de exclusión e inclusión en una ocupación (“reglas de exclusión sexual” que históricamente “han dado lugar a un entramado crucial de prácticas de cierre”).62 Ubicar las estrategias de cierre social en los “parámetros estructurales e históricos del capitalismo patriarcal” tiene, para la autora, varias implicaciones centrales:

1. “Abandonar cualquier concepto genérico de profesión y redefinir la sociología de las profesiones

como la historia sociológica de ocupaciones consideradas como casos individuales, empíricos y, sobre todo, históricos, y no como ejemplares de un concepto más general y fijo.”

2. Recurrir al concepto de “proyectos profesionales” instaurado por Larson, pero partiendo de los términos en que lo plantea Freidson: la propia declaración que hace una ocupación sobre su identidad profesional o su deseo de llegar a serlo, de modo que se incluyen en los análisis los “proyectos profesionales femeninos”.

3. Los proyectos profesionales incluyen, como aspectos generales, el ser “estrategias de cierre ocupacional que pretenden establecer un monopolio sobre la provisión de habilidades y competencias en un mercado de servicios”, que hacen uso de dos tipos de “tácticas”: credencialistas y legalistas.

4. El credencialismo, organizado a través del nexo estructural entre educación y ocupación, ha estado profundamente recubierto por la “exclusión de género”: “tiene que ver con el hecho de que varones involucrados en proyectos profesionales han utilizado criterios de exclusión colectivistas y de género”. Ello ha sido así cuando se han movilizado “medios de cierre autónomos” en la sociedad civil (caracterizada en los tiempos de los principales procesos profesionalizadores por una clara hegemonía y dominio masculino), las asociaciones profesionales (que organizaron e

60 Ibídem, p. 102. 61 Ibídem, p. 103. 62 Ibídem, p. 104.

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institucionalizaron el poder masculino) y la universidad moderna (gobernada por hombres, y durante mucho tiempo cerrada al acceso de las mujeres y de la formación vinculada a los proyectos femeninos de profesionalización: magisterio, enfermería, trabajo social,…).63

5. Por otro lado, las maniobras “legalistas” han consistido en “el intento de conseguir un monopolio legal mediante el permiso del Estado”, movilizando por tanto “medios de cierre heterónomos” dentro del espacio institucional del Estado, un ámbito estructurado patriarcalmente hasta bien entrado el siglo XX.

En definitiva, “fue dentro de estos escenarios institucionales de la sociedad civil y el estado donde el cierre

profesional quedó asegurado históricamente como una forma patriarcal de cierre”. Los proyectos profesionales femeninos, situados en la “matriz estructural del capitalismo patriarcal del siglo XIX” se enfrentaron a singulares dificultades, dado que las instituciones que participaron en el desarrollo de estos proyectos “habían planteado serias reservas sobre la capacidad de las mujeres para tomar parte en tales proyectos”. Así, las mujeres ni intervenían en el aparato institucional del estado, ni podían intervenir directamente en la sociedad civil (no se les permitía, por ejemplo, constituir asociaciones profesionales ni estudiar en las universidades), viéndose obligadas a “echar mano del poder masculino para representar su interés colectivo a nivel institucional del estado”, o a utilizar otros espacios institucionales no universitarios para desarrollar sus programas formativos (por ejemplo, las enfermeras en los hospitales). La perspectiva de género aporta, finalmente, nuevas preguntas al análisis de los proyectos profesionalizadores:

“¿Cómo iban a movilizar las mujeres medios del credencialismo si la

universidad moderna era un espacio exclusivamente masculino que admitía sólo a hombres, que estaba gobernado por hombres y que empleaba su poder para excluir a las mujeres? ¿Cómo iban las mujeres a presionar al Estado si éste era un Estado capitalista patriarcal al que las mujeres no tenían acceso, controlado por el poder de los hombres? ¿Cuáles fueron las implicaciones para los proyectos profesionales femeninos del hecho de que tuviesen que confiar en el apoyo e intervención de grupos organizados de hombres para poder avanzar en su propia causa?”64

Como podemos observar, la autora sienta las bases para responder, desde una perspectiva histórica, a las tesis de Etzioni, Simpson y Simpson sobre la feminización de las semi-profesiones, situando el debate en las limitaciones estructurales que el capitalismo patriarcal impuso a las mujeres en sus particulares proyectos profesionales. Sin embargo, los estudios en el marco de las tesis neomarxistas sobre las profesiones han tratado de poner en evidencia cómo las condiciones estructurales actuales de la organización del trabajo profesional siguen estando atravesadas por el género. De hecho, un referente ha sido el marco de las teorías de la proletarización de Braverman

65, que marcó la

pauta de un modelo de análisis de la vinculación entre feminización y proletarización que se ha visto sometida a debate. Para él, la creciente incorporación de las mujeres al trabajo de oficina sería la consecuencia de la descualificación de dicho trabajo, no contemplando la interrelación entre descualificación/proletarización y feminización. Sin embargo, estudios posteriores han evidenciado “cómo el problema de la tesis clásica de la “proletarización” de estos trabajos reside en la tendencia a olvidar cómo el cambio en las características de estos trabajos a lo largo del siglo XX enraíza precisamente su feminización; de hecho, la entrada de las mujeres en este sector posibilitó la promoción del colectivo masculino que trabajaba en estos empleos “evitando” tal proletarización; y, además, los trabajos en los que entraron las mujeres eran desde el inicio mecanizados, rutinizados y fragmentarizados

63 Ibídem, pp. 112-114. 64 Ibídem, p. 115. 65 Braverman, H. (1980): Trabajo y capitalismo monopolista, México, Nueva Visión.

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con lo cual difícilmente pueden verse como trabajos en proceso de descualificación o proletarización.”66

El proceso de “proletarización” queda definido, así, como un proceso atravesado por la división sexual del trabajo: se trata de la proletarización de un cuerpo mayoritariamente femenino, y las respuestas al mismo también adquieren un carácter de género. En definitiva, integrar la perspectiva de género debe suponer la necesidad de ahondar en experiencias históricas concretas, en contextos particulares, y en la necesidad de abordar el análisis de las historias de las mujeres en su trabajo, de modo que se analicen en particular el cruce entre las condiciones que pueden limitar pero también las formas de resistencia que las mujeres han sabido (o podido) articular frente a éstas.

66 Borderías, C. Carrasco, C. y Alemany, C. (1994): Las mujeres y el trabajo. Rupturas conceptuales, Madrid, Fuhem, p. 73.

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